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Lucio Emilio Paulo (cónsul 219 a. C.)

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Lucio Emilio Paulo

La muerte de Paulo Emilio en la batalla de Cannas. Cuadro de John Trumbull sito en la Galería de Arte de la Universidad de Yale.

Cónsul
-en el año 219 a. C.
Junto con Marco Livio Salinator

Cónsul II
-en el año 216 a. C.
Junto con Cayo Terencio Varrón

Información personal
Nombre en latín L. Aemilius M.f.M.n. Paullus Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacimiento Antigua Roma Ver y modificar los datos en Wikidata
Fallecimiento 2 de agosto de 216 a. C.jul. o 216 a. C. Ver y modificar los datos en Wikidata
Cannas (Italia) Ver y modificar los datos en Wikidata
Causa de muerte Muerto en combate Ver y modificar los datos en Wikidata
Lengua materna Latín Ver y modificar los datos en Wikidata
Familia
Padre Marco Emilio Paulo Ver y modificar los datos en Wikidata
Hijos
Conflictos Batalla de Cannas Ver y modificar los datos en Wikidata
Distinciones

Lucio Emilio Paulo[a]​ (f. 216 a. C.) fue un magistrado de la República romana, hijo del cónsul Marco Emilio Paulo.

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  • Rome: The Punic Wars - III: The Second Punic War Rages On - Extra History

Transcription

Bienvenidos de nuevo. La última vez nos quedamos cuando Roma se retiraba de una gran derrota en el río Trebia. Gracias al liderazgo superior de Aníbal y al orgullo temerario del cónsul Sempronio Longo. Hoy empezamos justo después de esa batalla. Con las legiones romanas dispersas y la propia Roma expuesta. Es el invierno del 216 a.C. y por suerte para Roma las guerras antiguas simplemente no sucedían durante el invierno. Avanzar era demasiado difícil y las condiciones del campo demasiado duras. Así que Aníbal lleva a sus tropas a bases invernales y se prepara la siguiente temporada de la campaña. Mientras en Roma, tienen lugar las elecciones que preocupaban tanto a Longo. Y salen elegidos Cayo Flaminio y Cneo Servilio Gémino. Y aquí veremos de nuevo algunos peligros del sistema político romano. Veréis, Cayo era populista, y le preocupaba tanto que el senado patricio le mantuviera ocupado si mostraba su cara en Roma que salió pitando a reunirse con las nuevas legiones sin volver a la capital para completar la ceremonia religiosa que confirmaría oficialmente su consulado. Forma 4 legiones de nuevos reclutas y marcha hacia el norte para contener a Aníbal y evitar que destruya las zonas rurales romanas. Pero Aníbal, siempre ladino, tenía otros planes en mente. Volvió a escoger una ruta imposible, llevando a sus hombres por un pantano incruzable para sorprender a los romanos. Las condiciones fueron realmente horribles. Hombres que se ahogaban mientras dormían, al hundirse poco a poco en el cieno. El propio Aníbal sufrío lo indecible en el viaje. Sus ojos se infectaron tanto que al final tuvo que sacarse uno de ellos. Pero Aníbal superó todo esto a lomos de uno de los elefantes que le quedaban, poniéndose atrás del todo para que si alguno de sus hombres decidía desertar en ese momento, ese hombre vería tras de él a su general, montando tranquilamente sobre la gran bestia. Pero todas estas penurias le dieron a Aníbal lo que quería. Salió por Etruria, muy atrás de las líneas romanas. Nada se interponía entre él y Roma. Pero claro, sabemos que Roma nunca fue su verdadero objetivo. Aníbal nunca pensó que tenía las fuerzas necesarias para tomar la ciudad. En vez de eso, se centró en convencer al resto de Italia de que se unieran a él. Pero el nuevo cónsulo, Cayo Flaminio, no sabía eso. En cuanto oyó los informes de que Aníbal estaba en Etruria, inició una marcha forzosa para regresar a defender la capital. Y naturalmente, esto era justo lo que Aníbal esperaba. A unos 240 Km. al norte de Roma, en el lago Trasimeno, Aníbal preparó su emboscada. Escogió este lugar por su peculiar geografía: es un gran lago cuya rivera norte choca con una serie de colinas escarpadas, con solo un estrecho paso llano separándolas de la orilla. En dichas colinas, Aníbal colocó a su caballería y buena parte de su infantería, dejando al resto de sus soldados de a pie en el diminuto paso entre la orilla y las colinas. Y entonces, esperó. Tal como predijo, Flaminio se dirigió a la estrecha entrada al lago con la intención de atrapar a Aníbal antes de que llegara a Roma. Y, como no, con ese objetivo en mente, ordenó a sus hombres que atacaran tan pronto vio al otro lado de lago lo que él creía que era la retaguardia de las tropas de Aníbal. Pero en el mismo instante en que sus tropas salieron de la estrecha entrada a la rivera del lago, apareció la caballería de Aníbal y les cerró su vía de escape. Y entonces, antes de que los romanos tuvieran tiempo siquiera de comprender en qué situación acababan de meterse... la infantería cartaginesa cargó colina abajo y aplastó a los romanos por el flanco. Fue una masacre. Hombres y caballos gritaban mientras los mataban, o se ahogaban al intentar escapar presos del pánico. Al final del día, de un ejército de 40.000, solo 10.000 hombres conservaron la vida. Con sus legiones desperdigadas, y tras sufrir, no una, sino dos grandes derrotas que someterían a cualquier nación, los romanos recurrieron a una antigua solución para tiempos de crisis: la dictadura. Debéis entender que, en Roma, una dictadura no era lo que pensamos que es hoy en día. Era un cargo constitucional y, todavía extraño para nuestros oídos modernos, un cargo ratificado democraticamente por el senado. Veréis, en Roma se elegía a un dictador en los momentos más desesperados, cuando no se podían permitirse las facciones y el estancamiento de la democracia romana. Un dictador tenía el poder de tomar todas las decisiones durante una crisis. Regía la política de estado y su palabra era la ley. Sin interferencias ni del senado, ni del pueblo romano. Y después de 6 meses, renunciaba al cargo y Roma volvía a la democracia. ¿Y sabéis qué más resulta raro para nuestros oídos modernos? ¡Siempre lo hacían! Hasta los últimos días de la república, cada dictador se retiró voluntariamente, renunció a su poder y le devolvió las riendas del gobierno al pueblo. Dice mucho de la cultura y el sentido del honor de los romanos que esto pasara cada vez durante casi 500 años. Y esta no fue una excepción. Los romanos eligieron a Quinto Fabio Máximo, y por mucho que la historia le dé el mérito a Escipión por su victoria final, esta puede que sea la decisión más importante de toda la guerra. Porque al contrario que todos los demás en Roma, cuyo plan se reducía en cargar contra Aníbal e intentar darle para el pelo, Fabio tenía una estrategia distinta. Una estrategía que toda Roma odiaba. Un plan que no ganaría la guerra ni expulsaría a Aníbal de suelo italiano. Una estrategia que no era ni gloriosa ni heroica, pero que con casi toda seguridad fue la que al final salvó a Roma. En contra de una increíble oposición, de gente pidiendo su cabeza y abucheos en las calles... Fabio decidió que no lucharía contra Aníbal, o al menos no de manera directa. En lugar de eso, siguió sus movimientos. Mantuvo su ejército siempre en terreno ventajoso, limitando su capacidad de acción, y cargándose a tropas rezagadas o a exploradores cuando podía. Pero nunca aceptando las batallas a las que Aníbal intentaba atraerle. Batallas que seguramente habrían supuesto el fin de Roma. Esta estrategia sigue con nosotros incluso hoy en día. Ahora conocida como "tácticas fabianas", líderes como George Washington o Barcláy de Tolly las usaron para sacar victorias de lo que parecían derrotas seguras a ojos externos. Pero estas tácticas eran muy insatisfactorias para el pueblo romano. Veían a Aníbal arrasar las zonas rurales y creían que era cobarde dejar que eso siguiera pasando, que era como ellos lo veían. Pero Fabio se mantuvo en sus trece y siguió intentando contener a Aníbal en vez de enfrentarse a él. Esto llevó a muchos en Roma a pedir que su mariscal de caballería, llamado Marco Minucio Rufo, tomara el poder y les salvara de tan crueles actos. No obstante, el propio Aníbal lo veía de otro modo. Él podía ver el daño que le estaba haciendo a su ejército las tácticas ralentizadoras de Fabio. Cómo cada día que pasaba sus escasos suministros de iban agotando más y más. Cómo cada día el ejército romano recuperaba un poco de la confianza que se había hecho añicos en las dos derrotas totales en el Trebia y el lago Trasimeno. Y aquí es cuando Aníbal es el amo. Había oído los rumores del descontento de los romanos con su dictador, así que mientras su ejército arrasaba las zonas rurales, él quemaba todo EXCEPTO las tierras que sabía que pertenecían a Fabio, generando así rumores entre los romanos de que Fabio tenía algún pacto secreto con él. Pero Fabio mantuvo el rumbo y ganó tiempo, esperando el momento perfecto para atacar. Y al final, ese momento llegó cuando Aníbal marchó sobre Ager Falernus, en Campania. Veréis, Ager Falernues es básicamente un valle con ocho pasos que un ejército del tamaño del de Aníbal podía usar para entrar o salir. Cinco de estos pasos estaban o bloqueados por un río o bajo control total de los romanos. Y Fabio, tan pronto sus exploradores le dijeron que Aníbal había entrado en el valle, mandó de inmediato a soldados para bloquear los otros tres pasos, atrapando dentro así a Aníbal. Este debería haber sido el fin de Aníbal, pero siempre astuto, a este le quedaba un as en la manga. Una noche, los romanos vieron un gran grupo de antorchas dirigiéndose a uno de los pasos y saltó la alarma. Aníbal intentaba escapar ocultándose en la noche, y cómo no, en contra de las órdenes de Fabio, se lanzaron para detener a Aníbal y quizás tener al fin esa batalla decisiva según sus propios términos que tanto necesitaba Roma. Pero ¿cuando llegaron allí? Bueyes. Aníbal había atrapado a todos los bueyes del valle y atado antorchas a sus cuernos, y luego los empujó hacia las posiciones romanas. Y cuando los romanos mordieron el anzuelo y se lanzaron a luchar contra los bueyes... Sí, Aníbal y todo su ejército se escaparon ocultándose en la noche. Fabio fue reclamado y, en un movimiento que destruiría el cargo de dictador para siempre, Minucio, su mariscal de caballería, fue elegido como... co-dictador... No había ninguna fórmula legal para esto. Era algo que no había sucedido jamás en toda la historia de Roma. No en vano, el cargo de dictador pierde su sentido si puedes elegir a tantos como quieras. Pero tanto odiaban los romanos aquel año sin ninguna gran victoria que Fabio les había dado. Minucio tomó inmediatamente la mitad del ejército y fue directo a por Aníbal, y como todos los demás generales romanos, le superaron en seguido y casi aniquilaron a su ejército. Al final, solo se salvaron porque Fabio, tan ridiculizado por el pueblo romano, contemplaba desde una colina cercana y no pudo permitir que perecieran tantos romanos. Lanzó a sus propias tropas, cambió las tornas de la batalla y rescató al atormentado Minucio y sus hombres. Siendo justos, Minucio, ahora humilde, volvió a ponerse como subordinado de Fabio y dejó que acabara su año de mandato sin que los romanos sufrieran otra desastrosa derrota. Pero entonces, vino Varrón. Fue un hombre al que eligieron cónsul con un apoyo abrumador tras afirmar que pararía las tácticas cobardes de Fabio, crearía el ejército más grande jamás visto en Roma y aplastaría a Aníbal. Seguro que ya adivináis cómo va a acabar todo esto. Verrón y su co-cónsul sí que crearon el mayor ejército jamás visto en Roma, con 16 nuevas legiones, y se dirigieron al sur para dar caza a Aníbal y destruirlo. Sabiendo que había acampado en Cannas con 40.000 de infantería y 10.000 de caballería, Verrón tomó a su ejército de 80.000 y se dirigió directo hacia él. Los dos cónsules discutieron al llegar a Cannas. A Paulo, el co-cónsul patricio de Verrón, le preocupaba el enorme terreno llano que rodeaba Cannas. Quería llevar al ejército a las colinas cercanas para neutralizar la caballería cartaginesa. Verrón, por otro lado, confiaba en la superioridad numérica de los romanos y quería enfrentarse a Aníbal antes de que pudiera escapar. Así que, naturalmente, como pasó en el Trebia, a pesar de los recelos de Paulo, cuando le llegó el turno a Verrón de dirigir al ejército, lo llevó al campo de batalla y cargó contra los cartagineses. Y lo que viene después es una de las batallas más famosas de toda la historia militar. Aquí es cuando vemos a Aníbal en el punto álgido de su genio. Aquí descubrimos por qué Cannas pasó a la historia del estudio de la guerra como LA batalla. Por qué a lo largo de los tiempos muchos de los mejores generales, incluso los del siglo XX, se refieren a ella como una obra de arte. Aunque si puede haber arte en algo que incluye tanta masacre, yo no lo veo... Pero al menos es aquí donde vemos el mejor momento de Aníbal, consiguiendo algo que a menudo se considera imposible en el estudio de tácticas militares: rodear a un ejército más grande con un ejército más pequeño. Aquí es donde Aníbal consigue ejecutar uno de los mayores juegos mentales jamás realizados. Aníbal colocó a su ejército en una curva convexa, con su infantería más débil en el centro, sobresaliendo hacia la línea romana, y su infantería más fuerte en los flancos. En cuanto Verrón vio esto, reorganizó a sus tropas. Los romanos solían colocarse en un patrón de un tablero de ajedrez para darles mayor espacio para maniobrar. Pero al ver la debilidad del centro cartaginés, Verrón apelotonó a sus fuerzas cerca de esa zona, esperando usarlas como ariete para arrasar a las tropas menos fuertes. Pero lo que él no sabía era que el propio Aníbal y su hermano Magón estaban en el centro, como diciéndoles a sus tropas: "No os hemos abandonado. Si morís, nosotros morimos con vosotros, así que no huyáis." Y funcionó. Los romanos golpearon la primera línea, pero en vez de desperdigarla, simplemente hicieron retroceder a los cartagineses paso a paso, Y los romanos, al ver retroceder al centro, siguieron empujando, hasta que aquella curva convexa empezó a combarse y empezaron a presionar. Pero durante todo esto, la infantería cartaginesa más fuerte, la que estaba en los flancos, no habían retrocido un centímetro. Seguían donde estaban al empezar la batalla, lo que quería decir que estaban a los flancos romanos. De repente, la infantería a los lados se desplazaron y rodearon al centro de los romanos, que ahora era demasiado grande. Al mismo tiempo, la caballería cartaginesa, que había expulsado a la romana, cargaron contra la retaguardia romana. Habían caído en la red. La ya apretada formación romana se veía tan empujada que no podían ni levantar los brazos para blandir sus espadas. Fue una masacre total. Cientos de hombres eran despedazados cada minuto hasta el atardecer. Livio dijo que había tal pánico en el centro romano que hubo hombres que, por puro horror, cavaron agujeros en el suelo para enterrar la cabeza hasta el cuello y morir asfixiados. De los 80.000 romanos que lucharon aquel día... solo escaparon 3.000. Tras la batalla, recogieron los aros dorados de los nobles romanos y se echaron más de 6.000 de ellos en el suelo del senado cartaginés. Entre ellos estaban el de Cneo Servilio Gémino, el cónsul que intentó calmar a Flaminio y evitar que luchara en el lago Trasimeno, Marco Minucio Rufo, el mariscal de caballería de Fabio, quien el año anterior había sido humillado por Aníbal y comprendió la sabiduría de Fabio, y el pobre Lucio Emilio Paulo, el co-cónsul de Verrón, que justo el día anterior le advirtió que no luchara contra Aníbal en terreno abierto. Paulo quien, al quedar herido, ordenó a su caballería que desmontaran, y formó una de las mayores últimas resistencias de Cannas. Paulo quien, cuando uno de los pocos tribunos que escapó le ofreció un caballo, dijo: "Cornelio, no malgastes con inútil lástima los pocos momentos que te quedan para escapar de las garras del enemigo. Vete. Avisa públicamente al senado de que deben fortificar Roma y fortalecer sus defensas antes de que se acerque el ejército triunfante. Y dile a Fabio en privado que siempre tendré presente sus preceptos en la vida y en la muerte. Permíteme exhalar mi último aliento junto con mis soldados aniquilados." Pero entre todos esos aros, había uno notablemente ausente: El de Verrón, quien no tuvo tales reparos en tomar un caballo. Y aquí lo dejamos por hoy. La flor de la juventud de Roma destruida, todos su líderes fallecidos, su ejército disperso y nada entre Aníbal y Roma. Uníos a nosotros la próxima vez para la conclusión de la segunda guerra Púnica. Gracias por vernos. Subtítulos en castellano: David García Abril (Xander)

Biografía

Elegido cónsul por primera vez, en 219 a. C. junto a Marco Livio Salinator. Fue enviado contra los ilirios, que se habían levantado de nuevo en armas bajo el mando de Demetrio; en la Segunda Guerra Ilírica.

Paulo lo derrotó sin ninguna dificultad: tomó el puerto de Pharos y sometió a Demetrio a tal acoso que obligó a este a huir a la corte de Filipo V de Macedonia. Por estos servicios, Paulo obtuvo un triunfo a su regreso a Roma, pero fue llevado a juicio junto con su colega M. Livio Salinator, con el argumento de que no se había repartido equitativamente el botín entre los soldados. Salinator fue condenado, y Paulo fue absuelto con dificultad.[1]

En 216 a. C., durante la segunda guerra púnica, Emilio Paulo fue cónsul por segunda vez con Cayo Terencio Varrón. Comandó el mayor ejército romano reunido hasta la fecha junto a Varrón, con quien se turnaba diariamente el mando de las tropas. El mando correspondió a Varrón durante la batalla de Cannas, la cual se libró en contra del consejo de Paulo; y él fue uno de los muchos romanos ilustres que perecieron en la batalla, negándose a abandonar el campo de batalla, cuando un tribuno le ofreció su caballo.

El heroísmo de su muerte es cantado por Horacio:[2]

Animaeque magnae Prodigum Paulum superante Poeno Grato insigni referam camena[3]

Paulo fue uno de los pontífices (Liv. XXIII. 21). Fue durante toda su vida un partidario acérrimo de la aristocracia, y fue apoyado para su segundo consulado por esta última fracción para contrarrestar la influencia de los plebeyos de Terencio Varrón. Él mantuvo todos los principios tradicionales de los patricios, de los cuales tenemos un ejemplo en los hechos relatados por Valerio Máximo.

El Senado siempre miró con sospecha la introducción de cualquiera nuevo rito religioso en la ciudad, y, en consecuencia ordenó en el primer consulado de Paulo la destrucción de los santuarios de Isis y Serapis, que habían sido erigidos en Roma. Pero debido a que ningún trabajador se atrevía a tocar los edificios sagrados, el cónsul arrojó a un lado su toga praetexta, se apoderó de un hacha, y rompió las puertas de uno de los templos.[4]

Fue padre de Lucio Emilio Paulo Macedónico, y su hija Emilia Tercia casó con Escipión el Africano.

Hizo investigaciones en el campo de la medicina y de la tecnología militar, donde colaboró en el desarrollo del trabuco o trebuchet.

Notas

  1. En latín, L. Aemilius M. f. M. n. Paullus.

Referencias

  1. Polibio iii. 16-19, iv. 37; Apiano, Illyr. 8; Zonar. viii. 20; Tito Livio xxii. 35
  2. Carm. i. 12
  3. Comp. Liv. xxii. 35-49; Polib. iii. 107-116
  4. Val. Max. I, 3. § 3


Cónsul de la República romana
Predecesores
Cayo Lutacio Cátulo
Lucio Veturio Filón
220 a. C.
con
Marco Livio Salinator
219 a. C.
Sucesores
Publio Cornelio Escipión
Tiberio Sempronio Longo
218 a. C.
Cónsul II de la República romana
Predecesores
Cneo Servilio Gémino
Cayo Flaminio
217 a. C.
con
Cayo Terencio Varrón
216 a. C.
Sucesores
Lucio Postumio Albino
Tiberio Sempronio Graco
215 a. C.
Esta página se editó por última vez el 27 ene 2024 a las 12:17.
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