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Pacto de El Pardo

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Caricatura de Sagasta y Cánovas, en la que se hace alusión expresa al Pacto de El Pardo, en la revista satírica española Don Quijote, 1894.

El Pacto de El Pardo fue un acuerdo que supuestamente habría tenido lugar el 24 de noviembre de 1885,[1]​ en vísperas de la muerte del rey Alfonso XII,[2]​ entre Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta, líderes respectivos de los dos partidos más importantes de la Restauración monárquica, el Partido Liberal Conservador y el Partido Liberal-Fusionista, con el propósito de proporcionar estabilidad al régimen, que consideraban amenazada por el entonces probable fallecimiento del monarca.[3]​ En este pacto se habría concretado un cambio futuro, o alternancia, de gobierno sin sobresaltos entre ambas formaciones, es decir un «turno pacífico» entre los llamados «partidos dinásticos».[4][2]​ Sin embargo, existen otras fuentes que afirman que no existió un pacto como tal, sino que se trató de una simple entrevista entre ambos líderes en la que acordaron la necesidad de un consenso en un período crítico para el devenir político del país.[1]​ La reunión entre Cánovas y Sagasta fue acordada a través del general Arsenio Martínez Campos.[1]

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  • Historia de España 10: Restauración y Fin de la Monarquía
  • LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA (1875-1931) | De Alfonso XII a Alfonso XIII
  • La guerra de Cuba y el desastre del 98

Transcription

El 29 de diciembre de 1874, en las cercanías de Sagunto (Valencia), el general Martínez Campos, ante una brigada del Ejército, proclamó rey de España al príncipe Alfonso de Borbón. Al éxito del golpe contribuyó la aceptación pasiva por parte de la gran mayoría del Ejército y el escaso apoyo civil que encontró el gobierno presidido por Sagasta. La restauración de los Borbones en el trono de España iniciaba una nueva época, etapa que, aun con más luces que sombras, constituye el sistema más estable y duradero de la historia contemporánea de España. Alfonso XII gobierna entre 1874 y 1885; entre esta fecha y 1902, le sigue la regencia de María Cristina de Austria. Alfonso XIII, hijo de ambos, reinará entre 1902 y 1931, cuando finaliza el periodo con la proclamación de la II República. La Restauración tuvo a su principal figura en Cánovas del Castillo. Excelente orador, su objetivo fue crear un gobierno parlamentario estable en España. Su ideal era el sistema bipartidista inglés, por lo que, en adelante, los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta se turnarán en el poder. De esta forma, una mayoría gobernará tanto tiempo como le sea posible, cediendo después el puesto a su rival. El sistema liberal propio de la Restauración hubo de enfrentarse a graves enemigos, tanto internos como externos. Entre los primeros, su propia dinámica de pactos falseaba la utilidad de las elecciones, pues el voto estaba controlado por los caciques, con lo que el sistema parlamentario era pura fachada. El cada vez más corrupto y desacreditado sistema engendró antipatía entre las masas de la gente. La respuesta fue la orientación masiva hacia movimientos políticos radicales, como el separatismo, el socialismo o el anarquismo. Especialmente reivindicativo fue el movimiento proletario. Las duras jornadas de trabajo de campesinos y obreros, con jornadas de hasta 14 horas y salarios de miseria, favorecen el surgimiento del movimiento obrero español. La agitación social alcanzó su punto culminante en 1919. Las huelgas se sucedieron, siendo cada vez más radicales y violentas. Frente a esta violencia, la patronal reaccionó creando su propio pistolerismo. El resultado fue catastrófico, radicalizando aun más el conflicto. Uno de los problemas de mayor impacto en la conciencia de la época es la pérdida de los últimos reductos coloniales: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Carolinas. Especialmente dolorosa es la sublevación de la primera, la "perla del Caribe". Iniciada en 1895, con líderes como José Martí, las tropas al mando de Martínez Campos, primero, y de Weyler, después, apenas pueden contener la rebelión. El estallido del crucero americano Maine, en 1898, fue el pretexto alegado para que los Estados Unidos declararan la guerra a España e intervinieran en Cuba. Muy poco después, la isla ganaba su independencia. Un problema no menor al de Cuba será el de la guerra de Marruecos, ya durante el reinado de Alfonso XIII. La contienda, de carácter colonial, es una auténtica sangría de vidas humanas, pues se lucha en un medio desconocido y hostil. La negativa al embarque de tropas en Barcelona provocará una violenta sublevación popular en 1909, conocida como Semana Trágica. Pese a tanta agitación, en general la población española experimenta un aumento en su calidad de vida. Con la industrialización y el desarrollo tecnológico, las ciudades se hicieron más habitables. La iluminación eléctrica hizo las calles y plazas más seguras. También permitió a las clases medias y populares urbanas prolongar su tiempo de ocio, realizando fiestas o, simplemente, gozando de amplios y modernos paseos. En general, la sociedad urbana albergaba el sentimiento de estar participando de una era de progreso y expansión. Frecuentemente se celebraban grandes exposiciones, en las que se mostraban los últimos adelantos en las materias más diversas. Y también era habitual la creación de museos, con los que se trataba de instruir al público en los más variados saberes. Pero el sistema político se resquebraja. El clima de violencia, el desastre del 98 o la guerra de Marruecos contribuyen a desacreditar a una clase política cada vez peor valorada. El ambiente general es de pesimismo y ansia de renovación. Intelectuales como Unamuno o Costa se interrogan sobre la crisis de conciencia nacional. La inquietud social, la postración económica -pese a los beneficios de la neutralidad española durante la I Guerra Mundial- y los separatismos acabaron por minar el sistema de la Restauración, que da ya sus últimas bocanadas. Éste es el contexto en el que se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, con el beneplácito de Alfonso XIII y el de buena parte de la población. El importante apoyo inicial se va diluyendo a medida que el monarca y la Dictadura pierden partidarios: pronto, en 1931, llegará el momento del triunfo para la oposición republicana.

El «Pacto»

El Palacio de El Pardo en 1885. El 31 de octubre Alfonso XII se trasladó allí por recomendación de los médicos. Allí fallecería el 25 de noviembre.

La muerte del rey Alfonso XII causó una gran preocupación —«un terror apocalíptico», según José Varela Ortega[5]​ entre las elites políticas ante la perspectiva de la regencia de la joven e inexperta esposa del rey María Cristina de Habsburgo, que estaba embarazada (su hijo, un varón, nacería en mayo de 1886).[6]​ «La muerte del rey ha producido aquí un singular estupor e incertidumbre. Nadie puede adivinar lo que acontecerá», le escribió Marcelino Menéndez Pelayo a Juan Valera, entonces embajador español en Estados Unidos.[7]​ El gobierno temía una pronunciamiento republicano o un levantamiento carlista, o los dos al mismo tiempo, por lo que las tropas fueron puestas en estado de alerta. La Bolsa se desplomó.[8]

Ante esta situación el presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo, que habló de la necesidad de una «segunda Restauración» que sería «más difícil que la primera» y ante el temor de que los liberales se unieran a los republicanos si no accedían al poder (la crisis del miedo, la llamó el conservador Francisco Silvela), decidió dimitir y aconsejar a la regente que llamara al gobierno a Sagasta. Cánovas comunicó su decisión al líder liberal y este aceptó en una reunión que mantuvieron en la presidencia del Gobierno por mediación del general Martínez Campos y que sería conocida equivocadamente como el «Pacto de El Pardo» (porque supuestamente habría tenido lugar en el Palacio de El Pardo donde había muerto el rey).[7][9][10]​ El 27 de noviembre por la noche en el Palacio Real, la regente María Cristina recibió el juramento del nuevo gobierno presidido por Sagasta y ante el mismo juró la Constitución. Así explicaría Cánovas su decisión en el Congreso de Diputados, tiempo después:[7]

Jura de la Constitución por María Cristina (Palacio de las Cortes, 30 de diciembre de 1885) de Francisco Jover y Casanova y Joaquín Sorolla (1897). Cánovas es quien sostiene el ejemplar de la Constitución sobre el que jura la regente María Cristina de Habsburgo. Abajo a la derecha se encuentra el general Arsenio Martínez Campos.
Nació en mí el convencimiento de que era preciso que la lucha ardiente en que nos encontrábamos a la sazón los partidos monárquicos… cesara de todos modos y cesara por bastante tiempo. Pensé que era indispensable una tregua y que todos los monárquicos nos reuniéramos alrededor de la Monarquía… Y una vez pensado esto… ¿qué me tocaba a mí hacer? ¿es que después de llevar entonces cerca de dos años en el gobierno y de haber gobernado la mayor parte del reinado de Alfonso XII, me tocaba a mí dirigir la voz a los partidos y decirles: ‘porque el país se encuentra en esta crisis no me combatáis más; hagamos la paz alrededor del trono; dejadme que me pueda defender y sostener? Eso hubiera sido absurdo y, además de poco generoso y honrado, hubiera sido ridículo. Pues yo me levantaba a proponer la concordia y a pedir la tregua, no había otra manera de hacer creer mi sinceridad sino apartarme yo mismo del poder.

Como ha señalado Ramón Villares, «la muerte del rey Alfonso XII y el acuerdo o pacto de 1885 (el impropiamente llamado pacto del Pardo) marcan de forma definitiva la consolidación del régimen» de la Restauración.[11]​ Por su parte Feliciano Montero ha señalado que «el vacío político que provocó la muerte de Alfonso XII puso a prueba la solidez del edificio canovista. El acceso al poder del partido liberal, definitivamente constituido, y su larga gestión gubernamental (“el Parlamento largo”) contribuyó a consolidar el sistema político».[12]​ Por otro lado, buena parte de la jerarquía eclesiástica católica, con el nuncio Rampolla al frente, también desempeñó un papel importante en la consolidación del régimen al hacer pública el 14 de diciembre de 1855 una declaración de apoyo a la Regencia.[13]

Ángeles Lario ha destacado que el acuerdo político a que se llegó tras la muerte del rey «convirtió a los dos grandes partidos en los verdaderos directores de la vida política, controlando consensuadamente hacia arriba la prerrogativa regia y hacia abajo la construcción de las necesarias mayorías parlamentarias [mediante el fraude electoral]; definiendo así la vida de este importante periodo de nuestro liberalismo y siendo origen a su vez de sus más graves limitaciones. Se puede diagnosticar ―permítaseme la expresión― que el régimen político de la Restauración sufrió de la enfermedad producida por su propio éxito».[14][15]

Referencias

  1. a b c Andrés-Gallego, 1981, p. 316.
  2. a b Bernecker, Collado-Seidel y Hoser, 1999, p. 280.
  3. García Gómez y Ordaz Romay, 2005, p. 105.
  4. Anes Álvarez, 2006, p. 219.
  5. Varela Ortega, 2001, p. 235.
  6. Suárez Cortina, 2006, p. 121-122.
  7. a b c Dardé, 1996, p. 76.
  8. Varela Ortega, 2001, p. 235-236.
  9. Jover, 1981, p. 338.
  10. Varela Ortega, 2001, p. 235-236. «Un acuerdo por el cual los dos Partidos decidieron turnarse en el poder automáticamente en los años siguientes».
  11. Villares, 2009, p. 5.
  12. Montero, 1997, p. 3.
  13. Montero, 1997, p. 56. «No es de extrañar la satisfacción con que la regente y los liberales en el poder recibían estos gestos y estas declaraciones del Vaticano y de los obispos españoles, cuando se iniciaba una nueva etapa política. A cambio de este apoyo, los gobiernos liberales de Sagasta tendrían la mejor disposición a pactar con el nuncio las cuestiones siempre conflictivas de la enseñanza, el matrimonio, etc. La regencia se inició, pues, bajo el signo de este pacto entre liberales… y la Iglesia, sobre la base del respeto y la colaboración recíproca».
  14. Lario, 2003, p. 38.
  15. Lario, 1993, p. 155-165.

Bibliografía

Esta página se editó por última vez el 22 ene 2024 a las 16:51.
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