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EL CID HISTORIA Y MITO DE UN SEÑOR DE LA GUERRA EL CID HISTORIA Y MITO DE UN SEÑOR DE LA GUERRA David Porrinas González Prólogo de Francisco García Fitz CUARTA EDICIÓN El Cid Porrinas, David El Cid / Porrinas, David Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2020. – 432 p., 8 de lám. : il. ; 23,5 cm – (Historia Medieval) – 4.ª ed. ISBN: 978-84-121053-7-7 94(460).02 355.422 321.17 EL CID Historia y mito de un señor de la guerra David Porrinas © de esta edición: El Cid Desperta Ferro Ediciones SLNE Paseo del Prado, 12 - 1.º derecha 28014 Madrid www.despertaferro-ediciones.com ISBN: 978-84-121053-7-7 Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández Documentación: Alberto Pérez Rubio Cartografía: © Desperta Ferro Ediciones / Carlos de la Rocha Ilustraciones: Todas las imágenes son de dominio público, excepto página 4 del pliego a color © Eduardo Kavanagh; y páginas 61, 147, 164, 219, 262 y 274 © Inés Monteira. Coordinación editorial: Mónica Santos del Hierro Producción del ebook: booqlab.com Primera edición: diciembre 2019 Segunda edición: enero 2020 Tercera edición: enero 2020 Cuarta edición: febrero 2020 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados © 2020 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes. A Diego, Laura y Ana, por quererme así. Índice Agradecimientos Prólogo Introducción Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 El siglo XI: el siglo del Cid Los primeros años de Rodrigo Díaz El primer destierro, comandante mercenario al servicio de Zaragoza Protector y gobernante virtual de Valencia Señor de la guerra independiente en torno a Valencia La conquista de Valencia Hacia la consolidación de un principado El Cid después de Rodrigo el Campeador: la imagen mutante de un mito viviente Anexo: Fuentes para el estudio del Cid histórico Bibliografía Agradecimientos L a elaboración de este libro no hubiera sido posible sin la ayuda que he recibido de compañeros, amigos y familiares. Por tanto, es de justicia exponer, aun de manera breve, esas deudas contraídas. Debo agradecer, en primer lugar, a mi maestro, el profesor Francisco García Fitz, por introducirme en el estudio del Cid en el año de 1999, ya un tanto lejano. Le doy las gracias por todos estos años de magisterio y amistad y por haber accedido a escribir el prólogo. Mi más sincera gratitud al grupo humano y profesional de la editorial Desperta Ferro Ediciones. A ellos les debo la oportunidad brindada, su ilusión y dedicación constantes y el magnífico aparato crítico que ilustra las páginas de esta obra. Gracias a Carlos de la Rocha por sus fantásticos mapas, a Mónica Santos por Agradecido, la revisión de igualmente, estilo, al resto índices, de bibliografía trabajadores de y la otras tareas editorial, varias. que han dedicado parte de su tiempo a mejorar mi trabajo. Quisiera destacar de manera especial a Alberto Pérez Rubio y agradecer su confianza, entusiasmo y esfuerzo continuos, su ilusión y cariño. No proyecto puedo de dejar de investigación mencionar Violencia aquí a religiosa guerra, discurso apologético y relato historiográ mis en compañeros la Edad y amigos Media co (ss. X-XV), n.º del peninsular: HAR2016- 74968-P, del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia. Subprograma Estatal de Generación de Conocimiento de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación. Agradecimientos especiales para los profesores Carlos de Ayala Martínez y J. Santiago Palacios Ontalva, de la Universidad Autónoma de Madrid, por darme la oportunidad de seguir investigando acerca del Cid Campeador y compartir resultados con los miembros de este y otros proyectos en los que me integraron. Gracias a Óscar Martín, Alberto Montaner Frutos y Alfonso Boix Jovani, pozos de sabiduría cidiana, por haber tenido a bien despejarme dudas, responderme correos y por su afecto en la distancia. A Inés Monteira Arias y a Cristina Párbole Martín por las imágenes románicas que me regalaron. Huelga decir que ninguno de los hasta aquí mencionados es responsable de posibles errores que puedan hallar en estas páginas, ya que esa responsabilidad recae, únicamente, en quien escribe. Agradecido igualmente a mis amigos y compañeros del Área de Ciencias Sociales, Departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales, Lengua y Literatura de la Universidad de Extremadura, sobre todo a Juan Luis de la Montaña Conchiña y a Francisco Rodríguez Jiménez, por su aliento, amistad y por los buenos momentos vividos. A mis alumnas y alumnos de la facultad por darme la oportunidad de seguir aprendiendo. A los lectores, por acercarse a estas páginas. Gracias también a mis familiares por su ánimo y aprecio. A mis padres y a mis hermanos, a mis suegros y cuñados. Debo agradecer de manera especial a mis hijos y a mi mujer su estímulo continuo, su amor incondicional y el haber soportado, comprendido y respetado mis «destierros» ante el ordenador. A estos últimos, a Diego, Laura y Ana, va dedicado este libro. Prólogo «Si fuiste o consentiste en la muerte de tu hermano». El redactor de las líneas que sirven de prólogo a la historia que el lector tiene entre sus manos no ha podido olvidar, a pesar de los muchos años transcurridos, aquel romance cidiano que hubo de aprender de memoria en la escuela: En Santa Águeda de Burgos, do juran los hijosdalgo, le tomaban jura a Alfonso, por la muerte de su hermano. Tomábasela el buen Cid, ese buen Cid castellano La contundencia de aquellas frases, reforzadas, a su vez, por la grandeza del héroe que perfila y exalta el Cantar de mio Cid, condicionó durante décadas la imagen que de Rodrigo Díaz tuvo este prologuista. Tardó mucho tiempo en descubrir que el héroe no era el personaje histórico y que nunca hubo juras en Santa Gadea. Seguramente, no es una cuestión personal, ni siquiera generacional: la fortaleza de la leyenda y del mito se impusieron, desde poco tiempo después de la muerte de Rodrigo, sobre los rasgos y las actuaciones del personaje histórico. Revertir esta realidad tal vez sea una obligación del historiador, que dispone de algunas armas, pero no muchas, para hacerlo. Ciertamente, hay fuentes fidedignas, como la Historia Roderici o los relatos de Ibn Alqama, y centenares de estudios que permiten crear el contexto en el que se desarrolló su vida, pero las zonas de penumbra siguen siendo amplísimas. Conociendo estas limitaciones, David Porrinas se ha propuesto aportar su propio esfuerzo a los de quienes le han precedido en este auténtico reto: aquí el lector no encontrará al héroe del Cantar , ni a un personaje de ficción, ni a un símbolo nacional. Se topará, por el contrario, con un ser de carne y hueso, con un producto social de su propio tiempo y coyuntura. Pero, al mismo tiempo, el lector tendrá la oportunidad de conocer, en cada momento, las incertidumbres y límites que rodean al trabajo del historiador y, con ello, las del conocimiento histórico que es capaz de generar: una y otra vez leerá en este libro que las interpretaciones acerca de tal o cual hecho son contradictorias, que no sabemos, que desconocemos, que no estamos seguros, que esta o aquella noticia solo está recogida en fuentes tardías y poco fiables. Son las arenas movedizas por las que transcurre una investigación honesta: se hacen preguntas que no tienen respuestas o que, de tenerlas, son extremadamente prudentes y advirtiendo siempre al lector de las insuficiencias de nuestras fuentes y de los límites del conocimiento histórico en torno a la figura del Cid. No obstante, el resultado no defrauda, al menos para quien esté interesado en la historia: hasta donde se puede reconstruir, se ofrece la biografía y el perfil social de un hombre y del grupo de guerreros que lo acompañaban en las fronteras de un mundo en expansión, el occidental, pero en el marco específico y fascinante del siglo XI ibérico, un panorama en ebullición en el que intervienen núcleos políticos del norte en plena fase de crecimiento, un alÁndalus fragmentado y enfrentado en reinos de taifas y un imperio bereber dispuesto a detener a los primeros y a unificar a los segundos. El magma político resultante es un escenario marcado por la violencia en el que, de una parte, la confrontación armada y, de otra, la relación política entre los protagonistas, que muchas veces no es sino la consecuencia de una extorsión militar que se concreta en la exigencia de parias, determinan las formas de actuación de todos. Es en este contexto, en unas fronteras tan violentas como fluctuantes, donde personajes como el Cid encuentran un nicho propicio para su desarrollo: guerreros capaces de conformar y liderar su propia mesnada, que actúan ya al servicio de unos y de otros, cristianos o musulmanes, según la coyuntura o la conveniencia, ya por cuenta propia o en persecución de sus intereses particulares. El autor nos desgrana, a lo largo de los capítulos, los principales jalones de su biografía, desde sus orígenes familiares y su infancia o adolescencia hasta el momento culmen consolida en de Valencia, su trayectoria convertida militar en un y política, señorío cuando personal. entra Entre y se aquellos primeros remotos momentos burgaleses de su vida y sus últimas vicisitudes levantinas se van sucediendo éxitos y fracasos, exilios, frustraciones y victorias: sus primeras acciones de armas junto con Sancho II de Castilla en las batallas de Llantada y Golpejera o en el asedio de Zamora; los servicios prestados a Alfonso VI como cobrador de parias en la taifa de Sevilla y el consiguiente enfrentamiento campal con el conde García Ordóñez en Cabra; el primer destierro en Zaragoza, donde actuaría con eficiencia como mercenario del rey de aquella taifa, aprendiendo los complicados entresijos políticos de la frontera del Ebro, enfrentándose al gobernante musulmán de Lérida y derrotando al rey de Aragón y al conde de Barcelona en Almenar y en Morella; testigo distante de la conquista de Toledo, de la llegada de los almorávides y de la derrota castellana en Zalaqa; «protector» de la taifa valenciana en nombre de Alfonso VI, teniendo entonces la oportunidad de conocer de primera mano la realidad levantina y de comprender las posibilidades de actuación política y militar que se le abrían en aquella zona para comenzar a desarrollar su propio papel como señor de la frontera, como autónomo señor de la guerra; la frustrada campaña de Aledo, la ira regia y el segundo destierro en tierras valencianas, convertidas ahora de manera definitiva no solo en el sustento de su mesnada –a través de la extorsión, el botín y las parias–, sino también en su gran objetivo político y militar, para lo cual hubo de enfrentarse al resto de los actores con intereses en la zona, desde Castilla a Zaragoza o Lérida, a cuyo servicio estaba el conde de Barcelona, que, otra vez, fue derrotado por el Cid en el pinar de Tévar; el asedio y conquista de la ciudad de Valencia y su posterior defensa frente a la presión almorávide, a los que derrotó en Cuarte y en Bairén. Sus acciones son tantas y tan significadas que, además de crear un mito que acabó devorando al personaje histórico, ha dado material suficiente a novelistas, cineastas, pintores o propagandistas para la elaboración de sus fácil los propias creaciones. Por ello, es necesario insistir en que no lo han tenido historiadores a la hora de discernir entre lo legendario o lo literario de la figura que fue de carne intentándolo, y desde hueso. el Toda magno una esfuerzo serie de de investigadores Menéndez Pidal ha hasta venido los más recientes de Fletcher, Martínez Díez, Peña Pérez, Montaner Frutos, Boix Jovaní o nosotros mismos. La lista es más larga, pero el autor de la obra que el lector tiene en décadas, sus al manos, que conocimiento también y ha contribuido, contextualización del desde Cid hace ya histórico casi en dos otras publicaciones académicas, nos ofrece un relato sintético, accesible a un público amplio, pero no por ello menos académicamente riguroso. Francisco García Fitz Catedrático de Historia Medieval Universidad de Extremadura Introducción E l libro que tienen en sus manos es el producto de casi veinte años de trabajo, de estudio, reflexión, de horas dedicadas a conocer y desentrañar a Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. Esa tarea, a veces ingrata, otras gratificante, me ha hecho comprender que nunca estará todo dicho acerca de este fascinante personaje de la historia de España, de Europa e incluso del mundo. Desde su misma existencia han discurrido, y siguen fluyendo, caudalosos ríos de tinta, imágenes, discursos en torno a él. Nunca estará cerrado, nunca amortizado, porque cada época, cada momento y cada acercamiento seguirá contemplándolo con nuevos y distintos ojos. Por ello, debo confesar que estoy absolutamente convencido de que este no va a ser el último libro que se escriba de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. De hecho, no sería ni conveniente ni deseable, porque un personaje de tal potencia debe seguir siendo estudiado y analizado, indagado y comprendido, desde todas las ópticas posibles, desde todas las inquietudes y sensibilidades que pueda haber. Esta obra es producto de una más de esas múltiples sensibilidades que han contemplado a un protagonista de una parte de la amplia historia de España, europea y mundial. Una más. Y, por tanto, no pretende para nada ser exclusiva ni hegemónica, sino tan solo una más, la de un autor que ha gozado estudiando lo que ha terminado por convertirse en una pasión. Porque Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, tiene un magnetismo que atrapa, un «algo» que seduce. Si así no fuese, no se habrían producido tantos «cides» diferentes desde, prácticamente, el fin de su existencia física hasta hoy. Pocos personajes históricos han generado tantas y tan dispares opiniones y versiones, tantas representaciones, debates y polémicas, admiraciones y aversiones, manipulaciones y malentendidos. Y, si eso es así, me he preguntado siempre, es por algo aunque, he de confesar, aún no he conseguido dar con la respuesta, y puede que nunca lo logre. Porque hay fenómenos que, simple y llanamente, son imposibles de comprender y mucho menos de explicar. El libro que aquí se presenta nace del estudio de la guerra y de la caballería en los siglos centrales de la Edad Media castellana y leonesa, temática que analicé en mi tesis doctoral. Mientras elaboraba esa investigación, prolongada y un tanto ardua, estudiaba también al Cid desde el punto de vista académico, con el oficio y la metodología del historiador. De hecho, mis primeras publicaciones y participaciones en congresos científicos versaron en torno a la temática cidiana, muy vinculada a esas otras materias más amplias en las que me encontraba trabajando. Ni que decir tiene que Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, aportó mucha luz a ese trabajo más extenso. Es por ello que esta obra presta una atención especial a todo lo relacionado con el mundo de la guerra y la caballería que envolvió a Rodrigo Díaz. Porque el Cid que ustedes van a encontrar en las páginas siguientes es, en primer lugar, un guerrero, comandante de tropas al tiempo que combatiente, personaje histórico fundamentalmente, de a la la segunda actividad mitad bélica, del excepcional siglo y XI dedicado, original en varios sentidos, pero, en el fondo, hijo de su propio tiempo. A presentar ese escenario de finales del complejo y convulso siglo XI está dedicado el primer capítulo. Porque Rodrigo Díaz no puede entenderse sin que se le sitúe en el marco de la península ibérica, la Europa y el Mediterráneo de ese momento. Un punto de inflexión para la historia europea de la segunda mitad del siglo XI que generó otros individuos caballeros que normandos guardan similitudes aventureros que con Rodrigo conquistaron Díaz, en especial territorios que transformaron en señoríos en el sur de la península itálica y Sicilia. Rodrigo Díaz es un producto de la tna, la guerra civil surgida tras la disolución del califato de Córdoba y su fragmentación en múltiples reinos de taifas. Solo en ese contexto convulso de violencia y confusión es donde un oportunista como él podía desarrollarse y lograr el éxito. Aquel mundo fragmentado y enfrentado era terreno abonado para un aventurero, un señor de la guerra que supo moverse con habilidad en las fronteras, entonces difusas, entre islam y cristiandad. Es muy poco lo que sabemos de sus primeros años de vida, de su infancia y adolescencia. Los pocos restos que de esas etapas vitales nos han llegado pueden ayudarnos a componer un cuadro un tanto impresionista y borroso que va adquiriendo definición y colorido a medida que los años avanzan. A esos años juveniles dedicamos el segundo capítulo del libro, para adentrarnos, en el siguiente, en los de su primer destierro, aquellos que le permitieron integrarse de pleno en la realidad islámica de un reino de taifas. No puede entenderse la evolución posterior de Rodrigo Díaz sin ese tiempo de servicio militar y diplomático a los príncipes de Zaragoza, periodo en el que tuvo la ocasión de articular, entrenar y comandar a un ejército híbrido de cristianos y musulmanes. Un tipo de hueste combinada que se convirtió desde entonces en el principal soporte de Rodrigo Díaz, en el resorte esencial primera de su mano participar, de poder. las Aquellos complejas alguna forma, años formativos interioridades en su le de gobierno, permitieron un reino como conocer taifa así responsable de como de la organización militar en aquel principado. Tras los años de exilio retorna a Castilla durante un breve lapso, porque es en su tierra de origen, precisamente, donde Rodrigo Díaz pasó menos tiempo a lo largo de su vida. El perdón del rey lo llevó a Valencia, a actuar allí como un agente del emperador Alfonso VI, árbitro en las relaciones políticas en la Península de aquel tiempo, articulador de un orden basado en la extorsión, la fuerza militar y el cobro de parias. Rodrigo practicó, a pequeña escala, ese modelo de dominio basado en la presión bélica y en el drenaje de dinero hacia sus arcas. A esas cuestiones, siguiendo la lógica secuencia temporal de acontecimientos, se dedica el cuarto capítulo, para encontrar a Rodrigo de nuevo desterrado en el siguiente. En él descubriremos a un Campeador tan hibridado como independiente la que hueste aglutina que las comandaba, nociones a un políticas, señor de jurídicas, la guerra económicas, diplomáticas y militares de los dos mundos en los que había habitado, el cristiano y el musulmán. Durante ese periodo, centró sus energías en el dominio de Valencia y, para conseguirlo, se enfrentó, de nuevo, a enemigos cristianos y musulmanes y neutralizó a adversarios de distinta naturaleza, lo que le permitió ampliar y consolidar un señorío virtual en torno a la ciudad del Turia, cuyo control vio seriamente comprometido por la irrupción de los almorávides en la región. A partir de ese hecho, Rodrigo inició una fase de intenso hostigamiento a la capital de la taifa valenciana sin más recursos que los que él mismo pudo conseguir, por lo que se vio obligado, en numerosas ocasiones, a la improvisación, a una continua reinvención y readaptación a circunstancias cambiantes. Porque el avance almorávide modificó y alteró un statu quo peninsular que Alfonso VI había implantado durante años en la Península y Rodrigo Díaz en la taifa de Valencia. Esa coyuntura de cambios en las relaciones entre cristianos y musulmanes coincidió con los años más activos e intensos del Campeador. En el capítulo sexto, Rodrigo se entrega a la tarea de conquistar Valencia, para lo que se valió de todas las armas, físicas y psicológicas, que tuvo a su alcance o que él mismo supo concebir. Ese prolongado y complejo asedio, algunos de cuyos detalles conocemos gracias a un cronista musulmán que vivió en aquellos días, colocó al guerrero castellano ante distintos retos, ante diferentes exigencias. Y es que pocos asedios del periodo fueron tan narrados de manera tan detallada como al que sometió a la ciudad del Turia Rodrigo Díaz, en el que se dieron distintas fases, así como diferentes grados de intensidad y presión militar, donde los ataques directos se alternaron con la impermeabilización total a los sitiados, la transformación de algunos arrabales en mercados prósperos, el empleo de la insurgencia y la contrainsurgencia, del terror y la brutalidad y la negociación y los pactos. Gracias a la combinación de distintas tácticas, que configuraron una estrategia global cidiana, Rodrigo consiguió que la ciudad codiciada se le entregase en junio de 1094. En el siguiente capítulo se estudia a un Rodrigo que no hizo otra cosa que trabajar para consolidar su poder en la ciudad conquistada y eliminar cualquier obstáculo que se interpusiera entre él y su objetivo. Comenzó una política represiva encaminada a neutralizar posibles elementos insurgentes y ordenó la ejecución del gobernante a quien se había comprometido a mantener en el trono y proteger, desarmó a la población potencialmente peligrosa y aumentó la presión fiscal sobre sus gobernados. Todo ello, lo hizo plegándose y adaptándose a las estructuras jurídicas, económicas y tributarias islámicas preexistentes, gobernando más a la manera de un rey de taifas musulmán que como un príncipe cristiano feudal. No podía ser de otra manera, pues el Campeador carecía de los recursos demográficos necesarios para consolidar su conquista y se vio obligado a amoldarse a un sistema que conocía bien por haberlo ya explotado con anterioridad, mientras era protector de la ciudad en nombre de Alfonso VI. Con todo, nos encontramos ante el primer rey de taifas cristiano, ante el primer señor cristiano que gobierna un señorío, salvo por meras cuestiones externas, como pragmatismo un musulmán, prosaico y una lo que da capacidad muestra, de una adaptación vez que más, de un siempre le caracterizaron. En el transcurso de esos primeros años de gobierno valenciano no dejó de sentir la presión de unos almorávides que ya habían controlado la mitad sur peninsular y cuyo líder supremo, Yúsuf ibn Tašufín, «Príncipe de los Creyentes», había marcado la recuperación de Valencia como uno de sus objetivos prioritarios. La contención de los norteafricanos constituyó todo un reto para el nuevo gobernante de Valencia, una tarea a la que tuvo que consagrar todas sus energías. Pocos meses después de haber conquistado la ciudad, fue asediado con los suyos y debió solucionar la situación como mejor sabía hacer, con muestras, una vez más, de ingenio militar, valentía, astucia y aprovechamiento de recursos tácticos y psicológicos. Logró estrechar alianzas con distintos poderes, cristianos y musulmanes, que rodeaban a su principado, pues no se conformó con lo ganado, sino que intentó ir más allá al hacerse con el control de otras posiciones importantes que dieron cuerpo a ese señorío valenciano. Junto con uno de esos aliados, el rey Pedro I de Aragón, se enfrentó, de nuevo, a los almorávides en una gran batalla campal en la que consiguió, una vez más, imponerse al enemigo. Tres años después de la conquista recibió el mayor golpe que le propinó la vida, la muerte de su único hijo varón, Diego Ruiz, el cual cayó en una batalla contra los almorávides, un enemigo al que solo Rodrigo pudo derrotar en campo abierto en el intervalo de unos veinte años. La desaparición de su heredero condicionó las estrategias del Campeador, pues se vio obligado a dar un giro a su orientación política, que empezó, desde entonces, una cristianización del territorio conquistado que, hasta ese momento, había ido aplazando. En esa nueva política cidiana, tendente, tal vez, a estrechar alianzas con un papado que había iniciado las cruzadas, desempeñó un rol destacado el obispo cluniacense Jerónimo de Perigord. Tan solo un año después de convertir la mezquita de Valencia en catedral, y de haber llevado a cabo su última conquista, la de Murviedro (Sagunto), Rodrigo falleció en Valencia por causas naturales, o quizá por el agotamiento que había provocado una vida errante consagrada al ejercicio de la guerra, en la que había sido herido de gravedad, al menos, en dos ocasiones. Jimena fue, desde entonces, la encargada de preservar el principado de Valencia, pero estaba demasiado sola en tal empresa y solo resistió tres años durante los cuales hizo todo cuanto estuvo en sus manos para, al menos, trazar caminos que llevaran en el futuro a los suyos a la recuperación de lo que se perdió sin remedio. En julio de 1099, Rodrigo Díaz, el hombre, murió en Valencia. Aunque muy poco tiempo después nació el mito de Mio Cid Campeador, que inició, desde entonces, un proceso complejo y apasionante, el de la transformación continua del hombre en leyenda, el de la eterna reinterpretación de un mito vigente. Y es que apenas cincuenta años después de su muerte aparecieron las primeras referencias a un «Mio Cid» que cuajó, décadas más tarde, en la obra cumbre de la literatura medieval castellana, el Cantar de mio Cid. Juglares, trovadores y cronistas no hicieron sino dar forma a una leyenda mutante, de tal manera que, a partir de entonces, cada siglo contó con su propio Cid Campeador, cada época alumbró a un nuevo héroe, reflejo de las inquietudes y visiones de cada momento. A ese proceso de transformación continua, reinterpretación y mutación que empezó en el siglo XII y que se prolongó hasta la actualidad, se consagra el último capítulo de este libro. En él, el lector podrá conocer a muchos cides distintos, al de la épica y la juventud deformada, al de la leyenda y el romance, a un cid caballeresco y teatral, a un personaje satirizado, o contemplado como torero, al referente de las esencias patrias, al de la gran pantalla, el de los libros de texto, panfletos, poemas, novelas, dibujos animados, incluso algún videojuego… Amado y odiado, sublimado y condenado, admirado y criticado, distorsionado por unos y otros, el Cid ha suscitado amores y odios, debates, polémicas y un amplio abanico de visiones literarias, artísticas y las generadas por la denominada cultura popular, que siguen manifestándose en nuestra más inmediata actualidad. Y es que Rodrigo, el Cid Campeador, aún hoy sigue siendo un personaje que atrae, que genera interés, como demuestra el éxito editorial de la novela de Arturo Pérez-Reverte basada en su figura, o la expectación que ha generado el rodaje de una serie que se estrenará con la nueva década en una poderosa plataforma audiovisual. Mas ¿a qué se debe tanto interés secular y actual en el guerrero de Vivar? Tal vez sea, en parte, por la propia trayectoria vital del hombre de carne y hueso, al líder militar y caballero despojado de vestimentas legendarias, al señor de la guerra de la segunda mitad del siglo XI. Pues fue el propio Rodrigo Díaz, conocido en vida como Campeador , no sabemos si también como Sidi , quien sentó las bases para transformarse en leyenda y mito. En este libro hemos pretendido penetrar en esa existencia histórica y analizar el recorrido vital de un combatiente y señor de la guerra que, en varios sentidos, se nos muestra como alguien excepcional que aglutina una serie de interesantes cualidades y características que lo llevaron a alcanzar el éxito en su tiempo y en los venideros. Hasta ahora, no se había abordado el estudio sistemático de la vertiente militar de Rodrigo Díaz, salvo en trabajos más breves como el publicado por Francisco García Fitz1 y en otros desarrollados por quien aquí escribe.2 A la luz de las fuentes históricas disponibles, algunas de ellas, las más importantes, brevemente comentadas en el anexo del libro, descubrimos en Rodrigo Díaz una serie de características en las que merece la pena detenerse. A lo largo de las siguientes páginas se valorarán en sus diferentes contextos, pero no está de más reseñarlas en esta introducción, aunque sea de forma sucinta y esquemática, ya que una de esas cualidades, esencial para entender al personaje histórico, es la gran capacidad de aprendizaje y adaptación que mostró a lo largo de su vida. Rodrigo Díaz supo aglutinar las virtudes de los dos mundos en los que se vivió, el cristiano feudal y el islámico tributario. Gracias a ello, supo convertirse en una especie de híbrido militar y político que pudo desenvolverse en contextos cristianos y musulmanes y moverse como pez en el agua en el mundo fronterizo en el que habitó. En el discurrir de las páginas que siguen podremos hacernos una idea de esa capacidad camaleónica y adaptativa del guerrero burgalés, una cualidad que le permitió adaptarse a circunstancias cambiantes y adversas. Otra de las claves del éxito del Campeador, relacionada con la anterior, fue su pericia para articular una hueste híbrida de cristianos y musulmanes, la organización y mantenimiento de un ejército permanente y profesional en un momento en el que no existían aún los ejércitos permanentes y profesionales. La base de su fuerza, el principal resorte de su poder y una de las claves de su éxito fue, precisamente, ese contingente combinado, el mestizaje de efectivos, tácticas, combatientes y tradiciones guerreras cristianas e islámicas. A partir de una pequeña mesnada de caballeros cristianos bien armados y disciplinados, leales a su líder y solidarios entre sí, Rodrigo construyó un núcleo combativo cohesionado al que se fueron sumando otros cuerpos militares que dotaron de masa y músculo a ese cerebro central. Rodrigo Díaz logró esa cohesión de tropas gracias a otra de sus cualidades fundamentales: la implicación personal en los combates. Y es que, si un líder pretende la adhesión, implicación y lealtad de los suyos, no hay nada como predicar con el ejemplo y, en ese sentido, el Campeador es paradigmático. Tenemos pruebas suficientes como para contemplar en Rodrigo a un comandante modélico y a un combatiente esforzado que sufría los mismos padecimientos, las mismas penalidades que los hombres a quienes comandaba, pues participaba en persona en cabalgadas, asedios, escaramuzas y batallas. Rodrigo sufrió como cualquiera de sus hombres, soportó con ellos las inclemencias meteorológicas, las largas marchas a caballo, la vida castrense en campamentos y fortalezas medio derruidas, en bosques y quebradas. Sangraba y se afligía, como muestran las dos ocasiones en las que fue herido de gravedad por sus enemigos. Esa implicación personal y capacidad de resignación reforzaron la cohesión de unas tropas que actuaron como un solo hombre. El continuo deambular de un lado para otro permitió a Rodrigo convertirse en un experto conocedor del terreno, de la topografía y de las ventajas que de ello podían derivarse en la guerra. No pueden entenderse algunos de los éxitos militares que alcanzó sin ponderar dicha capacidad para leer e interpretar desde la óptica bélica las distintas potencialidades que podía ofrecer el terreno, los escenarios de guerra y el combate. Rodrigo Díaz consiguió convertir algo tan básico como la topografía en un potente recurso militar más. Porque otra de las características que nos permiten definir al Campeador es su inteligente y óptimo aprovechamiento de distintos recursos militares, físicos y psicológicos, a su alcance. Hemos también ido por la apuntando explotación hasta de ahora que recursos Rodrigo psicológicos, Díaz que se caracterizó tampoco puede entenderse sin ese empleo, a veces intenso, de la psicología humana, de la propia y de la ajena. Así pues, el Cid supo utilizar las emociones de los hombres y convertirlas en un arma más con la que combatir. A su propia valentía personal, que inspiró y motivó a los suyos para el combate, hay que sumar el inteligente uso del miedo para debilitar a sus adversarios. El miedo fue un arma de la que Rodrigo se valió con intensidad durante el asedio a Valencia, sobre todo durante sus fases finales, cuando mostró su faceta más extrema, descarnada y brutal, al atemorizar a los valencianos mediante torturas y ejecuciones de sus correligionarios, unas acciones que minaron su resistencia psicológica y facilitaron la rendición final. Rodrigo Díaz también se benefició, al menos en dos ocasiones, de un arma psicológica como es propalar rumores. Gracias a ello, se alzó con el triunfo en dos significativas batallas campales, dos de sus victorias más importantes. A todo ello debemos sumar el factor suerte, eso que los musulmanes llaman baraka, que complementó sus propias destrezas en alguna ocasión. Suele decirse que la suerte acompaña a los valientes y tal vez el Campeador sea una prueba de la validez de ese aserto. Se han enumerado hasta aquí algunas de las claves que nos permiten contemplar a un Campeador astuto, meticuloso, analítico, valeroso y pragmático. Tales cualidades permiten entender cómo alcanzó los dos grandes logros militares que terminaron por convertirlo en leyenda. Uno de ellos es la conquista de Valencia, ya mencionada, una empresa ardua para un comandante en sus circunstancias, pues el Rodrigo que conquistó Valencia no era rey ni un gran señor, por lo que carecía de un territorio propio en el que abastecerse de hombres, armas, pertrechos y víveres, de un lugar a sus espaldas en el que encontrar refugio en la adversidad y recursos en la necesidad. Lo más parecido que tuvo a una retaguardia fue el reino taifa de Zaragoza de forma coyuntural. Todo lo demás tuvo que crearlo e improvisarlo él mismo. Hasta la fecha, solo se había conquistado una gran ciudad islámica amurallada en la Península, Toledo, ganada por Alfonso VI tras unos siete años de negociaciones, extorsiones y presión política y militar. La ciudad del Tajo había sido tomada nueve años antes por Alfonso VI, emperador, el señor más poderoso de la península ibérica, dueño de un vasto territorio y una red de solidaridades nobiliarias y concejos de frontera. Rodrigo Diaz expugnó Valencia en algo menos de dos años, sin más recursos que su propio ejército y ciertas ayudas del rey de Zaragoza. Alfonso VI no tuvo quien le disputara la conquista de Toledo, mientras que Rodrigo tuvo que enfrentarse a Berenguer Ramón II de Barcelona, a los almorávides y al mismo emperador cristiano. Por todo ello, la toma de Valencia constituye el mayor éxito del Cid. El otro gran logro alcanzado por el Campeador fue el hecho de resultar victorioso en varias batallas campales, en un tiempo en el que esa operación militar se eludía, se evitaba en la medida de lo posible por su peligrosidad, riesgo e incertidumbre. medievales involucrado nunca en Eminentes participaron dos, Zalaqa y en líderes ellas. militares Alfonso Consuegra, y en VI, y por ambas conquistadores ejemplo, resultó se vio derrotado. Rodrigo Díaz comandó sus tropas en, al menos, seis batallas campales y en todas ellas se alzó con la victoria. La mayoría de esos combates tuvo que afrontarlos en desigualdad de condiciones, al enfrentarse a ejércitos más numerosos y, quizá, mejor armados que el suyo. Las cualidades aludidas y, en alguna ocasión la ayuda de ese factor suerte mencionado, permitieron a Rodrigo Díaz conseguir un éxito inédito en otros líderes militares medievales. Esa invencibilidad en la batalla constituyó un argumento ampliamente repetido en las mitificaciones posteriores. En conclusión, la trayectoria vital de Rodrigo Diaz resulta fascinante, más incluso que las apasionantes mitificaciones, por ello, merece ser estudiada y presentada al público, aun siendo consciente de que quedan aspectos por indagar, facetas en las que profundizar, asuntos por descubrir de esa vertiente militar. Espero que el lector de estas páginas pueda conocer a un nuevo Cid, al señor de la guerra que se convirtió en leyenda gracias, en buena medida, a esas cualidades y éxitos bélicos que lo acompañaron en vida. Espero, igualmente, que el lector de estas páginas disfrute con el resumen final de un proceso de mitificación complejo, cambiante y atrayente. Notas 1 2 Vid. García Fitz, F., 2000, 383-418. Vid. Porrinas González, D., 2003b, 163-204; 2003, 223-242; 2005, 179-188; 2008,167-206; 2015b, 489-522; marzo 2017, 22-30; 2018, 109-133; 2019, 367-400; 28 de noviembre de 2018, [www.alandalusylahistoria.com]. También pueden encontrarse algunos análisis de esa vertiente militar cidiana en Porrinas González, D., 2015, disponible en línea para consulta. 1 El siglo XI: el siglo del Cid Talibus armis ornatus et equo, –Paris uel Hector meliores illo nunquam fuerunt in Troiano bello, sunt neque modo– [De tales armas y caballo ornado, –ni Paris ni Héctor a éste superiores en la guerra de Troya jamás fueron, ni lo es hoy nadie–]* P ocos siglos han sido tan determinantes en la historia de Europa, y, por ende, del mundo, como el siglo XI. Y es que, durante el periodo que inaugura la centuria, el que se prolonga desde el año 1000 hasta el 1350, hoy llamado Plena Edad Media o Edad Media central, fueron muchos los cambios que experimentó ese ámbito que denominamos Europa. Un espacio que, en cierta medida, se empezó a conformar como tal, o, al menos, en el que se 1 asentaron algunas primeras bases a lo largo de ese arco cronológico. El siglo XI es el punto de partida, el momento en el que se iniciaron algunas de las significativas mutaciones que determinaron, más adelante, la fisonomía e idiosincrasia europeas. Algunos autores sostienen que, durante esa centuria, se asistió al despertar de una cristiandad hasta entonces en repliegue, amenazada por pueblos no cristianos como los musulmanes en el Mediterráneo, en la península ibérica, en el sur de Italia, Sicilia y Anatolia; los pueblos nórdicos (vikingos) desde las heladas tierras escandinavas y el Báltico; eslavos desde las riberas de ese mismo mar y las estepas de Polonia, Lituania, Estonia, Livonia…; o magiares y búlgaros desde las llanuras de Europa central, etc. En el territorio que hoy conocemos como Europa occidental se habían venido formando reinos y principados que tenían en común –a grandes rasgos y con peculiaridades regionales específicas– una organización política, social y económica que se puede denominar «feudovasallática» o «feudal», o al menos «prefeudal», en la que tenían una destacada importancia 2 dependencia interpersonal entre señores, vasallos y siervos, las relaciones de así como la práctica de una religión común, el cristianismo, en cuya cabeza se situaba un papa residente en Roma que vio incrementado tanto su poder como la influencia ideológica, política y mental precisamente a lo largo de este siglo XI. La situación del papado hasta ese momento, y durante la primera mitad de dicha centuria, fue similar a la del resto de la Europa occidental: la de unos Estados replegados y amenazados sobre todo por musulmanes. El siglo XI fue también, así pues, el del comienzo de la expansión del papado y de sus ideas reformadoras y universalistas, hasta convertirse, en el transcurso de los últimos cincuenta años del siglo, en una institución poderosa en lo ideológico, árbitro en los asuntos políticos de los emperadores, reyes y príncipes territoriales, con capacidad para quitar legitimidad a reinos, principados o señoríos antiguos o nuevos. La manifestación más espectacular de esa política papal expansiva la constituyó la primera cruzada, un complejo y multifacético movimiento que concluyó con el resonante éxito de la conquista de Jerusalén en julio de 1099, a pocos días de la muerte del protagonista de este libro, Rodrigo Díaz, el 3 Campeador, acaecida en Valencia el 10 de julio de aquel año. Determinados autores se han referido al siglo XI como «siglo de las cruzadas». Sin embargo, en sus décadas no se asiste sino al nacimiento y primera materialización de ese fenómeno cruzado, como idea y como práctica, y son las centurias posteriores, en especial los siglos XII y XIII, los verdaderos «siglos de las cruzadas», por la extensión e intensidad en el desarrollo de ese 4 fenómeno militar, político, religioso, económico y cultural. Más que de «siglo de las cruzadas», tal vez debamos hablar de siglo del inicio de la expansión occidental, ya que, en ese intervalo, las fronteras de la Europa cristiana y feudal comenzaron a dilatarse. Europa se amplía contra enemigos de distinta religión que hemos mencionado más arriba. Las cruzadas, o más exactamente una «primera cruzada» que dio inicio al fenómeno cruzado, no fueron sino una manifestación más de ese «despertar de Europa» o «triunfo de la cristiandad» que se plasmó en otros escenarios «europeos» como los 5 enunciados. Esa Europa en expansión, en especial a partir de mediados del siglo XI, es el mundo en el que surgió y se desarrolló la figura del Cid, de la que resulta complicado entender su trayectoria y significación sin tener en cuenta algunos aspectos generales. EL CRECIMIENTO ECONÓMICO Y DEMOGRÁFICO Europa occidental asistió durante el siglo XI a un crecimiento económico y demográfico que tuvo sus orígenes a mediados de la anterior centuria, aproximadamente. No está demasiado claro si el incremento de la población trajo como resultado una mejora generalizada de las técnicas agrícolas o si fue al contrario. Lo cierto es que se empezó a optimizar el aprovechamiento de la tierra, gracias a la implementación del sistema de rotación trienal, que reemplazaba al modelo de rotación bienal, menos eficiente, y en el que las leguminosas se convirtieron en un cultivo relevante para la dieta y la oxigenación del suelo. De ese modo, se amplió el número de cosechas anuales y se mejoró la alimentación de las personas. Esta nueva agricultura se sirvió de innovaciones como el arado de vertedera, en sustitución del arado romano, más efectivo para la roturación de las tierras más pesadas y húmedas de las regiones de la Europa septentrional y central. A partir de ese momento, y gracias al sistema de tiro basado en la collera acolchada, el caballo se convirtió en animal de labranza en distintos puntos de Europa occidental y consiguió, por su potencia, un mejor aprovechamiento con respecto al obtenido a partir del empleo tradicional de asnos y bueyes. La solidez animal fue reemplazando cada vez más a la humana y, a su vez, se produjo una mayor eficiencia energética con el desarrollo de molinos de agua, que vinieron a sustituir a la fuerza de la sangre y a los músculos humano y animal como elemento motriz para actividades principales como son la 6 molienda, el prensado y el abatanado. Pero, a pesar de esas innovaciones, las hambrunas persistieron y se dieron algunas especialmente graves. Se estima que durante el siglo XI hubo incluso más episodios que en el X. No obstante esos sucesos críticos, el crecimiento demográfico y económico se fue retroalimentando a lo largo del siglo XI, al tiempo que aumentaron las superficies de cultivo gracias a nuevas roturaciones, por lo que creció el rendimiento de las tierras y, con ello, los excedentes. Ello estimuló las relaciones comerciales, la producción artesanal, la monetización de la economía y el crecimiento urbano. La población se convirtió en el recurso económico principal de grupos sociales dominantes como la aristocracia y el alto clero. Y es que, a mayor cantidad de tierras y de hombres que las hicieran productivas, mayor era la capacidad para mantener, armar e incrementar ejércitos de caballeros, así como para financiar la construcción de castillos de piedra. Elementos que, a partir de entonces, se convirtieron en referentes efectivos, sociológicos y simbólicos, es decir, en seña de identidad medieval. GUERRA, CASTILLOS Y CABALLEROS Caballeros y castillos fueron, desde entonces y más que nunca antes, uno de los resortes e instrumentos esenciales del poder que ostentaron, y en ocasiones detentaron, reyes, príncipes territoriales, altos cargos eclesiásticos y señores laicos. Los caballeros, además, constituyeron un poder en sí mismos, una potencia necesaria para llevar a cabo la expansión territorial de la que Europa y el Mediterráneo fueron testigo desde el siglo XI en adelante. La guerra, donde señores, 7 poder, caballeros y castillos resultaron imprescindibles en el ejercicio del fue una realidad ubicua en la Edad Media en general y en el siglo XI en particular. La actividad guerrera, basada en caballeros y castillos, resultó una clave de bóveda para entender la trayectoria y significación de Rodrigo Díaz, precisamente la realidad donde debemos centrar nuestro análisis y atención. Mas quizá convenga esbozar unas primeras pinceladas acerca de la naturaleza de la guerra en la Edad Media, unas ideas previas y resumidas que desarrollaremos más adelante, cuando sea necesario explicar distintos aspectos relacionados con el Campeador. El siglo XI fue también revolucionario en la evolución de las formas de hacer la guerra. Fue a partir de ese momento cuando la caballería se convirtió en elemento determinante y dominante en los campos de batalla. Tal cosa fue así, entre otros motivos, gracias al desarrollo de una nueva táctica guerrera: la carga de caballería. Un procedimiento novedoso, basado en el lanzamiento de escuadrones a caballo lanza en ristre, que se fundamentaba en la conjunción de varios caballeros alineados que atacaban con la «lanza tendida». Ello fue posible por la generalización del uso del estribo y por las mejoras en la silla de montar, que permitieron al jinete un mayor afianzamiento en su montura. Figura 1: El conocido como casco de Olmutz es uno de los escasos ejemplares de este tipo de cascos del siglo XI que se han conservado. Es de hierro y forjado en una sola pieza. Kunsthistorisches Museum, Viena (Austria). Loriga de cota de malla, siglo XI. La cota de malla proporcionaba una protección efectiva contra los cortes, pero había de vestirse sobre una prenda acolchada –gambesón– que amortiguase las contusiones y evitase que, con el golpe, las anillas de la malla se clavasen en el cuerpo. Kunsthistorisches Museum, Viena (Austria). Escena del Cantar de Roldán representada en la catedral de Angulema (Francia), en la que el arzobispo Turpín «aguija su caballo con las espuelas de oro puro y se lanza con gran ímpetu para atacar [al rey llamado Corsablís, de Berbería]. Le parte el escudo, le destroza la loriga y le atraviesa el cuerpo con su larga lanza; la hunde bien de modo que se la extrae muerto y con el asta de plano le derriba en el camino». Esta escena y otras del Cantar se habrían realizado ca . 1118 y 1119 para celebrar la toma de Zaragoza en 1118 por Alfonso I el Batallador. Esas novedades, cuyo origen puede situarse a mediados del siglo XI en Normandía y su generalización hacia el año 1100, fueron posibles también por los avances en el armamento defensivo que protegía al caballero. Esa equipación para la defensa consistía, básicamente, en una túnica de cota de malla llamada loriga, un yelmo cónico con protector nasal y un escudo que podía mostrar 8 habituales. El distintas Tapiz formas, de con Bayeux, la de cometa confeccionado a como finales una del de las siglo más XI en Normandía o Inglaterra, una especie de cómic que relata con imágenes y textos latinos bordados la campaña desarrollada por Guillermo el Bastardo para la conquista de Inglaterra, refleja de manera gráfica algunas de esas innovaciones 9 tácticas y armamentísticas. 10 Pero ¿cómo se hacía la guerra en la época del Cid? Pudiera parecer que en las lides que se practicaban durante la segunda mitad del siglo XI, como en la Edad Media en general, la batalla campal era la modalidad de lucha más habitual. Sin embargo, en esta época, el combate era bastante menos frecuente que los asedios a castillos y fortalezas y las cabalgadas predatorias y devastadoras. Algún reputado especialista ha considerado que la guerra en la Edad Media consistió, básicamente, 11 asedios y muchas cabalgadas. en unas cuantas batallas, numerosos La época del Cid no supuso una excepción en este panorama general, pero es importante matizar ciertos aspectos. En la segunda mitad del siglo XI, en concreto en el ámbito de los reinos cristianos peninsulares, la batalla campal, el choque de dos ejércitos en el campo de batalla, parece que fue más frecuente que en siglos posteriores. No solo se desencadenó en ese periodo un mayor número de batallas, sino que también estas tuvieron consecuencias significativas, ya que en algunas de ellas se produjo la implicaciones acarreaban. muerte políticas, o el apresamiento sociales y de ciertos psicológicas que reyes, tales con todas las acontecimientos En 1037, el soberano leonés Bermudo III encontró la muerte en la batalla de Tamarón y los derechos al trono pasaron a su hermana Sancha, esposa de Fernando I de Castilla, quien, de conde de Castilla, pasó a convertirse en rey de León. En 1056, García Sánchez III de Pamplona murió en la batalla de Atapuerca en un enfrentamiento contra su hermano, Fernando I de Castilla, el cual, con este fallecimiento, consiguió ampliar los territorios castellanos a costa de algunas comarcas pertenecientes obediencia mediante vasallaje al al reino nuevo de Pamplona monarca y pamplonés, someter hijo del a su rey fallecido y, por tanto, sobrino de Fernando. Por poner un último ejemplo, en 1063, Ramiro I fue asesinado en el transcurso de la batalla de Graus, en la que se enfrentó a una coalición castellano-musulmana comandada por el infante 12 Sancho II de Castilla. Es posible que en esa última pugna estuviera presente Rodrigo Díaz, muy joven aún, como también es factible que en el mencionado choque de Atapuerca actuara su padre, Diego Laínez. Figura 2: Iluminación del Libro de horas o Diurnal de Fernando I y doña Sancha, que representa el momento en que los monarcas de Castilla y León reciben el códice de mano de su autor, el escriba Pedro, en 1055. La reina Sancha (1037-1067) regaló el Libro de horas a su marido, el rey consorte Fernando (1037-1065), para animarlo en su devoción. Biblioteca Xeral Universitaria, Santiago de Compostela. Podemos inferir que Fernando I logró incrementar poder, territorios e influencia gracias a tres contiendas exitosas para sus armas. El rendimiento que obtuvo Fernando de las batallas campales es indudable, como lo es también que Rodrigo Díaz explotara igualmente ese recurso militar para su propio beneficio. Es decir, la trayectoria y éxitos de Rodrigo no pueden entenderse sin su papel en los combates en los que participó, algunos de ellos buscados de forma premeditada para alcanzar unos objetivos y neutralizar a sus enemigos. Rodrigo es un caso peculiar en este sentido, porque pocos comandantes medievales, y no ya solo del siglo XI, participaron en un número tan elevado de batallas campales, unas seis en total, tanto contra enemigos cristianos como contra musulmanes. Resulta extraordinario asimismo el hecho de que Rodrigo Díaz alcanzara siempre la victoria en ese tipo de operación, peligrosa e incierta, en la que, como hemos comprobado, podían morir incluso reyes. Es por ello por lo que se le llamó Campidoctus [Campeador], que significa algo así como 13 «señor del campo de batalla». Es llamativo, por tanto, que, pese a la relativa escasez de batallas campales en la época, y de que los asedios fueran operaciones más habituales, Rodrigo Díaz interviniera en más combates que asedios y que basara en la cabalgada erosiva y predatoria buena parte de su actividad militar. Aun así, a pesar de esas particularidades y excepcionalidades, que deben destacarse y tenerse muy en cuenta, Rodrigo Díaz fue, en muchos sentidos, un modelo de las formas de hacer la guerra en la Edad Media en general y en el siglo XI en particular. El de Vivar ejecutó con éxito las tres tipologías militares principales que configuraban el paradigma bélico medieval: la batalla, el asedio y la cabalgada, y de todas ellas obtuvo beneficios evidentes. Ya hemos afirmado que la figura de Rodrigo Díaz, el Campeador, no se puede entender sin un análisis de su vertiente militar, pues es la actividad bélica la que más sentido dio a su existencia y la que le reportó celebridad en su tiempo y fama para la eternidad. De igual modo, tampoco se puede entender el siglo XI europeo y peninsular sin tener en cuenta esa realidad bélica, que, en buena medida, principados y condicionó señoríos. El la mapa consolidación europeo del y surgimiento siglo XI es de reinos, complicado en extremo. No obstante, es interesante fijar, aunque sea mínimamente, nuestra atención en ese mosaico de señoríos y reinos que fue la Europa de aquella época y centrarnos, de forma breve, en algunos escenarios relevantes. REINOS Y PRINCIPADOS Había distintos ámbitos dentro de ese gran marco que es el universo europeo y mediterráneo en los que merece la pena fijar la atención, aunque sea de forma escueta, para entender el universo cidiano. Porque, por mucho que pueda parecernos lo contrario, la Europa del siglo XI, sobre todo en sus décadas finales, estaba bastante más interconectada de lo que hoy podemos imaginar. La falta de información primaria nos priva del conocimiento más profundo de unas interconexiones que hoy denominaríamos «internacionales» y que, en ese momento, podríamos llamar «interregionales», pues el concepto de «zona» o «región» sí puede resultar adecuado para referir espacios que comparten rasgos culturales, sociales, a veces económicos, similares. En ese aparente mosaico de entidades políticas en ciernes, algunas de las cuales devinieron con los siglos en naciones y Estados, la movilidad y el intercambio de ideas fueron realidades que, en muchos casos, tan solo podemos intuir y suponer. Una de esas regiones significativas fue el incipiente reino de Francia. Relevante a lo largo del siglo XI, no tanto por su extensión territorial como por su capital simbólico, sustentado en un pasado imperial carolingio, y por la influencia que, desde entonces, ejerció en las ideas y prácticas políticas regias en Europa occidental y que sentó ciertas bases en lo que al surgimiento y consolidación de dinastías se refiere; del mismo modo que irradió concepciones que arraigaron y se desarrollaron, con matices y peculiaridades, en otros lugares de esa Europa en formación. A finales de la centuria anterior, Hugo había fundado la dinastía Capeto y se había erigido como titular de un reino establecido a partir de la ciudad de París, por lo que pasó, así, de ser duque de los francos a rey en el año 987, en un contexto de gran competencia entre distintas casas aristocráticas que mantenían entre sí luchas privadas. Hugo supo compensar su debilidad política con astucia al atraerse a señores territoriales principales, como el duque de Normandía y el conde de Anjou, así como a eclesiásticos poderosos e intelectuales, como Adalberón de Reims y Gerberto de Aurillac. Estos últimos, en concreto, determinaron la nueva orientación que Hugo dio a sus concepciones gubernamentales y fueron claves para entender el éxito de la 14 dinastía Capeto. Adalberón era arzobispo de una de las ciudades más importantes del reino, Reims. Procedente del Imperio germánico otónida, al que siempre apoyó, tenía unas concepciones del poder regio fundamentadas en su erudición y conocimiento de los clásicos. Estaba considerado uno de los grandes intelectuales de su tiempo y convirtió la escuela catedralicia de Reims en un centro de estudio de referencia en esta época. Su gran valedor en Francia fue el conde Hugo Capeto, a quien el arzobispo devolvió los favores con el diseño de los conceptos de gobierno y sucesión en el trono que terminaron por 15 consolidar la dinastía de los capetos franceses. Gerberto de Aurillac, por su parte, era uno de los sabios más destacados de la época. Nacido en Auvernia, centro-sur de la actual Francia, se formó en el monasterio de Saint-Géraud d’Aurillac, desde el que pasó al de Santa María de Ripoll, cenobio catalán en el que permaneció tres años. De ahí viajó a Córdoba y Sevilla, estableció contacto con dos de los focos culturales andalusíes más importantes y amplió conocimientos en nuevas disciplinas relacionadas con las matemáticas. Con posterioridad se desplazó a Roma como acompañante de su mentor en Ripoll, el conde Borrell II, y allí trató al papa y al emperador Otón I de Alemania, que le designó tutor de su primogénito, Otón II. Con el correr de los años, Adalberón se fijó en el talento y conocimientos de Gerberto y lo atrajo hasta la escuela de Reims, donde le integró como maestro y donde se destacó como sabio, docente e investigador en las disciplinas que componían el modelo medieval de enseñanza: el quadrivium trivium (gramática, dialéctica y retórica) y el (aritmética, geometría, astronomía y música). Tras la muerte de su protector, la vida de Gerberto sufrió varios vaivenes y se vio afectada por la llamada «querella de las investiduras», que conoció momentos de elevada intensidad a lo largo del siglo XI. La «querella de las investiduras» fue una disputa acerca del poder terrenal que enfrentó a emperadores y papas por la soberanía universal. Uno de los asuntos centrales de esa controversia entre imperio y papado fue la potestad para nombrar obispos. Sea como fuere, y después de varios avatares, Gerberto terminó por convertirse en el primer papa francés, a partir del año 999, con el nombre de Silvestre II, cuyo pontificado romano durante unos años convulsos ostentó siempre al lado de los emperadores otónidas, hasta el momento de su 16 muerte, en 1003. El papa del año 1000 reconoció como reyes a gobernantes de los reinos de Polonia y Hungría y los otorgó legitimidad pontificia. Una práctica esencial en el siglo XI, sobre todo desde la segunda mitad de la centuria, cuando los papas de Roma se consolidaron como árbitros internacionales, como referentes morales que concedían legalidad a los reinos y dinastías que fueron surgiendo o que estaban en vías de consolidación. Este fenómeno tuvo una relevancia 17 fundamental en lo que respecta al Cid y a su contexto más inmediato. Figura 3: Placa en marfil que representa a Cristo bendiciendo la maqueta de la catedral de Magdeburgo que le ofrece el emperador Otón I (reg. 962-973), rodeado de santos –a la derecha, san Pedro, reconocible  por sus llaves–. Otón aparece a menor tamaño, en gesto de humildad. Obra de un taller eborario del norte de Italia, probablemente, su estilo aúna elementos carolingios y bizantinos. e Metropolitan Museum of Art, Nueva York (EE. UU.). Ambas figuras brevemente reseñadas, Adalberón y Gerberto, fueron los ingenieros ideológicos responsables del nacimiento y posterior consolidación de la dinastía Capeto y los que mutaron la concepción y aplicación de los conceptos reino y rey. Así, con esa inestimable ayuda y sostén intelectual, los esfuerzos de Hugo se encaminaron hacia la sustitución de un modelo imperial carolingio por una forma de gobierno regio en estrecha alianza con los principales poderes, nobiliarios y eclesiásticos, del momento. De ese modo, estableció una de las primeras monarquías feudales, un modelo político en el que el rey actuaba como un primus inter pares [primero entre iguales] obligado a compartir el poder con los nobles, que constituían la fuerza militar principal, y unas altas dignidades eclesiásticas que, además de materializarse en tropas – son igualmente señores territoriales–, aportaban algo quizá más importante: legitimidad política fundamentada en la potencia espiritual derivada de su 18 condición de ministros de Dios en la tierra. Sin duda, un amparo espiritual similar al que buscaron, décadas más tarde, Rodrigo Díaz primero y su esposa Jimena después, a través de su obispo cluniacense, Jerónimo de Perigord, para legitimar y fortalecer su incipiente principado de Valencia. Jerónimo sirvió a Rodrigo y Jimena de manera similar a la que Adalberón y Gerberto habían servido a Hugo y construyó el armazón ideológico imprescindible para que un principado pudiera convertirse en reino, así como sentó las bases necesarias para establecer una dinastía hereditaria 19 asociada a un trono y a un territorio que estuviera legitimada por Dios. Una de las jugadas políticas maestras de Hugo fue la asociación ceremonial al trono de su hijo Roberto, en la simbólica fecha de la Navidad del año 987. Desde entonces, padre e hijo compartieron el poder regio hasta el fallecimiento del progenitor, en torno al año 996. Cuando Roberto II el Piadoso se convirtió en rey único a partir de ese momento, venía de haber actuado ya como monarca desde que su padre le había hecho copartícipe del título y de la responsabilidad, en unos pocos años en los que los principales soportes de esa monarquía incipiente se familiarizaron con una continuidad dinástica. Esa costumbre de asociar al trono al primogénito la siguieron practicando sucesivos reyes capetos, una dinastía que, desde que fuera fundada por el mencionado Hugo, regentó la corona de Francia de manera ininterrumpida hasta el año 1328, cuando comenzaron las convulsiones de la llamada Guerra de los Cien Años, y, después de ese conflicto, con intermitencias, hasta las revoluciones burguesas de 1848. Francia nos interesa en este caso por sus formas de gobierno y también por su relación con un potente señorío que determinó, en parte, la evolución política de los reinos de León y Castilla de finales del siglo XI. Ese relevante principado «francés» y, en buena medida, determinante en la evolución peninsular, es el ducado de Borgoña, uno de los señoríos más importantes de la Francia medieval, que, en ocasiones, incluso compitió con los reyes franceses y mantuvo con estos relaciones de enfrentamiento o alianza, así como conservó cierta independencia con respecto al trono galo, a pesar de ser vasallo teórico del mismo, desde finales del siglo IX hasta finales del XV. De ese Borgoña, condado casados con procedieron Urraca I nobles de León como y Raimundo Castilla y y Teresa Enrique de de Portugal, respectivamente, ambas hijas del emperador leonés Alfonso VI, desposado, a su vez, con otra noble borgoñona, Constanza. Borgoña era notable, además, porque en aquel ducado, región potente desde los puntos de vista económico y militar, se encontraba Cluny, cuya abadía constituía la sede matriz de un movimiento religioso y reformista que tuvo una intensa implantación territorial e ideológica en todo el orbe cristiano a partir de finales del siglo X, y de manera más intensa durante los siglos XI y XII, y que rivalizó, en ocasiones, en influencia y poder político con los papas de Roma, de ahí que a sus abades se les llamase «papas negros», apelativo asociado hoy al general de los jesuitas. A veces cluniacenses aliados supieron con el papado, tejer una otras tupida red enfrentados de influencias a él, en los abades toda Europa occidental y ayudaron a propagar desde sus recintos monásticos la reforma gregoriana. Cluny se convirtió en una fecunda cantera de obispos y arzobispos que tuvieron una significativa implantación en regiones como los reinos de 20 León y Castilla desde finales del siglo XI. No puede trazarse la organización política, administrativa, económica e ideológica de zonas conquistadas a los musulmanes por Alfonso VI y Rodrigo Díaz el Campeador sin el papel que representaron señores feudales eclesiásticos como los cluniacenses Bernardo de Sédirac, arzobispo de Toledo; y Jerónimo de Perigord, obispo de Valencia, respectivamente. Y es que los arzobispados y obispados dirigidos por cluniacenses se convirtieron en instituciones esenciales para la articulación de señoríos de reciente fundación, como lo era el conquistado por el Campeador en torno a Valencia. La fundación de obispados, como el que establecieron Rodrigo Díaz y Jerónimo, fue una de las consecuencias de la difusión cristiana que comenzó en el siglo XI. La expansión militar cristiana estaba conectada con el asentamiento del cristianismo en las regiones conquistadas a pueblos considerados bárbaros y paganos. Como hemos apuntado, el siglo XI asiste al inicio de la implantación del cristianismo y del feudalismo en nuevas tierras. Para Robert Bartlett, los obispados fueron 21 un medidor efectivo de la dilatación de las fronteras de la cristiandad. EUROPA INICIA LA EXPANSIÓN Ese fenómeno expansivo de lo que podemos llamar «civilización europea» fue un proceso de larga duración en el que Europa acabó por dominar el mundo de manera paulatina y en el que hitos como la conquista de América del siglo XVI y la colonización de África, Asia y Oceanía a finales del XIX y principios del XX no fueron sino dos etapas más de ese fenómeno más dilatado en el tiempo que comenzó a materializarse, precisamente, a lo largo del siglo XI. Asistimos a lo que Robert Bartlett bautizó con acierto como «formación de Europa», que, a su juicio, se sustancia entre los años 950 y 1350, 22 aproximadamente, y que tiene en el siglo XI el momento fundacional. Los frentes principales de esa expansión cristiana occidental fueron, al menos, cinco: el sur de Italia y Sicilia, las islas británicas, las llanuras centroeuropeas y bálticas, Oriente Próximo y la península ibérica. El primer impulso fundamental de esa difusión cristiana se produjo en el siglo XI, en especial a partir de su segunda mitad, y encontró continuidad en centurias posteriores en la mayoría de los escenarios referidos. Es conveniente perfilar, aunque sea de manera breve y esquemática, algunos de esos fenómenos expansivos, pues en ellos residen algunos aspectos fundamentales que nos servirán para comprender mucho mejor el contexto «mundial» en el que se desenvolvió Rodrigo Díaz de Vivar, y también al propio Campeador, un actor más dentro de aquel escenario de conquistas y mutación de fronteras. La península ibérica de la segunda mitad del siglo XI no fue, ni mucho menos, un espacio desconectado del ámbito europeo y mediterráneo, pues se integró en él de manera especialmente intensa a partir de entonces, gracias, sobre todo, a los esfuerzos de poderes eclesiásticos principales del momento, como fueron el movimiento cluniacense y un papado en proceso de fortalecimiento, con aspiraciones cada vez más universalistas. Los papas de Roma, fundamentalmente a partir de los pontificados de Alejandro II (10611073) y Gregorio VII (1073-1085), introdujeron cambios notables de orientación en la política eclesiástica que cuajaron en lo que se denominó «reforma gregoriana». Claves en ese movimiento reformista fueron la lucha por el dominio del mundo, al menos desde una perspectiva ideológica, contra poderes laicos y, relacionado con lo anterior, el sometimiento a la autoridad papal de todas y cada una de las regiones de la cristiandad, tanto de las antiguas como las de nueva 23 incorporación. Ya desde mediados del siglo XI, reyes y príncipes territoriales buscaron la legitimación de sus reinos y señoríos mediante una especie de vasallaje a los papas. Rodrigo Díaz no fue ajeno a esas dinámicas, como tendremos ocasión de mostrar (vid. Capítulo 7) y como ya apuntábamos más arriba. Richard Fletcher, fallecido hace ya varios años, tuvo el mérito académico, entre otros muchos, de ser el autor de uno de los libros más interesantes y  reveladores de cuantos se han escrito acerca del Cid. Publicado en 1989 en inglés con el título e Quest for El Cid, se tradujo poco tiempo después al castellano como El Cid. En esta sugestiva obra, carente de notas y bibliografía desarrolladas por exigencias editoriales, como expone el autor, un capítulo destaca, a nuestro juicio, sobre los demás; es el titulado «Contemporáneos del 24 Cid». A lo largo de sus páginas, Fletcher llama la atención acerca de las conexiones y similitudes existentes entre Rodrigo Díaz y algunos otros aristócratas guerreros de su tiempo. Con ello, intenta demostrar que Rodrigo Díaz no fue, en varios aspectos, un caso aislado, sino que fue, más bien, hijo de 25 un tiempo en el que menudearon aventureros guerreros y conquistadores. José Manuel Rodríguez García, más recientemente, dedicó un breve pero esclarecedor artículo a ese tema esencial para conocer al Cid contextualizado en 26 su propio tiempo. Algunos de esos aristócratas que conquistaron señoríos en la época del Cid y en la inmediatamente anterior procedían de Normandía, una zona en la que algunos estudiosos consideran que surgió una nueva forma de entender la caballería como arma. Desde entonces, los caballeros dominaron los campos de batalla gracias, entre otros elementos, al empleo de un arma de choque devastadora: la carga de caballería. Una táctica novedosa que el propio Rodrigo Díaz empleó con éxito en alguna ocasión. Los normandos fueron, pues, artífices de algunas de las expansiones más interesantes y efectivas del siglo XI y desarrollaron sus conquistas en tres áreas: las islas británicas, la Italia meridional y Sicilia y en algún foco de Oriente Próximo durante la primera cruzada. Las similitudes entre alguno de esos procesos y la conquista cidiana de Valencia nos parecen, en algún caso, sugestivas, y se desarrollaron en una época repleta de cambios, movimientos, traslaciones de fronteras, poblaciones e ideas. Un autor incluso ha llegado a afirmar que «la historia de Sicilia a finales del siglo XI, esa “reconquista” en 27 miniatura, se reflejaba a gran escala en la España de la Reconquista». LA EXPANSIÓN NORMANDA Los normandos, «hombres del norte», fueron un pueblo de origen escandinavo, vikingos, que comenzaron a asentarse de manera estable en la actual Normandía a partir de principios del siglo X. En esas fechas, uno de sus jefes, Hrolf Ganger, llamado Rollo por los franceses, había mudado de dedicarse a las campañas de saqueo anuales propias de los vikingos a negociar con Carlos el Simple la concesión de unas tierras de la región de Neustria a cambio de la paz. De ese modo, Rollo y sus hombres pasaron de ser enemigos a protectores de los carolingios desde esa tierra otorgada. Con el tiempo, Rollo abrazó el cristianismo y, con ello, comenzó la cristianización de aquellos hombres del norte paganos. Le sucedió en el poder su hijo, que inició una dinastía de señores normandos a la que pertenecería Guillermo el Conquistador. Aquel territorio concedido se convirtió con posterioridad en ducado de Normandía. No podía siquiera intuirse entonces, en la época de Rollo y sus sucesores, que aquella concesión de terreno iba a erigirse como agente principal en la Europa medieval y que de ella saldrían aventureros guerreros que tuvieron un protagonismo destacado en la Italia meridional y Sicilia, en las islas británicas y en el contexto de las cruzadas, ámbitos donde, con mayor o menor grado de consolidación y permanencia, lograron conquistar territorios y establecer 28 señoríos. Desde el punto de vista cronológico, aunque son procesos que, en ocasiones, se solapan, los primeros escenarios de la expansión normanda fueron la Italia meridional y la isla de Sicilia. Algunas tradiciones sitúan la llegada de los normandos a la península itálica muy en los albores del siglo XI, según las cuales, habrían llegado a aquellas latitudes meridionales a la vuelta de una peregrinación a Jerusalén, tal vez para venerar a san Miguel, patrón de los guerreros, arcángel comandante de las tropas celestiales, en el santuario que tiene dedicado en Monte Gargano, situado en las costas de la región de Apulia. Otras versiones exponen que aquellos normandos pioneros habrían recalado en Salerno en su retorno de Jerusalén y que habrían sido recibidos por un conde local a quien ayudaron a repeler un ataque bizantino, por lo que fueron posteriormente recompensados de forma espléndida y regresaron enriquecidos a Normandía. Sea como fuere, a partir de la tercera década del siglo XI, distintos normandos se convirtieron en protagonistas en una península itálica compleja, dividida, codiciada y enfrentada. Italia en esa centuria era una suerte de mosaico que guardaba algunas similitudes con la Hispania de aquel tiempo. Bizantinos, musulmanes, duques lombardos, los papas de Roma dominaban y disputaban territorios y representaban el poder en una región que no llegó a estar unificada hasta el siglo XIX. No es de extrañar que aquellos extranjeros del norte, especializados en la guerra y la caballería, se adaptaran a la perfección a un mundo dividido y enfrentado, del mismo modo que encajó Rodrigo Díaz en una península ibérica fragmentada en taifas islámicas y reinos y condados cristianos que luchaban entre sí. Los acontecimientos protagonizados por los normandos colmados en de el sur de matices, Italia giros, y Sicilia alianzas, son enrevesados protagonistas y y diversos, están acciones. Nos conformamos con señalar que, en ese contexto convulso, algunos caballeros normandos vieron la posibilidad de ganar señoríos propios de acuerdo con su especialización militar y actuaron en consecuencia. Así, pasaron de servir como mercenarios a distintos gobernantes locales, entre ellos a algunos papas, a proceder de manera independiente para convertirse ellos mismos en un poder 29 más dentro de una zona disputada. Algo similar, no sabemos si por influencia exógena o por los imperativos de la lógica y el pragmatismo, es lo que hizo Rodrigo Díaz: de ser mercenario al servicio de príncipes islámicos se convirtió en un taifa más de un entorno fragmentado y competitivo en el que, a menudo, inclinaba la balanza la adaptabilidad; el talento militar; la astucia diplomática; el arrojo, a veces temerario; la codicia y, en ocasiones, también la suerte. Lo cierto es que la Italia meridional y la Sicilia que conquistaron los normandos con la fuerza de las armas y el contexto donde operó Rodrigo Díaz comparten no pocas similitudes. Ambos eran espacios en los que distintos actores se disputaban territorio y poder, por ello, constituyeron una oportunidad para personajes ambiciosos que tenían poco que perder y mucho que ganar. Tanto en un territorio como en el otro, los protagonistas enfrentados necesitaban de una fuerza militar disciplinada y cohesionada que les permitiera inclinar la balanza ante sus rivales. Caballeros normandos como Roberto y Roger de Hauteville, y el propio Rodrigo Díaz, se erigieron en elementos indispensables en esos entornos turbulentos. La distancia entre el convencimiento de que, en efecto, sustentaban distintos poderes gracias a sus armas y la toma de conciencia de que podían lograr aspiraciones más altas era muy corta. Unos y otros, los normandos en Italia y el Campeador en levante, llegaron a la misma conclusión: ¿por qué servir como mercenarios cuando podían llegar a ser señores de sus propios territorios ganados a espada? Nombres como el de Ranulfo Drengot destacaron en ese teatro italiano, una suerte de pionero normando que de mercenario al servicio de condes bizantinos devino en conde de Aversa. También sobresalieron Guillermo Brazo de Hierro y su hermano Drogo, que acudieron a Italia a apoyar al mencionado Ranulfo cuando solicitó ayuda a Tancredo de Hauteville. Estos dos últimos sirvieron con sus armas a los lombardos contra los bizantinos, unos servicios por los que fueron bien recompensados. Constituyeron la primera generación de normandos que alcanzó el éxito en el Mezzogiorno italiano. Después, alentados por el éxito de sus compatriotas, llegaron a la zona otros hijos del fecundo Tancredo de Hauteville –tuvo doce vástagos– como Roberto Guiscardo, el Zorro, que era su cuarto hijo. La casa de Hauteville era un señorío normando en el que la condición de segundón proporcionaba nulas posibilidades de ascenso y riqueza a quienes, como él, no estaban situados en la primera línea sucesoria. Con Roberto viajó su hermano Roger, que, en el futuro, se convirtió en el primer rey de Sicilia, reconocido como tal por el papa en 1130. Figura 4: Anverso de Altavilla ca. ( trifollis de 1031-1101), cobre acuñado en Mileto (Calabria, Italia) aventurero normando que ayudó a que su ca. 1098-1101 por Roger I de hermano Roberto Guiscardo controlase Apulia y Calabria, para luego conquistar Sicilia, que se hallaba en manos musulmanas. Aparece un caballero ataviado a la normanda, con la leyenda ROQ E RIVS COMES [el conde Roger]. Roberto Guiscardo supo aprovechar muy bien su talento militar y su astucia negociadora. Fue reconocido por el papa Nicolás II como duque de Apulia, Calabria y Sicilia en el año 1059. Junto con su hermano Roger, terminó con la presencia bizantina en la península itálica y con la musulmana en Sicilia, esta última en un proceso arduo y complicado que se desarrolló entre los años 1061 y 1091 y que concluyó el propio Roberto. Roger I murió en el año 1101 y le sucedió su hijo Roger II, que fue coronado rey en 1130 y cuyo reinado es 30 cultural. conocido por su cosmopolitismo, tolerancia y florecimiento Roberto había fallecido en 1085, después de haber consolidado su 31 poder en el sur de Italia, y le sucedió su hijo, Roger Borsa. Otro de sus vástagos, Bohemundo de Hauteville, o de Tarento, fue una figura principal en acontecimientos que tuvieron lugar durante la primera cruzada. Al ver cerrada su progresión por su condición de hermanastro del heredero de Apulia y Calabria, Bohemundo no dudó en embarcarse con las tropas cruzadas, siempre en busca de su interés personal más que por ideales religiosos elevados. Una vez en Anatolia, hizo todo lo posible por lograr su propio señorío, en torno a la ciudad de Antioquía, para cuya conquista su picardía resultó fundamental. Ya como príncipe de Antioquía, tuvo que pelear contra bizantinos y musulmanes para consolidar un principado que heredó su 32 hijo, Bohemundo II, años después de su muerte, acaecida en 1108. Los éxitos de esta primera generación de normandos en Italia funcionaron como «efecto llamada» para otros guerreros aventureros, ambiciosos y buscafortunas, algo que, en un mundo contemporáneo de emigrantes como el que se presenta, donde personas, y familias enteras, se veían obligadas a desplazarse muchos kilómetros en busca de una vida mejor, se puede entender perfectamente. La Italia de la primera mitad del siglo XI se convirtió en una tierra de promisión para los desheredados normandos, como lo fue la Valencia finisecular para un hombre que entendió que podía prosperar en otro lugar y no conformarse con lo que ya atesoraba en su tierra. El siglo XI fue, como lo han sido otros muchos momentos de la historia, tiempo, ocasión y oportunidad para aquellos que no se resignaron a su destino y buscaron una vida mejor, aunque fuera a costa de arriesgar la suerte en una partida que, de inicio, podía parecer temeraria y suicida. LA PENÍNSULA IBÉRICA EN EL SIGLO XI La península ibérica asiste en el siglo XI al comienzo de la llamada por algunos historiadores «Gran Reconquista», un proceso que se prolongó desde esa centuria hasta las décadas centrales del siglo XIV. A lo largo de ese periodo, distintas unidades que eran pequeños reinos y condados a principios de siglo extendieron sus fronteras desde el río Duero hasta el estrecho de Gibraltar y desde las faldas de los Pirineos hasta la actual provincia de Almería. Al-Ándalus pasó, en esas centurias, de dominar el solar peninsular desde el califato omeya a quedar acorralada en la Andalucía oriental, con el reino nazarí como último reducto de la presencia islámica en la Península. El proceso culminó en el siglo XVI y concluyó así la Edad Media y se inició la Moderna. En palabras de 33 Angus McKay, los reinos ibéricos pasaron «de la frontera al imperio». En ese arco cronológico, la península ibérica experimentó cambios profundos. En síntesis, solo entendiendo el contexto peninsular en el que se desenvolvió Rodrigo Díaz es posible comprender que el guerrero castellano, aunque excepcional en varios aspectos, no dejó de ser un producto de su tiempo. Es por ello que fijaremos nuestra atención en especial en aquellas entidades políticas con las que interactuó, de una manera u otra, el Cid Campeador: los reinos de León y Castilla, el reino de Aragón, los condados catalanes, sobre todo el condado de Barcelona, un al-Ándalus dividido en taifas y el Imperio almorávide. León y Castilla Para León y Castilla debemos fijar, tal vez, el punto de partida en el año 1035. En esas fechas fallece Sancho III Garcés el Mayor, el soberano cristiano más notable de la primera mitad del siglo XI. El reinado de Sancho el Mayor es importante por varios motivos. Durante sus años de gobierno, no solo amplió el reino de Pamplona por territorios de León y Castilla, por medio de conquistas, matrimonio y alianzas, sino que también inició un aperturismo del ámbito cristiano peninsular hacia Europa, estableció relaciones con el papado y fomentó la implantación en sus dominios de la reforma cluniacense, en virtud de una estrecha relación con el gran abad de Cluny, Odilón. De acuerdo con las costumbres de la monarquía pamplonesa, legó el núcleo del reino y gran parte de Castilla a su hijo mayor, García, y repartió el resto del territorio ampliado entre sus otros hijos. De este modo, a Fernando le concedió una considerado porción bastardo, y del condado Gonzalo, los de dejó Castilla; en a los herencia otros, Ramiro, demarcaciones de 34 Navarra y Aragón y el condado de Ribagorza, respectivamente. Figura 5: Detalle de las penínsulas ibérica e itálica según el mapamundi del Beato de Burgo de Osma, es probable que redactado e iluminado en el monasterio de Sahagún, en el año 1086. Refleja, por tanto, los conocimientos cartográficos de época cidiana. La línea vertical marca la cordillera de los Pirineos y la razón de esta extraña disposición se explica por la herencia de los errores cartográficos de época romana, cuando se consideraba que aquella se extendía en sentido norte-sur, en lugar de este-oeste. En la esquina inferior izquierda de la imagen se aprecia el icono que representa la ciudad de Toledo, testimonio del valor que se le daba a esta ciudad en el periodo. Junto a ella, la leyenda «Spania», muy interesante porque sugiere un afán de reivindicación de la Hispania visigótica, como modelo de legitimación del esfuerzo reconquistador. Sobre el icono de Toledo se aprecian, de manera consecutiva, los ríos Duero y Miño. Más al norte, y marcada con un enorme icono, aparece la ciudad de Santiago de Compostela, decorada con el rostro del apóstol. Es precisamente en este momento cuando se desarrolló y popularizó el peregrinaje compostelano. Encima, se aprecia un faro que, probablemente, represente la Torre de Hércules y, por ende, la ciudad de La Coruña. A su derecha, leemos la leyenda «Asturiae», mientras que entre Santiago y el faro la de «Gallaecia». Biblioteca capitular de la catedral del Burgo de Osma (Soria). Tras la muerte de su padre, Fernando I no tardó en iniciar una política de luchas fratricidas que le enfrentaron a sus familiares y que dio como resultado la ampliación de sus dominios leoneses y castellanos. En ese proceso perdieron la vida su cuñado, Bermudo III, y dos de sus hermanos, García Sánchez de Pamplona y Ramiro de Aragón, en el transcurso de tres batallas campales, Tamarón (1037), Atapuerca (1054) y Graus (1064), respectivamente. Gracias a ello, Fernando logró una notable ampliación territorial de sus dominios e incremento de su poder, como apuntábamos más arriba. Así, en esos años, pasa de ser conde de un mermado condado de Castilla a convertirse en soberano de León, por su matrimonio con Sancha, hermana del fallecido sin descendencia en Tamarón, Bermudo III. Asimismo, también vio crecer su influencia en Pamplona y Aragón gracias a una política de vasallajes forzados a los herederos de los reyes caídos en batalla. Por todo ello, se convirtió en el monarca cristiano más poderoso de la Península, al tiempo que ejecutaba conquistas de territorios islámicos, por medio de las cuales logró apoderarse de Lamego, Viseo y Coimbra, en 1057, 1058 y 1064, así como sometía al pago de parias a algunos 35 príncipes musulmanes. Antes de su muerte, en 1065, el rey Fernando I decidió dividir su vasto imperio entre su progenie. Al primogénito, Sancho, le dejó en herencia el reino de Castilla; territorios a Alfonso, conquistados Sancho, como hermanos había para enormemente León en perjudicado el título Portugal; hecho acumular y su el padre máximo por la a imperial; Urraca, años división García, Zamora; atrás, poder a pronto posible, y se ya a y Elvira, Toro. enfrentó que testamentaria Galicia se a los sus mostraba establecida por Fernando. Es durante esos años cuando empezamos a tener noticias de Rodrigo Díaz, integrado en la corte de Fernando I y, tras la muerte de este, en la de Sancho II, a quien sirvió como escudero y a cuyo lado protagonizó sus primeras intervenciones bélicas significativas. Hacia finales de la década de los 60 de ese siglo, Sancho II, el primogénito del rey Magno, encontró la muerte en el asedio de Zamora a manos de un miles llamado Vellido Dolfos, que es posible que actuara por encargo de Urraca y Alfonso VI, ambos hermanos de Sancho. En ese asedio, estuvo presente un joven Rodrigo Díaz, al igual que lo estuvo en dos batallas campales que habían enfrentado a Sancho y Alfonso, las de Llantada (1068) y Golpejera (1072), sus primeras experiencias militares y en las que aprendió numerosos aspectos relacionados con la actividad que iba a marcar su trayectoria vital: la guerra. Después de estos acontecimientos, Alfonso VI se convirtió en emperador y fue durante su reinado (1072-1109) cuando Rodrigo Díaz vivió la mayor parte de su existencia. A pesar de que una parte de la historiografía cidiana deformó la figura de Alfonso VI mediante un análisis asimétrico basado en la comparación con el Campeador, en virtud de las visiones peyorativas del monarca forjadas por la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid, lo cierto es que el suyo constituye uno de los reinados más brillantes y trascendentales de todo el periodo instaurada por medieval. su padre Alfonso y llevó aprovechó al extremo la debilidad la política de un de parias al-Ándalus fragmentado para expandir sus dominios desde el Duero hasta el Tajo, como veremos más adelante. La conquista de Toledo en 1085 es un acontecimiento fundamental para entender lo que sucedió desde entonces en la península ibérica, pues es la primera ciudad importante que los cristianos arrebataron a los musulmanes en ese proceso de larga duración que ha dado en llamarse 36 Reconquista. Alfonso VI, al igual que Rodrigo Díaz, tuvo que relacionarse con otros reinos y principados cristianos peninsulares que se encontraban en proceso de formación y consolidación. Nos interesan sobre todo aquellas entidades políticas con las que Rodrigo Díaz tuvo una relación más intensa y que no fueron otras sino el reino de Aragón y el condado de Barcelona. Aragón Se podría decir que, en tiempos del Cid, el reino de Aragón era, prácticamente, un recién nacido. Sancho el Mayor, a su muerte en 1035, había dejado a uno de sus hijos, Ramiro, el entonces condado de Aragón y este no tardó en apoderarse también de los condados de Ribagorza y Sobrarbe, que le habían tocado en herencia a su hermano Gonzalo, aprovechando que había muerto. La situación de este pequeño condado era difícil al principio, aprisionado como estaba entre el reino de Pamplona, más poderoso y a quien debía vasallaje en virtud del testamento de Sancho el Mayor, y la opulenta taifa de Zaragoza. Ramiro inició el proceso de conversión del condado de Aragón en reino y, para ello, estableció alianzas con Pamplona y algunos condados pirenaicos relevantes como el de Urgell, mediante pactos y matrimonios; puede que también iniciara un acercamiento, una especie de vasallaje, hacia el papa. Una política que siguió y consolidó su hijo, Sancho Ramírez, y que continuó su nieto, Pedro I. Todas esas políticas, trenzadas con destreza por Ramiro, permitieron que fuera reconocido por los demás como rey de Aragón, aunque la institucionalización de esa realidad no llegara hasta el reinado de su hijo, 37 Sancho Ramírez. Sancho Ramírez fue el soberano que logró consolidar Aragón como reino gracias a una política hábil. En el año 1076 se convirtió, además, en soberano de Pamplona por el asesinato del monarca y el consenso entre los nobles pamploneses para ser gobernados por el rey de Aragón. Este hecho incrementó su poder e influencia en ese sector transpirenaico. A lo largo de su reinado, se desarrolló una campaña militar alentada por el papa Alejandro II que algunos han considerado como la primera cruzada, o, al menos, el antecedente más claro de lo que con posterioridad fue la cruzada. Aquella expedición se saldó con la conquista de la fortaleza oscense de Barbastro por una coalición de fuerzas cristianas peninsulares y transpirenaicas entre las que se encontraban tropas del rey aragonés, el mayor interesado en la toma de aquella posición 38 avanzada frente a los musulmanes. Como cualquier otro príncipe cristiano del momento, Sancho Ramírez se vio impelido a realizar pactos coyunturales con taifas musulmanas, con la taifa de Lérida como su aliada natural. Esto era así porque el mayor enemigo del rey aragonés, y también del leridano, era la taifa de Zaragoza, por lo que hubo de fomentar la causa común entre ambos para enfrentarse a un expansionismo zaragozano en el que Rodrigo Díaz operaba como figura principal. Tras una serie de encuentros militares entre las mesnadas zaragozanas, comandadas por el Campeador, y las aragonesas-leridanas, Sancho Ramírez y Rodrigo acabaron siendo aliados. Sancho Ramírez, un sagaz diplomático, también prestó servicios militares a Alfonso VI, ya que sus efectivos estaban presentes tanto en la derrota de Zalaqa (Sagrajas) ante los almorávides en 1086 como en la defensa 39 de Toledo, recientemente conquistada. Es posible que ese rey de Aragón, tras establecer paces con un Rodrigo Díaz cada vez más independiente de cualquier poder, prestara parte de sus hombres al castellano. La alianza del Cid con los reyes de Aragón se consolidó durante el reinado de Pedro I (1094-1104), quien se convirtió en el principal apoyo cristiano del 40 castellano. Gracias a esa relación, que las fuentes tildan de «amistad», los dos resultaron claramente beneficiados y se estableció un statu quo en el cuadrante nororiental peninsular que solo se vio amenazado por el avance almorávide. Los enemigos de ambos lo fueron menos gracias a ese tándem formado por Pedro I y Rodrigo, aunque también por separado cada uno de ellos logró la conquista de dos relevantes ciudades amuralladas musulmanas, Huesca y Valencia. ca. Figura 6: Capitel de la catedral de San Pedro de Jaca ( 1080) que representa al rey David tocando en su trono una viola de arco, fídula, giga o rabel junto con otros músicos. La imagen del monarca semejaría a la de un rey coetáneo, con toda su pompa, y su trono recuerda a la silla de tijera de san Ramón, de la catedral de San Vicente de Roda de Isábena, modelos que derivan, en última instancia, de la silla curul de los cónsules romanos. Para comprender la trayectoria vital de Rodrigo Díaz es necesario analizar con detenimiento la relación que mantuvo con los monarcas de Aragón de su tiempo, en deberemos especial con profundizar Pedro en un I. Es tema por ello que, llegado que nos resulta de el momento, una relevancia fundamental y que, tal vez, no se ha estudiado con la intensidad y profundidad que merece, ya que pudieron ser múltiples las influencias que recibieron ambos personajes gracias a esa relación. El condado de Barcelona Otro foco político peninsular de importancia para comprender la trayectoria del Campeador son los condados catalanes, en concreto el de Barcelona. Este condado experimentó a lo largo del siglo XI un proceso de feudalización, que ha sido estudiado por Pierre Bonnassie, y, relacionado con lo anterior, un fortalecimiento de la autoridad efectiva de la casa condal barcelonesa. En el lapso 1020-1060 se asistió en este contexto a un periodo de crisis. El crecimiento económico que se venía dando desde décadas atrás provocó una pugna por el control de los crecientes recursos económicos, competencia señorial y menudeo de enfrentamientos privados entre familias aristocráticas por el motivo aludido. Son años en los que los campesinos buscaron la protección ante la aristocracia guerrera con el despliegue del movimiento de la Paz y Tregua de Dios. Los condes también soportaron la violencia señorial durante estas décadas de crisis en las que se formaron clientelas armadas de caballeros (milites) que competían entre ellas y en contra del poder condal. Las relaciones entre los poderosos se regulaban mediante homenajes, juramentos de fidelidad y pactos privados de mutuo acuerdo entre partes llamados 41 convenientiae. A partir de 1060, y de acuerdo con Bonnassie, se consolidó el feudalismo institucionalizado en el contexto catalán y el tiempo marcado por las luchas privadas se tornó en otro de fortalecimiento del poder condal. Desde el mandato de Ramón Berenguer I, los condes barceloneses consiguieron situarse de facto en la cúspide de la sociedad feudal y diseñaron estructuras duraderas para atraerse a los caballeros, como el «homenaje-sólido» y el «feudo-renta». Las familias aristocráticas más poderosas reconocieron la autoridad del conde mediante el establecimiento con él de los mencionados convenientiae. De esa forma, la nobleza feudovasalláticas catalana regido por quedó el integrada conde de en un Barcelona, sistema donde de la relaciones política de redistribución de beneficios obtenidos de las parias cobradas a los musulmanes actuaba como un aglutinante efectivo, así como la capacidad de crear un código jurídico adaptado a aquella realidad compleja, los famosos usatges de 42 Barcelona. A la muerte de Ramón Berenguer I, asumieron el poder sus dos hijos, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. Por decisión testamentaria del padre, ambos hermanos, mellizos, serían condes de Barcelona y compartirían el poder entre los dos. Un Rodrigo Díaz desterrado dirigió sus primeros pasos hacia Barcelona para ofrecer sus servicios a los condes de esa ciudad. Al ser rechazado por ellos, partió hacia Zaragoza a servir al rey taifa al-Muqtádir y a su hijo, al-Mutamin. A finales del año 1082, Ramón Berenguer II fue asesinado en extrañas circunstancias en un bosque y es posible que detrás de aquel crimen estuviera su propio hermano, Berenguer Ramón II, apodado el Fratricida. Ya como único conde de Barcelona, Berenguer tuvo en el Campeador a uno de sus principales adversarios e incluso se enfrentaron en batalla campal en Tévar, en el año 1090. Habían chocado armas previamente, en la batalla de Almenar de 1082, cuando Rodrigo se encontraba al servicio de los príncipes zaragozanos. En aquellos momentos, las taifas de Zaragoza y Lérida mantenían una guerra abierta entre ellas y era Berenguer, precisamente, el mayor aliado del rey leridano y Rodrigo comandante de las huestes zaragozanas. Con posterioridad, cuando se produjo el combate de Tévar, Rodrigo ya actuaba de manera independiente en la región valenciana y suponía una amenaza para la futura expansión catalana. Es por ello que se desencadenó aquella batalla, en la que profundizaremos. Al final de la hostilidad y la lucha se pasó a la alianza entre ambos, algo similar a lo que había sucedido con el soberano aragonés, Sancho Ramírez. Figura 7: Los condes Ramón Berenguer I, conde de Barcelona y Gerona (1035-1076) y su esposa Almodis entregan 4000 onzas de oro a Guillem Ramón de Cerdaña, heredero de la corona de Carcasona, por la cesión de sus derechos sobre este condado en 1067. Fol. 83 bis del Liber Feudorum Maior, un cartulario compilado por Raimundo de Caldes, deán de la catedral de Barcelona, por mandato del rey Alfonso II de Aragón a finales del siglo XII, que reunía los documentos relativos a las relaciones feudales de los monarcas de Aragón y condes de Barcelona. Archivo de la Corona de Aragón, Barcelona. En 1096 se celebró un juicio para dilucidar la culpabilidad del asesinato de su hermano, que presidió Alfonso VI de León. En el proceso, se estableció que Berenguer era el responsable del crimen, por lo que quedó apartado de un trono condal de Barcelona que asumió su sobrino, Ramón Berenguer III. El destronado Berenguer se unió entonces a los efectivos de uno de los grandes líderes de la primera cruzada, el conde Raimundo de Tolosa, con cuyas tropas participó en el asedio de Jerusalén, donde pudo morir en 1099, el mismo año 43 del fallecimiento de quien había sido su mayor enemigo, Rodrigo Díaz. No terminaron ahí las relaciones y conexiones del Campeador con los condes de Barcelona, pues una de sus hijas, María Rodríguez, terminó casándose con Ramón Berenguer III, hijo del asesinado Ramón Berenguer II y sobrino de Berenguer Ramón II. Ese matrimonio fue una de las estrategias concebidas por Rodrigo valenciano, pues la para muerte de garantizar su único la supervivencia heredero varón en de su señorío 1097, cuando luchaba contra los almorávides en Consuegra, dibujó un negro panorama de futuro para un principado amenazado. Al-Ándalus: del califato omeya a los reinos de taifas Muchas de las claves para comprender plenamente al Cid Campeador se encuentran en al-Ándalus. Y es que no puede entenderse la trayectoria de Rodrigo Díaz, su éxito y significación histórica sin el contexto de disolución de al-Ándalus, en el que se desenvolvió y con el que interactuó de manera intensa. Rodrigo Díaz es una de las consecuencias de los llamados reinos de taifas, el producto de un al-Ándalus fragmentado en distintas unidades políticas enfrentadas entre ellas. El Campeador perteneció a una generación que se forjó en el medio siglo que media entre el surgimiento de los reinos de taifas y la 44 llegada de los almorávides. A esa situación de debilidad andalusí se llegó después de una serie de acontecimientos y convulsiones que sacudió el califato omeya de Córdoba, desde la muerte de Almanzor hasta el estallido de una guerra civil que los cronistas contemporáneos denominan aunque con anterioridad ya había tna y que tuvo lugar a partir de 1009, habido síntomas de su posterior manifestación. De hecho, desde la muerte de Abd al-Málik, uno de los hijos de Almanzor, el califa no fue sino una pieza más en el tablero de juego de ese alÁndalus en descomposición. Sorprende que el califato omeya pasara en menos de un siglo de ser un Estado potente en lo económico, lo político, lo cultural y lo territorial a convertirse en un mosaico de entidades reducidas que reproducían a pequeña escala las estructuras de esa gran unidad. Las taifas no fueron sino pequeños califatos territoriales surgidos de la desarticulación de ese antiguo gran califato. Es sorprendente que entre la época más gloriosa de los omeyas, aquellos años que coinciden con el reinado de Abderramán III (912-961), emir creador del califato –independencia religiosa con respecto a Bagdad– en el año 929, y la destrucción de aquella magna estructura mediaran menos de cien años. 45 Tras la muerte de Abderramán III, y durante el mandato de su sucesor, alHakam II, surge la figura de Almanzor, el taimado háyib que consiguió hacerse con el poder suplantando a califas titulares y ascendiendo en la corte mediante la acumulación de cargos cada vez más elevados. Su oportunidad llegó en el año 976 con el fallecimiento de al-Hakam II, que había llevado el esplendor omeya aún más lejos que su padre. Dos años después se le nombró chambelán del califa (háyib) y gobernó de facto a partir de entonces, lo que despejó su camino de rivales políticos que pudieran hacerle sombra. También aprovechó la corta edad del califa, Hisham II, y el favoritismo que le concedió Subh, la madre regente, para anularlo y convertirlo en un títere confinándolo en palacio y supervisando su formación, o, mejor, con el fomento de su «idiotez», en 46 palabras de Eduardo Manzano. Una de las claves del éxito que alcanzó Almanzor desde sus inicios, y que prolongó hasta su muerte en 1002, fue el control y ampliación de un ejército con una presencia cada vez mayor de mercenarios extranjeros, de origen eslavo y norteafricano, fundamentalmente, y, en menor medida, cristianos. Las campañas militares lanzadas de forma periódica contra los cristianos del norte (aceifas) fueron para él fuente de legitimidad y prestigio y también de botín de guerra. Llama la atención que durante los años que gobernó Almanzor no se conquistaran tierras a los cristianos, a pesar de la intensidad bélica proyectada contra ellos desde Córdoba. El mantenimiento y estructura de ese gran ejército, base principal de su poder, fue uno de los motivos del estallido de la guerra civil que terminó con el califato, pues se dividió a la sociedad entre una casta privilegiada y minoritaria de guerreros y una masa social cada vez más asfixiada por impuestos necesarios para el mantenimiento de esa estructura militar. Surgieron, además, comandantes que terminaron por crear futuras taifas en las 47 demarcaciones que les había encomendado el dictador amirí. Almanzor murió enfermo de gota en Medinaceli, en el año 1002, cuando regresaba de una de sus múltiples campañas militares contra los cristianos. Le sucedió su hijo Abd al-Málik al-Muzá ffar, a quien había instruido durante años para cuando llegase el momento de su fallecimiento. Los años de Abd al-Málik fueron una continuación de la política desarrollada por su padre, pues actuó a modo de chambelán del anulado califa Hisham II. Pero enfermó y murió de forma prematura, con 33 años, en 1008. Le sucedió en el cargo su medio hermano Abderramán, llamado Sanchuelo por ser vástago de una hija de Sancho Garcés II, rey de Pamplona. Hombre joven y de naturaleza débil, no tan sagaz gobernante como había sido su hermano y, sobre todo, su padre, fue víctima de las tensiones entre las distintas etnias y facciones que se venían dando desde años atrás y que explotaron durante su corto mandato como háyib. Los rebeldes se sublevaron al aprovechar que Sanchuelo se encontraba de expedición contra tierras cristianas. Destronaron al califa Hisham II y nombraron a uno nuevo, destruyeron el complejo palaciego de Almanzor en Medina Alzahira y se hicieron de facto con el poder. Sanchuelo se enteró de estos acontecimientos cuando se encontraba en Toledo. A pesar de las recomendaciones de los suyos, y de que lo habían abandonado muchos de sus hombres, decidió marchar hacia Córdoba, en cuyas afueras fue capturado por la hueste del nuevo califa para ser posteriormente decapitado. En la sublevación cordobesa que acabó con el poder y la vida de Sanchuelo participó la madre de su hermano Abd al-Málik, aunque la turba que asesinó al último representante de la dinastía de chambelanes fundada por su padre cuarenta años atrás la respetó. El hijo de Sanchuelo, Abd al-Aziz ibn Ámir, también fue respetado por su corta edad y sobrevivió a los acontecimientos. Acabó por convertirse en el rey de taifa más poderoso de la costa levantina y actuó como taifa de Valencia desde 1021 y de Almería desde 1038. Figura 8: Detalle de la llamada Arqueta de Leyre (Navarra), tallada en el año 1004 por Faray, artista andalusí. Es probable que fuera o bien capturada en el curso de alguna incursión cristiana o entregada a modo de paria o tributo a los reyes cristianos, lo que explica que acabara sus días en el monasterio de Leyre, donde se reutilizó como relicario de las santas Nunilo y Alodia. Pero su historia es muy anterior; la inscripción que contiene, en letra cúfica, indica que se fabricó para Abd al-Málik, hijo y sucesor de Almanzor. Por lo mismo, puede ser que la imagen sea la del propio Abd al-Málik, o más probablemente, la del califa Hisham II, que ejercía como tal en el momento en que se fabricó esta arqueta (976-1009). La figura aparece sentada «a la turca» sobre trono sustentado por leones. Nótese como, en la mano izquierda, porta un gran anillo que no es otra cosa que el sello real, símbolo de la autoridad califal. Con la misma mano sostiene una redoma o copa, emblema de su dominio terrenal, y con la diestra sujeta una piña, símbolo de abundancia. Museo de Navarra, Pamplona. A partir del fallecimiento de Sanchuelo, los elementos bereberes sobre los que, en buena medida, habían sustentado su poder Almanzor y su sucesor, comenzaron a ser perseguidos, hostigados y masacrados por orden del flamante autoproclamado califa, Muhámmad II al-Mahdi. Este nuevo gobernante pronto se convirtió en uno de los muchos reyes de taifas que gobernaron desde entonces sus dominios como si de microcalifatos se trataran. También comenzaron a enfrentarse entre sí y recurrieron cada vez más al llamamiento y contratación de tropas cristianas para hacer frente a sus enemigos musulmanes. Había estallado una guerra civil tan grave como nunca antes en al-Ándalus, había empezado una tna que descompuso el califato y que propició el caldo de cultivo idóneo para que un hombre, Rodrigo Díaz, pudiera, décadas más tarde, alcanzar el éxito y convertirse en el primer, y único, rey de taifas cristiano. Durante los cinco años que Rodrigo Díaz gobernó Valencia (1094-1099) procedió más a la manera de un soberano taifa islámico que de un príncipe cristiano. No podía ser de otra manera. No había más alternativa porque la mayoría de musulmana la y el población del componente principado cristiano de quedaba Valencia limitado conquistado a una era reducida porción de sus huestes y poco más. La cristianización de aquel principado debía llevarse a cabo de manera lenta y cautelosa, por tanto, el primer paso significativo en ese sentido no se dio hasta 1098. En ese año, el anterior a la muerte del autointitulado príncipe de Valencia, se produjo la conversión de la mezquita valenciana en iglesia cristiana, la oficialización del obispado regido por el cluniacense Jerónimo de Perigord y la dotación económica y territorial de ese obispado, motor desde el que se desplegó la cristianización y feudalización del señorío valenciano. Hasta entonces, Rodrigo había gobernado como un taifa más, básicamente, había aplicado leyes islámicas y explotado el sistema tributario existente. Una de las máximas que pareció regir en las decisiones y actuaciones del Campeador, tanto en el campo de la guerra como en el de la política, era el pragmatismo. Sus concepciones del poder se asimilaron más a las de un rey de taifas que a las de un señor o conde cristiano, una dignidad, la de conde, que nunca llegó a ostentar. Sí actuó, en cierto modo, como una especie de ministro dentro de un reino musulmán, el de Zaragoza, como tendremos ocasión de ver con más vid. detalle ( Capítulo 4). Pero, antes de eso, Rodrigo Díaz ya había tenido la oportunidad de sumergirse costumbres, formas de en la gobierno, realidad islámica y sistema tributario, de aprender gustos sus culturales, idiosincrasia… y puede que incluso algunos rudimentos de la lengua árabe. Merece la pena, por tanto, detenerse para hablar, aunque sea en pocas palabras y de manera resumida, de aquel mosaico andalusí que ya estaba formado, aunque no cerrado e inmutable, cuando nació Rodrigo Díaz. Es pertinente acercarse, mas de pasada, a las taifas con las que el Campeador se relacionó de manera más cercana e intensa, porque es incuestionable que de aquellas experiencias obtuvo los conocimientos que aplicó en distintas situaciones a lo largo de su vida. Como ya afirmamos, no puede comprenderse a Rodrigo Díaz sin intentar calibrar el grado de imprimación que el guerrero burgalés pudo 48 llegar a adquirir de la realidad islámica. Aquella realidad que conoció, y de la que se empapó el Campeador, era la de los llamados reinos de taifas. Figura 9: Dinar de Hisham II (reg. 976-1009), en cuyo anverso se puede leer la leyenda inna muhammad ‘abduhu wa rasuluhu [Mahoma es Su servidor y Su mensajero]. Como decíamos líneas arriba, esos principados territoriales andalusíes llamados taifas comenzaron a articularse a raíz del estallido de la guerra civil o tna en 1009. Sin embargo, la realidad que conoció Rodrigo Díaz, en las décadas finales del siglo XI, no era la misma de los primeros tiempos de la tna y los años subsiguientes. Aunque el proceso se inició con la abdicación obligada de Hisham II en 1009, el califato perduró como institución, al menos de manera oficial, hasta el año 1031, cuando quedó oficialmente disuelto. Hay que decir, no obstante, que la noción de califato no desapareció con los reyes de taifas, ya que estos, como ha demostrado Alejandro Peláez, mantuvieron vivo el recuerdo de una autoridad califal para, después, sustentar su propia legitimidad como representantes de ese 49 califa «ficticio». En el intervalo, fueron múltiples las taifas que se instauraron en al-Ándalus, algunas de ellas tan exiguas como Granada, lo Huelva, era el territorio Valencia, dominado Carmona, por Morón, una 50 fortaleza. Toledo, Badajoz, Almería, Arcos, Zaragoza, Albarracín, Denia, Tortosa, Murcia, Silves y Alpuente fueron los primeros microprincipados establecidos. Muchos de ellos acabaron absorbidos por taifas principales como Sevilla, Granada Albarracín o Alpuente, consiguieron mantenerse. o Zaragoza; otras, como Es posible que el primer contacto que Rodrigo tuvo con aquella realidad andalusí se produjera en 1079. Sin adelantar acontecimientos, podemos decir que, en esas fechas, Rodrigo fue enviado a la capital de la taifa hispalense para recaudar parias que el soberano sevillano adeudaba al emperador Alfonso. No sabemos con exactitud cuánto tiempo permaneció allí, pero sí lo suficiente como para que, al menos, podamos intuir que resultó formativo para él. Quizá por primera vez en su vida pudo observar el grado de dependencia que tenían los soberanos andalusíes de las huestes cristianas. Durante ese intervalo sevillano interactuó, aunque de manera hostil, con otra de las taifas potentes del sur peninsular, la de Granada, regida por Abd Allah ibn Buluggin, autor de unas Memorias que constituyen una fuente fundamental para entender las complejidades del siglo XI peninsular. La segunda experiencia formativa de Rodrigo en relación con el islam peninsular tuvo lugar durante los años de su primer destierro. En ese tiempo, Rodrigo vivió Zaragoza, relación a cuyos que determinó, integrado de pleno en príncipes sirvió como mantenía en buena con los medida, la sociedad comandante soberanos su islámica hudíes trayectoria de fue posterior. de sus la taifa de ejércitos. La esencial Al para servicio él de y los príncipes zaragozanos, Rodrigo se enfrentó a la taifa de Lérida, coaligada con el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II. Durante ese lapso, comprobó, una vez más, pero en esta ocasión de forma más intensa y dilatada, que el poder de los reyezuelos andalusíes era tan frágil que únicamente se podía sustentar sobre la fuerza que les otorgaban mesnadas cristianas bien comandadas. Una vez centrado en la conquista de Valencia y en la consolidación de un señorío propio en torno a esa ciudad, Rodrigo tuvo que relacionarse no solo con la realidad de la taifa de Valencia, sino también con otras tres pequeñas taifas vecinas: Alpuente, Albarracín y Murviedro. Estas habían sobrevivido en un mar peligroso en el que depredadores mayores devoraban a otros más pequeños y habían conseguido que sus vecinas más grandes y poderosas no las engulleran por medio de la negociación, las características topográficas de sus territorios y la astucia de sus gobernantes. En ese mundo revuelto de taifas mutables, de enfrentamientos, negociaciones y relaciones basadas en la guerra y en el pago de tributos emerge una figura por encima de cualquier otra: Alfonso VI de León y Castilla. Y es que su política contra principados taifas y reinos cristianos vecinos es primordial para comprender la trayectoria y acciones de Rodrigo Díaz. Alfonso actuó a partir de su consolidación en el trono de León y Castilla como el auténtico sociales árbitro de una en las relaciones península ibérica entre las distintas fragmentada. unidades Son autores políticas y islámicos, fundamentalmente, quienes nos ofrecen las claves de unas formas de hacer política basadas en la alianza, la guerra, la extorsión, el cizañamiento entre las distintas teselas del mosaico andalusí. Esta estrategia de disolución, estudiada entre otros por Francisco García 51 Fitz, la reflejan autores musulmanes coetáneos, como Abd Allah, de Granada, y otros posteriores que parecen beber de fuentes más antiguas. Esos cronistas manifiestan que la idea de Alfonso VI ūs, era la de dominar toda la Península. Ibn al-Kardab autor que escribe a finales del siglo XII, pero buen conocedor de fuentes contemporáneas a los hechos narrados, muestra de manera nítida esa pretensión alfonsina cuando afirma que, tras neutralizar a sus dos hermanos, Sancho y García, Alfonso se vio en condiciones de lanzarse contra un al-Ándalus debilitado: Sancho fue asesinado y García aprisionado, entonces el poder, del ibn que se adueñó sin competencia, perteneció a Alfonso Fernando, su autoridad llegó [así] a su apogeo y su codicia se fortaleció a costa de los musulmanes. En su falsa conclusión concibió reclamar la península de al-Ándalus entera para sí, por lo cual no se despreocupó de enviar algaras y continuas incursiones. Los días de su poder coincidieron con mucha subversión y grandes disensiones entre los musulmanes y unos se debilitaban por causa de los otros con la ayuda de los cristianos. Entonces colmaron a Alfonso de las riquezas que quiso, para que con hombres valientes les ayudase contra sus 52 oponentes. Esa situación de inestabilidad y conflicto en el interior de al-Ándalus, de disgregación y enfrentamiento entre las distintas taifas ( tna), de disolución moral de gobernantes, de relajación de las costumbres y la disciplina no hacía sino redundar gobernantes en la debilidad disolutos. El de unos escenario Estados ideal para islámicos un regidos gobernante cristiano fortalecido, como lo era en aquellos momentos Alfonso VI: El Maldito [Alfonso VI], entretanto, estuvo satisfecho por lo que tna) había de sedición ( entre ellos. No obstante ellos [los taifas] siguieron ocupados en beber bebidas alcohólicas, en la posesión de esclavas cantoras, en cabalgar en el pecado y en escuchar laúdes, pues cada uno de ellos competía por la adquisición de tesoros reales, cuando de improviso llegaban de Oriente, a fin de enviárselos a Alfonso como alcanzar su facciosos presente, favor se sin debilitó sus el para procurarse exigencias. opresor y con [Así] el ellos hasta oprimido, su que se amistad de y aquellos envileció el gobernante y el gobernado, el pueblo se empobreció y el estado de todos se echó a perder totalmente, y el pudor islámico desapareció de los individuos; pues quienes de ellos permanecieron fuera de la dimma), protección ( ŷ izya). ( Entonces recaudando para hubieron de someterse al pago de la capitación se él convirtieron los impuestos, 53 ninguno, ni se inhibió de él nadie. en [y] perceptores ni de contradijo Alfonso, su por orden Figura 10: Alfonso VI, según una miniatura del siglo XII del Tumbo A (Libro de privilegios) de la catedral de Santiago de Compostela. Durante el reinado de su padre, Fernando I, Castilla se impuso como potencia hegemónica en la Península, tanto sobre sus vecinos andalusíes como sobre el resto de reinos cristianos. Alfonso continuó y profundizó esta tendencia, con el importantísimo hito de la conquista de Toledo, que además constituía un triunfo simbólico, ya que permitía que Castilla se erigiese en heredera del antiguo reino hispanovisigodo del que la ciudad del Tajo había sido capital. Se puede apreciar la situación caótica que vivía al-Ándalus, un marasmo en el que los asuntos de importancia se encomendaban a judíos, «convertidos en chambelanes, visires y secretarios». El ejemplo de Samuel ibn Nagrella, visir judío de los primeros gobernantes ziríes de la taifa de Granada, muestra con 54 claridad el peso político y gubernamental que adquirieron algunos judíos. Estos, además, eran expertos en el suculento negocio del tráfico de esclavos, 55 gracias a su dominio de los idiomas y sus cualidades como embajadores. De ese comercio de esclavos se benefició Rodrigo Díaz para conseguir financiación durante el asedio a Valencia. Además, también se apoyó en un judío, precisamente, para la administración de sus rentas, tributos y negocios, entre los cuales figuraría esa venta de cautivos apresados durante las operaciones de cerco a Valencia. El ya mencionado Abd Allah ibn Buluggin, último rey de la dinastía de los ziríes de Granada, es quien mejor nos ilustra acerca de las acciones de Alfonso VI encaminadas al fomento del enfrentamiento y debilidad entre las distintas taifas. Por haber sido testigo y protagonista de los acontecimientos relatados, las opiniones de Abd Allah adquieren un gran valor informativo. El taifa cronista dibuja a Alfonso VI como un gobernante poderoso y codicioso y recrea algunas de las reflexiones del monarca cristiano, quien opinaba que cuanta más revuelta hubiese en al-Ándalus «y cuanta mayor rivalidad exista entre ellos mejor para mí». Y precisamente eso es lo que hizo el soberano leonés, alimentar la disensión entre los principados islámicos para, gracias a ello, obtener abundantes beneficios económicos y territoriales. Según Allah, estos serían los planteamientos de Alfonso VI: Por consiguiente, no hay en absoluto otra línea de conducta que encizañar unos contra otros a los príncipes musulmanes y sacarles continuamente 56 debiliten. dinero, para que se queden sin recursos y se Abd Algo similar hizo Rodrigo Díaz en el escenario valenciano, alimentar discordias internas y sublevaciones, hacerse imprescindible en la resolución de conflictos en aquella región y conseguir dinero de varias maneras posibles. El fomento de disputas intestinas, la extorsión basada en la potencia militar que le otorgaban sus huestes y el continuo cobro de tributos fueron directrices que siguió el Campeador en la zona de Valencia, al menos desde los años 10891090. Rodrigo no hizo sino aplicar y adaptar allí un modelo creado y llevado al límite por Alfonso VI a una escala mayor. Esa forma de sometimiento a los débiles reyes de taifas vio su fin con la llegada de los almorávides a la península ibérica en 1086. Tanto Alfonso como Rodrigo tuvieron que adaptarse con rapidez a unas circunstancias diferentes, impuestas por unos nuevos actores con los que ya no se podía negociar, a quienes no se podía cizañar porque estaban cohesionados en torno a su líder carismático. No era posible extorsionar a aquellos guerreros norteafricanos para que contrataran servicios militares cristianos, pues poseían una maquinaria bélica que nada tenía que envidiar a la de los cristianos y a la que incluso superaba en bastantes ocasiones, como pudo comprobar con amargura el propio Alfonso VI en la batalla de Zalaqa. En ese nuevo ambiente marcado por la presencia, y la presión, de los almorávides es donde Rodrigo vivió sus años más intensos. La caída de Toledo en manos de Alfonso VI en 1085, en la que mucho tuvieron que ver maniobras de debilitamiento como las que hemos comentado, motivó un estado de pánico en algunas taifas andalusíes que las abocó a solicitar la ayuda de los almorávides. Al-Mutámid, de Sevilla, fue uno de los emires más activos en ese llamamiento. No sabía entonces el monarca sevillano que aquellos almorávides, quienes se vislumbraban como única esperanza de contener la presión cristiana, cada vez mayor, terminarían por convertirse en su propio fin y que sellarían el ocaso de unos reinos de taifas que habían sobrevivido durante más de medio 57 siglo como balsas a la deriva en un mar turbulento. Notas 1 Bartlett, R., 2003. No 2 entraremos a valorar el debate acerca del «feudalismo» entre «mutacionistas», que sostienen que en torno al año 1000 se produjo una ruptura del orden carolingio que devino en la formación del feudalismo, y que tiene en Georges Duby, Pierre Bonnassie, Jean Pierre Poly y Eric Bournazel, entre otros, a algunos de los autores más destacados que han defendido esta postura, y los denominados «tradicionalistas», que defienden que no existió tal fractura alrededor del año 1000, sino la continuidad de un sistema feudal que se habría venido fraguando, al menos, desde el siglo VIII y que alcanzó, en un proceso sin rupturas, su maduración a lo largo del XII. T. N. Bisson se encuentra entre los autores más destacados de estas últimas opiniones y ha defendido esas tesis continuistas del modelo feudal en, entre otras obras, 1996, 196-205; también Barthélemy, D., 1997; 1998, 117-130; 1999; 2004; 2006. Una síntesis del debate en Freedman, P., 1996, 425-446. Acerca de feudalismo y estructuras feudales en Europa y el Mediterráneo vid. Bonnassie, P. et alii, 1984. 3 Acerca de la evolución del papado y del desarrollo de ideas de guerra santa que desembocan en el concepto de cruzada a finales del siglo XI vid. Flori, J., 2003. 4 La bibliografía de las cruzadas es tan abundante como inabarcable, por ello remitimos a trabajos de síntesis y estados de la cuestión en castellano para que el lector interesado en el tema pueda profundizar. Son los de Ayala Martínez, C. de, 2004, 341-395; Rodríguez García, J. M., 2000, 341-395 y 2014, 365-394 5 Vid. Fossier, R., 1988; García de Cortázar, J. A., 1981, 111-112, 154. 6 Vid. Bartlett, R., 2003, 149 y ss.; Fossier, R., 1984, 483-627; Duby, G., 1973 y 1987; Heers, J., 1991, 121-131; Gimpel, J., 1982; White, L., 1973. 7 Bartlett, R., 1984. 8 Vid. Oakeshott, R. E., 1961; Flori, J., 1988, 213-240 y 1989, 7-40; Nicolle, D., 1988; Cirlot, V., 1985, 35-43. 9 10 Gameson, R., 1997; Cholakian, R. C., 1998. Sería excesivo citar aquí, aunque fuese una mínima parte, los estudios existentes acerca de guerra medieval, es por ello que recomendamos a quien quiera ampliar conocimientos consultar obras de autores como Michael Prestwich, John Gillingham, Matthew Strickland, John France, Claude Gaier, Aldo Settia, Francisco García Fitz, R. C. Smail, João Gouveia Monteiro, Stephen Morillo, Jim Bradbury, Sean McGlynn entre otros. De la faceta militar del Cid, tan solo disponemos del artículo de García Fitz, F., 2000, 383-418 y algunos realizados por nosotros mismos y cuyas referencias pueden consultarse a lo largo de las páginas de este libro y en la bibliografía final. 11 Vid. Gaier, C., 1968. 12 Vid. Porrinas González, D., 2015, vol. 2, 321-325. 13 Vid. Porrinas González, D., 2003, 223-242 y 2015b, 489-522; enero 2017, 62-65 y marzo 2017, 22-30. 14 Vid. Hallam, E. M., 2001; Sassier, Y., 1987. 15 Vid. Bur, M., 1992, 55-63; Guyotjeannin, O., 1992, 91-98. 16 Riché, P., 1987; Guyotjeannin, O. y Poulle, E. (eds.), 1996; Brasa Díez, M., 2000, 45-60. 17 Y como ya tuvimos ocasión de mostrar recientemente en Porrinas, D., 2018. 18 Conocemos los acontecimientos de este periodo gracias al cronista coetáneo Richer de Reims, muerto hacia el año 998, continuador de la labor historiográfica de historiadores como Hincmaro de Reims y Flodoardo. Los Cuatro Libros de Historia [Historiari Libri Quator] de Richer, escritos durante la última década del siglo X, constituyen una obra fundamental para entender el paso de la dinastía carolingia a la capeta y son una fuente esencial del reinado de Hugo Capeto. Vid., por ejemplo, Barthélemy, D., 2006. Una buena forma de conocer distintos entresijos y circunstancias del momento es la monumental obra de Bisson, T., 2010. 19 Vid. 20 Cantarino, V., 1980; Constable, G., 2000; Maurice, B. (ed.), 1988; Gordo Molina, A. G., Porrinas González, D., 2018, 109-133. 2006, 71-80; Iogna-Prat, D., 1998; Martínez, H. S., 2007, 147-187; Montenegro Valentín, J., 2009, 47-62; Reglero de la Fuente, C. M., 2008; Rosenwein, B. H., 1982; Sanz Sancho, I., 1998, 101-119. 21 «[…] al tratarse de las células elementales de la Iglesia, los obispados medievales constituyen una unidad de medida natural y adecuada de la cristiandad», Bartlett, R., 2003, 22. 22 Bartlett, R., 2003. 23 La bibliografía relacionada con estos temas es demasiado abundante como para citarla aquí manteniendo la justicia y ecuanimidad hacia los distintos autores que, con erudición, han profundizado en la evolución del papado durante el siglo XI. El tema tiene ramificaciones fundamentales como son las relaciones del papado reformista gregoriano con una institución fundamental como es la orden de Cluny, así como sus alianzas o enfrentamientos con soberanos territoriales como los emperadores alemanes, en especial Enrique IV, los reyes de Aragón, el emperador leonés Alfonso VI, los señores normandos del sur de Italia, Sicilia o Anatolia, Guillermo el Conquistador… Para todo ello, e intentando evitar la prolijidad de notas, vid., entre otros, Robinson, I. S., 1990; Cowdrey, H. E. J., 1994, 258-265; 1997, 21- 35; 1991, 23-38; 1988, 173-190; 1998 y 2002; Ladner, G., 1954, 49-77; Cantarella, G. M., 2005; Flori, J., 1997, 317-335; 1998, 247-267 y 2001; Faci Lacasta, F. J., 1982, t. II, vol. I, 262-275; Fliché, A., 1976; Gordo Molina, A. G., 2003; 2003b, 51-61 y 2003c, 263-270; Laliena Corbera, C., 2006, 289-331; Llorca, B., 1976, 553-569; Palacios Martín, B., 1990, 19-29; Morghen, R., 1948, 163-172; Soto Rábanos, J. M., 1991, 161-174. 24 Vid. 25 Ibid. 26 Vid. Rodríguez García, J. M., 2017, 54-57. 27 Vid. Bartlett, R., 2003, 28. 28 Vid. Chibnall, M., 2006; Crouch, D., 2007; Bates, D, 1982; Allen Brown, R., 1997. 29 Vid. Norwich, J. J., 1967; Skinner, P., 1995; Haskings, C. H., 1995, 192-217; Kelly, P. 30 Vid. Houben, H., 2002. 31 Loud, G. A., 2000. 32 Vid. Flori, J., 2009. 33 Vid. Mackay, A., 1995. 34 Vid. Martín Duque, A. J., 2007; Orcástegui Gros, C. y Sarasa Sánchez, E., 2001; Martínez Fletcher, R., 1999, 95-108. Díez, G., 2007; Juanto Jiménez, C., 2004. 35 Vid. Sánchez Candeira, A., 1999; Viñayo González, A., 1987; Blanco Lozano, P., 1987. 36 Vid. Portela Silva, E., 1985, 85-122; Estepa Díez, C., 1985; Reilly, B. F., 1989; Mínguez, J. M., 2000; Laliena Corbera, C. y Utrilla Utrilla, J. F. (eds.), 1998; Ladero Quesada, M. A., 1998, 109-112. Para el mundo andalusí de finales del siglo XI es fundamental la narración del taifa granadino Abd Allah, 1980. 37 Durán Gudiol, A., 1993; Viruete Erdozain, R., 2008; Kehr, P., 1945, Guijarro Ramos, L., 2004, 245-264. 38 Vid., por ejemplo, el reciente libro de Senac, P. y Laliena Corbera, C., 2018. 285-326; García 39 Vid. Lapeña Paúl, A. I., 2004; Buesa Conde, D., 1996; Canellas López, A., 1993. 40 Vid. Laliena Corbera, C., 1996 y 2001. 41 Vid. Bonnassie, P., 1984b, 21-65 y 1988. 42 Vid. Bonnassie, P., 1984b, 28; Sobrequés, S., 1961, 55-114; Valls, F., 1984; Bastardas, J., 1984; Cingolani, S. M., 2008, 135-175; Negro Cortés, A. E., 2019, 232-248. 43 Sobrequés Vidal, S., ibid., 126-128. 44 Porrinas González, D., 28 de noviembre de 2018; Escalona Monge, J., 2017, 6-14. 45 Uno de los mejores estudios del periodo omeya es el de Manzano Moreno, E., 2006. De Abderramán III, vid. Fierro Bello, M. I., 2011 y Vallvé Bermejo, J., 2003. 46 Manzano Moreno, E., 2018, 244-245. 47 La bibliografía de Almanzor y su tiempo es muy abundante, vid., entre otros, Fierro Bello, M. I., 2019; Echevarría Arsuaga, A., 2001; Bariani, L., 2003; Torremocha Silva, A. y Martínez Enamorado, V. (eds.), 2003. 48 Vid. Porrinas González, D., 28 de noviembre de 2018. 49 Peláez Martín, A., 2018. 50 Al igual que para otros temas tratados, preferimos la unificación de la bibliografía en una sola nota, para no dificultar la lectura al lector poco, o nada, familiarizado con el modelo académico y científico de escritura histórica, profuso en citas de bibliografía y fuentes. Para distintos aspectos relacionados con los reinos de taifas, vid. Fuentes primarias en la Bibliografía; Viguera Molins, M.ª J., 1993, 1995 y 1999; Prieto Vives, A., 1926; Lacarra, J. M., 1965, tomo I, 255-277; Wasserstein, D., 1985; Martos Quesada, J., 2009. 51 García Fitz, F., 2002, 25-76. 52 Ibn al-Kardab 53 Ibid. 54 Schirmann, J., 1951, 99-126. 55 Vid. Armenteros-Martínez, I., enero-marzo 2016, 3-30. 56 Abd Allah, op. cit., 157-158. 57 La bibliografía detallada de los almorávides puede consultarse en la nota 36 del Capítulo 3. ūs, 1986, 97-98. __________________ * Alberto Montaner y Ángel Escobar, Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, estudio preliminar, edición, traducción y comentario, Madrid, España Nuevo Milenio, 2001, 125-128. 2 Los primeros años de Rodrigo Díaz «[…] y como este noble rey una vez passasse por biuar hallo ay a Diego laynez y a su hijo Rodrigo de biuar: moço de edad de diez años y llevolo consigo y criolo Desque fue de edad diole armas y cauallo: y quiso le armar cauallero como lo auia é costumbre de fazer a todos los fidalgos que criaua: y el no lo quiso ser».* E s poco lo que conocemos de los primeros años de Rodrigo Díaz. Su infancia, en especial, se encuentra en la más absoluta de las oscuridades; de su adolescencia sabemos algo más, aunque tampoco demasiado. Su existencia empieza a ponerse de relieve en los escritos cuando se vincula a la corte regia, sobre todo durante el reinado de Sancho II, el primogénito del rey Fernando I. Son sus acciones guerreras las que motivan que el foco informativo se vaya centrando en su persona, aunque en su comienzo vital estas fueron escasas, aisladas e individuales, pues se encontraba inmerso en un periodo de formación por el que todo aristócrata de su tiempo, incluidos los príncipes, debía pasar para convertirse en hombre y en caballero. ORÍGENES FAMILIARES Y SOCIALES No conocemos la fecha exacta del nacimiento de Rodrigo Díaz. Suponemos que debió de ver la luz entre los años 1040 y 1050, tal vez más cerca del último que del primero, pero los especialistas están divididos en esta cuestión. Tampoco sabemos el lugar concreto en el que nació. La tradición iniciada por el Cantar de mio Cid ha consolidado la creencia de que sería la pequeña aldea de Vivar, cercana a Burgos, pero no hay pruebas documentales que lo demuestren, ni tampoco lo contrario. Así pues, el Cantar, compuesto casi un siglo después de la muerte del Campeador, consolida Vivar como la población en la que Rodrigo abrió los ojos al mundo por primera vez. En todo caso, podemos afirmar que ese nacimiento se produjo en una localidad no muy extensa cercana a Burgos, donde se encontraba asentada su familia y también su patrimonio. Por línea paterna, Rodrigo pudo pertenecer a una poderosa familia originaria del reino de León: los Flaínez. Una casa nobiliaria que, junto con la de los descendientes del conde Fernán González y los Beni Gómez, conformaron los tres linajes nobiliarios más importantes asentados en el territorio que se extendía entre la ciudad de León y las fronteras con el reino extendida de de Pamplona. unos orígenes Dicha vinculación sociales y desmontó familiares un humildes, tanto así la idea como su caracterización tradicional de simple infanzón de frontera, de hombre hecho a sí mismo desde la nada, prácticamente. La idea de unos orígenes sociales de Rodrigo Díaz no tan bajos como se ha creído la ha defendido en algunos trabajos Margarita Torres Sevilla, que sostiene que el padre de Rodrigo era un segundón de la familia Flaínez, una parte de la cual había sido desterrada de León a las fronteras de Castilla por orden de Fernando I. El hermano del futuro padre de Rodrigo, Fernando Flaínez, se había declarado en rebeldía contra el rey Fernando tras la muerte de Bermudo III en la batalla de Tamarón (1037). Como gobernador de la ciudad de León, dominando las Torres de León, el castillo de la ciudad, estuvo durante un año negando e impidiendo la entrada al emperador en la urbe regia e imperial, al no considerarlo monarca legítimo y, de alguna manera, culpándolo 1 de la muerte de su señor Bermudo en Tamarón. Es posible que Diego Laínez apoyase a su hermano en aquella rebelión y, por ello, que también fuese desplazado a la linde oriental del reino, lejos del núcleo del poder, por lo que tuvo que luchar contra los navarros en aquel nuevo destino. El rey Fernando sabía que la mayor amenaza para su poder la constituían nobles leoneses que, o bien habían sido fieles a Bermudo III, o bien ostentaban un poder heredado durante largo tiempo y un patrimonio territorial potente. La familia Flaínez, como apuntábamos, era una de esas casas nobiliarias influyentes y poderosas y, en consecuencia, una de las formas más efectivas de disolver esas conspiraciones era dividir a aquella vigorosa aristocracia mediante matrimonios y a través de su desplazamiento territorial. Si tenemos en cuenta las tesis de Margarita Torres, que aceptamos aun sin ser expertos en materia de genealogía y linajes nobiliarios, es posible que la crianza de Rodrigo en la corte de Fernando I se pueda contemplar con otros ojos. No conocemos el grado de participación que Diego Flaínez pudo tener en la rebelión dirigida por su hermano, Fernando, en León contra Fernando I tras la muerte de Bermudo III en Tamarón. Si esa cooperación hubiese sido activa, cabría la posibilidad de que su hijo Rodrigo pasara a ser una suerte de rehén en la corte del monarca, para garantizar de alguna forma que Diego no volviera a apoyar más rebeliones contra él. Visto desde esta nueva perspectiva, cobran aún más sentido las ideas de Margarita Torres, las cuales sitúan los orígenes del Campeador en un linaje más elevado del que tradicionalmente se ha creído. La escasez y pobreza de las fuentes del momento no nos permiten dilucidar si esa costumbre se practicaba entonces. Sin embargo, podemos intuir la posibilidad, al menos, de que se utilizase a un niño llamado Rodrigo Díaz de alguna forma para garantizar la fidelidad de un padre con un pasado rebelde. Lo cierto es que en aquella época, y en la que vivió el propio Rodrigo como adulto, el empleo de rehenes como garantes del cumplimiento de acuerdos era 2 una práctica generalizada. Sin embargo, no todos los especialistas están de acuerdo con las tesis de Margarita Torres que sitúan los orígenes familiares paternos de Rodrigo en la familia Flaínez. Quien más las ha refutado ha sido Gonzalo Martínez Díez, tanto en su biografía del Cid histórico como en algún trabajo que aborda ese aspecto de manera monográfica. La Historia Roderici traza una genealogía precisa de Rodrigo Díaz: El origen muchos de su hijos, linaje entre parece los que cuales es este: Laín estuvieron Calvo Fernando engendró Laínez y Bermudo Laínez. Bermudo Laínez engendró a Rodrigo Bermúdez. Laín Fernández engendró Fernández a Fernando y matrimonio engendró a a una esta Nuño Rodríguez, hija Eilo a y llamada Laínez. el cual Eilo. engendró Roderico en engendró Nuño ella a Laínez Laín Bermúdez a Pedro tomó Núñez. en Laín Núñez engendró a Diego Laínez, el cual engendró a Rodrigo Díaz Campeador en una hija de Rodrigo Álvarez, que fue hermano de Nuño Álvarez, el cual tuvo el castro de Amaya y muchas otras provincias de aquellas regiones. Rodrigo Álvarez tuvo el castro de Luna y los territorios de Mormojón, Moradillo, Cellorigo y Curiel y otras muchas villas en la tierra llana. Fue su esposa doña Teresa, 3 hermana de Nuño Laínez de Rejas. Gonzalo Martínez Díez nos ayuda a entender esa enrevesada ascendencia de Rodrigo Díaz con dos ilustrativos gráficos de sus genealogías paterna y 4 materna. Pero es muy poco lo que conocemos acerca de los progenitores de Rodrigo Díaz. Del padre, Diego Laínez, la Historia Roderici afirma que: […] con grande y fuerte valor arrebató a los navarros el castro que se llama Ubierna, y Urbel y La Piedra. Luchó con los mencionados navarros en batalla campal y los venció. Alcanzado el triunfo una sola vez sobre ellos, los navarros nunca en adelante pudieron prevalecer contra él. A su muerte, su hijo Rodrigo ocupó su lugar 5 como cabeza de familia. Desconocemos si Diego Laínez luchó junto con Fernando I contra los navarros en la batalla de Atapuerca de 1054. Cabe la posibilidad de que así fuera, de que se destacase en el combate y de que el rey le encomendara la misión o tarea de asentarse en las fronteras de Castilla con Pamplona, donde arrebató a los pamploneses las tres fortalezas que menciona la Historia Roderici. 6 Eso es todo lo que sabemos del padre de Rodrigo. De la madre disponemos de menos información aún, ni siquiera sabemos cómo se llamaba. Martínez Díez, al reconocer las limitaciones, se aventura a proponer el nombre de María, tal y como Rodrigo llamó con posterioridad a una de sus hijas, pues era costumbre 7 en la época poner a las niñas el nombre de su abuela. Poco más sabemos de la familia de Rodrigo: que tendría algún abuelo de cierta relevancia y unos progenitores poco conocidos. De su núcleo familiar pasó a las cortes de Fernando I y Sancho II y es en ellas donde asimiló, fundamentalmente, su primera formación, pues en ese entorno aprendió a leer y escribir. Aparte de unos rudimentos de escritura y lectura, que más adelante le permitieron ejercer como juez del rey Alfonso VI en distintos tribunales itinerantes, Rodrigo aprendió en la corte regia sus primeras enseñanzas en equitación y uso de las armas. Es posible que ingresara en esa corte cuando aún era un niño y que creciera allí hasta convertirse en un adolescente dotado para la lucha individual. INFANCIA Y ADOLESCENCIA La infancia y adolescencia de Rodrigo son periodos vitales de su trayectoria que nos resultan bastante desconocidos. No nos consta que tuviera hermanos mayores y si tuvo alguno habría muerto durante la infancia sin dejar registro. Tampoco que tuviese hermanas, teniendo en cuenta que, en el caso de las mujeres, es más difícil identificarlas y conocer su filiación. Su niñez y pubertad debió de desarrollarse como la de cualquier joven aristócrata primogénito de la época. Sabemos que Rodrigo aprendió a escribir, o al menos a firmar, de una forma bastante tosca, como atestigua el documento de dotación de la iglesia de Valencia de 1098. También es muy posible que aprendiera a leer de manera más o menos aceptable. Lo que no sabemos es cómo y cuándo adquirió rudimentos de escritura y nociones de lectura. ¿En algún monasterio durante su infancia? ¿Fue acaso instruido por algún familiar eclesiástico? ¿Alcanzó esos conocimientos ya como adolescente en las cortes de Fernando I y de Sancho II? De todas las posibilidades, es esta última la que nos resulta más factible o, al menos, la única de la que tenemos algún indicio claro. Figura 11: Firma de Rodrigo Díaz de Vivar, recogida en el diploma de dotación a la catedral de Valencia, en el año 1098, y que reza Ego Ruderico [Yo, Rodrigo]. Los monarcas del momento en el que Rodrigo Díaz vivió su infancia y adolescencia se criaban rodeados de caballeros, en las cortes de sus padres y en compañía de sus tutores nobles, responsables de su formación o Esos ayos o valedores, denominados nutricius en la tirocinium. documentación latina, habían de instruir a los hijos de los reyes en distintas disciplinas, en especial en aquellas relacionadas con el mundo de la guerra y la caballería, y compartían esa responsabilidad con miembros del alto clero, que, a su vez, aleccionaban a los príncipes en materias más intelectuales y en aquellas relacionadas con el gobierno y la aplicación de justicia. No conocemos el nombre del nutricio de Sancho II, pero sabemos que el de Alfonso VI fue su fiel Pedro Ansúrez, perteneciente a la poderosa familia de los Banu Gómez y que fue conde de Carrión, Saldaña y Liébana, así como posible fundador de la ciudad de 8 Valladolid. Ansúrez ejerció una notable influencia en quien terminó por convertirse en el señor más poderoso de la península ibérica de su tiempo y estaba siempre presente en sus negocios más trascendentales, en una suerte de sombra del rey. ¿En qué consistía ese tirocinio o magisterio impartido a un príncipe por un noble caballero? Los tutores, en esencia, enseñaban a sus pupilos a moverse en el ámbito gobernante de la guerra, medieval, precisamente, la de entre la una cuyas actividad fundamental atribuciones comandancia de sus más para un significativas huestes. Es por futuro figuraba, ello que la equitación constituyó un pilar básico en esa formación, así como el manejo de las distintas armas y nociones de táctica y estrategia. Era muy importante inculcar rudimentos de disciplina, fidelidad, cohesión… aspectos principales en la conducción de tropas, tanto en aquella época como en cualquier otra. Quienes mejor experimentados, podían caballeros adiestrar veteranos en esas curtidos enseñanzas en distintas eran hombres 9 campañas. No obstante, era la práctica lo que verdaderamente formaba al futuro rey guerrero, la experiencia acumulada en el campo de batalla o ante las murallas de una fortaleza asediada. El liderazgo podía enseñarse desde la teoría, pero era la vivencia lo que de verdad permitía asimilar esos conocimientos básicos. En ese sentido, Rodrigo, aunque no era príncipe, sí fue un privilegiado, pues desde muy joven gozó de la oportunidad de participar en campañas militares a gran escala, sobre todo en batallas campales y asedios. Podemos hacernos una idea aproximada de la educación inicial de Rodrigo a través de referencias disponibles de otras fuentes inmediatamente posteriores a la existencia del Campeador. La Historia Silense, escrita entre los años 1109 y 1135 y concebida como una biografía de Alfonso VI, tarea inconclusa, ofrece alguna información de la educación cortesana recibida por los hijos de Fernando I el Magno. Según esa crónica, el rey Fernando mostró un celo especial en la educación e instrucción de sus hijos e hijas: Figura 12: Miniatura del Hortus Deliciarum, elaborado entre 1167 y 1185 en el convento alsaciano de Hohenburg por su abadesa, Herrad von Landsberg, y que compilaba el conocimiento de la época, a modo de enciclopedia para las novicias. En la miniatura vemos a la filosofía rodeada de las siete artes liberales: la gramática, la dialéctica y la retórica –el trivium– y la aritmética, la geometría, la astronomía y la música –el quadrivium–. En verdad, el rey Fernando dispuso que sus hijos e hijas fuesen instruidos primero en las disciplinas liberales, a cuyo estudio él mismo se había dedicado; después, cuando la edad así lo aconsejaba, hizo que los hijos varones montasen a caballo a la usanza hispana y que se ejercitasen con las armas y las cacerías; en cuanto a las hijas, para que no se entregasen al ocio, mandó que fuesen aleccionadas en 10 todo tipo de virtud femenina. Las enseñanzas liberales constaban de siete materias fundamentales trivium, que englobaba quadrivium, que contenía la distribuidas en dos grandes ramas de conocimiento, el la gramática, aritmética, avanzada, la la en dialéctica y geometría, la el de tránsito la retórica; astronomía la niñez a y y la el la música. Ya adolescencia, en se una edad aleccionó más a los príncipes en el ejercicio de las armas y las cacerías. Las mujeres recibían una educación desempeñar distinta, en la adaptada corte y a con las funciones actividades que las masculinas, infantas como las debían últimas mencionadas, vetadas. El propio rey Fernando, se dice en la fuente, había sido educado según esos mismos parámetros y lo cierto es que, durante su reinado, se desarrolló un notable florecimiento cultural en el que parece que su esposa, Sancha, tuvo un papel destacado y donde el matrimonio regio ejerció una intensa labor de mecenazgo a instituciones eclesiásticas y la producción de 11 libros. AL SERVICIO DE SANCHO II. ESCUDERO Y PRIMER CABALLERO DEL REY No sabemos si Rodrigo recibió una educación similar a la de los hijos de Fernando. De lo que sí tenemos constancia es de que fue formado por uno de ellos, el primogénito Sancho, y es posible que algunos de los conocimientos adquiridos por el infante llegaran, de alguna forma, a su pupilo. Una vez muerto Fernando I, Rodrigo prosiguió su formación y servicio al lado de su hijo Sancho, a quien le había correspondido en herencia el recién instituido reino de Castilla. Sancho no estaba conforme con la decisión testamentaria de su padre, ya que, como primogénito que era, se veía con derecho a más de lo que le había sido legado y, por ello, inició un periodo de guerras contra sus hermanos para apoderarse de sus territorios (vid. Capítulo 1). Lo cierto es que la parte que le había correspondido en herencia a Sancho era, tal vez, peor que la que le había tocado en suerte a su hermano Alfonso. A este último le había sido legado no solo el reino de León, el único en un momento en el que Castilla era aún un condado, sino también, y quizá esto pesaba más en el ánimo de Sancho, el título imperial, aquel que, en cierto modo, otorgaba a su 12 portador la supremacía sobre los restantes poderes cristianos peninsulares. En relación con la formación de Rodrigo, la Historia Roderici nos deja una breve noticia en la que da cuenta de que «Sancho, rey de toda Castilla y dominador de la España musulmana, crio con gran diligencia a Rodrigo Díaz y 13 le ciñó el cinto de la milicia». Esto quiere decir que fue el propio Sancho, no sabemos si siendo infante o ya como rey, quien invistió a Rodrigo como caballero, aunque, en esa época tan temprana, el ceremonial de investidura caballeresca nos es completamente desconocido. Rodrigo, para hacerse merecedor de la dignidad de caballero, habría demostrado su valía al soberano, es posible que como uno de sus escuderos o pajes personales durante un determinado periodo de tiempo. Sea como fuere, la Historia Roderici vuelve a dejar constancia de la relación mantenida entre Sancho y Rodrigo y afirma que el de Vivar fue designado por el ya rey con un importante cargo militar y que le acompañó y sirvió en campañas que enfrentaron al monarca castellano contra su hermano Alfonso: El rey Sancho de tal manera amaba a Rodrigo Díaz con gran dilección y fuerte amor que lo elevó al primer lugar de todo su ejército (principem super omniam militiam suam). Así creció Rodrigo y se convirtió en el palacio del rey Sancho en un varón guerreador, fortísimo y campeador (uir bellator fortissimus et Campidoctus). En todos los combates que el rey Sancho hizo con el rey Alfonso en Llantada y Golpejera, venciéndolo, Rodrigo Díaz portó el estandarte del rey Sancho (tenuit regale signum regis Sanctii) y prevaleció y fue 14 mejor que todos los caballeros del ejército real. Durante esos años, Rodrigo permaneció junto a Sancho y le sirvió como «escudero» y primer caballero. De manera tradicional, algunos de los estudiosos de la figura del Cid han considerado la posibilidad de que Rodrigo actuara al modo de armiger o «alférez» del rey; pero también otros investigadores han considerado que no era posible que Rodrigo hubiera sido distinguido con una dignidad que correspondía a miembros de la nobleza más elevada. Es posible que el autor de la Historia Roderici aluda, de alguna manera, a ese rol de escudero del monarca que pudo desempeñar Rodrigo en la corte de Sancho II. Jean Flori ha constatado en algunos de sus estudios que armiger significa «escudero» en los textos de los siglos XI-XIII y una crónica del periodo similar 15 al de la Historia Roderici otorga también esa significación al vocablo. En el exhaustivo trabajo de Raúl Manchón acerca del vocablo armiger en la documentación del reino de León entre los años 775 y 1230 se constata que la significación que se le ha dado al término desde la Antigüedad es «el que lleva las armas» o «escudero». Asimismo, afirma que «según los testimonios de la Antigüedad clásica y tardía, la persona así denominada llevaba, en efecto, las armas de su señor durante los combates, o bien era uno de los miembros de su 16 entorno». Claudio Sánchez Albornoz, por su parte, considera que este título de armiger debió de actuar como una especie de «trampolín» para acceder al prestigioso título condal y Du Cange (1610-1688) sostiene que serían nobles de bajo rango quienes obtenían el título de armiger en la Edad Media. Manchón, sin embargo, no es capaz de desentrañar las funciones que habría desempeñado el armiger en la corte leonesa. La documentación disponible es tan parca en detalles que no permite precisar en qué consistían sus atribuciones. Constata que el cargo aparece en los documentos leoneses a finales del siglo X y principios del XI y que es durante este último cuando va aumentando su aparición en los diplomas. Experimenta un crecimiento significativo en la documentación de Alfonso VI, pues consta en 93 de los 95 documentos expedidos por su cancillería, y después decae su uso, ya en el siglo 17 XII, hasta que se sustituyó por el de «alférez». Mas lo cierto es que el término armiger no lo asocia a Rodrigo la Historia Roderici ni ningún otro texto o documento. Su relación con el cargo de alférez es una construcción de autores posteriores que se han dedicado a su estudio. Veíamos más arriba que esa crónica contempla a un joven Rodrigo como principem super omniam militiam, el principal de todo el ejército de Sancho, que actuaba al modo de comandante o capitán de las huestes regias. También afirma que en las batallas de Llantada y Golpejera «portó el estandarte del rey Sancho». Ostentó, por tanto, un cargo y desempeñó una función similar a la que, más adelante, ejercieron el armiger y el alférez, pero no se designa así en ningún momento. De ese hecho también se hace eco el Carmen Campidoctoris, cuando afirma con su lirismo que «Sancho, rey de la tierra, lo amó tanto, / viendo al joven subir a lo más alto, / que de la principal mesnada quiso / 18 ponerlo al frente». Sea como fuere, lo que sí parece cierto a la luz de los testimonios es que Rodrigo alcanzó una preponderancia reseñable tanto en los asuntos militares como en la corte del rey Sancho. Una prueba de esa importancia es el hecho de que aparece como confirmante de ocho de los trece documentos que expidió 19 Sancho II como monarca. Una de sus primeras acciones individuales en representación de los intereses de su señor, que consignan, aunque sin aportar demasiados detalles, la Historia y el Carmen Campidoctoris, habría sido un duelo singular con un campeón llamado Jimeno Garcés. Dicho combate entre campeones se habría establecido para solucionar pleitos que mantenían el monarca castellano y el navarro, Sancho IV, por el castillo fronterizo de Pazuengos. Sin mencionar el lugar de la pelea ni el nombre del contrincante, el Carmen expresa que «Hoc fuit primum Campidoctor primera, / singulare dictus cuando, est bellum, cum maiorum muchacho adolescens ore aún, virorum» venció a devicit [Esta un navarrum; lid singular navarro; / hinc fue por la ello «Campeador» dicho es por boca / de hombres mayores]. En adelante se le llamó Campeador, según el Carmen, gracias a su victoria en aquel duelo y fue reconocido proporciona por el ese sobrenombre nombre del a partir campeón de ese momento. pamplonés, La «Jimeno Historia sí Garzez, un 20 pamplonés de los mejores». Fueron esos años intensos para él, en los que participó por primera vez en dos batallas campales, Llantada y Golpejera, que se saldaron con el triunfo castellano sobre los leoneses. El último de esos choques, el de Golpejera, en 1072, tuvo como consecuencia el apresamiento del rey Alfonso, para quien se decretó el destierro y Sancho pasó entonces a ser soberano de León. Escritos posteriores como la Chronica Naierensis, compuesta a finales del siglo XII y basada, sin duda, en ficciones elaboradas por juglares, imaginan a un Rodrigo Campeador desempeñando un rol fundamental en esos combates contra los leoneses, enfrentándose a varios de ellos de manera individual, derrotándolos y poniéndolos en fuga, así como rescatando a Sancho tras su apresamiento y 21 abatiendo a varios leoneses gracias a sus destrezas caballerescas. Después de la batalla de Golpejera, Alfonso fue desterrado a Toledo junto con su tutor, el ya mencionado Pedro Ansúrez. No es casual que Alfonso eligiera esta ciudad como lugar de confinamiento. Fernando I no solo había repartido sus dominios territoriales entre sus hijos, también había distribuido entre ellos el cobro de parias de las taifas a las que había conseguido someter y convertir en sus tributarias. De ese modo, a Sancho le había correspondido Castilla, pero también las parias de la taifa de Zaragoza; a García, el menor, Galicia y Portugal y las parias de Sevilla y Badajoz; a Alfonso, León, el título imperial y los tributos adeudados por la importante taifa de Toledo. A todas luces, Fernando mostró en su testamento cierta predilección hacia este hijo. Es posible que viera en él a su más digno sucesor, al más capacitado para ejercer un dominio peninsular que él mismo desplegó hasta su muerte. No es de extrañar que ese posible favoritismo causara una profunda irritación en su hermano mayor, a quien textos posteriores dibujan como una persona iracunda, furiosa y ambiciosa, digno heredero de la sangre de los godos que llevaba a aquellos 22 sangrientas. antepasados a enfrentarse entre hermanos en luchas A esas alturas, por tanto, las relaciones de Alfonso VI con el taifa de Toledo, Yahya ibn Ismail al-Mamún, debían de ser fluidas y estrechas y es 23 por ello que eligió aquel destino como lugar en el que vivir su destierro. Figura 13: Capitel de la iglesia de San Pedro de Gaíllos (Segovia), ca. 1200. Combate entre dos infantes ataviados con cota de malla y escudos de cometa. Nótese que la cota de malla ya no cuelga de la cintura en un faldón, como en los modelos anteriores, sino que dos brafoneras protegen las piernas y cubren también los pies. Mientras tanto, Sancho, ya como rey de Castilla y León, se fijó como siguiente objetivo la conquista de Zamora, ciudad que le había correspondido en herencia a su hermana, Urraca. Su pretensión era unificar y mandar sobre 24 todos los dominios que había gobernado su padre. La Zamora que asediaron las huestes castellanas durante varios meses de 1072 estaba ya amurallada y gozaba ya entonces de renombre y fama de urbe inexpugnable, aunque más 25 tarde recibió nuevos amurallamientos. Por ello, conquistarla era un propósito complicado. No se conserva ninguna fuente contemporánea que relate los acontecimientos que se produjeron en el asedio al que Sancho II sometió a Zamora. Fueron visiones posteriores compuestas por juglares en el desaparecido Cantar de Sancho II, reconstruido a partir de sus prosificaciones en crónicas muy 26 aquellos hechos. posteriores, las que presentan un panorama literario de La Historia Roderici es muy parca en datos acerca del primer gran cerco en el que participó Rodrigo Díaz, sin embargo, aporta alguna información que nos resulta realmente relevante y nos sirve para conocer detalles significativos del Campeador de ese momento. Esas pocas líneas nos ayudan a entender que Rodrigo, en esa época, era un excelente luchador, un experto en combates singulares cuerpo a cuerpo: Como el rey Sancho hubiera sitiado Zamora, por un caso de la fortuna Rodrigo Díaz luchó solo con quince caballeros enemigos, siete de los cuales llevaban loriga, de los cuales mató a uno, hirió y 27 derribó a dos y a los otros, con ánimo decidido, puso en fuga. El anónimo autor de la Historia nos está hablando aquí de unas destrezas combativas de Rodrigo que le convirtieron en un hábil luchador. Nos dice, además, que la mitad de los caballeros que se enfrentaron a Rodrigo llevaba loriga, la armadura de la época, que consistía en una especie de túnica de cota de malla que no estaba al alcance de cualquiera. Esas lides no fueron, tal vez, resultado de acciones militares en el contexto de las maniobras de asedio, más bien consistieron en una forma de entretenimiento. Los sitios eran operaciones largas y tediosas y no era infrecuente, para matar el aburrimiento, que algunos caballeros, asediados y asediadores, cruzasen armas en combates individuales con una reglamentación de la que no nos han llegado noticias. Otra crónica narraba, décadas más tarde, que durante el cerco a una fortaleza un caballero perdió la vida a consecuencia de una fractura de brazo sufrida en uno de esos duelos, al ser derribado de su caballo por su contrincante. Figura 14: Urraca, señora de Zamora, según una miniatura del siglo XII del Tumbo A (Libro de privilegios) de la catedral de Santiago de Compostela. Desconocemos cuánto duró el asedio al que Sancho II sometió a Zamora, en compañía de su fiel Rodrigo. Como tampoco sabemos con exactitud las circunstancias que pusieron fin a aquel sitio. Historias y tradiciones posteriores presentaron a un Sancho II asesinado por un caballero llamado Vellido Dolfos, un guerrero que había escapado de Zamora para unirse a las filas castellanas, acercarse al rey, encandilarlo y atraerlo para luego ejecutarlo con un venablo por la espalda mientras el soberano hacía sus necesidades. Habría sido, según esas figuraciones, un complot urdido por Urraca para acabar con la vida de su 28 hermano valiéndose de un asesino. Todo es demasiado literario, demasiado cuento, pero no hay que olvidar que, por norma, relatos y ficciones esconden una parte de verdad. No sería extraño que la defensora de Zamora, Urraca, y los suyos hubiesen ideado un plan para terminar de manera contundente con aquel cerco y la forma más efectiva de poner fin al sitio era, sin duda, acabar con la vida del comandante de aquellas tropas, el rey Sancho. No sorprende a nuestros ojos que Urraca y sus fieles hubieran planificado lo que hoy llamamos una «operación especial» para, a través de una acción, poner fin a una guerra. Una operación especial, o de comando, es aquella diseñada para eliminar a un líder de forma sencilla, rápida y eficaz. Llevada a cabo por uno o pocos hombres, resulta poco costosa y muy rentable. Quién sabe si en las batallas de Tamarón y Atapuerca, incluso en Graus, quizá en Hastings, no actuaron guerreros con una alta cualificación, entrenados para ejecutar una maniobra muy simple al mismo tiempo que compleja, tremendamente efectiva y resolutiva, infalible para finalizar una conflagración: dar muerte al rey. No sabemos con certeza nada de todo eso, tan solo podemos suponer que algo parecido podría haber sucedido en aquel asedio de Zamora. La realidad es que Sancho II murió asesinado y que el sitio terminó de manera abrupta. A partir de ahí, cundió el pánico y la desorganización en una hueste castellana que tuvo que retirarse de un escenario de guerra transportando el cuerpo inerte de su señor hacia el lugar de su eterno reposo. Podemos imaginar a la perfección a un Rodrigo Díaz profundamente apenado formando parte del electo séquito que trasladó los restos de su rey desde las murallas de Zamora hasta su sepulcro en Oña. Muchas serían las tribulaciones que le atormentaron en ese viaje fúnebre, numerosas dudas e incertidumbres acerca de su futuro le invadirían. Tal vez no imaginaba entonces que ese futuro, en principio tan sombrío, no iba a resultar tan aciago y que iba a ser aceptado e integrado por quien, hasta no hacía demasiado tiempo, había sido enemigo de su señor. Y es que el rey Alfonso no parecía haber albergado dudas en acoger en su seno a aquel joven caballero, que tanta importancia había tenido para su hermano asesinado. AL SERVICIO DE ALFONSO VI Aunque pueda resultarnos un tanto chocante, Alfonso VI recibió a Rodrigo Díaz sin problemas aparentes. Pronto vemos al diestro caballero formar parte del séquito del nuevo monarca, integrado a su servicio y cumpliendo sus mandatos. Puede que hubiera perdido protagonismo en la esfera política del nuevo trono instaurado, pero, al menos, no se le despreciaba como a un enemigo. Una de las muestras más significativas de la voluntad de Alfonso por atraerlo fue la de proponerle un matrimonio ventajoso y provechoso. La noble dama Jimena Díaz fue la elegida para desposar a Rodrigo. Por otra parte, nada hay de histórico en la fantasiosa Jura de Santa Gadea, una ficción literaria que, siglo y medio más tarde, se encargaron de imaginar los romances y que, de alguna forma, adquirió categoría de verdad y fue integrada en el imaginario popular gracias a la película de 1961 dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston. No tenía sentido, ni era posible, que un aristócrata acusara de asesinato de esa manera a un rey ante la opinión pública, 29 pues ese hecho hubiera constituido un delito de traición. Tanto la Historia Roderici como el Carmen Campidoctoris expresan el óptimo recibimiento que Alfonso VI dio a Rodrigo tras la muerte del rey Sancho. El Carmen expresa que Alfonso «comenzó a amarlo, queriéndolo ensalzar sobre los otros», hasta tal punto que otros miembros de la corte empezaron a envidiarlo y a intentar indisponer al soberano con Rodrigo. La Historia incide también en ese «amor» mostrado por Alfonso hacia Rodrigo, que se tradujo en el matrimonio con una noble asturiana que le proporcionó: Después de la muerte de su señor el rey Sancho, que lo crio y tanto lo amó, el rey Alfonso lo recibió con honores por vasallo y lo tuvo a su lado con gran amor y distinción. Le dio por esposa a su sobrina doña Jimena, hija de Diego, conde de Oviedo, del cual engendró 30 hijos e hijas. Como afirma la Historia , Jimena era hija de un conde ovetense llamado 31 Diego Fernández, del que hay escasa información. Alfonso VI para vincular linajes asturianos y Ese matrimonio le servía a castellanos y, a la vez, proporcionaría a Rodrigo cierto ascenso social, al tratarse Jimena de la hija de un conde. El casamiento debió de sustanciarse en el año 1074, pues la carta de arras de Rodrigo a Jimena está fechada en julio de ese año. Ese interesante 32 documento, que ha sido estudiado en profundidad por Alberto Montaner, expone con detalle la dote que Rodrigo entregó a Jimena para su enlace. El negocio se ejecutaba según el fuero de León, que obligaba al pretendiente a confiar a su esposa algo más de la mitad de sus posesiones patrimoniales. Si se hubiese realizado según el derecho castellano, Rodrigo hubiera tenido que adjudicar bastante menos a Jimena, el 10 por ciento de sus posesiones. Gracias a esa carta, por tanto, podemos hacernos una idea parcial de en qué consistía el patrimonio territorial de Rodrigo. Un segundo negocio jurídico notable que se sustancia en ese documento es la pro liatio mutua entre Rodrigo y Jimena, mediante la cual se nombraban de manera recíproca herederos universales de todas sus propiedades y debían transmitirlas a los hijos engendrados por ambos. Solo perdería Jimena las arras de Rodrigo en caso de contraer un segundo matrimonio. Una disposición que tuvo una relevancia significativa en el futuro, pues gracias a ella Jimena se convirtió en señora de Valencia cuando Rodrigo murió en julio de 1099. El documento de arras debió de tener una importancia sustancial, pues lo consignaron el rey Alfonso VI; sus hermanas, las infantas Urraca y Elvira; el alférez real, Rodrigo González; los condes castellanos, Munio González y Gonzalo Salvadórez; y los condes leoneses Pedro Ansúrez y García Ordóñez. Todos ellos actuaron como fedatarios, garantes del cumplimiento de lo que en él se establecía. Con ese compromiso, Rodrigo entregó a Jimena como arras un monasterio, el de San Cebrián de Buena Madre, 3 villas enteras y parte de otras 34, todas ubicadas en tierras castellanas. Puede apreciarse con eso que el patrimonio de Rodrigo no consistía en una única gran propiedad o en unas pocas extensas propiedades, sino más bien en parcelas dispersas por la geografía. Dichas características del patrimonio cidiano llevan a Ernesto Pastor a considerar que los ingresos obtenidos por Rodrigo mediante la explotación de aquellas tierras serían un tanto limitados y que, por tanto, amplió sus ganancias gracias al cobro de rentas y actividades políticas y militares. Entre estas últimas, el botín de guerra constituyó una fuente de beneficios destacable, lo que 33 permitió a Rodrigo el mantenimiento de una hueste a su servicio. A partir de 1074, fecha de su boda con Jimena, hasta 1079, los años transcurren con tranquilidad y placidez para Rodrigo, lejos de la guerra y el fragor de las armas. predatoria en la arrebatarles Puede frontera, botín. Solo que participase organizada tenemos para constancia en alguna presionar de sus a pequeña los campaña musulmanes movimientos gracias o a documentos que le muestran acompañando a Alfonso VI en un viaje por Asturias. Un diploma de marzo de 1075 demuestra que estuvo presente en la apertura del Arca Santa de Oviedo y en la enumeración de las reliquias que se contenían en ella. Rodrigo es uno de los confirmantes de ese documento. En ese tiempo, el rey Alfonso le designa para actuar como juez en distintos litigios, como el mantenido por los hermanos Vela y Vermudo Ovéquiz contra el obispo de Oviedo por la propiedad de un monasterio, o como el existente entre el propio monarca y los infanzones de Langreo a cuenta de la titularidad de 34 unas tierras. Entre los años 1076 y 1077, Rodrigo acompañó al soberano por distintos lugares y fue uno de los confirmantes del fuero que Alfonso concedió al importante concejo fronterizo de Sepúlveda, en noviembre de 1076. También apareció como confirmante en la donación de un monasterio que el rey hizo a Cluny en la primavera del siguiente año. A partir de entonces, y hasta mediados de 1079, no volvemos a saber nada de las actividades del Campeador e imaginamos a Rodrigo gestionando su patrimonio y dedicado a sus asuntos personales durante ese lapso. Una nueva oportunidad le llegó en el otoño de 1079, cuando Alfonso VI le encomendó la misión de atravesar más de media Península para exigir a al-Mutámid de Sevilla el pago de tributos. Allí, se sumergió en las realidades de una gran ciudad islámica y, en esos meses, protagonizó un acontecimiento del que es posible que se arrepintiera con posterioridad. Emisario del rey en Sevilla En el verano de 1079, Alfonso VI envió a Rodrigo en cabeza de una embajada a Sevilla. La Historia Roderici vuelve a ser, una vez más, la fuente única y principal que nos permite conocer cómo se pudieron 35 acontecimientos protagonizados por Rodrigo en esa ciudad. desarrollar los De acuerdo con esta crónica, Rodrigo fue enviado «como embajador al rey de Sevilla y al rey de Córdoba para cobrarles las parias». En ese momento, la taifa de Sevilla, regida por al-Mutámid, estaba enfrentada con el vecino reino de Granada, a cuya cabeza se encontraba el monarca cronista Abd Allah ibn Buluggin, a quien la ffar». Esa contienda se había iniciado años atrás, en los Historia llama «al-Muza primeros años de reinado de Abd Allah. El propio rey granadino habla en sus Memorias de los conflictos fronterizos que había mantenido con al-Mutámid de Sevilla, unas querellas que Alfonso VI había aprovechado para sacar tajada de ambos príncipes enfrentados. El monarca había despachado a Pedro Ansúrez a Granada para exigirle a Abd Allah el pago de tributos, a lo cual se negó el granadino. Enterado de ello, al-Mutámid de Sevilla se valió de la ocasión para establecer con Alfonso una alianza contra Granada. Para tal propósito, se construyó el castillo de Belillos, situado a pocos kilómetros de Granada, en plena vega, desde el que, con frecuencia, las tropas allí acuarteladas lanzaban razias contra dicha vega. Forzado por aquella situación, Abd Allah se vio obligado a claudicar y a abonar a Alfonso lo que le exigía. Poco después, alMamún de Toledo se apoderó por sorpresa de Córdoba, por lo que la guarnición sevillana de Belillos se vio obligada a abandonar la fortaleza, que fue tomada por Abd Allah. Más adelante, al-Mutámid volvió a instigar a Alfonso VI para atacar Granada entre los dos, para lo que aquel le proporcionó a este una elevada cantidad de dinero. Alfonso, para presionar a Abd Allah, envió en aquella ocasión como embajador a Sisnando Davídiz, conde mozárabe de Coimbra que había sido visir del rey taifa sevillano y que había coincidido con Rodrigo Díaz en algún tribunal de justicia actuando ambos como jueces del 36 rey. Sisnando, buen conocedor de las realidades cristianas e islámicas, expuso a Abd Allah unos planteamientos de su señor Alfonso que al granadino le resultaron estremecedores. Según esas palabras, la voluntad del monarca era la de recobrar para la cristiandad unos territorios musulmanes que, en el pasado, habían pertenecido a sus antepasados godos: Figura 15: Dinero de Alfonso VI. En el anverso, vemos una cruz patada y, a su alrededor, la leyenda ANFVS REX [Alfonso, rey]. En el reverso, dos estrellas y dos roeles en el interior de una gráfila circular de puntos y la leyenda TOLETVN, alusiva a la ceca toledana donde se acuñó la moneda, y una cruz. Las razones que explican el gran despegue económico de los reinos cristianos en este periodo son múltiples, pero no debemos olvidar que, entre ellas, se halla el pago de parias por parte de las taifas andalusíes, una suerte de soborno –o, más bien, chantaje– por el que los reinos musulmanes compraban la paz a sus vecinos cristianos y evitaban así las incursiones de estos últimos. Al-Ándalus –me dijo de viva voz– era en principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y los acorralaron en Galicia, que es la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin 37 ningún esfuerzo. Con posterioridad, puede que en el año 1075, el propio Alfonso VI, acompañado de al-Mutámid de Sevilla, fuera a visitar a Abd Allah. Se iniciaron negociaciones entre las tres partes, Granada y Sevilla intercambiaron castillos que habían dominado durante las hostilidades y el rey cristiano les obligó a firmar un pacto de no agresión entre ambos y a abonarle a él un tributo anual de 10 000 meticales. Si acaso se les ocurría no cumplir con el pago, sufrirían las consecuencias de la guerra que no dudaría en lanzar contra sus tierras y sus 38 hombres. Puede apreciarse con claridad que, pocos años atrás, Alfonso VI había actuado como un auténtico árbitro en las relaciones entabladas por los reyes de las taifas de Granada y Sevilla. Ya fuera mediante la lucha o mediante la diplomacia, el monarca cristiano era el gran beneficiado de una situación de conflicto entre Abd Allah y al-Mutámid, porque, al final, el resultado era que conseguía drenar hacia sus arcas mayor cantidad de oro de uno y otro. Es posible que en el momento en el que Rodrigo fue enviado a Sevilla, Alfonso estuviera instigando un nuevo conflicto entre las dos taifas. Es también posible que al-Mutámid se hubiese demorado en el pago de las parias que habían acordado en el tratado mencionado por Abd Allah en su crónica y que, por ello, pusiera en marcha su maquinaria bélica para castigar al moroso. Es posible que algo así sucediera, porque con el rey de Granada se encontraba una hueste cristiana comandada por el conde García Ordóñez en la que estaban integrados nobles cristianos relevantes como Fortún Sánchez, yerno del rey de Pamplona, su hermano Lope, así como el magnate castellano Diego Pérez. Cada uno de ellos acudió con su propia mesnada para ayudar a Abd Allah de Granada en su enfrentamiento contra la taifa de Sevilla, ¿o acaso para iniciarla y ejecutar así las amenazas que años atrás había lanzado Alfonso en el tratado pactado en Granada? Rodrigo, ya en Sevilla, fue informado por al-Mutámid de que un ejército cristiano estaba ayudando a su adversario granadino, dispuesto a atacar sus tierras. Es más que posible que Rodrigo desconociese los planes de su rey, en los que debía actuar como un peón más y reclamar al sevillano el tributo adeudado, mientras que los hombres dirigidos por Ordóñez complementarían la presión con incursiones contra los dominios de la taifa de al-Mutámid. Sin embargo, Alfonso no había tenido en cuenta dos factores importantes, ¿o tal vez sí y todo esto tenía sentido? ¿Acaso no podía tratarse de un plan finamente diseñado por él? Por una parte, Alfonso era consciente de la astucia de alMutámid de Sevilla, un soberano lo suficientemente experimentado y sabedor de las intenciones alfonsinas como para no aprovechar la oportunidad que se le brindaba con la llegada de aquel Rodrigo Díaz, que ignoraba por completo las urdimbres andalusíes. Por otra parte, Alfonso sabía de la ignorancia en aquellos asuntos del hombre que había enviado a Sevilla, inexperto en las cuestiones diplomáticas que allí había tejido para extraer oro a unos y otros y sembrar la inestabilidad. Puede que al-Mutámid adulara a Rodrigo, que elogiara sus cualidades militares, que incluso le ofreciera elevadas cantidades de dinero a cambio de atacar a aquellos granadinos y cristianos que le estaban agrediendo. Es más que posible que le suministrase guerreros propios para que se sumaran a la mesnada del Campeador y configurar así un ejército de respuesta. Nada dice la Roderici Historia a favor ni en contra de estas posibilidades, pero la lógica nos lleva a pensar que bien pudieron ocurrir de este modo los hechos. De ser así, aquella sería la primera ocasión en la que Rodrigo se ponía al frente de una hueste híbrida de cristianos y musulmanes en la que la caballería cristiana constituiría la élite y el componente islámico la fuerza de choque necesaria. Una fórmula que le proporcionó al Campeador éxitos militares en el futuro. Lo cierto es que Rodrigo, al ser informado por el rey sevillano del asalto que estaba soportando su taifa, envió una carta al soberano de Granada y a los correligionarios cristianos que le acompañaban en la que les pedía que no atacaran el reino de Sevilla. Pero los destinatarios, prosigue la crónica, «no solo no quisieron «entraron oír sus saqueando ruegos, toda la sino tierra que los hasta despreciaron el castillo de por completo» 39 Cabra». y Rodrigo reaccionó ante aquella embestida moviendo a sus hombres hacia las cercanías de Cabra y entablando contra los atacantes «un combate cruel» que se prolongó desde las diez de la mañana hasta la una del mediodía. En aquella batalla se produjo «una gran matanza y destrucción del ejército del rey de Granada, tanto de musulmanes como de cristianos, hasta que todos, vencidos y desordenados, huyeron de la presencia de Rodrigo». Durante el choque fueron apresados el conde García Ordóñez, los magnates Lope Sánchez y Diego Pérez y un gran número de sus caballeros. Rodrigo «celebró el triunfo» y mantuvo presos a sus cautivos durante tres días y después los dejó libres –«les permitió marcharse sin ninguna condición»–, se 40 quedó con sus tiendas así como con el botín obtenido en el combate. El Carmen Campidoctoris se refiere también, de manera breve, a esa batalla de Cabra y expresa que ese fue el «segundo» del Campeador, en el que «con muchos, preso fue García». A partir de aquella victoria, el nombre de Rodrigo 41 se hizo célebre y fue temido por toda «Ispania». Tras la victoria, Rodrigo regresó triunfal a Sevilla, donde fue aclamado como a un héroe libertador. El artero monarca sevillano le pagó el tributo debido a Alfonso e incrementó el montante con regalos que el Campeador tenía que entregar a su señor cuando regresara. La Historia expone los hechos de esta manera: Rodrigo volvió victorioso a Sevilla. c Al-Mu tamid le entregó los tributos debidos al rey Alfonso y sobre ellos añadió regalos y muchos presentes para que los entregara al rey. Aceptados los mencionados c presentes y tributos y firmada la paz entre Al-Mu tamid y el rey Alfonso, Rodrigo regresó con honor a Castilla y junto a su señor, el 42 rey Alfonso. Prosigue la Historia la narración afirmando que Rodrigo no fue bien recibido por todos en Castilla. Expone que «a causa del triunfo y victoria de este modo otorgada por Dios, muchos hombres, tanto parientes como extraños, movidos por la envidia, le acusaron ante el rey de cosas falsas y no 43 verdaderas». Sin embargo, al soberano no parecieron importarle los hechos protagonizados por Rodrigo durante su embajada sevillana. Es más, es posible que incluso le salieran las cuentas como las había preconcebido. Con aquella misión, Alfonso había conseguido que un moroso al-Mutámid le entregara los tributos adeudados, incluso que los incrementara con regalos, así como que firmase con él una nueva alianza (una «paz firmada», como hemos visto que expone la Lo Historia ). cierto es que Rodrigo no recibió ningún castigo por el servicio prestado al taifa sevillano en la batalla de Cabra. Aquella acción podía haber resultado un desastre diplomático para Alfonso VI, pero hasta el rey pudo haber salido ganando con ella. José María Mínguez considera que aquellos hechos bien pudieron constituir «una filigrana política, diplomática y militar de Alfonso VI», «una maniobra demasiado sutil para Rodrigo Díaz», un hombre «cuya única virtud era el valor y la audacia», que entendió, «desde su rancia mentalidad caballeresca», que lo que debía hacer en aquella ocasión era defender al taifa sevillano del embate que le propinaban sus enemigos. Por ello, «haciendo gala de una terrible ingenuidad política», había provocado la batalla de Cabra, diplomacia entrando de «como Alfonso un 44 VI». elefante Puede en que una cacharrería Mínguez tenga en la razón finísima con esas afirmaciones, pero puede también que no la tenga y que el plan saliera tal y como esperaba Alfonso VI. Al fin y al cabo, como hemos expuesto, el rey leonés no había perdido nada y sí había ganado bastante. Quien no salió ganando en absoluto fue el conde García Ordóñez, señor de Nájera, uno de los magnates más importantes de la corte de Alfonso y uno de los pocos 45 alcanzó. que ostentaba una dignidad de conde que Rodrigo jamás Aquella humillación sufrida en Cabra supuso una afrenta difícil de olvidar para un hombre de su prosapia. Es posible que Rodrigo en Cabra, además de botín, hubiera ganado un enemigo poderoso dentro de la corte de Alfonso VI y que esa enemistad se materializara con posterioridad. El siguiente año y medio transcurrió relativamente tranquilo Rodrigo. Es en 1081 cuando volvemos a tener noticias suyas. La Roderici para Historia relata que poco tiempo después de que Rodrigo regresara triunfante y glorioso de Sevilla, Alfonso «marchó con su ejército a una región musulmana que le era rebelde a fin de combatirla, ampliar su reino y pacificarlo». Durante ese tiempo, Rodrigo «permaneció enfermo en Castilla» y es por ello que no pudo acompañar a su señor en aquella empresa. Mientras el rey se encontraba en campaña, «los sarracenos vinieron e irrumpieron en un castro que se llama Gormaz, donde consiguieron [no] poco botín». Al enterarse de aquello, Rodrigo reaccionó y se puso en movimiento, «conmovido por una profunda ira y tristeza» y dijo: «Perseguiré a estos ladrones y quizá los capture». Hay que señalar que esta última frase, esas presuntas palabras pronunciadas por Rodrigo, están sacadas de la Biblia, del Libro I de los Reyes, de un diálogo mantenido por el rey David con el Señor: «¿Perseguiré a esos ladrones y los cogeré, o no? El Señor le respondió: Persíguelos, porque sin duda los cogerás, y les harás soltar la presa». Figura 16: El castillo de Gormaz (Soria) fue erigido en el siglo IX durante la dominación musulmana de la región y fue una pieza clave en la estrategia de defensa fronteriza ante los reinos cristianos del norte, ya que permitía el control visual de uno de los pasos principales del río Duero. Su estratégica posición, así como sus enormes dimensiones –cuenta con un perímetro amurallado de 1200 m–, hicieron de él un bastión imponente. Por todo ello, su dominio fue siempre codiciado y disputado, hasta que pasó a manos cristianas, de manera definitiva, después de su conquista en 1060 por las tropas del rey Fernando I de Castilla y León. Ante aquella razia impelida no se sabe por quién, Rodrigo reaccionó y movilizó a sus hombres para lanzarse a combatirla. En aquella especie de cacería se adentró en tierras de la taifa de Toledo, «saqueando y devastando la tierra de los musulmanes», en la que apresó «entre hombres y mujeres a siete mil», a quienes «les quitó a la fuerza, virilmente, todo el ajuar y las riquezas y se 46 los llevó a su tierra». Resulta difícil interpretar esa reacción de Rodrigo como un mero acto de venganza ante una cuadrilla de ladrones de incierta procedencia. Es más que probable que detrás de su comportamiento se hallaran intereses personales del guerrero castellano. Comentábamos más arriba que su patrimonio no era tan rico y que necesitaba de otras fuentes de ingresos complementarias, precisamente con el botín como una de ellas. Es posible que hubiese incluso planificado esa incursión con antelación, a modo de empresa militar para conseguir beneficios en territorios islámicos, con la certeza de que su cabalgada no iba a ser respondida militarmente por nadie y que, con ella, obtendría unos ingresos extra que le permitirían mantener, incluso ampliar, su mesnada. En un mundo fronterizo como aquel, eran muchos los que estaban dispuestos a encuadrarse en las filas de un capitán que organizaba una salida para hacerse con un suculento botín. Apenas había diferencias en su acción con respecto a aquella otra que había llevado a una banda de «sarracenos» a saquear un desprotegido castillo de Gormaz. El fin de ambas cabalgadas parece ser el mismo: el ansia de ganar botín en un escenario turbulento, violento, desprotegido, una suerte de tierra sin ley ni autoridad, un Far West medieval en el que nadie estaba a salvo de nadie. Llama la atención que el cronista magnifique la ganancia conseguida por su adorado Campeador en aquella campaña, 7000 esclavos cuyo destino era la venta a mercaderes esclavistas o la exigencia de un rescate a sus familiares. Al fin y al cabo, su propio señor hacía lo mismo en tierras musulmanas. Pero Rodrigo era un simple aristócrata y Alfonso un monarca, un emperador que movía y tejía los hilos de la telaraña en la que se había convertido al-Ándalus. Si la batalla de Cabra no había acarreado consecuencias para Rodrigo, al menos en principio, parece claro que aquella cabalgada autónoma contra dominios de la taifa toledana sí ocasionó la ira de Alfonso VI. La Historia Roderici expone que no faltaron cortesanos y magnates «envidiosos» que utilizaron aquella acción para indisponer al soberano contra Rodrigo e incluso recrea el discurso que le habrían declamado: Señor Rey. La celsitud vuestra sepa sin duda que Rodrigo hizo esto por esta viviendo causa, y a saber, depredando para en que tierra todos de nosotros, moros, que muramos y estamos seamos muertos aquí por los sarracenos. El rey dio pábulo a tales comentarios y decretó, «injustamente y de mala 47 forma», el destierro de Rodrigo, parece ser que desde la distancia, pues el autor de la Historia insinúa que las noticias de la cabalgada de Rodrigo en la taifa de Toledo le habían llegado cuando aún se hallaba con sus efectivos en tierras musulmanas. ¿Pudo recibir Alfonso algún tipo de queja de su aliado y tributario al-Mamún de Toledo? ¿Quizá fueron esos consejeros «envidiosos» quienes movieron la animosidad de Alfonso hacia Rodrigo? ¿Pudo ser aquella maniobra la gota que colmó el vaso de la paciencia del monarca? 48 Lo que sí parece cierto es que Rodrigo no estaba hecho para la inactividad, para la molicie y la parsimonia de un aristócrata dedicado a gestionar sus rentas y vivir de ellas en compañía de su familia. A nuestros ojos, Rodrigo es un hombre de acción, un inconformista, alguien insatisfecho con su vida y que, por ese motivo, busca nuevos horizontes. Para alguien como él, ese destierro, lejos de resultar un castigo, parece que le abrió un mundo en tecnicolor en el que descubrió tonalidades y posibilidades que tal vez hasta entonces no había contemplado. Puede decirse que ese destierro decretado por su rey se convirtió en una oportunidad. Notas 1 Vid. Torres Sevilla-Quiñones de León, M. C., 1999, 141-145; «El linaje del Cid», 343-360; Torres Sevilla-Quiñones consultarse, de además, León, M., el trabajo 2017, 14-19. de Acerca Pérez, de la familia M., Flaínez 2009, puede 89-107 [https://ddd.uab.cat/record/111811]. 2 Calderón Ortega, J. M. y Díaz González, F. J., 2011, 9-66; Márquez Castro, B., 2014. 3 Martínez Díez, G. et alii, 1999, 103. 4 Vid. Martínez Díez, G., 2007b, 34 y 2000 31-49. 5 Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 880. 6 Martínez Díez llama la atención sobre la ausencia del nombre de Diego Laínez en la documentación de la época y llega a la conclusión de que sería un simple infanzón y no un magnate principal. Vid. Martínez Díez, G., 2000, 49. F. J. Peña Pérez (2000, 70-71) ahonda en esa consideración al afirmar que «es prácticamente seguro que Diego Laínez no consiguió superar en su vida las barreras de la infanzonía, pero gracias a su arrojo en el campo de batalla, a su afanoso cuidado del patrimonio y, sobre todo, al ascendiente que le otorgaba el apellido de su mujer, pudo dejar el campo despejado a su hijo Rodrigo para que diera el salto hacia los peldaños más elevados de la aristocracia». 7 Vid. Martínez Díez, G., 2000, 45. 8 Barón Faraldo, A., 2013. 9 Acerca del entrenamiento militar de reyes y caballeros, vid. Orme, N., 1984; Fletcher, R., 1999, 114-115; Barton, S., 1997, 149-150. 10 Historia Silense, 184. 11 Vid. Ruiz García, E., 2014. 12 Vid. Sirantoine, H., 2012. 13 Vid. Historia Roderici, 4. 14 Ibid. 15 Vid. Flori, J., 124-125; Chronica Adefonsi Imperatoris, ep. 78, 186, así como Crónica del Emperador Alfonso VII, 87. Acerca del uso y presencia del término armiger en la documentación asturleonesa y castellana, vid. Mateu Ibars, J., 1980, 263-316. 16 Vid. Manchón Gómez, R., 2000, 609. 17 Ibid. 18 Vid. Carmen Campidoctoris, estrofa IX, 202-203. 19 Vid. Martínez Díez, G., 2000, 66-67. 20 Vid. Carmen Campidoctoris, estrofa VII, 200-201; Historia Roderici, 5; Barceló, M., 1966, 109-126. 21 Vid. Chronica Naierensis, 171-173; Bautista, F., [http://journals.openedition.org/e- spania/18101]; DOI: 10.4000/e-spania.18101. 22 Vid. Bautista, F., ibid. 23 Vid. Martínez Díez, G., 2003, 40-41. 24 Vid. González Mínguez, C., 2002, 77-99. 25 Vid. Ferrero Ferrero, F., 2008, 9-44. 26 Vid. Puyol Alonso, J., 1911 [https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd? id=1476]; Bonilla y San Martín, A., 1912, 153-160. 27 Vid. Historia Roderici, 5. 28 Vid. Martín Prieto, P., 2010, 35-60; Reilly, B. F., 1992, 56. 29 Vid. Horrent, J., 1973, 157-193; Martínez Díez, G., 2000, 71-72; Peña Pérez, F. J., op. cit., 231-233, 253-256. 30 Vid. Historia Roderici, 6. 31 Tal vez el análisis más detallado de los orígenes familiares de Jimena sea el de Martínez Díez, G., 2000, 76-82. 32 Vid. Montaner Frutos, A., junio de 2007; Ruiz Asencio, J. M., 2017, 357-382; Martínez Díez, G., 2000, 82-87. 33 Vid. Pastor Díaz de Garayo, E., 1999, 215-221; Martínez García, L., 2000, 335-352. 34 Vid. Martínez Díez, G., 2000, 88-94. 35 Vid. Historia Roderici, 7. 36 García Gómez, E. y Menéndez Pidal, R., 1947, 27-41. 37 Vid. Abd Allah, 1980, 154-159, cita textual en 158-159. 38 Ibid., 160-162. 39 Vid. Historia Roderici, 7. 40 Vid. Historia Roderici, 8; Fletcher, R., op. cit., 135-136; Martínez Díez, G., 2000, 100-102. 41 Vid. Carmen Campidoctoris, estrofas XX-XXII, 204-207. 42 Vid. Historia Roderici, 9. 43 Ibid. 44 Mínguez Fernández, J. M., 2000, 95-96. 45 Vid. Canal Sánchez-Pagín, J. M., 1997, 749-773. 46 Vid. Historia Roderici, 10. 47 Ibid., 11. 48 José María Mínguez (2000, 97) sostiene que «la impulsividad del Cid, ajena a cualquier otra consideración de orden político y diplomático, constituía un serio peligro para la delicada red en la que el rey leonés trataba de mantener atrapados a los taifas andalusíes. Alfonso VI podía fiarse de la capacidad militar del Cid. Pero está claro que en ese momento al rey no le interesaba tanto la audacia del militar cuanto el sentido político de la alta nobleza, más avezada en las lides diplomáticas. Con el destierro, Alfonso VI le alejaba del centro de decisiones políticas y se sacudía la responsabilidad de las acciones de su vasallo». __________________ * Cronica del muy esforçado cauallero el Cid ruy diaz campeador, Capitulo primero del noble rey don Fernando primero deste nombre que crio al Cid, Sevilla, imprenta de Iacobo Cromberger y Iuan Cromberger, 1525. 3 El primer destierro, comandante mercenario al servicio de Zaragoza I se echava mio Çid – después que fo de noch, un sueñol priso dulçe, – tan bien se adurmió. El ángel Gabriel – a él vino en visión: «Cavalgad, Çid – el buen Canpeador, »ca nunpua en tan buen punto – cavalgó varón; »mientra que visquiéredes – bien se fará lo to.» Quando despertó el Çid, – la cara se santigó.* D nuevo urante el verano del año 1081, Rodrigo Díaz partió al destierro. No sabemos cuántas ni quiénes eran las personas que le acompañaban en su e incierto destino, pero podemos suponer que serían familiares, caballeros criados en su casa, sirvientes, amigos… Es posible que también se sumaran aventureros, buscavidas, comerciantes, viajeros, puede que hasta algún peregrino que regresara de Compostela. informaciones que detalladas. ocasiones, incluso En suministra la Historia da la A partir Roderici sensación de son de este más haber hecho, las abundantes sido testigo y de algunos de los acontecimientos que relata, de haber acompañado al Campeador en varias etapas de su viaje. Desde ese verano, la vida de Rodrigo dio un giro significativo. Ya no contaba con la cobertura y protección que le proporcionaba su señor Alfonso, su reino, su tierra, sino que tuvo que forjarse un porvenir dedicándose a lo que mejor sabía magnate hacer: con una luchar y comandar progresión en tropas ascenso en en la el campo corte regia de batalla. pasó a ser De un comandante mercenario al servicio de un príncipe musulmán. El transcurso de esos cinco años sirviendo a los taifas hudíes zaragozanos es posible que constituyera la etapa más trascendental y de formación de toda su vida. Por primera vez, se integró de pleno en una sociedad islámica que solo conocía por referencias y por aquello que de ella pudo aprender en sus meses de estancia en Sevilla. No es seguro afirmar que esos años de primer destierro marcaran y determinaran el futuro de Rodrigo Díaz el Campeador. No obstante, sus pasos iniciales no se dirigieron a Zaragoza. Su primera opción fueron los condes mellizos de Barcelona, Ramón Berenguer II, «Cap de Estopa», y su hermano, Berenguer Ramón II vid ( . Capítulo 1). Con este último, se encontró en más ocasiones con posterioridad. La corte barcelonesa rechazó los servicios del capitán cristiano y los suyos y es entonces cuando Rodrigo buscó trabajo en Zaragoza. La Historia narra con parquedad que Rodrigo salió del reino «y dejando a sus hombres sumidos en la aflicción», marchó a Barcelona. Después se encaminó hacia Zaragoza, en la que reinaba un anciano al-Muqtádir, un longevo gobernante que dominaba un amplio territorio en el valle del Ebro, Tortosa y el levante peninsular, además de tener 1 como vasalla a la taifa de Valencia. Al-Muqtádir llevaba en el trono desde el año 1046, quizá desde antes de que naciera Rodrigo Díaz, a quien, años más tarde, acogió a su servicio. Es posible incluso que se hubieran conocido anteriormente, cuando Rodrigo, siendo muy joven, pudo acompañar a su señor, Sancho II, en la campaña de 1063 que culminó con la batalla de Graus y la muerte del rey Ramiro I de Aragón y en la que las tropas zaragozanas, comandadas por al-Muqtádir, y las castellanas fueron aliadas. Al-Muqtádir conocía bien el potencial combativo de las huestes cristianas, donde los caballeros pesadamente armados podían marcar la diferencia. Había sufrido en sus carnes la pérdida de Barbastro en 1064, después de una expedición instigada por el papa Alejandro II, en la que participaron normandos y otros caballeros procedentes de regiones del otro lado de los Pirineos. Había tenido, por tanto, oportunidad de conocer de primera mano el poderío de esos guerreros acorazados a caballo, su disciplina, determinación, mesnadas arrojo andalusíes y de valor, algo entonces. que Esto no es distinguía, debido a precisamente, que las a las sociedades andalusíes de los reinos de taifas habían descuidado un factor tan determinante en una época convulsa como era disponer de ejércitos bien entrenados, disciplinados, cohesionados y resolutivos. Rodrigo podía aportar todo eso y es probable que el sabio y anciano gobernante ya tuviera noticias de las destrezas militares de aquel hombre llamado Rodrigo y a quien ya se conocía por el sobrenombre de Campeador. Figura 17: La Aljafería (Zaragoza) era un complejo palacial fortificado que mandó construir al-Muqtádir, rey taifa de Zaragoza, en la segunda mitad del siglo XI. El palacio constaba de un recinto amurallado de planta rectangular, con torres semicirculares e integraba en el mismo la llamada Torre del Trovador, de finales del siglo IX. Comprendía un patio con jardín, salones, pórticos y una mezquita. Tenía verdadera necesidad de un comandante como él. No hacía demasiado tiempo que había sido asesinado, en una conjura organizada por sus hermanos, quien, hasta ese momento, había sido su mayor aliado, el rey pamplonés Sancho IV el de Peñalén, al que pagaba parias a cambio de sostén militar. Uno de los enemigos principales de la taifa de Zaragoza era, en aquellos momentos, el reino de Aragón, que estaba en pleno proceso de expansión y gobernado, además, conocimientos y por fuerza un monarca suficientes como como para Sancho poner en Ramírez, aprietos con a los zaragozanos. Había sido el gran beneficiado de la muerte de Sancho IV el de Peñalén, pues el reino de Pamplona pasó a integrarse en el de Aragón. Este reino en crecimiento tenía la necesidad, y la dinámica, de seguir expandiéndose, ya que los territorios del valle del Ebro dominados por la taifa de Zaragoza eran su vía natural de crecimiento. Al-Muqtádir sabía que la supervivencia de sus dominios estaba comprometida y que gracias a aquel comandante cristiano recién llegado podrían conjurarse, al menos, algunas amenazas. Figura 18: Acceso al llamado Salón Dorado de la Aljafería. El autor andalusí del siglo XIII al-Saqundi escribe en su Risala fadl al-Andalus [Elogio del islam andalusí]: «Tenéis un rey, al-Muqtadir, señor de Saraqusta, realmente admirable, es destacado matemático, ha escrito bellos poemas y al hermoso palacio de la Alfarería, que él ordenó construir, y al Salón de Oro, que fue escenario de anécdotas importantes de su vida, él les dedicó los siguientes versos: ¡Oh, Palacio de la Alegría! ¡Oh, hermoso salón de oro! […] Aunque mi reino no tuviera otras joyas y más tesoros, yo, teniéndoos a los dos, ya tendría cuanto ambiciono, que con este bello alcázar mi alegría llega a su colmo». Al-Muqtádir, además de un político hábil, era un rey erudito, un destacado estudioso de las matemáticas y la astronomía. Durante su mandato, Zaragoza floreció culturalmente; fue él quien ordenó la construcción del palacio de la Aljafería y su corte fue una de las más brillantes en lo artístico, lo científico y lo filosófico. Por ella desfilaron, según Vernet y Grau, más de doscientos personajes célebres, entre musulmanes y judíos, que cultivaron estudios de matemáticas, astronomía, medicina, poesía, gramática, filosofía, derecho o religión, más de cien de los cuales viajaron, en alguna ocasión, a 2 oriente para ampliar sus conocimientos. No tardó mucho tiempo en fallecer el anciano al-Muqtádir, puede que hacia finales de 1081 o en los primeros meses de 1082. Antes de su muerte, decidió dividir sus vastos dominios entre sus dos hijos y dejó a al-Mutamin la zona de Zaragoza y a Mundir la de Lérida, Tortosa y Denia. Al igual que ocurría en el universo cristiano, que tan bien conocía Rodrigo, pronto se desencadenó una guerra fratricida entre los herederos. La Historia Roderici, una vez más, fuente esencial para conocer esta etapa de la vida de Rodrigo, afirma que al-Mutamin recibió con sumo agrado al comandante castellano, a quien apreciaba, y que, por ello, lo integró en su consejo: Al-Mutamin apreciaba mucho a Rodrigo y lo exaltó y puso en lugar principal sobre todo su reino y toda su tierra, usando de su consejo en todos los asuntos. 3 La tarea de Rodrigo al frente de las huestes zaragozanas no era sencilla. Tras la muerte de al-Muqtádir, como hemos apuntado, estalló el conflicto entre los hermanos. El castellano recibió el mandado de recuperar territorios orientales de la taifa de Zaragoza. Por su parte, Mundir fue hábil y se alió con Sancho Ramírez de Aragón y con Berenguer Ramón II de Barcelona, a quienes pagó parias a cambio de socorro militar para las guerras contra su hermano. Las tierras de Lérida y el Maestrazgo fueron los escenarios principales en los que Rodrigo combatió contra los enemigos de su nuevo señor. A pesar de sus esfuerzos, y de la retórica de la Historia Roderici, lo cierto es que el reino de Aragón prosiguió su expansión a costa de Zaragoza y logró conquistar castillos de importancia como Muñones, Secastilla y Graus, hacia Barbastro; y Ayerbe, 4 Arascués y Bolea hacia Huesca; así como Arguedas hacia Tudela. Sin embargo, la Historia también presenta otro panorama. Nos habla de la contienda que inician los hermanos y de las alianzas que establece Mundir, «al-Hayib», con aragoneses y catalanes, cristianos que odiarían a Rodrigo porque se había convertido en una especie de protector de los zaragozanos: Parece que surgió entonces una enemistad cruel y violentísima entre c Al-Mu tamin y su hermano Al-Hayib, hasta el punto que acordaron lugar y día para combatir entre ellos. Sancho, rey de Aragón y de Pamplona, y Berenguer, conde de Barcelona, protegían a Al-Hayib e c iban en su compañía. Con Al-Mu tamin estaba Rodrigo Díaz, que le servía fielmente y custodiaba y protegía su reino y su tierra, por cuya 5 causa principalmente lo querían mal y tramaban contra él. Monzón era una de las manzanas de la discordia en aquella disputa. Reclamada tanto por leridanos como por zaragozanos, en plena frontera con el reino cristiano de Aragón, era una plaza lo suficientemente importante como para luchar por su control. Estaba situada en el extremo norte de la taifa de Zaragoza, amenazada a unos por 16 los kilómetros efectivos de al sur de Lérida y Barbastro, los y era aragoneses. una fortaleza Ambos ejércitos desarrollaban maniobras por la zona y, por ello, al-Mutamin ordenó a Rodrigo acudir al lugar con sus hombres para protegerla. Al tener noticia de aquel movimiento, el rey Sancho Ramírez «juró y dijo que de ninguna manera se atreviera a hacerlo», pero Rodrigo reaccionó plantando sus tiendas «ante la vista de sus enemigos, o sea, de todo el ejército de al-Hayib» y entró al día siguiente en la fortaleza acampado de delante 6 Monzón. de la Es posible fortaleza que durante el un Campeador día entero permaneciera en espera de movimientos enemigos, pero estos no se dieron y por eso entró en Monzón, quizá para ampliar la guarnición que defendía el lugar y mejorar sus defensas ante posibles ataques. LA BATALLA DE ALMENAR (1082) Parece que la política militar de al-Mutamin estaba orientada entonces a la mejora de la importantes, precisamente, fortificación porque la de la de algunas siguiente «restaurar y de sus misión que fortificar un fortalezas encomendó antiguo de frontera más a Rodrigo fue, castro que se llama Almenar». En ese tiempo, la situación entre al-Mutamin y su hermano al- Hayib era muy tensa. El de Lérida estrechó alianzas con Berenguer de Barcelona y con los condes de Cerdaña y Urgel, así como con nobles de Besalú, Ampurdán, Rosellón y Carcasona, para que reunieran un ejército que acudiera a asediar aquel supervisión términos y del castillo defensa acuerdo, de de Almenar Rodrigo. pero es más que estaba siendo No sabemos en que probable que guarnecido qué con consistieron al-Hayib la los ofreciera a aquellos cristianos una sustanciosa cantidad de dinero. Sea como fuere, el contingente cristiano aliado, o contratado, llegó a Almenar y le puso cerco: «Lo sitiaron y atacaron durante muchos días, hasta que les faltó el agua a los que 7 estaban dentro». Por Granja aquel entonces, d’Escarp, Lérida) Rodrigo en vivía en territorio un del castillo rey de llamado Lérida, Escarp situado (La en la confluencia de los ríos Segre y Cinca. Ese castillo había sido conquistado por Rodrigo «virilmente, capturando a todos los que en él vivían». Al-Hayib, seguramente, contestó a esa agresión con la movilización de todas sus energías y recursos y con la búsqueda de ayuda por parte de los condes y caballeros catalanes para responder al golpe recibido. Durante su estancia en Escarp, Rodrigo fue sabedor de las dificultades que estaban atravesando los defensores de Almenar, por tanto, despachó mensajeros a su señor para que le advirtieran del peligro real que había de que la fortaleza cayera en manos de sus enemigos. Le solicitaba que enviara refuerzos para socorrer a los de Almenar. El soberano de Zaragoza acudió al llamamiento y se reunió con Rodrigo en otro castillo, el 8 de Tamarite (Tamarite de Litera, Huesca). Al-Mutamin quería que Rodrigo atacara a los asediadores de Almenar, pero el comandante opinaba que era mejor negociar con los enemigos, ofrecerles el pago de una cantidad de dinero a cambio de su retirada. Razonaba el Campeador que esa opción era la mejor, dado el elevado número de efectivos del que disponían sus adversarios: «Mejor es que tú le pagues el censo y dejen de atacar el castillo que ir a la batalla contra él [al-Hayib], porque tiene a su lado una muchedumbre de hombres». Al-Mutamin aceptó la propuesta de Rodrigo y se despacharon mensajeros para negociar con los asediadores las condiciones de su repliegue. Mas los enemigos hicieron caso omiso y prosiguieron el cerco y el asalto a la fortaleza de Almenar. Parece claro que la única alternativa posible era el combate y, por ello, se desencadenó la que, más adelante, se llamó batalla de Almenar, acaecida en las proximidades de ese 9 castillo en una fecha indeterminada del verano de 1082. La Historia Roderici, única fuente que refiere y relata el choque, narra aquel enfrentamiento campal en los siguientes términos: Rodrigo, montado en cólera, mandó tomar las armas a todos sus soldados y prepararse con valentía para la lucha. Así pues, marchó con su ejército hasta aquel lugar en que se encontraron frente a frente los condes, al-Hayib y Rodrigo. Los combatientes de uno y otro bando dispusieron sus tropas en orden de batalla y lanzándose impetuosamente con enorme vocerío iniciaron el combate, pero, pronto al-Hayib y los condes huyeron retirándose vencidos y en desorden del rostro de Rodrigo. La mayor parte murió, y tan sólo unos pocos consiguieron huir. Todo su botín y pertenencias pasaron legalmente a poder de Rodrigo, quien, después de conseguir la victoria, se llevó cautivos al conde Berenguer y a sus soldados al castillo de Tamarite y allí los puso en manos de Mutamin. Pero a los 10 cinco días los dejó volver libres a su tierra. Una vez más, la destreza de Rodrigo comandando tropas en la batalla había servido para derrotar a un contingente enemigo. Las consecuencias fueron positivas para él, principalmente, pues vio aumentados su consideración y carisma, pero también para su señor, al-Mutamin, que había conseguido sacudirse con un golpe contundente a los rivales reunidos por su hermano. A partir de Almenar, el conde Berenguer Ramón II de Barcelona no volvió a constituir una amenaza para la taifa de Zaragoza y al-Hayib de Lérida tuvo que sopesar otras alternativas para enfrentarse a su hermano. Es más que posible que al-Mutamin obligara a los condes catalanes a jurar una suerte de pacto de no agresión a cambio de su libertad, pues relata la Historia que estuvieron retenidos durante cinco días en el castillo de Tamarite. Bien eso, o bien se les exigió un rescate a sus familiares a cambio de su liberación. Es posible que se les reclamaran ambas cosas, una cantidad de dinero y el acuerdo de no volver a atacar la taifa zaragozana. La Todo su botín y Historia se limita a decir que: pertenencias pasaron legalmente a poder de Rodrigo, quien, después de conseguir la victoria, se llevó cautivos al conde Berenguer y a sus soldados al castillo de Tamarite y allí los puso en manos de Mutamin. Pero a los cinco días los dejó volver 11 libres a su tierra. No resulta creíble que al-Mutamin dejara marchar a sus enemigos sin ninguna condición ni compensación. Los cinco días que aquellos ilustres cautivos permanecieron en Tamarite en su poder seguro que fueron de intensa negociación, con el inteligente soberano de Zaragoza siempre en busca del mayor rédito para él. También aprovechó aquella victoria al-Mutamin para su propia propaganda, al acudir triunfal a Zaragoza, entrando victorioso en la capital y desfilando junto al comandante cristiano que le había proporcionado aquel éxito militar contra su hermano y los aliados de este. La Historia nos narra que aquella victoria en el campo de batalla elevó la consideración del soberano hudí hacia el Campeador y que, desde entonces, le otorgó una mayor responsabilidad en su reino y le colmó de presentes y riqueza: Rodrigo Díaz regresó con Mutamin a Zaragoza y allí fue recibido por los habitantes de aquella ciudad con gran honor y máxima veneración. Mutamin puso a Rodrigo al frente de su reino y de todo su territorio en los días de su reinado prefiriéndolo a su propio hijo, de tal manera que era como el señor de todo aquel reino, y lo enriqueció con innumerables regalos y con muchos presentes de oro 12 y plata. Rodrigo gozaba de una situación envidiable en la corte del señor musulmán de Zaragoza. La victoria de Almenar le había elevado por encima del estatus de simple comandante mercenario. Aquel triunfo mostraba al mundo que al-Mutamin estaba bien armado y que disponía de los servicios de quien, posiblemente, privilegiada situación, era vio el mejor cómo guerrero tenía lugar del un momento. Desde acontecimiento que esa pudo reconciliarlo con Alfonso VI y que le permitió volver a verse con quien, hasta no hacía demasiado tiempo, había sido su rey natural. Ese turbio suceso se ha dado en llamar «traición de Rueda» o «rota de Rueda» y ocurrió en enero de 1083. LA TRAICIÓN DE RUEDA La fortaleza de Rueda, situada en una peña rocosa que la torna inexpugnable, en el actual municipio zaragozano de Rueda de Jalón, está situada a 35 kilómetros al sudoeste de Zaragoza. Había sido utilizada de manera tradicional por los taifas hudíes como refugio y como prisión de todo aquel que hubiera cometido delitos políticos contra ellos. En ella se encontraba confinado un tío de al-Mutamin, Almuzá ffar, hermano de al-Muqtádir, antiguo rey de Lérida que había sido depuesto y apresado. Parece que, en el año 1082, tramó una conspiración con el alcaide de la fortaleza, un individuo al que la Roderici llama Abu-l-Falak. Este «plebeyo», instigado por Almuzá Historia ffar, se rebeló contra al-Mutamin y, por medio de emisarios, ofreció el castillo de Rueda al rey Alfonso VI. El emperador cristiano, interesado como estaba en la posesión de aquel punto fuerte, se movilizó en persona con un grupo escogido de hombres para recibir Rueda de manos de Abu-l-Falak. En ese séquito figuraban su primo Ramiro, infante de Navarra, y el conde Gonzalo Salvadórez. La presencia de Alfonso VI fue reclamada por ffar, Almuzá quien no tardó demasiados días en fallecer. Ante dicha circunstancia, al alcaide de Rueda se le planteó la disyuntiva de entregar el castillo a Alfonso VI, como ya se había acordado, o regresar a la fidelidad a al-Mutamin y terminar con la rebeldía. Parece que Abu-l-Falak debió de decidirse al final por esa última opción, porque atrajo hacia el castillo de Rueda a los castellanos para atacarlos en el lugar con «piedras y peñascos» y numerosos cristianos perdieron la vida en aquella agresión. Entre los fallecidos se encontraban Ramiro y Gonzalo Salvadórez. El rey pudo salvarse de la muerte gracias a que se hallaba en la retaguardia de sus hombres en el instante en el que comenzaron a lanzarles piedras. A consecuencia de ello, Alfonso marchó a su campamento 13 apesadumbrado y conmocionado. Cuando ocurrió aquel trágico suceso, el 6 de enero del año 1083, Rodrigo se encontraba en Tudela, es posible que vigilando la frontera occidental del reino de su señor, alertado por la movilización de Alfonso VI. Al enterarse de lo acontecido en Rueda, no dudó en ponerse en marcha para acudir al encuentro del monarca, con quien debió de coincidir en algún punto de Soria o de La Rioja. La Historia Roderici narra el recibimiento del rey y los acontecimientos inmediatos de manera bastante contradictoria, ya que afirma que Rodrigo fue bien recibido por Alfonso, quien incluso le llegó a proponer regresar con él a Castilla, para luego, ya en camino, volver a manifestar sus antiguos rencores hacia el Campeador: Cuando tuvo noticia de este suceso, Rodrigo, que estaba en Tudela, se dirigió al emperador. Este le recibió honoríficamente y enseguida le pidió que le siguiera a Castilla. Rodrigo le siguió, pero el emperador movido por una gran envidia y con perversas intenciones maquinó en su corazón desterrarlo. Rodrigo dándose cuenta de esto, no quiso ir a Castilla sino que, separándose del emperador, se volvió 14 a Zaragoza donde el rey Mutamin se apresuró a recibirle. Resulta muy complicado interpretar ese párrafo discordante, donde se nos presenta a Alfonso VI haciendo gala de un carácter ciclotímico impropio de un soberano inteligente y lúcido como era él. No podemos hacernos una idea de cómo pudo desarrollarse aquel encuentro entre señor y desterrado, de las conversaciones que mantuvieron, de lo que pudo suceder. Es obvio que no podemos dar por buena esa explicación de la Historia que presenta a Alfonso VI con rasgos de una personalidad bipolar. Es posible que al monarca le pareciera demasiado pronto como para conceder el perdón a Rodrigo. También es probable que el propio Rodrigo no estuviera en absoluto interesado en regresar a sus tierras, pues se hallaba en Zaragoza en una situación cómoda y en una posición de relativo poder tras sus éxitos militares al servicio de al- Mutamin. Cabe la posibilidad, tal vez, de que a Alfonso VI le interesara que Rodrigo siguiera al servicio del rey de Zaragoza y tenerlo como una especie de aliado instalado en una taifa que hacía frontera con sus dominios. Incluso puede ser que, a partir de aquellos momentos, Rodrigo comenzara a actuar a modo de agente doble, al servicio del musulmán pero manteniendo informado a Alfonso de los movimientos que allí tenían lugar. Lo que está muy claro es que al Campeador le interesaba sobremanera mantener una muy buena relación con ambos soberanos. Desde luego, Rodrigo había beneficiado, aun de forma indirecta, a Alfonso VI desde que comenzó a servir a al-Mutamin, pues había conseguido contener, al menos de momento, el avance territorial de Sancho Ramírez. Alfonso aspiraba a controlar Zaragoza algún día, algo que iba a ser bastante más complicado si el rey de Aragón conseguía introducirse como una cuña en aquel territorio. Acontecimientos no demasiado posteriores demostraron hasta qué punto Alfonso codiciaba Zaragoza y recelaba de la 15 expansión aragonesa. LA BATALLA DE MORELLA (1084) Fue con vérselas Sancho Rodrigo Ramírez, en el precisamente, campo de con batalla. quien El rey muy pronto aragonés no tuvo que dejaba de maniobrar por las fronteras septentrionales de la taifa zaragozana. Al proseguir su avance por aquella zona, había conseguido conquistar las fortalezas de Ayerbe, Agüero, Bolea y Graus, en cuyas proximidades había muerto su padre 16 durante la batalla homónima de 1063. Ese progreso aragonés obligó a al- Mutamin a actuar con prontitud y reunió a sus huestes y a las del Campeador para, juntas, marchar hacia el norte. Desde la fortaleza de Monzón como base de operaciones, lanzaron una razia devastadora contra las comarcas pertenecientes al reino de Sancho Ramírez, quien no osó poner freno a aquella cabalgada destructora. La Historia Roderici vuelve a emplear su habitual tono encomiástico cuando relata aquella campaña y obvia los éxitos del rey aragonés y resalta los logros militares de su biografiado y los del señor a quien servía: Entretanto, el rey Mutamin mandó a Rodrigo Díaz que, después de reunir a sus soldados, entrara con él en tierras de Aragón para saquearlas, lo cual se hizo así. Saquearon, pues, la tierra aragonesa, la despojaron de sus riquezas y de sus habitantes, y llevaron a muchos prisioneros. Después de cinco días regresaron victoriosos al castillo de Monzón. En aquel momento estaba Sancho, el rey de Aragón, en su territorio, pero de ningún modo se atrevió a oponerles 17 resistencia. Después de completar aquella expedición punitiva contra los dominios de Sancho Ramírez, al-Mutamin ordenó a Rodrigo acometer una similar contra su hermano Mundir al-Hayib, el taifa de Lérida. El de Zaragoza aprovechó la presunta debilidad de su hermano, pues se habían neutralizado sus apoyos catalanes en la batalla de Almenar. Berenguer Ramón II se encontraba en aquellos momentos sumido en graves problemas internos. Su hermano mellizo, Ramón Berenguer II, había sido asesinado hacía pocos meses, en diciembre de 1082, de forma alevosa, mientras atravesaba un bosque y todas las miradas acusadoras iban dirigidas a Berenguer, con quien su hermano liquidado había compartido el trono condal de Barcelona hasta ese momento. Desde entonces, Berenguer fue llamado el Fratricida, aunque su culpabilidad en el complot no se determinó hasta que transcurrieron unos años, en una curia celebrada en 1096 y que presidió Alfonso VI de León y Castilla. Como hemos enunciado, al-Mutamin ordenó a Rodrigo atacar a su hermano dado su debilitamiento. La zona elegida fueron las montañas de Morella (norte de la provincia de Castellón), donde el Campeador entró con sus hombres a sangre y fuego e infligió a al-Hayib daños y quebrantos de consideración. La Historia narra, con tono recio, aquella expedición punitiva dirigida por Rodrigo: Rodrigo Díaz invadió los dominios de al-Hayib, hermano de Mutamin y los saqueó, infiriéndole muchos daños y pérdidas, sobre todo en las montañas de Morella y los territorios colindantes. Pues no dejó en aquella tierra casa sin destruir ni heredad sin saquear. Luchó contra la fortaleza de Morella, subió hasta la puerta del 18 castillo e hizo en él gran daño. Rodrigo recibió un nuevo encargo de su señor mientras ejecutaba aquellas incursiones, el de reconstruir y fortificar la fortaleza de Olocau, cercana a 19 Morella. No tardó el Campeador en cumplir la misión encomendada y, dirigiéndose hacia el punto marcado, el castillo de Olocau, «volvió a levantarlo y lo construyó, abasteciéndolo de todo lo necesario, tanto de hombres como de armas». La intención de aquella maniobra era la de establecer una base de operaciones desde la que atacar Morella y su tierra, quizá con el objetivo último de arrebatar a al-Hayib aquella importante plaza. Este, al verse atacado y amenazado, buscó con intensidad reforzar sus alianzas con quien tenía sobrados motivos para unirse a él contra su hermano y Rodrigo Díaz: Sancho Ramírez. La Historia relata que «los dos decidieron ayudarse y defender valerosamente sus tierras de Rodrigo, y por último presentarle audaz batalla campal. Reunieron ambos sus ejércitos y plantaron sus tiendas junto al Ebro». La coalición leridano-aragonesa debió, efectivamente, de ir en busca de Rodrigo para derrotarlo en una batalla y apartarlo de allí. Entendieron que aquella era la única manera que tenían ambos de librarse de un adversario tan insidioso y dañino como el Campeador. La Historia Roderici presenta los hechos de la siguiente manera: Por su parte, el rey al-Hayib, al tener noticia de esto, se dirigió al rey de Aragón, Sancho, y le presentó las mayores quejas de Rodrigo. Los dos decidieron ayudarse y defender valerosamente sus reinos y sus tierras de Rodrigo, y por último presentarle audaz batalla campal. Reunieron ambos sus ejércitos y plantaron sus tiendas junto al Ebro. 20 Rodrigo estaba cerca de ellos. La lid parecía inevitable, la coalición leridano-aragonesa, al menos, estaba dispuesta a dirimir su suerte en un choque frontal contra un adversario que les ocasionaba mucho quebranto a uno y a otro. Sancho Ramírez parece que inició un acercamiento amistoso con el envío de emisarios al Campeador para pedirle que se retirara de las tierras de su aliado, que dejara de hostigarlo y, es posible también, que cesara en las labores de fortificación de ese castillo de Olocau desde el cual partían sus devastadores asaltos contra tierras leridanas. Lejos de obedecer, Rodrigo se mostró firme en su determinación e incluso se permitió contestar con baladronadas disfrazadas de cortesía, pues ofrecía paso franco y servicio de escolta al rey aragonés si era él quien quería retirarse de allí. Enseguida el rey Sancho envió legados a Rodrigo para que se retirara sin demora de aquel lugar en que estaba y no permaneciera allí más tiempo. Él no quiso de ninguna manera obedecer su orden, sus palabras y sus recomendaciones, sino que, haciendo caso omiso, dio a los enviados esta respuesta: «Si el rey mi señor quiere pasar en paz por donde estoy, yo le serviré gustoso, no sólo a él, sino a todos sus hombres. Además si quiere, le daré cien de mis soldados que le sirvan y le acompañen en su camino». Los legados volvieron al rey y 21 le refirieron las palabras de Rodrigo. Parece que ambos ejércitos querían cruzar armas y jugarse la suerte en una batalla campal. Las mesnadas de Sancho Ramírez y al-Hayib avanzaron posiciones, se situaron en un emplazamiento más cercano al campamento de Rodrigo y permanecieron allí durante la noche. Es posible que su intención fuera la de amedrentar al Campeador y forzarlo a moverse, pero este resistió y se mantuvo en el mismo sitio en el que se encontraba («juró resistirles y no huir ante ellos y permaneció allí con firmeza»). Al día siguiente, se desencadenó un combate que se saldó con la derrota de los enemigos de Rodrigo, su huida y persecución y el apresamiento de notables figuras de la hueste aragonesa, cuyos nombres reproduce la Historia . Rodrigo obtuvo un cuantioso botín en el que lo más valioso eran esos ilustres cautivos: Al entablarse el combate, se luchó durante largo tiempo, pero, al fin, el rey Sancho y al-Hayib se dieron a la fuga y, vencidos y en desorden, huyeron del rostro de Rodrigo, que les persiguió durante un buen trecho cogiendo a muchos de ellos prisioneros. Entre los cautivos Sancho se hallaban: Sánchez de el obispo Pamplona, Raimundo el conde Dalmacio, Nuño Suárez el conde de León, Anaya Suárez de Galicia, Calvet de Sobrarbe, Íñigo Sánchez, señor de Monclús, Simón García de Boíl, Pepino Aznar y García Aznar su hermano, Laín Pérez de Pamplona, nieto del conde Sancho, Fortún Garcés de Aragón, Sancho Garcés de Alcócer, Blasco Garcés, mayordomo del rey y García Díez de Castilla. Además de éstos hizo prisioneros a más de dos mil que luego dejó ir libres a su tierra. A éstos los cogió luchando valerosamente y saqueó su campamento y se apoderó de todo su botín. El Campeador volvía a imponerse en el campo de batalla a un contingente, en teoría, más numeroso que el suyo. De esa victoria en las inmediaciones de Morella cosechó unos réditos notables. No solo consiguió la riqueza que le reportaba el botín arrebatado a sus enemigos, sino que los beneficios más relevantes logrados en el enfrentamiento fueron de naturaleza diplomática, pues la calidad de los rivales apresados era muy alta. Entre ellos figuraba el obispo de una sede episcopal tan significativa para el reino de Aragón personal como del era rey. Roda, Raimundo También habían Dalmacio, sido quien, capturados además, eminentes era amigo magnates y tenientes de Sancho Ramírez, como el conde Sancho Sánchez de Pamplona, o 22 como Blasco Garcés, que ostentaba el cargo de mayordomo real. Y es que el Campeador no solo cobró rescates a aquellos apresados a cambio de su libertad, sino que es posible que negociara con el soberano aragonés la liberación de algunos de sus hombres y que llegara a acuerdos de no agresión con él, algo similar a lo que habría hecho con Berenguer Ramón II. Lo cierto es que, a partir de aquella batalla, Sancho Ramírez y Rodrigo no volvieron a enfrentarse nunca y establecieron, quizá, si no una alianza, al menos sí algún tipo de pacto. La coalición abierta de Rodrigo con el rey de Aragón cuajó más tarde, ya en los primeros años del reinado de Pedro I, hijo de Sancho Ramírez, que se convirtió en el aliado cristiano más sólido del Campeador. Puede imaginarse que, con esta victoria, se engrandeció aún más el prestigio y la riqueza de Rodrigo, que regresó, triunfal, a Zaragoza al frente de sus tropas. Es posible que ya por entonces fuese llamado Sidi por los guerreros musulmanes zaragozanos integrados en su hueste, más numerosos, presumiblemente, que el elemento cristiano que conformaba el núcleo y la élite de aquel ejército híbrido. Rodrigo había conseguido aunar los conocimientos bélicos de la tradición cristiana, en la que él mismo se había formado, y aquellos de raigambre islámica que conocían sus soldados zaragozanos. Esa realidad, y su propio talento, fueron claves principales de su éxito en el campo de batalla, un éxito que el autor de la Historia Roderici se complace en elogiar: Después de realizar esto, volvió cantidad de bienes, llevando a Zaragoza consigo a victorioso aquellos nobles con gran cautivos. Mu’tamin, sus hijos y una gran multitud de la ciudad de Zaragoza, hombres y mujeres, alegrándose y regocijándose en su victoria le salieron al encuentro hasta la villa que se llama Fuentes que está a 23 unos ciento cincuenta estadios de la ciudad. Rodrigo, recibido con honores como un héroe, saboreaba en aquel tiempo el momento más dulce de su vida. Afamado y aclamado por los súbditos de su rey, amado por ellos y por el propio monarca zaragozano, vivía, sin duda, días felices. Había conseguido neutralizar a los enemigos principales de su señor en dos batallas campales, ganadas gracias a su destreza, inteligencia y valentía. De igual modo, había logrado reforzar las fronteras que separaban el reino al que servía de esos mencionados adversarios. Sin embargo, pronto falleció al- Mutamin, un soberano brillante y valeroso en la guerra, erudito como su padre, arquetipo de rey sabio y considerado uno de los matemáticos medievales 24 más extraordinarios. Es posible que, a su servicio, Rodrigo aprendiera la importancia de las matemáticas y la astronomía y que aplicara algunos de esos conocimientos adquiridos al arte de la guerra. Sabemos que en Zaragoza se desarrolló el estudio y mejora del astrolabio, ese ingenio tecnológico que, siglos más tarde, allanó la llegada de Cristóbal Colón a América y ayudó a los portugueses a trazar rutas comerciales con la India bordeando las costas africanas. Tras la muerte de al-Mutamin, acaecida en el año 1085, le sucedió en el trono su hijo, Áhmad al-Mustaín II, a cuyas órdenes permaneció Rodrigo durante nueve meses en los que las fuentes no consignan ninguna actuación destacable que pudiera llevar a cabo. Al-Mustaín era el tercer soberano de Zaragoza al que servía el Campeador, que se había alzado como la máxima autoridad de aquella taifa en los asuntos militares. La Historia da cuenta de tales acontecimientos de forma muy sucinta: Rodrigo Díaz permaneció allí en Zaragoza hasta la muerte de Mutamin. Muerto éste, le sucedió en el reino su hijo Musta’in, con el que vivió Rodrigo con máximo honor y veneración en Zaragoza 25 nueve meses. Ese relato es demasiado simplificador. Y es que, a lo largo de los años 1085 y 1086, sucedieron acontecimientos significativos, podemos decir que trascendentales, que influyeron en la situación en la que se encontraba la península ibérica y, sin duda, también en la vida del Campeador. DEL TRIUNFO DE TOLEDO (1085) AL DESASTRE DE ZALAQA (1086) La Historia Roderici no menciona nada, o pasa muy de puntillas, acerca de dos hechos que marcaron el devenir histórico de la Península a partir de mediados de la penúltima década del siglo XI. A la conquista de Toledo por parte de Alfonso VI se había referido con anterioridad en unas líneas descontextualizadas, escuetas, esquemáticas, lacónicas, bastante frías y, desde luego, un tanto distorsionadas: Después de esto la divina clemencia concedió al emperador Alfonso una gran victoria: tomó valerosamente la ciudad de Toledo, ínclita ciudad de España, asediada durante mucho tiempo y tomada por asalto al fin después de siete años, y la sometió a su poder juntamente con las villas de alrededor y sus tierras. La realidad de la toma de Toledo había sido bastante más compleja de lo 26 que la Historia relata. En primer lugar, parece claro que la ciudad del Tajo no había estado asediada durante mucho tiempo, como afirma la crónica, o, al menos, no de manera formal, con una hueste armada que la cercaba y atacaba a diario. En segundo lugar, Toledo no se tomó al asalto, como el desconocido cronista afirma, sino que fue un proceso largo, complicado y repleto de matices. Tal vez debamos situar los orígenes de esa conquista en el año 1072, cuando un Alfonso VI derrotado en Golpejera por su hermano Sancho es desterrado y se refugia durante unos meses en Toledo, acogido por al-Mamún. Lucas de Tuy, cronista de la primera mitad del siglo XIII, reflejó, casi dos siglos más tarde, y no sin cierto ventajismo, que Alfonso VI aprovechó su exilio toledano para estudiar los puntos débiles de una ciudad que, con el tiempo, 27 conquistaría. No sabemos hasta qué punto esta afirmación del cronista tudense puede tener visos de realidad, pero tampoco podemos descartar que vaya desencaminado. Alfonso VI demostró a lo largo de su vida ser una persona astuta, analítica y calculadora y, si algo se le podía escapar, siempre contaba a su lado con el avispado Pedro Ansúrez. Lo cierto es que buena parte de las directrices políticas de Alfonso, desde los mismos inicios de su reinado en solitario, se encaminó, prácticamente, al dominio de Toledo. Con los años, fue cercando la ciudad y haciéndose con el control de notables fortalezas que la rodeaban y controlaban sus caminos. Intervino de forma activa en las políticas internas toledanas, sin llegar a inmiscuirse demasiado, pero siempre con una presencia continua. Muertos alMamún y su heredero inmediato, en 1075, el trono toledano recayó en un inexperto, al-Qádir, y fue en ese preciso momento cuando Alfonso entendió que era cuestión de tiempo que la ciudad acabara en sus manos. No necesitó el monarca cristiano desplegar grandes operaciones militares para hacerse dueño de Toledo. Observaba, analizaba, iba dominando posiciones en torno a la ciudad del Tajo, mantenía con sus gobernantes relaciones amistosas basadas en la paz y en la extorsión fundamentada en incursiones periódicas para exigir el cobro de parias. Es posible que el principal motivo del destierro de Rodrigo Díaz fuese aquella cabalgada devastadora que el de Vivar había lanzado contra tierras de aquella taifa protegida y codiciada. Alfonso maduraba una estrategia y Rodrigo había actuado por su cuenta, sin valorar que su señor estaba jugando una partida con un plazo más largo. Sin duda, esa acción de Rodrigo había enervado al rey calculador, laborioso y paciente. Figura 19: En el siglo X, el califato de Córdoba se preocupó de erigir una línea de pequeñas torres-vigía o atalayas a lo largo de la frontera en torno a Toledo, distantes unos 40 km entre sí, y con el fin de reforzar la vigilancia frente a las posibles incursiones cristianas, así como ante eventuales insurrecciones locales. Una de ellas fue la Atalaya de El Vellón, entre los municipios de El Vellón y El Espartal (Madrid). Su morfología es característica del fenómeno de atalayas musulmanas del periodo: planta casi siempre redonda, paramentos de mampostería y un acceso a cierta altura del suelo, que permitía, en caso de necesidad, esconder la escala y aislar a sus ocupantes. A partir del acceso se desarrollan tres plantas comunicadas entre sí por una escalera interna. El término moderno «atalaya» proviene, precisamente, del árabe tala’la [pequeña torre]. El reinado de al-Qádir en Toledo no fue fácil. Sacudido por revueltas periódicas de la población, su gobierno estaba fundamentado en la protección militar que le otorgaban las mesnadas de Alfonso VI. En cierta medida, Alfonso ya gobernaba en Toledo desde varios años antes de que la ciudad se le entregara en mayo de 1085. Especialmente grave fue la revuelta que sacudió a la población en el año 1080, cuando al-Qádir se vio forzado a huir y refugiarse en Huete (Cuenca). La facción vencedora en aquella sublevación entregó la ciudad a al-Mutawákkil, taifa de Badajoz, lo que provocó la reacción inmediata de Alfonso VI, quien, poco después, asedió Toledo y obligó a al-Mutawákkil a huir de allí. Repuso en el gobierno toledano a al-Qádir y este, agradecido, le entregó las fortalezas de Zorita y Canturias y se comprometió al pago de elevadas sumas de dinero en forma de parias al rey cristiano. Es posible que en esas negociaciones entre Alfonso y al-Qádir, que algunos historiadores han denominado «Pacto de Cuenca», se estableciese que el musulmán terminara por entregar Toledo al cristiano a cambio de que este le asegurara a aquel el gobierno de la taifa de Valencia. No sabemos si todo obedeció a un cálculo de Alfonso VI; puede que así fuera, pero, al final, esas exigencias impuestas acabaron por minar la poca consistencia gubernamental que tenía al-Qádir. La presión fiscal a la que se vio obligado a someter a sus súbditos para pagar a Alfonso incrementó, a la larga, el descontento de una población que terminó por ver con buenos ojos la entrega de la ciudad al monarca leonés, tras haber 28 establecido con él unos acuerdos de capitulación. Resulta interesante hacer referencia a todas estas cuestiones, pues, como veremos más adelante, Rodrigo Díaz aplicó algunas de las políticas desarrolladas por su señor en Toledo para hacerse con Valencia. Entre ellas, cabe destacar la asfixia fiscal basada en la extorsión, la amenaza y el empleo de la fuerza, así como el fomento de disensiones y revueltas entre distintas facciones que convivían en la urbe. El coetáneo Abd Allah relata que aquella pérdida de Toledo acarreó profundas consecuencias políticas y psicológicas en todo el territorio andalusí. Nos dice en su crónica que «la noticia de lo sucedido en esta ciudad tuvo en todo al-Ándalus una enorme repercusión, llenó de espanto a los andaluces y les 29 quitó la menor esperanza de poder seguir habitando en la península». Afirma también que Alfonso VI, tras la conquista de Toledo, concibió la posibilidad de ir adueñándose de las distintas capitales de al-Ándalus, con la ejecución de un modus operandi similar al que le había servido para hacerse con la ciudad del Tajo. No perdió hombres en largos asedios, sino que fue debilitando a las distintas urbes, para lo que empleó todos los medios a su alcance, hasta que, una a una, fueran cayendo en su poder: Lo que quería era apoderarse de nuestras capitales; pero, lo mismo que había dominado Toledo por la progresiva debilidad de su soberano, así pretendía hacer con los demás territorios. Su línea de conducta no era, pues, sitiar ningún castillo ni perder tropas en ir en contra de una ciudad, a sabiendas de que era difícil tomarla y de que se le opondrían sus habitantes, contrarios a su religión; sino sacarle tributo año tras procedimientos año y violentos, tratarla hasta duramente que, una vez por todos reducida los a la 30 impotencia, cayese en sus manos, como había ocurrido con Toledo. Figura 20: Puerta de Bisagra Vieja (Toledo), según una litografía publicada en la obra España artística y monumental (1842-1850) y basada en un óleo de Genaro Pérez de Villaamil del Díptico con 42 vistas monumentales de ciudades españolas. La puerta data del siglo X y conserva su primitiva estructura, con un arco de herradura atravesado por un dintel, y protegida por una torre que permitía arrojar proyectiles contra un posible atacante por el costado derecho, que el escudo dejaba desprotegido. Los tres arcos y ventanas de la parte superior son fruto de una reforma del siglo XIII, que introdujo un rastrillo interior para impedir el paso. La tradición sugiere que fue por ella por la que Alfonso VI entró en Toledo cuando conquistó la ciudad. ūs, Ibn al-Kardab ā que escribió su Kit b al-Iktif ā [Historia de al-Ándalus] en las décadas finales del siglo XII, nos habla de la actitud de Alfonso VI una vez que conquistó Toledo. Su apropiación de territorios islámicos no se limitó únicamente a la capital toledana, sino que aprovechó para ampliar sus dominios a costa de controlar otras ciudades de la taifa: Cuando el tirano Alfonso, maldígale Dios, se hizo con Toledo se ensoberbeció, pues pensaba que la rienda de al-Ándalus se hallaba en sus manos, entonces lanzó sus algaras contra todos los distritos de Ibn Dī-l-Nūn y apoderarse de ellas. Estas fueron ochenta ciudades con mezquita aljama, sin contar los pueblos y las aldeas florecientes. Tomó posesión desde Guadalajara a Talavera (de la Reina) y Campo del Bosque y todos los distritos de Santa María (Albarracín), pues no 31 existía en la Península quien osase atacar al más ruin de sus perros. Los distintos príncipes andalusíes no tardaron en enviar embajadores al victorioso emperador cristiano, «felicitándole y poniéndose a su disposición ellos mismos y sus bienes», que se ofrecían, incluso, para ser sus «aparceros en sus propios territorios», servirlo a modo de «lugartenientes» y pagarle tributos a cambio de su protección y no agresión. Varios señores de taifas rindieron pleitesía a un soberano cristiano cada vez más poderoso y enardecido: Alfonso siguió la trayectoria de los poderosos y se procuró para sí mismo el puesto de los césares. Se familiarizó tan íntimamente con el orgullo, que consideró despreciable a todo el que andaba sobre la tierra. Tomó el título de emperador […] y empezó a titularse en los documentos […] Emperador de las Dos Religiones. Juró a los embajadores de los príncipes musulmanes que no quedaría en la 32 Península ningún faccioso ni les dejaría un refugio. Alfonso, prosigue el cronista, despreciaba a aquellos «rijosos» taifas y a sus delirios de príncipes». grandeza por Deploraba intitularse también su con nombres actitud de cobarde, «sus su califas, pasividad reyes ante y la agresión, el hecho de «que cada uno de ellos no desenvaine una espada en la defensa de sí mismo, ni libere a su pueblo de injusticias ni de sanciones». Pensaba que esos reyezuelos eran despreciables por practicar «públicamente el libertinaje y la iniquidad», dedicándose a frecuentar más de la cuenta «lugares de deleite y música». En esa situación, la conquista de Toledo desmoralizó y atemorizó a todo al-Ándalus y desencadenó una oleada de ataques de bandas cristianas por las tierras andalusíes, cuyos habitantes huían despavoridos ante tan impactante hecho: Entonces los cristianos se esparcieron por todas partes, causando daños en todas las ciudades; pues los confines del país de los musulmanes se convirtieron en pasto suculento para ellos. Uno de esos escuadrones, «una despreciable canalla de ochenta hombres a caballo», llegó incluso a saquear las inmediaciones de la lejana Almería. El taifa ā almeriense, Ibn Sum dih, hizo salir a uno de sus generales al mando de un ejército de enemigo 400 guerreros fueron escogidos, derrotados, mostraron osadía». cristianos, así Toda como esta la pues ni «pero se cuando se detuvieron situación de desesperación y miedo la encontraron [a hacia hacerle el frente] Alfonso indefensión, con VI ni y los motivaron el llamamiento a los almorávides. Algunos de los taifas, como Ibn al-Aftas de Badajoz, entendieron que Alfonso no se conformaría con el cobro regular de tributos y la recepción de distintos regalos, comprendieron que su voracidad no tendría límites. Es por ello que «pidieron socorro a los almorávides, ī ī e ū invocaron la ayuda del Emir de los Muslimes (Am r al-Muslim n), Y suf ibn ī Tašf n», aun perdiendo parte de su identidad, aun sirviendo a sus órdenes integrados en sus huestes y a su mando («ellos se pondrían bajo su autoridad y abrirían para él la puerta hacia la guerra santa ŷ ihād) ( que había estado cerrada»). Yúsuf respondió de manera favorable al llamamiento de los príncipes andalusíes, deseoso como estaba de hacer la guerra santa contra 33 «politeístas» del norte. EL DESEMBARCO ALMORÁVIDE (1086) aquellos El movimiento almorávide cuajó en la constitución del primer Estado bereber en el contexto magrebí, el Imperio almorávide, que pone fin a la tradicional fragmentación étnica y religiosa existente en ese ámbito. Para la implantación almorávide en una península ibérica dividida en taifas fue relevante en especial el servicio que los ulemas prestaron a los norteafricanos. Esos hombres notables, prestigiosos por su sabiduría y conocimiento de la ley islámica y, por tanto, una suerte de guardianes de la moralidad, vieron en el rigorismo de los almorávides una oportunidad para restaurar una moral quebrantada por unos gobernantes andalusíes considerados disolutos por esas otras concepciones más ortodoxas. El papel desempeñado por alguno de esos ulemas fue fundamental 34 en la Valencia asediada por Rodrigo Díaz, como analizaremos más adelante. El movimiento almorávide había surgido en el norte de África cuando un jefe militar, Abdalá ben Yasin, comenzó a difundir la doctrina suní malikí por regiones occidentales del desierto del Sáhara a finales de la primera mitad del 35 siglo XI. El contexto en el que predicaba Ben Yasin estaba fragmentado entre distintas etnias que basaban su sustento económico principal en el comercio caravanero camellero entre oasis. Organizados de manera tribal, esos grupos mantenían rasgos culturales y un modo de vida común, pero estaban divididos por cuestiones principales en étnicas. ese Sanhaya, contexto, zanata y masmuda confederaciones, a su eran vez, las de comunidades distintas tribus bereberes que competían y luchaban entre ellas por el control de regiones centrales del Magreb, que coinciden con la actual Argelia, básicamente. Ben Yasin exhortaciones, lo fracasó, que le precisamente, obligó a contra refugiarse en los un sanhaya ribāt, una con sus especie de monasterio fortificado en el que practicar la oración y la guerra santa, junto ā con unos cuantos varones afines denominados al-Mur bit morabito» u «hombres ribāt»]. del Ben Yasin adoptó ūm la [«hombres del función de líder espiritual de ese grupo, en tanto que la jefatura militar recayó en Ibn Uman entre 1049 y 1050. A partir de ese núcleo inicial, los almorávides iniciaron una expansión por el África noroccidental que guarda ciertas similitudes con la protagonizada por Mahoma y sus fieles en los comienzos del islam. El objetivo de ese movimiento era el de implantar en los ámbitos magrebí y sahariano un puritanismo ortodoxo basado en la mencionada doctrina malikí, para lo que necesitaban dominar los oasis, unidades de población e intercambio fundamentales en el comercio caravanero que desarrollaban las etnias bereberes de aquel contexto. Sijilmasa, un En dicho importante avance, enclave el movimiento comercial y almorávide estratégico y conquistó nudo de comunicaciones situado en el sur del actual Marruecos que conectaba rutas caravaneras primordiales entre el norte de África y las regiones sahariana y subsahariana. Los almorávides arrebataron Sijilmasa a los bereberes zanatas, con los que mantenían una pugna por el dominio de las fértiles tierras del Atlas. En un mundo magrebí en el que no abundaban los oasis ni tierras fértiles, y donde ancestrales el comercio constituía un terrestre resorte a través económico, el de vías de comunicación dominio de esos espacios, estaciones y caminos era vital. En ese contexto inicial surge la figura de Abu Bakr, artífice del comienzo de la expansión almorávide por Marruecos. Con el caudillaje de ese líder militar se desarrolló la denominada «segunda expansión almorávide», en el transcurso de la cual falleció el guía espiritual, Ben Yasin. A partir de ese momento, los liderazgos militar y espiritual los aglutinó un solo hombre, una única autoridad religiosa y guerrera. Además, lo militar se situó desde entonces en un plano de superioridad con respecto a la religión, aunque esta siguió representando entender el un notable rápido avance papel. de los Estos cambios almorávides sustanciales en los años nos ayudan venideros, a que siguieron marcados por las luchas por la hegemonía entre las principales etnias bereberes de la región. Esos enfrentamientos obligaron a Abu Bakr a replegarse hacia zonas desérticas y a delegar el mando militar, y espiritual, 36 movimiento almorávide en una figura esencial: Yúsuf ibn Tašufín. del Un cronista meriní del siglo XIV retrató a Yúsuf ibn Tašufín en los siguientes términos: Tez morena, estatura media, delgado, poca barba, voz dulce, ojos negros, nariz aquilina […] cejas muy juntas, cabellos crespos […] Era valiente, decidido, majestuoso, activo […] generoso, bienhechor, desdeñaba los placeres del mundo, austero, justo […] modesto hasta en su forma de vestir. Por muy grande que fuera el poder que Dios le otorgó, solo se vistió con lana excluyendo cualquier otro tejido; se alimentaba de cebada, carne y leche de camella, ateniéndose 37 estrictamente a estos alimentos hasta su muerte. Ese líder austero y místico, habilidoso comandante y estratega destacado cambió el curso de la historia peninsular al poner fin a unos reinos de taifas a cuyos gobernantes detestaba por su falta de rigor y esfuerzo, por la relajación de sus costumbres y por la inacción ante el avance de los cristianos. Rodrigo Díaz y Yúsuf ibn Tašufín fueron enemigos, aunque nunca llegaron a enfrentarse directamente. Ambos compartían el desprecio por los disolutos reyes de taifas andalusíes y basaban su poder en un talento militar que está fuera de toda duda. También despreciaba Alfonso VI, como Yúsuf y Rodrigo, a unos reyes de taifas ineficientes, como hemos visto con anterioridad a través de los ojos de un cronista musulmán. A pesar de esas convergencias, todo lo demás que relaciona a los tres personajes es pura divergencia. Yúsuf y Alfonso no tardaron en encontrarse en el campo de batalla, un 23 de octubre de 1086. LA BATALLA DE ZALAQA (23 DE OCTUBRE DE 1086) La caída de Toledo en manos cristianas generó una oleada de reacciones y consecuencias. La más significativa fue el desembarco almorávide en al- Ándalus. Y es que hacía al menos seis años que Yúsuf había comenzado a recibir peticiones de ayuda por parte de diferentes soberanos taifas andalusíes. El primero fue al-Mutawákkil ibn Aftas de Badajoz, cuando se vio amenazado por Alfonso VI tras haberse hecho este con el control de Coria. En 1082 fue el soberano de Málaga quien solicitó auxilio a Yúsuf, en este caso para que le apoyara en el enfrentamiento que mantenía con Abd Allah de Granada. Durante el verano siguiente, al-Mutawákkil de Badajoz, una vez más, junto con al-Mutámid de Sevilla, enviaron legados a Yúsuf para que les secundara en la guerra contra los cristianos. Pero Yúsuf no tuvo en cuenta ninguna de esas solicitudes. Calculador y analítico, no resolvió qué beneficios podía obtener de una intervención militar en al-Ándalus, un territorio que no conocía y donde las fidelidades eran cambiantes y quebradizas. Necesitaría disponer, al menos, de una base de operaciones estable y propia, a salvo de ataques de unos y de 38 otros. Fue tras la caída de Toledo en manos de Alfonso VI, y después de una nueva petición de socorro ante los cristianos por parte de los taifas de Sevilla, Badajoz y Granada, cuando Yúsuf decidió, por fin, atravesar el Estrecho con sus tropas y desembarcar en la península ibérica. Al-Mutámid, de Sevilla, le ofreció la plaza de Algeciras para que pudiera realizar allí el desembarco y la concentración de sus huestes y además le garantizó abastecimiento para las mismas. En el mes de julio de 1086, Yúsuf ya se encontraba en la Península y había dado la orden a los taifas de unir esfuerzos para lanzar una gran campaña militar contra los cristianos; se comprometía a no hostigar a ninguno de los territorios gobernados por ellos. Instalado ya en Sevilla con sus hombres, Yúsuf envió llamar a todos los soberanos andalusíes para que acudieran a concentrarse 39 en aquella ciudad. Desde allí, atacarían a los cristianos. Abd Allah relata que partió en cuanto recibió el llamamiento de quien él llama «emir de los creyentes». Por primera vez en bastante tiempo, se complace, el optimismo había vuelto a al-Ándalus, al ver en Yúsuf y los almorávides una nueva esperanza. Es posible que la suya sea la narración más cercana a la 40 campaña que desembocó en la batalla de Zalaqa. Nos dice que consiguió sumar sus fuerzas a las de Yúsuf y los demás príncipes musulmanes en las cercanías de Jerez de los Caballeros (Badajoz), cuando se dirigían rumbo a Badajoz. El granadino afirma que fue recibido por Yúsuf con cortesía, lo que aumentó su buena disposición hacia él, y asegura que «de haber podido, le hubiera dado mi vida, cuanto más mi dinero». También allí se encontró con quien actuaba a modo de anfitrión de tan imponente ejército islámico, alMutawákkil ibn al-Aftas, que compartía el espíritu reinante en el lugar: «Todos estábamos ansiosos de iniciar la guerra santa, poniendo en ello el mayor empeño, y decididos a morir». Prosigue Abd Allah su crónica narrando que permanecieron durante unos días en la ciudad de Badajoz, hasta que tuvieron noticia de que Alfonso «venía a nuestro encuentro con su ejército y con el pensamiento de que derrotaría a 41 nuestras fuerzas, por no tener cabal noticia de su importancia». Hasta hacía poco tiempo, Alfonso VI había estado asediando la ciudad de Zaragoza, donde se hallaba entonces Rodrigo Díaz al servicio de los príncipes musulmanes de esa taifa, ahora cercada por quien hacía años había sido su señor. Es curioso constatar cómo ambos, Alfonso y Rodrigo, pudieron encontrarse en el mismo frente, pero en distintos bandos. Allí, recibió Alfonso la noticia de la llegada a la Península de Yúsuf y los almorávides. Levantó el sitio a Zaragoza para desplazarse con presteza a Toledo, «humillado», «como perdedor, en compañía de la desilusión», recogió un cronista 42 andalusí. Desde Toledo, hizo un llamamiento a los cristianos para que acudieran a apoyarlo contra los invasores y «entonces vinieron a él gentes de Castilla en incontable número». Uno de sus hombres más sobresalientes, Álvar Fáñez, se hallaba en aquellos momentos en Valencia desempeñando funciones como las que más adelante realizó el Campeador, que consistían en asegurar en el trono valenciano a un endeble alQádir. Álvar abandonó entonces Valencia para presentarse ante el llamamiento que hacía su rey, como hicieron varios hombres procedentes de diferentes lugares de la geografía peninsular. Uno de los que prestó apoyo a Alfonso en aquella situación fue Sancho Ramírez, el soberano de Aragón. La marcha de Alfonso y sus tropas en busca de sus enemigos debió de ser rápida y forzada. Ya en las proximidades de Badajoz, envió mensajes a Yúsuf por medio de emisarios de al-Mutawákkil de Badajoz. Se estableció comunicación entre ambos líderes y Abd Allah afirma que incluso «convinieron 43 en fijar el encuentro para un día determinado». Otro cronista posterior relata que «había entre los dos campamentos tres millas» y que «ambos se enviaron recíprocamente mensajes sobre cuándo sería el encuentro en el que correría la sangre». Considera Abd Allah que eso, precisamente, es lo mejor que pudo pasarle al ejército musulmán del que él mismo era miembro, porque gracias al establecimiento de una fecha fija ellos estaban «descuidados»: Fue lo mejor que pudo ocurrir, porque si los dos bandos hubieran avanzado uno contra el otro, se hubieran separado con la pérdida de la mayor parte del ejército musulmán, como suele ocurrir siempre que se conviene de antemano la fecha del combate. Por fortuna, prosigue Abd Allah, «el ejército cristiano avanzó por sorpresa, cuando los musulmanes no estaban preparados». Ese ataque inesperado permitió a los cristianos tomar cierta ventaja inicial e infligir algunas bajas en el contingente islámico, pero, a la vez, puso en alarma a los musulmanes, quienes reaccionaron con una embestida a unos cristianos «cansados por el peso de las armas y la larga distancia recorrida». A partir de ahí, comenzó la persecución de los cristianos, que habían perdido la ventaja inicial que les había otorgado su golpe por sorpresa. Ambos bandos acumularon un número elevado de bajas, pero, al final, el cristiano fue el derrotado y el musulmán logró la victoria: Los musulmanes los persiguieron al filo de espada y murieron muchos de sus soldados, que quedaron sembrados por el camino. Entre los muertos en combate o de muerte natural, los que habían caído abrumados por el peso de las armas. Si la batalla hubiese sido como estaba prevista, es decir, poniéndose ambos bandos frente a frente y acometiéndose en un encuentro regular, los dos ejércitos hubieran perdido la mayor parte de sus soldados, como es de fuerza que ocurra; pero Dios se mostró benévolo con sus siervos, y fueron muy pocos los musulmanes que perecieron. El Emir de los 44 musulmanes tomó la vuelta a Sevilla, sano, salvo y victorioso. Este es el escueto relato que de tan importante batalla nos ofreció el único testigo de ella, el cual puso por escrito su vivencia. El papel de Abd Allah en aquella jornada no debió de ser especialmente relevante si nos atenemos a sus impresiones, demasiado vagas y escuetas. No podemos hacernos una idea clara de las disposiciones tácticas que adoptaron los ejércitos para el choque, aunque sí podemos intuir, al menos, algunas claves que explican la derrota cristiana y la victoria islámica. Es posible que el factor determinante en la derrota cristiana fuera la precipitación en el ataque y su falta de planificación. Era la primera vez que el rey Alfonso se enfrentaba en campo abierto contra los musulmanes y no tuvo en cuenta que, en aquel contingente enemigo, la fuerza principal la constituían tropas norteafricanas, combativas y disciplinadas, pero sobre todo descansadas, porque no habían tenido que recorrer una larga distancia hasta el 45 escenario del combate. Otros cronistas posteriores ilustran el episodio con otros matices, otros detalles de la lid y aportan informaciones que no podemos saber hasta qué punto son verosímiles o producto de una imaginación posterior alimentada por el transcurrir de las décadas. Uno de ellos es el ya mencionado Ibn Kardab ūs, que escribió a finales del siglo XII basado en fuentes anteriores y que coincide en algunos puntos de su narración acerca de Zalaqa con el relato ofrecido por Abd Allah, 46 sugestivos. pero con la introducción de elementos nuevos que resultan Narra este autor que Yúsuf marchó con los suyos hacia Toledo para encontrarse con el ejército de Alfonso y que las dos mesnadas se toparon en un lugar cercano a Badajoz llamado «Zallaqa». Acamparon y entre ambos campamentos mediaba una distancia de tres millas. Desde esas posiciones, ambos se enviaron mensajes para acordar un día para el combate. Alfonso, «el Maldito», dijo: «Hoy es jueves, el viernes es vuestra fiesta y el domingo es la nuestra, sea, pues, el encuentro entre nosotros el día del sábado». El «emir de los creyentes» contestó: «De esa manera, si Dios quiere, será», pero todo se trataba de un «ardid», de una «traición», de un engaño ideado por Alfonso. Yúsuf plantó sus tiendas frente al enemigo, mientras que al-Mutámid de Sevilla y los otros «régulos» andalusíes situaron las suyas detrás de él. Al- ā Mutámid (Ibn Abb d) observó a través de su astrolabio el «horóscopo del emir» y determinó que aquel emplazamiento era «funesto». Por ello, el emir levantó esa misma noche su campamento para situarlo en un nuevo lugar ubicado entre dos montañas. Al-Mutámid consultó el horóscopo del nuevo asentamiento con su astrolabio y determinó que nunca antes había visto un ūs lugar más idóneo para acampar. El relato de Ibn al-Kardab prosigue con la narración del ataque lanzado por los cristianos contra el campamento de los taifas: Cuando fue el alba de la noche del viernes, el Maldito envió delante sus escuadrones, reunió alrededor suyo los flancos [del ejército] y se dirigió en dirección del campamento de c Al-Mu tamid y de los régulos de al-Ándalus –porque creía que era el campamento del Emir de los Muslimes– y aquellos no se dieron cuenta de ellos sino cuando sus espadas entraron en sus cuellos y sus lanzas bebieron en su sangre, entonces la gente emprendió la huida a modo de las cabras c montesas por aquellas montañas y llanura. Al-Mu tamid como el pardo león, sin embargo, los detuvo y los acorneó con las astas en una lucha a cornadas, manteniéndose firme con la imperturbabilidad 47 y la solidez de la alta montaña, hasta que se cubrió de heridas. Los huían, cristianos «dieciocho se abalanzaron millas por en persecución aquella llanura, de los musulmanes matando, que cautivando y saqueando». Se le informó a Yúsuf de aquella primera derrota de parte de los suyos y manifestó: «Dejadlos un poco que perezcan, pues ambos grupos forman parte de los enemigos», con lo que daba a entender que consideraba tan enemigos a los cristianos como a los taifas andalusíes. Expone el cronista a continuación que Yúsuf […] cuando muertos o momento estuvo hechos de distanciado su que la mayoría ellos pensó presa el enemigo, puesto campamento. Entonces se en que de prisioneros, hacer de seguro ya habían había que puso en sido llegado se el hallaba marcha y dirigiéndose con su ejército al real del enemigo se apoderó de él, lo destruyó por completo y lo saqueó; en él mató a unos diez mil, entre infantes y caballeros, y no quedaron de ellos más que esforzados varones alanceados. Luego se fue tras las trazas de Alfonso […] y pusieron las espadas en sus espaldas y las lanzas en sus gargantas; entonces [los cristianos] fueron derrotados y huyeron fugitivos, 48 expulsados, escondidos y rechazados. Alfonso consiguió refugiarse «en una montaña inaccesible» con unos 300 caballeros. Es posible que esa montaña inaccesible a la que se refiere la crónica se trate del cerro de San Gregorio, situado junto a la actual autovía A5, en la localidad de Santa Cruz de la Sierra (Cáceres) y que, casi un siglo más tarde, fue una de Sempavor. las posiciones Desde luego, dominadas es la única por el guerrero montaña que portugués puede Geraldo considerarse «inaccesible» en el camino de Badajoz a Toledo, a no ser que los cristianos fugados con Alfonso buscaran para cobijarse algún punto elevado en la sierra de San Pedro, más cercana, que separa un sector de las provincias de Badajoz y Cáceres. Sea como fuere, Ibn al-Kardab ūs continúa su relato afirmando que Alfonso «cuando lo envolvió la noche y estuvo a salvo de que lo siguiese la caballería, realizó subrepticiamente la escapada de la liebre delante del perro de caza, alcanzando Toledo derrotado, triste y 49 herido». Fuentes posteriores reflejaron que Alfonso VI recibió una herida de lanza en la pierna durante la ūs se limita a decir que consiguió escapar «herido». Desde batalla, pero Kardab ese momento, los musulmanes se dedicaron a decapitar a los muertos cristianos para construir con aquellas cabezas de «politeístas» alminares desde los que llamar a los fieles a la oración durante tres días. Concluye que, gracias a esta victoria, «la garganta de la Península respiró aliviada y por su causa se 50 afirmaron muchas regiones». Con certeza, los musulmanes andalusíes pudieron respirar más tranquilos después de la victoria en Zalaqa. Tal vez no sabían entonces que aquellos almorávides comandados por Yúsuf, a quienes veían esperanzados como héroes, terminarían pocos años más tarde con ese universo andalusí tal y como ellos lo habían conocido. La batalla de Zalaqa trajo consigo hondas repercusiones e intensas consecuencias y marcó un antes y un después en las relaciones entre el islam y la cristiandad en la península ibérica. Aquella derrota cristiana llegó incluso a alarmar al futuro papa Urbano II, pontífice desde 1088, quien, diez años más tarde, conminó a la primera cruzada desde Clermont-Ferrand y quien otorgó a 51 capital. ese la Península, amenazada por los almorávides, una importancia Toda la cristiandad, comenzando por el propio papa, entendió que movimiento cristianos; almorávide aquellos guerreros constituía una norteafricanos verdadera tenían un amenaza espíritu para los combativo como el que no habían conocido los cristianos peninsulares desde los tiempos de Almanzor, hacía ya casi cien años. A partir de aquella derrota, Alfonso VI vio cómo el régimen de parias que había explotado se iba desmontando de forma paulatina. Ya no tenía tanta libertad para hacer y deshacer en las relaciones políticas andalusíes. A medida que los almorávides iban dominando territorios, su capacidad de extracción de recursos monetarios andalusíes iba descendiendo. No le quedaba otra opción que la guerra abierta contra aquel nuevo enemigo que avanzaba lenta pero inexorablemente y, para ello, necesitaba de guerreros contrastados. Una parte de ellos los encontraron más allá de los Pirineos. Desde entonces, empezaron a integrarse en la corte leonesa nobles caballeros borgoñones como Raimundo y Enrique de Borgoña, quienes acudieron con sus mesnadas a servir a Alfonso VI, y a quienes acabó casando con sus hijas Urraca, futura reina; y Teresa, futura condesa de Portugal, respectivamente. Rodrigo Díaz no estuvo presente en la batalla de Zalaqa, entonces se hallaba cumpliendo sus últimos días de servicio al tercero de los reyes taifas zaragozanos a los que sirvió. Pero aquella derrota de sus correligionarios en las cercanías de Badajoz influyó también en su vida posterior. Es más que posible que, desde aquel desastre militar cristiano, Alfonso VI entendiera que debía recuperar a un guerrero de éxito como era Rodrigo, ese comandante desterrado en Zaragoza que, a esas alturas, ya había conseguido hibridar huestes cristianas e islámicas y, en buena medida gracias a ello, obtenido victorias resonantes en campo abierto contra enemigos cristianos y musulmanes. La Historia Roderici no menciona la derrota cristiana de Zalaqa, pasa inadvertida para la crónica, o puede que alguien suprimiera esa parte del relato con posterioridad, no lo sabemos. El caso es que tras hablarnos de la muerte de al-Mutamin, y de prestar servicio al hijo de este durante nueve meses, nos dice el cronista que Rodrigo no solo fue reintegrado por Alfonso VI, sino que el emperador leonés le concedió «el perdón», le entregó varios castillos y una importante concesión: la propiedad, para él y su descendencia, de todas aquellas tierras y fortalezas que consiguiera arrebatar a los musulmanes: Al cabo de éstos [nueve meses], volvió a Castilla, su patria, donde le recibió alegre el rey Alfonso con grandes honores. Luego le dio el castillo denominado de Dueñas con sus habitantes, el de Gormaz, lbeas, Campoó, Eguña, Briviesca y Langa, que está en las Extremaduras, con todos sus alfoces y sus habitantes. Además le otorgó el perdón y la concesión escrita en su reino y confirmada con el sello real, estipulando que todas las tierras o castillos que pudiese ganar a los sarracenos, en tierra de éstos, le pertenecerían enteramente y luego a sus hijos, a sus hijas y a toda su descendencia, 52 por derecho hereditario. Con todo ello, se abría un nuevo horizonte para un comandante y caballero a quien el destierro de cinco años seguro que habría transformado. Durante ese lapso, se había sumergido e integrado de pleno en una realidad islámica que lo marcó de por vida. El Rodrigo que volvía no era la misma persona que había sido desterrada años atrás, era un hombre nuevo, más maduro, más curtido y experimentado, más sabio y calculador. Quizá esa experiencia en asuntos islámicos que había adquirido, así como unas destrezas militares que empujaron a desempeñar se incrementaron Alfonso las VI mismas a durante pensar, funciones a el destierro, entender, que hasta que poco fueron el factores Campeador antes de Zalaqa que podía habían recaído en Álvar Fáñez, las relacionadas con la protección del pusilánime alQádir en el trono de Valencia. Una taifa esta, precisamente, que no tardó en quedar amenazada por la expansión almorávide, que avanzaba con paso firme por el sudeste peninsular y que dominó, en apenas unos pocos años, las regiones de Almería y Murcia. No podía pensar Alfonso VI que con aquella nueva misión estaba introduciendo a Rodrigo en un ámbito que el guerrero terminó codiciando, quererlo, el monarca queriendo conectó para a sí, Rodrigo soñando Díaz con con ser su Valencia dueño. y le Sin otorgó responsabilidades en el lugar para que representara sus propios intereses. Sin saberlo, el rey introducía al guerrero en la senda que le llevó a convertirse en príncipe y en mito. Notas 1 Bosch Vilá, J., 1960, 7-67; Turk, A., 1991; «Relación histórica entre el Cid y la dinastía Hûdí», en Corral Lafuente, J. L. (ed.), 1991, 22-30; «El Reino de Zaragoza en el siglo XI», Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 17 (1972-1973), 7-122; ibid., 7-74. 2 Vernet Ginés, J., 1950, 249-286; Grau Monserrat, M., 1957-1958, 229-272; Lomba Fuentes, J., 2008, 457-466. 3 Vid. Historia Roderici, 12. 4 Vid. Cervera, M. J., 1999, 51. 5 Vid. Historia Roderici, 12. 6 Ibid., 13. 7 Ibid., 14. 8 Ibid., 15. 9 Vid. Montaner Frutos, A., 1998, 28-32. 10 Vid. Historia Roderici, 16, 347. 11 Ibid. 12 Ibid., 17, 347. 13 La Historia Roderici (347-348) detalla el ataque de la siguiente manera: «Entretanto murió Muza ffar. Abu-l-Falak, el rebelde del castillo de Rueda, decidió con el infante Ramiro entregar la plaza al emperador Alfonso. Este, del que venimos hablando, llegó ante el emperador y habló con él en son de paz, pero con engaño, suplicándole con muchos ruegos que fuera al mencionado castillo y entrara en él. Antes que el emperador, que estaba cerca, llegara, permitió Abu-l-Falak a los capitanes del emperador que entraran en la plaza. Pero tan pronto como entraron, se descubrió enseguida el engaño y traición de Abu-l-Falak: los caballeros e infantes que guardaban el castillo atacaron a los capitanes del emperador arrojándoles piedras y peñascos y mataron a muchos de aquellos nobles. El emperador regresó a su campamento muy apesadumbrado». Acerca de la traición de Rueda, vid. Montaner Frutos, A., 1998, 3238; Martínez Díez, G., 2000, 131-134. 14 Vid. Historia Roderici, 19, 348. 15 Martínez Díez (op. cit., 137) entiende que «[…] la presencia de Rodrigo y su mesnada en Zaragoza era la mejor salvaguarda de los intereses de Castilla en el reino del Ebro, frente a las apetencias aragonesas o catalanas, y que por eso mismo, en el fondo, no podía desagradar al rey Alfonso VI, que siempre fue un gran monarca dotado de una profunda visión política, la decisión de Rodrigo de regresar a Zaragoza». 16 Vid. Buesa Conde, D. J., 1984, 59-61. 17 Vid. Historia Roderici, 21, 348. 18 Ibid., 21, 348. 19 Acerca de la localización de Olocau, vid. Boix Jovani, A., 2005, 9-95. Este es, por otra parte, el estudio más exhaustivo que hasta la fecha se ha realizado de la batalla de Morella. 20 Vid. Historia Roderici, 21, 348-349. 21 Ibid., 23, 349. 22 Vid. Laliena Corbera, C., 1996, 122-123; Montaner Frutos, A., 2011, 15-19; Fletcher, R., 23 Vid. Historia Roderici, 23, 349. 24 Vid. Lomba Fuentes, J., 2000, 480. 25 Vid. Historia Roderici, 24, 349. 26 Vid. Miranda Calvo, J. L., 1976, 101-151; Izquierdo Benito, R., 1986; Estévez, M. P., 2012, 1999, 146-147; Martínez Díez, G., op. cit., 145-146. vol. 2, 23-43; Menéndez Pidal, R., 1932, 513-538. 27 HS. 9: 120; «quos nobiles Vrraca de beneplácito regis Sancii cum Adefonso regno priuato ad regem Toletanum Almemonem ire fecit. Hoc autem prouida dispensatione Dei credimus factum fuiste» (CM, Liber IV, Cap. LXIV: 298); Meneghello Matte, R., 2018, 43-44. 28 Vid. Izquierdo Benito, R., op. cit., 29-35. 29 Vid. Abd Allah, 1980, 198. 30 Ibid., 197-198. ūs, 1986, 108. 31 Vid. Ibn al-Kardab 32 Ibid., 108-111. 33 Ibid., 112-113. 34 Acerca de ese rol de los ulemas andalusíes en la conquista almorávide de al-Ándalus, una autora sostiene que «en la historia de al-Ándalus, los ulemas habían actuado en un segundo plano. Sin embargo, en el siglo XI no quedaron indiferentes a la política de los reyes de taifas y al relajamiento religioso imperante en el territorio. En este sentido, haciendo uso de sus recursos sociales y políticos aprovecharon la visita de los almorávides a la península para aunarse a ellos en detrimento de los reyes de taifas. Acto seguido les facilitaron la conquista de al-Ándalus, así como su establecimiento y continuidad en el cambio de ello, los ulemas, especialmente los fuqaha, afianzaron su posición política y consolidaron su situación económica». Esto es algo que repitieron más adelante, cuando el propio Imperio almorávide se desintegró, a su vez, en taifas y fue absorbido por un nuevo Imperio, el almohade. Los ulemas fueron, por tanto, actores principales en distintos cambios políticos que se produjeron en al-Ándalus a lo largo de la Edad Media. Vid. Plazas Rodríguez, T., 2017, 1081-1110, 1083. Para los almorávides, puede consultarse Bosch Vilá, J., 1990; Messier, R. A., 2010; Llanito, A., 1955, 53-99; Viguera Molins, M.ª J., 1992 y 1977, 341-374. En cuanto a la importancia de los ulemas para el gobierno de las ciudades andalusíes durante los periodos taifa y almorávide, vid., además del citado estudio de Plazas Rodríguez, T., Urvoy, D., 1983; El Hour, R., 2000, 67-84 y 2006; Fierro, M., 2001; Benaboud, M., 1984, 7-52. Del papel de los ulemas en las ciudades en el periodo anterior al siglo XI, vid. Fierro, M. y Marín, M., 1998, 65- 97. 35 La doctrina malikí es una de las cuatro ramas jurídicas del sunismo islámico. Tiene su origen en Medina, en la península arábiga, ciudad a la que huyó Mahoma en el año 622 con un grupo de fieles y desde la cual el islam inició su imparable expansión. La interpretación malikí del islam la inició Málik ibn Anas, imán de Medina, en la segunda mitad del siglo VIII. A partir de allí, se extendió por algunas regiones dominadas por los musulmanes, en especial por el norte de África y zonas europeas con presencia islámica, como al-Ándalus. Su base doctrinal se fundamenta en el Corán, en la Sunna –enseñanzas del profeta y sus acólitos– y en el derecho consuetudinario de Medina. Una de las razones que explica que la doctrina malikí tuviera éxito en ámbitos tan alejados de Medina como son el Magreb y al-Ándalus es su flexibilidad a la hora de adaptarse a distintas concepciones, modos de vida y mentalidad. El deber del gobernante de lanzar de manera periódica la guerra santa (yihad) contra los cristianos fue un aspecto importante dentro de la doctrina malikí, así como motivador y, en parte, explicativo del rápido avance almorávide por tierras magrebíes e ibéricas y de la reacción militar y jurídica de los reinos cristianos peninsulares ante esa amenaza islámica. Acerca de ello, vid., entre otros, Maíllo Salgado, F., 1983, 29-66; García Sanjuán, A., 2015, 95-114; Fierro Bello, M., 1991, 119-132; Martos Quesada, J., 2008, 433-442. 36 Remitimos a la bibliografía acerca de los almorávides en la nota 56 del Capítulo 1. Especialmente útiles para entender de manera sintética el complejo surgimiento y expansión inicial del movimiento almorávide son las páginas que dedica a ese asunto Plazas Rodríguez, T., 2017, op. cit., 1086 y ss. Para el significado e importancia de la yihad en el movimiento almorávide, clave para entender su expansión, vid. Messier, R. A., 2010. Este autor dedica un capítulo al análisis de los enfrentamientos de los almorávides con el Cid (Capítulo 10, 111120). 37 Ibn Abi Zar, 2003, 31 38 Vid. Bosch Vilá, J., 1990, 131-132. 39 Ibid., 133-134. 40 Vid. Abd Allah, op. cit., 200-203. 41 Ibid., 202. 42 Vid. Ibn al-Kardab 43 Vid. Abd Allah, op. cit., 202. 44 Ibid., 203. 45 Para conocer más acerca de la batalla de Zalaqa-Sagrajas se pueden consultar las siguientes ūs, op. cit., 115-116. obras: Lagardére, V., 1953, 17-76; Huici Miranda, A., 1953,17-76 y 2000. 46 Vid. Ibn al-Kardab 47 Ibid., 117-118. ūs, op. cit., 117-120. 48 Ibid., 119. 49 Ibid., 119. 50 Ibid., 119-120. 51 Afirma Carlos de Ayala (2013, 499-537, 522) que «Ciertamente al Papa le preocupaba la situación peninsular, y no es ningún despropósito pensar que su concepción de cruzada se vio en buena medida espoleada por la experiencia hispánica. La percepción de amenazadora ultimidad situación que no generaba era en la 1095 ofensiva islámica especialmente no tensa, vino sino tanto del del frente ámbito oriental hispánico donde donde la los almorávides, un pueblo ideologizado en el yihadismo expansivo, derrotaba al más poderoso rey peninsular en 1086 […] Quizá en el trasfondo de Clermont estén más presentes los almorávides de lo que pudiéramos pensar a primera vista […]». 52 Vid. Historia Roderici, 25 y 26, 350. __________________ * Última noche que el Cid duerme en Castilla. Un ángel consuela al desterrado. Poema del Cid, según el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 19. 4 Protector y gobernante virtual de Valencia Aquis conpieça la gesta – de mio Çid el de Bivar. Poblado ha mio Çid – el puerto de Alucat, dexado ha Saragoça –e las tierras ducá, e dexado ha Huesa – e tierras de Mont Alván. Contra la mar salada – conpeçó de guerrear; a orient exe el sol, – e tornós a essa part. Myo Çid ganó a Xérica – e a Onda e Almenar, tierras de Borriana – todas conquista las ha.* E s posible que Rodrigo Díaz se reuniera en Toledo con un derrotado Alfonso VI. El cuarto de los juramentos que, más adelante, el vasallo le envió a su rey, asunto este en el que profundizaremos, así lo atestigua («[…] el día en que lo recibí por señor en Toledo»). Quizá este encuentro se produjera poco tiempo después del desastre de Zalaqa, cuando Alfonso se encontraba recuperándose de su herida y planificando futuras estrategias desde Toledo, donde se había refugiado de manera precipitada tras la derrota. Pensaría entonces el emperador que dicha ciudad se podía convertir en el objetivo prioritario de los almorávides a partir de aquel momento. Cualquier cautela y cualquier planificación de futuro podían resultar escasas en una situación como aquella. ¿Fue Alfonso acaso quien hizo llamar a Rodrigo?, o ¿fue Rodrigo quien compareció ante el rey después de recibir las noticias del descalabro de la batalla? No podemos saberlo, pero cualquiera de las dos posibilidades debe aceptarse porque a ambos les beneficiaba una reconciliación. Gonzalo Martínez Díez considera que dicha reconciliación debió de producirse a finales de 1 diciembre del año 1086, unos dos meses después de la derrota en Zalaqa. En los años 1087 y 1088, Rodrigo apareció como confirmante en dos documentos emitidos por la cancillería de Alfonso VI: uno del 21 de julio de 2 1087 y otro de 11 de marzo de 1088. La Historia Roderici no nos habla de los hechos protagonizados por Rodrigo en ese lapso y justifica la ausencia de informaciones en relación con su biografía diciendo de manera escueta que «las guerras que llevó a cabo Rodrigo junto con sus soldados y aliados, y sus 3 noticias, no están todas escritas en este libro». En estos dos años, Rodrigo entró en contacto con la realidad valenciana y levantina y acudió allí a cobrar parias y proteger a al-Qádir. Antes de eso, hubo otro comandante cristiano que actuó como protector de Valencia y que sentó un precedente, las bases que, con posterioridad, usó y amplificó Rodrigo Díaz para el dominio de la ciudad. No es otro que Álvar Fáñez, el capitán ensombrecido por el mito del Campeador, posible pariente suyo y presentado en el Cantar como un subalterno, como el 4 «diestro brazo» del Cid. Merece la pena que nos detengamos en el análisis de las circunstancias y hechos que llevaron a Álvar Fáñez a convertirse en el primer gobernante factual de Valencia y a ejecutar las precisas órdenes de Alfonso VI, sin salirse, al menos en apariencia, de los cauces establecidos por el emperador cristiano, verdadero ingeniero de la geopolítica peninsular que movía las piezas en un tablero de ajedrez complejo, fracturado y convulso. En esa ambiciosa partida de ajedrez, Álvar Fáñez constituyó una de las piezas principales del bando del rey cristiano. Más adelante, Rodrigo no hizo sino repetir algunos patrones ya ensayados y practicados por Fáñez. Pero tenía algo que Fáñez nunca pareció poseer, o al menos mostrar: un plan propio, la avidez de convertirse en príncipe de su propio señorío, aunque, para ello, tuviera que distanciarse de los mandatos de su señor. De hecho, es más que presumible que detrás del segundo de sus destierros se encuentre esa codicia, la cual le llevó a traspasar el límite y a actuar de manera autónoma para alcanzar su objetivo. Á ÁÑ Á ÁLVAR FÁÑEZ Y YAHYA AL-QÁDIR EN VALENCIA Una de las consecuencias de la conquista de Toledo por Alfonso VI fue el traslado de quien había sido su gobernante, Yahya al-Qádir, nieto de al- Mamún, a Valencia. La ciudad vivía entonces una situación difícil. El mismo año de 1085 había muerto el visir valenciano, Abū Bakr ‘Abd al-‘Azīz, y la población se había dividido entre aquellos que querían entregar el gobierno al príncipe de Zaragoza y quienes deseaban que su gobernante fuese al-Qádir. Esta última facción buscó el apoyo de Alfonso VI para materializar sus aspiraciones. Así, al-Qádir partió hacia Valencia para hacerse con el poder en compañía de una hueste propia de caballeros, ballesteros y peones, un contingente privado que ya le había protegido en Toledo. A los peones se les denomina «los castrados» en las fuentes, lo que viene a señalar su condición de eunucos. Aunque la verdadera protección del aspirante a soberano de Valencia se la otorgaba un potente ejército cristiano organizado y reunido para tal efecto por Alfonso VI, siempre calculador. Al frente, el monarca puso a su fiel vasallo Álvar Fáñez, comandante de confianza que ya había mostrado su lealtad en otras misiones encomendadas. De hecho, Fáñez junto con García Ordóñez y Pedro Ansúrez formaron una suerte de triada de capitanes principales al servicio de Alfonso, los brazos ejecutores de sus planes hegemónicos. La hueste cristiana que acompañaba a al-Qádir debía de inspirar temor, pues cuando el aspirante llegó con tales armas a Valencia se le entregó la ciudad por miedo a Alfonso VI y a esa mesnada de caballeros cristianos cubiertos de hierro, algo que sorprendía e intimidaba a los musulmanes. Álvar Fáñez instaló a los hombres a su cargo en una aldea cercana a Valencia llamada «Ruçaf», cuyo alcaide era entonces Aboeça Abenlupón y quien, por ello, custodiaba las llaves 5 del alcázar. Una vez asumido el poder en Valencia, al-Qádir nombró alguacil mayor de la ciudad al propio Aboeça Abenlupón, lo que le granjeó, de esa manera, la lealtad de señores mantuvieron que vínculos poseían con el castillos propio en la alguacil región en valenciana una especie y que de red feudovasallática a la musulmana. En esas circunstancias, la hueste comandada por Álvar Fáñez, incrustada en aquel territorio, comenzó a suponer una molestia para la nueva administración valenciana, pues el mantenimiento de ese ejército corría a cargo del gobierno municipal y ascendía a un coste diario de 600 maravedíes. Al-Qádir no disponía ni de tesoro propio ni de fondos suficientes para la manutención de tan costosa mesnada, en la que abundaban los caballos. Antes de salir de Toledo hacia Valencia, Alfonso VI se había encargado de que el derrotado príncipe toledano partiera a su nuevo destino con lo estrictamente necesario para su sustento y el de los suyos y había incrementado de manera calculada el grado de dependencia hacia la hueste cristiana comandada por Fáñez y hacia sus futuros súbditos valencianos. Es por ello lógico, y Alfonso VI lo sabía, que, en esa situación depauperada, al-Qádir tuviera que elevar los impuestos a la población para financiar así a los aliados cristianos y a su propia corte. Es más que posible que Fáñez amenazara al nuevo soberano con devastar aquellos territorios si no recibía la financiación necesaria, a pesar de saber que esas acciones predatorias minarían su autoridad ante sus recentísimos súbditos. De nuevo, las relaciones entre cristianos y musulmanes en un contexto convulso estuvieron guidadas por la amenaza subsiguiente de la extorsión, descontento que que se materializó desencadenaba en en una depredación población y el atacada, insegura y esquilmada. La subida de impuestos, pues, no tardó en producirse y el desagrado correspondiente de la población valenciana tampoco. Al-Qádir se hallaba en una situación delicada, pues no podía prescindir en aquellas circunstancias de la necesaria protección que le daba la hueste cristiana, a la que debía financiar, básicamente, con el dinero que consiguiera recaudar en forma de impuestos a sus gobernados. Esos súbditos empezaron a temer que la situación se pareciera a la que se había vivido en Toledo antes de caer en manos de Alfonso VI y que corriesen el mismo destino final que el sufrido por sus correligionarios toledanos: la pérdida de su ciudad, sus tierras, sus bienes por la conquista cristiana. La sensación general reinante era que por culpa de al-Qádir se iba a 6 perder Valencia como se había perdido Toledo. Una situación de descontento que no tardó en manifestarse cuando el tenente de Játiva, una de las localidades tributarias de Valencia, se negó a pagar los tributos y a reconocer la autoridad del nuevo gobernante. La respuesta de al-Qádir no se hizo esperar y ordenó asediar la población en un cerco que se prolongó durante cuatro meses. Aquel gasto extraordinario pudo cubrirse mediante la extorsión a un acaudalado judío 7 rico que habitaba en Valencia. El asedio a Játiva desencadenó algunas reacciones en la zona. «Abenhut», rey taifa de Denia y Tortosa, con intereses evidentes en la región, acudió con sus hombres y refuerzos cristianos en ayuda de los de Játiva. El elemento cristiano de esa hueste combinada estaba formado por caballeros catalanes –«franceses», para el cronista islámico– comandados por Guirart el Romano. La sola presencia de ese ejército fue suficiente para que al-Qádir ordenara levantar el cerco y huyera de aquel escenario para refugiarse, como un cobarde, en «la ysla de Xucar» (Algeziraxucar) para después buscar amparo en Valencia «escarnecido» y «deshonrado». La consecuencia directa fue que el rey de Denia y Tortosa pasó a controlar Játiva y sus castillos y, de ese modo, todo el territorio 8 que desde allí se extendía hacia el sur hasta Denia. Valencia había perdido la soberanía sobre un importante espacio meridional, necesario para frenar los anhelos expansionistas del vecino taifa del sur, quien, gracias a aquella acción, había aumentado su zona de influencia y se había aproximado, aún más, a Valencia. Los inicios del gobierno de al-Qádir fueron desastrosos en lo militar y también, en consecuencia, en lo político, pues lo uno y lo otro estaban estrechamente vinculados, como suele suceder en las sociedades sacudidas por el conflicto, la inestabilidad y la guerra. Figura 21: Maqueta en terracota que representa el acceso a una ciudad o recinto fortificado andalusí. La obra fue hallada en Madrid y se data en el siglo X, por lo que es testimonio del modelo de fortificación musulmana del periodo. Museo Arqueológico Regional, Alcalá de Henares (Madrid). Los efectos de la pérdida de Játiva fueron aún más graves. Otros señores de castillos fieles a Valencia aprovecharon aquella coyuntura para cambiar lealtades y voluntades. Abenhut se valió de esa situación de debilidad en la autoridad de al-Qádir para atraer a aquellos señores descontentos y aproximarse todavía más a Valencia. Álvar Fáñez y los suyos mantenían una actitud pasiva y observante, interesados como estaban en el debilitamiento político de al-Qádir. No obstante, mostraban cautela y vigilaban, sobre todo, que Valencia la pudieran controlar los catalanes. Su mayor preocupación no parecían ser los enfrentamientos entre los poderes musulmanes, sino que la ciudad y su entorno entraran en la zona de influencia de la potencia cristiana 9 del norte. La política calculadora de Alfonso VI, ejecutada a la perfección por Álvar Fáñez, en seguida dio sus frutos. Al-Qádir, al verse derrotado, amenazado y acorralado por sus enemigos estrechó la alianza con su protector cristiano y aumentó las rentas que le entregaba en forma de «muy buenas heredades» de la zona. Entonces, Álvar Fáñez abandonó esa pasividad medida para entrar en acción y se hizo presente en la región. A partir de ese momento, empezaron a unirse a sus filas musulmanes valencianos que veían en el servicio al comandante cristiano una oportunidad de medro, riqueza o supervivencia. El cronista que «garzones», cristianas nos lo «traviesos», por aquella relata pues llama la situación. a estos ciudad se Otro correligionarios hallaba historiador «malhechores», entonces casi en islámico posterior manos a los hechos, pero que parece disponer de informaciones contenidas en la obra de Ibn Alqama, relata el terror que sembraban Álvar Fáñez y sus guerreros castellanos y musulmanes en los valencianos: ā Un grupo (ṭ ’ifa) de ellos [musulmanes renegados], que se había unido a Álvar Fáñez, maldígale Dios, así como a ellos, cortaba los miembros viriles a los hombres y las partes pudendas a las mujeres. Eran los criados y los servidores de él (Álvar Fáñez), que habiendo sido seducidos grandemente, en [lo concerniente a] sus creencias, 10 fueron perdiendo enteramente su fe. Figura 22: Miniatura del Beato de Saint-Sever, obra, probablemente, de un scriptorium francés ca. 1050- 1070. Se ha supuesto su origen en la abadía de Saint-Sever, dado que la obra está dedicada a su abad, Gregorio de Muntaner, de origen hispánico, y está firmado por Stephanus Garsia, que sería también peninsular. En esta escena del Apocalipsis, los jinetes cabalgan monturas monstruosas que echan llamas por las fauces, pero, pese al escenario mítico, refleja bien las sevicias a las que las partidas armadas sometían a la población en sus incursiones. Bibliothèque nationale de France, París (Francia). Este párrafo de Ibn ūs al-Kardab resulta muy interesante por varios motivos. Por una parte, nos habla de musulmanes apóstatas que ayudan a un jefe militar cristiano a luchar contra sus anteriores camaradas y coterráneos. Pero es que el historiador cordobés conecta esas acciones con las que puso en práctica el Campeador años más tarde, pues está relatando actuaciones vid. represivas desarrolladas por Rodrigo Díaz durante el asedio a Valencia ( Capítulo 6) ocho años más tarde, como veremos más adelante. Por ello, podemos entender con esas palabras del cronista que Rodrigo Díaz se valió años después de los mismos hombres que habían servido a Álvar Fáñez durante su época de protector de Valencia. Álvar Fáñez habría creado una especie de tropa formada por autóctonos contrariados que, tras su marcha de levante, se habrían reintegrado a su fe y vida normal en la ciudad y su entorno para, pasados ocho años, volver a servir a un jefe cristiano llevando a cabo acciones represivas contra los suyos. Creció así la inseguridad y el miedo en el interior de Valencia y fueron muchos los habitantes que, por ese motivo, abandonaron la ciudad con las pertenencias que podían llevarse. La sensación que transmite el cronista es la de que el enemigo estaba en ese momento dentro, en forma de musulmanes renegados que se habían lanzado a los brazos del comandante cristiano y actuaban como sus agentes. Esta estrategia que fomentaba la insurgencia en vista de la inestabilidad y el miedo es muy significativa, pues, como veremos, la puso en práctica, e incluso la amplificó, años más tarde Rodrigo Díaz en el mismo escenario. Una vez que Álvar Fáñez vio aumentada y reforzada su hueste comenzó a lanzar algaras hacia tierras pertenecientes al taifa de Denia y Tortosa situadas en el entorno de Burriana. El servicio prestado por el nuevo componente islámico de sus hombres, en el que figuraban «almogávares», fue muy notable en la ejecución de aquellas operaciones predatorias. Conocedores del terreno, de la lengua, de las costumbres y de las circunstancias de sus compañeros, entre otras cuestiones esenciales, explotaron sus conocimientos para ejecutar una cabalgada que dio como resultado el debilitamiento económico y moral de Burriana, así como la consecución de un cuantioso botín de guerra que se 11 trasladó a Valencia para venderse en «almoneda». Alfonso VI redituó esa situación de temor y descontento para hacer sentir aún más su autoridad en la ciudad. Para ello, se valió del «mandadero» judío llamado Aboeça Abenlupón, el ya mencionado agente del emperador que se habría enviado a Valencia para la gestión de las rentas que se le adeudaban al monarca. De esa forma, Alfonso se aseguraba dos resortes fundamentales del gobierno como eran la guerra, cuyo responsable era Álvar Fáñez; y la fiscalidad, Á cuyo encargado era Aboeça. Ni Álvar Fáñez tardó en aliarse con el enviado judío ni en seguir los planes alfonsinos los cauces previstos. El emperador cristiano complementó esas políticas con otras para incrementar el control de la ciudad desde la distancia. Así es como hay que entender que se atrajera a uno de los hijos de «Abubecar Abneabdalhaziz» (Abū Bakr ‘Abd al-‘Azīz), gobernante de Valencia desde el año 1075 hasta la llegada de al-Qádir, para, de esa manera, con el acercamiento de Utmán ben Abu Bakr, contener un posible foco de insurgencia que podría activar a una poderosa familia que, hasta hacía no mucho, había copado el poder en la taifa, en especial en su capital, todavía bajo la atenta mirada y cierto dominio de dos 12 taifas poderosas como Toledo y Zaragoza. Toda esa situación de cambios, con al-Qádir como gobernante simbólico y títere, el emisario judío, el comandante y su mesnada, el hijo de rey atraído… motivó que numerosos notables valencianos decidieran abandonar la urbe movidos por la inseguridad y que se refugiaran en la fortaleza de Murviedro, la más poderosa e inexpugnable de la taifa valenciana. Alfonso VI cimentó en Valencia unas estructuras que después explotó y amplió el Campeador. Álvar Fáñez, el músculo militar necesario para el mantenimiento de aquella situación política y tributaria en Valencia, tuvo que movilizarse ante la llegada de los almorávides. Marchó al llamamiento del emperador con una parte significativa de la mesnada cristiana que había organizado el propio Alfonso. Un grupo reducido permaneció en Valencia para la salvaguarda de los intereses del soberano leonés. Mientras sucedían todos esos acontecimientos, Rodrigo continuó al servicio del príncipe de una Zaragoza que estaba sufriendo el asedio del propio Alfonso VI. Lo siguiente en suceder, el desastre cristiano en Zalaqa, ya lo hemos analizado páginas atrás vid. ( Capítulo 3). Álvar Fáñez parece que no volvió a actuar ejerciendo funciones de protector de al-Qádir en Valencia, ya que esa misión le fue encomendada con posterioridad a Rodrigo Díaz, que sacó provecho de algunas de las estructuras establecidas anteriormente por Fáñez. PROTECTOR DE VALENCIA Poco después de la reconciliación con el rey, ya durante la segunda mitad del año 1087, Alfonso VI envió a Rodrigo a Valencia con la misión de salvaguardar en el trono a al-Qádir, aún en peligro. Procedente del gobierno de la taifa de un Toledo conquistado, la situación de ese taifa valenciano no fue la más idónea en su nuevo destino y necesitó de la protección de un disciplinado y bien armado ejército cristiano. Ese rol lo había desempeñado Álvar Fáñez entre los años 1085 y 1086, pero la llegada de los almorávides había obligado al monarca a atraerse a uno de sus mejores capitanes, como en aquellos momentos era quien luego denominó «Minaya» el Cantar de mio Cid. Mientras Rodrigo ejercía de protector de Valencia, ya desvinculado de Alfonso VI, Álvar Fáñez actuaba de manera similar en la taifa de Granada. Gracias a las Memorias del rey granadino Abd Allah conocemos el modus operandi de unos embajadores, o agentes, de Alfonso VI en taifas islámicas que operaban entre la obediencia debida a su señor y la autonomía propia de a quien la distancia geográfica mantiene alejado de la figura regia y su poder más inmediato. Relata el soberano cronista granadino que, tras el asedio fallido al que almorávides y andalusíes sometieron al castillo cristiano de Aledo, una acción a la que volveremos más adelante, los taifas que participaron en dicha campaña contra aquella posición de Alfonso VI temían las represalias del emperador cristiano una vez que Yúsuf ibn Tašufín y sus almorávides se habían retirado al Magreb. Por ello, solicitaron a Yúsuf efectivos para defenderse de posibles embestidas de Alfonso. Mas el líder almorávide no les concedió ese ejército, sino que les comunicó que debían permanecer unidos para hacer frente al enemigo cristiano. En efecto, Alfonso VI movilizó con presteza a sus huestes para presionar a aquellos taifas a los que todavía estaba en condiciones de exigir pagos. Estableció nuevos pactos con el rey de Zaragoza y con los demás señores del levante, quienes «se pusieron a cubierto de su maldad mediante el pago de los tributos que le debían». Ante tales noticias, Abd Allah confiesa en su crónica que estaba consumido por el dilema de pagar impuestos al emperador cristiano o resistirse, pues ambas actuaciones podían reportarle consecuencias negativas a su reino. En esa situación, Álvar Fáñez contactó con «el jefe cristiano que tenía a su cargo las regiones de Granada y Almería», por decisión de Alfonso VI, quien le había encomendado aquel encargo «para que obrara como quisiera, procediendo contra los musulmanes que se vieran imposibilitados de acceder a sus exigencias, sacándoles dinero e interviniendo en cuantos asuntos pudiesen 13 proporcionarle alguna ventaja». En el transcurso de esos primeros años de contacto directo con Valencia y su entorno, Rodrigo Díaz se fue estableciendo en el terreno, con el cobro de tributos a distintos señores locales y al propio gobierno de la ciudad y acometiendo incursiones predatorias en taifas vecinas. En 1088 se produjo un intento coordinado de los almorávides y algunos reyes de taifas, como los de Granada y Almería, para recuperar el castillo de Aledo. Esta era una fortaleza muy dañina para los musulmanes, pues servía a los cristianos para hostigar distintas regiones del sur y sudeste de la Península. Constituía una posición avanzada de Alfonso VI en territorios musulmanes y estaba concebida tanto para proteger Valencia de un posible avance almorávide como para presionar a las taifas del cuadrante sudoriental peninsular. Álvar Fáñez le había despachado desde el principio un mensajero para anunciarle que iba a atacar Guadix y que no se apartaría de allí a menos que el taifa granadino le hiciese entrega de «un rescate por la ciudad». Abd Allah entendió que, dadas las circunstancias, no le quedaba otra salida que transigir, que entregar al comandante cristiano lo que le pedía y proteger así a los suyos de un golpe contra sus súbditos, contra su reino. Intentó, pues, entregarle lo mínimo para contentarlo y establecer con él «un pacto para que, después de recibir los montantes, no se acercase a ninguno de mis estados». Una vez aceptado el acuerdo y entregadas las sumas de dinero, Álvar Fáñez le dirigió unas palabras que muestran la manera de actuar de los agentes de Alfonso VI, como él mismo lo era, o como lo era asimismo Rodrigo Díaz en el sector levantino. Ese presunto discurso de Álvar Fáñez nos ilustra acerca del alto grado de autonomía con el que podían actuar aquellos representantes de Alfonso: De mí nada tienes que temer ahora. Pero la más grave amenaza que pesa sobre ti es la de Alfonso, que se apresta a venir contra ti y contra los demás príncipes. El que pague lo que debe, escapará con bien; pero, si alguien se resiste, me ordenará atacarlo, y yo no soy más que un siervo suyo que no tiene otro remedio que complacerlo y ejecutar sus mandatos. Si lo desobedeces, de nada te servirá lo que me has dado, pues esto no te vale más que en lo que personalmente me concierne, a salvo de que mi señor me prescriba lo contrario. 14 No tardó en comparecer un embajador de Alfonso VI en Granada para exigir, de parte del soberano leonés, tres anualidades atrasadas de tributos. Después de meditarlo mucho, Abd Allah asumió que no tenía más opción que abonar los 30 000 meticales que adeudaba, pero no a base de subir los impuestos a sus súbditos, sino sacándolo de su propio tesoro personal. Además, firmó con Alfonso nuevos pactos en virtud de los cuales el cristiano se comprometía a no atacar tierras de Granada, siempre que esta pagara las parias 15 en la forma establecida. La situación de Rodrigo Díaz en Valencia era similar a la de Álvar Fáñez en Granada y Almería. Estas extorsiones en beneficio propio favorecían, a la larga, a Alfonso VI en su política desestabilizadora de las taifas, incluso es posible que fueran consentidas por el propio rey. Pero Fáñez no tenía las pretensiones y ambiciones de Rodrigo y puede que tampoco sus capacidades bélicas. Siempre compensarle sus se mostró servicios. fiel Mas a Alfonso, parece que que los colmó sus objetivos y aspiraciones aspiraciones al de Rodrigo Díaz fueron mayores y en cuanto vio la posibilidad de prosperar al poder conseguir un principado propio volcó toda su voluntad y esfuerzo en ello, sin reparar en la opinión negativa que de aquel hecho pudiera tener su señor. En julio de 1087, Rodrigo, perdonado por su rey, partió hacia Zaragoza. Esta vez no lo hizo desterrado como años atrás, sino que acudió a defender los intereses que su señor tenía en la conflictiva región del levante peninsular. Las informaciones que de él nos proporciona la Historia Roderici para los años 1087 y 1088 musulmanas las del suministran, momento. en Esas parte, versiones versiones de posteriores fuentes de islámicas crónicas perdidas, ğ elaboradas por historiadores como Ibn Alqama o Ibn al-Fara , testigos de las acciones del Campeador en torno a Valencia, se encuentran en las compilaciones históricas que ordenó componer Alfonso X durante la segunda mitad del siglo XIII, algunas de las cuales se continuaron durante el reinado de su hijo, Sancho IV. Nos referimos a la Estoria de España y a la Crónica de Veinte Reyes, fundamentalmente. La narración de esas crónicas sostiene que, en el verano de 1087, Alfonso VI marchó con su hueste para atacar las regiones de Úbeda y Baeza, quizá con el objetivo de presionar al taifa granadino Abd Allah para que le pagase tributos atrasados. En aquella ocasión, Rodrigo Díaz permaneció en Castilla con la orden de intervenir en la frontera de Aragón si era necesario. No muchos días después, Rodrigo se dirigió hacia levante con 7000 hombres y consiguió hacer tributario suyo 16 Albarracín. y de Alfonso VI al monarca que gobernaba la taifa de Más tarde partió hacia Zaragoza, con la intención de entrevistarse con el príncipe Áhmad al-Mustaín II, a cuyo servicio había estado hacía poco tiempo, y engrosar allí su mesnada para actuar en Valencia. Y es que, desde que Álvar Fáñez abandonara la zona valenciana para servir a Alfonso VI, la situación de al-Qádir era cada vez más comprometida. El taifa de Lérida, Tortosa y Denia, al-Múndir al-Hayib, ambicionaba un principado valenciano que se interponía entre sus posesiones meridionales y septentrionales y no tardó en valerse de la situación de desprotección de al-Qádir para intentar conquistarlo. De ese modo, comenzó un asedio a Valencia con su ejército reforzado por efectivos catalanes, sus aliados tradicionales. Ese fue el motivo fundamental que llevó a Rodrigo a injerirse en aquella ocasión, consciente como era de que el único lugar en el que podía aumentar su número de hombres era, precisamente, el principado zaragozano, pues lo conocía bien por los años que había pasado desterrado allí. De hecho, cuentan las crónicas que fueron muchos los que se sumaron a la hueste de Rodrigo cuando tuvieron noticia de que se había movilizado para llevar a cabo una campaña. Rodrigo también era conocedor de la desmedida ambición que el taifa de Zaragoza tenía por ser dueño de Valencia y se aprovechó de ello para convencer a al-Mustaín de que sumara efectivos a aquel contingente, pues a los dos les interesaba apartar de allí a su tío, al-Múndir. De ese modo, ambos partieron unidos hacia Valencia. Cuando al-Múndir tuvo noticia de que se aproximaba aquel gran ejército combinado contra él, enseguida levantó el cerco a Valencia y huyó de la zona, no sin antes haber firmado tratados con al-Qádir. Cuando Rodrigo y el rey de Zaragoza se personaron, el soberano de Valencia salió a recibirlos con agrado, honra y abastecimientos para sus soldados y les permitió que acamparan en la huerta mayor de Villanueva. Al-Qádir estableció pactos secretos con el Campeador y le entregó dinero, sin que de ello se enterase el monarca de Zaragoza, que quería hacerse con Valencia a toda costa. Rodrigo le comunicó que no iba a permitir tal cosa, puesto que aquella ciudad pertenecía a su señor, Alfonso VI, «porque el rey de Valencia la tenía de su mano». Al-Mustaín, al comprender que nada más podía hacer, se retiró a su ciudad y dejó un alcaide con un elevado número de caballeros, seguramente para tener presencia en el 17 lugar, aunque la crónica nos diga que lo hacía para ayudar al rey de Valencia. Ni Rodrigo ni sus hombres se movieron de Valencia, pues entendían que su ausencia la podían explotar el rey de Lérida, el conde de Barcelona e incluso la tropa que había dejado allí el monarca de Zaragoza para arrebatar Valencia a un endeble al-Qádir. A partir de entonces, Rodrigo intervino en la zona en nombre de Alfonso VI, pero siempre en busca de su propio provecho, de manera similar a como había hecho Álvar Fáñez, según hemos visto más arriba. Su primera campaña tuvo como objetivo Jérica (en la actual provincia de Castellón, fortaleza comarca de del Murviedro Alto Palancia), (Sagunto). un Esa castillo maniobra, próximo afirma a la la poderosa crónica, fue concebida por el soberano de Zaragoza con la idea de debilitar a los castillos de la zona, sobre todo el de Murviedro, y situarlos en la difícil tesitura de entregarse al rey de Zaragoza o ver sus tierras estragadas por las razias del Campeador y, por ende, su economía mermada. Sin embargo, el alcaide de Murviedro, «Aboeça Aben Lupon» entregó aquella importante plaza a al- para los 18 Múndir, de Lérida, y le prestó vasallaje. La entrega de Murviedro al taifa leridano suponía un revés intereses de cuantos codiciaban dominar Valencia. Al-Qádir, siempre débil y temeroso, podía caer en la tentación de proceder de la misma forma que el gobernador de Murviedro y entregar la ciudad a al-Múndir, o incluso a alMuntaín, de Zaragoza. La tarea primordial de Rodrigo Díaz consistió, en esos momentos, en mantener a toda costa Valencia en la soberanía de al-Qádir, con él mismo como salvaguarda armada de los intereses de Alfonso VI por conservar la urbe bajo su control. Para ello, puso en juego su astucia y osadía y se comunicó con todos aquellos interesados en el dominio de Valencia y a todos les prometió lo mismo: su servicio y ayuda. De ese modo, contactó con al-Qádir, con el rey de Zaragoza, con el de Lérida y también con Alfonso VI. A este último le transmitió que podría mantener a su mesnada con los frutos que obtenía de la guerra que allí practicaba y que, por tanto, no le supondría merma en sus arcas el sustento de la hueste. Es por ello que Alfonso permitió que los guerreros que habían salido de Castilla con Rodrigo permanecieran con él. Entonces, Rodrigo empezó a lanzar cabalgadas a distintas comarcas en unas incursiones que le sirvieron no solo para el abastecimiento de sus soldados, sino para hacer patente su presencia en la región, así como para obtener riqueza y 19 sometimiento de distintos señores locales que dominaban fortalezas. Al-Mustaín de Zaragoza, al ver que la situación estaba revuelta en torno a Valencia, intentó sacar beneficio. Entabló relaciones con el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, a quien proporcionó riquezas para que interviniera en la ciudad del Turia, pues entendía que Rodrigo Díaz no le estaba prestando servicio como debería. Al-Mustaín y Berenguer se prevalieron de la coyuntura de que Rodrigo había regresado a Castilla, un retorno que, según Gonzalo Martínez Díez, se produjo en el invierno de 1087-1088, es posible que en enero o febrero del 20 segundo. Rodrigo habría regresado para explicar al soberano de palabra la compleja situación que vivía Valencia y su región y, de paso, tal vez ampliar los acuerdos que ya tenían, puede que con la solicitud, por parte del Campeador, de mayor margen de autonomía de acción en la zona. El acredita aparece 11 un de marzo documento como de 1088, emitido 21 confirmante. Rodrigo por Fue a se Alfonso lo largo encontraba VI de en el en que aquella Toledo, el como Campeador primavera cuando retornó a Valencia, quizá tras haber iniciado nuevas negociaciones y suscrito nuevos acuerdos con Alfonso VI. Esos fueron los meses en que Berenguer Ramón II y al-Mustaín de Zaragoza intentaron conquistar la capital de la taifa valenciana. Con Rodrigo ausente, el único que podría plantarles cara, el soberano de Zaragoza pidió a Berenguer Ramón que asediara Valencia. Mientras este ejecutaba la petición, al-Mustaín construía y reforzaba las defensas de dos «bastidas» en las proximidades acometer las de su objetivo, labores de sitio que sirvieron a ciudad, la de bases organizar de operaciones cabalgadas para erosivas y predatorias contra los alrededores y disponer de refugio en caso de ataques enemigos. Una de ellas estaba situada en Liria, a unos 32 kilómetros al norte, y 22 la otra en Juballa (El Puig), enclavada a unos 15 kilómetros también al norte. La Historia movimientos Murviedro, Barcelona, de «en Roderici Rodrigo. el valle Berenguer, vuelve Nos que a dice se suministrarnos que llama acampaba con plantó Torres», todo su información campamento mientras su ejército que «el junto a de los cerca de conde de Valencia cercándola y fortificaba Juballa y Liria como baluartes frente a ella». Al tener noticia de la proximidad de Rodrigo, prosigue, Berenguer «se quedó muy temeroso», no así los hombres del conde, quienes «jactándose, proferían muchas injurias y burlas de Rodrigo y le amenazaban con capturarle y ponerle en prisión o matarlo». El Campeador no quiso prestar oídos a aquellas burlas y amenazas de los catalanes, como tampoco quiso enfrentarse a Berenguer, según la Historia, «por temor a su señor el rey Alfonso», a quien unían vínculos familiares con el conde. Y, además, no hizo falta ningún enfrentamiento, pues el propio conde «aterrado, dejó en paz Valencia y a toda prisa se dirigió a Requena, luego continuó hasta Zaragoza y por último volvió con los suyos a su 23 tierra». La crónica islámica de que se vale la Crónica de Veinte Reyes, aun con concordancias, Berenguer, Rodrigo, ofrece pues sino no más se una versión nos bien un muestra con tanto tan talante distinta aterrorizado negociador. de por Según esa la retirada de presencia de esta narración, Berenguer se encontraba acampado en una aldea cercana a Valencia llamada «Corte» y allí le envió Rodrigo emisarios para pedirle que descercase la ciudad. El conde y sus «franceses» respondieron que no lo harían, que antes de eso pelearían. Rodrigo recelaba de luchar contra Berenguer, porque era «yerno» –lo cual no es cierto– de su señor, el rey Alfonso. Al final, llegaron a un acuerdo («abenençia») y, para cumplirlo, Berenguer se retiró a Requena, para, desde allí, 24 regresar a su tierra sin pasar por Zaragoza. Rodrigo permaneció un tiempo en su campamento del valle de Torres, desde donde empezó a lanzar cabalgadas contra distintas comarcas con el fin de abastecerse y presionar a los gobernantes locales para que le abonasen tributos. Levantó poco después su acuartelamiento y se desplazó hacia las inmediaciones de Valencia, donde estableció un nuevo asentamiento, entonces consiguió que al-Qádir lo colmase de regalos y se hiciese su tributario. Lo mismo hizo el gobernador de Murviedro y el de la pequeña taifa cercana de Alpuente, este último después de ver arrasados sus dominios por las huestes del Campeador. De allí marchó a Requena y estableció otra acampada en la que permaneció un tiempo. La Historia Roderici narra así esa secuencia de acontecimientos: Rodrigo permaneció en el lugar donde había plantado sus tiendas luchando con sus enemigos de los alrededores. Luego levantó el campamento, se fue a Valencia y acampó allí. Reinaba entonces en Valencia al-Qádir, quien al punto le envió sus legados con muchos regalos e innumerables presentes y se hizo tributario de Rodrigo. Esto mismo hizo el alcaide de Murviedro. Después el Campeador se marchó de allí y subió a las montañas de Alpuente, atacó, venció y saqueó su tierra. Permaneció allí no pocos días. Luego se marchó de 25 allí y plantó su campo en Requena, donde estuvo bastante tiempo. En esta segunda etapa valenciana, tenemos ante nosotros a un Rodrigo Díaz bastante menos comedido que en la anterior, sustancialmente más activo e intenso. Con anterioridad lo veíamos observante, con una actitud más bien pasiva, analítica y centrado en el estudio de los movimientos e intenciones de los distintos actores que pugnaban por hacerse con el control de la región. Sacó provecho de los meses que permaneció en Castilla para reforzar su hueste, cada vez más numerosa. A los contingentes cristianos prestados por Alfonso VI y los suministrados por el taifa de Zaragoza, bastantes de los cuales permanecieron a su servicio, se pudieron unir nuevos refuerzos. Entre estos, cabe la posibilidad de que se encontraran también los denominados «caballeros pardos». Y es que, en un mundo de frontera como en el que vivió y actuó Rodrigo Díaz, los límites entre lo cristiano y lo musulmán no siempre eran precisos. En aquel espacio convulso era normal que se prodigaran bandas de bandidos sin patria ni bandera, agrupados en torno a un líder para vivir de la rapiña y el botín, de la guerra, como lo habrían hecho, por ejemplo, en la Germania de época romana grupos de jóvenes guerreros desheredados que hicieron del saqueo a aldeas vecinas su modo de vida. En el contexto fronterizo peninsular de principios del siglo XII empieza a hablarse de «caballeros pardos», una suerte de mercenarios y ladrones que actuaban por cuenta propia y que subsistían y se lucraban a través del bandidaje y la razia, o bien integrados en las mesnadas de algunos reyes y señores. No es descartable que esos «sarracenos» que atacaron Gormaz, y cuya contestación supuso el primer destierro de Rodrigo, fuera un grupo de aquellos «pardos», pues en esas cuadrillas había cristianos y musulmanes, ya que, en la frontera, lo islámico y lo cristiano se entremezclaba y entrelazaba, se fusionaba y acrisolaba. Es posible que en las huestes del Campeador figuraran algunos de esos guerreros «pardos», aquellos a los que una crónica de la primera mitad del siglo XII define como «los onbres que moravan allende del río Duero e son llamados vulgarmente “pardos”», sin especificar si eran cristianos o musulmanes. En el contexto del que nos habla esa crónica, los «pardos» se hallaban sirviendo en los ejércitos de Alfonso I el Batallador, en su guerra 26 contra Urraca I de Castilla y León, en la segunda década del siglo XII. Un contingente como el movilizado por Rodrigo Díaz constituía, sin duda, una fuente de oportunidades para aventureros, desheredados, buscavidas, criminales y proscritos, gente de frontera acostumbrada a vivir del saqueo y el botín, de la rapiña incluso, a veces, del delito; a servir con las armas a señores tanto cristianos como musulmanes. Y es que el ejército del Campeador no se distinguió demasiado del resto de huestes medievales, caracterizadas por la heterogeneidad y la naturaleza no permanente. Sin embargo, Rodrigo sí logró disponer de un ejército más o menos estable, un factor determinante que explicó sus éxitos militares, pues tuvo a su mando a unos hombres que no estuvieron a su lado solo para cumplir unos meses de asistencia de acuerdo con obligaciones militares, sino que terminaron por hacer de esa prestación de servicios a un comandante ambicioso un auténtico modo de vida. Y todo ello gracias a la capacidad de su jefe para extraer recursos de distintas formas, con capacidad infinita para vivir de la guerra y de los frutos que de ella obtenía, bien en forma de botín arrebatado o tributos recibidos mediante la amenaza y la extorsión. En un mundo sin una autoridad definida que pudiera plantarle cara, Rodrigo Díaz supo articular mecanismos para disponer de forma permanente de un contingente que le permitiera seguir actuando y hacerse cada vez más fuerte e influyente en un escenario valenciano convulsionado. El Campeador constituyó una especie de compañía abigarrada de guerreros que le servían a cambio de una paga que nunca faltaba y en la que el elemento musulmán, tanto local como zaragozano, como quizá también procedente de otras zonas de la frontera, supuso un elemento relevante en aquel ejército híbrido, peculiar y variopinto. Ese mestizaje de tropas fue, sin lugar a dudas, una de las claves de los éxitos alcanzados por Rodrigo Díaz y mostró con esas mesnadas híbridas una de sus cualidades más efectivas y determinantes: su capacidad de adaptación a distintos escenarios, realidades, circunstancias y contingencias. La situación del Campeador en el contexto valenciano era entones más óptima que nunca. De momento, había hecho tributarios suyos a los señores taifas de Murviedro, Alpuente y Valencia. Con este último, nos relatan las crónicas alfonsíes, había llegado a un acuerdo –junto con su alguacil– a través del cual se comprometía a pagar a Rodrigo la cantidad de 1000 maravedíes mensuales. Además, al-Qádir contrajo el compromiso de apremiar a los castillos que le pertenecían para que entregaran rentas al Campeador, de la misma manera que se las pagaban a Alfonso VI y a los «franceses» –catalanes– en tiempos del anterior gobernante (Abū Bakr ‘Abd al-‘Azīz). A cambio, Rodrigo los protegería de sus enemigos, «asy de moros commo de cristianos». También se establecía en esos acuerdos que Rodrigo podría vivir en Valencia y, tal vez lo más importante de todo, establecer allí sus almacenes –«alfolís»– de todos aquellos productos que consiguiera ganar con sus cabalgadas predatorias o que se le entregaran en especie en forma de renta. Rodrigo se encontraba estableciendo la estructura logística que le permitiría intervenir en la zona. Carente de una base de operaciones duradera como estaba, aquello sería lo más parecido a un cuartel y un almacén, porque es muy posible que aquellos alfolís no funcionasen únicamente como almacenes, sino que lo hicieran también como un auténtico mercado y una almoneda donde subastar y vender las ganancias obtenidas a través de una guerra de rapiñas practicada contra todos aquellos que no eran sus tributarios y, por ende, sus protegidos. La crónica nos resulta elocuente cuando explica todos esos acuerdos, establecidos por escrito, a los que llegó Rodrigo con al-Qádir: Figura 23: Imagen general y detalles de algunos de los relieves que decoran la llamada arqueta de Santo Domingo de Silos, esculpida en el taller de Muhammad ibn Zayan, en Cuenca, en el año 1026. Acabó en manos cristianas y, en torno al siglo XII, se le añadieron algunas piezas que representan ángeles y otros motivos de iconografía cristiana. La pieza original, sin embargo, representa escenas de cacería o de lucha entre humanos y animales, tanto fantásticos como reales. Las armas y protecciones corporales de las figuras humanas reflejan con fidelidad las empleadas por las huestes andalusíes del periodo. Así, por ejemplo, se aprecia el empleo del arco compuesto, de origen oriental, mucho más potente que el arco simple. El jinete y uno de los arqueros visten lo que parecen ser gambesones, prendas acolchadas para absorber los golpes de un arma blanca. El otro arquero parece protegerse con cota de malla, que el artista ha tratado de representar mediante el troquelado de un gran número de orificios en la superficie de la prenda. Bajo esta armadura se aprecia el gambesón, visible en los antebrazos. El jinete monta «a la jineta», los estribos se disponen a bastante altura («acortados»), por lo que las piernas se mantienen recogidas, con las rodillas dobladas. La monta a la jineta favorece poder subirse a caballos pequeños y ágiles, así como la presencia de jinetes sin armadura o muy escasa. La táctica, en este caso el galope, hace aproximarse al enemigo, frenar, hostigar con la lanza y volver grupas, todo ello en muy breve espacio de tiempo. Museo de Burgos, Burgos. E el Çid que morase en Valençia, e qui quier que tomase o rrobase de los otros lugares que lo vendiese y, e que oviese y sus alholís para su pan e casas en que morase. Esta postura fue firmada con cartas de 27 que fuesen seguros del vn cabo e del otro. La situación conseguido era la establecer idónea una para Rodrigo estructura Díaz, tributaria que el Campeador. le permitía Había vivir y enriquecerse en territorio ajeno, así como mantener una hueste potente con la que vivir de la guerra, la rapiña y los tributos. Tenía la posibilidad de ampliar su red de señores locales dependientes, que le pagarían contribuciones a cambio de la protección que podía garantizarles un ejército propio cada vez más potente. Nada atrae más al desarraigo que un empresario de éxito y, en estos momentos, Rodrigo Díaz, a quien llamaban el Campeador, es posible incluso que Cid, se había convertido en un exitoso empresario de la guerra, la extorsión y maquinaria el cobro de empresarial parias. en la Había que los puesto riesgos a funcionar no eran una primigenia demasiados y los beneficios, muchos. De la campaña de Aledo al segundo destierro (años 1088-1089) Rodrigo se había convertido ya en el señor virtual de Valencia, pero aún le quedaba algo por hacer, una estructura que consolidar y ampliar. Tras hacer tributarios suyos a los señores de Valencia, Murviedro y Alpuente, en cuyas montañas habitó una temporada, Rodrigo instaló un campamento estable en Requena, en el que permaneció largo tiempo. En ese escenario, tuvo noticia de un segundo desembarco de Yúsuf ibn Tašufín y de los almorávides en la península ibérica. La primera vez, había aplastado al ejército de Alfonso VI en Zalaqa; en esta ocasión, su venida estaba motivada, entre otras razones, por las acciones protagonizadas por Rodrigo Díaz en torno a Valencia y la región levantina. El propio rey taifa de Sevilla, Muhámmad al-Mutámid, había cruzado el estrecho de Gibraltar para solicitar la ayuda de Yúsuf ante los 28 cristianos. La segunda venida de Yúsuf tuvo como objetivo arrebatar a Alfonso VI una posición incrustada en al-Ándalus que estaba infligiendo un doloroso quebranto a los musulmanes. Y es que el castillo de Aledo, en la actual región de Murcia, se convirtió durante un tiempo en la plataforma más efectiva de la que disponía Alfonso para seguir recaudando recursos monetarios a los taifas de aquel sector peninsular, en especial al gobernante de Murcia. En sus alegatos conminatorios a Yúsuf, al-Mutámid había dado cuenta de lo dañina que resultaba para los musulmanes aquella fortaleza cristiana, sobre todo para los de la región de Murcia, gobernada por su propio hijo, al-Rasiq: Le encareció, sobre todo, la importancia de Aledo, diciéndole cómo estaba en pleno corazón del país musulmán y cómo los musulmanes 29 no descansarían más que tomándolo. Aledo había sido tomado en 1086 por un caballero cristiano llamado García Jiménez ocasiones posición y, desde comarcas rutas de entonces, Murcia relevantes de y sus hombres Orihuela, comunicación. habían además La de asolado controlar Historia Roderici en varias desde relata esa de manera escueta que Rodrigo, cuando se hallaba en Requena, tuvo noticia de que Yúsuf y una coalición de reyes taifas andalusíes habían puesto cerco a la fortaleza cristiana de Aledo y que la habían atacado con fiereza. Los asediados 30 incluso llegaron a padecer carencia de agua. Abd Allah de Granada estuvo presente en aquella campaña para conquistar Aledo comandada por Yúsuf. También comparecieron otros reyes, como al-Mutámid de Sevilla, Tamin de Málaga, al-Mu’tasim de Almería e lbn Rasiq de Murcia. Ningún taifa del ámbito levantino acudió al llamamiento para levantar el sitio de Aledo. Corría el verano del año 1088 y, por aquel entonces, Rodrigo Díaz ya había conseguido someter a los emires de la zona. El rey zirí granadino constituye la fuente más rica y fiable para conocer ciertos pormenores de una campaña cuya cronología se debatió con intensidad, pero 31 que parece claro se desarrolló durante los meses estivales del año 1088. Relata Abd Allah que, tras recibir cartas de Yúsuf, se puso en movimiento y se encontró con él en las fronteras de su propio reino. Allí, entregó regalos al emir almorávide y juntos emprendieron el camino hacia Aledo. Una vez en el lugar, la coalición de almorávides y andalusíes asedió el castillo y cada soberano participó en aquella campaña «con arreglo a sus medios y hasta donde llegaban sus posibilidades y su talento táctico». La fortaleza se había llenado de cristianos que vivían en los alrededores, es posible que mozárabes, y estos se habían prevenido para el asedio con todo cuanto les era necesario, «como quien ha podido hacerlo con desahogo». Los cristianos amenazaban a los sitiadores con una inminente llegada de Alfonso VI al frente de sus hombres y encendían hogueras todas las noches para confundirlos. Los musulmanes, por su parte, golpeaban a diario la fortaleza, «sin tregua» y en los lugares más vulnerables construyeron «plataformas donde emplazar almajaneques y ballestas». Tal fue la cantidad emplear de ingenios ninguna de empleados las por máquinas de los asediadores las que suelen que «no usarse quedó para por acometer ā castillos». Incluso el rey de Almería, Ibn Sum dih, había transportado hasta el lugar un «elefante» de madera, un «aparato insólito», que pronto fue incendiado por los defensores con un tizón que lanzaron desde dentro del 32 recinto. Pero la coalición de almorávides y andalusíes no pudo hacer nada por arrebatar aquel castillo a los cristianos y expulsarlos de allí. Abd Allah profundiza en las razones de lo que interpreta como un fracaso y llega a la conclusión de que los principales responsables del fiasco fueron ellos mismos, o más bien la anarquía y desunión que reinaba en el campamento de andalusíes: Durante aquella expedición sacó Dios afuera el odio que se tenían entre sí los sultanes de al-Andalus. Además, sus súbditos venían en tropel a quejarse de todo ante quien pensaban que les apoyaría. Los mejores venían a pedir aumento de sueldo; los peores a satisfacer sus deseos de venganza. Para formular sus denuncias tomaban como 33 mediadores a sus alfaquíes, en cuya busca corrían. los Los sultanes andalusíes estaban irritados con aquella situación. No entendían el odio que los profesaban sus propios vasallos y sus reservas a la hora de satisfacer sus «contribuciones feudales» («dinero») precisamente cuando más los necesitaban sus señores. Los sultanes debían mantener un ejército anual y, al mismo tiempo, era «forzoso» entregar «mucho dinero» a los almorávides, así como regalos de manera continuada. Declara Abd Allah que, durante todo aquel tiempo, no dejó de escuchar «amenazas y quejas» de sus propios súbditos, instigadas por un alfaquí llamado al-Qulay’ī, el cual escribía a los ciudadanos granadinos para que no abonasen tributos a su rey. Cuando los recaudadores de Abd Allah acudían a cobrarlos, los súbditos de Granada se negaban a entregarlos, por lo que el rey zirí estaba más necesitado de recursos que nunca, «sobre todo en aquel campamento en el cual no podía procurarme víveres para mis tropas más que comprándolos cada día». Toda esa situación, confiesa Abd Allah, le producía «un desastroso perjuicio». Aquel «maldito asedio», declara, estaba consiguiendo poner de manifiesto la peor cara de todos los que se encontraban allí: […] aquel maldito asedio se prolongaba, y era como piedra de toque en la que se distinguían los buenos de los malos y gracias a la cual 34 salían a la luz los defectos de todos. El desacuerdo reinaba en aquel campamento caótico, los príncipes andalusíes parecían «las víctimas de un naufragio», de tal forma que la tesitura auguraba lo inevitable: «Todas estas cosas eran el anuncio de la desgracia, la época crítica para 35 Almorávides». los sultanes andaluces y la suerte próxima para los Si la falta de cohesión había sido la nota predominante en todo el periodo taifa, aquel sitio era la constatación reconcentrada y elocuente de la falta de unidad que deploraba Yúsuf ibn Tašufín. Al emir de los almorávides ya no le hacía falta que nadie le contara lo que sus ojos veían, una realidad que no era otra que la de una al-Ándalus en un avanzado estado de descomposición. Alfonso VI había reaccionado convocando sus huestes y poniéndose en movimiento para socorrer a la guarnición sitiada en Aledo. Rodrigo Díaz también fue citado por el rey. Según la Historia Roderici, en cuanto Alfonso tuvo noticia de que Aledo estaba siendo asediada, «escribió una carta a Rodrigo para que, tan pronto como la leyese, fuera con él a auxiliar urgentemente la fortaleza de Aledo y a socorrer a los que estaban sitiados luchando contra Yúsuf y todos los sarracenos que cercaban el referido castillo». Con el fin de ganar tiempo, el Campeador solicitó confirmación de la llegada de su señor a los 36 mensajeros que este le había despachado con la noticia y el llamamiento. parecer, estaba muy ocupado en otros menesteres, pero, a pesar de Al ello, prosigue la crónica, se movió con sus efectivos desde Requena hasta Játiva (75 kilómetros en línea recta). Allí se encontró con un nuevo emisario de Alfonso VI, que le comunicó que el emperador se encontraba en Toledo en plena organización de un gran ejército de caballeros y peones. Tras recibir esas noticias, se desplazó 20 kilómetros más hacia el sur, hasta Onteniente, donde esperó la llegada de Alfonso y su hueste, pues este «le había ordenado por medio de emisarios que le esperase en Villena, ya que le había dicho que pasaría por ese lugar». Villena se encontraba a 30 kilómetros en línea recta, en dirección sudoeste, de Onteniente, una distancia que podía recorrerse en una 37 jornada. La Historia relata los siguientes pasos de un Rodrigo que, en apariencia, buscó al monarca, pero no llegó a encontrarlo: Desde aquel lugar envió Rodrigo sus exploradores a Villena y a los alrededores de Chinchilla para que, en cuanto tuvieran noticia de la llegada del rey, se la anunciaran sin demora. Mientras que los exploradores esperaban su llegada, bajó por otro camino y llegó al río. Cuando se adelantándosele, enteró se Rodrigo entristeció que mucho. el Al rey ya punto había tomó pasado con su ejército la dirección de Hellin; él iba delante de sus soldados, deseoso de conocer la verdad acerca del paso del rey. Al enterarse de que era cierto su paso, al punto dejó su ejército que venía detrás de él y llegó 38 con unos pocos a Molina. Ese párrafo de la Historia suscita «un problema muy grave y muy oscuro 39 de la vida del Cid», en palabras de Martínez Díez. Y es que resulta difícil dilucidar por qué Rodrigo no pudo encontrar a la hueste regia que acudía a romper el asedio de Aledo. Es posible que en ese relato, en apariencia detallado, haya algunas contradicciones o algunas ocultaciones de información interesadas. Desconocemos, por ejemplo, cómo se enteró Rodrigo de que Alfonso VI había pasado ya por el lugar de encuentro. No sabemos bien qué pudo ocurrir, pero, desde luego, Rodrigo había mostrado ya en alguna otra ocasión su espíritu independiente. Martínez Díez propone la posibilidad de que Alfonso decidiera cambiar de ruta a última hora, al ver en Rodrigo a «un fiel vasallo deseoso de servir a su 40 señor». Quizá se demorara en exceso atendiendo a sus propios intereses, como llega a admitir el propio Martínez 41 Díez. Tal vez se entretuvo en la exploración de la parte sur de su futuro señorío y que se dedicara a la rapiña para llenar aún más sus arcas, o ambas cosas al mismo tiempo. Puede que le fallaran los cálculos y por eso no pudo llegar a tiempo de encontrarse con el rey, pues, por lo que deja ver la propia Historia Roderici, Alfonso se preocupó por tener informado a Rodrigo en todo momento de sus movimientos. Sea como fuere, por circunstancias que, desde luego, desconocemos, lo cierto es que Rodrigo no pudo reunirse con Alfonso, pero se quedó bastante cerca, a unos 43 kilómetros, precisamente la distancia que separa Aledo de Molina (actual Molina de Segura, Murcia). La Historia Roderici exculpa al Campeador e incide en que la voluntad del de Vivar era la de haber ayudado al monarca, pero que no había podido. Lo que entendemos que es una realidad es que Rodrigo se encontraba cimentando lo que más tarde fue su señorío, conociendo, reconociendo y explorando el terreno, tal vez ocupando posiciones y llevando a cabo incursiones para el sustento y abastecimiento de sus hombres. El autor de la Historia deja a Rodrigo Díaz en Molina y pasa a narrar el levantamiento del cerco a Aledo por parte de Yúsuf y los taifas andalusíes. Estos habían tenido comandado noticia por de Alfonso que VI y hacia ese ellos hecho, se dirigía sumado a un las potente ejército desavenencias que reinaban en el seno del campamento asediador, fueron motivos suficientes para convencerse de que debían abandonar aquella empresa: Yúsuf, rey de los sarracenos, todos los otros reyes de los musulmanes de Al-Andalus y los otros almorávides que estaban allí, al tener noticias de la llegada del rey Alfonso, dejaron en paz la fortaleza de Aledo, se dieron a la fuga enseguida y, aterrados por temor al rey, huyeron en desorden de su rostro antes de que llegara. Cuando Rodrigo llegó a Molina, ya el rey, viendo que de ningún modo podía alcanzar a los sarracenos, había tomado con prisa el camino de vuelta a Toledo con su ejército. Abd Allah, situación de que caos y ya nos había desavenencia suministrado que se vivía información en el acerca campamento de de la los asediadores de Aledo, sostiene en sus Memorias que, y en esto concuerda con la Historia Roderici, cuando recibieron la noticia de que Alfonso VI avanzaba hacia ellos, ese anuncio «produjo en los sitiadores una penosa impresión». Yúsuf tenía sobrados motivos para ordenar poner fin a aquella desastrosa campaña: El Emir de los musulmanes pensó que lo mejor sería desistir del asedio y dar media vuelta, no solo por el cansancio y la fatiga de los soldados, sino también por la gran multitud de cristianos que venían y por la rebelión de Murcia, ya que los cristianos podrían 42 aprovisionarse y avituallarse en dicha ciudad. Los contingentes enemigos no llegaron ni siquiera a verse. Aunque Rodrigo se dirigió con rapidez a Molina, no llegó a tiempo de encontrarse con el monarca, que había emprendido el regreso a Toledo junto con su ejército. Entonces, dice la Historia, «regresó muy triste a su campamento que estaba en Elche», desde donde «dejó marchar a sus casas a algunos de sus soldados, que había llevado consigo desde Castilla». Esos caballeros que abandonaron el servicio a Rodrigo fueron aquellos que habían partido con él de Castilla y que, de alguna forma, pertenecían a Alfonso VI, quien entonces se los había proporcionado para la misión de protección que debía cumplir en Valencia. El rey tenía motivos para estar irritado con su vasallo desobediente e incumplidor, ya que había incurrido en dejadez de funciones para una vez que se le reclamaba para participar en una campaña militar por su rey, para servir y proteger a su señor en un escenario de guerra. Alfonso VI y Rodrigo Díaz, por unas circunstancias u otras, nunca llegaron a luchar juntos contra el enemigo, nunca integró el vasallo sus mesnadas en la hueste del señor. En esta ocasión, la ira regia fue más intensa que la vez anterior y, por ello, no sorprende que abandonaran vínculo a Rodrigo feudovasallático aquellos con el caballeros monarca. que Al mantenían final, el algún castigo Historia Rodrigo recaería también sobre ellos y es por eso que la que tipo de recibiera nos dice una verdad a medias, pues no fue Rodrigo quien permitió la marcha de aquellos caballeros, sino que ellos mismos se fueron y el Campeador no puedo hacer nada por evitarlo. Aquel que decidiera permanecer junto a Rodrigo en aquellas circunstancias sería considerado un traidor como él. Rodrigo fue reprendido y castigado no tanto por su tardanza como por su no comparecencia, por no haber acudido con prontitud a su requerimiento, cuando más podía necesitarlo su señor, cuando se había planteado la posibilidad de enfrentarse contra la gran hueste comandada por Yúsuf ibn Tašufín, aquel líder militar que no hacía mucho tiempo había aplastado a las mesnadas cristianas en Sagrajas. Para Alfonso VI, la campaña de Aledo no solo sirvió para apartar a los enemigos de una fortaleza estratégica. Aquella operación constituía también una cuestión de honor, en una época en la que la honorabilidad importaba, una oportunidad para restañar la dolorosa herida sufrida en Zalaqa al vencer en el campo de batalla a aquel que le había derrotado, una ocasión para aplastar a Yúsuf ibn Tašufín. Cuando el rey más lo necesitaba, Rodrigo había incumplido las dos obligaciones principales ataban a señor y vasallo mediante el vínculo feudovasallático: el consilium que auxilium y el . Con su no comparecencia, el Campeador había dejado de socorrer a auxilium su señor Alfonso y no había cumplido su deber de auxiliarlo ( circunstancias especialmente complicadas. consilium prestación de consejos ( También había ) en fallado en la ), sobre todo militares, durante una campaña que bien podía haber desembocado en una batalla campal. Alfonso VI, por todo ello, Rodrigo, tenía en sobrados quien motivos reconoció a para una estar especie comparecía cuando más se le podía necesitar. tremendamente de vasallo irritado autónomo que con no La Historia Roderici vuelve a exculpar a Rodrigo, a justificarlo, con el argumento de que la ira del rey se había desencadenado por culpa de sus cortesanos envidiosos, que influyeron de manera pésima en su ánimo con graves acusaciones: Entretanto, los castellanos, envidiosos de Rodrigo, le acusaron ante el rey, diciéndole que no era un vasallo fiel, sino traidor e infame. Mintiendo le acusaban de que no quiso salir al encuentro del rey, ni ir en su auxilio, para que los sarracenos lo matasen y a todos los que estaban con él. El rey, habiendo escuchado una falsa acusación de tal tipo, movido y abrasado por una gran ira, mandó enseguida que le quitaran los castillos, las villas y todo el honor que había recibido de él. Además mandó confiscar sus propias heredades y, lo que es peor, ordenó que su mujer y sus hijos fueran encarcelados, atados cruelmente, y dispuso que fueran tomados el oro, la plata y todo 43 cuanto se pudiera encontrar de sus bienes. 44 Las consecuencias de la ira del rey fueron esta vez aún más graves para Rodrigo que en la anterior ocasión, cuando Alfonso VI decretó el primer destierro del Campeador. El monarca ordenó ahora confiscar los bienes patrimoniales de Rodrigo y sus riquezas, aún peor, decretó el aprisionamiento de su familia, de su esposa y sus hijos. Rodrigo, al tener conocimiento de aquellos castigos que el soberano le infligía, – «tan grande y tal injuria y tan inaudita»–, envió rápidamente a Alfonso a uno de sus caballeros más leales para defenderse de la «injusta y falsa acusación» motivada por «engañosos vituperios y falsas acusaciones de sus enemigos». A partir de aquí, la Historia se adentra en un discurso momentos, que la ha suscitado crónica debate introduce entre hasta distintos cuatro especialistas. presuntos En juramentos estos que Rodrigo Díaz envió a su señor para poder librarse de las duras acusaciones que pesaban sobre él. Cuatro juramentos que han sido contemplados por algunos como documentos originales insertados en la crónica y, por otros, como meras construcciones literarias posteriores. Nosotros entendemos que es muy complicado decantarse por una de esas dos valoraciones, pero creemos que bien pudieron ser, al menos parte de ellos, piezas originales, cartas exculpatorias que el Campeador dirigió a Alfonso VI en un intento de vindicar su honor y 45 liberarse de la pesada acusación y castigo que el soberano le había infligido. Los cuatro juramentos van precedidos de un mensaje que Rodrigo envió al rey de manos de un caballero fiel, con el que se inició el proceso judicial: Ilustre rey, siempre respetable, mi señor Rodrigo, tu más fiel vasallo, me envía a ti, rogando, besando tus manos, que recibas en palacio su exculpación y excusa de la acusación con la que sus enemigos falsamente le han inculpado ante ti. Mi propio señor defenderá él mismo en combate ante tu corte contra otro igual y semejante a él, o un caballero de los suyos defenderá en combate en su lugar contra otro igual y semejante a él, que todos los que te dijeron que Rodrigo te hizo algún fraude o engaño en el camino cuando ibas a socorrer a Aledo, para que los sarracenos te mataran a ti y a tu ejército, mintieron como bellacos e infames y no tienen buena fe. Quiere […] que aquéllos ningún que iban conde o contigo príncipe, para ningún ayudarte caballero fielmente a de todos socorrer el mencionado castillo, prestándote sus servicios en esta guerra contra aquellos sarracenos y contra todos tus enemigos, ha tenido más 46 fidelidad hacia ti que él en la medida de sus fuerzas. Rodrigo propone como método de resolución de la acusación sobre su persona un combate judicial, en el que o bien se representaría a sí mismo, luchando en su nombre, contra un campeón elegido, o bien sería uno de sus caballeros quien se enfrentara a ese otro campeón de la parte contraria. Una vía judicial que fue contemplada en el derecho posterior. El constaba de dos momentos diferenciados, por un lado, el procedimiento riepto o desafío, acción mediante la cual el acusado clamaba justicia contra quien le había lanzado acusaciones o difamaciones y, en caso de que este fuera aceptado por la 47 parte contraria, el otro momento, el combate judicial propiamente dicho. Sin embargo, Alfonso VI desdeñó la propuesta de Rodrigo, aunque, al menos, puso en libertad a su esposa y a sus hijos para que «volvieran con él». Como no se sentía satisfecho con el gesto, es entonces cuando Rodrigo le remitió por escrito, hasta en cuatro ocasiones, los juramentos. Figura 24: Relieve de la iglesia de San Miguel en Sotosalbos (Segovia), siglo XII. Dos infantes combaten con espadas, protegidos por cota de malla y escudos triangulares −nótese también el tiracol que hacía pender el escudo del cuello y que permitía, en caso de necesidad, desembarazar la mano izquierda−. De particular interés son sus cascos, de un tipo que se desarrolla en los reinos cristianos hispánicos a partir de mediados del siglo XII, cónicos y provistos de un antifaz para proteger el rostro. Cascos del mismo tipo portan los guerreros que combaten en el relieve del tímpano de un ventanal de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Sequera del Fresno (Segovia). El artista representó el momento en que uno de ellos consigue alcanzar a su contrincante con un tajo de espada en la calota del casco, mientras recibe un lanzazo que parece atravesar su escudo. Los cuatro juramentos insertados por la Historia Roderici son un tanto repetitivos, aunque distintos, y es muy posible que se trate de cuatro escritos 48 diferentes, como sostiene José Manuel Pérez Prendes. En ellos, Rodrigo viene a solicitar la posibilidad de redimirse, de que se le juzgue en condiciones y ofrece un combate judicial que demuestre quién tiene razón en ese litigio, un duelo en el juramentos, que él mismo estudiados por se ofrece Pérez a representarse Prendes, Rodrigo luchando. insiste en En que si esos no compareció con sus huestes en Aledo fue por falta de información, por no haber recibido conocimiento del tiempo de marcha del rey («te juro que la única causa de no estar presente fue el no tener noticias de su paso y no poder saberlo por ninguno»). Asimismo, sostiene Rodrigo, que no «le hice [a Alfonso] ningún fraude, ninguna artimaña, ninguna traición, ninguna maldad por la que mi persona tenga menos valor o deba valer menos». En los juramentos, Rodrigo reitera que siempre se mantuvo fiel al soberano y que si no acudió a tiempo no fue por su culpa, sino por la falta de noticias. Incluso para mantener su verdad llega, en alguna ocasión, a jurar por Dios y por todos sus santos y a ponerse en manos de la divinidad si lo que dice es mentira, al sentirse dolido por la reacción del monarca, la cual considera «inaudita afrenta», «¡tan grande y tan cruel afrenta me hizo!». Parece que lo que más dolió a Rodrigo fue que el soberano apresara a su esposa y le desposeyera a él de todos los bienes que poseía en el reino: «Cruelmente y tan sin razón prendió a mi mujer y me quitó todo el honor que tenía en su reino». Concluye sus alegaciones sintetizando todos los juramentos en uno, en el que ofrece a Alfonso VI la posibilidad de elegir entre cualquiera de los juramentos enviados y, en caso de no hacerlo, aceptar la posibilidad de que pueda defenderse, mediante combate, ante quienes entiende le acusan en falso: […] este es, pues, el juicio que yo, Rodrigo, resueltamente pronuncio y firmemente asevero: Si el rey quisiere recibir uno de estos cuatro juramentos, que escribí más arriba, elija el que le agrade de ellos y yo lo cumpliré gustoso. Pero si no le agrada, estoy preparado para luchar con el soldado del rey que sea igual a mí, tal como yo ante el rey cuando gozaba de su estima. Considero que así me debo defender ante mi rey y emperador, en el caso de ser retado. Si alguno quisiera vituperarme o reprenderme por este juicio y me diera alguno mejor y más justo en relación a la acusación que se me hace, que lo escriba y me lo envíe explicando de qué manera debo hacer mi defensa y salvarme. Ciertamente, si yo comprendiera que era más correcto y más justo que el mío, lo aceptaré gustoso, y de acuerdo con aquél presentaré mi defensa y me salvaré. Y si no, lucharé de la manera que he expuesto o un soldado mío lo hará por mí. Y si aquél fuera vencido, habrá de aceptar mi juicio y si, por el 49 contrario, resultara vencedor, yo aceptaré el suyo. Pero Alfonso VI ni siquiera se dignó en responderle; dio la callada por respuesta a todo aquello que le enviaba, proponía y reclamaba Rodrigo. Claramente, el Campeador estaba desterrado por segunda vez, aunque el autor de la Historia no llegue a especificarlo en esos términos precisos. Habían pasado dos años escasos desde que había recuperado el perdón del rey tras seis años de destierro y ahora volvía a perder el favor regio y, una vez más, se veía abocado a buscarse la vida en tierra extraña. En la primera de las ocasiones había encontrado su sitio y acomodo en la taifa de Zaragoza, pero, ahora… ¿adónde podía dirigirse para sobrevivir?, ¿a qué señor podría servir?, ¿qué podía hacer en adelante? No debió de resultarle muy complicada la decisión, ni tampoco llegar a la conclusión de que a quien mejor podía servir en el segundo de sus destierros era a sí mismo y a nadie más, a sus propios intereses y ambiciones. Esto es así porque el Rodrigo de diciembre de 1088 no era el mismo que aquel que en el año 1081 había sido castigado por primera vez por su rey. Habían pasado ocho años, un tiempo en el que Rodrigo no había parado de acumular experiencias, de aprender, de crecer, de conocer y explorar un mundo complejo y en descomposición como era el al-Ándalus del momento. Durante ese intervalo, había comprobado que la sola presencia de una hueste poderosa era argumento suficiente para que algunas de esas taifas que tenía sometidas, entre ellas la de Valencia, le entregaran tributos que le permitían mantener, cuando no incrementar, ese potente ejército. Ese variopinto contingente, heterogéneo, en el que se integraron caballeros castellanos pesadamente armados, musulmanes procedentes de Zaragoza y otras taifas, buscavidas y aventureros sin patria, fe ni bandera, era lo único que le quedaba a Rodrigo a finales del año 1088. Y en ese recurso, precisamente, en esa especie de compañía libre de guerreros de la cual él era dueño y líder fue sobre la que en adelante Rodrigo Díaz fundamentó su existencia. Había probado ya las mieles del éxito al servicio de un príncipe musulmán y también como actor en un régimen de semiindependencia al servicio de Alfonso VI en Valencia. Ahora, libre de cualquier atadura, de cualquier vínculo que le ligara a un señor, Rodrigo el Campeador se había convertido, por primera vez en su vida, en el dueño absoluto de su propio destino, de su voluntad, deseos y ambiciones. Un Rodrigo Díaz murió aquel diciembre de 1088 y otro Rodrigo nuevo nacía: el señor de la guerra independiente que utilizó desde ese momento todo su esfuerzo, ingenio y valentía para convertirse en príncipe de Valencia. Notas 1 Vid. Martínez Díez, G., 2000, 164. 2 Vid. Fletcher, R., 1999, 162; Martínez Díez, G., ibid., 164-165. 3 Vid. Historia Roderici, 27, 350. 4 Acerca de Álvar Fáñez puede consultarse Ballesteros Sanjosé, P., 2014; Solivérez, C. E., septiembre de 2008. 5 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 877 (en adelante PCG). 6 La Estoria de España refleja con nitidez esos temores y estado de ánimo de los valencianos en aquellos momentos: «Et esta fue la primera achaque del mal que fizo aquel nieto de Almemon porque tovieron que se perderie Valencia por ell como se perdiera Toledo», PCG, Cap. 878. 7 Ibid., Cap. 879. 8 Ibid., Cap. 880. 9 Ibid. ūs, 1986, 128-129. 10 Vid. Ibn al-Kardab 11 Las palabras del cronista acerca de esas fuerzas islámicas al servicio de Álvar Fáñez son elocuentes. Nos dice que en la cabalgada de Burriana participaron en las filas del cristiano «grand companna de aquellos moros malfechores que se acogien et de otros almogauares». Los almogávares de ese tiempo no eran los mismos que los catalanes y aragoneses comandados en el siglo XIV por Roger de Flor, que operaron en la península balcánica y otros puntos del Mediterráneo, aunque hay similitudes entre unos y otros. El almogávar se define por primera vez en las Partidas de Alfonso X el Sabio. 12 Acerca de esos dos notables valencianos, vid. Abd Allah ibn Buluggin, 1991, 46-49. 13 Vid. Abd Allah ibn Buluggin, 1980, 225-226. 14 Ibid., 226. 15 Ibid., 227-230. 16 «Repartida la soldada y congregado su ejército en Castilla, alrededor de siete mil hombres de todas las armas, llegó hasta las Extremaduras, hasta el río denominado Duero y atravesándolo mandó plantar sus tiendas en el lugar que se llama Fresno. Marchó luego con sus mesnadas y llegó hasta el lugar llamado Calamocha. Allí acampó, celebró la Pascua de Pentecostés y allí le llegaron los emisarios del rey de Albarracín pidiendo que ambos se vieran. Una vez realizada la entrevista, el rey de Albarracín se hizo tributario del rey Alfonso y así permaneció en paz», Historia Roderici, 29, 350. 17 Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), 1991, Libro X, Caps. XL al XLII, 222-224. 18 Ibid., Libro X, Cap. XLIII, 224. 19 Ibid., Libro X, Cap. XLIII, 224. 20 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 178. 21 Ibid. 22 Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), op. cit., Libro X, Cap. XLIIII, 224. 23 Vid. Historia Roderici, 29, 350-351. 24 Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), op. cit., Libro X, Cap. XLIIII, 224. 25 Vid. Historia Roderici, 31, 351. 26 Vid. Crónicas Anónimas de Sahagún, 41. Una de las primeras alusiones a estos caballeros «pardos», que debían actuar ya en las fronteras desde, al menos, mediados del siglo XI, la encontramos en la Chronica Adefonsi Imperatoris, redactada a mediados del siglo XII en círculos cortesanos leoneses para exaltar la figura del emperador Alfonso VII y sus magnates. En ella, se culpa del asesinato de Zafadola, aliado musulmán del emperador, a esos caballeros «llamados pardos»: «Postremo Agarren terga uertentes uicti sunt et rex Zafadota captus est in bello a militibus comitum. Quen tenentes ut adducerent in tentoria, superuenerunt milites quos dicunt Pardos, et cognoscentes interfecerunt eum». Maya Sánchez, A. (ed.), 1990, 98, 242-243. 27 Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), op. cit., Libro X, Cap. XLIIII, 224. 28 Vid. Huici Miranda, A., 1954, 41-55, 49. 29 Vid. Abd Allah, op. cit., 206. 30 «Más adelante tuvo noticias de que Yusuf (b.Tasufin), rey de los almorávides, y otros muchos reyes sarracenos de Al-Andalus habían llegado con los almorävides a sitiar la fortaleza de Aledo, que entonces poseían los cristianos. Los mencionados reyes sarracenos sitiaron y atacaron la fortaleza hasta que les faltó el agua a los que estaban dentro y la defendían», Historia Roderici, 32, 351. 31 Acerca de ese debate, vid. Martínez Díez, G., op. cit., 165-169 y Huici Miranda, A., op. cit., 41-55. 32 Vid. Abd Allah, op. cit., 206-207. 33 Ibid., 207. 34 Ibid., 208. 35 Ibid., 208. 36 «Rodrigo les dio esta respuesta a los mensajeros del rey que le habían llevado la carta: “Que venga el rey, mi señor, como prometió, porque yo estoy dispuesto de buena fe y con recta intención a socorrer aquella fortaleza según su mandato. Suplico a su majestad se digne confirmarme su llegada, ya que le place que yo le acompañe”», Historia Roderici, 31, 351. 37 Ibid., 31, 351. 38 Ibid., 33, 351-352. 39 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 188. 40 Ibid., 191. 41 «Nosotros pensamos que lo que hubo fue un error de cálculo en Rodrigo sobre la velocidad de marcha de la hueste real, y que se detuvo más de la cuenta en Onteniente, y que cuando movió su ejército hacia Hellín ya era tarde, pues aquí tuvo noticia de que el rey estaba ya de vuelta hacia Toledo con su ejército», Martínez Díez, G., op. cit., 192. 42 Vid. Abd Allah, op. cit., 211. 43 Vid. Historia Roderici, 34, 352. 44 Para conocer más detalles del mecanismo de control que era la ira regia en este periodo puede consultarse el profundo estudio de Grassotti, H., 1965, 5-135. 45 Así lo entiende también José Manuel Pérez-Prendes (2004, 323-335, 330), posiblemente el autor que ha analizado este pasaje con mayor profundidad desde el derecho y quien sostiene que esos cuatro juramentos «muy bien pudieran ser las piezas originales del proceso». 46 Vid. Historia Roderici, 34, 352-353. 47 Ya en la segunda mitad del siglo XIII las Partidas de Alfonso X el Sabio (2004, Partida Séptima, Título IV, Ley I, 900), código integrador de diversas jurisprudencias anteriores, definieron el proceso en estos términos: «Que cosa es lid, e por que razon fue fallada e aque tiene pro, e quantas maneras son della: Manera de prueua es segund costumbre de España, la lid que manda fazer el Rey, por razon del riepto que es fecho ante el, auiniendose amas las parte a lidiar. Ca de otra guisa el Rey non la mandaría fazer. E la razon porque fue fallada la lid es esta: que tuuieron los fijos dalgo de España, que mejor les era defender su derecho, e su lealtad, por armas: que meterlo apeligro de pesquisa, o de falsos testigos». La definición de riepto la encontramos en la misma Partida Séptima, en el Título III, Ley I, 896: «Riepto es acusamiento que hace un hidalgo a otro por corte porfacándolo de la traición o del aleve que le hizo. E este reto tiene pro a aquel que lo hace porque es carrera para alcanzar derecho por él, del tuerto e de la deshonra que le hicieron». Acerca de estas cuestiones pueden consultarse, además, los siguientes trabajos: Madero Eguía M., 2001, 343-352 y 1987, 805-862; Otero Varela, A., 1959, 9-82. En el caso concreto del riepto de Rodrigo Díaz recogido por la Historia Roderici, vid. Pérez-Prendes Muñoz Arraco, J. M., op. cit.; Alvar, C., Gómez Redondo, F. y Martin, G., (eds.), 2002, 71-83 y también en Interpretatio. Revista de Historia del Derecho, 10, 323-335; Zaderenko, I., 1998, 183-194. 48 Vid. Pérez-Prendes y Muñoz Arraco, J. M., op. cit., 330. 49 Para todos los juramentos, vid. Historia Roderici, 1983, 25 y 26, 350. __________________ * El Cid se dirige contra tierras de Valencia. Poema del Cid, según el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 64. 5 Señor de la guerra independiente en torno a Valencia Aguijó mio Çid – ivas cabadelant, y ffi ncó en un poyo – que es sobre Mont Real; alto es el poyo – maravilloso e grant; non teme guerra, – sabet, a nulla part. Metio en paria – a Daroca enantes, desí a Molina, – que es de otra part, la tercera Teruel, – que estaba delant; en su mano tenié – a Çelfa la del Canal.* R odrigo Díaz, una vez liberado de cualquier obligación feudovasallática que le vinculara a Alfonso VI, pudo centrarse de manera única e intensiva en las operaciones militares y las relaciones políticas que le permitieron crear una estructura tributaria y productiva en torno a Valencia. La ciudad que constituyó el objetivo principal del Campeador durante unos años en los que se mostró especialmente preocupado por establecer bases de operaciones para la concentración de recursos y bienes y que actuaron, por tanto, como cuarteles, refugios y almacenes de víveres, pertrechos y ganancias obtenidas a través de la guerra. Todo ello le sirvió para asegurar el abastecimiento de sus tropas en cualquier momento, así como para prever ataques, más que posibles, de enemigos diversos, tanto cristianos como musulmanes. También le ayudaron esos lugares a hacerse presente en el territorio y dominar un área cada vez más amplia en la región de Valencia. En ese contexto, Rodrigo Díaz no construyó fortalezas ex novo. Del mismo modo que en el tiempo de sus años de servicio a los hudíes zaragozanos, el Campeador no hizo sino reconstruir castillos abandonados y arrebatar a los enemigos alguna fortificación que entendía le podría resultar provechosa; más tarde rehizo o mejoró las defensas murarias de unas y otras. Peña Cadiella y Juballa ilustran estas dos modalidades de fortalezas cidianas en el contexto levantino. No podemos descartar otros emplazamientos de menor rango, de los que las fuentes proporcionan poca o ninguna información. Al vivir en continuo movimiento y recorriendo, en ocasiones, largas distancias, Rodrigo Díaz dispuso de una serie de lugares de acampada estacional, situados, por lo general, en terrenos montañosos, boscosos, agrestes, bien protegidos por la naturaleza y donde el suministro de alimento y agua para hombres y animales, así como el de madera y leña estaba garantizado. Aunque se trata de una composición mitificadora, el Cantar de mio Cid muestra de manera nítida las formas de concebir y ejecutar la guerra en la Edad Media. Como guía militar que podría haber sido, el Cantar no descuida un aspecto tan importante como es la castrametación –vocablo procedente de la expresión latina castra metatis que vendría a significar «establecimiento de campamento» o «acampada»– y describe una acampada cidiana en lo alto de un otero, el Poyo de Alcocer, que bien podría corresponder con la realidad histórica de distintos campamentos de los que dispuso Rodrigo Díaz en las fragosas serranías turolenses y castellonenses: Bien puebla el otero, firme prende las posadas, los unos contra la sierra e los otros contra el agua. El buen Canpeador el que en buena ora nasco derredor del otero bien cerca del agua a todos sos varones mandó fazer una cárcava aue de día nin de noch non les diese arrebata, 1 que sopiesen que Mio Çid allí avié fincança. A partir del segundo destierro, la vida de Rodrigo Díaz fue un continuo deambular de un lado para otro, una época en la que consolidó posiciones, se acercó cada vez más a Valencia, lanzó cabalgadas a diestro y siniestro, estrechó alianzas y sometió a tributo y también encendió odios profundos hacia su persona. En el momento de ser desterrado por segunda vez se encontraba acampado en Elche y fue allí donde celebró la Navidad del año 1088, como especifica la Historia Roderici. 2 Tras la celebración de la Pascua, se dirigió con su hueste hacia Polop (actual Polop de la Marina, Alicante), donde sabía que se ubicaba una gran cueva llena de riquezas a cuyos guardianes asedió con dureza durante unos días, al cabo de los cuales «venció a los defensores y entró en ella donde halló gran cantidad de oro, plata, seda e innumerables telas preciosas». Desde allí, enriquecido gracias a su última acción, se dirigió hacia el puerto de Taberna y luego marchó hacia Ondara (Alicante), donde ordenó reconstruir un antiguo castillo que, en adelante, empleó para atacar Denia y someterla. En esa fortaleza de Ondara «ayunó durante la santa Cuaresma y celebró la Pascua de la 3 Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo». No sabemos si las intenciones de Rodrigo se limitaban a su propio enriquecimiento y al de su mesnada o si era una forma de someter a tributo a al-Múndir al-Hayib de Lérida, Tortosa y Denia, o incluso si llegó a concebir la posibilidad de convertir aquellas tierras, realmente indefensas, en su propio señorío. Puede ser que Rodrigo valorase todas esas posibilidades mientras sus arcas se iban llenando. Sea como fuere, al-Múndir no tardó en enviar un emisario para que se entrevistase en su nombre con el Campeador, pues, hallado con los suyos en el citado castillo de Ondara: A este lugar le envío un emisario al-Hayib, que era entonces el rey de aquella tierra y gobernaba en ella, para estar en paz con él. Una vez sellada y firmada dicha paz, los legados sarracenos volvieron a alHayib. Rodrigo, por su parte, se marchó de allí con su ejército y llegó a los alrededores de Valencia. El rey al-Hayib regresó de la 4 comarca de Lérida y Tortosa y llegó a Murviedro. El acuerdo, decretado no sabemos en qué términos, entre al-Múndir y el Campeador fue rápido. Quizá aquel le ofreció dinero a Rodrigo a cambio de su retirada, incluso es posible que establecieran algún tipo de pacto de no agresión mutua. El caso es que Rodrigo abandonó las tierras de Denia para dirigirse a las de Valencia, un entorno que tanto él como sus hombres conocían muy bien. Ahora, el taifa presionado era al-Qádir, antiguo aliado y protegido en representación de Alfonso VI. Al tener noticia de que el Campeador había contraído acuerdos de paz con al-Múndir, el débil taifa valenciano quedó aterrado y pronto buscó la amistad de Rodrigo mediante dinero y regalos: Cuando al-Oadir, que en aquel tiempo era rey de Valencia, tuvo noticias de que el rey al-Hayib había hecho paces con Rodrigo, se atemorizó y se espantó mucho. Así, después de reunirse con sus consejeros, envió legados a Rodrigo con grandes e innumerables regalos en dinero. Éstos le entregaron personalmente los dones sin cuento que llevaban e hicieron la paz entre el rey de Valencia y aquél. De igual manera Rodrigo recibió muchos tributos y dones de todos los castillos que eran rebeldes al rey de Valencia y que no se 5 habían dignado someterse a su mando. Por ello, Rodrigo pasó a cobrar tributos de Lérida, Valencia y algunos castillos en las proximidades de la ciudad del Turia. Esos ingresos fueron íntegros para el Campeador, que ya nunca tuvo que compartir con ningún señor las ganancias que obtenía a través de la protección militar, la extorsión y la razia. LA BATALLA DE TÉVAR (VERANO DE 1090) Cuando ya había controlado prefigurarse como su señorío, el sur y el Rodrigo centro centró su de lo que atención comenzaba en la a vertiente septentrional de ese principado virtual y dirigió sus pasos hacia Burriana, en la actual provincia de Castellón, a poco más de 50 kilómetros en línea recta de Valencia. Ese movimiento inquietó a al-Múndir, a cuyo reino pertenecía Burriana, y buscó la alianza y apoyo de Sancho Ramírez de Aragón y del conde Ermengol de Urgel (Ermengol IV) para expulsar de sus dominios a Rodrigo Díaz, pero estos se negaron a apoyar al taifa leridano en aquella pretensión. El rey Sancho había sido derrotado por las tropas del Campeador en Morella, en 1084, en una batalla en la que, además, habían sido apresados algunos de sus vid. magnates y vasallos más notables. Ya sostuvimos ( Capítulo 4) que es más que posible y factible que el rey aragonés y Rodrigo llegaran a ciertos acuerdos de paz, que fueron necesarios para que el Campeador dejara en libertad a sus hombres. Dos años antes, en 1082, Rodrigo había derrotado en la batalla de Almenar a una coalición de leridanos y catalanes en la que figuraba el hermano 6 de Ermengol IV de Urgel. Por tanto, los dos aliados a los que pretendía recurrir al-Múndir de Lérida, Tortosa y Denia para ahuyentar al Campeador de Burriana tenían sobrados motivos para no acceder, pues no deseaban un enfrentamiento contra un comandante que había aplastado a parientes, amigos y vasallos en dos batallas campales anteriores. Desactivada esa posibilidad de coalición, al-Múndir buscó la alianza con Berenguer Ramón II de Barcelona, quien «habiendo pactado con al-Hayib, después de recibir de él grandes sumas de dinero, al punto salió de Barcelona con un gran ejército y llegó a los confines de Zaragoza. En Calamocha, en tierras de Albarracín, plantó su campamento». Rodrigo, mientras tanto, había conducido a sus huestes hacia una zona que conocía, las montañas de Morella, 7 porque «allí había abundantes víveres y muchos e innumerables ganados». Desde su acampada en tierras de Albarracín, Berenguer Ramón II se dirigió con unos pocos de los suyos hacia Daroca. Su intención era entrevistarse con al-Mustaín de Zaragoza para establecer la paz con él, una paz que se engrasó con cantidades de dinero que el rey taifa entregó al barcelonés. Una vez más, podemos comprobar cómo la clave de bóveda en las relaciones entre cristianos y musulmanes, entre sultanes taifas y gobernantes cristianos, eran el oro y el interés mutuo. Al fin y al cabo, ni al-Múndir ni al-Mustaín disponían de un contingente que les diera las garantías suficientes para enfrentarse a las disciplinadas y contrastadas huestes de Rodrigo el Campeador. Si en esta ocasión pretendían destruirlo, necesitaban sumar fuerzas, articular un ejército competente del que carecían. En esos momentos, el único líder cristiano que podía proporcionarles algo así, siempre a cambio de sustanciosas cantidades de dinero, era, precisamente, Berenguer Ramón II de Barcelona, a quien, por otra parte, seguro que aún le escocía la herida que, en su honor personal y en el de sus hombres, le había infligido el Campeador en las cercanías de la fortaleza de Almenar. Aunque el conde todavía sumaba un motivo más para ir contra Rodrigo: los tributos que dejaba de cobrar en la zona de Valencia porque, de alguna forma, se había visto desplazado por este en ese 8 negocio. Otra posibilidad para los taifas de Zaragoza y Lérida era recurrir a Alfonso VI. Seguro que sabían que Rodrigo había caído de nuevo en desgracia con su rey y que este no tendría, en aquellos momentos, demasiadas simpatías ni aprecios hacia su vasallo díscolo. El emperador leonés, sin embargo, no quiso saber nada de aquel negocio que le proponían. Puede que tuviera sus propios planes de futuro directamente, no acerca le de qué interesara un hacer con respecto enfrentamiento a Rodrigo, abierto con su o que, vasallo desterrado otra vez. Tal vez Rodrigo conservaba algunos amigos dentro de la corte de Alfonso VI y eso era motivo suficiente como para que el emperador prefiriera mantener una actitud pasiva, en espera de acontecimientos, porque de aquel sector peninsular lo que realmente le interesaba era Valencia y allí la situación parecía controlada. La Historia Roderici relata parte de estos hechos de forma resumida, aunque contundente: Entonces el conde se dirigió con unos pocos a Musta’in, rey de Zaragoza, que estaba en Daroca, y habló con él de hacer las paces entre ellos. Una vez recibió el dinero de Musta’in, confirmaron la amistad entre ambos. El rey Musta’in a ruegos del conde se dirigió con él a ver al rey Alfonso que entonces estaba en la región de Orón. Rogó al rey insistentemente que le prestara su auxilio con sus soldados contra Rodrigo. Pero el rey no quiso atender a sus ruegos y el conde se dirigió a Calamocha con sus caballeros, Bernardo, Giraldo Alemán y Dorea con un numeroso ejército. Allí se reunió 9 una gran hueste de combatientes contra Rodrigo. Rodrigo se encontraba en ese momento acampado en Herbés, en una zona montañosa situada entre las actuales provincias de Castellón y Teruel, no demasiado lejos de Morella. Allí, recibió la visita de un emisario enviado por al-Mustaín de Zaragoza para informarle de los planes que su tío y Berenguer Ramón II estaban urdiendo contra él. El taifa de Zaragoza pretendía mantener viva la relación de amistad, al menos de alianza, con el Campeador, quien, no hacía demasiado tiempo, había servido como comandante mercenario a él mismo, a su padre y a su abuelo y había mostrado sobradamente su eficiencia militar durante varios años. Desde luego, aquella información resultó de vital importancia para Rodrigo, porque, gracias a ella, quedaba neutralizado el factor sorpresa de Berenguer, que hubiera obligado a la improvisación. Si en aquellos momentos había en la Península un líder militar que sabía transformar la información en oro ese era precisamente el Campeador. La Historia Roderici relata que un Rodrigo feliz y agradecido envió al príncipe de Zaragoza la siguiente respuesta: A Mustain, rey de Zaragoza, mi amigo fiel: Os doy las gracias con todo mi afecto, puesto que me habéis descubierto el proyecto del conde y su propósito […] de una futura […] guerra contra mí. Pero desdeño y desprecio al conde y a su copioso ejército, y en este lugar 10 le esperare gustoso con la ayuda de Dios. Si llega, lucharé con él. Figura 25: Miniatura del Beato de Saint-Sever, ca. 1050-1070. En su registro inferior, una línea de guerreros dispuestos en una formación de muro de escudos. Nótese la ausencia de protección corporal, salvo los escudos de cometa, en una época en la que un casco o una loriga eran costosos en extremo y solo estaban a disposición de los más pudientes, que combatían habitualmente a caballo. A partir de ese momento, Rodrigo no se dedicó a otra cosa que no fuera prepararse para el choque que se avecinaba. Gracias a las noticias que le había suministrado su aliado al-Mustaín, tuvo tiempo para analizar el terreno, planificar la batalla, preparar anímica y tácticamente a sus hombres y buscar, en todo momento, ventajas que devendrían en desventajas del adversario. El lugar donde se produjo el enfrentamiento, considera Alberto Montaner, autor del estudio más exhaustivo de esa batalla que se ha escrito, sería «el pinar de Tévar y que éste se hallaba probablemente al pie del actual Puerto de Torre Miró», a 11 unos 20 kilómetros al sur de Monroyo. En ese terreno abrupto, Rodrigo se hizo fuerte en una garganta bajo un monte, un lugar cuyo único acceso se fortificó con empalizadas. La información de ese posicionamiento táctico nos la proporcionan algunas crónicas alfonsinas (finales del siglo XIII-principios del XIV), que beben de fuentes islámicas perdidas muy cercanas en el tiempo a la vida de Rodrigo. La Historia Roderici se limita a decir que el campamento de Rodrigo se hallaba bajo un monte: Llegó Berenguer con su inmenso ejército a través de las montañas hasta un lugar próximo a donde estaba Rodrigo y fijó su campamento no lejos de él. Una noche envió exploradores para que reconocieran el lugar […] Pues el campamento estaba enclavado 12 bajo el monte. La Estoria de España (Primera Crónica General) relata que Rodrigo, al comprobar que el ejército rival era más numeroso que el suyo y que su intención era la de hacerle frente, buscó «manera y arte» para poder «esparcirlos con sabiduría». Entendió que, para ello, era esencial un buen posicionamiento táctico y topográfico y aquel terreno quebrado y abrupto le brindaba buenas opciones: […] se metió en unos valles entre unas sierras que había, de manera que ninguno de los de la hueste de los franceses pudiese entrar allí, y 13 en la entrada de aquel lugar guardó sus barreras muy bien. Una vez elegido el lugar en el que hacerse fuerte, Rodrigo necesitaba aprovechar aquel terreno para dividir al enemigo y poder encararlo con garantías de éxito. Por ello, empleó un arma psicológica de la que también se valió en posteriores ocasiones: la difusión de noticias fingidas a través de falsos 14 desertores de su hueste o falsos espías. Pero, antes de eso, Berenguer Ramón envió una carta de desafío a Rodrigo, que la Historia Roderici registra como si se tratara de un documento original. A dicha carta Rodrigo respondió con otra que también reproduce la Historia. Hay que decir que ha habido discusión y debate acerca de esas presuntas misivas que se intercambiaron Berenguer y Rodrigo en los prolegómenos de la batalla de Tévar. No todos los estudiosos están de acuerdo en su autenticidad y ofrecen distintos prolijos argumentos. Por otra parte, hay otros investigadores que han defendido que esas cartas serían documentos auténticos que formarían parte de un archivo personal de Rodrigo al que tuvo acceso el autor de la Historia 15 Roderici. Nosotros entendemos que bien podrían ser documentos originales que se enviaron los líderes contendientes, aunque es más que posible que, en cierto modo, se manipulasen en el momento de la composición de la Historia. Desde luego, constituyen una rareza no solo en la época de Rodrigo, sino también en la Plena Edad Media, al menos en el contexto de los reinos de León y Castilla de los siglos XI al XIII, lo cual, por otro lado, no quiere decir que no nos encontremos ante documentos originales, como original fue Rodrigo Díaz en distintos aspectos y también la crónica que nos habla de su vida. Auténticas o no, lo cual es difícil de determinar, esas cartas tienen un interés indudable, tal y como convienen algunos de los expertos que las han estudiado. Nos sumergen en una atmósfera aristocrática y caballeresca en la que las cuestiones relacionadas con el honor, la reputación, la afrenta, la cobardía y la valentía adquieren un sentido expresivo y emotivo. Por ello reproducimos aquí su contenido, para que el lector no familiarizado con los textos cidianos tenga la oportunidad de conocerlas y leerlas. Esta es la carta que Berenguer Ramón II envió a Rodrigo Díaz en una fecha indeterminada del verano de 1090: Yo, Berenguer, conde de Barcelona, junto con mis soldados te aseguro a ti, Rodrigo, que vimos la carta que enviaste a Mustain diciendo que nos la mostrase, en la cual te burlaste de nosotros y nos menospreciaste en demasía incitándonos a un gran furor. Ya antes nos habías hecho enemistados y muchas airados injurias contigo por las ¡cuánto que más deberíamos debemos estar ser tus enemigos y adversarios por las burlas con las que en tu carta nos despreciaste y nos injuriaste! Y además […] todavía en tu poder el dinero que nos quitaste. Pero Dios, que es poderoso, nos vengará de tantas injurias que de ti hemos recibido. Peor injuria y burla nos hiciste al decir que éramos semejantes a nuestras mujeres. Nosotros no queremos corresponderos ni a ti ni a tus hombres con tan grandes injurias, pero pedimos y rogamos al Dios del Cielo que te traiga a nuestras manos y te entregue a nuestro poder para que podamos demostrarte que tenemos más valor que nuestras mujeres. También dijiste al rey Mustain que, si veníamos a luchar contigo, nos saldrías al encuentro más rápidamente de lo que él pudiera volver a Monzón, y por el contrario, si nos retrasáramos en ir contra ti, nos saldrías al encuentro por el camino. Te rogamos, por tanto, encarecidamente que no nos eches en cara el que hoy no bajemos a ti, pues hicimos esto porque queríamos asegurarnos del número de tu ejército y de tu posición, pues vemos que confiado en tu monte quieres luchar con nosotros en él. También sabemos que […] (laguna) los cuervos, las cornejas, los halcones, las águilas y las aves de todo género son tus dioses porque confías más en sus agüeros que en Dios. Nosotros sin embargo creemos y adoramos a un solo Dios que nos vengará de ti y te pondrá en nuestras manos. Pero ten por seguro que mañana al amanecer, con la ayuda de Dios, nos verás cerca de ti y ante ti. Si sales hacia nosotros al llano y te separas de tu monte, serás el mismo Rodrigo a quien llaman luchador y Campeador. Si por el contrario no quisieres hacerlo, serás lo que dicen los castellanos en su lengua romance «alevoso» y los francos «bauzador» y «fratidator». De nada te valdrá hacer ostentación de tanto valor; no nos iremos de tu lado ni nos separaremos de ti, hasta que llegues a nuestras manos muerto o cautivo y cargado de cadenas. En fin, haremos de ti el mismo escarnio que tú tuviste para con nosotros. Dios vengará sus iglesias que destruiste y profanaste 16 violentamente. Berenguer expresa en este texto sentimientos de odio hacia Rodrigo. Se fundamenta en la befa y la mofa que el de Vivar ha hecho de él y sus hombres en una carta enviada al príncipe de Zaragoza. Se queja del menosprecio al que los ha sometido, considera que ese hecho es injurioso y despectivo para ellos. Aún le escuece el dinero que Rodrigo les extrajo después de la derrota sufrida en Almenar, hacía ya ocho años, pero la peor injuria de todas, entiende, es que Rodrigo afirmase que sus mujeres eran más valerosas que ellos mismos. Entre la nómina de reproches llama la atención que acuse al Campeador de profesar creencias paganas, apoyadas en la lectura de augurios basada en la observación del vuelo de las aves («También sabemos que […] (laguna) los cuervos, las cornejas, los halcones, las águilas y las aves de todo género son tus dioses porque confías más en sus agüeros que en Dios»). Entiende el conde que Dios está de su parte, porque Rodrigo es un descreído que da más asenso a los augurios que a la verdadera divinidad y que, por ello, Dios les dará la victoria y la venganza que tanto ansían. Figura 26: Capitel de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Duratón (Segovia), principios del siglo XIII, en el que dos caballeros chocan, quizá con el significado del combate espiritual que el hombre debe emprender contra sí mismo para actuar con rectitud. Se observa muy bien como el jinete, montado a la brida, iba prácticamente erguido sobre los estribos, en una postura que le permitía sumar la fuerza del caballo a la suya en el golpe que debía descargar con la lanza contra su oponente. El conde le afea, además, su posicionamiento defensivo, el que esté encastillado en un lugar inaccesible para ellos. Por eso le reta a abandonar la montaña y salir a luchar al llano, pues entiende que solo de esa forma merecerá seguir siendo llamado «luchador y Campeador». Si se niega a aceptar el reto, según Berenguer, se le considerará fraudulento y alevoso y acepta que no cesarán hasta conseguir matarlo o apresarlo. Concluye su disertación epistolar asegurando que «haremos de ti el mismo escarnio que tú tuviste para con nosotros. Dios vengará sus iglesias que destruiste y profanaste violentamente». Esa última parte del discurso resulta un tanto desconcertante porque, hasta la fecha, Rodrigo no había atacado objetivos cristianos. Hasta ese momento, que sepamos, el Campeador no había destruido y profanado iglesias de forma violenta. El lenguaje expresado en esta carta de batalla da a entender que en el ánimo de Berenguer pesarían más las motivaciones emocionales y morales que las materiales. Aunque habla del dinero arrebatado por Rodrigo tanto a él como a sus hombres, el resto de recriminaciones es de índole psicológica y moral. Todo nos lleva a determinar que Berenguer había convertido aquel conflicto con el Campeador en una cuestión personal, en un asunto de honor y reputación. No hay que olvidar que, en esa época, cuando empezaba a gestarse el código de la caballería, esas cuestiones tuvieron una importancia central en el sistema de valores de las élites aristocráticas, que comenzaban a ser ya élites 17 caballerescas. Según la Historia Roderici, «Rodrigo escuchó la lectura de esta carta y al momento mandó escribir su respuesta y enviarla al conde». Esa frase, tan simple en apariencia, nos está diciendo, por un lado, que Rodrigo ni siquiera leyó la carta de su adversario con sus propios ojos, sino que se la leyeron y, por otro, que no escribió la respuesta de su puño y letra, sino que ordenó escribirla. Aunque sabemos que Rodrigo sabía leer y escribir, quizá no era demasiado ducho en esas cuestiones, en especial en lo que respecta a la escritura, pues en un autógrafo que se conserva se aprecia irregularidad y cierta tosquedad (vid. Capítulo 2). ¿Acaso pudo ser el redactor de esa misiva de respuesta a Berenguer quien luego fue el autor de la Historia Roderici? Aunque solo se trate de una suposición, no convendría descartar tal posibilidad. El texto que Rodrigo envía a Berenguer en respuesta al suyo también lo registra la Historia Roderici: Yo, Rodrigo, te saludo junto con mis compañeros a ti, conde Berenguer y a tus hombres. Ten por seguro que escuché tu carta y comprendí muy bien su contenido. Dijiste en ella que yo escribí una carta a Musta’in en la que me burlaba de ti y te ultrajaba a ti y a tus hombres. Dijiste verdad: me burlé de ti y de tus hombres y aún ahora me burlo. Te diré por qué me mofé de ti. Cuando estabas con Musta’in en los alrededores de Calatayud, me ultrajaste delante de él diciéndole que por el temor que te tenía no me había atrevido a entrar en estas tierras. También tus compañeros, Raimundo de Barbará y otros soldados, que estaban con él, dijeron esto mismo al rey Alfonso, burlándose de mí en Castilla delante de los castellanos. También tú personalmente, en presencia de Musta’in dijiste al rey Alfonso que habrías luchado conmigo y me habrías expulsado vencido de las tierras de al-Hayib y que de ningún modo me había atrevido yo a esperarte allí, pero que dejaste de hacer todo esto por amistad hacia el rey, y por respeto a él no me molestaste, y porque yo era vasallo suyo, por esto te abstuviste de inferirme deshonra alguna y de hacerme agravio. A causa de estas afrentas e injurias que me hiciste, me mofé y me mofaré de ti y de los tuyos, y os equiparé y asemejé a vuestras mujeres por vuestras débiles fuerzas. Pero ahora no podrás excusarte de luchar conmigo, si es que te atreves a luchar. Si por el contrario no te atreves a hacerme frente […] en su amistad […] y si te atreves a venir a mí con tu ejército ven ya […] no temo. No creo que ignores lo que he hecho y cuántos daños os he inferido a ti y a tus hombres. He sabido que hiciste un trato con al-Hayib prometiéndole que si te daba dinero, me echarías y expulsarías de sus tierras. Creo que tendrás miedo de cumplir tus promesas y no te atreverás a venir a luchar conmigo. Pero no rehúses hacerlo porque estoy en el lugar más llano de estas tierras. En verdad te digo que, si tú y los tuyos queréis venir a mí, no os aprovechará a vosotros. Si os atrevéis a venir a mí, os daré vuestra paga como suelo dárosla. Si rehusáis y no os atrevéis a luchar conmigo, enviaré cartas al rey Alfonso y mensajeros a Mustain. Les diré que no pudiste realizar, aterrado por temor a mí, lo que prometiste y lo que aireaste jactanciosamente que ibas a hacer. No sólo haré que conozcan esto y lo sepan estos dos reyes, sino todos los nobles cristianos y sarracenos. Pues cristianos y sarracenos sabrán bien que has sido mi prisionero y que tengo en mi poder tu dinero y el dinero de los tuyos. Ahora te espero en la llanura con ánimo fuerte y seguro. Si te atreves a venir, allí verás parte de tu dinero, pero no para tu provecho, sino para tu vergüenza. Jactándote con superfluas palabras has asegurado que me llevarás vencido, cautivo o muerto. Esto está en manos de Dios y no en las tuyas. Burlándote de mí muy falsamente dijiste que hice «alevosía» según se dice en el lenguaje de Castilla, o «bauzía» en el de la Galia, por lo que has mentido por tu boca. Nunca hice tal cosa. Hizo esto aquél de quien se sabe probadamente que ha cometido tales traiciones, al que tú bien conoces y del que muchos cristianos y paganos saben que es tal como digo. Ya hace mucho tiempo que litigamos de palabra; dejémonos de palabras y resuélvase entre nosotros esta disputa como es costumbre entre caballeros nobles por la digna fuerza de las armas. Ven y no tardes. Recibirás de mí la paga 18 que suelo darte. La carta de Rodrigo es más extensa que la de Berenguer. En ella, se adivina un tono desafiante, incluso chulesco, en algún momento, como se dice hoy. Denotan sus líneas un conflicto enconado entre él y su adversario catalán, un enfrentamiento personal un tanto visceral que se inició después de la batalla de Almenar en 1082. El Campeador también manifiesta sentirse ofendido por Berenguer y sus hombres, por insultarlo y mofarse de él en distintas ocasiones, ante el rey Mustaín de Zaragoza y ante Alfonso VI y los castellanos, así como por acusarlo de cobarde. Reconoce haberse burlado del catalán y de sus hombres y asegura que lo seguirá haciendo, por las injurias y afrentas que de ellos ha recibido. Se muestra dispuesto a luchar y humillar una vez más a Berenguer y a los suyos y confirma que se encuentra en el lugar más llano de todo ese territorio. Se defiende, asimismo, de las acusaciones de alevosía y «bauzía» que el catalán lanzaba contra su persona y le acusa directamente de haber asesinado a su hermano («aquél de quien se sabe probadamente que ha cometido tales traiciones, al que tú bien conoces y del que muchos cristianos y paganos saben que es tal como digo»). Por último, considera que ya está bien de palabras y que es necesario pasar a la acción y resolver el conflicto como debe hacerse, «por la digna fuerza de las armas», «como es costumbre entre caballeros nobles». Sin embargo, nada responde a las acusaciones lanzadas contra él acerca de sus creencias en los agüeros por la observación del vuelo de las aves, ni se defiende de las imputaciones por sus presuntos asaltos a iglesias. Dios está casi ausente en la respuesta de Rodrigo, solo se menciona una vez, cuando dice que «esto está en manos de Dios y no en las tuyas». No es este el único testimonio que nos presenta a un Rodrigo Díaz que profesa creencias de origen pagano, como la susodicha adivinación basada en la observación del vuelo de las aves. Con posterioridad, un cronista musulmán contemporáneo aseguró que, antes vid. Capítulo 7)–, Rodrigo de una batalla contra los almorávides –la de Cuarte ( confortaba el ánimo de los suyos con «embelecos» y «mentiras», «pues por las aves tenía augurios y pronósticos». Incluso, afirma el mismo cronista, un ciudadano valenciano había compuesto unos versos a esa creencia adivinatoria del Campeador: Decid a Rodrigo que la verdad triunfa, o comprobad cómo obtiene sus augurios. ā Los sables de Sinh ya, en cada batalla, 19 impedirán que las aves acierten el aviso. Y es que, en el mundo cristiano en el que se crio Rodrigo Díaz, ese tipo de creencias debía de estar todavía muy arraigado en el imaginario colectivo y la Iglesia se esforzaba por erradicarlo. El escenario de los caballeros y los nobles, sostiene Martín «alternando 20 mágico». los Alvira, distinguía mal rituales propiciatorios entre lo sagrado cristianos con y otros lo pagano, de carácter Aparte de la convicción propia que pudiera tener Rodrigo en esas creencias, lo que parece claro es que sabía usarlas sabiamente para motivar a sus hombres, para disipar sus miedos y aumentar su valor en situaciones complicadas. Una vez más, se nos muestra como un astuto comandante, capaz de aprovechar hasta la más mínima ventaja física o mental para sacar el mayor rendimiento posible de su hueste. Ese liderazgo, que se traduce en una mayor cohesión de sus tropas, fue una de las claves principales para entender el éxito militar del Campeador, para comprender cómo y por qué supo y pudo imponerse sobre ejércitos que le superaban en número y es posible, incluso, que en calidad de armamento. Si en la guerra el factor psicológico es esencial y está íntimamente relacionado con cuestiones de liderazgo, motivación y cohesión, Rodrigo Díaz es uno de los mejores líderes militares de toda la historia, ya que supo extraer siempre el máximo provecho de sus hombres. La batalla de Tévar fue ejemplo de ello. Figura 27: Dos miniaturas de la Biblia Sancti Petri Rodensis o Biblia de Sant Pere de Rodes, elaborada, probablemente, entre 1010 y 1025 en el monasterio de Santa María de Ripoll. Arriba, un choque entre dos grupos de caballeros. Estos montan ya «a la brida», con una silla de arzones altos y estribo largo, que permitía que el jinete extendiese por completo sus piernas. Se trata de un sistema que privilegia la estabilidad del jinete sobre la silla, para cargar con la lanza «acostada» entre el sobaco y el brazo. Curiosamente, la única figura que blande así su lanza −en la parte superior− se ha dibujado sin estribos. Nótese cómo se representa la protección de malla para el rostro, en este caso colgando sobre el pecho, en los tres guerreros que visten loriga. Abajo, vemos una escena en la que un grupo de caballeros resulta emboscado desde una posición en altura por infantes más pobremente armados, pero que los derrotan con una lluvia de proyectiles. Bibliothèque nationale de France, París (Francia). Tras empezó el la intercambio verdadera de acción. correspondencia A partir de entre Berenguer entonces, un sagaz y Rodrigo Campeador comenzó a desplegar su estrategia de propalar rumores para confundir y dividir a su adversario, que era superior en número. Sabía que el enemigo no se iba a retirar sin plantar batalla. Los catalanes se habían enfurecido al conocer el contenido de la provocadora carta que les había enviado el Campeador. Berenguer ordenó a los suyos que tomaran por la noche el monte en cuya base se encontraba el campamento fortificado de Rodrigo, pues pensaba que sería un lugar idóneo para atacarlo, intentando aprovechar la ventaja que otorga la altura para quien embiste desde arriba. Así actuaron y ocuparon dicho monte, de acuerdo con la Historia 21 , «sin que Rodrigo lo supiera». Cuando este supo de la maniobra del enemigo, a la mañana siguiente ordenó a algunos de sus hombres que fingiesen que huían y que pasaran cerca del lugar donde se encontraban acampados los catalanes. La consigna era dejarse apresar y los pronósticos de Rodrigo se cumplieron, ya que algunos de ellos fueron capturados y llevados ante la presencia de Berenguer Ramón, quien, como era de esperar, les interrogó para conocer los planes de su líder. Los adiestrados guerreros manifestaron al conde que su señor pretendía escapar esa misma noche del lugar en el que se encontraba y que iba a abandonar su posición por determinados puertos de aquella sierra. Si quería capturarlo o vencerlo, lo convencieron, tenía que controlar los puntos de fuga de los que pretendía valerse Rodrigo. Berenguer se tragó el anzuelo y ordenó dividir su hueste en cuatro partes, para ocupar con ellas aquellos emplazamientos por donde Rodrigo y los suyos pretendían escapar. El conde, por su parte, acudió con una partida de sus caballeros a la entrada del sitio donde se hallaba 22 acampada y bien guarnecida la hueste de Rodrigo. El Campeador había planificado todo al detalle. Había ordenado a «los moros que estaban con él» que ocuparan los lugares por donde sus falsos desertores habían dicho al conde que escaparían él y los suyos. Allí, debían tender emboscadas a los cuerpos enviados por Berenguer y anularlos. Los guerreros musulmanes al servicio del Campeador ejecutaron la misión a la perfección. Emboscados, esperaron a las distintas tropas divididas enviadas por el conde para establecerse en los puntos de fuga anunciados y mataron a muchos y apresaron a los caballeros más relevantes, entre ellos al capitán Guirart el Romano, que resultó herido en la cara. Mientras todo esto sucedía, Rodrigo aprovechó la alarma y confusión que debieron de generar los gritos procedentes de las posiciones donde se habían preparado las emboscadas para embestir con el grueso de su hueste al corazón del enemigo, a Berenguer y los caballeros que le acompañaban. En el choque inicial, que bien podría haber consistido en una carga de caballería lanzada por el Campeador y sus caballeros mejor adiestrados, Rodrigo fue derribado de su caballo, resultó malherido y tuvo que ser socorrido por los suyos. Los hombres 23 de Rodrigo prosiguieron la pelea tras poner a salvo a su líder caído. Después de un intervalo de tiempo que no conocemos, el ejército de Rodrigo logró imponerse. Berenguer huyó con los restos de su hueste y los del Campeador se lanzaron en su persecución, matando, hiriendo y apresando a los más notables; incluso en las inmediaciones de su campamento consiguieron capturar a «Deusde, Bernalt de Tamaric, Guiralt Aleman, Remon Ramiro, Ricart Guillem». En este punto del relato, la fuente que glosamos introduce con nitidez una clara interpolación, un añadido que es más propio de finales del siglo XIII o principios del XIV que del momento narrado. En ella, se nos presenta a un Campeador defensor de la cristiandad contra el islam que poco o nada tendría que ver con el Rodrigo Díaz de aquel día del verano de 1090 en el que derrotó, de nuevo, al ejército de Berenguer Ramón II de Barcelona: Empos esto dixo assi: «yo ando en seruiçio de Dios et en uengar el mal que los moros fizieron sienpre a los cristianos», et que por la grand enuidia quel auien por esso uinien ayudar a los moros; mas Dios por la su mercet que quisiera ayudar a ell que andaua en su 24 seruicio. En estas líneas se nos presenta a un Cid paladín de la cristiandad ante los musulmanes. Tal vez los cronistas alfonsíes introdujeron ese párrafo para compensar un tanto la afirmación plasmada más arriba en el mismo relato, aquella que mostraba el óptimo servicio que en aquella batalla habían prestado al Campeador tropas de guerreros moros a su servicio. Esos combatientes musulmanes que servían al Campeador habían sido fundamentales en la batalla, porque habían tendido emboscadas a cuerpos dispersos de la hueste de Berenguer que habían acudido a controlar puntos por los que, presuntamente, huirían Rodrigo y los suyos. Estamos, sin duda, ante una contaminación de un relato original, sacado de una fuente coeva e islámica y que nos parece coherente, por lo demás, en sus planteamientos. La Historia Roderici narra la batalla en términos diferentes, aunque podemos apreciar puntos en común con la otra fuente que nos habla del choque: Al día siguiente, muy temprano, el conde y sus soldados, dando gritos alrededor del campamento de Rodrigo, irrumpieron allí contra ellos. Al ver esto Rodrigo, rechinando sus dientes, mandó al punto a sus caballeros vestir las lorigas y ordenar animosamente sus haces contra los enemigos. Rodrigo se lanzó velozmente contra la formación del conde y la desbarató y venció al primer encuentro. Sin embargo, en el mismo ataque cayó de su caballo, mientras luchaba con gran arrojo, quedando magullado y herido. No obstante, sus soldados ánimo no hasta desistieron que de luchar, vencieron al sino conde que y pelearon a todo con su fuerte ejército, consiguiendo valerosamente la victoria sobre ellos. Al fin, tras pasar a cuchillo y matar a muchos de aquéllos, prendieron al propio conde y lo llevaron cautivo a Rodrigo con casi cinco mil de los suyos, hechos prisioneros en aquel combate. Rodrigo mandó que junto con el mismo conde fuesen custodiados, vigilados y encerrados algunos, Bernal, Giraldo Alemán, Ramón Mirón, Ricardo Guillén, y otros muchos de los más nobles. De este modo fue conseguida la victoria sobre el conde Berenguer y su ejército digna de ser alabada y 25 recordada siempre. En este relato no aparecen combatientes musulmanes que sirvan al Campeador y que desarrollen misiones que entrañen un especial riesgo. No se habla en ningún momento del campamento fortificado con estacas en el que se refugió la hueste de Rodrigo para esperar a los catalanes. Nada se dice del astuto aprovechamiento del terreno que hizo Rodrigo, algo que fue clave en el resultado final Campeador de lucha la batalla y todo en terreno llano y porque no el cronista montañoso, entiende como se que encarga el de recalcar en alguna ocasión. Sin embargo, es una narración bastante realista, quizá salvo por el elevado número de enemigos caídos, y es que «casi cinco mil» adversarios abatidos nos parece una cifra demasiado alta, si tenemos en cuenta 26 el tamaño medio que solían tener las huestes en este momento. Observamos, como en la otra fuente, una implicación personal y directa de Rodrigo Díaz en la pelea, algo que fue esencial para obtener el máximo compromiso y rendimiento de sus hombres, para incrementar la lealtad y la cohesión, la valentía, el esfuerzo y la abnegación. Porque entonces, como ahora, un buen comandante tenía que dar ejemplo, sufrir, luchar y sangrar con los suyos, ser de los primeros en empuñar las armas para lanzarse contra el enemigo, padecer hambre, sed, cansancio y sueño cuando los suyos eran aquejados por esos males habituales en la dura vida militar. En definitiva, otra de las claves para entender los éxitos militares conseguidos por el Campeador, 27 porque, en ese sentido, se nos muestra como un líder guerrero modélico. Hasta tal punto es así que resulta herido de cierta gravedad, no por la acción directa de las armas enemigas, sino por una caída del caballo, cuyas lesiones derivadas le mantuvieron postrado durante unos días. Todas suponemos estas sería cuestiones inferior nos en ayudan número a se entender impuso cómo a una una hueste que superior. Las consecuencias inmediatas de la lid fueron la derrota de Berenguer Ramón II, el apresamiento de algunos de sus hombres más notables y el del propio conde, así como la ganancia de un cuantioso botín de guerra. El autor de la Historia describe a placer esos frutos materiales e incide, además, en el hecho de que los hombres de Rodrigo no le esquilmaban nada a escondidas y le entregaban todo «fielmente», «sin faltar nada»: Los soldados de Rodrigo devastaron todo el campamento y tiendas del conde Berenguer, tomaron todo el botín que encontraron en ellas, muchos vasos de oro y plata, telas preciosas, mulos, caballos de silla y de posta, lanzas, lorigas, escudos, y presentaron y llevaron a 28 Rodrigo fielmente todo lo que cogieron, sin faltar nada. Pero aún más importantes fueron los beneficios que Rodrigo Díaz consiguió con aquella victoria en el abrupto paraje del pinar de Tévar. Desde aquella fecha, Berenguer Ramón II nunca más supuso una amenaza, molestia o incomodidad para el Campeador, más bien fue una presencia, tal vez irritante, pero desde luego inofensiva para sus intereses. Porque el mayor rédito obtenido por Rodrigo en aquel choque recayó en los nobles apresados, incluido el propio Berenguer. Gracias a sus rescates, el Campeador no solo consiguió dinero, sino también, y más importante, arrancar los pactos, acuerdos de no agresión en el futuro y vía libre para actuar en Valencia sin sus intromisiones e interferencias. La Historia Roderici nada dice de ello, pero es algo que se puede intuir con facilidad por lo expuesto más arriba. El relato que propone del tratamiento que se le da al enemigo apresado es interesante, aunque puede que también algo incoherente en ciertos puntos: El conde Berenguer, viendo y comprendiendo que por voluntad divina había sido herido, vencido y capturado por Rodrigo, pidiéndole misericordia humildemente, llegó a presencia de éste, que estaba sentado en su tienda y le pidió perdón con muchos ruegos. Rodrigo no quiso recibirle benignamente, ni le permitió sentarse junto a él en la tienda, sino que ordenó a sus caballeros que le custodiaran fuera. abundantes vituallas patria. Pero cuando Ordenó y solícitamente finalmente, Rodrigo se le que permitió recuperó le dieran volver libre después de pocos allí a su días, firmó un pacto con Berenguer y Giraldo Alemán estipulando que le dieran ochenta rescate. Los mil otros marcos cautivos de se oro de Valencia comprometieron en bajo concepto juramento de a darle por su rescate, a voluntad de Rodrigo, innumerables riquezas, 29 en cantidad fijada. El conde catalán, herido y derrotado, se presentó ante Rodrigo de manera humilde y compungida, clamando misericordia ante quien le había vuelto a vencer y apresar. El Campeador yacía en su tienda, magullado y herido y no quería recibir allí a Berenguer, tal vez porque no deseaba que su adversario le viera en esas lamentables condiciones en las que se encontraba. Además, estaría enojado, dolorido en cuerpo y alma porque nunca había estado tan malherido como en ese momento. Ordenó a los suyos que vigilaran al conde fuera de su tienda y que le trataran bien y que le alimentaran. Una vez recuperado, Rodrigo estuvo en condiciones de establecer las cantidades de dinero que se le habrían de entregar por sus cautivos en concepto de rescate. Berenguer Ramón y Giraldo Alemán tendrían que abonar 80 000 marcos de oro valenciano si querían regresar libres a su patria. Para el resto de cautivos se acordó también de forma individualizada las cantidades que habrían de abonarse a cambio de su libertad. La tierras Historia y que prosigue el relato afirmando que los cautivos regresaron a sus volvieron raudos para entregar a Rodrigo las cantidades solicitadas, entregando a hijos y parientes en calidad de rehenes, como garantía de que le iban a desembolsar todas las cantidades exigidas. El uso de rehenes como garantes del cumplimiento de acuerdos era algo habitual en el periodo. Se concedía una gran importancia a la palabra dada, a la palabra de honor, pero, en ocasiones, era necesario también mostrar la voluntad de acatamiento de lo acordado con la entrega a la otra parte de un familiar valioso. El resto de la narración presenta algunas incoherencias en cuyo análisis es importante detenerse, porque en ellas tal vez estén las verdaderas claves de la naturaleza de los acuerdos a los que llegó Rodrigo Díaz con sus adversarios apresados: Figura 28: Un caballero se precipita al infierno por sus pecados de orgullo, según un relieve del tímpano de la iglesia abacial de Sainte-Foy de Conques (Francia), siglo XI. Según el Libro de los milagros de Santa Fe, Rainon de Aubin, excomulgado por el maltrato que dispensaba a los religiosos de Conques, se partió el cuello y quebró el cráneo cuando su caballo se arrodilló de repente. Justo castigo y humillación por sus pecados. Luego volvieron a sus casas y regresaron de allí apresuradamente a Rodrigo con gran cantidad de oro y plata, llevando consigo además de las riquezas quedaran como que traían, rehenes hijos hasta y que parientes pudieran que pagar querían la que cantidad establecida como rescate, asegurándole que habían de darle todo y llevarlo a su presencia. Al ver Rodrigo esto, después de consultar con los suyos, movido por la piedad, no sólo permitió que volvieran libres a sus tierras sino que les perdonó el rescate. Ellos regresaron a sus tierras alegres dando con veneración las gracias a su nobleza y piedad por tanta misericordia y prometiendo servirle con todos sus 30 bienes y con gran honor. Lo que más sorprende de ese texto es que el cronista afirme que Rodrigo «perdonó el rescate» a los cautivos después de haber consultado a los suyos y «movido por la piedad». Se pretende incidir en ese punto, en el talante magnánimo y benevolente del líder, para engrandecer su figura. Sin embargo, es difícil que el hecho sucediera tal y como lo cuenta el cronista, porque Rodrigo tenía en sus manos la posibilidad de conseguir muchísimo dinero gracias a la completo, exigencia de acuerdo de rescates, con unas algo leyes para de lo la cual estaba guerra que legitimado aún no por estaban establecidas por escrito, pero sí reguladas según la costumbre, referida con el término latino mos . 31 Puede que la clave de todo ese párrafo elogioso se encuentre en las últimas líneas, donde se afirma que los liberados agradecieron a Rodrigo su «misericordia», «nobleza y piedad» y, lo que es más importante, le prometieron «servirle con todos sus bienes y con gran honor». Es difícil no interpretar que, tal vez, en lugar de dinero a cambio de la libertad, lo que Rodrigo exigió a aquellos magnates, incluido su líder, fueron pactos de no agresión, una suerte de vasallaje hacia su persona en el que la base fundamental recaería en el compromiso de no volver a atacarlo ni entrometerse en sus asuntos. Con ello ganaba el Campeador bastante más que con el dinero que hubieran podido abonarle. Los acontecimientos posteriores demostraron que las negociaciones tras la batalla de Tévar bien pudieron ir en ese sentido, pues la propia Historia nos dice, más adelante, que Berenguer se refería a Rodrigo como «su amigo» delante de otras personas. Es la propia Historia , de hecho, la que, en párrafos posteriores, nos ofrece pistas del cariz que pudieron tener las negociaciones sustanciadas tras la batalla de Tévar. Nos cuenta la crónica que Rodrigo envió emisarios con cartas al príncipe al-Mustaín de Zaragoza y que aquellos mensajeros encontraron en la ciudad a Berenguer Ramón y a sus nobles reunidos con el taifa hudí en su corte. Cuando Berenguer fue consciente de que aquellos hombres eran caballeros de Rodrigo les rogó con empeño que le transmitiesen este mensaje: «Saludad encarecidamente de mi parte a Rodrigo, mi amigo, y no dejéis de decirle que quiero ser un buen aliado y un socorro seguro en todas sus 32 necesidades». El siguiente destino elegido por Rodrigo, aún maltrecho, fue Sacarca, en territorio de la taifa de Zaragoza, donde permaneció con sus huestes cerca de dos meses. Después, se desplazó con los suyos a Daroca, donde estuvo, según la Historia , «muchos días» por la abundancia de víveres y ganados que había en los alrededores de esa rica ciudad musulmana. Cuando 33 Daroca, «padeció Rodrigo una grave enfermedad». se encontraba en No sabemos qué clase de dolencia aquejó al Campeador, pero no es de extrañar que estuviera relacionada con las heridas derivadas de la caída de su caballo en el transcurso de la batalla de Tévar. Las consecuencias de esas heridas pudieron ser más trascendentales de lo que la crónica nos permite vislumbrar. Rodrigo se encontraría en tierras de la taifa de Zaragoza para redefinir sus relaciones con el príncipe al-Mustaín, quien, a pesar de haberle advertido de las intenciones de Berenguer Ramón II, había mostrado previamente una actitud bastante tibia y ambigua con respecto al Campeador. «Amigo», «aliado», «socorro» son los términos que emplea el conde catalán para definir su nueva relación con el Campeador. Con anterioridad, y con el príncipe de Zaragoza como testigo, profesaba a precisamente, Rodrigo. Sin Berenguer duda, había algo expresado sustancial había la enemistad cambiado que en la vinculación entre el catalán y el castellano, parece que se había pasado de la animadversión a la alianza, de la confrontación a la colaboración y ello había 34 sucedido después de la batalla de Tévar. Relata la emisarios aquella regresaron «convaleciente y junto fuera a de Rodrigo peligro». de Le Historia embajada relataron los que cuando los le encontraron pormenores de sus conversaciones con el conde catalán en la corte del rey de Zaragoza. Pero el Campeador, enojado, «se negó a ser su amigo y a firmar la paz con él». Sus principales caballeros intentaron disuadirlo para que aceptara aquella paz que le ofrecía el conde de Barcelona y, tras escucharlos, accedió a reunirse con 35 Berenguer para tratar el asunto. Los emisarios, al relatar de nuevo al conde de Barcelona en Zaragoza que Rodrigo estaba dispuesto a reunirse con él para hablar de la paz que le proponía, él y los suyos se alegraron mucho. Berenguer Ramón en persona fue a visitar a Rodrigo a su campamento, donde «se estableció la paz y la amistad entre ambos». castellano Acordaron «parte de las una tierras forma de de vasallaje moros, y el sometidas catalán en otro le cedió tiempo a al su mandato». Esos territorios estarían situados al sur de Tortosa, en las cercanías de Burriana, pues hacia allí dirigirían ambos sus pasos, en viaje hacia el sur 36 pegados a la costa. Tal vez Berenguer se comprometió en aquel acuerdo a no entrometerse en cualquier negocio o acción que el Campeador acometiese al sur de Burriana, o puede que del Ebro, el río que actuaba entonces a modo de frontera natural entre los dominios barceloneses y los del rey de Lérida, Denia y Tortosa. Rodrigo se asentó en Burriana y allí se despidieron; Berenguer atravesó el Ebro para volver a su tierra. Burriana y sus alrededores quedaron integrados en el protectorado de Rodrigo y Berenguer renunció a cualquier derecho de explotación o conquista de aquellas tierras. Allí fue donde el Campeador fijó la posición más septentrional de su señorío virtual. Entonces el conde salió de Zaragoza a entrevistarse con Rodrigo y se dirigió a su campamento. Allí se estableció la paz y la amistad entre ambos. El conde puso entonces en manos de Rodrigo, colocándolas bajo su protección, parte de las tierras de moros, sometidas en otro tiempo a su mandato. Juntos bajaron los dos a la costa vecina; Rodrigo asentó su campamento en Burriana. Berenguer, separándose de Rodrigo, atravesó el río Ebro y regresó a su tierra. A partir de esa victoria en Tévar, Rodrigo consiguió zafarse de uno de sus enemigos más insidiosos y molestos y, al mismo tiempo, aumentó su zona de influencia en el levante peninsular. Ya no tuvo que preocuparse por la amenaza, siempre latente, que atenazaba el norte del señorío valenciano que estaba prefigurando. Desde ahora, podría centrarse en otros asuntos, en otras acciones y en otros negocios, en definitiva, en cuestiones necesarias para dar más cuerpo a ese espacio territorial y político que pretendía articular y dominar. Ó LA AMPLIACIÓN DE LA RED TRIBUTARIA CIDIANA Con las fronteras del sector norte y noroccidental de su protectorado aseguradas, Rodrigo se concentró en ampliar la nómina de señores locales tributarios. Esos notables se dispersaban en los territorios de la taifa de Valencia y es con ellos con quienes entabló negociaciones basadas en el abono de tributos a cambio de la paz. De esa forma, el Campeador estableció un modelo de gobierno basado en el cobro de parias y la razia destructiva contra todo aquel que no aceptase esa relación de sometimiento. La Historia Roderici retoma la narración de los pasos de Rodrigo y lo sitúa en Yuballa (Puig de Cebolla), lugar en el que celebró con los suyos la «Pascua 37 del Señor». Desde allí, se encaminó a asediar la fortaleza de Liria, a unos 26 kilómetros de Valencia en línea recta, donde repartió generosas pagas entre sus guerreros. En aquellos momentos, la red de señores locales que pagaban parias a Rodrigo se estaba ampliando. Fuentes islámicas integradas en las crónicas de Alfonso X y sus sucesores ofrecen la nómina de lugares que abonaban tributos al Campeador y aseguran que esos pagadores estaban desperdigados por el territorio comprendido entre Tortosa, al norte, y Orihuela, al sur. Tan seguro de sí mismo estaba Rodrigo, relatan esas crónicas, que no dudó en expresar su situación de poder y fuerza afirmando en Valencia que sometería a cuantos señores había en al-Ándalus y que reinaría como un segundo rey Rodrigo, aunque no fuera de sangre de reyes, como tampoco lo había sido aquel monarca godo: Y se volvió el Cid Ruy Díaz para Valencia. Y dijo que apremiaría a cuantos señores había en el Andalucía, de manera que todos serían suyos; y que el rey Rodrigo que fuese señor del Andalucía no había sido de linaje de reyes, pero fue rey y reinó, y que así reinaría él y 38 sería el segundo rey Rodrigo. La asociación Rodrigo Díaz-rey Rodrigo puede resultar chocante, una especie de invención de los historiadores del taller que organizó Alfonso X para componer la Estoria de España. Sin embargo, ese pasaje no aparece, por ejemplo, en la Crónica de Veinte Reyes y sí en la obra de un autor musulmán que vivió en el tiempo del Campeador y que usó materiales redactados por coetáneos suyos que vivieron en la Valencia sometida y asediada por el Campeador para componer su obra. Se trata de Ibn Bassam, autor de Santarém instalado en Córdoba en la que, poco después de 1100, redactó su texto más conocido, cualidades Kitâb de al-Dajîra la gente de fî Mahâsim la al-yâzîra Península], en [Tesoro la que de las expone, hermosas al relatar acontecimientos relacionados con Rodrigo Díaz, que: Contóme quien lo oyó, que él [Rodrigo] decía, cuando su afán era más fuerte y su codicia extrema: «Por un Rodrigo fue conquistada esta Península [por los musulmanes] y [este otro] Rodrigo la salvará», frase que llenó de espanto los corazones, pues creyeron que ocurriría 39 esta terrible amenaza. Estos testimonios nos muestran a un Rodrigo Díaz empoderado, crecido tras la derrota que había conseguido infligir a Berenguer Ramón II de Barcelona y tras haber regresado a la región de Valencia para restablecer un protectorado cuyas bases ya había asentado previamente, en parte, cuando actuaba en la zona en nombre de Alfonso VI. Poco después de la batalla de Tévar había fallecido al-Múndir de Lérida, Tortosa y Denia y le había dejado el trono de aquella taifa a un niño de corta edad. Por ello, ejercían la regencia unos parientes suyos denominados «hijos de Betyr», quienes contactaron con Rodrigo Díaz para someterse a él, pues a los leridanos ya no les quedaban aliados cristianos después de la neutralización de Berenguer Ramón en Tévar. Rodrigo les exigió a cambio de su protección, servicio y no agresión la cantidad de 50 000 maravedíes de oro anuales. Gracias a ello, la tierra que se extendía 40 desde Tortosa hasta Orihuela quedó a su mando y control. En ese amplio territorio pagaban tributos a Ibn Razin, señor de la taifa de Albarracín, la cantidad de 10 000 maravedíes anuales; el señor de Murviedro (Sagunto), 8000 maravedíes al año; el taifa de Alpuente, 10 000 maravedíes también; el castillo de Soborbe, 6000; el de «Axaraf», 3000; el de Liria, 2000. Al-Qádir de Valencia le entregaba 12 000 morabetinos anuales y además le 41 daba 100 por cada 1000 para el obispo cristiano que se hallase en la ciudad. UNA NUEVA AMENAZA ALMORÁVIDE Rodrigo asediaba Liria cuando recibió unas cartas de la reina Constanza y de algunos amigos que aún conservaba en la corte de Alfonso VI. En ellas se le informaba de que los almorávides habían regresado a la Península y de que estaban realizando movimientos desde el sur. La situación del Campeador en Valencia era más favorable que nunca. Había aprovechado una enfermedad del rey títere al-Qádir para incrementar su posición de dominio en la ciudad y en su región y había conseguido restaurar, e incluso incrementar, el protectorado que orbitaba en torno a Valencia, tras el lapso que había supuesto la obligación de enfrentarse a Berenguer Ramón II y a al-Múndir de Lérida. No llevaba demasiados meses enfrascado en esa tarea cuando se produjo un nuevo desembarco almorávide en la península ibérica. Los norteafricanos, en esta ocasión, no venían únicamente para lanzar una campaña de guerra santa, como había sucedido cuando se desencadenó la batalla de Zalaqa o el asedio fallido a Aledo. Ahora comprobado venían en la para anterior quedarse después ocasión, durante de que la su líder campaña hubiera de Aledo, precisamente, el grado de desunión y enfrentamiento que cundía entre los distintos reyes de taifas. Mientras los almorávides al mando de Yúsuf desembarcaban de nuevo en Algeciras, dispuestos a destronar a los taifas y asentarse en territorio andalusí, Rodrigo estaba inmerso en la consolidación de un protectorado valenciano que, cada vez más, tenía el aspecto de un auténtico señorío virtual gobernado por él en todos los aspectos salvo en el nominal. Rodrigo actuaba a modo de gobernante no oficial, pero sí oficioso con el amparo de un resorte del que adolecían tanto al-Qádir como el resto de señores menores de aquel territorio: una hueste poderosa, cohesionada, disciplinada, leal y efectiva. Abd Allah fue el cronista de excepción que relató su propia caída en desgracia, deposición la pérdida por Yúsuf de su ibn reino Tašufín. de manos Los de los almorávides norteafricanos tras su desembarcaron en Algeciras en junio de 1090, poco antes de que Rodrigo Díaz se enfrentase con la coalición leridano-barcelonesa en el pinar de Tévar. Yúsuf ibn Tašufín estaba un tanto harto de los reyes de taifas y venía dispuesto a destronarlos y a ocupar sus respectivos dominios. Desde Algeciras, los almorávides se dirigieron a Córdoba, donde permanecieron el mes de julio. Sus primeros objetivos fueron, precisamente, Abd Allah de Granada y su hermano, Tamīm, señor de Málaga, considerados indignos por los juristas marroquíes, en cuyas sentencias encontró Yúsuf la legitimidad necesaria para proceder contra ellos. Consideraban esas disposiciones que tanto Abd Allah como su hermano eran indignos de sus tronos por haberse aliado con los cristianos y haber realizado un doble juego a los almorávides, intercambiaron verdaderos embajadas, defensores pero el del 42 islam. granadino, Yúsuf traicionado y Abd ante el Allah emir almorávide por sus propios mensajeros, cada vez tenía más claro que su final estaba cerca. Solicitó la ayuda de Alfonso VI y de los distintos taifas de alÁndalus, pero tan solo recibió respuesta de al-Mutawákkil de Badajoz, quien, no obstante, lo único que le proporciono fueron palabras de ánimo y consuelo. Ningún príncipe andalusí estaba dispuesto a apoyar al zirí, conscientes de que, con ello, podían incurrir en la ira de Yúsuf y, por tanto, convertirse en su 43 siguiente objetivo. La marcha de Yúsuf y sus tropas hacia Granada fue un paseo que no encontró resistencia. Abd Allah intentó, en última instancia, enviar al líder norteafricano cierta cantidad de dinero y el sometimiento y obediencia a su autoridad. Recibió como respuesta el no para sus bienes. El rey aman (perdón) para él y su familia, pero granadino fue consciente de que estaba absolutamente solo, de que ninguno de sus soldados, comerciantes o súbditos estaba dispuesto a ayudarlo. Es por ello que entendió que no le quedaba otra salida que rendirse a Yúsuf y someterse a su destino. Tras dicha capitulación, los almorávides incautaron sus bienes y él fue deportado al Magreb con su familia. El siguiente taifa en caer bajo el dominio de Yúsuf y los suyos fue su hermano Tamīm, señor de Málaga, al que cargaron de cadenas y enviaron 44 también al norte de África. Y así fueron cayendo en manos almorávides las distintas taifas que, hasta ese momento, habían conformado el mosaico andalusí y, aunque algunas de ellas ofrecieron cierta resistencia ante los norteafricanos, a la postre no sirvió 45 para nada. Yúsuf había dispuesto cinco ejércitos para controlar otros tantos sectores de la geografía andalusí, lo que blindaba así cualquier posibilidad de injerencia cristiana en la campaña de conquista de al-Ándalus que estaba llevando a cabo. El encargado del sector levantino, el que le interesaba al Campeador, fue Muhammad ibn Aisa, sobrino de Yúsuf, que no tardó mucho tiempo en dominar la región de Murcia, aquella que se situaba en las fronteras meridionales del protectorado de Rodrigo Díaz. Precisamente, solo se libró del dominio almorávide durante los siguientes años aquel 46 Valencia que Rodrigo había convertido en propio. espacio en torno a Desde entonces, Ibn Aisa se convirtió en el principal quebradero de cabeza del Cid Campeador y le obligó, en ocasiones, a readaptarse y cambiar, lo que supuso un escollo que consiguió, en ciertos momentos, retrasar su dominio completo de Valencia. Ibn Aisa y sus aguerridos almorávides negra en el horizonte de Rodrigo. constituyeron, en adelante, una sombra NUEVAS DESAVENENCIAS ENTRE ALFONSO VI Y EL CAMPEADOR Esta nueva movilización almorávide en el sur de la Península motivó la respuesta armada de Alfonso VI. Para ello, el rey incluso había solicitado un impuesto consistía extraordinario en el pago a de sus súbditos, dos 47 infanzones como villanos. sueldos a por finales solar de marzo que de debían 1091, abonar que tanto Rodrigo, como ya hemos expuesto, se encontraba entonces asediando Liria sin descanso y en ese escenario es donde recibió los mensajes de la reina Constanza y de algunos de sus amigos cortesanos de Alfonso. Granada y sus alrededores ya habían caído en manos de Yúsuf y la voluntad del emperador era la de enfrentarse con ellos en campo abierto. En aquellas circunstancias, cualquier ayuda que pudiera recibir el monarca era bienvenida y fue por lo que la reina y sus amigos contactaron con el Campeador, para plantearle la posibilidad de recuperar el favor del rey si acudía con sus huestes en su auxilio. La Historia Roderici relata todo ello en los siguientes términos: En este lugar le llegaron cartas de la reina, esposa del rey Alfonso, y de sus amigos diciéndole que el rey Alfonso marchaba contra los sarracenos y que quería entablar combate con ellos, pues ya habían tomado Granada y sus alrededores. Esta sin duda era la causa por la que el rey iba a luchar contra ellos. Por medio de esta carta, le aconsejaron sus amigos que por ninguna causa ni demora dejase de dirigirse con rapidez al rey que iba con su ejército contra los sarracenos para ayudarle en aquella guerra, y que se incorporara con toda su hueste al ejército del rey para prestarle auxilio, asegurándole 48 que recuperaría en seguida la gracia y el amor del rey. A Rodrigo Díaz se le presentaba la inesperada posibilidad de recuperar el amor de su rey. Únicamente tenía que acudir raudo con su hueste para respaldarlo en la campaña que estaba organizando para frenar a los almorávides que avanzaban norteafricanos por el estaban sur. La situación consolidando era muy posiciones apremiante, importantes en porque los al-Ándalus. Pensaría Alfonso VI, además, que aquella podía ser una oportunidad única para cruzar armas con un ejército liderado por Yúsuf ibn Tašufín, el mismo que había conseguido humillarlo años atrás en la batalla de Zalaqa. Rodrigo no dudó y siguió los consejos de sus amigos y de la reina. Abandonó el asedio a la fortaleza de Liria, a pesar de que estaba a punto de conseguir la rendición de la plaza, bloqueada y casi claudicante como la tenía. Se desplazó en busca del rey y recorrió largas jornadas para no perder aquella nueva oportunidad de reconciliación, hasta que consiguió reunirse con él «cerca de Córdoba, en el lugar que se llama Martos». Alfonso, al tener noticia de la llegada de Rodrigo y de su ejército, salió a recibirlo «en paz con grandes 49 honores» y, desde allí, pusieron rumbo hacia Granada. A partir de ese punto, el relato de la Historia Roderici adquiere tintes un tanto extraños, casi surrealistas, pues narra un nuevo enfado del monarca hacia Rodrigo, motivado por un asunto que nos puede resultar algo trivial como es la elección de los lugares de acampada. Y es que, según la crónica, el soberano decidió asentar su real «en las montañas, en el lugar denominado Elvira». Rodrigo, por su parte, optó por acampar «en la llanura en un lugar que estaba delante del campamento del rey para protegerlo y vigilar por su seguridad». Esa cuestión incendió la envidia y la ira del emperador, que consideró una «injuria» y «afrenta» aquel comportamiento de Rodrigo: Esto molestó mucho al rey, quien, llevado por la envidia, dijo a los suyos: «Ved y considerad que clase de injuria y de afrenta nos hace Rodrigo. Llega hoy como si viniera cansado y fatigado de un largo camino, pero se nos adelanta y planta sus tiendas delante de nosotros». Casi todos los suyos, movidos también por la envidia, le dieron la razón al rey y, envidiosos, acusaron falsamente a Rodrigo 50 de audaz arrogancia delante del rey. Las mesnadas de Alfonso permanecieron en aquel lugar seis días, lapso durante el que Yúsuf y los suyos no osaron plantar cara al monarca cristiano, según la Historia , por haber huido de allí «atemorizado por el pavor que sentía hacia el rey». Este, al comprobar que había perdido una nueva oportunidad de 51 enfrentarse con Yúsuf y los almorávides, ordenó a los suyos retirarse a Toledo. Desde luego, uno de los objetivos primordiales de los norteafricanos, pues no olvidemos que, en buena medida, la caída de esa ciudad simbólica en manos de los cristianos había motivado su primera llegada, menos de un año después de la conquista cristiana de la ciudad del Tajo. En ese camino de regreso a Toledo persistieron las desavenencias entre Alfonso y Rodrigo. Narra la Historia que, al llegar a Úbeda, el Campeador ordenó a los suyos acampar junto al río. Allí mismo, Rodrigo volvió a ser el foco de las iras de Alfonso VI, el cual le recibió en su campamento «ásperamente con airadas y duras palabras y le echó en cara muchas faltas imaginarias» e «irritado violentamente con él, se encolerizó que planeó y quiso apresarlo». Rodrigo soportó aquel chaparrón como pudo, «pacientemente», pero cuando anocheció abandonó el campamento del monarca «no sin temor» y se refugió en el suyo. Entonces, «muchos de sus caballeros dejaron a Rodrigo y se pasaron al campamento del rey» y «abandonando a Rodrigo, su señor, 52 entraron al servicio del rey». La situación no podía pintar peor para Rodrigo. Algo debió de hacer, o quizá mejor decir, que enojó sobremanera a un Alfonso VI cuya paciencia ya había conseguido agotar su vasallo en otras ocasiones. Además, Rodrigo sufría una merma significativa en el resorte de su poder en Valencia, así como en su ejército, pues le abandonaban de su servicio ni más ni menos que caballeros, ese componente bélico que le otorgaba un plus de calidad a sus tropas en el escenario levantino. ¿Qué pudo ocurrir para que se desatara una vez más la ira del rey? No hay manera de saberlo con certeza, pero sí podemos suponer, al menos, dónde residiría la clave de la cólera regia, que no sería otra que la ciudad de Valencia, codiciada por ambos. Y es que Rodrigo había alcanzado en dicha región un grado de autonomía de acción como nunca antes había disfrutado. Aquella taifa, que se presuponía estaba tutelada por Alfonso VI y la gobernaba nominalmente al-Qádir, al que había impuesto el emperador leonés, en esos momentos, la administraba, facto de , Rodrigo Díaz y es posible que este reclamara a su monarca vía libre para erigirse en señor de Valencia. De hecho, había establecido ya los límites de su potencial señorío al acordar las fronteras septentrionales con Berenguer Ramón II y al-Mustaín de Zaragoza tras la batalla de Tévar; las meridionales habían quedado fijadas al término de las negociaciones con los herederos del fallecido príncipe de Lérida, Tortosa y Denia. Dentro de ese amplio territorio, Rodrigo había conseguido someter, además de al propio al-Qádir de Valencia, a los señores de Murviedro, Albarracín, Alpuente y a otra serie de gobernantes menores que dominaban fortalezas. Por si eso no era suficiente, había creado una estructura administrativa y tributaria gestionada por «mayordomos» musulmanes y judíos y por el obispo cristiano de la comunidad mozárabe valenciana, quienes eran defendidos, en ausencia del Campeador y su hueste, por contingentes musulmanes que permanecerían en la zona con el fin de asegurar los derechos cidianos. Al frente de toda esa estructura gubernamental en ausencia de Rodrigo figuraba «Abenalfarax» o Ibn al-Faray, una suerte de visir nombrado por el Campeador para la gestión del cobro de tributos y la 53 gobernanza de su señorío virtual valenciano. atribuye, además, la autoría de una Al propio Ibn al-Faray se le crónica desaparecida que ofrece informaciones pormenorizadas de los acontecimientos ocurridos en Valencia en esa época. Es factible suponer que Rodrigo bien pudo reclamar todo ese espacio para él, amparándose en aquella posible donación de territorios conquistados a los musulmanes que le habría hecho Alfonso VI cuando le concedió el perdón tras su primer destierro. Sin embargo, Alfonso quizá no contemplaba la taifa de Valencia como «territorios musulmanes», sino que entendía que aquello era un protectorado suyo, gobernado por un rey impuesto por él y en el que habían actuado como agentes protectores primero Álvar Fáñez, antes de la batalla de Zalaqa, y más tarde Rodrigo Díaz, una vez perdonado y reintegrado a su servicio. Asumiría, por ello, Alfonso que su vasallo estaba llevando demasiado lejos sus pretensiones soberanistas en Valencia y su territorio, un espacio que fue considerado propio por el emperador leonés. Tal vez el monarca propuso a Rodrigo volver a la misma situación en la que estaba cuando actuaba como su agente y puede que Rodrigo no lo aceptara, sobre todo después de haberse jugado la vida en la batalla de Tévar, donde había resultado herido de gravedad y donde había alcanzado acuerdos relevantes con Berenguer Ramón II y los taifas de Lérida y Zaragoza. Rodrigo quería más y así lo defendió ante un soberano nada dispuesto a concederle lo que demandaba. RODRIGO REGRESA A VALENCIA: HACIA LA CONSOLIDACIÓN DEL SEÑORÍO VIRTUAL Sea como fuere, Rodrigo y Alfonso, una vez más, se distanciaron de manera agria. Alfonso «muy enfurecido se marchó a Toledo con su ejército» y Rodrigo, por su parte, «se dirigió a Valencia por un difícil camino y allí permaneció bastantes días», es posible que pasando revista a la situación valenciana y comprobando cómo había evolucionado durante su ausencia motivada por el auxilio prestado momento, al Rodrigo rey se Alfonso dedicó al contra los almorávides. fortalecimiento y A partir de ese consolidación de sus fronteras, pues la mayor amenaza procedía del sur, de una región de Murcia que estaba siendo dominada por el comandante almorávide Ibn Aisa. Es por ello que el Campeador centró su atención en la reparación y fortificación de la abandonada fortaleza de Peña Cadiella, un nido de águilas situado en las escarpaduras de la sierra de Benicadell, formación montañosa que actúa como frontera natural entre las actuales provincias de Valencia y Alicante: En el lugar denominado Peña Cadiella fortificó un castillo, que habían destruido los sarracenos, con muchos y firmes edificios, lo rodeó por todas partes con un muro inexpugnable y lo reconstruyó firmemente. Protegió el mencionado castillo con una numerosa guarnición de caballeros y hombres de a pie y con toda clase de armas. Lo abasteció también abundantemente de gran cantidad de 54 pan, vino y ganados. El valor estratégico de Peña Cadiella era indudable. Estaba situada en una posición desde la cual se dominaban los dos principales caminos que comunicaban valencia con Denia y Murcia, el que discurría por la costa por 55 Denia y otro interior que pasaba por Alcoy y Játiva. Desde aquella atalaya se podían divisar los movimientos del enemigo almorávide cuando este atacase desde el sur. Dada esa relevancia estratégica, Rodrigo se esforzó en la reconstrucción de la fortaleza, empresa para la que contó con el servicio de maestros alarifes y obreros valencianos suministrados por al-Qádir, y puso al mando de aquel castillo a un caballero llamado Martín, que, en adelante, se 56 encargó de dominar cuantos castillos había alrededor de aquella posición. Cuando aquel bastión meridional, situado en el término municipal actual de Beniatjar, estuvo fortificado, abastecido y guarnecido Rodrigo puso rumbo al sector norte, a la zona de Morella. Necesitaba afianzar sus alianzas con alMustaín de Zaragoza y con Sancho Ramírez de Aragón. La necesidad de un acuerdo de ayuda mutua entre esas tres partes era más urgente que nunca, ya que los tres compartían un enemigo común almorávide que se hacía fuerte en el sur, que iba desmantelando y dominando los reinos de taifas y que avanzaba hacia el norte. Estaba claro que, en aquel escenario, tarde o temprano todos iban a necesitar de todos. En Morella celebró con solemnidad la Navidad del año 1091 y fue donde le visitó un individuo que le prometió entregarle de manera furtiva el castillo de Borja, próximo a Tudela. Al lugar marchó Rodrigo con sus tropas y allí recibió a un emisario del rey al-Mustaín que le transmitió la voluntad de su señor de reforzar las relaciones de paz porque se veía muy amenazado y presionado por el rey aragonés Sancho Ramírez. Se dirigió entonces con unos pocos de los suyos a la capital hudí y mantuvo al resto de su hueste acampada en las cercanías de Borja. Allí mismo, supo que lo que le había comunicado ese individuo acerca de la entrega del castillo de la localidad no era cierto, pero prefirió permanecer en las cercanías de Zaragoza, en espera de acontecimientos e informaciones. notables del voluntad y rey Entonces de amistad recibió Zaragoza, con su las noticias quienes rey». A le partir que esperaba, suplicaron de ahí, que portadas tuviera «Mustain y por «buena Rodrigo se 57 entrevistaron y firmaron entre ellos una firme paz». El hábil rey de Zaragoza, amenazado por los avances y la presión que estaba ejerciendo en sus fronteras el soberano aragonés Sancho Ramírez, necesitaba más que nunca del servicio de una mesnada potente, de un ejército del que, a todas luces, carecía. La contrastada hueste del Campeador sumó con esta nueva alianza sus fuerzas a al-Mustaín y no tardó en movilizarse para instalarse en la frontera situada entre la taifa de Zaragoza y el reino de Aragón, en Fraga, concretamente. Sancho Ramírez y su hijo Pedro movieron a sus efectivos al conocer la acción de los aliados del taifa hudí. Desde Gurrea, el lugar donde emisarios a asentaron Rodrigo sus para reales los establecer aragoneses, con él Sancho «amistad y Ramírez envió concordia». El Campeador los recibió con honores y buen semblante y comunicó a aquellos enviados que estaba interesado realmente en mantener con Sancho y Pedro «amistad y paz». La alianza «indisoluble» de «paz y amistad» entre Rodrigo Díaz y los reyes de Aragón quedó sellada: [Rodrigo] En seguida les envió también sus emisarios para que le comunicaran al rey y a su hijo estas palabras que mostraban sus deseos de alianza. Avistándose el rey Sancho, su hijo y Rodrigo, convinieron firmemente 58 indisolubles. entre ellos amistad y paz con lazos Parece que, en el transcurso de aquellas negociaciones, Rodrigo convenció a Sancho Ramírez y a su hijo Pedro de que firmasen la paz también con alMustaín de Zaragoza. Es posible que el argumento principal esgrimido por el Campeador fuese la necesidad común que todos tenían de hacer frente a la tormenta almorávide que se avecinaba y que ya estaba azotando al-Ándalus. Era el momento de mantenerse unidos ante aquella amenaza procedente del sur que podía arrasarlos a todos. No sorprende que tras aquellos días de conversaciones con los monarcas aragoneses Rodrigo fuera recibido de manera espléndida por al-Mustaín en su corte, en la que permaneció «rodeado de 59 honores bastantes días». corte zaragozana los Es posible que esa estancia de «bastantes días» en la aprovechara para incrementar su hueste, que había experimentado cierta merma por las últimas discusiones que había mantenido con Alfonso proporcionó VI durante también la campaña combatientes, al de Granada. menos Sancho cuarenta Ramírez caballeros le que marcharon con él hacia Valencia. A partir de este episodio, nos encontramos con una notable laguna en la narración de la Historia Roderici. No sabemos qué información pudo contener esa parte que no parece que se amputara con premeditación a finales del siglo XII, momento en el que se compone la versión de la crónica que ha llegado a nosotros. Las fuentes islámicas nos ayudan, en cierto modo, a cubrir ese vacío, unos acontecimientos esenciales para conocer la evolución de Rodrigo Díaz. Y es que mientras el Campeador negociaba paces con Aragón y Zaragoza en 1092, yendo y viniendo de Valencia a Zaragoza, reforzando sus huestes con contingentes islámicos de esa taifa y caballeros aragoneses, sucedieron hechos trascendentales que le obligaron a una continua readaptación, a verse obligado a veces a improvisar, a actuar con contundencia, a desplazarse muchos kilómetros para intervenir en otros frentes. El año 1092 constituye un punto de inflexión en la vida de Rodrigo, un periodo en el que aumentó su nómina de enemigos declarados contra los que tuvo que actuar con contundencia. También marcó el tránsito del Rodrigo Díaz gestor de un protectorado a un Campeador dedicado en cuerpo y alma a la actividad guerrera en la que hubo de emplearse con intensidad contra esos nuevos adversarios en Valencia y alrededores. Por una parte, los almorávides, como era de esperar, que consiguieron acceder a la ciudad durante una de sus múltiples ausencias, pues una facción valenciana sublevada que consiguió alzarse con el poder local les permitió la entrada. Por otra, es ni más ni menos que Alfonso VI el otro adversario con quien tuvo que vérselas Rodrigo a lo largo de 1092, ya que intentó conquistar Valencia mediante un asedio que apoyaban por mar escuadras de las repúblicas de Génova y Pisa. Rodrigo tuvo que asumir y afrontar esos nuevos retos, sortear o derribar esos recientes obstáculos que se interpusieron en el camino que debía conducirlo a convertirse en señor de Valencia. Desde entonces, se vio la cara más descarnada, brutal e intensa de un Campeador a quien las circunstancias obligaron a actuar con astucia, inteligencia y dureza. A lo largo de 1092, el Rodrigo administrador de un señorío virtual y comandante de una potente mesnada se transformó en general de un gran ejército que asedió Valencia. Ese nuevo Rodrigo había asumido que la única opción para lograr su objetivo iba a ser la insistencia y la persistencia y que si anhelaba convertirse en príncipe de Valencia tenía que controlar por completo su capital, para hacerse fuerte allí y resistir en adelante todas las tormentas que se podían desatar con facilidad sobre él. Notas 1 Vid. Poema de Mio Cid, 1976, 557-563. El campamento cidiano en Alcocer al que se refiere el Cantar ilustra a la perfección las medidas que distintos tratados militares medievales recomendaron para la ubicación y defensa de un campamento óptimo. La altura, el potencial defensivo y la disponibilidad de abastecimientos, en especial de agua, son las características más aludidas por dichos tratados. Ya desde la Antigüedad tardía el tratadista Flavio Vegecio planteaba esas recomendaciones al líder militar que quisiera montar un campamento bien dotado, vid. Vegecio, F. R.: Epitoma Rei Militaris, en Callejas Verdones, M.ª T., 1982, Libro I, Capítulo XXII, 162. Durante la Edad Media, algunos tratados se inspiraron en la obra de Vegecio para plantear consejos similares a los ofrecidos por el tratadista tardorromano: Alfonso X: Segunda Partida, Título XXIII, leyes XIX a XXI; Gil de Zamora, J., 1996, 201; Pseudo Aristóteles, 1957, 56. Acerca de la castrametación en el contexto castellano-leonés de los siglos XI al XIII, vid. García Fitz, F., 1998, 157-160. Acerca de Poyo del Campo y su relación con el Cid, vid. Almagro Bach, M., 1956, 613-630. 2 «Después que el rey volvió a Toledo, Rodrigo plantó su campamento en Elche. Allí celebró la Navidad». Vid. Historia Roderici, 36, 355. 3 Ibid. 4 Ibid., 356. 5 Ibid. 6 Ibid., 346. 7 Ibid., 356. 8 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 893. 9 Vid. Historia Roderici, 37, 356-357. 10 Ibid. 357. 11 Vid. Montaner Frutos, A., 1999, 353-383, p. 363. 12 Vid. Historia Roderici, 37, 357. 13 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 893, 562.. Hemos modernizado el castellano romance original de la fuente con el fin de facilitar la comprensión del texto. 14 Acerca del fascinante tema de la psicología y sociología del rumor, vid. Allport, G. W. y Postman, L., 1953; Shibutani, T.,1966. 15 Han sido varios los estudiosos que han defendido la autenticidad de esas cartas, como Menéndez Pidal, R., 1947, vol. 1, 379-381, vol. 2, 906-909; Falqué Rey, E., 1981, 123-133. Fletcher, R., 1999, 166 no habla de su posible autenticidad, pero las utiliza como fuente al estudiar ese acontecimiento. Martínez Díez (2000, 210), por su parte, también sostiene que esas cartas serían auténticas. Más recientemente, Francisco Bautista (15 de junio de 2013) ha defendido la autenticidad de esas cartas en un estudio profundo y bien documentado. En contra de la autenticidad de esas cartas se sitúan autores como Milija N. Pavlovic y Roger M. Walker, (1982, 43-45) y Montaner Frutos (2012, 269-298; 2006, 346-350). 16 17 Vid. Historia Roderici, 38, 357-358. Acerca de la génesis y evolución de las ideas caballerescas en los reinos de León y Castilla, vid. Porrinas González, D., 2015. 18 Vid. Historia Roderici, 39, 358-359. 19 Vid. Viguera Molins, M.ª J., 2000, 73. 20 Vid. Alvira Cabrer, M., 2002, 259. Para la cuestión de las creencias supersticiosas de los caballeros medievales de Castilla y León, vid. Martínez Ruiz, B., 1945, 159-167, así como Porrinas González, D., 2015, vol. I, 567-592, para el caso concreto de la creencia en agüeros de Rodrigo Díaz vid. 576-577. 21 «Tan pronto como Berenguer y todos los suyos escucharon esta carta, todos a una se llenaron de una inmensa ira. Después de celebrar consejo, enviaron inmediatamente por la noche algunos soldados para que subieran a escondidas y tomaran el monte que se elevaba sobre el campamento de Rodrigo, pensando atacarlo desde allí, invadirlo y tornar sus tiendas. Viniendo así de noche, ocuparon y tornaron aquel monte, sin que Rodrigo lo supiera». Vid. Historia Roderici, 40, 359. 22 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 895, 563-564. 23 Ibid., 564. 24 Ibid. 25 Vid. Historia Roderici, 40, 359-360. 26 Vid. García Fitz, F., op. cit., 353-366. 27 Acerca de las cuestiones de liderazgo guerrero y la importancia de la implicación personal del comandante en los combates, con alusiones concretas al ejemplo del Cid Campeador, vid. Porrinas González, D., 2015, vol. II, 242-251. 28 Vid. Historia Roderici, 40, p. 360. 29 Ibid. 30 Ibid., 361. 31 Vid. Porrinas González, D., 2008, 167-206 y 2015, vol. II, 265 y ss., así como Strickland, M., 1996, 34-46. 32 Vid. Historia Roderici, 42, 361. 33 Ibid. 34 «Entonces envió a Musta’in, rey de Zaragoza, algunos caballeros con cartas, los cuales le encontraron en Zaragoza y le entregaron la misiva que llevaban. En esta ciudad hallaron al conde Berenguer con sus nobles, sentado junto con el mencionado rey. En cuanto supo el conde que estos mensajeros eran caballeros de Rodrigo, permitió que se acercaran a él y en seguida les mandó y les encargó que llevaran este mensaje a Rodrigo, diciéndoles: “Saludad encarecidamente de mi parte a Rodrigo, mi amigo, y no dejéis de decirle que quiero ser un buen aliado y un socorro seguro en todas sus necesidades”», vid. Historia Roderici, 42, 361. 35 «Sus principales caballeros le dijeron: “¡Qué es esto? ¿Qué mal te hizo alguna vez el conde Berenguer para que ahora tú no quieras firmar la paz con él? Le tuviste en tu poder, vencido y dominado, encadenado y cautivo, y le quitaste enérgicamente todas sus posesiones y riquezas ¿y no quieres la paz con él? Pues no se lo pides a él, sino que es él quien te ruega firmar la paz contigo”. Finalmente hizo caso del consejo de sus nobles caballeros y prometió que firmaría la paz», vid. Historia Roderici, 42, 361. 36 Ibid. 37 Ibid. La Pascua de Resurrección de ese año cayó en la fecha de 13 de abril de 1091, vid. Martínez Díez, G., op. cit., 222. 38 Hemos adaptado la cita al castellano actual para facilitar la comprensión de la lectura. El pasaje original es el siguiente: «Et dessi tornosse essa ora el Çid Roy Diaz pora Valençia. Et dixo que ell apremiarie a quantos sennores en ell Andaluzia eran, de guisa que todos serien suyos; et que el rey Rodrigo que fuera sennor dell Andaluzia que non fuera de linnage de reys, et pero que rey fue et regno, et que assi regnarie ell et que serie el segundo rey Rodrigo», vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 895, 564. 39 Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 70; Porrinas González, D., 2019. 40 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 896, 565. 41 Ibid. 42 Vid. Bosch Vilá, J., 1990, 146-147. 43 Vid. Abd Allah, 1980, 261 y ss. 44 Ibid., 266-280. 45 Ibid., 280 y ss; Bosch Vilá, J., op. cit., 149 y ss. 46 Vid. Bosch Vilá, J., op. cit., 154. 47 Vid. Ruiz Asencio, J. M., 1990, 348-349, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 235. 48 Vid. Historia Roderici, 44, 362. 49 Ibid., 44 y 45, 362. 50 Ibid., 45, 362. 51 Ibid., 45, 362-363. 52 Ibid., 45, 363. 53 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 896, 564-566. 54 Vid. Historia Roderici, 46, 363. Acerca de esa fortaleza, vid. Navarro Oltra, V. C., 2002, 299329. 55 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 240. 56 Vid. Crónica de Veinte Reyes, 1991, 227; Martínez Díez, G., op. cit., 240. 57 Vid. Historia Roderici, 47, 363-364. 58 Ibid., 48, 364. 59 Ibid. __________________ * Abandono de Alcocer. Buenos agüeros. El Cid se asienta en el Poyo, sobre Monreal. Poema del Cid, según el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 46. 6 La conquista de Valencia Grandes son los gozos – que van por es logar quando mio Çid gañó a Valençia – e entró en la çibdad. Los que foron de pie – cavalleros se fazen; el oro e la plata, – ¿quién vos lo podrie contar? Todos eran ricos – quantos que allí ha. Mio Çid don Rodrigo – la quinta mandó tomar, en el aver monedado – treinta mil marcos le caen, e los otros averes – ¿quién los podrié contar? Alegre era el Campeador – con todos los que ha, quando su seña cabdal – sedié en somo del alcacer.* 1 092 fue para Rodrigo un año de cambios, de contratiempos, de retos. Pudo comprobar lo frágil que era su dominio de la región valenciana, que codiciaban los almorávides, pero también su propio rey. Y siguió desterrado, desvinculado, por tanto, de Alfonso VI, a quien no le ató ningún lazo feudovasallático en ese tiempo. Hacía unos meses que había dejado pasar una oportunidad para la reconciliación, durante la campaña andaluza en la que el Campeador había abandonado sus asuntos valencianos para unir fuerzas a las del emperador contra los almorávides. Al ser consciente de su soledad, Rodrigo buscó estrechar alianzas con el rey taifa de Zaragoza y con los soberanos de Aragón, Sancho Ramírez y su hijo Pedro, quien, este último, a pesar de ser aún infante, ya actuaba en algunas cuestiones como gobernante en el reino aragonés. En el transcurso de ese año, los almorávides siguieron consolidando su dominio en al-Ándalus y solo encontraron freno en su avance en el territorio valenciano dominado por el Campeador, como sostiene Jacinto Bosch Vilá, uno de los mayores expertos en el tema: La expansión almorávide en la Península se veía frenada por un poder fuerte que, sin jurisdicción fija, dominaba, no obstante, en la región oriental de al-Ándalus. Era el del Cid Campeador, don Rodrigo Díaz de Vivar, que, exiliado de Castilla, se había erigido en protector y casi señor de algunos pequeños reinos musulmanes del Levante. El Cid, de este modo, se adelantaba a los almorávides, estableciendo musulmanes una del especie de Levante, barrera entre los defensiva con almorávides y los mismos los reinos 1 cristianos. Rodrigo, también en ese año, permaneció algunas temporadas en la taifa de Zaragoza, un territorio que era lo más parecido a una retaguardia relativamente segura de la que disponer. Aunque controlaba algunos castillos en los alrededores de Valencia, así como el hecho de que tenía sometidos a tributo a algunos señores locales, no fue suficiente para lograr que se sintiera seguro y protegido en un territorio que aún le era hostil, y que lo fue todavía más cuando el gobierno valenciano cambió de titulares y dio entrada en la ciudad a una guarnición almorávide. Entonces, los depósitos y almacenes que con tanto afán había ido llenando en Valencia con el fruto de sus cabalgadas y extorsiones dejaron de estar disponibles para él y hubo de replantearse nuevas fórmulas para contar con emplazamientos en los que guardar a buen recaudo los beneficios de la guerra y la recaudación de tributos. ALFONSO VI ATACA VALENCIA Y RODRIGO DÍAZ, CASTILLA Pero, antes de que todo eso ocurriera, Rodrigo debió hacer frente a otro poderoso adversario, que no era otro que su propio rey, el emperador Alfonso VI, quien, en la primavera de 1092, armó un potente ejército para asediar Valencia. Fue en tal circunstancia cuando todo lo conseguido por Rodrigo en la región valenciana corrió el mayor peligro de desaparecer. Quizá se trataba de la materialización del encono que el monarca había mostrado hacia el vasallo meses atrás, cuando el Campeador había acudido a sumarse a las tropas imperiales en Martos para combatir a los almorávides en Granada. Ya hemos señalado que es más que posible que el motivo de aquel nuevo enfrentamiento y desencuentro entre señor y vasallo fuese la voluntad del primero por regresar a una situación anterior, la de un protectorado valenciano en la que él, Alfonso, sería el titular, y Rodrigo un mero agente suyo en la zona. A esas alturas, Rodrigo había realizado progresos en la zona, había ampliado el número de tributarios en la región y había alcanzado acuerdos de no agresión después de la batalla de Tévar con su principal rival cristiano, el conde barcelonés Berenguer Ramón II. Nunca antes había tenido Rodrigo el camino tan despejado para dominar Valencia y su entorno, como nunca antes Alfonso había sentido que podría perder aquel rico reino de manera irreversible. Pero, además, Alfonso tenía otros motivos para dominar Valencia con efectividad. Los almorávides avanzaban por el sudeste de la Península y habían fijado a esta, precisamente, como uno de sus objetivos prioritarios. Lo que el monarca hizo fue intentar controlar la ciudad para que constituyera una traba en aquel progreso almorávide que parecía imparable. Son autores musulmanes quienes nos proveen de la información acerca de aquel ataque de Alfonso VI a Valencia. En contraste, la Historia Roderici presenta en esa sección del relato una llamativa laguna. Es posible que, en torno a 1186, la fecha que propone Alberto Montaner para la composición del manuscrito de la crónica, los reelaboradores de un escrito más antiguo amputaran de manera premeditada esa parte de la historia. Aunque no sabemos qué motivos moverían a los montadores de esa versión que conocemos a prescindir de dicho fragmento. Alfonso VI no es, precisamente, un personaje bien valorado a lo largo de la crónica, como evidencian algunas percepciones peyorativas hacia él. El caso es que, de acuerdo con esos cronistas musulmanes que llenan el vacío informativo que deja la Historia, sabemos que, para asediar Valencia, el soberano buscó la alianza con el rey Sancho Ramírez de Aragón y con Berenguer Ramón II de Barcelona. Sin embargo, desconocemos hasta qué punto Sancho y Berenguer prestaron su apoyo al emperador, puesto que en un momento reciente habían establecido alianzas con Rodrigo y el hecho de sumarse a las tropas alfonsinas implicaría el incumplimiento de lo que habían pactado con el de Vivar. Donde sí acudieron las huestes de uno y otro fue a asediar Tortosa, ya que la operación que habían planteado entonces los cristianos tenía el doble objetivo de conquistar Valencia y Tortosa, con el apoyo naval de genoveses y pisanos. Por ello, quienes sí prestaron un apoyo fuerte y decidido a Alfonso fueron las repúblicas marinas de Génova y Pisa, con el envío de armadas para aislar Valencia por mar, mientras las mesnadas de Alfonso acometían el bloqueo terrestre. De esa forma, la ciudad del Turia quedó impermeabilizada y rodeada por tierra y por mar. Los intereses de Génova y Pisa eran evidentes en la región, pues, desde hacía décadas, competían con los musulmanes por el control de las rutas comerciales en el Mediterráneo occidental y puertos como Valencia y Tortosa les mercantil, dominio proporcionaban pues de las en ellos rutas una podían oportunidad fijar comerciales bases que de única para operaciones pretendían. Ibn su expansión estables para ūs al-Kardab el relata aquella acción en los siguientes términos: Entretanto Alfonso aligeró su corazón y reanimó su espíritu, entonces reclutó [tropas], acopió [provisiones], se preparó y salió dirigiéndose a sitiar Valencia y asediarla, después que hubo escrito a [los habitantes de] Génova y Pisa que viniesen a él por mar; como consecuencia, ellos llegaron en unas cuatrocientas velas. Acrecentóse, entonces, su deseo de tomarla [junto] con todas las costas de la Península, porque todos aquellos [que habitaban] en las costas le tenían miedo; pero Dios, ensalzado sea, metió la contradicción en sus palabras y permitió su desunión, y, así, sucedió que [Alfonso] 2 hubo de levantar el campo sin haber obtenido beneficio [alguno]. Es ese mismo cronista quien nos informa de la reacción de Rodrigo ante la embestida de su rey a una ciudad y a una región que ya consideraba propias. Si Alfonso se apoderaba de Valencia, Rodrigo tendría que renunciar entonces irremediablemente a su sueño. Pero eso era algo a lo que no estaba dispuesto y, por tanto, desplegó toda su astucia y su saña para golpear en el corazón del rey y en el de su propio reino: las tierras de Nájera y La Rioja, donde se hallaba, además, el señorío de su rival en la corte, el conde García Ordóñez, el «Crespo de Grañón», aquel a quien había derrotado, apresado y humillado en la batalla ūs de Cabra, hacía ya doce años. Vuelve el cronista musulmán al-Kardab a proporcionar información acerca de aquella respuesta armada del Campeador, que ansiaba apartar a toda costa a Alfonso de Valencia «porque la consideraba de su propiedad»: Cuando Alfonso bajó contra Valencia, el Campeador se enojó y montó en cólera, entonces reclutó y reunió [tropas], porque la consideraba de su propiedad y Al-Qadir en ella su lugarteniente āmil], c [ puesto que no tenía fuerza ni poder para su defensa, entonces fue en ausencia de él (Alfonso) a Castilla, incendiando y devastando, y fue esa la más poderosa de las causas en la dispersión 3 de aquella multitud de Valencia. Es en ese momento preciso cuando la Historia Roderici retoma el relato de la vida de Rodrigo Díaz. Lo había detenido durante su estancia en la corte de Zaragoza, «rodeado de grandes honores» y donde permaneció bastantes días, creemos que para ampliar su número de hombres con contingentes islámicos de aquella taifa. ¿Aprovecharía Alfonso la ausencia de Rodrigo en Valencia para atacar? ¿Sería el movimiento de Alfonso lo que provocó el repliegue de Rodrigo y su estancia en Zaragoza en espera de acontecimientos? Lo ignoramos, pero lo que sí parece claro es que Rodrigo se valió de Zaragoza como base o plataforma 4 para asaltar comarcas riojanas con una intensidad y furia inauditas. autor de la Historia biografiado y empleo epítetos de nos Roderici presenta un censura y cuadro condenatorios a critica el apocalíptico un El propio comportamiento en Campeador al el que que incide siempre de en su el había elogiado. Aquella campaña lanzada por Rodrigo contra La Rioja debió de ser verdaderamente intensa, devastadora y sangrienta: Entonces, después de valeroso ataque, tomó Alberite y Logroño. Se hizo con gran botín que provocó desconsuelo y lágrimas, y cruelmente sin misericordia alguna incendió todas aquellas tierras arrasándolas por completo de la manera más dura e impía. Devastó y destruyó toda aquella región llevando a cabo feroz e inhumano pillaje y la despojó de todos sus tesoros y riquezas y de todo su botín que pasó a su poder. Tras alejarse de aquel lugar, llegó con un gran ejército al castillo llamado de Alfaro, 5 valerosamente, y enseguida lo tomó. contra el que luchó Figura 29: Escena del Tapiz de Bayeaux, tejido entre 1066 y 1077 en Normandía para conmemorar la conquista de Inglaterra por parte del duque Guillermo el Bastardo. Dos soldados normandos incendian una vivienda de la que huyen una mujer y un niño, en una vívida muestra de que tan cruel era la guerra entre cristianos como entre seguidores de la fe de Cristo y musulmanes. «provocó desconsuelo y lágrimas», «cruelmente sin misericordia», «de la manera más dura e impía», «[…] feroz e inhumano pillaje»… Estas construcciones que emplea el cronista para describir las acciones de Rodrigo llaman la atención por su dureza y también porque son únicas a lo largo de toda una narración colmada de elogios hacia su figura. ¿Es acaso sensibilidad cristiana herida? ¿Vínculos con la zona atacada? ¿Empatía hacia una población 6 civil atacada de manera encendida por el Campeador? No podemos conocer los motivos de ese cambio de tono en el desarrollo argumental de la Historia , pero lo cierto es que Alfonso VI levantó el bloqueo al que tenía sometida a Valencia. No sabemos si la retirada del rey se produjo por aquella cabalgada lanzada por Rodrigo contra tierras de su reino o, como expone otra fuente, 7 porque le faltó el abastecimiento a su hueste. motivaran el repliegue de Alfonso. Puede que incluso ambas causas Mientras tanto, Rodrigo permanecía en tierras de La Rioja, aquellas que había arrasado y esquilmado y que pertenecían a su adversario, García Ordóñez. Fue en el castillo de Alfaro, recién tomado, donde, precisamente, fueron a visitarlo emisarios del conde Ordóñez y sus parientes, quienes le instaron a permanecer en el lugar durante siete días porque su señor estaba dispuesto a acudir allí para enfrentarse con él en una batalla. Rodrigo respondió de manera afirmativa y aseguró al emisario que no se movería del castillo en el tiempo establecido, así como que lucharía gustoso contra el conde 8 y los suyos. García Ordóñez tenía sobrados motivos para estar tremendamente enojado y dolido. Rodrigo Díaz, el mismo que le había humillado en Cabra en 1079 volvía a cubrirlo de vergüenza, en esta ocasión, al reducir a cenizas parte de sus dominios y sembrando de muerte y destrucción las tierras que habitaban sus hombres y mujeres. El deber de todo señor hacia sus súbditos y vasallos era protegerlos, defenderlos, enfrentarse contra todo aquel que los atacara o violentara. Ordóñez, que es posible que se encontrara sirviendo a Alfonso VI en la campaña de Valencia, había fallado, como su propio rey, en aquella obligación de velar por los suyos y, por ello, reunió una tropa de vasallos y parientes para dirigirse hacia el lugar donde se encontraba Rodrigo. No es difícil entender el grado de irritación que tendría un conde que, no obstante, al final declinó el reto de enfrentarse en campo abierto con quien años atrás ya le había derrotado, quien, ya por entonces, era célebre por su capacidad para imponerse a sus adversarios en el peligroso escenario del campo de batalla. La Historia relata así ese impulso y retraimiento de García Ordóñez: El conde García Ordóñez reunió a todos sus parientes y a todos los poderosos territorio nobles y príncipes comprendido desde que la dominaban ciudad en llamada todo Zamora aquel hasta Pamplona. Después de reunir un inmenso e innumerable ejército de caballeros e infantes, el mencionado conde llegó con tal hueste al lugar conocido por el nombre de Alberite. Pero en cuanto llegó, sintiendo pánico y temiendo sobremanera entablar combate con Rodrigo, aterrado se volvió sin vacilación con su ejército desde este lugar a su tierra. Pero el conde no asumió el reto y es normal que no lo hiciera. Dada su situación, era mucho lo que podía perder y relativamente poco lo que ganar. El daño ya estaba hecho y, aunque derrotase a Rodrigo, eso no iba a devolver la vida a los inocentes que habían muerto en la cabalgada cidiana, los campos no florecerían y el oprobio sufrido no se olvidaría. Así, ordenó volver grupas. 9 Rodrigo permaneció inmutable en el lugar acordado. Había vuelto a triunfar y, con aquella acción, había confirmado la inquina personal que le provocaba García Ordóñez. El autor de la Historia plantea que, en realidad, ese fue el verdadero motivo que había llevado a Rodrigo a lanzar aquella cabalgada devastadora, una cuestión de «enemistad» hacia el conde Ordóñez. En la época, la inimicitia, la enemistad, no era una cuestión menor, sino un sentimiento de odio profundo y visceral sustentado en el agravio sufrido, en un rencor enconado que llamaba a la venganza. Puede que Rodrigo culpara a Ordóñez del tratamiento que Alfonso VI había dado a su persona, porque el conde era uno de los confianza. 10 vasallos principales del emperador, uno de sus hombres de La argumentación de la Historia es simplista, pero merece que la reproduzcamos: En Calahorra y en toda la región que Rodrigo había saqueado dominaba el conde García, enemigo de Rodrigo, en nombre del rey Alfonso. Entonces por la enemistad que sentía hacia el conde y para deshonrarlo Rodrigo incendió aquellas tierras objetivos que y las devastó, 11 asolándolas casi por completo. Rodrigo había conseguido los perseguía con aquella campaña aniquiladora contra tierras riojanas. Había logrado apartar a Alfonso VI de Valencia y, de paso, había humillado, una vez más, a su «enemigo», García Ordóñez. Mas los sobresaltos no habían terminado ahí, en aquel intenso año de 1092. Tras el relato de la cabalgada contra tierras de La Rioja, la Historia Roderici vuelve a mostrar una nueva laguna argumental que interrumpe su discurso de manera abrupta. Retoma la narración situando al protagonista de nuevo en la corte de Zaragoza, la misma que había abandonado, es posible que con un ejército nutrido de efectivos musulmanes, a arrasar las tierras de García Ordóñez. Nos muestra el cronista a un Rodrigo rodeado de honores en Zaragoza, establecido allí por un tiempo y vendimiando 12 viñas que no pertenecían a al-Mustaín para su propio provecho. Fue camino de Valencia cuando tuvo noticia de que los almorávides habían conseguido entrar en la ciudad. Supuso un auténtico mazazo para el Campeador. Ocupado en otros asuntos que lo apremiaban, se había ausentado de su señorío virtual valenciano y los enemigos de al-Qádir y los propios 13 norteafricanos habían aprovechado la ocasión para dominar Valencia. Había intentado hecho proteger su dominio en construcción, pero eso le había desandar un trecho considerable, pues aquello cambiaba el orden que había establecido. Desde ese momento, Rodrigo debió jugar a una especie de todo o nada. RODRIGO PIERDE VALENCIA, LOS ALMORÁVIDES ENTRAN EN LA CIUDAD Y ALQÁDIR ES ASESINADO. UN ORDEN NUEVO CONTRA EL QUE LUCHAR Durante las faltas de Rodrigo, fueron muchas las cosas que cambiaron en Valencia. Quizá la ausencia más importante fue aquella que el cronista Ibn Idari, basándose en la crónica del contemporáneo Ibn Alqama, sitúa entre principios de septiembre y principios de octubre de 1092. Ese mismo cronista retrata, con trazos breves y concisos, la situación en la que se encontraba Valencia, sometida al Campeador, y donde al-Qádir, presunto gobernante, no contaba con más fuerza que aquella que le otorgaba Rodrigo, el cual disponía de una suerte de retaguardia en la taifa de Zaragoza de donde le proveían de abastecimientos y puede que también de tropas. Al-Mustaín no renunció a su aspiración de dominar Valencia y entendió que aquel que podría concedérsela sería, precisamente, Rodrigo. Tal vez el Campeador estaba jugando con el taifa de Zaragoza una partida ambigua, por un lado, al prometerle, quizá, el dominio de la ciudad del Turia a cambio de ejercer allí un tipo de gobernanza en su nombre; y, por otro, reclamarle los efectivos y recursos necesarios para conseguirlo. Rodrigo iba a seguir su propia hoja de ruta y se iba a aprovechar todo lo posible de contingentes y capitales proporcionados por el príncipe hudí. Ibn Idari relata, pues, transmitiendo la narración coetánea de Ibn Alqama, que: El tirano Rodrigo, Kambiyatūr), sobre ella. el cristiano, llamado el (al- Campeador tenía agarrada por el cuello a Valencia, haciendo alto Impuso tributo a su población, expoliando ciudad y ā campo. Debilitado se hallaba su despreciable rey [al-Q dir] […], que mantenía próximo [al Campeador], para ser respetado gracias a él, pero éste le tenía acosado y el maldito le depuso, aunque siguió hasta que Dios dispuso la muerte que le tenía decretada. También el señor de Zaragoza, Ibn ū H d, enviaba provisiones a Rodrigo y a sus compañeros cristianos, ayudándole con anticipos y dirigiendo algaras a diestro y siniestro, de lo cual resultó lo que más adelante su ausencia 14 mencionaremos. La ciudad sometida administradores, conocemos por a por quienes otras Rodrigo Ibn Idari versiones la no dirigían pone posteriores en nombres, de la pero crónica sus a quienes del testigo contemporáneo Ibn Alqama. Lo que sí nos muestra Ibn Idari es esa ventana de oportunidad que se le abrió a la facción contraria a al-Qádir, nutrida por un grupo de notables valencianos que se valieron de esa última falta del Campeador para asestar un golpe de mano y hacerse con el gobierno de la ciudad. Ese lapso, como decíamos más arriba, debemos situarlo en el mes de septiembre del año 15 1092. Fue entonces, si no antes, cuando un ala de Valencia, encabezada por el cadí Ibn Yahhaf, el magistrado Ibn Wáyib y otras eminencias, se puso en contacto con el comandante almorávide, el cual, entre finales del año 1091 y principios de 1092, había conseguido dominar Murcia y tomar la fortaleza cristiana de Aledo y que, con posterioridad, había seguido progresando y había incorporado a sus dominios núcleos importantes como 16 Denia, Játiva y Alcira. Figura 30: Relieve del del monasterio de San Juan de la Peña (Huesca) que representa un castillo o el acceso fortificado a una ciudad. Obsérvese el arco de herradura de la puerta y las almenas que coronan la muralla. Siglos XI-XII. Ibn Aisa envió a Valencia una pequeña hueste comandada por Ibn Nasr. Entonces, los partidarios de al-Qádir decidieron poner a buen recaudo a sus familiares y pertenencias en castillos de los alrededores. Parecía claro que, con las últimas noticias, Valencia se había convertido en una ciudad insegura. El propio al-Qádir trasladó a algunos de sus familiares a los castillos de Segorbe y Olocau, gobernados por dos de sus caídes, Ibn Yasin e Ibn Hudayda. Los hombres que tenía Rodrigo en Valencia también abandonaron la ciudad y lo mismo hizo al-Qádir, a quien, no obstante, mandó buscar el cadí Ibn Yahhaf, el nuevo hombre fuerte en Valencia: De inmediato, huyeron los hombres de Rodrigo, de entre los cristianos que estaban en ella. El cadí y los alfaquíes salieron al Ā’iša, y le introdujeron en la ciudad, de donde escapó también al-Qādir, hacia una casa mísera, pero Ibn Ŷahhāf lo hizo buscar, hasta que fue encontrado la noche encuentro de Ibn Nasr, enviado por Ibn c del viernes, 7 días antes del fin de ramadán / 28 de octubre de 17 1092. ¿Quiénes eran esos hombres del Campeador que huyeron de Valencia cuando llegaron los almorávides? El más importante de ellos era Ibn al-Faray, Abenalfarax en los escritos romances, vid. ( Capítulo 5) que ejercía como «mayordomo» de Rodrigo en Valencia, un alguacil encargado de gestionar el cobro de los tributos que se le debían a su señor. Por tal actividad era un personaje bastante impopular en Valencia y odiado, en especial, por la facción proalmorávide encabezada por Ibn Yahhaf. Cuando Rodrigo se ausentaba, dejaba una guarnición de guerreros cristianos para defender sus intereses, así como un obispo cristiano que había sido designado por Alfonso VI. Reforzó, además, a dichos guerreros con cuarenta caballeros aragoneses de los que se encargaba un «mandadero» del rey de Aragón, Sancho Ramírez. Fue precisamente Abenalfarax quien ayudó a al-Qádir a desalojar a sus familiares de Valencia y a enviar sus tesoros a los castillos de Segorbe y Olocau, para lo que utilizó numerosas bestias de carga. Ambos, Abenalfarax y al-Qádir decidieron reforzar la defensa del alcázar valenciano con peones y ballesteros y rápidamente enviaron mensajeros a Rodrigo, que se encontraba en Zaragoza, para notificarle las inquietantes novedades que se estaban produciendo en Valencia. Todos estos movimientos y agitaciones se prolongaron durante veinte 18 días. La hueste almorávide enviada por el comandante Ibn Aisa era, en realidad, poco numerosa, apenas de veinte hombres. Otros veinte caballeros proporcionados por el tenente del castillo de Alcira se sumaron, disfrazados de almorávides, a esa exigua tropa norteafricana que se dirigía a Valencia. Abenalfarax y al-Qádir habían reaccionado de forma adecuada ante las noticias que les llegaban; habían cerrado todas las puertas de la ciudad y situado en las murallas a peones y ballesteros. Pero el fuego de la insurgencia provocado y propagado por el cadí Ibn Yahhaf generó los efectos deseados y un grupo de insurgentes valencianos facilitó a los almorávides la entrada en la ciudad, para lo que prendieron fuego a alguna de sus puertas y les lanzaron sogas desde ciertos puntos de la muralla para que pudieran escalar y acceder al interior, 19 donde los acogieron y protegieron. Al-Qádir era consciente de que su vida corría un grave peligro. Sus enemigos habían triunfado y la clave de su éxito había sido, precisamente, la insurgencia que había organizado y logrado consolidar la facción contraria a su gobierno, tutelado por Rodrigo Díaz. Consiguió escapar del alcázar disfrazado de mujer y refugiarse en una casa donde, previamente, había ocultado a su harén. Mientras, los insurgentes valencianos habían logrado introducir en el alcázar de Valencia a Ibn Nasr, caudillo del contingente almorávide. La facción triunfante se lanzó entonces al saqueo de las casas de los partidarios de al-Qádir y asaltaron a quienes custodiaban puntos relevantes en la defensa de la ciudad. En el transcurso de esas acciones mataron a un cristiano que custodiaba una de las puertas y a un musulmán de Santa María de Albarracín que defendía una de 20 las torres de la muralla. Ibn Yahhaf tenía todo planeado, sabía a quiénes tenía que interceptar. Consiguió apresar al mayordomo de Rodrigo, Abenalfarax, pero le causó un considerable enojo comprobar que ese reo gozaba del apoyo y respaldo de una parte de la población valenciana, porque procedía de una buena familia de caídes, «hombres sabios y muy ricos». Centró entonces todos sus esfuerzos en localizar a al-Qádir, un extranjero que carecía de redes familiares y clientelares en la ciudad y de quien le constaba, asimismo, que había huido con un valioso tesoro, un aljófar único que no se podía encontrar en ninguna otra parte, además de muchos rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas, así como una arqueta llena de oro y de todas esas otras riquezas. Se decía, incluso, que alQádir poseía entre sus bienes una sarta de piedras preciosas y de aljófares como nunca un rey había tenido y que, al parecer, había pertenecido ni más ni menos que a Zobayda, esposa del gran Harún al-Rashid, antiguo califa de Bagdad. Todo ello incendió y excitó la codicia de Ibn Yahhaf, por lo que, una vez capturado el monarca, dispuso guardas día y noche para que observaran todos los posibles movimientos del cautivo. Ordenó a los suyos asesinarlo de noche, y así se hizo. Cuando se hizo la oscuridad, los hombres de Ibn Yahhaf decapitaron a al-Qádir, arrojaron la cabeza a una ciénaga cercana a la casa donde se había refugiado y se apoderaron de su extraordinario tesoro. A la mañana siguiente, el cuerpo decapitado del rey fue llevado fuera de la ciudad envuelto en una manta vieja y arrojado a una fosa en la que descansaban los camellos, donde le enterraron sin mortaja, como si se tratase de un hombre 21 vil. Ibn Idari, valiéndose de crónicas del tiempo de los sucesos narrados, proporciona trataba de incluso un joven la identidad del perteneciente a individuo los que Banu asesinó al-Hadidi, a al-Qádir; procedentes se de 22 Toledo. A partir de ese momento, Ibn Yahhaf empezó a comportarse y a actuar como un auténtico rey y ordenaba guarnecer y proteger sus propiedades con guardas. Se rodeó de un grupo de fieles y de escribanos de su confianza para que redactaran sus cartas. Cabalgaba por la ciudad en compañía de caballeros y «monteros» que configuraban 23 multitudes que lo aclamaban. su guardia personal y se daba baños de Ibn Idari relata que el cadí adoptó «actitudes soberanas» al articular un ejército regular a cuyos integrantes asignó pagas. Mostraba la «arrogancia de los arráeces» y la «altivez de los reyes», «celebraba consejos rodeado de visires, alfaquíes y dignatarios, con servidores ante él, y cuando salía a caballo, le precedían servidores y lanceros y le seguían 24 soldados, y sus paniaguados salían a su encuentro con invocaciones y loas». los Las noticias de esas acciones llegaron al Campeador. Las portaban los sirvientes y eunucos («castrados») que habían conseguido escapar y refugiarse en el castillo de Juballa, acompañados por un primo de Abenalfarax, el mayordomo de Rodrigo, apresado por Ibn Yahhaf. Aquel castillo, por entonces, estaba en manos de un hombre que procedía de la taifa de Albarracín y los refugiados fueron recibidos por un judío que actuaba allí como almojarife. Un grupo de los fieles de al-Qádir que consiguió escapar se dirigió hacia Zaragoza y relató al Campeador todo lo que había sucedido en Valencia durante su 25 ausencia. RODRIGO DÍAZ CONTRA VALENCIA Rodrigo reaccionó ante aquellas nuevas dirigiéndose de inmediato hacia Juballa, el castillo donde, como acabamos de mencionar, se había refugiado una parte de sus seguidores. Puso cerco a la fortaleza, situada, recordemos, a unos 15 kilómetros de Valencia en línea recta. Allí, se le unieron todos aquellos que habían apoyado al rey al-Qádir, pues le habían prometido que le servirían hasta la muerte. Al fin y al cabo, eran los damnificados principales de la sublevación de Ibn Yahhaf y de sus partidarios almoravidistas. Afirma la Historia Roderici que, de no haber actuado el Cid con tanta presteza, aquellos «pueblos bárbaros hubieran ocupado toda la Hispania hasta 26 Zaragoza y Lérida, y la hubiesen sometido totalmente a los almorávides». Desde esa posición de Juballa, Rodrigo envió una agria carta al cadí Ibn Yahhaf en la que le reprochaba la manera de haber acabado con la vida de al-Qádir, su rey, y el enterramiento indigno que le había dado. Al final de la misma le demandaba el «pan», entiéndase cereal y otros suministros, que había dejado en Valencia en su «almacén». El cadí valenciano no tardó en responderle que ese cereal había sido robado en su totalidad mientras se producían los disturbios que había sufrido Valencia y que, en consecuencia, había desaparecido. Le comunicaba, además, que la ciudad pertenecía ahora al señor de los almorávides y que él no era más que un mero intermediario. Eso último no era cierto, pero así quería presentarse Ibn Yahhaf ante el Campeador, como un 27 interlocutor entre Rodrigo y el señor de los almorávides. La respuesta enojó sobremanera al Cid y, por ello, volvió a enviar otra carta a Ibn Yahhaf, esta vez cargada de amenazas, en la que le juraba que no descansaría hasta causarle cuanto mal pudiera y hasta que consiguiera vengar la muerte del monarca de 28 Valencia. No debía contar Rodrigo con el contratiempo de la desaparición de sus víveres almacenados en Valencia, necesarios para el abastecimiento de sus huestes. Es por ello que, tras el envío de la última misiva a Ibn Yahhaf, despachó emisarios a los castillos de los alrededores con la orden de que le entregaran suministros para su contingente y amenazaba con expulsar de sus lugares a todo aquel que se negara a su mandato o se demorase en cumplirlo. Nadie le llevó la contraria salvo Aboeça Abenlupón, el señor de Murviedro, quien, al verse ante la deshonra si se plegaba a las órdenes del Campeador, decidió entregar sus castillos al señor de Albarracín. Entre la muerte y el deshonor, Abenlupón eligió una tercera vía, la de lavarse las manos con la 29 entrega de sus fortalezas a un tercero. Todos muerte de Valencia, estos acontecimientos al-Qádir. un nuevo En ese poder sucedieron lapso, se Rodrigo había veintiséis había instalado en días después perdido ella y el sus de control la de provisiones almacenadas habían desaparecido. No tenía en la zona otra cosa que tributarios que permanecían bajo su dominio y una reputación de no andarse con contemplaciones. Tal vez fue esa fama de implacable la razón por la que no tardó en recibir la visita de Abd al-Málik ibn Razin, señor de Santa María de Albarracín, un príncipe, ya anciano, que gobernaba aquella taifa montañosa y estratégica. Lo encontró en el asedio a Juballa y llegó con él a un acuerdo: se comprometía a dejar que Rodrigo vendiese y comprase en sus castillos, así como a entregarle suministros, a cambio de que el Campeador no atacase sus tierras o sus castillos y de que no le hiciese la guerra. Con ello, esos castillos en los que Ibn Razin le permitiría comerciar y almacenar los frutos de la guerra de rapiña eran lo más parecido a una base de operaciones en la zona con la que Rodrigo podía contar. Para que el acuerdo fuese firme y estable se firmaron 30 cartas entre ambos. A partir de entonces, resuelto el problema de intendencia que debía de preocuparlo, Rodrigo intensificó su acción guerrera contra los alrededores de Valencia. Ni de día ni de noche cesaban sus escuadrones de lanzar cabalgadas a diestro y siniestro, de robar y apresar, aunque el Campeador ordenaba respetar la vida de los labradores, pues resultaban imprescindibles para el sustento de su hueste: Enviaba el Cid sus algaras que corriesen a Valencia dos veces al día, unos por la mañana y otros por la noche, y robaban los ganados y apresaban a cuantos hallaban, salvo a los labradores, porque el Cid había ordenado jurar a los suyos, caballeros, adalides y almocadenes, que no harían mal alguno a los labradores, sino que les halagarían y animarían para que continuaran con su trabajo, de tal forma que cuando fuese 31 alimentarse. la época de recoger la cosecha tendrían con qué Mientras perentorio tanto, para él Rodrigo disponer seguía de una manteniendo base de Juballa operaciones bajo asedio. estable Era cercana a Valencia y aquella fortaleza reunía las características necesarias para convertirse en su cuartel general. Había conseguido impermeabilizarla por completo y bloquearla, así como impedir las entradas y salidas. De momento, tenía garantizado el abastecimiento de los suyos gracias a las ganancias obtenidas en las operaciones de saqueo que habían desplegado en torno a Valencia, y que se trasladaban al campamento de asedio de Juballa; los excedentes se enviaban a Murviedro para venderlos. De esa forma, Rodrigo se aseguraba el 32 mantenimiento de su hueste. En el interior de Valencia, Ibn Yahhaf, por su parte, alimentaba a sus tropas, unos 300 hombres entre valencianos, almorávides y gentes de Denia, con los productos que Rodrigo había almacenado con anterioridad. Mantenía al alcaide de los almorávides al margen de sus decisiones y manejos, algo que molestaba a una familia noble, los hijos de Abuegib (Ibn Wáyib), quienes se unieron a los almorávides en contra de Ibn Yahhaf. Se observaban con recelo, la situación era tensa. De forma esporádica, esos caballeros asalariados de Ibn Yahhaf emprendían salidas contra los hombres del Cid y mataban a bastantes de estos, por lo que, en consecuencia, se daban situaciones de llanto y duelo en 33 el interior de Valencia. Rodrigo seguía esquilmando sin cesar las 34 cabalgadas que lanzaba mañana, tarde y noche. tierras valencianas con En una de ellas, consiguió capturar al alcaide de Alcalá y le torturó hasta que consiguió arrancarle los 10 000 maravedíes que le reclamaba por su libertad. También logró que ese cautivo le entregara las casas que poseía dentro de la ciudad, llamadas «casas de Ayaya», de tal forma que si Valencia caía en sus manos, pasarían a ser de su 35 propiedad. Las luchas alcanzaban, pues, una alta intensidad en las cercanías de la ciudad y la mayor obsesión de Rodrigo era la presencia de la guarnición almorávide en su interior. Centraba sus esfuerzos en expulsar a los norteafricanos de allí, ya que era consciente de que habían establecido una cabeza de puente, lo que incrementaba de forma exponencial las posibilidades de que Valencia fuese, en el futuro, dominada por ellos por completo y de que la integraran en un imperio que no dejaba de extenderse por la península ibérica. Si eso ocurría, el Cid tendría que renunciar a sus aspiraciones de convertirse en señor de Valencia, pues sabía que no era lo mismo enfrentarse y negociar con andalusíes que hacerlo con aquellos guerreros rudos y fanáticos procedentes del Magreb. Cuando el Campeador supo de la rivalidad existente entre Ibn Yahhaf y la coalición formada por los hijos de Abuegib y los almorávides, decidió explotar esas hostilidades entre facciones para su propio provecho. Vio en ello una posibilidad para que los norteafricanos fueran expulsados de Valencia y, por tanto, buscó la manera de atraerse a Ibn Yahhaf. Para conseguirlo, contacto con él y le propuso convertirle en el verdadero señor de Valencia, de la misma forma que lo había sido al-Qádir, a cambio de que expulsara a los almorávides de la ciudad. Si esa condición se cumplía, Ibn Yahhaf sería el rey de Valencia y contaría con la ayuda de Rodrigo para mantenerse en el trono, del mismo modo que había hecho con al-Qádir. Un testigo de la época lo refiere en los siguientes términos: Concibió esperanzas el Campeador de sacar a los almorávides de Valencia. Ibn Ŷahhāf les consideraba una carga, y, aunque se servía de ellos, ellos se lo notaron. El Campeador propuso entonces a Ibn Ŷahhāf que los expulsara, que él seguiría ocupando la realeza, y que ī con él desempeñaría el mismo papel que tuvo con Ibn D protegiendo su territorio y combatiendo por él. E [Ibn ū l-N n, Ŷahhāf ] esto 36 apetecía. Rodrigo estaba convencido de que esa proposición iba a despertar la ambición del cadí, como así fue. Ibn Yahhaf pidió consejo acerca de ese negocio a Ibn al-Faray, el mayordomo musulmán del Campeador, a quien seguía manteniendo encarcelado y quien no dudó en asegurarle que lo que más le convenía en aquellos momentos era buscar el amor de su señor Rodrigo. Empezó entonces Ibn Yahhaf a menguar la despensa que daba a los almorávides, con el argumento de que no podía entregarles más de cuanto les daba. El alcaide de Denia, por su parte, enviaba cartas a Ibn Yahhaf para solicitarle riquezas que enviar más allá del mar a Yúsuf, emir de los almorávides, para que este pudiera organizar un gran ejército con el que acudir 37 a Valencia y expulsar de sus inmediaciones al Campeador. Ibn Yahhaf hizo acopio de riquezas y las ocultó para hacérselas llegar a Yúsuf a través de mensajeros. Esos emisarios eran hombres ilustres de Valencia y con ellos envió también a Ibn al-Faray. Salieron todos de Valencia con mucho sigilo, procurando que el Campeador no los descubriera. Pero Ibn al-Faray buscó la forma riquezas de de que manera Rodrigo encubierta supiera al que emir de Ibn los Yahhaf estaba almorávides. enviando Cuando el Campeador tuvo noticia de tal cosa, envió a algunos de sus caballeros a seguir el rastro de los emisarios de Ibn Yahhaf para que les arrebataran todo cuanto transportaban. Agradeció en gran medida a Ibn al-Faray aquel servicio prestado 38 y le prometió bienes y mercedes en el futuro. Por las mismas fechas, el alcaide de Juballa rindió la fortaleza a Rodrigo, el cual, tras dejar allí a su propio alcaide, se dirigió a Valencia con el grueso de su mesnada hasta la aldea de Derramada, donde ordenó quemar todas las viviendas que fuesen propiedad de Ibn Yahhaf y su familia. Mandó, además, prender fuego a los molinos y los barcos que estaban fondeados en el río y segar las cosechas para su beneficio. Rodeó la localidad por todas partes y derribó cuantas torres y casas albergaba y ordenó, asimismo, trasladar toda la madera y la piedra a Juballa para construir una sólida villa en torno a la 39 fortaleza que, en fecha reciente, había sido entregada a su poder. Roderici La Historia , fuente más parca en informaciones de estos acontecimientos que las crónicas islámicas, relata que Juballa pronto empezó a mostrar el aspecto de una ciudad fortificada: En el mismo lugar construyó y pobló una ciudad y la rodeó y protegió con fortificaciones y torres muy fuertes; para poblarla vinieron muchos de las ciudades de alrededor y se establecieron en 40 ella. Esa base de operaciones y cuartel general que, como ya hemos apuntado más arriba, tanto necesitaba Rodrigo Díaz iba tomando forma poco a poco. A partir de ese momento, él y sus hombres disfrutaron de una posición segura y ello se tradujo en una intensificación de sus embestidas contra Valencia, no ya con razias devastadoras, sino golpeando directamente los arrabales de la ciudad. Todos esos acontecimientos referidos con anterioridad tuvieron lugar en la primera mitad del año 1093 y fue a mediados de ese mismo año, en verano, cuando Rodrigo Díaz llevó a cabo una lucha más aguda contra Valencia, en un intento de que los propios valencianos desalojaran de allí a los almorávides. En ese empeño hostilizó tanto que consiguió hacerse con el control de algunos arrabales aledaños. La conquista de arrabales y la salida de los almorávides de Valencia (verano de 1093) Rodrigo se encontraba concentrado en fortificar y poblar su fortaleza de Juballa, recientemente ganada. Allí fueron a encontrarlo sesenta caballeros que el príncipe al-Mustaín de Zaragoza enviaba cargados de riquezas con las que liberar prisioneros que el Campeador apresaba en sus operaciones de guerra contra Valencia. Lo hacía por el bien de su alma y por limpiar su conciencia, pues, al fin y al cabo, había sido soporte y ayuda de un líder cristiano que atacaba y violentaba a musulmanes. Pero el taifa de Zaragoza no solo despachaba aquella comitiva liderada por un alguacil por cuestiones piadosas. Su intención era intentar pescar en río revuelto al haber dado instrucciones al líder de aquel contingente para que hiciera lo posible por entrevistarse con Ibn Yahhaf y conseguir que este le entregara Valencia. Sin embargo, tras reunirse el alguacil de Zaragoza con Ibn Yahhaf y el líder de los almorávides, no logró colmar los deseos de su rey. Dos días después de la llegada del alguacil zaragozano y sus sesenta caballeros, Rodrigo y sus hombres acometieron contra el arrabal de Villanueva. Lo asaltaron y entraron en él a viva fuerza, «matando a muchos moros andaluces y almorávides», robando cuanto hallaban y derribando las casas. Rodrigo ordenó, de nuevo, que toda la madera de las viviendas derruidas fuese transportada a Juballa para proseguir con las labores de fortificación de su base operativa. Tomó el control de aquel arrabal y dispuso guardias en el lugar para 41 que los musulmanes no pudiesen recuperarlo. Unos días más tarde, mandó golpear otro arrabal valenciano, esta vez el de Alcudia. Un gran número de sus habitantes se unió para impedir el asalto, pero las huestes lideradas por el Campeador cargaron y mataron a muchos de ellos. En aquella acción, el caballo de Rodrigo tropezó y cayó al suelo, pero recobró la montura y empezó a herir y a matar con mucha furia, con lo que quedaron «los moros muy 42 espantados por aquella mortandad». El Campeador había ideado un plan para ganar una de las puertas de la ciudad. Había dividido en dos cuerpos a sus hombres. Con uno de esos cuerpos, que comandaría él mismo, atacaría de frente a los defensores del arrabal para concentrar allí efectivos enemigos. El otro escuadrón asaltaría la puerta de Alcántara para dejar libre el acceso al resto de la hueste. De aquella forma, el Campeador podría conquistar Valencia. Pero los que embistieron contra la puerta de Alcántara se encontraron con una tenaz resistencia que tal vez no se esperaban: una horda de mujeres y niños que les lanzó una lluvia de piedras desde las murallas y que, gracias a ello, logró 43 contenerlos. Los musulmanes valencianos fueron tomando conciencia de que estaban siendo atacados, por ello, numerosos caballeros salieron a combatir a los cristianos y lucharon contra ellos cerca del río y junto a uno de los puentes del Turia. Aquellos enfrentamientos se prolongaron durante toda la mañana y se produjo una enorme masacre entre los musulmanes que batallaban contra los cristianos. Tras un breve repliegue para reorganizarse, Rodrigo volvió a cargar con los suyos contra aquel arrabal de Alcudia. Sus habitantes, ante la certeza de que el enemigo acabaría entrando, suplicaron «¡Paz!, ¡paz!» y el Campeador se la aseguró después de dialogar con algunos hombres de buena disposición de Alcudia que salieron a negociar con él las condiciones de una rendición. Solicitaron, básicamente, seguridad a cambio de la entrega del arrabal y esta quedó asegurada por el propio Rodrigo, el cual se hizo con el control del arrabal aquella misma noche. Dispuso guardias y advirtió de que cortaría la 44 cabeza a todo aquel que violentase a la población del barrio rendido. Al día siguiente convocó a los habitantes de Alcudia. Prometió y aseguró que no haría nada perjudicial contra ellos, determinó que podían continuar con sus trabajos y labores como lo habían hecho hasta ese momento y les informó de que debían entregarle, únicamente, la décima parte (diezmo) de su producción, tal y como establecía la ley islámica. Nombró a un almojarife musulmán, de nombre Abenabduz, para garantizar sus derechos y recaudar las rentas. Aquel tesorero cidiano desempeñó en este arrabal las mismas funciones que había ejercido en Valencia el fiel Ibn al-Faray. Gracias a la implementación de estas medidas, Rodrigo Díaz consiguió que aquel arrabal se convirtiera en una especie de ciudad favorable a sus intereses. Proporcionaba seguridad en las entradas y salidas de quienes allí habitaban y pronto lo convirtió en un 45 próspero mercado donde podían comprarse y venderse distintas mercancías. Mientras esto tenía lugar en un sector de los extramuros más inmediatos, en el interior de Valencia se vivían momentos de tensión. La población estaba arrepentida de no haber aceptado la propuesta que les había ofrecido el alguacil del rey de Zaragoza. Sin duda, las escenas acaecidas en los arrabales de Villanueva y Alcudia, presenciadas o conocidas por los valencianos, habían llenado de espanto sus corazones. La guarnición almorávide tenía cada vez más claro que se encontraba aislada en medio de un polvorín que podía estallar en cualquier momento, y sufría, además, la merma de rentas que, hasta entonces, habían recibido de Ibn Yahhaf. El cadí y Rodrigo mantenían conversaciones en secreto. Ante esa situación, buena parte del pueblo de Valencia se reunió con los almorávides y los guerreros, deliberaron entre ellos e infirieron que lo mejor era entenderse con el Campeador. Es por ello que enviaron comunicar a Rodrigo que querían avenirse con él; la respuesta del Campeador fue que estaría dispuesto siempre y cuando los almorávides abandonasen la ciudad, que esa era su condición, y era innegociable. Los norteafricanos aceptaron de buen grado marcharse de allí, al fin y al cabo, eran pocos y estaban solos y les pareció una salida más que aceptable en su situación. Rodrigo, además, exigió a Ibn Yahhaf el pago de las rentas que solía percibir antes de que estallara aquella «guerra», que se le abonó junto con los atrasos. El arrabal de Alcudia que había ganado seguiría en su poder, así como Juballa, donde permanecerían sus hombres mientras él habitase en tierras de Valencia. Todos estos acuerdos, aceptados por las dos partes, fueron puestos por escrito y firmados. A los almorávides que se marchaban les proporcionó una escolta de caballeros para que pudieran abandonar Valencia con seguridad y hasta que estuvieran a 46 salvo. RODRIGO RECOBRA EL SEÑORÍO VIRTUAL. RESULTA HERIDO EN ALBARRACÍN Tal y como habían acordado, Rodrigo y sus huestes se retiraron a Juballa y solo dejaron en el arrabal de Alcudia a algunos de sus sirvientes y a su almojarife musulmán. Ibn Yahhaf, por su parte, buscaba la manera de pagar al Cid lo que le debía, al tiempo que acordaba con los alcaides de los castillos que circundaban Valencia la percepción del diezmo de sus rentas. Como era el tiempo de la cosecha, su mayordomo eligió hombres para que actuaran como tasadores y receptores de lo cosechado en sus almacenes (alfolís) y designó a un mayordomo mayor que haría de supervisor de todos ellos, además de otros dos almojarifes y un escribano. Mientras tanto, Rodrigo supo que una hueste almorávide se dirigía hacia Valencia y cavilaba sin cesar cómo podría detenerla. Envió emisarios a Ibn Yahhaf para pedirle que hiciera lo posible por estorbar la llegada de los norteafricanos, en tanto que el propio Rodrigo se comprometía a dar el máximo para que los almorávides no se apoderasen de Valencia. El cadí contactó con dos adelantados, uno que tenía en Játiva y otro en el castillo de Corbera, para que juraran apoyarlo contra los almorávides, lo cual quedó así 47 establecido. El tenente del castillo de Alcira, llamado «Abenmaymon», no quiso rendir fidelidad a Ibn Yahhaf y declinó sumarse a ese pacto contra los almorávides. Cuando Rodrigo tuvo noticia de aquello, se lanzó a impulsar razias contra las tierras alcireñas, acampó cerca de ellas y esquilmó su territorio con fuerza y segó las cosechas para transportar el fruto a Juballa, que se había convertido ya en «gran ciudad con torres y con iglesia», situada en muy buen lugar. Es donde Rodrigo, como sabemos, tenía almacenados el cereal y otros víveres y pertrechos que fluían sin cesar en recuas hacia aquel cuartel general cidiano. La población estaba sorprendida por la rapidez con la que el Campeador había convertido aquel pequeño castillo en una ciudad próspera, dinámica y bien abastecida y por cómo la había transformado en la base de operaciones adecuada para conquistar Valencia, su objetivo final; había de dar lo mejor de 48 sí para que los almorávides jamás pudieran controlarla. Figura 31: Capitel del palacio de los reyes de Navarra en Estella (Navarra), labrado por el maestro Martón de Logroño a finales del siglo XII. La escena muestra el choque entre un caballero cristiano y un musulmán, identificados por una inscripción incisa que nos da sus nombres: Roldán y Ferragut. La leyenda del combate entre Roldán, sobrino de Carlomagno, y el gigante Ferragut, de la estirpe de Goliat, está recogida en la Historia Karoli Magni et Rotholandi, del Codex Calixtinus. Ambos caballeros se cubren con cota de malla, pero los distinguen sus escudos: uno de cometa, ornado con una cruz, para Roldán, y una adarga circular para Ferragut. Izquierda: la pugna entre Roldán y Ferragut se prolongó durante toda una jornada y en este detalle de la esquina del mismo capitel vemos cómo luchan ya a pie. Ferragut empuña una maza y, al habérsele caído la cofia de malla, se aprecia su salvaje rostro. Mientras Rodrigo insistía contra las tierras de Alcira, Abd al-Málik ibn Razin, uno de sus tributarios, entabló relaciones con Sancho Ramírez de Aragón, el cual le entregó como prenda por el pacto suscrito el castillo de Coalba. Puede que las intenciones ocultas del señor de Albarracín fueran las de aprovechar la situación inestable de Valencia para, con ayuda militar de Sancho 49 Ramírez, poder dominarla para su propio provecho. Rodrigo, al conocerlo, se sintió había traicionado, pues el príncipe de Albarracín convenido con él tratados que habían sido consignados por escrito. Por ello, en septiembre de 1093, Rodrigo puso en marcha parte de su maquinaria bélica para castigar a aquel vasallo insumiso. Mantuvo en estricto secreto el objetivo que iba a atacar, es posible que porque entre sus huestes figuraban algunos guerreros procedentes de la taifa de Albarracín. El Cid acostumbraba a exigir tributos a sus sometidos no solo en forma de dinero, sino también en especie y en hombres armados. Así, movilizó a sus guerreros sin transmitir más datos de los estrictamente necesarios para que no hubiese posibilidad alguna de que sus planes fueran descubiertos o anticipados por Ibn Razin a través de algún 50 informador o desertor. El Campeador relámpago en el planificó que el la factor campaña sorpresa y como la una suerte contundencia de ataque constituirían elementos fundamentales. Ocultos entre la oscuridad de la noche, él y sus hombres penetraron en las tierras de la taifa de Albarracín y acamparon en un lugar llamado Fuente Llana. Los habitantes de aquella región estaban confiados, como si fuera un día cualquiera, sin temor a un asalto. Antes de que pudieran reaccionar, y valiéndose de ese factor sorpresa, Rodrigo organizó cabalgadas rápidas por aquellas tierras que robaron todo lo posible e hicieron acopio de un gran botín, especialmente de ganados tales como vacas, ovejas y yeguas, así como consiguieron apresar a muchas mujeres y mozos, cosechar todo fruto posible y ordenar, una vez más, trasladar toda esa ingente ganancia hacia Juballa. Un testimonio islámico recuperado por las crónicas de Alfonso X, de la segunda mitad del siglo XIII, afirma que «tanto era aquello que allí robaron que se llenó Juballa y Valencia y todo su término, de tanto ganado y 51 tantos cautivos como se llevaron». Rodrigo participaba en persona en aquella razia devastadora y coordinaba las embestidas. Cerca de Santa María de Albarracín, le sorprendió un golpe que le lanzaron doce caballeros musulmanes, quienes explotaron que se encontraba aislado y acompañado por muy pocos de los suyos. Quizá esa acción la había concebido el anciano y astuto Ibn Razin como una operación especial para acabar con la vida del Campeador y eliminar a un enemigo tan insidioso. Rodrigo luchó con bravura contra aquellos diestros jinetes y consiguió matar a dos, aunque uno de ellos le malhirió al propinarle una lanzada en la garganta y sus hombres creyeron que moriría a causa de la herida. Aquellos caballeros musulmanes lograron, además, aniquilar a dos de los guerreros de Rodrigo, que 52 permaneció herido y convaleciente «bien tres meses». Una vez más, se nos muestra a un Rodrigo Díaz activo en el combate, desempeñando el rol de caballero y no solo ya el de comandante de sus tropas. Hasta tal punto se implicaba en la lucha que, en ocasiones, resultaba herido. Esta fue la segunda vez que le infligían una herida de gravedad en el transcurso vid de un enfrentamiento. La anterior había sido durante la batalla de Tévar ( . Capítulo 5), cuando quedó magullado y lacerado tras caer de su montura. Es posible que, en esa ocasión, no fuera pesadamente armado, con cofia y loriga, para ganar velocidad y agilidad a lomos de su caballo. Tal vez no contaba con que el señor de Albarracín tuviera preparado un escuadrón para ir directamente contra él y capturarlo o matarlo. Había estado a punto de suceder, pero a Rodrigo siempre le acompañó la suerte en los enfrentamientos, aunque 53 resultara lesionado de gravedad en algunos de ellos. EL CONTRAATAQUE ALMORÁVIDE CONTRA VALENCIA Todavía se encontraba Rodrigo en tierras de Albarracín cuando le comunicaron noticias alarmantes de Ibn Yahhaf, las cuales le alertaban de una movilización de los almorávides en el sur, concretamente en Lorca. La Roderici , con su laconismo habitual al referir los asuntos gran Historia valencianos Campeador, expone que: […] los habitantes de Valencia tuvieron la seguridad de que el gran ejército almorávide de Yusuf venía en su auxilio para socorrerlos y liberarlos del señorío de Rodrigo. Inmediatamente rompieron los pactos hechos con Rodrigo y se declararon rebeldes y adversarios del suyos, no guardando fidelidad a lo pactado. Al conocer esto, Rodrigo asedió Valencia de nuevo con todas sus energías y la atacó por todas partes con fuerte y encarnizado combate. Se sabe que la ciudad 54 padeció una terrible y fuerte hambre. La biografía cidiana adelanta acontecimientos que sucederán más adelante. Antes del «encarnizado combate» contra Valencia y el hambre que padecieron sus habitantes habrían de ocurrir otros hechos relevantes. Y es que testimonios musulmanes coetáneos recogidos por las crónicas de Alfonso X y Sancho IV nos dicen que, después de abandonar las tierras de Albarracín, Rodrigo se desplazó con su hueste hasta Juballa, donde fueron a visitarlo los alcaides de Játiva y Corbera acompañados por Ibn Yahhaf. Esto ocurrió, según Martínez Díez, en los primeros días de diciembre de 1093. Renovaron allí los pactos de ayuda mutua contra los almorávides y redactaron una carta que enviaron al caudillo del ejército norteafricano. En ella, se le informaba a líder almorávide de que el Campeador contaba con el apoyo de Sancho Ramírez y de que si quería marchar contra Valencia, tendría que enfrentarse a «8000 caballeros cubiertos de hierro» –expresión habitual empleada por cronistas islámicos para referirse a los caballeros cristianos pesadamente armados–, «de 55 los mejores guerreros del mundo». El Cid, aún convaleciente, pidió a Ibn Yahhaf que le cediese una huerta cercana a Valencia, que pertenecía a «Abenabdalhazis», para poder pasar en ella algunos días con unos cuantos hombres de su mesnada. El grueso de su hueste permanecería acampada en Rayosa (actual barrio valenciano de La Raiosa, en el sudoeste de la ciudad). Los motivos de esta solicitud serían, al menos, dos. Por una parte, buscaría el Campeador un lugar alejado de la insalubridad de un campamento garganta desplegar para durante una la cabalgada acción almorávides que Campeador que consentimiento recuperarse Ibn en la habría por completo lanzada propagandística Yahhaf de se contra al entregado su la igual cadí lanzada Albarracín. encaminada encontraba ellos, de mejor que los aquella a recibida Por hacer en la otra, creer al la quería a los compañía del valencianos, huerta en líder con cuyo cristiano. Rodrigo intentaría de aquel modo impedir que los norteafricanos golpearan, al hacerles creer que reinaba la armonía entre él y la población de Valencia. Ibn Yahhaf, que entendió la guerra psicológica que pretendía hacer el Campeador a 56 los almorávides, accedió a entregarle la huerta que le requería. El Cid se comprometió a no entrar en el terreno hasta que le abriesen una puerta en un lugar llamado El Quejigal, pues los accesos al mismo eran lugares estrechos y calles angostas, ideales para que pudiesen tenderlo alguna emboscada. Ibn Yahhaf pidió a sus caballeros y a sus domésticos que le abrieran a Rodrigo aquel paso, ya que iba a ser su huésped en un día señalado. El cadí valenciano le preparó muy bien una de las casas que albergaba aquella huerta y dispuso ricos ropajes en los estrados, juncos recién cortados en los suelos de los corrales y suculentos manjares sobre las mesas. Pero, durante toda la jornada, Rodrigo, cauteloso como era, no compareció y trasladó sus excusas por la noche. Quería comprobar cómo encajaban los valencianos aquello y qué reacciones mostraban, ya que suponía que estos se quejarían, como así fue. De hecho, se lamentaron con amargura a los hijos de Abuegib y quisieron sublevarse contra Ibn Yahhaf, pero no osaron hacerlo por miedo al Campeador, con quien no deseaban más desamor del que ya de por sí le profesaban. Temían que los saquearía y que destruiría todas las posesiones que acumulaban fuera de 57 la ciudad. Almusafes: la batalla que no fue Transcurría el invierno de 1093-1094 y el ataque almorávide a Valencia parecía cada vez más evidente y cercano. Los valencianos estaban esperanzados ante la posibilidad de que esa ofensiva se materializase y les liberase del yugo al que les tenía sometidos el Campeador. Martínez Díez sitúa en estas fechas el inicio de 58 lo que él llama «segundo asedio de Valencia». Y, ciertamente, algo cambió a partir de ese momento en la actitud del Cid hacia Valencia y los valencianos. Como hemos visto, si algo le preocupaba de forma recurrente era la posibilidad de que los almorávides se hicieran con el control de la ciudad, una contingencia que parecía, en aquellos días, más factible que nunca. Apenas unos días después de que Ibn Yahhaf engalanara la vivienda de la huerta en la que se iba a instalar el Campeador, este se presentó allí de improviso con algunos de sus hombres y se apoderó, también, de todo el arrabal que la circundaba. Se dio una convivencia pacífica entre cristianos y musulmanes, pues, en palabras de un autor islámico de este tiempo, «allí vivían los cristianos con los moros y los moros vivían seguros con los cristianos de 59 manera que no se enojaban de ellos». Llegaron noticias de que el ejército almorávide que se encontraba acantonado hasta entonces en Lorca se estaba desplazando hacia Murcia y que, tras haberse recuperado su líder de una enfermedad, se dirigían hacia Valencia. Las nuevas dieron esperanzas a los hijos de Abuegib y a la mayoría de los valencianos, al mismo tiempo que aterrorizaron a Ibn Yahhaf, cuya reacción fue manifestar que había entregado aquella huerta al Campeador solo por unos días, que se desvincularía de él y que dejaría de recaudarle tributos porque en realidad quería ser como uno de ellos. Las gentes no lo creyeron y se fueron hacia los hijos de Abuegib a voz en grito, entregándose a ellos, asegurando que obedecerían sus mandatos e instrucciones y que seguirían sus consejos. Se pusieron de acuerdo para cerrar todas las puertas de la ciudad y vigilar las murallas. Ibn Yahhaf, al observar todos aquellos movimientos y revuelos, dejó de hacer cuanto solía y se rodeó fuertemente de guardaespaldas por temor a 60 una insurgencia y a convertirse en el foco de las iras de los valencianos. A partir de ahí, el Campeador agudizó su guerra contra Valencia mientras recibía noticias de que el contingente almorávide se encontraba ya en Játiva. Aquello también norteafricanos alegró todas sus a unos valencianos esperanzas para que salir tenían del depositadas aprieto al que en los estaban sometidos. La respuesta de Rodrigo Díaz fue abandonar la huerta y reunirse con su hueste en Rayosa, donde se instaló mientras meditaba si permanecer allí o desplazarse. Al final, decidió quedarse y ordenó derribar todos los puentes del Turia, romper los diques para que la vega que se encontraba entre su posición y el punto de llegada de los almorávides quedase anegada y lodosa para intentar dificultar su avance en la medida de lo posible. Únicamente podrían llegar a la posición por donde se encontraba Rodrigo si transitaban por un lugar 61 estrecho. Ocupado en esas tareas le comunicaron que los almorávides se encontraban ya en Alcira, lo cual aumentó el contento de los valencianos, que salieron a las torres y los muros a otear el horizonte y ser testigos de la llegada de los norteafricanos. Cuando cayó la noche, pudieron observar el mar de hogueras en el que se había convertido su campamento, que se encontraba situado en un lugar llamado «Baçer». Los de Valencia comenzaron a rogar a Dios que los socorriera mediante aquel ejército salvador. Acordaron entre ellos que cuando llegasen los almorávides y se enfrentaran al Campeador iban a servirse de la confusión para saquear el campamento cidiano. Pero a Rodrigo volvió a sonreírle la suerte una vez más, pues esa noche cayó un diluvio como no se recordaba. Cuando amaneció, los valencianos registraron desde las torres de nuevo para distinguir las banderas y estandartes almorávides y, al no ver nada, cundió entre ellos el desánimo y la desolación. En esa situación de incertidumbre supieron que los norteafricanos habían decidido no llegar hasta Valencia y que se habían retirado a sus posiciones anteriores. La lluvia torrencial caída durante la noche, y la inundación de la vega ordenada por el Campeador, no solo los había frenado, sino que también los había ahuyentado. Los valencianos se dieron por muertos y se tambaleaban por la ciudad como si 62 estuviesen beodos, desesperados y atemorizados. Entonces, los cristianos se aproximaron a las murallas de la ciudad entre grandes voces, insultando a los valencianos, llamándoles falsos, traidores y renegados, impeliéndoles a que entregaran la villa al Campeador porque no podrían escapar. La preocupación entre la población era mucha, porque se inició una escalada de subida de precios de productos básicos que no hizo sino aumentar durante los meses siguientes. En ese invierno de 1093-1094, Rodrigo Díaz comenzó un asedio a Valencia intenso y, en ocasiones, sangriento y atroz. EL CAMPEADOR ASEDIA VALENCIA (DICIEMBRE DE 1093-JUNIO DE 1094) Rodrigo Díaz sabía que, tras el diluvio caído en Almusafes, los almorávides regresarían a apartarlo de allí más pronto que tarde. Los valencianos habían demostrado sus deseos de que los norteafricanos se enfrentasen a él y le alejaran de allí. Aquella noche invernal, los elementos se habían alineado a su favor, pero la próxima vez tal vez ese aliado inesperado no estuviera de su parte y tendría que jugárselo todo contra aquellos guerreros desconocidos y bravos en el campo de batalla. Es por ello que, desde ese momento, Rodrigo hizo todo lo posible por conquistar Valencia y no se iba a conformar solo con tenerla sometida a tributo y cobrar rentas de ella. El tiempo apremiaba a Rodrigo y él empezó a apremiar firmemente a Valencia con el cierre de sus accesos y no permitiendo que nadie entrase o saliese de ella. En enero de 1094, el bloqueo total a la urbe ya estaba completado y en el interior empezaron a dispararse los precios de productos básicos como el trigo, la cebada, el panizo y otras legumbres, el aceite, la miel, las algarrobas, el queso y la carne de carnero y de vaca. Cuando el Cid tuvo la certeza de que los almorávides no iban a regresar, retornó a la casa de la huerta y ordenó a los suyos saquear los arrabales de la ciudad. Ante aquellas acometidas, los habitantes de los arrabales huyeron al interior de Valencia con sus familias y con todos los bienes que pudieron salvar del expolio. Algunos musulmanes de la ciudad aprovecharon la confusión generada y se sumaron al saqueo de los arrabales, en especial de las viviendas más cercanas a las murallas. Tal fue el robo que no quedó en aquellos arrabales nada que pudiera resultarle provechoso a nadie. Rodrigo ordenó demoler y allanar todas las casas que había allí y solo se salvaron de la destrucción aquellas que podían defenderse con flechas desde las murallas. Lo que no podían derruir por el día lo destruían por la noche a base de incendios y algunos musulmanes salían cuando podían para introducir dentro de la ciudad toda la madera posible. Cuando todo quedó arrasado, los cristianos socavaron los suelos de las casas de los arrabales y hallaron allí silos de trigo que el Cid ordenó vaciar y llevar a su hueste. Una vez que los arrabales fueron destruidos, pudo Rodrigo acercarse más a la villa, cercarla por completo y combatirla a diario. Algunos musulmanes salían a luchar contra los hombres del Cid con 63 lanzas y espadas. Los valencianos, en ese apremio, recibieron cartas de Ibn Aisa en las que el líder almorávide aseguraba que no se habían retirado porque tuvieran miedo, sino por las considerables lluvias que habían caído, lo cual había dificultado de manera notable el abastecimiento de sus huestes. Asimismo, confortaba a los habitantes de Valencia afirmando que volverían a socorrerlos y a sacarlos de aquel aprieto en el que se encontraban, para lo que les pedía que resistieran al máximo al enemigo en espera de su llegada. Mientras tanto, los precios de los alimentos seguían subiendo. Contrainsurgencia e insurgencia: armas psicológicas al servicio del Campeador Aquellos que vivían en el arrabal de Alcudia, que pertenecía al Campeador, disfrutaban de seguridad tanto en sus bienes como en ellos mismos. Además, tenían arrabal garantizado se había el abastecimiento convertido en un de productos floreciente a buen mercado al precio, que pues acudían el a comprar y vender gentes procedentes de los alrededores de Valencia, gracias a lo cual sus habitantes se enriquecían. Rodrigo aplicaba allí justicia siguiendo escrupulosamente la ley islámica («ley de los moros») y se mostraba respetuoso 64 con la población. Desplegaba con habilidad una política de contrainsurgencia y propaganda que nada tenía que envidiar a políticas similares desarrolladas por potencias militares occidentales durante los siglos XX y XXI, que consisten en «vender» a la población rebelde o insurgente las virtudes de un modelo de 65 gobierno ideal y justo para, de ese modo, «ganar corazones y mentes». No fue esta la única vez que el Cid puso en práctica medidas contrainsurgentes para dominar a una parte, al menos, de una población hostil hacia su persona y hacia su gobierno, más adelante volveremos a verlo como un gobernante astuto que explotaba un recurso militar tan valioso y elástico como es la mente humana, sus anhelos y miedos, sus angustias y deseos. Entretanto, recibió noticias procedentes de Denia que aseguraban que los almorávides habían regresado a sus tierras y que no volverían para salvar Valencia. Al conocer esto, varios tenientes de castillos de los alrededores de la ciudad del Turia acudieron al Campeador con actitud humilde, rindiéndole pleitesía, poniéndose a su servicio y demandando su protección. Rodrigo les dio seguridad para transitar por los caminos, lo cual permitió que las rentas siguieran aumentando. Aprovechó además para solicitar a los gobernantes de fortalezas ballesteros y peones que le ayudarían a pelear por Valencia. Muchos guerreros, pertrechados con sus propias armas, acudieron a servir a Rodrigo y, así, la ciudad quedó aún más rodeada, bloqueada y hostigada. Se combatía a diario y ya nadie se atrevía a salir de aquella ciudad sitiada. Una situación de aprieto y miedo que hizo cundir la desesperación entre los valencianos. Uno de ellos, un poeta y sabio llamado Alhuacaxi, recitó unos versos fatalistas desde lo alto de una torre. En esa elegía patética hablaba de Valencia como un ser vivo a quien le habían sobrevenido muchos quebrantos y se encontraba cercana a la muerte. Elogiaba las venturas y virtudes de una urbe ahora en horas bajas por sus pecados y su soberbia. Lo que antaño en ella era esplendor y belleza, hogaño era suciedad, cieno, fealdad… la otrora fertilidad de sus huertas se 66 había transformado en desierto, fuego y devastación. Las palabras de aquel sabio alfaquí provocaron las lágrimas en muchos valencianos, que mantuvieron un imponente duelo silencioso. Parecía que aquella situación tan solo complacía a Ibn Yahhaf, porque los de Valencia le habían arrebatado el poder para dárselo a los hijos de Ibn Wáyib (Abuegib), la facción contraria a él. Aunque esa tesitura pronto cambió y los valencianos decidieron retornar el poder al cadí, pues entendían que quizá fuera el único que mostraba capacidad para negociar con Rodrigo Díaz. De hecho, el cadí no tardó en entablar negociaciones con el Campeador; le propuso abonarle las parias tradicionales a cambio de que cesase las hostilidades. Rodrigo aseguró que retomarían su amistad con la condición de que expulsaran de la ciudad a los hijos de Ibn Wáyib y a todos aquellos que los apoyaban. Como había ocurrido con anterioridad, cuando se encontraba en el lugar la guarnición almorávide y Rodrigo había empleado la insurgencia como arma para el sometimiento de Valencia, puso en práctica esa táctica para aproximarse en persona a las murallas de la ciudad y proclamar a los valencianos que mientras fuesen gobernados por los hijos de Abuegib no habría paz para ellos, pues todo el mal que habían soportado hasta el momento había sido culpa de aquellos cabecillas y sus seguidores. Del mismo modo que no iba a cesar su fuerza bélica mientras siguieran gobernados por aquella facción y mientras no devolvieran el 67 mando de la ciudad a Ibn Yahhaf. La semilla de la discordia insurgente sembrada por el discurso de Rodrigo pronto germinó. Ibn Yahhaf, al verse respaldado por el Campeador y un sector de la población, organizó un pequeño ejército de caballeros y peones, dirigido por Atecorni, para apresar a Abuegib. Este se refugió en la casa de un alfaquí, que estaba bien fortificada y disponía de adarve. Mucha «gente menuda» se sumó a aquel tumulto, los ánimos estaban caldeados, prendieron fuego a las puertas del adarve, quitaron las tejas y penetraron en el interior por el tejado, saqueándola y capturando a Abuegib, que fue conducido a prisión. También apresaron a todos sus parientes y se los llevaron a Rodrigo Díaz al arrabal de Alcudia. A la mañana siguiente, Ibn Yahhaf se reunió con el Campeador en la glera valenciana, donde fue recibido por el obispo, los principales lugartenientes del Cid y un grupo de caballeros. Honraron en extremo a Ibn Yahhaf y le llevaron a las dependencias de Rodrigo en la huerta de Villanueva. Este le recibió con honores y regalos y sintió cierta decepción por el hecho de que el cadí valenciano había concurrido sin llevarle ningún presente, consciente como era de que custodiaba el tesoro que había arrebatado a al-Qádir. Se retiraron a hablar a un lugar privado, donde el cadí fue instado por el castellano a empezar a vestir como un rey, pues ya podía considerarse como tal, y donde quedaron establecidas las condiciones de un nuevo acuerdo. Según ese pacto, Ibn Yahhaf debía dejar las rentas de Valencia, tanto las de dentro de la ciudad como las de fuera, en manos del Campeador, a quien tenía que nombrar almojarife y permitirle residir dentro de la villa para administrar y supervisar personalmente el cobro de esas rentas. El cadí aceptó las condiciones y se comprometió a regresar al día siguiente con documentos redactados para que fuesen firmados por ambas partes y el acuerdo fuese más estable. Pero Rodrigo exigió que el cadí le entregase a su hijo, que permanecería en Juballa 68 como garantía de que lo pactado se cumpliría. Ibn Yahhaf regresó al interior de la ciudad triste y apesadumbrado. Se arrepentía profundamente de haber expulsado a los almorávides y se sentía engañado y estafado. Al día siguiente, como no comparecía, Rodrigo ordenó ir a buscarlo para firmar los acuerdos que habían establecido verbalmente. Ibn Yahhaf envió decir a Rodrigo que jamás, y por nada del mundo, le entregaría a su hijo como rehén. Al Campeador le enojó aquel giro en la voluntad del cadí y ordenó redactar una carta para él cargada de amenazas. A partir de entonces, el desamor entre los dos fue grande e intenso y Rodrigo honró mucho a Abuegib y a sus parientes y les procuró cuanto necesitaban e incluso les dio tratamiento de huéspedes honoríficos. De alguna manera, Ibn Yahhaf había ganado aquella partida, pues, desde ese momento, había quedado como único gobernante de Valencia al haber sido neutralizada y expulsada la principal 69 facción contraria a su gobierno. Mientras tanto, los precios de los alimentos seguían aumentando y se llegó a una situación en la que ya no había otra carne que no fuese la de las bestias, al precio de 8 maravedís cada libra de ella. Fallecieron por aquel entonces tres figuras principales de Valencia, de los hombres más sabios y de mejor talante que residían en ella. El Cid estaba cada día más cerca de las murallas y cada vez apretaba más la garganta de la ciudad. Ibn Yahhaf, por su parte, se mostraba altivo y desdeñoso hacia sus súbditos. Cuando alguien le presentaba alguna queja o reclamación era denostado y maltratado. Vivía apartado del resto de la población, como un auténtico rey, se comportaba como un príncipe taifa, rodeado de músicos, poetas, maestros y doctores, discutía cuestiones como quién era más elocuente y gozaba de apetitosos placeres mientras la población padecía los estragos del hambre. Para seguir disfrutando de ese modo de vida principesco, Ibn Yahhaf aumentaba las exigencias a sus súbditos y se incautaba de las posesiones de aquellos que caían fulminados por el hambre y la desnutrición. Los que se negaban a satisfacer sus demandas eran apresados y azotados. Y los precios de los víveres prosiguieron su escala ascendente hasta que no quedó ni tan siquiera carne de las bestias de carga; si alguien podía conseguirla de forma clandestina era al elevado coste de 70 6 dineros (dirhams) de plata. El Campeador ordena un asalto y el hambre actúa desde dentro Los cristianos se acercaron tanto a la ciudad que podían arrojar piedras al interior solo con las manos. Rodrigo entendió que aquel momento podía ser propicio para intentar un asalto a viva fuerza contra las murallas. Para ello, ordenó construir una máquina de guerra («ingenio») y enclavarla cerca de una de las puertas para conseguir infligir daños cuantiosos a los valencianos. Los defensores respondieron fabricando otro ingenio que destruyó la máquina de guerra cidiana. Y mientras, la escasez, la penuria y el hambre minaban más a los valencianos que cualquier trabuco o catapulta que pudiese construir y emplear la hueste que los asediaba. El precio de los escasos alimentos se duplicaba cada día que pasaba y algunos de ellos no podían encontrarse ni pagando todo el oro del mundo. Los sectores más humildes fueron los que soportaron con mayor gravedad aquella hambruna generalizada. La carestía se estaba convirtiendo en el arma principal empleada por Rodrigo para someter a una ciudad que seguía resistiendo de manera agónica. Los pobres empezaron a comerse a los perros, gatos, ratas… Aquellos que tenían algo más empezaron a ingerir caballos, mulas y asnos. Testigos de aquel tiempo relatan de manera dramática los estragos que provocaba el hambre en la población valenciana. Incluso se llegó a practicar la antropofagia: La gente careció de alimentos, y comieron ratas, perros y cadáveres, pues llegaron a comerse entre sí, y a quien de entre ellos se moría, lo 71 devoraban. Solo los poderosos llegaban a alcanzar algo de lo que aún había, mientras resinas y los demás regaliz, y escasamente otros por se sustentaban debajo todavía con con los ratas, cueros, gatos y cadáveres humanos, cayendo sobre un cristiano, desplomado en el foso, agarrándolo con las manos, y repartiéndose su carne. 72 Rodrigo había llegado a la conclusión de que la mejor estrategia que podía seguir a partir de ese momento era el bloqueo, la impermeabilización absoluta, para que el hambre siguiera causando estragos en el interior, diezmando y debilitando a la población para, llegado el momento, intentar un nuevo golpe o forzar una rendición. Asumió una máxima ya formulada en la tardoantigüedad por el tratadista Flavio Vegecio, aquella que sostenía que «muy a menudo, el hambre vence más que la espada». Tal era la desesperación provocada por la falta de comida que muchos hombres, mujeres y niños aprovechaban cada momento que cualquiera de las puertas se abría para correr a refugiarse al campamento de los cristianos, los cuales mataban a algunos y apresaban a otros para venderlos como esclavos en Alcudia. La sociedad islámica era esclavista y tenía en el tráfico de esclavos un modo de negocio. Así, el destino de aquellos cautivos era un mercado de esclavos que se había establecido en el arrabal de Alcudia, donde los mercaderes cambiaban por un esclavo un poco de pan o de vino. Tan hambrientos estaban aquellos reos que algunos morían cuando comían. Los más vigorosos y fuertes se vendían a otros comerciantes de esclavos que habían acudido por mar al olor de la ganancia que podía suponer un asedio a gran escala como el que allí había 73 planteado Rodrigo Díaz. No sabemos si estos comerciantes esclavistas eran cristianos o musulmanes, si procedían de las repúblicas de Pisa y Génova o si eran oriundos de las islas Baleares, pero lo cierto es que ciertos aromas de lucro tienen una capacidad de atracción que supera cualquier credo y, en ocasiones, cualquier distancia. Aquella situación extrema que se sufría intramuros contrastaba con la opulencia de la que se gozaba extramuros, en algunos puntos como en el arrabal de Alcudia o en el campamento de Rayosa, donde se disponía de mercados bien abastecidos y sus habitantes disfrutaban de la abundancia. De nuevo, Rodrigo Díaz, astuto, observante y calculador, se valió con habilidad de la contrainsurgencia. Sabía que esa situación crítica no podría durar mucho y que los propios defensores que ahora se resistían a su dominio no tendrían más alternativa que entregarse a él. Figura 32: Miniaturas de la Biblia Sancti Petri Rodensis o Biblia de Sant Pere de Rodes, elaborada, probablemente, entre 1010 y 1025 en el monasterio de Santa María de Ripoll. En la parte inferior, un ejército es objeto de una emboscada en un desfiladero, mientras que en la superior vemos el ataque contra una ciudad, con dos hombres manejando fustíbulos, una suerte de hondas unidas a un fuste que permitían arrojar proyectiles y que se empleaban habitualmente en los asedios a plazas fuertes. Sin embargo, Ibn Yahhaf no pensaba, precisamente, en la rendición. Cavilaba y maniobraba todo lo posible para perpetuarse en el poder, pero, para ello, necesitaba alejar de allí a un insistente Rodrigo Díaz, el cual no dejaba de presionar. El cadí escribió cartas al rey de Zaragoza en las que solicitaba su ayuda y socorro. Entendía que el soberano hudí acudiría a auxiliarlo como en el pasado había hecho durante el mandato de al-Qádir, cuando había sido asediado por al-Múndir de Lérida, Denia y Tortosa, y sabiendo, además, que al-Mustaín siempre había codiciado integrar Valencia en la taifa zaragozana. Envió esas cartas con un mensajero, que aprovechó la noche para completar el encargo, y, en ellas, se mostraba en situación de inferioridad y sumisión hacia el 74 gobernante de Zaragoza, en un intento desesperado por atraer su ayuda. El emisario enviado por Ibn Yahhaf permaneció en Zaragoza tres semanas y solo lo atendieron después de muchos gritos y reclamaciones. Al-Mustaín aprovechó para recabar toda la información posible y conocer la situación que se estaba viviendo en Valencia. El monarca de Zaragoza ordenó redactar una misiva en la que respondía al rey de Valencia que no tenía posibilidad alguna de ayudarlo, a no ser que Alfonso VI le enviase tropas de caballeros. A todas luces, aquella respuesta no era más que una excusa para no actuar. En Valencia, cada vez resultaba más difícil encontrar qué llevarse a la boca. No había allí nada para comer que pudiera comprarse. Los valencianos salían hacia los cristianos sin temer a la muerte o al cautiverio, ya que preferían ese destino antes que morir de hambre. En la relación de precios que puntualmente expone el cronista bien informado apreciamos cómo artículos tan humildes como el cuero de vaca o una simple cabeza de ajos alcanzaban unas cifras 75 astronómicas. Ibn Yahhaf, su señor, lejos de velar por el bienestar de sus súbditos, iba casa por casa requisando todo alimento que pudiera encontrar y dejaba a los propietarios lo justo y suficiente para poder subsistir medio mes según su entendimiento. La población se quejaba de esos despropósitos y esas desmesuras, pero el rey sobrevenido intentaba calmar los ánimos diciendo que estuviesen tranquilos, porque el monarca de Zaragoza iba a acudir en su auxilio y que si se estaba retrasando tanto era por el ingente acopio de comida que estaba reuniendo para ellos. Pero él, mientras tanto, no dejaba de incautarse de todo alimento que encontraba en las casas de los valencianos, para disponer de suministros suficientes con los que alimentar a su familia, a sus guardias y a él mismo. Los pocos valencianos que disponían de algo de pan lo escondían enterrándolo. Alimentos de dudosa calidad como las raíces, los cueros o los nervios se convirtieron en elementos de la dieta; los más humildes no tenían 76 otra opción que consumir carne humana. El monarca desesperaba porque la única esperanza de ayuda que tenía era el rey de Zaragoza, a quien enviaba cartas regularmente todas las noches. AlMustaín le transmitía vanas esperanzas y le instaba a que resistiera todo lo posible, que se estaba preparando para socorrerlo. Alfonso VI, con quien también se había puesto en contacto por vía epistolar, le contestaba que le enviaría al conde García Ordóñez con muchos caballeros, incluso que él concurriría personalmente después. Pero todas estas promesas no eran más que engaños al desesperado Ibn Yahhaf, porque al-Mustaín lo que estaba haciendo, precisamente, era enviar joyas y otros regalos al Campeador y pedirle que apretase todo lo que pudiese a Valencia. No renunció el zaragozano a dominar Valencia a través de Rodrigo, lo que le convertía, de algún modo, también en 77 un ser engañado. Rodrigo Díaz intenta introducir un nuevo vector de insurgencia Pocas armas como la insurgencia son tan efectivas para derrotar a una ciudad, o una región, sitiada. Si esa insurgencia se siembra en un terreno fértil y propicio, los resultados pueden ser contundentes. El terreno valenciano estaba abonado por el hambre y por los excesos perpetrados por Ibn Yahhaf. Solo faltaba la chispa adecuada que hiciera saltar por los aires el polvorín en el que se había convertido una ciudad hambrienta, enferma, desesperada e irritada. Rodrigo entendió que era buen momento para introducir en aquel apocalipsis enervado un nuevo vector de insurgencia que neutralizara, o aniquilara, al principal obstáculo que se interponía en su camino para hacerse dueño de aquella ciudad codiciada. Concibió la idea de que ese vector insurgente fuese un notable valenciano llamado Abenuegib, con quien contactó para que constituyese esa chispa necesaria para incendiar un movimiento destinado a poner fin al mandato de Ibn Yahhaf. Rodrigo le prometió que si hacía caer al monarca podría el mismo convertirse en el nuevo rey y extender así su señorío desde Valencia hasta Denia. La mecha prendió y Abenuegib contactó con su círculo de confianza para llevar a cabo aquella sublevación que le proponía desatar el Campeador. Pero Ibn Yahhaf logró enterarse de aquel negocio y consiguió cortar la mecha que podría principales haber iniciado cabecillas de el fuego aquella de la rebelión. insurgencia y Logró Abenuegib apresar confesó a el los plan trazado a cambio de su liberación. Este no era otro que controlar el alcázar de Valencia y, una vez dominada la posición, gritar: «¡Real, real! ¡Del rey de Zaragoza somos!», pues aquella planificación había sido concebida por el propio rey de Zaragoza. Cuando los valencianos escuchasen aquella especie de contraseña irían en su auxilio y, una vez controlado el alcázar, acudirían a apresar a Ibn Yahhaf en su propia casa. A Valencia, entonces, la dominarían los 78 insurgentes del Campeador. Así se hizo. Los insurgentes se dirigieron hacia el alcázar y allí retumbaron un tambor e hicieron salir a un pregonero a la torre de la mezquita, que gritaba para congregar llamamiento, a por todos allí. miedo, por Pero no los saber valencianos muy bien no qué respondieron es lo que al estaba ocurriendo, y prefirieron esperar. Con esa dilación, le dieron a Ibn Yahhaf un tiempo precioso para reaccionar y este lo aprovechó para reunir a su contingente privado a su alrededor. Comandó a aquella tropa hacia el alcázar y allí encontró a Abenuegib junto con quienes le apoyaban en su sublevación, en espera de una respuesta general de la población valenciana que no llegó a producirse. Los propios compañeros de Abenuegib se percataron de esa falta de apoyo y decidieron abandonarlo, aunque fueron hechos prisioneros por los hombres de Ibn Yahhaf. Abenuegib también fue apresado y conducido a la vivienda de Ibn Yahhaf, donde se decapitó a cuatro de sus acompañantes. Ibn Yahhaf ordenó capturar a todos aquellos que habían participado en la rebelión, 79 así como la confiscación de sus bienes. Intensi cación de los combates. Represión, tortura y muerte A partir de aquel intento de adueñarse de la ciudad prendiendo el fuego de la insurgencia y comprobando que no había funcionado, Rodrigo Díaz aumentó la intensidad y frecuencia de sus golpes a los asediados valencianos. Para ello utilizó distintas armas, aunque las más relevantes fueron algunas de naturaleza psicológica. Mientras, Ibn Yahhaf seguía intentando conseguir a la desesperada la ayuda del rey taifa de Zaragoza, la única esperanza que le quedaba para salir de aquel aprieto. Por ello, envió a al-Mustaín a aquellos de sus caballeros que aún conservaban bestias y con ellos llevaron apresado a Abenuegib. Los precios de los pocos alimentos disponibles en Valencia seguían disparándose y algunos productos, como el aceite, no podían encontrarse de ninguna manera. Ricos y pobres ya no tenían ninguna vianda que poder comprar. Los más afortunados tenían que conformarse con el caldo que sacaban de cueros de vaca hervidos, mientras que a los pobres, como ya hemos mencionado, no les quedaba más 80 remedio que consumir carne humana para poder sobrevivir. La ciudad entera se convirtió en una gigantesca morgue de tantos como estaban muriendo por culpa del hambre. Había fosas comunes alrededor de la mezquita mayor, en las plazas, en las cercanías de las murallas, y ninguna de ellas contenía menos de diez cuerpos. Los que podían escapar de aquel infierno corrían a refugiarse al campamento del Campeador, el cual entendió que aquella huida era una maniobra de Ibn Yahhaf. Comprendió que el rey de Valencia podía estar expulsando «bocas inútiles» del interior de la ciudad, para condurar los escasísimos víveres disponibles. El Cid intentaba por todos los medios entrar a la ciudad por fuerza y probaba algunos asaltos a sus murallas, pero ninguna de esas tentativas fructificaba y el tiempo transcurría. Le preocupaba que cualquier día pudieran presentarse allí los almorávides, le urgía apoderarse de Valencia cuanto antes. A veces se mostraba satisfecho con la salida de musulmanes de la ciudad y, en una de esas ocasiones, fueron a visitarlo unos notables valencianos para dialogar con él, los cuales le aseguraron que podría apoderarse de la villa si la golpeaba con contundencia, pues, en aquellos momentos, la defendían muy pocos hombres armados. Convencido por aquellas palabras, decidió lanzar un ataque contra una de las puertas, la de Bab-al-Hanax o de la Culebra, aproximándose a ella y a ese sector de la muralla. Los valencianos se defendieron de la ofensiva lanzando una lluvia de piedras y flechas contra los hombres del Cid, lo que les obligó a refugiarse, junto con el propio Rodrigo, en unos baños que se encontraban cerca del muro. Los hombres de Ibn Yahhaf abrieron la puerta y contraatacaron a Rodrigo y los suyos, acorralados en el interior de aquellos baños, en el lugar por donde habían entrado como única vía de escape y que ahora ocupaban los guerreros del cadí. El Cid mandó abrir un boquete en una de las paredes y consiguieron escapar por allí, se sentía rabioso y arrepentido y tenía la certeza de que había sido muy mal aconsejado por aquellos notables valencianos, ya 81 que todo podía haberse tratado de una trampa que le habían tendido. Lo mejor era mantener e intensificar la estrategia del hambre. Ordenó pregonar ante las murallas que todo aquel que osara salir de la urbe sería quemado vivo. Desde ese punto, emergió el Campeador más sanguinario y brutal, que aplicaba medidas extremas contra todo aquel que consiguiese apresar. Cumplió sus amenazas y mandó a la hoguera a algunos ante los ojos de todos; ciertos días, llegó a quemar hasta a diecisiete personas. A otros los arrojaba a perros para que los despedazaran vivos. Los que lograban escapar de ese destino atroz era porque resultaban capturados sin que lo supiera Rodrigo y eran enviados a «tierra de cristianos» para ser vendidos allí como esclavos, sobre todo jóvenes y mujeres vírgenes. Si tenía conocimiento de que algún reo tenía parientes ricos en Valencia lo torturaba colgándolo en los alminares de las mezquitas de fuera de la villa y apedreándolo allí mismo. Algunos musulmanes de Alcudia, cuando entendían que aquellos correligionarios estaban a punto de morir, solicitaban que fueran liberados y que les permitiesen vivir con ellos en 82 el arrabal. Figura 33: La visión de los cuatro jinetes del Apocalipsis, según una miniatura del Beato de Fernando I y doña Sancha, también denominado Beato de Facundo, por el nombre del copista, redactado e iluminado ca. 1047. Cuando la guerra se desataba, estos jinetes parecían cabalgar sin descanso: «Miré y vi aparecer un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona y marchó victorioso, dispuesto a vencer […] y salió otro caballo de color rojo. Al que lo montaba se le entregó una gran espada con poder para arrancar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degollaran unos a otros […] Miré y vi aparecer un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en la mano […] Miré y vi aparecer un caballo amarillento. El que lo montaba tenía por nombre Muerte y el Abismo lo seguía. Y se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra para causar la muerte por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras terrestres» (Apocalipsis, 6:2-8). Los testimonios contemporáneos de aquellas atrocidades resultan espeluznantes a nuestros ojos. Uno de esos testigos afirma que: Si alguien huía del campamento [cristiano], le sacaban los ojos, le cortaban las manos, le quebraban las piernas o le mataban, con lo 83 cual la gente prefería morir en la ciudad […]. Llegó un momento en el que la inanición era tan aguda y desesperante que había gente que prefería morir a manos del Campeador antes que seguir soportando aquella carestía. El comandante cristiano «disfrutaba» con la matanza y se complacía en exhibir en lugares bien visibles los cuerpos de los valencianos torturados y ejecutados: El tirano se dedicó a quemar a quien salía de la ciudad hacia su campamento, de modo que no salieran los pobres y pudieran ahorrarse víveres para los ricos, pero la gente empezó a desdeñar el ser quemada por el fuego, y él pasó a divertirse matándolos, colgando sus despojos en los alminares de los arrabales y en las 84 alturas de los árboles. En esas acciones represivas parece que tuvieron un papel protagonista algunos musulmanes Campeador durante aprovechara la renegados, apóstatas, el a ocasión asedio para que Valencia. ajustar viejas se habían Puede cuentas, que para ido uniendo alguno saldar de al ellos rencillas anteriores, algo habitual, por desgracia, en conflictos que adquieren ciertos tintes de «guerra civil». Aquel asedio no era, en realidad, un conflicto civil, pero ā la participación de esos daw ’ir deja al descubierto cierto aire guerracivilista. No olvidemos que Valencia estaba dividida en facciones y que Rodrigo intentó explotar todo lo posible aquella fractura interna para extender el fuego de la insurgencia. Es posible que algunos de aquellos tornadizos ya se hubieran integrado años atrás en las filas de Álvar Fáñez, cuando el caudillo castellano había actuado en la región como protector de al-Qádir (vid. Capítulo 3). Un cronista musulmán nos informa acerca de esos musulmanes que servían al Campeador y que se conducían con brutalidad y exceso: Durante ese periodo se unieron al Campeador, y a otros, musulmanes malvados, viles, perversos y corrompidos, y muchas gentes que actuaban conforme a la manera de obrar de ellos. Se les dio en llamar ā daw ’ir. [Estos] lanzaban algaras contra los musulmanes, violaban los harenes, mataban a los hombres y hacían cautivos a mujeres y niños. Muchos de ellos apostataron del Islam y āī c rechazaron la ley (š r a) del Profeta, Dios le bendiga y salve, hasta el punto de que llegaron a vender a un musulmán prisionero por un pan, por un vaso de vino o por una libra de pescado, y a quien no se rescataba le cortaban la lengua, le sacaban los ojos o le soltaban perros de presa que lo destrozaban. Un grupo de ellos, que se había unido a Álvar Fáñez, maldígale Dios, así como a ellos, cortaba los miembros viriles de los hombres y las partes pudendas de las mujeres. Eran los criados y los servidores de él, que habiendo sido seducidos grandemente en sus creencias, 85 fueron perdiendo enteramente su fe. En el interior de Valencia tan solo quedaban ya cuatro bestias para cabalgar, una mula de Ibn Yahhaf y un caballo de su hijo, una montura de un musulmán de la villa y otro mulo. La población estaba a esas alturas tan hambrienta que eran muy pocos los que tenían fuerzas suficientes para subir a las murallas a defenderlas. La compaña de Ibn Yahhaf y sus parientes desesperaban por recibir la ayuda del rey de Zaragoza o la de los almorávides y temían morir de hambre. Por ello, fueron a visitar a aquel sabio alfaquí que, meses atrás, había recitado aquella luctuosa elegía de Valencia, Abulhualid Alhuacaxi, para pedirle consejo como hombre erudito y honrado que era. El alfaquí se reunió con Ibn Yahhaf, cada vez más solo y aislado, y fue designado como agente negociador para entablar conversaciones con Rodrigo Díaz e intentar llegar con él a algún acuerdo o pleitesía que permitiera poner fin a 86 aquella trágica situación. HACIA LA RENDICIÓN DE VALENCIA La situación desesperada llevó a los valencianos al límite y no veían otra salida que la negociación de las condiciones de la capitulación con el Campeador. Alhuacaxi envió a un hombre de su confianza para hablar con Abenabduz, almojarife de Rodrigo, hombre bueno y honrado que nunca se había apartado de él mientras se prolongaba el asedio a Valencia. Se acordaron varias reuniones entre ambos durante unos días, tanto dentro de la ciudad como fuera y se llegó al acuerdo de que Rodrigo concedería a los valencianos quince días de tregua condicional, durante la cual solicitarían la ayuda a Ibn Aisha, gobernante almorávide de Murcia y al rey de la taifa de Zaragoza. Los emisarios que irían en búsqueda del socorro no debían llevar consigo más de 50 morabetinos, suficientes para cubrir sus gastos durante el viaje. A los que acudirían a solicitar ayuda a los almorávides se les facilitaría el transporte marítimo en naves cristianas hasta Denia, desde donde tenían que proseguir su camino hasta 87 Murcia por tierra. La tregua condicional era una convención habitual en la guerra de asedios que se practicaba en la época y consistía en un plazo concedido por el comandante asediador a los asediados para que buscaran ayuda militar en el exterior. Si transcurrido ese periodo, durante el cual los asediadores cesaban sus hostilidades y ataques, no se recibía la ayuda, los asediados habían de rendir la fortaleza a sus enemigos. Ese tipo de convenios representa la fusión entre el 88 honor y el pragmatismo bélico. Se acordó que si al final de la tregua condicional no recibían ayuda, Valencia se entregaría al Cid y que Ibn Yahhaf permanecería en la ciudad como gobernante, cuyas posesiones y familia se respetarían. El almojarife cidiano Abenabduz administraría las rentas de la villa en beneficio del Campeador y un musulmán llamado Muza, servidor de Rodrigo desde los tiempos en los que era protector de al-Qádir, actuaría como alguacil de Valencia y se encargaría de la custodia de las puertas de la ciudad con almocadenes cristianos al mando de 89 huestes de peones mozárabes, criados en tierras musulmanas. Rodrigo se comprometía a residir en Juballa, a mantener y respetar pesos, medidas y moneda, así como las leyes islámicas, que habían regulado de manera tradicional la vida de los valencianos. Cuando los emisarios que se dirigían a Murcia iban a embarcarse, Rodrigo en persona ordenó que fuesen registrados. Se encontró que llevaban ocultas muchas riquezas, oro, plata, aljófares, piedras preciosas… parte de lo cual era de ellos y parte de mercaderes valencianos que les habían entregado sus bienes más preciados en un intento de salvarlos de una posible rapiña. Rodrigo se incautó de todo y solo les dejó los 50 morabetinos 90 convenidos en el pacto que habían contraído. El abastecimiento precario. Muchos de víveres productos en el estaban interior agotados de Valencia por era completo realmente y apenas sobrevivían dos bestias, la mula de Ibn Yahhaf y el caballo de su hijo. A otro de los mulos se lo habían llevado aquellos emisarios que habían acudido a solicitar la ayuda del rey de Zaragoza, y la otra montura había sido vendida por su propietario a unos carniceros, quienes le habían pagado la desorbitada cifra de 280 morabetinos de oro. Los carniceros vendieron la libra de carne del equino a 10 morabetinos al principio, después a 12 y la cabeza se compró por 15 91 morabetinos de oro. Mientras se cumplía la tregua concedida por el Campeador, algunos hombres comenzaron a sacar y vender algunas viandas que habían escondido. Y así fueron transcurriendo los días y los emisarios enviados en busca de ayuda no regresaban. Concluido el plazo, salió Ibn Yahhaf de la ciudad para confirmar el acuerdo con Rodrigo y se firmaron las cartas en presencia de los hombres principales de las partes cristiana y musulmana. Tras la firma, Ibn Yahhaf retornó para Valencia y ordenó que las puertas se abrieran al mediodía y que se agrupara allí a los valencianos. Cuando las puertas se desplegaron, el espectáculo que podía contemplarse era aterrador, espantoso, apocalíptico, como si se tratase del día del juicio final. Los habitantes de Valencia parecían muertos que salían de sus tumbas. Los cristianos fueron entrando y ocupando las distintas torres, aunque Ibn Yahhaf se quejó de que eran tantos los que entraban que aquello no era lo que habían acordado. Los mercaderes de Alcudia vieron la oportunidad para hacer negocio y acudieron al lugar con pan, frutas y otras viandas. Los que eran muy pobres, que no tenían dinero con el que pagar, se lanzaban a los campos para comer verduras directamente de la tierra. Pero los hombres más sesudos estaban apesadumbrados, temerosos de que pudiera acontecer 92 posterioridad. Quizá lo que, pensaban lo de hecho, mismo que terminó opinaba sucediendo un cronista, aman) aquello se trataba de un caramelo envenenado, de un perdón ( con que relativo, que el Campeador estaba predispuesto «a traicionar y romper el pacto, como el 93 amán que dan los sucios como él». De ese modo, consiguió Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, hacerse dueño de Valencia, el 16 de junio de 1094, después de largos e intensos meses de combates, negociaciones, triquiñuelas, insurgencia, contrainsurgencia, diplomacia, astucia e intensidad bélica. Un cronista musulmán, tras lamentar la trapacería del líder cristiano, dejó testimonio de la entrada del Campeador en la ciudad de Valencia: Concluído el asunto, se le abrieron las puertas, y entró a la ciudad con sus gentes, en ŷumādà I de ese año [19 mayo-17 junio 1094]. Ni él ni los suyos, maldígales Dios, causaron daño de ningún tipo a la ciudad ni a sus habitantes, con lo cual se animaron los espíritus, cundió la esperanza y la gente se tranquilizó, en tanto [el Campeador] controlaba los asuntos y les prohibía salir de la ciudad. Así, maldígale Dios, obtuvo esta capital y logró cuanto ella tenía de 94 fortuna, lozanía, bienestar y esplendor. Rodrigo había alcanzado su mayor éxito militar, pero no había culminado aún el que constituyó su mayor logro político: convertirse de pleno en príncipe de Valencia. Aún tuvo que pasar tiempo para que eso sucediera, tuvieron que desarrollarse acontecimientos complejos dentro y fuera de la ciudad, sucesos que amenazaron con poner en jaque toda la obra que tanto trabajo le estaba costando construir. No resultaba nada fácil en su tiempo, y menos para un individuo como él, conquistar una gran ciudad amurallada como Valencia era todo un reto estratégico, organizativo, logístico, diplomático y bélico, como hemos comprobado a través de estas páginas. Pero Rodrigo Díaz era un señor de la guerra, un comandante, y nunca había actuado como gobernante, menos de una gran urbe islámica. La acción no terminó, pues, aquí y se abrieron nuevos retos, tribulaciones, complicaciones y problemas que hubo de afrontar y resolver, en algún caso sobre la marcha circunstancias. y de La forma conquista precipitada de una por gran la premura ciudad era del una tiempo empresa y las muy compleja. Alfonso VI había tardado varios años en hacerse con el control de Toledo y, también en 1094, pocos días antes de que Rodrigo entrase en Valencia, Sancho Ramírez, su aliado, encontraba la muerte por un flechazo cuando intentaba adueñarse de Huesca. Alfonso VI y Sancho Ramírez eran soberanos que gobernaban reinos con recursos suficientes para llevar a cabo importantes asedios. Rodrigo no tenía reino, lo más parecido a un señorío a su disposición eran castillos que había reconstruido, arrabales que había dominado y campamentos militares en los que había pasado buena parte de su vida. A partir de ahora, los retos que tuvo que afrontar fueron múltiples y complejos y tuvo que desarrollar una capacidad de adaptación, a veces de improvisación, como pocos líderes militares han mostrado a lo largo de la historia. Notas 1 Vid. Bosch Vilá, J., 1990, 154-155. 2 Vid. Ibn al-Kardab 3 Ibid., 123-124. 4 La Historia Roderici (1983, 364) afirma que es Zaragoza, precisamente, la base desde la que ūs, 1986, 123. parte el Campeador para lanzar aquella campaña devastadora contras tierras de La Rioja: «Después de salir de Zaragoza entró con una gran hueste en tierras de Calahorra y de Nájera que pertenecían al reino del rey Alfonso y estaba bajo su gobierno». 5 Ibid., 364. 6 Una interpretación de ese pasaje en Rodríguez de la Peña, M. A., 2009, 36-37. Véase también Porrinas González, D., 2008, 167-206; Fletcher, R., 1999, 172-173; Martínez Díez, G., 2000, 244. 7 La Crónica de Veinte Reyes (1991, 229), usando tal vez crónicas islámicas desaparecidas, afirma que las flotas genovesas y pisanas tardaron mucho tiempo en llegar a Valencia y que, por ese motivo, a Alfonso y los suyos les faltó «la vianda» y no pudieron permanecer allí más tiempo. 8 «En este lugar saliéronle al encuentro los legados de García Ordóñez y de todos sus parientes quienes le comunicaron de parte del conde y de todos los suyos que les esperara allí siete días y no más, que si hiciera esto, no dudara que el conde con sus allegados le presentarían batalla. Regocijándose les respondió a éstos que aguardaría siete días allí al conde y a los suyos y lucharía con ellos gustoso», vid. Historia Roderici, 1983, 50, 364. 9 «Rodrigo los esperó allí hasta el día acordado, el séptimo, inmóvil como una roca, con ánimo decidido y alegre. Entonces tuvo noticia de que el conde y todos los que estaban con él, sin atacarle como habían prometido y temiendo enfrentársele, se había alejado y vuelto a sus tierras dejando Alberite sin un soldado, solo y vacío», Ibid., 365. 10 Vid. Canal Sánchez-Pagín, J. M., 1997, 749-773. 11 Vid. Historia Roderici, 1983, 50, 365. 12 Ibid., 52, 365. 13 «Después de salir con su ejército de Zaragoza, se dirigió rápidamente a Valencia. Mientras iba de camino le salió al encuentro un mensajero quien le refirió punto por punto y le dio a conocer que los bárbaros pueblos sarracenos habían llegado a la zona Este, la habían devastado cruelmente y que habían entrado en Valencia y la habían tomado», Ibid., 53, 365. 14 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000, 71. 15 «Dijo Muhammad Ibn c ā Alqama: en šacb n del año 485 [6 de septiembre-4 de octubre 1092], trasladóse el Campeador a Zaragoza, aunque dejó a quien hiciera sus veces para [guardar] los víveres almacenados y las tasas impuestas en Valencia, pese a lo cual sus habitantes pudieron tomar aliento, pues el agobio se había despejado», Ibid. 16 Vid. Bosch Vilá, J., op. cit., 155. 17 Vid. Ibn Idari, op. cit., 71-72. 18 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 896, 565-566. 19 Ibid., 566. 20 Ibid. 21 Ibid., 897 y 898, 566-567. 22 Vid. Ibn Idari, op. cit., 72. 23 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 899, 567. 24 Vid. Ibn Idari, op. cit., 72. 25 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 900, 568. 26 Vid. Historia Roderici, op. cit., 53, 365. 27 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 900, 568. 28 Ibid. 29 Ibid. 30 Ibid. 31 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 901, 568-569. Hemos adaptado ese pasaje al castellano actual para facilitar la comprensión a los lectores no familiarizados con el castellano romance medieval. 32 Ibid. 33 Ibid. 34 «El ejército cristiano les atacaba mañana y tarde, combatiéndoles sin cesar, matándoles e 35 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 902, 569. 36 Vid. Ibn Idari, op. cit., 72. 37 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 902, 569-570. 38 Ibid., 903, 570. 39 Ibid. 40 Vid. Historia Roderici, op. cit., 54, 365. 41 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 904, 570. 42 Ibid. 43 La fuente dice, textualmente, que «[…] cuando vieron que toda la gente de los moros estaban hiriéndoles», vid. Ibn Idari, op. cit., 72. en aquella parte donde se encontraba el Cid, fueron a aquella puerta de Alcántara, y llegaron al muro, y hubiesen entrado por allí de no haber sido por las mujeres y por los mozos que estaban sobre la muralla tirándoles piedras». Hemos adaptado el lenguaje al castellano actual para facilitar la lectura. Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 904, 570. 44 Ibid., 904, 571. 45 Ibid. La Historia Roderici (op. cit., 55, 366) ofrece una versión bastante esquemática de la conquista de los arrabales de Villanueva y Alcudia: «Aquél luchó contra un arrabal de Valencia que se llamaba Villanueva, hasta que lo tornó y lo despojó completamente de todas las riquezas y dinero que encontró. Después atacó y tomó otro arrabal de la ciudad que se llama Alcudia. Los hombres que vivían allí se entregaron y se sometieron enseguida a su dominio y a su mandato. El dejó a los vencidos vivir libres y en paz en sus casas y heredades con todos sus bienes». 46 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 904, 571. La Historia Roderici (op. cit., 55, 366) vuelve a sintetizar acontecimientos más complejos que conocemos con mayor detalle gracias a las fuentes islámicas: «Los otros habitantes de la ciudad de Valencia, cuando vieron esto, sintieron gran temor. Al punto expulsaron de la ciudad a los almorávides, según las condiciones impuestas por Rodrigo y se sometieron a su mandato. Rodrigo les permitió que permanecieran en Denia libres y tranquilos viviendo en paz». 47 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 905, 571-572. 48 Ibid., 905, 572. 49 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 290. 50 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 906, 572-573. 51 Ibid., 906, 573. 52 Ibid. 53 La Historia Roderici (op. cit., 58, 367) nada dice de esa herida sufrida por Rodrigo mientras saqueaba y devastaba las tierras de Santa María de Albarracín. Se limita a narrar de manera lacónica que tras saquear tierras aledañas a su castillo de Peña Cadiella y abastecerlo, «subió y llegó a tierras de Ibn Razin quien le había engañado en su tributo. Saqueó toda aquella región y ordenó que todas las vituallas que allí había encontrado, Mientras, él mismo regresó a Yuballa con gran botín». 54 Ibid., 59, 367. 55 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 907, 573. 56 Ibid., 908, 573. 57 Ibid. fueran enviadas a Yuballa. 58 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 294. 59 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 908, 573. 60 Ibid., 908, 574. 61 Ibid. 62 Ibid., 908, 574-575. 63 Ibid., 908, 575. 64 Ibid., 908, 576. 65 «El concepto denominada “contrainsurgencia” “emergencia malaya”, fue en empleado los años por 50 primera del vez pasado en el siglo. contexto Los de la británicos se enfrentaban, en su colonia de Malasia, a una insurgencia comunista apoyada por la minoría china del país, y también indirectamente por la República Popular China e Indonesia. El mariscal Gerald Templer, que dirigió la campaña a partir de 1951, pronunció una frase que se haría famosa: “[…] la respuesta no está en introducir más tropas en la jungla, sino en los corazones y las mentes de la población”», vid. Calvo Albero, J. L., marzo de 2010, 7. Acerca de este interesante tema pueden consultarse, además, los siguientes títulos: Nagl, J. A., 2002; Galula, D., 1964; Gentile, G. P., 2013. 66 Vid. Menéndez Pidal, R., 1904, 393-409; Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 909, 576577. 67 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 910, 578-579. 68 Ibid., 912, 580-581. 69 Ibid., 912, 581. 70 Ibid. 71 Vid. Crónica Anónima de los Reyes de Taifas, en Viguera Molins, M.ª J., 2000. 65. 72 Vid. Ibn Idari, op. cit., 75. 73 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 912, 581. 74 Ibid. 75 Ibid., 913, 582. 76 Ibid., 913, 583. 77 Ibid., 914, 584. 78 Ibid. 79 Ibid., 914, 584-585. 80 Ibid., 915, 585. 81 Ibid., 915, 585-586. 82 Ibid. 83 Vid. Ibn Idari, op. cit., 73. 84 Ibid., 74. 85 Vid. Ibn al-Kardab 86 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 915, 586. 87 Ibid., 916, 586. 88 Vid. Porrinas González, D., 2015, 401 y ss.; Strickland, M., 1996, 208 y ss. 89 El almocadén era el caudillo de las tropas de infantería, una especie de capitán de los peones. ūs, 1986, 128-129. Sus funciones se regularon, siglos más tarde, en las Partidas de Alfonso X el Sabio, pero, en estos momentos, ya existían. Vid. Maíllo Salgado, F., 1985, 363-373. 90 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 916, 587. 91 Ibid. 92 Ibid., 917, 588. 93 Vid. Ibn Idari, op. cit., 73. 94 Ibid. __________________ * Gentes que acuden al pregón. Cerco y entrega de Valencia. Poema del Cid, según el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 74. 7 Hacia la consolidación de un principado Plogo a Álbar Fáñez – de lo que dixo don Rodrigo. A este don Jerome – yal otorgan por obispo; diéronle en Valençia – o bien puede estar rico. ¡Dios, qué alegre era – tod cristianismo, que en tierras de Valençia – señor avíe obispo! Alegre fo Minaya – e spidiós e vinos.* R odrigo Díaz había conseguido, después de hacer frente y solventar múltiples dificultades, penetrar en el interior de Valencia, tras un largo asedio, complejo y dilatado, que algunos autores cifran en veinte meses de duración. Es cierto que la intensidad de sus acometidas a la ciudad del Turia no fue homogénea en el tiempo, pero también es verdad que, al menos desde la entrada de la guarnición almorávide en la ciudad, Rodrigo actuó contra ella. Ese ingreso de los norteafricanos en la urbe sirvió al Campeador para tomar conciencia de que podía perder en poco tiempo lo que tanto ansiaba, pues, a esas alturas, ya se veía como señor de Valencia. La llegada de tropas almorávides entre diciembre y enero de 1092-1093 terminó de convencerlo de que Valencia se había convertido en uno de los objetivos prioritarios de aquellos hombres del desierto comandados por un líder carismático y hábil como Yúsuf ibn Tašufín. Fue, pues, a partir de aquella venida y retirada de los norteafricanos cuando Rodrigo planteó un sitio más completo a la ciudad, que se fue recrudeciendo de manera paulatina durante los últimos meses hasta la entrega definitiva de la villa a mediados de junio de 1094. La Historia Roderici se muestra poco interesada en proporcionar detalles del complejo y dilatado asedio a Valencia. Resume todo lo que había sucedido durante casi dos años en un par de párrafos escuetos y poco ajustados a una realidad que sí nos muestran otras fuentes más precisas y detallistas: Rodrigo atacó Valencia durante bastante tiempo por todas partes con más fuerza y vigor de lo acostumbrado y la tomó después de haberla asaltado valerosamente, y una vez tomada, enseguida la saqueó. Encontró en la ciudad, apropiándose de todo, muchas e innumerables riquezas, esto es: gran cantidad de oro y plata en abundancia sin número, brazaletes preciosos, gemas engastadas en oro, varios y diversos adornos y telas de seda recamadas de oro. Se hizo con tan gran y tan valioso tesoro en esta ciudad que él y todos los suyos se hicieron más ricos de lo que mis palabras podrían llegar 1 a expresar. El asedio a Valencia constituyó todo un reto estratégico para Rodrigo Díaz. Sin embargo, gracias a su ingenio, tesón, astucia y también a un poco de suerte, pudo culminarlo con éxito. Las puertas de la ciudad se le abrieron el 16 de junio de 1094, después de que se agotase una tregua condicional que había concedido a los sitiados. Nada más entrar en ella, sus hombres ocuparon las torres y se posicionaron para proteger la conquista. Aunque fue a partir de esos momentos cuando se hicieron patentes nuevos desafíos, cuando tuvo que gobernar no solo una ciudad, sino toda una taifa. El principal escollo que tenía en su camino era el cadí Ibn Yahhaf, a quien había prometido mantener como rey durante las negociaciones para la capitulación y quien había mostrado una tenacidad intruso, inaudita un para intentar conquistador que perpetuarse había en mostrado el poder. una Rodrigo increíble era crudeza un e inclemencia durante las operaciones de asedio. Ibn Yahhaf era natural de allí y, además, pertenecía a una de las familias notables de la villa. El Campeador era un comandante cristiano con un ejército potente, pero carente de recursos demográficos como para consolidar la conquista; necesitaba apoyarse en la población autóctona para gobernar aquella ciudad y aquel principado. Una vez que los hombres de Rodrigo ocuparon los puntos más importantes de Valencia, torres y puertas, fundamentalmente, él mismo acudió en una ocasión con algunos de los suyos, subió a la torre más alta y observó Valencia hacia dentro y hacia fuera. Los musulmanes locales iban a visitarle y le daban la bienvenida y él, asimismo, les recibía con mucho respeto. Una de las primeras órdenes que dio fue la de cerrar las ventanas de las torres que daban a la urbe para respetar la intimidad de la población. Rodrigo aseguró a los valencianos que aquellos hombres que había posicionado en los emplazamientos fundamentales eran de los mejores a su disposición, cristianos criados con musulmanes idiosincrasia. Les y, informó, por tanto, además, de conocedores que había de sus costumbres ordenado a e aquellos mesnaderos que les tributaran honra y respeto, que les saludasen con cortesía cada vez que se cruzaran con ellos y que les dijeran «nuestro señor nos manda que os honremos, así como a su cuerpo mismo o a su hijo». Los valencianos, confortados, le aseguraban que nunca habían conocido a un hombre tan bueno 2 y honrado. Cuando el Cid se reunió con Ibn Yahhaf para recordarle los acuerdos firmados, aludió a la descortesía que había cometido hacia él cuando fue a visitarlo y se había presentado con las manos vacías, sin ningún regalo. El rey cadí pensó que lo mejor que podía hacer para satisfacer al Campeador era exigir dinero a los mercaderes que se habían enriquecido durante el asedio al subir el precio del pan. Algunos de esos comerciantes habían llegado a Valencia procedentes de Mallorca al comienzo de la guerra, con la perspectiva de hacer un buen negocio en aquella situación, y de estos también consiguió dinero Ibn 3 Yahhaf. Cuatro días después de que Valencia se entregara y de que abriera sus puertas al conquistador, Rodrigo convocó a los valencianos para que concurrieran a una hora señalada en su huerta. Debían acudir al llamamiento los habitantes de la ciudad y los de los castillos a su alrededor. Cuando llegó el momento, Rodrigo se situó en un lugar que había sido engalanado con tapices y con estolas y los hombres buenos y honrados se situaron detrás de él. El Campeador pronunció un discurso que constituía, en buena medida, una declaración de intenciones, mitad tranquilidad mitad advertencia. Comenzó exponiendo que él era un hombre que no había gobernado nunca, como tampoco ninguno de los de su linaje había sido gobernante. Confesó que había codiciado aquella ciudad desde el día en que la había visto por primera vez, por lo que, a partir de entonces, había rogado mucho a su señor para que se la entregase. Su Dios le había escuchado, porque el día en el que acampó en Juballa solo tenía cuatro panes y ahora tenía en su poder toda una ciudad como aquella. Pedía que cada cual se fuera tranquilo a sus propiedades, guardándolas y disfrutándolas como siempre lo habían hecho, pagando a quien la hubiese labrado durante la contienda, tal y como ordenaba la «ley de los moros». Aseguró que, en cuanto a impuestos, no se iba a recaudar más de la décima parte, tal y como también establecían las leyes islámicas. Se comprometió a visitar él mismo las haciendas dos días a la semana, el lunes y el jueves, para atender sus demandas e impartir justicia, porque, afirmaba, él no era como esos otros gobernantes que habían conocido hasta ahora. Rodrigo, decía, no era como esos príncipes musulmanes que pasaban el día con mujeres, cantando y bebiendo, inaccesibles a sus súbditos, nunca visibles para ellos. Manifestó que él quería comportarse como un compañero con ellos, mantener una relación de amigo a amigo, de pariente a pariente, como alcaide y alguacil, e intentar 4 solucionar cualquier querella que le planteasen. A continuación, cargó ante todos contra Ibn Yahhaf por haberse incautado de dinero de los comerciantes que se habían enriquecido durante el asedio a Valencia. Justificó, asimismo, las riquezas que él mismo había confiscado a los emisarios que habían acudido a Murcia a solicitar la ayuda de los almorávides para el descerque. Se dolió, además, de todas las penurias y el hambre que habían tenido que soportar durante el sitio al que los había sometido, pero también les reprochó que habían llegado a esa situación de hambruna y carestía momento, podrían por estar culpa de tranquilos ellos mismos. porque los Aseguró suyos no que, iban desde a ese entrar a comprar o vender a Valencia, porque para eso tenían Alcudia. Declaró Rodrigo que no tenía intención de vivir dentro de la villa, que tan solo prentendía habilitar un lugar sobre el puente de Alcántara para permanecer allí de forma eventual. Después de pronunciar aquel discurso, les instó a volver a sus quehaceres. Él mismo se marchó y los valencianos quedaron maravillados, habían perdido el miedo que le tenían y creyeron en las promesas que les acababa de hacer el Campeador. El almojarife Abenabduz (Ibn Abduz) se dirigió hacia la casa de recaudación del almojarifazgo para nombrar a aquellos que habrían de servirlo. Los cristianos que habían ganado heredades en la ciudad como pago por sus servicios al Cid exigían mantenerlas. Todo pleito relativo a la propiedad de la tierra se resolvería el jueves, cuando Rodrigo se 5 presentase en la ciudad para impartir justicia. EL APRESAMIENTO Y LA EJECUCIÓN DE IBN YAHHAF Decíamos más arriba que el principal obstáculo que le impedía a Rodrigo convertirse en gobernante pleno de Valencia era Ibn Yahhaf. En los acuerdos de capitulación establecidos para la rendición de la ciudad se había estipulado en una cláusula que el cadí seguiría actuando como rey de la ciudad y que Rodrigo sería el encargado de gestionar las rentas y de administrar justicia. Es posible que, desde el mismo día de la firma de aquellos acuerdos, Rodrigo tuviese en mente quitarse de encima a un individuo que había dificultado su dominio de la ciudad. El principal argumento del que se valió el Campeador para ir contra Ibn Yahhaf fue el desaparecido tesoro de al-Qádir que el cadí había robado al anterior monarca de Valencia antes de ordenar asesinarlo. El magnicidio de al-Qádir por orden de Ibn Yahhaf consituyó, por tanto, otra de las argumentaciones principales en las que se apoyó Rodrigo para proceder contra este. El jueves siguiente al discurso pronunciado por el Cid ante los valencianos, Rodrigo compareció en la ciudad para impartir justicia, tal y como había anunciado. Había pleitos pendientes relacionados con la posesión de ciertas tierras que el Campeador había entregado a sus hombres como pago o soldada por sus servicios durante el asedio. Rodrigo aseguró que no haría nada que perjudicase a sus propios hombres, aquellos que le habían servido fiel y abnegadamente durante el cerco a la ciudad, porque los necesitaba, porque eran su sustento. Para ello, empleó metáforas que ilustraban la protección que iba a otorgar a aquellos fieles servidores: Si yo me quedase sin mis hombres sería así como el que tiene brazo derecho y le falta el izquierdo, como el ave que no tiene alas o como los luchadores que no tienen espadas ni lanzas. Así pues, la primera cuestión que debo tener en cuenta es el pleito que debo hacer a mis hombres dándoles cosas que sean lo más cumplidas y apuestas posibles, pues de ese modo estaré mejor guardado; porque Dios tuvo a bien que yo me apoderase de la ciudad de Valencia, y no quiero 6 que en ella haya otro señor que no sea yo. Aquellas palabras eran un manifiesto en el que Rodrigo anunciaba, por una parte, que sus hombres, aquellos que le habían acompañado, servido y que habían arriesgado sus vidas por él siempre estarían por encima de cualquier otra consideración. Por otra parte, advertía que no concebía compartir el poder con nadie, así como que deseaba ser el único gobernante de Valencia. Con ello, una de las cláusulas de la capitulación que había establecido para la rendición de la ciudad se incumplía, pues él mismo se había comprometido en aquellos acuerdos a mantener a Ibn Yahhaf como soberano de Valencia. Otra de esas disposiciones de la capitulación, la que aseguraba las propiedades de los valencianos si estos se rendían, también se vulneraba, desde el momento en que afirmaba que no les quitaría a sus hombres nada de cuanto les había entregado como pago por sus servicios. El Campeador reveló, con cierto tono amenazador, que si los valencianos querían estar a bien con él tendrían que averiguar cómo someter a Ibn Yahhaf a su poder, «porque bien conocéis todos las traiciones que hizo a su señor el rey de Valencia, el sufrimiento que le hizo padecer, y a vosotros mismos mientras os tuve asediados». Los valencianos no daban crédito a aquellas palabras, porque fueron conscientes de que Rodrigo no estaba cumpliendo nada de cuanto había prometido. Treinta de los hombres más honrados de la ciudad se apartaron del grupo para debatir y avisaron a Abenabduz para pedirle que les aconsejara con lealtad, por ser hombre de su religión. Plantearon al almojarife que Rodrigo les había prometido muchas cosas de las que ahora se estaba desdiciendo, cambiando el extrañeza confusión. Por y guion preestablecido, ello, al entender lo cual que él les producía conocía gran mejor las costumbres de Rodrigo, le pedían que les explicase cuál era la voluntad de su señor, porque no sabían muy bien a qué atenerse. El almojarife respondió que todos ellos eran conscientes de la traición que había perpetrado Ibn Yahhaf contra su señor y que, por esta razón, debían trabajar para ponerlo en manos del Campeador, porque si lo hacían, podían estar seguros de que su señor les concedería todo aquello que le demandasen. Así, se dirigieron a Rodrigo para 7 comunicarle que cumplirían con lo que les había solicitado. Los valencianos organizaron una pequeña hueste de hombres armados, accedieron a la ciudad y se encaminaron hacia las casas de Ibn Yahhaf, reventaron las puertas y entraron. Apresaron a Ibn Yahhaf, a su familia y compañeros y los condujeron ante el Cid, quien ordenó que metieran en prisión a todo aquel relacionado con el asesinato de al-Qádir. Después, volvió a hablar a los valencianos, ahora para transmitirles que habían hecho lo que se les había pedido y que era el momento de escuchar sus demandas, pero también que, desde entonces, fijaba su residencia en el alcázar de la ciudad y que sus hombres cristianos valencianos ocuparían estuvieron de todas las acuerdo. fortalezas Rodrigo de les la urbe. aseguró Los que notables cumpliría escrupulosamente su ley islámica y que solo les iba a exigir el diezmo de la producción, tal y como establecía la ley. Los valencianos solicitaron que nombrase como su alcaide al sabio alfaquí Alhuacaxi, aquel que había recitado vid. los versos de lamento por la pérdida de Valencia ( 8 postre, terminó por convertirse al cristianismo. Capítulo 6), y que, a la Figura 34: La lapidación de san Esteban, fresco de la iglesia parroquial de Sant Joan de Boí (La Vall de Boí, Lleida), finales del siglo XI. La escena representa el martirio de san Esteban, que se desarrolla fuera de la ciudad de Jerusalén, simbolizada por la puerta que se observa a la izquierda. Golpeado por las piedras que arrojan tres individuos, san Esteban, arrodillado y con las manos abiertas en dirección a la luz, reza para recibir la ayuda de Dios. Lapidado es como fue ejecutado por el Cid el cadí Ibn Yahhaf, efímero rey de Valencia. Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona. El Cid, seguro en Valencia, aposentado en el alcázar, con torres, murallas y fortalezas dominadas por cristianos, desfiló con sus huestes por las calles de la ciudad. Ordenó que Ibn Yahhaf fuera trasladado a Juballa, donde le sometieron a torturas durante dos días. Le volvieron a llevar a Valencia y quedó custodiado en la huerta que Rodrigo poseía en la ciudad, aquella que le había entregado el propio cadí. Ordenó a Ibn Yahhaf que hiciera inventario escrito de todas sus pertenencias y que intentara, de ese modo, dar con la pista del tesoro desaparecido de al-Qádir. Cuando el documento estuvo terminado, Rodrigo mandó que fuese leído en voz alta ante los hombres más buenos y honrados de Valencia, para que el cadí jurara ante ellos que no tenía más posesiones que las que había consignado por escrito en aquella carta. Y así se hizo. El jueves siguiente, el Campeador convocó a los valencianos al alcázar, donde les recibió como si fuera un príncipe, sentado en un suntuoso escaño desde el que ordenó que Ibn Yahhaf y el resto de apresados fueran llevados a su presencia. Pidió al alcaide Alhuacaxi, recientemente nombrado, y al resto de los hombres buenos de Valencia que juzgasen entre ellos qué muerte merecía, según su ley islámica, aquel que había matado a su señor. Los sabios valencianos respondieron que, de acuerdo con su ley, aquel que había perpetrado ese delito debía morir lapidado. Con arreglo a esta versión que manejamos, Rodrigo decretó la muerte por lapidación de Ibn Yahhaf y de otros treinta y cinco cómplices del 9 asesinato de al-Qádir. Otras versiones de los mismos hechos no concuerdan exactamente con esta que hemos glosado. Según esos otros relatos, más que el magnicidio de alQádir, lo que en realidad determinó la sentencia de muerte de Ibn Yahhaf fue el hecho de no entregar el tesoro del anterior monarca de Valencia y de mentir a Rodrigo acerca de su paradero. Conforme a esos otros testimonios, además, el método de ejecución del cadí no iba a ser la lapidación, sino la hoguera y que sería ejecutado únicamente él y nadie más. Una de esas versiones es la de Ibn Bassam, cronista bien informado por testigos del asedio y posterior gobierno cidiano en la ciudad. De acuerdo con su narración, el tesoro de al-Qádir fue motivo esencial para que el Campeador apresara y ejecutara a Ibn Yahhaf: Rodrigo, desde el principio de su entrada [en Valencia] le preguntaba por ello, haciéndole jurar, ante un grupo de gente de las dos religiones que nada sabía de aquello. Y [el cadí] había jurado con toda solemnidad, sin saber lo que esto encerraba en orden a su perdición y penalidades. Estableció Rodrigo entre él y el citado cadí un pacto, en presencia de ambos grupos [cristianos y musulmanes], testigos los más notables de ambas religiones, que si él [después] daba con el tesoro y lo hallaba [junto al cadí], consideraría lícito dejar de protegerle y podría matarle. No tardó Rodrigo en hallar el citado tesoro junto [al cadí], pues Dios había decretado su perdición por mano [de Rodrigo], aunque acaso aquello fuera una treta que 10 montó y una de las mañas que urdía y prendía. Vemos que hay bastantes similitudes entre esta versión del autor de Santarém y las ofrecidas por otras crónicas. Sin embargo, aquí no se alude a que una de las razones del Campeador para ordenar la ejecución de Ibn Yahhaf habría sido la de castigar con la pena capital el delito. Ibn Bassam continúa narrando que, tras el apresamiento del cadí, el Campeador se incautó de todos sus bienes y que le torturó tanto «a él, a su gente y a sus hijos, hasta no poder más». También ordenó que fuese quemado en la hoguera: «Hizo quemarle en un fuego, que extinguió su vida y consumió sus miembros». Declara Ibn Bassam que algún testigo presencial le relató cómo se había producido esa horripilante ejecución: Me contó alguien que lo vio en aquel trance que se cavó un hoyo para [meter a Ibn Ŷahhāf ] allí, hasta las axilas, siendo prendido el fuego a su alrededor, y él acercaba con su mano las maderas que estaban lejos, para que ocurriera más rápido su trance y fuera más breve el tiempo de su suplicio, ¡escríbalo Dios así en la hoja de sus buenas acciones, borrándole con ello sus anteriores maldades. ¡Que Él nos evite, en la otra vida, el dolor de sus castigos, y nos haga 11 hacedero lograr su aprobación! En palabras de este cronista, el Cid quiso ir más allá y quemar también a la mujer y a las hijas del cadí, pero intercedió por ellas «uno de los personajes cristianos, y a duras penas logró trocar su propósito, siendo así rescatadas de su suplicio». La conquista de Valencia y la posterior ejecución de Ibn Yahhaf, sentencia Ibn Bassam, indignó, humilló, avergonzó y atemorizó a todo alÁndalus. Un crecido Campeador, ese «milagro de su Dios», estaba henchido de soberbia y aseguraba que recuperaría toda la Península para los cristianos: Esta grave calamidad [de Valencia] hizo arder de indignación a todos los territorios de la península [de al-Andalus], y a todos afectó la humillación y la vergüenza. El poder de ese tirano [Rodrigo] se extendía, abrumando a todas partes y amedrentando al próximo y al lejano. Contóme quien lo oyó, que él decía, cuando su afán era más fuerte y su codicia extrema: «Por un Rodrigo fue conquistada esta península [por los musulmanes] y [este otro] Rodrigo la salvará», frase que llenó [de espanto] los corazones [de los andalusíes], pues 12 creyeron que ocurriría esa temible amenaza. Con certeza, Rodrigo el Campeador, considera Ibn Bassam, «era uno de los prodigios de su Dios», dotado por Él de una entereza, intrepidez y pericia que le habían permitido derrotar, «con su poca mesnada», a cuantos ejércitos más numerosos que el suyo se habían enfrentado a él: Este opresor [Rodrigo], al mismo tiempo por su actuar con destreza y sus dotes de entereza, y su intrepidez extrema, era uno de los prodigios de su Dios, hasta que poco después Dios le hizo morir, falleciendo en Valencia de muerte natural. Había llevado, maldígale Dios, victoriosa su enseña, había vencido a grupos de cristianos, combatiendo apodado el a alguno Boquituerto, de y sus al jefes, jefe de como los García francos [el [Ordóñez], conde de Barcelona], y a ibn Rudmir [el rey de Aragón], mellando el filo de sus tropas y dando muerte con su poca mesnada a sus numerosos soldados. Dicen que ante él se enseñaban los libros y se leían las biografías [heroicas] de los Árabes, y que al llegar a la historia de alMuhallab se arrebató de emoción, gustándole y asombrándose de 13 ella. Gracias al valioso testimonio de Ibn Bassam, podemos acercarnos un tanto a la personalidad y a la psicología de Rodrigo Díaz. Con arreglo a esas opiniones del autor de Santarém, el Campeador tenía conocimientos de la historia de la península ibérica y se autocontemplaba como una especie de nuevo rey Rodrigo destinado a salvar la Península de la ocupación islámica. Corrobora, además, lo que nos dicen otras fuentes en cuanto a que era un guerrero intrépido, diestro y esforzado y que, gracias a ello, había conseguido vencer a contingentes más numerosos que el suyo. Disfrutaba con el relato de antiguas guerras, aunque fueran árabes, y, en ocasiones, se emocionaba con la audición de alguna de ellas. Es posible que de ese interés por conocer relatos bélicos antiguos, Rodrigo extrajera enseñanzas y aprendizajes a los que les dio un sentido práctico en sus propias experiencias militares. Por lo que sabemos de él, era el rendimiento prototipo de de cualquier persona recurso capaz del que de sacar el dispusiera, máximo incluso provecho es más y que probable que uno de esos recursos que le facilitaron sus andanzas fuera, precisamente, conocimientos –técnicos, históricos, geográficos…– adquiridos a lo largo de su vida, en especial durante los años que pasó al servicio de los reyes sabios y eruditos de la taifa de Zaragoza (vid. Capítulo 3). Alfonso Boix Jovani, en un interesante estudio, ha detectado las similitudes existentes entre los relatos de la batalla de Tévar de la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid y La 14 guerra de las Galias, un escrito de la Antigüedad clásica. ¿Acaso pudo tener Rodrigo Díaz algún tipo de referencia de ese texto y aplicó sus enseñanzas al caso concreto de Tévar?, o, por el contrario, ¿fueron los autores de las composiciones cidianas los responsables de esas coincidencias entre lo clásico y lo cidiano? sugestivo Desconocemos y estimulante la respuesta imaginar, a la a esas luz del cuestiones, relato de pero Ibn nos parece Bassam, que Rodrigo Díaz pudo tener conocimiento de esta obra clásica y que aprovechó sus enseñanzas para una situación concreta como la batalla de Tévar. Sea como fuere, lo cierto es que el Cid consiguió eliminar el único obstáculo que se interponía entre él y la gobernanza absoluta de Valencia y su territorio. Con Ibn Yahhaf liquidado, no quedaba otro dueño y señor que él mismo, Rodrigo el Campeador, quien, a partir de entonces, modificó en parte su conducta para enseñorearse plenamente de una conquista que le había costado varios sobreesfuerzos conseguir. A partir de entonces, el relato de la Estoria de «histórica» España y se (Primera adentra más Crónica en General) visiones pierde literarias del un tanto Cantar de la esencia mio Cid, prosificado por los historiadores de los talleres historiográficos de Alfonso X y su hijo, Sancho IV. Las narraciones históricas perdidas de cronistas islámicos coetáneos al Cid fueron dejando paso a recreaciones literarias condicionadas por la prosificación del Cantar. Pero, antes de dar ese giro, la Estoria de España nos deja unos últimos retazos de esa historiografía islámica reaprovechada que merece mucho la pena valorar y reproducir, pues en ellas podemos vislumbrar el viraje gubernamental que dio Rodrigo Díaz una vez que eliminó al cadí Ibn Yahhaf. En el comienzo de ese último soplo de crónica islámica aprovechada se introducen dos personajes, claramente épicos, que obtienen carta de naturaleza en el Cantar y que adquieren, sobre todo uno de ellos, un protagonismo destacado. Conforme al relato, Rodrigo, tras la ejecución de Ibn Yahhaf y sus treinta y cinco cómplices, habló esa misma noche con Álvar Fáñez y Pedro Bermúdez, así como con todos aquellos que configuraban su consejo, y departieron de cómo era su relación con los «moros». Tras esa inserción épica, el relato retoma los tintes históricos que podían apreciarse hasta ese punto concreto. Prosigue la narración relatando que Rodrigo ordenó, al día siguiente de la ejecución del cadí, convocar a los musulmanes de Valencia para establecer sus condiciones. Sentado en un estrado, rodeado de sus hombres de confianza, el Campeador habló a los valencianos. Comenzó recordándoles cuánto había servido al rey de Valencia, al-Qádir, y cuantas tribulaciones había tenido que encarar y superar para conquistar la ciudad. Ahora, proseguía, que Dios había tenido a bien entregársela y que él fuese señor de ella, quería toda Valencia para él y para los suyos, aquellos que le habían ayudado a conseguirla. Aseguró que todos le pertenecían y que, por tanto, podía hacer con ellos lo que le placiera, arrebatarles cuanto poseían, ser dueño absoluto de ellos y sus bienes, de sus mujeres y de sus hijos. Aunque, declaró, no quería actuar de ese modo. Prefería que los más honrados, aquellos que siempre le habían sido leales, siguieran habitando en la villa, en sus casas, con sus familias, con la condición de que únicamente debían poseer una bestia, que tenía que ser mular, y un solo sirviente. Les prohibió tener armas, a excepción de cuando él mismo les ordenase armarse. Quienes no estuvieran de acuerdo habían de abandonar la ciudad e irse a vivir a Alcudia, donde disponían de sus mezquitas, al igual que las mantendría en la propia Valencia. Tendrían alfaquíes y seguirían rigiéndose por la ley islámica, con los alcaides y el alguacil que él había designado. Conservarían sus propiedades y solo le entregarían el diezmo. La aplicación de la justicia sería su competencia, así como la acuñación de moneda. Aquellos que quisieran permanecer en ese nuevo señorío podrían hacerlo si acataban las normas impuestas y aquellos que no estuviesen de acuerdo con las nuevas condiciones podrían marcharse, pero solo en persona, pues debían dejar en la ciudad sus pertenencias, aunque él velaría por ellos 15 hasta que llegasen a un lugar seguro. Cuando los musulmanes de Valencia escucharon aquellas palabras se entristecieron, pero también entendieron que no tenían otra opción que acatar las normas que imponía el Campeador. De ese modo, fueron muchos quienes, en compañía de sus mujeres e hijos, empezaron a desalojar la ciudad y solo permanecieron aquellos a quienes Rodrigo seleccionaba. Al mismo tiempo que los musulmanes desocupaban Valencia, iban entrando en ella cristianos que residían en Alcudia. Tanta fue la gente que abandonó la ciudad que, cuenta la historia, el desalojo se prolongó dos días y dos meses tardó Rodrigo en hacerse fuerte en la urbe que había conquistado. A partir de entonces, se le llamó «Mio 16 Cid Campeador, señor de Valencia». En realidad, Rodrigo se había apoderado de Valencia. Un cronista musulmán dijo que, de aquel modo, se adueñó de la ciudad, sin causar daño a sus habitantes, pero alcanzando su objetivo de convertirse en el gobernante supremo de aquel espacio: Ni él ni los suyos, maldígales Dios, causaron daño de ningún tipo a la ciudad ni a sus habitantes, con lo cual se animaron los espíritus, cundió la esperanza y la gente se tranquilizó, en tanto [el Campeador] controlaba los asuntos y les prohibía salir de la ciudad. Así, maldígale Dios, obtuvo esta capital y logró cuanto ella tenía de 17 fortuna, lozanía, bienestar y esplendor. La caída de Valencia en manos del Campeador pronto suscitó reacciones en el mundo islámico. El propio Yúsuf ibn Tašufín en persona se desplazó hasta Ceuta para coordinar la respuesta a la ofensiva cristiana que había triunfado en la región levantina. La conquista de Valencia había generado un estado de pánico en al-Ándalus y en los almorávides, recientemente asentados allí, y, por tanto, urgía una respuesta. Era necesario que el nuevo poder norteafricano, implantado hacía poco tiempo en al-Ándalus, respondiera de manera militar al único foco de resistencia cristiano que se había desarrollado en la Península. Si el Imperio almorávide quería legitimarse en al-Ándalus, debía eliminar con prontitud aquel señorío que acababa de conquistar Rodrigo Díaz. El emir Yúsuf consideró esa misión como prioritaria y allí concentró sus esfuerzos bélicos. Á EL CONTRAATAQUE ALMORÁVIDE. LA BATALLA DE CUARTE (OTOÑO DE 1094) Así pues, lo sucedido en Valencia llenó de inquietud a los almorávides que estaban acuartelados en Denia, así como a los musulmanes que habitaban castillos y ciudades en aquel entorno. Rodrigo Díaz no cesó su actividad bélica tras la conquista, pues ordenó lanzar algaras a diario contra las tierras en derredor de Valencia, lo que provocó daños cada vez mayores en esas zonas, cortó las comunicaciones y desató una inseguridad que se fue acrecentando. Quienes habitaban aquellas comarcas se sentían cada vez más presionados, por ello, escribieron al «Príncipe de los Musulmanes» (Yúsuf ibn Tašufín) para pedirle su ayuda y le informaron de la terrible situación en la que se encontraban en el levante peninsular. La reacción de Yúsuf fue trasladarse a Ceuta y dictaminar que se concentraran en el lugar efectivos procedentes del Magreb. Le confió el mando de aquellas tropas a un sobrino suyo llamado Abd Allah Muhámmad y ordenó, además, que el gobernador de Granada y su 18 territorio enviara refuerzos para auxiliar a los musulmanes del levante. Cuando a Rodrigo le llegaron las primeras noticias de que un gran ejército se le venía encima, mandó adoptar una serie de medidas defensivas. Estas cautelas consistieron en el refuerzo de las murallas de Valencia, ya que, aunque no habían resultado demasiado castigadas durante el asedio al que el propio Campeador había sometido a la ciudad, necesitaban cierto reforzamiento, en 19 especial en los arrabales. También ordenó abastecer a conveniencia todos los castillos ubicados en el territorio valenciano, así como la propia capital, que había quedado bastante esquilmada de víveres y pertrechos durante el cerco cidiano. Convocó también a la ciudad huestes de cristianos y musulmanes que 20 le eran fieles y que procedían de distintos puntos de su señorío. Debía preparar tanto psicológica como tácticamente a los suyos para resistir cercados a aquel enorme contingente almorávide. Como gran experto en la práctica de la guerra psicológica, Rodrigo Díaz basó en ese tipo de armas buena parte de sus planteamientos defensivos. Alberto Montaner, autor del estudio de la batalla de Cuarte más completo y detallado, considera en ese sentido que: Para lograr su plena efectividad, Rodrigo desarrolla tres líneas de actuación en cuanto a la guerra psicológica. La primera […] es mantener aterrorizada a la población musulmana de Valencia, para evitar cualquier acción interna favorable a los almorávides; la segunda es infundir ánimo y confianza en sus propios hombres, y la 21 tercera desmoralizar al ejército sitiador. Así, la primera decisión que tomó fue la de desarmar a la población potencialmente peligrosa, aquella que pudiera secundar a los almorávides desde dentro pertrechándose y convirtiéndose en un elemento combativo. Propaló el rumor de que si los norteafricanos sitiaban la ciudad, pasaría a cuchillo a toda la población de Valencia. Además, exigió que un heraldo pregonase un mandato encaminado a desarmar a los ciudadanos, que surtió el efecto deseado de manera inmediata: «[…] si se encuentra en poder de alguien cualquier herramienta de hierro, declararemos lícitas la confiscación de sus bienes y su muerte». Los valencianos hicieron desde entonces todo lo necesario para no incurrir en falta, entregando hasta las agujas y los clavos; y llenos de temor y espanto depositaron cuanto hierro tenían en la 22 puerta del Alkázar. Figura 35: Capitel de la iglesia de Santa María la Mayor de Uncastillo (Zaragoza), construida por el rey Ramiro II de Aragón entre 1135 y 1155, año en que fue consagrada por el obispo de Pamplona. En el centro, un caballero, sin armadura y en combate contra dos infantes, también sin protección corporal. El que acomete por detrás con una lanza se ha interpretado como un guerrero andalusí, ya que porta una adarga circular ornada en su centro con una estrella. Rodrigó ordenó convocar a todos los valencianos junto al mar con el pretexto de que había que remolcar una galera. Una vez reunidos, llegó un intérprete acompañado por los jefes principales de la hueste del Campeador e hicieron una selección entre ellos, «devolviendo a la ciudad a los que tenían aspecto de poco bravos y dejando aparte, desterrados, a los que tenían aire de valientes». Aquello llenó de tristeza a los familiares de los segregados y apartados, pues creyeron que habían sido asesinados «y sus casas se sumieron 23 en el luto». El ejército almorávide procedente del norte de África llegó a al-Ándalus a mediados de septiembre de 1094. Estaba compuesto, de acuerdo con un autor musulmán, por «4000 jinetes y muchos más infantes». Durante su marcha, se le fueron uniendo contingentes andalusíes que contribuyeron con capital humano y logístico, «llegando de todas partes acémilas cargadas de provisiones, instalándose sus campamentos a una pasaranga de Valencia», a unos 4 o 6 kilómetros de Valencia, en la llanura situada entre Cuarte y Mislata. La enormidad de aquel ejército atemorizó a los cristianos que estaban en Valencia y muchos sopesaron abandonar la villa por miedo. Mas ese pánico no pareció afectar a su líder, Rodrigo el Campeador: Su campamento constituía una aglomeración considerable, que a ojos de los cristianos era como un océano bullidor. Por eso los cristianos pensaron todos en huir y abandonar Valencia, menos su maldito jefe, el Campeador, que no mostró temor ante esta multitud ni manifestó cuidado, pues por las aves tenía augurios y pronósticos, añadiendo otros embelecos de sus mentiras, con que confortaba el ánimo de sus gentes, respecto a lo cual compuso uno de los valencianos: «Decid a Rodrigo que la Verdad triunfa, o comprobad cómo obtiene sus augurios. āŷa, Los sables de Sinh en cada batalla, 24 impedirán que sus aves acierten el aviso». Este había vuelto a recurrir a los augurios que, presuntamente, obtenía de la observación del vuelo de las aves para disipar los miedos de sus hombres y se mostraba, una vez más, como un auténtico experto en la práctica de la guerra psicológica y buen conocedor, por ello, de la personalidad de propios y extraños, la de sus hombres y la de sus enemigos. La Historia Roderici también incide en esa actitud impertérrita del Campeador ante la inmensidad del contingente enemigo, una maniobra que debemos entender, asimismo, como parte de dicha guerra psicológica planificada y planteada por Rodrigo Díaz: Estos [los almorávides] al llegar al lugar denominado del Cuarte, que está a cuatro millas de Valencia, plantaron allí su campamento. Toda la región que estaba alrededor, enseguida se dirigió a ellos con los alimentos, víveres y piensos necesarios; en parte les ofreció las vituallas y en parte se las vendió. Eran casi […] mil caballeros y treinta mil infantes. Al ver Rodrigo tan grande e innumerable 25 multitud que se dirigía a luchar contra él, no […] se admiró. Otra de las medidas adoptadas por el Campeador fue la de expulsar de la ciudad a las «bocas inútiles», esto es, las mujeres y niños más pobres, para que se dirigieran al campamento de los norteafricanos, donde a las féminas les esperaba el triste destino de ser violadas por la peor calaña que allí se encontraba: Cuando las tropas almorávides vinieron a sitiarle, el maldito decidió expulsar a las mujeres y los niños de los musulmanes indigentes y obligarles a ir al campamento de los asediantes, diciéndoles: «Reuníos con los de vuestra religión». Las pobres mujeres caían así en manos de los negros, los arrieros y los comerciantes de baja estofa, que las escondían y abusaban de ellas, sin que lo supiese el jefe del 26 ejército, que hubiese puesto fin a estos actos censurables. Parte de la tropa se desgajó del grueso del ejército y se dirigió hacia Denia, con lo que el campamento musulmán cada vez daba menos muestras de energía y firmeza y se apoderaba de los guerreros una especie de apatía y cierto desorden. El comandante de aquellas huestes no parecía ser consciente de esos síntomas de relajación e indisciplina de sus hombres. Confiado en el número de los suyos, menospreciaba al enemigo al creer que «un ejército consiste el número de sus combatientes» y que las operaciones de asedio se desarrollarían con normalidad. Pero, prosigue el cronista, los puntos flacos de aquel ejército terminaron por manifestarse y permitieron al enemigo aprovechar su oportunidad. Tal fue el estado de la cuestión durante el mes del Ramadán (del 14 de septiembre al 13 de octubre de 1094). El campamento del emir Muhámmad ibn Tašufín, sobrino de Yúsuf, se encontraba cerca de Valencia y servía de base de coordinación a todos los efectivos magrebíes, saharianos, almorávides y andalusíes que se habían congregado en el lugar. Habían sumado esfuerzos a aquella hueste los taifas de Lérida y Tortosa, Santaver y Alpuente, además de los señores de fortalezas como Segorbe, Jérica y otras. El 14 de octubre, los musulmanes celebraron la fiesta de la ruptura del mes de ayuno. Los cristianos mozárabes de Valencia, aquellos que habían vivido siempre en la ciudad, «trataban de conciliarse la simpatía de los musulmanes que quedaban en ella», pues entendían que iban a ser las armas islámicas las que vencerían a las 27 cristianas en aquellas circunstancias de desigualdad numérica. Entonces, Rodrigo se valió de otra de sus armas psicológicas favoritas: la difusión de rumores. Así, ordenó que por el campamento musulmán corriera la noticia de versiones que la del había rey solicitado de Aragón, la ayuda llamado militar Ibn de Alfonso 28 Rudmir– y VI de –en que otras este se encontraba en camino al frente de un poderoso contingente: Hallábase, entre tanto, el Campeador en apuro de cómo resistiría a tanta muchedumbre y pidió socorro a Alfonso VI; noticia que, al circular por el real de los musulmanes produjo viva inquietud y llenó de miedo los corazones. Estas circunstancias fueron las premisas de 29 los sucesos que iba a dar curso el destino. La crónica usada por el historiador Ibn Idari sitúa esos hechos el día 21 de octubre de 1094, fecha en la que se desencadenó la lid. Debemos entender que esa divulgación de rumores por parte del Campeador se habría ido desarrollando desde días atrás. Para ello, Rodrigo habría estudiado la manera de infiltrar hombres en el campamento enemigo, los encargados de propalar en su corazón las habladurías de la movilización de tropas cristianas que acudían en 30 ayuda de la Valencia dominada por el Cid. Una vez más, llegado el momento, Rodrigo se valió de la noche para desplegar la táctica que había diseñado durante el tiempo del que había gozado para planificar bien una batalla compleja, arriesgada y un tanto temeraria. El planteamiento táctico concebido por Rodrigo Díaz consistió en dividir a sus hombres en dos cuerpos. Uno de ellos, menos nutrido, aprovechó la oscuridad nocturna para completar un amplio rodeo al campamento de los almorávides y posicionarse justo a su espalda. Alfonso Boix propone, en un estudio clarificador, que ese grupo de combatientes cidianos no fue detectado por el enemigo 31 sigilo. La porque canalización utilizó una rodeaba acequia para ocultarse ampliamente la y ciudad marchar por el con sur y desembocaba en la Albufera y, para llegar hasta ella, la columna tuvo que salir 32 de Valencia por la puerta oriental de Bab Ibn-Sajar. Cuando aquella parte de la hueste cidiana estuvo emboscada y preparada, el grueso del contingente, comandado por el propio Campeador, salió de Valencia por la puerta de la Culebra (Bab al-Hanax) al rayar el alba y cargó contra la posición que ocupaban los almorávides. Al verse sorprendidos, los musulmanes se armaron de manera precipitada y contraatacaron a los cristianos, quienes, como tenían previsto, dieron media vuelta y emprendieron la huida hacia el interior de la ciudad. Aquella maniobra tenía la finalidad de mover a los almorávides de su campamento, arrancarlos de allí para que el cuerpo emboscado atacara el real por sorpresa y sembrara la confusión, el miedo y el caos, que es lo que acabó por suceder. Los musulmanes se creyeron atacados por los efectivos de Alfonso VI y no por una parte del ejército cidiano, eso hizo cundir el pánico, el desorden y la huida caótica y a toda prisa. Los cristianos no se dedicaron a la masacre, sino que dieron prioridad a la aprehensión de todo el botín posible y a la necesidad de dar descanso a sus caballos, que se mostraban exhaustos, por lo que la batalla fue menos sangrienta de lo que podía haber sido. Por este motivo, encontró la muerte un número relativamente escaso de musulmanes: El enemigo, dedicado al saqueo, no persiguió a los huidos, dando alivio a sus caballos, debilitados por cuanto habían hecho en Valencia, y así no actuó la espada ni corrió la sangre, excepto la de algunos pocos musulmanes a quienes otorgó Dios como premio el 33 martirio. La Historia Roderici es bastante escueta en la narración de esta significativa victoria de Rodrigo Díaz y se centra, casi en exclusiva, en la descripción de un inmenso botín que hizo aún más ricos al Campeador y a sus hombres: De tal manera con la ayuda de Dios, consiguió el triunfo y la victoria sobre ellos que, vencidos y retrocediendo, se dieron a la fuga. Muchos murieron a golpes de espada, otros fueron conducidos prisioneros al campamento de Rodrigo junto con sus mujeres y sus hijos. Tomaron todo su campamento y sus tiendas, en las que encontraron innumerables riquezas, oro, plata y telas preciosas, las despojaron por completo dé todos los tesoros hallados allí. Rodrigo y todos los suyos se enriquecieron y se hicieron con mucho oro plata, telas preciosísimas, caballos de combate, de posta y mulos, armas de 34 diversas clases, abundantes víveres y tesoros inenarrables. Figura 36: Mosaico de la iglesia de Santa Maria Maggiore, en Vercelli (Italia), siglo XII. Un guerrero cristiano, a la izquierda, combate contra un sarraceno, cuyo aspecto –tez oscura, torso descubierto, pies descalzos y grandes ojos y dientes– intenta recalcar su «otredad». Junto al primero, se lee la leyenda FOL y, junto al segundo, FEL, en lo que serían los primeros testimonios del italiano vernáculo, leídos como folle («loco») y fello («felón»). Existen diversas interpretaciones de la escena, desde ver en ella el combate entre Roldán y Ferragut, a una exhortación en el marco de la segunda cruzada (1146-1149) a los caballeros a combatir por la fe. Museo Leone, Vercelli (Italia). En Cuarte fue derrotado por primera vez un ejército almorávide en la península ibérica. Hasta aquella fecha, los enfrentamientos que habían trabado los norteafricanos con huestes cristianas en suelo peninsular se habían saldado con victorias para los primeros y derrotas para los segundos. Rodrigo Díaz había conseguido demostrar que aquellos guerreros del desierto no eran invencibles, a pesar de que habían conseguido derrotar, hasta ese momento, a poderosos contingentes cristianos comandados por figuras de la talla de Álvar Fáñez o del mismísimo Alfonso VI. Los ecos del triunfo resonaron en toda la Península. Alfonso VI había cubierto con su ejército la mitad del camino que le llevaba a Valencia y allí le alcanzaron emisarios del Campeador que le llevaban como ofrenda de su líder regalos procedentes del botín ganado a los musulmanes en la batalla. Al comprobar que Rodrigo ya no necesitaba de su ayuda, encaminó sus pasos hacia tierras de Guadix, donde la hueste cristiana saqueó el territorio y reclutó a grupos de cristianos mozárabes para repoblar Toledo. En Aragón también conocieron la victoria del Campeador y la noticia quedó consignada en un documento regio en el que se anotaba «en el año que vinieron los almorávides 35 a Valencia, los derrotó Rodrigo Díaz y se apoderó de su hueste». También, como es obvio, se enteró del descalabro de sus tropas Yúsuf, el líder supremo almorávide, el cual se enojó sobremanera con su sobrino Muhámmad, a quien culpó de aquella derrota estrepitosa por su indolencia y falta de valor ante los cristianos. Las tropas almorávides vencidas se dispersaron por tierras de Játiva y 36 Denia. EL CAMPEADOR GOBIERNA VALENCIA Y CONSOLIDA SU SEÑORÍO El mismo día que se desarrolló la batalla de Cuarte, Rodrigo regresó a Valencia, convocó a los valencianos delante del alcázar y les habló. Les dijo, henchido de orgullo, que de nada había servido que los almorávides hubieran reunido aquel inmenso ejército para atacarlo, pues había conseguido derrotarlo. De seguida, pidió a los allí emplazados que hicieran lo posible por entregarle 700 000 meticales, pues, si no lo hacían, morirían ejecutados. Después salió y dejó confinados armados. a los Algo musulmanes más tarde en el regresó el alcázar visir custodiados judío del por sus hombres Campeador, el cual comunicó a los valencianos que había conseguido rebajar las pretensiones de su señor y que la cifra que tenían que entregarle había quedado establecida en 200 000 meticales. Cada cual debía aportar lo suficiente en función de sus posibilidades; aquellos que más tenían eran quienes más habían de abonar para llegar a la suma exigida. Algunos de ellos fueron apresados hasta que no satisficieron el pago, otros hostigados y azotados por orden del visir judío del Campeador, que asignó a cada valenciano un «esbirro diabólico» que no se 37 separaba de él para asegurar el cobro. Subalternos como aquel visir judío aseguraron el control de la población valenciana mientras Rodrigo trabajaba para consolidar un señorío que no solo había de limitarse a la ciudad valenciana y su territorio. Poco después de la victoria en Cuarte, el Campeador inició una serie de campañas militares para consolidar ese principado que iba a tener en Valencia su capital. Para cumplir con el plan, Rodrigo marchó con parte de su mesnada hacia el castillo de Olocau, ubicado a 30 kilómetros al noroeste de Valencia, que consiguió conquistar y donde encontró, curiosamente, el tesoro que había pertenecido a 38 al-Qádir y que tantas veces había reclamado a Ibn Yahhaf, ya difunto. dividir equitativamente aquella fortuna entre los hombres que Tras lo acompañaban, puso rumbo hacia Serra, a 25 kilómetros al norte de Valencia, 39 que también consiguió tomar. No mucho tiempo después se reforzó la alianza que se había establecido previamente entre Pedro I de Aragón y Rodrigo Díaz. Pedro había sucedido en el trono a su padre, Sancho Ramírez, tras caer abatido por una flecha durante el asedio a Huesca, en el verano de 1094. Según la Historia Roderici, fueron los hombres del rey Pedro quienes le recomendaron estrechar la amistad con el nuevo señor de Valencia: «Unánimemente suplicamos a tu majestad, ilustre rey, que te dignes oír nuestro consejo: creemos que te resultará bueno y útil mantener la amistad y las buenas relaciones con Rodrigo el Campeador. Esto es lo que, todos de acuerdo, te aconsejamos». El monarca, dando por bueno el consejo de los suyos, envió emisarios para entrevistarse con el Campeador y proponerle «buen entendimiento y una paz y amistad firmísima», para 40 enfrentarse, desde entonces y conjuntamente, contra los enemigos de ambos. Rodrigo había incrementado su capital simbólico, su estatus y su consideración gracias a la conquista de Valencia y a la derrota en Cuarte de los almorávides, la primera victoria cristiana ante esos enemigos comunes, de la que, además, habían tenido conocimiento en la corte aragonesa, tal y como mencionaba Pedro I en el documento mencionado. Este, por su parte, también gozaba de un buen momento. Su prestigio se había incrementado gracias a la victoria conseguida en Alcoraz contra tropas combinadas de la taifa de Zaragoza y del reino de Castilla, comandadas estas últimas por el conde García Ordóñez, enemigo íntimo de Rodrigo. Pocos días después de ese triunfo, el soberano también había conseguido rendir Huesca, el 26 de noviembre de 1096, y había convertido esa conquista en la primera de importancia protagonizada por los 41 reyes de Aragón ante los musulmanes. LA BATALLA DE BAIRÉN (1097) La alianza con Pedro de Aragón, renovada y reforzada en fecha indeterminada, dio sus primeros y más espectaculares frutos en el año 1097. Antes de eso, en diciembre de 1096, emisarios del Campeador habían ido a visitar al rey aragonés a Huesca para solicitar su ayuda ante la posibilidad de una nueva acometida almorávide contra Valencia. No hacía ni un mes que Huesca se había rendido, cobrado la después vida de de un muchos largo, penoso hombres, y incluida costoso la del sitio que propio rey, se había Sancho Ramírez. A pesar de ello, y de los consejos contrarios de algunos de los suyos, Pedro se mostró partidario de acudir con efectivos en auxilio de su amigo Rodrigo. En doce días se reunieron con él en 42 Valencia y se unieron al Campeador y sus hombres. Partieron rumbo hacia el sur con el cometido de abastecer y reforzar el castillo de Peña Cadiella, enclavado en el sector más meridional del señorío cidiano. Tal vez aquel movimiento conjunto no tuvo como único objetivo, aunque también, el abastecimiento de aquella fortaleza. En aquellos tiempos, los almorávides habían vuelto a reunir un gran ejército para intentar recuperar Valencia, la prioridad de Yúsuf, y más después de la dolorosa derrota que habían infligido a los suyos ante las murallas de la ciudad del Turia. De hecho, una hueste almorávide considerable –que cifra de forma hiperbólica en 30 000 guerreros la Historia Roderici–, comandada de nuevo por el derrotado en Cuarte, Muhámmad, sobrino de Yúsuf, se dirigió hacia donde se encontraban Rodrigo y Pedro con los suyos. Ese mismo día, «los musulmanes y almorávides no presentaron batalla sino que estuvieron durante todo el día profiriendo sus alaridos y gritos guerreros desde los montes que allí había». Pedro y Rodrigo continuaron ejecutando su misión y abastecieron Peña Cadiella con todo el 43 botín que habían conseguido mediante el saqueo sistemático de la región. Hacia mediodía, Rodrigo y el rey de Aragón dejaron Peña Cadiella, se encaminaron hacia la costa e instalaron sus campamentos cerca de la playa, en las cercanías de Bairén (Gandía). Los almorávides y andalusíes habían conseguido dominar un promontorio que se alzaba sobre aquella costa, en la sierra de Mondúver, y habían desplegado en el mar circundante barcos de guerra con numerosos arqueros y ballesteros a bordo. Los cristianos, al verse en aprietos, acorralados y hostigados con armas arrojadizas desde el mar y la 44 montaña, comenzaron a sentir el pánico entre sus filas. Cuando el Cid se percató de que la moral de la hueste cristiana estaba por los suelos y de que muchos de aquellos hombres estaban aterrorizados, recorrió el campamento a caballo y arengó a las tropas: Escuchadme, compañeros míos muy queridos y amados, sed fuertes y valerosos en el combate, tened ánimo como hombres que sois, y de ningún modo tengáis miedo ni temáis su gran número porque hoy los entregará Jesucristo Señor Nuestro a nuestras manos y a nuestro 45 poder. Con el ánimo recuperado, los cristianos lanzaron una carga de caballería coordinada contra el ejército musulmán que se interponía en su camino que rompió sus filas con violencia, «luchando con todas sus fuerzas tenazmente». Aquella acción motivó el pánico y la desbandada de los enemigos, algunos de los cuales murieron durante el choque, otros al intentar cruzar un río que había 46 allí y la mayoría ahogados en el mar cuando intentaban escapar. aquella victoria, los cristianos ganaron un enorme botín de Gracias a «oro y plata, caballos y mulas, armas escogidas y muchas riquezas, y glorificaron con gran 47 devoción a Dios por la victoria que les había otorgado». La clave de ese triunfo cristiano residió en la carga de caballería. Una táctica que las huestes cristianas llevaban poco tiempo aplicando en los campos de batalla. De posible origen normando, se generalizó en Europa occidental en las últimas décadas del siglo XI y experimentó notables desarrollos en Próximo Oriente, en el contexto de las cruzadas, durante la primera mitad del siglo XII. Las cargas de caballería fueron posibles gracias a las mejoras tecnológicas en los estribos de los caballos; a la silla de montar, al aumentar el tamaño de su respaldo; y a la lanza, más gruesa y larga que las tradicionales de tipo jabalina que empleaban hasta entonces los caballeros en el combate a caballo. También contribuyó el perfeccionamiento de las armaduras, así como la cría de caballos específicos, más potentes, musculosos y fuertes, para cargar con el caballero vid. Capítulo 1). En el Tapiz de Bayeux ya se nos armado y resistir los choques ( muestra esta forma de combatir, que se fue extendiendo y que el arte románico representó cada vez con más profusión. No obstante, no en todas las batallas se 48 dieron las condiciones necesarias para poder lanzar una carga de caballería. Rodrigo Díaz ya había puesto en práctica algo similar a cargas de caballería en otras batallas anteriores, especialmente en las de Tévar y Cuarte, donde se produjeron choques frontales entre los contendientes. Puede que también se sirviera de esa disposición táctica en otros combates, como los de Almenar y Morella, pero la parquedad de las fuentes que relatan esas lides tan solo nos permite intuirlo y no afirmarlo. En el caso de Bairén, parece claro que las tropas combinadas de caballeros pesadamente armados de Rodrigo Díaz y Pedro I impelieron una carga de caballería contra el ejército rival. Una de las condiciones para que esta acción pudiera impulsarse era disponer de un terreno relativamente llano y despejado de vegetación e irregularidades. Como el choque de Bairén tuvo lugar en una playa, era un escenario que reunía los requisitos indispensables para que se ejecutara una carga exitosa. Asimismo, un alto grado de disciplina, coordinación y cohesión de los efectivos que participaban en ella constituía un aspecto psicológico esencial. Para alcanzar tal condición, eran necesarias horas de entrenamiento individual y colectivo, así como la solidaridad entre los combatientes y la lealtad y adhesión al líder. Pedro I, y sobre todo Rodrigo Díaz, encargado de dirigir el ataque, acumulaban una experiencia militar que posibilitaba dicha cohesión entre sus hombres y que se tradujo en la consecución exitosa en la jornada de Bairén. También jugó a su favor el hecho de que ambos comandantes hubiesen derrotado en fecha reciente a contingentes musulmanes en el campo de batalla, Rodrigo en Cuarte (1094) y Pedro en Alcoraz (1096), respectivamente. Gracias a ello, su moral, y la de sus propios hombres, a pesar del miedo lógico, era elevada. Todo lo contrario ocurría con Muhámmad, el caudillo de las tropas musulmanas, derrotado hacía tres años por Rodrigo en Cuarte. Todos estos factores nos ayudan a entender el éxito que alcanzaron las huestes cristianas en 49 una batalla que Martínez Díez sitúa en enero de 1097. Figura 37: Capitel de la iglesia de Rebolledo de la Torre (Burgos), dedicada a los santos Julián y Basilisa, finales del siglo XII. La escena muestra el choque entre dos caballeros, uno cristiano y otro musulmán, distinguibles porque el primero cuenta con un escudo de cometa o lágrima y el segundo con una adarga circular, adornada con un motivo floral. Por lo demás, el aspecto de ambos guerreros es idéntico: casco con visera −un modelo típicamente peninsular−, cota de malla, monta a la brida y carga con lanza. Esto señala el desarrollo de una caballería pesada en al-Ándalus, a imitación de la cristiana. Después de aquella victoria «memorable y siempre gloriosa», Rodrigo Díaz y Pedro I regresaron a Valencia dando gracias a Dios por el premio que les había concedido. Tras permanecer pocos días allí, seguro que relatando y celebrando la batalla, partieron hacia Montornés (en la actual provincia de Castellón), una fortaleza que pertenecía a la jurisdicción del rey Pedro y que se había sublevado hacía poco tiempo. Después de sitiarla y combatirla consiguieron someterla, tras lo cual ambos líderes se despidieron y Pedro partió con rumbo a Aragón y Rodrigo a Valencia LAS ÚLTIMAS CAMPAÑAS DEL CAMPEADOR (1097-1099) Desde la de Bairén, Rodrigo Díaz ya no participó en ningún otro combate campal. Aquella fue la última vez que cruzó sus armas con las de sus enemigos en el campo de batalla, en una época en la que los almorávides avanzaban y derrotaban a contingentes cristianos. Pocos meses después de Bairén, Yúsuf ibn Tašufín había cruzado el estrecho de Gibraltar y había regresado a la Península por cuarta vez. Quizá ese retorno estuvo motivado, en parte, por el reciente desastre que había sufrido, una vez más, su sobrino Muhámmad ante Rodrigo Díaz y Pedro I. Así, tras desembarcar en Algeciras, Yúsuf se dirigió con los suyos a la ciudad de Córdoba, considerada la capital almorávide en al-Ándalus. Allí, concentró efectivos almorávides y andalusíes, a cuya cabeza situó a Muhammad ibn al-Hayy, con la orden de atacar Toledo, cuya recuperación 50 para el islam era una obsesión personal del emir de los almorávides. Alfonso recibió la noticia de la nueva llegada de Yúsuf mientras marchaba hacia Zaragoza, no sabemos con qué intención, pero es posible que para intentar conquistarla antes de que pudiera caer en manos de los almorávides o de los aragoneses, quienes habían adelantado sus fronteras gracias a la reciente conquista de Huesca. Desde allí, puso rumbo a Toledo para reforzar su defensa, mientras que Yúsuf permanecía en Córdoba, ya que prefirió delegar el mando de sus tropas en hombres de su confianza antes que implicarse en persona en una nueva batalla contra los cristianos. Así lo justificaba el emir almorávide: Jamás me encontraré con él [Alfonso VI], pues, en verdad, las derrotas están creadas, y ya existió de nuestra parte un error en su ā encuentro el año de Zall qa; no obstante, yo haré salir contra él a mis generales con los valientes de mis ejércitos y, si Dios decretase su derrota durante el encuentro, yo les serviré de ayuda por detrás de 51 ellos. El 15 de agosto de 1097, el ejército cristiano comandado por Alfonso VI y el musulmán liderado por Muhammad ibn al-Hayy se enfrentaron en las cercanías del castillo de Consuegra (en la actual provincia de Toledo). El resultado fue desastroso para los cristianos; cayeron derrotados y se vieron obligados a refugiarse en el castillo, que fue sometido a cerco durante ocho días hasta que las huestes almorávides, a las cuales no parecían gustarle mucho los asedios prolongados, decidieron retirarse. Una de las peores consecuencias de aquella derrota la sufrió Rodrigo Díaz, pues en aquel combate encontró la muerte su único hijo varón, llamado Diego, de quien, aparte de esa noticia, no 52 tenemos información alguna. La Estoria de España de Alfonso X consigna una breve referencia a la batalla de Consuegra y a la muerte de Diego Ruiz: En este anno lidio el rey don Alfonso con Abenalhage en Consuegra et fue uencido el rey ffonsso, Al et metiosse en esse castiello de Consuegra. En aquella batalla murio Diag Royz fijo de Roy Diaz 53 mio Cid. La noticia debió de suponer un auténtico mazazo para el Campeador. Con su hijo Diego moría su esperanza de conservar el señorío que estaba articulando en torno a Valencia o, al menos, una buena parte de esas expectativas. A Rodrigo y a Jimena ya solo le quedaban dos hijas, María y Cristina, por tanto, tendrían que afanarse para encontrar matrimonios ventajosos para ellas, con hombres que estuvieran en condiciones de asumir el gobierno de Valencia cuando Rodrigo muriese. Aquel trágico suceso, sin duda, trastocó los planes del matrimonio Díaz y les obligó, desde entonces, a diseñar unas políticas matrimoniales para sus hijas que pudiesen garantizar la perpetuación del principado valenciano. Gran parte de las posibilidades de convertir aquel principado en un reino duradero habían muerto junto con Diego en las cercanías de Consuegra. ¿Qué hacía Diego Ruiz integrado en la hueste de Alfonso VI? Menéndez Pidal propone que podría haber sido enviado por su padre al mando de una mesnada para ayudar al monarca en la defensa de Toledo, cuando se supo que Yúsuf había regresado a la Península y que se disponía a embestir contra aquella ciudad. Martínez Díaz considera la posibilidad de que el hijo de Rodrigo se encontrara ya integrado en la corte de Alfonso VI, formándose en la schola regis tal y como había hecho el propio Campeador en las cortes de Fernando I y Sancho II (vid. Capítulo 54 2). Marjorie ffe, Ratcli por último, propone la posibilidad de que Diego se hubiese puesto de parte del rey durante el segundo destierro de su padre y que hubiera permanecido desde entonces a su lado 55 hasta que se produjo la reconciliación definitiva entre vasallo y señor. quizá, proponemos, ¿pudiera tenerlo y criarlo Alfonso VI en su O corte, manteniéndolo como una suerte de rehén para controlar las veleidades de su padre? La ausencia de información, prácticamente, hace que cualquiera de esas posibilidades pueda ser válida, pero lo cierto es que la muerte de Diego Ruiz en Consuegra amargó los últimos años de vida de su padre. Los almorávides progresaban y los cristianos que osaban plantarles cara sucumbían a sus armas. Lo de Consuegra había constituido una prueba del avance que los norteafricanos estaban desarrollando en al-Ándalus. Ya solo quedaban tres taifas que no habían sido integradas en su dominio, la de Zaragoza, la de Albarracín y la de Valencia, gobernada por Rodrigo. Con esta última mostraron ciertas cautelas, pues hasta en dos ocasiones habían sido derrotados recuperar dos la potentes ciudad para ejércitos el enviados islam. Aun para así, los derrotar al Campeador norteafricanos ūs Valencia como objetivo en sus planes. Ibn al- Kardab y mantenían relata que, por ese tiempo, el general almorávide Muhammad ibn Aisa atacó la región de Cuenca y que allí derrotó a una hueste comandada por Álvar Fáñez. Después de aquello, se dirigió a la taifa de Valencia, a Alcira, en cuyas cercanías aplastó a una tropa del Campeador: Enseguida Muhammad ibn Ā’iša se precipitó hacia la comarca de la c Isla de Júcar (Alcira), pues se apercibió de que él (el enemigo) la pretendía, se dirigía a ella y la amenazaba. Entonces se encontró con un grupo del ejército del Campeador, pero cayó sobre ellos y los aniquiló con la peor de las muertes, y no escaparon sino unos pocos de ese grupo. Cuando los fugitivos de la derrota llegaron a [donde] él (el Campeador) murió de tristeza y de pesar. Que Dios no se apiade 56 de él. Si esa derrota de los hombres del Campeador se produjo, como, de hecho, pudo haberse producido, tal cosa no precipitó su defunción. Lo que tal vez sí adelantó su fallecimiento fue la muerte de su hijo Diego, pero todavía habrían de pasar dos años, que Rodrigo empleó en ampliar y reforzar su señorío valenciano y en buscar la manera de garantizar la supervivencia de su obra más allá de su persona. ÚLTIMAS CONQUISTAS: ALMENAR Y MURVIEDRO Aún le quedaban a Rodrigo asuntos pendientes que resolver. Yúsuf ibn Tašufín regresó a finales Campeador y de Pedro 1097 I en al Magreb, Bairén, año había que, salvo resultado por aciago la victoria para las del armas cristianas. Solo tras su llegada a la Península sus ejércitos se habían impuesto a distintas huestes cristianas en Consuegra, en Cuenca y en Alcira y habían resultado derrotados contingentes enemigos comandados por Alfonso VI, Álvar Fáñez y hombres de Rodrigo el Campeador. Puede decirse, por tanto, que el balance general de la cuarta visita de Yúsuf a la Península había sido positivo para sus correligionarios. Durante los dos años siguientes, Rodrigo trabajó para robustecer el sector septentrional de su señorío y se fijó como objetivo las plazas fortificadas de Almenar y Murviedro (Sagunto). Además, profundizó en la cristianización del señorío valenciano con la fundación de iglesias en algunas de sus conquistas y con el nombramiento de un nuevo obispo para Valencia, el cluniacense Jerónimo de Perigord, que fue el encargado de la articulación eclesiástica del principado valenciano (vid. Capítulo 1). Conforme a la Historia Roderici, el casus belli que motivó que Rodrigo asediara la fortaleza de Almenar fue que se había refugiado allí Abul-Fata, alcaide de Játiva, una fortaleza situada al sur de Valencia y controlada por los almorávides. Almenar (en la actual provincia de Castellón), se halla a 34 kilómetros al norte de Valencia, no demasiado lejos de la costa, y a 10 al norte de Murviedro. Tras ser cercada y asaltada, Rodrigo logró al final conquistarla como resultado de un ataque, lo que permitió a sus habitantes marchar libres. Poco después, ordenó construir en el lugar una 57 iglesia en honor a Santa María. Después dirigió a sus hombres hacia la imponente fortaleza de Murviedro, la antigua Sagunto, que ya había demostrado su potencia en el año 219 a. C, cuando el general cartaginés Aníbal necesitó ocho meses de asedio para conquistarla y dar inicio con aquella acción a la Segunda Guerra Púnica. Según la Historia, un piadoso Rodrigo Díaz elevó sus oraciones al cielo para pedir al Señor que pusiera en su poder aquella codiciada plaza: Eterno Dios, que conoces las cosas antes que sucedan, a quien ningún secreto se esconde, tú sabes, Señor, que no quena entrar en Valencia antes de sitiar y combatir Murviedro, antes de conquistarla con la ayuda de tu poder, tras haberla combatido con la fuerza de mi espada, antes de celebrar allí, una vez recibida de ti, sometida a nuestro dominio y ya siendo dueño de ella, una misa en tu honor, 58 Dios verdadero, y en tu alabanza. A partir de entonces, comenzó un asedio intenso que duró meses y en cuyo transcurso se combatió la ciudad con máquinas de guerra y armas arrojadizas. Ante la violencia de los ataques, y al verse cercados y hostigados, los habitantes de Murviedro empezaron a deliberar acerca de su destino. Temían que pudiese sucederles lo mismo que a los de Valencia y a los de Almenar: terminar masacrados por las huestes del Cid o muriendo de hambre de forma dramática. Entablaron negociaciones con Rodrigo Díaz para solicitarle la concesión de una tregua condicional durante la cual demandar ayuda militar a sus aliados. Aseguraban que si no les concedía ese plazo resistirían allí hasta la muerte, pues no estaban dispuestos a rendir fácilmente una fortaleza con «tanto renombre y fama entre todos los pueblos». Rodrigo, consciente de que la resistencia de los defensores de Murviedro podía dilatarse 59 en extremo, les concedió un plazo de treinta días para buscar auxilio. Enviaron emisarios a Alfonso VI, a al-Mustaín de Zaragoza, a Ibn Razin de Albarracín y al conde de Barcelona. La respuesta de Alfonso fue que se olvidasen de su ayuda, pues prefería que Rodrigo tuviese Murviedro antes que cualquier musulmán. El rey de Zaragoza confesó que no podía socorrerlos por el miedo que le tenía a Rodrigo, guerrero esforzado e invencible: «Id y animaos cuanto podáis; sed fuertes resistiéndoles en la lucha, porque Rodrigo es de dura cerviz y guerrero muy esforzado e in· vencible y por esto yo temo darle batalla». Con anterioridad a esta respuesta de al-Mustaín, afirma la crónica, el Campeador le había lanzado una advertencia: «Ten por seguro, Musta’in que si intentas venir contra mí con tu ejército y entablas combate conmigo, de ningún modo escaparéis de mis manos tú y tus nobles, muertos o cautivos». Ibn Razin alegó que no estaba en condiciones de ayudar a los de Murviedro y lo mismo ocurrió con los almorávides, quienes confesaron no atreverse a un enfrentamiento con Rodrigo si no les acompañaba su líder, Yúsuf. El conde de Barcelona, de quien los de Murviedro eran tributarios, manifestó que no iría a combatir contra Rodrigo, por temor, pero que sitiaría el castillo de Oropesa por si esa distracción apartaba al Campeador de allí y les daba opción para abastecerse con víveres suficientes para resistir: Sabed que, aunque no me atrevo a pelear con Rodrigo, sin embargo iré rápidamente y rodearé su castillo llamado de Oropesa y mientras él me haga frente y luche conmigo, entretanto vosotros, por la parte 60 contraria, llevad víveres suficientes a vuestro castillo. El conde barcelonés cumplió con su palabra y asedió Oropesa durante un tiempo, pero al recibir la noticia de que Rodrigo acudiría a entablar combate decidió levantar el cerco y regresar a sus tierras. Y así transcurrieron los treinta días que Rodrigo había concedido a los saguntinos para que buscaran auxilio. Los de Murviedro comunicaron al Campeador que todavía no habían recibido noticia de aquellos emisarios que habían sido despachados en busca de socorro. Rodrigo era consciente de que le estaban engañando pero, aun así, decidió ampliar el plazo doce días más, a cuyo término tenían que rendirle la fortaleza sin dilación, pues, en caso de tomarla al asalto, ordenaría que todos fuesen torturados, quemados vivos y pasados a cuchillo. A pesar de ello, aún amplió el plazo una tercera vez, ya que era su voluntad entrar en la ciudad el día de san Juan Bautista y, con este acto, daba tiempo hasta entonces a los de Murviedro para que abandonaran la fortaleza con sus familias y todas las riquezas y pertenencias que pudieran llevarse, él les iba a permitir marchar libres y no les iba a poner ninguna traba ni impedimento: Entretanto tomad vuestras mujeres, hijos, esclavos y todas vuestras riquezas e id en paz con todos vuestros bienes a donde queráis. Evacuad el castillo y sin poner obstáculos dejadlo libre. Yo, por mi parte, con la ayuda de la divina clemencia, entraré en él el día de San 61 Juan Bautista. Así lo hicieron los de Murviedro y quedaron profundamente agradecidos a Rodrigo por su «tan grande misericordia». El 24 de junio del año 1098, como era su deseo, entró Rodrigo Díaz en Murviedro con los suyos. Dando gracias a Dios «Rodrigo en persona ordeno devotamente que se celebrara una misa y se ofreciera la oblación. Allí mismo hizo que se construyera una iglesia de admirable construcción dedicada a San Juan». Ordenó a sus hombres que guardaran con cuidado las puertas de la ciudad, así como las fortificaciones y las casas, donde fueron encontradas riquezas que no habían podido llevar consigo quienes habían decidido acogerse a las garantías que había concedido. Tres días después de la entrada de los cristianos, todavía permanecían en el lugar algunos ciudadanos, a quienes Rodrigo amenazó con encarcelar y torturar 62 si no entregaban todas sus pertenencias. Es posible que el cronista mintiera en ciertos puntos de su relato, pues esta última afirmación contradice a la anterior, la cual afirmaba que Rodrigo había permitido a los de Murviedro marchar con sus pertenencias. Es posible que los bienes y riquezas no entraran en los acuerdos y que la población tuviera que dejarlos en la ciudad porque la única posesión con que el Cid les permitió marchar era con sus propias vidas. Í RODRIGO DÍAZ CONVIERTE LA MEZQUITA MAYOR DE VALENCIA EN IGLESIA CRISTIANA (1098). ¿UN INTENTO DE VASALLAJE AL PAPA? Tras la conquista de Murviedro, Rodrigo regresó con los suyos a Valencia. Allí ordenó la conversión de la mezquita mayor de Valencia en iglesia cristiana. Empezó la construcción de un templo sobre el islámico «en honor de la madre de Nuestro Redentor» y la dotó con tesoros y regalos que el cronista enumera con satisfacción. La primera misa cristiana que se celebró en aquel lugar fue una eucaristía que condujo Jerónimo, el nuevo obispo de la ciudad: Ofreció marcas. a la Dio citada iglesia también a un la cáliz que pesaba mencionada ciento iglesia cincuenta dos tapices preciosísimos tejidos con seda y oro, semejantes a los cuales, según se dice, nunca hubo otros en Valencia. Allí celebraron juntos con gran devoción una misa acompañada de melodiosas laúdes y suavísimos y muy dulces cantos, alabando llenos de gozo a Jesucristo Redentor y Señor Nuestro, a quien pertenece el honor y la gloria junto con el 63 Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén. Este relato de la Historia Roderici debemos ponerlo en relación con un diploma emitido por el Cid en una fecha indeterminada de ese año de 1098. Mediante ese documento, Rodrigo Díaz dotaba con propiedades a la recién creada iglesia de Valencia, el único que se conserva en el que podemos observar la firma de su emisor, Rodrigo el Campeador. El diploma comienza con un extenso preámbulo donde podemos apreciar con claridad nociones de una ideología reconquistadora. En esa parte introductoria, cargada de simbología y escatología teológica e intenciones legitimadoras, se percibe a Rodrigo como un «instrumento de Dios» para la recuperación de una ciudad que había sido arrebatada a los cristianos por los musulmanes siglos atrás. Ese extenso prólogo sirve, entre otras cosas, para la legitimación del señorío conquistado en torno a Valencia por el «prínceps Rodrigo el Campeador» y del obispado fundado por él y de un obispo Jerónimo designado directamente por el papa Urbano II, lo cual otorgó a esa entidad política y religiosa restaurada la independencia con respecto a otros poderes cristianos laicos y eclesiásticos 64 en competencia (imperio leonés, reino de Aragón, condados catalanes, arzobispado de Toledo). Prueba de que Rodrigo pudo participar de alguna forma en la redacción del documento o, al menos, de asumir el contenido ideado por Jerónimo vid. Perigord, es el único autógrafo que conocemos del Campeador ( de Capítulo 2), localizado en las últimas líneas del diploma, a modo de firma validatoria: «Ego Ruderico Campidoctor». Por su interés y significación merece la pena reproducir una traducción de dicho prólogo: Así, transcurridos casi cuatrocientos años bajo la calamidad, se ha dignado el Padre Clementísimo apiadarse de su pueblo, suscitando en el nunca vencido príncipe Rodrigo, el Campeador, al vengador del oprobio de sus siervos y propagador de la religión cristiana, el cual tras haber conseguido con la ayuda divina muchas y eximias victorias esplendor conquistó de sus la ciudad riquezas y de Valencia abundancia opulentísima de población por el […] Y habiendo vencido al innumerable ejército de los moabitas y de los bárbaros de toda España en un abrir y cerrar de ojos sin ningún daño de su parte más allá de cuanto puede creerse, consagró a Dios como iglesia la misma mezquita, que entre los agarenos era utilizada como lugar de oración, y consagrado el venerable presbítero Jerónimo, con la aclamación y elección concorde y canónica, como obispo por manos del Romano Pontífice, y engrandecido con especial privilegio de la exención, enriqueció la mencionada iglesia 65 dotándola de su propio patrimonio con los siguientes bienes[…]. A continuación, el documento detalla las donaciones de propiedades por parte de Rodrigo Díaz a la recién fundada iglesia de Valencia, que en adelante gestionó 66 Jerónimo. calamidad», el Padre, También «muy se dice clemente» que «después suscita a de Rodrigo, cuatro al siglos de «invictissimus princeps Rodericus Campidoctorem», para que vengue el oprobio de su pueblo y propague de nuevo la fe cristiana («christiane religionis propagatorem»). Estas expresiones se introducen para cimentar la legitimidad de un nuevo reino que aún no lo es, de acuerdo con una conclusión importante de un análisis del 67 documento que ha realizado Georges Martin. Para lograr que ese principado se convirtiera en reino legitimado sería imprescindible el concurso de una Iglesia (papado) representada por Jerónimo. Y es que, en la época, el papado era el elemento legitimador esencial de los principados y señoríos que estaban 68 surgiendo en Europa y el Mediterráneo gracias a las conquistas militares. Tras la muerte de su único heredero varón, Rodrigo estaba más necesitado que nunca de esa legitimidad que podía otorgarle el papado a través del obispo Jerónimo –dotado con «privilegios 69 vasallaje hacia el pontífice de Roma. especiales» (papales)– y una especie de Figura 38: Diploma de dotación del Cid a la iglesia de Valencia, año 1098, y que contiene el único autógrafo conocido de Rodrigo Díaz de Vivar, emplazado en las últimas líneas del documento, a modo de firma validatoria: «Ego Ruderico Campidoctor». Archivo de la Catedral de Salamanca, caja 43, leg. 2, n.º 72. Esas nociones de «reconquista» no son únicas ni exclusivas en el documento emitido por Rodrigo Díaz en 1098. El Campeador hacía algo que también estaban llevando a cabo reyes coronados de su tiempo como Alfonso VI y Pedro I, fomentar en prólogos de documentos destinados a la dotación de iglesias cristianas, en Toledo y Huesca respectivamente, una legitimación con arreglo a la vinculación con un pasado cristiano de las ciudades conquistadas a los musulmanes. Rodrigo intentó, mediante unas acciones que permiten vislumbrar ese prólogo, un vasallaje al papado como los que por aquella época estaban llevando a cabo reinos como el aragonés o el anglonormando de Guillermo el Conquistador, o como los señoríos conquistados por aventureros 70 normandos como Roberto Guiscardo y su hermano Roger de Hauteville. El Campeador era consciente de que tal vez le quedaba poco tiempo de vida, puede que se encontrara ya enfermo y agotado, y debía intentar todas las opciones posibles para dar continuidad y sentido al principado de Valencia. El intento de vasallaje al papa era una de ellas. Lo cierto es que a Urbano II le preocupaba de manera especial el avance almorávide en la península ibérica y le interesaba consolidar un señorío como el que Rodrigo Díaz había formado en fecha reciente en torno a Valencia. Porque la irrupción almorávide no era solo un problema peninsular, también era «europeo», entendiendo que «Europa», en esos momentos, era un conglomerado de monarquías y principados cristianos gobernados tanto moral como ideológicamente, de manera irregular y con matices, por el papado radicado en Roma. De hecho, Urbano II, elevado a pontífice en 1088 tras dos años de convulsiones en el seno del papado, pronto mostró su inquietud ante el progreso y el poderío militar, basado, en parte, en el empuje religioso yihadista, de los almorávides. Fueron concebidos por Urbano II, y por el resto de la cristiandad, como un peligro inminente y no solo para los reinos ibéricos, sino también para el resto de los dominios espirituales de san Pedro. De tal modo lo expresa Guibert de Nogent, cronista de la primera cruzada, cuando afirma que la evolución norteafricana inquietaba seriamente al papa. Tal vez en el ánimo de Urbano II pesara más la situación peninsular que la que por entonces se vivía en el ámbito jerosolimitano y fuera la razón por la que afianzó a Bernardo de Sédirac al ascenderlo de obispo a arzobispo y otorgarlo poderes únicos en el orden eclesiástico ibérico. Puede que el desastre de Zalaqa desatara más energías que las que la historiografía ha valorado hasta ahora, como pone 71 de manifiesto Carlos de Ayala en un esclarecedor estudio. «energías» desplegadas por gobernantes y obispos Entre esas nuevas peninsulares figuraba el lenguaje que encontramos en los prólogos de documentos como los de Alfonso 72 VI de 1086, Pedro I de 1097 y Rodrigo Díaz de 1098. LA MUERTE DE RODRIGO DÍAZ. JIMENA, SEÑORA DE VALENCIA (1099) Los intentos por integrar el principado de Valencia en la órbita de un papado combativo contra los musulmanes, que se hallaba embarcado en la empresa de la primera cruzada, predicada por Urbano II en Clermont en 1096, fue una de las últimas acciones protagonizadas por Rodrigo Díaz. Cansado, tal vez, quizá enfermo, desmoralizado por la muerte de su único heredero varón, pasó sus últimos meses de vida en Valencia, intentando dejarlo todo lo más atado posible para cuando llegara el momento de emprender el viaje eterno. El autor de la Historia Roderici, única fuente que proporciona algo de información relacionada con esos últimos meses del Campeador, prepara al lector para dejar constancia de la muerte de su héroe venerado: Quizá sería demasiado extensa y podría cansar a los lectores la enumeración de todas las guerras en las que Rodrigo tomó parte junto con sus aliados y en las que alcanzó el triunfo, la relación de cuantas villas y aldeas saqueó y destruyó por completo con su fuerte brazo, con la espada y toda clase de armas. Pero, en la medida en que pudo la pequeñez de nuestro conocimiento, escribimos sus hazañas con estilo tosco pero breve y fielmente. Mientras vivió en este mundo, siempre triunfó de forma manifiesta sobre sus adversarios y 73 nunca fue vencido por ninguno. No era mucho más lo que tenía que relatar el desconocido cronista de la vida que se agotaba del guerrero invencible, salvo el fin de su trayectoria vital repleta de triunfos militares y de gloria: Murió Rodrigo en Valencia en la era 1137 (año 1099) en el mes de 74 julio. Martínez Díez considera que el momento del óbito pudo sobrevenirle a Rodrigo Díaz cuando tenía alrededor de 50 años, quizá alguno menos, unos 45, así como que disponemos de datos suficientes de su biografía como para 75 sospechar que no gozaba de una salud demasiado buena. En las páginas de este libro, se han mencionado algunas de esas circunstancias en las que se encontraba enfermo. A ello debemos sumarle, además, heridas sufridas en varios combates en los que intervino, cuando se cayó de su caballo en el transcurso de la batalla de Tévar, o cuando recibió una lanzada en la garganta mientras saqueaba y devastaba tierras de Albarracín. También las severas jornadas militares le habrían restado años de vida, siempre cabalgando de un lado para otro, pernoctando en campamentos o al raso, pasando frío o calor, soportando la lluvia, el viento, las heladas nocturnas, comiendo, en ocasiones, a lomos de su caballo, rodeado de moscas y con los hedores propios de la vida en campaña. Es posible que el fallecimiento prematuro de su hijo Diego terminara de minar una salud ya quebrantada por una vida consagrada a la intensidad bélica. De hecho, apenas le sobrevivió dos años. De forma paradójica, un hecho similar le sucedió, años más tarde, a su señor, el rey Alfonso VI, pues falleció al año siguiente de que su único hijo varón, el infante Sancho, sucumbiera ante los almorávides durante la batalla de Uclés (1109). Con la pérdida de esos herederos, también se perdían muchas esperanzas y muchos años de esfuerzos, sacrificios, tribulaciones y tormentos. Puede que Rodrigo el Campeador pasase sus últimos dos años de vida lamentando su suerte, pensando con amargura que todo aquello por cuanto había luchado podía desaparecer poco tiempo después de su muerte. Fueron distintas fuentes las que se hicieron eco del fallecimiento del Campeador. El Chronicon Burgense, los Anales Toledanos Primeros y Terceros y el Chronicon Compostellani son algunas de ellas, así como la breve reseña que redactó un monje del monasterio de Mazellais, situado junto al océano Atlántico francés, en el bajo Poitou, el cual anotó en sus anales: «Año 1099 en Valencia de España, murió el conde Rodrigo para gran duelo de los cristianos y 76 alegría de los enemigos paganos». Martínez Díez sostiene que el día exacto de la muerte de Rodrigo fue el 10 de julio, apoyado en el dato que proporciona un texto varios siglos posterior (XVI), la Crónica particular del Cid . El mismo autor reconoce la naturaleza tardía de ese testimonio, pero es el único, aun con 77 todos sus problemas, que establece la fecha concreta del deceso. De haber acaecido el 10 de julio de 1099, como propone Martínez Díez, la muerte de Rodrigo Díaz se habría producido solo unos días antes de que los cruzados, que habían partido desde distintos puntos de Europa rumbo a Tierra Santa desde 1096, conquistaran Jerusalén, en la que entraron a fuego y sangre. Con este episodio, se alcanzaba el objetivo prioritario que ha dado en llamarse primera cruzada, una empresa militar que acarreó entonces consecuencias inimaginables para las relaciones entre la cristiandad y el islam (vid. Capítulo 1). Es difícil que el Cid participara de unos ideales cruzados en formación, pero es posible que, al menos, tuviese constancia de ellos. No tuvo tiempo de conocer el resultado de aquella primera campaña cruzada. A partir de su muerte, recayó en su esposa Jimena la tarea de tomar las riendas del gobierno de Valencia, para lo que contó con la ayuda de los guerreros más fieles del Campeador y de un obispo Jerónimo interesado como pocos en preservar el señorío valenciano ya transformado en obispado. Poco o nada sabemos del tipo de gobierno que instauró Jimena tras el fallecimiento de su esposo. Pero sí que su primera acción consistió en dar digna sepultura al conquistador de Valencia, allí mismo, en la ciudad del Turia, es posible que en la catedral de Santa María, que se había fundado recientemente. La Historia Roderici se limita a decir que: Después de su muerte su mujer, digna de compasión, permaneció allí con gran acompañamiento de caballeros y soldados. Enterados de la noticia de su muerte todos los sarracenos que vivían en las regiones situadas al otro lado del mar, después de reunir un gran ejército, se dirigieron contra Valencia, la sitiaron por todas partes y la 78 atacaron desde todos lados durante siete meses de asedio. La desaparición del Campeador dio alas a nuevas ofensivas almorávides. Aquel que había conseguido derrotarlos en dos ocasiones ya no suponía amenaza alguna y la ciudad se hallaba ahora gobernada por una mujer. Jimena era la soberana legítima de Valencia, en virtud de la profiliación que había quedado establecida en la carta de arras (vid. Capítulo 2) que ella y Rodrigo 79 habían consignado en 1074. Pero Jimena estaba demasiado sola y Valencia demasiado alejada de los reinos de León y Castilla, cuyo monarca, Alfonso VI, se esforzaba por contener los embates que los almorávides estaban propinando a la línea fronteriza del Tajo. En aquellos momentos, no solo Valencia era una urbe amenazada, también lo era Toledo, donde, precisamente, el emperador tuvo que concentrar todo su denuedo y todos sus recursos humanos y materiales. De hecho, una ofensiva almorávide la había asediado en 1099. No había conseguido el objetivo, pero había logrado arrebatar a los cristianos la significativa y cercana fortaleza de Consuegra, en cuyas inmediaciones había muerto en batalla Diego Ruiz. Al año siguiente, Enrique de Borgoña, yerno de Alfonso VI en virtud de su matrimonio con Teresa Alfónsez, caía derrotado por otra hueste almorávide en Malagón, tal vez en un intento de reforzar una 80 posición sita en la ruta que conectaba el sur con Toledo. Aún al año siguiente, en 1101, Alfonso VI se vio en la necesidad de construir nuevas secciones de murallas en Toledo como medida preventiva ante presumibles nuevas acometidas almorávides, pues, en los últimos años, los norteafricanos habían 81 embestido hasta en dos ocasiones la ciudad del Tajo. Los Anales Toledanos dejan constancia de ese hecho: El rey Alfonso mandó fazer el muro de Toledo desde la taxada que val río de yuso de la puent de la piedra hasta la otra taxada, que va al río en derecho de Sant Estevan, era No sorprende que el emperador 82 MCXXXVIIII. descartase la posibilidad de desviar recursos y guerreros a Valencia, porque era evidente que otras prioridades más apremiantes requerían su atención. La Historia Roderici deja entrever esa decisión de Alfonso VI, el cual realmente acudió en persona a Valencia, al frente de sus tropas, pero no para sumarse a la defensa de la ciudad, sino para facilitar la evacuación, es posible que hacia Toledo, de quienes allí se encontraban: Su mujer, privada de tal y tan gran varón, al verse apremiada en medio de tanta congoja y no encontrando ningún remedio a su desgracia, envió al obispo de la ciudad al rey Alfonso para que por su piedad viniera en socorro suyo. Al tener noticia de ello, el rey se presentó en Valencia rápidamente con su ejército. Le recibió la desdichada mujer de Rodrigo, besando sus pies. Con gran alegría y le suplicó que le ayudara a ella y a todos los cristianos que con ella estaban. El rey, considerando que ninguno de los suyos podía gobernar la ciudad y defenderla de los sarracenos por estar muy alejada de su reino, llevó con él a Castilla a la mujer de Rodrigo con el cuerpo de su marido y a todos los cristianos que estaban allí con 83 sus riquezas y bienes. Alfonso VI ordenó destruir e incendiar la urbe para que nada le fuese de provecho al enemigo, aunque también para que este permaneciera un tiempo afanado en las labores de reconstrucción: Después de salir todos de la ciudad, el rey ordenó que fuera incendiada y con todos éstos llegó a Toledo. Los sarracenos, que habían huido a causa de la llegada del rey y habían abandonado la ciudad sitiada, después de su marcha entraron en ella y a pesar de estar arrasada la habitaron con todos sus alrededores y no la 84 perdieron nunca más. Valencia fue abandonada y destruida en 1102. Aunque, un año antes, Jimena había hecho un último intento desesperado para que su linaje pudiera recuperar algún día la conquista de su esposo. Había ahondado en ese principio de vasallaje a la Iglesia que había iniciado Rodrigo en 1098 al ampliar las donaciones a la iglesia catedral de Valencia y a su obispo Jerónimo, una suerte de vasallo del papa de Roma. Así, el 21 de mayo de 1101, la viuda del Campeador donó a la catedral el diezmo de todos los bienes del principado cidiano. Entrega o donación que se realizaba «a Dios y a nuestro obispo Jerónimo y sus sucesores», «por remedio de mi alma, la de mi marido, hijas, hijos y nietos», de «lo que tenemos y consigamos por tierra y mar con la ayuda de Dios», la décima parte o diezmo de «pan, vino, aceite, higos, huertos, árboles, molinos, tiendas, baños, tabernas, alhóndigas, hornos, ciudades y castillos adquiridos y por adquirir». La obligación de estas concesiones, a las que se añadía el diezmo del quinto del botín susceptible de ganar a los enemigos, recaería en sus herederos, «hijos e hijas» –«filiis atque filiabus»–, tras su muerte, un compromiso que se extendía a todos los magnates o príncipes que hubieran recibido algún beneficio de manos de Rodrigo o de la propia Jimena en los dominios del señorío valenciano. Asimismo, esos potentados debían entregar en adelante la décima parte de sus rentas y bienes a la «catedral de Valencia», es decir, a Jerónimo, y también, en cierto modo, aunque no se 85 expresaba de forma literal, al papa. Una de las cuestiones más llamativas del documento es la mención que hace Jimena a sus «hijos e hijas», «filiis atque filiabus», que puede sorprender un tanto porque la viuda del Cid no había tenido hijos varones. Martínez Díez señala algo que resulta trascendental y que conecta ese vasallaje al papa a través de Jerónimo con las políticas matrimoniales que el matrimonio Díaz había desarrollado tras la muerte de su hijo Diego. Considera este autor que «llama la atención al leer este diploma que no solo una vez sino hasta cuatro veces, alude en el mismo a sus hijas e hijos […]; creemos que estas alusiones van más allá de una cláusula formularia de estilo, y que con la expresión “hijos” doña Jimena se refiere a los hijos políticos, a Ramiro Sánchez, señor de Monzón, y al conde Berenguer Ramón III de Barcelona, lo que supone que para el año 1101 ya habrían contraído matrimonio sus dos hijas, lo mismo doña Cristina que doña 86 María». Y es que es en ese «hijos» varias veces repetido, precisamente, donde reside la clave del intento de Jimena por conservar, incluso en un futuro sin ella, lo que había ganado su marido, a través de la sangre transmitida por sus herederas consanguíneas. Depositaba Jimena sus esperanzas en la Iglesia, en el obispo Jerónimo, pero también en sus yernos, a quienes confió la misión de recuperar, en un futuro, el principado de Valencia. De alguna manera Jimena estaba resignada al hecho de que el principado valenciano se iba a perder más pronto que tarde y preparaba posibles escenarios. Ya solo le quedaba trasladar los restos de su esposo a Castilla, para sepultarlos con honores en el monasterio de Cardeña: La mujer de Rodrigo junto con los soldados de su marido llevó el cuerpo de éste al monasterio de San Pedro de Cardeña donde le dio honrosa sepultura después de otorgar grandes donaciones al 87 monasterio por su alma. Aquel cenobio burgalés fue el segundo lugar donde fueron depositados los restos de Rodrigo el Campeador, unos huesos que, en los siglos que siguieron, no dejaron de viajar de un lado para otro y que experimentaron distintos 88 traslados, expolios y exilios. Fue en San Pedro de Cardeña donde empezaron a construirse leyendas que intentaron convertir al Cid en una especie de héroe santo, capaz de ganar batallas después de muerto y de realizar otros prodigios y milagros. Antes de ello, y no mucho después de la muerte del Campeador, los juglares comenzaron a cantar sus hazañas en pueblos, plazas, castillos y mercados e iniciaron un proceso de mitificación que cuajó en la obra cumbre de la literatura medieval castellana, el Cantar o Poema de mio Cid, en cuya génesis inicial, implicados, en su prehistoria, precisamente, Jimena en y sus primeros Jerónimo de pasos, pudieron Perigord, los estar grandes derrotados en la gloriosa historia de Rodrigo el Campeador. Las conquistas territoriales de Rodrigo Díaz solo sobrevivieron tres años al fallecimiento de su artífice, debido a las dificultades intrínsecas que soportaban las mujeres en esos momentos para el gobierno de señoríos, máxime cuando esas entidades políticas eran de reciente creación y estaban alejadas geográficamente de potenciales aliados. Las dramáticas experiencias que poco tiempo más tarde vivieron reinas coronadas como Urraca I de León y Castilla y Matilde I de Inglaterra, cuyo ascenso al trono motivó sangrientas guerras civiles, ilustran esas enormes dificultades que tenían que encarar las mujeres para gobernar territorios y reinos en un mundo regido por la masculinidad. El poder de la mujer no era inexistente, pero tenía que buscar cauces diferentes a las concepciones tradicionales de gobernanza –en las que la comandancia militar tenía un peso notable–, unos canales más relacionados con la gestión, la administración y gubernamental del culturales reforzaran, que la preservación conquistador, y a de la través recordaran, memoria del la conquistadora y fomento de producciones legitimidad de un territorio vinculado al conquistador y su descendencia. Matilde, inspirada por el obispo Odón de Bayeux, hermanastro de Guillermo el Conquistador, elaboró con sus damas de corte el célebre Tapiz de Bayeux (vid. Capítulo 1), donde se narran, en imágenes, la conquista de Inglaterra por la que combatió su marido Guillermo y la consecución del trono inglés. Esos bordados contribuyeron a reforzar la legitimidad del nuevo monarca inglés y sus descendientes. Algo similar pudo hacer Jimena, con la ayuda de Jerónimo, para recordar que Valencia había sido conquistada por su esposo, pero no con un equipo de bordadoras, sino tal vez de juglares y clérigos en cuya cabeza figuraría el obispo de Valencia. Es posible que la tradición histórica y épica que desemboca en composiciones como la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid la iniciara la viuda de un conquistador y un obispo que, con Valencia, habían perdido un principado con potencial de evolución a reino, así como un obispado que, con el tiempo, podría haberse convertido en arzobispado. Quizá pudo constituir el último intento desesperado de Jimena y Jerónimo para mantener, si no para ellos, al menos para sus descendientes, la ciudad y el territorio conquistado con 89 esfuerzo por Rodrigo Díaz, el Campeador. Sea como fuere, lo cierto es que, desde el mismo momento de su muerte, Rodrigo se convirtió en leyenda, en un mito que no dejó de evolucionar, mutar, enriquecerse, entonces, cada siglo, amplificarse, hasta la variar… actualidad, a lo largo alumbró de una los siglos. nueva Desde versión de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, ajustada a las concepciones de cada tiempo, reflejo del sentir y el pensar de cada época. La historia del Cid Campeador no había hecho más que empezar, pero no la del hombre de carne y hueso que había muerto en Valencia en julio de 1099, sino la del héroe de leyenda, recreado, desde entonces, hasta la eternidad. Notas 1 Vid. Historia Roderici, 1983, 61, 367. 2 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 918, 588. 3 Ibid. 4 Ibid., 918, 589. 5 Ibid., 918, 589-590. 6 Ibid., 918, 590. 7 Ibid. 8 Ibid., 919, 590-591. 9 Ibid., 920, 591. 10 Vid. Abû-l-Hasân ‘Alî ibn Bassâm al-Santarinî, 2000, 59-64, 63. 11 Ibid. 12 Ibid. 13 Ibid. 14 Vid. Boix Jovani, A., 2015, 133-145. 15 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 921, 591-592. 16 Ibid., 921, 592. 17 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000, 73. 18 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 78-79. La Historia Roderici (1983, 62, 368) relata la reacción de Yúsuf de la siguiente manera: «Yusuf, rey de los almorávides, al oír que Valencia ya había sido tomada y saqueada por Rodrigo con impetuoso ataque, montó en terrible colera y se entristeció sobremanera. Después de celebrar consejo con los suyos, nombró jefe de AlAndalus a uno de su familia, hijo de su hermana, llamado Muhammad (b.Tasufin). Le envió con una gran hueste de infieles, almorávides y musulmanes de todo el Al-Andalus a asediar Valencia y llevar a Rodrigo ante él, cautivo y cargado de cadenas de hierro». 19 Sostiene Alberto Montaner, en el estudio más completo que se ha hecho de esta batalla, que «dado que la capital levantina no había sido tomada por el Campeador al asalto, sino que se había rendido por hambre y el uso de ingenios había sido mínimo, es probable que los muros se encontrasen en bastante buen estado. Sin embargo, los arrabales no estaban fortificados, así que quizás se procedió a mejorar sus defensas». Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., 2005, 164. 20 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 925, 596. 21 Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op. cit., 169. 22 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 95. 23 Ibid., 95-96. 24 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000. 73. 25 Vid. Historia Roderici, op. cit., 62, 368. 26 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 81. 27 Ibid., 97. 28 Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op. cit., 171-172. 29 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 82; 2000, 74. 30 Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op. cit., 172. 31 Vid. Boix Jovani, A., 2017, 37-38. 32 Ibid. 33 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000. 74. «El día 8 de Sawwal (21 de octubre) el maldito Campeador hizo correr el rumor de que Ibn Rudmir, el rey de Aragón, venía con tropas en su auxilio, y luego, usando una estratagema, hizo salir a un grupo de cristianos, con orden de entretener mediante escaramuzas a los asediantes y de hacerles creer que iban mandados por él en persona, mientras él salía por otro barrio de la ciudad. Después de dispersar a los adversarios que encontró, se dirigió al campamento musulmán, en el que no tardó en penetrar su caballería. El príncipe Muhammad oyó las peticiones de socorro que salían del real y volvió a él; pero cuando llegó ya lo habían abandonado las gentes y estaban siendo saqueadas las tiendas. El enemigo, ocupado en hacer botín, no se ocupó de perseguir a los fugitivos», vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 97-98. Para ampliar información de la batalla puede consultarse, en primer lugar, el exhaustivo estudio Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op. cit, así como Martínez Díez, G., 2000, 349-360. 34 Vid. Historia Roderici, op. cit., 62, 368. 35 Vid. Archivo Municipal de Huesca, P-4, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 359. 36 Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000, 74. 37 Ibid., 75. 38 Martínez Díez (op. cit., 361-362) relaciona esas operaciones concretas de Rodrigo con la búsqueda del tesoro de al-Qádir. Es posible que las torturas a las que el Campeador había sometido a Ibn Yahhaf dieran sus frutos y el malogrado cadí terminara por confesarle el paradero de aquel tesoro. 39 Vid. Historia Roderici, op. cit., 63, 369. 40 Ibid., 64, 369. 41 Vid. Ubieto Arteta, A., 1953, pp. 61-70; Laliena Corbera, C., 1995, 499-514; Corral Lafuente, J. L., 1998, 49-67. 42 Vid. Crónica de San Juan de la Peña, 1961, 66-67, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 365. 43 Vid. Historia Roderici, op. cit., 65, 370. 44 «Saliendo hacia el mediodía bajaron juntos hasta la costa y asentaron sus campamentos frente a Bairen. Al día siguiente, Muhammad, con una grande e innumerable multitud de almorávides, musulmanes de Al-Andalus y de todos los pueblos infieles, se preparó para iniciar la lucha contra el rey y Rodrigo. En aquel lugar había un gran monte de casi cuarenta estadios de longitud en el que estaba el campamento de los sarracenos. Por la otra parte, se extendía el mar con gran cantidad de navíos almorávides y de musulmanes de Al-Andalus desde los que atacaban a los cristianos con flechas y arcos. Desde el monte los hostilizaban con otras armas. Ante esto, los cristianos se atemorizaron cundiendo el pánico entre ellos», Ibid., 66, 370. 45 Ibid. 46 «Al mediodía, el rey y Rodrigo los atacaron con el grueso de las tropas cristianas luchando con todas sus fuerzas tenazmente. Al fin, gracias a la ayuda y obra de la clemencia divina, los vencieron e hicieron huir. Algunos murieron a espada, otros al pasar el río y la inmensa mayoría se ahogó en el mar tratando de escapar», Ibid. 47 Ibid., 66, 370. 48 Vid. Capítulo 1, así como Nicolle, D., 1980, 6-40; France, J., 1996; Bennett, M., 1995, 1940; 2000, 225-238; Tsurtsumia, M., 2014, 81-108; Flori, J., 1988, 213-240; Buttin, F., 1965, 77-178; Soler del Campo, A., 1993, 507 y ss.; Gaier, C., 1995, 299-310; García Fitz, F., 1998, 389-391. 49 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 367-368. 50 Ibid., 370; Bosch Vilá, J., 1990, 160-161. 51 Vid. Ibn al-Kardab ūs, 1986, 133. ffe, M., 1990, 163-169. 52 Vid. Huici Miranda, A., 1965, 79-114; Ratcli 53 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 866, 538. 54 Vid. Menéndez Pidal, R., 1947, 816-817; Martínez Díez, G., op. cit., 374. 55 Vid. Ratcli 56 ffe, M., op. cit., 166. Vid. Ibn al-Kardabūs, op. cit., 134. 57 Vid. Historia Roderici, op. cit., 67, 371. 58 Ibid. 59 Ibid., 69, 371. 60 Ibid., 70, 372. 61 Ibid., 71, 372. 62 Ibid., 72, 373. 63 Ibid., 73, 374. 64 Sostiene Valencia, Georges todos Martin los (diciembre esfuerzos de de 2010/2007, Rodrigo se 126) orientaron que hacia «Después la de la toma consolidación de de su independencia señorial, hacia la constitución de un principado soberano desvinculado de la tutela secular del rey de Castilla así como de la tutela eclesiástica del arzobispo de Toledo». 65 El documento de dotación de Valencia ha sido editado y traducido en distintas ocasiones. La traducción reproducida es de Martínez Díez, G., op. cit., 387-388. 66 Acerca de Jerónimo de Perigord, vid. Lacombe, C., 1997, 131-172; 2000. 67 «[…] la carta de donación de 1098 manifiesta que el obispado valenciano contribuyó, con su arsenal cultural, a compensar el déficit de legitimidad, sobre todo linajístico, que padecía Rodrigo, a aproximarle a los demás soberanos peninsulares y, mediante una asimilación a la figura entre todas fundadoras de Pelayo, a servir su esfuerzo para consolidar la independencia de un principado valenciano que deseaba elevar al rango de reino». Vid. Martin, G., op. cit., 17. En este estudio, también podemos encontrar una edición y traducción de ese interesante documento cidiano de 1098. Interesantes análisis del documento se hallan, además de en el citado estudio de G. Martin, en Montaner Frutos, A., diciembre de 2010 y en Barton, S., junio de 2011, 517-543. 68 Vid. Capítulo 1. 69 Un mayor desarrollo de esas cuestiones en Porrinas González, D., 2018, 109-133; 2019. 70 Ibid. 71 «Ciertamente al Papa le preocupaba la situación peninsular, y no es ningún despropósito pensar que su concepción de cruzada se vio en buena medida espoleada por la experiencia hispánica. La percepción de amenazadora ultimidad que generaba la ofensiva islámica no vino tanto del frente oriental donde la situación no era en 1095 especialmente tensa, sino del ámbito hispánico donde los almorávides, un pueblo ideologizado en el yihadismo expansivo, derrotaba al más poderoso rey peninsular en 1086 […] Quizá en el trasfondo de Clermont estén más presentes los almorávides de lo que pudiéramos pensar a primera vista […]». En otra parte de su estudio, entiende que «La ofensiva almorávide constituía algo más que un peligro potencial y allegar recursos de todo tipo para neutralizarla era una exigencia en la que probablemente se implicaron a fondo los obispos», vid. Ayala Martínez, C. de, 2013, 499537. Fueron obispos, precisamente, los autores ideológicos de esos documentos aludidos. Esos altos cargos eclesiásticos contarían con el respaldo de los príncipes y soberanos suscriptores, Rodrigo Díaz, Pedro I y Alfonso VI, quienes es posible que estuvieran impregnados, en mayor o menor medida, por esa ideología reconquistadora. 72 Todos ellos reproducidos y comparados en Porrinas González, D., 2019. 73 Vid. Historia Roderici, op. cit., 74, 374. 74 Ibid., 75, 374. 75 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 394. 76 Vid. Labbe, P., 1840, 216, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 395. 77 Vid Martínez Díez, G., op. cit., 395. 78 Vid. Historia Roderici, op. cit., 75, 374. 79 Vid. Capítulo 2. 80 Vid. Mínguez Fernández, J. M., 2000, 169-170. Uno de esos ataques tuvo lugar en 1099, del cual dejó constancia el cronista Ibn al-Kardab 81 ūs (op. cit. 135): «Entonces marcharon juntamente para atacar Toledo, la sitiaron y lanzaron algaras contra sus distritos, se apoderaron de una gran cantidad de sus castillos, hicieron muchos prisioneros, se llevaron un abundante botín y regresaron victoriosos». 82 Vid. Anales Toledanos I y II, 1993, 75. 83 Vid. Historia Roderici, op. cit., 76, 374-375. 84 Ibid., 76, 375. 85 Vid. Porrinas González, D., 2018, 119-122. El documento puede consultarse en Menéndez Pidal, R., 1918, 1-20. Un análisis del mismo en Martínez Díez, G., op. cit., 403-404. 86 Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 404. 87 Vid. Historia Roderici, op. cit., 77, 375. 88 Vid. Barriocanal Fernández, L. y Fernández Beobide, A., 2013; González de Roba, J. L., 1998, 393-413. Vid. Porrinas González, D., 2018. 89 __________________ * Don Jerónimo hecho obispo. Poema del Cid, según el texto antiguo Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 79. preparado por Ramón 8 El Cid después de Rodrigo el Campeador La imagen mutante de un mito viviente […] conócese notoriamente que el vulgo fue siempre añadiendo a sus hechos [del Cid] muy señaladas cosas que fuesen de admiración en sus cantares.*1 E n julio de 1099 moría Rodrigo Díaz en Valencia por causas naturales, si como tales pueden considerarse el desgaste físico y mental padecido y acumulado a lo largo de una intensa vida militar y diplomática. Ya desde su mismo tiempo empezó a construirse una imagen heroica que, a partir del deceso del guerrero, no hizo sino crecer, amplificarse, expandirse, reinterpretarse, mutar…Y es que, desde entonces y hasta la actualidad, cada centuria tuvo a su propio Cid, «cides», en algún caso. La historia de España es, en cierta medida, la de ese Cid mental que, con distintas intenciones y motivaciones, fueron creando autores de diversa condición y naturaleza a lo largo de esos siglos. Como afirma Adrián J. Sáez: […] el Cid nunca ha dejado de cabalgar porque cada época ha recuperado la cara del personaje que más le convenía: valiente o desafiante, paradigma del soldado cristiano, padre ejemplar […] muy frecuentemente en relación con los valores que se entendían 2 como nacionales. Sería ingente la tarea de analizar los cambios que ha experimentado la imagen del Cid a lo largo del tiempo, desde, al menos, mediados del siglo XII, cuando encontramos las primeras opiniones literarias, hasta una actualidad en la que sigue siendo un personaje que despierta interés y admiración en un público relativamente amplio. Conocidas son las analogías que desde distintos medios de comunicación, o desde diversas ideologías, se siguen realizando entre el Campeador y determinados protagonistas contemporáneos, en especial en el ámbito de la política, pues el Cid sigue siendo traído a la memoria, para bien o para mal, para establecer comparaciones, en algún caso sorprendentes, con algunos políticos de distinto signo. Por ello, no sorprende, tal vez, que José María Aznar decidiera disfrazarse de Cid Campeador en 1987, cuando preparaba su reelección como presidente de la Junta de Castilla y León, y posar de esa guisa para un reportaje que publicó un suplemento del diario El País. 3 Quizá sea más llamativo que, entre octubre de 2016 y junio de 2018, Pedro Sánchez evocara uno de los clichés más veces asociados al héroe castellano, el de vencedor de batallas después de muerto, para reivindicarse dentro de un partido que le había «desterrado», «matado» políticamente, de alguna manera. Para ello, recorrió caminos en busca de aliados y regresó fortalecido, se hizo con las riendas del partido que le había expatriado y consiguió la victoria para liderar el PSOE no solo contra propios, sino también contra extraños. Con esa acción, consiguió aglutinar voluntades que llevaron a una moción de censura que terminó con el mandato 4 de Mariano Rajoy y le aupó a él a la presidencia del Gobierno. En los últimos tiempos, Santiago Abascal, líder de la formación política VOX, también ha 5 pretendido identificarse con un Cid Campeador destinado a «salvar España». Las citadas, sin otra pretensión que la informativa, son solo algunas puntadas de un mundo actual que continúa valiéndose, cuando no abusando, de un personaje histórico convertido en mito desde poco después de su muerte. Esa historia de transformaciones, mutaciones, añadidos y giros comenzó, así pues, apenas fallecido el personaje histórico. Cerrada la historia, empezó el trabajo de los «inventores» de un nuevo Cid, expresión acertada del maestro Diego Catalán, uno de los estudiosos que 6 esclarecimiento de la materia cidiana medieval. más ha contribuido al Puede que la viuda Jimena y el obispo Jerónimo trabajaran para que se mantuviera viva la memoria del conquistador de Valencia, para que su gesta no cayera en el olvido y los siglos la recordaran. Es posible que ambos lanzaran los primeros argumentos de una leyenda que, con el transcurrir del tiempo, solo creció y se expandió. LOS SIGLOS XII Y XIII. DEL CANTAR DE MIO CID A LAS CRÓNICAS ALFONSÍES: EL NACIMIENTO DEL HÉROE ÉPICO La trayectoria vital, histórica, de Rodrigo Díaz tenía los ingredientes suficientes para que el personaje enseguida se convirtiera en un héroe épico. Dos fueron los grandes logros cosechados por Rodrigo en vida que llamaron la atención de los juglares: la conquista de Valencia y su destreza en la ejecución de batallas campales, en las que nunca fue derrotado. La conquista de Valencia por un guerrero desterrado había constituido un acontecimiento único en la península ibérica de aquel tiempo. Rodrigo no era ni rey ni emperador, tan solo era un noble que había abandonado su reino, servido a príncipes musulmanes, actuado como un señor de la guerra autónomo y, como tal, había conquistado una gran ciudad islámica sin más recursos que los que él mismo había podido reunir, a veces con la improvisación. Ya comentamos que, en el panorama mediterráneo de finales del siglo XI, aquella proeza no resultaba tan excepcional y que otros señores aventureros normandos de su tiempo habían conseguido, y llevaban a cabo, gestas similares en el sur de Italia y Sicilia. Diferente cuestión es la de su carácter invicto en el campo de batalla. Una destreza que le valió el apelativo que le acompañó en vida y con el que se sentía plenamente identificado, incluso llegó a utilizarlo para firmar el importante documento de dotación de la catedral de Valencia de 1098. Campeador o Campidoctus significaba «experto en el campo de batalla», «dominador», «dueño» o «señor» del campo de batalla. A pesar de que en tiempos del Campeador, como en general durante toda la Edad Media, la batalla campal era una operación militar escasa por su incertidumbre, peligrosidad y riesgo, Rodrigo Díaz participó en bastantes de ellas y, en la 7 mayoría, actuó como comandante de sus tropas y resultó vencedor en todas. En páginas anteriores, destacamos que en un lapso de unos veinte años fue el único líder cristiano capaz de derrotar a los almorávides en campo abierto. Hemos tenido ocasión de comprobar en capítulos anteriores cómo autores cristianos y musulmanes coevos habían destacado las cualidades bélicas de Rodrigo el Campeador, su invencibilidad, valentía y arrojo. Baste recordar que Ibn Bassam lo consideró «un prodigio de su Dios» y que se compuso un poema, el Carmen Campidoctoris, para celebrar sus gestas militares. Es decir, desde su propio tiempo se vertieron opiniones del Campeador que constituirían los primeros argumentos para su transformación en héroe épico. Invencibilidad en el campo de batalla y conquista de Valencia fueron argumentos asaces para convertir a Rodrigo el Campeador en un héroe épico, una concepción que no tardó demasiado tiempo en manifestarse en escritos no vinculados directamente con el guerrero de Vivar. A mediados del siglo XII, el Prefatio de Almería o Poema de Almería, oda elegíaca compuesta para loar la conquista de Almería por Alfonso VII el Emperador (1147), mencionó por primera vez a «Mio Cid». Así, en una de las secciones del citado poema, en la que se elogia con tintes homéricos a los guerreros de la cruzada de Almería, se dice que Álvar Fáñez, abuelo de uno de los líderes participantes, «sometió a los pueblos ismaelitas, y sus ciudades y torreones fortificados no pudieron resistir». Si «aquel valiente» hubiese acompañado a Roldán y Oliveros, héroes épicos del Cantar de Roldán, estos no hubiesen sido nunca vencidos por la muerte. «No hubo ninguna lanza mejor bajo el cielo sereno» que la de Álvar Fáñez… El propio Rodrigo, frecuentemente llamado Mio Cid, del que se canta que jamás fue vencido por los enemigos, / que domeñó a los moros y domeñó también a nuestros condes, le ensalzaba y se consideraba de gloria inferior. Pero yo confieso una verdad que el tiempo no alterará: Mio Cid fue el primero y Álvaro el segundo. 8 Valencia llora por la muerte del amigo Rodrigo […]. Destaca el autor, desconocido, del Poema de Almería a Rodrigo, «Mio Cid», por encima de su venerado Álvar Fáñez, el cual había sido responsable de la defensa de Toledo durante años de intensas ofensivas almorávides organizadas para recuperar la ciudad del Tajo. Se valora ahí en especial el carácter invicto de Rodrigo y también, aunque de manera más indirecta, haber conquistado Valencia. Se demuestra con esa referencia que la materia épica cidiana ya estaba en funcionamiento a mediados del siglo XII, solo medio siglo después de la muerte de Rodrigo en Valencia. Figura 39: Página del manuscrito de la Chronica Naiarensis o Crónica Najerense. Fue compuesto en latín en el monasterio benedictino de Santa María la Real de Nájera y se ha transmitido en dos únicos manuscritos. Narra una historia universal desde la Creación, pasando por la Biblia, la Antigüedad clásica y la Hispania visigoda hasta la historia contemporánea al Cid de los reinos de Castilla y León. La compilación del contenido se realizó a partir de agregados de fragmentos de obras anteriores, como la de san Isidoro o el Corpus Pelagianum, obra cuya redacción supervisó el obispo de Oviedo don Pelayo. Los manuscritos se conservan en la Real Academia de la Historia, Madrid. El siguiente hito relevante en esa evolución de la materia cidiana es la 9 Chronica Naiarensis o Crónica Najerense, una crónica redactada en el círculo cultural de Santa María la Real de Nájera a principios del último tercio del siglo XII. Uno de los aspectos más interesantes de la Najerense es el uso e inserción de materiales que tienen un marcado sabor épico y juglaresco. El cronista, o los cronistas, responsable de la elaboración de este texto no dudó en introducir episodios ficticios en los que Rodrigo el Campeador es protagonista y en los que el héroe comienza a perfilarse de forma manifiesta como «caballero» ideal que se identifica con un arquetipo «caballeresco» generalizado, que adopta varias virtudes morales y militares, un modo de combatir y una 10 serie de símbolos esenciales en la ideología de la caballería. Comienza la Najerense su relato de Rodrigo Díaz al narrar las tribulaciones de la hueste castellana en la noche previa a la batalla de Golpejera (1072). El rey Sancho convoca a sus magnates para pedirles consejo (consilium et colloquium) acerca de qué hacer al día siguiente, ante la realidad de que el ejército leonés era más numeroso que el suyo. Sancho no se acobarda y exhorta a los suyos; asegura en su discurso que es más importante el valor y la fuerza que el número. El rey castellano arenga a sus hombres exponiendo que, si los leoneses son más numerosos, ellos (los castellanos) son «mejores y más fuertes», que su propia lanza vale más que la de mil caballeros rivales y la de «Rodrigo el Campeador» por las de 100 000 adversarios. El «verdaderamente Campeador» contesta a su señor en un alarde de modestia, prudencia y religiosidad, afirmando que, con la ayuda de Dios, luchará contra un solo caballero y sea lo que Dios disponga. El cronista asegura que aunque el Campeador podría enfrentarse perfectamente a cincuenta, cuarenta, treinta, veinte o al menos a doce, tal cosa nunca salía de la boca de Rodrigo, para reseñar así su humildad. Continúa con una escueta narración de la batalla, que tuvo como resultado que unos pocos castellanos, entre los que se encontraba Rodrigo, apresaran al rey Alfonso y dominaran el campo, a pesar de que el propio rey Sancho había sido capturado por los leoneses. Después, el Campeador libera a su señor de la cautividad, los castellanos derrotan a los leoneses, ganan botín y dominan el 11 campo de batalla. La liberación de Sancho por parte de Rodrigo se produce después de que el de Vivar persiga a los catorce leoneses que llevan apresado al monarca castellano. Les miserable, ya recrimina que su su rey cobardía Alfonso y reseña que permanece su cautivo victoria es por castellanos. los estéril y Rodrigo ofrece a los leoneses canjear a Alfonso por Sancho, estos no sabían que su rey había sido capturado y no creen lo que dice el castellano. Le increpan y le insultan diciendo que debe de estar loco (stulte) si pretende enfrentarse él solo contra catorce, a lo que Rodrigo responde que si le dieran una sola lanza demostraría, con la ayuda de Dios, de lo que es capaz. Los leoneses dejan la lanza en el campo, Rodrigo la ase, espolea su caballo y, sucesivamente, desarzona a los catorce caballeros uno a uno, como si de diferentes justas se tratara. Al final, tan solo uno, gravemente herido, consigue huir. Con esto, Rodrigo libera al rey, se apodera de las armas y expolios y los castellanos 12 resultan completamente victoriosos. Mientras circulaba el juglarescas los elaboradores Cantar entre los de mio años de Cid, finales la Najerense puesto del por siglo recreaban escrito XII y los a al partir Campeador, de primeros versiones del XIII y convirtiéndose en la obra cumbre de la literatura medieval española. Considera F. Javier Peña Pérez que «los versos del Poema desprenden, de entrada, un intenso aroma popular, con evidentes concesiones a la sensiblería, a la fantasía 13 y al dramatismo morboso». Destaca este mismo autor la erudición de los compositores de la obra escrita, así como la fuerte influencia ejercida en la misma por agentes de la Iglesia y la monarquía del momento, los monjes de San Pedro de Cardeña, por una parte, y, en especial, intelectuales adscritos a la corte de Alfonso VIII, que componen una visión del Campeador que 14 humaniza al héroe y lo convierte en «un héroe medieval a escala humana». A grandes rasgos, el Cantar, obra que ha recibido una intensa atención por parte de investigadores y estudiosos cuyos análisis han producido auténticos océanos de tinta, es la historia de un hombre, Ruy Díaz, Mio Cid Campeador, que pierde el honor y se emplea a fondo para recuperarlo. Se trata de un «cantar de aventuras», en palabras de Alfonso Boix, gran especialista en el tema, cuya estructura es tripartita, pues se divide en tres partes o «cantares»: el primero o del destierro (versos 1 al 1084), el segundo o cantar de las bodas de las hijas del Cid (versos 1085 al 2277) y el tercero o cantar de la afrenta de Corpes (versos 15 2278-3730). Se introducen nuevos elementos ficticios que van a acompañar por los siglos al Campeador, como las bodas con los infantes de Carrión y la posterior afrenta de Corpes, las cortes de Toledo en las que el Cid clama justicia, los duelos singulares y judiciales para recuperar el honor perdido tras la afrenta, amén de otras tramas como la fuga del león en Valencia, la asociación con Minaya Álvar Fáñez, el «diestro brazo» de héroe, batallas campales imaginadas, etc. Figura 40: Izquierda, página del manuscrito del Cantar de mio Cid. Un único tomo de 74 hojas de pergamino al que le faltan tres, una al principio y dos entre las páginas 47, 48 y 69, 70. En muchas de sus hojas hay manchas de los reactivos que se utilizaron desde el siglo XVI. La encuadernación data del siglo XV y está hecha en tabla forrada de badana con orlas estampadas. Se trata de un texto seguido sin separación en cantares, ni espacio entre versos, iniciados siempre con arracada mayúscula. Portadilla de la obra Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV, editada en 1779 por Tomás Antonio Sánchez, un escritor, medievalista, lexicógrafo y editor español, y publicada por el impresor Antonio de Sancha. Tal vez una de las claves del éxito de esta obra, desde el momento de su composición hasta la actualidad, es el hecho de que, en palabras de Alberto Montaner, «si hay un poema épico que canta el triunfo del esfuerzo personal, 16 ése es, sin la menor duda, el Cantar de Mio Cid». Ello posibilitará que la esencia del Cantar tenga vigencia a lo largo de toda la historia, en distintos contextos y momentos, y que aquilate una imagen del Cid Campeador consagrada y hegemónica que le aleja del personaje histórico y que resulta realmente complicado desmontar. Para una gran mayoría, incluso hoy, el Cid es el Cid del Cantar, consolidado a lo largo de los siglos y, en buena parte, internacionalizado tras el estreno de la película El Cid (1961), dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren, a la que volveremos más adelante. En gran medida, la imagen del Cid de ese film es la que le imprimió Ramón Menéndez Pidal, quien, en su libro La España del Cid (1929), consideró el Cantar y los posteriores romances «fuentes históricas» válidas para el estudio y conocimiento del Cid histórico, cuyas concepciones se plasman en algunas de las tramas del largometraje. El Cantar introduce otros elementos ficticios que acompañan a la imagen del Campeador desde entonces, como las espadas Colada y Tizona y el caballo Babieca o los nombres de sus hijas, Elvira y Sol, y no María y Cristina. Guerra y caballería constituyen temas centrales en el Cantar, un «canto de frontera» en 17 palabras de Montaner. En sus líneas, se da la paradoja de que deforma la realidad, también, con respecto a la imagen de la guerra practicada por el Cid histórico, al tiempo que cristaliza un evidente verismo en relación con las formas de hacer composición de la la guerra propias 18 obra. Los del Campeador historiadores que y las del momento trabajaron en el de taller historiográfico de Alfonso X y de su sucesor, Sancho IV, le otorgaron una significativa importancia al Cantar y lo prosificaron en composiciones como la Estoria de España o la Crónica de Veinte Reyes. De esa manera, esas imágenes cidianas pasaron a formar parte de la primera historia oficial de España que se compuso, ya durante la segunda mitad del siglo XIII. En el transcurso de ese siglo XIII, el mito del Cid siguió muy vivo y vigente y la imagen del Campeador experimentó cambios sustanciales, añadidos, nuevos elementos legendarios que se sumaron a los anteriores. Al personaje lo aluden notables historiadores eclesiásticos, como Lucas de Tuy, en su Chronicon Mundi (1236-1238), y Rodrigo Jiménez de Rada, en su De rebus Hispaniae (ca. acontecimiento 1242). irreal Es que Lucas de habría Tuy el primer protagonizado autor en Rodrigo mencionar Díaz y que un ha quedado unido, de forma inseparable, a la percepción del personaje: la famosa, y ahistórica, Jura de Santa 19 Gadea. Según esa elucubración, carente de fundamento histórico, Rodrigo Díaz habría obligado a Alfonso VI a jurar ante su corte que no había estado detrás del asesinato de su hermano Sancho ante los muros de Zamora. Jiménez de Rada repite, e incluso amplía, ese episodio ficticio en la vida del Campeador y lo sitúa en Zamora: Figura 41: Página del manuscrito de la Estoria de España, o Primera Crónica General de acuerdo con los estudios de Menéndez Pidal, compuesto a instancias de Alfonso X el Sabio, aunque no pudo ver la culminación de la obra en vida. El comienzo de la redacción se data ca. 1270-1274 hasta las refundiciones del siglo XIV y posteriores que suelen denominarse «crónicas alfonsíes». El texto se divide en cuatro partes: la historia de Roma, la historia de los reyes godos, una historia del reino astur-leonés y la última del reino castellano. Llegando de esta forma a Zamora [Alfonso VI] y después de una provechosa entrevista con la reina Urraca, que era mujer juiciosa y entregada a obras piadosas, comenzó a poner en práctica su equidad. Rápidamente se presentaron ante él los castellanos y los navarros y antes que nada le exigieron el juramento de que no había sido cómplice de la muerte de su hermano el rey Sancho, tal como dije. Pero como nadie se atrevía a tomarle el juramento, Rodrigo Díaz el Campeador se ofreció en solitario a ello. Esta fue la razón de que 20 luego no le cayera en gracia, por más valeroso que se mostrara. Esta última obra, De rebus Hispaniae [Historia de los hechos de España], conformó el armazón primigenio de la aludida Estoria de España (1270-1274), a la cual se fueron añadiendo otros materiales de procedencia diversa, como el propio Cantar de mio Cid, el desaparecido Cantar de Sancho II y el cerco de 21 Zamora o la Leyenda de Cardeña. Esta última composición tiene especial interés para comprender la evolución de la imagen del Cid, pues en ella aparece por primera vez una de las ideas que se perpetuaron con consistencia a través de los siglos: la de que el Campeador consiguió vencer en una batalla después de muerto. Es por ello que merece la pena prestar algo más de atención a esa leyenda cardeniense. La Leyenda de Cardeña fue elaborada por monjes del monasterio de San Pedro de Cardeña desde una fecha indeterminada hasta mediados del siglo XIII. Este escrito hagiográfico centra su atención, sobre todo, en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la muerte de Rodrigo Díaz en Valencia, el cual mantuvo en vida una escasa relación con el cenobio burgalés. De hecho, las únicas vinculaciones existentes entre el monasterio y Rodrigo fueron que el noble castellano había poseído alguna propiedad en la región de Cardeña, que, en una ocasión, había actuado como parte del tribunal judicial nombrado por Alfonso VI para dirimir un pleito suscitado por unos pactos entre los monjes y unos infanzones y, por último, que fue sepultado en el lugar por parte de Jimena y los suyos tras el abandono de Valencia. Se compuso para atraer a fieles y peregrinos hacia Cardeña, en un momento en el que el monasterio se encontraba en horas bajas. Entendían sus gestores que podrían dar un impulso económico al cenobio si construían relatos milagrosos protagonizados por el Campeador, allí enterrado. Se pretendía fomentar el culto a un héroe santo, ya conocido y popularizado gracias a la circulación del 22 Cantar de mio Cid. Empieza su relato con la narración de la embajada del soldán de Persia al Cid, en un intento de ganarse su amistad para asegurarse de que no se iba a unir a los cruzados que se encontraban operando en Tierra Santa. El Cid acoge con cortesía y hospitalidad la visita del soldán y es agasajado con ricos regalos, entre los que destaca un lujoso ajedrez y productos exóticos como bálsamo y mirra. Continúa la trama dando cuenta de los matrimonios de las hijas del Cid con los infantes de Aragón y Navarra, así como la marcha de Valencia de los recién casados. De seguida, se relata la conversión al cristianismo del alfaquí Alhuecaxi, que asume el nombre cristiano de Gil Díaz y se convierte en el consejero principal del Campeador. En la siguiente escena, san Pedro se aparece al Cid para comunicarle que la hora de su muerte está cercana, pero que, tras su deceso, logrará vencer en una gran batalla al rey Búcar con la ayuda del apóstol Santiago. Rodrigo, inspirado por esa aparición, manda hacer testamento, en el que expresa su voluntad de ser enterrado en Castilla después de vencer en esa batalla. El Cid se confiesa y da instrucciones a los suyos para que le conduzcan muerto y embalsamado a la lid. El embalsamamiento lo realiza el propio Rodrigo con sus manos, con la mirra y el bálsamo con que le había obsequiado la embajada del soldán de Persia. Rodrigo muere y, a los pocos días, se produce la llegada a Valencia desde Túnez del rey Búcar, al frente de un inmenso ejército que hostiga a los castellanos. Se produce la gran batalla en la que las armas castellanas, comandadas por el cadáver del Cid a caballo, se alzan con la victoria y su campamento es saqueado. Los cristianos marchan con el cuerpo de su señor hacia el monasterio de San Pedro de Cardeña, el lugar que había elegido Rodrigo para su sepultura. Los musulmanes de Alcudia, que habían presenciado el combate, entran en Valencia y aprovechan algunos de los despojos que los castellanos no han recogido del campo de batalla tras derrotar a las huestes de Búcar. Las hijas del Cid y sus yernos honran el cuerpo muerto de Rodrigo, así como el rey Alfonso VI. Jimena se niega a que su esposo sea enterrado, ya que gracias al «autoembalsamamiento» no tiene aspecto de cadáver, sino que parece estar vivo. Por ello, le dejan sentado sobre una especie de trono de marfil y con una de sus manos sujeta la empuñadura de su espada Tizona. Jimena y Gil Díaz permanecen en Cardeña, donde al poco fallece Jimena y allí mismo es honrada y enterrada. En la siguiente escena aparece un judío que intenta deshonrar el cuerpo del Cid, pero cae desmayado cuando ve al guerrero sacar la espada, hecho milagroso que motiva su conversión al cristianismo con el nombre de Diego Gil. Poco después, los monjes deciden enterrar al héroe santo, pues se le ha caído la nariz y ya no está en condiciones para que el público pueda contemplarlo. Se cierra la leyenda con la muerte del 23 antiguo alfaquí Gil Díaz. Algunas de esas adiciones, en especial la que le concibe venciendo una batalla después consiguieron de enraizar muerto, en su permanecieron percepción ya popular unidas hasta al personaje nuestros días. y Los responsables del éxito de esas nuevas imágenes fueron, como se ha dicho, los monjes del monasterio de San Pedro de Cardeña, muy interesados en fomentar el culto a un héroe casi santo y milagroso. Aunque también tuvo mucho que ver en la difusión de esa leyenda Alfonso X el Sabio, el cual no dudó en integrar la leyenda en el relato historiográfico de la Estoria de España. Es conocido que el rey Sabio profesaba una especial veneración al héroe de Vivar, como atestigua el hecho de que visitara el monasterio cardeniense en el año 1272, cuando se redactaba la Estoria, y que ordenara, en aquella ocasión, trasladar los restos del Cid a un lugar más noble, al presbiterio. Pero Alfonso X no incorporó la Leyenda de Cardeña a la Estoria de España únicamente movido por la admiración que tenía al Cid. Sostiene René Jesús Hernán que el monarca obtuvo otro beneficio evidente de esa utilización: el desarrollo de un 24 paradigma de valentía y lealtad que le interesaba transmitir y fomentar. El siglo XIII no terminó sin que algún otro autor se interesara por la materia cidiana. Juan Gil de Zamora (ca. 1241-ca. 1318) fue un intelectual cortesano de referencia en el tránsito de la Plena a la Baja Edad Media españolas. Estudioso, humanista, erudito, escribió obras acerca de saberes tan variados como la medicina, la historia, la música, la gramática, la ciencia política o la poesía. Formado durante unos cuatro años en París, una de las universidades más prestigiosas del momento, se incorporó a la corte de Alfonso X, a quien le gustaba rodearse de los hombres más sabios, donde desempeñó el importante cargo de preceptor del infante Sancho, futuro rey Sancho IV. En una de sus obras más conocidas, titulada De Preconiis Hispanie, 25 concebida como un espejo de príncipes para la educación del infante Sancho, Gil de Zamora demuestra Historia Roderici y tener conocimiento el Linaje de Rodric de varias Díaz en fuentes el Liber cidianas Regum, como así la como distintas crónicas y materiales empleados por los historiadores de Alfonso X para la construcción de la Estoria de España, incluso insertó una leyenda cidiana que no se encuentra en otros autores o composiciones. Esa leyenda, que bien podría haber sido producto de la imaginación del autor, nos presenta a un Campeador que se preocupa por las mujeres parturientas, tal y como habría hecho en una ocasión, ya desterrado, en su campamento. Esa vez, al enterarse Rodrigo de que la mujer de su cocinero había dado a luz durante la noche, habría ordenado que el campamento no fuese levantado hasta que la mujer se recuperara del parto y estuviese en condiciones de proseguir, lo que mostraba su nobleza y ejemplo para los poderosos con ese gesto: El Çid Ruy Díaz, después que se partió del reyno de Castilla e estoviese en la frontera de tres reynos: de Castilla, de Aragón e de Navarra, asentó sus tyendas, guardándose de los enemigos [f.89r.] de cada parte. E acaesçió que una muger de su cozinero, o otro ofiçial, estaba de parto e parió. E, commo otro día de mañana Ruy Díaz mandase quitar las tyendas, non sabiendo aquesto que avía acaesçido, acaso uno de su conpaña le dixo lo que avía acaseçido a la muger de su cozinero esa noche. E oyendo esta relaçión, commo señor curial noble, animoso, fizo saber quántos días las nobles señoras de Castilla acostunbravan estar echadas de sus partos e tantos días mandó estar las tyendas fincadas e que las torrnasen a fincar las que estavan alçadas, fasta que torrnase a sus fuerças la muger, açerca de las leyes mugeriles, porque estava flaca del parto, para que fuese enxenplo a los poderosos deste mundo, que asý commo se gozan con el poderío, se deven gozar [f.89v.] con la piedad de coraçón, espeçialmente con aquellos que trahen cargo de su casa, ca el que non tiene cargo, espeçialmente de los de su casa, peor es que infiel, 26 según lo ponen las leyes divinales e canónicas. El Campeador resultaba atractivo hasta para las mentes más lúcidas del reino, como pone de manifiesto ese interés que hacia su figura mostró un intelectual de la talla de Gil de Zamora. La Baja Edad Media: juventudes cidianas y comienzos de la novela de caballerías Los elementos principales que configuran el Cid legendario se crearon entre los siglos XII y XIII. Sin embargo, aún se añadieron nuevas ficciones, tramas y argumentos ficticios a una imagen del Campeador que no dejó de evolucionar. El siglo XIV, centuria de crisis, de peste negra, y testigo de un conflicto europeo e internacional como fue la Guerra de los Cien Años, asiste a un interés renovado por la vida de Rodrigo Díaz el Campeador. Durante este siglo 27 es cuando se componen las Mocedades de Rodrigo, que ilustran el tránsito de la épica a un nuevo tipo de elaboración que se va acercando a la novela y donde se conjugan elementos juglarescos y clericales. Se recrea una parte de la vida del Campeador, sus años juveniles, poco o nada conocidos y, por ello, atractivos para el público. Los expertos creen que esas Mocedades se pudieron elaborar hacia mediados del siglo XIV, en torno al año 1360, pero la copia más antigua conservada data de 1400. Aunque arranca en prosa, el desarrollo del resto de la obra, que está inacabada, está escrita en verso. La trama comienza con la exposición de la genealogía del héroe para continuar, ya en verso, con el relato de la muerte del conde don Gómez, padre de la joven Jimena. Para reparar ese asesinato y deshonra, el rey Fernando obliga al joven Rodrigo a contraer matrimonio con la huérfana Jimena, hija del conde asesinado. Rodrigo rechaza tal castigo, o, al menos, ofrece un aplazamiento del mismo y pone como condición ganar antes cinco batallas campales. Se suceden a partir de ahí los lances heroicos del Campeador contra distintos adversarios (versos 293-745), como el moro Burgos de Ayllón, un campeón navarro al servicio del rey de Aragón; Martín González, por el pleito de Calahorra; cinco reyes musulmanes y la lucha contra los condes de Campó por la restauración en su sede del obispo Bernardo de Palencia. Figura 42: Página del manuscrito del cantar de gesta anónimo Mocedades de Rodrigo, compuesto en torno a 1360, según la fecha sugerida por Alan Deyermond, que narra las hazañas de juventud de Rodrigo Díaz. Es extraño comprobar cómo pudo mantenerse el género de la epopeya, considerado, por lo general, de tradición y difusión oral, hasta una época tan tardía como la segunda mitad del siglo XIV. A partir de ahí, comienza lo que algunos estudiosos consideran que fue la quinta de esas batallas que el Cid debía ganar antes de contraer matrimonio. Como si el autor estuviese influido por acontecimientos de una Guerra de los Cien Años que estaba ocurriendo, la trama se adentra en un conflicto internacional, el que mantenían una coalición europea, establecida entre el emperador alemán, el rey de Francia, el conde de Saboya y el papa, contra el «emperador» Fernando de Castilla y su fiel y joven guerrero Rodrigo. El casus belli que inicia el conflicto es el abusivo y humillante tributo que el monarca francés exige anualmente a los castellanos: la entrega de quince doncellas vírgenes. Rodrigo convence al rey Fernando para invadir Francia, derrotar al soberano de aquel país y poner fin de tal forma a esa situación tan deshonrosa. Después de una serie de combates y lances, Fernando consigue derrotar a la gran coalición gracias a las cualidades guerreras de Rodrigo y principia una serie de acuerdos entre los contendientes, momento en el que el relato se interrumpe de forma abrupta. A diferencia del héroe comedido y prudente del Cantar, el Cid de las Mocedades es desmesurado, orgulloso, soberbio, insultante, desafiante, altivo, fanfarrón, arrogante, prepotente, rebelde… por utilizar algunos de los calificativos empleados por distintos estudiosos para caracterizar esa imagen del joven Rodrigo que proyectan las Mocedades. Se permite el lujo de poner en tela de juicio la opinión de su rey, de llevarle la contraria, de enfrentarse verbalmente con el papa de Roma, y con la propia Jimena, entre otros excesos que trufan el conjunto de la obra y que nos presenta a un Campeador diferente que sienta las bases que expandirá en adelante el romancero cidiano durante las últimas décadas de la Edad Media y los siglos de la Edad Moderna. Destacan, asimismo, ideas como la importancia del código de la caballería en la vida de los reyes y los nobles, por el que Rodrigo entiende que no se puede ser buen rey sin liderar a sus hombres en el campo de batalla y lograr grandes proezas guerreras. En relación con ello, se pone de relieve el contraste entre la actitud cobarde de la alta nobleza y la valentía de la baja nobleza, en un momento, el siglo XIV, en el que la idea de nobleza, así como los propios ideales caballerescos, se hallaban inmersos en un proceso 28 transformación de la que la literatura dio cumplida cuenta. de profunda Así, la leyenda del Campeador se acerca, aún más, a masas cada vez más populares, que recibieron a ese nuevo Cid con tal expectación y atracción como demuestra el éxito de los romances y la imagen que de él han perpetuado ejemplos ya mencionados como La España del Cid, de Menéndez Pidal, o El Cid, de Anthony Mann, en los que alguna de dichas tramas está presente, lo que las difunde más todavía, sobre todo en el caso de la película, en públicos más amplios y asientan unas figuraciones muy difíciles de erradicar y desmontar. Durante el siglo XV se continuó hablando del Campeador, distintos autores siguieron fijando su atención en el personaje y comenzó la creación de lo que Fernando Gómez Redondo llama «el Cid humanístico», un nuevo paradigma que convivió a lo largo del siglo con ese Cid de los romances, que empiezan a emerger 29 centuria anterior. inspirados muchos de ellos por esas Mocedades de la En todo el siglo XV, el Campeador sigue siendo paradigma caballeresco señero en quien nobles particulares buscaron una comparación para la visión que querían perpetuar de ellos mismos en crónicas que relatan sus propias hazañas. En el Victorial o Crónica de don Pero Niño, que narra la 30 vida y proezas de Pero Niño, conde de Buelma, escrita hacia 1436, Gutierre Díaz de Games, su autor y alférez de Pero Niño, sitúa al Cid en el grupo de los «nueve de la fama». Forman parte de esa selecta agrupación tres héroes de la Antigüedad clásica grecolatina como Héctor, Alejandro Magno y Julio César; tres campeones bíblicos señalados como Josué, David y Judas Macabeo; tres figuras francesas como Carlomagno, el rey Arturo y Godofredo de Bullón y, en último lugar, destacaron en la triada la de lucha ilustres contra guerreros los cristianos musulmanes, hispanos compuesta por que se Fernán González, el Cid Campeador y el rey Fernando III. Todas estas figuras se tratan como referentes sin par que deben ser imitados, en una época en la que los ideales de caballería, representados por esos campeones y que deben asumir los caballeros nobles de ese tiempo, están cambiando: E tomen enxenplo del conde Fernán Gonçález, amigo de Dios, que peleando Almançor. con E grand del Çid esfuerço Ruy e Díaz: fee, vençió seyendo un el grand pequeño poder de cavallero, peleando por la fee, e por la verdad, e por la honra de su rey e reino, vençió muchas batallas, e le fizo Dios grande e honrado, e fue muy tenido de sus comarcanos. Otrosí, tomen enxenplo del muy noble rey don Fernando el Casto, que peleando por la fee ganó a Córdova 31 e a Sevilla, donde es santo non calonizado. La semblanza de Rodrigo es la más extensa de las tres que se reseñan en la cita y se destaca de él que, a pesar de sus orígenes humildes («siendo un pequeño caballero»), ganó muchas batallas peleando con gran esfuerzo por la fe, por la verdad y por la honra de su reino, hechos por los que fue bendecido por Dios. Otras composiciones posteriores no hicieron sino repetir esa asociación, aun con variaciones, entre Fernán González y el Cid Campeador, sólidos símbolos militares y referentes del reino de Castilla y encarnadores de 32 una idealidad heroica que pretendían fomentar esos escritos. Las identificaciones con el Cid Campeador más importantes elaboradas en el siglo XV las encontramos en las asociaciones con Rodrigo Ponce de León, a quien diferentes autores consideraron un «segundo cid». Rodrigo Ponce de León (1443-1492), X señor de Marchena, III conde de Arcos, II y último marqués de Cádiz, I duque de Cádiz y I marqués de Zahara, fue uno de los 33 principales capitanes de los Reyes Católicos en la Guerra de Granada. crónica que se escribió para ensalzar sus hazañas, editada por En la Juan Luis Carriazo, se nos presenta un elogio del Cid en el que se perpetúa la idea de que venció una gran batalla después de muerto y de que había sido honrado en vida por el rey Alfonso, el cual le trató como a un monarca más, por haber sido muy leal a la corona y por haber derrotado a reyes moros y cristianos: Pues qué diremos del santísimo cavallero Çid Ruy Díaz, que dexando otros muchos vençimientos que en los moros fizo en su vida, e tovo quinze reyes moros por vasallos, después de su fallesçimiento vençió treinta e dos reyes en una batalla en que avía sesenta mill de cavallo e dozientos mill moros de pie, con mil e seisçientos de cavallo e çinco mill peones. Y por su grand meresçimiento, el noble rey don Alonso, en las Cortes de Toledo, donde vino el Çid Ruy Díaz e los condes de Carrión, sus yernos, mandó que la silla o escaño del Çid Ruy Díaz sienpre fuese puesta junta con la de los reyes, porque allende de ser muy leal a la Corona 34 real, vençió y prendió muchos reyes moros y cristianos. El autor de esta crónica encomiástica, que es posible que tuviera conocimiento de materiales cidianos como el Cantar o algunos incluidos en la Estoria de España, puede que incluso del naciente romancero, recurrió también a la comparación de Rodrigo Ponce de León con otro mito castellano como es Fernán González. De tal modo, afirma que «podemos bien dezir por el marqués de Cádiz, el segundo y buen conde Fernand Gonçález, y segundo y santísimo cavallero Çid Ruy Díaz, pues que averiguadamente y fablando toda la verdad, tan nobles y tan esforçadas cosas d’él podemos contar, de sus grandes victorias y vençimientos que en los moros fizo, favoreçiendo y ensalçando la 35 santa fe católica». Otro autor del momento, el intelectual Diego de Valera, también realiza esa identificación del marqués de Cádiz con la figura del Cid Campeador y propone una analogía entre la conquista de Alhama de Granada, ejecutada por el primero; y la toma de Valencia, protagonizada, siglos atrás, por el segundo: Pues de vós, señor, ¿qué se espera salvo que seréis otro Cid en nuestros tienpos nacido? Que si aquel tan estrenuo y escogido varón ganó a Valencia, cobróla después de averla tenido cercada por espacio de diez meses [...] e vós, señor, apenas vos eran las barbas nascidas, cuando todo temor olvidado sin tal certidunbre tener [...] tomastes la famosa cibdad de Alhama, siendo tan lexos de vuestra tierra e metida en medio de sus defensores e tanto cercana a la muy 36 poderosa cibdad de Granada». Angus MacKay sostiene que fueron varios los argumentos que llevaron a distintos autores a realizar esa comparación entre Rodrigo Ponce de León y el Cid Campeador. En primer lugar, destaca el papel desempeñado por ambos en la guerra contra los musulmanes. Otro, es la lealtad y sumisión que manifestaron ambos a sus respectivos reyes, el Cid Campeador a Alfonso VI en las cortes de Toledo, que recrea el Cantar, y Ponce de León a los Reyes Católicos en distintas ocasiones. Los dos reciben, asimismo, la ayuda divina en 37 ciertas ocasiones porque son paladines de la lucha contra el infiel. Y es que el Cid es para estos autores de finales del siglo XV un «dechado de virtudes», en palabras de Gómez Redondo. Es un momento en el que se intensifica la Guerra de Granada contra los musulmanes y en el que los arquetipos nobiliarios y caballerescos están cambiando, lo que permitió con la incipiente imprenta una mayor expansión y difusión de esas nuevas propuestas. En ese sentido, se produjo la actualización de un arquetipo cidiano que ha abandonado la épica para entrar en un nuevo escenario cortesano necesitado de referentes. En palabras de Gómez Redondo: «Rodrigo ya no es un héroe de la antigua épica, sino un moderno paladín que ha de prestar su conducta para que puedan ser asimilados, por los caballeros reales, unos modos de 38 comportamiento similares». El Cid caballería Campeador que es se deseable ha que consagrado se imite y plenamente se destaca como de él un que ideal nunca de fue 39 derrotado y que incluso logró una victoria en batalla después de muerto. Se incide, además, en la extrema lealtad del Campeador hacia su rey asesinado en Zamora, fidelidad que le obliga a tomar juramento al rey Alfonso en Santa Gadea. También en la magnanimidad o benevolencia exhibida hacia los enemigos que derrota, sobre todo si estos son cristianos, como el rey «Pedro», y no Sancho, de Aragón –confusión en la que había incurrido Jiménez de Rada– y el conde de Barcelona, a quienes libera, lo que muestra su grandeza de corazón. Así pues, invencibilidad, valentía, lealtad, magnanimidad, destreza bélica, sacralización (caballero de Dios), etc. fueron algunas de las cualidades más destacadas en ese Ruy Díaz prerrenacentista y humanístico, que, en los últimos años del siglo XV y los primeros del XVI, da un salto cualitativo al ser dadas a imprenta dos biografías caballerescas que glosan, y reinventan, sus 40 hazañas. Este nuevo paso nos introduce en unos tiempos modernos en los que el personaje no dejó de mutar y en los que se incorpora su materia a nuevos géneros literarios, como la aludida novela-biografía caballeresca, el teatro, la mojiganga, la poesía satírica, el auto sacramental; o artísticos, como la pintura o el grabado. Ó LA EDAD MODERNA: LA EXPANSIÓN DE UN MITO MULTIVARIABLE Con la conquista de Granada en enero de 1492 desaparece el último bastión islámico peninsular. destinos de Ese Castilla, mismo España, año, se Europa y produjo del un mundo: hecho el que marcó los descubrimiento de América, donde se abrió una nueva frontera y un nuevo escenario de conquista militar, cristianización del espacio y colonización. Otro de los acontecimientos esenciales que marcaron el tránsito de la Edad Media a la Moderna fue la invención de la imprenta a mediados del siglo XV, lo cual generó un nuevo vehículo de transmisión difusión de cultural diversos que revolucionó conocimientos. la escritura Atribuida al de libros alemán y la Johannes Gutenberg, la primera imprenta que se instaló en la península ibérica fue en Segovia, en el año 1474, y, desde entonces, comenzó la implantación de talleres impresores en otras ciudades como Valencia, Zaragoza, Barcelona, Puebla de 41 Montalbán o Sevilla. En esta última, en el año 1498 vio la luz la Suma de las cosas maravillosas que zo en su vida el buen cavallero Cid Ruy Díaz, también conocida como Crónica popular del Cid, que conoció numerosas reediciones a lo largo del siglo XVI. Esta crónica es deudora de la Crónica abreviada de Diego de Valera, de la que toma una selección de los episodios relativos al Cid. Más amplia y ambiciosa es la titulada como Crónica del famoso cavallero Cid Ruy Díez Campeador, conocida como Crónica particular del Cid, publicada en Burgos por Fadrique de Basilea en 1512, preparada por fray Juan de Velorado, abad de San Pedro de Cardeña, y vinculada a la figura del infante don Fernando, hermano del futuro emperador Carlos V, a quien, al parecer, se pretendía instruir, cuando era un niño de 10 años, con las enseñanzas que 42 podían extraerse de esa publicación. Quizá la publicación de la primera motivara la de la segunda, aunque las circunstancias de ambos momentos, 1498 y 1512, como señala Óscar Martín, 43 eran distintas. Las dos crónicas se sirven, por una u otra vía, de la Crónica de Castilla, compuesta a principios del siglo XIV como una versión de la Estoria de España de Alfonso X el Sabio y que refundía materiales cidianos de distinta naturaleza y procedencia. En la segunda de ellas, más interesante tal vez, se pueden distinguir en su índice varios bloques temáticos y el desarrollo comienza hablando de las relaciones entre el Cid y el rey Fernando I. Se narra la investidura caballeresca del Campeador por Fernando, la boda con Jimena, el pleito por Calahorra, el conflicto mantenido por el monarca con la coalición de poderes europeos. En una segunda sección, se trata el reinado de Sancho II y se significan las guerras fratricidas entre los hijos de Fernando I, el asedio de Zamora, el asesinato de Sancho y el retorno como rey de Alfonso VI. En un tercer apartado, se nos habla de las relaciones del Campeador con el soberano Alfonso VI, donde ya se incluye una Jura de Santa Gadea, ya consagrada, acciones bélicas del Cid, su primer destierro, la batalla contra el conde de Barcelona, Rodrigo, el sus perdón real, campañas la conquista militares en de Toledo, Valencia, la la muerte toma de la del hijo ciudad y de su reorganización y enfrentamientos contra los musulmanes en ese contexto, en uno de los cuales gana la espada Tizona. Se relatan, entre otros acontecimientos, las bodas de las hijas del Cid, la afrenta de Corpes, las cortes de Toledo, los combates judiciales contra los infantes para la recuperación del honor, la embajada del soldán de Persia, la conversión al cristianismo del moro «Alfaxati», las segundas bodas de las hijas del Cid, la derrota del rey Búcar, la muerte del Cid, su traslado a Cardeña y las honras fúnebres, el fallecimiento de Jimena y la muerte del judeoconverso Gil Díez para concluir con el deceso de 44 Alfonso VI en el año 1109. Los mencionados son solo algunos de los acontecimientos más relevantes que desarrolla una extensa y densa trama en la que se aúnan distintas tradiciones historiográficas, también islámicas, y legendarias que se habían ido desarrollando desde el siglo XII hasta el momento en el que las crónicas se dieron a imprenta. El periodo tratado es amplio, del año 1035 al 1109, y complejo, pues los hechos se cuentan de forma desigual y se dedica una mayor cobertura narrativa a aquellos que eran mejor conocidos y estaban mejor documentados por las tradiciones aludidas. Se combinan técnicas narrativas como la simultaneidad dinamismo novelesco y a los la episodios narración, entrelazados, que donde faltan «no confieren cierto anticipaciones temporales, prolepsis o saltos hacia el futuro», en palabras de José. M.ª Viña 45 Liste. Ambas crónicas contribuyeron a dar a conocer a un público cada vez más amplio la leyenda del Cid Campeador y ayudaron a que quedaran fijadas en el imaginario colectivo una serie de ideas ya consagradas que los romances circulantes solo afianzaron. Gracias al éxito de crónicas noveladas y romances, en especial, el Cid fue conocido por las masas y se constituyó en un personaje admirado por gentes populares, reyes y emperadores. Por ello, en 1541 se produjo un intento de traslación de los restos del Cid en el que intervino el propio Carlos V, ya emperador, al emitir una cédula en la que el Campeador figuraba como uno de los personajes más gloriosos de cuantos había dado la historia de España cuya fama trascendía las fronteras hispanas, como demostraba el hecho de que foráneos acudiesen a visitar la tumba del ilustre 46 guerrero. Años más tarde, su hijo, Felipe II, protagonizó un intento de canonización del Cid. Los monjes de San Pedro de Cardeña siempre habían considerado la santidad del Cid y habían hecho bandera de ello, como ponen de relieve ciertas imágenes que plasmaron en la Leyenda de Cardeña. Faltaba, no obstante, un respaldo oficial a dicha pretensión, un reconocimiento del hecho por parte de las autoridades eclesiásticas competentes. Para tal empresa consiguieron el apoyo del rey Felipe II, de conocida religiosidad, a quien consiguieron convencer durante una de sus visitas al cenobio burgalés para que iniciara un proceso de canonización de su ilustre sepultado. El monarca, que, como su padre, Carlos V, profesaba admiración al héroe de Vivar, encomendó la misión a Diego Hurtado de Mendoza, el cual fue el encargado de trasladar la propuesta de canonización, junto con la de los 200 mártires de Cardeña, a la Santa Sede. No sabemos por qué motivo aquel proceso no llegó a culminar con éxito y el Campeador continuó sin que se le reconociera la santidad que se le pretendía. A pesar de esa intentona fallida, los monjes no dejaron, en este siglo y en los siguientes, de seguir profundizando en la valoración del Cid como santo y promovieron todo un programa iconográfico en el monasterio con el encargo de representaciones del héroe como santo destinadas a colocarse en los 47 lugares más nobles y visibles del cenobio. EL SIGLO XVII, ROMANCE, TEATRO Y AUTO SACRAMENTAL. HACIA UN CAMPEADOR MULTIFORME El siglo XVI terminó y comenzó una nueva centuria caracterizada por la crisis en lo económico y lo político, pero que fue de «oro» en lo artístico y lo literario, donde el Cid Campeador siguió presente adaptado a otros géneros literarios como el teatro o la poesía burlesca. Sin embargo, el Cid no se alzó como el héroe por excelencia de los genios creadores que vivieron en el siglo que dio sus primeros pasos con la obra cumbre de la literatura española, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, sino que fue Bernardo del Carpio el héroe medieval que conoció un renovado interés durante las décadas 48 posteriores. El propio Cervantes puso esa realidad en boca de don Quijote: «Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada [...] Mejor estaba con Bernardo del Carpio» (Quijote I, 1). A pesar de ello, el propio Cervantes se dejó seducir por ese Cid ya plenamente consolidado por los romances, algunos de los cuales leyó y adaptó en la novela ejemplar La gitanilla y en la comedia 49 La entretenida. Los romances, así pues, gozaron de buena salud durante el siglo XVII, al menos durante la segunda mitad, momento a partir del cual fue decayendo su interés, pues lo despertaba cada vez más el 50 teatro. La dramaturgia se nutrió, entre otras fuentes, de los romances y aunque Bernardo del Carpio, de quien también circulaban romances, parecía más estimulante, la 51 figura del Cid se representó, y reinterpretó, con profusión en el género teatral. María Teresa Julio considera que las obras de teatro de temática cidiana se inspiran en el Poema de mio Cid y en la lírica popular exhibida en los romances y que transmiten una imagen mitificada del personaje al que se le van sumando añadidos. Esta autora distingue, al menos, cinco ciclos distintos dentro de esa temática teatral cidiana, para lo que parte de las líneas argumentales y de los romances de las que estas proceden. Considera, en primer lugar, las relaciones entre Rodrigo y Jimena; en segundo, el cerco de Zamora y la muerte de Sancho II; en tercero, la Jura de Santa Gadea; en cuarto, Martín Peláez y la conquista 52 de Valencia; y, en último lugar, las hijas del Cid. A un joven Lope de Vega algunos le atribuyen una obra teatral titulada Las hazañas del Cid y su muerte, con la toma de Valencia, compuesta hacia 1588, posiblemente, y que fue editada junto con otras en Lisboa en 1603 por Pedro Craesbeeck en un volumen titulado Seis comedias de Lope de Vega. Sin embargo, el propio Lope renegó de la autoría de aquellas obras de edición lusa. En esa presunta obra de Lope, la mayor fuente de inspiración es el romance, incluso se llegan a reproducir textualmente líneas enteras en su desarrollo y también se 53 reproducen las tramas. Sin embargo, fue Guillén de Castro (1560-1631), dramaturgo de la escuela valenciana, influido, como otros, por el Fénix de los ingenios, quien alumbró en las primeras décadas del siglo una obra de éxito titulada Las Mocedades del Cid, la cual se puede considerar la primera gran internacionalización del mito cidiano. Algo similar, en ese siglo, a lo que ocurrió con la ya mencionada película de Anthony Mann en la segunda mitad del XX. El responsable de esa proyección internacional no fue tanto el propio Castro como el francés Pierre Corneille (1606-1684), quien, en 1636, copia casi de manera literal la obra del valenciano en su Le Cid, que también disfrutó del éxito internacional gracias a su representación. Tal vez Corneille consiguió ese triunfo europeo que no conoció Castro porque el francés logró, en cierta medida, «europeizar» al personaje al depurarlo del tradicionalismo y nacionalismo españoles que impregnaba la obra del valenciano. Como sostiene Natividad Nebot: El tradicionalismo y el nacionalismo español, que eliminó Corneille de su obra Le Cid, fue una de las razones por las que triunfó en toda Europa, frente a la comedia de Castro. No eran capaces de comprender fuera de España esa exaltación nacional, ese espíritu de unión entre todos los reinos, condados y regiones españoles, sentimiento que se inicia en el Renacimiento y se acentúa en el 54 Barroco. En la comedia de Guillén de Castro, compuesta entre los años 1605 y 1615, se propone una especie de triángulo amoroso formado por Rodrigo, la infanta Urraca y Jimena, una elucubración que gozó de cierto renombre posterior. Rodrigo es armado caballero de manera solemne por el rey Fernando I, poco antes de que el conde Lozano, padre de Jimena, humille al padre de Rodrigo al propinarlo un guantazo. Para vengar la afrenta, Rodrigo mata al conde Lozano y, después, apesadumbrado, le pide a Jimena que le quite la vida para así lavar el agravio que le ha provocado. Ella se niega y Rodrigo parte en busca de aventuras guerreras, vence en muchas batallas, se convierte en señor 55 de moros y al final se casa con Jimena después de vivir varios sucesos. A esta primera comedia le siguió una segunda en la que el protagonismo del Cid se difumina, pues la trama se centra en el cerco de Zamora, en la rivalidad entre Sancho II y su hermana Urraca y en la muerte del rey a manos de Vellido Dolfos. Figura 43: Portadilla de la obra Le Cid, de Pierre Corneille, que fue representada en 1637 con un gran éxito de público y con el teatro lleno durante meses. Los rivales de Corneille, celosos de su éxito, promovieron la célebre Querelle du Cid y se hizo necesaria incluso la intervención de Richelieu. Libreto de la ópera en cuatro actos y diez escenas Le Cid, musicada por Jules Massenet. Se estrenó en 1885. La obra de Corneille muestra tintes más trágicos, 56 considerar tragedia, sino más bien una tragicomedia. sin que se pueda Dividida en cinco actos, se desarrolla en Sevilla, lo cual constituye un claro anacronismo. Don Diego y el conde de Gormaz don Gómez resuelven unir en matrimonio a sus hijos Rodrigo y Jimena, pero todo se tuerce cuando el monarca decide nombrar a don Diego preceptor del príncipe, hecho que provoca celos en don Gómez, quien reacciona abofeteando al padre de Rodrigo. La familia debe restañar el honor mancillado, pero don Diego es demasiado anciano como para batirse en duelo singular y, por ello, Rodrigo, situado entre el amor hacia Jimena y los imperativos del honor, se decanta por lo segundo. Durante el combate, Rodrigo da muerte con su espada al padre de Jimena y ella le detesta por la acción, aunque en el fondo le ama e, impelida por el honor y la venganza, pide justicia al rey. Las luchas contra los moros le permiten a Rodrigo demostrar su destreza y valor en el campo de batalla, que le empiecen a llamar Cid y también conseguir el perdón del rey. Jimena no olvida, no obstante, la afrenta que ha sufrido por parte de Rodrigo y solicita al monarca que uno de sus caballeros haga justicia por ella. El campeón designado para luchar contra Rodrigo es don Sancho, que también está profundamente enamorado de Jimena, aunque esta no le corresponde. Jimena promete que se casará con quien resulte vencedor de ese duelo a muerte. Antes del combate, Rodrigo y Jimena hablan en privado y él la asegura que se dejará matar, pero ella intenta convencerlo para que no lo haga, pues si resulta vencedor podrán casarse. Tras el duelo, una confundida Jimena cree que Rodrigo ha resultado derrotado y muerto y le confiesa entre lágrimas su amor, error del que la saca Sancho, el verdadero derrotado que es perdonado por Rodrigo. A pesar de todo, y de tener el beneplácito del rey, el casamiento queda un año aplazado durante el cual Rodrigo lucha contra los 57 moros en tierras musulmanas. Figura 44: «El Cid Campeador lanceando otro toro» pertenece a la serie de grabados de Goya, dominada por el patetismo trágico, entre la primavera de 1814 y el otoño de 1816, con el final de la Guerra de la Independencia como escenario y la restauración en el trono de Fernando VII en 1814. El ejemplar que Goya entregó a Ceán Bermúdez para ordenar las imágenes y redactar los títulos incluye el epígrafe: El Cid campeador, el primer caballero español que alanceó los Toros con esfuerzo. El Cid de Corneille fijó imágenes imperecederas del personaje, sobre todo porque fueron ampliamente utilizadas en la primera parte de la película de Anthony Mann, a quien las escenas de la obra del dramaturgo de Ruan debieron de resultarle estimulantes para el público de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, no todo fue positivo para la imagen del Cid durante el siglo XVII. Mientras autores como Guillén de Castro o Corneille ideaban tramas dramáticas atractivas para el público, otros autores disfrutaban parodiando al personaje, como el creador de la anónima Mojiganga del Cid, 58 escrita a finales del siglo con argumentos jocosos. Francisco de Quevedo, referente sin ambages de ese siglo, también escribió alguna que otra sátira que tiene como protagonista al héroe de Vivar. Una de ellas es el romance titulado Pavura de los condes de Carrión, centrada en el episodio del león que escapa de su jaula y provoca el pánico de sus yernos, los infantes de Carrión. En ella nos presenta a un Cid que ronca como una vaca cuando duerme y que despierta legañoso de su sueño. Según Carlos Mata Induráin, «la inclusión de palabras vulgares, propias del bajo estilo (“mascar”, “panza”, “pescuezo”, “caca”, etc.), refuerza esa quevedianos imagen con degradada temática cidiana del 59 personaje». como El Cid Otros acredita su dos valor romances contra la invidia de cobardes y Las hijas del Cid Ruy Díaz, abandonan un tanto el tono satírico y ponen el foco en dos argumentos ya consolidados como son el tema de los murmuradores contra Rodrigo y la afrenta que sufren sus hijas a manos de los infantes de Carrión en el robledal de Corpes. Pero no todo es chanza, Quevedo nos presenta a otro Cid aquí y allá en distintos lugares de su poesía, al que concibe como «un buen exponente de un pasado positivo, de valores heroicos que añora» y, al final, expone su figura, en términos generales, como: […] una suerte de exemplum digno de emulación en el presente del poeta, por mucho que en algunos poemas sea diana de un proceso de burla y degradación: encarnación de valores ideales y perdidos, recuerdo de un pasado glorioso que no tiene trazas de volver, el Cid 60 deambula por sus versos como espejo de comparación reiterado. El interés por el Cid, histórico, mítico y legendario, parece decaer a lo largo del siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces. Prueba de ese desinterés es el hecho constatado de que en esa centuria no se compuso ni una sola comedia teatral que tuviera la materia cidiana como base, a diferencia de lo que había ocurrido en el Barroco, cuando se habían escrito catorce de estas comedias. El XIX conoce un cierto renacer, no comparable al interés barroco, con la redacción de dos comedias, al igual que en el siglo XX, lo que demuestra, a la vista de los datos, que el siglo XVIII constituyó un «silencio sepulcral» en 61 cuanto a las representaciones teatrales con temática cidiana. sintetiza esa cuestión al defender que «el “Afuera, afuera, Aurora Egido Rodrigo” acabó convirtiéndose en paradigma de un cansancio generalizado que terminó por agotarlo como tema literario –después de haberlo idealizado– para rebajarlo y 62 parodiarlo y finalmente desterrarlo, con voluntad de olvido». Y es que la nula atención prestada por el género teatral no es sino una traslación de un interés general hacia el Campeador que se diluyó en el transcurso del siglo ilustrado. En ese sentido, Alberto Montaner considera que «el siglo XVIII no fue muy proclive a los asuntos de nuestro personaje» 63 producciones que merece la pena reseñar. y menciona únicamente dos Una de ellas son las quintillas de la Fiesta de toros en Madrid, de Nicolás Fernández de Moratín, que recrean una fiesta taurina organizada por Aliatar, alcaide de Madrid, junto a su amante Zaida, que contempla la escena desde un lujoso mirador. Uno de los toros es tan bravo que nadie se atreve a lidiarlo, hasta que aparece un apuesto caballero cristiano que pide permiso para torear. Una esclava cristiana es la única que identifica a ese gallardo caballero que atraviesa al toro con su lanza y que le quita el lazo que lleva en el cuello para entregárselo a Zaida, gesto que enoja a Aliatar. Ante la posibilidad de un combate entre Aliatar y Rodrigo, comparecen las tropas de este último. José M.ª Díez Borque ha demostrado que esa curiosa representación del Cid no es original de Fernández de Moratín, ya que aparece, aunque menos desarrollada, en una obra teatral del siglo XVII titulada Mojiganga del Cid para estas del Señor. En el contexto del «disparate y teatro del absurdo que es la mojiganga», se nos presenta a ese «Cid torero» que es aclamado y llevado a hombros por las masas ante su destreza taurina, acompañado por el grito de 64 «Viva el Cid que es toreador, / mayor de aquesta ciudad» (vv. 365-366). Esto demuestra que Moratín debió de conocer esa mojiganga, o al menos saber de la opinión que esta había generado en el sentir común, y dio pie a una imagen que permeó, a través de la representación teatral, en cierto sector del imaginario colectivo. El propio Moratín estaba convencido de que el Cid había sido un diestro alanceador de toros a caballo, el primero en dominar esa suerte taurina, al decir que «pero pasando de los discursos a la historia, es opinión común en la nuestra que el famoso Rui o Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, fue el primero que alanceó los toros a caballo. Esto debió ser 65 por la bizarría particular de aquel héroe». La convicción de Nicolás Fernández de Moratín acabó influyendo en su amigo Francisco de Goya y Lucientes, genial pintor de finales del XVIII y principios del XIX, que dedicó un grabado de su serie Tauromaquia, datado entre los años lanceando otro 1814 y toro», 1816, a ejecutado ese tema con la y lo técnica tituló del «El Cid Campeador aguafuerte, aguatinta, bruñidor, buril sobre papel verjurado, blanco, con unas dimensiones de 300 x 66 409 mm. Así, considera Díez Borque, la poesía de Moratín inspiró al arte de Goya y cada uno de los dos amigos representó a un Cid torero desde sus respectivas capacidades: Las quintillas de Moratín son una dramatización, una puesta en movimiento, en acto, de la imagen goyesca del Cid torero. Por su parte, el dibujo y el grabado de Goya son la «congelación visual», el 67 testimonio gráfico de la hazaña poetizada por Moratín. Al margen de esa visión taurina desarrollada por Moratín, el siglo XVIII, para Alberto Montaner, asiste a un hecho más importante y trascendental relacionado con el Cid Campeador: la primera edición del Cantar de mio Cid. Fue realizada en 1779 por el bibliotecario y erudito Tomás Antonio Sánchez (1723-1802) en su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV y permitió a los lectores, desde entonces, disfrutar de la obra cumbre de la literatura medieval castellana y a eruditos y estudiosos profundizar en un conocimiento del personaje que, hasta ese momento, solo estaba disponible en 68 crónicas y romances. Tal cosa posibilitó conocer un texto hasta entonces bastante olvidado, en un tiempo en el que la imprenta ya estaba consagrada por completo como medio de difusión literaria y cultural. Las luces de la Ilustración alumbraron posicionamientos novedosos acerca del Cid Campeador. En la Italia de ese siglo, la materia cidiana dio, por influencia francesa, el salto del teatro a la ópera, en un proceso de búsqueda de nuevas temáticas que trascendieran las tramas mitológicas tradicionales. Esa interesante cuestión, estudiada a fondo por M.ª Jesús López Verdejo, demuestra la elasticidad, plasticidad y adaptabilidad de un personaje histórico, 69 literario y legendario como el Campeador. A finales de siglo y principios del siguiente, se inicia, además, el fenómeno de la crítica y, en algún caso, de la hipercrítica. El héroe castellano había sido hasta la fecha sublimado, santificado en algún caso, elogiado, también satirizado, pero no se había llegado aún al extremo de criticarlo, incluso de poner en tela de juicio su propia existencia. Esa novedad se produjo en un tiempo en el que el fulgor dieciochesco fue dando paso, lentamente, a las brumas del romanticismo decimonónico. En ese tiempo bisagra, un autor de origen italiano naturalizado español sorprendió con una nueva visión del Campeador, hipercrítica y negacionista. Juan Francisco de Masdéu y Montero (1744-1817), jesuita de formación, escribe una Historia crítica de España, que se publicó entre 1783 y 1805, en la que se trata al Campeador de forma despreciativa e incluso se llega a negar su existencia. Esa visión hipercrítica y peyorativa del guerrero de Vivar se pone de manifiesto en frases como «no tenemos del famoso Cid ni una sola noticia, que sea segura ó fundada, ó merezca lugar en las memorias de nuestra nación», o «es sobrada ceguedad la de querer aprobar y elogiar todas las acciones de Don 70 Rodrigo por viles é infames que hayan sido» y concluye que: Algunas cosas dixe de él en mi historia de la España Arabe, porque en los puntos generalmente bien recibidos por nuestros mas respetables todos, historiadores, a pesar de no mis me atreví muchas entonces dudas; pero á separarme habiendo de ahora examinado la materia tan prolijamente, juzgo deberme retractar aun de lo poco que dixe, y confesar con la debida ingenuidad, que de Rodrigo Diaz el Campeador (pues hubo otros castellanos con el mismo nombre y apellido) nada absolutamente sabemos con 71 probabilidad, ni aun su mismo ser ó existencia. Esas posturas, un tanto radicales, del padre Masdéu, influidas por el método y la crítica del pensamiento ilustrado, fueron rebatidas más adelante, ya en el siglo XIX, la centuria que introdujo a España en la Edad Contemporánea. En este nuevo siglo, se seguirá reflexionando acerca de la figura histórica del Cid Campeador, en el contexto del lento establecimiento del Estado influyentes liberal y burgués, poderosas. en El pugna XIX con fue fuerzas el siglo conservadoras del aún muy Romanticismo, del pensamiento burgués, de la construcción de la nación y el Estado, el de la conversión de la historia, al igual que otras materias, en disciplina académica y científica, el de la continua reflexión acerca del pasado histórico, el fomento del sentimiento patriótico desde las aulas, el de la convulsión social, política, militar, cultural e intelectual. El Cid fue, de alguna forma, recuperado por algunos literatos e intelectuales interesados en el periodo medieval para rescatar indicios de un «espíritu del pueblo» ancestral y esencial que habría ido conformando una identidad española que había de ser estudiada, comprendida y fomentada. No faltaron en ese siglo intensos debates y discusiones que tuvieron como foco al Campeador, así como surgieron detractores y defensores de su figura que inauguraron una cierta polémica que, desde entonces, sigue presente, en mayor o menor medida y con intermitencias, hasta la actualidad. LA EDAD CONTEMPORÁNEA: DE LAS HISTORIAS NACIONALES A LOS MEDIOS DE MASAS Serenos, alegres, / valientes, osados, / cantemos, soldados, / el himno a la lid. Y a nuestros acentos / el orbe se admire / y en nosotros mire / los hijos del Cid. Himno de Riego, Evaristo Fernández de San Miguel, 1820. El Cid se mantiene muy vivo durante el siglo XIX, una centuria que había empezado en España de manera convulsa con la batalla de Trafalgar (1805) y la Guerra de la Independencia (1808-1814). En la conflagración, entre otros monumentos, los franceses destruyeron y expoliaron las tumbas de Rodrigo y Jimena en el monasterio de San Pedro de Cardeña y comenzaron desde aquel 72 noviembre de 1808 el peregrinar de sus huesos por media Europa. Entre el final de esa guerra, que algunos consideran civil, y el año 1816, Goya realizó ese grabado que representa al Cid lanceando un toro al que nos referíamos más arriba; tras la institución de las Cortes de Cádiz y la promulgación de la Constitución de 1812, inspirada en la estadounidense y la francesa, las más 73 liberales y modernas del momento. A partir de 1812, se respiraban en España aires liberales, inconscientes, entonces, del negro futuro que se cernía sobre un país dividido entre las ansias de modernidad y las pulsiones absolutistas y conservadoras. Apenas dos años después, en 1814, Fernando VII abolía la Constitución de Cádiz y restablecía las instituciones del Antiguo Régimen que habían regido España hasta entonces. En enero de 1820, se produjo el Pronunciamiento de Riego, en la localidad sevillana de Cabezas de San Juan. Fernando VII es obligado a jurar la Constitución en Madrid en marzo de ese mismo año. En aquel contexto, el teniente Evaristo Fernández de San Miguel, integrante de la triunfante columna de Riego, compone en Algeciras un nuevo himno para una nueva nación, el Himno de Riego, al que pone música José Melchor Gomis, que se aprobó por Decreto en Cortes el 7 de abril de 1822 y 74 que se convirtió de esa manera en el primer «himno nacional» español. En él, se evoca a la patria y a la libertad, restaurada por un grupo de valientes soldados que son identificados, al menos por el autor, con «los hijos del Cid». Mas el siglo XIX no solo generó imágenes elogiosas y exultantes del guerrero de Vivar. Fue en esta centuria cuando adquirió carta de naturaleza una «cidofobia» que ya había inaugurado el jesuita Juan Francisco Masdéu. En el año 1844, el arabista holandés Reinhart Dozy (1820-1883) encontró en la ciudad de Gotha pasajes del historiador musulmán Ibn Bassam relativos al Campeador. En aquellos momentos, Reinhart Dozy se encontraba trabajando en una de sus obras cumbre, Recherches sur l’histoire et la littérature de l’Espagne 75 pendant le moyen âge, como también las y aquellos fragmentos de Ibn Bassam le sirvieron, así ideas de Masdéu, para perfilar una imagen 76 caracterizada por la deslealtad, la traición, la maldad y la crueldad. del Cid Condensó, asimismo, esas opiniones negativas en una obra monográfica del Cid titulada 77 Le Cid, d’après de nouveaux documents. En la primera de ellas, el erudito arabista holandés se preguntaba por qué un personaje como Rodrigo Díaz era tan prestigioso en España y entendía la confusión que existía en este país entre la imagen proyectada por la literatura y aquella otra que podía apreciarse en la historia: ¿De dónde procede este creciente interés, este prestigio que rodea su nombre? ¿Qué es lo que ha hecho este Cid para que España se sienta tan orgullosa de él; para que se haya convertido en el modelo de todas las virtudes caballerescas, para que haya ensombrecido la gloria de todos sus hermanos de armas, ¿de todos los demás héroes medievales españoles? Pero cabe preguntarse: ¿Es que el Cid de los cantares, de los romances, de los dramas, es el mismo Cid de la 78 historia? Pero Dozy no hacía sino incidir, apoyado en nuevas fuentes árabes, en lo que había afirmado Masdéu medio siglo antes, cuando el jesuita se preguntaba, en su Historia crítica: ¿Cómo podían darse estos elogios á un guerrero profano, para el qual, según los mismos romances, tanto era vivir entre moros, como entre christianos, y tanto el hacer guerra á los primeros, como á los segundos? Aunque fuese verdad lo que se dice de Rodrigo; el decirlo es un papel, que va en su nombre, y lleva su firma, no era cosa 79 propia ni natural. Historiadores como Menéndez Pidal reaccionaron ante esas opiniones de Masdéu y Dozy y afirmaron del primero que «heredaba y hacía llegar a su colmo aquel ingenuo resentimiento de los cronistas del reino de Aragón contra el héroe castellano». El propio Menéndez Pidal declaró que había escrito La España del Cid, entre otras motivaciones, para rebatir esas visiones peyorativas y «cidófobas» que se habían ido generando y de las que Masdéu y Dozy eran 80 artífices y responsables fundamentales. No eran aisladas las opiniones que ponían en tela de juicio la existencia real del Campeador, todavía en 1844, y tal vez influido por la controversia creada por Masdéu, Dionisio Alcalá Galiano manifestó que «sobre si ha existido ó no el Cid, está pendiente todavía la disputa, siendo imposible determinar de un modo que no deje lugar á la duda, 81 por faltar para ello las competentes autoridades». Antes de que el erudito coruñés elaborara su monumental obra, que vio la luz en 1929, el Cid siguió siendo objeto de interpretaciones históricas que se acercaban cada vez más al cientifismo y el academicismo. La historia se convirtió, a partir de mediados del siglo XIX, en una disciplina científica y académica y se acometieron ingentes compendios de fuentes y documentos. Se redactaron en la época magnas historias nacionales, llevadas a cabo por historiadores inspirados por las ideas liberales burguesas. En España, destaca la figura de Modesto Lafuente y Zamalloa (1806-1866), periodista y escritor que compuso la Historia general de España entre los años 1850 y 1866 en 29 volúmenes, que lamentó que España no tuviera una historia general desde que el padre Mariana la elaborara en el siglo XVI. 82 Como no podía ser de otra forma, Lafuente sometió a crítica algunas cuestiones relativas al Cid y dejó claro que había que separar la historia de la leyenda que rodeaba al personaje, con la convicción de que, en su tiempo, ya estaba clara esa dualidad del héroe: «Desde el siglo XII hasta el XIV, se mezclaron a las verdaderas hazañas de Rodrigo el Campeador multitud de aventuras fabulosas que inventaron 83 añadieron los romanceros, es cosa de que no duda ya ningún crítico». y Como liberal que era, Lafuente contempló los claroscuros del de Vivar, respaldado por sus propias concepciones políticas y sociales. Así, ve en la Jura de Santa Gadea una actitud «arrogante» propia de la «nobleza castellana» –Lafuente era leonéspalentino–, lo que motivó el distanciamiento entre el rey y el vasallo y justificó, 84 de alguna manera, la actitud de Alfonso hacia Rodrigo. Sin embargo, no siempre se puso del lado del rey, pues hay pasajes en que justifica actitudes de Rodrigo, como las que motivan el segundo de sus destierros. Se muestra especialmente crítico hacia el Campeador por haber combatido a cristianos mientras prestaba servicio a musulmanes: Duélenos también sobremanera que el brioso capitán, el batallador invicto, tantos el campeador reyes insigne, mahometanos, el el que que humilló venció á é hizo tributarios tantos poderosos príncipes, hiciera alianzas con los sarracenos contra los monarcas cristianos; que amigo y confederado del emir de Zaragoza, combatiera y aprisionara al conde barcelonés, que sirviendo á los Beni-Hud enrojeciera con sangre cristiana los campos de Aragon é hiciera á las madres catalanas llorar á sus hijos cautivos con mengua 85 de la caballería y menoscabo de la cristiandad. Es, quizá, configuró para por cuestiones Lafuente, al como contrario esa que por las para que otros el Campeador historiadores de no su tiempo, un modelo de las esencias virtuosas de una España (Castilla) que se 86 pretendía ensalzar en esas fechas del siglo XIX. Un coronel llamado Juan de Quiroga articuló en 1872 una furibunda defensa de Rodrigo el Campeador porque consideraba que había sido atacado por historiadores desde Masdéu hasta Dozy, pasando por Alcalá Galiano, Malo de Molina e incluso Modesto 87 Lafuente, a quienes critica con acritud a lo largo de una especie de panfleto. Quiroga comienza su alegato arremetiendo contra Alcalá Galiano, a quien acusa, junto con otros, de tratar de «encerrar como en una casa de orates al invicto Rodrigo con el famoso Amadís de Gaula y otros caballeros de su estofa». Culpaba de iniciar esas opiniones negacionistas a los arabistas, al afirmar, poco más adelante, que, en 1857, ya había tenido que reaccionar contra Modesto Lafuente «para rebatir un negro cargo de ingratitud y alevosía que nuestro dejándose historiador llevar, Lafuente, según creyendo suponemos, del ser imparcial, juicio de un le había hecho, moderno sabio 88 holandés». Mientras tanto, y gracias a la primera edición de 1779 a cargo de Tomás Antonio Sánchez, el Cantar de mio Cid se tradujo y publicó en distintos países 89 de Europa durante el siglo XIX. Francia fue uno de los que con mayor expectación recibió tal novedad literaria, no en vano, allí había triunfado, a pesar de la controversia suscitada, Le Cid de Corneille y, tal vez por ello, el 90 Campeador legendario «ejerció gran influencia en el romanticismo francés». En Alemania, Christian Dietrich Grabbe compuso en 1835 una ópera titulada Der Cid y, con posterioridad, en 1865, el también germano Peter Cornelius 91 estrenó un drama lírico religioso homónimo, influido por el Cid de Corneille y por la traducción al alemán del romancero que había llevado a cabo Johann Gottfried Herder, un estudioso de finales del siglo XVIII que reflexionó acerca de un concepto que tuvo una influencia notable en el pensamiento romántico, el Volksgeist o «espíritu del pueblo». En Francia, además, se estrenó en 1825 el drama El Cid de Andalucía, de Pedro Lebrun; y, en 1839, La hija del Cid, de Casimir Delavigne; en 1885, Jules Massenet musicó la ópera Le Cid. El romanticismo literario español también se dejó seducir por el Cid y produjo obras como Bellido Dolfos (1839), de Manuel Bretón de los Herreros; La jura en Santa Gadea (1845), de Juan Eugenio Hartzenbusch; 92 Castilla (1872), de Antonio García Gutiérrez 93 José Zorrilla. Doña Urraca de y La leyenda del Cid (1882) de La novela histórica romántica, muy atraída por la temática épica y medieval desde Ivanhoe, de Walter Scott (1820), también acogió al género cidiano en España con obras como La conquista de Valencia por el Cid (1831), de Estanislao de Cosca Vayo; El Cid Campeador (1851), de Antonio de Trueba 94 y El Cid Rodrigo de Bivar (1875), de Manuel Fernández y González. La temática cidiana siguió avanzando en las últimas décadas del siglo XIX, un momento en el que se estaban dando las condiciones necesarias «para erigirse en una figura 95 nacional española». para esa esencial dentro de la construcción de la identidad Los historiadores se convirtieron en herramienta esencial construcción nacional de sentimientos identitarios, nacionales y patrióticos, en un ambiente de exaltación romántica y nacionalista. Se pusieron al servicio del Estado y la nación, conceptos surgidos de las ideas liberales, progresistas o moderadas, pues ambas tendencias parecían estar de acuerdo en ese sentido, ya que mantenían discursos similares acerca de la construcción de la nación española. Esa visión nacional, o nacionalista, de la historia de España pasó del mundo académico y erudito a las enseñanzas primaria y secundaria, escenario donde se enseñaron esos nuevos valores patrióticos compartidos a los que se daba un enfoque nacionalista español. De esa manera, los jóvenes se convertían en receptores, y futuros difusores, de una idea de patria y de nación fundamentada en un pasado glorioso que otorgó consistencia e identidad a un recién nacido Estado burgués. En esa exaltación de los valores patrios, que impregnó las historias generales, desempeñaron un papel fundamental figuras como Pelayo o el Cid, pero también acontecimientos como la defensa heroica de Numancia o la batalla de Covadonga. 96 En ese caldo de cultivo cultural e ideológico se formaron los intelectuales de la llamada Generación del 98, en la que brilló con luz propia, en relación con los estudios cidianos, Ramón Menéndez Pidal, el cual desarrolló sus estudios en un nuevo siglo. EL SIGLO XX: DE LA EXALTACIÓN DE MENÉNDEZ PIDAL Y LA APROPIACIÓN DEL FRANQUISMO AL RELATIVO OLVIDO DURANTE LA DEMOCRACIA Fue a finales del siglo XIX, en especial a partir del llamado «desastre del 98», cuando se produjo la identificación plena del Cid Campeador con Castilla (España). Hay que entender esa asociación en el contexto de una intensa concepción de Castilla como centro articulador y vertebrador de España, una idea que se había ido desarrollando desde la misma Edad Media, pero que es en esos momentos cuando alcanzó sus manifestaciones más enfáticas. Aunque esta no vino formulada únicamente por historiadores más o menos profesionales o académicos, sino por toda una nómina de intelectuales diversos. Ayudaron a ello no solo la pérdida de las últimas colonias, sino también un repunte del catalanismo y el desarrollo de corrientes de pensamiento regeneracionistas. Joaquín Costa, Unamuno, Azorín, los hermanos Machado, Rafael Altamira, Menéndez Pidal historiadores o u Ortega no, que y se Gasset fueron situaron en algunos esas de esos intelectuales, de pensamiento corrientes 97 castellanista para la regeneración de la patria española. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el poeta nicaragüense Rubén Darío, exponente de un modernismo que influyó en algunos noventayochistas, publicó en 1900 un libro de poemas titulado Prosas profanas 98 en el que se incluía la bella composición «Cosas del Cid». Se trata de una mirada personal al tema de la niña de nueve años del Cantar de mio Cid y la leyenda del encuentro del Campeador con un mendigo leproso camino del destierro, tema que Anthony Mann. apareció También en igualmente 1900, en la Manuel ya mencionada Machado publicó película Alma, de un poemario que contiene el poema «Castilla», una de las piezas por las que se 99 conoce al hermano de Antonio, algo eclipsado por este. El mayor de los Machado consigue en esos versor sumergir al lector en la atmósfera opresiva, hostil y calurosa de un Campeador que parte al destierro con doce de los suyos a través de «la terrible estepa castellana». Recrea, como Darío, el tema de la niña de nueve años cuya familia no puede prestar ayuda al desterrado por 100 temor a un rey implacable. Evocador, contundente y duro, «Castilla» nos presenta a un Cid que marcha al exilio con muy pocos de los suyos por esa agreste estepa de Castilla: El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas, llaga de luz los petos y espaldares y flamea en las puntas de las lanzas. El ciego sol, la sed y la fatiga Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos –polvo, sudor y hierro– el Cid cabalga. Cerrado está el mesón a piedra y lodo. Nadie responde… Al pomo de la espada y al cuento de las picas el postigo va a ceder… ¡Quema el sol, el aire abrasa! A los terribles golpes de eco ronco, una voz pura, de plata y de cristal, responde… Hay una niña muy débil y muy blanca en el umbral. Es toda ojos azules, y en los ojos, lágrimas. Oro pálido nimba su carita curiosa y asustada. «Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte, arruinará la casa y sembrará de sal el pobre campo que mi padre trabaja… Idos. El cielo os colme de venturas… ¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!» Calla la niña y llora sin gemido… Un sollozo infantil cruza la escuadra de feroces guerreros, y una voz inflexible grita: «¡En marcha!» El ciego sol, la sed y la fatiga… Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos –polvo, sudor y hierro– el Cid cabalga. Ocho años después de la publicación de «Castilla», Eduardo Marquina estrenó en el Teatro Español de Madrid Las hijas del Cid, que cosechó un éxito inmediato por el que se le concedió el premio Piquer de la Real Academia Española. En ella, se representa a Rodrigo Díaz, ya añoso, como personaje secundario Carrión algo someten responsable a sus de hijas, las que aberraciones son las a las auténticas que los infantes protagonistas de de esta tragedia, en la que se ensalzan la dignidad y el coraje femeninos. El Cid no sale bien parado en esta composición, precisamente, Marquina, pues, como sostiene Marjorie Ratcli por voluntad del propio ffe: Eduardo Marquina nos presenta no una exaltación ciega del pasado heroico de España sino un duro análisis histórico social. Es un estudio de la sicología del héroe derrotado no por la fuerza de brazos enemigos sino por su afán de gloria, destruido por su ambición de equivalerse a reyes que, como hombre debilitado por la vejez, ya no 101 puede ganarse. Porque, a esas alturas del siglo XX, también se alzaban voces críticas con los símbolos de un pasado que era preciso superar, en una España más necesitada de «regeneración» y «europeización» que nunca. Las viejas losas del Antiguo Régimen, entendían algunos intelectuales, lastraban un progreso que había que alcanzar. En esa línea de pensamiento se situaba Joaquín Costa Martínez (1846-1911), quien, en Mensaje de la Cámara agrícola del Alto Aragón al país, defendía, en 1898, que era necesario «echar doble llave al sepulcro del Cid, para que no vuelva a 102 cabalgar». Años más tarde, el propio Costa justificó dicha aseveración al afirmar que, en las circunstancias en las que se encontraba España, ciertos símbolos del pasado constituían más un freno que un impulso hacia ese progreso deseable. En ese año 1898, argüía Costa, «España había fracasado como Estado guerrero, y yo echaba doble llave al sepulcro del Cid para que no volviese á cabalgar». Proseguía su argumentario declarando que España solo invocaba al espíritu del Cid cuando sufría ataques externos que ponían en riesgo su independencia, y no cuando era hostigada y destruida desde dentro por sus propias fuerzas vivas. Es en esas últimas circunstancias, entendía el «león de Graus», cuando los españoles tenían que levantar la tapa del sepulcro del Campeador e imitar su actitud ante Alfonso VI en la Jura de Santa Gadea: […] el héroe del Vivar ha abandonado más de una vez su enterramiento para montar su viejo caballo de guerra, siempre que por invasiones de extraños la independencia nacional ha peligrado; y no veo por qué ha de serle vedado salir del mismo modo para subir á estrados como juzgador, cuando por delitos de propios la mitad de la Nación ha perdido su independencia y la de la otra mitad corre grave peligro […]. Ahora, el Cid que necesitamos resucite es el otro, el de toga, el de Santa Gadea. Llamemos todos con fuertes clamores y aldabonazos á las puertas de ese sepulcro, para que despierte su glorioso inquilino y venga en nuestra ayuda, ya que por propio movimiento no ha despertado. ¿Me preguntáis que dónde está? En nuestros propios pechos, en los pechos de los españoles, os respondo. Yo abrí ya el mío hace tres años; haced vosotros otro tanto, y no tardaremos en ver al Cid en estrados pronunciando sentencia contra 103 los culpables. De esa forma, Costa proponía reutilizar viejos símbolos para generar nuevas fuerzas, imprescindibles para el progreso de España. Mostraba así la plasticidad símbolo de que como el podía constar Campeador, un para referente generar de la nuevas historia energías nacional, un necesarias. Se defendía el regeneracionista aragonés remitiendo a dos estudios que él mismo había desarrollado años atrás, en los que el Campeador era protagonista. En ellos, justificaba que el Campeador, no ya solo el histórico, sino también el que habían ido moldeando los siglos, era portador de un «programa político» que 104 podría aprovecharse en su propio tiempo. Pocos años antes, dos estudiosos, uno de más edad y otro algo más joven, se presentaron a un premio que había sido convocado por la Real Academia Española y al que concurrieron dos candidatos más. El ganador presentaría el estudio mejor valorado por el jurado acerca de la «Gramática y el vocabulario del Poema del Cid» y recibiría como premio una medalla de oro y 2500 pesetas, una pequeña fortuna en aquella época. Los autores habían de participar de manera anónima, con su nombre guardado en sobre cerrado y firmado, que solo se abriría cuando el jurado decidiera qué trabajo merecía ser el ganador. Transcurrieron casi dos años hasta que este dictaminó su resolución, en la que resultó galardonado un joven llamado Ramón Menéndez Pidal. De los nombres de los otros tres concursantes uno nunca se ha conocido, se presentó como anónimo, y los otros eran José Ramón Lomba y Pedraja y 105 Miguel de Unamuno. Unamuno, que había obtenido no hacía mucho una cátedra de Griego en la Universidad de Salamanca, desde siempre sintió una atracción especial hacia la Edad Media, tal y como declaró en distintas obras y 106 artículos. Con respecto al Cantar, sus opiniones fueron variando con los años; a la altura de 1894, poco después de haberse presentado al citado concurso, decía de él que se trataba de «un cantar seco y ferozmente latoso», «literariamente es aquello una lata, una monumental lata, que ni por sus descripciones, ni por los caracteres, ni por nada sobresale mucho». Mas en 1920 consideraba, por el contrario, que «el viejo y venerable Cantar de mio Cid, en que el alma del 107 pueblo de Castilla balbuce sus primeras visiones». Y es que aquellos primeros años del siglo XX fueron de reflexión en torno a la naturaleza del Cantar y el héroe que se representaba en él, así como se alternaba la exaltación nacional y la crítica. Entre los posicionamientos críticos hacia el Campeador se situó Mario Méndez Bejarano, el cual opinó en su Historia literaria (1903) que el Cantar no era la expresión del «carácter nacional» español porque su protagonista era «el mayor defecto del poema», y que no se podía considerar «la encarnación de la patria ni menos de la idea religiosa» al tratarse, únicamente, de un «héroe local» desconocido para casi toda España, un «caudillo irregular y arisco» carente «de política definida, de ideal concreto». El Cantar no podía ser un reflejo del carácter español porque «los árabes eran tan españoles como los cristianos» y «un poema de guerra civil no puede ser un triunfo ni una derrota 108 nacional». Persistía la división de opiniones hacia la figura del Campeador desde que el padre Masdéu expresara sus críticas, continuadas por Dozy y retomadas por autores de principios del siglo XX, como el propio Méndez Bejarano, o Rafael Altamira (1866-1951), el cual en su Historia de España y de civilización española (1909) descartaba la historicidad de episodios asociados al héroe como la Jura de Santa Gadea, las bodas de las hijas del Cid con los infantes de 109 Carrión o la victoria en la batalla después de muerto. Incidía también en ese carácter poco ejemplarizante del guerrero de Vivar, en especial durante sus años de gobierno en Valencia, cuando «fue duro para los vencidos y no siempre correcto y noble en los procedimientos», de acuerdo «con el carácter general de los nobles guerrilleros, ambiciosos, de poco escrúpulo en las relaciones sociales, deseosos de riquezas y de poder, y que lo mismo guerreaban contra 110 musulmanes que contra cristianos». Sin embargo, esos posicionamientos críticos, esa pluralidad de opiniones hacia el Cid cambió en esas primeras décadas del siglo XX, sobre todo a partir de los estudios eruditos de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), en concreto en los de su discípulo más aventajado, el antes mencionado Ramón Menéndez Pidal. Para Menéndez Pelayo, en 1903, el Cantar era: […] ardiente sentido nacional, que sin estar expreso en ninguna parte, vivifica el conjunto con tal energía, que la figura del héroe, tal como el poeta la trazó, es para nosotros símbolo de la nacionalidad, y fuera de España se confunde con el nombre mismo de nuestra 111 patria. Menéndez Pidal (1869-1968) fue el mayor responsable del impulso a los estudios cidianos y también del cambio de percepción del héroe. Con tan solo 26 años, había sido proclamado ganador en el concurso al que también había concurrido Unamuno. Desde entonces, consagró su vida al estudio de la materia cidiana y a otras cuestiones filológicas e históricas. En 1898, publicó una edición crítica del Poema de Mio Cid y, en 1913, elaboró la primera edición del Poema con carácter popular dirigida a un público amplio. Concilió su labor investigadora y erudita con la difusión popular y escribió varios artículos divulgativos en los que tornaba accesibles sus conocimientos a un número mayor de lectores. Para él, era indiscutible el carácter «nacional» del Poema: […] no es nacional por el patriotismo que en él se manifieste, sino más bien como retrato del pueblo donde se escribió. En el Cid se reflejan las más nobles cualidades del pueblo que le hizo su héroe: el amor a la familia, que anima la ejecución hasta de las más altas y absorbentes empresas; la fidelidad inquebrantable; la generosidad magnánima y sentimiento y altanera la leal aun para sobriedad con de la el rey; la expresión. intensidad Es del hondamente nacional el espíritu democrático encarnado en ese «buen vasallo que no tiene buen señor» […] podrán repetirse siempre las palabras de Federico Schlegel: «España, con el histórico poema de su Cid, tiene una ventaja peculiar sobre muchas otras naciones; es este el género de poesía que influye más inmediata y eficazmente en el sentimiento nacional y en el carácter de un pueblo. Un solo recuerdo como el del Cid es de más valor para una nación que toda una biblioteca llena de obras literarias hijas únicamente del ingenio y sin un contenido 112 nacional». A diferencia de otros contemporáneos suyos, como su maestro Menéndez Pelayo o como Rafael Altamira, Menéndez Pidal consideraba históricos los acontecimientos relatados en el Poema y esa convicción determinó la imagen del personaje que proyecta su monumental La España del Cid, que vio la luz en el año 1929. Redactó esa voluminosa obra, de algo más de 1000 páginas, entre otras razones para dar cumplida respuesta a la imagen negativa del Campeador que habían creado autores «cidófobos» como el jesuita Masdéu o el holandés Dozy. Colegía el maestro que, entre unos y otros, habían incurrido en múltiples errores a la hora de acopiar e interpretar las fuentes. Buena parte de esa crítica se cimentó en la consideración del Poema como fuente histórica, algo que, a su juicio, no habían tenido en cuenta algunos críticos. Denunciaba, en las primeras páginas de la obra, la «rabiosa cidofobia» de Masdéu, justificada por ser catalán, pues, por ello, «heredaba y hacía llegar a su colmo aquel ingenuo resentimiento de los cronistas del reino de Aragón contra el héroe 113 castellano». Menéndez Pidal consolidó determinados clichés relativos al Campeador que tardaron años en desmontarse, sobre todo una visión negativa, cuando no peyorativa, del rey Alfonso VI, influido por lisonjeros, murmuradores y envidiosos cortesanos, eclipsado por la grandeza y la gloria de un Campeador al que intentó perjudicar y empequeñecer. Rodrigo, por el contrario, no hizo otra cosa que mostrar fidelidad extrema a un rey ingrato, porque Rodrigo siempre sobrepuso los intereses de España a los suyos personales. Es más, si no hubiera sido por él, no habría habido quien hubiese puesto freno a los almorávides y, por ello, tal vez España se habría perdido, porque, para Menéndez Pidal, el Cid luchó para defender «España», una «España» que se forjó gracias a la «Reconquista», a la lucha contra el islam y también en virtud a los esfuerzos dedicados por el Campeador a esa empresa nacional. Mesurado en la violencia, padre de familia y esposo ejemplar, patriota, justiciero, abnegado y generoso con los suyos, heroico… son, a grandes rasgos, los perfiles del Campeador 114 trazados por Menéndez Pidal. El mismo año que Menéndez Pidal publicó La España del Cid, el poeta chileno Vicente Huidobro dio a imprenta un experimento vanguardista, Mio 115 Cid Campeador: Hazaña, una novela histórica, la primera escrita por el autor, en la que el protagonista es Rodrigo Díaz. Huidobro afirma, de manera cómica e hiperbólica, proceder de la sangre del Cid, ser «el último de sus descendientes», por la vía de su abuelo materno Domingo Fernández Concha, descendiente de Alfonso X y, por tanto, de Rodrigo Díaz. La trama argumental de la novela recorre la existencia del Campeador desde el mismo día de su nacimiento hasta la fecha de su muerte, y sigue una secuencia ordenada cronológicamente que parece tener el aspecto de una película de aventuras como las que empezaban a proyectarse en la gran pantalla. Como a otros vanguardistas, a Huidobro le seducía el séptimo arte, aún incipiente, porque el cine permitía fusionar movimiento, tiempo y espacio. Es por ello que Hazaña 116 puede calificarse como «novela fílmica» 117 eléctrico». y su protagonista como un «Cid El propio autor la define en los siguientes términos: Figura 45: De izquierda a derecha, sellos con la efigie de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, de 5, 10 y 15 céntimos respectivamente. El de 5 céntimos vio la luz el 5 de enero de 1937 y dio inicio a la puesta en circulación gradual de la serie que se usó de forma masiva por los servicios postales de la «España nacional» en 1937 y 1938, en plena Guerra Civil. Se elaboraron mediante litografías, un método muy apreciado por los coleccionistas. Mi obra no es una narración histórica y austera, no es una novela en el sentido habitual de esta palabra, ni es una «vida novelada» como ésas que están hoy tan a la moda. Es un género algo diferente, es una Hazaña. ¿Qué género es éste que no se encuentra en ningún texto de la literatura? La Hazaña es una historia que se canta, una novela épica, una epopeya en prosa en la cual el autor se toma todas las libertades que permite el poema y acaso alguna más. Yo he cogido el Cid Campeador de la leyenda y de la historia y he tratado de darle vida nueva, un calor nuevo, sangre y huesos de hombre y a veces hasta maneras actuales. He tratado de acercarle lo más posible a nosotros, ponerle a nuestro alcance, para hacerle comprender y amar 118 de las gentes de mi tiempo. Tan solo siete años después de la publicación de las obras de Menéndez Pidal y de Vicente Huidobro estallaba la Guerra Civil en España y, en esos años de conflicto y en los siguientes, se dio una parálisis cultural motivada por el aislacionismo autoimpuesto por el régimen que surgió de aquella contienda. Durante los primeros años del franquismo, el Ejército adoptó las teorías pidalianas y tomó a su Cid como modelo y referencia del nuevo ejército 119 franquista. Ese fenómeno, que ha sido estudiado por M.ª Eugenia Lacarra, merece cierta atención, porque nos permite, una vez más, valorar la elasticidad que puede llegar a tener un personaje histórico, así como la manipulación a la que puede llegar a ser sometido. Desde el inicio de la Guerra Civil, prácticamente, con la ciudad de Burgos como capital del bando sublevado («Capital de la Cruzada»), Francisco Franco definió el conflicto como «cruzada de grandiosidad histórica, y lucha trascendental de pueblos y civilizaciones». El lenguaje pseudomedieval y la identificación franquista «Cruzada» y con se para héroes recurrió referirse de con al la Edad frecuencia Media a enfrentamiento los fue habitual ideales que había de en la retórica «Reconquista» iniciado el y bando 120 nacional contra la España republicana. El propio Franco se autointituló «caudillo» y los suyos se refirieron a él con títulos tan rimbombantes y añejos 121 como «cruzado de occidente» y «príncipe de los ejércitos». En 1937, el Romancero de la Reconquista de Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña expone 122 paralelismos explícitos entre Franco y el Cid. En ese mismo año, el bando 123 franquista emitió sellos de 3, 5 y 10 céntimos con la imagen del Campeador. Sobre la militares base de La propusieron España del al como Cid Cid de Menéndez modelo de Pidal virtudes algunos castrenses, mandos aunque reprocharon al maestro haber prestado poca atención a las cuestiones bélicas relacionadas con el Campeador. Es por ello que historiadores del Ejército como José M.ª Gárate Córdoba o Miguel Alonso Baquer intentaron llenar ese vacío con ciertas publicaciones, en alguna de las cuales podemos encontrar alguna 124 otra comparación de Franco con el Cid. Y es que, sostiene M.ª Eugenia Lacarra: […] es indudable que las teorías de Menéndez Pidal encajaban con la ideología franquista que podía aprovecharlas y las aprovechó sin necesidad de efectuar cambios de envergadura. La manipulación llevada a cabo por el franquismo consistió en hacer explícitos y concretos los paralelos ideológicos implícitos. Es en aquellos casos en que Menéndez Pidal se aparta de los resultados objetivos, cuando es 125 usado por la ideología franquista. Aspectos como la lealtad y fidelidad extrema del Campeador al líder (el rey) y la patria fueron argumentos recurrentes en una ideología franquista que no quedó confinada en los márgenes de publicaciones más o menos especializadas, sino que fue ampliamente cultivada y difundida en el ámbito escolar. El Cid de Menéndez Pidal moldeado por el franquismo se usó como referente en los manuales de enseñanza primaria y secundaria. Como la Enciclopedia Álvarez, elaborada por el maestro Antonio Álvarez Pérez (19212003) y con la que se educó el alumnado español entre los años 1952 y 1967. Una edición de 1967 dedicó una elocuente página al Cid, en la que, para acompañar a la ilustración del guerrero a caballo, podía leerse: Figura 46: Página de la Enciclopedia Álvarez que encomia la figura del Cid. La gran enseñanza de esta enciclopedia era ensalzar la figura de Franco como artífice del Nuevo Estado, el regreso a la España Eterna, en la que cobraba un gran protagonismo el Cid junto con otras figuras españolas como Viriato, don Pelayo, los godos, los Reyes Católicos o Agustina de Aragón. Hace mucho tiempo entraron en España unas gentes que no eran cristianas. Se llamaban árabes y se apoderaron de casi todo nuestro suelo. Los cristianos españoles lucharon durante ochocientos años con ellos y por fin los echaron de nuestra Patria. Entre los guerreros cristianos sobresalió uno que se llamaba el Cid. Este famoso guerrero venció a los árabes en muchísimas batallas y les quitó la ciudad de Valencia. El Cid es considerado modelo de caballeros porque era 126 muy bueno y porque todo lo hacía bien. El No-Do®, el cortometraje documental de noticias que se exhibía en los cines antes de la proyección de las películas, también contribuyó a difundir ciertas identificaciones de Francisco Franco con el héroe de Vivar. Una ocasión que se aprovechó específicamente para ese fin fue la inauguración de la estatua ecuestre de Burgos en julio de 1955, cuya parafernalia y ceremonia la emitió el noticiero del mes de agosto de ese mismo año. En el discurso de inauguración de aquella escultura, que terminó por convertirse en emblema de la ciudad de Burgos e imagen recurrente y evocadora del Campeador, Franco pronunció unas palabras en las que se puede apreciar su voluntad de identificación con el héroe: El Cid es el espíritu de España. Suele ser en la estrechez y no en la opulencia envilecen cuando y surgen desnaturalizan, estas lo grandes mismo a figuras. los Las hombres riquezas que a los pueblos. […] Lanzada una nación por la pendiente del egoísmo y la comodidad, forzosamente tenía que caer en el envilecimiento. Así pudo llegarse a esa monstruosidad de alardear de cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid. ¡El gran miedo a que el Cid saliera de su tumba y encarnase en las nuevas generaciones! Este ha sido el gran servicio de nuestra Cruzada, la virtud de nuestro movimiento: el haber despertado en las nuevas generaciones la conciencia de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos ser. Que esta egregia figura, asentada en esta capital histórica, cabeza de Castilla, sea, con el recuerdo de la España eterna, el símbolo de la España nueva. En él se encierra todo el misterio de las grandes epopeyas: servir a las 127 nobles empresas […], luchar en servicio del Dios verdadero. Figura 47: Cartel promocional original de la película de 1961 El Cid, producida por Samuel Bronston, dirigida por Anthony Mann y con Charlton Heston y Sofía Loren como protagonistas principales. La imagen que proyecta la película en relación con la figura del Cid estuvo, en buena medida, influida por la obra La España del Cid, de Menéndez Pidal, ya que este actuó como asesor histórico para el film. Se rodó en varias localizaciones españolas y tuvo tres nominaciones a los premios Oscar. Figura 48: La estatua del Cid erigida en Burgos, primera imagen a la izquierda en orden correlativo, fue inaugurada por el dictador Francisco Franco en 1955. Junto a ella, aparecen las otras seis imágenes del Campeador que existen en varias ciudades del mundo, que sirven de muestra de la internacionalización del personaje. Estas son, en el mismo orden correlativo de izquierda a derecha: Buenos Aires, San Diego, Sevilla, Valencia, San Francisco y Nueva York. Como curiosidad, la efigie de Burgos es la única en la que el Cid exhibe la barba intonsa. También resultan elocuentes las palabras del alcalde de Burgos ante el «Cid hispano del siglo XX, Caudillo de España»: Hoy, como intérprete fiel que sois del sentir español, queremos, Señor, que, como Caudillo de hogaño, saquéis a nuestro Caudillo de antaño Rodrigo Díaz de Vivar del destierro del olvido, del desdén y 128 del menosprecio […]. El cine, como hemos anunciado, también puso su grano de arena para difundir una imagen del Cid identificada con los ideales de la defensa de la patria, la lealtad y la obediencia debida al líder. La película de Anthony Mann de 1961, a la que hemos aludido ya en varias ocasiones, producida por Samuel Bronston y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren, contribuyó a internacionalizar de manera definitiva una imagen del Campeador que había creado Menéndez Pidal y que había retocado el franquismo. Desde entonces y, en buena medida, hasta hoy, esa imagen del Cid continúa siendo bastante hegemónica en el imaginario popular no solo español, sino también y, sobre todo, mundial. La potencia visual de aquella superproducción, dotada de la emoción de la épica y del ritmo del sus protagonistas y a una western, música sumada al carisma y buen hacer de impactante, hicieron que esas visiones cidianas calaran profundamente en las concepciones de la sociedad. Se sacrificó el rigor histórico en aras de la espectacularidad y el impacto, en un momento en el que la industria cinematográfica competía a brazo partido con la creciente televisión. El Cid que nos encontramos es un producto recauchutado, una especie de Frankenstein compuesto espectacularidad de visiones hollywoodiense. Se pidalianas, plantea la aderezos trama como franquistas un y auténtico choque de civilizaciones entre la cristiandad y un islam fanatizado encarnado por Ben Yusuf, líder de los almorávides. Hay musulmanes «buenos», como el emir de Zaragoza que es aliado fiel de Rodrigo, y que se ve perjudicado por la irrupción de los norteafricanos y se presenta al rey Alfonso VI como arrogante y cruel, pues castiga a Rodrigo con el destierro y a su mujer e hijas con la mazmorra. El monarca es, además, corto de miras, pues no es capaz de entender que el plan de Rodrigo de conquistar Valencia para «salvar España» es el mejor. La lealtad de Rodrigo hacia su señor, a pesar de todo, es inquebrantable e incluso le llega a entregar la corona de Valencia una vez que la ciudad es conquistada por su inteligencia y valor. No están ausentes de esa trama tópicos como el de la Jura de Santa Gadea y la victoria que consigue el Campeador contra los almorávides después de muerto. Con todo, el film es muy entretenido y emocionante, por ello, entre otras razones, logró asentar 129 unas visiones hegemónicas del Cid Campeador. Pero no solo el franquismo evocó al Cid Campeador durante el periodo que se abrió en España tras la Guerra Civil. También intelectuales republicanos y de izquierdas fijaron su mirada en la potencia simbólica, el carisma y el magnetismo pronunció del una héroe de conferencia Vivar. en En agosto Valencia, en de el 1937, Antonio Congreso Machado Internacional de Escritores Antifranquistas, que se publicó con posterioridad en la revista Hora de España (n.º 8, agosto de 1937) con el título «Sobre la defensa y la difusión de la cultura». En ella, Machado afirma que: Alguien ha señalado, con certero tino, que el Poema del Cid es la lucha entre una democracia naciente y una aristocracia declinante. Yo diría, mejor, entre la hombría castellana y el señoritismo leonés 130 de aquella centuria. Es conocida la atracción que los poetas de la llamada Generación del 27 prestaron al Cid y al Cantar de mio Cid, contando entre sus filas con algunos grandes estudiosos y especialistas en la obra cumbre de la literatura medieval española. Pedro Salinas, Dámaso Alonso y Gerardo Diego dedicaron estudios académicos a las cuestiones cidianas y, si hubo un nexo evocador entre el Campeador y algunos de aquellos poetas, este fue, precisamente, el destierro, en el que se recrearon, pues, como afirma Armando López Castro, «para los exiliados, la figura del Cid en el destierro encarna la nostalgia de la patria 131 perdida y su deseo de volver a ella». En ese sentido, cabe destacar a Rafael Alberti en especial. El poeta gaditano había comprado en París en 1939 una edición del Cantar y su lectura influyó en una de las partes de Entre el clavel y la espada (1939-1940), un libro de poemas en el que en la sección sexta, titulada «Como leales vasallos», Alberti desarrolla una visión muy personal de la materia cidiana, 132 castellano. donde se identifica, como desterrado, con el héroe Dicha generación de poetas derrotados, de alguna manera, miró al Cid con otros ojos, no con los del guerrero triunfante y heroico, sino con los del ser humano que sufría haber sido injustamente desterrado. Como sostiene F. Javier Díez de Revenga: Figura 49: María Teresa León, integrante de la Generación del 27, escribió una biografía del Cid en forma de novela juvenil. Desde entonces, ya fuera la propia figura del Campeador o la temática cidiana en general, ha sido una constante en la literatura infantil y juvenil nacional e internacional presentar las andanzas del guerrero medieval tanto a primeros lectores como a futuros lectores adultos. En la imagen pueden verse algunos ejemplos. […] los del 27 volvieron al Cid con una mirada muy diferente. El personaje seguía atrayendo, pero naturalmente no como guerrero conquistador remoto que autor sufrió, de brillantes como victorias, decíamos, sino abandono como de su personaje señor y 133 destierro. Pero no solo fue Alberti quien proyectó otra mirada hacia el Cid, también lo hizo su mujer, María Teresa León, la cual escribió en el exilio dos obras, una acerca de Rodrigo Díaz y otra acerca de su esposa Jimena. La primera de ellas – Rodrigo Díaz de Vivar. El Cid Campeador (1954)– es una biografía novelada dirigida a un público juvenil, la segunda –Doña Jimena Díaz de Vivar. Gran señora de todos los deberes (1960)– se centra en la esposa del desterrado, también sufridora de las calamidades del destierro a pesar de las virtudes que adornan su ser. Estas dos obras estuvieron bien documentadas gracias a los lazos familiares que unían a María Teresa con los Menéndez Pidal, pues ella, apellidada León Goyri, era sobrina de la mujer de Ramón Menéndez Pidal, María Amalia Goyri y Goyri, por tanto, prima hermana de Jimena Menéndez Pidal, a quien estuvo 134 muy unida. El siglo XX avanzó y el Cid continuó recibiendo atenciones por parte de distintos creadores a lo largo de la segunda mitad de la centuria, adaptándose a diversos canales de difusión cultural, como el teatro, el cine o el cómic. En 1973, Antonio Gala publicaba Anillos para una dama, una obra teatral con la que el escritor andaluz ganó los premios del Espectador y de la Crítica. Se nos presenta a una Jimena ya viuda que se debate entre el tradicionalismo y la modernidad, entre su fidelidad al difunto esposo y el amor que siente hacia Minaya Álvar Fáñez, en unos años en los que la dictadura de Franco se iba agotando y se vislumbraban ciertos aires de libertad, donde Jimena representa a esa España que quiere caminar libre y el Campeador, ya casi muerto, a un Franco que lastra tal avance. Figura 50: «Ruy se lanza, contra el enemigo, que valiente, es como ninguno, ya le llaman, Cid Campeador». Así sonaba la cabecera de la serie infantil de televisión Ruy, el pequeño Cid que emitió TVE en la década de 1980 en la que se narraba, de forma muy libre, pues apenas existen datos al respecto, la infancia del Cid y cómo era la vida en la Edad Media. A partir de 1971, el pintor Antonio Hernández Palacios empezó a desarrollar una serie de cómics que tienen al Cid como protagonista. En ellos encontramos episodios como Sancho de Castilla (1971), las Cortes de León (1972), la toma de Coimbra (1973) o la cruzada de Barbastro (1984). En el primero de los años de la década de 1980, muerto ya Franco, se estrenó una serie de dibujos animados que también tenía como protagonista al Cid, en este caso como un niño. Ruy, el pequeño Cid (1980), producción japonesa emitida por TVE, narraba las aventuras de un niño, Rodrigo Díaz, con su burra Peca que soñaba con convertirse algún día en caballero mientras el rey Fernando estaba enfrascado en sus guerras. El pequeño Ruy se escapa para vivir una serie de aventuras al final de las cuales ya se ha transformado en un hombre de 20 años al que llaman Campeador y que es desterrado por un rey a quien ha ayudado. A lo largo de 26 episodios, emitidos semanalmente, el personaje hizo las delicias de unos niños, y no tan niños, que vivieron en unos años en los que la democracia era aún una realidad muy incipiente. En esos años en los que la incertidumbre de la democracia se iba despejando y ya gobernaba el PSOE, se estrenó una de las producciones más delirantes de cuantas se han elaborado en torno a la figura del Cid: El Cid Cabreador. El film, proyectado en 1983, narra las vicisitudes de Rodrigo (Ángel Cristo) enamorado de Jimena (Carmen Maura), transformado en un ser afeminado por la maldición que le ha lanzado el padre de Jimena antes de morir batiéndose en duelo contra él. El conde le maldice y le asegura que no será jamás hombre si se casa con su hija Jimena. Rodrigo consigue poner fin a esa situación en la que se halla tras ser secuestrado, e instruido, por la infanta Urraca. Concluido el instructivo secuestro, Rodrigo se transforma en «el Cid Cabreador». Figura 51: En la imagen pueden verse las portadas de los cuatro cómics que Antonio Hernández Palacios completó en torno a la figura del Cid Campeador. Su gran obra maestra, ya que le dedicó todo su cariño y esfuerzo y que la convirtió, posiblemente, en la mejor serie histórica del cómic español, así como en un imponente retablo histórico de una de las épocas más oscuras, pero a la vez más apasionantes, de nuestra historia. Se reeditaron en un solo volumen en 2015. A finales de esa década se publicó la primera monografía histórica acerca del Cid. La sombra de La España del Cid de Menéndez Pidal seguía siendo demasiado alargada y los historiadores españoles del momento concedían poco interés hacia aquellos personajes que el franquismo había convertido en elementos de su ideología legitimadora. En las décadas de 1970 y 1980, el Cid fue un personaje apenas explorado por la historiografía española. No sorprende que fuera inglés el primer historiador que abordó la tarea de publicar un estudio monográfico de Rodrigo Díaz tras La España del Cid y sus varias reediciones. Richard Fletcher (1944-2005), hispanista, fue el encargado de  llevar a cabo una labor que entonces en España parecía tabú. El resultado de su trabajo vio la luz en 1989 con el título e Quest for El Cid traducido al castellano como El Cid por la editorial Nerea ese mismo año (vid. Capítulo 1). Esa tardanza en la escritura de un nuevo libro del personaje demuestra el desinterés, o cierto malditismo, en el que había caído tras el franquismo. A principios de la década de 1990, en 1993, concretamente, Alberto Montaner Frutos publicó su primera edición del Cantar de mio Cid, en la editorial Crítica. Desde entonces hasta hoy, se puede considerar a Montaner como el mayor experto viviente en temática cidiana y sus ediciones del Cantar se han ampliado en varias ocasiones así como se ha dedicado una parte significativa de su intensa labor investigadora a aspectos relacionados con el Cid del Cantar y 135 las fuentes de Rodrigo Díaz. Los filólogos, al contrario que los historiadores, nunca dejaron de interesarse por los estudios cidianos y continuaron, durante esos años, sus análisis e investigaciones de distintos aspectos de la literatura cidiana. En lo que llevamos de siglo XXI, el interés por el Cid y su mundo ha renacido. El año 1999 supuso un punto de inflexión en cuanto a atención académica y literaria hacia el guerrero de Vivar. Se desarrollaron algunos actos científicos para conmemorar los 900 años de la muerte de Rodrigo Díaz y, desde entonces, se han publicado numerosas novelas que tienen como protagonista al Campeador. Desde el punto de vista de los estudios históricos, hemos procurado en estos años ampliar el conocimiento de Rodrigo Díaz, para 136 lo que nos hemos centrado, sobre todo, en su vertiente militar. A finales de 2003 se estrenó la película de dibujos animados El Cid, la leyenda, dirigida por José Pozo, ganadora del premio Goya a la Mejor Película de Animación en 2004 y que tuvo una buena acogida en las taquillas españolas. Desde el mismo año 2000, comenzó una sucesión de novelas, que han sido estudiadas algunas de ellas desde un punto de vista académico por Raquel Crespo Vila. Esta autora proporciona una secuencia diacrónica de novelas publicadas desde el primer año del nuevo milenio hasta 2016: El caballero del Cid (2000), de José Luis Olaizola; El Cid (2000), de José Luis Corral Lafuente; El señor de las dos religiones (2005), de Juan José Hernández; El caballero, la muñeca y el tesoro (2005), de Juan Pedro Quiñonero; Doña Jimena (2006), de Magdalena Lasala; Juglar (2006), de Rafael Marín; Cid Campeador (2008), de Eduardo Martínez Rico; Mio Sidi (2010), de Ricard Ibáñez; Y pasó en tiempos del Cid (2012), de José E. Gil-Delgado Crespo; Jaque al rey (2012), de Francisco Rincón Ríos; La sombra del héroe (2016) de Juan Carlos Fernández-Layos de Mier; El manuscrito del Cid (2016), de Fernando Rubio y ¡Oh Campeador! La otra cara del héroe 137 (2017), de Jenaro Aranda. Habría que sumar a esa nómina Sidi, la novela más reciente de Arturo Pérez-Reverte, «un relato de frontera» en palabras del autor de Cartagena, que devendrá, seguramente, en un auténtico éxito de ventas, lo que demuestra que el Cid sigue muy vivo en nuestros tiempos. Figura 52: La proyección de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, a medio camino entre lo histórico y lo legendario, seguirá teniendo, sin duda, un longevo recorrido en el futuro. En la imagen, póster promocional de una exposición de muñecos articulados con el Cid Campeador como protagonista. El Cid también ha conquistado otros medios de difusión cultural, algunos de ellos surgidos gracias al desarrollo de internet. En la red, podemos visualizar documentales y escuchar podcasts que tienen como protagonista al guerrero burgalés, cuyos números de visualizaciones y comentarios de los usuarios 138 demuestra que el tema sigue seduciendo a un gran número de personas. Y, como no podía ser de otra forma, la figura también ha dado el salto a los videojuegos, como Age of Empires II, donde puede jugarse una «Campaña del Cid» en seis fases, la última de las cuales presenta a una Jimena que debe derrotar al ejército y a la marina de guerra de Yúsuf amarrando el cadáver de su 139 marido al caballo Bavieca. También en relación con la red, la plataforma Amazon emitirá en 2020 una serie acerca del Cid, que en el momento de la redacción de este libro se encuentra en proceso de rodaje, que está levantando mucha expectación. La serie propondrá, en palabras de Jesús Velasco, uno de sus creadores, una visión actual del guerrero de Vivar, «un chaval con mucha 140 calle» que «venía del pueblo» y «no era un noble situado en otra galaxia», pues considera que: Figura 53: El videojuego Age of Empires II dedica uno de sus escenarios de batalla al Cid Campeador. La figura de Rodrigo Díaz traspasa la literatura y el cine hacia otros formatos más recientes y rompedores. […] hay pocos personajes en la Historia que, sin ser un rey o tener un cargo público o político, hayan impactado tanto a generaciones posteriores. No es casualidad. El Cid tiene mucho que contar, y me parece maravilloso que lo estemos haciendo nosotros casi mil años 141 después. Ese Cid de la pequeña pantalla continuará con el proceso iniciado pocos años después de la muerte de Rodrigo Díaz, el de una permanente reinterpretación de una historia convertida en mito que, a buen seguro, no se detendrá ahí. Como decía el mencionado Jesús Velasco en una entrevista, «hay 142 historia para rato». Notas 1 Citado por Sánchez Mariana, M.,1983, 415-421, 417. 2 Vid. Sáez, A. J., 2014, 351-368, 351. 3 Vid. [https://verne.elpais.com/verne/2017/04/07/articulo/14915584 64_811336.html]. 4 Vid. [https://www.lasexta.com/programas/sexta-columna/noticias/manual-de-resistencia-o- como-el-cid-sanchez-logro-conquistar-el-palacio-de-la-moncloavideo_201902225c7020f30cf2812925f2980d.html]. 5 Vid. [https://www.ultimahora.es/noticias/elecciones-10n/2019/10/07/1111655/santiago- abascal-candidato-vox.html]; [https://elpais.com/politica/2018/11/18/actualidad/1542571528_907590.html]. 6 Vid. Catalán, D., 2002. 7 Vid. Porrinas González, D., 2003, 257-276. 8 «Poema de Almería», en Crónica del Emperador Alfonso VII, 138-139. 9 Vid. Chronica Naiaerensis, 1995; Crónica Najerense, 2003; Crónica najerense, 1985; Bautista, F., 2009. 10 Vid. Keen, M., 1986, 12 y ss.; Moreta Velayos, S., 1983, 5-28, 25 y ss. 11 Crónica Najerense, 1985, Libro III, ep. 34, 111. 12 Ibid., Libro III, ep. 36, 112. 13 Vid. Peña Pérez, F. J., 2003, 331-344, 338. 14 Vid. Peña Pérez, F. J., 2009. Algunas de esas ideas las había expuesto con anterioridad María Eugenia Lacarra (1977, 79-93 y 1980). 15 Vid. Boix Jovani, A., 2012. Las mejores ediciones del Cantar son, a nuestro juicio, las realizadas por Alberto Montaner Frutos, a quien debemos, al igual que a Alfonso Boix, multitud de atinados análisis de distintos aspectos relacionados con esta obra. Es por ello que remitimos a la ingente cantidad de estudios elaborados por esos dos autores, entre otros muchos que sería prolijo siquiera enumerar aquí. Recomendamos Montaner Frutos, A., 2011b. 16 Ibid., IX. 17 Vid. Montaner Frutos, A., 2007, 8-11. 18 Porrinas González, D., 2003b, 163-204. 19 Vid. Lucas de Tuy, 2003, 68. 20 Vid. Jiménez de Rada, R., 1989, Libro VI, capítulo XX, 244. 21 Vid. Reig, C., 1947. 22 Vid. Smith, C., 1982, 485-523; Zaderenko, I., 2013; Peña Pérez, F. J., 2003; Payo Hernanz, R. J., 2006, 111-146; Martín, Ó., 2007, 49-64; Ramírez del Río, J., 2001. 23 Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 947, 627-643. 24 Vid. Payo Hernanz, R. J., op. cit., 116. 25 Vid. Gil de Zamora, J., 1996. 26 Vid. Pérez Rosado, M., 2014, 154. Esa leyenda se incorporó en la trama de la novela El caballero del Cid, de José Luis Olaizola, Barcelona, Planeta, 2000. 27 Vid. Mocedades de Rodrigo, 2006. 28 Para quien desee ampliar conocimientos de esta curiosa composición, vid. Armistead, S. G., 1978, 313-327; 1999, 17-36; 2000; Deyermond, A. D., 1964, 607-617; 1969; Funes, L., 2003-2004, 176-186; Martin, G., 2002, 255-267; Montaner Frutos, A., 1988, 431-444; Zaderenko, I., 2003, 261-279. 29 Vid. Gómez Redondo, F., 2007, 327-345. 30 Vid. Díez de Games, G., 1997. 31 Ibid., 368, citado por Gómez Redondo, F., ibid., 330. 32 Por ejemplo, Álvaro de Luna en su Libro de las claras e virtuosas mugeres o Diego de Valera en su Memorial de diversas hazañas. Vid. Gómez Redondo, F., ibid., 331-332. 33 Vid. Carriazo Rubio, J. L., 2002, 9-30. 34 Vid. Historia de los hechos del marqués de Cádiz, 2003, 143; Gómez Redondo, F., 2007, 333; MacKay, A., 1991, 192-202, 195. 35 Historia de los hechos del marqués de Cádiz, ibid., 145. 36 Vid. Penna, M. (ed.), 1959, 3-46, citado por Gómez Redondo, F., 2007, 332. 37 Vid. MacKay, A., op. cit., 196-202. 38 Vid. Gómez Redondo, F., 2007, 336. 39 «Los fechos de cavallería del Cid, don Ruy Díaz, contarlos por menudo non se podría. Este cavallero fizo fechos de armas e siempre venció e nunca fue vencido. Non se puede dezir que por sí solo o con muchos o poco tanta buen andança de cavallería aviniese a otro cavallero, e así es de loar su buen fin, que non solamente en la vida fue vencedor, mas aun después de su muerte por virtud de Dios, con él los suyos vencieron al rey Búcar». Vid. Díez de Games, G., op. cit., 87, citado por Gómez Redondo, F., 2007, 336. 40 Ibid., 336-341. 41 Vid. de los Reyes Gómez, F., 2005, 123-148. 42 Vid., entre otros, Baranda, N. (ed.), 1995, vol. 1, 1-109; Hess, S., 1989, 159-163; Cacho Blecua, J. M., 2002, 339-359; Gómez Redondo, F., 2002 y 2012, 1775-1779; Lucía Megías, J. M., 2000 y 2007, 115-150. 43 «A diferencia de la Crónica Popular de 1498, que se publica en un momento monárquico de confianza y expansión, la Crónica Particular no puede sustraerse al turbio momento político de 1512, iniciado con el dilema abierto por la muerte de Felipe el Hermoso en 1506, la subsiguiente regencia de Fernando el Católico sobre Castilla tras el encierro de la reina doña Juana en Tordesillas desde 1509 y la disputa entre padre e hija y entre monarquía y nobleza sobre la cuestión sucesoria», vid. Martín, Ó., op. cit., 49-64, 51-52. 44 Vid. Crónica del famoso cavallero Cid Ruy Díaz Campeador, 2006, VIII-IX. 45 Ibid., XII. 46 Vid. Archivo Municipal de Burgos, Hi. 3530, cf. Payo Hernanz, R. J., op. cit., 117-118. 47 Vid. Gárate, J. M., 1955/3, 754-760; Payo Hernanz, R. J., op. cit., 117-118. 48 «En el Siglo de Oro español, Bernardo fue el héroe medieval arquetípico. Hoy pensamos inmediatamente en Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, cuando pensamos en el heroísmo medieval castellano, pero esta posición del Cid es mucho más reciente de lo que se suele reconocer. Es resultado del apoyo y publicaciones de Menéndez Pidal, quien recorrió la ruta del Cid en su viaje de bodas, y publicó la primera edición filológica del Cantar. Incluso el “título” Cantar de Mio Cides de Menéndez Pidal. Esta obra fue casi desconocida, y desde luego inédita, en época de Cervantes; se publicó por primera vez en 1779. El Cid conocido en tiempos de Cervantes era el mucho menos ejemplar héroe de romances y crónicas», vid. Eisenberg, D., 2003, 9-26, 12. 49 Vid. Sáez, A. J., 2018, 37-49. 50 Los romances del Cid, 31, fueron editados por Menéndez Pidal, R., 1994, 131-198. Acerca de los romances cidianos, vid. Cid, J. A., 2007, 51-70; Asensio Jiménez, N., 2015, 619-625. 51 Vid. Arellano, I., 2007, 73-121; Egido, A., 1979, 499-527; Vega García-Luengos, G., 2007, 49-78. 52 Vid. Julio, M.ª T., 2000, 134-144. 53 Vid. González Cañal, R., 2013, 2-3. 54 Vid. Nebot Calpe, N., 1997, 174. 55 Vid. Las mocedades del Cid, 1978. 56 Vid. Ferreras, J., 2001-2002, 87-98, 93. 57 Vid. Corneille, P., 2007. 58 Vid. Rodiek, C., julio de 1999, 1098-1104; Cabanillas Cárdenas, C. F., 2004, 57-72; Mata Induráin, C., 2009, 408-416. 59 Vid. Mata Induráin, C., ibid., 413-414. 60 Vid. Sáez, A. J., 2014, 363 y 365. 61 «Una simple ojeada a las fechas de composición de estas comedias revela datos, como mínimo, muy curiosos. De las diecinueve comedias que nos han llegado, catorce de ellas pertenecen al Siglo de Oro, una al XVI, dos al XIX, dos al XX y ninguna al XVIII», vid. Julio, M.ª T., op. cit., 143. 62 Vid. Egido, A., 1996, XX. 63 Vid. Montaner Frutos, A., [https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-mitico- legendario/]. 64 Vid. La mojiganga dramática, 2005, 243 y ss., citado por Díez Borque, J. M.ª, 2008, 375387, 376 y 2007, 125-138. 65 Díez Borque, J. M.ª, 2008, 380. 66 Vid. [https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/el-cid-campeador-lanceando- otro-toro/d26a15b9-81ae-4c7b-afac-123350ce5f83], así como Díez Borque, J. M.ª, ibid., passim. 67 Vid. Díez Borque, J. M.ª, ibid., 377. 68 Vid. Montaner legendario/]. Frutos, Esa A., primera [https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-miticoedición del Cantar puede consultarse en línea en [https://www.rae.es/sites/default/files/Archivos_de_la_BCRAE_Primera_edicion_del_Cantar _1779_Tomas_Antonio_Sanchez.pdf]. 69 Vid. López Verdejo, M., 2016, [http://rabida.uhu.es/dspace/handle/10272/12749]. 70 Vid. Masdéu, J. F., 1805, vol. 20/ I, 176-177, citado por Padín Portela, B., 2017, 309-352, 325. 71 Ibid., 326. 72 Vid. Barriocanal Fernández, L. y Fernández Beobide, A., 2013. 73 Vid. Gurpegui Palacios, J. A., 2018. 74 «Art. 1.º Se tendrá por marcha nacional de ordenanza la música militar del himno de Riego que entonaba la columna volante del ejército de S. Fernando mandada por este caudillo», Colección de los Decretos y órdenes generales expedidos por las Cortes desde 1.º de marzo hasta 30 de junio de 1822, 1822, 57, citado por Ferrer, M.ª N., 2011, 827-845, 830. 75 Vid. Dozy, R. P. A., 1849. 76 Concretamente, en «Le Cid: textes et resultats nouveaux», en ibid., t. 1, 320-706. 77 Vid. Dozy, R. P. A., 1860. 78 Ibid., 1-2; Martínez Díez, G., 2000, 13; Puyol Alonso, J., 1910, 424-476. 79 Vid. Masdéu, J. F., op. cit., 348, citado por Padín Portela, B., op. cit., 343. 80 Vid. Padín Portela, B., op. cit., 326. 81 Vid. Alcalá Galiano, A., 1844-1846, 323. 82 Vid. Lafuente y Zamalloa, M., 1850-1867; Asís López Serrano, F. de, 2001, 315-336; Wul ff, F., 1994, 863-871. 83 Ibid., vol. 2, 488. 84 Ibid., vol. 2, 401-402. 85 Ibid., vol. 5, 21. 86 Vid. Esteban de Vega, M., 2005b, 87-140; Padín Portela, B., op. cit., 348. 87 Vid. Quiroga, J. de, 1872. 88 Ibid., 7-9. No hemos podido encontrar la obra de Quiroga que él mismo menciona y que, por cierto, no cita. 89 Galván, L. y Banús, E., 2004. 90 Vid. Cornejo, S., 1920, 3. 91 Vid. 92 Ibid. 93 Vid. Zorrilla, J., 1882. 94 Vid. Montaner Frutos, A., [https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-mitico- A., [https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-mitico- legendario/]. Montaner Frutos, legendario/]. 95 Vid. Padín Portela, B., op. cit., 327. 96 Vid. Pérez Garzón, J. S., 2005, vol. 2; Moreno Alonso, M., 1979; Padín Portela, B., op. cit., 336 y ss. 97 Vid. Morales Moya, A., 2005, 21-55; Pérez Garzón, J. S., 2003; Esteban de Vega, M., 2011, 19-35; Padín Portela, B., op. cit., 347 y ss. 98 Vid. Darío, R., 1896/1901. Puede leerse «Cosas del Cid» en [http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/prosas-profanas-y-otros-poemas-0/html/fedc2602-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_40]. Véase también Zavala, I. M., primavera 1979, 125-147. 99 Vid. Carballo Picazo, A., 1962-1963, 124-132; Cenizo Jiménez, J., 2003, 47-65. 100 Vid. Montaner Frutos, A., 1990, 133-150. ffe, M., 1994, 853-858. 101 Vid. Ratcli 102 Vid. Costa, J., 1900, 20. 103 Vid. Costa, J., 1914, 82, 92-93. 104 Vid. Costa, J., 1878 y 1885. 105 Vid. Montaner Frutos, A., 1999b, 41-64. 106 Vid. Linage Conde, A., 1977, 69-106. 107 Galván Moreno, L. y Banús Irusta, E., 1999, 115-140. 108 Ibid., 120. 109 Vid. Altamira, R., 1909, vol. 1, 370. 110 Ibid., vol. 1, pp. 368-369. 111 Vid. Menéndez Pelayo, M., 1903, 315, citado por Galván Moreno, L. y Banús Irusta, E., op. cit., 121. 112 Vid. Galván Moreno, L. y Banús Irusta, E., op. cit., 122-123. 113 Menéndez Pidal, R., 1947, 18-19. 114 Son ideas recurrentes a lo largo de la obra de Menéndez Pidal, cuya lectura recomendamos. Podemos encontrar un análisis escueto, aunque certero, de las visiones pidalianas del Cid en Lacarra, M.ª E., 1980b, 95-127. 115 Vid. Huidobro, V., 1929. 116 Vid. Pérez López, M.ª A., 1997, 15. 117 Vid. Pulido Mendoza, M., 2010, 185-219. 118 Vid. de Costa, R., 1999-2000, citado por Pulido Mendoza, M., ibid., 187-188. 119 Vid. Lacarra, M.ª E., 1980b. 120 Vid. Peña Pérez, F. J., 2010, 155-177; López Campillo, E., Poutet, H. y Remis, A., 1997, 137-146. 121 Vid. Lacarra, M.ª E., 1980b, 108-109. 122 Ibid., 109; Moreta Velayos, S., 1999, 15-44, 20; Gómez Moreno, A., 2010, 221. 123 Vid Gómez Moreno, A., ibid., 222. 124 Vid. Lacarra, M.ª E., 1980b, 112-113. 125 Ibid., 114. 126 Vid. Mosqueira, E., abril de 2011. 127 Vid. Diario de Burgos, 24-VII-1955, citado por Peña Pérez, F. J., 2010, 171. 128 Ibid. 129 Vid. Lanouette, E., 2007, 51-59; Jancovich, M., 2009, 197-213; Arriola, J. L., 2009; Barrio Barrio, J. A., 1999, 268-305; Aguilar, D., 2014; García de Dueñas, J., 2000, 183-209; Sempere, I., abril 2011. 130 Vid. Gómez Moreno, A., op. cit., 231. El artículo de Machado puede leerse en 131 Vid. López Castro, A., 2008, 455-468, 459. 132 Vid. Mata Indurain, C., op. cit., 392. 133 Vid. Díez de Revenga, F. J., 2001-2002, 59-85, 66-67. 134 Ibid., 60. 135 Vid. Montaner Frutos, A. (ed.), 1993. Puede consultarse su vasta producción investigadora en [http://www.filosofia.org/hem/193/hde/hde08011.htm]. [https://unizar.academia.edu/AlbertoMontaner]. 136 Vid. [https://unex.academia.edu/DavidPorrinasGonz%C3%A1lez]. 137 Vid. Crespo-Vila, R., 2016, 33-50. 138 Vid., por ejemplo, la búsqueda «El Cid» en la plataforma de podcast iVoox: [https://www.ivoox.com/El-Cid_sb.html?sb=El+Cid] o en la plataforma de vídeos YouTube: [https://www.youtube.com/results?search_query=El+Cid]. 139 [https://ageofempires.fandom.com/es/wiki/El_Cid]; Escandell Montiel, D., [https://parnaseo.uv.es/AulaMedieval/aM_es/StorycaWeb/del-cid-y-la-zarrampla-elimaginario-caballeresco-espanol-en-los-videojuegos/]; Negro Cortés, A. E., 2014, 590-610. 140 Vid. [https://www.elmundo.es/television/2019/07/22/5d36025cfc6c8352438b4627.html]. 141 [https://www.elcomercio.es/culturas/tv/cid-actualizado-mucho-contar-20190726231015ntrc.html]. 142 [https://www.elcomercio.es/culturas/tv/cid-actualizado-mucho-contar-20190726231015ntrc.html]. __________________ * Jerónimo Zurita, Anales de la Corona de Aragón, I, I, XXII. Anexo Fuentes para el estudio del Cid histórico N o puede abordarse el estudio de un proceso o personaje histórico sin un profundo conocimiento de las evidencias que de ellos puedan existir. Debemos poner en relación los textos con el universo cultural que los generó, con su tiempo y con las ideas imperantes en la sociedad en que surgieron. Con arreglo a Rodrigo Díaz, disponemos de un conjunto de fuentes, relativamente abundante, que nos ayuda a acercarnos a su figura y a conocerla, así como a su época. Ningún personaje hispánico contemporáneo recibió tanta atención por parte de distintos autores, cristianos y musulmanes, como el Campeador. En ese sentido, como en otros que hemos desgranado a lo largo de este libro, Rodrigo Díaz se nos muestra como un personaje excepcional. Sorprende esa abundancia de información si la ponemos en relación con determinados silencios manifiestos, como es el caso del rey cronista Abd Allah de Granada, artífice de una suerte de damnatio memoriae a la que parece que quiso condenar a su coevo testimonio Rodrigo. de la Y es que época en la las que Memorias vivió de Rodrigo Abd Díaz Allah y, son sin el mejor embargo, el Campeador no es siquiera mencionado, como tampoco se alude a sus acciones, tal vez porque el guerrero castellano le derrotó y humilló en una ocasión en el campo de batalla. En este anexo nos acercaremos, de manera esquemática, a los textos considerados «históricos», evidencias textuales que nos permiten conocer al Rodrigo Díaz «real». En el último capítulo del presente libro ya profundizamos en aquellas producciones cronísticas, literarias o culturales que contribuyeron a forjar la imagen de un héroe de leyenda durante la Edad Media. Aquí, simplemente vamos a enumerar los materiales primarios que permiten dar forma a ese Cid histórico. LAS FUENTES PARA EL ESTUDIO DEL CID Fuentes cristianas Dos son los textos cristianos, aparte de otra documentación que mencionaremos, que fueron, quizá, elaborados en tiempos de Rodrigo Díaz y que nos permiten, en especial uno de ellos, asomarnos a su vida y hechos. Por un lado, nos referiremos a una composición lírica, el Carmen Campidoctoris, y, por otro, a una especie de biografía, la Historia Roderici. Hay que decir que la supuesta «coetaneidad» de estas dos obras ha sido recientemente discutida por el profesor Alberto Montaner Frutos, quien, mediante una serie de concienzudos estudios, ha considerado que ambas se habrían elaborado en torno al año 1186 en el contexto cultural del monasterio de Santa María de Nájera. Entendemos, no obstante, que, aunque las versiones finales de esas composiciones fueran elaboradas en ese tiempo y ese escenario, pueden apreciarse imágenes, fenómenos, datos, panoramas… que bien podrían haber sido plasmados por escrito en el tiempo de Rodrigo Díaz y que constituyen versiones antiguas que se habrían modificado, incluso manipulado, en esas décadas finales del siglo XII, casi cien años después, por tanto, de la muerte del Campeador. Disponemos, por otra parte, de interesantes documentos de la época de Rodrigo Díaz y su mujer, Jimena, incluso alguno de ellos contiene sus propias firmas, lo que les otorga un valor extra. La denominada carta de arras, de 1074, es un diploma 1 curioso. Gracias a esta suerte de contrato matrimonial, podemos hacernos una idea de los bienes de los que dispondría Rodrigo Díaz en el momento de desposarse con Jimena, ya que en él se enumera una serie de propiedades que constituirían la dote que aportaba el guerrero burgalés a su noble esposa, de origen ovetense. Con esa carta se establecía la pro liatio de los bienes del matrimonio, que pasaban a ser de ambos y de los hijos que tuvieran, herederos universales de las pertenencias de los dos. El documento ha sido estudiado en tiempo recientes por Alberto Montaner, el cual propone «un análisis más detallado de sus aspectos materiales, formales y de contenido» en un artículo que nos permite comprender con mayor intensidad la naturaleza, 2 significado e importancia de este interesante testimonio. Aunque el negocio conyugal que expone puede datarse en 1074, el documento se habría redactado y emitido entre 1078 y 1079 y en él se sustanciarían tres acuerdos o negocios jurídicos relacionados: la donatio, o entrega de bienes o arras; la pro liatio, o prohijamiento mutuo entre los contrayentes; y, por último, la incommuniatio, o designación recíproca de ambos cónyuges como herederos universales. Los otros dos documentos relevantes son donaciones realizadas por Rodrigo y Jimena, respectivamente, a la iglesia de Valencia en 1098, en día y 3 mes sin determinar, y el 21 de mayo de 1101. En el primero, encontramos el autógrafo de Rodrigo Díaz (Ego Ruderico Campidoctor, vid. Capítulo 2) y el propio Campeador sienta las bases ideológicas de su señorío cristiano en Valencia. Dota a la catedral, recién inaugurada, de una serie de donaciones y consolida, de manera documental, el episcopado que ostenta Jerónimo de Perigord, que había sido nombrado obispo de la ciudad por el papa Urbano II. El segundo documento emitido por el matrimonio Díaz, en este caso por Jimena, data, como decíamos, de mayo de 1101. No hizo otra cosa la esposa del Campeador que ampliar las donaciones a la iglesia de Valencia que había preestablecido su marido, en busca de la pervivencia del señorío valenciano mediante su entrega parcial a la Iglesia, al papado. Dado que ya hemos analizado ambos documentos en los capítulos previos, únicamente queremos volver a recalcar aquí la importancia trascendental de esos dos testimonios escritos para la comprensión de la articulación del señorío cidiano, así como los intentos de Rodrigo y Jimena por consolidarlo y perpetuarlo en el tiempo. Carmen Campidoctoris Es la composición más «antigua» 4 de cuantas disponemos. Aunque la copia más pretérita que se conoce data del siglo XIII, los distintos estudiosos que se han acercado a este poema sitúan su fecha de elaboración a finales del XI. El Carmen, anónimo pero asociado a un monje del monasterio de Ripoll, celebra las primeras acciones bélicas exitosas de Rodrigo Díaz, el Campidoctor, así denominado por primera vez. El Carmen Campidoctoris es una composición lírica no exenta de polémica en cuanto a la naturaleza de su autor o autores y a su fecha de elaboración. De manera tradicional, se ha creído que habría sido compuesta alrededor de 1090 en el monasterio de Santa María de Ripoll. Sin embargo, Alberto Montaner y Ángel Escobar, después de analizar de forma exhaustiva la obra –que ha dado lugar a la mejor edición disponible hasta la fecha–, concluyen que no se habría redactado hasta en torno a 1190, en el contexto cultural del monasterio de 5 Santa María de Nájera. Sin embargo, en fechas recientes, Georges Martin ha sostenido que el Carmen bien pudo haberse compuesto en tiempos de Rodrigo 6 Díaz, en el entorno cultural configurado en su corte principesca valenciana. Coincide en la defensa de esa coetaneidad de texto y personaje José Enrique è Ruiz-Dom nec, el cual argumenta que el Carmen pudo elaborarlo algún poeta catalán y que fue concebido como un regalo de los catalanes para firmar la paz con el Campeador, que el magnate cortesano barcelonés Ricard Guillem le habría entregado en persona a Rodrigo Díaz en Valencia. Propone Ruiz- è Dom nec que se habría redactado en Cataluña por intelectuales favorables al partido que representaba y encabezaba Ricard Guillem, un personaje esencial para entender la dinámica política del condado de Barcelona a finales del siglo XI y principios del XII, que fue apresado por el propio Rodrigo tras derrotar a Berenguer Ramón II en la batalla de Almenar. Pasados los años, al comprobar el noble catalán que la conquista de Valencia podía hacerse realidad, y con planes de expansión comercial por el Mediterráneo, decidió liderar una embajada que pretendía entablar una alianza con Rodrigo. Con él, llevaría ese poema laudatorio y panegírico de la figura del Campeador que es el Carmen Campidoctoris, una especie de regalo y ofrenda de amistad al burgalés mientras 7 asediaba Valencia en la primera mitad del año 1094. Rodrigo Díaz se representa en el texto con rasgos heroicos homéricos, que recuerdan, sobre todo, a algunos fragmentos de la Ilíada. En este sentido, destaca la descripción de su panoplia (vid. Capítulo 1), muy posiblemente idealizada y basada más en los equipamientos de Héctor, Aquiles o Áyax que en la que podría haber usado el propio Campeador, aunque hay que señalar que determinados elementos son medievales, como el caballo «sarraceno» o la «loriga»: Ya éste, el primero, cubierto está por la loriga, que nadie vio mejor; ceñido por la espada, damasquinada en oro por mano maestra. Tomó la lanza maravillosamente realizada, labrada en noble madera de fresno, que había sido pulida con fuerte hierro, en la punta recta. El escudo llevó en el brazo izquierdo, engalanado en oro y con el grabado de un fiero dragón de aspecto luciente. La cabeza protegió con un yelmo muy brillante, que un artesano decoró con hojas de plata y ciñó con una cinta de ámbar. Subió al caballo que un cierto sarraceno había traído de allende el mar: no lo cambiaría ni por mil oros, pues más que el viento corre y más que el ciervo salta. Engalanado con tales armas y con tal caballo, no Paris ni Héctor nunca mejores parecieron 8 en la guerra Troyana, ni los mejores hoy en día. Armas, armaduras y caballo constituirían el equipo militar que, en el transcurso del siglo XII, terminó por convertirse en uno de los principales símbolos de la caballería, en los textos, en la iconografía y en la realidad del momento, que, en este caso, prefiguran una imagen heroica y caballeresca del 9 Campeador. Gesta Roderici Campidocti o Historia Roderici La Historia Roderici o, quizá más apropiadamente, la Gesta Roderici Campidocti, es una de las fuentes cidianas fundamentales y esenciales. Es la única crónica de su tiempo en la que el protagonismo absoluto del relato lo monopoliza un noble caballero, Rodrigo Díaz, el Campeador, en una época en la que los escritos historiográficos estaban concebidos para ensalzar las acciones y los logros de reyes y grandes señores eclesiásticos y laicos, categorías sociales 10 en las que no se encuadraba el caballero burgalés. La Historia constituye materia prima básica para el estudio del Rodrigo Díaz «histórico» y sigue 11 despertando en nuestros días un interés enorme para los investigadores. El epíteto empleado en el relato para designar al héroe, Campidoctus-Campidoctor, sigue siendo hoy objeto de estudio tanto por filólogos como por 12 historiadores. Aunque los últimos editores la consideran coetánea a los hechos que narra –se habría escrito antes de 1112–, hay algunos aspectos que nos llevan a albergar dudas acerca de esa contemporaneidad, como el hecho de que la copia más antigua de la que disponemos date del siglo XIII, cuando el carácter mítico del Campeador se encontraba en un grado de madurez notable por la imagen que difundían el Cantar de mio Cid y otras composiciones juglarescas cidianas que circulaban en esa época. Otro de los elementos que inducen a sospechar una manipulación posterior son algunos documentos, presuntamente originales, que el cronista inserta en el relato, como los cuatro juramentos por los cuales Rodrigo Díaz pretende, mediante riepto o duelo singular, librarse de incurrir en el delito de traición que le había imputado Alfonso VI por no haber acudido a auxiliarlo en el asedio de Aledo, y, en especial, las cartas de desafío que habrían intercambiado el Campeador y el conde Berenguer de Barcelona en los prolegómenos de la batalla que los 13 enfrentó en el pinar de Tévar en junio de 1090 (vid. Capítulo 5). Para nosotros, resultaría trascendental conocer la naturaleza de esas cartas de desafío. Si se trataba de documentos originales que algún coevo insertó en el relato; invenciones solo posibles a partir de mediados-finales del siglo XII; o si fueron meros añadidos o retoques argumentales incluidos en el momento de redacción del códice más antiguo que conocemos. En fechas recientes, Francisco Bautista ha defendido la originalidad y autenticidad de esas «cartas 14 de desafío» en un riguroso y profundo estudio. Aun sin que se haya cerrado el debate de manera satisfactoria para todos los implicados, debemos considerar la posibilidad de que las misivas sean, en efecto, documentos originales que intercambiaron el Campeador y su adversario barcelonés. Alberto Montaner ha investigado durante algo más de una década, con intensidad y erudición, ciertos aspectos relevantes de la Historia Roderici, y ha llegado a conclusiones esclarecedoras que nos permiten un conocimiento más amplio de la biografía cidiana, pues ahondan en la comprensión de uno de los 15 textos medievales hispánicos más enigmáticos. Este estudioso, al que puede considerarse el mayor especialista en la Gesta Roderici, niega la existencia de un «archivo cidiano», pues considera que tanto las cartas de desafío de Tévar como los juramentos de Aledo serían construcciones 16 documentos operativos en la época del Cid. historiográficas y no Montaner arguye que esas cartas «contienen algunos marcados anacronismos, mientras que la recreación tanto de las misivas de los personajes como de sus discursos y arengas era una 17 práctica bien asentada desde la historiografía clásica». En otro punto, insiste en que «las cartas cruzadas entre Berenguer Ramón II y Rodrigo Díaz están, como mínimo, manipuladas según concepciones ajenas a los usos de finales del siglo XI» e infiere que, y esto es sumamente interesante: Nadie tendrá por fidedignas en su tenor literal las cartas que el cronista supone se cambiaron entre el Cid y el Conde de Barcelona, y, sin embargo, el artificio de estilo es tan leve, que no puede dudarse que fielmente reflejan las opuestas pasiones de los guerreros a quienes se atribuyen, sin que haya que suponer ni aquí ni en otra parte intervención alguna de la poesía épica. Se trata de un procedimiento distinto y cuya filiación es muy conocida: el de las epístolas y discursos imaginarios, elaborados con datos históricos y 18 con cierta psicología elemental y ruda. A pesar del significativo avance que suponen los estudios de Alberto Montaner para el conocimiento de la biografía cidiana, mantenemos algunas dudas que ya planteamos hace años en relación con la génesis de la Gesta Roderici. Así, ¿sería posible que en la elaboración de la Gesta hubieran participado varios individuos?, ¿habría escrito un autor-testigo ocular buena parte de la crónica y copistas posteriores insertado o retocado documentos como las cartas y los juramentos?, ¿sería ese momento de manipulación la fecha de la puesta por escrito del manuscrito más antiguo que ha llegado hasta nosotros y que tiende a situarse entre finales del siglo XII y principios del XIII? 19 Ya Menéndez Pidal llamó la atención del latín empleado en las misivas, diferente al del resto de la Historia. Otra diferencia apreciable en una de las cartas de desafío es que aparece el término Campeador en romance 20 (Campeator) y no en latín (Campidoctus) como en el resto de la crónica. La posibilidad de que hubieran participado varios autores en la elaboración de la 21 Gesta Roderici fue sugerida por Emma Falque. La identidad interrogantes, así del como autor, es como posible hemos que se apuntado, trate del plantea escrito muchos cronístico más misterioso y problemático en cuanto a su interpretación de todos los que hemos manejado para la elaboración de este libro. Llama la atención, por ejemplo, la disparidad de opiniones en cuanto al origen y la naturaleza de un escritor que se esconde detrás de su propia obra sin dejar apenas datos y pistas de sí mismo, aparte de su manera de relatar ciertos acontecimientos, de presentar a determinados personajes, en definitiva, de los juicios de valor que va vertiendo a lo largo de la narración. Tan solo, de una manera muy tímida y sin aportar pruebas concluyentes, se ha especulado con un par de nombres: el de Berenguer, clérigo de origen 22 Salamanca entre 1135 y 1150; catalán que fue obispo de la diócesis de y el de Jerónimo de Perigord, primer obispo de Valencia, que llegó a una ciudad ya conquistada por el Cid en 1098 (vid. 23 Capítulo 7). Alejandro Rodríguez de la Peña es, posiblemente, quien más se ha esforzado en el estudio de esa presunta autoría del obispo de la Valencia cidiana y considera que la Historia está «posiblemente compuesta por un » monje cluniacense de origen francés, Jerónimo de Perigord , muy cercano a 24 Rodrigo Díaz durante su breve dominio del señorío valenciano. Rodríguez de la Peña estima –sobre todo por las imágenes de la realeza y del modelo de bellator–, no solo que el autor de la biografía cidiana es un 25 cluniacense, sino que la propia Historia es la «crónica más antigua del ciclo cluniacense» castellanoleonés, «una obra enormemente original con respecto a cualquier otra crónica antes elaborada al sur de los Pirineos» y «un texto y una figura que christianus opinión encarnan a la perfección el arquetipo 26 y su narrativa sobre la guerra y la paz». e intentaremos plantear algunos cluniacense miles del Nosotros compartimos esa argumentos, o suposiciones, que puedan servir para sostenerla y reforzarla. Entre ellos, quizá el más relevante sea el de la presentación del concepto de Tregua de Dios que jalona el relato. Y es que, de manera significativa, este autor fue el único, en el contexto castellanoleonés, que se preocupó por dejar constancia del hecho de que su venerado personaje no combatía en determinadas festividades litúrgicas, una de las ideas fundamentales de esas asambleas para la Tregua de Dios que, en el ámbito hispánico, se originaron en ciertas regiones de Cataluña a principios del siglo XI, fenómeno este que ha sido estudiado desde diferentes perspectivas por 27 los especialistas. Hasta en seis ocasiones combatido en Cuaresma, asegura Pascua o el cronista Navidad, lo que que Rodrigo no demuestra había que esa circunstancia debía de preocuparle de manera especial, ya que es sabido que en el mundo castellanoleonés se dio una ausencia casi absoluta de la Tregua de Dios. Puede que solo un cluniacense, criado en tierras ultrapirenaicas en las que la violencia interna era un problema y donde la formulación de la ideas de Tregua de narración. Dios Por una otra realidad, parte, los pudo considerar cluniacenses necesario fueron anotarlo grandes en impulsores su y difusores de esas ideas de Paz y Tregua de Dios, pues eran muy necesarias para preservar sus bienes e intereses en sus áreas de influencia, en especial en el centro y sur de las actuales Francia y Cataluña, en un periodo comprendido, a grandes rasgos, entre las últimas décadas del siglo X y la primera mitad del 28 XI. La Historia , la crónica cristiana más importante para el estudio de la trayectoria cidiana, la pudo haber compuesto un individuo muy cercano al personaje biografiado. A pesar de ello, pudieron darse más adelante inserciones, manipulaciones o deformaciones que se añadieron en el momento de la puesta por escrito de la versión definitiva, si no antes. Si el cronista fue el obispo Jerónimo de Perigord, u otro cluniacense de origen francés o catalán, se entendería que introdujera ciertas nociones «caballerescas» con respecto al trato dado a los enemigos cristianos capturados durante una batalla campal, que no se aprecian tan definidas en otras crónicas coetáneas, o su desarrollado sentido de conceptos aristocráticos como el honor, el valor, el dedecus, la inimicitia o la 29 venganza. No obstante, hay que tener en cuenta la reciente e interesante propuesta cronológica de Alberto Montaner, que considera que la redacción de la Historia no pudo ser anterior a 1190, aproximadamente, debido a ciertos anacronismos que detecta en la obra, únicamente posibles 30 mediados-finales del siglo XII y no a principios de esa centuria. a partir de Sin embargo, no podemos dejar de suponer que buena parte de la Gesta pudo elaborarse en tiempos del Campeador o en los años inmediatos que siguieron a su muerte en 1099, pues apreciamos en ciertas partes del texto la cercanía de un testigo ocular. Es posible que dicha cercanía, que también se traduce en la admiración que profesa hacia el protagonista a lo largo del relato, así como en su propia moral eclesiástica, pudieron llevar al autor a ocultar algunas de las facetas más «oscuras» de Rodrigo, como las ejecuciones y torturas en el transcurso del cerco de Valencia, las represiones, extorsiones y «purgas» tras la toma de la ciudad, la ejecución del cadí Ibn Yahhaf y el hecho de que retomara el relato en la batalla de Cuarte justo en el momento en que la mezquita se convierte en iglesia 31 cristiana, como había hecho poco antes Bernardo de Sédirac en Toledo. Eso o, podría ser también, su disconformidad en cuanto al respeto de ciertas leyes, costumbres y estructuras musulmanas por parte del «héroe cristiano» modélico. Para concluir, no debemos dejar de tener en cuenta, como considera Emma Falque, la posibilidad de manipulaciones posteriores, deformaciones, 32 añadidos o mutilaciones de un texto original, en el momento de ser copiado, a finales del siglo XII o principios del XIII, cuando la leyenda e imagen del Campeador como modelo de virtudes caballerescas ya estaba, en buena medida, lanzada, pues ese fue, se presume, el tiempo de la puesta por escrito de las inserciones juglarescas de la Crónica Najerense y del Cantar de mio Cid y que nos muestran a un Cid bastante mitificado, con todas las problemáticas que, 33 para un estudio como este, esa realidad puede suscitar. Fuentes islámicas Los textos elaborados por autores musulmanes resultan esenciales para conocer a Rodrigo Díaz y sus acciones. Esos cronistas aportan informaciones precisas que las fuentes cristianas omiten y cuentan, además, con el valor añadido de constituir, en algún caso, testimonios muy cercanos en el tiempo y el espacio al personaje. Como cabría esperarse, la imagen que proyectan del guerrero castellano es peyorativa y crítica, pues inciden en sus aspectos más negativos, como las torturas y ejecuciones que ordenó durante las operaciones de cerco a Valencia y islámicos en su posterior tenemos gobierno conocimiento de de la ciudad. detalles de Gracias esos dos a esos autores episodios tan significativos de la vida del Campeador. Si no fuese por cronistas como Ibn Alqama o Ibn Bassam, nuestra imagen de Rodrigo Díaz sería bastante distinta de la que evoca la Historia Roderici, una crónica que, por ejemplo, da poquísima cobertura informativa a periodos tan relevantes como el asedio y gobierno de Valencia, ya aludidos. Gracias al trabajo realizado por María Jesús 34 Viguera Molins, maestra de arabistas, disponemos de un corpus unificado de todos los textos islámicos que hablan del Campeador, así como una breve reseña de sus distintos autores. Especialmente relevantes para nosotros serán aquellos cronistas que, o bien fueron contemporáneos de Rodrigo Díaz, o bien manejaron con posterioridad crónicas elaboradas por esos coetáneos. Contamos también con un magnífico estudio acerca de la imagen del Cid en 35 las fuentes árabes elaborado por el profesor Muhammad Benaboud. Ambos trabajos nos eximen de una mayor profundización en este apartado, por ello, nos limitaremos a exponer algunas pinceladas, que entendemos más importantes, acerca de los textos islámicos que nos hablan del Campeador. Mani esto elocuente sobre el infausto incidente, de Muhammad ibn Alqama Muhammad ibn Alqama fue un valenciano que vivió los años anteriores al asedio de Valencia por Rodrigo Díaz, el propio cerco y el tiempo de gobierno cidiano posterior. Muerto en torno a 1115, posiblemente, escribió su obra antes del año 1107. El original árabe de su crónica no se ha conservado, pero sí fragmentos de ella en distintas crónicas cristianas y musulmanas posteriores, en especial en la Estoria de España de Alfonso X el Sabio, editada por Menéndez Pidal como Primera Crónica General; y en el Bayan de Ibn Idari, gran historiador islámico de finales del siglo XIII y principios del XIV. Autores ūs, como Ibn al- Kardab de finales del siglo XII y principios del siguiente, puede que también se sirvieran del texto de Ibn Alqama. Por ser testigo de los sucesos acaecidos en Valencia durante los años anteriores y posteriores a la llegada del Campeador, la obra de Ibn Alqama constituye una fuente fundamental para el conocimiento del personaje histórico. Kitâb al-Dajîra fî Mahâsim al-yâzîra, de Ibn Bassam No conocemos la fecha exacta del nacimiento de Abû-l-Hasân ‘Alî ibn Bassâm al-Santarinî, Ibn Bassam de manera simplificada, pero sí que pudo hacerlo en las primeras (Portugal), tres de décadas donde se de vio la segunda obligado mitad a del emigrar siglo XI, cuando en la Santarém ciudad fue conquistada por Alfonso VI en 1092-1093. Desde entonces, convirtió el odio hacia los cristianos conquistadores en seña de identidad propia de su obra. En torno al año 1100 se instaló en Córdoba y en ella, ya dominada por los almorávides, empezó a componer la obra por la que es más conocido, la Kitâb al-Dajîra fî Mahâsim al-yâzîra, subtitulada por el propio autor como Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la Península. La Dajîra es un compendio literario, una suerte de antología, de obras de literatos andalusíes destacados, al tiempo que un relato de acontecimientos históricos relevantes que tuvieron lugar en la época del autor, marcado por la disgregación andalusí, la conquista cristiana de Toledo y el control almorávide de al-Ándalus. Es durante el régimen implantado por los almorávides cuando Ibn Bassam inicia y termina su obra. Se estima que esta culminación se produjo en Sevilla durante la primera década del siglo XII. Falleció en Santarém en 1147. La importancia de la labor historiográfica de Ibn Bassam radica en el hecho de que se sirvió de los testimonios de testigos presenciales de algunos hechos narrados. En el caso de los sucesos vividos en Valencia durante el asedio y gobierno del Campeador ā resultan especialmente notables las cartas de Muhammad ibn T hir, primo de Ibn Yahhaf, cadí valenciano durante el cerco cidiano, y ejecutado con posterioridad en la hoguera por orden de Rodrigo Díaz. La interacción entre Rodrigo e Ibn Yahhaf fue extensa e intensa y ambos establecieron un elevado ā número de negociaciones y acuerdos. Una de las cartas de Ibn T hir de las que se vale Ibn Bassam iba dirigida, precisamente, a su primo el cadí, lo que muestra la relación mantenida entre ambos. El antólogo e historiador de Santarém dispuso, en definitiva, de fuentes de primera mano a la hora de 36 redactar la historia de la taifa de Valencia. Crónica Anónima de los Reyes de Taifas Esta interesante, y breve, crónica se sirvió de la obra de Ibn Alqama. Fue 37 editada por Felipe Maíllo Salgado, el cual considera que pudo elaborarse en el tercer cuarto del siglo XII. María Jesús Viguera incluye los fragmentos relativos al Campeador circunstancias en que su útil 38 compilación. pudieron motivar su Poco es lo composición. que sabemos El texto de fue las poco conocido por autores posteriores, lo que queda, de alguna forma, congelado en el tiempo hasta que fue descubierto en 1929 por el arabista Évariste LéviProvençal. En relación con los hechos protagonizados por Rodrigo Díaz, esta crónica relata, de forma sucinta, el hambre que padecieron los valencianos durante el asedio de 1094, la entrega de la ciudad y la ejecución del cadí Ibn Yahhaf. ū Kitab al-iktifá, de Ibn al- Kardab s Kitab al-iktifá [Historia de al-Ándalus] es una interesante crónica de en torno a 39 1190 que también fue estudiada, editada y traducida por Felipe Maíllo. Los pasajes que nos hablan del Cid Campeador podemos encontrarlos, asimismo, compilados y comentados en la recopilación de M.ª J. Viguera, la cual considera que su autor, natural de Tozeur (Túnez) aún con posible origen andalusí, se inspira en la obra de Ibn Alqama y, por ello, presenta informaciones precisas y correctas. Felipe Maíllo observa que esta obra tiene un «valor especial», pues no solo proporciona informaciones que pueden cotejarse en otras crónicas, sino que proporciona, además, datos nuevos que no han podido encontrarse en otras fuentes. Para el estudio de Rodrigo Díaz es un texto de indudable interés. Al-Bayan al-Mugrib, de Ibn Idari ā ā Kit b al-bay n al-mughrib f increíble historia de los ī ākhbār mulūk al-andalus wa’l-maghrib reyes de al-Ándalus y Marruecos] [Libro de la de Ibn Idari representar el enorme esfuerzo de compilación de un historiador meticuloso con el uso de sus fuentes. Él mismo se consideraba más un compilador de fuentes que un historiador al uso embrujado por artificios propios de los literatos. Es una historia de al-Ándalus y del Magreb elaborada desde el propio Magreb en el siglo XIV, pues sabemos que Ibn Idari provenía del actual Marruecos, quizá nacido en Marrakech, y que vivió entre la segunda mitad del siglo XIII y las primeras décadas de la siguiente centuria, momento en el que 40 elaboró la única obra por la que nos es conocido. Desde que el arabista holandés Reinhart Dozy publicó en 1848 los primeros fragmentos de la obra de Ibn Idari, fueron apareciendo nuevos fragmentos con posterioridad, como los traducidos y publicados en sus respectivas lenguas por arabistas como É. Lévi-Provençal, Ambrosio Huici Miranda o F. Maíllo Salgado. Para las partes 41 relativas al Campeador, por fortuna reunidas y traducidas por M.ª J. Viguera, Ibn Idari se sirvió, ampliamente, de la obra de Ibn Alqama, pero gracias a él han podido recuperarse algunas informaciones que no figuran en la prosificación llevada a cabo por los historiadores alfonsíes que elaboraron la Estoria de España y otras versiones posteriores. Debe considerarse como fuente esencial para el estudio del Rodrigo Díaz histórico. El resto de textos islámicos posteriores no aportan ya nada que no ofrezcan los autores que se han mencionado. Se limitan a repetir lo ya dicho, razón por la que no los hemos tenido en cuenta en nuestro estudio. Notas 1 García Gil, J. J. y Molinero Hernando, P. (eds.), 1999, 47-69, con M. Zabalza Duque (trad. y ed.), «La Carta de Arras: Edición crítica y estudio paleográfico y diplomático», 47-69. 2 Montaner Frutos, A., junio de 2007. 3 «De la documentación cidiana me he ocupado con cierto detalle en un trabajo reciente, en el que concluyo que los textos conservados en letra visigótica genuina (carta de arras y diplomas valencianos de Rodrigo y Jimena) son auténticos, mientras que los diplomas exentos transmitidos por copias posteriores (en letra carolina que imita más o menos la visigótica) son claramente falsos, si bien el apócrifo del abad Lecenio es un amplio contrafactum realizado a partir de un diploma original de 1097 (completamente ajeno al Cid), mientras que la carta de ingenuación de Vivar de 1075 carece seguramente de una base semejante», ibid., 1-2. El estudio aludido es Montaner Frutos, A., 2006, 327-358. 4 El Carmen Campidoctoris ha sido editado varias veces: Menéndez Pidal, R., 1947, vol. 2, 876884; Wright, J., 1979, 213-220, más recientemente por Gil, J., 1990, 99-108. A estas ediciones latinas hay que sumar otras de carácter bilingüe como las de Casariego, J. E., 1988; la de Higashi, A., diciembre de 1994, 1-9 y la más reciente Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, 2001. Para estas y otras cuestiones relativas al Carmen pueden consultarse, además de las ediciones citadas, los siguientes estudios (entre otros): Ubieto Arteta, A., 1973, 163 y ss.; Horrent, J., 1973b, 99-122; Smith, C., 1987, 99-112; Bodelón, S., 1989, 76-78; y Fletcher, R., 1999, 221-223. 5 Vid. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, 2001, op. cit., 13-120. 6 Vid. Martin, G., 2018, 21-48. 7 Vid. Ruiz-Domènec, J. E., 2007, 43 y ss. 8 Vid. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, 2001, op. cit., estrofas XXVIIXXXII. 9 Acerca del armamento defensivo en el Campo, A., 1991 y 1993; Bruhn de Ho contexto peninsular, vid. el estudio de Soler del ffmeyer, A., 1982 y 1988, 31-101. Del armamento en otros ámbitos, vid. Ayton, A., 1999, 186-208; Oakeshott, R. E., 1960, 175 y ss.; Buttin, F., 1965, 77-178; Peirce, I., 1992, 251-274. 10 Algo que ha sido señalado por investigadores como Higashi, A., 2002, 83-114, para la HR, vid. 83-98. Hemos manejado dos ediciones de esta crónica: Historia Roderici vel Gesta Roderici Campidocti, 1990 y Martínez Díez, G. et alii, 1999. Hay dos traducciones recientes al castellano de la HR, una que realizó la propia Falque, E., segundo semestre de 1983, nº. 201, 339-375, que es, básicamente, la que hemos usado en este libro, y la otra está incluida en la edición de Martínez Díez et alii, ibid., 103-146. 11 Como ponen de manifiesto distintas aportaciones publicadas en el número 10 de la revista electrónica e-Spania, del que pueden destacarse, entre otras: Montaner Frutos, A., diciembre de 2010; Higashi, A., diciembre de 2010; Manchón Gómez, R., diciembre de 2010. Véase también el sugestivo artículo de Bautista, F., 2010, 1-30. 12 Vid., por ejemplo Manchón, R. y Domínguez, J. F., 1998, 2, 615-629 y «Recherches sur les mots Campidoctor et Campiductor: de l’antiquité au moyen âge tardif», Archivum Latinitatis Medii Aevi, 58, 2000, 5-44; Porrinas González, D., 2003. 13 Han sido varios los estudiosos que han defendido la autenticidad de esas cartas, como Menéndez Pidal, R., op. cit., vol. 1, 379-381 y vol. 2, 906-909; Falque Rey, E., 1981, 123133; Fletcher, R., op. cit., 166, 223 y ss. G. Martínez Díez (2000, 210), considera que las cartas de desafío «presentan más bien el carácter de piezas auténticas salidas de la pluma o de la boca de sus pretendidos autores que de composiciones retóricas inventadas por el redactor de la biografía del héroe». Véase también, Catalán, D., 2002, 20-23. Estos autores defienden, además, que la Historia Roderici se habría elaborado pocos años después de la muerte de Rodrigo (fijan como fecha más tardía el año 1110) y justifican ciertas diferencias existentes entre las cartas y el resto de la crónica mediante la argumentación de que se trataría de documentos insertados por el cronista en el relato, técnica similar a la empleada por los autores de la Historia Compostelana. Véase también para ello la introducción que Emma Falque dedica a su edición latina de la HR en el Corpvs Christianorvm, 23 y ss. en especial (vid. nota 10). Acerca de la cronología de la HR, vid. Martínez Díez, G. et alii, op. cit., en la que, además, puede consultarse una buena síntesis de las distintas propuestas de datación (sobre todo dos: «Pidalistas» (coetánea) y «Ubietistas» (mediados del XII)) anteriores a las tesis de Montaner Frutos, A., 2012, 12-17. Estos editores, en concreto Martínez Díez (ibid., 19) considera, al igual que Menéndez Pidal, que las cartas de desafío –al igual que los juramentos– serían documentos del archivo personal de Rodrigo que habría insertado el cronista contemporáneo que redactó la crónica. Otros investigadores, que consideran que la fecha de elaboración de la Historia Roderici sería posterior (década de los 40 del siglo XII), basan algunas de sus argumentaciones en esas diferencias existentes entre lo que los anteriores consideraban documentos auténticos insertados (las cartas de desafío aludidas y los cuatro juramentos que Rodrigo envía al rey Alfonso VI) y el resto de la crónica. Pavlovic, M. N. y Walker, R. M., 1982, 43-45 consideran que algunos conceptos legales como la «alevosía», que aparecen mencionados en las cartas y los juramentos, no los habría fijado la legislación regia hasta el reinado de Alfonso VII (mediados del siglo XII), momento en el que se formaliza el riepto entre nobles para evitar acciones de venganza personal. Eso –unido a otro concepto como el «deshonor», que aparece en los juramentos y que lo fijó la legislación foral hasta mediados del siglo XII–, los lleva a defender la década de los 40 del XII como fecha de elaboración de la HR. Más recientemente, Irene Zaderenko (1998, 183-194) retrasaba aún más esa fecha de redacción de la HR. Considera, de acuerdo con, precisamente, preceptos legales contenidos en las cartas de desafío y los cuatro juramentos, que la HR, por necesidad, tendría que haberse compuesto después de 1185, momento en el que las Cortes de Nájera regularon el «riepto», y concluye que hoy «numerosos indicios hacen que la fecha de 1110 propuesta por Menéndez Pidal para la composición de esta biografía de Rodrigo Díaz deba retrasarse hasta fines del siglo XII». 14 15 Vid. Bautista. F., 2013. Montaner (1999, 353-382, 363-364) ya planteaba algunas ideas interesantes acerca de la posible manipulación de la HR en relación con las cartas y los juramentos, para lo que argumenta que las cartas podrían haber sido «como mínimo manipuladas según concepciones anacrónicas respecto de finales del siglo XI» y no solo las cartas, sino todos los «documentos» incluidos en la HR. Con posterioridad, en el marco del desarrollo del Proyecto del Plan Nacional de I+D HUM 2005-05783: Génesis y evolución de la materia cidiana en la Edad Media y el Siglo de Oro, publica varios estudios de relevancia de la HR. 16 «[…] los documentos citados en la HR son, como los parlamentos en estilo directo de los personajes, invenciones del historiógrafo, deudor de una tradición bien asentada al respecto», en Montaner Frutos, A., 2011, 4. Los documentos considerados de integradores del presunto «archivo cidiano», o «cartulario cidiano», manera se han tradicional estudiado en profundidad en Montaner Frutos, A., 2006, 327-357. Estos presuntos documentos, recogidos algunos de ellos por la Gesta Roderici, serían «la Carta de Arras de Rodrigo y Jimena» (328335), el «apócrifo del abad Lecenio» (335-338), la «franquicia de las heredades de Rodrigo Díaz en Vivar» (338-343), la «concesión de varias tenencias por Alfonso VI» –varios castillos y tierras conquistadas a los musulmanes– (343-346), las «cartas cruzadas entre Berenguer de Barcelona y Rodrigo Díaz» (346-350), las «donaciones de Rodrigo y Jimena a la catedral de Valencia» (350-354) y la «lista de prisioneros de la batalla de Morella» (354-355). Tras un estudio minucioso y documentado, Montaner (ibid., 356) infiere que «en cuanto a los documentos cidianos incluidos en la Historia Roderici, parecen ser ficciones historiográficas recreadas por su autor a partir de diversas noticias sobre la vida de su protagonista». 17 Ibid., 347. 18 Ibid, 349. 19 Porrinas González, D., 2003. 20 Menéndez Pidal, R., op. cit., vol. II, 908. 21 Historia Roderici uel Gesta Campidocti, 1990, 20-21. 22 Smith, C., 1993-1994, vol. 2, 175-181. 23 Esa posibilidad de autoría fue planteada por Moralejo Álvarez, J. L., 1980, 65 y secundada por Rodríguez de la Peña, M. A., 2000, 703. 24 Rodríguez de la Peña, M. A., 2011, 216. 25 Rodríguez de la Peña, M. A., 2000, 703 y ss. 26 Rodríguez de la Peña, M. A., 2011, 216. El profesor Rodríguez de la Peña considera dentro del denominado «ciclo cluniacense», como él lo denomina, a la Historia Roderici, la Historia Compostellana y la Chronica Adefonsi Imperatoris. 27 Acerca de la Paz y la Tregua de Dios en la Edad Media pueden consultarse los siguientes estudios: Head, T. y Landes, R. (dirs.), 1992; Flori, J., 2003, 59-98 y 2002, 181 y ss.; Bull, M., 1993, 21-69; Barthélemy, D., 1997b, 3-35 y 1999 y, en menor medida, julio-septiembre de 1993, 15-74, 43-47. En cuanto a la Paz y Tregua de Dios en Cataluña durante el siglo XI, vid. Farías Zurita, V., 1993-1994, 9-36. 28 Considera Rodríguez de la Peña (2011, 191) que «el movimiento de la Paz de Dios no habría sido posible sin la influencia espiritual y social» ejercida por «las abadías cluniacenses». 29 Un sentido que se refleja, por ejemplo, en los relatos de las operaciones militares, así como en las cartas de desafío que, supuestamente, intercambiaron Berenguer y Rodrigo antes de la batalla de Tévar. Por poner un solo ejemplo de la noción de venganza, el cronista llegó a afirmar que Rodrigo saqueó con intensidad las tierras de Nájera en 1092 para «vengarse» de su gran «enemigo» García Ordóñez y no expuso la que parece razón verdadera de aquel ataque: apartar a Alfonso VI de Valencia para desviar la atención hacia su propio reino atacado. De las cualidades militares, en especial el valor, expresadas en la HR puede consultarse Porrinas González, D., 2015b. 30 «Aplicando los criterios señalados anteriormente, todos estos aspectos, que se documentan escalonadamente entre ca. 1140 y ca. 1185, difícilmente se compadecen con una fecha de redacción anterior a ca. 1190, cuando todos ellos se habrían incorporado ya a lo que cabía considerar “inmemorial” y, por lo tanto, atribuible sin más a la época del biografiado», en Montaner Frutos, A., 2012, 280. 31 Con arreglo a los hechos de Valencia, se limita a dar cuenta de manera lacónica de la toma de algunos arrabales, de algunas de las operaciones de saqueo y devastación desarrolladas durante el cerco, de su voluntad de expulsar a los almorávides, percibidos como «bárbaros», a decir que los ciudadanos pasaron mucha hambre y a narrar, con una perspectiva más sacralizadora de lo acostumbrado, la batalla de Cuarte (1094). Llama la atención el tratamiento más amplio que da a las negociaciones para la entrega de Murviedro, donde es muy posible que la actitud de Rodrigo se ciñera más a las propias concepciones cristianas del cronista. Vid. Porrinas González, D., 2008. 32 «Quizás toda la HR es obra de un mismo autor, testigo presencial de muchos de los acontecimientos narrados, pero pudo haber sido retocada o revisada por un continuador al que se deberían los comentarios que parecen apoyar una fecha de redacción de mediados del siglo XII. En cualquier caso, no podemos acercarnos a la autoría de una obra medieval con los esquemas mentales que pueden ser válidos para estudiar una obra moderna. Obras escritas por autores anónimos que no se preocupan por dejar constancia de su identidad, pueden muy bien ser continuadas por otros que redacten otras partes o revisen y retoquen el conjunto, sin que al final sea fácil distinguir qué puede atribuirse a unos u a otros y sin que estos puedan fácilmente ser identificables. La propia transmisión de los textos medievales mediante manuscritos en los que pueden intervenir de manera decisiva los copistas, hace más difícil aun la tarea de dilucidar si una obra medieval puede atribuirse exclusivamente a la redacción de un » único autor , Historia Roderici vel Gesta Roderici Campidocti, 1990, 20-21. 33 Alberto Montaner (2012, 283) ofrece una idea muy interesante de las conjeturas que en torno a la elaboración de una obra anónima y compleja pueden plantear distintos investigadores que se sumergen en su estudio: «Cuando la obra correspondiente no ofrece pronunciamientos expresos o desarrollar al menos indicaciones conjeturas contraproducente». Sin al muy respecto embargo, claras, resulta, nosotros, a a tales mi pesar motivaciones juicio, de muy compartir, resultan inasequibles arriesgado, en buena y cuando no medida, esa afirmación, y dejando claro que no estamos a la altura intelectual del profesor Montaner, un sabio de nuestro tiempo, entendemos que la formulación de hipótesis acerca de este particular –la génesis y composición de una obra medieval–, evitando siempre el dogmatismo, puede llevar a un mayor conocimiento de una obra y a las circunstancias que pudieron rodear su elaboración, o al menos suscitar debates interesantes que permitan ampliar las posibles miradas del objeto de estudio. 34 Viguera Molins, M.ª J., 2000, 55-92. 35 Benaboud, M., 2000, 115-127. Véase también Granda Gallego, C., 1986, 471-480. 36 Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 59-64; Meouak M. y Soravia, B., 1997, 221-232. 37 Vid. Abd Allah ibn Buluggin, 1991. 38 Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 64-66. ūs, 1986. 39 Vid. Ibn al-Kardab 40 Vid. Martos Quesada, J., 2009b, 117-130. 41 Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 71-77. Bibliografía FUENTES PRIMARIAS Abd Allah ibn Buluggin, 1980: El Siglo XI en 1.ª persona. Las «Memorias» de Abd Allah, último Rey Ziri de Granada, destronado por los Almorávides (1090), E. Leví-Provençal y E. García Gómez (trads., intro. y notas), Madrid, Alianza. Abd Allah ibn Buluggin, 1991: Crónica Anónima de los Reyes de Taifas, Felipe Maíllo Salgado (trad., intro., y notas), Madrid, Akal. Abû-l-Hasân ‘Alî ibn Bassâm al-Santarinî, 2000: Kitâb al-Dajîra fî Mahâsim al-yâzîra [Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la península], Mª. J. Viguera Molins (trad.), «El Cid en las fuentes árabes», en C. Fernández Alonso (coord.), El Cid, poema e historia: actas del Congreso Internacional (12-16 de julio, 1999), Burgos, Ayuntamiento de Burgos. Anales Toledanos I y II, 1993: J. Porres Martín-Cleto (ed.), Toledo, Diputación de Toledo. Crónica de San Juan de la Peña, 1961: A. 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Junto a la pintura de temática religiosa que reproducía episodios del Nuevo Testamento, se plasmaron escenas profanas como esta cacería de liebres –arriba– y de ciervos –abajo–. La caza era el pasatiempo aristocrático por excelencia, trasunto de la guerra, que servía para prepararse físicamente para la batalla. El cazador que persigue al ciervo porta una ballesta, arma de proyectil que, en estas fechas, ya habría comenzado a usarse para la guerra, ya que sabemos que, en 1097, durante el pontificado de Urbano II, se había condenadovsu uso porque estaba considerada un arma diabólica. Museo Nacional del Prado, Madrid. Dos miniaturas de la Biblia Sancti Petri Rodensis o Biblia de Sant Pere de Rodes, expoliada en 1693 por el general francés Anne-Jules de Noailles. Aunque hay dudas de su datación, parece que se habría elaborado entre 1010 y 1025 en el monasterio de Santa María de Ripoll y sus últimos folios se habrían añadido en Sant Pere. La imagen ilustra el aspecto de los guerreros de los condados catalanes a principios del siglo XI y vemos que perviven elementos de panoplia anclados en la tradición carolingia, como los escudos circulares o las lanzas de aletas, con otros más recientes, como los cascos con nasal. Obsérvese también el empleo de cuernos para la transmisión de órdenes. Bibliothèque nationale de France, París (Francia). La llamada Torre de Hércules fue construida a finales del siglo XII en Segovia en estilo románicomudéjar. En la actualidad forma parte del convento de clausura de Santo Domingo el Real de las Madres Dominicas. En su interior se conservan pinturas en los zócalos de dos estancias, que cabría datar en el siglo XIII. En la escena superior, un jinete porta escudo triangular y pendón, con blasón en media luna. Lo acompaña un lebrel y, bajo las alas de un águila, cabalga sobre un enemigo. Destacan los pinjantes suspendidos del jaez de caballo. En la escena inferior, un caballero cristiano atraviesa el escudo y el cuerpo de un oponente musulmán, así identificado por su turbante y su adarga circular. El cristiano va armado y combate a la manera popularizada por los normandos: cota de malla, casco cónico con nasal, escudo de cometa y lanza «acostada» bajo el sobaco. Nótese la silla de arzones y los estribos, que permitían al jinete ir casi de pie, encastrado en la silla y maximizar así el golpe de su lanza sin perder estabilidad. El caballero andalusí monta igual. Debajo de ellos combaten dos infantes. A la izquierda, escena del Tapiz de Bayeux o de la reina Matilde, elaborado entre 1066 y 1077 en Normandía para celebrar la conquista de Inglaterra por Guillermo el Bastardo. Los normandos fueron pioneros en el empleo de determinados elementos de panoplia que se expandieron con rapidez por occidente y que definieron la forma de combatir durante varios siglos: caballeros a lomos de potentes corceles de guerra – destriers–, protegidos por cota de malla, casco cónico con protector nasal y escudo de cometa y cargando como un poderoso muro de hierro. Pero obsérvese también la presencia de arqueros en vanguardia, aunque las fuentes del periodo, prejuiciadas por la mentalidad aristocrática imperante, obvien, a menudo, la presencia de peones y otro tipo de tropa en el campo de batalla. Musée de la Tapisserie de Bayeux, Bayeux (Francia). Dos capiteles procedentes del monasterio de Santa María la Real (Aguilar de Campoo, Palencia), siglo XII. En la parte superior, un desfile de guerreros. La figura central y la del extremo derecho portan gambesones, protecciones acolchadas, mientras que el resto se cubre con lorigas de cota de malla talares, con cofias para cubrir la cabeza. En la parte inferior, un caballero cargando, también protegido por una loriga de malla. Sostiene en la mano izquierda un escudo triangular, evolución del de cometa, de menor tamaño y ligeramente cóncavo. A su espalda, un infante, cuya única protección es su escudo, de morfología similar al del caballero, y que, al igual que este, sujeta del cuello con un tiracol. Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Mosaicos de la iglesia de Notre-Dame de Ganagobie (Provenza, Francia), datados alrededor de 1125. El de arriba representa a san Jorge abatiendo al dragón. El culto a este santo se popularizó en el occidente europeo a partir de la primera cruzada, cuando habría auxiliado a los cruzados que sitiaban Antioquía en 1098. Destaca la representación de su cota de malla, con una cofia que le protege la parte inferior del rostro. En la parte inferior, un caballero carga. Protegidos por su escudo de cometa, cota de malla y casco cónico con nasal, los caballeros cargaban en la formación denominada en francés conrois: normalmente entre 20 y 24 jinetes dispuestos en dos o tres filas. Los caballeros, con la lanza sujeta bajo la axila, se disponían casi hombro con hombro –seréement–, y hacían avanzar a sus monturas al trote, no demasiado rápido para no agotar al caballo. El conrois buscaba chocar contra el enemigo y quebrar su formación, para pasar luego al combate individual en la melé resultante. Soldado o montero, iglesia de San Baudelio de Berlanga (Soria), ca. 1125. Nótese su adarga circular, adornada con borlas, de influencia andalusí, y la carencia de protección corporal, reservada solo a los más pudientes. La toma de Jerusalén por Nabucodonosor, según el Beato de Urgel, elaborado, probablemente, a finales del siglo X en un periodo, con scriptorium sus puertas riojano. La Jerusalén del Beato semeja una ciudad de la península ibérica del en arco de herradura. La panoplia de los defensores aún no refleja la introducción de elementos continentales, como fue sucediendo a lo largo del siglo XI, y se protegen con rodelas, se presume que de madera recubierta por tela pintada con motivos radiales, mientras arrojan proyectiles –jabalinas, piedras, flechas– para repeler el ataque. Detalle de una de las miniaturas del Beato de Osma, redactado e iluminado en el año 1086. En ella se representa la escena de la victoria del Cordero sobre la Bestia y los reyes la tierra, narrada en el libro de las Revelaciones: «Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia. Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la Bestia. Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles» (Apocalipsis, 17:12-18). Archivo Histórico Diocesano de la catedral de El Burgo de Osma (Soria). Iluminación del Beato de Las Huelgas, elaborado en el año 1220 por encargo, probablemente, de Sancha García, abadesa del monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas (Burgos). En esta imagen se representa el asedio de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor, una escena común a muchos beatos. En la panoplia de los combatientes se conjugan elementos propios de la Europa cristiana, como la monta con las piernas desplegadas por caballeros protegidos por lorigas de malla, con otros particulares de la Península debido a la influencia andalusí, como son el empleo de escudos circulares adornados con borlas o de arcos compuestos. Morgan Pierpont Library, Nueva York.