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en el Teatro de los Siglos de Oro
El Cid en el teatro del Siglo
de Oro español.
Las múltiples caras de una figura persistente
Germán Vega García-Luengos
Universidad de Valladolid
La presencia del Cid en la literatura del Siglo de Oro no ha pasado
desapercibida para los estudiosos, que desde hace casi un siglo le han venido
dedicando su atención en una serie de trabajos específicos. Estos se han
centrado particularmente en el teatro, que además de ser el género literario
que ha experimentado una mayor atracción hacia el personaje, es tal vez el
que mejor puede hablarnos de los sentimientos e ideas de aquella sociedad,
dada su penetración en los distintos sectores. Gracias a esos estudios, disponemos hoy de un número notable de referencias bibliográficas de las piezas
que componen su repertorio particular, así como de clarificadores apuntes
sobre los temas, las fases, los tonos y los posibles significados de esa insistente comparecencia del héroe castellano medieval ante los españoles de la Edad
Moderna1. A ello deben incorporarse las novedades resultantes de los trabajos
preparatorios de la presente exposición, que han logrado ensanchar la nómina
de obras y autores de tema cidiano que figuraban en los listados previos. Con
el aliciente, además, de que los nombres implicados en estas adiciones corresponden a dramaturgos importantes -independientemente de que la seguridad
de la autoría no haya obtenido aún respaldo definitivo en algún caso:
Calderón, Mira de Amescua y Rojas Zorrilla, quien, por cierto, también
celebra centenario en el presente año.
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«CUANTOS CIDES HAY EN LA CIDERÍA»
Las palabras del epígrafe pertenecen al capítulo 29 del Quijote de
Avellaneda: con ellas el Sancho Panza espurio reniega de que su amo ahora se
crea el Cid. Poner el énfasis en las múltiples caras que adquiere el personaje
barroco no sería la intención del escudero en esos momentos, pero lo que dice
expresa muy bien esa realidad. Rodrigo Díaz de Vivar se puso todas las máscaras
en el Siglo de Oro. Hay un Cid guerrero, un Cid cortesano, un Cid personaje
secundario, un Cid sagrado, un Cid burlesco. La riqueza de aprovechamientos de
su figura habla de la vitalidad de su memoria y -según la idea de Aurora Egido- de
su conversión en mito2.
La confluencia del romancero y de las crónicas en el teatro a medida que
avanzaba la segunda mitad del siglo XVI tenía que dar como resultado una atención especial a la materia cidiana, cuya presencia en esas vetas era muy intensa.
Componente de la cultura compartida de los españoles de la época, estaba presta
a ser evocada en las situaciones más dispares por el común de las gentes, y a proporcionar a los profesionales de la escritura dramática episodios y personajes de
indudable fuerza dramática, aparte de sus posibilidades para encarnar las ideas
que intentaron potenciar los diferentes grupos de opinión: nobleza, valentía,
patriotismo, religiosidad, etc.
en el Teatro de los Siglos de Oro
También sus espadas se recuerdan de forma seria o jocosa —esta bipolarización es consustancial a la mentalidad y el arte barrocos. Al segundo tipo
corresponde esta del primer acto de La hermosura aborrecida, de Lope:
DON SANCHO
TELLO
La serrana de la Vera, también de Lope, rememora la reacción del Cid
mozo cuando su padre le muerde el dedo para probarlo, como al resto de los hermanos. En el tercer acto de la comedia del mismo poeta La venganza venturosa,
un personaje, que cree pasar por trance parejo al de Rodrigo, alude a la venganza
que éste tomó del bofetón dado a su padre:
Cielos, ¿tan ingrato he sido
que no hay amor que me deban
las canas de aquella cara
a quien todo mi ser debo?
Mejor hizo el Cid mancebo
con una hazaña tan rara,
venganza del bofetón
que le dio a su padre el Conde,
porque el noble así responde.
LOS CIDES DE CUALQUIER PIEZA DRAMÁTICA
Quizá la mejor manera de comprobar hasta qué punto el Cid estuvo
vigente en el arte y la vida cotidiana del Siglo de Oro no sea la consideración de
la lista de obras teatrales que tratan sobre él, aunque es evidente su amplitud. Sin
salirnos del teatro, podrían ser un testimonio aún más expresivo de esa presencia
variada y constante las múltiples veces que se le menciona en los parlamentos de
cualquier comedia, auto o entremés, sea cual sea su tema y la calidad del personaje que lo hace. Pienso que esto refleja mejor lo que debía de ser su existencia
real en la vida diaria, donde conviviría con el cúmulo de dichos, hechos y personajes que conformaban la cultura tradicional. El Cid y sus allegados, sus hechos
y sus cosas, vivos en la memoria común, debían de aflorar en cualquier momento
de las conversaciones, como lo hace en las de los personajes de muchas obras
dramáticas. Algunas muestras pueden valer.
Por supuesto, Babieca es uno de los elementos del compuesto cidiano
que se invoca con más facilidad. Lo hacen, por ejemplo, Juan de la Cueva en El
infamador, Guillén de Castro en Don Quijote de la Mancha, Lope en Las paces de
los reyes.
Tello, nunca yo miro en los soldados
las galas, sino el ánimo y las obras.
Esto importa que tenga, y buena espada.
¿Buena espada? En llegando a lo que es eso,
no me la gana el mismo Cid Ruy Díaz.
Ésta es Tizona, porque tizna pechos;
y ésta es Colada, porque cuela vidas,
con ésta he hecho cosas nunca oídas.
Hay alusiones a sus hijas en Los malcasados de Valencia, de Guillén de
Castro, o en El mejor mozo de España y La venganza venturosa, ambas de Lope.
De la afrenta de Corpes se hace eco una jácara del maestro del género Quiñones
de Benavente, La que se cantó en la compañía de Olmedo; también en La mayor
virtud de un rey, La venganza venturosa y Juan de Dios y Antón Martín, las tres de
Lope. En el tercer acto de esta última se lee:
LUIS
ELVIRA
LUIS
Si dice cómo se llama,
sabrán nombre y calidad.
Elvira.
A fe de español,
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BEATRIZ
ALONSO
que si vos os llamáis Sol,
aunque en tanta escuridad,
que sois las hijas del Cid.
¿Y queréisnos azotar?
Mas servir y regalar
como Condes de Madrid,
que no los de Carrión.
De la proverbial cobardía de los de Carrión también hay huellas en la
segunda jornada de La varona castellana, del propio Fénix:
VELA
MARÍA
VELA
¿No quieres tú que me espante
de un león?
¿Por qué razón,
si no os dieron sangre, infante,
los Condes de Carrión,
para temor semejante?
Más sangre tengo del Cid
que no de aquesos cobardes.
Mientras que la cobardía de Martín Peláez se evoca en los inicios de la
comedia de Guillén de Castro La fuerza de la costumbre:
Padre, no me afrentes más,
porque ya de suerte estoy
que habré de empezar en ti
a cobrar nueva opinión,
[…]
Seré otro Martín Peláez,
que cobarde se corrió
de que le quitó el escaño
el famoso Campeador.
Las arcas de arena del engaño a los judíos son traídas a colación por Lope
de Vega en La noche toledana y en El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón.
También Lope en Querer la propia desdicha recuerda el lance post mortem en el
que el judío coge de la barba al de Vivar.
Pero aparte de estas evocaciones, en la mayoría de las ocasiones en que
el Cid aparece mencionado en el teatro del Siglo de Oro es de forma escueta como
referente proverbial del valor, el honor, la lealtad, etc.
en el Teatro de los Siglos de Oro
Como sinónimo de guerrero valeroso lo utiliza Tirso de Molina en La
Santa Juana. Primera parte, Ruiz de Alarcón en La crueldad por el honor,
Calderón en Con quien vengo, vengo, Rojas Zorrilla en Abre el ojo o Moreto en
La cautela en la amistad. «Ser un Cid» o un «segundo Cid» o un «nuevo Cid»
son expresiones habituales para encomiar la valentía de los personajes a quienes se aplican. En La estrella de Sevilla se le llama a Sancho Aulaga el «Cid
andaluz» o el «Cid cordobés». No siempre se utiliza en sentido recto: «Nuevo
Cid» se le nombra ya en el propio reparto al Alférez fanfarrón al que dará
muerte Catalina de Erauso, la protagonista de La Monja alférez de Pérez de
Montalbán.
La lexicalización y función superlativizadora que adquirió el antropónimo
hacen posible su conjugación. En la segunda jornada de Guárdate del agua
mansa, de Calderón, se dice: «Ya a los dos siguen / los filos de la Tizona, / conmigo van dos mil Cides».
Se le asocia con otros héroes de la milicia bíblica, mitológica o medieval:
Sansón, David, Marte, Héctor, Bernardo del Carpio —con éste especialmente.
Como en los demás casos, tales agrupaciones también suelen derivar hacia lo burlesco. Al comienzo de Más pesa el rey que la sangre, de Luis Vélez de Guevara, el
gracioso habla así de su amo:
…Estas astas
han de servir a mi dueño,
que a estas horas en la talla
es un Roldán paladín,
un don Urgel de la Maga,
un Hércules, un Sansón,
un Galafre, una montaña,
un Bernardo, un Cid, un Marte,
un diablo en Cantillana.
Se le hermana con figuras que se consideran reales, pero también con
otras decididamente literarias, como en la tercera jornada de Al pasar el arroyo,
de Lope:
¿Es el Cid
vuesa merced por ventura,
Amadís o Esplandián,
los que obligados están
a emprender toda aventura?
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En este sentido, recuérdese lo que dice Laurencio en el tercer acto de
Fuenteovejuna: «Que adonde / asiste mi gran valor / no hay Cides ni
Rodamontes».
Es sinónimo también de hidalguía: “hidalgo como el Cid” —se dice de un
personaje en El espejo del mundo de Vélez de Guevara. Esta proverbial condición
se toma por referencia en La pobreza estimada de Lope. Como prototipo de la
nobleza virtuosa se le propone en Trampa adelante de Moreto.
Por fin, puede aparecer señalado como el español por antonomasia: así
ocurre en El caballero de Moreto. O convertirse en uno de los timbres de gloria
máximos de un español: «Que es un Cid todo español» —escribe Tirso en la primera jornada de Siempre ayuda la verdad.
De nuevo la bipolaridad barroca explica que su condición de referente de
linaje óptimo sea motivo de juegos chistosos, que, por otra parte, han llegado
hasta nuestros días, en que «descender de la pata del caballo del Cid» es expresión común que se aplica a quien presume de alcurnia injustificadamente. Los
ascendientes de tal dicho asoman en las bromas de los graciosos teatrales áureos. En la segunda jornada de La villana de Getafe, de Lope, se dice: «pues, ¡vive
Dios!, que deciendo / de un estornudo del Cid». Y en la primera de Los amantes
de Teruel, de Tirso de Molina: «y pienso que fue el Cid mi bisagüelo. / Más parentesco tengo con Babieca».
Es evidente que una buena parte de las menciones cidianas tiene un
carácter jocoso, subrayado las más de las veces porque se ponen en boca de los
graciosos o de otros agentes cómicos, como pueden ser los galanes y las damas
en las comedias de capa y espada. En ocasiones estas bromas no parecen pasar
de la mera diversión. Como, por ejemplo, cuando en Los amantes de Teruel, de
Pérez de Montalbán, se juega con la fonética de su nombre: «Dícenme que con
los moros / fuiste un cisnote, digo un Cid…». Algo semejante se aprecia en el
entremés de Quiñones de Benavente, La puente segoviana, segunda parte:
LINARES
LUISA
JOSEPHA
Almonacid soy clarete.
¿Mona y Cid por qué os llamastes?
Porque al Cid hará una mona
si con él quiere burlarse.
Pero no es difícil encontrarle intención a la mayoría de estas gracias. La
comedia nueva era producto de un mundo nuevo y urbano, dinámico social y mentalmente, por lo que no debe extrañar que con cierta frecuencia tienda a asociar
al héroe medieval con ideas de nobleza, honor, etc. que considera rancias.
Hay un aspecto que puede ser clarificador en relación con esto. Son bastantes las veces que «Cid» consuena con «Madrid», palabra tan necesaria en
en el Teatro de los Siglos de Oro
muchas comedias (piénsese que en ella se sitúa más de la mitad de las de capa y
espada) y que no tiene rima fácil. Pero la explicación de esta concurrencia no
debe hacerse sólo desde la métrica; más importante sería el interés en contraponer las ideas que representan ambos términos: Madrid es concebida como motor
principal de unos cambios de costumbres que distancian los nuevos tiempos de la
España tradicional de la que el Cid se considera emblema.
Esta pérdida de los usos antiguos asoma en el comienzo de La francesilla
de Lope:
LISENO
[…]
Y más ahora en Madrid
puesto está en razón jugar,
que no es tiempo de buscar
los infanzones del Cid.
ALBERTO
Pues ¿no hay muchos virtuosos
que traten de honra y papeles?
También La celosa de si misma, de Tirso de Molina, arranca con un
comentario sobre las «novedades» madrileñas que contrastan con los tiempos
pasados:
MELCHOR
Bello lugar es Madrid.
¿Qué agradable confusión?
VENTURA
No lo era menos León.
MELCHOR
¿Cuándo?
VENTURA
En los tiempos del Cid.
Ya todo lo nuevo aplace,
a toda España se lleva
tras si.
Con mayor contundencia se expresa en La burgalesa de Lerma, de Lope
de Vega:
Tal es, Carlos, en Madrid
sangre, gracias, discreción:
de ningún efeto son,
ni esto de venir del Cid.
En esta línea hay que entender lo que en La noche toledana, de Lope, se
dice de unas damas que vienen a Toledo desde la capital: «Si son de Madrid, el
Cid, / ¡vive Dios!, las tendrá miedo».
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LOPE Y EL CID
Algo más adelante será el momento de atender las implicaciones
lopistas en las comedias de tema cidiano, ahora sólo se trata de dejar constancia de su supremacía sobre el resto de los dramaturgos grandes a la hora de
acordarse del Cid en sus obras teatrales. Todos lo hacen, pero la frecuencia
y riqueza varía de unos dramaturgos a otros. Los hay escasos, como Calderón
de la Barca, y los que lo tienen en la punta de la pluma, como Lope de Vega.
Es evidente que su romancero y sus crónicas están en él siempre prestos a
ser traídos a colación de las situaciones más variadas. Un buen testimonio
que añadir a los que hasta ahora ya han proporcionado estas páginas se
encuentra en la segunda jornada de El sembrar en buena tierra, cuando el gracioso habla de los tratos cambiantes de una mujer desenvuelta si hay o no
dinero y regalos de por medio:
Don Félix gastó su hacienda
con una ninfa encantada,
tan gallarda y tan honrada
que no hay Vargas que la entienda.
Lo que es tocarle una mano
el más deudo, el más amigo:
«Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio Castellano».
Lo que es «dinero contado
y estas telas recibid»:
«Norabuena vengáis, Cid,
Rodrigo, bien seáis llegado».
Las supuestas contestaciones de la fémina se valen de versos de romances.
Los de la primera son los iniciales de uno de más difundidos del ciclo del
Cid; los de la segunda no los he podido localizar en él. Podrían ser remedo
de los que se dicen en el «Romance de como el rey don Pedro hizo matar al
Maestre su hermano», incluido en la Rosa española de Timoneda y en otras
recopilaciones: «Manténgate Dios, Maestre, / Maestre, bien seáis llegado».
Pero también podrían pertenecer a un romance del Cid no controlado hasta
la fecha. Lo que abundaría en la evidencia de que aquellos hombres del siglo
XVII conocían poemas que no nos han llegado. No es la única vez que ocurre en Lope: al comienzo de la tercera jornada de Servir con mala estrella se
canta completo un romance del Cid que no he localizado en las colecciones,
y que vienen bien a propósito de la acción de la obra, aunque ésta sea de raíz
boccacciana:
De las fronteras de Cuenca
venía el Cid Campeador
con cinco alcaides vencidos
y un rey de Alcalá en prisión.
LOS CIDES DE LAS PIEZAS DRAMÁTICAS CIDIANAS
Son veintidós las obras teatrales escritas en los Siglos de Oro de las que
se han conservado ejemplares en las bibliotecas del mundo. Se tiene noticia de
alguna otra desaparecida. La cifra es importante, si se considera el alto porcentaje de pérdidas que afecta a un género que tiene en los tablados su destino fundamental; pero no único, porque los lectores de obras de ficción se habituaron pronto a leer teatro y los impresores supieron atender esta demanda secundaria de la
recepción de los textos dramáticos. La contundencia de los números no deja
muchas dudas sobre el amplio interés que la materia suscitó entre los españoles
de esas décadas brillantes en literatura y arte.
Estas veintidós piezas localizadas se han atribuido con más o menos
garantías de que la autoría sea cierta a buena parte de los nombres más celebrados del parnaso teatral español —y universal, en algún caso— tanto ayer como
hoy. Siguiendo un orden acorde con la importancia de los dramaturgos y la cronología, debe mencionarse en primer lugar a Lope de Vega: suya es Las almenas
de Toro y se le atribuye, con poco apoyo, Las hazañas del Cid. A Calderón de la
Barca se le adjudicó Cómo se comunican dos estrellas contrarias, y no es mal candidato para su autoría. El nombre de Tirso de Molina se ha asociado sin demasiado fundamento a El cobarde más valiente. Guillén de Castro es el autor de la primera y segunda comedias de Las mocedades del Cid. Mira de Amescua, de El
caballero sin nombre. A Luis Vélez de Guevara se le atribuye El rey don Alfonso el
de la mano horadada. Rojas Zorrilla es el responsable de la última jornada de Los
tres blasones de España. El nombre de Agustín Moreto figura al frente de algunas
de las ediciones de la comedia burlesca de Jerónimo de Cáncer Las mocedades del
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Cid. Otros escritores que en su época no pasaron desapercibidos son Juan de la
Cueva, autor de la Comedia de la muerte del rey don Sancho y Reto de Zamora por
don Diego Ordóñez. A Juan Bautista Diamante se le deben dos comedias: El cerco
de Zamora y El honrador de su padre. Otras dos a Juan Matos Fragoso: El amor
hace valientes y No está en matar el vencer. De Jerónimo de Cáncer es Las mocedades del Cid, burlesca, ya mencionada. A Enríquez Gómez se debe El noble siempre es valiente. A Francisco Bernardo de Quirós, El marido de su hermana.
También hay escritores de los que prácticamente no sabemos nada más que la
atribución de la comedia cidiana, tales son los casos de Francisco Polo (El honrador de sus hijas) y Simón Samatheo (Mojiganga de Doña Jimena Gómez). De otros,
por fin, no nos han llegado ni los nombres al frente de sus obras: Comedia segunda de los hechos del Cid; Los condes de Carrión, burlesca; Auto del Cid.
Aunque el predomino abrumador en este catálogo corresponde a la
comedia, también están representados los otros géneros significativos del espectáculo barroco, como el auto sacramental o las piezas cómicas breves. Dentro de
las comedias, las hay serias (Comedia de la muerte del rey don Sancho, Las mocedades del Cid, etc.), salpimentadas de comicidad (Las almenas de Toro, Cómo se
comunican dos estrellas contrarias, etc.) o decididamente cómicas, como las burlescas (El marido de su hermana, Los condes de Carrión, etc.).
LAS VEINTIDÓS OBRAS CIDIANAS
1. La primera incursión constatada del Cid en el teatro del Siglo de Oro,
previa a la conformación de la comedia nueva, es en La muerte del Rey don Sancho
y reto de Zamora del sevillano Juan de la Cueva (1550-1609?), representada en
Sevilla, según afirma el propio escritor al incluirla entre las catorce piezas que publicó en su Primera parte de las comedias y tragedias de Juan de la Cueva dirigidas a
Momo (Sevilla, Andrea Pescioni, 1583)3. Sus cuatro jornadas acogen desde el cerco
y muerte de Sancho II a la decisión final sobre el vencedor del reto entre Arias
Gonzalo y Diego Ordóñez. A propuesta del Cid, que en la obra figura como alférez
del rey castellano, éste será proclamado triunfador, pero Zamora quedará libre y sin
deshonra. Sus fuentes principales fueron las crónicas —la Primera Crónica General
y sus refundiciones— y los romances aparecidos en distintas colecciones así como
en pliegos sueltos: si a aquellas debe la trabazón y consistencia de la historia dramatizada, de estos proviene el lirismo de algunos momentos.
2. También en cuatro jornadas está segmentada la acción de la Segunda
parte de los hechos del Cid. La comedia se ha conservado anónima en una única
copia manuscrita depositada en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 14643). Del
título se deduce que hay una comedia anterior, que trataría de la niñez del Cid, ya
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que ésta correspondería a su mocedad. También del final debe inferirse que el
autor tenía previsto continuar. En su parlamento de cierre don Sancho muestra su
voluntad de ir a Galicia y a Zamora para hacerse con los territorios que había dividido la herencia de Fernando I. La comedia, cuyo desarrollo se desgrana en una
serie de lances no armonizados en una intriga coherente, como tampoco sucedía
en la pieza de Juan de la Cueva, habría sido escrita por los mismos años que ésta:
1575-15804.
3. Puede considerarse como un signo de la presencia importante de
Rodrigo de Vivar en el teatro español el que una de las piezas que protagoniza
esté incorporada en el primer libro que recoge especímenes de la comedia nueva.
Se trata de un volumen singular para la otra historia de la recepción del teatro
áureo: la que se efectúa a través de la lectura, cuya fronda de miles de impresos
emitidos hasta entrado el siglo XIX se inicia con él. Seis comedias de Lope de Vega
Carpio y de otros autores (Lisboa, Pedro Craesbeeck, 1603; Madrid, Pedro de
Madrigal, 1603) es una recopilación enigmática que, a pesar de lo que deja entender el título, sólo contiene una pieza de inequívoca paternidad lopista; el resto,
incluida la titulada Las hazañas del Cid y su muerte con la toma de Valencia, no le
pertenecerían5. El tramo de historia que dramatiza es novedoso en relación con
las anteriores piezas: le toca el turno ahora a los episodios relacionados con la
conquista de Valencia y la muerte del Cid, con su posterior embalsamamiento
para hacer creer a los moros que sigue vivo y combatiente. Las jornadas se han
reducido a tres, de acuerdo con la fórmula de la comedia nueva, pero sigue presentando una acción en la que predomina la yuxtaposición de episodios y unos
personajes escasamente perfilados.
4. También sobre la conquista de la ciudad levantina gravita la acción de
El cobarde más valiente, comedia conservada en una copia antigua única donde
figura como autor Tirso de Molina (1579-1648). Se trata de una edición suelta sin
datos de imprenta, de la que hoy solo está localizado un ejemplar en la Biblioteca
de la Universidad de Toronto6. No parece que sea obra del Mercedario7. Tampoco
se sabe su fecha de escritura. Los episodios dramatizados parten una vez más de
crónicas y romances. El de la cobardía de Martín Peláez es uno de los bien conocidos del ciclo. A él se refiere el título de la pieza. Su padre le ha enviado para que
se haga un hombre de pro al lado de Rodrigo, pero su huida en el primer contacto con los moros es afeada por el Campeador. El joven reacciona y se convierte en
uno de los mejores hombres de un Cid conquistador y justo. De la militancia de
la obra en el arte nuevo dan testimonio la existencia de un gracioso y el recurso
al disfraz varonil, que si se encuentra en otras manifestaciones ajenas a la fórmula, es alto el grado de explotación que en ésta alcanza.
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5. Entre 1605 y 1615 debió de escribir Guillén de Castro (1569-1630) Las
mocedades del Cid. Comedia primera, que constituye la obra de mayor relevancia
del repertorio particular del Cid áureo, si se considera el número de copias antiguas existentes, o su repercusión interior y exterior. Prácticamente todas las dramatizaciones sobre el personaje posteriores la van a tomar en cuenta de una
manera o de otra, para aprovecharse de sus elementos, para contestarla o contrahacerla a lo divino o a lo burlesco. Su influjo exterior está determinado principalmente por el aprovechamiento que de ella se hace en Le Cid de Corneille. En consonancia con su relieve, los críticos actuales le han dedicado un buen número de
ediciones y estudios8. La primera copia conservada es la de la edición incluida en
la Primera parte de las comedias de don Guillén de Castro (Valencia, Felipe Mey,
1618)9. El dramaturgo logró poner en pie un personaje dramático que protagoniza una historia de desarrollo coherente, donde el tono épico convive con el lírico.
El tratamiento de los materiales romancísticos, a los que la información de las crónicas da soldadura, es un factor nuclear de la dramatización10. Hasta trece son los
romances que incorpora —y que el público podía identificar, con el efecto que ello
provocaría—, sin que la acción se atomice como en las comedias de sus predecesores. En 1605 Juan de Escobar había publicado en Lisboa su Historia del muy
noble y valeroso caballero el Cid Ruy Díez de Vivar, en romances, en lenguaje antiguo, recopilación de 96 poemas, que pasaron a ser 102 en las sucesivas reediciones (hasta casi una veintena son las que se han conservado del siglo XVII). Este
libro, también conocido como Historia y romancero del Cid, marcó un hito en la
trayectoria del personaje en la literatura y teatro áureos. Es patente su huella en
las comedias cidianas de Guillén de Castro, hasta el punto de que marcan su fecha
post quem. Por lo que se refiere a la primera, la armonización de la acción global
y el énfasis lírico o narrativo que adquieren algunos momentos particulares debe
contarse entre sus principales valores. Pero no sólo la obra funciona dramáticamente, también sirve a una intención: el personaje medieval ve limada su aridez y
arrogancia para erigirse en modelo de «heroísmo aristocrático», operativo en esos
momentos de replanteamiento de los conceptos de nobleza de linaje y nobleza de
mérito. Asimismo, se ha apreciado en la construcción del protagonista una suerte de proceso divinizador que, tomando como referente al bíblico David, consigue
proponerlo como líder de una religiosidad contrarreformista11.
6. Guillén de Castro es autor también de la comedia conocida como Las
hazañas del Cid, aunque en la primera edición conservada, en el mismo volumen
de 1618 que la comedia anterior, se la nombra Las mocedades del Cid. Comedia
segunda. Debió de ser escrita a continuación de la otra. En ella se dramatiza la
parte de historia correspondiente al cerco de Zamora12. Rodrigo se ve entre la obli-
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gación que como vasallo tiene con su señor, el rey Sancho, y los problemas de
conciencia que le crea el convencimiento de que sus pretensiones de arrebatar
Zamora a su hermana Urraca son injustas al ir contra el testamento de Fernando
I. Se mantendrá al margen de los intentos de conquista, dispuesto a participar únicamente si la vida de su señor corriera peligro. De nuevo, romances y crónicas
son puestos al servicio de la dramatización, cuyos resultados artísticos no son tan
afortunados como los de la primera parte.
7. Las almenas de Toro es otro de los productos mejor acabados de la
subida del Cid a los escenarios barrocos, aunque en este caso no parece que se le
haya prestado la atención que creo que merece. Veía la luz en 1620, dentro de la
Parte catorce de las comedias de Lope de Vega Carpio (Madrid, Juan de CuestaMiguel de Siles)13. Su escritura se habría producido hacia 1615, y todo parece indicar que tuvo en cuenta la segunda comedia de Las mocedades del Cid de Castro, a
quien significativamente dedica la edición antedicha. El celo competitivo del
Fénix habría motivado el sesgo drástico que toma la acción dramática, cuyo referente histórico serían también los intentos del rey Sancho de hacerse con Zamora
y Toro. Lo más interesante de esta comedia es lo que no está en Cueva ni en
Castro, ni en las otras fuentes, y que constituye la segunda acción. En ella Lope
inventa una hermosa historia novelesca para doña Elvira, la otra hermana del
monarca castellano, de la que apenas se ocupan las crónicas y los romances. Por
lo que a estos se refiere, su figura asoma principalmente en el que comienza con
el título de esta comedia, que es explotado a conciencia por su autor. Mientras el
papel de Elvira se agranda, decrece el de los protagonistas habituales, y entre
ellos el del Campeador, que además ve rebajadas también sus virtudes. Doña
Elvira ha escapado del cerco de Toro y ha ido a parar al campo gallego, donde la
ampara el tío del Cid y su hija Sancha, quienes la creen una campesina. Coincidirá
allí con otro fugitivo de identidad oculta, que en realidad es Enrique de Borgoña,
con quien al fin se unirá en matrimonio, tras morir Sancho y recobrar Toro.
8. Cómo se comunican dos estrellas contrarias hay que situarla al lado de
Las almenas de Toro, de la que es una reescritura cargada de intención, no menos
de la que Lope debió de tener al rectificar la historia dramatizada por Guillén de
Castro. Fue publicada en 1677 dentro de la «falsa» Quinta parte de comedias de D.
Pedro Calderón de la Barca, una recopilación fraudulenta y desautorizada, cuyas
dos tiradas llevan pies de imprenta de Barcelona (Antonio Lacavallería) y Madrid
(Francisco de Zafra). Su escritura debió de producirse hacia 1628-162914. Esta
comedia desatendida —y que nunca hasta ahora había formado parte de las listas
de obras cidianas— ofrece una vuelta de tuerca al tratamiento novelesco y lírico
de los personajes y episodios de la acción protagonizada por doña Elvira, dejando
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las hazañas bélicas zamoranas como fondo del que únicamente se habla, y poco.
Los análisis del léxico, de las imágenes, de las situaciones dramáticas, así como la
consideración de algunos casos de reescritura llevados a cabo por Calderón de la
Barca, apuntan que él es el principal candidato para la autoría. En todo caso, es
una comedia muy interesante, que sólo pudo ser obra de un poeta dramático con
talento y oficio. Su atención permite apreciar un proceso de desactivación épica
en aras de la potenciación del enredo y del lirismo. Si Lope desvió a ratos su mirada de la materia heroica central hacia un episodio lateral y ajeno, el autor de Cómo
se comunican enfoca únicamente en él su atención, seducido por las posibilidades
de esa relación amorosa entre *príncipes ocultos+. Los dos aspectos apuntados,
reescritura y desvío tonal y semántico, considero que son característicos del desarrollo general que sigue el teatro español en los treinta años más gloriosos de su
historia. Si la comedia fuera de Calderón, nos regalaría la excelente oportunidad
de contemplar cómo se comunican las dos estrellas más rutilantes del firmamento dramático áureo, y que mejor pueden significar su evolución.
9. Otra de las piezas de autor notable en el panorama teatral barroco que
no ha figurado hasta ahora en el repertorio cidiano es El caballero sin nombre de
Antonio Mira de Amescua (1574?-1644). El único texto conservado es el incluido
en la Parte treinta y dos con doce comedias de diferentes autores (Zaragoza, Diego
Dormer-Jusepe Ginobart, 1640)15. Tanto el análisis métrico de V. G. Williamsen
como el estudio de sus editores modernos Aurora Biedma y Agustín de la
Granja16 apuntan la fecha de 1616 para su escritura. Su protagonista es Gonzalo,
el caballero sin nombre, que pretende conseguirlo con soberbia y arrojo. Al final
alcanzará la mano de la hermana de Rey y los apellidos Altamirano y Cabezas. Su
referente real sería, al parecer, un caballero de tales apellidos, conseguidos como
premio a sus hazañas en el sitio de Córdoba de 1236, en la época de Fernando III.
Sin embargo, a Mira debió de parecerle más eficaz jugar con la remembranza
mítica de los tiempos del Cid, y en ellos lo enmarcó. El héroe castellano no comparece entre las dramatis personae, aunque se habla de él. Sí que figuran Alfonso
VI, Diego Ordóñez de Lara, Bellido Dolfos. Así, en la primera jornada, Gonzalo se
propone como primer objetivo en su lucha por la fama acudir a Burgos para asistir a la Jura de Santa Gadea. Al comenzar el siguiente acto, Diego Ordóñez y el
Rey hablan del destierro de Rodrigo de Vivar junto con los hombres que han querido seguirle.
10. Los tres blasones de España, en la que está implicado otro de los más
celebrados dramaturgos áureos, tampoco ha figurado hasta ahora en las listas
de piezas cidianas. Pero es inequívoca su adscripción, a pesar de su rareza en
relación con las demás, consistente no sólo en que es la única escrita bajo la fór-
en el Teatro de los Siglos de Oro
mula de la autoría colaborada, frecuente a partir de los años treinta del siglo
XVII, sino, sobre todo, por su atención a un episodio diferente de los que protagoniza Rodrigo en las restantes obras localizadas. Fue publicada por primera
vez en 1645 dentro de la Segunda parte de las comedias de Don Francisco de
Rojas Zorrilla (Madrid, Francisco Martínez)17. Los dramaturgos colaboradores
son Antonio Coello (1611-1682) y Francisco de Rojas (1607-1648). Según nos
dicen los versos finales, al primero le correspondería la jornada inicial y las dos
restantes al toledano. Suya es, por tanto, la jornada final, el tercer blasón, que
es el protagonizado por Rodrigo de Vivar y que, como los otros dos, se centran
en las figuras de las santos mártires calagurritanos San Emeterio y San
Celedonio. Si el primer acto dramatiza el asedio de la ciudad por Roma en el
siglo I, y su liberación merced a la aparición de los santos a Pompeyo, el segundo ofrece el martirio de los santos en el siglo IV, el cual consigue ablandar al
cónsul romano que de nuevo cercaba Calahorra. La tercera jornada contempla
el momento en que la ciudad es asediada por los reyes de Navarra y Aragón. Los
restos de los santos, que han permanecido durante siglos encerrados en una
gruta, son rescatados por Rodrigo de Vivar, convertido en una suerte de Quijote
en la cueva de Montesinos, donde le acompaña el remedo de Sancho Panza que
es el criado Guardainfante, nombre de claras resonancias rojianas. La intervención de San Emeterio y San Celedonio al lado de los castellanos hece que estos
alcancen la victoria sobre aragoneses y navarros.
11. Juan de Matos Fragoso (1608?-1689) es autor de dos comedias sobre
el Cid. No está en matar el vencer fue publicada en 1668 en la Parte treinta de comedias nuevas y escogidas de los mejores ingenios de España (Madrid, Domingo
Garcia Morrás-Domingo Palacio y Villegas)18. Trata los acontecimientos del cerco
de Zamora, desde la decisión de Sancho II de conquistar la ciudad hasta el desafío
que sucede a la muerte del Rey a manos de Bellido Dolfos. El título de la obra se
menciona a propósito del resultado del duelo. Los hechos guerreros se combinan
con la historia amorosa entre Diego Ordónez y Beatriz, la sobrina del Cid, y otros
lances más propios de comedia palatina que heroica.
12. El amor hace valientes, la segunda obra de Matos, fue publicada dentro de su Primera parte de Comedias (Madrid, Julián de Paredes-Domingo Palacio
y Villegas, 1658)19. Su acción la protagoniza de nuevo Martín Peláez, quien ya lo
hiciera en El cobarde más valiente, atribuida a Tirso. Sin embargo, como ya el título indica, la comedia ofrece una razón diferente sobre la superación de su cobardía. Si en aquella se producía por vergüenza –en sintonía, pues, con el romance
que difundió el episodio—, en la de Matos lo que le hace reaccionar no es el amor
propio sino el amor a Elvira, sobrina del Campeador, por la que disputan Álvar
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Fáñez y él, dos personajes importantes del entorno de Rodrigo. El papel de este
personaje, protagonista en bastantes de las comedia previas, es el de barba que
sabe conducirse con prudencia y sabiduría.
13. No mucho después el mismo Martín Peláez habría de suscitar una
nueva comedia, titulada El noble siempre es valiente, que firma Fernando de
Zárate, nombre escogido para su segunda vida literaria por Antonio Enríquez
Gómez (1660-1663), quien la escribió en 1660. Esa es la fecha que consta en el
autógrafo que se custodia en la Biblioteca Nacional (Ms. 17229). La obra tuvo una
discreta difusión en ediciones sueltas a lo largo del siglo XVIII, donde recibe el
título de Vida y muerte del Cid y noble Martín Peláez. La acción principal de esta
obra se desdibuja por la abundancia de episodios laterales más o menos extralegendarios y estrafalarios.
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nios de España (Madrid, Joseph Fernández de Buendía-Manuel Meléndez),
donde está incorporada22. Se asiste en ella a la petición que los condes de Carrión
hacen al rey Alfonso VI de que les conceda a las hijas del Cid en matrimonio, con
la oscura intención de vengar en ellas una afrenta recibida de su padre en Zamora.
Así se hace, contra el parecer del héroe. Tras la afrenta de Corpes, se producirá
el desafío y la muerte de los Condes.
Aunque la tradición previa al arribo de la materia cidiana al teatro ya presentaba asomos religiosos y humorísticos junto con los aspectos heroicos predominantes, su explotación se acentuará a medida que el personaje acumule dramatizaciones en el desarrollo del género áureo. Lo religioso, con asomos milagrosos
incluidos, al igual que lo cómico, formará parte de las comedias serias cidianas o
surgirá –sobre todo por lo que hace al humor— en múltiples menciones no importa de qué trate la obra.
14-15. De Juan Bautista Diamante (1625-1687) se han conservado dos
comedias de tema cidiano, enmarcadas en los dos núcleos principales de la biografía literaria del héroe, consagrados para el teatro áureo a partir de las comedias de Guillén de Castro: las mocedades (con la venganza de su padre y las relaciones con Jimena) y el cerco de Zamora.
La primera se titula El honrador de su padre, y se publicó en 1659 en el
volumen de Comedias nuevas escogidas de los mejores ingenios de España, oncena
parte (Madrid, Gregorio Rodríguez-Juan de San Vicente)20. La segunda es El cerco
de Zamora, y fue incluida en el libro de obras del escritor publicado en 1674,
Comedias de Fr. Don Juan Bautista Diamante. Segunda parte (Madrid, Roque Rico
de Miranda-Juan Martín Merinero)21.
Es común a ambas dramatizaciones, en las que las obras del dramaturgo valenciano han dejado una huella inequívoca —así como Le Cid de
Corneille sobre la primera— la utilización de los hechos históricos que protagoniza Rodrigo como meros telones de fondo para desarrollar historias de
amor. En la primera es el propio Cid el protagonista; en la segunda lo es
Diego Ordóñez de Lara, enamorado de Leonor, hija de su rival Arias
Gonzalo; mientras, el de Vivar se limita a negar su apoyo al rey Sancho y
tomar el juramento a Alfonso.
16. Don Rodrigo se convierte en El Honrador de sus hijas en la comedia
de este nombre escrita por Francisco Polo, autor del que nada más se sabe que la
inclusión de su nombre en el encabezamiento de esta pieza. Es la única del siglo
XVII que se centra en los episodios concernientes a doña Elvira y doña Sol, antecediendo a Las hijas del Cid de Eduardo Marquina. La única copia conocida es de
1661, fecha de la Parte veinte y tres de comedias nuevas escritas por los mejores inge-
17. Los dramaturgos españoles debieron atender las necesidades teatrales en los diversos frentes: espectáculos de corral, fiestas cortesanas, fiestas
sacramentales… Los autores de autos recurrieron a cualquier historia legendaria
o real capaz de convertirse en referente alegórico con el que ofrecer al público
una nueva recreación de la historia de la salvación con el punto culminante de la
exaltación eucarística. Si las fábulas de Apolo, Orfeo, Pan, etc. soportaban este
contrafactum, y sus protagonistas podían convertirse en personajes de esa historia sagrada, incluido Cristo… Si otro tanto podían conseguir personajes históricos
pasados o presentes, como Jorge Castrioto o el Rey de Romanos, ¿por qué no el
Cid? Y así ocurrió en el caso de una pieza conservada en un manuscrito de la
Biblioteca Nacional (Ms. 15354). El auto sacramental del Cid, en el que éste es
Cristo, es un buen testimonio de la amplitud y diversidad de la presencia del
héroe en el Siglo de Oro.
Pero sin duda la desviación más frecuente en el tratamiento del Cid
heroico, cortesano y cristiano fue hacia las burlas. Aunque, según se ha
visto, las alusiones jocosas son frecuentes en las obras más variadas, esta
propensión cuajó especialmente en piezas decididamente cómicas, como la
comedia burlesca o la mojiganga. El que entren en este apartado cinco de las
veintidós obras totales conser vadas es una señal inequívoca de la importancia de esta tendencia.
18. Dos manuscritos de la Biblioteca Nacional nos transmiten una mojiganga, cuyo título y algunas partes del texto varían de uno a otro. El denominado
Mojiganga del Cid (Ms. 14518) parece previo al de la Mojiganga de Jimena Gómez
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(Ms. 15660). En éste figura como autor un tal Simón de Samatheo, del que nada
se sabe. Consta como data «Valladolid, 1692» y el apunte de que debía representarse con el auto sacramental calderoniano de La cura y la enfermedad. La impresión es que el autor de este segundo texto, aunque mucho encomia su esfuerzo
para escribir «un sainete nuevo […] con que poderme mojiganguear», lo que hizo
en realidad fue echar mano de una mojiganga anterior, de la que pudiera no ser
su autor, sobre la que efectuó algunas correcciones y adiciones. Éstas consisten
fundamentalmente en unos pocos versos al comienzo y algunos más al final, con
los que habría querido acomodar la pieza que cierra el espectáculo al sentido
sacramental del conjunto.
19. Ninguna de las cinco comedias burlescas localizadas puede datarse
con precisión. El hermano de su hermana de Francisco Bernardo de Quirós (15941668) debe de ser una de las más antiguas. Fue publicada en 1656 en el volumen
de Obras de don Francisco Bernardo de Quirós... y Aventuras de don Fruela
(Madrid, Melchor Sánchez-Gabriel de León)23. Se basa en la Segunda parte de las
mocedades del Cid de Guillén de Castro24.
20. El rey don Alfonso el de la mano horadada fue publicada en la
Parte diez y ocho de comedias nuevas escogidas de los mejores ingenios de
España (Madrid, Gregorio Rodríguez, 1662)25. Su autoría es incierta. En las
copias existentes se atribuye a «un ingenio de esta corte». Con frecuencia se
ha adscrito a Luis Vélez de Guevara (1579-1644), aunque también se ha apuntado el nombre de Mira de Amescua. Carlos Mata, su editor moderno, la ha
publicado como anónima, sin entrar en el problema de autoría26. El mismo crítico opina que no tiene como objeto de parodia una obra sola, que en este
caso sería El hijo por engaño, atribuida a Lope de Vega, sino que podrían identificarse más referentes en el Romancero y en el mismo género dramático:
así, La segunda comedia de las mocedades del Cid o El marido de su hermana
de Quirós, a la que considera anterior y origen de las estrechas relaciones
que existen en algunos momentos. En definitiva, «El rey don Alfonso —señala Mata— parodia más bien un tema épico que una sola obra concreta». A
pesar de la procedencia dispar, se trata de una obra bastante coherente y a la
que no le falta gracia, lo que no es frecuente en un subgénero como el burlesco alejado de los gustos del lector moderno y de sus posibilidades de
entender muchas de las referencias.
21. Jerónimo de Cáncer y Velasco (h. 1582-1655) es autor de la comedia burlesca de Las mocedades del Cid, publicada en la Parte treinta y nueve
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de comedias nuevas de los mejores ingenios de España (Madrid, Joseph
Fernández de Buendía-Domingo de Palacio y Villegas, 1673)27. Hay otra edición dentro de la Tercera parte de comedias de D. Agustín Moreto y Cavaña
(Madrid, Antonio de Zafra-Juan Fernández, 1681). Tal atribución no tiene fundamento. En el encabezamiento del impreso de 1673 consta la circunstancia
de que fue exhibida ante los reyes un martes de Carnaval. En efecto, es éste
el marco adecuado para la ejecución de estas obras tan afines a los objetivos
carnavalescos: contrastar el idealismo con el materialismo, rebajar lo alto…
En definitiva, volver el mundo al revés. Es una escritura con tensión permanente al disparate: «comedias de disparates» es una de sus etiquetas alternativas. Lo normal es que se construyan mediante la deformación paródica de
una comedia seria concreta, de la que conser van el título. En este caso el
modelo o la «víctima» del contrafactum ha sido la comedia primera de Las
mocedades del Cid de Guillén de Castro. Todo es rebajado sistemáticamente
hasta conseguir un producto que pretende hacer reír. De resultas de estas
operaciones, el héroe castellano se ha transmutado en un valentón chulesco,
que puede llegar a pedir dinero por vengar a su padre.
22. La comedia burlesca titulada Los condes de Carrión ha llegado
hasta hoy en una copia manuscrita única que se conser va en la Biblioteca
Nacional de Madrid (Ms. 16967) 28. Es de autor desconocido, sin que los editores modernos encuentren suficiente base en los paralelismos que establece con la pieza burlesca de Cáncer para atribuírsela. Tampoco se reconoce la
comedia seria de la que ha podido partir, según es convención del subgénero; la más cercana en materia de las conser vadas es la obra de Francisco
Polo. No obstante, la difusión popular de determinados episodios, como pueden ser los relacionados con sus hijas, a través del romancero, de los dichos
y de recreaciones varias, podría permitir que la obra funcionase sin necesidad de un referente concreto. Si se vuelven al revés los sucesos, aún se acentúa más esta manipulación con los personajes y muy especialmente con el del
protagonista, un Cid viejo, gruñón y celoso.
Hay noticias de más títulos cidianos de los aquí considerados. Algunos
corresponden a piezas perdidas, como la danza representada por la compañía de
Diego Granados en el Corpus madrileño de 1579 titulada La batalla de don Sancho
de León contra sus hermanos29; o el entremés y baile titulado Las hijas del Cid que
se nombra en un documento sevillano de 163630. Otros, como La conquista de
Valencia por el Cid31 o El reto de Zamora32, podrían ser denominaciones alternativas de obras ya conocidas.
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en el Teatro de los Siglos de Oro
LAS COMEDIAS CIDIANAS Y EL DESARROLLO DEL TEATRO BARROCO
El repertorio teatral del Cid demuestra ser a la postre una buena piedra
de toque para apreciar el comportamiento de aspectos sustanciales del teatro
áureo: diferenciación y desarrollo de géneros y subgéneros, evolución de los
temas y motivos, intencionalidad artística e ideológica de las reescrituras, aprovechamiento de fuentes, etc.
La dramaturgia española transformó los personajes, temas y motivos
cidianos por elevación y por rebajamiento. Si, por un lado, fue objeto de los mecanismos alegóricos del auto sacramental que lo aprovecharon para transmitir los
principios de la fe católica con especial énfasis en la exaltación del misterio eucarístico; por otro, Rodrigo de Vivar se convirtió en personaje de predilección de las
comedias de burlas, de chistes, de disparates, a las que las cortes de Felipe IV y
Carlos II fueron tan aficionadas.
Con agudeza, Aurora Egido aprovecha las palabras de Urraca en el arranque de uno de los romances más conocidos –«Afuera, afuera, Rodrigo»— como
expresión del cansancio que los hombres del XVII sentirían ante una figura tan
reiterada33. Señales de esta despedida, o despido, serían los disparates de las
comedias burlescas y las mojigangas, las pullas de los graciosos en las comedias
serias y cómicas, las letrillas, las coplas, etc.
Pero en el corpus superviviente hay otros síntomas más sutiles —y acaso
más reveladores— del desahucio por lo que al campo de la literatura se refiere. A fin
y a cuentas, las burlas son la otra cara de la literatura barroca y a menudo cooperan
con la seriedad de lo que parodian. La válvula jocosa relaja las tensiones de lo serio
y, a la postre, lo hace viable y lo fortalece. La ración de mundo al revés que por
Carnaval consumían los poderosos en sus entornos cortesanos incluía este tipo de
tergiversaciones de lo elevado. Más eficaz forma de desentendimiento es el giro que
en algunas de las obras efectúa el foco con voluntad dejar en la penumbra lo que
había sido el punto de atención central en las historias en las que había participado
el de Vivar para fijarse en los márgenes, donde afloran lances apócrifos tratados con
humor y enredo chocantes con el tono épico y serio que la materia cidiana había
merecido en las otras dramatizaciones, con excepción de las burlescas.
Pienso que éste es el original planteamiento de Lope en Las almenas de
Toro. El Cid, don Sancho, Bellido Dolfos… quedan contendiendo en Zamora,
mientras Lope se aposta en un paraje gallego para dar cuenta de los amores y los
enredos de otros personajes, ya sean históricos, pero manipulados (doña Elvira,
Enrique de Borgoña, don Vela), o inventados (doña Sol).
El autor de Cómo se comunican dos estrellas contrarias entendió el juego
y decidió prolongar aún más el desplazamiento del foco hacia las afueras de la historia tradicional y acentuar el contraste con la gravedad del tratamiento original
hasta conseguir casi una comedia cómica palatina. El Cid en esta obra ya no es
aquí ni siquiera ese personaje de escaso papel y prestigio de la comedia de Lope,
que Menéndez Pelayo acusó: de su figura ausente sobre el tablado tan solo nos
llega el eco de alguna mención rápida.
De ese cambio de punto de atención y de tono también hay otras muestras en las obras del ciclo. Es evidente en las compuestas por Matos Fragoso y
Diamante. En ellas el Cid heroico también queda desenfocado en un segundo
plano, mientras el objetivo se centra en lances amorosos más propios de las comedias de enredo que de las heroicas.
A la postre, la materia cidiana ha servido para experimentar teatralmente
y ha mostrado con su evolución los aspectos polifónicos que conforman la época
barroca, su propensión a la variedad y a la variación. Y, de paso, se ha ofrecido
como palestra ideal para la competición entre dramaturgos dispuestos a mostrar
su capacidad de superar al contrario.
Aunque variados en enfoques y tonos, los restos de aquella cidemanía
muestran su sostenimiento a lo largo de toda la trayectoria del teatro del XVII. Sus
secuelas continuaron hasta el siglo XIX, con la representación y reimpresión de
algunas de las piezas ya en su estado originario ya refundidas34. Por otra parte, la
conexión Mocedades – Le Cid hizo que el personaje franqueara las fronteras.
Algunas de las piezas barrocas todavía siguen con posibilidades de atraer a públicos más allá de los historiadores, críticos literarios, lingüistas, que se afanan en
analizar y explicar el pasado. Obras como Las almenas de Toro y, sobre todo, Las
mocedades del Cid se siguen editando y llevando a los escenarios. Otras quizá
merecerían mejor suerte, pero los problemas de control bibliográfico y de disponibilidad de copias rigurosas las han escamoteado a los lectores curiosos y a los
hombres de teatro.
Porque la vida aletargada durante siglos en los versos de aquellos textos
es aún capaz de despertar y de renovar su energía. Y no es hablar por hablar.
Entre las sorpresas deparadas por las indagaciones sobre el Cid teatral áureo que
han dado lugar a estas páginas, cuenta especialmente la noticia de que el tercer
acto de Los tres blasones de España, de Antonio Coello y Francisco de Rojas
Zorrilla —una de las comedias que no habían contado en su corpus hasta la fecha,
pese al indiscutible protagonismo que el Campeador tiene en esa jornada— ha
supuesto la base de un espectáculo nocturno titulado La gruta mágica, que, con
el patrocinio del Ayuntamiento y la intervención de más de doscientas personas,
se ha representado en la plaza de la Catedral de Calahorra en los meses de agosto de 2003 y 2004.
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1 A. Hämel, «Der Cid im Spanischen Drama des XVI und XVII Jahrhunderts», Beihefte zur Zeitschrift
für Romanische Philologie, XXV (1910), pp. 1-169. M. Teresa Julio Jiménez, «La mitologización del
Cid en el teatro español», en Actas del XIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas.
Madrid, 6-11 de julio de 1998, ed. F. Sevilla y C. Alvar, Madrid, Castalia, 2000, vol. IV, pp. 134-44.
Deben destacarse los trabajos de Aurora Egido: «Mito, géneros y estilo: el Cid barroco», Boletín de
la Real Academia Española, LIX (1979), pp. 499-527; «Estudio preliminar: Postrimerías del Cid», en
en el Teatro de los Siglos de Oro
9 Hay ejemplares en la Biblioteca Nacional: R/14698, R/9522 (1), R/18042.
10 Un buen análisis de la trayectoria previa de la leyenda y del manejo de las fuentes puede verse en
S. Arata, ed. cit., pp. XXXV-LI.
11 Es la teoría de Russee P. Sebold, «Un David español, o Galán divino, el Cid contrarreformista de
Guillén de Castro, Las mocedades del Cid. Edición de Stefano Arata. Estudio preliminar de Aurora
Guillén de Castro», en Homenaje a John M. Hill (in memoriam), Valencia, Indiana University, 1968,
Egido, Barcelona, Crítica (Biblioteca Clásica, nº 59), 1996, pp. VII-XXVII.
pp. 217-242.
2 Op. cit. [1996], p. XI.
12 Ver Alberto Montaner, Política, historia y drama en el cerco de Zamora. La comedia segunda de las
Mocedades del Cid de Guillén de Castro, Zaragoza, Universidad, 1989.
3 Es edición rarísima de la que se conserva un único ejemplar en la Biblioteca Nacional de Viena
(395562-B CP. ID. 63). Véase A. Hämel, «Sobre la primera edición de las obras dramáticas de Juan
13 Ver T. E. Case, A critical and annotated edition of Lope de Vega=s Las almenas de Toro, Chapel Hill,
de la Cueva», Revista de Filología Española, X (1923), pp. 182-183. Hay una segunda edición con
The University of North Carolina Press, 1971; y S. Gilman, *Las almenas de Toro: Poesía e
algunos añadidos y correcciones sin apenas relevancia: Sevilla, Juan de León, 1588. De la edicio-
Historia+, en S. Gilman, Del Arcipreste de Hita a Pedro Salinas, Salamanca, Universidad de
nes modernas debe destacarse por su cuidado textual y sus estudio la de Juan Matas Caballero,
Salamanca, 2002, pp. 289-300.
junto con la de El infamador: León, Universidad, 1997.
4 Ésta es la opinión de Stefano Arata, op. cit., p. XLIV.
14 Ver Germán Vega, «Imitar, emular, renovar en la comedia nueva: Cómo se comunican dos estrellas
contrarias, reescritura ”calderoniana” de Las almenas de Toro», Anuario de Lope de Vega, 11[en
prensa]. El mismo autor se encarga de la edición crítica de la comedia, que aparecerá en breve.
5 Hay edición moderna en Obras de Lope de Vega publicadas por la Real Academia Española (Nueva
edición), vol. XI, Madrid, 1929, pp. 37-65. En la introducción de J. García Soriano, su editor, deja
abierta la posibilidad de que se trate de una obra del joven Lope, escrita en Valencia hacia 1588, si
bien se advierte de las señales de rechazo del propio escritor (pp. IX-XI). S. G. Morley y C.
Bruerton concluyen su análisis apuntando que «no hay nada en la estructura de la versificación que
vaya contra el que esta comedia sea de Lope de 1597-1603» (Cronología de las comedias de Lope de
Vega. Versión española de M. R. Cartes, Madrid, Gredos, 1968, pp. 476-77).
6 En la Biblioteca Nacional de Madrid hay una copia manuscrita del siglo XIX hecha por Agustín
Durán a partir del ejemplar de una suelta del XVII que perteneció a Justo de Sancha (Ms 15979).
Éste ha servido de base para la edición de E. Cotarelo en Comedias de Tirso de Molina, vol. II,
Madrid, Bailly-Baillière e Hijos, 1907 (Nueva Biblioteca de Autores Españoles), pp. 416-437.
15 Hay ejemplar de este volumen en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid: XIX-2012.
16 A. Mira de Amescua, Teatro completo, vol. II. Edición coordinada por A. de la Granja, Granada,
Universidad de Granada-Diputación de Granada, 1999, pp.19-126.
17 Hay ejemplares de este volumen en la Biblioteca Nacional de Madrid: Ti-64 y U-9900.
18 Los ejemplares de la Biblioteca Nacional llevan las signaturas R/22683, R/22725, T-i./16(XXX) y Ti./119(XXX).
19 Hay ejemplares en la Biblioteca Nacional: R/30812 y T/9812
7 E. Cotarelo, su editor, no se pronuncia en ningún sentido al respecto (op. cit., p. XIII). Una edición
20 Los ejemplares de la Biblioteca Nacional de Madrid tienen las signaturas T-i./119(XI), T-i./16(XI)
de la comedia fue presentada en la Universidad de Vanderbilt como tesis doctoral por Beverly
y R/22664. Fue publicada por Ramón de Mesonero Romanos en Dramáticos posteriores a Lope de
Purbes, que rechaza la autoría de Tirso (en V. G. Williamsen y W. Poesse, An Annotated, Analytical
Vega. Madrid, Rivadeneyra (BAE 49), 1859, t. II, pp. 43-58.
Bibliography of Tirso de Molina Studies, 1627-1977, Columbia & London, University of Missouri
Press, 1979, nº 969).
21 Hay ejemplares en la Biblioteca Nacional: R/11374, R/30832, T/2591, T/9819, T/10794 y T/15039-5.
8 Ver ed. cit. en la nota 1.
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El Cid en el teatro del Siglo de Oro español
en el Teatro de los Siglos de Oro
22 Hay ejemplar en la Biblioteca Nacional de Madrid: R/22676.
Nacional: Ms. 15496), dice que fue copiada en Valladolid en 1784. De autores identificados hay
23 Los ejemplares de la Biblioteca Nacional tienen las signaturas 2/41547 y R/5357.
manuscrito de la Biblioteca Nacional (Ms. 15880), y la de José de Concha, La diadema en tres her-
otras dos obras: la de Manuel Fermín de Laviano, La afrenta del Cid vengada, conservada en un
manos el mayor el más tirano y la hermana más amante: primera parte del Cid. Se publicó en una
24 Hay edición moderna: Dos comedias burlescas del Siglo de Oro: El comendador de Ocaña, anónima,
suelta con colofón de la librería barcelonesa de Gibert y Tutó, de la que hay ejemplar en la
El hermano de su hermana, de Francisco Bernardo de Quirós, Ed. de I. Arellano y C. Mata, Kassel,
Biblioteca Nacional: T/55346-4. De 1803, hay una edición de la traducción de El Cid de Pierre
Reichenberger, 2000.
Corneille, llevada a cabo por Tomás García Suelto, que fue representada ese mismo año en el teatro de los Caños del Peral. Hay ejemplar en la Biblioteca de Menéndez Pelayo de Santander
25 Hay ejemplares en la Biblioteca Nacional: R/22671, T-i./16(XVIII), T-i./119(XVIII). También se
han localizado distintas sueltas sin datos de imprenta o con pies de Madrid, Teresa de Guzmán, y
Sevilla, Imprenta de la Universidad.
(33.337).
35 Desde 2001 hasta la fecha se vienen representando diferentes espectáculos a partir de cada una
de las jornadas de Los tres blasones de España: el de la primera con el título de El sitio de
26 El rey don Alfonso el de la mano horadada. Ed. de Carlos Mata Induráin, Pamplona-Frankfurt am
Calahorra y el de la segunda con el de El martirio de los santos. Ver más información en el apartado «Tres blasones» http://www.ayto-calahorra.es
Main-Madrid, Universidad de Pamplona-Vervuert-Iberoamericana, 1998.
27 Ejemplares de la Biblioteca Nacional de Madrid: R/22692, T-i./16(XXXIX) y T-i./119(XXXIX). Hay
edición moderna: Comedias burlescas del Siglo de Oro. T. IV. Ed. de Alberto Rodríguez, PamplonaMadrid-Frankfurt am Main, Universidad de Navarra, Iberoamericana, Vervuert, 2003, pp. 29 y 123.
28 Hay edición moderna: Comedias burlescas del Siglo de Oro. T. V. Ed. del Griso, dirigida por I.
Arellano,
Pamplona-Frankfurt
am
Main-Madrid,
Universidad
de
Pamplona-Ver vuert-
Iberoamericana, 2004, pp. 21y ss.
20 Citada por Mercedes Agulló y Cobo, «Documentos sobre el teatro español del Siglo de Oro»,
SegismundoX, 19-20 (1974), p. 76.
30 Véase José Sánchez-Arjona, Noticias referentes a los anales del teatro en Sevilla desde Lope de Rueda
hasta fines del siglo XVII, Sevilla, 1898. Ed. facsímil de Piedad Bolaños Donoso y Mercedes de los
Reyes Peña, Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, 1994, p. 313.
31 Héctor Urzáiz, Catálogo de autores teatrales del siglo XVII (Madrid, Fundación Universitaria
Española, 2002, vol. II, p. 627) recoge las diferentes menciones que se hacen a este título.
32 Ibídem, vol. I, p. 117.
33 A. Egido, op. cit. [1996], p. XX.
34 Con los títulos de Las mocedades del Cid y las bodas de Jimena hay una refundición de la primera
comedia de Guillén de Castro, conservada en un manuscrito de la Biblioteca Nacional (Ms 18077).
La producción original de textos cidianos es escasa en el siglo XVIII. Existe una tragedia en tres
actos anónima, titulada Don Rodrigo de Vivar. En el único manuscrito localizado (Biblioteca
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El Cid
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