MÁSTERES
de la UAM
Facultad de Filosofía
y Letras / 15-16
Estudios Medievales
Hispánicos
La imagen regia en
la cronística
castellano-leonesa.
El caso de Alfonso
VIII de Castilla
Diego Rodríguez-Peña
Sainz de la Maza
LA IMAGEN REGIA EN LA CRONÍSTICA
CASTELLANO-LEONESA
EL CASO DE ALFONSO VIII DE CASTILLA
Un estudio comparativo de tres crónicas hispanas plenomedievales
(Chronicon mundi, Chronica latina regum Castellae e Historia gothica)
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Universidad Autónoma de Madrid
Imágenes de portada:
Ilustración del Tumbo Menor de Castilla con Alfonso VIII y Leonor de Plantagenet
entregando el castillo de Uclés a Pedro Fernández de Fuentencalada
Página de una de las copias manuscritas de la Historia gothica, de Rodrigo Jiménez de Rada
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
LA IMAGEN REGIA EN LA CRONÍSTICA
CASTELLANO-LEONESA
EL CASO DE ALFONSO VIII DE CASTILLA
Un estudio comparativo de tres crónicas hispanas plenomedievales
(Chronicon mundi, Chronica latina regum Castellae e Historia gothica)
Trabajo de Fin de Máster
Dirigido por el Dr. D. Carlos de Ayala Martínez
Máster Universitario en Estudios Medievales Hispánicos
Universidad Autónoma de Madrid
2016
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
2
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
“Interroga enim generationem pristinam
et diligenter investiga patrum memoriam.
Hesterni quippe sumus et ignoramus,
quoniam sicut umbra dies nostri sunt super terram.
Nonne ipsi docebunt te, loquentur tibi
et de corde suo proferent eloquia?
Numquid virere potest scirpus absque umore,
aut crescere carectum sine aqua?”
Job, 8, 8-11.
3
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
4
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
PÁG.
7
INTRODUCCIÓN
9
1.
ESTADO DE LA CUESTIÓN
14
2.
EL CONTEXTO
27
27
2.1. El contexto histórico
2.1.1.
El tiempo relatado: el reinado de Alfonso VIII de Castilla (11581214)
2.1.2.
El tiempo desde el que se relata: el reinado de Fernando III de
Castilla y León (1217-1230-1252)
2.2. Las obras, los autores y su influencia
2.2.1.
Lucas de Tuy y el Chronicon mundi
2.2.2.
Juan de Osma y la Chronica latina regum Castellae
2.2.3.
Rodrigo Jiménez de Rada y la Historia de rebus Hispaniae
2.2.4.
Rasgos comunes
2.2.5.
Conflictos, influencias y legado
3.
LA IMAGEN TEOLÓGICA DEL REY
27
32
35
36
39
42
46
49
3.1.1.
Dios como artífice de la Historia
3.1.2.
El origen divino de la monarquía
3.1.3.
Las intervenciones favorables de Dios
3.1.4.
El castigo divino
3.2. La imagen virtuosa del rey Alfonso VIII
3.2.1.
El linaje escogido por Dios
3.2.2.
Los elementos de un relato hagiográfico
3.2.3.
El rey piadoso
52
52
52
54
56
60
62
63
65
66
4.
LA IMAGEN CRUZADA DE ALFONSO VIII
4.1. Alfonso VIII y la cruzada
4.1.1.
Los rasgos de una guerra santa (1): antes de Las Navas
4.1.2.
Los rasgos de una guerra santa (2): Las Navas de Tolosa
4.2. Alfonso VIII, rex miles Christi
4.2.1.
Un rey consagrado al servicio de Dios
4.2.2.
Morir por la fe
69
69
70
71
74
74
76
5.
LA IMAGEN GUERRERA Y CABALLERESCA DE ALFONSO VIII
5.1. Alfonso VIII, un rey guerrero
5.1.1.
Un monarca de rasgos guerreros
5.1.2.
Un monarca que provoca temor en sus enemigos
5.1.3.
Una narración bélica protagonizada por el rey
5.2. Alfonso VIII, rey caballero
5.2.1.
Investiduras y ¿torneos?
77
78
78
81
82
83
84
3.1. El marco del poder del rey: la presencia de Dios en el relato
5
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
5.2.2.
5.2.3.
5.2.4.
6.
Honor y venganza
Un rey valeroso y temerario
El “suicidio caballeresco”
85
87
88
LA IMAGEN SAPIENCIAL Y CORTÉS DE ALFONSO VIII
6.1. Alfonso VIII, monarca sabio
6.1.1.
Prólogos “sapienciales” y virtudes eclesiásticas
6.1.2.
Alfonso VIII, “vir sapiens”
6.1.3.
La fundación del studium generale palentino y la translatio studii
6.2. La imagen cortés de Alfonso VIII
6.2.1.
6.2.2.
7.
8.
9.
Alfonso VIII, paradigma de la curialitas
Alfonso VIII, monarca generoso
LA IMAGEN “POLÍTICA” DE ALFONSO VIII
7.1. La imagen “jurídico-política” de la monarquía
7.1.1.
Alfonso VIII, rey justo, pacificador y repoblador
7.1.2.
La legitimidad dinástica del rey: sucesores, antepasados y edades
del monarca
7.2. La relación del monarca con los demás miembros del cuerpo político
7.2.1.
Nobleza y monarquía
7.2.2.
Iglesia y monarquía
CONCLUSIONES
91
93
93
95
96
99
99
100
102
102
102
104
107
108
111
115
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
9.1. Fuentes
9.2. Bibliografía
122
122
123
6
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
AGRADECIMIENTOS
El presente trabajo no habría sido posible sin la ayuda de algunas personas. En
primer lugar, el profesor Carlos de Ayala Martínez, tutor e infatigable corrector del
mismo, que ha atendido a mis dudas y ha hecho sugerencias siempre constructivas,
sabiendo además dejar que fuese yo mismo quien descubriese el camino que quería
seguir. En segundo lugar, a mi familia, por aguantarme durante tanto tiempo estuviese
de buen o mal humor y aguardar pacientemente a que finalizara para poder disfrutar de
unas merecidas vacaciones; y en especial a mi padre por su paciente corrección de la
forma final de este trabajo. En tercer lugar, pero no por ello menos importantes, a Mila
y a Alejandro, infatigables compañeros de peripecias que han ayudado con sus actos y
palabras a hacer algo más llevadera esta carga y a remontarme el ánimo en momentos
de bajón. Por último, no querría omitir un agradecimiento a los miembros de la
Fundación Ramón Menéndez Pidal en Madrid, que me permitieron realizar mis
prácticas allí y acceder a un valioso fondo bibliográfico.
De todo corazón, mil gracias a todos ellos.
7
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
8
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
INTRODUCCIÓN
A medida que a lo largo de los siglos XI, XII y siguientes las llamadas
“monarquías protonacionales” se embarcaron en un proceso de consolidación y
reforzamiento del poder regio1, hubieron de dotarse de una serie de instrumentos de
muy diverso tipo que les sirvieran de apoyo a sus proyectos de expansión y fortaleza
frente a los demás poderes del reino (en especial la nobleza y el clero). El uso de la
propaganda, principalmente bajo forma escrita y, en concreto, del relato historiográfico
de un tipo u otro, no fue ajeno a este proceso2. En efecto, la palabra escrita, si bien era
prácticamente monopolio del clero, tanto por la lengua que empleaba —el latín— como
por la complejidad —técnica y económica— del proceso escritural3, no dejaba de ser
una formidable herramienta de poder en las manos adecuadas.
El monarca que aspiraba a consolidar su poder e influencia sobre el resto de
poderes de su territorio e incluso a expensas de los reinos vecinos buscaba aparecer
representado en dichos textos rodeado de una serie de atributos de muy diverso tipo que
lo glorificaban y lo ensalzaban, subrayando su excepcionalidad como ser humano.
Como bien señalaba Bernard Guénée, “les princes du Moyen-Âge étaient si convaincus
du poids de l’histoire, ils savaient si bien l’importance des arguments que l’histoire
pouvait fournir à leur propagande que nombre d’entre eux prirent grand soin de veiller à
la composition d’œuvres historiques qui, disant les temps plus anciens, devaient
annoncer ou justifier leur pouvoir ou qui, relatant le récent passé, devaient laisser de
leur propre règne l’image la plus favorable”4.
Se producía así un proceso de construcción, puesta por escrito y transmisión de
una determinada imagen del soberano5. Los textos historiográficos comunicaban así —
tanto de forma voluntaria como involuntaria— una serie de imágenes —positivas y
negativas— de los personajes acerca de los que versaban, y en particular de los reyes.
En su caso, entre los múltiples valores que se les asociaban, la mayoría provenía de
tiempos muy anteriores, de época clásica incluso, y remitían a un imaginario colectivo
ya muy desarrollado y arraigado en la mentalidad de la época teñido de un fuerte olor
1
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1994), La consolidación territorial de la monarquía feudal castellana.
Expansión y fronteras durante el reinado de Fernando III, Madrid, CSIC, pp. 7-9; MENJOT, D., “Les
royaumes chrétiens péninsulaires dans l’Europe à l’aube du XIIIe siècle”, en CRESSIER, P. y
SALVATIERRA, V. (coords.), Las Navas de Tolosa, 1212-2012. Miradas Cruzadas, Jaén, Universidad de
Jaén, 2014, pp. 197-210; véase también de forma general PASCUA ECHEGARAY, E. (1996), Guerra y pacto
en el siglo XII. La consolidación de un sistema de reinos en Europa occidental, Madrid, CSIC.
2
VALDALISO, C. (2010), Historiografía y legitimación dinástica. Análisis de la Crónica de Pedro I de
Castilla, Valladolid, Universidad de Valladolid, pp. 60-69.
3
ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais. Chancellerie et écriture du pouvoir royal (Castille, 11571230), París, SEMH-Sorbonne, pp. 27-108.
4
GUENEE, B. (1980), Histoire et culture historique dans l’Occident médiéval, París, Aubier, p. 337.
5
Véase el ejemplo reseñado más abajo de BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey en la
cronística castellana. Propaganda y legitimación durante la primera mitad del siglo XIV, Madrid, La
Ergástula.
9
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
religioso, pues eran clérigos quienes se encargaban de plasmar en el papel estos relatos
y retratos6.
Este proceso no fue ajeno a las transformaciones que empezaron a producirse
entonces en el campo de la cultura y del saber, de la mano del llamado “Renacimiento
del siglo XII”7. En esta sociedad europea occidental, a partir del siglo XII
principalmente, la cultura se difundió en bastante más medida que hasta entonces. En
las cortes de los príncipes se daban cita una multitud de intelectuales y diversas gentes
relacionadas con el “mundo cultural”. No es de extrañar que, alcanzada por este
fenómeno y estrechamente vinculada a él, la mentalidad de las élites tendiera a imbuirse
de nuevos presupuestos e ideales que no tardaron en reflejarse en los textos que
proclamaban su imagen idealizada8.
El reino castellano-leonés bajo la égida de Fernando III —monarca de Castilla
desde 1217 y de ambos reinos desde 1230, y hasta 12529— no fue ajeno a este proceso.
Como ha puesto de relieve Ana Rodríguez López10, fue durante la primera mitad del
siglo XIII, coincidiendo con el reinado de Fernando III, cuando se produjo en Castilla y
León este fenómeno de consolidación y reforzamiento del poder monárquico,
desarrollándose en una doble vertiente. Por un lado, el rey reanudó —tras su difícil
acceso al trono— la tendencia iniciada por su abuelo, Alfonso VIII, en Castilla, lo que
contribuyó al refuerzo de las estructuras monárquicas y permitió imponer a la revoltosa
nobleza —o al menos intentarlo— la férula de su control.
Por el otro, y de nuevo sacando provecho de la muy favorable coyuntura
histórica legada por su abuelo, Fernando III reanudó la ofensiva contra el islam
peninsular, dando inicio a una de las mayores fases de expansión del reino gracias a la
conquista del valle del Guadalquivir. Dicho fortalecimiento provocaría que su sucesor,
Alfonso X, concibiera la de Fernando III como una “monarquía fundacional”, tal y
como se reflejó en los distintos textos alfonsíes. Ello es señal de que, en efecto, la
institución regia en tiempos de Fernando III había hecho notables progresos en el
terreno de la afirmación de su poder11.
6
CURTIUS, E. R. (1995), Literatura europea y Edad Media latina, Madrid, Fondo de Cultura Económica
[1ª ed. alemana 1948]; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2008), Los reyes sabios. Cultura y poder en la
Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, Madrid, Actas.
7
HASKINS, C. H. (2013), El renacimiento del siglo XII, Barcelona, Ático de los Libros [1ª ed. inglesa
1927].
8
BUMKE, J. (1991), Courtly Culture. Literature and society in the High Middle Ages, Berkeley,
University of California Press [1ª ed. alemana 1986].
9
Sobre el reinado de Fernando III puede consultarse la ya clásica obra de GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (19801986), Reinado y diplomas de Fernando III, vol. 1, Córdoba, Publicaciones del Monte de Piedad y Caja
de Ahorros de Córdoba, en gran medida actualizada por el trabajo de GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M. (2011),
Fernando III el Santo, Sevilla, Fundación José Manuel Lara.
10
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1994), La consolidación territorial…, pp. 81-133.
11
NIETO SORIA, J. M. (2003a), “La monarquía fundacional de Fernando III”, en Fernando III y su tiempo
(1201-1252): VIII Congreso de Estudios Medievales, Ávila, Fundación Sánchez-Albornoz, pp. 31-66.
Quizá, no obstante, haya que plantearse hasta qué punto el reinado de Fernando III consiguió realmente
reforzar las estructuras de poder monárquicas y no sólo canalizar la destructiva belicosidad nobiliaria
hacia un fin concreto: la expansión a costa del islam. Al fin y al cabo, su sucesor, Alfonso X, habría de
hacer frente a numerosas revueltas nobiliarias a lo largo de su reinado, destacando la de 1272,
especialmente virulenta, y la de 1284, encabezada por su propio hijo, que acabaría arrebatándole el trono.
10
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Desde luego, la monarquía fernandina fue sin duda fundacional en el ámbito
historiográfico12. Tras casi medio siglo de “silencio” cronístico, en apenas dos décadas,
entre 1226 y 1246, vieron la luz tres magnas crónicas redactadas en latín y que
supondrían, en dos de sus casos, los hitos fundacionales de la posterior historiografía
alfonsí: la Chronica latina regum Castellae, atribuida al obispo y canciller del reino
Juan de Osma; el Chronicon mundi, del obispo Lucas de Tuy y la celebérrima Historia
de rebus Hispaniae, obra de Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo.
Las tres crónicas nacían con vocación no sólo de narrar los hechos del pasado y
—sobre todo— del presente, sino de servir de speculum principis y, más importante
aún, de transmitir de forma más o menos explícita una ideología y una concepción del
poder claramente pro-monárquica. No hemos de olvidar que al menos en dos de los
casos la elaboración del texto historiográfico se hizo previa petición del rey —la reina
madre Berenguela, en el caso del Chronicon mundi—, como habrá ocasión de ver; y
que, además, las tres crónicas emanaron de círculos muy próximos al poder regio. Al
mismo tiempo, no obstante, cada autor se las ingenió para deslizar, con mayor o menor
discreción, su particular visión de los hechos y para defender sus propias ideas e
intereses. De todos modos, el retrato y la narración de los hechos de los distintos
monarcas, indiscutibles protagonistas de las crónicas, eran una ocasión sin igual para
construir una imagen monárquica ideal.
El objetivo del presente trabajo es precisamente ese: determinar qué imagen de
la monarquía se ofrece en dichas crónicas, individualizando sus distintos rasgos y
estableciendo las similitudes y diferencias entre los tres textos. Para ello —y dada la
limitación en la extensión del presente trabajo— facilitará la tarea el centrarse en un
determinado monarca: Alfonso VIII. El porqué de esta elección responde a varias
causas: en primer lugar, los tres cronistas fueron contemporáneos de al menos parte de
su reinado y observadores privilegiados del desarrollo de ciertos acontecimientos del
mismo, gracias a su proximidad a la curia regia. En segundo término, la Chronica latina
regum Castellae, por su peculiar enfoque, sólo se centra con detalle en los reinados de
este monarca, Enrique I y Fernando III. Habiendo reinado Enrique I durante muy poco
tiempo —apenas tres años, entre 1214 y 1217—, y dada la vocación comparativa de este
trabajo, lo más lógico es escoger un mismo protagonismo a la hora de centrar el análisis.
Bien podría haber sido Fernando III, pero lo cierto es que las tres crónicas culminan su
relato con la conquista de Córdoba en 1236, sin que dispongamos de una continuación
del mismo para las últimas dos décadas de su reinado. Por tanto, resulta que es la figura
de Alfonso VIII la que mejor se presta para una comparación en los tres textos. En
efecto, tanto el Chronicon mundi como la Historia de rebus Hispaniae así como la
Chronica latina ofrecen una imagen completa y detallada de su reinado y sus autores
En este sentido se interroga FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ, I. (2002-2003), “De la historiografía fernandina a la
alfonsí”, Alcanate, 3, pp. 93-134.
12
Para no sobrecargar excesivamente el aparato de notas, iremos desgranando en las siguientes páginas
las referencias concretas a las crónicas, sus ediciones y los estudios sobre las mismas y sus autores; por el
momento, nos limitamos a ofrecer un breve resumen introductorio.
11
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
consideran —especialmente en el caso de Jiménez de Rada13— que es en el vencedor de
Las Navas en quien se encarnan las mayores virtudes del paradigma regio.
El trabajo dará cuenta, tras un panorama bibliográfico acerca del tema y de una
exposición más detallada de las obras, sus autores y el contexto en el que se crearon, de
la propaganda y la ideología regias que se desarrollaron en torno a la figura de Alfonso
VIII, traduciéndose ambas en distintas imágenes del rey.
Se define propaganda como el “conjunto de los procesos de comunicación por
cuyo medio se difunden los valores, las normas y las creencias que forman las
ideologías políticas”. Su objetivo no es otro que el de ofrecer una determinada imagen
que “dé origen a obtener un acto del individuo y de la colectividad, debiendo
conseguirse con la máxima eficacia y economía”. Son tres los fines principales de la
propaganda política: justificar una política que no goza de unanimidad; respaldar el
sistema político —o cuestionarlo— y exaltar el sentimiento de pertenencia a una
determinada comunidad política. Para ello no se duda en emplear la falsedad, por lo
general para dar antigüedad y, por tanto, autoridad, a una decisión o a una institución14.
Ideología se refiere a “la representación mental que el individuo se hace de sus
condiciones cotidianas de existencia”. La representación del poder real, entendida como
ideología, se configura como un “sistema completo” que pretende ofrecer seguridad —
como toda ideología— y, para ello, necesita de la “deformación de la realidad; sólo así
se puede conseguir que lo dudoso se convierta en incuestionable”. Para ello necesita
sustentarse en un sistema de valores inamovible que permita una justificación idéntica y
estable a lo largo del tiempo15.
Por imagen se entiende16 tanto la representación simbólica más o menos externa
integrada dentro de la dramaturgia política medieval, referida por tanto al campo de la
propaganda y la representación; como una dimensión propia del pensamiento y, en
consecuencia, abstracta y categorial por su universalidad, vinculada al campo de la
publicística y del pensamiento político y jurídico. En el caso del presente estudio,
imagen se refiere al conjunto de símbolos, representaciones y formulaciones ideológicas
—de naturaleza escrituraria— que vincularon al poder regio con un determinado
paradigma ideal que encarnaba una serie de virtudes y excelencias consideradas como
propias de la realeza.
Una imagen tiene poder en sí misma, siendo el vehículo más utilizado para
expresarla la palabra. De este modo, cada palabra se convierte en una delegación del
Amaia Arizaleta ha llegado a hablar, para la Historia de rebus Hispaniae, de un “Libro de Alfonso el
Noble” que podría individualizarse del resto del relato del arzobispo toledano (vid. ARIZALETA, A.
(2003), “Ut lector agnosceret: discurso y recepción en la obra de Rodrigo Jiménez de Rada (primera
mitad del siglo XIII)”, Cahiers de linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 26, pp. 163186.); por su parte, SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII de Castilla
(tesis doctoral), Salamanca, Universidad de Salamanca, afirma que “el latín de estos pasajes [que versan
sobre Alfonso VIII] es el más encendido, rítmico, trabajado y bello de toda la obra, expresando
incondicionalmente el fervor del Toledano por su señor” (p. 448).
14
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real en Castilla (siglos XIII-XVI),
Madrid, Eudema, p. 42.
15
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, pp. 44-45.
16
Se sigue en este caso la definición que proporciona RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (1997), “Imago
sapientiae: los orígenes del ideal sapiencial medieval”, Medievalismo, 7, pp. 11-39 (concretamente pp.
13-15).
13
12
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
poder de la imagen en cuestión. Las imágenes del poder real se caracterizaron por ser
“descargas sobre el intelecto del lector o del oyente, que buscaban el sobrecogimiento y
el empequeñecimiento de éste ante la grandeza de una figura regia que se le presenta
con pretensiones de mayor o menor incontestabilidad”. Así, buena parte de las imágenes
reales tienden a “despojar a la figura real sobre la que se aplica[n] de todos los defectos
propios de la persona humana, para convertirla en idea perfecta, estereotipada e
inolvidable. Este efecto de la imagen es más intenso en cuanto que la mayoría de los
súbditos a los que va dirigido este mensaje no ha visto jamás al monarca”17.
A cada una de ellas se le dedicará un capítulo, siendo un total de cinco las
imágenes analizadas en los distintos textos cronísticos en relación a Alfonso VIII: la
imagen teológica del rey —donde se analizará la presencia de Dios y su relación con el
monarca—; su imagen cruzada; su imagen guerrera; su imagen sapiencial y cortés; y,
por último, su imagen política —es decir, cuál es la concepción socio-dialéctica del rey
en su relación con las distintas fuerzas del reino. Evidentemente cualquier intento de
establecer fronteras claras y rígidas entre estas cinco imágenes distintas no está exento
de riesgos e imprecisiones, puesto que algunas de las imágenes que las crónicas ofrecen
del rey podrían incluirse en dos categorías. Un ejemplo especialmente ilustrativo lo
hallamos en el topos del rey como miles Christi, que contiene elementos tanto religiosos
como guerreros. En ese caso, se intentará optar por la catalogación que ofrezca menos
problemas para la comprensión global del trabajo.
En suma, y retomando las palabras de Carmen Benítez, se trata de analizar estas
tres crónicas con la intención de realizar un acercamiento a lo que sus autores
“pensaron, a su imagen sobre el poder y a la forma en la que creyeron que era correcto
regularlo, a la manera que hallaron de justificarlo y de qué forma lo plasmaron en estos
textos”, ya que, tal y como ya se ha indicado antes, las obras historiográficas constituían
“un precioso instrumento al servicio de las ideas, en este caso aquéllas que pretende
difundir, precisamente, uno de los centros de ese poder: la Monarquía. Así, no se trata
de utilizar la cronística como un medio, sino de considerarla el objeto de estudio y,
dentro de todas las posibilidades que ofrece, detenerse en su función de instructora de la
sociedad de recepción, en su carácter de arma política”18.
17
18
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, p. 36.
BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…, pp. 15-16.
13
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
1.
ESTADO DE LA CUESTIÓN
Desde finales de la década de los años ochenta del siglo pasado, la historiografía
hispana ha experimentado un renovado interés por aquellos temas relacionados con el
campo de investigación que cabría denominar “poder e ideología”. Las manifestaciones
de los diversos poderes medievales —con especial atención al poder regio— en el plano
mental e ideológico, la justificación de su razón de ser y de su actuación y su percepción
por parte de los contemporáneos son, a grandes rasgos, los elementos definitorios más
notables de dicho ámbito de interés. La institución monárquica, una de las más
representativas del mundo medieval —si no la que más— se ha convertido en un objeto
privilegiado y preferente de atención por parte de los historiadores. En este sentido el
mundo hispano no hace sino seguir tendencias historiográficas europeas que vienen ya
de tiempo atrás; tal y como ocurre —por desgracia— en muchos otros ámbitos de la
historiografía, también aquí lleva —¿llevaba?— cierto retraso con respecto al panorama
continental.
En efecto, como se señalaba recientemente, “no son pocos los investigadores que
desde distintos ámbitos de estudio se han visto atraídos por las imágenes y justificación
del poder en la Edad Media castellana. Filología, Historia, Historia del Arte, Derecho o
Filosofía son algunas de las disciplinas desde las que los especialistas se han acercado a
esta cuestión que […] permite un análisis muy poliédrico”19.
Posiblemente uno de los jalones iniciales de esta tendencia se halle en la de
sobra conocida obra de Marc Bloch Los reyes taumaturgos20, publicada originalmente
en francés en 1924, en la que el insigne medievalista galo abordaba, desde una
perspectiva comparada entre los ámbitos de las monarquías francesa e inglesa, el
fenómeno milagroso de la curación de las escrófulas. Dicha obra era notable —además
de por su enfoque comparativo y la extensión de la cronología desde los tiempos
medievales a los modernos— por estudiar un fenómeno vinculado a la ideología regia
que sirvió de elemento legitimador del poder establecido.
Unas décadas más tarde, en 1957, Ernst Kantorowicz publicaba Los dos cuerpos
del rey21, en el que abordaba desde las perspectivas religiosa y jurídica la doble
concepción que en la Edad Media se tenía de la persona regia. Aunque carente en
algunas partes de cohesión a nivel cronológico y geográfico —pese a que de nuevo
encontramos aquí la muy loable virtud de la amplitud de miras temporal y espacial—, el
texto de Kantorowicz insiste en que durante los tiempos medievales y modernos el rey
gozó de una “doble personalidad”: por un lado, una persona física, encarnada por el ser
humano que asumía el título de soberano y que estaba sometida, por tanto, a la
BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…, p. 16.
BLOCH, M. (2006), Los reyes taumaturgos. Estudio sobre el carácter sobrenatural atribuido al poder
real, particularmente en Francia e Inglaterra, México D. F., Fondo de Cultura Económica [1ª ed.
francesa 1924].
21
KANTOROWICZ, E. (2012), Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teoría política medieval, Madrid,
Akal [1ª ed. inglesa 1957].
19
20
14
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
contingencia de la muerte; por el otro, una persona ficticia, existente únicamente en el
plano mental e ideológico y que, en tanto que representación ideal y abstracta del poder
monárquico, se hallaba exenta de las limitaciones y los defectos propios del género
humano.
Lo cierto es que ambos estudios sentaron un precedente y fueron seguidos muy
de cerca por las investigaciones posteriores22, particularmente en el caso hispano. Ello a
pesar de que, tanto en un caso como en el otro, el ámbito peninsular quedaba —como
sigue siendo costumbre hoy en día demasiadas ocasiones— olvidado. A remediar esta
situación de marginalidad no contribuyó, precisamente, uno de los primeros estudios
que se elaboraron sobre la concepción del poder en la Península Ibérica, de la mano de
Teófilo F. Ruiz, cuyo título era revelador de la perspectiva desde la que se abordaba:
“Une royauté sans sacre: la monarchie castillane au bas Moyen Âge”23. Su autor
establecía una comparación entre la monarquía castellana y las monarquías
“paradigmáticas” de Francia e Inglaterra para señalar todo aquello que la institución
hispana no era y aquellas instituciones, ceremonias y símbolos con los que no contaba,
de forma, en ocasiones, un tanto acrítica.
La respuesta a estas tesis no tardó en llegar, de la mano en primer lugar del
profesor José Manuel Nieto Soria en varios artículos24 y, sobre todo, en su célebre
Fundamentos ideológicos del poder real en Castilla (siglos XIII-XVI)25. La obra,
articulada en dos grandes apartados —el primero destinado a las imágenes religiosas del
poder regio, el segundo a las de naturaleza jurídica—, establecía una prolija
catalogación y categorización de las distintas imágenes que circulaban en la Castilla
bajomedieval del poder regio, definiendo con concisión cada una de ellas y aportando
numerosos ejemplos. Lo más importante de todo era que su autor demostraba con
contundencia la presencia, en la monarquía castellana, de una serie de elementos
ideológicos que —pese a revestirse a veces con distinta apariencia o manifestarse en un
grado menor que en los casos francés e inglés—, la equiparaban hasta cierto punto con
los restantes reinos europeos. A falta de, quizás, un mayor esfuerzo de exhaustividad y
de explicar de forma convincente el porqué de algunas de las particularidades
peninsulares, los Fundamentos ideológicos de J. M. Nieto Soria siguen siendo, a día de
hoy, una obra de imprescindible consulta a quien desee adentrarse en el mundo de la
ideología del poder regio hispano en la Edad Media y Moderna.
22
Es inevitable mencionar aquí algunos de los trabajos más destacados de G. Duby, quien ha centrado
parte de sus esfuerzos en la historia ideológica y cultural (aunque en el ámbito francés). Véase, por
ejemplo, DUBY, G. (1978), Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, París, Gallimard; DUBY, G.
(1988), El domingo de Bouvines. 24 de julio de 1214, Madrid, Alianza [1ª ed. francesa 1973].
23
RUIZ, T. F. (1984), “Une royauté sans sacre: la monarchie castillane au bas Moyen Âge”, Annales.
Économie, sociétés, civilisations, 3, pp. 429-453.
24
NIETO SORIA, J. M. (1986), “Imágenes religiosas del rey y del poder real en la Castilla del siglo XIII”,
En la España medieval, 9, pp. 709-730; NIETO SORIA, J. M. (1987), “La Monarquía Bajomedieval
castellana: ¿una realeza Sagrada?”, en Homenaje al profesor Juan Torres Fontes, vol. 2, Murcia,
Universidad de Murcia, pp. 1225-1237 y NIETO SORIA, J. M. (1989), “Los fundamentos míticolegendarios del poder regio en la Castilla bajomedieval”, en PIERRE ETIENVRE, J. (coord.), La leyenda:
antropología, historia, literatura: actas del coloquio celebrado en la Casa de Velázquez (Madrid, 1986),
Madrid, Casa de Velázquez, pp. 55-68.
25
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real.
15
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Por las mismas fechas Adéline Rucquoi coordinaba un proyecto de investigación
que daría a luz sendas obras que buscaban establecer las vinculaciones a nivel
ideológico e institucional entre los reinos medievales y su posterior estatalización en
tiempos modernos: Génesis medieval del Estado Moderno, obra colectiva en la que
algunos artículos tocaban el tema de la ideología regia26; así como la más vinculada al
mundo de las representaciones mentales Realidad e imágenes del poder. España a fines
de la Edad Media27. A. Rucquoi sería asimismo la autora de un sugerente estudio que
buscaba, en la línea emprendida por J. M. Nieto Soria, revertir la imagen propugnada
por el estudio de T. F. Ruiz. Con este fin publicó “De los reyes que no son taumaturgos.
Los fundamentos de la realeza en España”28, provocativo trabajo en el que buscaba
refutar de forma sistemática las tesis sostenidas por este último autor y, al mismo
tiempo, explicar el porqué de la innegable especificidad hispana en muchos de los
aspectos de la ideología regia.
La ideología regia y, más en general, el estudio de las monarquías como poder y
símbolo en la Edad Media hispana han sido en fechas más recientes objetos de
numerosos estudios. Desde la época visigótica hasta la transición a la modernidad,
podríamos citar numerosos trabajos como los de Amancio Isla Frez 29, Fermín Miranda
García30 Helène Sirantoine31, Carlos Estepa Díez32, Fernando Arias Guillén33, J.
26
RUCQUOI, A. (1987) (coord.), Génesis medieval del Estado Moderno: Castilla y Navarra (1250-1370),
Valladolid, Ámbito; destacan en el mismo principalmente los artículos de RUIZ, T. F., “L’image du
pouvoir à travers les sceaux de la monarchie castillane”, pp. 217-228 y LINEHAN, P., “Ideología y liturgia
en el reinado de Alfonso XI de Castilla”, pp. 229-244.
27
RUCQUOI, A. (1988) (coord.), Realidad e imágenes del poder. España a fines de la Edad Media,
Valladolid, Ámbito; con los artículo de DEYERMOND, A. D., “La ideología del Estado moderno en la
literatura española del siglo XV”, pp. 171-194 y YARZA LUZANES, J., “La imagen del rey y la imagen del
noble en el siglo XV castellano”, pp. 267-292.
28
RUCQUOI, A. (1995), “De los reyes que no son taumaturgos. Los fundamentos de la realeza en España”,
Temas medievales, 5, pp. 163-186.
29
ISLA FREZ, A. (1999), Realezas hispánicas del año mil, La Coruña, Do Castro; ISLA FREZ, A. (2007),
Memoria, culto y monarquía hispánica entre los siglos X y XII, Jaén, Universidad de Jaén.
30
MIRANDA GARCÍA, F. (2003), “Imagen del poder monárquico en el reino de Pamplona del siglo X”, en
Galán Lorda et al. (eds.), Navarra. Historia y origen. Actas del VI Congreso de Historia de Navarra
(Pamplona, 2006), vol. 3, Pamplona, Gobierno de Navarra, pp. 73-95; MIRANDA GARCÍA, F. (2008), “La
realeza navarra y sus rituales en la Alta Edad Media”, en Ramírez Vaquero, E. (coord.), Ceremonial de la
Coronación, Unción y Exequias de los Reyes de Inglaterra (Edición facsímil y estudios
complementarios), Pamplona, Gobierno de Navarra, pp. 253-278.
31
SIRANTOINE, H. (2010), “Memoria construida, memoria destruida: la identidad monárquica a través del
recuerdo de los emperadores de Hispania en los diplomas de los soberanos castellano-leoneses”, en JARA
FUENTE, J. A. et al. (eds.), Construir la identidad en la Edad Media. Poder y memoria en la Castilla de
los siglos VII a XV, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, pp. 225-247; SIRANTOINE, H. (2012b),
Imperator Hispaniae. Les idéologies impériales dans le royaume de Léon (IXe-XIIe siècles), Madrid,
Casa de Velázquez.
32
ESTEPA DÍEZ, C. (2010), “Naturaleza y poder real en Castilla”, en JARA FUENTE, J. A. et al., Construir
la identidad en la Edad Media. Poder y memoria en la Castilla de los siglos VII a XV, Cuenca,
Universidad de Castilla-La Mancha, pp. 163-181; ESTEPA DÍEZ, C. (2011), “Memoria y poder real bajo
Alfonso VIII (1158-1214)”, en MARTÍNEZ SOPENA, P. y RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (eds.), La construcción
medieval de la memoria regia, Valencia, Universitat de València, pp. 189-205.
33
ARIAS GUILLÉN, F. (2007), “Los discursos de la guerra en la Gran Crónica de Alfonso XI”, Miscelánea
Medieval Murciana, XXXI, pp. 9-21; ARIAS GUILLÉN, F. (2009), “Honor y guerra. La tensión entre la
realidad bélica y el discurso ideológico en la cronística castellana de la primera mitad del siglo XIV”,
Hispania: Revista española de Historia, 232, pp. 307-330; ARIAS GUILLÉN, F. (2011), “La imagen del
monarca en el siglo XIV. Alfonso XI frente a Eduardo III”, e-Spania, 11 [https://e-
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Gimeno Casalduero34, Covadonga Valdaliso35, Ana Isabel Carrasco Machado36, Marina
Kleine37 y, por supuesto, el ya citado J. M. Nieto Soria38. También están en boga
estudios sobre la construcción y la transmisión de ideologías e identidades que se han
plasmado en diversas obras colectivas, como la coordinada por Pascual Martínez
Sopena y Ana Rodríguez López39 o aquella otra dirigida por José Antonio Jara Fuente40.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que la ideología regia se creaba y se
transmitía a través de soportes muy diversos. Un ejemplo evidente es el de la
iconografía41, pero el que aquí interesa, a efectos del presente trabajo, es el del texto
escrito. Fuente por excelencia del historiador, durante la Edad Media la ideología regia
y aquellas ideas concernientes a la figura y la representación de la monarquía se
plasmaron en muy variopintos formatos escriturales. Por su relación próxima y
privilegiada con el monarca y por su implicación en la gestación y la toma de
decisiones, los documentos de las cancillerías regias son un observatorio privilegiado
para el estudio de estas imágenes.
En este sentido, la historiografía sobre las cancillerías y su producción es muy
abundante, por lo que se reseñan aquí los títulos referidos a la época de interés. Por un
spania.revues.org/20412]; ARIAS GUILLÉN, F. (2012), Guerra y fortalecimiento del poder regio en
Castilla: el reinado de Alfonso XI (1312-1350), Madrid, CSIC-Ministerio de Defensa.
34
GIMENO CASALDUERO, J. (1972), La imagen del monarca en el siglo XIV. Pedro el Cruel, Madrid,
Revista de Occidente.
35
VALDALISO, C. (2010), Historiografía y legitimación dinástica…
36
CARRASCO MACHADO, A. I. (2006), “Propaganda política en los panegíricos poéticos de los Reyes
Católicos: una aproximación”, Anuario de Estudios Medievales, 25/2, pp. 517-544; CARRASCO
MACHADO, A. I. (2000), Discurso político y propaganda en la Corte de los Reyes Católicos (1474-1482),
tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid; CARRASCO MACHADO, A. I. (2002), “Isabel
la Católica y las ceremonias de la monarquía: las fuentes historiográficas”, e-Spania, 1 [https://espania.revues.org/308].
37
KLEINE, M. (2014), “Imágenes del poder real en la obra de Alfonso X (I): Rex christianus”, De Medieo
Aevo, 3/1, pp. 1-42; KLEINE, M. (2014), “Imágenes del poder real en la obra de Alfonso X (II): Rex
iustus”, De Medieo Aevo, 3/2, pp. 39-80; KLEINE, M. (2014), “Imágenes del poder real en la obra de
Alfonso X (III): Rex sapiens”, De Medieo Aevo, 4/1, pp. 63-98.
38
NIETO SORIA, J. M. (1992), “Lo divino como estrategia de poder en Castilla (siglos XIII-XV)”, Sección
cronológica II. Metodología: la biografía histórica, Madrid, Comité Internacional des Sciencies
Historiques, pp. 669-674; NIETO SORIA, J. M. (1999), “Ideología y poder real en la Península”, en La
historia medieval en España: un balance historiográfico (1968-1998). XXV Semana de Estudios
Medievales (Estella, 1998), Pamplona, Gobierno de Navarra, pp. 335-382; NIETO SORIA, J. M. (2001),
“La coronación del rey: los símbolos y la naturaleza de su poder”, en RODRÍGUEZ LLOPIS, M. (coord.),
Alfonso X y su época: el siglo del rey sabio, Barcelona, Carroggio, pp. 127-152; NIETO SORIA, J. M.
(2002), “El reino: la monarquía bajomedieval como articulación ideológico-jurídica de un espacio
político”, en DE LA IGLESIA DUARTE, J. I. y MARTÍN RODRÍGUEZ, J. L. (coords.), Los espacios de poder
en la España medieval: XII Semana de Estudios Medievales (Nájera, 2001), Logroño, Instituto de
Estudios Riojanos, pp. 341-370.
39
MARTÍNEZ SOPENA, P. y RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (eds.) (2011), La construcción medieval de la memoria
regia, Valencia, Universitat de València.
40
JARA FUENTE, J. A. et al. (2010), Construir la identidad en la Edad Media. Poder y memoria en la
Castilla de los siglos VII a XV, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha.
41
Véanse a modo de ejemplos PÉREZ MONZÓN, P. (2002), “Iconografía y poder real en Castilla: las
imágenes de Alfonso VIII”, Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte (UAM), 14, pp. 1941 y ALONSO ÁLVAREZ, R. (2013), “La memoria de Alfonso VIII de Castilla en Las Huelgas de Burgos:
arquitectura y liturgia funeraria”, en LÓPEZ OJEDA, E. (coord.), 1212, un año, un reinado, un tiempo de
despegue. XXIII Semana de Estudios Medievales de Nájera, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, pp.
349-376.
17
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
lado, es imprescindible mencionar la ciclópea labor de recopilación y publicación
llevada a cabo por el profesor Julio González para los reinados de Sancho III, Alfonso
VIII, Enrique I y Fernando III42, obras que han servido y siguen haciéndolo de cimiento
documental para cualquier estudio que aborde dicha época. En fechas más recientes se
ha revisado y añadido algún documento a esta colección, gracias a la iniciativa de
Carlos Estepa Díez43.
Por supuesto, la cancillería como institución monárquica y como mecanismo
productor de ideología monárquica ha sido objeto también de numerosos trabajos, entre
los que cabría citar —siempre para el periodo en cuestión— los de A. López Gutiérrez,
Pilar Ostos Salcedo, María José Sanz Fuentes, Carlos Estepa o Helène Sirantoine44.
Mención aparte merece el trabajo de Amaia Arizaleta titulado Les clercs au palais, en el
que ofrece un interesante estudio sobre el contexto de la cancillería de Alfonso VIII,
Enrique I y los primeros años de Fernando III indagando en los contenidos ideológicos
de los diplomas y en cómo éstos contribuyeron a fortalecer la imagen del poder regio en
un periodo de “silencio historiográfico”45.
No obstante, son muchos otros los textos que buscaban aprehender entre sus
páginas la figura del rey: obras literarias, filosóficas, doctrinales46 y, en especial, de
corte historiográfico. Sin entrar aquí en la diversa tipología de fuentes historiográficas
con que se catalogan hoy en día dichas obras de miras históricas, tipología
suficientemente estudiada por Bernard Guenée47 o Carmen Orcástegui y Esteban
Sarasa48, la cronística es, posiblemente, uno de los géneros que mejor refleja la imagen
42
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1960), El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, vols. 2 y 3, Madrid,
CSIC; GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1980-1986), Reinado y diplomas de Fernando III, vols. 2 y 3, Córdoba,
Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba.
43
ESTEPA DÍEZ, C., ÁLVAREZ BORGE, I. y SANTAMARTA LUENGOS, J. M. (2011), Poder real y sociedad.
Estudios sobre el reinado de Alfonso VIII (1158-1214); ÁLVAREZ BORGE, I., Cambios y alianzas. La
política regia en la frontera del Ebro en el reinado de Alfonso VIII de Castilla (1158-1214), León,
Universidad de León.
44
LÓPEZ GUTIÉRREZ, A. (1994), “La cancillería de Fernando III, rey de Castilla y León (1230-1252).
Notas para su estudio”, Archivo Hispalense, 76, pp. 71-81; OSTOS SALCEDO, P. (1994a), “La cancillería
de Alfonso VIII, rey de Castilla (1158-1214). Una aproximación”, Boletín Millares Carlo, 13, pp. 101135; OSTOS SALCEDO, P. (1994b), “La cancillería de Fernando III, rey de Castilla (1217-1230). Una
aproximación”, Archivo Hispalense, 74, pp. 59-70; SANZ FUENTES, M. J. (1992), “Cancillería y cultura:
los preámbulos en la documentación de Alfonso VIII”, en Alfonso VIII y su época. II Curso de cultura
medieval (Aguilar de Campoo, 1990), Aguilar de Campoo, Centro de Estudios del Románico, pp. 387391; ESTEPA DÍEZ, C. (2011b), “Memoria y poder real bajo Alfonso VIII (1158-1214)”, en MARTÍNEZ
SOPENA, P. y RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (eds.), La construcción medieval de la memoria regia, Valencia,
Universitat de València, pp. 189-205; SIRANTOINE, H. (2012a), “La cancillería regia en época de
Fernando III: ideología, discurso y práctica”, en AYALA MARTÍNEZ, C. y RÍOS SALOMA, M., Fernando III.
Tiempo de cruzada, Madrid, Sílex, pp. 175-203.
45
ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais…
46
Pueden verse, a modo de ejemplo, GÓMEZ REDONDO, F. (2007), Historia de la prosa medieval
castellana, vol. 1, Madrid, Cátedra y ARIZALETA, A. (1999), La translation d’Alexandre. Recherches sur
les structures et les significations du Libro de Alexandre, París, Klincksieck.
47
GUENEE, A. (1973), “Histoires, annales, chroniques. Essai sur les genres historiographiques au Moyen
Âge”, Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, 4, pp. 997-1016 y GUENEE, B. (1980), Histoire et
culture historique…
48
ORCÁSTEGUI, C. y SARASA, E. (1991), La historia en la Edad Media, Madrid, Cátedra.
18
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
regia, gracias a la profunda interconexión que en él vinculaba didáctica política e
historia. Tal y como rezaba la tan recurrente frase latina, “historia magistra principum”,
la historia es maestra de los príncipes: en efecto, una de las funciones primordiales de la
misma —y por tanto, de las crónicas— era ofrecer a su público —regio, por lo
general— una serie de modelos y pautas de comportamiento basados en el ejemplo que
ofrecía el pasado49.
Dos son las grandes líneas de investigación que ha seguido la bibliografía a la
hora de abordar las crónicas medievales50. La primera de ellas, más antigua, es aquella
relacionada con cuestiones textuales: procesos de composición, empleo de las fuentes,
organización y transmisión de los manuscritos, etc.
Buen ejemplo de ello, y de forma sorprendentemente temprana, se halla en la
labor emprendida desde el Seminario Menéndez Pidal51, desde el que varios autores han
contribuido al estudio en particular de la historiografía alfonsí, tanto con labores de
edición como de estudio de los diversos textos y manuscritos de la célebre Estoria de
España, denominada Primera Crónica General por el iniciador de dicha escuela,
Ramón Menéndez Pidal52. Podemos citar así los trabajos de Diego Catalán53, Inés
Fernández-Ordóñez54, Mariano de la Campa55 o Leonardo Funes56, así como las
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2004), “La figura del obispo cronista como ideólogo de la realeza en León
y Castilla. La construcción de un nuevo modelo de didáctica política en la primera mitad del siglo XIII”,
en AURELL, M. y GARCÍA DE LA BORBOLLA, A. (coords.), Imagen del obispo en la Edad Media,
Pamplona, Eunsa, pp. 115-152 (en especial p. 118).
50
Así lo indica también BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…, pp. 23-35.
51
Debido a la profusión de trabajos que se han realizado desde dicho Seminario, sólo citaremos aquellos
que sean más significativos.
52
ALFONSO X EL SABIO (1977), Primera Crónica General de España, MENÉNDEZ PIDAL, R. (ed.),
Madrid, Gredos.
53
CATALÁN, D. (1992), La Estoria de España de Alfonso X. Creación y evolución, Madrid, Fundación
Ramón Menéndez Pidal-Universidad Autónoma de Madrid; CATALÁN, D. (1997), De la silva textual al
proyecto historiográfico alfonsí: códices, versiones y cuadernos de trabajo, Madrid, Fundación Ramón
Menéndez Pidal.
54
FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (1992), Las Estorias de Alfonso el Sabio, Madrid, Istmo; FERNÁNDEZORDÓÑEZ, I. (2000a) (coord.), Alfonso X el Sabio y las crónicas de España, Valladolid, Fundación
Santander Central Hispano; FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2000b), “Valoración ideológica del modelo
historiográfico alfonsí en el siglo XIII: las versiones de la Estoria de España”, en MARTIN, G. (coord.), La
historia alfonsí: el modelo y sus destinos (siglos XIII-XV), Madrid, Casa de Velázquez, pp. 41-74.
55
CAMPA, M. (2000), “Las versiones alfonsíes de la Estoria de España”, en FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I.
(coord.), Alfonso X el Sabio y las crónicas de España, Valladolid, Fundación Santander Central Hispano,
pp. 83-106; CAMPA, M. (2000), “La “versión primitiva” de la Estoria de España de Alfonso X: edición
crítica”, en SEVILLA ARROYO, F. y ALVAR EZQUERRA, C. (coords.), Actas del XIII Congreso de la
Asociación Internacional de Hispanistas (Madrid, 1998), vol. 1, Madrid, Castalia.
56
FUNES, L. (1998), “El lugar de la Crónica particular de San Fernando en el sistema de las formas
cronísticas castellanas de principios del siglo XIV”, en WARD, A. (coord.), Actas del XII Congreso de la
Asociación Internacional de Hispanistas (Birmingham, 1995), vol. 1, Birmingham, University of
Birmingham, pp. 176-182; FUNES, L. (1999-2000), “La irrupción de la vida caballeresca en el relato
histórico: la Crónica particular de San Fernando”, Fundación, 2, pp. 83-94; FUNES, L. (2003), “De
Alfonso el Sabio al Canciller de Ayala: variaciones del relato histórico”, Memorabilia: boletín de
literatura sapiencial, 7 [http://parnaseo.uv.es/Memorabilia/Memorabilia7/Funes/Funes.htm]; FUNES, L.
(2003), “Una versión nobiliaria de la historia reciente en la Castilla post-alfonsí: la Historia hasta 1288
dialogada”, Revista de literatura medieval, 15/2, pp. 71-84.
49
19
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
ediciones de la Versión Crítica de la Estoria de España57 y otros textos de la tradición
historiográfica alfonsí de los siglos XIII y XIV58.
Estrechamente vinculada con esta línea de investigación se halla la
imprescindible labor de edición de las crónicas59. Hasta fechas relativamente recientes
se carecía de una edición crítica de las tres crónicas en cuestión, aunque hoy en día
disponemos de magníficas ediciones a cargo de Juan Fernández Valverde (Historia de
rebus Hispaniae60), Luís Charlo Brea (Chronica latina regum Castellae61) y Emma
Falque (Chronicon mundi62) aparecidas en el Corpus Christianorum – Continuitatio
Medievalis de Brepols. En la misma editorial se han publicado, asimismo, otros textos
historiográficos medievales hispanos de forma igualmente crítica63. Estas ediciones
cuentan con introducciones de gran valor no sólo por aportar información acerca de la
transmisión manuscrita, sino por establecer de forma sólida las dataciones de la obra y
contextualizarla haciendo referencia al autor, la época, la ideología…
De no menor importancia para los medievalistas son las traducciones de las
crónicas en cuestión. Ya sea en formato bilingüe (Chronica latina64) o bien con una
traducción al español (Historia de rebus Hispaniae65 y, nuevamente, la Chronica
latina66), estos textos son mucho más accesibles y permiten una mejor comprensión
global de la obra. Por supuesto, en el presente trabajo siempre se empleará la versión
original latina, aunque en ocasiones será acompañada de su respectiva traducción para
facilitar la lectura.
Hay que mencionar, asimismo, los estudios llevados a cabo por Inés FernándezOrdóñez destinados a analizar la estructura compositiva y las fechas de redacción tanto
57
Versión crítica de la Estoria de España. Estudio y edición desde Pelayo hasta Ordoño II (1993),
FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (ed.), Madrid, Fundación Ramón Menéndez Pidal-Universidad Autónoma de
Madrid y La “Estoria de España” de Alfonso X. Edición y estudio de la Versión crítica desde Fruela II
hasta la muerte de Fernando II (2009), CAMPA GUTIÉRREZ, M. (ed.), Málaga, Anejos de Analecta
Malacitana, LXXV, Universidad de Málaga.
58
Crónica General de España de 1344 (1971), CATALÁN, D. y ANDRÉS, M. S. (eds.), Madrid, Seminario
Menéndez Pidal-Gredos; Crónica del Moro Rasis (1975), CATALÁN, D. y ANDRÉS, M. S. (eds.), Madrid,
Seminario Menéndez Pidal-Gredos; Gran Crónica de Alfonso XI (1976), CATALÁN, D. (ed.), Madrid,
Seminario Menéndez Pidal-Gredos, 2 vols.
59
Véanse al respecto las reflexiones de VALCÁRCEL, V. (2005), “La historiografía latina medieval de
Hispania. Un quehacer de la filología latina hoy”, Historia, Instituciones, Documentos, 32, pp. 329-362.
60
RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (1987), Historia de rebus Hispaniae, en FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (ed.),
Rodericus Ximenius de Rada Opera Omnia vol. 1: Historia de rebus Hispanie vel historia gothica
(CCCM), Turnhout, Brepols.
61
Chronica latina Regum Castellae (1997), en CHARLO BREA, L., ESTÉVEZ SOLA, J. A. y CARANDE
HERRERO R. (eds.), Chronica Hispana saeculi XIII (CCCM), Turnhout, Brepols.
62
LUCAS DE TUY (2003), Chronicon Mundi, ed. FALQUE, E., Turnhout, Brepols.
63
Por ejemplo, la Chronica Naiarensis (1995), en ESTÉVEZ SOLA, J. A. (ed.), Chronica Hispana saeculi
XII, vol. 2, Turnhout, Brepols.
64
Crónica latina de los Reyes de Castilla (1984), CHARLO BREA, L. (ed. y trad.), Cádiz, Universidad de
Cádiz.
65
RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (1989), Historia de los Hechos de España, FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (ed.
y trad.), Madrid, Alianza.
66
Crónica latina de los Reyes de Castilla (1999), ed. CHARLO BREA, L., Madrid, Akal; y una versión muy
reciente: Crónica latina de los Reyes de Castilla (2010), en CHARLO BREA, L., ESTÉVEZ SOLA, J.A. y
CARANDE HERRERO R. (ed. y trad.), Crónicas hispanas del siglo XIII (CCT), Turnhout, Brepols.
20
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
de la Chronica latina regum Castellae67 como de la Historia de rebus Hispanie68. En el
primer caso puso de relieve que la tradicional división en nueve libros del texto de
Jiménez de Rada es un “añadido” del siglo XVI, así como la novedad que supuso para
tiempos del arzobispo la segmentación de su obra en capítulos. En el segundo,
estableció dos grandes etapas de composición de la crónica, resolviendo así las dudas
existentes sobre si podía atribuirse su autoría en exclusiva a Juan de Osma o si una
“segunda mano” había intervenido en su composición69.
Por otra parte, en fechas más recientes tanto este texto70 como el Chronicon
mundi71 han sido objeto de sendas tesis doctorales que se han centrado principalmente
en aspectos textuales y formales, estableciendo con precisión las fuentes a las que
tuvieron acceso Lucas de Tuy y Jiménez de Rada para componer sus obras. En los dos
casos es de agradecer una mirada renovadora sobre dos obras que, a pesar de su capital
importancia, aún carecían —y siguen careciendo, en muchos aspectos— de estudios
exhaustivos que las aborden en toda su integridad y complejidad.
La otra línea de investigación se centra en el estudio del contenido de las
crónicas, esto es, su análisis ideológico y contextual. Lejos queda ya, por suerte, aquel
tiempo en el que estos textos eran considerados como meros depósitos de narraciones
factuales que servían para ilustrar la historia política de tal o cual monarca. La crónica,
al igual que ha ocurrido con muchas otras fuentes medievales, es considerada
actualmente por la historiografía como un objeto textual en sí mismo, portador de un
significado y de una ideología propios, independientemente de la veracidad de la
información de la que es portadora72.
FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2003), “La técnica historiográfica del Toledano. Procedimientos de
organización del relato”, Cahiers de linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 26 (2003), pp.
187-221.
68
FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2006), “La composición por etapas de la Chronica latina regum
Castellae (1223-1237) de Juan de Soria”, e-Spania, 2 [http://e-spania.revues.org/283].
69
Tal y como defendió en su momento CHARLO BREA, L. (1995), “¿Un segundo autor para la última parte
de la Crónica Latina de los Reyes de Castilla?”, en PÉREZ GONZÁLEZ, M. (ed.), Actas del I Congreso
Nacional de Latín Medieval (León, 1993), León, Universidad de León, pp. 251-256. Sobre la atribución a
Juan de Osma de la autoría de esta crónica, véase LOMAX, D. W. (1963), “The authorship of the
Chronique Latine des Rois de Castille”, Bulletin of Hispanic Studies, 40, pp. 205-211.
70
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica de Rodrigue Jimenez de Rada (1243). Écriture et discours
(tesis doctoral), Toulouse, Université de Toulouse II-Le Mirail; JEAN-MARIE, S. (2007a), “El prólogo de
la Historia de rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada. Estructura y discurso”, en LÓPEZ CASTRO,
A. y CUESTA TORRE, M. L. (eds.), Actas del XI Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de
Literatura Medieval (Universidad de León, 2005), vol. II, León, Universidad de León, pp. 713-720; JEANMARIE, S. (2008), “L’Historia de rebus Hispaniae de Rodrigue Jiménez de Rada: éléments d’une
poétique”, en ARIZALETA, A. (ed.), Poétique de la chronique. L’écriture des textes historiographiques au
Moyen Âge (Péninsule Ibérique et France), Toulouse, CNRS-Université de Toulouse II-Le Mirail, pp.
135-152.
71
JEREZ CABRERO, E. (2006a), El Chronicon Mundi de Lucas de Tuy (c. 1238). Técnicas compositivas y
motivaciones ideológicas (tesis doctoral), Madrid, Universidad Autónoma de Madrid.
72
Véanse las reflexiones al respecto de MARTIN, G. (2010), “Después de Pidal: medio siglo de
renovación en el estudio de la historiografía hispánica medieval de los siglos XII y XIII”, e-Spania, 10
[http://e-spania.revues.org/20185].
67
21
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Para las tres crónicas en cuestión cabe mencionar dos hitos historiográficos que
vieron la luz a comienzos de los años noventa. El primero de ellos, de la mano de
Georges Martin, se titula Les Juges de Castille. Mentalités et discours historique dans
l’Espagne médiévale73, y constituyó —y todavía resulta una obra de imprescindible
consulta— un enorme avance en el análisis y la comprensión de la ideología de la que
eran portadoras las crónicas. El hispanista francés realizaba además un valeroso
ejercicio comparativo entre tres fuentes que se habían influido respectivamente: el
Chronicon mundi, la Historia de rebus Hispaniae y la Estoria de España, esbozando el
contexto general en el que se habían gestado dichos textos y centrándose en un episodio
concreto: el de la leyenda de los Jueces de Castilla.
Apenas un año después publicaba Peter Linehan un estudio que aún hoy sigue
siendo de obligada referencia: Historia e historiadores de la España medieval74, en la
que realizaba un largo recorrido por la historia de la historiografía medieval hispana,
iniciándolo en tiempos visigóticos y rematándolo a mediados del siglo XIV. Estudio de
innegable erudición y en el que P. Linehan aventuraba hipótesis muy sugerentes, cabría
reprocharle únicamente que sacrificara la exhaustividad y el detalle en pro de una visión
más globalizadora, puesto que no sólo los textos cronísticos eran objeto del análisis del
hispanista inglés.
Sendas obras inauguraban así una doble vía de investigación que se iba a centrar,
respectivamente, en el análisis del contexto en el que se habían gestado las obras y en
sus contenidos de corte más ideológico. El primer centro de atención se focalizaba en
torno a los autores y el entorno regio de las primeras décadas del siglo XIII, con los
problemas derivados de la unificación de Castilla y León (1230), las revueltas
nobiliarias, la expansión hacia el sur a costa del islam y la compleja política eclesiástica
peninsular, con especial atención al tema de la primacía —que según P. Linehan habría
sido motivo de un arduo “enfrentamiento literario” entre Lucas de Tuy y Jiménez de
Rada— y al control de la cancillería regia —que habría conducido a una lucha por la
misma entre el arzobispo y Juan de Osma75.
MARTIN, G. (1992), Les Juges de Castille. Mentalités et discours historique dans l’Espagne médiévale,
París, Klincksieck.
74
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores de la España medieval, Salamanca, Universidad de
Salamanca [1ª ed. inglesa 1993].
75
LINEHAN, P. (1997), “On further though: Lucas of Tuy, Rodrigo of Toledo and the Alfonsine
Histories”, Anuario de Estudios Medievales, 27, pp. 415-435; LINEHAN, P. (2000), “Reflexiones sobre
historiografía e historia en el siglo alfonsino”, Cahiers de Linguistique Hispanique Médiévale, 23, pp.
101-111; LINEHAN, P. (2001), “Lucas de Tuy, Rodrigo Jiménez de Rada y las historias alfonsíes”, en
Fernández-Ordóñez, I. (coord.), Alfonso X el Sabio y las crónicas de España, Valladolid, Universidad de
Valladolid, pp. 19-36; LINEHAN, P. (2003a), “Don Rodrigo and the government of the kingdom”, Cahiers
de linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 26, pp. 87-99; LINEHAN, P. (2003b), “Juan de
Soria: unas apostillas”, en Fernando III y su tiempo (1201-1252): VIII Congreso de Estudios Medievales,
Ávila, Fundación Sánchez Albornoz, pp. 375-394; LINEHAN, P. (2006), “Juan de Soria: the Chancellor as
Chronicler”, e-Spania, 2 [http://e-spania.revues.org/276]; MARTIN, G. (1997), “Le pouvoir
historiographique (l'historien, le roi, le royaume. Le tournant alphonsin)”, Annexes des Cahiers de
linguistique hispanique médiévale, 11, pp. 123-136; MARTIN, G. (2001), “Dans l’atelier des faussaires.
Luc de Túy, Rodrigue de Tolède, Alphonse X, Sanche IV : trois exemples de manipulations historiques
(León-Castille, XIIIe siècle)”, Cahiers de linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 24, pp.
73
22
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Mención aparte tiene que hacerse de los estudios que se han volcado en el
aspecto más “biográfico” de los cronistas. Acerca del arzobispo de Toledo, sin duda el
más importante de los tres, más allá de la clásica —y superada— obra de J.
Gorosterratzu76 disponemos de varios estudios que se complementan mutuamente por
parte de J. Fernández Valverde, Bernard F. Reilly, Lucy K. Pick, Eloisa Ramírez
Vaquero o Hilda Grassotti77. Sobre Lucas de Tuy es poco lo que se sabe, y así lo han
hecho constar quienes se han interesado por la vida de tan singular personaje, como
Peter Linehan, Patrick Henriet o Emma Falque78. Finalmente, en lo tocante a Juan Díaz,
Juan de Soria o Juan de Osma los trabajos tocantes a su figura son escasos79 y es todavía
necesaria, al igual que para con Lucas de Tuy, una profundización.
El segundo foco de atención se refería a los contenidos de las crónicas
propiamente dichas, siguiendo sobre todo en este caso los pasos de G. Martin. Tanto
este autor como otros de la talla de Ana Rodríguez López, Amaia Arizaleta, Alejandro
Rodríguez de la Peña o Ariel Guiance abordarían en sus trabajos distintas facetas de la
ideología de los tres textos. G. Martin se centraría sobre todo en la concepción del poder
que se vislumbraba tras los escritos, haciendo hincapié en cuál era la relación entre la
monarquía y la nobleza que se propugnaba en cada caso, así como en la creación de un
concepto de “patria” encarnada por Castilla80.
279-309. Véase también LOMAX, D. W. (1977), “Rodrigo Jiménez de Rada como historiador”, en
VV.AA., Actas del V Congreso Internacional de Hispanistas, Burdeos, Instituto Cervantes, pp. 587-592.
76
GOROSTERRATZU, J. (1925), Don Rodrigo Jiménez de Rada, gran estadista, escritor y prelado: estudio
documentado de su vida, Pamplona.
77
RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (1989), Historia de los Hechos de España, FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (ed.
y trad.), pp. 13-52; REILLY, B. F. (2012), “The De rebus Hispaniae and the mature Latin Chronicle in the
Iberian Middle-Ages”, Viator, 43, pp. 131-145; REILLY, B. F. (2013), “Alfonso VIII, the Castilian
episcopate, and the accession of Rodrigo Jiménez de Rada as the archbishop of Toledo in 1210”, The
Catholic Historical Review, 99/3, pp. 437-454; PICK, L. K. (2004), Conflict and coexistence. Archbishop
Rodrigo and the Muslims and Jews of Medieval Spain, Chicago, University of Michigan Press; RAMÍREZ
VAQUERO, E. (2013), “Pensar el pasado, construir el futuro. Rodrigo Jiménez de Rada”, en LÓPEZ OJEDA,
E. (coord.), 1212, un año, un reinado, un tiempo de despegue. XXIII Semana de Estudios Medievales de
Nájera, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, pp. 13-46; GRASSOTTI, H. (1972), “Don Rodrigo
Ximénez de Rada, gran señor y hombre de negocios en la Castilla del s. XIII”, Cuadernos de Historia de
España, 55-56, pp. 1-302.
78
HENRIET, P. (1999), “Xénophobie et intégration à Léon au XIIIe siècle. Le discours de Lucas de Tùy
sur les étrangers”, L'étranger au Moyen Âge. Actes des congrès de la Société des historiens médiévistes
de l'enseignement supérieur public (30ᵉ congrès), Göttingen, pp. 37-58; HENRIET, P. (2001), “Sanctissima
patria. Points et thèmes communs aux trois œuvre de Lucas de Tuy”, Cahiers de linguistique et de
civilisation hispaniques médiévales, 24, pp. 249-278; LUCAS DE TUY (2003), Chronicon Mundi, ed.
FALQUE, E. pp. VII-CV; LINEHAN, P. (2002), “Fechas y sospechas sobre Lucas de Tuy”, Anuario de
Estudios Medievales, 32 (2002), pp. 19-38.
79
Puede verse a ese respecto el monográfico con las actas del coloquio La Chronica regum Castellae, de
Jean d’Osma (1236): sources, forme, sens et influence [http://e-spania.revues.org/index31-html]; JEREZ
CABRERO, E. (2006a), El Chronicon Mundi, pp. 181-184; ARIZALETA, A. (2010), Les clercs au palais.
80
MARTIN, G. (2003), “Noblesse et royauté dans le De rebus Hispaniae (livres 4 à 9)”, Cahiers de
linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 26, pp. 101-121 ; MARTIN, G. (2006a), “La
contribution de Jean d’Osma à la pensée politique castillane sous le règne de Ferdinand III”, e-Spania, 2
(2006) [http://e-spania.revues.org/280]; MARTIN, G. (2006b), “La invención de Castilla (Rodrigo Jiménez
de Rada, Historia de rebus Hispaniae, V). Identidad patria y mentalidades políticas”, HAL Archives
Ouvertes [https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00113284].
23
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
A. Rodríguez López, por su parte, se centraría, en una serie de trabajos, en los
conceptos de legitimidad y los distintos discursos sobre el poder presentes en las
distintas crónicas, con especial atención a la Chronica latina regum Castellae, aunque
ejerciendo asimismo una interesante labor comparativa entre ésta y la Historia de rebus
Hispaniae81. A. Arizaleta ha tratado en algunos artículos distintos aspectos de la figura
regia y ha dedicado una especial atención a los contextos de creación, emisión y
recepción de las crónicas. La figura de Alfonso VIII en la Chronica latina y la Historia
de rebus Hispaniae ha sido asimismo objeto preferente de su atención82.
A. Rodríguez de la Peña, por su lado, ha centrado sus estudios en el paradigma
sapiencial medieval, tema sobre el que versan la mayoría de sus trabajos y que ha
aplicado de forma especial a la imagen de Alfonso VIII83, siguiendo en este caso los
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2003), “De rebus Hispaniae frente a la Crónica latina de los reyes de Castilla:
virtudes regias y reciprocidad política en Castilla y León en la primera mitad del siglo XIII”, Cahiers de
linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 26, pp. 133-149; RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004a),
“History and Topography for the Legitimisation of Royalty in Three Castilian Chronicles”, Majestas, 12,
pp. 61-82; RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004b), “Légitimation royale et discours sur la croisade en Castille aux
XIIe et XIIIe siècles”, Journal des savants, 1, pp. 129-163; RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004c), “Sucesión
regia y legitimidad política en Castilla en los siglos XII y XIII. Algunas consideraciones sobre el relato de
las crónicas latinas castellano-leonesas”, Annexes des Cahiers de linguistique et de civilisation
hispaniques médiévales, 16, pp. 21-41; RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política
en la Chronica regum Castellae de Juan de Osma”, e-Spania, 2 [http://e-spania.revues.org/433];
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2011), “La preciosa transmisión. Memoria y curia regia en Castilla en la primera
mitad del siglo XIII”, en MARTÍNEZ SOPENA, P. y RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (eds.), La construcción medieval
de la memoria regia, Valencia, Universitat de València, pp. 293-322.
82
ARIZALETA, A. (2003), “Ut lector agnosceret: discurso y recepción en la obra de Rodrigo Jiménez de
Rada (primera mitad del siglo XIII)”, Cahiers de linguistique et de civilisation hispaniques médiévales,
26, pp. 163-186; ARIZALETA, A. (2005), “Una historia al margen: Alfonso VIII y la Judía de Toledo”,
Cahiers d’études hispaniques médiévales, 28, pp. 37-68; ARIZALETA, A. (2006), “La Chronica regum
Castellae: aledaños de la ficción”, e-Spania, 2 [http://e-spania.revues.org/517]; ARIZALETA, A. (2007),
“Imágenes de la muerte del rey: Libro de Alexandre y Chronica latina regum Castellae”, Rilce, 23/2, pp.
299-317; ARIZALETA, A. (2008a), “Diffusion et réception des chroniques: Chronica Naiarensis, Liber
regum, Chronica regum Castellae”, en ARIZALETA, A. (ed.), Poétique de la chronique. L’écriture des
textes historiographiques au Moyen Âge (Péninsule Ibérique et France), Toulouse, CNRS-Université de
Toulouse II-Le Mirail, 2008, pp. 107-134; ARIZALETA, A. (2008b), “La parole circulaire du roi. Textes
diplomatiques, historiographiques et poétiques (Castille, 1157-1230)”, Cahiers d'études hispaniques
médiévales, 31 (2008), pp. 119-133.
83
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (1997), “Imago sapientiae: los orígenes del ideal sapiencial medieval”,
Medievalismo, 7, pp. 11-39; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium: las
mutaciones del discurso sapiencial en los reinos de León y Castilla (siglos XI-XIII)”, Cahiers d’études
romanes, 4, pp. 7-43; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000b), “El paradigma de los reyes sabios en el De
Rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada”, en GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M. (coord.), Sevilla 1248.
Congreso Internacional Conmemorativo del 750 aniversario de la conquista de la ciudad de Sevilla por
Fernando III, Rey de Castilla y León, Sevilla, Centro de Estudios Ramón Areces, pp. 757-766;
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2002), “‘Rex scholaribus impendebant’: the king's image as patron of
learning in thirteenth century French and Spanish chronicles: a comparative approach”, The medieval
history journal, 5, pp. 21-36; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2004), “La figura del obispo cronista como
ideólogo de la realeza en León y Castilla. La construcción de un nuevo modelo de didáctica política en la
primera mitad del siglo XIII”, en AURELL, M. y GARCÍA DE LA BORBOLLA, A. (coords.), Imagen del
obispo en la Edad Media, Pamplona, Eunsa, pp. 115-152; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2007), “Rex
strenuus valde litteratus: Strength and Wisdom as Royal Virtues in Medieval Spain (1085-1284)”, en
BEJCZY, I. P. y NEDERMAN, C. J. (eds.), Princely Virtues in the Middle Ages, 1200-1500, Turnhout,
Brepols, p. 33-50; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum: la dimensión sapiencial
de la realeza en la cronística de León-Castilla y los orígenes de la Universidad de Palencia”, Hispania
Sacra, 62, pp. 491-513.
81
24
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
pasos de A. Rucquoi, quien ya apuntó elementos sapienciales en el retrato cronístico de
dicho monarca84. Desde su perspectiva, A. Guiance ha elaborado su investigación en la
ideología de la muerte en la Castilla medieval y, más concretamente, en la Historia de
rebus Hispaniae85. Destaca también el sugerente estudio de Carlos de Ayala Martínez
sobre la imagen de Fernando III en la cronística de su tiempo86, que permite establecer
paralelismos con el caso de Alfonso VIII; otros autores, por último, han analizado, de
forma más puntual, aspectos diversos de la imagen regia y la ideología de estas
crónicas87.
Mencionemos, por último, una pequeña obra que ha servido de punto de
referencia para la elaboración del presente estudio: se trata del trabajo de Carmen
Benítez Guerrero, La imagen del rey en la cronística castellana88. En él se encargaba de
dos crónicas del siglo XIV, por tanto posteriores al periodo que aquí interesa —la
Crónica de los reyes de Castilla de Jofré de Loaysa y la Crónica de Fernando IV—;
pero su interés radica en la metodología empleada a la hora de enfrentarse a la imagen
regia en el texto. Por ello es necesario que aparezca en este estado de la cuestión.
El tema de la sabiduría aplicada a Alfonso VIII está estrechamente vinculado al
modelo de corte que se desarrolló bajo la égida de tal soberano y al desarrollo cultural
que se experimentó en la misma durante las décadas finales del siglo XII y las primeras
del siglo XIII89. A. Sánchez Jiménez dedicó su tesis doctoral90 a un estudio exhaustivo
de la misma, mientras que diversos temas, como la influencia de los Plantagenet a
través del matrimonio del castellano con Leonor, hija de Enrique II de Inglaterra; la
RUCQUOI, A. (1993), “El rey sabio: cultura y poder en la monarquía medieval castellana”, en
HERNANDO GARRIDO, J. L. y GARCÍA GUINEA, M. A. (coords.), Repoblación y reconquista. Actas del III
Curso de Cultura Medieval (Aguilar de Campoo, 1991), Aguilar de Campoo, Centro de Estudios del
románico, pp. 77-87; RUCQUOI, A. (2006a), “Las dos vidas de la Universidad de Palencia”, en RUCQUOI.,
A. Rex, sapientia, nobilitas. Estudios sobre la Península Ibérica medieval, Granada, Universidad de
Granada, pp. 87-124 [1ª ed. francesa 1998]; RUCQUOI, A. (2000), “El deber de saber: la tradición docente
en la Edad Media castellana”, en Mazín Gómez, Ó. (coord.), México en el mundo hispánico, Zamora
(México), El Colegio de Michoacán, pp. 309-329 [https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00532994];
RUCQUOI, A. (2006b), “Alfonso VIII de Castilla y la realeza”, en RUCQUOI., A. Rex, sapientia, nobilitas.
Estudios sobre la Península Ibérica medieval, Granada, Universidad de Granada, pp. 47-85 [1ª ed.
francesa 2001].
85
GUIANCE, A. (1991), “Morir por la patria, morir por la fe: la ideología de la muerte en la Historia de
rebus Hispaniae”, Cuadernos de Historia de España, 73, pp. 75-104; GUIANCE, A. (1998), Los discursos
sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos VII a XV), Valladolid, Junta de Castilla y León.
86
AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa del siglo XIII: la imagen
de Fernando III”, en SARASA SÁNCHEZ, E. (ed.), Monarquía, crónicas, archivos y cancillerías en los
reinos hispano-castellanos, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, pp. 247-276.
87
ROCHWERT-ZUILI, P. (2006), “Auxilium et consilium dans la Chronica regum Castellae”, e-Spania, 2
[http://e-spania.revues.org/281]; BAUTISTA, F. (2006), “Escritura cronística e ideología histórica”, eSpania, 2 [http://e-spania.revues.org/429]; ARIZALETA, A. y JEAN-MARIE, S. (2006), “En el umbral de
santidad: Alfonso VIII de Castilla”, HAL Archives Ouvertes, pp. 1-16 [https://hal.archives-ouvertes.fr/
halshs-00114758/document]; JEAN-MARIE, S. (2005), “Violence et pouvoir dans la Chronica latina
regum Castellae”, Cahiers d'études hispaniques médiévales, 28, pp. 267-280.
88
BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…
89
GARCÍA DE CORTÁZAR, J. A. (1992), “Cultura en el reinado de Alfonso VIII de Castilla: signos de un
cambio de mentalidades y sensibilidades”, en Alfonso VIII y su época. II Curso de cultura medieval
(Aguilar de Campoo, 1990), Aguilar de Campoo, Centro de Estudios del Románico, pp. 167-194.
90
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII….
84
25
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
presencia de trovadores o la promoción de los estudios han recibido también una
atención pormenorizada91.
*
*
*
Pueden extraerse varias conclusiones de lo expuesto hasta aquí. En primer lugar,
la bibliografía que será empleada data, en la gran mayoría de los casos, de los años
ochenta como muy atrás, y se vuelve especialmente rica en el periodo que engloba los
últimos veinte años. En segundo lugar, llama la atención la gran variedad de temas que
ha abordado la historiografía, tanto en lo que se refiere a la imagen regia en general
como a su plasmación en la cronística.
No obstante, ello lleva indefectiblemente a una constatación: la casi total
ausencia de monografías completas y exhaustivas que analicen en detalle este
fenómeno. Tanto en lo que se refiere a las biografías de los tres obispos como en
aquello vinculado con sus obras, llama la atención que, a día de hoy, todavía no se
dispone de una tesis doctoral o una obra completa dedicada a ninguno de estos temas.
Sin duda, los numerosos estudios antes citados dan fe de que se han abordado —en
ocasiones, de manera ciertamente detallada y concienzuda— muchos de los temas
vinculados con la ideología regia y la cronística. Pese a ello, y como ya apuntaba en
fechas muy recientes Stéphanie Jean-Marie, al iniciar su tesis sobre el análisis textual y
literario de la Historia de rebus Hispaniae, “alors que l’Historia gothica est un texte
bien connu dont nul ne conteste l’importance, il n’a jamais fait l’objet d’un travail de
synthèse”92. Y lo mismo podría aplicarse al Chronicon mundi o a la Chronica latina.
Desde luego queda lejos de los objetivos de este trabajo acometer dicha tarea. Al
centrarse en la imagen de Alfonso VIII en las tres crónicas, se pretende, sin embargo,
seleccionar, tal y como hiciera G. Martin con Les Juges de Castille, un fragmento
particularmente significativo en el que aparece descrita de la forma más completa y
paradigmática la figura regia. Analizando la imagen de Alfonso VIII se puede hallar la
imagen más acabada de la monarquía. A través de dicho paradigma se pueden
aprehender cuáles eran las distintas virtudes que cada uno de los tres cronistas
consideraban como imprescindibles para el monarca ideal. Huelga decir que, pese a que
en algunas de las referencias que precedentemente se han dado se trataba de la figura de
este monarca, no se centran en ella analizándola en todas sus facetas y con toda su
riqueza de una forma metódica y exhaustiva.
CERDA, J. M. (2012), “Leonor Plantagenet y la consolidación castellana en el reinado de Alfonso VIII”,
Anuario de Estudios Medievales, 42/2, pp. 629-652; RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2014), La estirpe de Leonor
de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII, Barcelona, Crítica; ALVAR, C. (1977), La poesía
trovadoresca en España y Portugal, Madrid, Cupsa; ALVAR, C. (1979), Textos trovadorescos sobre
España y Portugal, Madrid, Cupsa.
92
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica, p. 15.
91
26
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
2. EL CONTEXTO
Una vez que se ha pasado revista a la bibliografía escrita hasta hoy acerca del
tema aquí tratado, no está de más dedicar unas páginas a tratar del contexto. Contexto
histórico, pero también contexto compositivo, pues las tres crónicas en cuestión fueron
escritas hace muchos siglos en una época y desde una mentalidad que sin duda chocan
al lector moderno. Entender cuáles fueron los hechos narrados, en qué momento y bajo
qué circunstancias se procedió a su puesta por escrito, quiénes fueron los responsables y
cuáles fueron sus intenciones… A todas estas incógnitas se tratará de responder a lo
largo del presente punto.
2.1.
El contexto histórico
Como ya se ha indicado en la Introducción, las décadas finales del siglo XII y el
siglo XIII en su conjunto fueron etapas claves durante las que se colocaron los primeros
jalones en la formación del llamado “Estado moderno”93. Concretamente, el reinado de
Fernando III, que no es sino la lógica consecuencia de una tendencia iniciada durante el
largo mandato de su abuelo, Alfonso VIII, es un observatorio privilegiado para este
fenómeno. Se esbozará a continuación una breve panorámica de ambos reinados con el
fin de disponer de unos referentes cronológicos y factuales que permitan una mejor
comprensión del presente estudio.
2.1.1. El tiempo relatado: el reinado de Alfonso VIII de Castilla (1158-1214)
Sobre el reinado de Alfonso VIII no deja de llamar la atención, pese a los
alentadores avances que vienen realizándose en fechas recientes, la ausencia de una
monografía completa y actualizada acerca del mismo. La clásica —y por desgracia algo
anticuada— obra de Julio González94, que recopilaba en tres volúmenes los hechos de
este monarca y su colección diplomática es imprescindible a modo de “itinerario” que
permite reconstruir con detalle la evolución política de Castilla durante el reinado de
Alfonso VIII. En fechas más recientes Gonzalo Martínez Díez95 ha publicado una breve
síntesis monográfica que no aporta grandes novedades pero que es más manejable;
también son de agradecer los trabajos de Carlos Estepa96 e Ignacio Álvarez Borge97
93
Sobre esta tesis véase STRAYER, J. (1981), Sobre los orígenes medievales del Estado moderno,
Barcelona, Ariel [1ª ed. inglesa 1981].
94
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1960), El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, vol. 1.
95
MARTÍNEZ DÍEZ, G. (2007), Alfonso VIII rey de Castilla y Toledo (1157-1214), Gijón, Trea [1ª ed.
1995].
96
ESTEPA DÍEZ, C., ÁLVAREZ BORGE, I. y SANTAMARTA LUENGOS, J. M. (2011), Poder real y sociedad.
97
ÁLVAREZ BORGE, I. (2008), Cambios y alianzas. La política regia en la frontera del Ebro en el reinado
de Alfonso VIII de Castilla (1158-1214), Madrid, CSIC.
27
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
sobre aspectos más concretos de este reinado, así como alguna obra colectiva98 dedicada
al mismo.
Son varios los hitos fundamentales del reinado de Alfonso VIII, rey de Castilla
(1158-1214). Un largo periodo de minoría e, inevitablemente, de conflictos internos
para el reino, que dura hasta la década de los setenta; una fase de conflicto y expansión
exterior, tanto de cara a los vecinos cristianos (León y Navarra) como frente al enemigo
por antonomasia, el islam almohade; una fase de afirmación interna —especialmente
perceptible en la cancillería— y de logros culturales. Estos hitos han servido para
señalar la “brillantez de este reinado”, de estos “auténticos anni mirabiles que
conformaron en grandísima medida el rumbo político y cultural de Castilla, y su
identidad tal y como hoy la conocemos”99.
Pocos contemporáneos podrían haber imaginado a mediados del siglo XII que
Alfonso VIII de Castilla, por aquel entonces apenas un niño de muy tierna edad, sería el
soberano que más tiempo regiría el reino castellano (56 años). Tras la separación de
Castilla y de León a la muerte de Alfonso VII en 1157, y tras el brevísimo reinado de
Sancho III, la situación no era nada halagüeña para el que sería llamado el “rey noble”.
Pasando de tutela en tutela durante más de diez años, los enfrentamientos entre
facciones nobiliarias —en especial los Lara y los Castro— se sucedieron, sumiendo en
el caos y la guerra buena parte del territorio, estragos a los que se sumaban los
provocados por el rey leonés Fernando II, que veía en la minoría de Alfonso VIII una
magnífica oportunidad de incorporar a la órbita leonesa el reino castellano100.
En 1169, al cumplir la mayoría de edad —catorce años—, el adolescente
Alfonso VIII ya daba muestras de querer recuperar el control sobre su reino. En Carrión
reunió su primera curia plena, durante la cual el mismo rey se armó caballero ciñéndose
la espada manu propia101; poco después, concertaría la boda con Leonor Plantagenet,
hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, monarcas de una de las cortes
más poderosas y brillantes de Occidente por aquel entonces102. De Leonor tuvo diez
hijos, de los que sólo Enrique heredó el reino —aunque muy brevemente—, pero que
fueron estratégicamente casados con los señores más poderosos de la cristiandad más
98
LÓPEZ OJEDA, E. (2013) (coord.), 1212, un año, un reinado, un tiempo de despegue. XXIII Semana de
Estudios Medievales de Nájera, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos y Alfonso VIII y su época. II
Curso de cultura medieval (Aguilar de Campoo, 1990) (1992), Aguilar de Campoo, Centro de Estudios
del Románico.
99
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII, p. 6.
100
Puede verse un detallado resumen de la complicada geopolítica de la minoría de Alfonso VIII en
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1960), El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, vol. 1, pp. 150-181 y
MARTÍNEZ DÍEZ, G. (2007), Alfonso VIII, pp. 25-38.
101
ESTEPA DÍEZ, C. (1988), “Curia y cortes en el reino de Castilla”, en Las cortes de Castilla y León en la
Edad Media. Actas de la primera etapa del Congreso Científico sobre la Historia de las Cortes de
Castilla y León, vol. 1, Valladolid, Cortes de Castilla y León, pp. 104-151.
102
CERDA, J. M. (2012), “Leonor Plantagenet y la consolidación castellana en el reinado de Alfonso
VIII”, Anuario de Estudios Medievales, 42/2, pp. 629-652.
28
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
occidental en lo que fue una premeditada política de consolidación “internacional”
castellana103.
La política exterior agresiva de Alfonso VIII fue lógica consecuencia de los
problemas derivados de la larga y turbulenta minoría. De resultas de ésta el reino
castellano se había visto menguado en sus fronteras occidentales y orientales: los
leoneses habían buscado consolidar su dominio sobre la conflictiva Tierra de Campos;
mientras que los navarros hacían lo propio en las tierras de Guipúzcoa, Álava y La
Rioja. El poder almohade, recientemente consolidado en al-Andalus, suponía otra grave
amenaza para los territorios del sur del reino, especialmente el reino de Toledo. La
política bélica de Alfonso VIII buscó recuperar el terreno perdido y reiniciar el proceso
expansivo hacia el sur que suponía, a la par que una excelente vía para canalizar la
belicosidad nobiliaria, una inigualable fuente de prestigio y poder para la monarquía.
Las luchas en torno a la Tierra de Campos se sucedieron a lo largo de todo el reinado,
pese a la firma de reiterados tratados de paz y treguas que nunca eran respetados104. En
el sector oriental la ofensiva castellana permitió la conquista de importantes plazas
guipuzcoanas y alavesas y privó a Navarra de buena parte de sus posibilidades de
expansión hacia el sur105.
La ofensiva contra el islam almohade capitalizó buena parte de las energías del
reinado de Alfonso VIII. La conquista de Cuenca (1177) marcó la ruptura de unas
hostilidades que habrían de continuar durante el resto del reinado y durante la mayor
parte del de su sucesor, salpicadas de forma ocasional por treguas más o menos largas y
respetadas106. En 1194 el arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, encabezó una
expedición que devastó parte de Andalucía, llegando hasta las puertas de Sevilla. La
reacción almohade no se hizo esperar: ante la muy real amenaza que suponían los
castellanos, el califa Abu Yusuf ibn Yaqub proclamó el yihad, congregando en 1195 un
enorme ejército procedente de todo el imperio almohade y tomando el camino hacia
Toledo. El encuentro con los cristianos se produjo en Alarcos, por aquel entonces en la
frontera castellana. Alfonso VIII, sin esperar los refuerzos prometidos por su primo
Alfonso IX, a la sazón rey de León, entabló el combate con los musulmanes, tornándose
103
Berenguela, la primogénita, estuvo prometida al alemán Conrado, hijo de Federico I Barbarroja,
aunque dichos esponsales fueron anulados más tarde; posteriormente, casaría con Alfonso IX de León, de
cuya unión nacería el futuro Fernando III. Urraca, por su parte, contrajo matrimonio con Alfonso II de
Portugal, y llegó a ser reina del vecino reino. Blanca fue, en fin, desposada con Luís VIII de Francia, y
madre de San Luís (vid. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1960), El reino de Castilla en la época de Alfonso
VIII, vol. 1, pp. 194-212 y MARTÍNEZ DÍEZ, G. (2007), Alfonso VIII, pp. 43-55).
104
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1960), El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, vol. 1, pp. 663-760.
105
ÁLVAREZ BORGE, I. (2008), Cambios y alianzas, pp. 23-46 y MARTÍNEZ DÍEZ, G. (2007), Alfonso VIII,
pp. 73-82.
106
Sobre la conquista de Cuenca y sus consecuencias puede verse el artículo de POWERS, J. F. (2001),
“The early Reconquest Episcopate at Cuenca, 1177-1284”, The Catholic Historical Review, 87/1, pp. 116; para un resumen sobre las actividades militares y expansivas durante el reinado de Alfonso VIII,
véase RUIZ GÓMEZ, F. (2013), “La dimensión bélico-territorial del reinado de Alfonso VIII de Castilla
(1158-1214)”, en LÓPEZ OJEDA, E. (coord.), 1212, un año, un reinado, un tiempo de despegue. XXIII
Semana de Estudios Medievales de Nájera, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, pp. 139-171.
29
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
este rápidamente en una desastrosa derrota que habría de perdurar largo tiempo en la
memoria del humillado monarca107.
El año siguiente fue negro para los castellanos: aprovechando la situación de
coyuntural debilidad, el reino sufrió los embates de sus enemigos por todos los flancos,
hecho que se materializó en la alianza entre almohades y leoneses. Pese a las
devastaciones, la maquinaria diplomática castellana consiguió amortiguar la situación
asegurándose la neutralidad de Sancho VII de Navarra —que también había
aprovechado la ocasión para recuperar posiciones en el alto Ebro— y captando la
alianza de Pedro II de Aragón. La situación se enderezaría definitivamente en 1197,
cuando se firmaran treguas entre los dos Alfonsos, materializadas en el enlace entre
Berenguela y el leonés. Dicho matrimonio contribuyó a suavizar un tanto las relaciones
entre Castilla y León, lo que acabaría materializándose en el Tratado de Cabreros
(1206)108.
La tregua con los almohades en 1198 dejó las manos libres a Alfonso VIII para
ocuparse de los asuntos navarros: se trataba de recuperar las tierras perdidas unos años
antes y de abrir un camino seguro hacia Gascuña, recientemente vinculada al reino tras
el matrimonio con Leonor Plantagenet. Tomó así Vitoria y un notable número de plazas
alavesas, además de obtener, previo pacto, el lado navarro de la provincia de
Guipúzcoa. También aprovecharon los castellanos para contraatacar en la Tierra de
Campos109.
Así las cosas, el único enemigo capaz de hacer sombra a Alfonso VIII a finales
de la primera década del siglo XIII era el poderoso imperio almohade. Ante él había
sufrido la mayor derrota de su reinado, y el belicoso monarca ardía en deseos de
vengarse. Al expirar las treguas en 1210 el castellano se vio con las manos libres para
reanudar las periódicas razias contra al-Andalus, esta vez además con el apoyo del
pontificado de Inocencio III. Pese al eco internacional que tuvo esta nueva campaña
contra los enemigos de la fe, los musulmanes no aguardaron a recibir el primer golpe, y
aprovecharon la situación de inestabilidad creada por el inesperado fallecimiento del
infante Fernando. En 1211 un ejército islámico tomó la estratégica posición de
Salvatierra, provocando la alarma en Castilla110.
Al año siguiente, 1212, los ejércitos cruzados —peninsulares y ultramontanos—
se reunieron en Toledo, de donde partieron en dirección a Andalucía en verano. El
Sobre la derrota de Alarcos y sus consecuencias posteriores véanse RUIZ GÓMEZ, F. (1996), “La guerra
y los pactos. A propósito de la batalla de Alarcos” y GARCÍA FITZ, F. (1996), “La batalla en su contexto
estratégico. A propósito de Alarcos”, en IZQUIERDO BENITO, R. y RUIZ GÓMEZ, F. (eds.), Alarcos 1195.
Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del VIII centenario de la Batalla de Alarcos (Ciudad
Real, 1995), Cuenca, pp. 145-168 y 265-282.
108
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1960), El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, vol. 1, pp. 738-740
y ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais, p. 88.
109
ÁLVAREZ BORGE, I. (2008), Cambios y alianzas, pp. 46-53 y MARTÍNEZ DÍEZ, G. (2007), Alfonso VIII,
pp. 82-86.
110
GARCÍA FITZ, F. (2012), Las Navas de Tolosa, Barcelona, Ariel [1ª ed. 2005], pp. 142-144 y ALVIRA
CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa 1212. Idea, liturgia y memoria de la batalla, Madrid, Sílex pp.
71-78.
107
30
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
choque con el ejército almohade se produjo en Las Navas de Tolosa, el lunes 16 de
julio. Tras varias horas de incertidumbre, la batalla se decantó finalmente del lado de los
cristianos, que aprovecharon la desbandada del ejército almohade para masacrarlo. La
gloria de semejante enfrentamiento se ve con claridad en todos y cada uno de los
documentos que la mencionan desde aquel entonces. Los cristianos aprovecharon
además su éxito para avanzar hacia el sur, tomando —aunque de forma breve— las
plazas de Úbeda y Baeza. Con esta sonora victoria sobre el islam Alfonso VIII había
abierto a sus descendientes las puertas de Andalucía. Aunque el poderío almohade aún
tardaría unos años en decaer, no cabe duda de que Las Navas fue el principio de su
final111.
Más allá de por lo resonante del triunfo cristiano de Las Navas, lo cierto es que
el reinado de Alfonso VIII fue un momento de despegue en la consolidación del poder
monárquico112. Prueba de ello la hallamos en la cancillería, que en esta época empieza a
volverse más eficiente y va mudándose de forma muy progresiva en un órgano
profesionalizado e imprescindible para el ejercicio del poder regio, tanto por la
regularización de la práctica notarial como por la ideología que transmiten los
diplomas113. La fiscalidad regia sufrió bajo el reinado del monarca castellano unas
importantes transformaciones que se asentaron en la disponibilidad de unas bases
económicas nuevas y una extensión de la circulación monetaria que facilitó las
transacciones comerciales y una “canalización dineraria de las exigencias de la
monarquía”114.
En suma, Antonio Sánchez Jiménez ha visto en el reinado de Alfonso VIII el
desarrollo de una política claramente monárquica destinada al refuerzo de dicha
institución. Ello se manifiesta de diversas formas: el matrimonio con Leonor
Plantagenet y el afianzamiento “internacional” de Castilla; el “auto-nombramiento”
como caballero, subrayando así la naturaleza especial del monarca y la superioridad de
su persona; el fomento y aprovechamiento del derecho romano —cuya más brillante
manifestación sería el Forum Conche—; la creación de un panteón real en Las Huelgas
que se convertiría en centro de propaganda de Castilla; la acuñación de la primera
111
Para un detallado estudio de esta batalla, tanto a nivel de desarrollo como ideológico, se remite de
nuevo a GARCÍA FITZ, F. (2012), Las Navas de Tolosa… y ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de
Tolosa…
112
Véase al respecto MARTÍNEZ SOPENA, P. (2013), “La reorganización del espacio político y
constitucional de Castilla bajo Alfonso VIII”, en LÓPEZ OJEDA, E. (coord.), 1212, un año, un reinado, un
tiempo de despegue. XXIII Semana de Estudios Medievales de Nájera, Logroño, Instituto de Estudios
Riojanos, pp. 297-324.
113
El estudio más reciente y completo de la ideología regia de la que son portadores los diplomas de la
cancillería castellana de Alfonso VIII es el de ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais,
especialmente pp. 109-231. Pueden verse trabajos de corte más diplomático sobre dicha cancillería en
OSTOS SALCEDO, P. (1994a), “La cancillería de Alfonso VIII”, pp. 101-135 y SANZ FUENTES, M. J.
(1992), “Cancillería y cultura”, pp. 387-391.
114
Véase ESTEPA DÍEZ, C. (2011a), “La construcción de la fiscalidad real”, en ESTEPA DÍEZ, C., ÁLVAREZ
BORGE, I. y SANTAMARTA LUENGOS, J. M., Poder real y sociedad, pp. 65-94 (especialmente p. 87).
31
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
moneda de cuenta castellana, el maravedí de oro —a imitación del dinar almohade y
destinado a servir de elemento propagandístico en al-Andalus115…
En el plano cultural el reinado de Alfonso VIII supone un punto de inflexión en
la tendencia predominante hasta aquel momento. Coincidente en el tiempo con el
llamado “renacimiento” del siglo XII, la cultura experimenta una auténtica eclosión que
se traduce en muy diversos aspectos: la famosa fundación del studium generale de
Palencia, la irrupción del estilo gótico, el auge de la escritura, el derecho y la reflexión
intelectual, el creciente empleo de la lengua romance116…
En todo este proceso la corte castellana no permaneció al margen, sino que se
incardinó en su mismo centro, convirtiéndose en un importante núcleo receptor y
también difusor de las nuevas modas y tendencias culturales. Buena prueba de ello son
los productos literarios concebidos en este entorno117: las numerosas composiciones
trovadorescas118; el Libro de Alexandre119; el Poema de Mío Cid120; o el Planeta —obra
filosófica compuesta por el canciller Diego García de Campos121. La promoción regia
de este tipo de actividades culturales, especialmente de obras literarias compuestas en
castellano y de las composiciones trovadorescas, se debió posiblemente a la rivalidad
política —y, por supuesto, ideológica— que enfrentaba a los reinos de Castilla y León,
en la búsqueda de “oponer a la lírica del vecino [en galaico-portugués] una producción
aún más brillante”122.
2.1.2. El tiempo desde el que se relata: el reinado de Fernando III de Castilla y León
(1217-1230-1252)
El reinado de Fernando III presenta ciertas similitudes con el de su abuelo. Tras
el corto mandato de Enrique I (1214-1217), también se vio envuelto en un periodo
inicial complejo hasta que consiguió afirmar su autoridad desde 1224. Al igual que el
vencedor de Las Navas, Fernando III emprendió una política exterior agresiva,
especialmente de cara al cada vez más debilitado islam almohade, que se tradujo en la
época de mayores conquistas territoriales de la monarquía castellano-leonesa. También
tuvo que enfrentarse a importantes facciones nobiliarias rebeldes, cuya insumisión logró
capear gracias a la expansión hacia al-Andalus. Y, por supuesto, también buscó
proseguir la tarea iniciada por su abuelo de consolidación del poder monárquico.
115
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII…, pp. 35-41.
Sobre la eclosión cultural durante la segunda mitad del siglo XII existen numerosas referencias que
pueden consultarse. Una buena panorámica puede hallarse en GARCÍA DE CORTÁZAR, J. A. (1992),
“Cultura en el reinado de Alfonso VIII…”, pp. 167-194.
117
Se siguen en este punto las conclusiones de SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de
Alfonso VIII…, pp. 62-66.
118
ALVAR, C. (1977), La poesía trovadoresca en España y Portugal, Madrid, Cupsa, pp. 75-134 y
ALVAR, C. (1979), Textos trovadorescos sobre España y Portugal, Madrid, Cupsa.
119
Libro de Alexandre (2007), CAÑAS, J. (ed.), Madrid, Cátedra; ARIZALETA, A. (1999), La translation
d’Alexandre. Recherches sur les structures et les significations du Libro de Alexandre, París, Klincksieck.
120
Poema de Mío Cid (2005), SMITH, C. (ed.), Madrid, Cátedra.
121
DIEGO GARCÍA DE CAMPOS (1943), Planeta, ALONSO ALONSO, M. (ed.), Madrid, CSIC.
122
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII, p. 36.
116
32
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Si Alfonso VIII requiere de una monografía detallada y actualizada sobre su
reinado, lo mismo podría decirse de su nieto Fernando III el Santo, aunque bien es
cierto que en este caso los trabajos son más numerosos y recientes. Nuevamente la obra
de Julio González123 es un punto de inicio indispensable, pues incorpora también dos
abultados volúmenes documentales. Manuel González Jiménez124 y Gonzalo Martínez
Díez125 también son sendos autores de dos monografías más actualizadas acerca del rey
santo, mientras que Ana Rodríguez López126 se ha centrado en el estudio de la
consolidación del poder regio en las fronteras del reino. Varias obras colectivas127 han
abordado aspectos más concretos de su reinado, en especial lo referido a su dimensión
bélico-cruzadista.
Fernando III, al igual que su abuelo, gozó de un largo reinado. Nacido del
anulado enlace entre Berenguela de Castilla128 y Alfonso IX de León, muy posiblemente
entre 1199 y 1201129, fue proclamado rey de Castilla en Valladolid en 1217, a la muerte
de Enrique I. Pese a su proclamación, el acceso de Fernando III al trono castellano no
estuvo exento de polémica, pues era fruto de una unión declarada como nula por el
pontífice, que en un principio también se había negado a que el nuevo rey pudiera
heredar el reino. No obstante, la reina Berenguela consiguió el apoyo de un poderoso
sector del episcopado castellano y logró transmitir a su primogénito el reino
castellano130.
La definitiva pacificación de Castilla en torno a 1220 y la difícil situación de los
reinos musulmanes tras la derrota de Las Navas propiciaron la reanudación de las
conquistas castellanas a partir de 1224, con motivo de la célebre curia de Carrión131.
Con un tardío y poco entusiasta apoyo papal, las campañas militares se dirigieron a
Quesada y hacia Jaén. El poder militar castellano favoreció la entrada en vasallaje de
Abu Zayd, señor de Valencia, en 1225, y poco después fue el turno del señor de Baeza.
La situación crítica por la que pasó al-Andalus entre los años 1226 y 1228 fomentó la
falta de una respuesta articulada frente a las agresiones castellanas, y en esta última
fecha Fernando III aceleró el ritmo de sus incursiones con el fin de consolidar los
territorios fronterizos del sur, mientras también se reanudaban las conquistas en León —
conquista de Cáceres en 1229 y Montánchez, Mérida, Badajoz y Elvas en 1230— y en
Aragón —Mallorca en 1229.
123
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J. (1980-1986), Reinado y diplomas de Fernando III, 3 vols.
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M. (2011), Fernando III el Santo.
125
MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1993), Fernando III (1217-1252), Gijón, Trea.
126
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1994), La consolidación territorial…
127
Fernando III y su tiempo (1201-1252): VIII Congreso de Estudios Medievales (2003), Ávila,
Fundación Sánchez Albornoz y AYALA MARTÍNEZ, C. y RÍOS SALOMA, M. (2012), Fernando III. Tiempo
de cruzada, Madrid, Sílex.
128
Sobre Berenguela de Castilla véase SALVADOR MARTÍNEZ, H. (2012), Berenguela la Grande y su
época, 1180-1246, Madrid, Polifemo.
129
Para una información completa sobre la figura de este monarca y de la familia regia, véase GONZÁLEZ
GONZÁLEZ, J. (1980-1986), Reinado y diplomas de Fernando III, pp. 61-123.
130
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1999), “Quod alienus regnet et heredes expellatur. L’offre du trône de Castille
au roi Luois VIII de France”, Le Moyen Âge, 105, pp. 109-128; GONZÁLEZ, J. (1980-1986), Reinado y
diplomas de Fernando III, pp. 232-277; GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M. (2011), Fernando III el Santo, pp. 51-79.
131
GONZÁLEZ, J. (1980-1986), Reinado y diplomas de Fernando III, pp. 278-293.
124
33
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Tras la muerte de Alfonso IX en 1230, Fernando III supo maniobrar con gran
habilidad: tras haber sido confirmado en 1218 por Honorio III como heredero de León,
negoció, junto con su madre, con las infantas Sancha y Dulce su renuncia a los derechos
sobre la corona a cambio de una jugosa contrapartida económica. Pese a la hostilidad
del alto clero gallego, Fernando III no tardó en asumir el control del reino leonés,
predominando una tónica continuista132, y tampoco pasó mucho tiempo antes de que se
reiniciaran las operaciones militares contra al-Andalus133: en 1233 se tomaron Trujillo y
Úbeda, y a lo largo de 1244 y 1245 se multiplicaban las cabalgadas sobre las zonas
fronterizas.
La llamada “época de las grandes conquistas” daría comienzo en 1236, con la
participación directa del monarca, cuando tras un largo asedio se tomaba la antigua
capital omeya, Córdoba, acontecimiento de gran resonancia en las crónicas
contemporáneas hispanas134. En 1241 caía Albacete, y Murcia se rendía en 1243. Jaén
era tomado definitivamente en 1245, tras lo cual su señor, al-Ahmar, entraba en
vasallaje de Fernando III. En 1248 se cerraba esta etapa de grandes conquistas con la
capitulación de Sevilla, rendida tras un larguísimo asedio 135. En poco más de dos
décadas, el reunificado reino castellano-leonés había agrandado su territorio de forma
extraordinaria.
Pero no sólo en términos de expansión territorial de cara a las tierras andalusíes
puede definirse el reinado de Fernando III. A pesar de su delicado acceso al trono y de
los largos y numerosos conflictos que se sucedieron en sendas fronteras occidental —
hasta 1230— y oriental, fue esta una etapa de consolidación del poder regio. “La
monarquía de Fernando III ofrece, con relación a los reinados precedentes, síntomas de
impulso de una más amplia disponibilidad de instrumentos de gobierno y una mayor
coordinación de los mismos en orden a hacer más eficaces funciones características del
poder regio, como las de índole administrativa, burocrática, legislativa o justiciera”136,
sin olvidar la muy importante fiscalidad137.
En las fronteras —occidental, oriental y meridional— la expansión externa
estuvo inextricablemente ligada a una consolidación interna, aprovechándose las
condiciones necesarias para el fortalecimiento del poder regio y el “ejercicio de dicho
poder a través del control de las fuerzas del reino y de los territorios sobre los que estas
se asentaban”. Un importante sector de la nobleza territorial se convirtió en un
132
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M. (2011), Fernando III el Santo, pp. 107-133; MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1993),
Fernando III, pp. 103-120.
133
Puede leerse un resumen de las operaciones bélicas en GONZÁLEZ, J. (1980-1986), Reinado y diplomas
de Fernando III, pp. 293-394; GARCÍA FITZ, F. (2002), Relaciones políticas y guerra. La experiencia
castellano-leonesa frente al Islam. Siglos XI-XIII, Sevilla, Universidad de Sevilla, pp. 159-192 y en
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1994), La consolidación territorial…, pp. 112-117 y 122-133.
134
Las tres crónicas latinas aquí estudiadas cierran su relato con este acontecimiento culminante.
135
Puede consultarse sobre este asedio y el contexto general GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M. (2000) (coord.),
Sevilla 1248. Congreso Internacional conmemorativo del 750 Aniversario de la conquista de la ciudad de
Sevilla por Fernando III, Rey de Castilla y León, (Sevilla, 1998), Sevilla, Centro de Estudios Ramón
Areces.
136
NIETO SORIA, J. M. (2003a), “La monarquía fundacional…”, pp. 43-58.
137
GONZÁLEZ, J. (1980-1986), Reinado y diplomas de Fernando III, pp. 461-503.
34
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
instrumento del ejercicio del poder regio y como un medio de imponer su jurisdicción
—a la par que ello reforzaba su condición magnaticia—, proceso en el que la entrega de
tenencias regias jugó un papel de primer orden138.
Asimismo, el calculado aprovechamiento de los beneficios derivados de la
cruzada, especialmente promovida desde el papado durante la primera mitad del siglo
XIII, redundaron en una ampliación de las bases económicas y de poder de la
monarquía. Este fenómeno se produjo siguiendo las pautas ya marcadas por otras
monarquías en aquel tiempo, siendo un ejemplo especialmente notable el de Federico II
Staufen —aunque en su caso la relación con el papado fue pésima, mientras que
Fernando III, pese a alguna crítica, nunca sufrió los ataques directos con los que
Honorio III cargó contra el alemán139.
2.2.
Las obras, los autores y su influencia
Parece claro, por tanto, que el reinado de Fernando III, en la línea de la política
emprendida por su padre, fue una fase decisiva en la fundamentación de la monarquía
bajomedieval y puso algunos de los cimientos del futuro Estado “moderno”. J. M. Nieto
Soria ha puesto de relieve140 dos elementos en esta primera fase del proceso que
implicaron, respectivamente, al poder político —léase la monarquía— y a la Iglesia. Por
un lado, tiene lugar una “estatalización” de ésta última, que resulta de un refuerzo de la
corona por incorporar a la Iglesia del reino a las estructuras de poder propias de la
realeza; por el otro, se produce la “eclesialización” del poder político, que se traduce en
la aplicación al ejercicio del poder real de formas de acción, expresión y organización
propias del mundo eclesial.
Los principales agentes de este doble movimiento son los llamados “clercs du
roi” , clérigos del rey o clérigos áulicos142, a saber, “un conjunto de eclesiásticos
ligados al servicio directo del rey y de la curia regia, sin importar su situación en la
jerarquía eclesiástica y cuyas actividades, aunque distintas, revestían indudablemente
una significación política”. Estos personajes figuran así en diversas instituciones de la
monarquía castellana y realizaban en consecuencia una gran variedad de funciones
141
138
Véase RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1994), La consolidación territorial…, pp. 135-322, para un estudio
mucho más detallado (cita p. 314).
139
Sobre el contexto cruzadista durante el reinado de Fernando III y la relación de este monarca con el
Pontificado, véase AYALA MARTÍNEZ, C. (2012), “Fernando III: Figura, significado y contexto en tiempo
de cruzada”, en AYALA MARTÍNEZ, C. y RÍOS SALOMA, M. (2012), Fernando III. Tiempo de cruzada,
Madrid, Sílex, pp. 17-91; también RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1994), La consolidación territorial…, pp. 101108.
140
NIETO SORIA, J. M. (1992a), “Les clercs du roi et les origines de l’état moderne en Castille:
propagande et légitimation (XIIIème-XVème siècles)”, Journal of Medieval History, 18, pp. 297-318
(concretamente pp. 297-298).
141
Éste es el término que emplea NIETO SORIA, J. M. (1992a), “Les clercs du roi”, que ha sido también
retomado por ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais, p. 31.
142
Ésta es la denominación por la que se decanta RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2004), “La figura del
obispo cronista como ideólogo de la realeza en León y Castilla. La construcción de un nuevo modelo de
didáctica política en la primera mitad del siglo XIII”, en AURELL, M. y GARCÍA DE LA BORBOLLA, A.
(coords.), Imagen del obispo en la Edad Media, Pamplona, Eunsa, pp. 115-152.
35
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
impregnadas de significación política. Fueron numerosas las que tuvieron una evidente
proyección propagandística y de legitimación, favoreciendo de este modo la aceptación
por parte del reino de un modelo determinado de realeza143.
Los más importantes e influyentes de estos clérigos áulicos eran obispos que,
además de atender a las necesidades espirituales y temporales de su sede se hallaban
plenamente inmiscuidos en los asuntos de la alta política del reino. Entre sus múltiples
tareas estaba la de crear y difundir una eficaz propaganda en pro de la monarquía que en
el caso castellano-leonés de la primera mitad del siglo XIII adoptó la forma privilegiada
de la crónica. La cronística de estos obispos cortesanos tenía como objetivo “influir en
el pensamiento político de la corte, moldear a través de los ejemplos del pasado la
conducta moral y política del soberano. Esto es, se trataba de construir una ética política
utilizando como medio el discurso histórico”144.
Tres fueron los obispos cronistas, como ya se ha señalado, que legaron para la
posteridad su pensamiento a través de sus respectivas obras en el reino castellano-leonés
de la primera mitad del siglo XIII: Lucas, obispo de Tuy, autor del Chronicon mundi;
Juan, obispo de Osma, autor de la Chronica latina regum Castellae; y Rodrigo Jiménez
de Rada, arzobispo de Toledo, autor de la Historia de rebus Hispaniae.
2.2.1. Lucas de Tuy y el Chronicon mundi
Sobre Lucas de Tuy es poco lo que se sabe y menos aún lo que se ha escrito145.
Posiblemente nacido a finales del siglo XII, tuvo un origen leonés146, aunque hay quien
le atribuye raíces ultramontanas francesas e incluso italianas147. Estudió teología en
París, y en 1233 aparece ya definitivamente instalado en la ciudad de León como
diácono de San Isidoro, donde permanecería durante varios años. Su fidelidad quedaría
vinculada de forma muy marcada y para el resto de sus días hacia el reino leonés, sus
reyes, su capital y, muy en especial, el monasterio y San Isidoro. En 1239 era elevado a
la dignidad episcopal, pasando a ocupar la sede de Tuy, cargo que ocuparía hasta su
muerte en 1249. Fue un hombre instruido para su tiempo y también muy viajero, pues es
muy factible que viajara por Europa y el Próximo Oriente; también mantuvo buenas
relaciones con dominicos y franciscanos148.
NIETO SORIA, J. M. (1992a), “Les clercs du roi”, pp. 298-299, “Ce terme [clercs du roi] s’applique à
l’ensemble des ecclésiastiques liés au service direct du roi et de la cour royale quelque soit leur situation
dans la hiérarchie ecclésiastique et dont les activités, bien que d’ordre différent, revêtent indubitablement
une signification politique” (p. 298).
144
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2004), “La figura del obispo cronista”, p. 118.
145
Sobre los datos biográficos de Lucas de Tuy se siguen en sus líneas generales el estudio de FALQUE, E.
(2003a), “Introducción”, en LUCAS DE TUY (2003), Chronicon Mundi, ed. FALQUE, E., Turnhout, Brepols,
pp. VII-XVI. Puede verse para un estudio más detallado el trabajo de HOLLAS, M. L. (1985), Lucas of Tuy
and thirteenth century León, Yale, Yale University Press.
146
FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, p. VII.
147
Sobre esta tesis vésase LINEHAN, P. (2002), “Fechas y sospechas sobre Lucas de Tuy”, Anuario de
Estudios Medievales, 32, pp. 19-38.
148
FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, pp. VIII-XII.
143
36
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Lucas de Tuy es autor de tres obras149: los Miracula Sancti Isidori150, De altera
vita151 y el famoso Chronicon mundi. Los milagros del santo hispalense y leonés en
tiempos de don Lucas fueron terminados después de 1235, y son un buen ejemplo de
literatura hagiográfica. Se trata de una recopilación de los milagros del santo, redactada
con el fin de exaltar y volver más leonesa a la figura de San Isidoro. De altera vita, por
su parte, texto escrito entre 1230 y 1240, es un tratado de carácter doctrinal contra los
supuestos albigenses que aparecieron en León por aquel entonces152.
Pero sin duda la más importante de las tres obras del Tudense es el Chronicon
mundi. Fue escrito cuando Lucas era todavía diácono de San Isidoro de León —por
tanto, antes de 1239—, a instancias de la reina Berenguela, como bien señala en su
prólogo:
“Astrictus preceptis gloriosissime ac prudentissime Yspaniarum regine domine Berengarie, que
ut cronicorum libros a beato Ysidoro et a quibusdam aliis peritis de ystoria regum Yspanorum
et quorundam aliorum editos sibi scriberem, imperauit, hanc premisi prefacionem…” (CM,
Praef., p. 4).
Este “tópico del encargo” permite adquirir a la obra del Tudense un cierto
carácter oficial, pues “la iniciativa o inspiración de la misma surge de la reina
Berenguela, en la que coincidían la condición […] de ser hija de rey, esposa de rey y
madre de rey”153. Este encargo explicitado en la introducción da fe de la voluntad
monárquica que yacía tras el proyecto historiográfico de Lucas, aunque bien es cierto
que el resultado no cuadró exactamente con lo que se esperaba. Si el Chronicon se
planteó como una historia colectiva del pueblo hispano y, en concreto, de castellanos y
leoneses, en suma, como una historia de reconciliación en un momento político delicado
—con la reunificación aún muy reciente—, el resultado era de todo menos apaciguador,
pues iba sembrando discordia154.
El título que se le da a Berenguela —“Yspaniarum regine domine Berengarie”—
no facilita la datación, pero E. Falque se inclina por creer que el Chronicon mundi
empezó a escribirse en la década de 1230, subrayando el título regio el importantísimo
papel político que jugó la reina durante los primeros años de gobierno de su hijo
Fernando III. En cuanto a la fecha de finalización de la obra, es evidente, por sus
contenidos, que tuvo que ser forzosamente posterior a la conquista de Córdoba por el
rey Santo en 1236; algunos otros detalles —como el matrimonio de su hermana, de
nombre también Berenguela, con Juan de Brienne, rey de Jerusalén, ocurrido en 1237—
149
Sobre las tres obras de Lucas de Tuy y un estudio de su datación véase HENRIET, P. (2001),
“Sanctissima patria…”, pp. 249-278.
150
No existe una edición de este texto, aunque posiblemente en breve verá la luz una a cargo de P.
Henriet.
151
LUCAS DE TUY (2009), De altera vita, Falque, E. (ed.), Turnhout, Brepols.
152
Sobre el contenido y la ideología de estos trabajos pueden verse los estudios de HENRIET, P. (2001),
“Sanctissima patria…”, pp. 249-278 y HENRIET, P. (1999), “Xénophobie et intégration…”, pp. 37-58.
153
FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, p. XVIII; véase también MARTIN, G. (1992), Les Juges de
Castille, pp. 201-204.
154
LINEHAN, P. (2001), “Lucas de Tuy, Rodrigo Jiménez de Rada…”, pp. 25-27.
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
pueden contribuir a afinar esta datación. En cualquier caso parece que 1246, fecha de la
muerte de la reina, es el término ante quem más factible155.
A nivel ideológico Patrick Henriet, uno de los grandes especialistas del obispo
de Tuy, ha señalado que “l’œuvre de Lucas devait aussi être prise comme un tout”, de
modo que éste debería ser indistintamente considerado como “chroniqueur,
hagiographe, théologien”156. Son varios los elementos ideológicos que sobresalen en su
obra.
Todos los autores han subrayado el “leonesismo” del Tudense157, perceptible en
todas sus obras y, en especial, en el Chronicon mundi. Este “patriotismo leonés” se
traduce en tres grandes líneas: la apología del culto a los santos en la persona de San
Isidoro, la exaltación de una serie de espacios sagrados complementarios (cristiandad,
Hispania, el reino leonés, la ciudad de León y el monasterio de San Isidoro) y la
exclusión radical de todos los que atentasen contra estos espacios y este culto 158. El
santo hispalense constituía así la fuente legitimadora para las pretensiones hegemónicas
leonesas de las que era portador Lucas de Tuy159.
G. Martin afirma que “Luc défend obstinément, n’hésitant jamais à déformer les
faits dans ce sens, la mémoire des rois de Léon” a expensas del reino castellano, de
quien se critica a la nobleza belicosa y levantisca, principal causante de las desgracias
del reino. “Leonesismo isidoriano”, lo califica por su parte E. Jerez, quien afirma no
obstante que “el anticastellanismo de Lucas no suele ser mostrenco: en concreto, el
discurso del Chronicon mundi no ataca en ningún momento el poder real castellano,
sino, en todo caso, el emanado de la nobleza”. En suma, Lucas es sobre todo un
defensor de una monarquía fuerte y religiosa, capaz de mantener la paz en el reino y que
no se halle internamente dividida. En caso de poderse hablar de “leonesismo”, sería ésta
una ideología de carácter más bien “localista”, centrada en torno a la ciudad y la figura
de San Isidoro160.
Pero más allá de este leonesismo son varios más los rasgos ideológicos que
definen el discurso de Lucas de Tuy, empezando por un marcado providencialismo y
goticismo, de sistemática recurrencia en el Chronicon mundi. De este modo, el Tudense
considera que la ventura y desventura de un pueblo se deben a la ley de un dios que está
de su parte y le castiga o le premia según su comportamiento. También hace gala de
unos acérrimos clericalismo y ortodoxia católica, hecho normal si se tiene en cuenta que
el autor pertenecía a la jerarquía católica. Esto hace que se privilegien en el Chronicon
ciertos episodios o detalles casi exclusivamente relevantes para el estamento religioso.
FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, pp. XVI-XXI.
HENRIET, P. (2001), “Sanctissima patria…”, pp. 249-278.
157
Pionero en estas afirmaciones fue LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 421-432. Sobre
el tema del leonesismo puede verse además MARTIN, G. (2001), “Dans l’atelier des faussaires…”, pp.
279-309.
158
HENRIET, P. (1999), “Xénophobie et intégration…”, pp. 39.
159
AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, p. 263.
160
JEREZ CABRERO, E. (2006a), El Chronicon Mundi de Lucas de Tuy…, pp. 194-196.
155
156
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Da fe también de antisemitismo y galofobia, aunque no era el primero que expresaba su
encono contra estos colectivos161.
No se estudiará aquí en detalle la tradición manuscrita del Chronicon mundi162,
pero sí que es necesario detenerse brevemente en el proceso compositivo de la obra. Tal
y como era habitual en la Edad Media, lo que Lucas de Tuy hizo con el Chronicon no
fue tanto escribir ex novo un relato historiográfico, sino recurrir para la mayor parte de
la misma a otros textos ya existentes, que fueron reutilizados de diversas formas. En
algunos casos se copiaron fragmentos de forma literal —indicando o no su origen—, en
otros se modificaron en mayor o menor medida; se añadieron detalles y anécdotas; e
incluso el canónigo dejó volar su imaginación en más de una ocasión. Por ello lo más
conveniente es que se hable de “técnica historiográfica compilatoria” a la hora de
referirse a la tarea del Tudense163.
La obra está dividida en cuatro libros —separación que no está claro si es la
original del Tudense164— y, en lo que a la gran mayoría de la misma se refiere, es una
reutilización de fuentes anteriores, especialmente la Crónica universal de San Isidoro de
Sevilla y sus Historiae minores — Historia Gothorum, Historia Wandalorum e Historia
Sueuorum— así como varias crónicas más recientes como la de Alfonso III, la Historia
Silense, la Crónica del obispo Pelayo de Oviedo y, posiblemente, algunos cantares de
gesta hoy perdidos165. Incluso llegó a inventarse algunas fuentes, como la fraudulenta
Crónica de San Ildefonso, para que sirvieran a sus intereses, lo que le ha valido al
Tudense la calificación —un tanto exagerada— de “terrorista historiográfico”166.
2.2.2. Juan de Osma y la Chronica latina regum Castellae
El texto conocido como Chronica latina regum Castellae —o, simplemente,
Chronica regum Castellae167—, ha sido atribuido a Juan Díaz, obispo de Osma y
JEREZ CABRERO, E. (2006a), El Chronicon Mundi de Lucas de Tuy…, pp. 186-197.
Ya ha sido debidamente abordada en FALQUE, E. (2000), “Hacia una organización textual de los
manuscritos del Chronicon Mundi de Lucas de Túy”, Cahiers de linguistique hispanique médiévale, 23,
pp. 87-99 y FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, pp. CVI-CL.
163
Véase al respecto FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, pp. XXI-XXII y GUÉNÉE, B. (1980), Histoire et
culture historique…, pp. 77-247 para consideraciones más generales sobre el proceso creador del
historiador en la época medieval.
164
Para las dos posturas véanse FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, p. XXII y JEREZ CABRERO, E.
(2006a), El Chronicon Mundi de Lucas de Tuy…, pp. 166-167.
165
Para un estudio detallado de las fuentes empleadas véase FALQUE, E. (2003a), “Introducción”, pp.
XXXIII-CV; una visión comparada con la obra de Jiménez de Rada en FALQUE, E. (2003b), “Lucas de
Túy y Rodrigo Jiménez de Rada: el uso de las fuentes”, Cahiers de linguistique et de civilisation
hispaniques médiévales, 26, pp. 151-161.
166
Véase LINEHAN, P., Historia e historiadores, pp. 373-437 y LINEHAN, P. (2001), “Lucas de Tuy,
Rodrigo Jiménez de Rada…”, p. 28: “Lucas, amparado en sus órdenes eclesiásticas, fue el equivalente en
la historiografía del siglo XIII al terrorista moderno que opera en territorio ocupado”. Más adelante se
volverá con mayor detalle a la “batalla historiográfica” que se desarrolló entre Lucas de Tuy y Rodrigo
Jiménez de Rada con el espinoso asunto de la primacía toledana.
167
La denominación un tanto redundante de Chronica latina regum Castellae le viene dada por su editor
y traductor más moderno, Luís Charlo Brea (vid. CHARLO BREA, L. (2010), “Introducción”, en Crónica
latina de los Reyes de Castilla, en CHARLO BREA, L., ESTÉVEZ SOLA, J.A. y CARANDE HERRERO R. (ed. y
161
162
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
canciller del reino con Fernando III. Es un texto sin duda peculiar, en primer término
por su estructura, ya que entra directamente, tras una breve introducción, en los hechos
acaecidos en Castilla durante los reinados de Alfonso VIII, Enrique I y Fernando III
(hasta 1236). En efecto, lo habitual en el género cronístico venía siendo que se iniciaran
dichas composiciones con la creación del mundo y la historia bíblica, para sólo más
adelante fijar la atención en un espacio determinado. En segundo lugar, llama también
la atención el discreto destino de la Chronica latina, pues, pese a ser conocida e incluso
empleada por el Tudense y el Toledano, cayó en el olvido al no ser utilizada en la
posterior Estoria de España alfonsí168.
Pese a ser de las tres la crónica que cuenta con mayor número de ediciones y
traducciones169, llama la atención que sólo en fechas muy recientes se haya centrado la
atención de los especialistas en este texto170, conservado únicamente en un manuscrito
de finales del siglo XV171. La ausencia de título, dedicatoria, introducción y, sobre todo,
el anonimato de la obra —que sólo de forma tardía fue atribuida a Juan de Osma—
contribuyó asimismo a no despertar un excesivo interés.
En efecto, el autor había de ser, según los datos que él mismo esparcía a lo largo
y ancho de su texto, “un castellano «viejo», con tintes regionalistas, buen conocedor de
los clásicos latinos y de las Sagradas Escrituras, asiduo lector de la Patrística y
entendido en cánones, clérigo constituido en dignidad y que asistiera al IV Concilio de
Letrán, con acceso a la cancillería real y vinculado de forma especial con la familia
regia, testigo ocular de muchos de los acontecimientos que narra”172. Estas condiciones
las cumplía al completo Juan, obispo de Osma, tal y como puso de relieve Derek
Lomax173, desestimando así la hipótesis de que la crónica pudiera haber sido redactada
por dos manos distintas174.
En realidad, como demostró I. Fernández-Ordóñez, esta “división” se debe a que
la composición de la Chronica latina se produjo “por etapas”, concretamente en cuatro:
entre 1223 y 1224, entre 1229-1230, en 1234 y entre 1236-1237, de modo que resulta
complejo considerarla como un producto homogéneo a nivel cronológico175. La misma
autora puso de relieve que en su redacción no se habían seguido los procesos habituales
trad.), Crónicas hispanas del siglo XIII (CCT), Turnhout, Brepols, pp. 23-24). Por esta denominación se
inclina G. Martin, tal y como quedó patente en el coloquio que organizó y cuyo título era Chronica regum
Castellae (1236): sources, forme, sens et influence, que tuvo lugar en la Sorbona en junio de 2006, y
cuyas actas están disponibles en la revista e-Spania (2 de diciembre de 2006) [https://espania.revues.org/31].
168
Véase de forma general el resumen de FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2002-2003), “De la historiografía
fernandina a la alfonsí”, especialmente pp. 22-23.
169
Véanse las ya mencionadas en el estado de la cuestión y las anteriores que reseña CHARLO BREA, L.
(2010), “Introducción”, pp. 18-23.
170
De nuevo véase el coloquio Chronica regum Castellae (1236): sources, forme, sens et influence, que
tuvo lugar en la Sorbona en junio de 2006, y cuyas actas están disponibles en la revista e-Spania (2 de
diciembre de 2006) [https://e-spania.revues.org/31].
171
CHARLO BREA, L. (2010), “Introducción”, pp. 15-17.
172
CHARLO BREA, L. (2010), “Introducción”, p. 25.
173
LOMAX, D. W. (1963), “The authorship of the Chronique Latine…”, pp. 205-211.
174
CHARLO BREA, L. (1995), “¿Un segundo autor…?”, pp. 251-256.
175
FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2006), “La composición por etapas…”.
40
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de la compilación: “el hecho de que sea la memoria el principio activo en la
composición de la obra explica muchas de sus singularidades. Por ejemplo, que el relato
sea mucho más extenso y prolijo en los años que corresponden a su propia vida […],
que sólo comience a aportar fechas con cierta regularidad a partir de 1211 […]. Estas
diferencias sólo se explican a partir de un procedimiento compositivo esencialmente
basado en las vivencias y en los recuerdos, y no en el manejo de fuentes textuales”176.
Y es que el autor de la Chronica latina, en tanto que canciller del reino, tenía
acceso a los documentos de la cancillería. Juan de Osma era oriundo posiblemente de la
zona soriana, con vinculaciones con el poderoso linaje de los Haro, y estudió en las
universidades de Bolonia o París, recibiendo formación en las siete artes liberales, en
filosofía, teología y ley canónica. Encontró trabajo como escribano de la corte de
Alfonso VIII entre 1209 y 1212. En 1217 accedió al cargo de canciller de Castilla,
promovido por la reina Berenguela, aunque todavía bajo la tutela del titular honorífico
de dicho cargo, el arzobispo de Toledo177. Desde aquella fecha el trabajo en la
cancillería le permitiría un fácil acceso a múltiples documentos cuyo contenido se
trasluce en ocasiones en el relato de la Chronica178.
En cualquier caso, también sería falso afirmar que Juan Díaz no recurrió a
ningún tipo de fuente anterior. Eclesiástico, con una sólida educación, el obispo de
Osma era capaz de datar precisamente haciendo referencia a las fiestas religiosas y no
tenía problemas para citar los autores clásicos. Además, su obra está salpicada de
referencias bíblicas —en especial veterotestamentarias— así como patrísticas179. Con
todo, la Chronica latina regum Castellae necesita aún de un estudio en profundidad a
nivel filológico y literario; pese a ello, L. Charlo Brea ha puesto de relieve algunos
rasgos de su latín y de sus valores literarios180.
A nivel ideológico la Chronica latina contrasta enormemente con el Chronicon
mundi del Tudense porque si en ésta última era el leonesismo lo más definitorio, en la
historia del canciller es lo contrario, un castellanismo acérrimo, lo que más llama la
atención. Dicha tendencia habría de ser relacionada con la fecha de redacción primitiva
—previa a la unificación con León— así como la atención prioritaria que Juan de Osma
dedica al presente y al pasado más inmediato. Se produce así “una definición
decididamente territorial del sujeto de la historia: Castilla y sus reyes constituyen ahora
ese sujeto, y no ya una particular dinastía, una etnia o una forma de poder. Y es esta
dimensión territorial la que entra en diálogo con el resto de la Península y la que aspira
FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2006), “La composición por etapas…”, § 70.
O’CALLAGHAN, J. F. (2002), “Introduction”, en The Latin Chronicle of the Kings of Castille,
O’CALLAGHAN, J. F. (ed.), Tempe, Arizona Center for Medieval and Renaissance Studies, pp. xxxiixxxiii.
178
FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2006), “La composición por etapas…”, §§ 55-68 y ARIZALETA, A. (2010a),
Les clercs au palais…, pp. 167-208.
179
CHARLO BREA, L. (1998), “El latín del obispo de Osma”, en PÉREZ GONZÁLEZ, M. (ed.), Actas del II
Congreso nacional de latín medieval (León, 1997), vol. I, León, Universidad de León, pp. 353-356.
180
CHARLO BREA, L. (1998), “El latín del obispo de Osma”, pp. 357-361; CHARLO BREA, L. (2010),
“Introducción”, pp. 35-38.
176
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a ostentar una preeminencia dentro de ella”, a la par que se abandona el neogoticismo
tan presente en textos cronísticos anteriores181.
Pero a pesar de su castellanismo, el canciller era, además, un hombre no sólo
informado de los asuntos propios, sino que también tenía amplios conocimientos de los
asuntos de los demás reinos peninsulares, tanto cristianos como musulmanes, e incluso
reporta datos propios del contexto “internacional” europeo —Francia, Inglaterra, el
Imperio y el Papado. No obstante, a estos reinos los reconoce como diferentes
identidades políticas independientes, mientras que “por el contrario no reconoce una
identidad histórica y política a los demás reinos peninsulares”182.
La Chronica latina muestra una innegable coherencia ideológica, al ser la obra
de un clérigo consciente de su pertenencia a la sociedad eclesiástica. Es, al mismo
tiempo, una narración elogiosa de la monarquía castellana y un activo panegírico de la
función clerical. El autor está obsesionado por las disposiciones del derecho canónico,
en concreto en aquello referido a los matrimonios entre monarcas: su severo criterio es
el implacable filtro por el que pasan y se interpretan los hechos narrados. Juan Díaz
“agit comme témoin, comme médiateur aussi, comme maître; c’est son regard qui écrit
l’histoire, qui la domine même, peut-être. Il est proche de Ferdinand de Castille; c’est en
mentor, en expert, qu’il écrit”. Sería así el caso más paradigmático de lo que se ha
denominado la “cléricalisation du pouvoir royal”, pues la Chronica latina da buena
prueba de que “les souverains castillans avaient accepté et encouragé que les clercs
lettrés participent activement à definir l’exercice monarchique et à dessiner les contours
de la figure royale”183.
2.2.3. Rodrigo Jiménez de Rada y la Historia de rebus Hispaniae
De las tres crónicas que aquí se estudian, sin duda la más célebre —tanto por su
originalidad como por su posterior éxito y difusión— fue la llamada Historia de rebus
Hispaniae o Historia gothica184, que es como la designa su propio autor, Rodrigo
Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y primado de las Españas.
Este importantísimo personaje nació en Navarra, posiblemente en Puente la
Reina, hacia 1170, perteneciente a un poderoso linaje navarro muy próximo a la
monarquía navarro-aragonesa y emparentado con los todopoderosos Haro castellanos.
Recibió una sólida formación intelectual que le llevó de estudiar con el obispo de
Pamplona Pedro de París a los dos studia generalia más importantes del Occidente:
Bolonia y la capital francesa, donde residiría, respectivamente, cuatro años a partir de
1195. Finalizados sus estudios regresó a la Península, donde estaría llamado a
desempeñar un papel político de primer orden, realizando diversas labores como
embajador y mediador en conflictos entre reinos peninsulares. Su fiel dedicación al
servicio de la corona dio pie a que Alfonso VIII le recompensara con el arzobispado de
BAUTISTA, F. (2006), “Escritura cronística e ideología histórica”, §§ 5-6.
BAUTISTA, F. (2006), “Escritura cronística e ideología histórica”, § 7.
183
ARIZALETA, A. (2008a), “Diffusion et réception des chroniques…”, pp. 129-130.
184
Véase JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 2, nota 4.
181
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Toledo en 1209 —que ostentaría orgullosamente casi hasta el final de sus días— y con
la cancillería castellana185.
Se abría entonces la época más gloriosa de Jiménez de Rada. Multiplicó los
contactos con Roma, gozando de la confianza de Inocencio III y de su sucesor Honorio
III, quien le nombró legado para que predicara la cruzada en la Península186.
Beneficiándose de las donaciones regias y de distintas concesiones, el arzobispo
toledano aprovechó para expandir los límites y las propiedades de su diócesis. Se
convertiría así en el “gran señor y hombre de negocios” que fue estudiado por H.
Grassotti187. También sería un importante promotor de obras monumentales, como el
Palacio de los arzobispos de Toledo en Alcalá de Henares, la colegiata de Talavera, la
ampliación del monasterio de Santa María de Huerta, la iglesia de Fitero, los castillos de
Yepes, Milagros y Brihuega y, por supuesto, puso en marcha las obras de la catedral de
Toledo188.
Tras la muerte del monarca vencedor en Las Navas, en 1214, su carrera y su
figura sufrieron cierto oscurecimiento y —pese a que aún seguía jugando un papel de
gran importancia en el panorama político y eclesiástico peninsular— con el ascenso de
Fernando III y de su cada vez más poderoso canciller, Juan de Osma, se vería
finalmente relegado a un segundo plano. A todo esto se añadió su fallido intento por
lograr la primacía toledana sobre el resto de sedes metropolitanas de la península, que lo
llevó a agrios enfrentamientos con los otros arzobispados —y, en un plano intelectual,
con Lucas de Tuy, quien en su Chronicon Mundi había abogado ferozmente por la
supremacía leonesa y de San Isidoro189.
Fue en ésta última etapa de su vida cuando Rodrigo Jiménez de Rada, a falta de
gozar del poder y del ascendiente de antaño, se dedicó a la que sería su principal
creación intelectual, la Historia gothica: “c’est dans ce contexte mouvementé, au terme
d’une existence qui l’a vu passer des sommets aux marges du pouvoir, que Rodrigue
compose la majeure partie de son œuvre. Privé de l’ascendant quif ut le sien, à un
momento où son action est remise en cause à plusieurs niveaux, la seule arme dont il
dispose est désormais l’écriture”, como bien ha subrayado S. Jean-Marie190.
Y es que además no hay que entender esta historia como una obra suelta, sino
como la culminación de una larga labor historiográfica: “œuvre du Tolédan est
essentiellement historiographique et s’articule autor du texte phare qu’est l’Historia
185
Sobre la biografía de Rodrigo Jiménez de Rada consúltese FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (1989),
“Introducción”, en RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA, Historia de los Hechos de España, FERNÁNDEZ
VALVERDE, J. (ed. y trad.), Madrid, Alianza pp. 13-29; RAMÍREZ VAQUERO, E. (2013), “Pensar el pasado,
construir el futuro…”, pp. 13-46; AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la cronística castellanoleonesa”, p. 270; REILLY, B. F. (2013), “Alfonso VIII, the Castilian episcopate…”, pp. 437-454.
186
LINEHAN, P. (1975), La Iglesia española y el papado en el siglo XIII, Salamanca, Universidad
Pontificia, p. 7.
187
GRASSOTTI, H. (1972), “Don Rodrigo Ximénez de Rada…”, pp. 1-302.
188
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 4.
189
Sobre el conflicto por la primacía toledana es obligada la referencia a LINEHAN, P. (2012), Historia e
historiadores…, pp. 293-437 y a LOMAX, D. W. (1977), “Rodrigo Jiménez de Rada como historiador”,
pp. 587-592; véase, asimismo, para lo que se refiere a la caída política del arzobispo: LINEHAN, P.
(2003a), “Don Rodrigo and the government…”, pp. 87-99; LINEHAN, P. (2003b), “Juan de Soria: unas
apostillas”, pp. 375-394; LINEHAN, P. (2006), “Juan de Soria: the Chancellor as Chronicler”.
190
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 6.
43
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
gothica”191. Alrededor del “tronco” que constituye este texto se despliegan, como
señalara G. Martin, “les ramures plus courtes” de la Historia Romanorum, la Historia
Hunnorum, Vandalorum, Suevorum, Alanorum et Silingorum, la Historia
Ostrogothorum y la Historia Arabum192. Además de estos textos historiográficos, habría
que añadir al currículum del arzobispo de Toledo la redacción de dos textos de
naturaleza teológica escritos en fechas anteriores: el Breviarium historie catholice193 y
el Dialogus libri vite194. El primero es una compilación de historias bíblicas, mientras
que el segundo es un monólogo apologético destinado a la polémica contra los judíos195.
No cabe duda, en fin, de que el arzobispo de Toledo era una persona de un altísimo
nivel cultural y de una gran ambición intelectual.
La redacción de la Historia Gothica comenzó en la década de 1240196,
basándose en gran medida en el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy, que habría de
convertirse en su principal rival intelectual197. La creciente tirantez con Fernando III y
con sus hombres de confianza —especialmente Juan de Osma, a manos de quien había
perdido la posesión de la Cancillería castellana— explica que no fuera este rey quien
mejor parado saliera en la obra, a pesar de que se trataba de un encargo suyo y para
glorificación de su figura, como testimonian la dedicatoria y unas líneas del prólogo198:
“Serenissimo et inuicto et semper augusto domino suo Fernando, Dei gracia regi Castelle et
Toleti, Legionis et Gallecie, Cordube atque Murcie, Rodericus indignus cathedre Toletane
sacerdos hoc opusculum et Regu regum perpetuo adherere. […] Quia igitur placuit uestre
excellencie maiestatis mee requirere ignoranciam paruitatis […] ego uero tanti domini, tam
excelsi, non possum precibus contraire et uix possibile cogor ob reuerenciam atemptare” (HG,
Dedic. y Prol., pp. 3 y 6).
Dedicatoria que, dicho sea de paso, habría servido a Jiménez de Rada para
camuflar su desdén hacia Fernando III, revestir su obra con un carácter oficial y, de
paso reivindicarse como autor y creador de la misma199.
La Historia de rebus Hispaniae, primero crónica universal, no tarda en
constreñir su objeto de estudio al ámbito de Hispania. De gran interés resulta
precisamente este término, el de “Hispania”, “España”, que define el Toledano como la
“entidad geográfica que abarca exclusivamente la península Ibérica [...]. Excluye lo que
antaño perteneció al reino visigodo e incluye lo que en esos momentos estaba bajo
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 7.
MARTIN, G. (2003b), “Introduction”, Cahiers de Linguistique et Civilisation Hispaniques Médiévales,
26, pp. 11-13 (cita p. 13). Estas Historiae minores están editadas en RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (1999),
Historia minores, en FERNÁNDEZ VALVERDE, J. y ESTÉVEZ SOLA, J. A. (eds.), Rodericus Ximenius de
Rada Opera Omnia vol. 3: Historiae minores. Dialogus libri vitae (CCCM), Turnhout, Brepols.
193
RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (1993), Breviarium historie catholice, en FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (ed.),
Rodericus Ximenius de Rada Opera Omnia vol. 2: Breviarium historie catholice (CCCM), Turnhout,
Brepols.
194
RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (1999), Dialogus libri vitae, en FERNÁNDEZ VALVERDE, J. y ESTÉVEZ
SOLA, J. A. (eds.), Rodericus Ximenius de Rada Opera Omnia vol. 3: Historiae minores. Dialogus libri
vitae (CCCM), Turnhout, Brepols.
195
Sobre estas dos obras véase el estudio de PICK, L. K. (2004), Conflict and coexistence…, pp. 71-203.
196
FERNANDEZ VALVERDE, J. (1989), “Introducción”, pp. 49-50; MARTIN, G., MARTIN G., “Dans l’atelier
des faussaires…”, p. 280.
197
FALQUE, E., “Lucas de Túy y Rodrigo Jiménez de Rada…”, pp. 151-161.
198
AYALA MARTÍNEZ, C., “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, pp. 272-276.
199
Para un detallado análisis de la dedicatoria véase JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp.
197-207.
191
192
44
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
dominio musulmán. El concepto de España ha dejado de significar esto último, como
ocurría en las primeras crónicas de la Reconquista, para pasar a ser una realidad
supranacional, por encima de las fronteras de los reinos y al margen del transcurrir de
los tiempos”200.
Para G. Le Morvan, el concepto de “Hispania”, inspirado de los modelos
isidorianos de la Historia Gothorum, incorporaría además de la dimensión territorial
otras dos facetas: el pueblo y el rey, asentándose así en el trinomio rex, gens y regnum,
de claras connotaciones políticas201. G. Martin, por su parte, ha señalado que en la
Historia gothica adquieren una enorme importancia los conceptos de “patria” y de
“Castilla”. Por “patria” entiende el Toledano un concepto polifacético: designa la tierra
de origen, de los padres; el espacio jurisdiccional donde se ejerce un poder; el espacio
donde el líder hace reinar su paz; el espacio ganado o defendido por la acción guerrera;
y el territorio condal castellano opuesto políticamente al de Asturias y León202.
En cualquier caso, si existe un ámbito geográfico claramente privilegiado por
Jiménez de Rada en su texto, es el de la archidiócesis de Toledo y su ciudad, también
urbs regia y sede metropolitana de su autor. “La lealtad fundamental de Rodrigo estaba
dedicada a su propia Iglesia, y a cada cosa aneja a ella: arzobispado, primacía, ciudad,
incluso reino de Toledo. Si su obra se llamara Historia Toletana, el título se
correspondería tanto como Historia Gothica al contenido. Porque está escrita por un
arzobispo de Toledo, desde el punto de vista de su Iglesia, y pone en primer lugar la
tradición, el honor y los intereses materiales y espirituales de ella”203. Y es que, en
efecto, la Historia de rebus Hispaniae constituyó una pieza más —quizá una de las más
importantes—, en la encarnizada lucha de Jiménez de Rada por los derechos de la sede
toledana como primada de las Españas204.
La Historia de rebus Hispaniae muestra una división en libros que es, sin
embargo, engañosa, pues constituye un añadido de fechas más tardías. La verdadera
innovación del arzobispo consistió en la división del texto en capítulos205, que con su
título contribuían a dar una orientación ideológica muy concreta tanto al lector como al
contenido de los mismos: “la présentation en chapitres se révèle donc être une des
modalités de l’écriture historiographique du Tolédan, modalité à la fois externe
puisqu’elle participe de la présentation matérielle de l’œuvre et interne car elle est un
des outils de la construction du discours historique”206.
FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (1989), “Introducción”, p. 43. “[Hispania,] que Pirineis montibus a mari
usque ad mare protensis, Occeano circumcluditur et Tierreno. Gallia etiam Gothica, id est Narbonensis
prouincia […], et in Africa etiam una prounicia decem ciuitatum, que Tingitania dicebatur, ad Gothorum
dominium pertinebant. Hispania quippe, quasi paradisus domini, Ve principalibus fluminibus irrigatur,
scilicet, Hybero, Doria, Tago, Ana et Bethi, montanis inter quelibet interiectis” (HG, III, 21, p. 105).
201
LE MORVAN, G. (2009), “ L’Historia de rebus Hispaniae de Rodrigue de Tolède: construction d’un
pouvoir royal hispanique et total à travers le mythe néowisigothique”, en La construction des images :
Persuasion et rhétorique, création des mythes, París, Université Paris IV-Sorbonne, pp. 1-25.
202
MARTIN, G. (2006b), “La invención de Castilla…”.
203
LOMAX, D. W. (1977), “Rodrigo Jiménez de Rada como historiador”, p. 589.
204
Véase al respecto LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 337-437.
205
Así lo ha demostrado FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (2003), “La técnica historiográfica del Toledano…”,
pp. 187-221.
206
JEAN-MARIE, S. (2008), “L’Historia de rebus Hispaniae…”, pp. 135-152 (cita p. 152).
200
45
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Desde luego, y pese a ser una novedad, no cabe duda de que la obra de Jiménez
de Rada fue un éxito completo —y no sólo por su transmisión posterior a la
historiografía alfonsí, que se estudiará en el siguiente punto— sino por el gran número
de manuscritos conservados de su obra, de la que se hicieron incluso traducciones al
romance muy poco tiempo después207. Con todo, a nivel de contenidos el arzobispo de
Toledo no fue, quizá, tan innovador como Juan de Osma, pues, al igual que ocurría con
el Tudense, toda su crónica se impregna plenamente de los planteamientos ideológicos
neogoticistas y “reconquistadores”208, y se inscribe en la tradición de Isidoro de Sevilla
—retoma de hecho el Toledano el célebre Laus Spanie del arzobispo hispalense aunque
dándole un giro ciertamente novedoso209.
En cuanto a la forma y a la metodología historiográfica la Historia gothica
tampoco hace gala de mucha innovación, al circunscribirse plenamente en el modelo
historiográfico de la compilación. En fechas recientes S. Jean-Marie210, basándose en lo
ya apuntado por J. Fernández Valverde211, ha abordado el asunto de las fuentes en las
que se inspiró el Toledano para componer su obra. A pesar de que la obra de Lucas de
Tuy fue, sin lugar a dudas, la que proporcionó su “armazón” principal a la hora de
hilvanar su historia, son muchas otras las fuentes a las que recurre el Toledano, citando
algunas de forma explícita y silenciando muchas otras que no por ello son de menor
importancia. Se hallan así fragmentos de textos clásicos, de la patrística, de autores
visigodos —en especial San Isidoro, como no podía ser de otro modo—, diversas
crónicas altomedievales —Mozárabe de 754, de Alfonso III, Silense—, plenomedievales
—de Pelayo, Najerense, la Historia Roderici, el Liber Regum…— e incluso textos
musulmanes —la Crónica del Moro Rasis—, además de diversos documentos no
historiográficos —prólogo del Forum Conche, la Notule de primatu, nobilitate et
dominio ecclesiae Toletane— y, por supuesto, el Chronicon mundi y puede que incluso
la Chronica latina regum Castellae212.
2.2.4. Rasgos comunes
Las tres crónicas latinas aquí estudiadas conforman, en cierta medida, un corpus
textual homogéneo, aunque bien es cierto que la Chronica latina regum Castellae
presente, tal y como se ha visto, una serie de particularidades. Se trata de crónicas que
buscan narrar los hechos acaecidos en la Península Ibérica y que prestan una especial
atención al reino castellano-leonés. Dos de ellas, además —el Chronicon mundi y la
Historia gothica— se inician como narraciones universales para centrarse a
FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (1987), “Introducción”, en FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (ed.), Rodericus
Ximenius de Rada Opera Omnia vol. 1: Historia de rebus Hispanie vel historia gothica (CCCM),
Turnhout, Brepols, pp. XII-XXIII.
208
LE MORVAN, G. (2009), “L’Historia de rebus Hispaniae…”, pp. 1-25.
209
Sobre el “Laus Spanie” véase FERNÁNDEZ VALDERDE, J. (1986), “De laude et deploratione Spanie
(esturctura y fuentes literarias)”, en Los Visigodos. Historia y civilización. Actas de la Semana
Internacional de Estudios Visigóticos (Madrid-Toledo-Alcalá de Henares, 1985), Murcia, Universidad de
Murcia, pp. 457-462.
210
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 25-185.
211
FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (1989), “Introducción”, pp. 34-36.
212
Puede verse una recapitulación de todas estas fuentes en JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia
gothica…, pp. 427-433.
207
46
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
continuación en la Península, relatando el periodo antiguo y sobre todo el visigótico, en
el que encuentran los fundamentos ideológicos para justificar la historia de León y
Castilla estableciendo una continuidad genealógica entre los distintos reyes213.
Los tres autores —en el caso del Tudense en menor medida— fueron, asimismo,
eclesiásticos muy vinculados al poder político y a la familia regia214. La petición por
parte de la reina o del rey es la que da pie a la redacción de sus respectivas crónicas —
excepción hecha de la Chronica latina regum Castellae215—, y su objeto de atención
preferente y destino de la mayor parte de los halagos es, como no podía ser de otro
modo, la monarquía. De los distintos monarcas se narran los reinados —con mayor o
menor detalle— y se hace especial hincapié en resaltar sus virtudes o vicios, sus hechos
gloriosos o sus fracasos. En definitiva, la Historia —la más reciente, sobre todo— es
empleada como medio para construir una legitimidad216.
Todo ello se hace con el fin de dotar al relato de un mensaje moral que permita
una lectura provechosa y didáctica por parte del receptor del texto. Y es que los tres
cronistas escriben con un propósito didáctico, y sus obras podrían considerarse, además
de crónicas, como specula principum, espejos de príncipes destinados a la educación del
joven monarca, Fernando III217: no se trataba de escribir por “mera especulación
académica, una reflexión abstracta sobre la naturaleza de la historia, sino de la
consideración de su utilidad para el príncipe”218.
En este sentido son de gran interés sendos prólogos del Chronicon mundi y de la
Historia gothica. G. Martin ya analizó en su momento el primero de estos textos
introductorios, señalando que “le Chronicon mundi est conçu comme un ars regendi,
comme un speculum principis que la reine tendrait à son fils pour l’édifier dans l’art de
se régir et de régir ses sujets”. Así, a lo largo de las primeras líneas de su obra, el
Tudense va hilvanando tópicos bíblicos, paulinos, agustinos e isidorianos, esbozando en
líneas generales cómo debe ser el buen príncipe y enunciando sus cinco principales
virtudes: adorar a Dios, proteger la fe católica, mantener la paz, ejercer la justicia y
luchar contra los enemigos219.
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004a), “History and Topography…”, p. 69-72; JEREZ CABRERO, E. (2006a),
El Chronicon Mundi de Lucas de Tuy…, pp. 186-197; LE MORVAN, G. (2009), “L’Historia de rebus
Hispaniae…”, pp. 1-25.
214
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004a), “History and Topography…”, p. 67; vid. supra, notas 145, 190 y 191.
215
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004a), “History and Topography…”, p. 67; LINEHAN, P. (2006), “Juan de
Soria: the Chancellor as Chronicler”, § 3.
216
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004a), “History and Topography…”, pp. 68-76; FERNÁNDEZ GALLARDO, L.
(2004), “De Lucas de Tuy a Alfonso el Sabio: idea de la historia y proyecto historiográfico”, Revista de
poética medieval, 12, pp. 53-79.
217
Así lo ha señalado RUCQUOI, A. (1993), “El rey sabio: cultura y poder…”, p. 83; véase asimismo
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000b), “El paradigma de los reyes sabios…”, pp. 757-756.
218
FERNÁNDEZ GALLARDO, L. (2004), “De Lucas de Tuy a Alfonso el Sabio…”, p. 54; véase también
MARTIN, G. (1992), Les Juges de Castille, p. 205; MARTIN, G. (1997), “Le pouvoir historiographique…”,
p. 126; LINEHAN, P. (1997), “On further though…”, p. 420; LINEHAN, P. (2001), “Lucas de Tuy, Rodrigo
Jiménez de Rada…”, p. 23.
219
MARTIN, G. (1992), Les Juges de Castille, p. 205. “Omnis quidem potestas bona, quia ut ait Apostolis
ex Deo est: et fidelibus praecepit, potestatibus subliminoribus subjici, sive Regi quasi praecellenti, sive
ducibus tanquam ab eo missis. Rex dicitur a regendo quod se et alios bene regat; cui specialius quinque
sunt necessaria: primo uidelicet creatorem et regem suum, Patrem et Filium et Spiritum sanctum, unum
uerum Deum in unitate substancie et in trinitate parsonarum agnoscere; secundo fidem catholicam
213
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S. Jean-Marie, por su parte, ha realizado un magnífico análisis acerca del
prólogo de la Historia gothica. En él, Jiménez de Rada aprovecha la captatio
benevolentiae para establecer un vínculo moral entre los tiempos pasados y la
posteridad, resaltando la importancia de conservar dicho vínculo mediante la escritura
histórica para preservarlo del olvido de la memoria. La Historia aparece así justificada
como vehículo que permite suministrar un modelo pretérito al presente, y de paso el
historiador —el Toledano— se atribuye el mérito y la gloria de ser el responsable de
mantener dicho vínculo, entre el pasado visigótico y el presente, roto por la “invasión”
musulmana220.
Como bien ha señalado la mencionada autora, Jiménez de Rada busca evocar su
práctica como historiador mostrándola como una actividad reflexiva: se convierte en
guía del rey, en su intérprete al enseñarle una lectura del pasado. Pero esta
interpretación de los tiempos pretéritos pasa necesariamente a través del tamiz de su
memoria y de sus intereses ideológicos. Esto se traduce en una voluntad constante de
establecer —explícitamente o no— las causas y las consecuencias de los hechos
relatados así como por la construcción de imágenes regias positivas destinadas a ser
presentadas como modelos a Fernando III y a empujarlo a actuar de forma consecuente
con ellas221.
En lo que se refiere a la Chronica latina, “the present is the time for legitimacy.
Every king has to renew it, has to show the potentia regis and exert regis officia”. No se
hallan aquí ni dedicatoria ni prólogo, por lo que el mensaje ideológico y la
intencionalidad del autor permanecen sin explicitar y han de ser deducidos a través de la
lectura e interpretación de sus contenidos222.
moribus et uerbis confiteri; tercio regnum in pace omnimode conseruare; quarto sine acceptione
personarum unicuique iusticiam exibere; quinto uero hostes uiriliter, contemptis cunctis laboribus,
expugnare […]. Semper solicitatur Princeps sapiens, ne suis excessibus in temporalibus aut spiritualibus
patiatur populus sibi subditus detrimentum. Nam plerumque, pro peccatis Princpium ira Dei in populos
incandescit: et quotquot ejus culpa dilapsi sunt in peccatum, de illis Deo redditurus est rationem” (CM,
Praef., pp. 3-4).
220
JEAN-MARIE, S. (2007a), “El prólogo de la Historia de rebus Hispaniae”, pp. 713-720; JEAN-MARIE,
S. (2007b), L’Historia gothica, pp. 207-268. El tema de la memoria también está presente en Lucas de
Tuy; véase FERNÁNDEZ GALLARDO, L. (2004), “De Lucas de Tuy a Alfonso el Sabio…”, p. 56.
221
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica, p. 261. “Fidelis antiquitas et antiqua fidelitas primeuorum
doctrix et genitrix posterorum credidit actibus minorari si sibi soli se genitam reputaret […]. Ceterum ne
desidia sapiencie inimica itinera studii occultaret, illi, qui pro luce sapienciam habuerunt et eam rebus
omnibus pretulerunt, figurales litteras invenerunt, quas in sillabas congesserunt ut hiis compingerent
dictiones, quibus ut ex trama et stamine quasi a texentibus oratio texeretur, et per hec futuris seculis
pretérita ut presencia nunciarent et vigilata studia arcium liberalium et officia mechanica utiliter adinvneta
scriptura posteris conservarent. […] sine scriptis qua memoria posset quantumlibet instans solercia
reminisci, ne dixerim invenire, nisi principorum notica precessisset, que preimevi inventa succesoribus
conscripserunt? Verum quia humana studia multipharie variantur, pari providencia et eodem studio
sollicitudo diligens eorumdem descripsit acta sapiencium et stultorum, fidelium et ethnicorum, virtutes
catholicas et políticas, iura canonica et civilia, ut per hec mundi cursus in duo ordine dirigatur; gesta
etiam principum, quorum aliquos ignavia fecit uiles, alios sapiencia, strenuitas, largitas et iusticia futuris
seculis comendavit, ut quanta sit diferencia utrorumque exitu comprobetur, et discant posteri bonorum
exempli inniti et a malorum semitis declinare, quia etsi ad tempus bonorum videatur Dominus oblivisci,
in fine misericordiam non abscidet, et si ad tempus etiam impii porsperentur, tolluntur in altum, ut lapsu
corruant graviori” (HG, Prol., pp. 5-6).
222
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004a), “History and Topography…”, p. 73-74.
48
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La vocación didáctica no debe difuminar, no obstante, el objetivo primordial de
los tres textos: son —como se ha visto— ante todo monumentos propagandísticos que
sirven a los intereses de la monarquía y, de manera más o menos sutil, a los propios de
sus respectivos autores. Al fin y al cabo, los tres textos reflejan una concepción del
poder particular y diferente, dan fe de los intereses y las ideas de quienes estuvieron en
su origen, y permiten percibir las distintas influencias que tanto a nivel formal como
ideológico ejercieron unos en otros.
2.2.5. Conflictos, influencias y legado
Rodrigo Jiménez de Rada fue uno de los grandes eclesiásticos y hombres de
estado de la primera mitad del siglo XIII. Desde la inigualable tribuna de la cancillería
regia castellana y la sede toledana, tomó una parte muy activa en el desarrollo de los
acontecimientos peninsulares entre 1209 y 1230. No obstante, con la consolidación de
Fernando III en el trono castellano-leonés, tal y como ya ha sido señalado, la buena
estrella del Toledano empezó a languidecer, viéndose poco a poco relegado del primer
plano político223. La pérdida de la cancillería a manos de Juan de Osma supuso un duro
golpe para el arzobispo, “a huge shrinckage of Toledo’s prestige at the very moment at
which its archbishop was planning its apoteosis in both script and stone”224.
Pese a los intentos de Jiménez de Rada por evitar la pérdida de poder e
influencia que implicaba el traspaso de las funciones de canciller a Juan de Osma, no
podría evitarlo, viéndose privado de este cargo en 1231. P. Linehan ha sugerido que
quizá el porqué del escaso éxito de la Chronica latina deba buscarse en una maniobra
del arzobispo, o incluso en una suerte de “compensación” por su pérdida de poder225. En
clara retirada tras haber alcanzado las más altas cotas de poder, Rodrigo Jiménez de
Rada decidió convertir la cronística en su peculiar campo de batalla y, aunque de
manera tardía, dejar una huella gloriosa de su paso226.
Pero no sólo hubo de lidiar el arzobispo toledano con el nuevo canciller del
reino. A un nivel mucho más literario iba a desarrollarse otro combate de
importantísimas consecuencias. La pugna por la primacía eclesiástica peninsular —
proceso magistralmente estudiado por P. Linehan227— fue uno de los grandes debates
que sacudieron a la Iglesia hispana a lo largo de las primeras décadas del siglo XIII.
Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, luchó con todos los medios de los que
disponía para atraer al papado a sus posiciones y lograr para la sede toledana el título de
sede primada de las Españas. El largo y accidentado proceso, que se resolvió de manera
agridulce para Jiménez de Rada, le llevó a enfrentarse con los demás metropolitanos
peninsulares —los arzobispos de Tarragona, Santiago y Braga— en una carrera
contrarreloj a medida que se acercaba la hora de la toma de Sevilla y por tanto la
recuperación de la primitiva sede primada en época visigótica.
LINEHAN, P. (2006), “Juan de Soria: unas apostillas”, p. 382.
LINEHAN, P. (2006), “Juan de Soria: the Chancellor as Chronicler”, § 9.
225
LINEHAN, P. (2006), “Juan de Soria: the Chancellor as Chronicler”, § 12.
226
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2004), “La figura del obispo cronista…”, p. 134.
227
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 337-437.
223
224
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Lo que necesitaba sobre todo Jiménez de Rada “eran pruebas que mostraran que
a lo largo del siglo VII los metropolitanos de Toledo habían disfrutado de preeminencia
sobre los demás y que éstos habían reconocido la autoridad primacial de Toledo”. Para
ello, “el objetivo de don Rodrigo era reescribir la historia a favor de Toledo”. Ello le
llevaba, entre otras muchas cosas, a tener que afrontar en el plano intelectual la obra de
Lucas de Tuy, quien abogaba por la primacía sevillana en la persona de San Isidoro,
dinamitando las expectativas del Toledano. Argumentaba además que si los arzobispos
de la urbs regia visigoda habían sido primados en su momento era precisamente gracias
a un escándalo acaecido en la sede hispalense que había obligado al traslado de la
primacía a Toledo, y que este honor dependía exclusivamente de la decisión de una
asamblea de obispos228.
Lucas de Tuy había llegado al extremo de inventarse una fuente —la llamada
Crónica de San Ildefonso— con la que justificar su postura anti-toledana. Cuando
redactaba su Chronicon mundi, eran Castilla y Toledo las que gozaban de la enorme
ventaja de la supremacía política, mientras que León estaba quedando lentamente al
margen. Por ello “el Tudense reaccionó imprimiendo su propia agenda historiográfica,
usando la táctica de adelantar el contragolpe”. Haciendo gala de una mente “sutil y
calculadora”, adecuó la historia a sus intereses, desprestigiando los orígenes del reino
castellano, saboteando las pretensiones hegemónicas toledanas y reivindicando la mayor
parte de la gloria para León229.
Quién llevaba las de ganar en los distintos combates lo iba a decidir la fortuna
posterior de la que gozaron los distintos textos. Ha sido de sobra estudiada por muchos
la influencia ejercida por la Historia de rebus Hispaniae en la Estoria de España de
Alfonso X el Sabio y la tradición historiográfica por éste inaugurada. Habida cuenta de
que la Historia gothica empleó el Chronicon mundi de Lucas de Tuy como principal
inspiración, lo más correcto sería decir que tanto uno como otro texto gozaron de un
largo éxito gracias a su transmisión vía la Estoria de España230.
Como bien explicó D. Catalán, estudiando el proceso creador de la Estoria de
España, en un principio, se tradujo la Historia gothica de Jiménez de Rada, que había
de servir de fuente básica, de “espinazo de la historia”. En una segunda etapa se enlazó
a ella, “como yedra a un tronco, la narración paralela del Tudense, conjuntando
minuciosamente ambos relatos”231. De este modo, tanto el Toledano como el obispo de
Tuy —a través de la Historia gothica y de forma directa mediante el empleo del
Chronicon mundi— legaron su peculiar visión de la historia hispana para la posteridad,
pues la historiografía alfonsí gozó de un éxito sin precedentes —buena prueba de ello lo
da la ingente cantidad de manuscritos y versiones existentes de la Estoria de España—
y de una larga vida —desde mediados del siglo XIII hasta bien entrado el siglo XIV232.
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 378-406 (cita p. 378).
LINEHAN, P. (2001), “Lucas de Tuy, Rodrigo Jiménez de Rada…”, pp. 26-29 (citas pp. 28 y 29).
230
Sobre este proceso véase CATALÁN, D. (1992), La Estoria de España de Alfonso X…; CATALÁN, D.
(1997), De la silva textual al proyecto historiográfico alfonsí… y, para una buena síntesis, FERNÁNDEZORDÓÑEZ, I. (2002-2003), “De la historiografía fernandina a la alfonsí”.
231
CATALÁN, D. (1992), La Estoria de España de Alfonso X…, p. 48.
232
Véase FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, I. (1993-1994), “La historiografía alfonsí y post-alfonsí en sus textos.
Nuevo panorama”, Cahiers de linguistique hispanique médiévale, 1993-1994, pp. 101-132 (especialmente
pp. 122-131).
228
229
50
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Acerca de la relación con la obra de Juan de Soria existe cierto debate. Debido al
escalonamiento cronológico en su composición, resulta complejo determinar si pudo
haber servido como fuente —hasta cierto punto— para el Chronicon mundi o si se
produjo precisamente lo contrario. E. Jerez ha destacado que, dado que pueden hallarse
algunas analogías entre ambos textos, como la selección de noticias, la organización del
material o las coincidencias léxicas, “la relación directa entre las dos obras no es
descartable, pero tampoco segura”, y que no parece posible que existiera una fuente
común a ambas233. Por su parte, la relación entre la Chronica latina y la obra de
Jiménez de Rada parece más evidente; incluso se ha afirmado que “todo el libro IX de la
Historia del Toledano, exceptuando su breve capítulo final, no es mucho más que una
paráfrasis y comentario, a veces discrepante, de la Crónica del Canciller”234.
A. Arizaleta defiende que parece factible que los tres cronistas se conocieran
personalmente, puesto que formaban parte de un círculo estable asentado en la corte y
compuesto, además de por ellos tres, por muchos otros individuos más o menos
anónimos cuyo punto común habría sido “d’appartenir au clergé, de faire montre de leur
clerecía, et de servir le roi comme écrivains. Unis dans leur travail de construction
scripturale et idéologique, ils configurèrent probablement des réseaux d’influence”235.
233
JEREZ CABRERO, E. (2006a), El Chronicon Mundi…, pp. 357-375 (cita p. 374); JEREZ CABRERO, E.
(2006b), “El Tudense en su siglo: transmisión y recepción del Chronicon mundi en el Doscientos”, en
BAUTISTA, F. (ed.), El relato historiográfico: textos y tradiciones en la España medieval, Londres, Papers
of the Medieval Hispanic Research Seminar (28), pp. 19-57.
234
HERNÁNDEZ, F, J. (2003), “La corte de Fernando III y la casa real de Francia. Documentos, crónicas,
monumentos”, en Fernando III y su tiempo (1201-1252): VIII Congreso de Estudios Medievales, Ávila,
Fundación Sánchez Albornoz, pp. 111-112.
235
ARIZALETA, A. (2008a), “Diffusion et réception des chroniques…”, p. 131.
51
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
3.
LA IMAGEN TEOLÓGICA DEL REY
J. M. Nieto Soria apuntaba hace tiempo que, habida cuenta de lo profundamente
cristiana y creyente que era la sociedad plenomedieval, el sentimiento religioso devenía
en este contexto uno de los medios más efectivos de la propaganda política. El lenguaje
religioso era de dominio público y, por tanto, manejado de forma corriente por un sector
mayoritario de la sociedad medieval. Por ello podía jugar un “extraordinario papel como
cauce de comunicación de un mensaje político”. El empleo de un símbolo o una imagen
religiosa para expresar una ideología del poder constituía así un recurso habitual, pues
de este modo el emisor del mensaje se aseguraba la mayor recepción posible del
mismo236.
3.1.
El marco del poder del rey: la presencia de Dios en el relato237
Así, los fundamentos de cualquier ideología, y en especial de la ideología del
poder regio, beben en su mayor parte de un sustrato religioso judeo-cristiano muy
arraigado y bien conocido. Por tanto, no debería extrañar que, en los relatos cronísticos
aquí estudiados —que reflejan muy bien estas ideas; recuérdese que la cronística era un
medio privilegiado para la difusión de una ideología elaborada—, la presencia de la
divinidad, ya sea de forma directa o bien de manera más subrepticia, se manifieste de
forma constante.
3.1.1. Dios como artífice de la Historia
Dios era el principio, la causa de todas las cosas y, en consecuencia, también del
discurrir de los acontecimientos. La Historia, para el hombre medieval, era fruto de la
voluntad divina —tal y como había postulado San Agustín—, y tenía como objetivo
“adivinar a Dios como señor de la misma, predominando su providencia sobre las
intenciones de los hombres”. Existía así una suerte de plan divino para la humanidad, y
la Historia era el vehículo que permitía la realización de dicho plan. En este sentido no
es de extrañar que el texto religioso e histórico por excelencia en la Edad Media, las
Sagradas Escrituras —en especial el Antiguo Testamento— adquiriera una importancia
ideológica esencial para la mentalidad del hombre medieval238.
La cronística altomedieval ya había adoptado con notable éxito esta faceta de la
imagen divina, y en el ámbito peninsular el ejemplo más paradigmático lo hallamos en
la ideología de la “Reconquista” que, precisamente, se articula en torno a este tópico.
Dios aparece como el juez que castiga o premia a su pueblo elegido —el cristiano
peninsular— según sus acciones y su comportamiento y, en especial, el de sus
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, pp. 43 (cita) y 47.
Por su pertinencia, se toma prestado para este epígrafe el título elegido por BENÍTEZ GUERRERO, C.
(2013), La imagen del rey…, p. 60.
238
ORCÁSTEGUI, C. y SARASA, E. (1991), La historia en la Edad Media, pp. 18-20 (cita p. 20).
236
237
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
dirigentes: los reyes239. La “invasión” musulmana fue percibida por la historiografía del
ciclo asturiano como un castigo divino provocado por los pecados del pueblo godo y de
sus reyes, tal y como se refleja en la Crónica de Alfonso III o la Crónica Profética240, y
seguiría siendo un lugar común en el siglo XII, como demuestra la Chronica
Naiarensis241.
Esta tradición fue heredada por Lucas de Tuy y Jiménez de Rada —en la
Chronica latina, por el contrario, no se transluce ninguna ideología neogoticista—,
quienes se constituían así en guardianes de una larga tradición ideológica y, de hecho,
estaban llamados a convertirse en unos de sus más claros formuladores. Tanto el
primero como en especial el segundo dedicarían varias páginas para narrar la crisis del
reino visigodo y los diversos motivos que llevaron a la ruina de España y su conquista a
manos de los musulmanes242.
La injerencia de Dios en el curso de los acontecimientos no siempre adquiría
unas dimensiones tan espectaculares, sino que se manifestaba de forma mucho más
puntual y cotidiana en muy diversas situaciones. Los cronistas, al igual que el hombre
medieval, eran muy conscientes de que era Él quien decidía el curso de los
acontecimientos, y que el hombre poco podía hacer para interferir o resistirse a sus
designios. Pueden encontrarse varias formulaciones de esta omnipotencia divina en la
crónica del Toledano, cuando es “Deus, qui omnia potest” (HG, VII, 18, p. 240) o
cuando las cosas acaecen “per omnipotentis Dei graciam, qui solo nutu omnia
disponebat” (HG, VIII, 1, p. 259).
Pero por lo general las expresiones más concretas de la voluntad de Dios
acaecen en las crónicas cuando ésta se manifiesta en favor o en contra de los cristianos.
Tal y como ocurriera con la conquista islámica, la intervención divina podía
manifestarse como castigo por los pecados cometidos por un rey o el pueblo; pero
también podía ocurrir al contrario. En situaciones de especial necesidad, ante dilemas o
momentos críticos para la monarquía, la mano divina se manifestaba de diversas formas
para ayudar al rey a salir del atolladero.
En cualquier caso, antes de entrar en estas dos modalidades de intervención por
parte del Altísimo, cabe señalar un elemento obvio pero que se encuentra en la base de
la existencia misma de la institución que protagoniza el relato cronístico.
Sobre el tema de la “Reconquista” consúltese la síntesis de GARCÍA FITZ, F. (2010), La Reconquista,
Granada, Universidad de Granada, en especial pp. 107-117.
240
Se emplea la edición y traducción de Crónicas asturianas: Crónica de Alfonso III (Rotense y “A
Sebastián”). Crónica Albeldense (y “Profética”) (1985), GIL, J. (ed.), Oviedo, Universidad de Oviedo,
pp. 119, 121, 186-187, 199 y 260-261.
241
Chronica Naiarensis (1995), en ESTÉVEZ SOLA, J. A. (ed.), Chronica Hispana saeculi XII, vol. 2 y
Crónica Najerense (2003), ESTÉVEZ SOLA, J. A. (ed. y trad.), p. 148.
242
CM, III, 61-63, pp. 217-222; HG, III, 15-22, pp. 95-109: “Set quia regis ad exemplum totus
componitur orbis, peccata Witize et ultimi Roderici et aliorum regum qui precesserant […], incanduit ira
Dei et Gothorum gloriam, quam hactenus sustentarat, eiecit a facie Maiestatis […] non addidit ulterius
tolerare” (HG, III, 22, p. 108).
239
53
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
3.1.2. El origen divino de la monarquía
La justificación misma del poder del monarca a lo largo de la Edad Media —y,
de hecho, desde mucho antes y hasta varios siglos después— radicaba, en última
instancia, en Dios. El rey lo era por voluntad divina, “Dei gratia rex”, tal y como
rezaban, sin ir más lejos, la gran mayoría de los documentos cancillerescos de Alfonso
VIII, donde dicha fórmula se repite constantemente junto a la titulatura regia que
enumera los distintos territorios de la corona castellana243. Dicha fórmula había sido
adoptada en la Península por Fernando I, primer rey de Castilla, rompiendo con la
tradición predominante hasta entonces, propia de los monarcas astur-leoneses244.
El rey se convertía de este modo en vicarius Dei, lo cual reforzaba
considerablemente su poder y contribuía a eliminar los posibles límites que pudieran
interponerse. El oficio real se “teologizaba”, quedando elevado a su máxima grandeza e
importancia, convirtiendo al monarca en incomparable. Ello contribuía además a
subrayar la obligatoriedad de la obediencia de sus súbditos hacia él, pues servir al rey
equivalía a servir a Dios, mientras que oponérsele era un acto sacrílego245.
Pero pese a esta apariencia de supremacía absoluta del monarca gracias a su
vicariato divino, en realidad él mismo estaba por debajo del verdadero “Rey de reyes”,
Dios. Como señalara en su momento el ya mencionado autor, fue una concepción muy
extendida en el Occidente medieval considerar a Dios como el “verdadero gran rey,
siendo los monarcas humanos limitadas representaciones de Aquél”. Sobre este
principio se basaron la mayoría de las reflexiones de la teología política medieval, cuya
finalidad principal era presentar a la realeza como “una institución de origen divino
poseedora, por tanto, de una incuestionable proyección teológico-religiosa”246.
Los cronistas del siglo XIII no eran ajenos a esta justificación primera y esencial
del poder regio. Un testimonio diáfano se encuentra en el capítulo que Rodrigo Jiménez
de Rada titula “De comendatione fidei seu fidelitatis” (HG, VII, 18, pp. 240-241), en el
que aprovecha su elogio de la fe y la fidelidad para dar su particular visión de la
jerarquía que gobierna el mundo:
“[…] fides itaque sit preuia omnibus, per quam quilibet Deo placet, qui est Dominus
dominorum […]. Erexit eum Deus altissimus et magnificauit eum Creator ipsius, donec
stabiliret ei solium glorie et exaltaret ei diadema uictorie; in fraude circumuencium illi affuit et
honestum gloria fecit illum, custodiuit eum ab inimicis et a seductoribus tutauit illum et dedit
illi certamen ut uinceret et sciret quoniam Omnipotens regit reges et per eum príncipes tenent
terram […]” (HG, VII, 18, pp. 240-241).
243
Basta con echar un vistazo a los numerosos documentos recopilados en GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J.
(1960), El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, vols. 2 y 3.
244
UBIETO ARTETA, A. (1991), “El origen divino de la realeza”, en UBIETO ARTETA, A. (ed.), Los
orígenes de los reinos de Castilla y Aragón, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, pp. 155-181 (en especial
pp. 179-180); sobre la titulación de los monarcas en los diplomas de la época de Alfonso VIII, véase
GARCÍA TURZA, J. (2013), “La construcción de la memoria regia castellana: el ejemplo de Alfonso VIII”,
en LÓPEZ OJEDA, E. (coord.), 1212, un año, un reinado, un tiempo de despegue. XXIII Semana de
Estudios Medievales de Nájera, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, pp. 83-91.
245
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, pp. 54-58; véase también
NIETO SORIA, J. M. (1986), “Imágenes religiosas del rey…”, pp. 715-717.
246
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, p. 49.
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Son varios los elementos que merecen ser destacados de estas líneas. En primer
lugar, Dios aparece representado como Dominus dominorum —“Señor de señores”—,
dominando de este modo la suerte de “pirámide feudal” con la que el arzobispo toledano
concibe la sociedad. Sólo en virtud de la voluntad divina los príncipes terrenales poseen
sus tierras y, por extensión, su poder. En otras palabras, dichos príncipes lo son por la
gracia de Dios. Para darle aún más fuerza a sus palabras, el Toledano añade, a propósito
de Alfonso VIII, que la buena fortuna de su reinado se debió a la voluntad divina, que
veló por él durante los difíciles comienzos del reinado y se encargó de llevarlo a la más
alta gloria.
S. Jean-Marie ha señalado, además, que el arzobispo hace referencia al Libro de
la Sabiduría (5, 15-16 y 10, 11-12) y al Apocalipsis (3, 21 y 6, 2), de modo que Alfonso
VIII aparece “transfiguré par la puissance divine qui semble s’y incarner”, pues se
asemeja a un rey en majestad, a imagen de Dios, sentado en un trono de gloria. Llega a
establecer una analogía entre la imagen del monarca y la de Cristo, por la cual, para
ambos, la corona de espinas que simboliza la desposesión, las persecuciones y la
opresión es trocada por la diadema de la victoria. Esta semejanza viene acompañada de
sonoridades escatológicas: el tiempo del rey ha llegado, al igual que llegará el de Cristo.
Todo ello viene a reforzar la idea omnipresente de que Alfonso VIII, el monarca, es el
representante de Dios en la tierra247.
La misma consideración de Dios como rey de reyes la encontramos en la
Chronica latina regum Castellae cuando, narrando los hechos ocurridos durante la
Cruzada albigense en el sur de Francia, Juan Díaz afirma que “Domini nostri Iesu
Christi, qui est Rex regum et Dominus dominancium” (CL, 27, p. 67), lo que viene a
significar lo mismo que preconizaba Rodrigo Jiménez de Rada: Dios es el “Rey de
reyes”, como supremo señor feudal bajo cuya égida gobiernan los monarcas terrenales.
Dios da el reino a quien lo desea, y así lo expresa Juan de Osma en su relato, al ponerlo
en boca de Fernando III —en su discurso delante de la curia— y más adelante, al hablar
de las divisiones internas en al-Andalus con motivo de la presión cristiana —citando
como fuente el Libro de Daniel (4, 29 y 5, 21):
“[…] domino Iesu Christo, per quem reges regnant, seruire possum contra inimicos fidei
christiane ad honorem et gloriam nominis eius. […] Ex quo quidem facto quisque uere potest
scire quod Daniel propheta dixit: quia regnum hominum in manu Dei est et cuicumque uoluerit
dabit illud” (CL, 43 y 45, pp. 86 y 88).
Lucas de Tuy, por su parte, es mucho más parco en lo que se refiere a la
mención de elementos divinos a lo largo de su relato, y en las páginas que dedica a
Alfonso VIII no hallamos expresión alguna de la monarquía de origen divino, y el
Chronicon mundi se centra mucho más en el papel desempeñado por la Iglesia248.
En las mentes del arzobispo de Toledo y del canciller del reino estaba presente la
imagen del “Reino de Dios” considerado como arquetipo político, asentada en la idea de
un modelo celestial de realeza. Según este modelo, Dios era considerado como el único
y verdadero rey, Rey de reyes, mientras que los monarcas humanos eran “simples
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 365-367.
Sobre ello se volverá más adelante; véase al respecto AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la
cronística castellano-leonesa…”, pp. 261-269.
247
248
55
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
reguli, cuyos derechos eran garantizados por Dios”. Al fin y al cabo, éste era el creador
del “más conseguido de los reinos, el Reino Celestial, a imitación del cual, y por
intervención divina, surgirían los diversos reinos terrenos”249.
G. Martin ha apuntado que el canciller Juan de Osma aboga en la Chronica
latina por que el rey posee un ministerio que proviene directamente de Dios, sin que la
Iglesia desempeñe ningún papel mediador o conductor de dicha relación —como sí lo
hiciera para Lucas de Tuy. Ello dotaría a la monarquía de una especial preeminencia, al
ser poseedora de una suerte de soberanía “espiritual”250.
3.1.3. Las intervenciones favorables de Dios
Como ya se ha señalado, es en el contexto mucho más concreto de las
intervenciones en favor o en contra de los cristianos en el que la voluntad divina halla su
máxima expresión cronística. La Historia gothica da buena fe de ello en su narración
del reinado de Alfonso VIII, a lo largo del cual el ritmo de las intervenciones divinas
para ayudar y apoyar a la monarquía castellana no hace más que incrementarse, hasta
llegar al clímax, a la batalla de Las Navas de Tolosa. Tras la difícil minoría del
castellano, afirma el Toledano —como ya se ha visto— que
“Erexit eum Deus altissimus et magnificauit eum Creator ipsius, donec stabiliret ei solium
glorie et exaltaret ei diadema uictorie; in fraude circumuencium illi affuit et honestum gloria
fecit illum, custodiuit eum ab inimicis et a seductoribus tutauit illum et dedit illi certamen ut
uinceret et sciret quoniam Omnipotens regit reges et per eum príncipes tenent terram […]”
(HG, VII, 18, p. 241)
Por tanto, si Alfonso VIII consigue superar ese difícil periodo es por la voluntad
de Dios, quien se encarga de protegerlo frente a sus múltiples adversarios y de asegurar
su posición en el trono. Esta tendencia se confirma en cuanto el Toledano procede a la
narración de las primeras conquistas del castellano frente a los musulmanes: llama la
atención que la mayor parte de las intervenciones divinas en favor del rey se produzcan,
precisamente, en el contexto de la guerra contra el infiel. Así, por ejemplo, ante las
murallas de Cuenca, Alfonso VIII, “post hec autem uirtute Altissimi rodoratus conuertit
manum ad infideles, ut bella fidei exerceret” (HG, VII, 26, p. 248).
Especialmente significativo es el recordatorio que —en el relato, empleando la
primera persona y el estilo directo para otorgar más fuerza a sus palabras— le hace el
arzobispo Jiménez de Rada al castellano tras la victoria de Las Navas de Tolosa, cuando
afirma que:
“«Estote menor gracie Dei, que omnes deffectus in uobis suppleuit et oprobrium aliquandiu
toleratum hodie releuauit»” (HG, VIII, 10, p. 273).
Y es que la victoria de Las Navas de Tolosa había sido concebida no sólo por
Alfonso VIII —como se verá más adelante— sino por el propio Dios como una ocasión
de cobrarse una justa venganza sobre el enemigo musulmán después de la todavía muy
reciente derrota de Alarcos. Juan de Osma lo expresa con gran elocuencia cuando se
249
250
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, pp. 58-59.
MARTIN, G. (2006a), “La contribution de Jean d’Osma à la pensée politique…”.
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
refiere a la toma de Salvatierra (1211) por los almohades como detonante de la campaña
de Las Navas, al afirmar que Dios es un “paciente vengador” que permite tornar la
desgracia en dicha y se toma la revancha sobre sus enemigos a través de los
cristianos251.
Dios es descrito literalmente como “paciente vengador”, adquiriendo un papel
sumamente activo en el desarrollo de los acontecimientos. De este modo una acción
negativa —la pérdida de Salvatierra a manos de los almohades— se troca en una
oportunidad para recuperar la ventaja y conseguir una victoria. La intervención divina
transforma de esta manera en beneficiosa una situación desfavorable, de forma a veces
incomprensible para los hombres, como manifiesta nuevamente el canciller real con
motivo de la pérdida de Salvatierra252; así como con el de sobra conocido episodio
acaecido durante el camino hacia la batalla de Las Navas, cuando, por desacuerdos con
los líderes de la expedición, la mayor parte de los cruzados ultramontanos abandona el
ejército y regresa a sus tierras. En lugar de lamentarse, Juan de Osma señala que se trata
de una oportunidad divina para que la gloria de la posterior victoria recayera en los
castellanos:
“Mirabilis Deus in sanctis suis, qui tam mirabiliter prouidit Yspanie et precipue regno Castelle,
ut recedentibus Vltramontanis, atribueretur” (CL, 22, p. 58).
Las vías de las que dispone la divinidad para interferir en la realidad humana son
varias, siendo quizá la más notable la “irrupción” del espíritu de Dios en el monarca,
para prácticamente tomar control de sus decisiones y guiar a los cristianos hacia el
éxito. Así lo describe, de nuevo, Juan de Osma253:
“Irruit igitur Domini Spiritus in regem gloriosum et induit eum uirtus ex alto, sicque quod tam
longo tempore preconceperat produxit in altum” (CL, 18, p. 53).
Juan Díaz vuelve a emplear el mismo recurso de la irrupción divina más
adelante, en el relato de la toma de Córdoba en 1236 por Fernando III254. Como ha
puesto de relieve C. de Ayala, no es casual que el cronista elija una expresión bíblica —
“Altissimus, qui paciens redditor est, uidens desiderium gloriosi regis, inclinauit aurem suam et de
excelso solio glorie sue orationem eius exaudiuit. […] Sed luctus ille per misericordiam et uirtutem
Domini nostri Ieso Christi, qui auditor est suorum in oportunitatibus, in tribulatione, anno reuoluot, in
gaudium est conuersus. Vere quidem presagio quodam castrum predictum nominatum est Saluatierra!
Saluauit enim terram totam per illud castrum Dominus dupliciter, quoniam aduentus regis Marroquitani in
nullo alio nocuit terr in anno illo, cum multa dampna inferre potuisset; preterea captio Salue Terre fuit
occasio precipua belli gloriosi quod comissum est in anno sequenti in Nauas de Tolosa, in quo per
uirtutem crucis Christi uictus est rex Marroquitanus” (CL, 19, pp. 54-55). Se ha señalado que Dios
aparece en la Chronica latina ejerciendo las mismas actividades que los buenos vasallos: auxilium et
consilium (ROCHWERT-ZUILI, P. (2006), “Auxilium et consilium…”, §§ 14-23).
252
“Vere uirtus Domini nostri Iesu Christu, qui uere Deus est et homo, latenter operabatur, quia tam
subito corda hominum potuit inmutare de timore in audaciam, de desperatione in confidenciam sumam”
(CL, 21, p. 57).
253
Y no sólo a propósito de Alfonso VIII, sino también de Fernando III: “Quadam uero die rex ex
insperato humiliter et deuote tanquam filius obdiencie, cum irruisset in eum Spiritus Domini coram
nobilissima genetrice sua, magnatibus cunctis astantibus, uerbum proposuit in hunc modum […]. Rex
uero, in quem Spiritus Domini irruerat, ductus saniori consilio, tanquam a Domini Spiritu, pospositis, ne
dicam spretis, omnium uoluntatibus et consiliis, Toleto festinanter exiuit, et uersus partes illas gloriosus
miles Christi cepit ire” (CL, 43 y 48, pp. 85 y 91).
254
(CL, 70 y 71, pp. 111-112 y 113).
251
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el Espíritu de Dios irrumpe en el monarca— propia del Libro de los Jueces para
explicar la “posesión divina”. En efecto, este texto bíblico es un prototipo de relevancia
en la Edad Media “para significar la legitimidad del caudillismo sacral, el que, sin
especial mediación eclesiástica y por encima del parecer de los hombres, está llamado,
por directa iniciativa de Dios, a liderar y defender a su pueblo”255.
Para J. M. Nieto Soria, Juan de Osma emplea la imagen del rex inspiratus Dei,
que da fe de que el monarca nunca es abandonado por Dios. En las situaciones de mayor
compromiso el rey puede esperar la inspiración divina que habrá de indicarle lo que es
mejor tanto para él como para su pueblo. Es un recurso empleado en momentos de firme
decisión del monarca para emprender una nueva empresa que sirva para el mayor
enaltecimiento de la cristiandad, sirviendo la inspiración divina para infundirle mayor
seguridad y ánimo256.
En efecto, tal y como describe Jiménez de Rada, ante la necesidad es prioritario
que se implore la ayuda divina. Poco antes de la batalla de Las Navas, con el único paso
conocido a través de Sierra Morena bloqueado por el ejército almohade, los líderes
cristianos se reúnen para deliberar. No obstante, no llegan a ningún acuerdo sobre qué
hacer a continuación; y cuando algunos llegan a sugerir dar media vuelta y regresar a
casa, Alfonso VIII, a decir de Juan Díaz, se impone:
“Discedunt hora uespertina nullum consilium inuenientes quo deis placeret, sed disponunt
implorare diuinum auxilium iuxta consilium regis Iosaphat, de quo legitur in libro Regum:
Cum ignoramus quid agere debeamus, hoc solum residuum habemus ut occulos ad celum
leuemus” (CL, 18, p. 53)
Pues, tal y como afirma el Toledano, citando la Carta a los Romanos (8, 28):
“Set quoniam diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum” (HG, VIII, 6, p. 266).
No sólo el monarca era capaz de convertirse en depositario de la gracia divina;
también aquellos que desempeñaban tareas importantes relacionadas con el
engrandecimiento o la defensa de la fe cristiana se veían apoyados por Dios. Un par de
ejemplos claros los ofrece Juan de Osma al referirse primero a la huida incólume de
Diego López de Haro, asediado por los almohades en el castillo de Alarcos tras la
derrota de Alfonso VIII257; y luego a la cruzada contra los albigenses —iniciada en 1209
en el sur de Francia258— encabezada por el noble Simón de Monfort259.
AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, p. 258.
NIETO SORIA, J. M. (1986), “Imágenes religiosas del rey…”, pp. 722-723.
257
“Didacus Lupi de Vizcaya, nobilis uasallus eius, se recepit in castro de Alarcos, ubi obsessus fuit a
Mauris; sed per gratiam Dei, qui eum ad grandia reseruabat, datis quibusdam obsidibus, euasit, et secutus
regem post aliquantos dies Toletum aduenit” (CL, 13, p. 47).
258
Sobre dicha cruzada la bibliografía es amplísima; a modo de síntesis, véase ROQUEBERT, M. (2006a),
L’épopée cathare, vol. 1: L’invasion 1198-1212, París, Perrin [1ª ed. 1970]; ROQUEBERT, M. (2006b),
L’épopée cathare, vol. 2: Muret ou la dépossession 1213-1216, París, Perrin [1ª ed. 1977]; ROQUEBERT,
M. (2007), L’épopée cathare, vol. 3: Le lys et la croix 1216-1229, París, Perrin [1ª ed. 1986]; MARVIN, L.
W. (2008), The Occitan War. A military and political history of the Albigensian Crusade, 1209-1218,
Cambridge, Cambridge University Press; ALVIRA CABRER, M. (2008), Muret 1213. La batalla decisiva de
la cruzada contra los cátaros, Barcelona, Ariel.
259
“Operabatur siquidem manifeste et miraculose uirtus Domini nostril Iesu Christi, qui est Rex regum et
Dominus dominicanum, per ministerium illustrisimi et fidelissimi comitis Simonis Montis Fortis, qui
uelud alter Iudas Macabeus, legem Dei zelans, uiriliter et potenter bella Domini preliabatur” (CL, 27, p.
67).
255
256
58
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Otro medio, éste ya clásico, es el del milagro. En el mundo plenomedieval la
Historia —como se ha visto— evolucionaba según un plan providencial. Para las gentes
de aquel tiempo “la interacción constante y directa de Cielo y Tierra hacía que todo, lo
natural y lo sobrenatural, tuviera sentido y nada fuera indiferente”. En este contexto la
creencia en los milagros y la enorme trascendencia que éstos podían tener no debe
llamar la atención260.
Uno de los episodios milagrosos más conocidos es aquél acaecido poco antes de
Las Navas cuando, bloqueado en plena Sierra Morena el ejército cristiano, un pastor
apareció de forma súbita y lo condujo a través de un paso alternativo para poder
enfrentarse a los almohades en campo abierto. Esta aparición la recogen los tres
cronistas:
“Et quia excelsi montes et anguste semite Christianos ad Sarracenos accedere non
permittebant, diuinitus affuit quidam coram rege Adefonso quasi pastor ouium, qui eis latam
ostendit uiam, et eo duce peruenerunt usque ad castra Maurorum et nullo uidente pastor ipse
recessit” (CM, IV, 89, p. 330).
“Tunc misit Deus quemdam in specie pastoris, qui regi glorioso locutus est secreto, promittens
se indicaturum cui ipse mandaret locum ualde propinquum, per quem totus exercitus sine
periculo transire posset montes altissimos. […] Creditus ab his, qui recte sapiunt, quia non
purus homo, sed aliqua diuina uirtus extitit, que in tanta angustia subuenit populo Christiano”
(CL, 23, pp. 59-60).
“Deus omnipotens, qui negocium speciali gracia dirigebat, misit quendam hominem plebeyum
satis despicabilem habitu et persona, qui olim in montanis illis peccora pauerat et cuniculorum
et leporum ibidem institerat captioni; ostendit uiam satis facilem, omnino possibiliem, per
declinuum lateris montis eiusdem; nec oporteret ab aspectu hostium occultari, et ipsis
uidentibus nec impedire ualentibus, uenire ad locum pugne congruum poteramus. […] Et dante
Domino sic euenit, ut ille tanquam Dei nuncius, qui infima mundi eligit, uerax inueniretur, et
predicti principes montis planiciem occuparunt” (HG, VIII, 7-8, pp. 268-269).
Dicho episodio recoge los “elementos tradicionales asociados a lo sobrenatural:
la aparición de la nada y en una situación límite, el anonimato, la misión decisiva para la
causa cristiana y la inmediata desaparición”. Además, al asociarse a la figura de Alfonso
VIII, la milagrosa llegada del pastor contribuye a la configuración de una imagen
idealizada y legendaria del monarca castellano. Sin duda fue uno de los milagros más
sonados del momento, pues aparece recogido no sólo por las tres grandes crónicas
castellano-leonesas, sino por la propia carta que el monarca escribió al papa tras la
victoria contra los almohades261. Asimismo, como han puesto de relieve A. Arizaleta y
S. Jean-Marie, en la hagiografía se narran hechos milagrosos y entran en escena
entidades sobrenaturales que, en teoría, no pertenecen al ámbito de la historiografía. No
obstante, tanto lo maravilloso como lo milagroso coexisten y aparecen en las crónicas
latinas en cuestión262.
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, p. 127.
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 158-172 (cita p. 167); sobre el milagro del
pastor de Las Navas consúltese PEINADO SANTAELLA, R. (2015), “El pastor de Las Navas o trampa
ideológica de una imagen de cruzada”, en GARCÍA, M. A. et al. (coords.), La literatura no ha existido
siempre: para Juan Carlos Rodríguez, teoría, historia, invención, Granada, Universidad de Granada, pp.
439-453.
262
ARIZALETA, A. y JEAN-MARIE, S. (2006), “En el umbral de santidad…”, p. 4.
260
261
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Otro episodio milagroso acaece de nuevo en el contexto de la batalla de Las
Navas. Esta vez la narración la proporciona el arzobispo de Toledo, que asegura en la
Historia gothica haber sido testigo de cómo la enseña de la cruz portada por los
cristianos atravesaba “milagrosamente” las líneas enemigas y se mantenía incólume,
gracias a la voluntad de Dios263. M. Alvira ha subrayado que Jiménez de Rada emplea el
término miraculus para definir “lo maravilloso cristiano”, el milagro. Para otros hechos
extraordinarios el arzobispo emplea, por el contrario, el término mirabilis, “lo
maravilloso”, que se aplicaba a “sucesos en los que no se reconocía una necesaria
participación directa de la divinidad”264.
Al depender de Dios los éxitos y las victorias de Alfonso VIII y los cristianos, lo
lógico —y sin duda más recomendable— es dar las gracias por su ayuda. En este
contexto se entienden los cánticos de alabanza que entonan los vencedores y las
procesiones que se realizan en Toledo tras la victoria de Las Navas265:
“Hiis et aliis in hunc modum dictis ipse Toletanus et alii pontífices, qui simul aderant, cum
lacrimis deuotionis in laudis canticum eleuatis uocibus proruperunt dicentes: Te Deum
laudamus, te Dominum confitemur. […] Nos [el arzobispo] uero cum nobili rege Aldefonso ad
urbem peruenimus Toletanam, ibique cum pontificibus et clero et uniuerso populo in ecclesia
beate Marie Virginis processionaliter est receptus, multis Deum laudantibus et in reddiderat
sanum et incolumem et corona uictorie coronatum” (HG, VIII, 10 y 12, pp. 273-274 y 276).
Pues, al fin y al cabo, para los cronistas es Dios quien ha vencido en la gloriosa
batalla de Las Navas, no los hombres. La batalla es considerada como un juicio de Dios,
y su desenlace, producto de la voluntad divina266. Pero sobre ello se volverá más
adelante; ahora, toca detenerse en aquellas ocasiones en las que Dios no está del lado de
los cristianos.
3.1.4. El castigo divino
La intervención divina, en efecto, no siempre se realizaba en favor de la
monarquía y de los cristianos. De hecho, en ocasiones es preferible, a decir de Jiménez
de Rada, no tentar demasiado a la suerte y no poner a prueba la buena voluntad divina.
En efecto, cuando se exceden los tenues límites de la paciencia divina la suerte puede
tornarse rápidamente en desgracia al suscitarse la ira divina. Incluso después de una
alegría tal como la victoria de Las Navas, signo inequívoco del apoyo de Dios a la
empresa castellana, los cristianos pronto se ven obligados a regresar a casa sin poder
“Crux uero Domini, que coram Toletano pontífice consueuerat baiulari, preferente eam Dominico
Pascasii canonico Toletano, per Agarenorum acies miraculose transiuit, et ibidem illeso baiulo sine suis
usque ad finem belli, sicut Domino placuit, perdurauit” (HG, VIII, 10, p. 273).
264
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 286-287.
265
Véase para los distintos “rituales de la victoria” ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…,
pp. 293-324.
266
“Proposuerant ulterius procedere, sed Deus, cuius uoluntati resistere nemo potest, impediuisse
uidebatur. Occulta quidem sunt iudicia Dei: fortase aliquid elationis et superbie contraxerunt Christiani ex
uictoria supradicti belli, cum soli Deo, non sibi, atribuere debuissent” (CL, 25, p. 63); “Et iam Dei gracia
propter luxum hominum tepescente, Christiani cupiditate illecti intendebant iniuriis et rapinis, unde et
Dominus imposuit frenum ori eorum et percussit eos infirmitatibus et iumenta, et uix erat in tabernaculis
qui comilitoni posset socio uel domino ministrare” (HG, VIII, 12, p. 276).
263
60
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
mantener las posiciones de Úbeda y Baeza a causa de una epidemia, provocando el
lamento de los cronistas267.
No cabe duda de que, cuando los pecados de los cristianos son demasiado
graves, la ira divina no se hace esperar y su castigo puede ser demoledor. Un ejemplo
claro de ello se halla en la explicación de la derrota de Alarcos en 1195: Lucas de Tuy
lo expresa claramente cuando afirma que la victoria del Miramamolín se debe a los
“pecados de los nuestros”268; mientras que Juan Díaz apunta, por su parte, a la soberbia
de Alfonso VIII:
“Iratus uidebatur Dominus Deus populo Christiano. […] Ignis ascensus uidebatur in furore
Domini et elationem animi, si quam conceperat rex nobilis ex gloria precedenti, deprimere
uidebatur, ut intelligeret rex prudens et nobilis quod regnum filiorum hominum in manu Dei est
et cuicumque uolerit dabit illud” (CL, 13-14, pp. 46 y 84).
Y es que, ante la ira divina, el hombre puede hacer poco más que resignarse a los
inescrutables designios del Señor269. Los pecados de los hombres acarrean, de forma
indefectible, el castigo divino.
En algunos casos, la pérdida del favor divino puede venir precedida por
fenómenos portentosos que, al igual que se ha visto para el caso contrario, se traducen
en milagros. Lucas de Tuy reseña un hecho de este tipo —estrechamente vinculado a la
ciudad de León y a San Isidoro, como es costumbre en él270— cuando dice que:
“Sed antequam inter dictos reges tam orribile roietur bellum, ostendit Dominus quoddam
prodigium in ecclesia sancti Stephani extra muros urbis Legionis. Etenim quedam imago Dei
genitricis cum imagine Filii sui ex se cepit emittere sanguinem, non sine orrore et admiratione
multorum, qui hoc uiderunt. Tunc clerus et populus Legionis ad predictam ecclesiam
accesserunt pedibus nudis et ipsam immaginem ad ecclesiam accesserunt pedibus nudis et
ipsam immaginem ad ecclesiam beati Ysidori detulerunt et super ipsius altare posuerunt, ubi
per tres dies continuos sanguinem emanauit” (CM, IV, 84, p. 323).
No siempre la desgracia viene causada por los pecados de los cristianos que
suscitan la ira de Dios; en ocasiones, es el diablo quien se inmiscuye en los asuntos de
los hombres sembrando la discordia. Con respecto al abandono por parte de los
cruzados ultramontanos de camino a Las Navas, el arzobispo, testigo de primera mano
de estos hechos, afirma que semejante desgracia es obra del Maligno271.
En conclusión, tal y como Jiménez de Rada recuerda a su monarca en plena
refriega, el ser humano no es más que un peón en las manos divinas y cualquier intento
por resistirse a la divina voluntad es tan absurdo como vano:
“«Si Deo placet, corona uictorie, non mors instata; sin autem aliter Deo placuerit, uobis comori
omnes comuniter sumus parati»” (HG, VIII, 10, p. 273).
Véase ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 74-75 y 361-374.
“[…] Miramamolinus pro peccatis nostris extitit uictor” (CM, IV, 83, p. 322).
269
Rodrigo Jiménez de Rada lo afirma con rotundidad al referirse a la rota de Alarcos: “Iudicia Dei
abissus multa et ignota filiis hominum. Iudicum Dei super opera eius et sentencia celi in agmen illius.
[…] Ignorat homo uiam Altissimi et filii Ade consilia Celsi” (HG, VII, 28-29, pp. 250-251).
270
Véase HENRIET, P. (2000), “Hagiographie et historiographie…”, pp. 53-85.
271
“Set quoniam humani generis inimicus non cessat christianis actibus inuidere, misit Sathan in
exercitum caritatis et corda emulancium conturbauit, et qui ad certamen fidei se accinxerant, retrorsum a
bono proposito abierunt” (HG, VIII, 6, p. 265).
267
268
61
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Sólo queda resignarse y, desde luego, no intentar comprender las causas
profundas de las acciones divinas.
3.2.
La imagen virtuosa del rey Alfonso VIII
Queda claro que, en los tres relatos cronísticos, Dios está muy atento al
desarrollo de los acontecimientos e interviene activamente —por lo general a favor de la
monarquía y de los cristianos, pero en ocasiones también en contra— para modificar el
curso de los mismos según sus ocultos designios. Ahora bien, para ser merecedor de la
gracia divina, tanto el pueblo como, en especial, su monarca, deben ser y comportarse
de manera aceptable desde un punto de vista cristiano católico. Ello implica —en lo que
al rey se refiere— que debe hacer gala de una serie de virtudes que podrían definirse
como sacralizadoras y morales.
Por imagen sacralizadora se entiende, según J. M. Nieto Soria, aquellas
imágenes que “sin ser esenciales para la fundamentación teológica del poder real, tienen
como finalidad principal procurar al rey y al poder que ostenta una cierta dimensión
sagrada que asegura al monarca y a la realeza una posición de incomparable
superioridad”. Dicho autor propone cinco categorías que quedarían englobadas por esta
imagen —el rey ungido, el linaje elegido, el rey taumaturgo, el rey mesías y la
inmortalidad regia272— de las cuales sólo se hallan en los relatos cronísticos aquí
abordados dos o tres de ellas, como se verá.
La imagen moralizante es aquella que trata de proponer un modelo moral del
monarca, exponiendo así unas exigencias básicas de comportamiento de inspiración
religiosa para lo que se concibe como rey ideal. Dos son las categorías que pueden
englobarse tras esta imagen: el rey cristianísimo y el rey virtuosísimo. Rey cristianísimo
era aquel que desarrollaba su acción en tres principales campos: la actividad guerrera
contra los infieles, la actitud religiosa personal y la actitud respecto a la Iglesia; rey
virtuosísimo, aquel que constituía una figura ética antes que política273. Esta imagen
guarda una estrecha vinculación con los specula principum, como no podría ser de otro
modo, pues la función principal de estos textos es la de proporcionar un modelo a imitar
por sus virtudes. En el caso de Alfonso VIII encontramos principalmente elementos
propios del primer arquetipo, como se expone a continuación.
Como apuntara P. Linehan, Alfonso VIII, de resultas de la separación de Castilla
y León y ante una apremiante necesidad de buscar factores que legitimaran a la joven
monarquía castellana, abandonó el tópico de la maiestas —que era y había sido
monopolio de los reyes leoneses— como virtud más definitoria de la institución regia, y
buscó aparecer representado en los diplomas de la cancillería como “paladín de la
religión cristiana”, abrazando con fuerza la virtud de la christianitas. Sin optar por el
título de rex catholicus, sí que se empleó el de rex christianus, pues éste hacía
referencia a la Christianitas como comunidad de fieles que se colocaba así bajo la
protección del monarca castellano274.
NIETO SORIA, J. M. (1986), “Imágenes religiosas del rey…”, pp. 60-61.
NIETO SORIA, J. M. (1986), “Imágenes religiosas del rey…”, pp. 78-90.
274
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 314-317.
272
273
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En los maravedís de oro acuñados por este monarca —basándose en los dinares
almorávides— se puede leer, grabada en caracteres árabes, una leyenda que reza: “el
Príncipe de los católicos, Alfonso, hijo de Sancho” y “el Imán de la Iglesia cristiana, el
Papa de Roma la Mayor”. Bien es cierto, no obstante, que dichos maravedís no estaban
destinados, por lo general, al consumo interno, sino a los intercambios con al-Andalus:
de ahí el empleo de la escritura y la lengua árabes. La intención subyacente era
claramente propagandística, pero no en clave interna, sino de cara al enemigo
musulmán275.
Hacia el interior, la cancillería regia empezó a explotar la idea de la defensio
Christianitatis en relación con la protección real de las instituciones eclesiásticas; y
desde la década de 1180 se declaró la responsabilidad del monarca hacia la religión
cristiana, elaborándose una doctrina de teoría política a partir de componentes
exclusivamente religiosos, especialmente perceptible en la documentación de las
órdenes militares. Castilla “se había liberado de la antigua “Hispania”, se había
despojado de la parafernalia del nuevo imperialismo, y se había echado a los hombros
una carga nueva y enorme”, al asumir la responsabilidad de la defensa de la Cristiandad
a un nivel mucho más global mientras buscaba lograr una mayor visibilidad en el plano
internacional276.
Las crónicas del siglo XIII recogieron esta imagen del rey cristiano y la
plasmaron de diversas maneras, rodeando a Alfonso VIII de una serie de virtudes
morales y cristianas destacables, y en especial la Historia gothica277.
3.2.1. El linaje escogido por Dios
En primer lugar, cabría señalar que el del castellano es un linaje escogido por
Dios. La prueba más significativa de ello se halla en la enorme cantidad de
intervenciones divinas en favor del monarca que quedan reseñadas en las páginas de las
tres crónicas y que ya han sido comentadas en detalle más arriba. No obstante, se
encuentran otros elementos que ilustran que el linaje castellano es grato al Altísimo.
Por ejemplo, en el elogio del padre de Alfonso VIII, el efímero Sancho III,
Jiménez de Rada se deshace en elogios hacia este monarca278. Como ha analizado S.
275
FRANCISCO OLMOS, J. M. (1998), “El maravedí de oro de Alfonso VIII: un mensaje cristiano escrito en
árabe”, Revista General de Información y Documentación, 8/1, pp. 283-301.
276
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 318-319; véase también AYALA MARTÍNEZ, C.
(2016), “Alfonso VIII, cruzada y cristiandad”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie III. Historia Medieval, 29,
pp. 90-95.
277
Como apunta JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 336.
278
“Hic rex Sancius tanta benignitate pollebat, quod clipeus nobilium dicebatur, et tanta congerie
uirtutum claruit, ut pater pauparum, amicus religionum, defensor uiduarum, tutor pupillorum, iustus iudex
omnium ab omnibus amabatur; nichil arduum reputabat quod ad cordis magnificenciam pertineret,
ascensiones uirtutum in corde suo cotidie disponebat, et mondiciam amans ad ea que uirtuosum faciunt
anelabat. Quid de moribus eius dicam, de strenuitate in hostes, de liberalitate in omnes, de iusticia in suos,
de pietate in fratrem, de deuotione in ecclesias, de timore in Deum? Huic pater diuisit imperium, set ipse
uirtutes omnium in se uirtutum fibula colligauit. […] Rex uero Sancium, postquam dedit Fitero
Calatrauam, consumatus in breui compleuit tempora multa; placita enim erat Deo anima illius, et ideo
ffestinauit eum Dominus educere de medio iniquitatis et dar ei imperium non diuisum” (HG, VII, 12 y 15,
pp. 233 y 236).
63
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Jean-Marie, “Sanche III est, à lui seul, un concentré de la majorité des vertus mises en
valeur au fil du texte. En lui s’incarne le paradigme royal”. La tonalidad encomiástica
del fragmento se basa en toda una serie de recursos retóricos que amplifican la
celebración del primer rey castellano279, que posee —entre otras muchas virtudes—
aquéllas propias del perfecto cristiano. En este punto el Toledano emplea el Libro de la
Sabiduría (4, 13-14) para realzar la figura regia, que goza del favor divino, y la
aproxima a la “perfección”.
Inmediatamente después, tras narrar la muerte de Sancho III, el cronista se
refiere al difunto rey como “desiderabilis”, el “añorado”, y a propósito de su hijo y
sucesor dice que es “patris priuilegio amplectendus” (HG, VII, 15, p. 236) y
“desiderabilis Sancii filius” (HG, VII, 18, p. 241), estableciendo así un fuerte vínculo
linajístico. Éste se ve reafirmado cuando Jiménez de Rada cuenta que Alfonso VIII
“Toletum optinuit” (HG, VII, 18, p. 241), “recuperó Toledo”, creando de este modo un
interesante paralelismo con Alfonso VI, primer conquistador cristiano de la ciudad del
Tajo.
El mismo vencedor de Las Navas es el mejor ejemplo de cómo Dios apoya a su
linaje, pues a pesar de su turbulenta infancia y de los enormes vaivenes políticos
acaecidos durante la misma, finalmente consigue imponerse al frente del reino —tal y
como se ha visto anteriormente— y llevarlo hasta la gloria.
En lo que se refiere a los sucesores de Alfonso VIII, de nuevo en ellos se
manifiesta el especial favor divino hacia el linaje castellano. Es a Dios a quien hay que
agradecer la disponibilidad de un heredero; así, sobre el malogrado infante Fernando,
los tres cronistas elogian sus diversas virtudes, insistiendo en especial Lucas de Tuy
sobre sus valores cristianos280. Y de nuevo, durante la minoría de Enrique I y, más
adelante, durante los primeros años de Fernando III —en ambos casos con presencia de
la reina Berenguela—, Dios interviene para asegurar la pervivencia del linaje de
Alfonso VIII, como bien testimonia el canciller281. En definitiva, queda claro que nos
hallamos ante un linaje, el de Alfonso VIII de Castilla, especialmente querido y
protegido por Dios.
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 357.
“Hic tanto fidei catholice feruebat ardore, ut cum quadam die fecisset sibi exponi passionem Ihesu
Christi et ex relatione didicisset, quod antiqui catholici reges Iudeos expulerint ab Yspania et Toletana
ciuitas Iudeorum proditione tradita fuerit Sarracenis, tantum concepit odium contra ipsos, quod eorum
proteruiam quibuscumque poterat, persequebatur modis, et quia Iudei timebant deleri per ipsum, ut fertur,
eius mortem procurauerunt ueneno, quia mundus non erat dignus tanto principe gloriari” (CM, IV, 88, pp.
328-329); “[…] sic enim eum Dominus honestauerat ut etiam ab omnibus amaretur, et quod etas in
adolescentibus non permitit, iam in ipso gracia dispensabat” (HG, VII, 36, p. 258); “Videns autem rex
gloriosus desiderium filii sui et pulchritudine eius —erat enim ualde pulcher— et robur iuuenalis etatis,
delectabatur in eo, gratias agens Domino, qui filium talem dederat ei qui posset iam coadiutor eius
existere in regni regimine et in rebus bellicis uices eius supplere posset in parte” (CL, 18, p. 53).
281
“Sed iustus Dominus, qui iusticias dilexit, cuius uultus equitatem uidit, qui saluat innocentem et
innoxium, qui liberauit Susanam de manibus iudicum iniquorum, ipse siquidem immunem tanti criminis
et in nullo sibi consciam, dominam reginam et eos, qui faubeant ei, liberauit de angustia et exultauit in
tempore tribulationis” (CL, 32, p. 75); “Tunc autem recepti sunt in eadem ciuitate rex et regina cum
procesione solempni cum honore magno et gaudio infinito. Liberauerat enim Dominus Deus quasi
miraculose ciuitatem Burgensem de manibus inimicorum suorum, et restituit eam uere et naturali
domine” (CL, 37, p. 80).
279
280
64
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3.2.2. Los elementos de un relato hagiográfico
A. Arizaleta y S. Jean-Marie han puesto de relieve que en el caso de Alfonso
VIII es notable la recuperación —por parte de los tres cronistas en cuestión— de ciertas
características propias del género hagiográfico, mediante las cuales se busca proponer
“tanto la imagen del rey perfecto como la de una realeza idealizada”, asemejándose el
retrato regio a la vitae de un santo. Alfonso VIII aparece así aureolado de múltiples
rasgos “hagiográficos”: en primer lugar —se volverá sobre ello más adelante— es un
combatiente heroico, defensor de la fe; en segundo término muestra claros signos de
precocidad desde muy niño, prueba de que ha sido alcanzado por la gracia divina;
además, es el gran protector de la Iglesia; realiza numerosas obras pías; se muestra muy
devoto y temeroso de Dios, gozando (casi) siempre de la protección divina, hace gala de
generosidad y de caridad… virtudes todas ellas propias de un santo282
La semejanza entre los relatos hagiográficos y la biografía de Alfonso VIII
esbozada por el Toledano queda enfatizada, para los inicios del reinado, por la juventud
y la inocencia del monarca. El niño rey, a pesar de ello, empieza a muy temprana edad a
dar señales de precocidad y de haber sido tocado por la gracia divina. Rodrigo Jiménez
de Rada, que es el único que se detiene en este aspecto, se pregunta de forma retórica
qué mal puede haber en quien tiene tan tierna edad y narra de forma dramática la
complicada infancia del castellano283.
S. Jean-Marie ha señalado en este fragmento la amplificación que se produce en
las virtudes regias gracias a la juventud del rey. La precocidad de su manifestación
sublima las cualidades de Alfonso VIII, a la par que se emplean topoi propios de la
hagiografía. En el monarca castellano se encarna la caritas de los santos,
estableciéndose así un interesante paralelo entre uno y otros que contribuye a realzar la
figura alfonsí. Por otro lado, la recurrencia de milagros en su reinado conecta con otros
monarcas especialmente notables en cuyo reinado acaecieron, de forma similar,
fenómenos sobrenaturales, como Wamba o Fernando I: “Rodrigue inscrit ainsi
Alphonse VIII au sein d’un réseau textuel formé par les portraits des princes des princes
auxquels il voue pour des motifs divers une grande admiration”284.
Al describir en los dos capítulos anteriores (HG, VII, 15 y 16, pp. 236-239) los
estragos causados por los nobles y los leoneses durante la minoría de Alfonso VIII,
Jiménez de Rada emplea su gran habilidad retórica para subrayar la inocencia y la
pureza asociadas al rey niño, mientras se lamenta de la injusticia de la que es víctima
precisamente por su juventud. De este modo el arzobispo de Toledo consigue que el
lector se implique emocionalmente y se ponga del lado de Alfonso VIII; es importante
ARIZALETA, A. y JEAN-MARIE, S. (2006), “En el umbral de santidad…”, p. 6.
“Et qui adhuc a mamillis nutricis paruulus dependebat, etatis gracia fauorabilis, nature beneficio
innocens, patris priuilegio amplectendus, futurorum indiciis obseruandus, quasi iam reus uel nocens ad
mortem queritur, quasi non uerus heres exheredatur, quasi non filius primogenitus imperatoris, qui
debebat ese heres ex integro, a patrimonio effugatur. Quid mali fecit, qui locui non poterat, qui nec statum
sue infancia agnoscebat? Nisi hoc dignum persecucione dicatur, quod quicquid possibilitati illius etatis
suberat, hoc in puero bonorum presagiis monstrabatur, que omnia processus infancie iam in puericia
ostendebat, in auq regalis grauitas, leuitatis puerilis ignara, successione temporum miabuliter coalebat;
quod neque in aliis principibus uix etas etiam operatur, in isto gracia superabat” (HG, VII, 17, pp. 239240).
284
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 359.
282
283
65
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
subrayar a este respecto la importancia que tienen el contexto y el receptor en el estudio
de estos textos cronísticos285.
La propia estructura narrativa empleada por los cronistas posee en ocasiones
interesantes matices de corte hagiográfico. Un episodio de caída moral y de castigo
divino se prolonga en el relato de la penitencia, para concluir con la redención y
recompensa del pecador. Así, Alfonso VIII menosprecia a los caballeros de Castilla y
sobrevalora sus propias fuerzas, siendo castigado por Dios con la derrota de Alarcos a
manos de los almohades. Su penitencia consiste en ser atormentado por la vergüenza de
la derrota y su deseo de venganza, que, finalmente, puede saciar gracias a la ayuda
divina en la batalla de Las Navas286.
3.2.3. El rey piadoso
Numerosos diplomas emitidos por la cancillería de Alfonso VIII insisten en una
de las facetas primordiales de la función regia, declarando que es consustancial a la
regia majestad amar, proteger y defender a las iglesias y a los eclesiásticos, de cuyas
oraciones dependía la salvación del reino y, en última instancia, del propio rey. De
hecho, en los preámbulos de los diplomas, de los cinco tópicos más repetidos dos de
ellos están estrechamente vinculados a la caridad cristiana y a la defensa de la Iglesia y
de la fe. Por ello es normal que la Iglesia reciba un trato especial por parte de este
último287.
Las crónicas contienen referencias a la fundación y dotación de nuevos
obispados, lo que siempre supone motivo de elogio y alabanza para su protagonista, el
monarca. Juan de Osma y Jiménez de Rada hablan así de la restauración de la sede
episcopal conquense, mientras que éste último también se detiene en la creación de la
diócesis de Plasencia288. Recuérdese, para acabar y a modo de anécdota, la simbólica
importancia que las tres crónicas, en especial la Chronica latina, le confieren, en
tiempos de Fernando III, a la toma de Córdoba en 1236 y a la restauración de la sede
episcopal289.
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 361-362.
ARIZALETA, A. y JEAN-MARIE, S. (2006), “En el umbral de santidad…”, p. 8.
287
AYALA MARTÍNEZ, C. (2013), “Alfonso VIII y la Iglesia de su reino”, pp. 240-243 y MARTÍN PRIETO,
P. (2013), “Invención y tradición en la cancillería real de Alfonso VIII de Castilla (1158-1214)”, Espacio,
Tiempo y Forma, Serie III. Historia Medieval, 26, pp. 209-244. Para un estudio sobre la estrategia
ideológica en la cancillería leonesa, véase AYALA MARTÍNEZ, C. (2015), “El Reino de León y la Guerra
Santa: las estrategias ideológicas (1157-1230)”, en AYALA MARTÍNEZ, C. y FERNANDES, I. C. F.
(coords.), Cristianos contra musulmanes en la Edad Media peninsular, Lisboa, Colibrí-Universidad
Autónoma de Madrid, pp. 173-211.
288
Respecto a Cuenca: “[…] per industriam suam dignitate pontificali decorauit […]” (CL, 10, p. 42);
“Posuit in ea cathedram fidei et nomen presulis exaltauit in ea” (HG, VII, 26, p. 249); y respecto a
Plasencia: “Conuertit manum ad nouitatem operum et hedificauit de nouo ciuitatem glorie. Statuit in ea
presidium patrie et nomen eius uocauit Placenciam. Conuocauit populos in urbem nouam et exaltauit ibi
tyaram pontificis. Sacerdotio legis ornauit eam et dilatauit terminos ensis sui” (HG, VII, 28, p. 250).
Sobre la creación de la diócesis de Plasencia, véase PALACIOS MARTÍN, B. (1992), “Alfonso VIII y su
política de frontera en Extremadura. La creación de la diócesis de Plasencia”, En la España Medieval, 17,
pp. 77-96.
289
CL, 73-74, pp. 115-117.
285
286
66
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
A estas restauraciones eclesiásticas se suman los elementos de caridad
personales del monarca290 y de otros miembros de su familia, en especial su hija
Berenguela, paradigma de virtudes cristianas291. No obstante, donde más hincapié hacen
las diversas crónicas al repasar el reinado de Alfonso VIII —en lo que a obras pías se
refiere— es en dos grandes acontecimientos. Posiblemente el más llamativo es la
fundación del monasterio femenino de Las Huelgas y del hospital de peregrinos
adyacente. Lucas de Tuy es quien más alaba a Alfonso VIII por esta fundación 292, pues
llega a referirse a él como un “Salomón de nuestro tiempo”, lo que ha sido relacionado
con las virtudes sapienciales que poseía el castellano293. No obstante, es posible que esta
expresión remitiese sobre todo a la dimensión “constructora” del rey, pues no hay que
olvidar que fue el rey Salomón quien edificó el primer Templo. La creación del hospital,
por otra parte, es considerada por el Tudense como la más elevada de las obras de
caridad, y por ello su promotor merece “ser coronado por el Señor”294.
Jiménez de Rada, por el contrario, es menos elogioso a la hora de reseñar el
episodio, e incluso introduce la participación de la reina como medio para atenuar el
protagonismo regio295. Quizá la conversión de Las Huelgas en un “centro de atención y
un punto de referencia para la nueva monarquía” explique el hecho —como sostiene P.
Linehan— de que para el arzobispo no sea objeto de alabanza. Toledo quedaba relegada
a un segundo plano, lo que explicaría la falta de entusiasmo del arzobispo a la hora de
comentar la fundación de Las Huelgas296. Por otra parte, el Toledano habla también de
la fundación de un hospital de peregrinos junto al monasterio, atribuyendo esta vez el
protagonismo en exclusiva al rey y dedicándole algún que otro elogio297.
“Et licet magnis magnifice distribueret [Alfonso VIII], manum a minoribus non retraxit. […] mulieres
paruuli, debiles et ceteri ad bellum inepti non erant ab hac gracia alieni. Hec erant que in comuni et
publice donabantur […]” (HG, VIII, 4, p. 263).
291
“[…] excellentissima sorore sua Berengaria regina, ad quam postea regnum Castelle successione
prouenit […] uirtutum eius sic claruit plenitudo, ut eius prudencia deuoti sexus excederet pietatem et
helemosinarum largitio principum largitatem. Curialitatis etiam pudica modestia inconsolabili luctui
solacia procabatur, ut exinde fame eius dulcorata suauitas in augmentum cresceret et dulcorem.
Religionum et pauperum, et quorum títulos pauperies incrustabat, toto tempore uite sue subuentrix extitit
et leuatrix, preter opera magnifica que regnante suo filio mirifice claruerunt” (HG, VII, 36, p. 258).
292
“Post hec cepit [Alfonso VIII] excogitare de salute anime sue et construxit de nouo nobile
monasterium sancte Marie in Olgis Burgensis ciuitatis. Hoc monasterium multis prediis ditauit et mire
pulcritudinis auri, argenti, preciosorum lapidum et olossericarum cortinarum decorauit. Alter nostris
temporibus Salomon idem rex iuxta predictam domum Domini hedificauit palacium regis” (CM, IV, 84,
p. 324).
293
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000b), “El paradigma de los reyes sabios…”, p. 759; RODRÍGUEZ DE LA
PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, § 67.
294
CM, IV, 84, p. 324.
295
“Set ut Altissimo complaceret, prope Burgis ad instanciam serenissime uxoris sue Alienor regine
monasterium dominarum Cisterciensis ordinis hedificauit et nobilissimis fabricis exaltauit et multis
redditibus et possessionibus uariis sic dotauit, ut uirgines sancte Deo dictate, que ibi die ac nocte
laudabiliter Deo psallunt, nec inopiam senciant nec inopiam senciant nec deffectum, set structuris,
claustro et ecclesia et ceteris hedificiis regaliter consumatis expertes sollicitudinis in contemplatione et
laudibus iugiter delectantur” (HG, VIII, 3, p. 262).
296
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 327-328.
297
“Construxit etiam hospoitale iuxta monasterium hedificiis et domibus mirabiliter decoratum, quod
tantis diuiciis dilatauit ut omnibus peregrinis, nullo paciente repulsam, omnibus horis diei neccessaria
ministrentur et omnibus uolentibus pernoctare lecti mirabilis apparatus continue preparentur. Infirmis
autem usque ad mortem uel de restitucione pristine sanitatis per manus mulierum misericordium et
uirorum omnia neccessaria erogantur, adeo ut opera pietatis in eodem hospital quasi in speculo possit
290
67
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
En cualquier caso, de lo que sí son muy conscientes los cronistas es de la
importancia simbólica de Las Huelgas: en efecto, más allá de un monasterio y de una
obra pía, es un panteón regio nuevo, destinado a albergar los restos de los reyes de
Castilla298. No hay que olvidar el papel fundacional que jugó Alfonso VIII en el joven
reino castellano, que se tradujo en todo el programa ideológico frente a León —que ya
ha sido evocado más arriba— y en la construcción de unas “señas de identidad”
propiamente castellanas. Sin ir más lejos, una de las señas más notables es el nuevo
blasón, como narra Lucas de Tuy:
“Iste rex Aldefonsus primo castellum in armis suis depinxit, quamuis antiqui reges patres
ipsius leonem depingere conueuerant, eo quod leo interpretatur rex uel est rex omnium
bestiarum” (CM, IV, 84, p. 325)299.
Finalmente, es obligatorio mencionar la —controvertida— fundación del
studium generale de Palencia. Sobre este tema se volverá con detalle más adelante;
baste por ahora señalar el elogio que le dedica el arzobispo a su monarca con dicha
ocasión, quien lo considera la culminación de sus obras de caridad y ve en ella la
intervención del Espíritu Santo300; mientras que, de nuevo, el Tudense es mucho más
discreto y de hecho le quita protagonismo al rey poniendo el foco en el obispo de
Palencia, Tello Téllez de Meneses301.
quilibet contemplari; et qui in uita propter excellenciam operum ab omnibus meruit collaudari, post
mortem multiplicatis intercessoribus merebitur a Domino coronari” (HG, VII, 34, p. 256).
298
Acerca de los panteones regios castellano-leoneses véase NIETO SORIA, J. M. (2003b), “Tiempos y
lugares de la «realeza sagrada» en la Castilla de los siglos XII al XV”, Annexes des Cahiers de
linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 15 (2003), pp. 263-284.
299
Aunque bien es cierto que el Tudense aprovecha esta ocasión para subordinar en buena medida el
símbolo del castillo a la majestad y la antigüedad del emblema del león; véase HENRIET, P. (1999),
“Xénophobie et intégration…”, p. 50.
300
“Set ne fascis karismatum, que in eum a Sancto Spiritu confluxerunt, uirtute aliqua fraudaretur,
sapientes a Galliis et Ytalia conuocauit […]” (HG, VII, 34, p. 256).
301
CM, IV, 85, pp. 324-325.
68
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
4. LA IMAGEN CRUZADA DE ALFONSO VIII
“El rey cristianísimo, en Castilla, respondía ante todo al ideal del rey guerrero
[…] por lo general […] dedicado a combatir a los infieles”. Dicho ideal se remitía a
Alfonso VIII y Fernando III, cuyas acciones militares contra los musulmanes iban más
allá de lo puramente bélico para “convertirse en actos de servicio de Dios y de toda la
cristiandad. Toda la cristiandad era una y las victorias del rey castellano, modelo de rey
cristiano, eran las victorias de toda la cristiandad”302.
En el ámbito peninsular, huelga decirlo, la guerra contra el infiel y las enormes
implicaciones ideológicas que dicha lucha conllevó marcaron profundamente las ideas y
la forma de pensar de los cristianos. Sin entrar en el largo debate acerca de si en la
Península puede detectarse ya de forma sumamente precoz un concepto semejante al de
la cruzada bastante antes de finales del siglo XI, sí que es cierto que desde fechas muy
tempranas la guerra contra al-Andalus se revistió de los atributos propios de una guerra
religiosa y sacralizada. Desde luego, sí que es seguro que desde mediados del siglo XI
la lucha contra los musulmanes incorporó nuevos elementos ideológicos provenientes
del horizonte conceptual del reformismo gregoriano y de la naciente cruzada; si bien es
cierto que pronto se caracterizó por una serie de particularismos propios303.
4.1.
Alfonso VIII y la cruzada
De lo que no cabe duda es de que los tres cronistas en cuestión no fueron en
absoluto ajenos a este contexto ideológico y lo reflejaron —en especial Juan de Osma y
Jiménez de Rada— en sus respectivas obras. En sus páginas se encuentran, al narrarse
los distintos episodios bélicos contra los musulmanes, varios rasgos propios de una
guerra sacralizada que, como bien ha apuntado F. García Fitz, son varios: la
confrontación está inspirada y dirigida por Dios; los santos y la Virgen juegan un papel
cada vez más notable en estos enfrentamientos; la defensa de la Iglesia y de la
Cristiandad y la venganza sobre los infieles son justificaciones recurrentes; la guerra
contra el musulmán en sí es un acto meritorio, un servicio a Dios; el ejército cristiano es
el ejército de Dios304…
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, pp. 80-81.
Véase un panorama general en AYALA MARTÍNEZ, C. (2004), Las Cruzadas, Madrid, Sílex, pp. 295321 y, sobre el desarrollo de la cruzada en los reinados de Alfonso VIII y Fernando III, AYALA
MARTÍNEZ, C. (2016), “Alfonso VIII, cruzada y cristiandad”, pp. 75-113 y AYALA MARTÍNEZ, C. (2012),
“Fernando III: Figura, significado y contexto…”, pp. 17-91.
304
GARCÍA FITZ, F. (2010), La Reconquista, pp. 125-164; véase también GUIANCE, A. (1998), Los
discursos sobre la muerte…, pp. 331-334 y PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería en la
plena Edad Media: condicionantes y actitudes bélicas. Castilla y León, siglos XI a XIII, 2 vols. (tesis
doctoral), Cáceres, Universidad de Extremadura, pp. 502-525. BALOUP, D. (2006), “Le roi et la guerre. À
propos des idéologies royales en Léon en Castille (1140-1250)”, en BARRAQUÉ, J.-P. y LAMAZOUDUPLAN, V., Minorités juives, pouvoir, littérature politique en Péninsule Ibérique, France et Italie au
Moyen Age: Etudes offertes à Béatrice Leroy, Biarritz, Atlantica, pp. 481-429 ha puesto de relieve el
creciente papel desempeñado por los santos en las situaciones bélicas y afirma que ello contribuyó a
difuminar el protagonismo regio y a rebajar su posición como intermediario entre la divinidad y el pueblo.
302
303
69
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
4.1.1. Los rasgos de una guerra santa (1): antes de Las Navas
En la Chronica latina regum Castellae, si bien durante el relato del reinado de
Fernando III, encontramos en un diálogo entre el monarca y su madre, la reina
Berenguela, —con motivo de la curia de Muñó en 1224— una de las mejores
expresiones de esta guerra sacralizada305. El motor de la guerra no es sino el mismísimo
Dios, cuyo espíritu irrumpe en el monarca para hacer saber al pueblo sus intenciones, a
saber: llevar la guerra a sus enemigos, “los enemigos de la fe cristiana”. De este modo
se globaliza el alcance del conflicto, y puesto que el adversario lo es de los cristianos,
son estos, todo ellos, quienes deben aportar una respuesta. Haciéndole la guerra al infiel
cubren de “honor y gloria” el nombre de Jesucristo, que además está “de nuestra parte”.
Apoyando a los moros sólo está “el infiel y condenado apóstata Mahoma”, que sin duda
no es rival para el Todopoderoso. Además, en un plano más terrenal, la guerra contra el
infiel es un excelente cauce para canalizar la belicosidad interna del reino, de modo que
perdure la paz en él.
Como ha puesto de relieve F. Bautista, la crónica de Juan de Osma busca de
forma notable poner “de manifiesto el significado de la lucha contra los musulmanes
dentro de la Península como una lucha en defensa de la cristiandad, como una cruzada”.
Ello se traduce en un amplio uso del lenguaje de la cruzada —hecho novedoso en el
panorama cronístico hispano hasta aquél entonces—, aunque bien es cierto que para el
canciller la cruzada hispana se produce “a cargo del rey, en un recurso para consolidar
la posición regia dentro de su reino, pero sobre todo como una herramienta de
legitimación de la preeminencia de Castilla dentro de la Península y de la posición del
rey castellano respecto a los demás reyes peninsulares”306.
Rodrigo Jiménez de Rada también es partícipe de esta lógica cruzadista al narrar
el reinado de Alfonso VIII. La defensa y el ensanchamiento de la fe se convierte en un
motivo recurrente que va in crescendo según el relato se aproxima a su punto
culminante, la batalla de Las Navas. Con motivo del asedio de Cuenca, cuenta que el
monarca castellano
“Post hec autem uirtute Altissimi roboratus conuertit manum ad infideles, ut bella fidei
exerceret. In manu robusta uastauit eos et in cordis magnificencia coegit eos; […] fidei
terminos dilatauit” (HG, VII, 26, p. 248)307.
“Quadam uero die rex insperato humiliter et deuote tanquam filius obediencie, cum irruisset in eum
Spiritus Domini coram nobilissima genetrice sua, magnatibus cunctis astantibus, uerbum proposuit in
hunc modum: «[…] Ecce tempus reuelatur ab omnipotente Deo in quo, nisi tanquam pusillanimis et deses
dissimulare uelim, domino Iesu Christo, per quem reges regnant, seruire possum contra inimicos fidei
christiane ad honorem et gloriam nominis eius. Porta siquidem paerta est et uia manifesta. Pax nobis
reddita est in regno nostro; discordia et capitales inimicie inter Mauros, secte et rixe de nouo exhorte.
Christus Deus et homo ex parte nostra; ex parte uero Maurorum infidelis et dampnatus apostata
Mahometus. Quid ergo restat? Supplico, clementissima genetrix, a qua post Deum teneo quidquid habeo,
ut placeat uobis quod guerram moueam contra Mauros». Hic dictis rex, cuius cor Spiritus Domini
accenderat et inflamauerat, tacuit.” (CL, 44, pp. 85-86).
306
BAUTISTA, F. (2006), “Escritura cronística e ideología histórica”, §§ 9 y 10.
307
Y de nuevo se repite la retórica cruzadista al hablar de la cabalgada del arzobispo toledano Martín
López de Pisuerga por tierras andalusíes: “Cingulum eius zelus fidei et arma eius ad persecucionem
blasphemie. Agmen omne ad nutum illius et sanguis Arabum in conspectu illius. Regio Bethica flammis
succeditur et factum presulis prosperatur. Processit enim per castra Bethice terras et oppida succedendo”
(HG, VII, 28, p. 251).
305
70
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Y cuando cae Salvatierra, no sólo es Alfonso VIII o incluso Castilla los que
sufren el golpe, sino que la conquista significa “opprobium fidei christiane” (HG, VII,
35, p. 257).
4.1.2. Los rasgos de una guerra santa (2): Las Navas de Tolosa
Pero sin lugar a dudas es con motivo de la campaña de Las Navas de Tolosa
cuando en las tres crónicas —y muy especialmente en la Historia gothica— se produce
una eclosión cruzadista sin precedentes. Ya a propósito de los preparativos para dicha
expedición Lucas de Tuy, por lo general bastante parco en sus apreciaciones, se toma la
molestia de mencionar la llamada hecha por Alfonso VIII a sus vecinos aragoneses y
navarros para la campaña, señalando que el castellano deseaba “contra barbaros pro fide
catholica pugnatari” (CM, IV, 87, p. 328).
Las tres crónicas mencionan la misión “diplomática” de Jiménez de Rada en el
extranjero parta solicitar ayuda a la venidera campaña308, resaltándose su condición de
legado pontificio y el ardor de sus palabras a la hora de predicar la cruzada, aunque el
Tudense es quien explicita más el contenido de la misma:
“Eo tempore archipresul Toletanus nomine Rodericus sciencia et moribus eruditus atque omni
bonitate conspicuus, tactus nimio cordis dolore intrinsecus, tamquam catholice fidei filius se
non recusauit subdere laboribus et discriminibus pro defensione catholice ueritatis. Etenim
fultus auctoritate domini Pape Innocencii Gallias adiit, uerbum Dei assidue proponendo et
suadendo populis, ut ad defensionem fidei conuenirent, data illis remissione omnium
peccatorum et eos crucis signaculo muniendo” (CM, IV, 88, p. 328).
No deja de llamar la atención que en el relato del obispo de Tuy encontremos los
elementos definitorios de la cruzada: el protagonismo pontificio, la defensa de la fe, la
remisión de todos los pecados para quienes tomaran parte en la cruzada, el signo de la
cruz… Por el contrario, tanto en Juan de Osma como en el propio Jiménez de Rada309
no se hace mención a ninguno de estos elementos y, además, el protagonismo
corresponde al rey —que es de hecho quien promete recompensas materiales a los que
acudan— y no al papa. Para el canciller, en realidad, Rodrigo Jiménez de Rada no es
más que un instrumento en manos de la monarquía, causando así una sensación de
monopolio regio sobre la legitimidad de la lucha contra los musulmanes310.
M. Alvira ha estudiado con sumo detalle todos aquellos elementos que son
propios de la cruzada en la campaña de 1212 así como su plasmación en las distintas y
Sobre la legación del arzobispo toledano véase ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…,
pp. 97-104.
309
“Exindus Rodericus, archiepiscopus Toletanus, missus est ad regem Francie et ad príncipes et alios
nobiles illarum parcium ut ostenderet eis angustiam populi Christiani et discrimen belli futuri. […]
Circuiuit totam Franciam supplicans magnatibus et multa pollicens eis ex parte regis Castelle, sed nec
unum ex eis mouere potuit. Misit preterea rex nobilis, cuius intencio tota et studium in hoc erat, in partes
Pitauie et Vasconie uirum industrium, magistrum Arnaldum, fisicum suum, qui concitaret animos
potentum, multa promictens ex parte regis ad bellum futurum” (CL, 20-21, pp. 56-57); “Interim Roderico
eiusdem urbis pontífice et ceteris nunciis propter opus simile destinatis, a diuersis partibus redierunt”
(HG, VIII, 1, p. 259).
310
RODRIGUEZ LOPEZ, A. (2004b), “Légitimation royale et discours sur la croisade…”, pp. 157-160 ;
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 86-92.
308
71
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
variadas fuentes que dan fe del acontecimiento311. Los propios términos que sirven para
designar a los dos bandos son significativos. Todos los cronistas hablan de “cristianos”
o de “populum Christianorum” para englobar a los ejércitos castellano, aragonés,
navarro, ultramontano, etc.; Lucas de Tuy habla de “christicolas” y de “adorantes
crucem Christi” (CL, IV, 88 y 89, pp. 328-329); Jiménez de Rada menciona a “[…]
multi etiam christiane religionis diuersorum uotorum et professionum zelo et
compassione moniti, insigniti signáculo sancte crucis inibi conuenerunt” (HG, VIII, 3,
p. 262).
Se refiere al ejército cruzado como “exercitus Domini” (HG, VIII, 5, p. 264) y,
de hecho, a los ultramontanos desertores los llama, de forma significativa “hiis qui
crucem Domini in angaria atulerunt” (HG, VIII, 6, p. 266). La comparación establecida
entre los tres reyes de Castilla, Aragón y Navarra y la Trinidad es otro elemento léxico
que refuerza el contexto religioso y cruzadista de la campaña: “regum ternatrius in
sancte Trinitiatis nomine processerunt” (HG, VIII, 6, p. 266). Dicho simbolismo
trinitario, además, también se encuentra en la descripción tripartita del orden de
combate adoptado por el ejército cristiano312.
El ejército almohade, por su parte, es designado bajo diversos términos
genéricos como “árabes”, “agarenos”, “moros”, “sarracenos” o “bárbaros”, aunque bien
es cierto que se encuentra algún que otro término claramente peyorativo como “secta
nepharia Machometi” (HG, VIII, 9, p. 271), al igual que de aquellos musulmanes
abatidos se dice que “in profundum inferni descenderunt” (CL, 25, p. 62). Las crónicas
hacen por tanto uso de un léxico claramente maniqueo para referirse a los dos bandos
enfrentados.
Y es que el objetivo principal —a nivel ideológico— de la batalla de Las Navas
era vengar la honra de Cristo, manchada por las blasfemias de los infieles:
“Aurora lucis rutilat precedens preclarissimam et felicissimam diem, qua, si quis labis uel
opprobii contraxerat rex gloriosus et regnum eius in bello de Alarcos, purgandum erat per
uirtutem Domini nostri Iesu Christi et uictoriosissime Crucis, in quam blasfematuerat ore
poluto rex supradictus Marroquitanus. […] inuitare populum catolice fidei sectatorem ad
bellum futurum, fertur dixisse rex Marroquitanus quia ipse potens erat bellare contra omnes qui
signum Crucis adorabant. Domine Iesu Christe, tu deieciste eum dum aleuaretur, nam tales
tolluntur in altum effrenata superbia, ut lapsi grauiore ruant” (CL, 23, p. 60).
El ritual previo a la batalla cobra una enorme importancia en la Historia gothica
y la Chronica latina: en el momento previo al combate, cuando los guerreros van a
enfrentarse, con toda probabilidad, a una muerte espantosa, el ritual aparece como una
fuente de consuelo y de tranquilidad313. Los cristianos ponen así sus esperanzas en Dios,
señor de batallas y quien, en última instancia, echará los dados que determinen la suerte
del encuentro: se toman los sacramentos, se realiza la confesión, se alzan las manos al
cielo para implorar la ayuda divina, se recitan salmos314… Los combatientes parten al
Véase en general ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa….
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 261-264.
313
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 267-271.
314
“Sequenti uero die circa mediam noctem uox exultationis et onfessionis insonuit in tabernaculis
christianis et per uocem preconis inclamatum est ut omnes ad bellum Domini se armarent. Celebratis
itaque Dominice passionis misteriis et facta confessione, sumptis sacramentis, acceptis armis, ad campi
certamina processerunt […]. Dispositis itaque aciebus, eleuatis ad celum manibus, directis ad Deum
311
312
72
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combate literalmente alimentados y fortalecidos por la divinidad, pues Juan de Osma
hace alusión a la Última Cena como símbolo y metáfora del Paraíso al que irán a parar
quienes caigan en la lucha315. Para reforzar esta benevolencia divina, además, el ejército
cristiano cuenta con una gran cruz portada por un canónigo toledano, Domingo Pascual,
al igual que una imagen de la Virgen María316: su presencia —de forma física a través
del estandarte— juega un enorme papel simbólico a la hora de mantener la moral de los
cristianos317.
La predisposición a morir por la fe ya se menciona con anterioridad en la
Historia gothica a propósito de los ultramontanos que “pro Christi nomine mori
desiderans” (HG, VIII, 5, p. 264), mientras que también Juan de Osma habla de esta
voluntad de morir por la fe cuando afirma que los cristianos “feruntur in hostem parati
mori uel uincere” (CL, 24, p. 61), pero es durante la batalla de Las Navas cuando se
encuentran los ejemplos más significativos al respecto, en especial en la narración del
Toledano318. En su relato llama la atención el empleo del término “martirio”, que
también emplea Alfonso VIII en la carta que escribe a Inocencio III tras la batalla —
posiblemente redactada por el propio Jiménez de Rada—, lo cual da otra prueba de la
omnipresencia de la idea cruzadista en la campaña de Las Navas 319. En cualquier caso,
se trata de una noción ideológica nacida en el ambiente de las cruzadas e importada al
pensamiento castellano medieval: el martirio al que aspiran los combatientes cristianos
de Las Navas implica una actitud activa, de lucha, a diferencia del cristianismo
primitivo, pero el fin último sigue siendo el mismo320.
A. Guiance ha señalado que “la fe religiosa como motor de la lucha aparece
constantemente en la Historia de Jiménez de Rada”, lo cual no debe extrañar si se tiene
en cuenta que estuvo a cargo de la difusión de la cruzada como legado papal. “La fe
[…] santifica el combate y a aquéllos que participan en él”321. Con motivo de la
concentración de las tropas en Toledo para la campaña de Las Navas, se habla
occulis, cordibus ad martirium excitatis, protensis uexillis fidei et nomine Domini inuocato, ad belli
discrimina omnes pariter peruenerunt” (HG, VIII, 9, pp. 270-271); “Surgunt igitur Christiani post mediam
noctem, in qua hora Christus, quem collebant, uictor surrexit a norte, et auditis missarum solemniis,
recreati uiuificis sacramentis Corporis et sanguinis Dei nostri Iesu Christi, munientes se signo Crucis,
sumunt celeriter arma bellica, et gaudentes currunt ad prelium tanquam ad epulas inuitati” (CL, 24, p. 61);
“Ex parte uero Christianorum paucissimi mortui sunt in die illa. Cantare potuerunt Christiani cum
psalmista: Dominus, Dominus meus, qui docet manus meas ad bellum et dígitos meos ad prelium;
misericordia mea et refugium meum, susceptor meus et liberator meus et cetera” (CL, 25, p. 62, citando
los Salmos, 144, 1-2).
315
“[…] recreati vivificis sacramentis Corporis et Sanguinis Dei nostri Iesu Christi, munientes se signo
Crucis […] et gaudentes currunt ad prelium tanquam ad epulas invitati” (CL, 24, p. 61); vid. JEAN-MARIE,
S. (2005), “Violence et pouvoir…”, p. 272.
316
“Erat autem in uexillis regum imago beate Marie Virginis, que Toletane prouincie et tocius Hispanie
semper tutrix extitit et patrona” (HG, VIII, 9, pp. 270-271); sobre el tema de la Virgen “reconquistadora”
véase REMENSNYDER, A. G. (2014), La Conquistadora. The Virgin Mary at War and Peace in the Old
and New Worlds, Oxford, Oxford University Press, pp. 31-38.
317
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 287-289.
318
“Sic enim omnes preuentrix armauerat gracia, ut nullus de hiis, qui ese aliquid uidebantur, aliud
appeteret nisi aut pati martirium aut optinere” (HG, VIII, 11, p. 275).
319
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 302.
320
GUIANCE, A. (1991), “Morir por la patria, morir por la fe…”, pp. 98-99. La llamada al martirio
también se halla en la carta que Alfonso VIII le envió a Felipe Augusto para solicitarle su ayuda con
motivo de la campaña de Las Navas (vid. ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais…, p. 188).
321
GUIANCE, A. (1991), “Morir por la patria, morir por la fe…”, p. 97.
73
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
explícitamente del “negotium fidei” (HG, VIII, 3, p. 261), y el ejército —encabezado
por Alfonso VIII— que parte hacia Sierra Morena no es otro que el “exercitus Domini”
(HG, VIII, 5, p. 264) encaminándose hacia la “bellum Domini” (HG, VIII, 6, p. 266);
por supuesto, las victorias se consiguen “per Dei graciam” (HG, VIII, 7, p. 267) o
“dante Domino sin euenit” (HG, VIII, 8, p. 269).
4.2.
Alfonso VIII, rex miles Christi
Toda esta parafernalia cruzadista sirve a los cronistas para ubicar en el centro del
escenario a su verdadero protagonista, el rey Alfonso VIII. El monarca castellano se
convierte —sobre todo en el contexto de la campaña de Las Navas de Tolosa— en un
miles Christi, un “defensor fidei” (HG, VII, 27, p. 249), siguiendo en este caso una
tradición propia de los monarcas hispanos, a decir del Tudense: “Pugnant Yspani reges
pro fide” (CM, IV, 94, p. 334).
4.2.1. Un rey consagrado al servicio de Dios
Alfonso VIII muestra explícitamente su intención de consagrar su vida al
servicio de Dios y a la defensa de la fe cristiana. Con motivo del asedio de Cuenca ya
cuenta Jiménez de Rada que el objetivo último del monarca era “bella fidei exerceret”
(HG, VII, 26, p. 248); las repoblaciones que éste realiza en la zona conquense se hacen
“ut habundaret in eo incola fidei” y “optulit Excelso” (HG, VII, 27, p. 250) la ribera del
Tajo; cuando rompe las treguas con los almohades en 1210, el cronista dice que Alfonso
VIII “zelo fidei animatus in nomine Domini mouit guerram” (HG, VII, 34, p. 256)…
Parece claro, por tanto, que en la mente del Toledano la devoción y la fe del castellano
son los móviles principales de una parte importante de las acciones de su reinado.
De hecho, es muy significativo que la mención de las órdenes militares
hispánicas en la Historia gothica sirva para ensalzar a la persona regia322. Como ha
apuntado C. de Ayala, la narración de la fundación de Calatrava por Sancho III serviría
para restarle protagonismo a una orden “internacional” como la del Temple y para
justificar y alabar la creación de una orden castellana323. Asimismo, con motivo de la
política de Alfonso VIII respecto a la Orden de Calatrava, Jiménez de Rada se detiene
en dos ocasiones dedicando a estas instituciones unas elogiosas líneas, subrayando en
“Hiis peractis rex Sancius uenit Toletum, et rumor increuit quod Arabes ueniebant cum magno
exercitu Calatrauam. Fratres autem milicie Templi, qui arcem Calatraue tenebant, timentes quod non
possent Arabum uiolencie obuiare, ad regem Sancium accesserunt suplicantes ut et arcem et uillam
Calatraue reciperet, quia non erat eis facultas Arabibus resistendi, nec inuentus fuit aliquis de potentibus
qui uellet deffensionis periculum expectare. Erat autem tunc temporis in urbe regia Raymundus, homo
religionis, abbas Fiterii […] qui uidens regem sollicitum pro discrimine Calatraue, suasit abbati ut a rege
peteret Calatrauam ; et licet abbas se a principio difficilet reddidisset, demum consensit monacho, olim
militi, supplicanti, et accedens ad regem peciit Calatrauam. Et licet aliqui fatuum reputarent, tamen sicut
Domino placuit rex consensit, et abbas cum monacho in continenti uenerunt ad primatem Iohannem, qui
tunc preerat ecclesie Toletane ; qui audiens sanctum propositum gracias egit Deo et statim rerum suarum
dedit auxilium et fecit publice predicari ut omnes mererentur. Et facta est tanta comotio in ciuitate, ut uix
esset qui aut in propria persona non iret aut equos aut arma aut pecunias in subsidium largiretur. […] et
Domino adiuuante pprosperatum fuit opus in manibus monachorum (HG, VII, 27, p. 250).
323
AYALA MARTÍNEZ, C. (2014a), “Guerra santa y órdenes militares…”, pp. 116-118.
322
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
ellas la vida de castidad, humildad y dedicación a Dios que llevan los freires, formando
una “sociedad fraternal grata a Dios”324.
P. Josserand, por su parte, ha señalado que si Rodrigo Jiménez de Rada es el
único que habla in extenso de las órdenes militares en su crónica —Lucas de Tuy y Juan
de Osma apenas las mencionan— no se debe a que profese una especial admiración por
estas instituciones, sino a que las considera como meros instrumentos totalmente
sometidos a la monarquía y que, en consecuencia, contribuyen a su engrandecimiento,
objetivo último de su texto325.
Por otra parte, cuenta el arzobispo que antes de partir a la batalla Alfonso VIII
ordena pregonar una “ley suntuaria” por la cual por doquier en Castilla los caballeros e
infantes abandonaran la “frivolidad de sus vestiduras” y se proveyesen de las “armas
convenientes”, para evitar desagradar a Dios con la futilidad. Esta medida es, a decir de
M. Alvira, el “primer gesto de reconciliación con la divinidad, el primer intento de
demostrar a Dios la recta intención de los cristianos”, y por todo ello es un “acto de
penitencia” que busca propiciar un mayor acercamiento al Altísimo326.
Alfonso VIII, en su voluntad de defender la fe cristiana, no duda en
encomendarse a la gracia y a la buena voluntad divinas en aquellos momentos críticos o
de indecisión. Por ejemplo, en la Edad Media, decidir afrontar al enemigo en una batalla
campal siempre resultaba una apuesta arriesgada y que podía suponer un absoluto
desastre. No obstante, el monarca castellano se reúne con los suyos y toma esa decisión,
a decir de la Historia gothica, mientras que Juan de Osma subraya la confianza del
castellano en la ayuda divina327:
“Aldefonsus uero rex nobilis, habito cum archiepiscopi, episcopis et magnatibus consilio
diligenti, ore eius uniuersis aclamantibus est prolatum melius ese in bello uoluntatem celi sub
discrimini expiri quam uidere mala patri et sanctorum” (HG, VII, 36, p. 257).
“Desiderabilis Sancius pater eius dedit Fiterio Calatrauam, Aldefonsus nobilis consumator eorum:
suscepit miliciam contemplatio et egressus fratrum a Fiterio. Rex Aldefonsus educauit eos et
possesionibus pluribus ditauit eos. […] Qui laudabant in psalmis accincti sunt ense et qui gemebant
orantes ad defensionem patrie. Victus tenuis pastus eorum et asperitas lane tegumentum eorum.
Disciplina assidua probat eos et cultus silencii comitatur eos. Frequens genuflexio humiliat eos et
nocturna uigilia macerat eos. Deuota oratio erudit illos et continuus labor exercet eos. Alter alterius
obseruat semitas et frater fratrem ad disciplinam” (HG, VII, 14, pp. 234-235); “[…] fuerunt etiam fratres
Calatraue sub uno milicie sue magistro Roderico Didaci, grata Deo et hominibus fraterna societas; fratres
milicie Templi sub uno magistro Gomicio Remiri […]. Hii sunt qui primi Nouo Testamento, signo crucis
suscepto, superbie militaris fastum, strenuitate seruata, caritatis et religionis uinculo artauerunt; fratres
etiam milicie Hospitalis, qui faternitatis caritati insistentes deuote, zelo fidei et Terre Sancte neccessitate
accensi, deffensionis gladium assumpserunt. Hii sub uno priore Guterrio Ermigildi; fratres etiam milicie
Sancti Iacobi sub uno magistro Patro Arie. Hii in partibus Hispanie multa opera milicie decenter egerunt;
multi etiam christiane religionis diuersorum uotorum et professionum zelo et compassione moniti,
insigniti signáculo sancte crucis inibi conuenerunt” (HG, VIII, 3, p. 262).
325
JOSSERAND, P. (2003), “Les ordres militaires dans la chronique castillane à l’époque de Rodrigo
Jiménez de Rada”, Cahiers de linguistique et de civilisation hispaniques médiévales, 26, pp. 123-132.
326
ALVIRA CABRER, M. (1994), “Dimensiones religiosas y liturgia de la batalla plenomedieval: Las
Navas de Tolosa, 16 de julio de 1212”, XX Siglos, 19, pp. 33-46 (cita p. 38).
327
También pueden destacarse las palabras del castellano en el llamado “trance de La Losa”: “Ad hec
nobilis Aldefonsus rex Castelle: «Etsi hoc consilium discretione fulgeat, periculum secum portat; populus
enim et alii inexperti cum nos retrocedere uiderint, non bellum querere, set bellum fugere iudicabunt et
fiet discessio in exercitu nec poterunt retineri; set ex quo ex uicino hostes prospicimus, ad eos neccesse
est ut eamus. Sicut autem fuerit uoluntas in celo, sic fiat». Cumque hoc consilium nobilis regis
preualisset, Deus omnipotens, qui negocium speciali gracia dirigebat […]” (HG, VIII, 7, p. 268).
324
75
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
“Mouit igitur guerram regi Marroquitano, confisus de misericordia Domini nostri Iesu Christi,
et statim intrauit cum filio suo in terram predicti regis uersus partes Murcie […]. Spem suam
ponentes in Deo, pugnarent contra regem Marroquitanum […]” (CL, 18 y 19, pp. 53 y 55).
4.2.2. Morir por la fe
Uno de los rasgos más llamativos del comportamiento de Alfonso VIII en el
transcurso del combate de Las Navas es su predisposición a morir luchando por Dios.
La fe llega a justificar el “suicidio militar”, la voluntad de morir en la lucha en defensa
de la religión. A. Guiance ha señalado el paralelismo existente con el personaje de
Pelayo en la Historia gothica, quien, resistiendo al enemigo infiel, llega a preferir “pro
fide conmori” (HG, IV, 4, p. 120)328. Ya se halla un eco de esta voluntad en las líneas
que el Toledano dedica a explicar las causas de la campaña de 1212, cuando afirma que
el rey “pro fide Christi mori desiderans” (HG, VII, 34, p. 256). El episodio más sonado
a este respecto es, sin duda, la famosa conversación entre Alfonso VIII y Jiménez de
Rada en pleno fragor del combate, en la que el rey le hace partícipe a su fiel amigo y
consejero de su voluntad de morir por la causa de Dios:
“Quod atendens Aldefonsus nobilis uidensque quosdam plebeya uilitate quid deceat non
curare, dixit omnibus audientibus pontifici Toletano: «Archiepiscope, ego et uos hic moriamur
[…] Festinemus […] primis sucurrere in periculo constitutis» […] Fernandus uero Garsie […]
retardauit ipsum regem, consulens ut ocseruato moderamine procederent ad sucursum. Tunc
rex inquit iterum: «Hic, archiepiscope, moriamur. Talis enim in tali articulo mors non decedet»
[…]. Nobilis rex […] aut mori aut uincere firmus erat” (HG, VIII, 10, pp. 272-273).
Alfonso VIII, por tanto, no es menos que los restantes combatientes de la batalla
campal, y muestra una idéntica predisposición a morir por la fe y por Dios329. El
monarca castellano aparece, por tanto, retratado en la obra de los cronistas como el rey
listo para morir pro fide Christi en defensa de la fe, como buen cristiano y campeón de
la cristiandad hispana330. Esta imagen sería retomada más adelante por Juan de Osma a
propósito del sucesor del rey castellano, Fernando III331.
GUIANCE, A. (1991), “Morir por la patria, morir por la fe…”, pp. 97-98; también se haya una
referencia al martirio en el Chronicon mundi a propósito de Ramiro I (vid. GUIANCE, A. (1998), Los
discursos sobre la muerte…, p. 336).
329
M. Alvira ha señalado el interesante paralelo que puede establecerse entre este monarca y el personaje
de Simón de Monfort que protagoniza las páginas de la Historia Albigensis de Pierre des Vaux-deCernay, con motivo de la batalla de Muret (1213), cuando el cruzado francés proclama, antes de efectuar
una salida a la desesperada, que “«Paucissimi in castro isto remansimus, totmque Christi negotium pendet
ex hoc bello; ábsit ut milites nostri moriantur in praelio gloriosi; ego uiuus et ignominiosus euadam; uolo
uincere cum meis uel cum meis mori; eamus et nos, et, si necesse fuerit, moriamur cum illis»” (HA, PL,
col. 622); vid. ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, p. 401.
330
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 318-322.
331
Véase AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, p. 258-261.
328
76
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5.
LA IMAGEN GUERRERA Y CABALLERESCA DE ALFONSO VIII
La representación de los monarcas hispanos —en especial los leoneses y
castellanos— como reyes guerreros es una constante en la cronística peninsular cristiana
desde el siglo VIII332. En una situación de cuasi-permanente enfrentamiento bélico con
el Islam peninsular en sus diferentes manifestaciones políticas, los principados norteños
se vieron obligados a convertirse en formaciones social, económica y, por ende,
políticamente adaptadas a una situación de conflicto armado muy frecuente. Podría
decirse, tal y como han señalado diversos historiadores, que se trata de sociedades
organizadas por y para la guerra, quizá más aún de lo que venía siendo habitual en el
mundo feudal333.
Esta situación tuvo su reflejo en el imaginario medieval y en la imagen que de
los monarcas se transmitió de diversas maneras. Las crónicas son quizá uno de los
lugares privilegiados para buscar dicha topografía del monarca batallador. Las
descripciones de los príncipes se pueblan de calificativos como providus, belliger,
bellicosus o strenuus, términos pertenecientes al léxico de la valentía personal. El
componente épico, en este contexto, se vuelve consustancial a los reyes, heroificando su
figura y distinguiéndoles del resto de la humanidad334. Las grandes crónicas del siglo
XIII no son una excepción a esta tendencia. Curiosamente poco abordado por la
historiografía, el topos del rey guerrero está y muy presente en los tres textos
estudiados, y en especial en lo que se refiere a la figura de Alfonso VIII, monarca casi
contemporáneo y guerrero por excelencia.
Sorprende que en el caso de la strenuitas —es decir la fuerza, el valor, en suma,
los valores guerreros335— la investigación sólo la haya estudiado tangencialmente en lo
que a Alfonso VIII se refiere. Como mucho se encuentran algunas afirmaciones sueltas
pero sin un análisis sólido y metódico que las respalden. La mayoría de los autores que
tocan el tema de la strenuitas se basan en la expresión casi célebre de P. Linehan para
Véase un panorama general en BALOUP, D. (2006), “Le roi et la guerre…”, pp. 481-429 y en
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2014), “El rey caballero a principios del siglo XIII: ¿Alfonso VIII de Castilla
como paradigma?”, en CRESSIER, P. y SALVATIERRA, V. (coords.), Las Navas de Tolosa, 1212-2012.
Miradas Cruzadas, Jaén, Universidad de Jaén, 2014, pp. 221-224; para los siglos VIII a XII, consúltese a
REDONDO JARILLO, M. C. (2008), “La confección de la figura del rey guerrero en las crónicas
asturleonesas (siglos VIII-XII)”, Miscelánea Medieval Murciana, 32, pp. 131-141; y para la primera
mitad del siglo XIV, RODRÍGUEZ-PICAVEA MATILLA, E. (2012), “Ideología y legitimación del poder…”;
ARIAS GUILLÉN, F. (2007), “Los discursos de la guerra…”; ARIAS GUILLÉN, F. (2009), “Honor y
guerra…”; ARIAS GUILLÉN, F. (2011), “La imagen del monarca en el siglo XIV…”; ARIAS GUILLÉN, F.
(2012), Guerra y fortalecimiento del poder regio….
333
Sobre el tema de la frontera con el Islam y su influencia en la particular configuración social,
económica, política, cultural e ideológica de las sociedades hispanas se ha escrito una ingente
bibliografía; algunas de las contribuciones más destacadas son las de LOURIE, E. (1966), “A society
organized for war: Medieval Spain”, Past and Present 35, pp. 54-76; POWERS, J. F. (1988), A Society
Organized for War. The Iberian Municipal Militias in the Central Middle Ages, 1000-1284, Berkeley,
University of California Press; BURESI, P. (2004), La frontière entre chrétienté et islam dans la Peninsule
Ibérique. Du Tage à la Sierra Morena (fin XIe-milieu XIIIe siècle), Publibook, París.
334
REDONDO JARILLO, M. C. (2008), “La confección de la figura del rey guerrero…”, pp. 140-141.
335
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería, II, pp. 84-99, ha analizado el significado de este
léxico en el panorama cronístico castellano plenomedieval, y traduce “strenuus” como “diestro”,
“experto”, “habilidoso”, “valiente” o “fuerte”, dependiendo del contexto.
332
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quien “el Alfonso de Rodrigo es vigoroso antes que sabio”, existiendo una dicotomía
entre ambas virtudes, strenuitas y sapientia336.
5.1.
Alfonso VIII, un rey guerrero
Alfonso VIII, a lo largo de las páginas de las tres crónicas en cuestión,
protagoniza en su mayor parte episodios bélicos y, de hecho, históricamente vivió una
época militarmente turbulenta en la Península Ibérica, de resultas del choque entre los
pujantes reinos cristianos y el no menos poderoso islam almohade. Durante la segunda
mitad del siglo XII y hasta bien entrada la década de 1230, la zona entre el Tajo y Sierra
Morena fue una frontera en la que se desarrollaron múltiples operaciones bélicas sin
que hubiera un claro vencedor y ocupante del terreno ganado. Al mismo tiempo, la
compleja situación limítrofe tanto con León como con Navarra originó numerosos
conflictos y conquistas. Ambas vertientes del historial guerrero del vencedor de Las
Navas aparecen bien recogidas y documentadas en los tres textos.
5.1.1. Un monarca de rasgos guerreros
Alfonso VIII, en tanto que cabeza del reino, tenía entre sus funciones
primordiales la de hacer la guerra a los enemigos del mismo. Por tanto, no debe extrañar
que entre las virtudes atribuidas al rey figure la strenuitas, aquella más típicamente
militar. De este modo, para Jiménez de Rada, al enumerar las virtudes del monarca
castellano en su epitafio fúnebre, la strenuitas aparece en primer lugar, seguida por la
generosidad, la curialitas, la sabiduría y la modestia (HG, VIII, 14, p. 280).
Alfonso VIII aparece también asimilado en distintos puntos de la Historia
gothica a imágenes estrechamente vinculadas con valores militares. El arzobispo de
Toledo lo describe como “uitiliter et constanter, ut leo imperteritus” con ocasión de Las
Navas de Tolosa (HG, VIII, 10, p. 273) y dice de él que tiene una “manu robusta” y
“regalis constancia” (HG, VII, 26, pp. 248-249). Además, muchos de los verbos que se
utilizan en el pasaje del asedio de Cuenca guardan relación con la fuerza física y militar:
“guerram habuit”, “euicit”, “conuertit manum”, “uastauit”, “succendit ignibus”,
“conclusit”, “destruxit”, “obsedit”… (HG, VII, 26, p. 248). El empleo de la hipérbole y
la enumeración de estos verbos de acción permiten, según S. Jean-Marie, valorar
“l’ardeur guerrière et la bravoure du roi”, mientras que las aliteraciones en -t, -k y -ks
hacen resonar la prosa y le confieren una tonalidad marcial 337. P. Linehan ha señalado
que el Alfonso VIII de Jiménez de Rada es ante todo “vigoroso”, “strenuus, como todos
sus predecesores masculinos desde Alfonso VI”338.
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, p. 323. En fechas más recientes RODRÍGUEZ DE LA
PEÑA, A. (2007), “Rex strenuus valde litteratus…”, pp. 33-50, ha abordado estas características
“belicosas” en la cronística de la primera mitad del XIII y, pese a que ha extraído interesantes
conclusiones, aún es necesario un estudio metódico y profundizado sobre el tema.
337
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 370-371.
338
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, p. 323: “Hic fuit [Alfonso VI] strenuitate máxima
nobilis […] confusus est inimicus, obmutit gladius […] dextera eius presidium patrie, munimentum
absque timore, fortitudo sine perturbatione […] delicias miseriam reputabat et belli dubia experiri
336
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Juan de Osma nos presenta también en su obra a un monarca aureolado de
virtudes guerreras339, aunque bien es cierto que en su elogio fúnebre el valor no ocupa el
primer lugar340. No obstante, el relato del reinado de Alfonso VIII está plagado de
referencias a episodios y cualidades guerreras. Nada más llegar a los quince años, edad
a la que debía de hacerse con el control efectivo del gobierno del reino, afirma el
canciller que “empezó a actuar virilmente”341. Por tanto, vemos que, según Juan de
Osma, desde que Alfonso VIII llegó a los quince años empezó a mostrar atributos
propios de un rey guerrero. Más adelante se lo compara a un “leo fremens et rugiens ad
predam”, (CL, 12, p. 45, basándose en Ezeq. 22, 25), preparado “uiriliter ad
defendendum regnum suum” (CL, 15, p. 48) en momentos de necesidad342. El canciller
ve así con buenos ojos la profesión militar y la considera como uno de los atributos
imprescindibles para quien aspira a convertirse en monarca343.
Lucas de Tuy, finalmente, no es una excepción a la regla. En su prólogo el
cronista enumera varias condiciones necesarias para el buen monarca, y entre ellas la
fortaleza militar es mencionada en varias ocasiones, cuando afirma que el príncipe debe
“hostes uiriliter, contempis cunctis laboribus, expugnare. Princeps enim delicatus pocius
flectitur ad carnis ludibria peragenda, quam ad hostium obstinatam fortitudinem feriendam.
[…] De principe autem quem precedit sapiencia, roborat fortitude, consilium firmat et illum
non rapit leuitas uel audacia, nec ira furere facit […]” (CM, Praef., pp. 3-4).
Y Alfonso VIII, de nuevo, aparece como uno de los monarcas que mejor encarna
estas virtudes, pues entre las varias que le atribuye el Tudense una de ellas es “armis
strenuus” (CM, IV, 83, p. 321) y, al igual que señalara Juan de Osma,
“Rex Castelle Adefonsus cepit quasi leo fortissimus cum Christianis et Sarracenis regibus in
circuitu regni sui consistentibus fortiter et sapienter armis confligere, regnum suum defendere
et ampliare” (CM, IV, 83, p. 321).
Y es que para Lucas de Tuy el papel militar es indisociable del rol de la
monarquía, hasta el punto de que P. Linehan habla de que sus reyes encarnan un
“arquetipo más explícitamente militar”344. A. Rodríguez de la Peña ha señalado que el
Tudense hace remontar esta tradición guerrera a los monarcas godos, transformando
“the traditional royal virtue of strenght into a national quality” y proponiendo —de
delectabile et iocundum, id deperditum deputan suite sue, in quo belli pericula non agebat […]” (HG, VI,
21, pp. 202-203; véase también HG, VII, 4, pp. 270-271 para Alfonso VII y HG, VII, 12, pp. 279-280
para Sancho III).
339
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A., “Rex strenuus valde litteratus…”, p. 47. Por su parte, PORRINAS
GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, II, pp. 95-97 también ha destacado que se hallan rasgos de
fuerza y valor guerreros en las descripciones que el Toledano hace de los míticos Jueces de Castilla, de
Fernán González, y de los primeros reyes navarros, por lo que la tradición bélica de Alfonso VIII
remontaría incluso más atrás.
340
“Flos regni fuit, decus mundi, omni morum probitate conspicuus, iustus, prudens, strenuus, largus, ex
nulla parte maculam gloria sua posuit” (CL, 28, p. 68).
341
“Grandiusculus autem factus idem rex cepit uiriliter agere et confortari in Domino et exercere
iusticiam, quam semper dilexit et potenter et sapienter exercuit” (CL, 10, p. 42).
342
Asimismo, su hijo Fernando, pasada su primera etapa juvenil, claramente reprobada por el cronista,
“cum robore iuuenilis etatis cepit omnia predicta uilipendere et armorum usui cepit iuuari, libenter
adherens illis, quos in armis strenuos nouerat et rerum bellicarum expertos” (CL, 18, p. 53).
343
A. Rodríguez ha destacado que en dicho cambio en la edad radica una de las fuentes de la legitimidad
regia: RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política…”.
344
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, p. 324.
79
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
acuerdo con las Etimologías isidorianas— que el origen del término “godo” proviene de
la misma palabra “fuerza”345. Jiménez de Rada, además, señala de forma indirecta que
los caballeros castellanos son considerados muy valerosos, y por ello son muy
apreciados346.
De hecho, nada más iniciar el relato del reinado de Alfonso VIII el Tudense
aprovecha para mencionar a los distintos adversarios que rodean a Castilla, subrayando
su poder militar de modo que la propia pericia bélica del castellano queda resaltada:
“Siquidem cum ex uno latere regni haberet fortissimum Legionensem regem Adefonsum, ex
altero Sancium regem strenuum Nauarrensium, tercio regem ferocissimum Petrum
Aragonensium et quarto máximum Sarracenorum regem Miramamolinum, tamen ipse rex
Adefonsus [de Castilla] cum omnibus armis et consilio fortiter se gerebat, sua defendebat et
omnium aliorum regum multa castra et opida capiebat” (CM, IV, 83, p. 321).
La simbología del león —que aparece en las tres crónicas y que también se
aplica al contemporáneo de Alfonso VIII, Ricardo Corazón de León— es de gran
importancia. El león, como rey de los animales, es la bestia que encarna por excelencia
a la realeza en la tradición clásica, mientras que en la cristiana neotestamentaria es la
representación de Cristo. Es símbolo del posesor de fuerza y del principio masculino347.
Por tanto, su asimilación con Alfonso VIII es muy significativa de las virtudes militares
que los cronistas le atribuían348.
Finalmente hay que hacer referencia al escenario en el que se desenvuelve el
monarca. Muchos de los episodios guerreros aquí evocados —en especial el de Las
Navas de Tolosa— proporcionan a los cronistas la excusa ideal para exagerar la
dimensión bélica de la lucha, subrayando mediante diversos procesos retóricos la
violencia del choque. Asimismo, la evidente exageración en el tema de los números,
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A., “Rex strenuus valde litteratus…”, p. 43; “Interpretatio namque nominis
eius in linguam nostram recte quoque significatur fortitudo, quia reuera nulla gens in orbe fuit que
Romanorum Imperium adeo fatigauerit ut hii” (CM, II, 21, p. 135).
346
“Et rex Fernandus [de León] optans strenuos, Fernandum [Gutiérrez de Catro, apodado “el
Castellano”] de quo diximus, reuocauit” (HG, VII, 22, p. 243).
347
RODRÍGUEZ-PICAVEA MATILLA, E. (2012), “Ideología y legitimación del poder…”, pp. 206-209. Sobre
el calificativo del monarca inglés, véase FLORI, J. (2008), Ricardo Corazón de León. El rey cruzado,
Barcelona, Edhasa [1ª ed. francesa 1999], pp. 298-302.
348
También se halla aplicada esta imagen —en el caso de Lucas de Tuy, como no podía ser de otro
modo— a Alfonso IX de León, quien encarna en este caso virtudes también marcadamente militares:
“Suprafatus autem Adefonsus rex Legionensis, ex quo regnare cepit regnum sibi subditum uiriliter et
nobiliter uendicauit, et tam terribilis fuit cunctis male agentibus, quod eius aspectum non possent
aliquatenus sustinere. Vox eius in ira quasi leo rugiens uidebatur. Cum esset indutus armis bellicis et
equum suum conscenderet, licet magnus esset motus corporis, quídam tamen gestus in eo nimie
ferocitatis fortitudinem in eius animo declarabat. Hic in bello nunquam fuit uictus, sed uictor semper
extitit, quamuis multociens cum Christianis et Sarracenis pugnauerit” (CM, IV, 83, p. 321). Dicho sea de
paso, estas palabras tan militarmente elogiosas no se encuentran, a propósito de Alfonso IX, ni en la
Historia gothica (HG, VII, 24, pp. 293-295) ni en la Chronica latina (CL, 11, pp. 43-44). El Tudense
aprovecha además, con motivo de la guerra entre el leonés y el castellano, para poner en escena a dos
monarcas claramente guerreros que vuelven a ser asociados con la imagen de dos leones enfrentados:
“Multe preparabantur hinc inde cedes hominum; precedebat, quod in agris erat, et flammis uille
exurabantur. Duo ferocissimi reges quasi duo ferocissimi leones, alter alteri cederé nesciebat. Preibat
regem Castelle fortitudo et sapiencia, sed regem Legionis fortitudo et suorum exercituum amabilitas
nimia muniebat. Sed antequam inter dictos reges tam orribile oriretur bellum […]” (CM, IV, 83, p. 321).
Sobre la imagen marcadamente militar de Alfonso IX que se halla en el Chronicon mundi véase
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, I, pp. 717-734.
345
80
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
donde contrasta enormemente la incontable multitud de muertos enemigos con los
escasísimos cristianos fallecidos, sirve también para enfatizar la virulencia del
combate349.
5.1.2. Un monarca que provoca temor en sus enemigos
Alfonso VIII aparece en el retrato de Jiménez de Rada como un monarca
aterrador. Con motivo de la conquista de Cuenca, dice del rey castellano que “repleuit
terram timore suo” y que a causa del duro asedio al que sometió la ciudad
“Miserunt legatos ad Almohades et uerba doloris ad gentem Arabie. Induratus auditor conclusit
aures et suum auxilium denegauit. Timor belli confudit eum et odor belli terruit eum. Fama
regis conclusit mare et nomen eius compescuit transeuntes, donec reddita esta et municio
Conche” (HG, VII, 26, p. 249).
Aunque en este caso quien tiene miedo al monarca es el enemigo musulmán,
cabría relacionarlo con uno de los dos “polos antagónicos y clásicos entre los que se
mueve y define el poder regio en la Edad Media: por una parte, un polo positivo, el del
rey/amor/temor, por otra, un polo negativo o desviado, el del tirano/espanto/miedo”. La
justicia del rey se ejerce así contra sus enemigos y por ello les causa temor. El poder
regio, gracias a su superioridad y a su prestigio, se convierte en un elemento respetable
y temible para sus adversarios350.
En la Chronica latina el rey castellano produce, al igual que en el caso de
Jiménez de Rada, temor en sus enemigos cuando, junto con el monarca aragonés, se
defiende de las incursiones almohades351. La visión del ejército cristiano llena de miedo
al enemigo, igual que ocurre cuando éste llega por sorpresa ante el campamento
almohade en la víspera de la batalla de Las Navas: los moros “stupore repleti sunt
pariter et timore” (CL, 23, p. 60). Y no sólo produce el monarca castellano este efecto
en los infieles: también causa pavor en Alfonso IX de León cuando éste pretende
invadir Castilla y el castellano amaga con llevar sus armas al reino vecino, provocando
así su pavor352.
Bien es cierto, no obstante, que cuando durante la campaña previa a dicho
choque los ultramontanos pretenden volver a sus tierras, abandonando a los
peninsulares, “consultum fuisset regi nobili ut eos terreret uerbis asperis atque minis”
JEAN-MARIE, S. (2005), “Violence et pouvoir…”, pp. 270-274; sobre el tema de los números y su
exageración, véase GARCÍA FITZ, F. (2012), Las Navas de Tolosa, p. 476-491; ALVIRA CABRER, M.
(2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 326-341. Sobre el problema de los números en la cronística medieval,
puede verse el trabajo de FLORI, J. (1993), “Un problème de méthodologie: la valeur des nombres chez les
chroniqueurs du Moyen-Âge (à propos les effectifs de la Première Croisade)”, Le Moyen-Âge, 3/4, pp.
399-422.
350
FORONDA, F. (2007), “El miedo al rey. Fuentes y primeras reflexiones acerca de una emoción
aristocrática en la Castilla del siglo XIV”, e-Spania, [https://e-spania.revues.org/2273]; véase también
GRASSOTTI, H. (1965), “La ira regia en León y en Castilla”, Cuadernos de Historia de España, 41-42. pp.
5-135. Puede verse un ejemplo de ello en la Historia gothica, cuando, al hablar de Fernando II, Jiménez
de Rada comenta que “plus fauore quam timore ab omnibus amabatur” (HG, VII, 19, p. 242).
351
“[…] defentebant uillas et castra contra regem Marroquitanum […] timebantur ab hostibus utrinque,
nec licebat eis uagari passim sicut uellent” (CL, 15, p. 49).
352
“conuocauitque multitudinem populorum innumerabilem ut saltem metu perterritus rex Legionis
pacem firmaret” (CL, 26, p. 65).
349
81
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
(CL, 22, p. 58), pero él se niega a hacerlo así. Por tanto, el Alfonso VIII de Juan de
Osma puede, si quiere, convertirse en un personaje aterrador, pero también sabe
comportarse con benignitas y refrenar su cólera. En este sentido cabe vincular este
episodio con la célebre descripción que hace Jiménez de Rada de la corte castellana en
Toledo con la llegada de los ejércitos ultramontanos y la plétora de virtudes corteses de
las que da pruebas el monarca353.
5.1.3. Una narración bélica protagonizada por el rey
En la gran mayoría de los capítulos de las tres crónicas en los que se menciona a
Alfonso VIII se narran hechos y acciones que en mayor o menor medida tienen que ver
con la guerra y los enfrentamientos bélicos. Asimismo, en prácticamente todos ellos el
protagonista de estas acciones guerreras es dicho monarca. Como ha indicado M.
Alvira, se produce de este modo una “personalización del relato histórico en las figuras
de los reyes”. La historiografía medieval evolucionó desde las historias universales
protagonizadas por pueblos enteros hasta unas historias de reinos en las que la biografía
del monarca se fundía y se confundía con el devenir de su reino. Esta personalización
del sujeto histórico alimentaba la apología de los reyes, exaltados como seres perfectos
y verdaderos motores de la Historia354.
De este modo los tres cronistas hilvanan su historia siguiendo una serie de hitos
militares comunes:
1. La conquista de Cuenca y sus consecuencias (HG, VII, 26-27; CL, 10).
2. La derrota de Alarcos y sus consecuencias (CM, IV, 83; HG, VII, 29; CL,
12-13).
3. Las guerras con León y Navarra (CM, IV, 83-84; HG, VII, 30-34; CL, 1417).
4. La toma de Salvatierra y sus consecuencias (CM, IV, 87-88; HG, VII, 35-36;
CL, 18-19).
5. La campaña de Las Navas de Tolosa355 (CM, IV, 89-90; HG, VIII, 1-12; CL,
20-24).
6. Las últimas conquistas (CM, IV, 91; HG, VIII, 13-14; CL, 25-26).
Son estos seis escenarios los que sirven a los cronistas para poner el foco sobre
el rey castellano en situaciones tanto favorables como adversas y para subrayar su
imagen militar. En efecto, en las tres narraciones, en la mayoría de las ocasiones, el
protagonista indiscutible de las acciones bélicas es Alfonso VIII. De hecho, muchas
veces el lector tiene la impresión de que es el monarca sólo quien protagoniza las
353
HG, VIII, 1-4, pp. 259-264; sobre ello se volverá más adelante.
ALVIRA CABRER, M., Las Navas de Tolosa, p. 65.
355
Hay que mencionar que el escenario bélico por antonomasia, la batalla de Las Navas, aparece
representada en la Chronica latina de manera señaladamente violenta. Evocando este episodio, “le
chroniqueur ne manque pas de mettre en exergue la violence qui leur est consubstantielle” (vid. JEANMARIE, S. (2005), “Violence et pouvoir…”, p. 270).
354
82
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
proezas que se cuentan, debido a que la tercera persona del singular es recurrente y es la
que marca la mayoría de los verbos de acción356.
De este modo, no se habla de “ejércitos cristianos” o de acciones colectivas357,
sino de la actuación individual del soberano, que de este modo aparece solo ante los
focos, capitalizando y acaparando todo el éxito y la gloria de las acciones descritas.
Llama no obstante la atención que este mismo protagonismo regio se diluye cuando los
cronistas narran la derrota de Alarcos: entonces no es el monarca quien es sujeto de la
acción, sino que su persona, y por tanto su responsabilidad, se diluye en la
colectividad358.
5.2.
Alfonso VIII, rey caballero
M. Alvira y D. Porrinas, en sendas tesis doctorales, se han dedicado a desarrollar
con mayor profundidad este perfil del monarca guerrero y también caballero359. Según
este último, “Alfonso VIII fue un rey muy relacionado con la caballería y el mundo de
los caballeros desde muy temprana edad”, y diversos elementos tanto de su educación
como de la corte que se esforzó en configurar reflejan su pasión por dicho ethos. El
castellano representa en la Península la “figura señera del rey-caballero que ha asumido
la ideología caballeresca imperante en Occidente”, afirmaba otro historiador360.
De este modo, los cronistas de la primera mitad del siglo XIII reflejan y valoran
al rey castellano vencedor de Las Navas de Tolosa como a un caballero modélico, ideal,
aunque quizá no de una forma tan marcada como cabría esperar, pues critican algunos
Durante la narración de la conquista de Cuenca se encuentra un ejemplo paradigmático: “conuerit
manum ad infideles […]. In manu robusta uastauit eos […] succendit ignibus ciuitates et succidit uiridia
deliciarum […]; destruxit munitiones insidiancium et fidei términos dilatauit; obsedit Concham […]”
(HG, VII, 26, p. 248); “obsedit Concam, quam longo tempore tenuit obsessam, et per gratiam Dei
expugnauit eam et cepit” (CL, 10, p. 42).
357
Bien es cierto, como se ha visto más arriba, que para la campaña de Las Navas, y en especial en la
Historia gothica, sí que se mencionan con frecuencia los ejércitos así como otros personajes además del
rey que adquieren un papel protagonista.
358
“Cumque congressi fuissent exercitus, subcuit exercitus christianus” (HHE, VII, 28, p. 251) ; “[…]
improuissa stuporem res genuit hostibus pariter et timorem. Exeuntes igitur de castris subito et minus
ordinate in campum prodeunt; congresiuntur cum Mauris; in prima Christianorum acie magni uiri
ceciderunt” (CL, 13, p. 46).
359
ALVIRA CABRER, M. (2000), Guerra e ideología en la España medieval: cultura y actitudes históricas
ante el giro de principios del siglo XIII. Batallas de las Navas de Tolosa (1212) y Muret (1213) (tesis
doctoral), Madrid, Universidad Complutense de Madrid, pp. 322-343; PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015),
Guerra y caballería…, I, pp. 687-717; PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2014), “El rey caballero a principios del
siglo XIII…”, pp. 224-228. Sobre el tema de la caballería la bibliografía es ingente, por no decir
inabarcable. Se reseñan aquí algunas de las obras más significativas al respecto: VERBRUGGEN, J. (1996),
The art of warfare in Western Europe during the Middle Ages from the eight century to 1340,
Woodbridge, The Boydell Press [1ª ed. holandesa 1956]; BARBER, R. (1982), The knight and chivalry,
Londres, The Boydell Press; KEEN, M. (2010), La caballería. La vida caballeresca en la Edad Media,
Barcelona, Ariel [1ª ed. inglesa 1984]; STRICKLAND, M. (1996), War and chivalry. The conduct and
perception of war in England and Normandy, 1066-1217, Cambridge, Cambridge University Press;
FLORI, J. (2001), Caballeros y caballería en la Edad Media, Barcelona, Paidós Ibérica [1ª ed. francesa
1998]; BARTHÉLEMY, D. (2007), La chevalerie. De la Germanie Antique à la France du XIIème siècle,
Paris, Tempus.
360
PALACIOS MARTÍN, B. (1989), “Alfonso VIII y su política de frontera en Extremadura”, Anuario de
Estudios Medievales, 19, pp. 155-167 (cita en la p. 157).
356
83
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
de sus comportamientos que se asemejan demasiado a la tan criticada y mundanal
“caballería del siglo”361. Buena prueba de la vinculación de Alfonso VIII a la caballería
se halla, por cierto, en que sustituyó en sus sellos la tradicional representación del
monarca sentado en el trono (efigie mayestática) empleada en los reinados de sus
antecesores por el emblema de un caballero armado con loriga, lanza y escudo en
actitud combativa a lomos de un corcel de guerra (efigie ecuestre)362.
5.2.1. Investiduras y ¿torneos?
Las crónicas no recogen la toma de las armas de caballero por Alfonso VIII,
quien lo hizo además manu propria en la curia celebrada en Carrión en 1169, aunque
Juan de Osma aprovecha para subrayar que Fernando III hace lo mismo constituyéndose
así en digno sucesor del vencedor de Las Navas363. Sí que recogen, no obstante, cómo
éste le ciñe la espada a su sobrino, Alfonso IX en León, con motivo de una nueva curia
en Carrión acaecida en 1188364:
“Fuit preterea positum et firmatum ut idem rex Legionis fieret miles a predicto rege Castelle et
tunc oscularetur manum eius, quod et factum est. Celebrata namque curia famosa et nobili
apud Carrionem, idem rex Legionis accintus est gladio a predicto rege Castelle in ecclesia
Sancti Zoili et osculatus est manum regis Castelle, presentibus Galleciis et Legionensibus et
Castellanis” (CL, 11, p. 44).
No cabe mucha duda de que semejante investidura debió de ser humillante para
el leonés quien veía, tras gozar su padre de la supremacía durante los difíciles años de la
minoría de Alfonso VIII, cómo le tocaba subordinarse simbólicamente mediante esta
ceremonia. En cualquier caso, lo que interesa subrayar es el ceremonial caballeresco
impregnado de valores religiosos: la toma de la espada en un espacio sacro, su entrega
al que es nombrado caballero, el beso en la mano, la presencia de testigos365…
Asimismo, queda recogido en las crónicas otro episodio digno de mención por
sus “tintes caballerescos”. Se trata de los “faustis militaribus” en los que participa
Alfonso VIII, así como a su generosa política “caballeresco-militar”:
“[…] iuuenes et adolescentes, quos auorum nobilitas presentabat, preficiebat titulo militari, ut
quos nondum proprie uirtutis extulerat gloria, et creantis manus et parentum magnalia
magnalibus obligarent ; hos sic equorum tuta firmabat magnanimitate, armorum copiosa
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, I, pp. 706-707 y 694: “Sin duda son los
cronistas de su época […] quienes más contribuyeron a forjar la imagen caballeresca del rey de Castilla,
evidenciando con ello la realidad que le envolvió. Y es que estos autores destacaron en su figura unas
virtudes que por ese tiempo ya eran propias de la caballería: el valor, la belicosidad, la noción de honor y
la consideración de la guerra y de la batalla —la proeza—, como medio para alcanzar honra y gloria, así
como, y relacionado con lo anterior, la preferencia de la muerte en combate por encima de la deshonra
que implicaba la derrota y los anhelos de morir en un campo de batalla”.
362
MENÉNDEZ PIDAL DE NAVASCUÉS, F. (1984), “Los sellos de los señores de Molina”, Anuario de
Estudios Medievales, 14, pp. 101-119.
363
Véase ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais…, pp. 169-171; ESTEPA DÍEZ, C. (1988), “Curia y
cortes en el reino de Castilla”, pp. 104-151.
364
También recoge este episodio Jiménez de Rada (HG, VII, 24, p. 246).
365
FLORI, J. (2001), Caballeros y caballería…, pp. 219-232. Recuérdese que, según Jiménez de Rada,
también Fernando II de León, padre de Alfonso IX, ofrece a Sancho III de Castilla su homenaje, aunque
este último lo rechaza (HG, VII, 13, p. 234).
361
84
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
securitate, uestium speciosa uarietate, ut in ipso inuenirent et dominium quem diligere et
munificum quem laudare” (HG, VIII, 4, p. 263).
La especial atención prestada a los iuuenes en el plano militar da fe de que son
ellos, precisamente, quienes han de ser los principales protagonistas de la batalla. Son
los mejor capacitados para tolerar el esfuerzo físico y las incomodidades del combate —
falta de sueño, hambre y sed, el peso de la impedimenta— y sus penurias —el miedo, la
angustia, la separación del hogar, el abandono de la familia—, así como los más
sensibles a las satisfacciones morales de la guerra, a la camaradería, a la excitación de la
lucha, en definitiva, a toda esa atmósfera de juego y de irresponsabilidad que planea
sobre el acontecimiento bélico-festivo que es la batalla366.
5.2.2. Honor y venganza
La venganza feudal o faide no era en la Edad Media un acto arbitrario de justicia
privada —tal y como es hoy en día— sino un derecho y un deber que permitía restaurar
la vida arrebatada, el honor manchado y la justicia perdida. D. Barthélemy ha puesto de
relieve que se trata de un verdadero fenómeno que alterna episodios violentos con otros
pacíficos para poder restaurar un equilibrio social roto, a la par que permite afirmar la
igualdad social de quienes intercambian los golpes. No es raro, incluso, que entre los
clérigos que escribían los diversos textos medievales el mismo Dios apareciera
ejercitando este “uso feudal” de una forma simbólica al castigar a sus enemigos, a
aquellos que habían manchado su honra367. M. Alvira ha señalado que se hallan los
motivos propios de la faide en los relatos cronísticos de la batalla de Las Navas, en
concreto con respecto al episodio de Alarcos368.
En el centro de la faide está un concepto tan complejo como el del honor369. En
la mentalidad caballeresca de los siglos XII y XIII, el honor es uno de los componentes
más importantes de la misma. Entendido como el valor de una persona a sus ojos y a los
de los demás, significa la estima de su valía y su excelencia —por lo general militares—
y el reconocimiento de las mismas por la sociedad, lo que le da derecho a un justo
orgullo. De este modo, “the ultimate vindication of honour lies in physical violence”370.
ALVIRA CABRER, M. (2000), Guerra e ideología…, pp. 327-328. Llama la atención la mención que
hace Jiménez de Rada cuando habla de los “faustos” o las “paradas” militares en las que participa Alfonso
VIII. Quizá, más allá de un desfile, pueda interpretarse aquí que el arzobispo hace referencia a algún tipo
de actividad lúdico-militar, quizá algún tipo de justa o torneo. Pese a que son fenómenos propios del norte
de Francia principalmente, no sería tan descabellado que la presencia de semejante multitud de
ultramontanos reunidos en Toledo propiciara la aparición de este tipo de actividades. Desde luego, queda
todo en mera hipótesis, aunque es un asunto al que los estudiosos no han prestado la suficiente atención.
Sobre los torneos y otras actividades lúdico-militares, véase BARBER, R. (1982), The knight and chivalry,
pp. 159-192; DUBY, G. (1984), Guillaume le Maréchal ou le meilleur chevalier du monde, París, Fayard,
pp. 105-152; STRICKLAND, M. (1996), War and chivalry…, pp. 105-113; FLORI, J. (2001), Caballeros y
caballería…, pp. 131-151; BARTHÉLEMY, D. (2007), La chevalerie…, 228-253.
367
BARTHELEMY, D. (2000), “La vengeance, le jugement et le compromis”, Actes des congrès de la
Société des historiens médiévistes de l'enseignement supérieur public, 31-1, pp. 11-20.
368
ALVIRA CABRER, M. (2008), Las Navas de Tolosa…, pp. 62-63.
369
Véase sobre este concepto PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, II, pp. 31-83.
370
RIVERS, J. P. (1966), “Honour and social status”, en PERISTIANY, J. G. (ed.), Honour and shame. The
values of Mediterranean society, Chicago, University of Chicago Press, pp. 21-77 (en especial pp. 21 y
29).
366
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El mejor medio de conseguir honor es mediante proezas militares, y para ello, en la
Península Ibérica, la guerra se convierte en el escenario por excelencia371. La derrota y
la cobardía generan, por el contrario, deshonor e infamia, y suponen para el caballero
una mancha en su prestigio que necesita limpiar a toda costa372.
Alfonso VIII aparece representado en algunos momentos como un monarca
vengador: muchas de las acciones bélicas que protagoniza son una respuesta a ofensas
anteriores sufridas por su persona, por su honor. Se encuentra aquí profundamente
arraigada la mentalidad más puramente caballeresca, como bien ha puesto de relieve D.
Porrinas373. Sin ir más lejos, la derrota de Alarcos es vivida por el castellano como un
episodio humillante y deshonroso —Lucas de Tuy lo califica de “deshonra” (CM, IV,
83, p. 322)—, hasta el punto de que se convierte en el móvil de gran parte de las
acciones bélicas posteriores. Es Juan de Osma quien mejor expresa este deseo de
venganza y de recuperar el honor perdido374:
“Manebat in alta mente regis positum, quod nunquam de ipsa exciderat, infortunium quod
passus fuerat in bello de Alarcos. Sepe reuocabat ad animum diem illam, habens desiderium
uicem reddere regi Marroquitano et pro hac re sepe Dominum deprecabatur. Altissimus, qui
paciens redditor est, uidens desiderium gloriosi regis, inclinauit aurem suam et de excelso solio
glorie sue orationem eius exaudiuit. Irruit igitur Domini Spiritus in regem gloriosum et induit
eum uirtus ex alto, sicque quod tam longo tempore preconceperat produxit in actum” (CL, 18,
p. 53).
El canciller concibe la venganza de Alfonso VIII como una prebenda otorgada
por la divinidad en recompensa a un comportamiento ejemplar, como demuestran las
numerosas citas bíblicas en los pasajes anteriores (Eclo., 5, 4 y 21, 6; Sal., 3, 5 y Lc., 24,
49)375.
Otro ejemplo se produce a raíz de la derrota castellana en Alarcos, cuando los
reyes de León y de Navarra se confabulan con el enemigo musulmán, en una
“colligatione impietatis”376, para invadir Castilla. Y a continuación se produce la
justificada venganza del castellano, arrasando las tierras leonesas y conquistando
Vitoria, Guipúzcoa y Treviño, ya que Alfonso VIII “uolens regis Nauarre iniurias
uindicare” (HG, VII, 32, p. 253)377.
Así lo ha destacado PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, II, pp. 42-63, debido a la
casi total ausencia de torneos en suelo peninsular.
372
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, II, pp. 63-83.
373
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, I, pp. 698-702.
374
ALVIRA CABRER, M. (2008), Las Navas de Tolosa…, pp. 62-66; La toma de Salvatierra es, asimismo,
presentada como una “occasio precipua belli gloriosi quod comissum est in anno sequenti in Nauas de
Tolosa” (CL, 19, p. 55).
375
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, II, pp. 306-307.
376
CL, 14, p. 48; también “[…] multis ex eis secum ascitis regnum Castelle […] est ingressus, diruens,
diripiens et deuastans ; et rex Nauarre ex alia parte deuastans […] , cedes et incendia exercebat” (HG,
VII, 30, p. 252). Lucas de Tuy, por su parte, no señala con dedo acusador al leonés, sino que atribuye la
guerra a las maquinaciones de algunos “inimici Dei” (CM, IV, 84, p. 323).
377
Un ejemplo semejante se da cuando Diego López de Haro, vasallo íntimo de Alfonso VIII, rompe con
él y se marcha junto al rey navarro, ocasionando ambos graves daños en la frontera oriental del reino:
“Set rex nobilis Aldefonsus iniuriarum inpaciens […] ingresus est Nauarrorum” (HG, VII, 33, p. 255).
371
86
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
5.2.3. Un rey valeroso y temerario
El ethos caballeresco venía marcado, en los siglos XII y XIII, por la proeza y el
valor, entre otros muchos atributos. Siendo una de las principales vías para adquirir
honor y fama, el valor consistía en el arrojo del combatiente para derrotar a sus
enemigos, en las acciones reseñables en el combate, en actos bélicos que requirieran un
esfuerzo significativo378. Quizá, no obstante, cabría plantear la cuestión, como ha hecho
D. Baloup, de hasta qué punto el monarca participaba de forma activa en la lucha
propiamente dicha. Es posible que el papel del soberano, al menos tal y como lo reflejan
las crónicas, no sea el combate, pues éste entraña demasiados riesgos para la persona
regia y, por tanto, para el reino379. Sin ir más lejos, el rey aragonés Pedro el Católico,
contemporáneo de Alfonso VIII y compañero suyo en Las Navas, murió en 1213 en la
batalla de Muret por ocupar una posición demasiado expuesta en el ejército, provocando
con ello una situación muy grave en su reino380. Por ello, no ha de extrañar que a lo
largo del relato cronístico se repitan las escenas en la que los vasallos más próximos del
monarca tratan de alejarlo del peligro del combate más inminente, pese a los intentos
del rey por adentrarse en la refriega.
Otro rasgo destacado del Alfonso VIII de las crónicas es su arrojo en el combate
que, en más de una ocasión, llega a hacer peligrar su vida. En este sentido podría
hablarse prácticamente de “suicidio caballeresco”. El castellano es un monarca que,
para empezar, no duda en lanzarse al combate, por muy dudoso que pudiera ser el
resultado de éste. Hay diversos ejemplos de ello: con motivo de una de las rupturas con
el rey de León, Alfonso VIII pretende ir a la guerra directamente, pero finalmente el
matrimonio de su hija Berenguela con su primo calma la situación, evitándose el
conflicto in extremis381. De nuevo, tras la toma de Salvatierra (1210), Alfonso VIII es
prácticamente reprendido de forma indirecta y discreta por Jiménez de Rada en su
crónica, cuando escribe que
“cum uellet dubie sorti belli se comitere, precipue ad instanciam filii sui primogeniti Fernandi,
maturiori usus consilio, mandauit in sequentem annum belli dubia prorogari; utilior est enim
dilata oportunitas quam audacie preceps temeritas” (HG, VII, 35, p. 257).
Otra ocasión se presenta en los días previos al choque de Las Navas, mientras el
ejército cristiano busca un paso alternativo por el que adentrarse en Sierra Morena. En
tan delicada situación, muchos de los comandantes abogan por dar marcha atrás y
encontrar una ruta más segura. Pero el monarca castellano afirma entonces, según
cuenta de nuevo el Toledano, que más vale encomendarse a la voluntad del Cielo y no
retroceder ante la incertidumbre382.
Véase PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, II, pp. 83-127, para el valor y el
arrojo; sobre los demás valores, como la largueza o la cortesía, se volverá más adelante.
379
BALOUP, D. (2006), “Le roi et la guerre…”, pp. 422-429.
380
Véase ALVIRA CABRER, M. (2008), Muret 1213…, pp. 174-187.
381
“Cumque proponeret regem Legiones truciori dispendio infestare, quídam guerre periculum
pauescentes familiari consilio procurarunt ut rex Legionensis peteret a rege Castelle filiam suam
Berengariam in uxorem” (HG, VII, 31, p. 253).
382
“Etsi hoc consilium discretione fulgeat, periculum secum portat; populus enim et alii inexperti cum
nos retrocedere uiderint, non bellum querere, set bellum fugere iudicabunt, et fiet discessio in exercitu
[…]; set ex quo ex uicino hostes prospicimus, ad eos neccesse est ut eamus. Sicut autem fuerit uoluntas in
celo, sic fiat” (HG, VIII, 7, p. 268).
378
87
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Sin duda en parte las palabras de Alfonso VIII vienen dictadas por su pericia
militar: se trata de evitar una huida del ejército cristiano, cosa que podía producirse con
facilidad si se emprendía un movimiento de retroceso; no obstante, su arrojo y su
voluntad casi obcecada de seguir hacia adelante contra todo pronóstico son también
evidentes. De hecho, si no llega a ser por la intervención divina que envía a aquel pastor
a que les enseñe la ruta alternativa, cabría preguntarse cómo habría resuelto Jiménez de
Rada semejante meollo en su narración.
Se encuentran asimismo pruebas de que el Alfonso VIII de Juan de Osma es un
monarca arrojado en el combate, incluso temerario. Con motivo del choque de Alarcos,
cuenta el canciller que el castellano
“Malebat etenim uitam suam et regnum exponere tanto discrimini et mittere uolantati Dei
pugnando contra supra dictum regem Maurorum, qui potentior et dicior Sarracenis omnibus
habebatur, quam sustinere quod idem rex regnum eius intraret per spacium quantumcumque.
Propter hoc et idem gloriosus rex Castelle noluit expectare regem Legionensem, qui ibat in
auxilium eius […], licet hoc consultum fuisset ei a quibusdam uiris prudentibus et rerum
bellicarum expertis” (CL, 18, p. 53).
En suma, el monarca castellano no sólo aparece representado como un general
temerario que quiere lanzarse a un combate de incierto resultado contra el temible
adversario almohade, sino que, además —llevado no se sabe si por la impaciencia o por
no querer compartir el mérito de una hipotética victoria— se niega a esperar a su alter
ego leonés, desoyendo a sus consejeros prudentes y expertos en temas militares.
Con el asunto de Gascuña y la voluntad del rey castellano por imponer allí su
dominio, Juan de Osma además de dar fe de la obcecación de Alfonso la hace más
explícita al oponerla a la sapientia: a pesar de ser sabio, el rey “non poterat desistere ab
incepto” (CL, 17, p. 52), terquedad que va en contra de toda lógica y que supone una
sangría para las arcas y las tropas del reino.
No obstante, tras la victoria de Las Navas, M. Alvira ha puesto de relieve la
“transformación interior” que en el relato de Lucas de Tuy se produce en Alfonso
VIII383:
“Rex autem Castelle Adefonsus, qui post felicem uictoriam timebatur uinire super Legionenses
in ira et bracchio extento, ualde humilis uenit laudans Deum de uictoria reddita populo
Christiano. Et inuitans ad pacem regem Legionis indulsit ei omnia opida que abstulerat sibi
[…]” (CM, IV, 91, p. 331).
5.2.4. El “suicidio caballeresco”
Pero esta temeraria valerosidad del rey castellano no acaba en que se lance de
cabeza —y muchas veces sin reflexionar y encomendándose a la divina Providencia—
contra el enemigo. Como bien ha estudiado A. Guiance384, a lo largo de la narración de
los hechos protagonizados por Alfonso VIII se hallan varios llamativos ejemplos de lo
que podríamos denominar “suicidio militar”, la voluntad de morir en la lucha. Podría
vincularse este fenómeno a la mentalidad feudal-caballeresca según la cual, en el
383
384
GUIANCE, A. (1991), “Morir por la patria, morir por la fe…”, pp. 97-100.
ALVIRA, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, p. 381-387.
88
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
ejercicio mismo de la violencia, en el torneo o en la guerra, el noble podía sin dificultad
adoptar una conducta suicida conforme a su estado385; además de, por supuesto, a la
temática martirial, que ya ha sido tratada con anterioridad.
En varios casos la “voluntad suicida” de Alfonso VIII tiene una estrecha relación
con temas de honor personal y de evitar la vergüenza de retirarse del combate. Por
ejemplo, con motivo de la derrota de Alarcos, Jiménez de Rada dice que “licet ipse mori
pocius eligeeret quam saluari” (HG, VII, 28, p. 251). Y sin duda es durante la famosa
conversación entre el castellano y el arzobispo, acaecida en el fragor del combate de Las
Navas, donde puede presenciarse el ejemplo más significativo de este “suicidio
honorable”386. El comportamiento temerario, suicida, de Alfonso VIII, lejos de ser
criticado por nuestro arzobispo, es loado y admirado, y lo enfatiza afirmando que
“testificor coram Deo” de lo que cuenta (HG, VIII, 10, p. 273)387.
M. Alvira ha relacionado este gesto impulsivo con el “caudillaje heroico”. El
jefe del ejército debía combatir codo con codo con los suyos para que, empujados por
ese ímpetu, todos luchasen en la batalla con una energía igual a la suya. Lo más grave,
no obstante, de esta forma de entender el mando en combate era la subordinación del
ejército a la suerte personal del líder. Su muerte, captura o fuga suponían
indefectiblemente la desbandada y la derrota. Y si el líder caído era el rey, las
consecuencias militares del “caudillaje heroico” se convertían en políticas, afectando
gravemente el destino del reino388.
En la Chronica latina también su autor va un paso más allá a la hora de describir
el arrojo temerario de Alfonso VIII: en pleno choque con los musulmanes, cuando la
batalla empieza a tornarse en derrota para los cristianos, el canciller cuenta, no sin un
cierto toque cómico al final, cómo el rey tiene que ser rescatado por los suyos de una
muerte casi segura389.
Por tanto, se describe, otra vez, la imagen de un rey temerario que se lanza al
combate sin tomar verdadera conciencia de los riesgos que ello puede entrañar y sin
hacer caso de los consejos de sus allegados, pues poner en peligro su propia vida
significa poner en riesgo a “toda España”: en efecto, la muerte del monarca habría
supuesto para Castilla volver a sumirse en una época de caos y turbulencias. Por ello el
rey no aparece retratado aquí de una manera especialmente positiva, y esta reprobación
se traduce en la explicación que da Juan de Osma cuando, poco después del desastre de
Alarcos, leoneses, navarros y almohades se alían para invadir Castilla: es el castigo de
Dios por la soberbia del monarca390.
SCHMITT, J.-C., “Le suicide au Moyen-Âge”, Annales ESC, 1 (1976), pp. 3-28, en especial p. 7.
HG, VIII, 10, pp. 272-273; Juan de Osma narra un episodio similar: “Audito ferali clamore, rex
Castelle gloriosus et nobilis, […] paratus eran magis mori quam uinci” (CL, 24, p. 62).
387
La idea de “testificar” o “ser testigo” tiene interesantes conexiones con el martirio.
388
CABRER, M. (2008), Las Navas de Tolosa…, p. 400.
389
“Rex nobilis et gloriosus, uidens suos in bello sucumbere, procesit in antea, et in medios hostes
prorumpens, uiriliter Mauros dextra leuaque cum illis, qui ei assistebant, prosternit. Videntes autem sui,
quie ei familiarius assistebant, quod infinitam multitudinem Maurorum sustinere non possent […],
supplicauerunt ei ut exiret et uitam suam seruaret […]. Nolens autem eos audire malebat gloriosa morte
uitam finire quam uictus de bello recedere […] sui uero inteligentes puriculum inminere toti Ispanie
ipsum de prelio quasi initum et renientem eduxerunt” (CL, 13, pp. 46-47).
390
CL, 14, p. 48.
385
386
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Según la mentalidad eclesiástica de la época Alfonso VIII se estaba conduciendo
como un soberbio, pecado propio de quienes se niegan a escuchar a consejeros
autorizados y sabios, un defecto que fundamenta la tiranía y la desmesura, propio de la
orgullosa y vanagloriada caballería secular que tan criticada había sido por Bernardo de
Clairvaux o por Juan de Salisbury. El mismo empleo del término elatio como sinónimo
de “soberbia” da lugar a la elaboración de la moraleja de tintes clericales391.
391
PORRINAS GONZÁLEZ, D. (2015), Guerra y caballería…, I, p. 711.
90
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
6.
LA IMAGEN SAPIENCIAL Y CORTÉS DE ALFONSO VIII
El caudillaje ha surgido en todos los lugares y épocas bajo uno de estos dos
aspectos, los más importantes en el pasado: el de mago o profeta, por una parte, y el de
príncipe guerrero, por otra. Se establece así una dualidad entre fuerza y conocimiento,
puesto que “el sacerdocio estuvo asociado desde un principio a un arquetipo sapiencial
devenido en función social y conocimiento moralizado”, a la par que a “una condición
humana concreta: la ancianidad”, mientras que los guerreros se asociaban por lo general
a la juventud y a la necesidad de ser aconsejados e instruidos. El personaje del sabio no
ejerce la violencia, sino que, desde una posición pasiva, se dedica a aconsejar a los
demás, siendo concebido como “alguien intrínsecamente no-violento”392.
Durante los siglos medievales la Iglesia consiguió domesticar la voluntad de
poder de los invasores bárbaros —en especial de sus reyes— canalizándola hacia la
cultura, de modo que se considerara la veneración de la inteligencia y la sabiduría393
como la más alta condición de la existencia humana, y desplazando así la “fuerza bruta”
y creando una tensión constante entre los dos principales grupos sociales dominantes:
los oratores y los bellatores. Este proceso que ha sido definido como de “clericalización
de la realeza” ha sido estudiado en profundidad por A. Rodríguez de la Peña394, y
afectó, al igual que al resto de reinos europeos, a la Castilla medieval395.
Son dos los modelos de realeza sapiencial que pueden hallarse en los textos
medievales. Por un lado, de tintes claramente antiguos, la realeza platónica, de corte
griego, cuyo paradigma es el rey filósofo que ha buscado la verdad y la ha encontrado
por sí mismo, quedando así legitimado para ejercer, mediante un liderazgo carismático,
el buen gobierno. Por otro lado, con un fuerte olor veterotestamentario, está la realeza
salomónica, aquélla que posee atribuciones sacerdotales —rex et sacerdos—. En este
modelo, el rey es sabio en cuanto ungido por el Señor: la sabiduría es un don del Cielo,
y no fruto del estudio de los libros o del uso de la razón396.
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2008), Los reyes sabios…, pp. 19-23.
Quizá sea conveniente realizar una breve distinción terminológica antes de entrar en materia: el campo
semántico de la sabiduría en latín es abundante, y se hallan distintas expresiones para significarla según el
contexto. Por sapientia se entiende “sabiduría divina”, esto es, el conocimiento espiritual de las cosas
divinas. Por prudentia se hace referencia al saber como virtud moral —una de las cuatro virtudes
cardinales—. Finalmente, scientia, sagacitas o eruditio designan el conocimiento intelectual, la erudición
libresca o la ciencia experimental. Por lo tanto, al hablar de “ideal sapiencial”, se entra en el discurso
propio de la teología política en la que estas tres acepciones van de la mano, entremezclándose e incluso
confundiéndose en ocasiones (RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2008), Los reyes sabios…, p. 26).
394
Véase RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2008), Los reyes sabios… para el periodo antiguo y altomedieval,
y RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (1997), “Imago sapientiae…”, pp. 11-39 y RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A.
(2014), “El rey como miles litteratus. Los clérigos áulicos, la cultura escrita y la clericalización de la
Realeza feudal en el siglo XII”, en Poder, piedad y devoción. Castilla y su entorno, siglos XII-XV,
Madrid, Sílex, pp. 15-52 para el periodo plenomedieval.
395
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, pp. 7-43 y RODRÍGUEZ DE LA
PEÑA, A. (2000c), “Ideología política y crónicas monásticas…”, pp. 681-734.
396
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2008), Los reyes sabios…, pp. 27-30. El paradigma por excelencia son
los reyes David y Salomón, que gobernaron conforme a las leyes divinas, de las cuales eran los
principales defensores. Su sabiduría se traduce en obediencia y sumisión al orden querido por Dios.
392
393
91
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
De esta manera, desde mediados del siglo XII, la “legitimación carismática de la
realeza” ya no reposaba en exclusiva en sus virtudes guerreras o justicieras, sino
también en su formación intelectual. Este fenómeno se inscribe en un amplio
movimiento en el campo del pensamiento que pretendía la instrucción de los monarcas
como medio de cristianizar y racionalizar su gobierno, así como al nacimiento y el éxito
de la “sociedad de corte”, en la que una serie de nuevos valores cambiaron
sustancialmente los patrones de comportamiento de las élites, “civilizándolas”397.
Los reinos hispánicos no fueron ajenos a este proceso, como ya se ha indicado, y
en especial a partir del siglo XI en León y en Castilla se encuentran diversos elementos
que dan fe de la penetración de los ideales corteses y sapienciales en la corte, y en
especial en la del monarca castellano. Principalmente de resultas del contacto con la
monarquía angevina —gracias al matrimonio con Leonor Plantagenet398— se introdujo
en ella el modelo de curialitas o “cortesía”. Por ello habría que relacionar la
intervención regia con fenómenos tales como la aparición de una schola palatina en la
que el monarca ejercía de magister para muchos clérigos y nobles castellanos, la activa
presencia de trovadores en la corte o la fundación —muy controvertida— de un studium
generale en Palencia en torno a 1180399.
Como ha señalado A. Sánchez, el principal medio de difusión de la ideología
cortés —y por ende del paradigma sapiencial— fue, precisamente, la literatura
cortesana, que tendría en la nobleza guerrera “la misma función y efecto pedagógico
[…] que los tutores eclesiásticos y los modelos que ofrecían los obispos cortesanos”. De
este modo, las creaciones textuales cortesanas eran un género didáctico cuya función era
“enseñar mediante los ejemplos, buenos y malos, de los antepasados” 400. Posiblemente
el género del speculum principis es aquél que mejor se adaptaba a esta funcionalidad,
aunque no era, ni de lejos, el único. Las crónicas —y entre ellas las tres aquí
estudiadas— también podían ser unos recipientes idóneos para transmitir las enseñanzas
del pasado.
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, § 4; BUMKE, J. (1991), Courtly
Culture…, pp. 425-571. La cortesía obliga a un continuo disimulo que fomenta la contención y
moderación de impulsos y pasiones, lo que implica la internalización por parte del individuo de una serie
de prohibiciones y restricciones externas promulgada por el derecho y las costumbres. Dicho proceso tuvo
como objetivo principal a los bellatores, con el fin de que controlasen sus costumbres bélicas destructivas
en la corte y las restringiesen al campo de batalla (SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte
de Alfonso VIII…, pp. 42-43).
398
CERDA, J. M. (2012), “Leonor Plantagenet y la consolidación castellana…”, pp. 629-652; RODRÍGUEZ
LÓPEZ, A. (2014), La estirpe de Leonor de Aquitania…
399
Sobre estos temas véanse RUCQUOI, A. (2006a), “Las dos vidas de la Universidad de Palencia”, pp. 87124; RUCQUOI, A. (2000), “El deber de saber…”, pp. 309-329; RUCQUOI, A. (2006b), “Alfonso VIII de
Castilla y la realeza”, pp. 47-85; SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso
VIII…, pp. 34-160; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, pp. 491-513;
GONZÁLEZ, R. (1996), “La escuela de Toledo durante el reinado de Alfonso VIII”, en IZQUIERDO BENITO,
R. y RUIZ GÓMEZ, F. (eds.), Alarcos 1195. Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del VIII
centenario de la Batalla de Alarcos (Ciudad Real, 1995), Cuenca, pp. 171-209; GARCÍA TURZA, J.
(2013), “La construcción de la memoria regia castellana…”, pp. 91-100.
400
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII…, pp. 49-53.
397
92
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
6.1.
Alfonso VIII, monarca sabio
Tanto en el Chronicon mundi como en la Chronica latina y en la Historia
gothica se hallan evidencias de una imagen sapiencial atribuida a Alfonso VIII. Al
pertenecer al ordo clerical los tres cronistas, no es de extrañar que para ellos las virtudes
sapienciales deban ser muy tenidas en cuenta. No obstante, se hallan notables
diferencias en el tratamiento que unos y otros hacen de esta virtud.
6.1.1. Prólogos “sapienciales” y virtudes eclesiásticas
En efecto, en el prólogo del Chronicon mundi, Lucas de Tuy elogia en repetidas
ocasiones la virtud de la sapiencia y a los reyes que la poseen401; asimismo, un poco
más adelante, prosigue con el bien conocido elogio a las tierras hispanas y sus hombres
—siguiendo el modelo isidoriano— que constituye una verdadera declaración
ideológica402: en él aparece marcada una bipartición de las clases dirigentes de la
sociedad: por un lado, los bellatores, encargados de llevar las armas y combatir, y por
otro los oratores, encargados de iluminar y aconsejar al príncipe para que se guíe en su
gobierno. El monarca está así conminado a someterse a la guía espiritual y sapiencial de
la Iglesia para lograr resistirse a la fogosidad de los caballeros, que puede conducir a
situaciones poco recomendables403.
No obstante, a la hora de enumerar las cinco principales virtudes que debe
poseer un príncipe virtuoso, llama la atención que la sapiencia no aparezca entre ellas y
que sean sobre todo atributos marciales y de santidad los que predominen404. En
Según Lucas de Tuy, un buen príncipe debe mantenerse alejado del vino y las mujeres pues “Sacra
Scriptura dicit quod uinum et mulieres apostatare faciunt sapientem”. Asimismo, afirma que “De principe
anutem quien precedit sapiencia, roborat fortitudo, consilium firmat, et illum non rapit leuitas uel audacia,
nec ira furere facit […]. Semper sollicitatur princeps sapiens, ne suis excessibus in temporalibus aut
spiritualibus paciatur populus sibi subditus detrimentum; nam plerumque pro peccatis principium ira Dei
in populos incandescit […]. Beata terra cuius rex sapiens est […] hanc premisi prefacionem, ut in prima
fronte uoluminis discant principes preclaro gotico sanguine generosi non minus sapienter et clementer
quam in manu ualida regna sibi subdita gubernare. Tunc enim iuris ordo seruatur, cum magnis ex equitate
quam ex potestate in regimine proceditur subditorum” (CM, Praef., pp. 3-4).
402
“Habent Yspani martires et confessores inter sanctos sanctissimos; habent doctores inter doctos
doctissimos; habent mundi sapientes inter ceteros peritos sapientissimos; habent et milites strenuos inter
ceteros milites mundi precipue animosos. […] qui ut uirtuosi permaneant, principe indigent sapiente.
Nam quis poterit mortalium tante uirtutis resistere uiris, si sapiencia preueniat illos? […] O quam cautus
debet ese qui fortibus et sapientibus dominatur! O quam beatus et gloriosus est princeps qui habet
huiuscemodi populos regere, dummodo ipse sapiencia gubernatur et suorum sapientum consilio
perfruatur! Nichil enim deest illi, eo quod habeat sanctissimos apostolos, martires fortissimos et doctores
doctissimos, per quos sanctam fidem accepit catholicam. Non oportet eum in fide nutare, quia non per
qualescumque uiles personas, sed per sanctissimas et generoso sanguine nobilissimas Dei leges accepit.
Imitetur igitur eos fide, sanctitate sequatur, et eorum prudencia decoretur, quorum natalibus generoso
sanguine sociatur. Habet etiam Yspanie princeps uiros consilii, quos natura sapientia fecit insignes; habet,
ut dictum est, milites bellicosos, et etiam pedites agiles et animosos, cum quibus potest bellorum forcia
exercere et muros ferreos penetrare […]” (CM, Praef., pp. 8-9).
403
MARTIN, G. (1992), Les Juges de Castille…, pp. 205-206.
404
“Rex dicitur a regendo, quod se et alios bene regat; cui specialius quinque sunt necessaria: primo
uidelicet creatorem et regem suum, Patrem et Filium et Spiritum sanctum, unum uerum Deum in unitate
substancie et in trinitate parsonarum agnoscere; secundo fidem catholicam moribus et uerbis confiteri;
tercio regnum in pace omnimode conseruare; quarto sine acceptione personarum unicuique iusticiam
401
93
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
realidad, un príncipe ideal debe dejarse gobernar por la sabiduría, esto es, dejarse
aconsejar por el consejo de sus sabios, ya que “habet etiam Yspanie princeps uiros
consilii, quos natura sapientia fecit insignes” (CM, Praef., pp. 8-9). La sapiencia
propugnada por Lucas de Tuy no es una virtud personal del monarca, en tanto que
hombre instruido y preocupado por el saber y la cultura, sino “una fuerza, controlada
por el ordo episcopal, a la que se debe someter. Es sólo entonces cuando deviene Rex
sapiens”405.
Cabe concluir, por tanto, que para el Tudense la sapiencia es una virtud poseída
por la Iglesia. La felicidad del reino reposa en la sabiduría del rey, pero ésta lo hace en
el consejo de los hombres sabios, es decir, de los clérigos 406. De hecho, en el retrato que
esboza el obispo de Tuy de Jiménez de Rada queda claro este monopolio, cuando lo
califica de “sciencia et moribus eruditus atque omni bonitate conspicuus” (CM, IV, 88,
p. 328). Por cierto, que Diego García de Campos, autor del Planeta, dedica su obra al
Toledano a quien califica de “eruditissimus per doctrinam”, “eruditus in litteris et
naturis”, “eruditus cum sanctitate”, “eruditus sine errore”, “eruditorum sapientissimus”,
señalando que supera “nonnullos príncipes potestate, patriarcas plurimos eruditione,
profundos phylosophos inquisitione, famosos theologos inuestigatione”407.
En el prólogo de la Historia de rebus Hispanie la sapientia ocupa el primer
puesto entre las virtudes que debe presentar el buen príncipe, señal inequívoca de que
para Jiménez de Rada el monarca ideal es, ante todo, sabio408:
“[…] eodem sollicitudo diligens eorumdem descripsit acta sapiencium et stultorum […] gesta
etiam principum, quorum aliquos inauia fecit uiles, alios sapiencia, strenuitas, largitas et
iusticia futuris seculis comendauit […]” (HG, Praef., pp. 5-6).
No obstante, la sapiencia es, para Rodrigo Jiménez de Rada, una virtud eclesial
ante todo: sapiens es aquél que es versado en las Sagradas Escrituras y en la doctrina
cristiana, y buena prueba de ello son los elogiosos retratos de distintos hombres de
Iglesia que adornan la Historia gothica. El ejemplo más significativo es el de San
Isidoro de Sevilla, “doctor egregius et preclarus”; aunque también destacan Braulio de
Zaragoza, Tallón de Zaragoza, Ildefonso de Toledo, Juan de Sevilla y llega hasta
Bernardo de Sédirac y Martín López de Pisuerga409.
exibere; quinto uero hostes uiriliter, contemptis cunctis laboribus, expugnare” (CM, Praef., p. 3); véase
también RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, § 64.
405
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, § 66.
406
FERNÁNDEZ GALLARDO, L. (2004), “De Lucas de Tuy a Alfonso el Sabio…”, p. 55.
407
RUCQUOI, A. (1993), “El rey sabio…”, p. 82.
408
Así lo ha señalado LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 322-323.
409
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 349-351.
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
6.1.2. Alfonso VIII, “vir sapiens”
Es en la Historia gothica donde el perfil sapiencial de Alfonso VIII se encuentra
más desarrollado: el lugar más llamativo es sin duda el elogio fúnebre que Jiménez de
Rada le dedica al rey castellano, donde alaba su “strenuitas, largitas, curialitas, sapiencia
et modestia” (HG, VIII, 15, p. 280), prueba del valor que tenía para el arzobispo la
sabiduría410. Además, en un par de ocasiones, el arzobispo retoma un versículo bíblico
cuando afirma que el joven rey, gracias a sus virtudes y a su buen hacer, “proficebat
[…] apud Deum et homines sapiencia et etate” (HG, VII, 18, p. 241, siguiendo a Lc., 2,
52).
Por cierto que dichas virtudes, entre ellas la sapientia, son poseídas por el rey
“ab infancia” (HG, VIII, 15, p. 280), lo cual produce un golpe de efecto y contribuye a
reforzar aún más el carisma de Alfonso VIII. Éste, dicho sea de paso, obtiene sus
virtudes no como resultado de un aprendizaje o una enseñanza de algún maestro, sino
por la voluntad divina, como se ha visto más arriba411.
Para el Tudense la sabiduría es también parte de los atributos de Alfonso VIII: al
realizar su descripción inicial del monarca, el obispo dice que “fuit namque sapiencia
magnus” y “consilio prouidus” (CM, IV, 83, p. 321), y de nuevo lo repite más adelante,
aunque estableciendo en ambos casos una dualidad con la fuerza y el valor militar412.
Asimismo, el castellano sabe defender su territorio de los distintos enemigos no sólo
con fuerza, sino también con sabiduría (CM, IV, 83, p. 321) y su hija Berenguela se
convierte en depositaria de su sabiduría (CM, IV, 85, p. 326), al igual que el malogrado
infante Fernando (CM, IV, 88, p. 328).
En cualquier caso, hay que tener en cuenta la peculiar interpretación que Lucas
de Tuy hace de la sapientia al entenderla no como sabiduría personal, sino como
capacidad de escuchar el consejo de los eclesiásticos y de ser guiado por ellos:
“Rex autem Castelle cum esset sapientissimus, consilium suum semper sapientibus comittebat,
unde pre ceteris Yspanie regibus feliciores habebat successus” (HG, IV, 84, p. 324).
Juan de Osma, por su parte, es con diferencia el más discreto de los tres cronistas
con respecto a la atribución de esta virtud al monarca castellano. En efecto, sólo en un
par de ocasiones hace referencia a la sabiduría (CL, 10 y 17, pp. 42 y 52), y aunque en
una de ellas califica a Alfonso VIII de “uir sapiens et discretus”, es sólo para
contraponerlo inmediatamente con su terquedad e insistencia en el asunto gascón que
tantos problemas le trae.
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, §§ 61-62.
HG, VII, 18, p. 241.
412
“Fuit namque sapiencia magnus, consilio prouidus, armis strenuus, largitate precipuus et fide catholica
roboratus” (CM, IV, 83, p. 321); “Preibat regem Castelle fortitudo et sapiencia […]” (CM, IV, 84, p. 323).
410
411
95
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
6.1.3. La fundación del studium generale palentino y la translatio studii
Parece fuera de toda duda que el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada considera
la sapientia como una virtud de primer orden a la hora de construir su imagen del
monarca castellano. Pueden subrayarse tres rasgos principales con los que el cronista
entiende esta cualidad. En primer lugar, da la imagen idealizada de un Rex litteratus
preocupado por la promoción de la sabiduría en sus reinos, fruto de lo cual es su
actuación personal como institutor scholarum. En segundo término, da muestra de una
concepción “tesaurizadora” del conocimiento según la cual la sabiduría es un tesoro que
el Rey, de acuerdo con la virtud regia de la liberalitas, debe redistribuir entre sus
súbditos y vasallos, del mismo modo que distribuye feudos y otros dones. En tercer
lugar, presenta una preocupación muy acusada por la génesis historiográfica de un
“mito nacional” que actúe como plataforma de legitimación de las aspiraciones
soberanistas de la realeza413.
La actuación del monarca como institutor scholarum y a la par como
redistribuidor de ese conocimiento viene ilustrada en la Historia gothica por el célebre
relato de la fundación de la universidad de Palencia en torno al año 1180. A. Rucquoi ha
defendido que dicho studium se fundó tomando como base una antigua schola palatina,
en la que los hijos de los nobles destinados a convertirse en los grandes próceres del
reino recibirían su educación junto a la familia regia414. Más allá de la veracidad de este
hecho y el protagonismo de Alfonso VIII en el mismo, sobre la que existe cierto debate
en la historiografía415, la fundación universitaria sirve a Jiménez de Rada como pretexto
para alabar las virtudes sapienciales de su monarca.
“Set ne fascis karismatum, que in eum a Sancto Spiritu confluxerunt, uirtute aliqua
fraudaretur, spientes a Galliis et Ytalia conuocauit, ut sapiencie disciplina a regno suo
nunquam abesset, et magistros omnium facultatum Palencie congregauit, quibus et magna
stipendia est largitus, ut omni studium cupienti quasi manna in os influeret sapiencia cuiuslibet
facultatis” (HG, VII, 34, p. 256).
El arzobispo insiste en el papel del monarca como captador y redistribuidor del
conocimiento, y por ello Alfonso VIII es digno de gran elogio y admiración. El
protagonismo del rey es total, ya que no se menciona a ningún otro actor —más allá,
por supuesto, de la inspiración divina de sus actos—, y los estipendios pagados a los
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, p. 495.
RUCQUOI, A. (2006a), “Las dos vidas de la Universidad de Palencia”, pp. 87-124; RUCQUOI, A.
(2006b), “Alfonso VIII de Castilla y la realeza”, pp. 52-58. Dicha escuela palatina tendría sus orígenes en
la época visigoda, y aunque no se sabe si sobrevivió a la conquista islámica, la Historia Silense sí
menciona, para el reinado de Fernando I, una institución bastante semejante.
415
Ciertamente, a la luz del perfil biográfico de Alfonso VIII, resulta un tanto extraño creer que abrigara
tal género de inquietudes intelectuales como para que de su mente partiera la iniciativa de fundar una
universidad, pues en caso de ser esto cierto, además, se convertiría en el primer soberano europeo en dar
este paso. Más plausible parece que fuese el prelado Raimundo de Palencia (1148-1183) el encargado de
promover esta empresa, partiendo quizá de una escuela catedralicia previa (RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A.
(2010), “Rex institutor scholarum…”, pp. 498-499). No obstante, también existen dudas al respecto de las
inquietudes intelectuales de este personaje (LOMAX, D. W. (1965), “D. Ramón, bishop of Palencia (11481183)”, Homenaje a Vicens Vives, vol. I, Barcelona, Universidad de Barcelona, pp. 279-291). En
cualquier caso, es muy difícil comprobar la veracidad de cualquiera de las dos propuestas.
413
414
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Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
magistri palentinos se sitúan entre las obras de caridad del monarca —en este mismo
capítulo se ha relatado poco antes la construcción del hospital de Las Huelgas Reales en
Burgos—, lo que lo vincula con la concepción tesaurizadora del conocimiento416.
En lo que se refiere al tratamiento que Lucas de Tuy realiza de la fundación de la
universidad de Palencia, su versión es algo distinta a la del Toledano:
“Eo tempore rex Adefonsus euocauit magistros teologichos et aliarum arcium liberalium et
Palencie scolas constituit procurante reuerentissimo et nobilissimo uiro Tellione eiusdem
ciuitatis episcopo. Quia ut antiquitas refert, semper ubi uiguit scolastica sapiencia, uiguit et
milicia” (CM, IV, 84, pp. 324-325).
El protagonismo recae de nuevo en la figura regia, aunque en este caso no se
halla ningún tipo de alabanza al monarca por esta acción, como si no fuera digna de
elogio. Por el contrario, la alabanza recae en el obispo Tello de Palencia (1208-1247).
No debe extrañarnos demasiado la parquedad del Tudense a la hora de relatar este
episodio, puesto que tampoco es diferente su tratamiento de la fundación del studium
generale de Salamanca por Alfonso IX, a pesar de ser leonés417.
Por el contrario, como se ha visto, Lucas de Tuy le dedica a Alfonso VIII un
superlativo salomónico por su fundación del real monasterio de Las Huelgas (CM, IV,
84, 324). Se ha dicho en varias ocasiones que esta comparación con el Rey Sabio por
antonomasia, el Rey Salomón, es un indicativo de que la sabiduría era una de las
principales virtudes de Alfonso VIII, aunque éste fuera monarca sapiens en tanto que
constructor, y no como rey letrado. En efecto, la fundación de la Universidad palentina
no merece, a ojos del Tudense, ninguna comparación semejante418. Quizá, no obstante,
sea un tanto forzado ver un atributo sapiencial en la construcción de dicho monasterio,
que aparece a ojos del cronista como un asunto motivado por preocupaciones de índole
espiritual.
Finalmente, en lo que se refiere a la creación de un “mito nacional”, es
nuevamente la Historia gothica la fuente más explícita. En una época en la que la idea
de la translatio o renovatio Imperii estaba fuertemente arraigada en la mentalidad de sus
gentes, y en la que el studium y la sapientia habían adquirido una importante relevancia
entre los círculos del poder, Francia se había constituido en heredera de Atenas —sede
clásica del saber— al fundarse allí, en torno a 1200, la Universidad de París. Esto
equivaldría a una translatio studii que entroncaría con la génesis mítica de la nación
francesa —según la cual este pueblo descendería de Paris y los troyanos supervivientes
del asedio de Troya— y con el legendario apóstol de Francia bajo cuya advocación
estaba la abadía más importante del realengo: Saint-Denis; translatio studii que, sin
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, pp. 500-511.
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, pp. 498-500.
418
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, p. 327; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex
institutor scholarum…”, p. 501.
416
417
97
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
duda, era un importantísimo pilar de legitimación y propaganda para la dinastía
Capeto419.
En el caso de la Historia gothica se halla un discurso histórico similar, pues se
produce una asociación entre el mito historiográfico fundacional de Castilla y León, la
renovatio gothorum —de la mano de la ideología de “Reconquista”— y una translatio
studii “alternativa”. Jiménez de Rada recurre, para narrar la historia de los godos, a la
Getica de Jordanes420 —en lugar de seguir la fuente isidoriana, escogida por el
Tudense—, pues en dicho texto se ofrece una “imagen alternativa del pueblo godo”. De
este modo, el arzobispo retoma el retrato cargado de strenuitas propio de la
historiografía isidoriana para enlazarlo a continuación con otro párrafo “que edulcoraba
notablemente esta impresión inicial”, señalando la progresiva civilización y adquisición
de sabiduría de los godos421.
De este modo el Toledano reclama una nueva translatio studii desde Atenas a
los visigodos, una translatio hispánica alternativa a la parisina422. A efectos narrativos,
por tanto, únicamente cuentan los visigodos, y la Historia Gothica deviene un
“protocolo del resurgimiento godo, la historia de una strenuitas perdida con la conquista
musulmana y recuperada a lo largo de siglos de lucha contra el infiel”423, pero también
de una sapientia perdida y recobrada, esta vez de la mano de Alfonso VIII con la
fundación del Studium Generale en Palencia424.
Estas imágenes sapienciales insertas a lo largo de la Historia de rebus Hispaniae
sirven de refuerzo al mito “nacional” neogótico y representan un salto cualitativo en la
configuración de una plataforma legitimadora para las aspiraciones de la realeza
castellana. El arquetipo político del Rex sapiens y su proyección en el campo semántico
de la renovatio gothorum o la translatio studii se convierte así en un referente
fundamental para el pensamiento político hispano del siglo XIII y para la legitimación
de la dinastía reinante en el trono castellano-leonés425.
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, pp. 503-504; LE GOFF, J. (1996),
Saint Louis, París, Folio, pp. 112-113.
420
Posiblemente de origen godo, vivió en el siglo VI en Italia y en Constantinopla. Su obra más conocida
es De origine actibusque Getarum, también conocida como Getica, que narra la historia de los godos
desde sus orígenes al año 551 (JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 74-76).
421
“Ipse autem mores eorum barbáricos inmutauit, ipse fere omnem philosophiam, fisicam, theoricam,
practicam, logicam, disposiciones XII signorum, planetarum cursus, augmentum lune et decrementum,
solis circuitum, astrologiam et astronomiam et naturales sciencias Gothos docuit et ex beluina ferocitate
homines et philosophos instaurauit” (HG, I, 15, p. 32).
422
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000b), “El paradigma de los reyes sabios…”, pp. 757-765; RODRÍGUEZ
DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum”, pp. 504-508.
423
LINEHAN, P., Historia e historiadores…, p. 353.
424
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum”, pp. 508-511.
425
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, p. 512.
419
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6.2.
La imagen cortés de Alfonso VIII
El estudio más detenido de la imagen cortés del monarca Alfonso VIII —aunque
bien es cierto que se reduce a la Historia gothica— lo ha realizado en fechas recientes
A. Sánchez Jiménez. La propia historia del pueblo godo, que pasa de ser “un estadio
primitivo de hombres semi-fieras, carente de hábitos civilizados” a una gente totalmente
civilizada, es el mejor ejemplo de las “tesis civilizadoras” propias de la ideología cortés.
Los godos se ven adornados, a lo largo del relato del Toledano, de una serie de atributos
positivos que forman parte de la cortesía: la mansuetudo o mesura, la clemencia, la
affabilitas o alegría, la largitas o liberalidad, la facundia426…
6.2.1. Alfonso VIII, paradigma de la curialitas
Pero sin lugar a dudas es Alfonso VIII de Castilla quien, una vez más, se
convierte en paradigma de las virtudes corteses. La descripción paradigmáticamente
cortés del rey castellano se halla ubicada en el capítulo 4 del libro VIII de la Historia de
rebus Hispaniae, y constituye un verdadero compendio de las virtudes propias de la
curialitas. Pero antes de empezar hay que señalar que este vocablo remite directamente
a la corte real, a la curia regis. La curialitas se define ante todo como un tipo de
comportamiento caracterizado por la adopción de nuevos valores culturales y sociales
ya mencionados en el párrafo anterior. Es, en palabras de A. Rucquoi, no solo “un modo
de comportamiento que incluya los juegos de palabra y el uso de la risa, la
manifestación de sentimientos afectuosos y amistosos, y el interés por los demás; no se
la puede separar de un medio intelectual que descubre las maravillas del mundo y de la
razón humana”427.
En primer lugar, la importancia recae sobre el escenario en el que se
desenvuelve el monarca: la corte castellana retratada por Jiménez de Rada es un lugar
cosmopolita, donde concurren los extranjeros con motivo de la preparación de la
campaña de Las Navas y también atraídos por su brillo y las posibilidades que ofrece.
Describe a los presentes como a una “tam diuersa, tam uaria, tam extranea multitudo”
que “non esset facilis ad regendum etiam pacienti” (HG, VIII, 4, p. 262). Y es que allí
se dan cita “magnates de partibus Galliarum, Burdegalensis archiepiscopus et
Nanatensis episcopus multique barones de eisdem partibus et Italia […] cum
multitudine citerioris Gallie […]”, por no hablar de la muchedumbre proveniente de los
distintos reinos y regiones hispanos (HG, VIII, 2 y 3, pp. 260-262), de la que también se
hacen eco el Tudense y Juan de Osma (CM, IV, 89, p. 329; CL, 21, p. 57).
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII…, pp. 434-448.
RUCQUOI, A. (2001a), “Alfonso VIII de Castilla y la realeza”, pp. 49-51. Algunos autores traducen
curialitas por “simpática camaradería”, término que se adapta peor al verdadero significado del término
(RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (1989), Historia de los Hechos de España, FERNÁNDEZ VALVERDE, J. (ed. y
trad.), p. 311).
426
427
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No obstante, el Alfonso VIII de Jiménez de Rada sabe cómo adaptarse a esta
complicada situación haciendo gala de diplomacia, mediante su habilidad para prevenir
posibles problemas creando un buen ambiente:
“[…] nobilis tamen rex magnanimitate sua omnia pacifice, omnia tranquille, omnia
equanimiter tolerabat, ita ut tedium in uirtutem mutaret, cum uultu ylari tedium superaret;
irreuerenter prolata reuerenti responso in reuerenciam conuertebat, ambicionis loquacem
tristiciam larga manu in letam facundiam conmutabat, curiali aplausu faustibus militaribus
occurrebat, regalium morum grauitate seruata. Id in ipso operabatur benignitas, ut precellencia
uideretur equalitas; sapiencia grauitate conspersa sic omnia miniabat, ut hiis fieret eius
curialitas in suspirium et strenuitas in exemplum, ita quod de eo dici posset: hic uirtutis habet
plus quam possedimus omnes” (HG, VIII, 4, p. 262).
El comportamiento de Alfonso VIII en este pasaje se basa en los atributos
corteses de la mesura, la largueza, la facundia y la afabilidad, siendo el monarca capaz
de mantener un ambiente alegre salvaguardando el decoro428, siempre en un contexto
marcadamente masculino429. Pero el elogio del castellano no finaliza aquí: Jiménez de
Rada prosigue señalando que, debido a que concentra en su persona todas las virtudes,
Alfonso VIII se convierte en un ejemplo tanto para los jóvenes como para los viejos,
tanto para los hispanos como para los extranjeros430. A. Rucquoi ha sugerido que
Jiménez de Rada crea aquí una imagen del monarca que reina sobre todos los pueblos, a
imitación del rey Salomón431; mientras que A. Alvira señala que la capacidad del rey
para tratar con todos, y no sólo con los milites —aunque bien es cierto que son objeto
preferente de su atención— es propia de su talante cortés432.
6.2.2. Alfonso VIII, monarca generoso
Otro aspecto de enorme importancia en el retrato cortés de Alfonso VIII se
refiere a su largueza y generosidad433. A. Sánchez Jiménez señala que éstas son las
cualidades corteses más alabadas en la Historia gothica434:
“De largitate autem eius quis loqui presumeret, cum id in ipso modicum fuerit, quod in aliis uix
poterat reperiri? Sic enim ab infancia largitatem seruauit, ut obliuisci non potuit quod de matris
utero secum traxit. Sic omnia largitatis sue priuilegio confirmauit, ut ore omnium promulgata
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII…, pp. 448-449.
ALVIRA CABRER, M. (2000), Guerra e ideología…, p. 327.
430
“Adolescentes, iuuenes et quos uirilis etatis robur perfuderat, senes et decrepiti, quid laudare, quid
appetere si facultas suppeteret, quid mirari, quid diligere repererunt; eius industriam in agendis stupore
atoniti mirabantur, quem doni et dati perfectio sic perfecit, ut gracie et nature charismatibus habundaret,
adeo ut mundi circulus fateatur Aldefonsum nobilem Hispanie se debere. […] Et quamuis diuersus esset
ritus alienigenarum et in moribus ab indigenis dissiderent, quia mores omnes uirtus magistra diiudicat,
potuit omnibus satisfacere, qui uirtutes omnium in se sciuit assumere, ut nulli uideretur a suis moribus
dissidere” (HG, VIII, 4, pp. 262-263).
431
RUCQUOI, A. (2001a), “Alfonso VIII de Castilla y la realeza”, p. 59.
432
ALVIRA CABRER, M. (2000), Guerra e ideología…, p. 327.
433
Sobre la largueza del rey para con sus súbditos como una forma de relación social entre la monarquía y
los distintos actores políticos se hablará en el siguiente punto; aquí se centrará la atención en la largueza y
la generosidad como virtudes corteses y no “feudales”.
434
SÁNCHEZ JIMÉNEZ, A. (2001), La literatura en la corte de Alfonso VIII…, pp. 444-445.
428
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sentencia, omnius munificis silencio imposito, prerogatiuam munificiencie sentencialiter
optineret. Et licet magnis magnifice distribueret, manum a minoribus non retraxit. […] Hiis
muneribus cumulabatur equorum innumerosa generositas, pannorum iocunda uarietas, que
omnia tenacitatis curua seueritas uultu propicio non poterat intueri” (HG, VIII, 4, p. 263).
Y es que no sólo en este pasaje, sino que a lo largo del relato de la campaña los
ejemplos de la generosidad del castellano se acumulan435, dando fe de una largueza que
va más allá del monarca y que se inscribe en su linaje436. Juan de Osma tampoco es
ajeno a esta realidad y hace mención de que Alfonso VIII dona “largissime” a los
ultramontanos y les procura todo cuanto es necesario (CL, 21, p. 57); y lo mismo ocurre
con Lucas de Tuy, quien dice literalmente que “manu largissima de thesauris suis
singulis prebuit necessaria” (CM, IV, 89, p. 329).
La largueza es una de las virtudes caballerescas y corteses por excelencia. Los
príncipes otorgaban a los guerreros —los caballeros— los bienes con los que poder
sustentarse, permitiéndoles ganarse la vida de una forma digna para su estamento social.
No es de extrañar por tanto que fuera alabada como uno de los más importantes
atributos de los que debía dar prueba un monarca. No es lo mismo la generosidad que la
limosna: mientras que la segunda sirve para ganarse un lugar en el Cielo, la primera se
encarga de publicitar la riqueza y el poder del que la practica y sirve para ganarse el
favor de los hombres. En una sociedad crecientemente monetizada como la de finales
del siglo XII y comienzos del XIII, los príncipes necesitan pagar soldados para
fortalecer su poder, mientras que los caballeros requieren, por su parte, de los poderosos
para poder sobrevivir “honorablemente”437.
“Sequenti die exercitus regum aduenit ibique substitit uno die, set et aliquantulum uictualia
deffecerunt; tamen occurrit industria regis nobilis et fecit exponi uictualia copiose”; 6, p. 265: “Nobilis
autem rex de omnibus ibídem inuentis nichil sibi retinuit, set ultramontanis et regi Aragonum cuncta
cessit. […] Rex autem nobilis suorum uictualia compartitus, quantum necesse erat omnibus est largitus
[…]” (HG, VIII, 5, p. 264).
436
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2003), “De rebus Hispaniae frente a la Crónica latina…”, pp. 139-141. Por
cierto que se ha señalado que la dilapidación del patrimonio regio fue asombrosa en tiempos de Alfonso
VIII, hasta el punto de que al final de su reinado ni siquiera el botín obtenido a costa de al-Andalus
lograba cubrir el enorme déficit (GRASSOTTI, H. (1964), “Para la historia del botín y de las parias en
Castilla y León”, Cuadernos de Historia de España, 39-40, pp. 67 y 78).
437
FLORI, J. (2008), Ricardo Corazón de León, pp. 434-440.
435
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7.
LA IMAGEN “POLÍTICA” DE ALFONSO VIII
En su estudio sobre la imagen de la monarquía en las crónicas de comienzos del
siglo XIV, C. Benítez dedica un apartado titulado “La definición del monarca y su
relación con los miembros del cuerpo político” a estudiar de qué forma se traducen las
relaciones sociales y políticas en los textos en cuestión438. J. M. Nieto Soria, por su
parte, también consagra buena parte de su obra al estudio de “la imagen jurídica”,
entendiendo por este término aquellas imágenes que eran el “resultado de la aplicación
de argumentaciones y conceptos de procedencia, al menos en parte, jurídica”, que tenían
“capacidad para producir directa o indirectamente efectos de orden jurídico” o bien
podían “contribuir a llenar de contenido y posibilidades de tipo jurídico a la monarquía
y al poder que ésta ostenta”, clasificándolas en “imágenes de superioridad”, “imágenes
de limitación” e “imágenes de función”439.
Este último apartado pretende estudiar todas aquellas imágenes de la monarquía
presentes en las tres crónicas en cuestión que no se engloben dentro de las cuatro
categorías ya abordadas —a saber: imagen teológica, imagen cruzada, imagen guerrera
e imagen sapiencial-cortés— y que, en consecuencia, pertenecen en su mayoría al
campo de lo jurídico y lo político.
7.1.
La imagen “jurídico-política” de la monarquía
El desempeño de las funciones monárquicas conllevaba una serie de
atribuciones de orden jurídico y político precisas y, por lo general, exclusivas.
Posiblemente la función más típica del rey era la de ejercer la justicia de forma correcta
con sus súbditos. “El buen rey debía ser justo, pues así lo determinaba la representación
del poder de un Dios que también era juez, y ello redundaba en el bienestar y la paz del
conjunto del reino”. El ejercicio de la justicia se identifica en las Partidas con la idea de
“dar a cada uno lo suyo” o “dar a cada cual según su derecho”, lo que a su vez es
equivalente a gobernar bien. La interpretación de dicha definición oscila entre un
criterio ético —según se considere que se ha de dar a cada cual lo suyo en función de lo
bueno y lo malo, independientemente de qué se entienda por eso— y otro moral —en
función de la posición de cada uno dentro del cuerpo social440.
7.1.1. Alfonso VIII, rey justo, pacificador y repoblador
Lo cierto es que en las tres crónicas aquí estudiadas estas imágenes, que se
hallan tan desarrolladas en textos cien años posteriores441, son todavía escasas y muy
poco precisas. En el Chronicon mundi se menciona de forma muy genérica en el
BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…, p. 82.
NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…, pp. 109-166.
440
BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…”, pp. 109-111 (cita p. 109).
441
Véase a modo de ejemplo ARIAS GUILLÉN, F. (2011), “La imagen del monarca en el siglo XIV…”, §§
31-50 y RODRÍGUEZ-PICAVEA MATILLA, E. (2012), “Ideología y legitimación del poder…”, pp. 189-194.
438
439
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prefacio que el buen monarca debe “regnum in pace omnimode conseruare” y “sine
acceptione personarum unicuique iusticiam exibere” (CM, Praef., p. 3). En la Historia
gothica, por su parte, la mención a la “iusticia” en el prólogo es aún más discreta, por
ser la última de las virtudes requeridas al buen príncipe (HG, Prol., p. 6).
En lo referido a Alfonso VIII, el Tudense señala al comienzo de su descripción
que es “consilio prouidus”442 y que trata “populum sibi subditum iuste gobernare” (CM,
IV, 83, p. 321), y más adelante, a propósito de Fernando III, indica que consigue un
equilibrio entre dos presupuestos básicos: una justicia severa y una misericordia
atemperadora443. De cerca lo sigue Juan de Osma cuando afirma que ya de joven
Alfonso VIII empieza a “exercere iusticiam” y menciona que es “iustus” en su elogio
fúnebre (CL, 10 y 28, pp. 42 y 68). El Toledano nada dice a este respecto, pero sí cuenta
cómo —tras la mediación de su esposa, la reina Leonor— consigue mantener una
delicada paz entre Castilla y León gracias al matrimonio de su hija Berenguela con
Alfonso IX, pues tras la unión, “sic pace quasi cum filio reformata a uastationibus
quieuerunt” (HG, VII, 31, p. 253). Por lo demás, nada se halla acerca de la labor
legislativa de Alfonso VIII444.
El mantenimiento de la paz en el reino se consigue, en ocasiones, tras la guerra;
guerra que, en cualquier caso, está justificada plenamente por considerarse justa445. De
este modo, los hechos militares encabezados por Alfonso VIII no son acciones
arbitrarias, sino respuestas a un estímulo anterior que ha de ser reparado, vengado; ahí
radica su legitimidad. La Historia gothica plantea un ejemplo significativo a la hora de
narrar la conquista de Toledo y de las tierras “usurpadas” por los leoneses durante la
minoría del rey castellano:
“Tandem etiam Toletum optinuit, quam XII annis occupauerat rex Fernandus. Persecutus est
persecutorem et quem iniuste senserat hostem, sepe persecutus est fugientem. Omnia enim que
perdiderat, acquisiuit, et etiam Infantaticum […]” (HG, VII, 18, p. 241).
S. Jean-Marie opina que la contigüidad sintáctica de términos opuestos reflejan
que “le roi rétablit un ordre détruit autant par l’ennemi musulman que par les appétits de
son voisin léonais, Ferdinand II”. La elección de los verbos, pertenecientes al campo
semántico que traduce el retorno a una situación preexistente, refleja asimismo esta
situación446. Las injusticias cometidas durante su minoría, los atropellos, las
La referencia al consejo conecta con las virtudes sapienciales ya enunciadas —recuérdese que para el
obispo de Tuy la sapientia equivale a dejarse guiar por la Iglesia— y contrasta con la imagen que ofrece
Jiménez de Rada de su primo Alfonso IX, quien “susurronum uicissitudine mutabatur” (HG, VII, 24, p.
246).
443
“[…] aderat illi in humilitate iusta seueritas, qua reprobos puniebat, et in seueritate iusta misericors et
Clemens humilitas, qua prostratis inimicis parcebat” (CM, IV, 93, p. 332); AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b),
“La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, p. 264.
444
El monarca leonés aparece de forma algo más explícita como legislador en el relato de Lucas de Tuy al
hacer éste mención de cómo, por mediación de su esposa la reina Berenguela, “hec cum primo uenit
Legionem blandis precibus a uiro suo rege Adfonso obtinuit, ut corrigeret mores et foros Legionensis
ciuitatis et regni et grauamina releuaret” (CM, IV, 86, p. 326).
445
Véase al respecto GARCÍA FITZ, F. (2003), La Edad Media. Guerra e ideología. Justificaciones
religiosas y jurídicas, Madrid, Sílex.
446
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 364-365.
442
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ocupaciones injustificadas, todo ello es injusto e ilegítimo pues supone poner en duda
los lazos de fidelidad debidamente establecidos. Por ello debe ser subsanado y vengado
por el rey.
Para Juan de Osma el rey castellano es también, durante sus primeros años, un
monarca que protagoniza guerras justas. La conquista de los territorios perdidos en la
frontera oriental se expresa mediante el verbo “recuperare” (CL, 10, p. 43), que implica
su posesión primigenia por los castellanos y justifica implícitamente la acción militar
que permite la vuelta a sus manos de dichas tierras. Este verbo funciona conjuntamente
con el adjetivo “occupatus” (CL, 10, p. 43), aplicado a aquellas posesiones perdidas
ilegítimamente por Alfonso VIII a manos de otros monarcas447.
Cuando el reino está en paz, el rey puede dedicarse a otra de sus funciones
primordiales: la de repoblar. De nuevo es una imagen por la que ninguno de los tres
cronistas muestra especial interés, aunque sí que se encuentran ejemplos más concretos.
Lucas de Tuy menciona que Alfonso VIII guerrea contra sus vecinos para “regnum
suum defendere et ampliare” y enumera las “populationes multas et nobiles […] quarum
nomina longum est prenotare” (CM, IV, 83, p. 321)448. En la misma línea se pronuncian
Juan de Osma (CL, 12, p. 44) y Jiménez de Rada (HG, VII, 26-27, pp. 248-250). Este
último añade, en el caso de Cuenca449, una alabanza sobre la robustez de sus murallas y
la protección que proporcionaban:
“Rupes eius facte sun peruie et aspera eius in planicies. Possedit eam post labores multos et
extruxit eam in planicies. Possedit in ea cathedram fidei et nomen presulis exaltauit in ea.
Congregauit ibi diuersos populous et uniuit in populum magnitudinis. Statuit in ea presidium
fortitudinis et regiam decoris honestauit in ea. Dedit ei aldeas subiectionis et pascuis ubertatis
deliciauit eam. Ampliauit in alto muros eius et uallauit eam monimine tuto. Creuit in urbem
multitudinis et silatata est in términos populorum” (HG, VII, 26, p. 249).
7.1.2. La legitimidad dinástica del rey: sucesores, antepasados y edades del monarca
G. Martin ha subrayado que el linaje se constituye desde finales del siglo IX en
uno de los principales pilares sobre los que asentar la legitimidad del monarca. En torno
“[…] autem uirtute Altissimi roboratus conuertit manum ad infideles, ut bella fidei exerceret” (HG,
VII, 26, p. 248). Más adelante, la conquista de Cuenca se plantea nuevamente en términos de guerra justa
—y, además, santa—: se trata de restañar el honor divino expulsando a los infieles de una plaza que
previamente había pertenecido a los cristianos, como bien lo expresa Jiménez de Rada.
448
En la misma línea se pronuncia el Tudense acerca de Alfonso IX, aunque con mucho mayor detalle:
“Rex autem Adefonsus multas populationes in regno suo fecit et eum ualde ampliauit. Populauit namque
in Gallecia Cluniam, Bayonam, Saluaterram, Villam nouam de Sarria, Melide, Triacastela, Milmanda et
alias multas. Similiter in ASturiis multas populationes fecit. Populauit in Berizo, Benuiuere et Pontem
ferratum. Populauit in terra Legionis Rodam, Ardon, Senabriam et alias plures. Populauit in Extrematura
Mirandam, Monleon, Carpium, Montem regalem, Galisteum, Saluaterram, Salualeon et alia plura opida et
castella. Fecit quoque pontem super magnum flumen Mineum in loco qui dicitur riuus de Castrello et
alios plures pontes fecit et restaurauit in regno suo” (CM, IV, 86, pp. 326-327).
449
La toma de Cuenca y su repoblación por Alfonso VIII se convirtió en el primer episodio exaltado en la
cancillería del castellano, y el prólogo del Forum Conche consagra la gloria de su conquistador al
considerarla una verdadera “Alfonsinópolis” (vid. ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais…, pp.
173-180 y 208-231).
447
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a 1200 es un concepto que se haya muy enraizado en la mentalidad política hispana —
buena prueba de ello lo da la composición del Liber regum—, designando las distintas
relaciones de parentesco y consanguinidad no sólo en lo simultáneo sino también en lo
temporal. Así, linaje designa a “un grupo duraderamente detentador de bienes, de
derechos y de poderes dentro de un proceso de acumulación y de reparto cuya
regulación, dominada por la preocupación transgeneracional, privilegió
progresivamente la filiación”. También genera un “imaginario del parentesco” que
vincula a los parientes a un antepasado común, ficticio o real450.
Buena prueba de este “principio legitimador linajístico” se halla en el Chronicon
mundi y en la Historia de rebus Hispaniae451, pero también en la Chronica latina de
Juan de Osma. A propósito de esta últma, A. Rodriguez López ha puesto de manifiesto
que el canciller emplea de forma implícita un sistema de valores jurídico-políticos que
le sirven para legitimar el poder de los monarcas sobre los que escribe. La legitimidad
regia se juzga así por la práctica del poder de los reyes y por un sistema de valores
“canónicos”452.
La legitimidad del rey depende, por tanto y ante todo, de la transmisión de padre
a hijo del poder. La legitimidad del nuevo monarca, a su vez, está condicionada por el
linaje, y no sólo por el de su padre, sino en especial por la herencia materna. El
matrimonio legítimo es una verdadera obsesión para Juan de Osma, y ello queda
ilustrado muy bien con dos casos paradigmáticos: Alfonso VI y Fernando III453 —si
bien es cierto que sobre la legitimidad de Alfonso VIII nunca hubo duda alguna—, y
ello, de forma inevitable, sale a relucir en las crónicas. Fruto del matrimonio
canónicamente prohibido entre Berenguela de Castilla y Alfonso IX de León, el futuro
Fernando III ve su acceso al trono condicionado por su dudosa legitimidad:
“Tractatum igitur fuit et prouisum ut dicto Alfonso, regi Legionis, desponsaretur una de
filiabus regis Castelle, contra diuinas et canonicas sentiones, nam idem reges sibi actinebant in
secundo gradu, sicut filii duorum fratrum” (CL, 11, p. 43)454.
Su reconocimiento como rey de Castilla se produce no de la forma habitual, sino
tras un largo y arduo proceso de negociación por parte de la reina madre con los
magnates, y desde luego los primeros años de reinado de Fernando reflejados en la
Chronica latina son claramente de debilidad, hasta el punto de que el joven rey “se
comporta casi como un rehén atrapado en los hilos políticos manejados por su
MARTIN, G. (2011), “Linaje y legitimidad…”, §§ 9-12.
MARTIN, G. (2011), “Linaje y legitimidad…”, §§ 22-24. El autor señala, no obstante, que no siempre
el linaje es el principio legitimador: en los casos de Pelayo o de los míticos Jueces de Castilla, es el
principio electivo el que legitima a los nuevos líderes.
452
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004c), “Sucesión regia y legitimidad política…”, pp. 21-41; RODRÍGUEZ
LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política…”. No hay que olvidar la procedencia eclesiástica
del cronista y su estricta observación de algunas normas canónicas.
453
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política…”, §§ 13-29; CL, 2-3, pp. 36-37;
sobre el caso de Fernando III, véase RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (1999), “Quod alienus regnet et heredes
expellatur…”, pp. 109-128.
454
Jiménez de Rada, por su parte, menciona la ilegitimidad del matrimonio pero no le da mayor
importancia (HG, VII, 31, p. 253).
450
451
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madre”455, a diferencia de la Historia gothica, que no plantea dudas sobre la toma del
poder por parte del nuevo monarca.
Si bien es cierto que Alfonso VIII es el sucesor directo y varón de Sancho III, las
difíciles circunstancias de su acceso al trono y las turbulencias que sacuden Castilla
durante su larga minoría quedan bien reflejadas tanto en la Chronica latina como sobre
todo en la Historia gothica, que dedican varias páginas a hablar del tema456. El propio
Jiménez de Rada llega a sentenciar: “set quia regnorum principio uix carent discordia
etiam in adultis” (HG, VII, 15, p. 236): los comienzos de los reinados, incluso entre los
adultos, difícilmente se ven libres de problemas, independientemente de las normas de
sucesión, independientemente incluso de la edad de los sucesores. Esa dificultad parece
estar cifrada en el difícil acomodo de los grupos nobiliarios en el tránsito de un reinado
a otro457.
El monarca entrante, cuando puede, debe por tanto procurar que la transición
entre reinados sea lo más suave posible y que su legitimidad no sea puesta en duda. Por
ello busca la legitimidad allí donde es más evidente: en el recuerdo de su antecesor. En
este sentido, el trato dado al difunto soberano adquiere una gran importancia458. Jiménez
de Rada lo ilustra muy bien a la hora de referir en tono encomiástico cómo Sancho III se
preocupa de enterrar al difunto Alfonso VII —dejando en evidencia a su hermano y
rival, Fernando II de León— nada más tomar la corona (HG, VII, 12, p. 233). Eso sí, el
difunto Imperator Hispaniae reposa de este modo en Toledo, una de las más
importantes ciudades del novísimo reino castellano, permitiendo de este modo que la
nueva dinastía castellana adquiriese un “extra” de legitimidad al reivindicar para sí la
herencia alfonsí459.
Al fin y al cabo, “el recuerdo a los antepasados adquiere un papel fundamental
en el proceso de creación de la imagen del rey y su poder”, pudiendo responder su
utilización a un “modo de legitimar el poder del nuevo rey” 460. A su vez, Sancho III es
enterrado también en Toledo, contribuyendo a cristalizar la tendencia iniciada por él
mismo (HG, VII, 14, p. 236). Alfonso VIII, por su parte, se entierra no en Toledo, sino
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004c), “Sucesión regia y legitimidad política…”, pp. 23-25; CL, 32, pp. 7376.
456
CL, 9, pp. 41-42; HG, VII, 15-18, pp. 236-241.
457
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2004c), “Sucesión regia y legitimidad política…”, p. 39; sobre el
protagonismo de la nobleza en la Historia gothica y en la mentalidad política del arzobispo se volverá
más adelante.
458
Sobre este tema consúltese en general GUIANCE, A. (1998), Los discursos sobre la muerte…, pp. 279324.
459
Por el contrario, RUCQUOI, A. (1995), “De los reyes que no son taumaturgos…”, pp. 74-75 opina que
la ausencia de un panteón regio fijo en el caso castellano-leonés es prueba del poder suficientemente
consolidado que tenían los monarcas. Quizá, no obstante, este fenómeno tenga que ser puesto en relación
con la noción de “frontera dinámica” y el hecho de que, según se avanzaba hacia el sur, los regios
difuntos fueran enterrándose en las sucesivas ciudades de importancia que se tomaban o repoblaban
(León, Toledo, Sevilla, Granada).
460
CALDERÓN MEDINA, I. (2011b), “La memoria de los reyes de León…”, p. 175; sobre la importancia de
la sepultura en la construcción de la memoria regia véase MATTOSO, J. (1995), “O poder e a morte”,
Anuario de Estudios Medievales, 25-2, pp. 395-428.
455
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en Las Huelgas, nuevo panteón regio, lo que quizá indica una posición de mayor
estabilidad para la monarquía (HG, VIII, 15, p. 280).
Finalmente hay que mencionar lo señalado por A. Rodríguez López con respecto
al topos de las “edades del rey” en la Chronica latina. En este texto se establecen
claramente “una serie de etapas en la vida de un rey que le conducen desde la infancia y
la adolescencia, momentos en los que parece negarle la posibilidad de cumplir con su
misión de forma reconocida y completa, hasta la edad adulta”. De este modo, “el rey no
sólo nace —legítimo— sino que, sobre todo, se hace”. La crónica del canciller contiene
varios ejemplo de monarcas que acceden al trono siendo niños o jóvenes inexpertos,
transcurriendo un lapso de tiempo más o menos largo hasta que alcanzan la madurez y
pueden tomar las riendas del reino con total efectividad: Alfonso VII, Alfonso VIII de
Castilla, Alfonso IX de León, Luís IX de Francia, Enrique I, Fernando III461…
Dos ejemplos resultan particularmente significativos: el del infante Fernando,
hijo de Alfonso VIII, y el de Enrique I, su hermano. Juan de Osma establece claramente
dos etapas cuando se refiere al malogrado Fernando. En la primera, durante la pubertad,
el canciller critica los numerosos vicios, como el de la prodigalidad con los nobles y
algunas virtudes dudosas; pero, alcanzada la madurez, comienza a despreciar todo lo
anterior y a aficionarse al uso de las armas, camino legítimo hacia el ejercicio del poder
regio462. En lo que se refiere a Enrique I, Juan de Osma realiza constantes recordatorios
de su inmadurez y lo retrata como poco más que una marioneta en manos de su hermana
Berenguela y de Álvaro Núñez de Lara; su muerte es el triste colofón de su incapacidad
para gobernar463.
7.2.
La relación del monarca con los demás miembros del cuerpo político
A lo largo del relato cronístico, y por mucho que el monarca acapare el
protagonismo en la mayor parte de las ocasiones, intervienen otros muchos personajes,
por lo general pertenecientes a las jerarquías más altas, que poseen unas características
determinadas. Los autores definen de este modo a distintos miembros del cuerpo social
medieval que presentan unos rasgos arquetípicos y propios de su estamento. Al mismo
tiempo, no desaprovechan la oportunidad de ilustrar su comportamiento y, sobre todo,
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política…”, §§ 30-33 (cita § 30).
“Fernandus, cum peruenit ad annos pubertatis, tante liberalitatis erat, ne dicam prodigalitatis, quod,
cum multa daret, se nichil dedisse credebat, cum adhuc superessent qui peterent, quotum cupiditati
explede sufficere non ualebat. Ex omni parte Yspanie cateruatim confluebant ad ipsum nobiles, quos
omnes uelud notissimos recipiebat et multis muneribus eorum indigenciam releuabat. Imberbis iuuenis
tandem, custode remoto, gaudebat equis canibusque et aprici gramine campi; ludebat in auibus diuersi
generis; mores eius supra modum a coequalibus laudabantur. Factum autem grandiuscultus, circa finem
adolescencie prudenciam induens, cum robore iuuenilis etatis cepit omnia predicta, in quibus gloriabatur,
uilipendere et armorum usui cepit iuuari, libenter adherens illis, quos in armis strenuos nouerat et rerum
bellicarum expertos. Ardebat desiderio guerre Sarracenorum, illam tractans cum familiaribus et eam sepe
uoluens in animo, nec ei eam studium aliud placere poterat nisi milicia et usus armorum” (CL, 18, pp. 5253; RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política…”, §§ 34-36).
463
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política…”, §§ 37-39.
461
462
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su relación con la monarquía: ello es enormemente revelador de la mentalidad de cada
uno de los cronistas y de su opinión sobre las distintas fuerzas del reino464.
7.2.1. Nobleza y monarquía
G. Martin ha sido quien más ha estudiado este aspecto del contenido de las tres
crónicas en cuestión; según él, la visión de Lucas de Tuy es claramente antinobiliaria: la
nobleza, asociada por lo general a Castilla, siempre aparece representada como ávida de
poder, pronta a rebelarse y a interferir en las actividades de la corona. A esta audacia
caballeresca castellana el Tudense opone la imagen majestuosa y estática de la realeza
leonesa465. En el caso de Alfonso VIII, durante la etapa de su minoría, señala la invasión
de parte del reino castellano por Fernando II de León, pero en el fondo lo representa
como un tío preocupado por la educación y el cuidado de su sobrino —y de su
patrimonio—, revistiendo de legitimidad sus acciones. El protagonismo, por el
contrario, recae rápidamente en la nobleza castellana, que hace de Alfonso su monarca
en lo que se asemeja mucho a una usurpación del poder muy poco legítima a ojos del
obispo de Tuy466. No obstante, también en alguna rara ocasión Lucas de Tuy realiza un
elogio de los nobles, en especial con motivo de la derrota de Alarcos, al elogiar a los
“filios nobilium, qui occubuerant in bello” y cómo estos “filii uindicabunt sanguinem
patris” (CM, IV, 83, p. 322).
Por su parte, Jiménez de Rada transmite en su crónica una visión claramente
pro-nobiliaria. “Rodrigue a la plus profonde sympathie pour la noblesse”, afirma G.
Martin. No hay que olvidar —como ya se ha visto— que Jiménez de Rada era noble y
estaba emparentado con poderosos linajes castellanos y navarros y que, por tanto, su
mirada es indefectiblemente la de un aristócrata que se siente parte del estamento
nobiliario. Esta mentalidad se aprecia en numerosas ocasiones a lo largo de la Historia
de rebus Hispaniae467. También hay que tener en cuenta el contexto de recepción de
dicha obra, posiblemente compuesto por los poderosos magnates de la corte que,
naturalmente, buscaban verse retratados —y glorificados— en estos textos468.
El ejemplo más significativo se halla en el constante y decisivo protagonismo de
la nobleza en el plano político a lo largo del relato cronístico, tanto en clave negativa
como positiva. Son los nobles quienes amenazan a Alfonso II el Casto con deponerle
cuando intenta legar su reino a Carlomagno; son los nobles quienes asesinan a Fruela
Vermúdez por su comportamiento tiránico; son los nobles quienes también liquidan al
infante García por haber sido desterrados por su padre; de nuevo son ellos quienes
acaban con la vida de García III de Navarra en la batalla de Atapuerca… Pero también
son los nobles quienes coronan solemnemente a Ordoño II por acuerdo unánime;
BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…, p. 82.
MARTIN, G. (1992), Les Juges de Castille…, pp. 210-211.
466
CM, IV, 79, p. 316 ; MARTIN, G. (1992), Les Juges de Castille…, p. 209.
467
MARTIN, G. (2003a), “Noblesse et royauté…”, pp. 101-102.
468
ARIZALETA, A. (2003), “Ut lector agnosceret…”, p. 176.
464
465
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quienes eligen a los Jueces de Castilla, a Vermudo de León, a García Ramírez; quienes
ayudan a llegar al trono a Alfonso VII y a Alfonso VIII. “Dans la chute, l’émergence ou
la stabilité des rois, la présence nobiliaire est constante”469.
Para el Toledano, la nobleza ha de ser fiel a la monarquía. El mejor ejemplo se
halla precisamente en el relato de la minoría de Alfonso VIII. Jiménez de Rada retrata a
una nobleza castellana digna de la confianza del monarca Sancho III al encargarle éste
velar por la integridad del reino y la seguridad de su sucesor (HG, VII, 15, pp. 236-237).
Incluso cuando se produce el enfrentamiento por la custodia del rey niño entre los Lara
y los Castro, el arzobispo, sin ocultar los desastrosos efectos que acarrea una nobleza
que campa a sus anchas, disimula la culpa de los Lara e incluso justifica su actitud —
pese a que no están respetando las disposiciones del difunto monarca— al vincular a los
Castro con el enemigo leonés (HG, VII, 16, 237-239). Esta apología culmina cuando
alaba a los primeros por ayudar al joven rey a recuperar su patrimonio expoliado y
cuando, al negarse a entregarlo a Fernando II, el conde Manrique se justifica alegando
que:
“«Si sum fidelis aut proditor aut aleuosus, nescio, set quocumque modo potui, tenellum
puerum dominum meum a seruitate indebita liberaui, cum sim eius dominio naturalis»” (HG,
VII, 16, p. 239).
El arzobispo está por tanto familiarizado con el concepto de dominium naturale,
sobre el que reposan en el siglo XIII el fortalecimiento del poder regio y los
fundamentos ideológicos del Estado en Castilla. Se trata de una concepción del poder
según la cual el conjunto de los hombres nacidos —o residentes desde hace tiempo— en
un territorio deben “amor”, “respeto” y “obediencia” al señor que legítimamente lo
gobierna470. Los leales nobles castellanos, en la Historia gothica, son quienes protegen
al joven monarca durante sus primeros años. Por ello Jiménez de Rada aprovecha para
destacar sus virtudes —en especial la fidelidad— y contraponerlas a la tornadiza
voluntad del pueblo, que se inclina del lado del leonés:
“[…] plurimis magnatibus, qui toto tempore uite sue ei fideliter et inseparabiliter adheserunt,
qui etiam eum propriis humeris et brachiis nutrierunt […]. Nec etiam fuit locus uel ciuitas, licet
regem Fernandum predictis de causis stulta uulgi mobilitas sequeretur, in quibus aliqui saniori
et fideliori mente prediti regi puero non fauerent. Vnde et quidam ex eis persecutiones et
dampna a Fernando rege et suis complicibus pertulerunt et ipsi magis elegerunt cum uero
domino fideliter exulare quam fide lesa utilitatis causa indebito principi obedire; horum nomen
et genus etiam hodie habetur in omnibus regni finibus gloriosum, remuneratione plenum,
oprobio uacuum, potencia sublimatum, familiaritate regia honestatum” (HG, VII, 17, p. 240).
Pero sin duda el más acabado elogio de la nobleza se produce con motivo de la
batalla de Las Navas de Tolosa. Dedica un capítulo entero a describir la gloriosa llegada
de los nobles a Toledo:
MARTIN, G. (2003a), “Noblesse et royauté …”, pp. 102-105 (cita p. 105).
MARTIN, G. (2003a), “Noblesse et royauté…”, pp. 113-114. En la Chronica latina se encuentra una
formulación semejante con motivo del asunto de Gascuña (CL, 17, p. 52).
469
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“Aderat in urbe regia cum nobili rege magnatum suorum generosa societas nobilitate,
strenuitate et multitudine aprobanda, quos sic et morum elegancia et curialitatis prerogativa et
strenuitatis supereminencia uenustauerat, ut etiam in occulis hostium non solum terribiles,
uerum digni honoribus apparerent” (HG, VIII, 3, p. 261).
Y su “elogio nobiliario” prosigue a la hora de describir la disposición de los
ejércitos cristianos: las menciones a los poderosos magnates se reiteran mientras el
arzobispo toledano pasa revista a la hueste cruzada, subrayando de este modo el
protagonismo militar y el liderazgo de la nobleza hispana. La culminación de la
alabanza se produce en el capítulo que dedica a narrar las hazañas de los
combatientes471. S. Jean-Marie ha señalado que en el episodio de Las Navas se describe
en la Historia gothica a un cuerpo social unificado, donde la nobleza y el clero son los
más fieles sostenes de la realeza así como de una Hispania unida. El relato bélico sirve,
de este modo, para ilustrar en repetidas ocasiones las virtudes propias de la nobleza: la
fidelitas y la strenuitas472.
La relación de la nobleza con la monarquía no sólo se fundamenta en la lealtad
debida por los primeros —los vasallos— al segundo —el señor—, sino que existe una
reciprocidad. La monarquía, en efecto, debe hacer gala de su generosidad —largitas—
para con sus nobles. De nuevo es el arzobispo de Toledo quien aporta la visión más
explícita de esta concepción de las relaciones políticas entre nobleza y rey, con motivo
de la victoria de Las Navas. El propio Jiménez de Rada le recuerda a Alfonso VIII que
no sólo debe dar las gracias a Dios por el resultado del combate: “Estote etiam menor
uestrorum militum, quorum auxilio ad tantam gloriam peruenistis” (HG, VII, 17, p.
240)473.
Para G. Martin, Jiménez de Rada establece un sistema de relaciones políticas en
tres niveles: un plano económico de intercambio de bienes y servicios —la terra y su
prouentus a cambio del auxilium y el consilium—; un plano de ética política —
correspondencia entre la largitas regia y la fidelitas nobiliaria—; y un plano jurídico a
nivel del reino —el dominium naturale y el debitum que implica474. Jiménez de Rada da
fe así de una visión claramente “aristocrático-feudalizante”: es, por supuesto, fiel a la
idea de monarquía, pero precisamente esa legitimidad radica en una respetuosa,
integrada y necesaria reciprocidad entre la generosidad real (largitas) y la fidelidad
nobiliaria (fidelitas) de los aristócratas. Se busca así armonizar el principio de dominium
naturale con la lógica feudal475, de modo que se obtengan los resultados más
provechosos posibles para ambos polos de poder476.
471
HG, VIII, 9 y 11, pp. 270-272, 274-275.
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, p. 378.
473
MARTIN, G. (2003a), “Noblesse et royauté…”, p. 117. Otro episodio notable se encuentra durante el
reinado de Sancho III: Jiménez de Rada dedica un capítulo entero a ilustrar cómo éste intercede ante el
rey leonés para que les devuelva a sus vasallos unos feudos confiscados anteriormente (HG, VII, 13, pp.
233-234).
474
MARTIN, G. (2003a), “Noblesse et royauté…”, p. 117.
475
ARIZALETA, A. (2003), “Ut lector agnosceret…”, p. 174; AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza
en la cronística castellano-leonesa…”, p. 274.
476
ARIZALETA, A. (2003), “Ut lector agnosceret…”, pp. 177-178.
472
110
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
La Chronica latina también da fe de un sistema de reciprocidades políticas entre
monarquía y nobleza basado en el auxilium y el consilium. En varias ocasiones Juan de
Osma muestra a Alfonso VIII rodeado —generalmente durante los episodios
militares— de los suyos o solicitando su ayuda. Muchos de estos hombres son
miembros de las capas superiores de la aristocracia laica, los magnates. Destaca en
especial la figura de Diego López de Haro477, alférez del castellano, que es calificado de
“nobilis, fidelis et strenuus” (CL, 24, p. 61), y que incluso se convierte, en lugar del
monarca, en peón de Dios a la hora de defender Alarcos frente a los musulmanes (CL,
15, p. 50). Ello explica el lamento del monarca al conocer la muerte de quien podría
haber sido tutor de su joven heredero, a lo largo del cual se exalta en repetidas ocasiones
su fidelidad478.
No obstante, y al contrario de lo que ocurre en la Historia gothica —claramente
“feudal” en su concepción de la monarquía—, el reino es considerado como “expresión
de una pertenencia consustancial al titular de la monarquía”, hecho que se llega a
concretar con plena precisión jurídica mediante la fórmula “quod suum erat iure
proprietatis” (CL, 35, p. 77)479. El ejercicio del poder regio se entiende como un
officium o ministerium cuyo planteamiento evoluciona hacia una creciente autocracia.
C. de Ayala ha puesto de relieve como, para la primera y dificultosa etapa del reinado
de Fernando III, Juan de Osma aboga por una monarquía que manifieste la “humildad
política” significadora de sus limitaciones, de modo que se hace necesario el pacto y el
consenso con las restantes fuerzas del reino —nobleza, ciudades e Iglesia— para el
correcto funcionamiento del mismo. No obstante, a partir de 1224 se produce una
transformación en este modelo: se aboga entonces por un “modelo de monarquía
caudillista”, con un monarca “de perfil autoritario” que busca un control efectivo de su
reino y persigue un proyecto de hegemonía a nivel peninsular480.
7.2.2. Iglesia y monarquía
Para Lucas de Tuy uno de los principales deberes del rey modélico es el respeto
a la Iglesia, lo que se traduce en la garantía de los derechos y propiedades de esta
institución; pero sobre todo aboga por un modelo de monarquía “ministerial”. En dicho
Sobre esta figura véase ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 439-452.
“Igitur cum esset apud Valem Oleti, uenit nuncius ex insperato, qui nunciauit ei mortem nobilissimi et
fidelissimi uasalli sui domini Didaci, de cuius norte doluit inconsolabiter; diligebat siquidem eum et in eo
super omnes uiuentes confidebat; et cum iam cerneret sibi mortis periculum imminere, quia iam ualde
debilis erat et senectute confectus et laboribus multis et doloribus actritus, propposuerat regnum et filium
impuberem et uxorem et filias fidei predicti vassalli nobilis et fidelis commictere, et omnia in manu eius
et potestate dimictere, certam gerens fiduciam quod ipse cuncta fideliter ministraret et omnia debita eius,
quibus multis obligatus tenebatur, soluere festinaret. Tanta igitur spe, et in mortis articulo constitutus,
frustratus rex gloriosus doluit ultra modum” (CL, 28, pp. 67-68); también el Chronicon mundi se hace eco
en clave positiva de Diego López de Haro (CM, IV, 90, p. 330) y Jiménez de Rada señala, con motivo de
la ruptura con Alfonso VIII, que “bellis et incursationibus frequenter insistens dampna plurima intulit
Castellanis” (HG, VII, 33, p. 255); ROCHWERT-ZUILI, P. (2006), “Auxilium et consilium…”, §§ 10-11.
479
AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, p. 252.
480
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (2006), “Modelos de legitimidad política…”, §§ 51-52; AYALA MARTÍNEZ, C.
(2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, pp. 257-256.
477
478
111
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
esquema se establece una clara preeminencia eclesiástico-jurisdiccional, así como una
noción política de la monarquía ministerial. Como ya se ha visto en el caso de la virtud
sapiencial reivindicada por el Tudense en el prólogo del Chronicon mundi, el buen
monarca debe dejarse aconsejar y asesorar por la institución eclesiástica: “c’est bien sur
les lumières de l’Église que le prince est engagé à se guider: sur le savoir et la sagesse
[…] des clercs, pour mieux résister aux «vertus» ambigües d’une chevalerie […]”481.
En el caso de Alfonso VIII no hallamos, sin embargo, ningún ejemplo explícito
de este tipo de “ministerialidad” eclesial, más allá de una genérica mención a que el
monarca “consilio fortiter se gerebat” (CM, IV, 83, p. 321). En lo que se refiere a la
sabiduría propia de las gentes del estamento eclesiástico, ya se ha hecho mención de la
manera en la que Lucas de Tuy se refiere a Rodrigo Jiménez de Rada, subrayando su
sabiduría, su talante predicador y su ardorosa defensa de la fe católica; y también al
protagonismo que le atribuye al obispo Tello de Palencia en la fundación del studium
generale.
En la Historia gothica la Iglesia —en especial la de Toledo— es claramente
objeto de alabanza. Ya se ha mencionado anteriormente que los clérigos son objeto de
un tratamiento muy positivo en esta crónica, especialmente por motivo de su sapiencia
y de su pietas482. La figura de Martín López de Pisuerga, arzobispo de Toledo, es no
obstante la que aparece más destacada durante el reinado de Alfonso VIII —además de,
por supuesto, la del propio Jiménez de Rada—. De él se destaca no sólo su papel más
estrictamente “eclesiástico”, sino también su labor militar con motivo de la expedición
que encabeza por tierras andaluzas483.
La generosidad es una cualidad intrínseca a los altos estamentos eclesiásticos.
De ello da fe Jiménez de Rada al mencionar que el obispo García de Pamplona es
“liberalitatis studio graciosus” y al señalar cómo hace todo lo posible por evitar que los
pamploneses sufran de hambre por el asedio al que se ven sometidos (HG, VII, 32, p.
254). El propio arzobispo de Toledo no duda en situarse al mismo nivel cuando narra la
hambruna de 1214, señalando su generosidad para con los freires de Calatrava (HG,
VIII, 14, pp. 278-279)484.
481
MARTIN, G. (1992), Les Juges de Castille…, p. 206; MARTIN, G. (2006a), “La contribution de Jean
d’Osma…”, §§ 10-11; AYALA MARTÍNEZ, C. (2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”,
p. 262.
482
JEAN-MARIE, S. (2007b), L’Historia gothica…, pp. 349-351.
483
“Exercitus eius transiuit Bethim et dux eius presul Toleti. Magnates regni in consiliis presulis et
exercitus omnis sub presule dignitatis. Nomen eius Martinus Magnus et genus eius a Pisorica. Honor
gentis uita eius et stola eius diadema Ecclesie. Sapiencia eius pax multorum et lingua eius informatio
discipline. Manus eius ad subsidium pauperum et cor eius ad compassionem humilium. Cingulum eius
zelus fidei et arma eius ad persecutionem blasphemie. Agmen omne ad nutum illius et sanguis Arabum in
conspectus illius. Regio Bethica flammis succenditur et factum presulis prosperatur. Processit enim per
castra Bethice terras et oppida succendendo. Feliciter autem ad propria est reuersus” (HG, VII, 28, pp.
250-251). Véase también la visión de Juan de Osma (CL, 12, p. 44). También ensalza Jiménez de Rada la
labor militar y cruzadista de Arnaud Amalric, abad del Císter y arzobispo de Narbona, con motivo de la
cruzada albigense (HG, VIII, 2, p. 260).
484
El cronista cita un pasaje bíblico y un fragmento del Decreto de Graciano que incitan a la generosidad
con el prójimo: “Rodericus etiam Toletanus pontifex atendens uerbum Iohannis apostoli, qui uiderit
112
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Para Jiménez de Rada, por tanto, la Iglesia y los eclesiásticos —en especial los
obispos— no sólo cumplen un papel espiritual, sino que sus actividades temporales son
de enorme importancia. Ya se han mencionado los elogios que dedica el arzobispo a las
órdenes militares, que al fin y al cabo son instituciones eclesiásticas. Es en la persona
del primado toledano en quien se hallan reunidos el mayor número de atributos de este
tipo.
Es consejero próximo del monarca, con quien acuerda en primera instancia ir a
la batalla con los almohades “consilio diligenti” (HG, VII, 36, p. 257) y ejerce de
embajador ante otros monarcas, peninsulares u extranjeros (HG, VIII, 1, p. 259). Es
asimismo el encargado de oficiar el entierro de las personas de la familia regia, como
ocurre con el infante Fernando, fallecido en 1211 (HG, VII, 36, p. 258) 485. Desempeña
una importante labor repobladora, que queda ilustrada en la Historia gothica con la
repoblación del castillo de Milagro en 1214 (HG, VIII, 14, p. 279). Y, por supuesto,
realiza un papel de primer orden en la batalla de Las Navas de Tolosa, que él mismo se
encarga de reclamar de forma fehaciente en su crónica. Posiblemente, el aspecto del
arzobispo de Toledo durante Las Navas “debía parecerse al de esos obispos guerreros
representados en algunas pinturas del siglo XIII, cubiertos de hierro como los caballeros
y con la mitra sobre el yelmo como único elemento distintivo”486.
A partir del capítulo sexto del libro VIII de la Historia gothica, Jiménez de Rada
empieza a emplear la primera persona del plural a la hora de referirse al ejército
cristiano, incluyéndose por tanto en la acción487. Es él quien da la bendición a las tropas
y a los reyes antes del combate, quien los anima y quien colabora a preparar el plan de
ataque (HG, VIII, 8, pp. 269-270); y quien permanece en todo momento junto al rey
Alfonso VIII para asesorarle durante la batalla (HG, VIII, 10, pp. 272-273). Tras la
victoria, no sólo él sino el conjunto de obispos que se hallan allí presentes entonan
cánticos de alabanza al Señor (HG, VIII, 10, pp. 273-274).
En el caso de Juan de Osma, la importancia de la Iglesia, pese a ser clave en lo
que se refiere al derecho canónico —la legitimidad de los matrimonios, en especial—,
no contribuye a ensombrecer ni a limitar la figura regia. Ciertamente, el monarca
aparece rodeado de su curia regis, que le aporta su consejo, pero es aquél quien
escucha, debate y, por supuesto, tiene la última palabra. El príncipe, si así lo considera
oportuno, puede incluso decidir ignorar el consejo de los sabios y actuar según su propia
voluntad, que se supone inspirada por Dios. De este modo, la Iglesia deja de ser
conductora, ni siquiera mediadora, de la relación entre la divinidad y el monarca,
fratrem suum neccesitatem habentem et clauserit uiscera misericordie sue, quomodo Dei caritas est in
illo?; et ítem dicit Scriptura: «Pasce fame morientem, quem nisi paueris, occidisti»; totum argentum quod
apud se potuit inuenire, fratribus erogauit” (HG, VIII, 14, p. 278).
485
Recuérdese la embajada a la que es enviado Jiménez de Rada para promover la cruzada de Las Navas.
Llama la atención, no obstante, que nada se diga en la Historia gothica del papel desempeñado por el
arzobispo en las treguas entre Castilla y Navarra unos años antes. Sobre el papel de Jiménez de Rada
como consejero véase también CL, 12, p. 59.
486
ALVIRA CABRER, M. (2012), Las Navas de Tolosa…, pp. 427-428 (cita p. 428).
487
También es cierto que no siempre es ésta la opción escogida.
113
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
entroncando así con la misma idea de dominium naturale que se haya en Jiménez de
Rada488. El perfil del monarca por el que aboga el canciller es claramente autocrático y
no se ve limitado casi en ninguna medida por la presencia de una Iglesia claramente
subsidiaria.
488
MARTIN, G. (2006a), “La contribution de Jean d’Osma…”, § 12.
114
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
8.
CONCLUSIONES
Aquí concluye el estudio acerca de la imagen de Alfonso VIII en las tres
crónicas castellano-leonesas de la primera mitad del siglo XIII —el Chronicon mundi,
la Chronica latina regum Castellae y la Historia de rebus Hispaniae— a lo largo del
cual se han abordado cinco facetas o paradigmas distintos empleados para representar a
dicho monarca. Pero antes de cerrar este trabajo es necesario establecer unas
conclusiones, comenzando por una sucinta recapitulación de lo dicho hasta aquí.
Como ya se anunció a lo largo de las primeras páginas, el objetivo aquí
perseguido consistía en determinar qué imagen de la monarquía se ofrece en las
crónicas estudiadas, individualizando sus distintos rasgos y estableciendo las similitudes
y diferencias entre los tres textos. Así las cosas, se han establecido un total de cinco
grandes categorías o paradigmas del monarca, todo ello tomando como punto de
referencia al personaje de Alfonso VIII, que es de quien se da un retrato más completo
—tanto a nivel cronológico como temático— en las tres crónicas.
El estudio de la llamada “imagen teológica” ha permitido comprobar la
omnipresencia de Dios y de distintos elementos divinos a lo largo del relato. Éstos se
constituyen en el motor último del curso de los acontecimientos e influyen con notable
frecuencia en las acciones particulares del monarca, para bien o para mal. Pese a
algunos episodios notables de castigo divino, la tónica general da fe de la generalizada
protección de la que gozan Alfonso VIII y su linaje, apareciendo Dios como el supremo
artífice de su éxito y gloria. Como contrapartida, el rey aparece aureolado de una
multitud de virtudes cristianas, como la piedad o la caridad, que son ejercidas en
múltiples ocasiones.
Pero posiblemente la mayor de todas las virtudes cristianas que caracteriza al
castellano es la de ser un rey cruzado y reconquistador. Esta imagen adquiere su plena
significación en un contexto como el hispano de los siglos XII y XIII, en pleno proceso
bélico y expansivo contra el islam. En los textos de la época, y en especial en las
crónicas, las expresiones de la guerra santa, la “Reconquista” y la cruzada se
entremezclan y los impregnan ideológicamente. Alfonso VIII aparece representado de
este modo como un monarca que lucha por la fe cristiana y contra el enemigo infiel, que
se ve socorrido por Dios en el combate y desarrolla buena parte de su actividad en una
atmósfera claramente cruzadista que alcanza su máximo apogeo con motivo de la
batalla de Las Navas de Tolosa.
Muy vinculada con la imagen cruzada, la del rey guerrero y caballero
ejemplifican la vocación principalmente militar de la monarquía castellana. Ya se trate
de luchar contra los enemigos de la fe o contra otros adversarios del mismo credo, el
ejercicio de las armas y el liderazgo de las operaciones militares se convierten en uno de
los pilares básicos de la legitimación monárquica, siguiendo con una tradición ya muy
arraigada. Además, el auge de los valores caballerescos desde el siglo XII añadió
nuevos atributos a esta imagen del rey, quien, además de caudillo militar, debía dar
muestras de valor personal e incluso temeridad.
115
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
Otro atributo novedoso en este momento es el de la cortesía, que junto con la
sabiduría o sapientia conforman la cuarta imagen que se ofrece de Alfonso VIII en las
crónicas estudiadas. Rey sabio, promotor y distribuidor del saber, el castellano ofrece un
temprano ejemplo del paradigma que encarnaría, años más tarde, su bisnieto Alfonso X.
Las virtudes corteses, cada vez más apreciadas y necesarias en las cortes de los grandes
príncipes, también fueron cultivadas por un rey que construyó a su alrededor, mediante
matrimonios, alianzas y acogida de diversos artistas, una corte cada vez más
cosmopolita.
Finalmente puede detectarse, aunque todavía con cierta timidez, una imagen
jurídico-política del monarca. Aspectos propios de la política linajística, como la
legitimidad de los matrimonios, el entierro del difunto monarca o las “edades del rey”
configuran un universo jurídico-político que respalda y justifica al monarca reinante. Al
mismo tiempo, la labor judicial, pacificadora y repobladora del castellano,
especialmente importante esta última en el contexto hispano, exaltan su figura y
completan un perfil regio que, sin duda, es complejo y a la vez enormemente variado.
Después de haber recapitulado lo que se ha desgranado con detalle hasta aquí, es
hora de aportar algunas matizaciones y puntualizaciones a todo ello, además de plantear
alguna reflexión. Puede empezarse por intentar dilucidar cuál, de las cinco aquí
reseñadas, es la imagen más representativa de Alfonso VIII. Pese a que algunos autores
abogan por subrayar las virtudes sapienciales como más definitorias del castellano489,
quizá lo más correcto sea afirmar que el Alfonso VIII que aparece retratado en el
Chronicon mundi, la Chronica latina y la Historia gothica sea ante todo un monarca
guerrero490 y cruzado. Desde luego, en los tres textos es el rey que más virtudes
sapienciales posee —por no decir que es el único, a excepción de Fernando I491—, pero
con todo no son estos atributos los más subrayados por los cronistas. Durante la mayor
parte del relato, Alfonso VIII aparece enfrascado en una miríada de operaciones
militares de todo tipo y magnitud, culminando esta tendencia, como no podía ser de otro
modo, en la épica batalla de Las Navas de Tolosa.
Evidentemente existen notables diferencias a nivel de las tres crónicas. En
primer lugar, debido al número de páginas que dedican a este personaje. Así, mientras
que el Chronicon mundi es el más escueto de los textos y no confiere a Alfonso VIII un
lugar de especial protagonismo492, la Chronica latina sí que se detiene con más detalle
en su reinado —que es el primero en ser narrado in extenso después de un rápido
resumen de los tres siglos anteriores de historia castellana—, aunque es a Fernando III a
quien Juan de Osma consagra la mayor parte de la obra493. Es sin duda la Historia
gothica la que más páginas y mayor protagonismo confiere a Alfonso VIII: no sólo su
RUCQUOI, A. (2006b), “Alfonso VIII de Castilla y la realeza”, pp. 47-85; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A.
(2000a), “De la schola al palatium…”, pp. 7-43; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000b), “El paradigma de
los reyes sabios…”, pp. 757-766; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, pp.
501-502.
490
Así opina también LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, p. 323.
491
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, §§ 23-24; RODRÍGUEZ DE LA PEÑA,
A. (2010), “Rex institutor scholarum…”, pp. 491-513.
492
El Tudense le consagra a Alfonso VIII un total de 8 capítulos (CM, IV, 79, 83, 84, 87-91).
493
Juan de Osma dedica al monarca castellano 20 capítulos (CL, 9-28).
489
116
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
personaje ocupa el mayor número de capítulos de la obra, sino que es, con diferencia, el
más exaltado y alabado de todos los monarcas cuyos reinados se narran494.
En segundo lugar, la posición ideológica de los autores difiere notablemente,
como se ha visto anteriormente. Mientras que Lucas de Tuy encarna un acérrimo
leonesismo neogoticista y hace del reino y de la ciudad de León, así como de San
Isidoro, sus máximos valedores, Juan de Osma es claramente castellanista y ello le lleva
prácticamente a ignorar o a narrar de forma muy sucinta todo aquello que sucede en
León, abandonando asimismo toda la parafernalia ideológica neogoticista por otra de
corte mucho más cruzado. Rodrigo Jiménez de Rada, por su parte, es defensor a
ultranza de Toledo y de sus derechos eclesiásticos. Es en Toledo, señalaba P. Linehan,
donde la figura de Alfonso VIII adquiere toda su majestad y su gloria495.
Este variopinto posicionamiento ideológico lleva, inevitablemente, a que las
consideraciones sobre el rey Alfonso VIII de Castilla sean hasta cierto punto distintas.
Desde luego, ninguno de los tres cronistas difiere mucho del relato de los otros dos al
esbozar, en líneas generales, una imagen claramente positiva del castellano496. Pero sí
que pueden apreciarse claros indicios de las preferencias de los escritores en la atención
que consagran a unos u otros episodios, en la mención u omisión de otros, en algunos
juicios valorativos discretamente deslizados en el relato, en los elogios, etc. Las
crónicas confirman lo ya señalado en el párrafo anterior: Alfonso VIII es el gran héroe
del arzobispo de Toledo, mientras que para Juan de Osma lo es Fernando III —aunque
su abuelo no deja de ser un referente imprescindible— y, para Lucas de Tuy, quizá sea
el leonés Alfonso IX el paradigma de monarca ideal.
En tercer lugar, la importancia atribuida a unas y otras virtudes no es igual en las
tres crónicas. Si bien ya se ha indicado que los atributos teológicos y guerreros son los
que predominan, aquellos rasgos más novedosos como la sapientia o la curialitas se
hallan, sobre todo, en la Historia gothica. El Chronicon mundi apenas contiene unas
breves pinceladas referidas a la primera, y nada dice de la segunda; mientras que la
Chronica latina es aún más escueta en lo que a la sabiduría se refiere y menciona sólo
unos pocos detalles atribuibles a la cortesía. Es sin duda Jiménez de Rada el autor más
familiarizado —quizá por su presencia en la corte de Alfonso VIII— con ambas
virtudes y quien más atención les dedica en su crónica.
Por otra parte, hay que señalar que la última imagen aquí estudiada, que ha sido
denominada “imagen político-jurídica”, aún no se encuentra plenamente desarrollada en
las tres crónicas en cuestión. J. M. Nieto Soria demostró hace ya tiempo su enorme
importancia en los textos a partir de la época de Alfonso X, que sería quien primero
realizaría un esfuerzo de teorización y síntesis al respecto497. No obstante, aunque
494
Jiménez de Rada convierte a Alfonso VIII en el protagonista de 19 capítulos (HG, VII, 15-18; VIII, 115), más largos que los de la Chronica latina.
495
LINEHAN, P. (2012), Historia e historiadores…, pp. 345-346.
496
Sería interesante realizar una labor similar a propósito de Alfonso IX, personaje mucho más
controvertido y sobre el que las opiniones difieren en mucha mayor medida. Sobre Fernando III ocurre,
hasta cierto punto, algo similar que lo que sucede con su abuelo Alfonso VIII (vid. AYALA MARTÍNEZ, C.
(2014b), “La realeza en la cronística castellano-leonesa…”, pp. 247-276).
497
Véase al respecto NIETO SORIA, J. M. (1988), Fundamentos ideológicos del poder real…
117
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
parcos, se hallan ya en las tres crónicas elementos que experimentarán un desarrollo
notabilísimo apenas unos años más tarde.
Una reflexión de obligado planteamiento es aquella que se refiere al objetivo de
estos textos. Muchas veces se ha calificado a estas tres crónicas como specula
principum498, verdaderos compendios de virtudes que son ilustradas mediante el sabio
ejemplo del pasado, dedicadas a Fernando III para su instrucción. Pese a que no se trata
de tratados de la talla de algunas obras de Juan de Salisbury o Vicente de Beauvais, el
género cronístico también servía para esta labor de corte más didáctico. Desde luego, a
juzgar por la imagen que se ofrece de Alfonso VIII, su referente más lógico a la hora de
gobernar, Fernando III disponía de una buena cantera de virtudes de las que tomar
ejemplo.
Pero por otra parte ha de tenerse muy en cuenta, en línea con las investigaciones
de A. Arizaleta, que se trata de textos destinados a servir de propaganda de la
monarquía, es decir, a proporcionarle una ideología legitimadora que reforzara su poder
a nivel teórico. Ahora bien, parece evidente que, por tratarse de textos escritos en latín,
una lengua que quedaba fuera del alcance de buena parte de la población e incluso que
resultaba poco empleada entre los nobles laicos, cabe preguntarse sobre quién sería el
público a quien iban destinadas las crónicas. Cabe poca duda de que debía de tratarse de
un público culto, capaz de entender no sólo una lengua ya en franco retroceso a
mediados del siglo XIII y en vía de ser sustituida por el romance, sino también un
mensaje ideológico, complejo y lleno de referencias más o menos sutiles. Por tanto, lo
más factible es que las crónicas en cuestión fueran productos literarios destinados a
consumirse en la corte, donde se hallaban los grandes magnates y eclesiásticos del
reino499.
Ello explicaría que estos textos concedan atención no sólo a la monarquía, sino
también a los otros dos estratos dirigentes de la sociedad medieval: el clero y la nobleza.
Al mismo tiempo, al poner sobre el tablero narrativo a estos dos agentes sociales, los
cronistas debían abogar por una u otra forma de gobierno. Como se ha visto500, para
Lucas de Tuy, la monarquía debe dejarse guiar por la Iglesia, que ejerce una verdadera
tutela sobre esta institución, mientras que la nobleza es poco más que un atajo de
revoltosos avariciosos que sólo causan caos y guerras con sus ambiciones. Para Jiménez
de Rada, por el contrario, es esta nobleza quien adquiere un papel más destacado,
constituyéndose en un actor imprescindible del juego político y para la gobernabilidad
del reino. De tintes claramente feudalizantes, la visión del arzobispo toledano aboga por
una nobleza que es tenida en cuenta y participa en la gestión del reino, so riesgo de
incurrir en graves revueltas y desórdenes en caso de no ser escuchada. Finalmente, Juan
de Osma representa, a nivel político, la visión más desarrollada del gobierno, al abogar
firmemente por una monarquía de claro corte autoritario en el que nobleza y clero tienen
poco que decir y menos aún que hacer. La especial vinculación del monarca con Dios
contribuye a su total legitimación, alejándolo del resto de actores sociales y
498
Punto 2.2.4.
ARIZALETA, A. (2008a), “Diffusion et réception des chroniques…”, pp. 127-134; ARIZALETA, A.
(2010a), Les clercs au palais…, pp. 102-108.
500
Punto 7.2.
499
118
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
constituyendo así los cimientos sobre los que tratará de edificar posterior e
infructuosamente Alfonso X501.
Por tanto, las tres crónicas ofrecen un mensaje que está destinado a los distintos
actores sociales, indicándoles cuál es el comportamiento que deben adoptar con respecto
a la monarquía. Pero este mensaje tiene, forzosamente, que dirigirse también al rey,
pues le indica cuál es la óptima relación de fuerzas que debe mantenerse y, en
consecuencia, cuál es su poder, pero también cuáles son sus límites.
En cualquier caso, no se pretende, con este trabajo, aportar una visión completa
y detallada de la imagen monárquica en las tres crónicas. Si bien es cierto que para lo
referido a Alfonso VIII se ha tratado de abordar el tema con la mayor exhaustividad
posible, aún son muchos los aspectos que quedan sin estudiar o, cuanto menos, que se
han tocado de forma no completa.
Ante todo, hay que señalar que el presente es un Trabajo de Fin de Máster que
tiene una restricción impuesta tanto en su extensión como en el tiempo que se ha podido
dedicar a su creación. Ello ha provocado que, inevitablemente, no se haya podido
profundizar lo suficiente en algunos temas y en que los objetivos del estudio hayan sido,
en consecuencia, limitados. Pero ello no es sino una oportunidad para ampliar, sobre la
base de estas páginas y del esfuerzo ya realizado, las ideas y las conclusiones obtenidas,
profundizándolas y enriqueciéndolas. Se enumeran a continuación cuatro posibles y
futuras vías para enfocar esta tarea.
En primer lugar, al elegir la persona de Alfonso VIII —si bien es la figura más
importante de los textos—, han quedado relegadas a un discreto segundo plano otros
personajes de relevancia también muy notable, como Fernando III, Alfonso IX y
Fernando II de León, Alfonso VII y todos los demás reyes que son mencionados —
sobre todo en el Chronicon mundi y la Historia gothica—. Queda pendiente para el
futuro realizar la misma labor analítica con estos personajes —y no sólo con los reyes—
y establecer una comparación no sólo con Alfonso VIII, sino a nivel general.
En segundo término, ha sido imposible realizar una comparación con otros
textos de la época no cronísticos. A. Arizaleta ha sacado interesantes conclusiones del
estudio de los “microrrelatos” que contienen los diplomas de la cancillería y que por su
inmediatez cronológica preludian la gran mayoría de los temas que pueden observarse
en las crónicas, por fuerza más tardías —hecho particularmente notable en el caso de
Juan de Osma, que combinó las funciones de canciller y cronista502.
En tercer lugar, si bien son tres los textos aquí estudiados, presentan similitudes
notables a nivel ideológico y compositivo por haber sido redactados en
aproximadamente las mismas fechas. El estudio de una muestra cronológicamente más
501
Sobre la presencia de la nobleza y el clero en las crónicas y su significación en clave de relaciones
sociales, véase BENÍTEZ GUERRERO, C. (2013), La imagen del rey…, pp. 128-129.
502
ARIZALETA, A. (2010a), Les clercs au palais…, pp. 108-231.
119
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
amplia503 permitiría constatar —si la hubiera— la evolución de los modelos ideológicos
a lo largo del tiempo y extraer interesantes conclusiones que habrían de ser relacionadas
con las distintas fases políticas, sociales, culturales y económicas por las que pasaron
los reinos cristianos.
En cuarto lugar —e indefectiblemente unido al ámbito cronológico— se halla la
geografía. Las tres crónicas en cuestión, si bien albergan particularidades territoriales —
leonesismo, castellanismo, “toledanismo”—, fueron gestadas, en lo esencial, en el
ámbito castellano-leonés. Sin duda sería de enorme interés realizar una comparación
más amplia con textos provenientes de otros reinos peninsulares —Portugal, Navarra,
Aragón, Cataluña— con el fin de observar si los patrones vigentes en los reinos de León
y Castilla lo estaban también es estos otros ámbitos, o si por el contrario en ellos se
detectan particularidades geográficas.
La comparación con otros territorios podría llevarse más allá. Por un lado,
siempre resulta tentador comparar los fenómenos cristianos peninsulares con los del
vecino islam. Si bien a nivel ideológico las diferencias son innegables, es posible que
también puedan hallarse interesantes similitudes504. Pero desde luego sí que sería muy
instructiva la comparación con lo que acaecía por esas fechas al otro lado de los
Pirineos. El reino de Francia bajo los Capeto505 o la Inglaterra de los Plantagenet
ofrecen similitudes a nivel cultural que permitirían una enriquecedora puesta en paralelo
con el ámbito peninsular. Un concienzudo y exhaustivo estudio permitiría determinar,
en fin, hasta qué punto es justo hablar de un supuesto “particularismo” hispano.
El Chronicon mundi, la Chronica latina regum Castellae y la Historia gothica
—o Historia de rebus Hispaniae— son, sin duda, tres textos señeros en el panorama
historiográfico hispano no sólo del siglo XIII, sino de toda la Edad Media. Por su
extensión, forma y originalidad, y por su innegable importancia en el plano ideológico y
propagandístico, son tres monumentos literarios que marcaron fuertemente la
mentalidad de los hombres de aquella época. Pese a que respondían a motivaciones
personales propias de cada cronista, los tres textos sirvieron, en última instancia, para
reforzar, a nivel teórico, el poder de una monarquía en expansión —exterior pero
también interior— cada vez más consolidada. La realeza del siglo XIII, de la mano del
derecho romano y de la teología, buscó de muy diversas maneras asentar con la mayor
firmeza posible unos cimientos que justificaran su poder y contribuyeran a diferenciarla
del resto del cuerpo político. Si bien este resultado tardaría aún décadas —siglos— en
conseguirse, no cabe duda que las tres crónicas aquí estudiadas constituyeron un hito
fundamental en esa dirección, enlazando la tradición anterior con toda una batería de
503
Dicha labor ha sido parcialmente emprendida, en lo que a las imágenes sapienciales se refieren, por
RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2000a), “De la schola al palatium…”, pp. 7-43 y RODRÍGUEZ DE LA PEÑA,
A. (2007), “Rex strenuus valde litteratus…”, pp. 33-50.
504
En un ámbito muy distinto, el de la frontera, sí que existe un interesante trabajo que compara los
ámbitos cristiano y musulmán y que consagra un capítulo al aspecto ideológico: BURESI, P. (2004), La
frontière entre chrétienté et islam…, pp. 225-302.
505
De nuevo RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, A. (2002), “‘Rex scholaribus impendebant’…”, pp. 21-36 es quien
ha abordado una comparación con el ámbito Capeto, aunque para fechas ligeramente posteriores.
120
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
nuevos presupuestos ideológicos, todo ello encaminado a consolidar a la institución
monárquica.
En este sentido, el recurso a la figura de Alfonso VIII era especialmente útil para
los cronistas-ideólogos del siglo XIII. Monarca de trayectoria gloriosa, contemporáneo
o casi de los autores, era quien había dado el primer paso en la fulgurante carrera que
llevaría a Castilla de un futuro incierto a mediados del siglo XII a convertirse en la
potencia hegemónica de la Península a mediados de la centuria siguiente. Su nieto,
Fernando III, sabría recoger y aprovechar con habilidad el legado dejado por el
vencedor de Las Navas, rodeándose además de estos eclesiásticos eruditos que servían
de enlace con el pasado a la par que ideaban un porvenir glorioso para la monarquía.
121
Diego Rodríguez-Peña Sainz de la Maza
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