EL CID
HISTORIA Y MITO DE
UN SEÑOR DE LA GUERRA
EL CID
HISTORIA Y MITO DE
UN SEÑOR DE LA GUERRA
David Porrinas González
Prólogo de Francisco García Fitz
CUARTA EDICIÓN
El Cid
Porrinas, David
El Cid / Porrinas, David
Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2020. – 432 p., 8 de lám. : il. ; 23,5 cm – (Historia Medieval) – 4.ª
ed.
ISBN: 978-84-121053-7-7
94(460).02
355.422 321.17
EL CID
Historia y mito de un señor de la guerra
David Porrinas
© de esta edición:
El Cid
Desperta Ferro Ediciones SLNE
Paseo del Prado, 12 - 1.º derecha
28014 Madrid
www.despertaferro-ediciones.com
ISBN: 978-84-121053-7-7
Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández
Documentación: Alberto Pérez Rubio
Cartografía: © Desperta Ferro Ediciones / Carlos de la Rocha
Ilustraciones: Todas las imágenes son de dominio público, excepto página 4 del pliego a color © Eduardo
Kavanagh; y páginas 61, 147, 164, 219, 262 y 274 © Inés Monteira.
Coordinación editorial: Mónica Santos del Hierro
Producción del ebook: booqlab.com
Primera edición: diciembre 2019
Segunda edición: enero 2020
Tercera edición: enero 2020
Cuarta edición: febrero 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo
puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a
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Todos los derechos reservados © 2020 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la
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y/o
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esta
obra
por
cualquier
medio
o
procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones
establecidas en las leyes.
A Diego, Laura y Ana,
por quererme así.
Índice
Agradecimientos
Prólogo
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
El siglo XI: el siglo del Cid
Los primeros años de Rodrigo Díaz
El primer destierro, comandante mercenario al servicio de Zaragoza
Protector y gobernante virtual de Valencia
Señor de la guerra independiente en torno a Valencia
La conquista de Valencia
Hacia la consolidación de un principado
El Cid después de Rodrigo el Campeador: la imagen mutante de
un mito viviente
Anexo: Fuentes para el estudio del Cid histórico
Bibliografía
Agradecimientos
L
a elaboración de este libro no hubiera sido posible sin la ayuda que he
recibido de compañeros, amigos y familiares. Por tanto, es de justicia
exponer, aun de manera breve, esas deudas contraídas. Debo agradecer, en
primer lugar, a mi maestro, el profesor Francisco García Fitz, por introducirme
en el estudio del Cid en el año de 1999, ya un tanto lejano. Le doy las gracias
por todos estos años de magisterio y amistad y por haber accedido a escribir el
prólogo.
Mi más sincera gratitud al grupo humano y profesional de la editorial
Desperta Ferro Ediciones. A ellos les debo la oportunidad brindada, su ilusión
y dedicación constantes y el magnífico aparato crítico que ilustra las páginas de
esta obra. Gracias a Carlos de la Rocha por sus fantásticos mapas, a Mónica
Santos
por
Agradecido,
la
revisión
de
igualmente,
estilo,
al
resto
índices,
de
bibliografía
trabajadores
de
y
la
otras
tareas
editorial,
varias.
que
han
dedicado parte de su tiempo a mejorar mi trabajo. Quisiera destacar de manera
especial a Alberto Pérez Rubio y agradecer su confianza, entusiasmo y esfuerzo
continuos, su ilusión y cariño.
No
proyecto
puedo
de
dejar
de
investigación
mencionar
Violencia
aquí
a
religiosa
guerra, discurso apologético y relato historiográ
mis
en
compañeros
la
Edad
y
amigos
Media
co (ss. X-XV), n.º
del
peninsular:
HAR2016-
74968-P, del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y
Técnica de Excelencia. Subprograma Estatal de Generación de Conocimiento
de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación.
Agradecimientos especiales para los profesores Carlos de Ayala Martínez y
J. Santiago Palacios Ontalva, de la Universidad Autónoma de Madrid, por
darme la oportunidad de seguir investigando acerca del Cid Campeador y
compartir resultados con los miembros de este y otros proyectos en los que me
integraron.
Gracias a Óscar Martín, Alberto Montaner Frutos y Alfonso Boix Jovani,
pozos
de
sabiduría
cidiana,
por
haber
tenido
a
bien
despejarme
dudas,
responderme correos y por su afecto en la distancia. A Inés Monteira Arias y a
Cristina Párbole Martín por las imágenes románicas que me regalaron.
Huelga decir que ninguno de los hasta aquí mencionados es responsable
de
posibles
errores
que
puedan
hallar
en
estas
páginas,
ya
que
esa
responsabilidad recae, únicamente, en quien escribe.
Agradecido igualmente a mis amigos y compañeros del Área de Ciencias
Sociales,
Departamento
de
Didáctica
de
las
Ciencias
Sociales,
Lengua
y
Literatura de la Universidad de Extremadura, sobre todo a Juan Luis de la
Montaña Conchiña y a Francisco Rodríguez Jiménez, por su aliento, amistad y
por los buenos momentos vividos. A mis alumnas y alumnos de la facultad por
darme la oportunidad de seguir aprendiendo. A los lectores, por acercarse a
estas páginas.
Gracias también a mis familiares por su ánimo y aprecio. A mis padres y a
mis hermanos, a mis suegros y cuñados. Debo agradecer de manera especial a
mis hijos y a mi mujer su estímulo continuo, su amor incondicional y el haber
soportado, comprendido y respetado mis «destierros» ante el ordenador. A
estos últimos, a Diego, Laura y Ana, va dedicado este libro.
Prólogo
«Si fuiste o consentiste en la muerte de tu hermano». El redactor de las líneas
que sirven de prólogo a la historia que el lector tiene entre sus manos no ha
podido
olvidar,
a
pesar
de
los
muchos
años
transcurridos,
aquel
romance
cidiano que hubo de aprender de memoria en la escuela:
En Santa Águeda de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
le tomaban jura a Alfonso,
por la muerte de su hermano.
Tomábasela el buen Cid,
ese buen Cid castellano
La contundencia de aquellas frases, reforzadas, a su vez, por la grandeza
del héroe que perfila y exalta el Cantar de mio Cid, condicionó durante décadas
la imagen que de Rodrigo Díaz tuvo este prologuista. Tardó mucho tiempo en
descubrir que el héroe no era el personaje histórico y que nunca hubo juras en
Santa Gadea.
Seguramente, no es una cuestión personal, ni siquiera generacional: la
fortaleza de la leyenda y del mito se impusieron, desde poco tiempo después de
la muerte de Rodrigo, sobre los rasgos y las actuaciones del personaje histórico.
Revertir esta realidad tal vez sea una obligación del historiador, que dispone de
algunas
armas,
pero
no
muchas,
para
hacerlo.
Ciertamente,
hay
fuentes
fidedignas, como la Historia Roderici o los relatos de Ibn Alqama, y centenares
de estudios que permiten crear el contexto en el que se desarrolló su vida, pero
las zonas de penumbra siguen siendo amplísimas.
Conociendo estas limitaciones, David Porrinas se ha propuesto aportar su
propio esfuerzo a los de quienes le han precedido en este auténtico reto: aquí el
lector no encontrará al héroe del
Cantar
, ni a un personaje de ficción, ni a un
símbolo nacional. Se topará, por el contrario, con un ser de carne y hueso, con
un producto social de su propio tiempo y coyuntura.
Pero, al mismo tiempo, el lector tendrá la oportunidad de conocer, en
cada
momento,
las
incertidumbres
y
límites
que
rodean
al
trabajo
del
historiador y, con ello, las del conocimiento histórico que es capaz de generar:
una y otra vez leerá en este libro que las interpretaciones acerca de tal o cual
hecho
son
contradictorias,
que
no
sabemos,
que
desconocemos,
que
no
estamos seguros, que esta o aquella noticia solo está recogida en fuentes tardías
y
poco
fiables.
Son
las
arenas
movedizas
por
las
que
transcurre
una
investigación honesta: se hacen preguntas que no tienen respuestas o que, de
tenerlas, son extremadamente prudentes y advirtiendo siempre al lector de las
insuficiencias de nuestras fuentes y de los límites del conocimiento histórico en
torno a la figura del Cid.
No
obstante,
el
resultado
no
defrauda,
al
menos
para
quien
esté
interesado en la historia: hasta donde se puede reconstruir, se ofrece la biografía
y el perfil social de un hombre y del grupo de guerreros que lo acompañaban
en las fronteras de un mundo en expansión, el occidental, pero en el marco
específico y fascinante del siglo XI ibérico, un panorama en ebullición en el
que intervienen núcleos políticos del norte en plena fase de crecimiento, un alÁndalus fragmentado y enfrentado en reinos de taifas y un imperio bereber
dispuesto a detener a los primeros y a unificar a los segundos.
El magma político resultante es un escenario marcado por la violencia en
el que, de una parte, la confrontación armada y, de otra, la relación política
entre los protagonistas, que muchas veces no es sino la consecuencia de una
extorsión militar que se concreta en la exigencia de parias, determinan las
formas de actuación de todos.
Es en este contexto, en unas fronteras tan violentas como fluctuantes,
donde
personajes
como
el
Cid
encuentran
un
nicho
propicio
para
su
desarrollo: guerreros capaces de conformar y liderar su propia mesnada, que
actúan ya al servicio de unos y de otros, cristianos o musulmanes, según la
coyuntura o la conveniencia, ya por cuenta propia o en persecución de sus
intereses particulares.
El autor nos desgrana, a lo largo de los capítulos, los principales jalones de
su biografía, desde sus orígenes familiares y su infancia o adolescencia hasta el
momento
culmen
consolida
en
de
Valencia,
su
trayectoria
convertida
militar
en
un
y
política,
señorío
cuando
personal.
entra
Entre
y
se
aquellos
primeros remotos momentos burgaleses de su vida y sus últimas vicisitudes
levantinas se van sucediendo éxitos y fracasos, exilios, frustraciones y victorias:
sus primeras acciones de armas junto con Sancho II de Castilla en las batallas
de Llantada y Golpejera o en el asedio de Zamora; los servicios prestados a
Alfonso VI como cobrador de parias en la taifa de Sevilla y el consiguiente
enfrentamiento campal con el conde García Ordóñez en Cabra; el primer
destierro en Zaragoza, donde actuaría con eficiencia como mercenario del rey
de aquella taifa, aprendiendo los complicados entresijos políticos de la frontera
del Ebro, enfrentándose al gobernante musulmán de Lérida y derrotando al rey
de Aragón y al conde de Barcelona en Almenar y en Morella; testigo distante
de la conquista de Toledo, de la llegada de los almorávides y de la derrota
castellana en Zalaqa; «protector» de la taifa valenciana en nombre de Alfonso
VI, teniendo entonces la oportunidad de conocer de primera mano la realidad
levantina y de comprender las posibilidades de actuación política y militar que
se le abrían en aquella zona para comenzar a desarrollar su propio papel como
señor de la frontera, como autónomo señor de la guerra; la frustrada campaña
de Aledo, la ira regia y el segundo destierro en tierras valencianas, convertidas
ahora de manera definitiva no solo en el sustento de su mesnada –a través de la
extorsión, el botín y las parias–, sino también en su gran objetivo político y
militar, para lo cual hubo de enfrentarse al resto de los actores con intereses en
la zona, desde Castilla a Zaragoza o Lérida, a cuyo servicio estaba el conde de
Barcelona, que, otra vez, fue derrotado por el Cid en el pinar de Tévar; el
asedio y conquista de la ciudad de Valencia y su posterior defensa frente a la
presión almorávide, a los que derrotó en Cuarte y en Bairén.
Sus acciones son tantas y tan significadas que, además de crear un mito
que acabó devorando al personaje histórico, ha dado material suficiente a
novelistas,
cineastas,
pintores
o
propagandistas
para
la
elaboración
de
sus
fácil
los
propias creaciones.
Por
ello,
es
necesario
insistir
en
que
no
lo
han
tenido
historiadores a la hora de discernir entre lo legendario o lo literario de la figura
que
fue
de
carne
intentándolo,
y
desde
hueso.
el
Toda
magno
una
esfuerzo
serie
de
de
investigadores
Menéndez
Pidal
ha
hasta
venido
los
más
recientes de Fletcher, Martínez Díez, Peña Pérez, Montaner Frutos, Boix Jovaní
o nosotros mismos. La lista es más larga, pero el autor de la obra que el lector
tiene
en
décadas,
sus
al
manos,
que
conocimiento
también
y
ha
contribuido,
contextualización
del
desde
Cid
hace
ya
histórico
casi
en
dos
otras
publicaciones académicas, nos ofrece un relato sintético, accesible a un público
amplio, pero no por ello menos académicamente riguroso.
Francisco García Fitz
Catedrático de Historia Medieval
Universidad de Extremadura
Introducción
E
l libro que tienen en sus manos es el producto de casi veinte años de
trabajo, de estudio, reflexión, de horas dedicadas a conocer y desentrañar a
Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. Esa tarea, a veces ingrata, otras gratificante,
me ha hecho comprender que nunca estará todo dicho acerca de este fascinante
personaje de la historia de España, de Europa e incluso del mundo.
Desde su misma existencia han discurrido, y siguen fluyendo, caudalosos
ríos de tinta, imágenes, discursos en torno a él. Nunca estará cerrado, nunca
amortizado, porque cada época, cada momento y cada acercamiento seguirá
contemplándolo con nuevos y distintos ojos. Por ello, debo confesar que estoy
absolutamente convencido de que este no va a ser el último libro que se escriba
de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. De hecho, no sería ni conveniente ni
deseable, porque un personaje de tal potencia debe seguir siendo estudiado y
analizado, indagado y comprendido, desde todas las ópticas posibles, desde
todas las inquietudes y sensibilidades que pueda haber. Esta obra es producto
de
una
más
de
esas
múltiples
sensibilidades
que
han
contemplado
a
un
protagonista de una parte de la amplia historia de España, europea y mundial.
Una más. Y, por tanto, no pretende para nada ser exclusiva ni hegemónica, sino
tan
solo
una
más,
la
de
un
autor
que
ha
gozado
estudiando
lo
que
ha
terminado por convertirse en una pasión.
Porque
Rodrigo
Díaz,
el
Cid
Campeador,
tiene
un
magnetismo
que
atrapa, un «algo» que seduce. Si así no fuese, no se habrían producido tantos
«cides» diferentes desde, prácticamente, el fin de su existencia física hasta hoy.
Pocos personajes históricos han generado tantas y tan dispares opiniones y
versiones,
tantas
representaciones,
debates
y
polémicas,
admiraciones
y
aversiones, manipulaciones y malentendidos. Y, si eso es así, me he preguntado
siempre, es por algo aunque, he de confesar, aún no he conseguido dar con la
respuesta, y puede que nunca lo logre. Porque hay fenómenos que, simple y
llanamente, son imposibles de comprender y mucho menos de explicar.
El
libro
que
aquí
se
presenta
nace
del
estudio
de
la
guerra
y
de
la
caballería en los siglos centrales de la Edad Media castellana y leonesa, temática
que
analicé
en
mi
tesis
doctoral.
Mientras
elaboraba
esa
investigación,
prolongada y un tanto ardua, estudiaba también al Cid desde el punto de vista
académico, con el oficio y la metodología del historiador. De hecho, mis
primeras publicaciones y participaciones en congresos científicos versaron en
torno a la temática cidiana, muy vinculada a esas otras materias más amplias en
las que me encontraba trabajando. Ni que decir tiene que Rodrigo Díaz, el Cid
Campeador, aportó mucha luz a ese trabajo más extenso.
Es
por
ello
que
esta
obra
presta
una
atención
especial
a
todo
lo
relacionado con el mundo de la guerra y la caballería que envolvió a Rodrigo
Díaz. Porque el Cid que ustedes van a encontrar en las páginas siguientes es, en
primer lugar, un guerrero, comandante de tropas al tiempo que combatiente,
personaje
histórico
fundamentalmente,
de
a
la
la
segunda
actividad
mitad
bélica,
del
excepcional
siglo
y
XI
dedicado,
original
en
varios
sentidos, pero, en el fondo, hijo de su propio tiempo. A presentar ese escenario
de finales del complejo y convulso siglo XI está dedicado el primer capítulo.
Porque Rodrigo Díaz no puede entenderse sin que se le sitúe en el marco de la
península ibérica, la Europa y el Mediterráneo de ese momento. Un punto de
inflexión para la historia europea de la segunda mitad del siglo XI que generó
otros
individuos
caballeros
que
normandos
guardan
similitudes
aventureros
que
con
Rodrigo
conquistaron
Díaz,
en
especial
territorios
que
transformaron en señoríos en el sur de la península itálica y Sicilia. Rodrigo
Díaz es un producto de la
tna,
la guerra civil surgida tras la disolución del
califato de Córdoba y su fragmentación en múltiples reinos de taifas. Solo en
ese contexto convulso de violencia y confusión es donde un oportunista como
él podía desarrollarse y lograr el éxito. Aquel mundo fragmentado y enfrentado
era terreno abonado para un aventurero, un señor de la guerra que supo
moverse
con
habilidad
en
las
fronteras,
entonces
difusas,
entre
islam
y
cristiandad.
Es muy poco lo que sabemos de sus primeros años de vida, de su infancia
y adolescencia. Los pocos restos que de esas etapas vitales nos han llegado
pueden ayudarnos a componer un cuadro un tanto impresionista y borroso que
va adquiriendo definición y colorido a medida que los años avanzan. A esos
años juveniles dedicamos el segundo capítulo del libro, para adentrarnos, en el
siguiente, en los de su primer destierro, aquellos que le permitieron integrarse
de pleno en la realidad islámica de un reino de taifas.
No puede entenderse la evolución posterior de Rodrigo Díaz sin ese
tiempo de servicio militar y diplomático a los príncipes de Zaragoza, periodo
en el que tuvo la ocasión de articular, entrenar y comandar a un ejército
híbrido de cristianos y musulmanes. Un tipo de hueste combinada que se
convirtió desde entonces en el principal soporte de Rodrigo Díaz, en el resorte
esencial
primera
de
su
mano
participar,
de
poder.
las
Aquellos
complejas
alguna
forma,
años
formativos
interioridades
en
su
le
de
gobierno,
permitieron
un
reino
como
conocer
taifa
así
responsable
de
como
de
la
organización militar en aquel principado. Tras los años de exilio retorna a
Castilla durante un breve lapso, porque es en su tierra de origen, precisamente,
donde Rodrigo Díaz pasó menos tiempo a lo largo de su vida. El perdón del
rey lo llevó a Valencia, a actuar allí como un agente del emperador Alfonso VI,
árbitro en las relaciones políticas en la Península de aquel tiempo, articulador
de un orden basado en la extorsión, la fuerza militar y el cobro de parias.
Rodrigo
practicó,
a
pequeña
escala,
ese
modelo
de
dominio
basado
en
la
presión bélica y en el drenaje de dinero hacia sus arcas.
A
esas
cuestiones,
siguiendo
la
lógica
secuencia
temporal
de
acontecimientos, se dedica el cuarto capítulo, para encontrar a Rodrigo de
nuevo desterrado en el siguiente. En él descubriremos a un Campeador tan
hibridado
como
independiente
la
que
hueste
aglutina
que
las
comandaba,
nociones
a
un
políticas,
señor
de
jurídicas,
la
guerra
económicas,
diplomáticas y militares de los dos mundos en los que había habitado, el
cristiano
y
el
musulmán.
Durante
ese
periodo,
centró
sus
energías
en
el
dominio de Valencia y, para conseguirlo, se enfrentó, de nuevo, a enemigos
cristianos y musulmanes y neutralizó a adversarios de distinta naturaleza, lo
que le permitió ampliar y consolidar un señorío virtual en torno a la ciudad del
Turia,
cuyo
control
vio
seriamente
comprometido
por
la
irrupción
de
los
almorávides en la región. A partir de ese hecho, Rodrigo inició una fase de
intenso hostigamiento a la capital de la taifa valenciana sin más recursos que los
que
él
mismo
pudo
conseguir,
por
lo
que
se
vio
obligado,
en
numerosas
ocasiones, a la improvisación, a una continua reinvención y readaptación a
circunstancias cambiantes. Porque el avance almorávide modificó y alteró un
statu quo peninsular que Alfonso VI había implantado durante años en la
Península y Rodrigo Díaz en la taifa de Valencia. Esa coyuntura de cambios en
las relaciones entre cristianos y musulmanes coincidió con los años más activos
e intensos del Campeador.
En el capítulo sexto, Rodrigo se entrega a la tarea de conquistar Valencia,
para lo que se valió de todas las armas, físicas y psicológicas, que tuvo a su
alcance o que él mismo supo concebir. Ese prolongado y complejo asedio,
algunos de cuyos detalles conocemos gracias a un cronista musulmán que vivió
en
aquellos
días,
colocó
al
guerrero
castellano
ante
distintos
retos,
ante
diferentes exigencias. Y es que pocos asedios del periodo fueron tan narrados de
manera tan detallada como al que sometió a la ciudad del Turia Rodrigo Díaz,
en el que se dieron distintas fases, así como diferentes grados de intensidad y
presión
militar,
donde
los
ataques
directos
se
alternaron
con
la
impermeabilización total a los sitiados, la transformación de algunos arrabales
en mercados prósperos, el empleo de la insurgencia y la contrainsurgencia, del
terror y la brutalidad y la negociación y los pactos. Gracias a la combinación de
distintas
tácticas,
que
configuraron
una
estrategia
global
cidiana,
Rodrigo
consiguió que la ciudad codiciada se le entregase en junio de 1094.
En el siguiente capítulo se estudia a un Rodrigo que no hizo otra cosa que
trabajar para consolidar su poder en la ciudad conquistada y eliminar cualquier
obstáculo que se interpusiera entre él y su objetivo. Comenzó una política
represiva encaminada a neutralizar posibles elementos insurgentes y ordenó la
ejecución del gobernante a quien se había comprometido a mantener en el
trono y proteger, desarmó a la población potencialmente peligrosa y aumentó
la
presión
fiscal
sobre
sus
gobernados.
Todo
ello,
lo
hizo
plegándose
y
adaptándose
a
las
estructuras
jurídicas,
económicas
y
tributarias
islámicas
preexistentes, gobernando más a la manera de un rey de taifas musulmán que
como un príncipe cristiano feudal. No podía ser de otra manera, pues el
Campeador carecía de los recursos demográficos necesarios para consolidar su
conquista y se vio obligado a amoldarse a un sistema que conocía bien por
haberlo ya explotado con anterioridad, mientras era protector de la ciudad en
nombre de Alfonso VI.
Con todo, nos encontramos ante el primer rey de taifas cristiano, ante el
primer señor cristiano que gobierna un señorío, salvo por meras cuestiones
externas,
como
pragmatismo
un
musulmán,
prosaico
y
una
lo
que
da
capacidad
muestra,
de
una
adaptación
vez
que
más,
de
un
siempre
le
caracterizaron. En el transcurso de esos primeros años de gobierno valenciano
no dejó de sentir la presión de unos almorávides que ya habían controlado la
mitad sur peninsular y cuyo líder supremo, Yúsuf ibn Tašufín, «Príncipe de los
Creyentes»,
había
marcado
la
recuperación
de
Valencia
como
uno
de
sus
objetivos prioritarios. La contención de los norteafricanos constituyó todo un
reto
para
el
nuevo
gobernante
de
Valencia,
una
tarea
a
la
que
tuvo
que
consagrar todas sus energías.
Pocos meses después de haber conquistado la ciudad, fue asediado con los
suyos y debió solucionar la situación como mejor sabía hacer, con muestras,
una
vez
más,
de
ingenio
militar,
valentía,
astucia
y
aprovechamiento
de
recursos tácticos y psicológicos. Logró estrechar alianzas con distintos poderes,
cristianos y musulmanes, que rodeaban a su principado, pues no se conformó
con lo ganado, sino que intentó ir más allá al hacerse con el control de otras
posiciones importantes que dieron cuerpo a ese señorío valenciano. Junto con
uno de esos aliados, el rey Pedro I de Aragón, se enfrentó, de nuevo, a los
almorávides en una gran batalla campal en la que consiguió, una vez más,
imponerse al enemigo.
Tres años después de la conquista recibió el mayor golpe que le propinó la
vida, la muerte de su único hijo varón, Diego Ruiz, el cual cayó en una batalla
contra los almorávides, un enemigo al que solo Rodrigo pudo derrotar en
campo abierto en el intervalo de unos veinte años. La desaparición de su
heredero condicionó las estrategias del Campeador, pues se vio obligado a dar
un
giro
a
su
orientación
política,
que
empezó,
desde
entonces,
una
cristianización del territorio conquistado que, hasta ese momento, había ido
aplazando. En esa nueva política cidiana, tendente, tal vez, a estrechar alianzas
con un papado que había iniciado las cruzadas, desempeñó un rol destacado el
obispo cluniacense Jerónimo de Perigord.
Tan solo un año después de convertir la mezquita de Valencia en catedral,
y de haber llevado a cabo su última conquista, la de Murviedro (Sagunto),
Rodrigo falleció en Valencia por causas naturales, o quizá por el agotamiento
que había provocado una vida errante consagrada al ejercicio de la guerra, en la
que había sido herido de gravedad, al menos, en dos ocasiones. Jimena fue,
desde
entonces,
la
encargada
de
preservar
el
principado
de
Valencia,
pero
estaba demasiado sola en tal empresa y solo resistió tres años durante los cuales
hizo todo cuanto estuvo en sus manos para, al menos, trazar caminos que
llevaran en el futuro a los suyos a la recuperación de lo que se perdió sin
remedio.
En julio de 1099, Rodrigo Díaz, el hombre, murió en Valencia. Aunque
muy poco tiempo después nació el mito de Mio Cid Campeador, que inició,
desde entonces, un proceso complejo y apasionante, el de la transformación
continua del hombre en leyenda, el de la eterna reinterpretación de un mito
vigente. Y es que apenas cincuenta años después de su muerte aparecieron las
primeras referencias a un «Mio Cid» que cuajó, décadas más tarde, en la obra
cumbre de la literatura medieval castellana, el Cantar de mio Cid. Juglares,
trovadores y cronistas no hicieron sino dar forma a una leyenda mutante, de tal
manera
que,
a
partir
de
entonces,
cada
siglo
contó
con
su
propio
Cid
Campeador, cada época alumbró a un nuevo héroe, reflejo de las inquietudes y
visiones de cada momento.
A ese proceso de transformación continua, reinterpretación y mutación
que empezó en el siglo XII y que se prolongó hasta la actualidad, se consagra el
último capítulo de este libro. En él, el lector podrá conocer a muchos cides
distintos, al de la épica y la juventud deformada, al de la leyenda y el romance,
a un cid caballeresco y teatral, a un personaje satirizado, o contemplado como
torero, al referente de las esencias patrias, al de la gran pantalla, el de los libros
de
texto,
panfletos,
poemas,
novelas,
dibujos
animados,
incluso
algún
videojuego… Amado y odiado, sublimado y condenado, admirado y criticado,
distorsionado por unos y otros, el Cid ha suscitado amores y odios, debates,
polémicas y un amplio abanico de visiones literarias, artísticas y las generadas
por la denominada cultura popular, que siguen manifestándose en nuestra más
inmediata actualidad. Y es que Rodrigo, el Cid Campeador, aún hoy sigue
siendo un personaje que atrae, que genera interés, como demuestra el éxito
editorial
de
la
novela
de
Arturo
Pérez-Reverte
basada
en
su
figura,
o
la
expectación que ha generado el rodaje de una serie que se estrenará con la
nueva década en una poderosa plataforma audiovisual.
Mas ¿a qué se debe tanto interés secular y actual en el guerrero de Vivar?
Tal vez sea, en parte, por la propia trayectoria vital del hombre de carne y
hueso, al líder militar y caballero despojado de vestimentas legendarias, al señor
de la guerra de la segunda mitad del siglo XI. Pues fue el propio Rodrigo Díaz,
conocido en vida como
Campeador
, no sabemos si también como
Sidi
, quien
sentó las bases para transformarse en leyenda y mito. En este libro hemos
pretendido penetrar en esa existencia histórica y analizar el recorrido vital de
un combatiente y señor de la guerra que, en varios sentidos, se nos muestra
como alguien excepcional que aglutina una serie de interesantes cualidades y
características
que
lo
llevaron
a
alcanzar
el
éxito
en
su
tiempo
y
en
los
venideros. Hasta ahora, no se había abordado el estudio sistemático de la
vertiente
militar
de
Rodrigo
Díaz,
salvo
en
trabajos
más
breves
como
el
publicado por Francisco García Fitz1 y en otros desarrollados por quien aquí
escribe.2
A la luz de las fuentes históricas disponibles, algunas de ellas, las más
importantes, brevemente comentadas en el anexo del libro, descubrimos en
Rodrigo Díaz una serie de características en las que merece la pena detenerse. A
lo largo de las siguientes páginas se valorarán en sus diferentes contextos, pero
no está de más reseñarlas en esta introducción, aunque sea de forma sucinta y
esquemática, ya que una de esas cualidades, esencial para entender al personaje
histórico, es la gran capacidad de aprendizaje y adaptación que mostró a lo
largo de su vida. Rodrigo Díaz supo aglutinar las virtudes de los dos mundos
en los que se vivió, el cristiano feudal y el islámico tributario. Gracias a ello,
supo
convertirse
en
una
especie
de
híbrido
militar
y
político
que
pudo
desenvolverse en contextos cristianos y musulmanes y moverse como pez en el
agua en el mundo fronterizo en el que habitó. En el discurrir de las páginas que
siguen podremos hacernos una idea de esa capacidad camaleónica y adaptativa
del guerrero burgalés, una cualidad que le permitió adaptarse a circunstancias
cambiantes y adversas.
Otra de las claves del éxito del Campeador, relacionada con la anterior,
fue su pericia para articular una hueste híbrida de cristianos y musulmanes, la
organización y mantenimiento de un ejército permanente y profesional en un
momento en el que no existían aún los ejércitos permanentes y profesionales.
La base de su fuerza, el principal resorte de su poder y una de las claves de su
éxito fue, precisamente, ese contingente combinado, el mestizaje de efectivos,
tácticas, combatientes y tradiciones guerreras cristianas e islámicas. A partir de
una pequeña mesnada de caballeros cristianos bien armados y disciplinados,
leales a su líder y solidarios entre sí, Rodrigo construyó un núcleo combativo
cohesionado al que se fueron sumando otros cuerpos militares que dotaron de
masa y músculo a ese cerebro central.
Rodrigo Díaz logró esa cohesión de tropas gracias a otra de sus cualidades
fundamentales: la implicación personal en los combates. Y es que, si un líder
pretende la adhesión, implicación y lealtad de los suyos, no hay nada como
predicar con el ejemplo y, en ese sentido, el Campeador es paradigmático.
Tenemos
pruebas
suficientes
como
para
contemplar
en
Rodrigo
a
un
comandante modélico y a un combatiente esforzado que sufría los mismos
padecimientos, las mismas penalidades que los hombres a quienes comandaba,
pues participaba en persona en cabalgadas, asedios, escaramuzas y batallas.
Rodrigo
sufrió
como
cualquiera
de
sus
hombres,
soportó
con
ellos
las
inclemencias meteorológicas, las largas marchas a caballo, la vida castrense en
campamentos y fortalezas medio derruidas, en bosques y quebradas. Sangraba
y se afligía, como muestran las dos ocasiones en las que fue herido de gravedad
por
sus
enemigos.
Esa
implicación
personal
y
capacidad
de
resignación
reforzaron la cohesión de unas tropas que actuaron como un solo hombre.
El
continuo
deambular
de
un
lado
para
otro
permitió
a
Rodrigo
convertirse en un experto conocedor del terreno, de la topografía y de las
ventajas que de ello podían derivarse en la guerra. No pueden entenderse
algunos de los éxitos militares que alcanzó sin ponderar dicha capacidad para
leer e interpretar desde la óptica bélica las distintas potencialidades que podía
ofrecer
el
terreno,
los
escenarios
de
guerra
y
el
combate.
Rodrigo
Díaz
consiguió convertir algo tan básico como la topografía en un potente recurso
militar más. Porque otra de las características que nos permiten definir al
Campeador es su inteligente y óptimo aprovechamiento de distintos recursos
militares, físicos y psicológicos, a su alcance.
Hemos
también
ido
por
la
apuntando
explotación
hasta
de
ahora
que
recursos
Rodrigo
psicológicos,
Díaz
que
se
caracterizó
tampoco
puede
entenderse sin ese empleo, a veces intenso, de la psicología humana, de la
propia
y
de
la
ajena.
Así
pues,
el
Cid
supo
utilizar
las
emociones
de
los
hombres y convertirlas en un arma más con la que combatir. A su propia
valentía personal, que inspiró y motivó a los suyos para el combate, hay que
sumar el inteligente uso del miedo para debilitar a sus adversarios. El miedo fue
un arma de la que Rodrigo se valió con intensidad durante el asedio a Valencia,
sobre todo durante sus fases finales, cuando mostró su faceta más extrema,
descarnada
y
brutal,
al
atemorizar
a
los
valencianos
mediante
torturas
y
ejecuciones de sus correligionarios, unas acciones que minaron su resistencia
psicológica y facilitaron la rendición final.
Rodrigo Díaz también se benefició, al menos en dos ocasiones, de un
arma psicológica como es propalar rumores. Gracias a ello, se alzó con el
triunfo
en
dos
significativas
batallas
campales,
dos
de
sus
victorias
más
importantes.
A todo ello debemos sumar el factor suerte, eso que los musulmanes
llaman
baraka,
que
complementó
sus
propias
destrezas
en
alguna
ocasión.
Suele decirse que la suerte acompaña a los valientes y tal vez el Campeador sea
una prueba de la validez de ese aserto.
Se han enumerado hasta aquí algunas de las claves que nos permiten
contemplar
a
un
Campeador
astuto,
meticuloso,
analítico,
valeroso
y
pragmático. Tales cualidades permiten entender cómo alcanzó los dos grandes
logros militares que terminaron por convertirlo en leyenda. Uno de ellos es la
conquista de Valencia, ya mencionada, una empresa ardua para un comandante
en sus circunstancias, pues el Rodrigo que conquistó Valencia no era rey ni un
gran señor, por lo que carecía de un territorio propio en el que abastecerse de
hombres, armas, pertrechos y víveres, de un lugar a sus espaldas en el que
encontrar refugio en la adversidad y recursos en la necesidad. Lo más parecido
que tuvo a una retaguardia fue el reino taifa de Zaragoza de forma coyuntural.
Todo lo demás tuvo que crearlo e improvisarlo él mismo. Hasta la fecha, solo
se había conquistado una gran ciudad islámica amurallada en la Península,
Toledo,
ganada
por
Alfonso
VI
tras
unos
siete
años
de
negociaciones,
extorsiones y presión política y militar. La ciudad del Tajo había sido tomada
nueve años antes por Alfonso VI, emperador, el señor más poderoso de la
península ibérica, dueño de un vasto territorio y una red de solidaridades
nobiliarias y concejos de frontera. Rodrigo Diaz expugnó Valencia en algo
menos de dos años, sin más recursos que su propio ejército y ciertas ayudas del
rey de Zaragoza. Alfonso VI no tuvo quien le disputara la conquista de Toledo,
mientras
que
Rodrigo
tuvo
que
enfrentarse
a
Berenguer
Ramón
II
de
Barcelona, a los almorávides y al mismo emperador cristiano. Por todo ello, la
toma de Valencia constituye el mayor éxito del Cid.
El otro gran logro alcanzado por el Campeador fue el hecho de resultar
victorioso en varias batallas campales, en un tiempo en el que esa operación
militar se eludía, se evitaba en la medida de lo posible por su peligrosidad,
riesgo
e
incertidumbre.
medievales
involucrado
nunca
en
Eminentes
participaron
dos,
Zalaqa
y
en
líderes
ellas.
militares
Alfonso
Consuegra,
y
en
VI,
y
por
ambas
conquistadores
ejemplo,
resultó
se
vio
derrotado.
Rodrigo Díaz comandó sus tropas en, al menos, seis batallas campales y en
todas ellas se alzó con la victoria. La mayoría de esos combates tuvo que
afrontarlos
en
desigualdad
de
condiciones,
al
enfrentarse
a
ejércitos
más
numerosos y, quizá, mejor armados que el suyo. Las cualidades aludidas y, en
alguna
ocasión
la
ayuda
de
ese
factor
suerte
mencionado,
permitieron
a
Rodrigo Díaz conseguir un éxito inédito en otros líderes militares medievales.
Esa
invencibilidad
en
la
batalla
constituyó
un
argumento
ampliamente
repetido en las mitificaciones posteriores.
En conclusión, la trayectoria vital de Rodrigo Diaz resulta fascinante, más
incluso que las apasionantes mitificaciones, por ello, merece ser estudiada y
presentada
al
público,
aun
siendo
consciente
de
que
quedan
aspectos
por
indagar, facetas en las que profundizar, asuntos por descubrir de esa vertiente
militar. Espero que el lector de estas páginas pueda conocer a un nuevo Cid, al
señor de la guerra que se convirtió en leyenda gracias, en buena medida, a esas
cualidades y éxitos bélicos que lo acompañaron en vida. Espero, igualmente,
que el lector de estas páginas disfrute con el resumen final de un proceso de
mitificación complejo, cambiante y atrayente.
Notas
1
2
Vid. García Fitz, F., 2000, 383-418.
Vid. Porrinas González, D., 2003b, 163-204; 2003, 223-242; 2005, 179-188; 2008,167-206;
2015b, 489-522; marzo 2017, 22-30; 2018, 109-133; 2019, 367-400; 28 de noviembre de
2018, [www.alandalusylahistoria.com]. También pueden encontrarse algunos análisis de esa
vertiente militar cidiana en Porrinas González, D., 2015, disponible en línea para consulta.
1
El siglo XI: el siglo del Cid
Talibus armis ornatus et equo,
–Paris uel Hector meliores illo
nunquam fuerunt in Troiano bello,
sunt neque modo–
[De tales armas y caballo ornado,
–ni Paris ni Héctor a éste superiores
en la guerra de Troya jamás fueron,
ni lo es hoy nadie–]*
P
ocos siglos han sido tan determinantes en la historia de Europa, y, por
ende, del mundo, como el siglo XI. Y es que, durante el periodo que
inaugura la centuria, el que se prolonga desde el año 1000 hasta el 1350, hoy
llamado Plena Edad Media o Edad Media central, fueron muchos los cambios
que experimentó ese ámbito que denominamos Europa. Un espacio que, en
cierta medida, se empezó a conformar como tal, o, al menos, en el que se
1
asentaron algunas primeras bases a lo largo de ese arco cronológico.
El siglo XI
es el punto de partida, el momento en el que se iniciaron algunas de las
significativas
mutaciones
que
determinaron,
más
adelante,
la
fisonomía
e
idiosincrasia europeas.
Algunos autores sostienen que, durante esa centuria, se asistió al despertar
de una cristiandad hasta entonces en repliegue, amenazada por pueblos no
cristianos como los musulmanes en el Mediterráneo, en la península ibérica, en
el sur de Italia, Sicilia y Anatolia; los pueblos nórdicos (vikingos) desde las
heladas tierras escandinavas y el Báltico; eslavos desde las riberas de ese mismo
mar
y
las
estepas
de
Polonia,
Lituania,
Estonia,
Livonia…;
o
magiares
y
búlgaros desde las llanuras de Europa central, etc.
En el territorio que hoy conocemos como Europa occidental se habían
venido formando reinos y principados que tenían en común –a grandes rasgos
y con peculiaridades regionales específicas– una organización política, social y
económica que se puede denominar «feudovasallática» o «feudal», o al menos
«prefeudal»,
en
la
que
tenían
una
destacada
importancia
2
dependencia interpersonal entre señores, vasallos y siervos,
las
relaciones
de
así como la práctica
de una religión común, el cristianismo, en cuya cabeza se situaba un papa
residente en Roma que vio incrementado tanto su poder como la influencia
ideológica,
política
y
mental
precisamente
a
lo
largo
de
este
siglo
XI.
La
situación del papado hasta ese momento, y durante la primera mitad de dicha
centuria, fue similar a la del resto de la Europa occidental: la de unos Estados
replegados y amenazados sobre todo por musulmanes. El siglo XI fue también,
así
pues,
el
del
comienzo
de
la
expansión
del
papado
y
de
sus
ideas
reformadoras y universalistas, hasta convertirse, en el transcurso de los últimos
cincuenta años del siglo, en una institución poderosa en lo ideológico, árbitro
en los asuntos políticos de los emperadores, reyes y príncipes territoriales, con
capacidad para quitar legitimidad a reinos, principados o señoríos antiguos o
nuevos. La manifestación más espectacular de esa política papal expansiva la
constituyó la primera cruzada, un complejo y multifacético movimiento que
concluyó con el resonante éxito de la conquista de Jerusalén en julio de 1099, a
pocos
días
de
la
muerte
del
protagonista
de
este
libro,
Rodrigo
Díaz,
el
3
Campeador, acaecida en Valencia el 10 de julio de aquel año.
Determinados
autores
se
han
referido
al
siglo
XI
como
«siglo
de
las
cruzadas». Sin embargo, en sus décadas no se asiste sino al nacimiento y
primera materialización de ese fenómeno cruzado, como idea y como práctica,
y son las centurias posteriores, en especial los siglos XII y XIII, los verdaderos
«siglos de las cruzadas», por la extensión e intensidad en el desarrollo de ese
4
fenómeno militar, político, religioso, económico y cultural.
Más que de «siglo
de las cruzadas», tal vez debamos hablar de siglo del inicio de la expansión
occidental, ya que, en ese intervalo, las fronteras de la Europa cristiana y feudal
comenzaron a dilatarse. Europa se amplía contra enemigos de distinta religión
que hemos mencionado más arriba. Las cruzadas, o más exactamente una
«primera cruzada» que dio inicio al fenómeno cruzado, no fueron sino una
manifestación más de ese «despertar de Europa» o «triunfo de la cristiandad»
que
se
plasmó
en
otros
escenarios
«europeos»
como
los
5
enunciados.
Esa
Europa en expansión, en especial a partir de mediados del siglo XI, es el
mundo en el que surgió y se desarrolló la figura del Cid, de la que resulta
complicado entender su trayectoria y significación sin tener en cuenta algunos
aspectos generales.
EL CRECIMIENTO ECONÓMICO Y
DEMOGRÁFICO
Europa occidental asistió durante el siglo XI a un crecimiento económico y
demográfico
que
tuvo
sus
orígenes
a
mediados
de
la
anterior
centuria,
aproximadamente. No está demasiado claro si el incremento de la población
trajo como resultado una mejora generalizada de las técnicas agrícolas o si fue
al contrario. Lo cierto es que se empezó a optimizar el aprovechamiento de la
tierra,
gracias
a
la
implementación
del
sistema
de
rotación
trienal,
que
reemplazaba al modelo de rotación bienal, menos eficiente, y en el que las
leguminosas
se
convirtieron
en
un
cultivo
relevante
para
la
dieta
y
la
oxigenación del suelo. De ese modo, se amplió el número de cosechas anuales y
se mejoró la alimentación de las personas. Esta nueva agricultura se sirvió de
innovaciones como el arado de vertedera, en sustitución del arado romano,
más efectivo para la roturación de las tierras más pesadas y húmedas de las
regiones de la Europa septentrional y central.
A partir de ese momento, y gracias al sistema de tiro basado en la collera
acolchada, el caballo se convirtió en animal de labranza en distintos puntos de
Europa occidental y consiguió, por su potencia, un mejor aprovechamiento
con respecto al obtenido a partir del empleo tradicional de asnos y bueyes. La
solidez animal fue reemplazando cada vez más a la humana y, a su vez, se
produjo una mayor eficiencia energética con el desarrollo de molinos de agua,
que vinieron a sustituir a la fuerza de la sangre y a los músculos humano y
animal
como
elemento
motriz
para
actividades
principales
como
son
la
6
molienda, el prensado y el abatanado.
Pero, a pesar de esas innovaciones, las hambrunas persistieron y se dieron
algunas especialmente graves. Se estima que durante el siglo XI hubo incluso
más episodios que en el X. No obstante esos sucesos críticos, el crecimiento
demográfico y económico se fue retroalimentando a lo largo del siglo XI, al
tiempo que aumentaron las superficies de cultivo gracias a nuevas roturaciones,
por lo que creció el rendimiento de las tierras y, con ello, los excedentes. Ello
estimuló las relaciones comerciales, la producción artesanal, la monetización de
la economía y el crecimiento urbano. La población se convirtió en el recurso
económico principal de grupos sociales dominantes como la aristocracia y el
alto clero. Y es que, a mayor cantidad de tierras y de hombres que las hicieran
productivas,
mayor
era
la
capacidad
para
mantener,
armar
e
incrementar
ejércitos de caballeros, así como para financiar la construcción de castillos de
piedra.
Elementos
que,
a
partir
de
entonces,
se
convirtieron
en
referentes
efectivos, sociológicos y simbólicos, es decir, en seña de identidad medieval.
GUERRA, CASTILLOS Y CABALLEROS
Caballeros y castillos fueron, desde entonces y más que nunca antes, uno de los
resortes e instrumentos esenciales del poder que ostentaron, y en ocasiones
detentaron, reyes, príncipes territoriales, altos cargos eclesiásticos y señores
laicos.
Los
caballeros,
además,
constituyeron
un
poder
en
sí
mismos,
una
potencia necesaria para llevar a cabo la expansión territorial de la que Europa y
el Mediterráneo fueron testigo desde el siglo XI en adelante. La guerra, donde
señores,
7
poder,
caballeros
y
castillos
resultaron
imprescindibles
en
el
ejercicio
del
fue una realidad ubicua en la Edad Media en general y en el siglo XI en
particular. La actividad guerrera, basada en caballeros y castillos, resultó una
clave de bóveda para entender la trayectoria y significación de Rodrigo Díaz,
precisamente la realidad donde debemos centrar nuestro análisis y atención.
Mas quizá convenga esbozar unas primeras pinceladas acerca de la naturaleza
de
la
guerra
en
la
Edad
Media,
unas
ideas
previas
y
resumidas
que
desarrollaremos más adelante, cuando sea necesario explicar distintos aspectos
relacionados con el Campeador.
El siglo XI fue también revolucionario en la evolución de las formas de
hacer la guerra. Fue a partir de ese momento cuando la caballería se convirtió
en elemento determinante y dominante en los campos de batalla. Tal cosa fue
así, entre otros motivos, gracias al desarrollo de una nueva táctica guerrera: la
carga de caballería. Un procedimiento novedoso, basado en el lanzamiento de
escuadrones a caballo lanza en ristre, que se fundamentaba en la conjunción de
varios caballeros alineados que atacaban con la «lanza tendida». Ello fue posible
por la generalización del uso del estribo y por las mejoras en la silla de montar,
que permitieron al jinete un mayor afianzamiento en su montura.
Figura 1: El conocido como casco de Olmutz es uno de los escasos ejemplares de este tipo de cascos del
siglo XI que se han conservado. Es de hierro y forjado en una sola pieza. Kunsthistorisches Museum,
Viena (Austria).
Loriga de cota de malla, siglo XI. La cota de malla proporcionaba una protección efectiva contra los
cortes, pero había de vestirse sobre una prenda acolchada –gambesón– que amortiguase las contusiones y
evitase que, con el golpe, las anillas de la malla se clavasen en el cuerpo. Kunsthistorisches Museum,
Viena (Austria).
Escena del Cantar de Roldán representada en la catedral de Angulema (Francia), en la que el arzobispo
Turpín «aguija su caballo con las espuelas de oro puro y se lanza con gran ímpetu para atacar [al rey
llamado Corsablís, de Berbería]. Le parte el escudo, le destroza la loriga y le atraviesa el cuerpo con su
larga lanza; la hunde bien de modo que se la extrae muerto y con el asta de plano le derriba en el
camino». Esta escena y otras del
Cantar
se habrían realizado
ca
. 1118 y 1119 para celebrar la toma de
Zaragoza en 1118 por Alfonso I el Batallador.
Esas novedades, cuyo origen puede situarse a mediados del siglo XI en
Normandía y su generalización hacia el año 1100, fueron posibles también por
los
avances
en
el
armamento
defensivo
que
protegía
al
caballero.
Esa
equipación para la defensa consistía, básicamente, en una túnica de cota de
malla llamada loriga, un yelmo cónico con protector nasal y un escudo que
podía
mostrar
8
habituales.
El
distintas
Tapiz
formas,
de
con
Bayeux,
la
de
cometa
confeccionado
a
como
finales
una
del
de
las
siglo
más
XI
en
Normandía o Inglaterra, una especie de cómic que relata con imágenes y textos
latinos bordados la campaña desarrollada por Guillermo el Bastardo para la
conquista de Inglaterra, refleja de manera gráfica algunas de esas innovaciones
9
tácticas y armamentísticas.
10
Pero ¿cómo se hacía la guerra en la época del Cid?
Pudiera parecer que
en las lides que se practicaban durante la segunda mitad del siglo XI, como en
la Edad Media en general, la batalla campal era la modalidad de lucha más
habitual. Sin embargo, en esta época, el combate era bastante menos frecuente
que
los
asedios
a
castillos
y
fortalezas
y
las
cabalgadas
predatorias
y
devastadoras. Algún reputado especialista ha considerado que la guerra en la
Edad
Media
consistió,
básicamente,
11
asedios y muchas cabalgadas.
en
unas
cuantas
batallas,
numerosos
La época del Cid no supuso una excepción en
este panorama general, pero es importante matizar ciertos aspectos.
En la segunda mitad del siglo XI, en concreto en el ámbito de los reinos
cristianos peninsulares, la batalla campal, el choque de dos ejércitos en el
campo de batalla, parece que fue más frecuente que en siglos posteriores. No
solo se desencadenó en ese periodo un mayor número de batallas, sino que
también estas tuvieron consecuencias significativas, ya que en algunas de ellas
se
produjo
la
implicaciones
acarreaban.
muerte
políticas,
o
el
apresamiento
sociales
y
de
ciertos
psicológicas
que
reyes,
tales
con
todas
las
acontecimientos
En 1037, el soberano leonés Bermudo III encontró la muerte en la batalla
de Tamarón y los derechos al trono pasaron a su hermana Sancha, esposa de
Fernando I de Castilla, quien, de conde de Castilla, pasó a convertirse en rey
de León. En 1056, García Sánchez III de Pamplona murió en la batalla de
Atapuerca en un enfrentamiento contra su hermano, Fernando I de Castilla, el
cual, con este fallecimiento, consiguió ampliar los territorios castellanos a costa
de
algunas
comarcas
pertenecientes
obediencia
mediante
vasallaje
al
al
reino
nuevo
de
Pamplona
monarca
y
pamplonés,
someter
hijo
del
a
su
rey
fallecido y, por tanto, sobrino de Fernando. Por poner un último ejemplo, en
1063, Ramiro I fue asesinado en el transcurso de la batalla de Graus, en la que
se enfrentó a una coalición castellano-musulmana comandada por el infante
12
Sancho II de Castilla.
Es posible que en esa última pugna estuviera presente
Rodrigo Díaz, muy joven aún, como también es factible que en el mencionado
choque de Atapuerca actuara su padre, Diego Laínez.
Figura 2: Iluminación del Libro de horas o Diurnal de Fernando I y doña Sancha, que representa el
momento en que los monarcas de Castilla y León reciben el códice de mano de su autor, el escriba Pedro,
en 1055. La reina Sancha (1037-1067) regaló el Libro de horas a su marido, el rey consorte Fernando
(1037-1065), para animarlo en su devoción. Biblioteca Xeral Universitaria, Santiago de Compostela.
Podemos inferir que Fernando I logró incrementar poder, territorios e
influencia gracias a tres contiendas exitosas para sus armas. El rendimiento que
obtuvo Fernando de las batallas campales es indudable, como lo es también
que Rodrigo Díaz explotara igualmente ese recurso militar para su propio
beneficio. Es decir, la trayectoria y éxitos de Rodrigo no pueden entenderse sin
su papel en los combates en los que participó, algunos de ellos buscados de
forma premeditada para alcanzar unos objetivos y neutralizar a sus enemigos.
Rodrigo
es
un
caso
peculiar
en
este
sentido,
porque
pocos
comandantes
medievales, y no ya solo del siglo XI, participaron en un número tan elevado
de batallas campales, unas seis en total, tanto contra enemigos cristianos como
contra musulmanes. Resulta extraordinario asimismo el hecho de que Rodrigo
Díaz alcanzara siempre la victoria en ese tipo de operación, peligrosa e incierta,
en la que, como hemos comprobado, podían morir incluso reyes. Es por ello
por lo que se le llamó
Campidoctus
[Campeador], que significa algo así como
13
«señor del campo de batalla».
Es llamativo, por tanto, que, pese a la relativa escasez de batallas campales
en la época, y de que los asedios fueran operaciones más habituales, Rodrigo
Díaz interviniera en más combates que asedios y que basara en la cabalgada
erosiva y predatoria buena parte de su actividad militar. Aun así, a pesar de esas
particularidades y excepcionalidades, que deben destacarse y tenerse muy en
cuenta, Rodrigo Díaz fue, en muchos sentidos, un modelo de las formas de
hacer la guerra en la Edad Media en general y en el siglo XI en particular. El de
Vivar
ejecutó
con
éxito
las
tres
tipologías
militares
principales
que
configuraban el paradigma bélico medieval: la batalla, el asedio y la cabalgada,
y de todas ellas obtuvo beneficios evidentes.
Ya hemos afirmado que la figura de Rodrigo Díaz, el Campeador, no se
puede entender sin un análisis de su vertiente militar, pues es la actividad bélica
la que más sentido dio a su existencia y la que le reportó celebridad en su
tiempo y fama para la eternidad. De igual modo, tampoco se puede entender el
siglo XI europeo y peninsular sin tener en cuenta esa realidad bélica, que, en
buena
medida,
principados
y
condicionó
señoríos.
El
la
mapa
consolidación
europeo
del
y
surgimiento
siglo
XI
es
de
reinos,
complicado
en
extremo. No obstante, es interesante fijar, aunque sea mínimamente, nuestra
atención en ese mosaico de señoríos y reinos que fue la Europa de aquella
época y centrarnos, de forma breve, en algunos escenarios relevantes.
REINOS Y PRINCIPADOS
Había distintos ámbitos dentro de ese gran marco que es el universo europeo y
mediterráneo en los que merece la pena fijar la atención, aunque sea de forma
escueta, para entender el universo cidiano. Porque, por mucho que pueda
parecernos lo contrario, la Europa del siglo XI, sobre todo en sus décadas
finales, estaba bastante más interconectada de lo que hoy podemos imaginar.
La falta de información primaria nos priva del conocimiento más profundo de
unas interconexiones que hoy denominaríamos «internacionales» y que, en ese
momento, podríamos llamar «interregionales», pues el concepto de «zona» o
«región» sí puede resultar adecuado para referir espacios que comparten rasgos
culturales, sociales, a veces económicos, similares. En ese aparente mosaico de
entidades políticas en ciernes, algunas de las cuales devinieron con los siglos en
naciones y Estados, la movilidad y el intercambio de ideas fueron realidades
que, en muchos casos, tan solo podemos intuir y suponer.
Una de esas regiones significativas fue el incipiente reino de Francia.
Relevante a lo largo del siglo XI, no tanto por su extensión territorial como por
su capital simbólico, sustentado en un pasado imperial carolingio, y por la
influencia que, desde entonces, ejerció en las ideas y prácticas políticas regias en
Europa
occidental
y
que
sentó
ciertas
bases
en
lo
que
al
surgimiento
y
consolidación de dinastías se refiere; del mismo modo que irradió concepciones
que arraigaron y se desarrollaron, con matices y peculiaridades, en otros lugares
de esa Europa en formación.
A finales de la centuria anterior, Hugo había fundado la dinastía Capeto y
se había erigido como titular de un reino establecido a partir de la ciudad de
París, por lo que pasó, así, de ser duque de los francos a rey en el año 987, en
un
contexto
de
gran
competencia
entre
distintas
casas
aristocráticas
que
mantenían entre sí luchas privadas. Hugo supo compensar su debilidad política
con astucia al atraerse a señores territoriales principales, como el duque de
Normandía
y
el
conde
de
Anjou,
así
como
a
eclesiásticos
poderosos
e
intelectuales, como Adalberón de Reims y Gerberto de Aurillac. Estos últimos,
en
concreto,
determinaron
la
nueva
orientación
que
Hugo
dio
a
sus
concepciones gubernamentales y fueron claves para entender el éxito de la
14
dinastía Capeto.
Adalberón era arzobispo de una de las ciudades más importantes del
reino,
Reims.
Procedente
del
Imperio
germánico
otónida,
al
que
siempre
apoyó, tenía unas concepciones del poder regio fundamentadas en su erudición
y
conocimiento
de
los
clásicos.
Estaba
considerado
uno
de
los
grandes
intelectuales de su tiempo y convirtió la escuela catedralicia de Reims en un
centro de estudio de referencia en esta época. Su gran valedor en Francia fue el
conde Hugo Capeto, a quien el arzobispo devolvió los favores con el diseño de
los
conceptos
de
gobierno
y
sucesión
en
el
trono
que
terminaron
por
15
consolidar la dinastía de los capetos franceses.
Gerberto de Aurillac, por su parte, era uno de los sabios más destacados
de la época. Nacido en Auvernia, centro-sur de la actual Francia, se formó en el
monasterio de Saint-Géraud d’Aurillac, desde el que pasó al de Santa María de
Ripoll, cenobio catalán en el que permaneció tres años. De ahí viajó a Córdoba
y Sevilla, estableció contacto con dos de los focos culturales andalusíes más
importantes y amplió conocimientos en nuevas disciplinas relacionadas con las
matemáticas. Con posterioridad se desplazó a Roma como acompañante de su
mentor en Ripoll, el conde Borrell II, y allí trató al papa y al emperador Otón I
de Alemania, que le designó tutor de su primogénito, Otón II. Con el correr
de los años, Adalberón se fijó en el talento y conocimientos de Gerberto y lo
atrajo hasta la escuela de Reims, donde le integró como maestro y donde se
destacó como sabio, docente e investigador en las disciplinas que componían el
modelo medieval de enseñanza: el
quadrivium
trivium
(gramática, dialéctica y retórica) y el
(aritmética, geometría, astronomía y música). Tras la muerte de su
protector, la vida de Gerberto sufrió varios vaivenes y se vio afectada por la
llamada
«querella
de
las
investiduras»,
que
conoció
momentos
de
elevada
intensidad a lo largo del siglo XI.
La «querella de las investiduras» fue una disputa acerca del poder terrenal
que enfrentó a emperadores y papas por la soberanía universal. Uno de los
asuntos centrales de esa controversia entre imperio y papado fue la potestad
para nombrar obispos. Sea como fuere, y después de varios avatares, Gerberto
terminó por convertirse en el primer papa francés, a partir del año 999, con el
nombre de Silvestre II, cuyo pontificado romano durante unos años convulsos
ostentó siempre al lado de los emperadores otónidas, hasta el momento de su
16
muerte, en 1003.
El papa del año 1000 reconoció como reyes a gobernantes de los reinos de
Polonia y Hungría y los otorgó legitimidad pontificia. Una práctica esencial en
el siglo XI, sobre todo desde la segunda mitad de la centuria, cuando los papas
de
Roma
se
consolidaron
como
árbitros
internacionales,
como
referentes
morales que concedían legalidad a los reinos y dinastías que fueron surgiendo o
que
estaban
en
vías
de
consolidación.
Este
fenómeno
tuvo
una
relevancia
17
fundamental en lo que respecta al Cid y a su contexto más inmediato.
Figura 3: Placa en marfil que representa a Cristo bendiciendo la maqueta de la catedral de Magdeburgo
que le ofrece el emperador Otón I (reg. 962-973), rodeado de santos –a la derecha, san Pedro, reconocible
por sus llaves–. Otón aparece a menor tamaño, en gesto de humildad. Obra de un taller eborario del
norte de Italia, probablemente, su estilo aúna elementos carolingios y bizantinos.
e Metropolitan
Museum of Art, Nueva York (EE. UU.).
Ambas figuras brevemente reseñadas, Adalberón y Gerberto, fueron los
ingenieros ideológicos responsables del nacimiento y posterior consolidación
de la dinastía Capeto y los que mutaron la concepción y aplicación de los
conceptos reino y rey. Así, con esa inestimable ayuda y sostén intelectual, los
esfuerzos de Hugo se encaminaron hacia la sustitución de un modelo imperial
carolingio
por
una
forma
de
gobierno
regio
en
estrecha
alianza
con
los
principales poderes, nobiliarios y eclesiásticos, del momento. De ese modo,
estableció una de las primeras monarquías feudales, un modelo político en el
que el rey actuaba como un primus inter pares [primero entre iguales] obligado
a compartir el poder con los nobles, que constituían la fuerza militar principal,
y unas altas dignidades eclesiásticas que, además de materializarse en tropas –
son igualmente señores territoriales–, aportaban algo quizá más importante:
legitimidad política fundamentada en la potencia espiritual derivada de su
18
condición de ministros de Dios en la tierra.
Sin duda, un amparo espiritual similar al que buscaron, décadas más
tarde, Rodrigo Díaz primero y su esposa Jimena después, a través de su obispo
cluniacense, Jerónimo de Perigord, para legitimar y fortalecer su incipiente
principado de Valencia. Jerónimo sirvió a Rodrigo y Jimena de manera similar
a la que Adalberón y Gerberto habían servido a Hugo y construyó el armazón
ideológico imprescindible para que un principado pudiera convertirse en reino,
así como sentó las bases necesarias para establecer una dinastía hereditaria
19
asociada a un trono y a un territorio que estuviera legitimada por Dios.
Una
de
las
jugadas
políticas
maestras
de
Hugo
fue
la
asociación
ceremonial al trono de su hijo Roberto, en la simbólica fecha de la Navidad del
año 987. Desde entonces, padre e hijo compartieron el poder regio hasta el
fallecimiento del progenitor, en torno al año 996.
Cuando Roberto II el Piadoso se convirtió en rey único a partir de ese
momento, venía de haber actuado ya como monarca desde que su padre le
había hecho copartícipe del título y de la responsabilidad, en unos pocos años
en
los
que
los
principales
soportes
de
esa
monarquía
incipiente
se
familiarizaron con una continuidad dinástica. Esa costumbre de asociar al
trono al primogénito la siguieron practicando sucesivos reyes capetos, una
dinastía que, desde que fuera fundada por el mencionado Hugo, regentó la
corona
de
Francia
de
manera
ininterrumpida
hasta
el
año
1328,
cuando
comenzaron las convulsiones de la llamada Guerra de los Cien Años, y, después
de ese conflicto, con intermitencias, hasta las revoluciones burguesas de 1848.
Francia nos interesa en este caso por sus formas de gobierno y también
por su relación con un potente señorío que determinó, en parte, la evolución
política de los reinos de León y Castilla de finales del siglo XI. Ese relevante
principado
«francés»
y,
en
buena
medida,
determinante
en
la
evolución
peninsular, es el ducado de Borgoña, uno de los señoríos más importantes de la
Francia medieval, que, en ocasiones, incluso compitió con los reyes franceses y
mantuvo con estos relaciones de enfrentamiento o alianza, así como conservó
cierta independencia con respecto al trono galo, a pesar de ser vasallo teórico
del mismo, desde finales del siglo IX hasta finales del XV.
De
ese
Borgoña,
condado
casados
con
procedieron
Urraca
I
nobles
de
León
como
y
Raimundo
Castilla
y
y
Teresa
Enrique
de
de
Portugal,
respectivamente, ambas hijas del emperador leonés Alfonso VI, desposado, a su
vez,
con
otra
noble
borgoñona,
Constanza.
Borgoña
era
notable,
además,
porque en aquel ducado, región potente desde los puntos de vista económico y
militar, se encontraba Cluny, cuya abadía constituía la sede matriz de un
movimiento
religioso
y
reformista
que
tuvo
una
intensa
implantación
territorial e ideológica en todo el orbe cristiano a partir de finales del siglo X, y
de manera más intensa durante los siglos XI y XII, y que rivalizó, en ocasiones,
en influencia y poder político con los papas de Roma, de ahí que a sus abades
se les llamase «papas negros», apelativo asociado hoy al general de los jesuitas.
A
veces
cluniacenses
aliados
supieron
con
el
papado,
tejer
una
otras
tupida
red
enfrentados
de
influencias
a
él,
en
los
abades
toda
Europa
occidental y ayudaron a propagar desde sus recintos monásticos la reforma
gregoriana. Cluny se convirtió en una fecunda cantera de obispos y arzobispos
que tuvieron una significativa implantación en regiones como los reinos de
20
León y Castilla desde finales del siglo XI.
No puede trazarse la organización política, administrativa, económica e
ideológica de zonas conquistadas a los musulmanes por Alfonso VI y Rodrigo
Díaz el Campeador sin el papel que representaron señores feudales eclesiásticos
como los cluniacenses Bernardo de Sédirac, arzobispo de Toledo; y Jerónimo
de Perigord, obispo de Valencia, respectivamente. Y es que los arzobispados y
obispados dirigidos por cluniacenses se convirtieron en instituciones esenciales
para
la
articulación
de
señoríos
de
reciente
fundación,
como
lo
era
el
conquistado
por
el
Campeador
en
torno
a
Valencia.
La
fundación
de
obispados, como el que establecieron Rodrigo Díaz y Jerónimo, fue una de las
consecuencias de la difusión cristiana que comenzó en el siglo XI. La expansión
militar cristiana estaba conectada con el asentamiento del cristianismo en las
regiones
conquistadas
a
pueblos
considerados
bárbaros
y
paganos.
Como
hemos apuntado, el siglo XI asiste al inicio de la implantación del cristianismo
y del feudalismo en nuevas tierras. Para Robert Bartlett, los obispados fueron
21
un medidor efectivo de la dilatación de las fronteras de la cristiandad.
EUROPA INICIA LA EXPANSIÓN
Ese fenómeno expansivo de lo que podemos llamar «civilización europea» fue
un proceso de larga duración en el que Europa acabó por dominar el mundo
de manera paulatina y en el que hitos como la conquista de América del siglo
XVI y la colonización de África, Asia y Oceanía a finales del XIX y principios
del XX no fueron sino dos etapas más de ese fenómeno más dilatado en el
tiempo que comenzó a materializarse, precisamente, a lo largo del siglo XI.
Asistimos a lo que Robert Bartlett bautizó con acierto como «formación de
Europa»,
que,
a
su
juicio,
se
sustancia
entre
los
años
950
y
1350,
22
aproximadamente, y que tiene en el siglo XI el momento fundacional.
Los frentes principales de esa expansión cristiana occidental fueron, al
menos,
cinco:
el
sur
de
Italia
y
Sicilia,
las
islas
británicas,
las
llanuras
centroeuropeas y bálticas, Oriente Próximo y la península ibérica. El primer
impulso fundamental de esa difusión cristiana se produjo en el siglo XI, en
especial a partir de su segunda mitad, y encontró continuidad en centurias
posteriores en la mayoría de los escenarios referidos.
Es
conveniente
perfilar,
aunque
sea
de
manera
breve
y
esquemática,
algunos de esos fenómenos expansivos, pues en ellos residen algunos aspectos
fundamentales que nos servirán para comprender mucho mejor el contexto
«mundial» en el que se desenvolvió Rodrigo Díaz de Vivar, y también al propio
Campeador, un actor más dentro de aquel escenario de conquistas y mutación
de fronteras. La península ibérica de la segunda mitad del siglo XI no fue, ni
mucho menos, un espacio desconectado del ámbito europeo y mediterráneo,
pues se integró en él de manera especialmente intensa a partir de entonces,
gracias,
sobre
todo,
a
los
esfuerzos
de
poderes
eclesiásticos
principales
del
momento, como fueron el movimiento cluniacense y un papado en proceso de
fortalecimiento, con aspiraciones cada vez más universalistas. Los papas de
Roma, fundamentalmente a partir de los pontificados de Alejandro II (10611073)
y
Gregorio
VII
(1073-1085),
introdujeron
cambios
notables
de
orientación en la política eclesiástica que cuajaron en lo que se denominó
«reforma gregoriana».
Claves en ese movimiento reformista fueron la lucha por el dominio del
mundo, al menos desde una perspectiva ideológica, contra poderes laicos y,
relacionado con lo anterior, el sometimiento a la autoridad papal de todas y
cada una de las regiones de la cristiandad, tanto de las antiguas como las de
nueva
23
incorporación.
Ya
desde
mediados
del
siglo
XI,
reyes
y
príncipes
territoriales buscaron la legitimación de sus reinos y señoríos mediante una
especie de vasallaje a los papas. Rodrigo Díaz no fue ajeno a esas dinámicas,
como tendremos ocasión de mostrar (vid. Capítulo 7) y como ya apuntábamos
más arriba.
Richard Fletcher, fallecido hace ya varios años, tuvo el mérito académico,
entre otros muchos, de ser el autor de uno de los libros más interesantes y
reveladores de cuantos se han escrito acerca del Cid. Publicado en 1989 en
inglés con el título
e Quest for El Cid, se tradujo poco tiempo después al
castellano como El Cid. En esta sugestiva obra, carente de notas y bibliografía
desarrolladas por exigencias editoriales, como expone el autor, un capítulo
destaca, a nuestro juicio, sobre los demás; es el titulado «Contemporáneos del
24
Cid».
A lo largo de sus páginas, Fletcher llama la atención acerca de las
conexiones
y
similitudes
existentes
entre
Rodrigo
Díaz
y
algunos
otros
aristócratas guerreros de su tiempo. Con ello, intenta demostrar que Rodrigo
Díaz no fue, en varios aspectos, un caso aislado, sino que fue, más bien, hijo de
25
un tiempo en el que menudearon aventureros guerreros y conquistadores.
José Manuel Rodríguez García, más recientemente, dedicó un breve pero
esclarecedor artículo a ese tema esencial para conocer al Cid contextualizado en
26
su propio tiempo.
Algunos de esos aristócratas que conquistaron señoríos en
la época del Cid y en la inmediatamente anterior procedían de Normandía,
una zona en la que algunos estudiosos consideran que surgió una nueva forma
de entender la caballería como arma. Desde entonces, los caballeros dominaron
los campos de batalla gracias, entre otros elementos, al empleo de un arma de
choque devastadora: la carga de caballería. Una táctica novedosa que el propio
Rodrigo Díaz empleó con éxito en alguna ocasión.
Los normandos fueron, pues, artífices de algunas de las expansiones más
interesantes y efectivas del siglo XI y desarrollaron sus conquistas en tres áreas:
las islas británicas, la Italia meridional y Sicilia y en algún foco de Oriente
Próximo durante la primera cruzada. Las similitudes entre alguno de esos
procesos
y
la
conquista
cidiana
de
Valencia
nos
parecen,
en
algún
caso,
sugestivas, y se desarrollaron en una época repleta de cambios, movimientos,
traslaciones de fronteras, poblaciones e ideas. Un autor incluso ha llegado a
afirmar que «la historia de Sicilia a finales del siglo XI, esa “reconquista” en
27
miniatura, se reflejaba a gran escala en la España de la Reconquista».
LA EXPANSIÓN NORMANDA
Los normandos, «hombres del norte», fueron un pueblo de origen escandinavo,
vikingos,
que
comenzaron
a
asentarse
de
manera
estable
en
la
actual
Normandía a partir de principios del siglo X. En esas fechas, uno de sus jefes,
Hrolf Ganger, llamado Rollo por los franceses, había mudado de dedicarse a las
campañas de saqueo anuales propias de los vikingos a negociar con Carlos el
Simple la concesión de unas tierras de la región de Neustria a cambio de la paz.
De ese modo, Rollo y sus hombres pasaron de ser enemigos a protectores de los
carolingios
desde
esa
tierra
otorgada.
Con
el
tiempo,
Rollo
abrazó
el
cristianismo y, con ello, comenzó la cristianización de aquellos hombres del
norte paganos. Le sucedió en el poder su hijo, que inició una dinastía de
señores normandos a la que pertenecería Guillermo el Conquistador. Aquel
territorio concedido se convirtió con posterioridad en ducado de Normandía.
No podía siquiera intuirse entonces, en la época de Rollo y sus sucesores, que
aquella concesión de terreno iba a erigirse como agente principal en la Europa
medieval
y
que
de
ella
saldrían
aventureros
guerreros
que
tuvieron
un
protagonismo destacado en la Italia meridional y Sicilia, en las islas británicas y
en el contexto de las cruzadas, ámbitos donde, con mayor o menor grado de
consolidación
y
permanencia,
lograron
conquistar
territorios
y
establecer
28
señoríos.
Desde
el
punto
de
vista
cronológico,
aunque
son
procesos
que,
en
ocasiones, se solapan, los primeros escenarios de la expansión normanda fueron
la Italia meridional y la isla de Sicilia. Algunas tradiciones sitúan la llegada de
los normandos a la península itálica muy en los albores del siglo XI, según las
cuales, habrían llegado a aquellas latitudes meridionales a la vuelta de una
peregrinación a Jerusalén, tal vez para venerar a san Miguel, patrón de los
guerreros, arcángel comandante de las tropas celestiales, en el santuario que
tiene dedicado en Monte Gargano, situado en las costas de la región de Apulia.
Otras versiones exponen que aquellos normandos pioneros habrían recalado en
Salerno en su retorno de Jerusalén y que habrían sido recibidos por un conde
local
a
quien
ayudaron
a
repeler
un
ataque
bizantino,
por
lo
que
fueron
posteriormente recompensados de forma espléndida y regresaron enriquecidos
a Normandía.
Sea
como
fuere,
a
partir
de
la
tercera
década
del
siglo
XI,
distintos
normandos se convirtieron en protagonistas en una península itálica compleja,
dividida,
codiciada
y
enfrentada.
Italia
en
esa
centuria
era
una
suerte
de
mosaico que guardaba algunas similitudes con la Hispania de aquel tiempo.
Bizantinos, musulmanes, duques lombardos, los papas de Roma dominaban y
disputaban territorios y representaban el poder en una región que no llegó a
estar unificada hasta el siglo XIX. No es de extrañar que aquellos extranjeros
del norte, especializados en la guerra y la caballería, se adaptaran a la perfección
a un mundo dividido y enfrentado, del mismo modo que encajó Rodrigo Díaz
en una península ibérica fragmentada en taifas islámicas y reinos y condados
cristianos que luchaban entre sí. Los acontecimientos protagonizados por los
normandos
colmados
en
de
el
sur
de
matices,
Italia
giros,
y
Sicilia
alianzas,
son
enrevesados
protagonistas
y
y
diversos,
están
acciones.
Nos
conformamos con señalar que, en ese contexto convulso, algunos caballeros
normandos vieron la posibilidad de ganar señoríos propios de acuerdo con su
especialización militar y actuaron en consecuencia. Así, pasaron de servir como
mercenarios
a
distintos
gobernantes
locales,
entre
ellos
a
algunos
papas,
a
proceder de manera independiente para convertirse ellos mismos en un poder
29
más dentro de una zona disputada.
Algo similar, no sabemos si por influencia
exógena o por los imperativos de la lógica y el pragmatismo, es lo que hizo
Rodrigo Díaz: de ser mercenario al servicio de príncipes islámicos se convirtió
en
un
taifa
más
de
un
entorno
fragmentado
y
competitivo
en
el
que,
a
menudo, inclinaba la balanza la adaptabilidad; el talento militar; la astucia
diplomática; el arrojo, a veces temerario; la codicia y, en ocasiones, también la
suerte.
Lo cierto es que la Italia meridional y la Sicilia que conquistaron los
normandos con la fuerza de las armas y el contexto donde operó Rodrigo Díaz
comparten no pocas similitudes. Ambos eran espacios en los que distintos
actores
se
disputaban
territorio
y
poder,
por
ello,
constituyeron
una
oportunidad para personajes ambiciosos que tenían poco que perder y mucho
que
ganar.
Tanto
en
un
territorio
como
en
el
otro,
los
protagonistas
enfrentados necesitaban de una fuerza militar disciplinada y cohesionada que
les permitiera inclinar la balanza ante sus rivales. Caballeros normandos como
Roberto y Roger de Hauteville, y el propio Rodrigo Díaz, se erigieron en
elementos indispensables en esos entornos turbulentos. La distancia entre el
convencimiento de que, en efecto, sustentaban distintos poderes gracias a sus
armas y la toma de conciencia de que podían lograr aspiraciones más altas era
muy corta. Unos y otros, los normandos en Italia y el Campeador en levante,
llegaron a la misma conclusión: ¿por qué servir como mercenarios cuando
podían llegar a ser señores de sus propios territorios ganados a espada?
Nombres como el de Ranulfo Drengot destacaron en ese teatro italiano,
una suerte de pionero normando que de mercenario al servicio de condes
bizantinos devino en conde de Aversa. También sobresalieron Guillermo Brazo
de Hierro y su hermano Drogo, que acudieron a Italia a apoyar al mencionado
Ranulfo cuando solicitó ayuda a Tancredo de Hauteville. Estos dos últimos
sirvieron con sus armas a los lombardos contra los bizantinos, unos servicios
por los que fueron bien recompensados. Constituyeron la primera generación
de
normandos
que
alcanzó
el
éxito
en
el
Mezzogiorno
italiano.
Después,
alentados por el éxito de sus compatriotas, llegaron a la zona otros hijos del
fecundo
Tancredo
de
Hauteville
–tuvo
doce
vástagos–
como
Roberto
Guiscardo, el Zorro, que era su cuarto hijo. La casa de Hauteville era un
señorío normando en el que la condición de segundón proporcionaba nulas
posibilidades de ascenso y riqueza a quienes, como él, no estaban situados en la
primera línea sucesoria. Con Roberto viajó su hermano Roger, que, en el
futuro, se convirtió en el primer rey de Sicilia, reconocido como tal por el papa
en 1130.
Figura 4: Anverso de
Altavilla
ca.
(
trifollis de
1031-1101),
cobre acuñado en Mileto (Calabria, Italia)
aventurero
normando
que
ayudó
a
que
su
ca.
1098-1101 por Roger I de
hermano
Roberto
Guiscardo
controlase Apulia y Calabria, para luego conquistar Sicilia, que se hallaba en manos musulmanas. Aparece
un caballero ataviado a la normanda, con la leyenda ROQ E RIVS COMES [el conde Roger].
Roberto Guiscardo supo aprovechar muy bien su talento militar y su
astucia negociadora. Fue reconocido por el papa Nicolás II como duque de
Apulia,
Calabria
y
Sicilia
en
el
año
1059.
Junto
con
su
hermano
Roger,
terminó con la presencia bizantina en la península itálica y con la musulmana
en Sicilia, esta última en un proceso arduo y complicado que se desarrolló entre
los años 1061 y 1091 y que concluyó el propio Roberto. Roger I murió en el
año 1101 y le sucedió su hijo Roger II, que fue coronado rey en 1130 y cuyo
reinado
es
30
cultural.
conocido
por
su
cosmopolitismo,
tolerancia
y
florecimiento
Roberto había fallecido en 1085, después de haber consolidado su
31
poder en el sur de Italia, y le sucedió su hijo, Roger Borsa.
Otro de sus vástagos, Bohemundo de Hauteville, o de Tarento, fue una
figura principal en acontecimientos que tuvieron lugar durante la primera
cruzada. Al ver cerrada su progresión por su condición de hermanastro del
heredero de Apulia y Calabria, Bohemundo no dudó en embarcarse con las
tropas cruzadas, siempre en busca de su interés personal más que por ideales
religiosos elevados. Una vez en Anatolia, hizo todo lo posible por lograr su
propio señorío, en torno a la ciudad de Antioquía, para cuya conquista su
picardía resultó fundamental. Ya como príncipe de Antioquía, tuvo que pelear
contra bizantinos y musulmanes para consolidar un principado que heredó su
32
hijo, Bohemundo II, años después de su muerte, acaecida en 1108.
Los éxitos de esta primera generación de normandos en Italia funcionaron
como
«efecto
llamada»
para
otros
guerreros
aventureros,
ambiciosos
y
buscafortunas, algo que, en un mundo contemporáneo de emigrantes como el
que
se
presenta,
donde
personas,
y
familias
enteras,
se
veían
obligadas
a
desplazarse muchos kilómetros en busca de una vida mejor, se puede entender
perfectamente. La Italia de la primera mitad del siglo XI se convirtió en una
tierra de promisión para los desheredados normandos, como lo fue la Valencia
finisecular para un hombre que entendió que podía prosperar en otro lugar y
no conformarse con lo que ya atesoraba en su tierra.
El siglo XI fue, como lo han sido otros muchos momentos de la historia,
tiempo, ocasión y oportunidad para aquellos que no se resignaron a su destino
y buscaron una vida mejor, aunque fuera a costa de arriesgar la suerte en una
partida que, de inicio, podía parecer temeraria y suicida.
LA PENÍNSULA IBÉRICA EN EL SIGLO XI
La península ibérica asiste en el siglo XI al comienzo de la llamada por algunos
historiadores
«Gran
Reconquista»,
un
proceso
que
se
prolongó
desde
esa
centuria hasta las décadas centrales del siglo XIV. A lo largo de ese periodo,
distintas unidades que eran pequeños reinos y condados a principios de siglo
extendieron sus fronteras desde el río Duero hasta el estrecho de Gibraltar y
desde las faldas de los Pirineos hasta la actual provincia de Almería. Al-Ándalus
pasó, en esas centurias, de dominar el solar peninsular desde el califato omeya a
quedar acorralada en la Andalucía oriental, con el reino nazarí como último
reducto de la presencia islámica en la Península. El proceso culminó en el siglo
XVI y concluyó así la Edad Media y se inició la Moderna. En palabras de
33
Angus McKay, los reinos ibéricos pasaron «de la frontera al imperio».
En
ese
arco
cronológico,
la
península
ibérica
experimentó
cambios
profundos. En síntesis, solo entendiendo el contexto peninsular en el que se
desenvolvió Rodrigo Díaz es posible comprender que el guerrero castellano,
aunque excepcional en varios aspectos, no dejó de ser un producto de su
tiempo. Es por ello que fijaremos nuestra atención en especial en aquellas
entidades
políticas
con
las
que
interactuó,
de
una
manera
u
otra,
el
Cid
Campeador: los reinos de León y Castilla, el reino de Aragón, los condados
catalanes, sobre todo el condado de Barcelona, un al-Ándalus dividido en taifas
y el Imperio almorávide.
León y Castilla
Para León y Castilla debemos fijar, tal vez, el punto de partida en el año 1035.
En esas fechas fallece Sancho III Garcés el Mayor, el soberano cristiano más
notable de la primera mitad del siglo XI. El reinado de Sancho el Mayor es
importante por varios motivos. Durante sus años de gobierno, no solo amplió
el
reino
de
Pamplona
por
territorios
de
León
y
Castilla,
por
medio
de
conquistas, matrimonio y alianzas, sino que también inició un aperturismo del
ámbito cristiano peninsular hacia Europa, estableció relaciones con el papado y
fomentó la implantación en sus dominios de la reforma cluniacense, en virtud
de una estrecha relación con el gran abad de Cluny, Odilón.
De acuerdo con las costumbres de la monarquía pamplonesa, legó el
núcleo del reino y gran parte de Castilla a su hijo mayor, García, y repartió el
resto del territorio ampliado entre sus otros hijos. De este modo, a Fernando le
concedió
una
considerado
porción
bastardo,
y
del
condado
Gonzalo,
los
de
dejó
Castilla;
en
a
los
herencia
otros,
Ramiro,
demarcaciones
de
34
Navarra y Aragón y el condado de Ribagorza, respectivamente.
Figura 5: Detalle de las penínsulas ibérica e itálica según el mapamundi del Beato de Burgo de Osma, es
probable que redactado e iluminado en el monasterio de Sahagún, en el año 1086. Refleja, por tanto, los
conocimientos cartográficos de época cidiana. La línea vertical marca la cordillera de los Pirineos y la
razón de esta extraña disposición se explica por la herencia de los errores cartográficos de época romana,
cuando se consideraba que aquella se extendía en sentido norte-sur, en lugar de este-oeste. En la esquina
inferior izquierda de la imagen se aprecia el icono que representa la ciudad de Toledo, testimonio del
valor que se le daba a esta ciudad en el periodo. Junto a ella, la leyenda «Spania», muy interesante porque
sugiere un afán de reivindicación de la Hispania visigótica, como modelo de legitimación del esfuerzo
reconquistador. Sobre el icono de Toledo se aprecian, de manera consecutiva, los ríos Duero y Miño. Más
al norte, y marcada con un enorme icono, aparece la ciudad de Santiago de Compostela, decorada con el
rostro del apóstol. Es precisamente en este momento cuando se desarrolló y popularizó el peregrinaje
compostelano. Encima, se aprecia un faro que, probablemente, represente la Torre de Hércules y, por
ende, la ciudad de La Coruña. A su derecha, leemos la leyenda «Asturiae», mientras que entre Santiago y
el faro la de «Gallaecia». Biblioteca capitular de la catedral del Burgo de Osma (Soria).
Tras la muerte de su padre, Fernando I no tardó en iniciar una política de
luchas fratricidas que le enfrentaron a sus familiares y que dio como resultado
la ampliación de sus dominios leoneses y castellanos. En ese proceso perdieron
la vida su cuñado, Bermudo III, y dos de sus hermanos, García Sánchez de
Pamplona y Ramiro de Aragón, en el transcurso de tres batallas campales,
Tamarón (1037), Atapuerca (1054) y Graus (1064), respectivamente. Gracias a
ello, Fernando logró una notable ampliación territorial de sus dominios e
incremento de su poder, como apuntábamos más arriba. Así, en esos años, pasa
de ser conde de un mermado condado de Castilla a convertirse en soberano de
León, por su matrimonio con Sancha, hermana del fallecido sin descendencia
en Tamarón, Bermudo III. Asimismo, también vio crecer su influencia en
Pamplona y Aragón gracias a una política de vasallajes forzados a los herederos
de los reyes caídos en batalla. Por todo ello, se convirtió en el monarca cristiano
más poderoso de la Península, al tiempo que ejecutaba conquistas de territorios
islámicos,
por
medio
de
las
cuales
logró
apoderarse
de
Lamego,
Viseo
y
Coimbra, en 1057, 1058 y 1064, así como sometía al pago de parias a algunos
35
príncipes musulmanes.
Antes de su muerte, en 1065, el rey Fernando I decidió dividir su vasto
imperio entre su progenie. Al primogénito, Sancho, le dejó en herencia el reino
de
Castilla;
territorios
a
Alfonso,
conquistados
Sancho, como
hermanos
había
para
enormemente
León
en
perjudicado
el
título
Portugal;
hecho
acumular
y
su
el
padre
máximo
por
la
a
imperial;
Urraca,
años
división
García,
Zamora;
atrás,
poder
a
pronto
posible,
y
se
ya
a
y
Elvira,
Toro.
enfrentó
que
testamentaria
Galicia
se
a
los
sus
mostraba
establecida
por
Fernando.
Es durante esos años cuando empezamos a tener noticias de Rodrigo
Díaz, integrado en la corte de Fernando I y, tras la muerte de este, en la de
Sancho
II,
a
quien
sirvió
como
escudero
y
a
cuyo
lado
protagonizó
sus
primeras intervenciones bélicas significativas. Hacia finales de la década de los
60 de ese siglo, Sancho II, el primogénito del rey Magno, encontró la muerte
en el asedio de Zamora a manos de un miles llamado Vellido Dolfos, que es
posible que actuara por encargo de Urraca y Alfonso VI, ambos hermanos de
Sancho. En ese asedio, estuvo presente un joven Rodrigo Díaz, al igual que lo
estuvo en dos batallas campales que habían enfrentado a Sancho y Alfonso, las
de Llantada (1068) y Golpejera (1072), sus primeras experiencias militares y en
las que aprendió numerosos aspectos relacionados con la actividad que iba a
marcar su trayectoria vital: la guerra.
Después de estos acontecimientos, Alfonso VI se convirtió en emperador
y fue durante su reinado (1072-1109) cuando Rodrigo Díaz vivió la mayor
parte de su existencia. A pesar de que una parte de la historiografía cidiana
deformó la figura de Alfonso VI mediante un análisis asimétrico basado en la
comparación
con
el
Campeador,
en
virtud
de
las
visiones
peyorativas
del
monarca forjadas por la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid, lo cierto es
que el suyo constituye uno de los reinados más brillantes y trascendentales de
todo
el
periodo
instaurada
por
medieval.
su
padre
Alfonso
y
llevó
aprovechó
al
extremo
la
debilidad
la
política
de
un
de
parias
al-Ándalus
fragmentado para expandir sus dominios desde el Duero hasta el Tajo, como
veremos más adelante. La conquista de Toledo en 1085 es un acontecimiento
fundamental para entender lo que sucedió desde entonces en la península
ibérica, pues es la primera ciudad importante que los cristianos arrebataron a
los musulmanes en ese proceso de larga duración que ha dado en llamarse
36
Reconquista.
Alfonso VI, al igual que Rodrigo Díaz, tuvo que relacionarse con otros
reinos y principados cristianos peninsulares que se encontraban en proceso de
formación
y
consolidación.
Nos
interesan
sobre
todo
aquellas
entidades
políticas con las que Rodrigo Díaz tuvo una relación más intensa y que no
fueron otras sino el reino de Aragón y el condado de Barcelona.
Aragón
Se podría decir que, en tiempos del Cid, el reino de Aragón era, prácticamente,
un recién nacido. Sancho el Mayor, a su muerte en 1035, había dejado a uno
de sus hijos, Ramiro, el entonces condado de Aragón y este no tardó en
apoderarse también de los condados de Ribagorza y Sobrarbe, que le habían
tocado en herencia a su hermano Gonzalo, aprovechando que había muerto.
La situación de este pequeño condado era difícil al principio, aprisionado
como
estaba
entre
el
reino
de
Pamplona,
más
poderoso
y
a
quien
debía
vasallaje en virtud del testamento de Sancho el Mayor, y la opulenta taifa de
Zaragoza. Ramiro inició el proceso de conversión del condado de Aragón en
reino
y,
para
ello,
estableció
alianzas
con
Pamplona
y
algunos
condados
pirenaicos relevantes como el de Urgell, mediante pactos y matrimonios; puede
que también iniciara un acercamiento, una especie de vasallaje, hacia el papa.
Una política que siguió y consolidó su hijo, Sancho Ramírez, y que continuó
su nieto, Pedro I. Todas esas políticas, trenzadas con destreza por Ramiro,
permitieron que fuera reconocido por los demás como rey de Aragón, aunque
la institucionalización de esa realidad no llegara hasta el reinado de su hijo,
37
Sancho Ramírez.
Sancho Ramírez fue el soberano que logró consolidar Aragón como reino
gracias a una política hábil. En el año 1076 se convirtió, además, en soberano
de Pamplona por el asesinato del monarca y el consenso entre los nobles
pamploneses para ser gobernados por el rey de Aragón. Este hecho incrementó
su poder e influencia en ese sector transpirenaico. A lo largo de su reinado, se
desarrolló una campaña militar alentada por el papa Alejandro II que algunos
han considerado como la primera cruzada, o, al menos, el antecedente más
claro de lo que con posterioridad fue la cruzada. Aquella expedición se saldó
con la conquista de la fortaleza oscense de Barbastro por una coalición de
fuerzas cristianas peninsulares y transpirenaicas entre las que se encontraban
tropas del rey aragonés, el mayor interesado en la toma de aquella posición
38
avanzada frente a los musulmanes.
Como cualquier otro príncipe cristiano del momento, Sancho Ramírez se
vio impelido a realizar pactos coyunturales con taifas musulmanas, con la taifa
de Lérida como su aliada natural. Esto era así porque el mayor enemigo del rey
aragonés, y también del leridano, era la taifa de Zaragoza, por lo que hubo de
fomentar la causa común entre ambos para enfrentarse a un expansionismo
zaragozano en el que Rodrigo Díaz operaba como figura principal. Tras una
serie de encuentros militares entre las mesnadas zaragozanas, comandadas por
el Campeador, y las aragonesas-leridanas, Sancho Ramírez y Rodrigo acabaron
siendo aliados. Sancho Ramírez, un sagaz diplomático, también prestó servicios
militares a Alfonso VI, ya que sus efectivos estaban presentes tanto en la
derrota de Zalaqa (Sagrajas) ante los almorávides en 1086 como en la defensa
39
de Toledo, recientemente conquistada.
Es posible que ese rey de Aragón, tras
establecer paces con un Rodrigo Díaz cada vez más independiente de cualquier
poder, prestara parte de sus hombres al castellano.
La alianza del Cid con los reyes de Aragón se consolidó durante el reinado
de Pedro I (1094-1104), quien se convirtió en el principal apoyo cristiano del
40
castellano.
Gracias a esa relación, que las fuentes tildan de «amistad», los dos
resultaron claramente beneficiados y se estableció un statu quo en el cuadrante
nororiental peninsular que solo se vio amenazado por el avance almorávide.
Los enemigos de ambos lo fueron menos gracias a ese tándem formado por
Pedro I y Rodrigo, aunque también por separado cada uno de ellos logró la
conquista
de
dos
relevantes
ciudades
amuralladas
musulmanas,
Huesca
y
Valencia.
ca.
Figura 6: Capitel de la catedral de San Pedro de Jaca (
1080) que representa al rey David tocando en
su trono una viola de arco, fídula, giga o rabel junto con otros músicos. La imagen del monarca semejaría
a la de un rey coetáneo, con toda su pompa, y su trono recuerda a la silla de tijera de san Ramón, de la
catedral de San Vicente de Roda de Isábena, modelos que derivan, en última instancia, de la silla curul de
los cónsules romanos.
Para comprender la trayectoria vital de Rodrigo Díaz es necesario analizar
con detenimiento la relación que mantuvo con los monarcas de Aragón de su
tiempo,
en
deberemos
especial
con
profundizar
Pedro
en
un
I.
Es
tema
por
ello
que,
llegado
que
nos
resulta
de
el
momento,
una
relevancia
fundamental y que, tal vez, no se ha estudiado con la intensidad y profundidad
que merece, ya que pudieron ser múltiples las influencias que recibieron ambos
personajes gracias a esa relación.
El condado de Barcelona
Otro foco político peninsular de importancia para comprender la trayectoria
del Campeador son los condados catalanes, en concreto el de Barcelona. Este
condado experimentó a lo largo del siglo XI un proceso de feudalización, que
ha sido estudiado por Pierre Bonnassie, y, relacionado con lo anterior, un
fortalecimiento de la autoridad efectiva de la casa condal barcelonesa.
En el lapso 1020-1060 se asistió en este contexto a un periodo de crisis.
El crecimiento económico que se venía dando desde décadas atrás provocó una
pugna
por
el
control
de
los
crecientes
recursos
económicos,
competencia
señorial y menudeo de enfrentamientos privados entre familias aristocráticas
por
el
motivo
aludido.
Son
años
en
los
que
los
campesinos
buscaron
la
protección ante la aristocracia guerrera con el despliegue del movimiento de la
Paz y Tregua de Dios. Los condes también soportaron la violencia señorial
durante estas décadas de crisis en las que se formaron clientelas armadas de
caballeros (milites) que competían entre ellas y en contra del poder condal. Las
relaciones entre los poderosos se regulaban mediante homenajes, juramentos de
fidelidad
y
pactos
privados
de
mutuo
acuerdo
entre
partes
llamados
41
convenientiae.
A partir de 1060, y de acuerdo con Bonnassie, se consolidó el feudalismo
institucionalizado en el contexto catalán y el tiempo marcado por las luchas
privadas
se
tornó
en
otro
de
fortalecimiento
del
poder
condal.
Desde
el
mandato de Ramón Berenguer I, los condes barceloneses consiguieron situarse
de facto en la cúspide de la sociedad feudal y diseñaron estructuras duraderas
para atraerse a los caballeros, como el «homenaje-sólido» y el «feudo-renta». Las
familias
aristocráticas
más
poderosas
reconocieron
la
autoridad
del
conde
mediante el establecimiento con él de los mencionados convenientiae. De esa
forma,
la
nobleza
feudovasalláticas
catalana
regido
por
quedó
el
integrada
conde
de
en
un
Barcelona,
sistema
donde
de
la
relaciones
política
de
redistribución de beneficios obtenidos de las parias cobradas a los musulmanes
actuaba como un aglutinante efectivo, así como la capacidad de crear un
código jurídico adaptado a aquella realidad compleja, los famosos usatges de
42
Barcelona.
A la muerte de Ramón Berenguer I, asumieron el poder sus dos
hijos, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. Por decisión testamentaria
del
padre,
ambos
hermanos,
mellizos,
serían
condes
de
Barcelona
y
compartirían el poder entre los dos.
Un Rodrigo Díaz desterrado dirigió sus primeros pasos hacia Barcelona
para ofrecer sus servicios a los condes de esa ciudad. Al ser rechazado por ellos,
partió hacia Zaragoza a servir al rey taifa al-Muqtádir y a su hijo, al-Mutamin.
A
finales
del
año
1082,
Ramón
Berenguer
II
fue
asesinado
en
extrañas
circunstancias en un bosque y es posible que detrás de aquel crimen estuviera
su propio hermano, Berenguer Ramón II, apodado el Fratricida. Ya como
único conde de Barcelona, Berenguer tuvo en el Campeador a uno de sus
principales adversarios e incluso se enfrentaron en batalla campal en Tévar, en
el año 1090. Habían chocado armas previamente, en la batalla de Almenar de
1082, cuando Rodrigo se encontraba al servicio de los príncipes zaragozanos.
En aquellos momentos, las taifas de Zaragoza y Lérida mantenían una guerra
abierta
entre
ellas
y
era
Berenguer,
precisamente,
el
mayor
aliado
del
rey
leridano y Rodrigo comandante de las huestes zaragozanas. Con posterioridad,
cuando
se
produjo
el
combate
de
Tévar,
Rodrigo
ya
actuaba
de
manera
independiente en la región valenciana y suponía una amenaza para la futura
expansión catalana. Es por ello que se desencadenó aquella batalla, en la que
profundizaremos. Al final de la hostilidad y la lucha se pasó a la alianza entre
ambos, algo similar a lo que había sucedido con el soberano aragonés, Sancho
Ramírez.
Figura 7: Los condes Ramón Berenguer I, conde de Barcelona y Gerona (1035-1076) y su esposa
Almodis entregan 4000 onzas de oro a Guillem Ramón de Cerdaña, heredero de la corona de Carcasona,
por la cesión de sus derechos sobre este condado en 1067. Fol. 83 bis del Liber Feudorum Maior, un
cartulario compilado por Raimundo de Caldes, deán de la catedral de Barcelona, por mandato del rey
Alfonso II de Aragón a finales del siglo XII, que reunía los documentos relativos a las relaciones feudales
de los monarcas de Aragón y condes de Barcelona. Archivo de la Corona de Aragón, Barcelona.
En 1096 se celebró un juicio para dilucidar la culpabilidad del asesinato
de su hermano, que presidió Alfonso VI de León. En el proceso, se estableció
que Berenguer era el responsable del crimen, por lo que quedó apartado de un
trono condal de Barcelona que asumió su sobrino, Ramón Berenguer III. El
destronado Berenguer se unió entonces a los efectivos de uno de los grandes
líderes de la primera cruzada, el conde Raimundo de Tolosa, con cuyas tropas
participó en el asedio de Jerusalén, donde pudo morir en 1099, el mismo año
43
del fallecimiento de quien había sido su mayor enemigo, Rodrigo Díaz.
No terminaron ahí las relaciones y conexiones del Campeador con los
condes
de
Barcelona,
pues
una
de
sus
hijas,
María
Rodríguez,
terminó
casándose con Ramón Berenguer III, hijo del asesinado Ramón Berenguer II y
sobrino de Berenguer Ramón II. Ese matrimonio fue una de las estrategias
concebidas
por
Rodrigo
valenciano,
pues
la
para
muerte
de
garantizar
su
único
la
supervivencia
heredero
varón
en
de
su
señorío
1097,
cuando
luchaba contra los almorávides en Consuegra, dibujó un negro panorama de
futuro para un principado amenazado.
Al-Ándalus: del califato omeya a los reinos de taifas
Muchas
de
las
claves
para
comprender
plenamente
al
Cid
Campeador
se
encuentran en al-Ándalus. Y es que no puede entenderse la trayectoria de
Rodrigo Díaz, su éxito y significación histórica sin el contexto de disolución de
al-Ándalus, en el que se desenvolvió y con el que interactuó de manera intensa.
Rodrigo Díaz es una de las consecuencias de los llamados reinos de taifas, el
producto
de
un
al-Ándalus
fragmentado
en
distintas
unidades
políticas
enfrentadas entre ellas. El Campeador perteneció a una generación que se forjó
en el medio siglo que media entre el surgimiento de los reinos de taifas y la
44
llegada de los almorávides.
A esa situación de debilidad andalusí se llegó después de una serie de
acontecimientos y convulsiones que sacudió el califato omeya de Córdoba,
desde la muerte de Almanzor hasta el estallido de una guerra civil que los
cronistas contemporáneos denominan
aunque
con
anterioridad
ya
había
tna
y que tuvo lugar a partir de 1009,
habido
síntomas
de
su
posterior
manifestación. De hecho, desde la muerte de Abd al-Málik, uno de los hijos de
Almanzor, el califa no fue sino una pieza más en el tablero de juego de ese alÁndalus en descomposición.
Sorprende que el califato omeya pasara en menos de un siglo de ser un
Estado
potente
en
lo
económico,
lo
político,
lo
cultural
y
lo
territorial
a
convertirse en un mosaico de entidades reducidas que reproducían a pequeña
escala las estructuras de esa gran unidad. Las taifas no fueron sino pequeños
califatos territoriales surgidos de la desarticulación de ese antiguo gran califato.
Es sorprendente que entre la época más gloriosa de los omeyas, aquellos años
que coinciden con el reinado de Abderramán III (912-961), emir creador del
califato –independencia religiosa con respecto a Bagdad– en el año 929, y la
destrucción de aquella magna estructura mediaran menos de cien años.
45
Tras la muerte de Abderramán III, y durante el mandato de su sucesor, alHakam II, surge la figura de Almanzor, el taimado háyib que consiguió hacerse
con el poder suplantando a califas titulares y ascendiendo en la corte mediante
la acumulación de cargos cada vez más elevados. Su oportunidad llegó en el
año 976 con el fallecimiento de al-Hakam II, que había llevado el esplendor
omeya aún más lejos que su padre. Dos años después se le nombró chambelán
del califa (háyib) y gobernó de facto a partir de entonces, lo que despejó su
camino de rivales políticos que pudieran hacerle sombra. También aprovechó
la corta edad del califa, Hisham II, y el favoritismo que le concedió Subh, la
madre regente, para anularlo y convertirlo en un títere confinándolo en palacio
y supervisando su formación, o, mejor, con el fomento de su «idiotez», en
46
palabras de Eduardo Manzano.
Una de las claves del éxito que alcanzó Almanzor desde sus inicios, y que
prolongó hasta su muerte en 1002, fue el control y ampliación de un ejército
con una presencia cada vez mayor de mercenarios extranjeros, de origen eslavo
y
norteafricano,
fundamentalmente,
y,
en
menor
medida,
cristianos.
Las
campañas militares lanzadas de forma periódica contra los cristianos del norte
(aceifas) fueron para él fuente de legitimidad y prestigio y también de botín de
guerra. Llama la atención que durante los años que gobernó Almanzor no se
conquistaran tierras a los cristianos, a pesar de la intensidad bélica proyectada
contra ellos desde Córdoba. El mantenimiento y estructura de ese gran ejército,
base principal de su poder, fue uno de los motivos del estallido de la guerra
civil que terminó con el califato, pues se dividió a la sociedad entre una casta
privilegiada y minoritaria de guerreros y una masa social cada vez más asfixiada
por
impuestos
necesarios
para
el
mantenimiento
de
esa
estructura
militar.
Surgieron, además, comandantes que terminaron por crear futuras taifas en las
47
demarcaciones que les había encomendado el dictador amirí.
Almanzor murió enfermo de gota en Medinaceli, en el año 1002, cuando
regresaba de una de sus múltiples campañas militares contra los cristianos. Le
sucedió su hijo Abd al-Málik al-Muzá
ffar, a quien había instruido durante años
para cuando llegase el momento de su fallecimiento. Los años de Abd al-Málik
fueron una continuación de la política desarrollada por su padre, pues actuó a
modo de chambelán del anulado califa Hisham II. Pero enfermó y murió de
forma prematura, con 33 años, en 1008. Le sucedió en el cargo su medio
hermano
Abderramán,
llamado
Sanchuelo
por
ser
vástago
de
una
hija
de
Sancho Garcés II, rey de Pamplona. Hombre joven y de naturaleza débil, no
tan sagaz gobernante como había sido su hermano y, sobre todo, su padre, fue
víctima de las tensiones entre las distintas etnias y facciones que se venían
dando desde años atrás y que explotaron durante su corto mandato como
háyib. Los rebeldes se sublevaron al aprovechar que Sanchuelo se encontraba de
expedición
contra
tierras
cristianas.
Destronaron
al
califa
Hisham
II
y
nombraron a uno nuevo, destruyeron el complejo palaciego de Almanzor en
Medina Alzahira y se hicieron de facto con el poder. Sanchuelo se enteró de
estos
acontecimientos
cuando
se
encontraba
en
Toledo.
A
pesar
de
las
recomendaciones de los suyos, y de que lo habían abandonado muchos de sus
hombres, decidió marchar hacia Córdoba, en cuyas afueras fue capturado por
la hueste del nuevo califa para ser posteriormente decapitado.
En
la
sublevación
cordobesa
que
acabó
con
el
poder
y
la
vida
de
Sanchuelo participó la madre de su hermano Abd al-Málik, aunque la turba
que asesinó al último representante de la dinastía de chambelanes fundada por
su padre cuarenta años atrás la respetó. El hijo de Sanchuelo, Abd al-Aziz ibn
Ámir,
también
fue
respetado
por
su
corta
edad
y
sobrevivió
a
los
acontecimientos. Acabó por convertirse en el rey de taifa más poderoso de la
costa levantina y actuó como taifa de Valencia desde 1021 y de Almería desde
1038.
Figura 8: Detalle de la llamada Arqueta de Leyre (Navarra), tallada en el año 1004 por Faray, artista
andalusí. Es probable que fuera o bien capturada en el curso de alguna incursión cristiana o entregada a
modo de paria o tributo a los reyes cristianos, lo que explica que acabara sus días en el monasterio de
Leyre, donde se reutilizó como relicario de las santas Nunilo y Alodia. Pero su historia es muy anterior; la
inscripción que contiene, en letra cúfica, indica que se fabricó para Abd al-Málik, hijo y sucesor de
Almanzor. Por lo mismo, puede ser que la imagen sea la del propio Abd al-Málik, o más probablemente,
la del califa Hisham II, que ejercía como tal en el momento en que se fabricó esta arqueta (976-1009). La
figura aparece sentada «a la turca» sobre trono sustentado por leones. Nótese como, en la mano izquierda,
porta un gran anillo que no es otra cosa que el sello real, símbolo de la autoridad califal. Con la misma
mano sostiene una redoma o copa, emblema de su dominio terrenal, y con la diestra sujeta una piña,
símbolo de abundancia. Museo de Navarra, Pamplona.
A partir del fallecimiento de Sanchuelo, los elementos bereberes sobre los
que, en buena medida, habían sustentado su poder Almanzor y su sucesor,
comenzaron a ser perseguidos, hostigados y masacrados por orden del flamante
autoproclamado
califa,
Muhámmad
II
al-Mahdi.
Este
nuevo
gobernante
pronto se convirtió en uno de los muchos reyes de taifas que gobernaron desde
entonces
sus
dominios
como
si
de
microcalifatos
se
trataran.
También
comenzaron a enfrentarse entre sí y recurrieron cada vez más al llamamiento y
contratación de tropas cristianas para hacer frente a sus enemigos musulmanes.
Había estallado una guerra civil tan grave como nunca antes en al-Ándalus,
había empezado una
tna
que descompuso el califato y que propició el caldo
de cultivo idóneo para que un hombre, Rodrigo Díaz, pudiera, décadas más
tarde,
alcanzar
el
éxito
y
convertirse
en
el
primer,
y
único,
rey
de
taifas
cristiano.
Durante los cinco años que Rodrigo Díaz gobernó Valencia (1094-1099)
procedió más a la manera de un soberano taifa islámico que de un príncipe
cristiano. No podía ser de otra manera. No había más alternativa porque la
mayoría
de
musulmana
la
y
el
población
del
componente
principado
cristiano
de
quedaba
Valencia
limitado
conquistado
a
una
era
reducida
porción de sus huestes y poco más. La cristianización de aquel principado
debía llevarse a cabo de manera lenta y cautelosa, por tanto, el primer paso
significativo en ese sentido no se dio hasta 1098. En ese año, el anterior a la
muerte del autointitulado príncipe de Valencia, se produjo la conversión de la
mezquita valenciana en iglesia cristiana, la oficialización del obispado regido
por el cluniacense Jerónimo de Perigord y la dotación económica y territorial
de
ese
obispado,
motor
desde
el
que
se
desplegó
la
cristianización
y
feudalización del señorío valenciano. Hasta entonces, Rodrigo había gobernado
como un taifa más, básicamente, había aplicado leyes islámicas y explotado el
sistema
tributario
existente.
Una
de
las
máximas
que
pareció
regir
en
las
decisiones y actuaciones del Campeador, tanto en el campo de la guerra como
en el de la política, era el pragmatismo.
Sus concepciones del poder se asimilaron más a las de un rey de taifas que
a las de un señor o conde cristiano, una dignidad, la de conde, que nunca llegó
a ostentar. Sí actuó, en cierto modo, como una especie de ministro dentro de
un reino musulmán, el de Zaragoza, como tendremos ocasión de ver con más
vid.
detalle (
Capítulo 4). Pero, antes de eso, Rodrigo Díaz ya había tenido la
oportunidad
de
sumergirse
costumbres,
formas
de
en
la
gobierno,
realidad
islámica
y
sistema
tributario,
de
aprender
gustos
sus
culturales,
idiosincrasia… y puede que incluso algunos rudimentos de la lengua árabe.
Merece la pena, por tanto, detenerse para hablar, aunque sea en pocas palabras
y de manera resumida, de aquel mosaico andalusí que ya estaba formado,
aunque no cerrado e inmutable, cuando nació Rodrigo Díaz. Es pertinente
acercarse, mas de pasada, a las taifas con las que el Campeador se relacionó de
manera
más
cercana
e
intensa,
porque
es
incuestionable
que
de
aquellas
experiencias obtuvo los conocimientos que aplicó en distintas situaciones a lo
largo de su vida. Como ya afirmamos, no puede comprenderse a Rodrigo Díaz
sin intentar calibrar el grado de imprimación que el guerrero burgalés pudo
48
llegar a adquirir de la realidad islámica.
Aquella realidad que conoció, y de la
que se empapó el Campeador, era la de los llamados reinos de taifas.
Figura 9: Dinar de Hisham II (reg. 976-1009), en cuyo anverso se puede leer la leyenda inna muhammad
‘abduhu wa rasuluhu [Mahoma es Su servidor y Su mensajero].
Como
decíamos
líneas
arriba,
esos
principados
territoriales
andalusíes
llamados taifas comenzaron a articularse a raíz del estallido de la guerra civil o
tna en 1009. Sin embargo, la realidad que conoció Rodrigo Díaz, en las
décadas finales del siglo XI, no era la misma de los primeros tiempos de la
tna
y los años subsiguientes. Aunque el proceso se inició con la abdicación obligada
de Hisham II en 1009, el califato perduró como institución, al menos de
manera oficial, hasta el año 1031, cuando quedó oficialmente disuelto. Hay
que decir, no obstante, que la noción de califato no desapareció con los reyes
de taifas, ya que estos, como ha demostrado Alejandro Peláez, mantuvieron
vivo el recuerdo de una autoridad califal para, después, sustentar su propia
legitimidad
como
representantes
de
ese
49
califa
«ficticio».
En
el
intervalo,
fueron múltiples las taifas que se instauraron en al-Ándalus, algunas de ellas tan
exiguas
como
Granada,
lo
Huelva,
era
el
territorio
Valencia,
dominado
Carmona,
por
Morón,
una
50
fortaleza.
Toledo,
Badajoz,
Almería,
Arcos,
Zaragoza, Albarracín, Denia, Tortosa, Murcia, Silves y Alpuente fueron los
primeros microprincipados establecidos. Muchos de ellos acabaron absorbidos
por
taifas
principales
como
Sevilla,
Granada
Albarracín o Alpuente, consiguieron mantenerse.
o
Zaragoza;
otras,
como
Es posible que el primer contacto que Rodrigo tuvo con aquella realidad
andalusí se produjera en 1079. Sin adelantar acontecimientos, podemos decir
que, en esas fechas, Rodrigo fue enviado a la capital de la taifa hispalense para
recaudar parias que el soberano sevillano adeudaba al emperador Alfonso. No
sabemos con exactitud cuánto tiempo permaneció allí, pero sí lo suficiente
como para que, al menos, podamos intuir que resultó formativo para él. Quizá
por primera vez en su vida pudo observar el grado de dependencia que tenían
los
soberanos
andalusíes
de
las
huestes
cristianas.
Durante
ese
intervalo
sevillano interactuó, aunque de manera hostil, con otra de las taifas potentes
del sur peninsular, la de Granada, regida por Abd Allah ibn Buluggin, autor de
unas
Memorias
que
constituyen
una
fuente
fundamental
para
entender
las
complejidades del siglo XI peninsular.
La segunda experiencia formativa de Rodrigo en relación con el islam
peninsular tuvo lugar durante los años de su primer destierro. En ese tiempo,
Rodrigo
vivió
Zaragoza,
relación
a
cuyos
que
determinó,
integrado
de
pleno
en
príncipes
sirvió
como
mantenía
en
buena
con
los
medida,
la
sociedad
comandante
soberanos
su
islámica
hudíes
trayectoria
de
fue
posterior.
de
sus
la
taifa
de
ejércitos.
La
esencial
Al
para
servicio
él
de
y
los
príncipes zaragozanos, Rodrigo se enfrentó a la taifa de Lérida, coaligada con el
conde de Barcelona, Berenguer Ramón II. Durante ese lapso, comprobó, una
vez más, pero en esta ocasión de forma más intensa y dilatada, que el poder de
los reyezuelos andalusíes era tan frágil que únicamente se podía sustentar sobre
la fuerza que les otorgaban mesnadas cristianas bien comandadas. Una vez
centrado en la conquista de Valencia y en la consolidación de un señorío
propio en torno a esa ciudad, Rodrigo tuvo que relacionarse no solo con la
realidad de la taifa de Valencia, sino también con otras tres pequeñas taifas
vecinas: Alpuente, Albarracín y Murviedro. Estas habían sobrevivido en un mar
peligroso en el que depredadores mayores devoraban a otros más pequeños y
habían conseguido que sus vecinas más grandes y poderosas no las engulleran
por medio de la negociación, las características topográficas de sus territorios y
la astucia de sus gobernantes.
En
ese
mundo
revuelto
de
taifas
mutables,
de
enfrentamientos,
negociaciones y relaciones basadas en la guerra y en el pago de tributos emerge
una figura por encima de cualquier otra: Alfonso VI de León y Castilla. Y es
que
su
política
contra
principados
taifas
y
reinos
cristianos
vecinos
es
primordial para comprender la trayectoria y acciones de Rodrigo Díaz. Alfonso
actuó a partir de su consolidación en el trono de León y Castilla como el
auténtico
sociales
árbitro
de
una
en
las
relaciones
península
ibérica
entre
las
distintas
fragmentada.
unidades
Son
autores
políticas
y
islámicos,
fundamentalmente, quienes nos ofrecen las claves de unas formas de hacer
política basadas en la alianza, la guerra, la extorsión, el cizañamiento entre las
distintas teselas del mosaico andalusí. Esta estrategia de disolución, estudiada
entre
otros
por
Francisco
García
51
Fitz,
la
reflejan
autores
musulmanes
coetáneos, como Abd Allah, de Granada, y otros posteriores que parecen beber
de fuentes más antiguas. Esos cronistas manifiestan que la idea de Alfonso VI
ūs,
era la de dominar toda la Península. Ibn al-Kardab
autor que escribe a
finales del siglo XII, pero buen conocedor de fuentes contemporáneas a los
hechos narrados, muestra de manera nítida esa pretensión alfonsina cuando
afirma que, tras neutralizar a sus dos hermanos, Sancho y García, Alfonso se
vio en condiciones de lanzarse contra un al-Ándalus debilitado:
Sancho fue asesinado y García aprisionado, entonces el poder, del
ibn
que se adueñó sin competencia, perteneció a Alfonso
Fernando,
su autoridad llegó [así] a su apogeo y su codicia se fortaleció a costa
de los musulmanes. En su falsa conclusión concibió reclamar la
península de al-Ándalus entera para sí, por lo cual no se despreocupó
de
enviar
algaras
y
continuas
incursiones.
Los
días
de
su
poder
coincidieron con mucha subversión y grandes disensiones entre los
musulmanes y unos se debilitaban por causa de los otros con la
ayuda de los cristianos. Entonces colmaron a Alfonso de las riquezas
que quiso, para que con hombres valientes les ayudase contra sus
52
oponentes.
Esa situación de inestabilidad y conflicto en el interior de al-Ándalus, de
disgregación y enfrentamiento entre las distintas taifas (
tna),
de disolución
moral de gobernantes, de relajación de las costumbres y la disciplina no hacía
sino
redundar
gobernantes
en
la
debilidad
disolutos.
El
de
unos
escenario
Estados
ideal
para
islámicos
un
regidos
gobernante
cristiano
fortalecido, como lo era en aquellos momentos Alfonso VI:
El Maldito [Alfonso VI], entretanto, estuvo satisfecho por lo que
tna)
había de sedición (
entre ellos. No obstante ellos [los taifas]
siguieron ocupados en beber bebidas alcohólicas, en la posesión de
esclavas cantoras, en cabalgar en el pecado y en escuchar laúdes, pues
cada uno de ellos competía por la adquisición de tesoros reales,
cuando de improviso llegaban de Oriente, a fin de enviárselos a
Alfonso
como
alcanzar
su
facciosos
presente,
favor
se
sin
debilitó
sus
el
para
procurarse
exigencias.
opresor
y
con
[Así]
el
ellos
hasta
oprimido,
su
que
se
amistad
de
y
aquellos
envileció
el
gobernante y el gobernado, el pueblo se empobreció y el estado de
todos se echó a perder totalmente, y el pudor islámico desapareció
de los individuos; pues quienes de ellos permanecieron fuera de la
dimma),
protección (
ŷ izya).
(
Entonces
recaudando
para
hubieron de someterse al pago de la capitación
se
él
convirtieron
los
impuestos,
53
ninguno, ni se inhibió de él nadie.
en
[y]
perceptores
ni
de
contradijo
Alfonso,
su
por
orden
Figura 10: Alfonso VI, según una miniatura del siglo XII del Tumbo A (Libro de privilegios) de la
catedral de Santiago de Compostela. Durante el reinado de su padre, Fernando I, Castilla se impuso
como potencia hegemónica en la Península, tanto sobre sus vecinos andalusíes como sobre el resto de
reinos
cristianos.
Alfonso
continuó
y
profundizó
esta
tendencia,
con
el
importantísimo
hito
de
la
conquista de Toledo, que además constituía un triunfo simbólico, ya que permitía que Castilla se erigiese
en heredera del antiguo reino hispanovisigodo del que la ciudad del Tajo había sido capital.
Se puede apreciar la situación caótica que vivía al-Ándalus, un marasmo
en el que los asuntos de importancia se encomendaban a judíos, «convertidos
en chambelanes, visires y secretarios». El ejemplo de Samuel ibn Nagrella, visir
judío de los primeros gobernantes ziríes de la taifa de Granada, muestra con
54
claridad el peso político y gubernamental que adquirieron algunos judíos.
Estos, además, eran expertos en el suculento negocio del tráfico de esclavos,
55
gracias a su dominio de los idiomas y sus cualidades como embajadores.
De
ese comercio de esclavos se benefició Rodrigo Díaz para conseguir financiación
durante
el
asedio
a
Valencia.
Además,
también
se
apoyó
en
un
judío,
precisamente, para la administración de sus rentas, tributos y negocios, entre
los cuales figuraría esa venta de cautivos apresados durante las operaciones de
cerco a Valencia.
El ya mencionado Abd Allah ibn Buluggin, último rey de la dinastía de
los ziríes de Granada, es quien mejor nos ilustra acerca de las acciones de
Alfonso VI encaminadas al fomento del enfrentamiento y debilidad entre las
distintas taifas. Por haber sido testigo y protagonista de los acontecimientos
relatados, las opiniones de Abd Allah adquieren un gran valor informativo. El
taifa cronista dibuja a Alfonso VI como un gobernante poderoso y codicioso y
recrea algunas de las reflexiones del monarca cristiano, quien opinaba que
cuanta más revuelta hubiese en al-Ándalus «y cuanta mayor rivalidad exista
entre ellos mejor para mí». Y precisamente eso es lo que hizo el soberano
leonés, alimentar la disensión entre los principados islámicos para, gracias a
ello,
obtener
abundantes
beneficios
económicos
y
territoriales.
Según
Allah, estos serían los planteamientos de Alfonso VI:
Por consiguiente, no hay en absoluto otra línea de conducta que
encizañar unos contra otros a los príncipes musulmanes y sacarles
continuamente
56
debiliten.
dinero,
para
que
se
queden
sin
recursos
y
se
Abd
Algo similar hizo Rodrigo Díaz en el escenario valenciano, alimentar
discordias internas y sublevaciones, hacerse imprescindible en la resolución de
conflictos en aquella región y conseguir dinero de varias maneras posibles. El
fomento de disputas intestinas, la extorsión basada en la potencia militar que le
otorgaban sus huestes y el continuo cobro de tributos fueron directrices que
siguió el Campeador en la zona de Valencia, al menos desde los años 10891090. Rodrigo no hizo sino aplicar y adaptar allí un modelo creado y llevado al
límite por Alfonso VI a una escala mayor. Esa forma de sometimiento a los
débiles reyes de taifas vio su fin con la llegada de los almorávides a la península
ibérica en 1086. Tanto Alfonso como Rodrigo tuvieron que adaptarse con
rapidez a unas circunstancias diferentes, impuestas por unos nuevos actores con
los que ya no se podía negociar, a quienes no se podía cizañar porque estaban
cohesionados en torno a su líder carismático. No era posible extorsionar a
aquellos
guerreros
norteafricanos
para
que
contrataran
servicios
militares
cristianos, pues poseían una maquinaria bélica que nada tenía que envidiar a la
de los cristianos y a la que incluso superaba en bastantes ocasiones, como pudo
comprobar con amargura el propio Alfonso VI en la batalla de Zalaqa.
En ese nuevo ambiente marcado por la presencia, y la presión, de los
almorávides es donde Rodrigo vivió sus años más intensos. La caída de Toledo
en manos de Alfonso VI en 1085, en la que mucho tuvieron que ver maniobras
de
debilitamiento
como
las
que
hemos
comentado,
motivó
un
estado
de
pánico en algunas taifas andalusíes que las abocó a solicitar la ayuda de los
almorávides. Al-Mutámid, de Sevilla, fue uno de los emires más activos en ese
llamamiento. No sabía entonces el monarca sevillano que aquellos almorávides,
quienes se vislumbraban como única esperanza de contener la presión cristiana,
cada vez mayor, terminarían por convertirse en su propio fin y que sellarían el
ocaso de unos reinos de taifas que habían sobrevivido durante más de medio
57
siglo como balsas a la deriva en un mar turbulento.
Notas
1
Bartlett, R., 2003.
No
2
entraremos
a
valorar
el
debate
acerca
del
«feudalismo»
entre
«mutacionistas»,
que
sostienen que en torno al año 1000 se produjo una ruptura del orden carolingio que devino
en la formación del feudalismo, y que tiene en Georges Duby, Pierre Bonnassie, Jean Pierre
Poly y Eric Bournazel, entre otros, a algunos de los autores más destacados que han defendido
esta postura, y los denominados «tradicionalistas», que defienden que no existió tal fractura
alrededor del año 1000, sino la continuidad de un sistema feudal que se habría venido
fraguando, al menos, desde el siglo VIII y que alcanzó, en un proceso sin rupturas, su
maduración a lo largo del XII. T. N. Bisson se encuentra entre los autores más destacados de
estas últimas opiniones y ha defendido esas tesis continuistas del modelo feudal en, entre otras
obras, 1996, 196-205; también Barthélemy, D., 1997; 1998, 117-130; 1999; 2004; 2006.
Una síntesis del debate en Freedman, P., 1996, 425-446. Acerca de feudalismo y estructuras
feudales en Europa y el Mediterráneo vid. Bonnassie, P. et alii, 1984.
3
Acerca de la evolución del papado y del desarrollo de ideas de guerra santa que desembocan
en el concepto de cruzada a finales del siglo XI vid. Flori, J., 2003.
4
La bibliografía de las cruzadas es tan abundante como inabarcable, por ello remitimos a
trabajos de síntesis y estados de la cuestión en castellano para que el lector interesado en el
tema pueda profundizar. Son los de Ayala Martínez, C. de, 2004, 341-395; Rodríguez García,
J. M., 2000, 341-395 y 2014, 365-394
5
Vid. Fossier, R., 1988; García de Cortázar, J. A., 1981, 111-112, 154.
6
Vid. Bartlett, R., 2003, 149 y ss.; Fossier, R., 1984, 483-627; Duby, G., 1973 y 1987; Heers,
J., 1991, 121-131; Gimpel, J., 1982; White, L., 1973.
7
Bartlett, R., 1984.
8
Vid. Oakeshott, R. E., 1961; Flori, J., 1988, 213-240 y 1989, 7-40; Nicolle, D., 1988;
Cirlot, V., 1985, 35-43.
9
10
Gameson, R., 1997; Cholakian, R. C., 1998.
Sería excesivo citar aquí, aunque fuese una mínima parte, los estudios existentes acerca de
guerra
medieval,
es
por
ello
que
recomendamos
a
quien
quiera
ampliar
conocimientos
consultar obras de autores como Michael Prestwich, John Gillingham, Matthew Strickland,
John France, Claude Gaier, Aldo Settia, Francisco García Fitz, R. C. Smail, João Gouveia
Monteiro, Stephen Morillo, Jim Bradbury, Sean McGlynn entre otros. De la faceta militar del
Cid, tan solo disponemos del artículo de García Fitz, F., 2000, 383-418 y algunos realizados
por nosotros mismos y cuyas referencias pueden consultarse a lo largo de las páginas de este
libro y en la bibliografía final.
11
Vid. Gaier, C., 1968.
12
Vid. Porrinas González, D., 2015, vol. 2, 321-325.
13
Vid. Porrinas González, D., 2003, 223-242 y 2015b, 489-522; enero 2017, 62-65 y marzo
2017, 22-30.
14
Vid. Hallam, E. M., 2001; Sassier, Y., 1987.
15
Vid. Bur, M., 1992, 55-63; Guyotjeannin, O., 1992, 91-98.
16
Riché, P., 1987; Guyotjeannin, O. y Poulle, E. (eds.), 1996; Brasa Díez, M., 2000, 45-60.
17
Y como ya tuvimos ocasión de mostrar recientemente en Porrinas, D., 2018.
18
Conocemos los acontecimientos de este periodo gracias al cronista coetáneo Richer de Reims,
muerto hacia el año 998, continuador de la labor historiográfica de historiadores como
Hincmaro de Reims y Flodoardo. Los Cuatro Libros de Historia [Historiari Libri Quator] de
Richer, escritos durante la última década del siglo X, constituyen una obra fundamental para
entender el paso de la dinastía carolingia a la capeta y son una fuente esencial del reinado de
Hugo Capeto.
Vid.,
por
ejemplo,
Barthélemy,
D.,
2006.
Una
buena
forma
de
conocer
distintos entresijos y circunstancias del momento es la monumental obra de Bisson, T., 2010.
19
Vid.
20
Cantarino, V., 1980; Constable, G., 2000; Maurice, B. (ed.), 1988; Gordo Molina, A. G.,
Porrinas González, D., 2018, 109-133.
2006, 71-80; Iogna-Prat, D., 1998; Martínez, H. S., 2007, 147-187; Montenegro Valentín,
J., 2009, 47-62; Reglero de la Fuente, C. M., 2008; Rosenwein, B. H., 1982; Sanz Sancho, I.,
1998, 101-119.
21
«[…] al tratarse de las células elementales de la Iglesia, los obispados medievales constituyen
una unidad de medida natural y adecuada de la cristiandad», Bartlett, R., 2003, 22.
22
Bartlett, R., 2003.
23
La bibliografía relacionada con estos temas es demasiado abundante como para citarla aquí
manteniendo la justicia y ecuanimidad hacia los distintos autores que, con erudición, han
profundizado en la evolución del papado durante el siglo XI. El tema tiene ramificaciones
fundamentales como son las relaciones del papado reformista gregoriano con una institución
fundamental
como
es
la
orden
de
Cluny,
así
como
sus
alianzas
o
enfrentamientos
con
soberanos territoriales como los emperadores alemanes, en especial Enrique IV, los reyes de
Aragón, el emperador leonés Alfonso VI, los señores normandos del sur de Italia, Sicilia o
Anatolia, Guillermo el Conquistador… Para todo ello, e intentando evitar la prolijidad de
notas,
vid.,
entre otros, Robinson, I. S., 1990; Cowdrey, H. E. J., 1994, 258-265; 1997, 21-
35; 1991, 23-38; 1988, 173-190; 1998 y 2002; Ladner, G., 1954, 49-77; Cantarella, G. M.,
2005; Flori, J., 1997, 317-335; 1998, 247-267 y 2001; Faci Lacasta, F. J., 1982, t. II, vol. I,
262-275; Fliché, A., 1976; Gordo Molina, A. G., 2003; 2003b, 51-61 y 2003c, 263-270;
Laliena Corbera, C., 2006, 289-331; Llorca, B., 1976, 553-569; Palacios Martín, B., 1990,
19-29; Morghen, R., 1948, 163-172; Soto Rábanos, J. M., 1991, 161-174.
24
Vid.
25
Ibid.
26
Vid.
Rodríguez García, J. M., 2017, 54-57.
27
Vid.
Bartlett, R., 2003, 28.
28
Vid.
Chibnall, M., 2006; Crouch, D., 2007; Bates, D, 1982; Allen Brown, R., 1997.
29
Vid.
Norwich, J. J., 1967; Skinner, P., 1995; Haskings, C. H., 1995, 192-217; Kelly, P.
30
Vid.
Houben, H., 2002.
31
Loud, G. A., 2000.
32
Vid.
Flori, J., 2009.
33
Vid.
Mackay, A., 1995.
34
Vid.
Martín Duque, A. J., 2007; Orcástegui Gros, C. y Sarasa Sánchez, E., 2001; Martínez
Fletcher, R., 1999, 95-108.
Díez, G., 2007; Juanto Jiménez, C., 2004.
35
Vid.
Sánchez Candeira, A., 1999; Viñayo González, A., 1987; Blanco Lozano, P., 1987.
36
Vid.
Portela Silva, E., 1985, 85-122; Estepa Díez, C., 1985; Reilly, B. F., 1989; Mínguez, J.
M., 2000; Laliena Corbera, C. y Utrilla Utrilla, J. F. (eds.), 1998; Ladero Quesada, M. A.,
1998, 109-112. Para el mundo andalusí de finales del siglo XI es fundamental la narración del
taifa granadino Abd Allah, 1980.
37
Durán
Gudiol,
A.,
1993;
Viruete
Erdozain,
R.,
2008;
Kehr,
P.,
1945,
Guijarro Ramos, L., 2004, 245-264.
38
Vid.,
por ejemplo, el reciente libro de Senac, P. y Laliena Corbera, C., 2018.
285-326;
García
39
Vid. Lapeña Paúl, A. I., 2004; Buesa Conde, D., 1996; Canellas López, A., 1993.
40
Vid. Laliena Corbera, C., 1996 y 2001.
41
Vid. Bonnassie, P., 1984b, 21-65 y 1988.
42
Vid. Bonnassie, P., 1984b, 28; Sobrequés, S., 1961, 55-114; Valls, F., 1984; Bastardas, J.,
1984; Cingolani, S. M., 2008, 135-175; Negro Cortés, A. E., 2019, 232-248.
43
Sobrequés Vidal, S., ibid., 126-128.
44
Porrinas González, D., 28 de noviembre de 2018; Escalona Monge, J., 2017, 6-14.
45
Uno de los mejores estudios del periodo omeya es el de Manzano Moreno, E., 2006. De
Abderramán III, vid. Fierro Bello, M. I., 2011 y Vallvé Bermejo, J., 2003.
46
Manzano Moreno, E., 2018, 244-245.
47
La bibliografía de Almanzor y su tiempo es muy abundante, vid., entre otros, Fierro Bello, M.
I., 2019; Echevarría Arsuaga, A., 2001; Bariani, L., 2003; Torremocha Silva, A. y Martínez
Enamorado, V. (eds.), 2003.
48
Vid. Porrinas González, D., 28 de noviembre de 2018.
49
Peláez Martín, A., 2018.
50
Al igual que para otros temas tratados, preferimos la unificación de la bibliografía en una sola
nota,
para
no
dificultar
la
lectura
al
lector
poco,
o
nada,
familiarizado
con
el
modelo
académico y científico de escritura histórica, profuso en citas de bibliografía y fuentes. Para
distintos
aspectos
relacionados
con
los
reinos
de
taifas,
vid.
Fuentes
primarias
en
la
Bibliografía; Viguera Molins, M.ª J., 1993, 1995 y 1999; Prieto Vives, A., 1926; Lacarra, J.
M., 1965, tomo I, 255-277; Wasserstein, D., 1985; Martos Quesada, J., 2009.
51
García Fitz, F., 2002, 25-76.
52
Ibn al-Kardab
53
Ibid.
54
Schirmann, J., 1951, 99-126.
55
Vid. Armenteros-Martínez, I., enero-marzo 2016, 3-30.
56
Abd Allah, op. cit., 157-158.
57
La bibliografía detallada de los almorávides puede consultarse en la nota 36 del Capítulo 3.
ūs, 1986, 97-98.
__________________
*
Alberto Montaner y Ángel Escobar, Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, estudio
preliminar, edición, traducción y comentario, Madrid, España Nuevo Milenio, 2001, 125-128.
2
Los primeros años de Rodrigo Díaz
«[…] y como este noble rey una
vez passasse por biuar hallo ay a
Diego laynez y a su hijo Rodrigo
de biuar: moço de edad de diez
años y llevolo consigo y criolo
Desque fue de edad diole armas y
cauallo: y quiso le armar cauallero
como lo auia é costumbre de fazer
a todos los fidalgos que criaua: y el
no lo quiso ser».*
E
s poco lo que conocemos de los primeros años de Rodrigo Díaz. Su
infancia, en especial, se encuentra en la más absoluta de las oscuridades; de
su adolescencia sabemos algo más, aunque tampoco demasiado. Su existencia
empieza a ponerse de relieve en los escritos cuando se vincula a la corte regia,
sobre todo durante el reinado de Sancho II, el primogénito del rey Fernando I.
Son sus acciones guerreras las que motivan que el foco informativo se vaya
centrando en su persona, aunque en su comienzo vital estas fueron escasas,
aisladas
e
individuales,
pues
se
encontraba
inmerso
en
un
periodo
de
formación por el que todo aristócrata de su tiempo, incluidos los príncipes,
debía pasar para convertirse en hombre y en caballero.
ORÍGENES FAMILIARES Y SOCIALES
No conocemos la fecha exacta del nacimiento de Rodrigo Díaz. Suponemos
que debió de ver la luz entre los años 1040 y 1050, tal vez más cerca del último
que
del
primero,
pero
los
especialistas
están
divididos
en
esta
cuestión.
Tampoco sabemos el lugar concreto en el que nació. La tradición iniciada por
el Cantar de mio Cid ha consolidado la creencia de que sería la pequeña aldea
de
Vivar,
cercana
a
Burgos,
pero
no
hay
pruebas
documentales
que
lo
demuestren, ni tampoco lo contrario. Así pues, el Cantar, compuesto casi un
siglo después de la muerte del Campeador, consolida Vivar como la población
en la que Rodrigo abrió los ojos al mundo por primera vez.
En todo caso, podemos afirmar que ese nacimiento se produjo en una
localidad no muy extensa cercana a Burgos, donde se encontraba asentada su
familia y también su patrimonio. Por línea paterna, Rodrigo pudo pertenecer a
una
poderosa
familia
originaria
del
reino
de
León:
los
Flaínez.
Una
casa
nobiliaria que, junto con la de los descendientes del conde Fernán González y
los
Beni
Gómez,
conformaron
los
tres
linajes
nobiliarios
más
importantes
asentados en el territorio que se extendía entre la ciudad de León y las fronteras
con
el
reino
extendida
de
de
Pamplona.
unos
orígenes
Dicha
vinculación
sociales
y
desmontó
familiares
un
humildes,
tanto
así
la
idea
como
su
caracterización tradicional de simple infanzón de frontera, de hombre hecho a
sí mismo desde la nada, prácticamente.
La idea de unos orígenes sociales de Rodrigo Díaz no tan bajos como se
ha creído la ha defendido en algunos trabajos Margarita Torres Sevilla, que
sostiene que el padre de Rodrigo era un segundón de la familia Flaínez, una
parte de la cual había sido desterrada de León a las fronteras de Castilla por
orden de Fernando I. El hermano del futuro padre de Rodrigo, Fernando
Flaínez, se había declarado en rebeldía contra el rey Fernando tras la muerte de
Bermudo III en la batalla de Tamarón (1037). Como gobernador de la ciudad
de León, dominando las Torres de León, el castillo de la ciudad, estuvo durante
un año negando e impidiendo la entrada al emperador en la urbe regia e
imperial, al no considerarlo monarca legítimo y, de alguna manera, culpándolo
1
de la muerte de su señor Bermudo en Tamarón.
Es posible que Diego Laínez apoyase a su hermano en aquella rebelión y,
por ello, que también fuese desplazado a la linde oriental del reino, lejos del
núcleo del poder, por lo que tuvo que luchar contra los navarros en aquel
nuevo destino. El rey Fernando sabía que la mayor amenaza para su poder la
constituían nobles leoneses que, o bien habían sido fieles a Bermudo III, o bien
ostentaban
un
poder
heredado
durante
largo
tiempo
y
un
patrimonio
territorial potente. La familia Flaínez, como apuntábamos, era una de esas casas
nobiliarias influyentes y poderosas y, en consecuencia, una de las formas más
efectivas
de
disolver
esas
conspiraciones
era
dividir
a
aquella
vigorosa
aristocracia mediante matrimonios y a través de su desplazamiento territorial.
Si tenemos en cuenta las tesis de Margarita Torres, que aceptamos aun sin
ser expertos en materia de genealogía y linajes nobiliarios, es posible que la
crianza de Rodrigo en la corte de Fernando I se pueda contemplar con otros
ojos. No conocemos el grado de participación que Diego Flaínez pudo tener en
la rebelión dirigida por su hermano, Fernando, en León contra Fernando I tras
la muerte de Bermudo III en Tamarón. Si esa cooperación hubiese sido activa,
cabría la posibilidad de que su hijo Rodrigo pasara a ser una suerte de rehén en
la corte del monarca, para garantizar de alguna forma que Diego no volviera a
apoyar más rebeliones contra él. Visto desde esta nueva perspectiva, cobran aún
más sentido las ideas de Margarita Torres, las cuales sitúan los orígenes del
Campeador en un linaje más elevado del que tradicionalmente se ha creído.
La
escasez
y
pobreza
de
las
fuentes
del
momento
no
nos
permiten
dilucidar si esa costumbre se practicaba entonces. Sin embargo, podemos intuir
la posibilidad, al menos, de que se utilizase a un niño llamado Rodrigo Díaz de
alguna forma para garantizar la fidelidad de un padre con un pasado rebelde.
Lo cierto es que en aquella época, y en la que vivió el propio Rodrigo como
adulto, el empleo de rehenes como garantes del cumplimiento de acuerdos era
2
una práctica generalizada.
Sin embargo, no todos los especialistas están de acuerdo con las tesis de
Margarita Torres que sitúan los orígenes familiares paternos de Rodrigo en la
familia Flaínez. Quien más las ha refutado ha sido Gonzalo Martínez Díez,
tanto en su biografía del Cid histórico como en algún trabajo que aborda ese
aspecto
de
manera
monográfica.
La
Historia
Roderici
traza
una
genealogía
precisa de Rodrigo Díaz:
El
origen
muchos
de
su
hijos,
linaje
entre
parece
los
que
cuales
es
este:
Laín
estuvieron
Calvo
Fernando
engendró
Laínez
y
Bermudo Laínez. Bermudo Laínez engendró a Rodrigo Bermúdez.
Laín
Fernández
engendró
Fernández
a
Fernando
y
matrimonio
engendró
a
a
una
esta
Nuño
Rodríguez,
hija
Eilo
a
y
llamada
Laínez.
el
cual
Eilo.
engendró
Roderico
en
engendró
Nuño
ella
a
Laínez
Laín
Bermúdez
a
Pedro
tomó
Núñez.
en
Laín
Núñez engendró a Diego Laínez, el cual engendró a Rodrigo Díaz
Campeador en una hija de Rodrigo Álvarez, que fue hermano de
Nuño
Álvarez,
el
cual
tuvo
el
castro
de
Amaya
y
muchas
otras
provincias de aquellas regiones. Rodrigo Álvarez tuvo el castro de
Luna y los territorios de Mormojón, Moradillo, Cellorigo y Curiel y
otras muchas villas en la tierra llana. Fue su esposa doña Teresa,
3
hermana de Nuño Laínez de Rejas.
Gonzalo Martínez Díez nos ayuda a entender esa enrevesada ascendencia
de Rodrigo Díaz con dos ilustrativos gráficos de sus genealogías paterna y
4
materna.
Pero es muy poco lo que conocemos acerca de los progenitores de
Rodrigo Díaz. Del padre, Diego Laínez, la Historia Roderici afirma que:
[…] con grande y fuerte valor arrebató a los navarros el castro que se
llama Ubierna, y Urbel y La Piedra. Luchó con los mencionados
navarros en batalla campal y los venció. Alcanzado el triunfo una
sola
vez
sobre
ellos,
los
navarros
nunca
en
adelante
pudieron
prevalecer contra él. A su muerte, su hijo Rodrigo ocupó su lugar
5
como cabeza de familia.
Desconocemos si Diego Laínez luchó junto con Fernando I contra los
navarros en la batalla de Atapuerca de 1054. Cabe la posibilidad de que así
fuera, de que se destacase en el combate y de que el rey le encomendara la
misión o tarea de asentarse en las fronteras de Castilla con Pamplona, donde
arrebató a los pamploneses las tres fortalezas que menciona la Historia Roderici.
6
Eso es todo lo que sabemos del padre de Rodrigo.
De la madre disponemos de
menos información aún, ni siquiera sabemos cómo se llamaba. Martínez Díez,
al reconocer las limitaciones, se aventura a proponer el nombre de María, tal y
como Rodrigo llamó con posterioridad a una de sus hijas, pues era costumbre
7
en la época poner a las niñas el nombre de su abuela.
Poco más sabemos de la familia de Rodrigo: que tendría algún abuelo de
cierta relevancia y unos progenitores poco conocidos. De su núcleo familiar
pasó a las cortes de Fernando I y Sancho II y es en ellas donde asimiló,
fundamentalmente, su primera formación, pues en ese entorno aprendió a leer
y escribir. Aparte de unos rudimentos de escritura y lectura, que más adelante
le permitieron ejercer como juez del rey Alfonso VI en distintos tribunales
itinerantes, Rodrigo aprendió en la corte regia sus primeras enseñanzas en
equitación y uso de las armas. Es posible que ingresara en esa corte cuando aún
era un niño y que creciera allí hasta convertirse en un adolescente dotado para
la lucha individual.
INFANCIA Y ADOLESCENCIA
La infancia y adolescencia de Rodrigo son periodos vitales de su trayectoria que
nos
resultan
bastante
desconocidos.
No
nos
consta
que
tuviera
hermanos
mayores y si tuvo alguno habría muerto durante la infancia sin dejar registro.
Tampoco que tuviese hermanas, teniendo en cuenta que, en el caso de las
mujeres, es más difícil identificarlas y conocer su filiación. Su niñez y pubertad
debió de desarrollarse como la de cualquier joven aristócrata primogénito de la
época. Sabemos que Rodrigo aprendió a escribir, o al menos a firmar, de una
forma bastante tosca, como atestigua el documento de dotación de la iglesia de
Valencia de 1098. También es muy posible que aprendiera a leer de manera
más
o
menos
aceptable.
Lo
que
no
sabemos
es
cómo
y
cuándo
adquirió
rudimentos de escritura y nociones de lectura. ¿En algún monasterio durante
su infancia? ¿Fue acaso instruido por algún familiar eclesiástico? ¿Alcanzó esos
conocimientos ya como adolescente en las cortes de Fernando I y de Sancho II?
De todas las posibilidades, es esta última la que nos resulta más factible o, al
menos, la única de la que tenemos algún indicio claro.
Figura 11: Firma de Rodrigo Díaz de Vivar, recogida en el diploma de dotación a la catedral de Valencia,
en el año 1098, y que reza Ego Ruderico [Yo, Rodrigo].
Los monarcas del momento en el que Rodrigo Díaz vivió su infancia y
adolescencia se criaban rodeados de caballeros, en las cortes de sus padres y en
compañía de sus tutores nobles, responsables de su formación o
Esos ayos o valedores, denominados
nutricius
en
la
tirocinium.
documentación
latina,
habían de instruir a los hijos de los reyes en distintas disciplinas, en especial en
aquellas relacionadas con el mundo de la guerra y la caballería, y compartían
esa responsabilidad con miembros del alto clero, que, a su vez, aleccionaban a
los príncipes en materias más intelectuales y en aquellas relacionadas con el
gobierno y la aplicación de justicia. No conocemos el nombre del nutricio de
Sancho II, pero sabemos que el de Alfonso VI fue su fiel Pedro Ansúrez,
perteneciente a la poderosa familia de los Banu Gómez y que fue conde de
Carrión,
Saldaña
y
Liébana,
así
como
posible
fundador
de
la
ciudad
de
8
Valladolid.
Ansúrez
ejerció
una
notable
influencia
en
quien
terminó
por
convertirse en el señor más poderoso de la península ibérica de su tiempo y
estaba siempre presente en sus negocios más trascendentales, en una suerte de
sombra del rey.
¿En qué consistía ese tirocinio o magisterio impartido a un príncipe por
un noble caballero? Los tutores, en esencia, enseñaban a sus pupilos a moverse
en
el
ámbito
gobernante
de
la
guerra,
medieval,
precisamente,
la
de
entre
la
una
cuyas
actividad
fundamental
atribuciones
comandancia
de
sus
más
para
un
significativas
huestes.
Es
por
futuro
figuraba,
ello
que
la
equitación constituyó un pilar básico en esa formación, así como el manejo de
las distintas armas y nociones de táctica y estrategia. Era muy importante
inculcar rudimentos de disciplina, fidelidad, cohesión… aspectos principales
en la conducción de tropas, tanto en aquella época como en cualquier otra.
Quienes
mejor
experimentados,
podían
caballeros
adiestrar
veteranos
en
esas
curtidos
enseñanzas
en
distintas
eran
hombres
9
campañas.
No
obstante, era la práctica lo que verdaderamente formaba al futuro rey guerrero,
la experiencia acumulada en el campo de batalla o ante las murallas de una
fortaleza asediada. El liderazgo podía enseñarse desde la teoría, pero era la
vivencia lo que de verdad permitía asimilar esos conocimientos básicos. En ese
sentido, Rodrigo, aunque no era príncipe, sí fue un privilegiado, pues desde
muy joven gozó de la oportunidad de participar en campañas militares a gran
escala, sobre todo en batallas campales y asedios.
Podemos
hacernos
una
idea
aproximada
de
la
educación
inicial
de
Rodrigo a través de referencias disponibles de otras fuentes inmediatamente
posteriores a la existencia del Campeador. La Historia Silense, escrita entre los
años
1109
y
1135
y
concebida
como
una
biografía
de
Alfonso
VI,
tarea
inconclusa, ofrece alguna información de la educación cortesana recibida por
los hijos de Fernando I el Magno. Según esa crónica, el rey Fernando mostró
un celo especial en la educación e instrucción de sus hijos e hijas:
Figura 12: Miniatura del Hortus Deliciarum, elaborado entre 1167 y 1185 en el convento alsaciano de
Hohenburg por su abadesa, Herrad von Landsberg, y que compilaba el conocimiento de la época, a
modo de enciclopedia para las novicias. En la miniatura vemos a la filosofía rodeada de las siete artes
liberales: la gramática, la dialéctica y la retórica –el trivium– y la aritmética, la geometría, la astronomía y
la música –el quadrivium–.
En verdad, el rey Fernando dispuso que sus hijos e hijas fuesen
instruidos
primero
en
las
disciplinas
liberales,
a
cuyo
estudio
él
mismo se había dedicado; después, cuando la edad así lo aconsejaba,
hizo que los hijos varones montasen a caballo a la usanza hispana y
que se ejercitasen con las armas y las cacerías; en cuanto a las hijas,
para que no se entregasen al ocio, mandó que fuesen aleccionadas en
10
todo tipo de virtud femenina.
Las
enseñanzas
liberales
constaban
de
siete
materias
fundamentales
trivium, que englobaba
quadrivium, que contenía la
distribuidas en dos grandes ramas de conocimiento, el
la
gramática,
aritmética,
avanzada,
la
la
en
dialéctica
y
geometría,
la
el
de
tránsito
la
retórica;
astronomía
la
niñez
a
y
y
la
el
la
música.
Ya
adolescencia,
en
se
una
edad
aleccionó
más
a
los
príncipes en el ejercicio de las armas y las cacerías. Las mujeres recibían una
educación
desempeñar
distinta,
en
la
adaptada
corte
y
a
con
las
funciones
actividades
que
las
masculinas,
infantas
como
las
debían
últimas
mencionadas, vetadas. El propio rey Fernando, se dice en la fuente, había sido
educado según esos mismos parámetros y lo cierto es que, durante su reinado,
se desarrolló un notable florecimiento cultural en el que parece que su esposa,
Sancha, tuvo un papel destacado y donde el matrimonio regio ejerció una
intensa labor de mecenazgo a instituciones eclesiásticas y la producción de
11
libros.
AL SERVICIO DE SANCHO II.
ESCUDERO Y PRIMER CABALLERO DEL REY
No sabemos si Rodrigo recibió una educación similar a la de los hijos de
Fernando. De lo que sí tenemos constancia es de que fue formado por uno de
ellos, el primogénito Sancho, y es posible que algunos de los conocimientos
adquiridos por el infante llegaran, de alguna forma, a su pupilo. Una vez
muerto Fernando I, Rodrigo prosiguió su formación y servicio al lado de su
hijo Sancho, a quien le había correspondido en herencia el recién instituido
reino de Castilla. Sancho no estaba conforme con la decisión testamentaria de
su padre, ya que, como primogénito que era, se veía con derecho a más de lo
que le había sido legado y, por ello, inició un periodo de guerras contra sus
hermanos para apoderarse de sus territorios (vid. Capítulo 1). Lo cierto es que
la parte que le había correspondido en herencia a Sancho era, tal vez, peor que
la que le había tocado en suerte a su hermano Alfonso. A este último le había
sido legado no solo el reino de León, el único en un momento en el que
Castilla era aún un condado, sino también, y quizá esto pesaba más en el
ánimo de Sancho, el título imperial, aquel que, en cierto modo, otorgaba a su
12
portador la supremacía sobre los restantes poderes cristianos peninsulares.
En relación con la formación de Rodrigo, la Historia Roderici nos deja una
breve noticia en la que da cuenta de que «Sancho, rey de toda Castilla y
dominador de la España musulmana, crio con gran diligencia a Rodrigo Díaz y
13
le ciñó el cinto de la milicia».
Esto quiere decir que fue el propio Sancho, no
sabemos si siendo infante o ya como rey, quien invistió a Rodrigo como
caballero, aunque, en esa época tan temprana, el ceremonial de investidura
caballeresca
nos
es
completamente
desconocido.
Rodrigo,
para
hacerse
merecedor de la dignidad de caballero, habría demostrado su valía al soberano,
es posible que como uno de sus escuderos o pajes personales durante un
determinado periodo de tiempo. Sea como fuere, la Historia Roderici vuelve a
dejar constancia de la relación mantenida entre Sancho y Rodrigo y afirma que
el de Vivar fue designado por el ya rey con un importante cargo militar y que
le
acompañó
y
sirvió
en
campañas
que
enfrentaron
al
monarca
castellano
contra su hermano Alfonso:
El
rey
Sancho
de
tal
manera
amaba
a
Rodrigo
Díaz
con
gran
dilección y fuerte amor que lo elevó al primer lugar de todo su
ejército (principem super omniam militiam suam). Así creció Rodrigo
y se convirtió en el palacio del rey Sancho en un varón guerreador,
fortísimo y campeador (uir bellator fortissimus et Campidoctus). En
todos los combates que el rey Sancho hizo con el rey Alfonso en
Llantada y Golpejera, venciéndolo, Rodrigo Díaz portó el estandarte
del rey Sancho (tenuit regale signum regis Sanctii) y prevaleció y fue
14
mejor que todos los caballeros del ejército real.
Durante esos años, Rodrigo permaneció junto a Sancho y le sirvió como
«escudero» y primer caballero. De manera tradicional, algunos de los estudiosos
de la figura del Cid han considerado la posibilidad de que Rodrigo actuara al
modo de armiger o «alférez» del rey; pero también otros investigadores han
considerado que no era posible que Rodrigo hubiera sido distinguido con una
dignidad que correspondía a miembros de la nobleza más elevada. Es posible
que el autor de la Historia Roderici aluda, de alguna manera, a ese rol de
escudero del monarca que pudo desempeñar Rodrigo en la corte de Sancho II.
Jean
Flori
ha
constatado
en
algunos
de
sus
estudios
que armiger significa
«escudero» en los textos de los siglos XI-XIII y una crónica del periodo similar
15
al de la Historia Roderici otorga también esa significación al vocablo.
En el exhaustivo trabajo de Raúl Manchón acerca del vocablo armiger en
la documentación del reino de León entre los años 775 y 1230 se constata que
la significación que se le ha dado al término desde la Antigüedad es «el que
lleva las armas» o «escudero». Asimismo, afirma que «según los testimonios de
la Antigüedad clásica y tardía, la persona así denominada llevaba, en efecto, las
armas de su señor durante los combates, o bien era uno de los miembros de su
16
entorno».
Claudio Sánchez Albornoz, por su parte, considera que este título de
armiger debió de actuar como una especie de «trampolín» para acceder al
prestigioso título condal y Du Cange (1610-1688) sostiene que serían nobles
de
bajo
rango
quienes
obtenían
el
título
de
armiger
en
la
Edad
Media.
Manchón, sin embargo, no es capaz de desentrañar las funciones que habría
desempeñado el armiger en la corte leonesa. La documentación disponible es
tan
parca
en
detalles
que
no
permite
precisar
en
qué
consistían
sus
atribuciones. Constata que el cargo aparece en los documentos leoneses a
finales del siglo X y principios del XI y que es durante este último cuando va
aumentando
su
aparición
en
los
diplomas.
Experimenta
un
crecimiento
significativo en la documentación de Alfonso VI, pues consta en 93 de los 95
documentos expedidos por su cancillería, y después decae su uso, ya en el siglo
17
XII, hasta que se sustituyó por el de «alférez».
Mas lo cierto es que el término armiger no lo asocia a Rodrigo la Historia
Roderici ni ningún otro texto o documento. Su relación con el cargo de alférez
es una construcción de autores posteriores que se han dedicado a su estudio.
Veíamos más arriba que esa crónica contempla a un joven Rodrigo como
principem super omniam militiam, el principal de todo el ejército de Sancho,
que actuaba al modo de comandante o capitán de las huestes regias. También
afirma que en las batallas de Llantada y Golpejera «portó el estandarte del rey
Sancho». Ostentó, por tanto, un cargo y desempeñó una función similar a la
que, más adelante, ejercieron el armiger y el alférez, pero no se designa así en
ningún momento. De ese hecho también se hace eco el Carmen Campidoctoris,
cuando afirma con su lirismo que «Sancho, rey de la tierra, lo amó tanto, /
viendo al joven subir a lo más alto, / que de la principal mesnada quiso /
18
ponerlo al frente».
Sea como fuere, lo que sí parece cierto a la luz de los testimonios es que
Rodrigo alcanzó una preponderancia reseñable tanto en los asuntos militares
como en la corte del rey Sancho. Una prueba de esa importancia es el hecho de
que aparece como confirmante de ocho de los trece documentos que expidió
19
Sancho II como monarca.
Una
de
sus
primeras
acciones
individuales
en
representación
de
los
intereses de su señor, que consignan, aunque sin aportar demasiados detalles, la
Historia y el Carmen Campidoctoris, habría sido un duelo singular con un
campeón llamado Jimeno Garcés. Dicho combate entre campeones se habría
establecido para solucionar pleitos que mantenían el monarca castellano y el
navarro, Sancho IV, por el castillo fronterizo de Pazuengos. Sin mencionar el
lugar de la pelea ni el nombre del contrincante, el Carmen expresa que «Hoc
fuit
primum
Campidoctor
primera,
/
singulare
dictus
cuando,
est
bellum,
cum
maiorum
muchacho
adolescens
ore
aún,
virorum»
venció
a
devicit
[Esta
un
navarrum;
lid
singular
navarro;
/
hinc
fue
por
la
ello
«Campeador» dicho es por boca / de hombres mayores]. En adelante se le
llamó Campeador, según el Carmen, gracias a su victoria en aquel duelo y fue
reconocido
proporciona
por
el
ese
sobrenombre
nombre
del
a
partir
campeón
de
ese
momento.
pamplonés,
La
«Jimeno
Historia sí
Garzez,
un
20
pamplonés de los mejores».
Fueron esos años intensos para él, en los que participó por primera vez en
dos batallas campales, Llantada y Golpejera, que se saldaron con el triunfo
castellano sobre los leoneses. El último de esos choques, el de Golpejera, en
1072, tuvo como consecuencia el apresamiento del rey Alfonso, para quien se
decretó el destierro y Sancho pasó entonces a ser soberano de León. Escritos
posteriores como la Chronica Naierensis, compuesta a finales del siglo XII y
basada, sin duda, en ficciones elaboradas por juglares, imaginan a un Rodrigo
Campeador desempeñando un rol fundamental en esos combates contra los
leoneses, enfrentándose a varios de ellos de manera individual, derrotándolos y
poniéndolos en fuga, así como rescatando a Sancho tras su apresamiento y
21
abatiendo a varios leoneses gracias a sus destrezas caballerescas.
Después de la batalla de Golpejera, Alfonso fue desterrado a Toledo junto
con su tutor, el ya mencionado Pedro Ansúrez. No es casual que Alfonso
eligiera esta ciudad como lugar de confinamiento. Fernando I no solo había
repartido sus dominios territoriales entre sus hijos, también había distribuido
entre ellos el cobro de parias de las taifas a las que había conseguido someter y
convertir en sus tributarias. De ese modo, a Sancho le había correspondido
Castilla, pero también las parias de la taifa de Zaragoza; a García, el menor,
Galicia y Portugal y las parias de Sevilla y Badajoz; a Alfonso, León, el título
imperial y los tributos adeudados por la importante taifa de Toledo. A todas
luces, Fernando mostró en su testamento cierta predilección hacia este hijo. Es
posible que viera en él a su más digno sucesor, al más capacitado para ejercer
un dominio peninsular que él mismo desplegó hasta su muerte. No es de
extrañar que ese posible favoritismo causara una profunda irritación en su
hermano
mayor,
a
quien
textos
posteriores
dibujan
como
una
persona
iracunda, furiosa y ambiciosa, digno heredero de la sangre de los godos que
llevaba
a
aquellos
22
sangrientas.
antepasados
a
enfrentarse
entre
hermanos
en
luchas
A esas alturas, por tanto, las relaciones de Alfonso VI con el taifa
de Toledo, Yahya ibn Ismail al-Mamún, debían de ser fluidas y estrechas y es
23
por ello que eligió aquel destino como lugar en el que vivir su destierro.
Figura 13: Capitel de la iglesia de San Pedro de Gaíllos (Segovia),
ca.
1200. Combate entre dos infantes
ataviados con cota de malla y escudos de cometa. Nótese que la cota de malla ya no cuelga de la cintura
en un faldón, como en los modelos anteriores, sino que dos brafoneras protegen las piernas y cubren
también los pies.
Mientras tanto, Sancho, ya como rey de Castilla y León, se fijó como
siguiente objetivo la conquista de Zamora, ciudad que le había correspondido
en herencia a su hermana, Urraca. Su pretensión era unificar y mandar sobre
24
todos los dominios que había gobernado su padre.
La Zamora que asediaron
las huestes castellanas durante varios meses de 1072 estaba ya amurallada y
gozaba ya entonces de renombre y fama de urbe inexpugnable, aunque más
25
tarde recibió nuevos amurallamientos.
Por ello, conquistarla era un propósito
complicado. No se conserva ninguna fuente contemporánea que relate los
acontecimientos que se produjeron en el asedio al que Sancho II sometió a
Zamora.
Fueron
visiones
posteriores
compuestas
por
juglares
en
el
desaparecido Cantar de Sancho II, reconstruido a partir de sus prosificaciones
en
crónicas
muy
26
aquellos hechos.
posteriores,
las
que
presentan
un
panorama
literario
de
La Historia Roderici es muy parca en datos acerca del primer
gran cerco en el que participó Rodrigo Díaz, sin embargo, aporta alguna
información
que
nos
resulta
realmente
relevante
y
nos
sirve
para
conocer
detalles significativos del Campeador de ese momento. Esas pocas líneas nos
ayudan a entender que Rodrigo, en esa época, era un excelente luchador, un
experto en combates singulares cuerpo a cuerpo:
Como el rey Sancho hubiera sitiado Zamora, por un caso de la
fortuna Rodrigo Díaz luchó solo con quince caballeros enemigos,
siete de los cuales llevaban loriga, de los cuales mató a uno, hirió y
27
derribó a dos y a los otros, con ánimo decidido, puso en fuga.
El anónimo autor de la Historia nos está hablando aquí de unas destrezas
combativas de Rodrigo que le convirtieron en un hábil luchador. Nos dice,
además, que la mitad de los caballeros que se enfrentaron a Rodrigo llevaba
loriga, la armadura de la época, que consistía en una especie de túnica de cota
de malla que no estaba al alcance de cualquiera. Esas lides no fueron, tal vez,
resultado de acciones militares en el contexto de las maniobras de asedio, más
bien consistieron en una forma de entretenimiento. Los sitios eran operaciones
largas y tediosas y no era infrecuente, para matar el aburrimiento, que algunos
caballeros, asediados y asediadores, cruzasen armas en combates individuales
con una reglamentación de la que no nos han llegado noticias. Otra crónica
narraba, décadas más tarde, que durante el cerco a una fortaleza un caballero
perdió la vida a consecuencia de una fractura de brazo sufrida en uno de esos
duelos, al ser derribado de su caballo por su contrincante.
Figura 14:
Urraca, señora de Zamora, según una miniatura del siglo XII del Tumbo A (Libro de
privilegios) de la catedral de Santiago de Compostela.
Desconocemos cuánto duró el asedio al que Sancho II sometió a Zamora,
en compañía de su fiel Rodrigo. Como tampoco sabemos con exactitud las
circunstancias que pusieron fin a aquel sitio. Historias y tradiciones posteriores
presentaron a un Sancho II asesinado por un caballero llamado Vellido Dolfos,
un guerrero que había escapado de Zamora para unirse a las filas castellanas,
acercarse al rey, encandilarlo y atraerlo para luego ejecutarlo con un venablo
por la espalda mientras el soberano hacía sus necesidades. Habría sido, según
esas figuraciones, un complot urdido por Urraca para acabar con la vida de su
28
hermano valiéndose de un asesino.
Todo es demasiado literario, demasiado
cuento, pero no hay que olvidar que, por norma, relatos y ficciones esconden
una parte de verdad. No sería extraño que la defensora de Zamora, Urraca, y
los suyos hubiesen ideado un plan para terminar de manera contundente con
aquel cerco y la forma más efectiva de poner fin al sitio era, sin duda, acabar
con la vida del comandante de aquellas tropas, el rey Sancho. No sorprende a
nuestros ojos que Urraca y sus fieles hubieran planificado lo que hoy llamamos
una «operación especial» para, a través de una acción, poner fin a una guerra.
Una operación especial, o de comando, es aquella diseñada para eliminar a un
líder
de
forma
sencilla,
rápida
y
eficaz.
Llevada
a
cabo
por
uno
o
pocos
hombres, resulta poco costosa y muy rentable. Quién sabe si en las batallas de
Tamarón
y
Atapuerca,
incluso
en
Graus,
quizá
en
Hastings,
no
actuaron
guerreros con una alta cualificación, entrenados para ejecutar una maniobra
muy
simple
al
mismo
tiempo
que
compleja,
tremendamente
efectiva
y
resolutiva, infalible para finalizar una conflagración: dar muerte al rey.
No sabemos con certeza nada de todo eso, tan solo podemos suponer que
algo parecido podría haber sucedido en aquel asedio de Zamora. La realidad es
que Sancho II murió asesinado y que el sitio terminó de manera abrupta. A
partir de ahí, cundió el pánico y la desorganización en una hueste castellana
que tuvo que retirarse de un escenario de guerra transportando el cuerpo inerte
de
su
señor
hacia
el
lugar
de
su
eterno
reposo.
Podemos
imaginar
a
la
perfección a un Rodrigo Díaz profundamente apenado formando parte del
electo séquito que trasladó los restos de su rey desde las murallas de Zamora
hasta su sepulcro en Oña. Muchas serían las tribulaciones que le atormentaron
en ese viaje fúnebre, numerosas dudas e incertidumbres acerca de su futuro le
invadirían. Tal vez no imaginaba entonces que ese futuro, en principio tan
sombrío, no iba a resultar tan aciago y que iba a ser aceptado e integrado por
quien, hasta no hacía demasiado tiempo, había sido enemigo de su señor. Y es
que el rey Alfonso no parecía haber albergado dudas en acoger en su seno a
aquel joven caballero, que tanta importancia había tenido para su hermano
asesinado.
AL SERVICIO DE ALFONSO VI
Aunque pueda resultarnos un tanto chocante, Alfonso VI recibió a Rodrigo
Díaz sin problemas aparentes. Pronto vemos al diestro caballero formar parte
del
séquito
del
nuevo
monarca,
integrado
a
su
servicio
y
cumpliendo
sus
mandatos. Puede que hubiera perdido protagonismo en la esfera política del
nuevo trono instaurado, pero, al menos, no se le despreciaba como a un
enemigo. Una de las muestras más significativas de la voluntad de Alfonso por
atraerlo fue la de proponerle un matrimonio ventajoso y provechoso. La noble
dama Jimena Díaz fue la elegida para desposar a Rodrigo. Por otra parte, nada
hay de histórico en la fantasiosa Jura de Santa Gadea, una ficción literaria que,
siglo y medio más tarde, se encargaron de imaginar los romances y que, de
alguna forma, adquirió categoría de verdad y fue integrada en el imaginario
popular
gracias
a
la
película
de
1961
dirigida
por
Anthony
Mann
y
protagonizada por Charlton Heston. No tenía sentido, ni era posible, que un
aristócrata acusara de asesinato de esa manera a un rey ante la opinión pública,
29
pues ese hecho hubiera constituido un delito de traición.
Tanto la Historia
Roderici como
el Carmen
Campidoctoris expresan
el
óptimo recibimiento que Alfonso VI dio a Rodrigo tras la muerte del rey
Sancho.
El Carmen
expresa
que
Alfonso
«comenzó
a
amarlo,
queriéndolo
ensalzar sobre los otros», hasta tal punto que otros miembros de la corte
empezaron a envidiarlo y a intentar indisponer al soberano con Rodrigo. La
Historia
incide también en ese «amor» mostrado por Alfonso hacia Rodrigo,
que se tradujo en el matrimonio con una noble asturiana que le proporcionó:
Después de la muerte de su señor el rey Sancho, que lo crio y tanto
lo amó, el rey Alfonso lo recibió con honores por vasallo y lo tuvo a
su lado con gran amor y distinción. Le dio por esposa a su sobrina
doña Jimena, hija de Diego, conde de Oviedo, del cual engendró
30
hijos e hijas.
Como afirma la
Historia
, Jimena era hija de un conde ovetense llamado
31
Diego Fernández, del que hay escasa información.
Alfonso
VI
para
vincular
linajes
asturianos
y
Ese matrimonio le servía a
castellanos
y,
a
la
vez,
proporcionaría a Rodrigo cierto ascenso social, al tratarse Jimena de la hija de
un conde. El casamiento debió de sustanciarse en el año 1074, pues la carta de
arras de Rodrigo a Jimena está fechada en julio de ese año. Ese interesante
32
documento, que ha sido estudiado en profundidad por Alberto Montaner,
expone con detalle la dote que Rodrigo entregó a Jimena para su enlace. El
negocio se ejecutaba según el fuero de León, que obligaba al pretendiente a
confiar a su esposa algo más de la mitad de sus posesiones patrimoniales. Si se
hubiese realizado según el derecho castellano, Rodrigo hubiera tenido que
adjudicar bastante menos a Jimena, el 10 por ciento de sus posesiones. Gracias
a esa carta, por tanto, podemos hacernos una idea parcial de en qué consistía el
patrimonio territorial de Rodrigo. Un segundo negocio jurídico notable que se
sustancia en ese documento es la
pro liatio
mutua entre Rodrigo y Jimena,
mediante la cual se nombraban de manera recíproca herederos universales de
todas
sus
propiedades
y
debían
transmitirlas
a
los
hijos
engendrados
por
ambos. Solo perdería Jimena las arras de Rodrigo en caso de contraer un
segundo matrimonio. Una disposición que tuvo una relevancia significativa en
el futuro, pues gracias a ella Jimena se convirtió en señora de Valencia cuando
Rodrigo murió en julio de 1099.
El documento de arras debió de tener una importancia sustancial, pues lo
consignaron el rey Alfonso VI; sus hermanas, las infantas Urraca y Elvira; el
alférez
real,
Rodrigo
González;
los
condes
castellanos,
Munio
González
y
Gonzalo Salvadórez; y los condes leoneses Pedro Ansúrez y García Ordóñez.
Todos ellos actuaron como fedatarios, garantes del cumplimiento de lo que en
él se establecía. Con ese compromiso, Rodrigo entregó a Jimena como arras un
monasterio, el de San Cebrián de Buena Madre, 3 villas enteras y parte de otras
34,
todas
ubicadas
en
tierras
castellanas.
Puede
apreciarse
con
eso
que
el
patrimonio de Rodrigo no consistía en una única gran propiedad o en unas
pocas
extensas
propiedades,
sino
más
bien
en
parcelas
dispersas
por
la
geografía. Dichas características del patrimonio cidiano llevan a Ernesto Pastor
a considerar que los ingresos obtenidos por Rodrigo mediante la explotación de
aquellas tierras serían un tanto limitados y que, por tanto, amplió sus ganancias
gracias al cobro de rentas y actividades políticas y militares. Entre estas últimas,
el
botín
de
guerra
constituyó
una
fuente
de
beneficios
destacable,
lo
que
33
permitió a Rodrigo el mantenimiento de una hueste a su servicio.
A partir de 1074, fecha de su boda con Jimena, hasta 1079, los años
transcurren con tranquilidad y placidez para Rodrigo, lejos de la guerra y el
fragor
de
las
armas.
predatoria
en
la
arrebatarles
Puede
frontera,
botín.
Solo
que
participase
organizada
tenemos
para
constancia
en
alguna
presionar
de
sus
a
pequeña
los
campaña
musulmanes
movimientos
gracias
o
a
documentos que le muestran acompañando a Alfonso VI en un viaje por
Asturias. Un diploma de marzo de 1075 demuestra que estuvo presente en la
apertura del Arca Santa de Oviedo y en la enumeración de las reliquias que se
contenían en ella. Rodrigo es uno de los confirmantes de ese documento. En
ese tiempo, el rey Alfonso le designa para actuar como juez en distintos litigios,
como el mantenido por los hermanos Vela y Vermudo Ovéquiz contra el
obispo de Oviedo por la propiedad de un monasterio, o como el existente entre
el propio monarca y los infanzones de Langreo a cuenta de la titularidad de
34
unas tierras.
Entre los años 1076 y 1077, Rodrigo acompañó al soberano por distintos
lugares
y
fue
uno
de
los
confirmantes
del
fuero
que
Alfonso
concedió
al
importante concejo fronterizo de Sepúlveda, en noviembre de 1076. También
apareció como confirmante en la donación de un monasterio que el rey hizo a
Cluny
en
la
primavera
del
siguiente
año.
A
partir
de
entonces,
y
hasta
mediados de 1079, no volvemos a saber nada de las actividades del Campeador
e imaginamos a Rodrigo gestionando su patrimonio y dedicado a sus asuntos
personales durante ese lapso. Una nueva oportunidad le llegó en el otoño de
1079, cuando Alfonso VI le encomendó la misión de atravesar más de media
Península para exigir a al-Mutámid de Sevilla el pago de tributos. Allí, se
sumergió
en
las
realidades
de
una
gran
ciudad
islámica
y,
en
esos
meses,
protagonizó un acontecimiento del que es posible que se arrepintiera con
posterioridad.
Emisario del rey en Sevilla
En el verano de 1079, Alfonso VI envió a Rodrigo en cabeza de una embajada
a Sevilla. La Historia Roderici vuelve a ser, una vez más, la fuente única y
principal
que
nos
permite
conocer
cómo
se
pudieron
35
acontecimientos protagonizados por Rodrigo en esa ciudad.
desarrollar
los
De acuerdo con
esta crónica, Rodrigo fue enviado «como embajador al rey de Sevilla y al rey de
Córdoba para cobrarles las parias». En ese momento, la taifa de Sevilla, regida
por al-Mutámid, estaba enfrentada con el vecino reino de Granada, a cuya
cabeza se encontraba el monarca cronista Abd Allah ibn Buluggin, a quien la
ffar». Esa contienda se había iniciado años atrás, en los
Historia llama «al-Muza
primeros años de reinado de Abd Allah. El propio rey granadino habla en sus
Memorias de los conflictos fronterizos que había mantenido con al-Mutámid
de Sevilla, unas querellas que Alfonso VI había aprovechado para sacar tajada
de ambos príncipes enfrentados. El monarca había despachado a Pedro Ansúrez
a Granada para exigirle a Abd Allah el pago de tributos, a lo cual se negó el
granadino. Enterado de ello, al-Mutámid de Sevilla se valió de la ocasión para
establecer
con
Alfonso
una
alianza
contra
Granada.
Para
tal
propósito,
se
construyó el castillo de Belillos, situado a pocos kilómetros de Granada, en
plena vega, desde el que, con frecuencia, las tropas allí acuarteladas lanzaban
razias
contra
dicha
vega.
Forzado
por
aquella
situación,
Abd
Allah
se
vio
obligado a claudicar y a abonar a Alfonso lo que le exigía. Poco después, alMamún
de
Toledo
se
apoderó
por
sorpresa
de
Córdoba,
por
lo
que
la
guarnición sevillana de Belillos se vio obligada a abandonar la fortaleza, que fue
tomada por Abd Allah. Más adelante, al-Mutámid volvió a instigar a Alfonso
VI para atacar Granada entre los dos, para lo que aquel le proporcionó a este
una elevada cantidad de dinero. Alfonso, para presionar a Abd Allah, envió en
aquella
ocasión
como
embajador
a
Sisnando
Davídiz,
conde
mozárabe
de
Coimbra que había sido visir del rey taifa sevillano y que había coincidido con
Rodrigo Díaz en algún tribunal de justicia actuando ambos como jueces del
36
rey.
Sisnando, buen conocedor de las realidades cristianas e islámicas, expuso
a Abd Allah unos planteamientos de su señor Alfonso que al granadino le
resultaron estremecedores. Según esas palabras, la voluntad del monarca era la
de recobrar para la cristiandad unos territorios musulmanes que, en el pasado,
habían pertenecido a sus antepasados godos:
Figura 15: Dinero de Alfonso VI. En el anverso, vemos una cruz patada y, a su alrededor, la leyenda
ANFVS REX [Alfonso, rey]. En el reverso, dos estrellas y dos roeles en el interior de una gráfila circular
de puntos y la leyenda TOLETVN, alusiva a la ceca toledana donde se acuñó la moneda, y una cruz. Las
razones que explican el gran despegue económico de los reinos cristianos en este periodo son múltiples,
pero no debemos olvidar que, entre ellas, se halla el pago de parias por parte de las taifas andalusíes, una
suerte de soborno –o, más bien, chantaje– por el que los reinos musulmanes compraban la paz a sus
vecinos cristianos y evitaban así las incursiones de estos últimos.
Al-Ándalus –me dijo de viva voz– era en principio de los cristianos,
hasta que los árabes los vencieron y los acorralaron en Galicia, que es
la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso, ahora que
pueden,
desean
recobrar
lo
que
les
fue
arrebatado,
cosa
que
no
lograrán sino debilitándoos y con el transcurso del tiempo, pues,
cuando no tengáis dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin
37
ningún esfuerzo.
Con posterioridad, puede que en el año 1075, el propio Alfonso VI,
acompañado de al-Mutámid de Sevilla, fuera a visitar a Abd Allah. Se iniciaron
negociaciones entre las tres partes, Granada y Sevilla intercambiaron castillos
que habían dominado durante las hostilidades y el rey cristiano les obligó a
firmar un pacto de no agresión entre ambos y a abonarle a él un tributo anual
de 10 000 meticales. Si acaso se les ocurría no cumplir con el pago, sufrirían las
consecuencias de la guerra que no dudaría en lanzar contra sus tierras y sus
38
hombres.
Puede apreciarse con claridad que, pocos años atrás, Alfonso VI había
actuado como un auténtico árbitro en las relaciones entabladas por los reyes de
las taifas de Granada y Sevilla. Ya fuera mediante la lucha o mediante la
diplomacia, el monarca cristiano era el gran beneficiado de una situación de
conflicto entre Abd Allah y al-Mutámid, porque, al final, el resultado era que
conseguía drenar hacia sus arcas mayor cantidad de oro de uno y otro. Es
posible que en el momento en el que Rodrigo fue enviado a Sevilla, Alfonso
estuviera instigando un nuevo conflicto entre las dos taifas. Es también posible
que al-Mutámid se hubiese demorado en el pago de las parias que habían
acordado en el tratado mencionado por Abd Allah en su crónica y que, por
ello, pusiera en marcha su maquinaria bélica para castigar al moroso. Es posible
que algo así sucediera, porque con el rey de Granada se encontraba una hueste
cristiana comandada por el conde García Ordóñez en la que estaban integrados
nobles cristianos relevantes como Fortún Sánchez, yerno del rey de Pamplona,
su hermano Lope, así como el magnate castellano Diego Pérez. Cada uno de
ellos acudió con su propia mesnada para ayudar a Abd Allah de Granada en su
enfrentamiento contra la taifa de Sevilla, ¿o acaso para iniciarla y ejecutar así las
amenazas
que
años
atrás
había
lanzado
Alfonso
en
el
tratado
pactado
en
Granada?
Rodrigo, ya en Sevilla, fue informado por al-Mutámid de que un ejército
cristiano estaba ayudando a su adversario granadino, dispuesto a atacar sus
tierras. Es más que posible que Rodrigo desconociese los planes de su rey, en
los que debía actuar como un peón más y reclamar al sevillano el tributo
adeudado, mientras que los hombres dirigidos por Ordóñez complementarían
la presión con incursiones contra los dominios de la taifa de al-Mutámid. Sin
embargo, Alfonso no había tenido en cuenta dos factores importantes, ¿o tal
vez sí y todo esto tenía sentido? ¿Acaso no podía tratarse de un plan finamente
diseñado por él? Por una parte, Alfonso era consciente de la astucia de alMutámid de Sevilla, un soberano lo suficientemente experimentado y sabedor
de las intenciones alfonsinas como para no aprovechar la oportunidad que se le
brindaba con la llegada de aquel Rodrigo Díaz, que ignoraba por completo las
urdimbres andalusíes. Por otra parte, Alfonso sabía de la ignorancia en aquellos
asuntos del hombre que había enviado a Sevilla, inexperto en las cuestiones
diplomáticas que allí había tejido para extraer oro a unos y otros y sembrar la
inestabilidad.
Puede que al-Mutámid adulara a Rodrigo, que elogiara sus cualidades
militares, que incluso le ofreciera elevadas cantidades de dinero a cambio de
atacar a aquellos granadinos y cristianos que le estaban agrediendo. Es más que
posible que le suministrase guerreros propios para que se sumaran a la mesnada
del Campeador y configurar así un ejército de respuesta. Nada dice la
Roderici
Historia
a favor ni en contra de estas posibilidades, pero la lógica nos lleva a
pensar que bien pudieron ocurrir de este modo los hechos. De ser así, aquella
sería la primera ocasión en la que Rodrigo se ponía al frente de una hueste
híbrida de cristianos y musulmanes en la que la caballería cristiana constituiría
la élite y el componente islámico la fuerza de choque necesaria. Una fórmula
que le proporcionó al Campeador éxitos militares en el futuro.
Lo cierto es que Rodrigo, al ser informado por el rey sevillano del asalto
que estaba soportando su taifa, envió una carta al soberano de Granada y a los
correligionarios cristianos que le acompañaban en la que les pedía que no
atacaran el reino de Sevilla. Pero los destinatarios, prosigue la crónica, «no solo
no
quisieron
«entraron
oír
sus
saqueando
ruegos,
toda
la
sino
tierra
que
los
hasta
despreciaron
el
castillo
de
por
completo»
39
Cabra».
y
Rodrigo
reaccionó ante aquella embestida moviendo a sus hombres hacia las cercanías
de
Cabra
y
entablando
contra
los
atacantes
«un
combate
cruel»
que
se
prolongó desde las diez de la mañana hasta la una del mediodía. En aquella
batalla se produjo «una gran matanza y destrucción del ejército del rey de
Granada, tanto de musulmanes como de cristianos, hasta que todos, vencidos y
desordenados, huyeron de la presencia de Rodrigo».
Durante
el
choque
fueron
apresados
el
conde
García
Ordóñez,
los
magnates Lope Sánchez y Diego Pérez y un gran número de sus caballeros.
Rodrigo «celebró el triunfo» y mantuvo presos a sus cautivos durante tres días y
después los dejó libres –«les permitió marcharse sin ninguna condición»–, se
40
quedó con sus tiendas así como con el botín obtenido en el combate.
El
Carmen Campidoctoris se refiere también, de manera breve, a esa batalla de
Cabra y expresa que ese fue el «segundo» del Campeador, en el que «con
muchos, preso fue García». A partir de aquella victoria, el nombre de Rodrigo
41
se hizo célebre y fue temido por toda «Ispania».
Tras la victoria, Rodrigo regresó triunfal a Sevilla, donde fue aclamado
como a un héroe libertador. El artero monarca sevillano le pagó el tributo
debido a Alfonso e incrementó el montante con regalos que el Campeador
tenía que entregar a su señor cuando regresara. La Historia expone los hechos
de esta manera:
Rodrigo
volvió
victorioso
a
Sevilla.
c
Al-Mu tamid
le
entregó
los
tributos debidos al rey Alfonso y sobre ellos añadió regalos y muchos
presentes para que los entregara al rey. Aceptados los mencionados
c
presentes y tributos y firmada la paz entre Al-Mu tamid y el rey
Alfonso, Rodrigo regresó con honor a Castilla y junto a su señor, el
42
rey Alfonso.
Prosigue la Historia la narración afirmando que Rodrigo no fue bien
recibido por todos en Castilla. Expone que «a causa del triunfo y victoria de
este
modo
otorgada
por
Dios,
muchos
hombres,
tanto
parientes
como
extraños, movidos por la envidia, le acusaron ante el rey de cosas falsas y no
43
verdaderas».
Sin embargo, al soberano no parecieron importarle los hechos
protagonizados por Rodrigo durante su embajada sevillana. Es más, es posible
que incluso le salieran las cuentas como las había preconcebido. Con aquella
misión, Alfonso había conseguido que un moroso al-Mutámid le entregara los
tributos adeudados, incluso que los incrementara con regalos, así como que
firmase con él una nueva alianza (una «paz firmada», como hemos visto que
expone la
Lo
Historia
).
cierto
es
que
Rodrigo
no
recibió
ningún
castigo
por
el
servicio
prestado al taifa sevillano en la batalla de Cabra. Aquella acción podía haber
resultado un desastre diplomático para Alfonso VI, pero hasta el rey pudo
haber salido ganando con ella. José María Mínguez considera que aquellos
hechos bien pudieron constituir «una filigrana política, diplomática y militar
de
Alfonso
VI»,
«una
maniobra
demasiado
sutil
para
Rodrigo
Díaz»,
un
hombre «cuya única virtud era el valor y la audacia», que entendió, «desde su
rancia mentalidad caballeresca», que lo que debía hacer en aquella ocasión era
defender al taifa sevillano del embate que le propinaban sus enemigos. Por ello,
«haciendo gala de una terrible ingenuidad política», había provocado la batalla
de
Cabra,
diplomacia
entrando
de
«como
Alfonso
un
44
VI».
elefante
Puede
en
que
una
cacharrería
Mínguez
tenga
en
la
razón
finísima
con
esas
afirmaciones, pero puede también que no la tenga y que el plan saliera tal y
como esperaba Alfonso VI. Al fin y al cabo, como hemos expuesto, el rey
leonés no había perdido nada y sí había ganado bastante.
Quien no salió ganando en absoluto fue el conde García Ordóñez, señor
de Nájera, uno de los magnates más importantes de la corte de Alfonso y uno
de
los
pocos
45
alcanzó.
que
ostentaba
una
dignidad
de
conde
que
Rodrigo
jamás
Aquella humillación sufrida en Cabra supuso una afrenta difícil de
olvidar para un hombre de su prosapia. Es posible que Rodrigo en Cabra,
además de botín, hubiera ganado un enemigo poderoso dentro de la corte de
Alfonso VI y que esa enemistad se materializara con posterioridad.
El
siguiente
año
y
medio
transcurrió
relativamente
tranquilo
Rodrigo. Es en 1081 cuando volvemos a tener noticias suyas. La
Roderici
para
Historia
relata que poco tiempo después de que Rodrigo regresara triunfante y
glorioso de Sevilla, Alfonso «marchó con su ejército a una región musulmana
que le era rebelde a fin de combatirla, ampliar su reino y pacificarlo». Durante
ese tiempo, Rodrigo «permaneció enfermo en Castilla» y es por ello que no
pudo acompañar a su señor en aquella empresa. Mientras el rey se encontraba
en campaña, «los sarracenos vinieron e irrumpieron en un castro que se llama
Gormaz,
donde
consiguieron
[no]
poco
botín».
Al
enterarse
de
aquello,
Rodrigo reaccionó y se puso en movimiento, «conmovido por una profunda ira
y tristeza» y dijo: «Perseguiré a estos ladrones y quizá los capture». Hay que
señalar
que
esta
última
frase,
esas
presuntas
palabras
pronunciadas
por
Rodrigo, están sacadas de la Biblia, del Libro I de los Reyes, de un diálogo
mantenido por el rey David con el Señor: «¿Perseguiré a esos ladrones y los
cogeré, o no? El Señor le respondió: Persíguelos, porque sin duda los cogerás, y
les harás soltar la presa».
Figura 16: El castillo de Gormaz (Soria) fue erigido en el siglo IX durante la dominación musulmana de
la región y fue una pieza clave en la estrategia de defensa fronteriza ante los reinos cristianos del norte, ya
que permitía el control visual de uno de los pasos principales del río Duero. Su estratégica posición, así
como sus enormes dimensiones –cuenta con un perímetro amurallado de 1200 m–, hicieron de él un
bastión imponente. Por todo ello, su dominio fue siempre codiciado y disputado, hasta que pasó a manos
cristianas, de manera definitiva, después de su conquista en 1060 por las tropas del rey Fernando I de
Castilla y León.
Ante aquella razia impelida no se sabe por quién, Rodrigo reaccionó y
movilizó
a
sus
hombres
para
lanzarse
a
combatirla.
En
aquella
especie
de
cacería se adentró en tierras de la taifa de Toledo, «saqueando y devastando la
tierra de los musulmanes», en la que apresó «entre hombres y mujeres a siete
mil», a quienes «les quitó a la fuerza, virilmente, todo el ajuar y las riquezas y se
46
los llevó a su tierra».
Resulta difícil interpretar esa reacción de Rodrigo como un mero acto de
venganza ante una cuadrilla de ladrones de incierta procedencia. Es más que
probable que detrás de su comportamiento se hallaran intereses personales del
guerrero castellano. Comentábamos más arriba que su patrimonio no era tan
rico
y
que
necesitaba
de
otras
fuentes
de
ingresos
complementarias,
precisamente con el botín como una de ellas. Es posible que hubiese incluso
planificado esa incursión con antelación, a modo de empresa militar para
conseguir beneficios en territorios islámicos, con la certeza de que su cabalgada
no iba a ser respondida militarmente por nadie y que, con ella, obtendría unos
ingresos extra que le permitirían mantener, incluso ampliar, su mesnada.
En
un
mundo
fronterizo
como
aquel,
eran
muchos
los
que
estaban
dispuestos a encuadrarse en las filas de un capitán que organizaba una salida
para hacerse con un suculento botín. Apenas había diferencias en su acción con
respecto a aquella otra que había llevado a una banda de «sarracenos» a saquear
un desprotegido castillo de Gormaz. El fin de ambas cabalgadas parece ser el
mismo:
el
ansia
de
ganar
botín
en
un
escenario
turbulento,
violento,
desprotegido, una suerte de tierra sin ley ni autoridad, un Far West medieval en
el
que
nadie
estaba
a
salvo
de
nadie.
Llama
la
atención
que
el
cronista
magnifique la ganancia conseguida por su adorado Campeador en aquella
campaña, 7000 esclavos cuyo destino era la venta a mercaderes esclavistas o la
exigencia de un rescate a sus familiares. Al fin y al cabo, su propio señor hacía
lo mismo en tierras musulmanas. Pero Rodrigo era un simple aristócrata y
Alfonso un monarca, un emperador que movía y tejía los hilos de la telaraña en
la que se había convertido al-Ándalus.
Si la batalla de Cabra no había acarreado consecuencias para Rodrigo, al
menos
en
principio,
parece
claro
que
aquella
cabalgada
autónoma
contra
dominios de la taifa toledana sí ocasionó la ira de Alfonso VI. La Historia
Roderici
expone
que
no
faltaron
cortesanos
y
magnates
«envidiosos»
que
utilizaron aquella acción para indisponer al soberano contra Rodrigo e incluso
recrea el discurso que le habrían declamado:
Señor Rey. La celsitud vuestra sepa sin duda que Rodrigo hizo esto
por
esta
viviendo
causa,
y
a
saber,
depredando
para
en
que
tierra
todos
de
nosotros,
moros,
que
muramos
y
estamos
seamos
muertos aquí por los sarracenos.
El rey dio pábulo a tales comentarios y decretó, «injustamente y de mala
47
forma», el destierro de Rodrigo,
parece ser que desde la distancia, pues el
autor de la Historia insinúa que las noticias de la cabalgada de Rodrigo en la
taifa de Toledo le habían llegado cuando aún se hallaba con sus efectivos en
tierras musulmanas. ¿Pudo recibir Alfonso algún tipo de queja de su aliado y
tributario al-Mamún de Toledo? ¿Quizá fueron esos consejeros «envidiosos»
quienes movieron la animosidad de Alfonso hacia Rodrigo? ¿Pudo ser aquella
maniobra la gota que colmó el vaso de la paciencia del monarca?
48
Lo que sí
parece cierto es que Rodrigo no estaba hecho para la inactividad, para la
molicie y la parsimonia de un aristócrata dedicado a gestionar sus rentas y vivir
de ellas en compañía de su familia. A nuestros ojos, Rodrigo es un hombre de
acción, un inconformista, alguien insatisfecho con su vida y que, por ese
motivo, busca nuevos horizontes. Para alguien como él, ese destierro, lejos de
resultar un castigo, parece que le abrió un mundo en tecnicolor en el que
descubrió
tonalidades
y
posibilidades
que
tal
vez
hasta
entonces
no
había
contemplado. Puede decirse que ese destierro decretado por su rey se convirtió
en una oportunidad.
Notas
1
Vid. Torres Sevilla-Quiñones de León, M. C., 1999, 141-145; «El linaje del Cid», 343-360;
Torres
Sevilla-Quiñones
consultarse,
de
además,
León,
M.,
el
trabajo
2017,
14-19.
de
Acerca
Pérez,
de
la
familia
M.,
Flaínez
2009,
puede
89-107
[https://ddd.uab.cat/record/111811].
2
Calderón Ortega, J. M. y Díaz González, F. J., 2011, 9-66; Márquez Castro, B., 2014.
3
Martínez Díez, G. et alii, 1999, 103.
4
Vid. Martínez Díez, G., 2007b, 34 y 2000 31-49.
5
Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 880.
6
Martínez
Díez
llama
la
atención
sobre
la
ausencia
del
nombre
de
Diego
Laínez
en
la
documentación de la época y llega a la conclusión de que sería un simple infanzón y no un
magnate principal. Vid. Martínez Díez, G., 2000, 49. F. J. Peña Pérez (2000, 70-71) ahonda
en esa consideración al afirmar que «es prácticamente seguro que Diego Laínez no consiguió
superar en su vida las barreras de la infanzonía, pero gracias a su arrojo en el campo de batalla,
a su afanoso cuidado del patrimonio y, sobre todo, al ascendiente que le otorgaba el apellido
de su mujer, pudo dejar el campo despejado a su hijo Rodrigo para que diera el salto hacia los
peldaños más elevados de la aristocracia».
7
Vid. Martínez Díez, G., 2000, 45.
8
Barón Faraldo, A., 2013.
9
Acerca del entrenamiento militar de reyes y caballeros, vid. Orme, N., 1984; Fletcher, R.,
1999, 114-115; Barton, S., 1997, 149-150.
10
Historia Silense, 184.
11
Vid. Ruiz García, E., 2014.
12
Vid. Sirantoine, H., 2012.
13
Vid. Historia Roderici, 4.
14
Ibid.
15
Vid. Flori, J., 124-125; Chronica Adefonsi Imperatoris, ep. 78, 186, así como Crónica del
Emperador
Alfonso
VII,
87.
Acerca
del
uso
y
presencia
del
término
armiger
en
la
documentación asturleonesa y castellana, vid. Mateu Ibars, J., 1980, 263-316.
16
Vid. Manchón Gómez, R., 2000, 609.
17
Ibid.
18
Vid. Carmen Campidoctoris, estrofa IX, 202-203.
19
Vid. Martínez Díez, G., 2000, 66-67.
20
Vid. Carmen Campidoctoris, estrofa VII, 200-201; Historia Roderici, 5; Barceló, M., 1966,
109-126.
21
Vid.
Chronica
Naierensis,
171-173;
Bautista,
F.,
[http://journals.openedition.org/e-
spania/18101]; DOI: 10.4000/e-spania.18101.
22
Vid. Bautista, F., ibid.
23
Vid. Martínez Díez, G., 2003, 40-41.
24
Vid. González Mínguez, C., 2002, 77-99.
25
Vid. Ferrero Ferrero, F., 2008, 9-44.
26
Vid.
Puyol
Alonso,
J.,
1911
[https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?
id=1476]; Bonilla y San Martín, A., 1912, 153-160.
27
Vid. Historia Roderici, 5.
28
Vid. Martín Prieto, P., 2010, 35-60; Reilly, B. F., 1992, 56.
29
Vid. Horrent, J., 1973, 157-193; Martínez Díez, G., 2000, 71-72; Peña Pérez, F. J., op. cit.,
231-233, 253-256.
30
Vid. Historia Roderici, 6.
31
Tal vez el análisis más detallado de los orígenes familiares de Jimena sea el de Martínez Díez,
G., 2000, 76-82.
32
Vid. Montaner Frutos, A., junio de 2007; Ruiz Asencio, J. M., 2017, 357-382; Martínez
Díez, G., 2000, 82-87.
33
Vid. Pastor Díaz de Garayo, E., 1999, 215-221; Martínez García, L., 2000, 335-352.
34
Vid. Martínez Díez, G., 2000, 88-94.
35
Vid. Historia Roderici, 7.
36
García Gómez, E. y Menéndez Pidal, R., 1947, 27-41.
37
Vid. Abd Allah, 1980, 154-159, cita textual en 158-159.
38
Ibid., 160-162.
39
Vid. Historia Roderici, 7.
40
Vid. Historia Roderici, 8; Fletcher, R., op. cit., 135-136; Martínez Díez, G., 2000, 100-102.
41
Vid. Carmen Campidoctoris, estrofas XX-XXII, 204-207.
42
Vid. Historia Roderici, 9.
43
Ibid.
44
Mínguez Fernández, J. M., 2000, 95-96.
45
Vid. Canal Sánchez-Pagín, J. M., 1997, 749-773.
46
Vid. Historia Roderici, 10.
47
Ibid., 11.
48
José María Mínguez (2000, 97) sostiene que «la impulsividad del Cid, ajena a cualquier otra
consideración de orden político y diplomático, constituía un serio peligro para la delicada red
en la que el rey leonés trataba de mantener atrapados a los taifas andalusíes. Alfonso VI podía
fiarse de la capacidad militar del Cid. Pero está claro que en ese momento al rey no le
interesaba tanto la audacia del militar cuanto el sentido político de la alta nobleza, más
avezada en las lides diplomáticas. Con el destierro, Alfonso VI le alejaba del centro de
decisiones políticas y se sacudía la responsabilidad de las acciones de su vasallo».
__________________
*
Cronica del muy esforçado cauallero el Cid ruy diaz campeador, Capitulo primero del noble rey don
Fernando primero deste nombre que crio al Cid, Sevilla, imprenta de Iacobo Cromberger y Iuan
Cromberger, 1525.
3
El primer destierro, comandante
mercenario al servicio de Zaragoza
I se echava mio Çid – después que fo de noch,
un sueñol priso dulçe, – tan bien se adurmió.
El ángel Gabriel – a él vino en visión:
«Cavalgad, Çid – el buen Canpeador,
»ca nunpua en tan buen punto – cavalgó varón;
»mientra que visquiéredes – bien se fará lo to.»
Quando despertó el Çid, – la cara se santigó.*
D
nuevo
urante el verano del año 1081, Rodrigo Díaz partió al destierro. No
sabemos cuántas ni quiénes eran las personas que le acompañaban en su
e
incierto
destino,
pero
podemos
suponer
que
serían
familiares,
caballeros criados en su casa, sirvientes, amigos… Es posible que también se
sumaran aventureros, buscavidas, comerciantes, viajeros, puede que hasta algún
peregrino
que
regresara
de
Compostela.
informaciones
que
detalladas.
ocasiones, incluso
En
suministra
la
Historia
da
la
A
partir
Roderici
sensación
de
son
de
este
más
haber
hecho,
las
abundantes
sido
testigo
y
de
algunos de los acontecimientos que relata, de haber acompañado al Campeador
en varias etapas de su viaje.
Desde ese verano, la vida de Rodrigo dio un giro significativo. Ya no
contaba con la cobertura y protección que le proporcionaba su señor Alfonso,
su reino, su tierra, sino que tuvo que forjarse un porvenir dedicándose a lo que
mejor
sabía
magnate
hacer:
con
una
luchar
y
comandar
progresión
en
tropas
ascenso
en
en
la
el
campo
corte
regia
de
batalla.
pasó
a
ser
De
un
comandante mercenario al servicio de un príncipe musulmán. El transcurso de
esos
cinco
años
sirviendo
a
los
taifas
hudíes
zaragozanos
es
posible
que
constituyera la etapa más trascendental y de formación de toda su vida. Por
primera vez, se integró de pleno en una sociedad islámica que solo conocía por
referencias y por aquello que de ella pudo aprender en sus meses de estancia en
Sevilla. No es seguro afirmar que esos años de primer destierro marcaran y
determinaran el futuro de Rodrigo Díaz el Campeador.
No obstante, sus pasos iniciales no se dirigieron a Zaragoza. Su primera
opción fueron los condes mellizos de Barcelona, Ramón Berenguer II, «Cap de
Estopa»,
y
su
hermano,
Berenguer
Ramón
II
vid
(
. Capítulo
1).
Con
este
último, se encontró en más ocasiones con posterioridad. La corte barcelonesa
rechazó los servicios del capitán cristiano y los suyos y es entonces cuando
Rodrigo buscó trabajo en Zaragoza. La
Historia
narra con parquedad que
Rodrigo salió del reino «y dejando a sus hombres sumidos en la aflicción»,
marchó a Barcelona. Después se encaminó hacia Zaragoza, en la que reinaba
un anciano al-Muqtádir, un longevo gobernante que dominaba un amplio
territorio en el valle del Ebro, Tortosa y el levante peninsular, además de tener
1
como vasalla a la taifa de Valencia.
Al-Muqtádir llevaba en el trono desde el año 1046, quizá desde antes de
que naciera Rodrigo Díaz, a quien, años más tarde, acogió a su servicio. Es
posible
incluso
que
se
hubieran
conocido
anteriormente,
cuando
Rodrigo,
siendo muy joven, pudo acompañar a su señor, Sancho II, en la campaña de
1063 que culminó con la batalla de Graus y la muerte del rey Ramiro I de
Aragón y en la que las tropas zaragozanas, comandadas por al-Muqtádir, y las
castellanas fueron aliadas. Al-Muqtádir conocía bien el potencial combativo de
las huestes cristianas, donde los caballeros pesadamente armados podían marcar
la diferencia. Había sufrido en sus carnes la pérdida de Barbastro en 1064,
después
de
una
expedición
instigada
por
el
papa
Alejandro
II,
en
la
que
participaron normandos y otros caballeros procedentes de regiones del otro
lado de los Pirineos. Había tenido, por tanto, oportunidad de conocer de
primera mano el poderío de esos guerreros acorazados a caballo, su disciplina,
determinación,
mesnadas
arrojo
andalusíes
y
de
valor,
algo
entonces.
que
Esto
no
es
distinguía,
debido
a
precisamente,
que
las
a
las
sociedades
andalusíes de los reinos de taifas habían descuidado un factor tan determinante
en
una
época
convulsa
como
era
disponer
de
ejércitos
bien
entrenados,
disciplinados, cohesionados y resolutivos. Rodrigo podía aportar todo eso y es
probable que el sabio y anciano gobernante ya tuviera noticias de las destrezas
militares de aquel hombre llamado Rodrigo y a quien ya se conocía por el
sobrenombre de Campeador.
Figura 17: La Aljafería (Zaragoza) era un complejo palacial fortificado que mandó construir al-Muqtádir,
rey taifa de Zaragoza, en la segunda mitad del siglo XI. El palacio constaba de un recinto amurallado de
planta rectangular, con torres semicirculares e integraba en el mismo la llamada Torre del Trovador, de
finales del siglo IX. Comprendía un patio con jardín, salones, pórticos y una mezquita.
Tenía
verdadera
necesidad
de
un
comandante
como
él.
No
hacía
demasiado tiempo que había sido asesinado, en una conjura organizada por sus
hermanos,
quien,
hasta
ese
momento,
había
sido
su
mayor
aliado,
el
rey
pamplonés Sancho IV el de Peñalén, al que pagaba parias a cambio de sostén
militar. Uno de los enemigos principales de la taifa de Zaragoza era, en aquellos
momentos, el reino de Aragón, que estaba en pleno proceso de expansión y
gobernado,
además,
conocimientos
y
por
fuerza
un
monarca
suficientes
como
como
para
Sancho
poner
en
Ramírez,
aprietos
con
a
los
zaragozanos. Había sido el gran beneficiado de la muerte de Sancho IV el de
Peñalén, pues el reino de Pamplona pasó a integrarse en el de Aragón. Este
reino
en
crecimiento
tenía
la
necesidad,
y
la
dinámica,
de
seguir
expandiéndose, ya que los territorios del valle del Ebro dominados por la taifa
de Zaragoza eran su vía natural de crecimiento. Al-Muqtádir sabía que la
supervivencia de sus dominios estaba comprometida y que gracias a aquel
comandante cristiano recién llegado podrían conjurarse, al menos, algunas
amenazas.
Figura 18: Acceso al llamado Salón Dorado de la Aljafería. El autor andalusí del siglo XIII al-Saqundi
escribe en su Risala
fadl al-Andalus [Elogio del islam andalusí]: «Tenéis un rey, al-Muqtadir, señor de
Saraqusta, realmente admirable, es destacado matemático, ha escrito bellos poemas y al hermoso palacio
de la Alfarería, que él ordenó construir, y al Salón de Oro, que fue escenario de anécdotas importantes de
su vida, él les dedicó los siguientes versos: ¡Oh, Palacio de la Alegría! ¡Oh, hermoso salón de oro! […]
Aunque mi reino no tuviera otras joyas y más tesoros, yo, teniéndoos a los dos, ya tendría cuanto
ambiciono, que con este bello alcázar mi alegría llega a su colmo».
Al-Muqtádir,
además
de
un
político
hábil,
era
un
rey
erudito,
un
destacado estudioso de las matemáticas y la astronomía. Durante su mandato,
Zaragoza
floreció
culturalmente;
fue
él
quien
ordenó
la
construcción
del
palacio de la Aljafería y su corte fue una de las más brillantes en lo artístico, lo
científico y lo filosófico. Por ella desfilaron, según Vernet y Grau, más de
doscientos
personajes
célebres,
entre
musulmanes
y
judíos,
que
cultivaron
estudios de matemáticas, astronomía, medicina, poesía, gramática, filosofía,
derecho o religión, más de cien de los cuales viajaron, en alguna ocasión, a
2
oriente para ampliar sus conocimientos.
No tardó mucho tiempo en fallecer el anciano al-Muqtádir, puede que
hacia finales de 1081 o en los primeros meses de 1082. Antes de su muerte,
decidió dividir sus vastos dominios entre sus dos hijos y dejó a al-Mutamin la
zona de Zaragoza y a Mundir la de Lérida, Tortosa y Denia. Al igual que
ocurría en el universo cristiano, que tan bien conocía Rodrigo, pronto se
desencadenó una guerra fratricida entre los herederos. La Historia Roderici, una
vez más, fuente esencial para conocer esta etapa de la vida de Rodrigo, afirma
que al-Mutamin recibió con sumo agrado al comandante castellano, a quien
apreciaba, y que, por ello, lo integró en su consejo:
Al-Mutamin apreciaba mucho a Rodrigo y lo exaltó y puso en lugar
principal sobre todo su reino y toda su tierra, usando de su consejo
en todos los asuntos.
3
La tarea de Rodrigo al frente de las huestes zaragozanas no era sencilla.
Tras la muerte de al-Muqtádir, como hemos apuntado, estalló el conflicto entre
los
hermanos.
El
castellano
recibió
el
mandado
de
recuperar
territorios
orientales de la taifa de Zaragoza. Por su parte, Mundir fue hábil y se alió con
Sancho Ramírez de Aragón y con Berenguer Ramón II de Barcelona, a quienes
pagó parias a cambio de socorro militar para las guerras contra su hermano. Las
tierras de Lérida y el Maestrazgo fueron los escenarios principales en los que
Rodrigo combatió contra los enemigos de su nuevo señor. A pesar de sus
esfuerzos, y de la retórica de la Historia Roderici, lo cierto es que el reino de
Aragón prosiguió su expansión a costa de Zaragoza y logró conquistar castillos
de importancia como Muñones, Secastilla y Graus, hacia Barbastro; y Ayerbe,
4
Arascués y Bolea hacia Huesca; así como Arguedas hacia Tudela.
Sin embargo, la Historia también presenta otro panorama. Nos habla de
la contienda que inician los hermanos y de las alianzas que establece Mundir,
«al-Hayib»,
con
aragoneses
y
catalanes,
cristianos
que
odiarían
a
Rodrigo
porque se había convertido en una especie de protector de los zaragozanos:
Parece que surgió entonces una enemistad cruel y violentísima entre
c
Al-Mu tamin y su hermano Al-Hayib, hasta el punto que acordaron
lugar y día para combatir entre ellos. Sancho, rey de Aragón y de
Pamplona, y Berenguer, conde de Barcelona, protegían a Al-Hayib e
c
iban en su compañía. Con Al-Mu tamin estaba Rodrigo Díaz, que le
servía fielmente y custodiaba y protegía su reino y su tierra, por cuya
5
causa principalmente lo querían mal y tramaban contra él.
Monzón era una de las manzanas de la discordia en aquella disputa.
Reclamada tanto por leridanos como por zaragozanos, en plena frontera con el
reino cristiano de Aragón, era una plaza lo suficientemente importante como
para luchar por su control. Estaba situada en el extremo norte de la taifa de
Zaragoza,
amenazada
a
unos
por
16
los
kilómetros
efectivos
de
al
sur
de
Lérida
y
Barbastro,
los
y
era
aragoneses.
una
fortaleza
Ambos
ejércitos
desarrollaban maniobras por la zona y, por ello, al-Mutamin ordenó a Rodrigo
acudir al lugar con sus hombres para protegerla. Al tener noticia de aquel
movimiento, el rey Sancho Ramírez «juró y dijo que de ninguna manera se
atreviera a hacerlo», pero Rodrigo reaccionó plantando sus tiendas «ante la vista
de sus enemigos, o sea, de todo el ejército de al-Hayib» y entró al día siguiente
en
la
fortaleza
acampado
de
delante
6
Monzón.
de
la
Es
posible
fortaleza
que
durante
el
un
Campeador
día
entero
permaneciera
en
espera
de
movimientos enemigos, pero estos no se dieron y por eso entró en Monzón,
quizá para ampliar la guarnición que defendía el lugar y mejorar sus defensas
ante posibles ataques.
LA BATALLA DE ALMENAR (1082)
Parece que la política militar de al-Mutamin estaba orientada entonces a la
mejora
de
la
importantes,
precisamente,
fortificación
porque
la
de
la
de
algunas
siguiente
«restaurar
y
de
sus
misión
que
fortificar
un
fortalezas
encomendó
antiguo
de
frontera
más
a
Rodrigo
fue,
castro
que
se
llama
Almenar». En ese tiempo, la situación entre al-Mutamin y su hermano al-
Hayib
era
muy
tensa.
El
de
Lérida
estrechó
alianzas
con
Berenguer
de
Barcelona y con los condes de Cerdaña y Urgel, así como con nobles de Besalú,
Ampurdán, Rosellón y Carcasona, para que reunieran un ejército que acudiera
a
asediar
aquel
supervisión
términos
y
del
castillo
defensa
acuerdo,
de
de
Almenar
Rodrigo.
pero
es
más
que
estaba
siendo
No
sabemos
en
que
probable
que
guarnecido
qué
con
consistieron
al-Hayib
la
los
ofreciera
a
aquellos cristianos una sustanciosa cantidad de dinero. Sea como fuere, el
contingente cristiano aliado, o contratado, llegó a Almenar y le puso cerco: «Lo
sitiaron y atacaron durante muchos días, hasta que les faltó el agua a los que
7
estaban dentro».
Por
Granja
aquel
entonces,
d’Escarp,
Lérida)
Rodrigo
en
vivía
en
territorio
un
del
castillo
rey
de
llamado
Lérida,
Escarp
situado
(La
en
la
confluencia de los ríos Segre y Cinca. Ese castillo había sido conquistado por
Rodrigo
«virilmente,
capturando
a
todos
los
que
en
él
vivían».
Al-Hayib,
seguramente, contestó a esa agresión con la movilización de todas sus energías
y recursos y con la búsqueda de ayuda por parte de los condes y caballeros
catalanes para responder al golpe recibido. Durante su estancia en Escarp,
Rodrigo fue sabedor de las dificultades que estaban atravesando los defensores
de Almenar, por tanto, despachó mensajeros a su señor para que le advirtieran
del peligro real que había de que la fortaleza cayera en manos de sus enemigos.
Le solicitaba que enviara refuerzos para socorrer a los de Almenar. El soberano
de Zaragoza acudió al llamamiento y se reunió con Rodrigo en otro castillo, el
8
de Tamarite (Tamarite de Litera, Huesca).
Al-Mutamin quería que Rodrigo atacara a los asediadores de Almenar,
pero
el
comandante
opinaba
que
era
mejor
negociar
con
los
enemigos,
ofrecerles el pago de una cantidad de dinero a cambio de su retirada. Razonaba
el Campeador que esa opción era la mejor, dado el elevado número de efectivos
del que disponían sus adversarios: «Mejor es que tú le pagues el censo y dejen
de atacar el castillo que ir a la batalla contra él [al-Hayib], porque tiene a su
lado una muchedumbre de hombres». Al-Mutamin aceptó la propuesta de
Rodrigo y se despacharon mensajeros para negociar con los asediadores las
condiciones
de
su
repliegue.
Mas
los
enemigos
hicieron
caso
omiso
y
prosiguieron el cerco y el asalto a la fortaleza de Almenar. Parece claro que la
única alternativa posible era el combate y, por ello, se desencadenó la que, más
adelante, se llamó batalla de Almenar, acaecida en las proximidades de ese
9
castillo en una fecha indeterminada del verano de 1082.
La Historia Roderici,
única fuente que refiere y relata el choque, narra aquel enfrentamiento campal
en los siguientes términos:
Rodrigo, montado en cólera, mandó tomar las armas a todos sus
soldados y prepararse con valentía para la lucha. Así pues, marchó
con su ejército hasta aquel lugar en que se encontraron frente a
frente los condes, al-Hayib y Rodrigo. Los combatientes de uno y
otro bando dispusieron sus tropas en orden de batalla y lanzándose
impetuosamente con enorme vocerío iniciaron el combate, pero,
pronto al-Hayib y los condes huyeron retirándose vencidos y en
desorden del rostro de Rodrigo. La mayor parte murió, y tan sólo
unos pocos consiguieron huir. Todo su botín y pertenencias pasaron
legalmente
a
poder
de
Rodrigo,
quien,
después
de
conseguir
la
victoria, se llevó cautivos al conde Berenguer y a sus soldados al
castillo de Tamarite y allí los puso en manos de Mutamin. Pero a los
10
cinco días los dejó volver libres a su tierra.
Una vez más, la destreza de Rodrigo comandando tropas en la batalla
había
servido
para
derrotar
a
un
contingente
enemigo.
Las
consecuencias
fueron positivas para él, principalmente, pues vio aumentados su consideración
y carisma, pero también para su señor, al-Mutamin, que había conseguido
sacudirse con un golpe contundente a los rivales reunidos por su hermano. A
partir de Almenar, el conde Berenguer Ramón II de Barcelona no volvió a
constituir una amenaza para la taifa de Zaragoza y al-Hayib de Lérida tuvo que
sopesar otras alternativas para enfrentarse a su hermano. Es más que posible
que al-Mutamin obligara a los condes catalanes a jurar una suerte de pacto de
no agresión a cambio de su libertad, pues relata la Historia que estuvieron
retenidos durante cinco días en el castillo de Tamarite. Bien eso, o bien se les
exigió un rescate a sus familiares a cambio de su liberación. Es posible que se
les reclamaran ambas cosas, una cantidad de dinero y el acuerdo de no volver a
atacar la taifa zaragozana. La
Todo
su
botín
y
Historia
se limita a decir que:
pertenencias
pasaron
legalmente
a
poder
de
Rodrigo, quien, después de conseguir la victoria, se llevó cautivos al
conde Berenguer y a sus soldados al castillo de Tamarite y allí los
puso en manos de Mutamin. Pero a los cinco días los dejó volver
11
libres a su tierra.
No resulta creíble que al-Mutamin dejara marchar a sus enemigos sin
ninguna
condición
ni
compensación.
Los
cinco
días
que
aquellos
ilustres
cautivos permanecieron en Tamarite en su poder seguro que fueron de intensa
negociación, con el inteligente soberano de Zaragoza siempre en busca del
mayor rédito para él. También aprovechó aquella victoria al-Mutamin para su
propia propaganda, al acudir triunfal a Zaragoza, entrando victorioso en la
capital y desfilando junto al comandante cristiano que le había proporcionado
aquel éxito militar contra su hermano y los aliados de este. La
Historia
nos
narra que aquella victoria en el campo de batalla elevó la consideración del
soberano hudí hacia el Campeador y que, desde entonces, le otorgó una mayor
responsabilidad en su reino y le colmó de presentes y riqueza:
Rodrigo Díaz regresó con Mutamin a Zaragoza y allí fue recibido
por
los
habitantes
de
aquella
ciudad
con
gran
honor
y
máxima
veneración. Mutamin puso a Rodrigo al frente de su reino y de todo
su territorio en los días de su reinado prefiriéndolo a su propio hijo,
de tal manera que era como el señor de todo aquel reino, y lo
enriqueció con innumerables regalos y con muchos presentes de oro
12
y plata.
Rodrigo
gozaba
de
una
situación
envidiable
en
la
corte
del
señor
musulmán de Zaragoza. La victoria de Almenar le había elevado por encima
del
estatus
de
simple
comandante
mercenario.
Aquel
triunfo
mostraba
al
mundo que al-Mutamin estaba bien armado y que disponía de los servicios de
quien,
posiblemente,
privilegiada
situación,
era
vio
el
mejor
cómo
guerrero
tenía
lugar
del
un
momento.
Desde
acontecimiento
que
esa
pudo
reconciliarlo con Alfonso VI y que le permitió volver a verse con quien, hasta
no hacía demasiado tiempo, había sido su rey natural. Ese turbio suceso se ha
dado en llamar «traición de Rueda» o «rota de Rueda» y ocurrió en enero de
1083.
LA TRAICIÓN DE RUEDA
La fortaleza de Rueda, situada en una peña rocosa que la torna inexpugnable,
en
el
actual
municipio
zaragozano
de
Rueda
de
Jalón,
está
situada
a
35
kilómetros al sudoeste de Zaragoza. Había sido utilizada de manera tradicional
por los taifas hudíes como refugio y como prisión de todo aquel que hubiera
cometido delitos políticos contra ellos. En ella se encontraba confinado un tío
de al-Mutamin, Almuzá
ffar,
hermano de al-Muqtádir, antiguo rey de Lérida
que había sido depuesto y apresado. Parece que, en el año 1082, tramó una
conspiración con el alcaide de la fortaleza, un individuo al que la
Roderici
llama Abu-l-Falak. Este «plebeyo», instigado por Almuzá
Historia
ffar, se rebeló
contra al-Mutamin y, por medio de emisarios, ofreció el castillo de Rueda al
rey Alfonso VI. El emperador cristiano, interesado como estaba en la posesión
de aquel punto fuerte, se movilizó en persona con un grupo escogido de
hombres para recibir Rueda de manos de Abu-l-Falak. En ese séquito figuraban
su primo Ramiro, infante de Navarra, y el conde Gonzalo Salvadórez. La
presencia
de
Alfonso
VI
fue
reclamada
por
ffar,
Almuzá
quien
no
tardó
demasiados días en fallecer. Ante dicha circunstancia, al alcaide de Rueda se le
planteó la disyuntiva de entregar el castillo a Alfonso VI, como ya se había
acordado, o regresar a la fidelidad a al-Mutamin y terminar con la rebeldía.
Parece que Abu-l-Falak debió de decidirse al final por esa última opción,
porque atrajo hacia el castillo de Rueda a los castellanos para atacarlos en el
lugar con «piedras y peñascos» y numerosos cristianos perdieron la vida en
aquella
agresión.
Entre
los
fallecidos
se
encontraban
Ramiro
y
Gonzalo
Salvadórez. El rey pudo salvarse de la muerte gracias a que se hallaba en la
retaguardia de sus hombres en el instante en el que comenzaron a lanzarles
piedras.
A
consecuencia
de
ello,
Alfonso
marchó
a
su
campamento
13
apesadumbrado y conmocionado.
Cuando ocurrió aquel trágico suceso, el 6 de enero del año 1083, Rodrigo
se encontraba en Tudela, es posible que vigilando la frontera occidental del
reino de su señor, alertado por la movilización de Alfonso VI. Al enterarse de lo
acontecido en Rueda, no dudó en ponerse en marcha para acudir al encuentro
del monarca, con quien debió de coincidir en algún punto de Soria o de La
Rioja. La Historia Roderici narra el recibimiento del rey y los acontecimientos
inmediatos de manera bastante contradictoria, ya que afirma que Rodrigo fue
bien recibido por Alfonso, quien incluso le llegó a proponer regresar con él a
Castilla, para luego, ya en camino, volver a manifestar sus antiguos rencores
hacia el Campeador:
Cuando tuvo noticia de este suceso, Rodrigo, que estaba en Tudela,
se dirigió al emperador. Este le recibió honoríficamente y enseguida
le
pidió
que
le
siguiera
a
Castilla.
Rodrigo
le
siguió,
pero
el
emperador movido por una gran envidia y con perversas intenciones
maquinó en su corazón desterrarlo. Rodrigo dándose cuenta de esto,
no quiso ir a Castilla sino que, separándose del emperador, se volvió
14
a Zaragoza donde el rey Mutamin se apresuró a recibirle.
Resulta muy complicado interpretar ese párrafo discordante, donde se nos
presenta a Alfonso VI haciendo gala de un carácter ciclotímico impropio de un
soberano inteligente y lúcido como era él. No podemos hacernos una idea de
cómo
pudo
desarrollarse
aquel
encuentro
entre
señor
y
desterrado,
de
las
conversaciones que mantuvieron, de lo que pudo suceder. Es obvio que no
podemos dar por buena esa explicación de la
Historia
que presenta a Alfonso
VI con rasgos de una personalidad bipolar. Es posible que al monarca le
pareciera demasiado pronto como para conceder el perdón a Rodrigo. También
es probable que el propio Rodrigo no estuviera en absoluto interesado en
regresar a sus tierras, pues se hallaba en Zaragoza en una situación cómoda y en
una
posición
de
relativo
poder
tras
sus
éxitos
militares
al
servicio
de
al-
Mutamin. Cabe la posibilidad, tal vez, de que a Alfonso VI le interesara que
Rodrigo siguiera al servicio del rey de Zaragoza y tenerlo como una especie de
aliado instalado en una taifa que hacía frontera con sus dominios. Incluso
puede ser que, a partir de aquellos momentos, Rodrigo comenzara a actuar a
modo de agente doble, al servicio del musulmán pero manteniendo informado
a Alfonso de los movimientos que allí tenían lugar. Lo que está muy claro es
que
al
Campeador
le
interesaba
sobremanera
mantener
una
muy
buena
relación con ambos soberanos. Desde luego, Rodrigo había beneficiado, aun de
forma indirecta, a Alfonso VI desde que comenzó a servir a al-Mutamin, pues
había conseguido contener, al menos de momento, el avance territorial de
Sancho Ramírez. Alfonso aspiraba a controlar Zaragoza algún día, algo que iba
a ser bastante más complicado si el rey de Aragón conseguía introducirse como
una
cuña
en
aquel
territorio.
Acontecimientos
no
demasiado
posteriores
demostraron hasta qué punto Alfonso codiciaba Zaragoza y recelaba de la
15
expansión aragonesa.
LA BATALLA DE MORELLA (1084)
Fue
con
vérselas
Sancho
Rodrigo
Ramírez,
en
el
precisamente,
campo
de
con
batalla.
quien
El
rey
muy
pronto
aragonés
no
tuvo
que
dejaba
de
maniobrar por las fronteras septentrionales de la taifa zaragozana. Al proseguir
su
avance
por
aquella
zona,
había
conseguido
conquistar
las
fortalezas
de
Ayerbe, Agüero, Bolea y Graus, en cuyas proximidades había muerto su padre
16
durante la batalla homónima de 1063.
Ese progreso aragonés obligó a al-
Mutamin a actuar con prontitud y reunió a sus huestes y a las del Campeador
para, juntas, marchar hacia el norte. Desde la fortaleza de Monzón como base
de
operaciones,
lanzaron
una
razia
devastadora
contra
las
comarcas
pertenecientes al reino de Sancho Ramírez, quien no osó poner freno a aquella
cabalgada destructora. La Historia Roderici vuelve a emplear su habitual tono
encomiástico cuando relata aquella campaña y obvia los éxitos del rey aragonés
y resalta los logros militares de su biografiado y los del señor a quien servía:
Entretanto, el rey Mutamin mandó a Rodrigo Díaz que, después de
reunir
a
sus
soldados,
entrara
con
él
en
tierras
de
Aragón
para
saquearlas, lo cual se hizo así. Saquearon, pues, la tierra aragonesa, la
despojaron de sus riquezas y de sus habitantes, y llevaron a muchos
prisioneros. Después de cinco días regresaron victoriosos al castillo
de Monzón. En aquel momento estaba Sancho, el rey de Aragón, en
su
territorio,
pero
de
ningún
modo
se
atrevió
a
oponerles
17
resistencia.
Después de completar aquella expedición punitiva contra los dominios de
Sancho Ramírez, al-Mutamin ordenó a Rodrigo acometer una similar contra su
hermano Mundir al-Hayib, el taifa de Lérida. El de Zaragoza aprovechó la
presunta debilidad de su hermano, pues se habían neutralizado sus apoyos
catalanes en la batalla de Almenar. Berenguer Ramón II se encontraba en
aquellos momentos sumido en graves problemas internos. Su hermano mellizo,
Ramón Berenguer II, había sido asesinado hacía pocos meses, en diciembre de
1082, de forma alevosa, mientras atravesaba un bosque y todas las miradas
acusadoras iban dirigidas a Berenguer, con quien su hermano liquidado había
compartido el trono condal de Barcelona hasta ese momento. Desde entonces,
Berenguer fue llamado el Fratricida, aunque su culpabilidad en el complot no
se determinó hasta que transcurrieron unos años, en una curia celebrada en
1096 y que presidió Alfonso VI de León y Castilla.
Como
hemos
enunciado,
al-Mutamin
ordenó
a
Rodrigo
atacar
a
su
hermano dado su debilitamiento. La zona elegida fueron las montañas de
Morella (norte de la provincia de Castellón), donde el Campeador entró con
sus hombres a sangre y fuego e infligió a al-Hayib daños y quebrantos de
consideración. La
Historia
narra, con tono recio, aquella expedición punitiva
dirigida por Rodrigo:
Rodrigo
Díaz
invadió
los
dominios
de
al-Hayib,
hermano
de
Mutamin y los saqueó, infiriéndole muchos daños y pérdidas, sobre
todo en las montañas de Morella y los territorios colindantes. Pues
no dejó en aquella tierra casa sin destruir ni heredad sin saquear.
Luchó
contra
la
fortaleza
de
Morella,
subió
hasta
la
puerta
del
18
castillo e hizo en él gran daño.
Rodrigo recibió un nuevo encargo de su señor mientras ejecutaba aquellas
incursiones, el de reconstruir y fortificar la fortaleza de Olocau, cercana a
19
Morella.
No
tardó
el
Campeador
en
cumplir
la
misión
encomendada
y,
dirigiéndose hacia el punto marcado, el castillo de Olocau, «volvió a levantarlo
y lo construyó, abasteciéndolo de todo lo necesario, tanto de hombres como de
armas». La intención de aquella maniobra era la de establecer una base de
operaciones desde la que atacar Morella y su tierra, quizá con el objetivo
último de arrebatar a al-Hayib aquella importante plaza. Este, al verse atacado
y
amenazado,
buscó
con
intensidad
reforzar
sus
alianzas
con
quien
tenía
sobrados motivos para unirse a él contra su hermano y Rodrigo Díaz: Sancho
Ramírez.
La
Historia
relata
que
«los
dos
decidieron
ayudarse
y
defender
valerosamente sus tierras de Rodrigo, y por último presentarle audaz batalla
campal. Reunieron ambos sus ejércitos y plantaron sus tiendas junto al Ebro».
La
coalición
leridano-aragonesa
debió,
efectivamente,
de
ir
en
busca
de
Rodrigo para derrotarlo en una batalla y apartarlo de allí. Entendieron que
aquella era la única manera que tenían ambos de librarse de un adversario tan
insidioso
y
dañino
como
el
Campeador.
La
Historia
Roderici
presenta
los
hechos de la siguiente manera:
Por su parte, el rey al-Hayib, al tener noticia de esto, se dirigió al rey
de Aragón, Sancho, y le presentó las mayores quejas de Rodrigo. Los
dos decidieron ayudarse y defender valerosamente sus reinos y sus
tierras de Rodrigo, y por último presentarle audaz batalla campal.
Reunieron ambos sus ejércitos y plantaron sus tiendas junto al Ebro.
20
Rodrigo estaba cerca de ellos.
La lid parecía inevitable, la coalición leridano-aragonesa, al menos, estaba
dispuesta a dirimir su suerte en un choque frontal contra un adversario que les
ocasionaba mucho quebranto a uno y a otro. Sancho Ramírez parece que inició
un acercamiento amistoso con el envío de emisarios al Campeador para pedirle
que se retirara de las tierras de su aliado, que dejara de hostigarlo y, es posible
también, que cesara en las labores de fortificación de ese castillo de Olocau
desde el cual partían sus devastadores asaltos contra tierras leridanas. Lejos de
obedecer, Rodrigo se mostró firme en su determinación e incluso se permitió
contestar con baladronadas disfrazadas de cortesía, pues ofrecía paso franco y
servicio de escolta al rey aragonés si era él quien quería retirarse de allí.
Enseguida el rey Sancho envió legados a Rodrigo para que se retirara
sin demora de aquel lugar en que estaba y no permaneciera allí más
tiempo. Él no quiso de ninguna manera obedecer su orden, sus
palabras y sus recomendaciones, sino que, haciendo caso omiso, dio
a los enviados esta respuesta: «Si el rey mi señor quiere pasar en paz
por donde estoy, yo le serviré gustoso, no sólo a él, sino a todos sus
hombres. Además si quiere, le daré cien de mis soldados que le
sirvan y le acompañen en su camino». Los legados volvieron al rey y
21
le refirieron las palabras de Rodrigo.
Parece que ambos ejércitos querían cruzar armas y jugarse la suerte en una
batalla
campal.
Las
mesnadas
de
Sancho
Ramírez
y
al-Hayib
avanzaron
posiciones, se situaron en un emplazamiento más cercano al campamento de
Rodrigo y permanecieron allí durante la noche. Es posible que su intención
fuera la de amedrentar al Campeador y forzarlo a moverse, pero este resistió y
se mantuvo en el mismo sitio en el que se encontraba («juró resistirles y no
huir ante ellos y permaneció allí con firmeza»). Al día siguiente, se desencadenó
un combate que se saldó con la derrota de los enemigos de Rodrigo, su huida y
persecución y el apresamiento de notables figuras de la hueste aragonesa, cuyos
nombres reproduce la
Historia
. Rodrigo obtuvo un cuantioso botín en el que lo
más valioso eran esos ilustres cautivos:
Al entablarse el combate, se luchó durante largo tiempo, pero, al fin,
el
rey
Sancho
y
al-Hayib
se
dieron
a
la
fuga
y,
vencidos
y
en
desorden, huyeron del rostro de Rodrigo, que les persiguió durante
un buen trecho cogiendo a muchos de ellos prisioneros. Entre los
cautivos
Sancho
se
hallaban:
Sánchez
de
el
obispo
Pamplona,
Raimundo
el
conde
Dalmacio,
Nuño
Suárez
el
conde
de
León,
Anaya Suárez de Galicia, Calvet de Sobrarbe, Íñigo Sánchez, señor
de Monclús, Simón García de Boíl, Pepino Aznar y García Aznar su
hermano, Laín Pérez de Pamplona, nieto del conde Sancho, Fortún
Garcés
de
Aragón,
Sancho
Garcés
de
Alcócer,
Blasco
Garcés,
mayordomo del rey y García Díez de Castilla. Además de éstos hizo
prisioneros a más de dos mil que luego dejó ir libres a su tierra. A
éstos los cogió luchando valerosamente y saqueó su campamento y
se apoderó de todo su botín.
El
Campeador
volvía
a
imponerse
en
el
campo
de
batalla
a
un
contingente, en teoría, más numeroso que el suyo. De esa victoria en las
inmediaciones de Morella cosechó unos réditos notables. No solo consiguió la
riqueza que le reportaba el botín arrebatado a sus enemigos, sino que los
beneficios más relevantes logrados en el enfrentamiento fueron de naturaleza
diplomática, pues la calidad de los rivales apresados era muy alta. Entre ellos
figuraba el obispo de una sede episcopal tan significativa para el reino de
Aragón
personal
como
del
era
rey.
Roda,
Raimundo
También
habían
Dalmacio,
sido
quien,
capturados
además,
eminentes
era
amigo
magnates
y
tenientes de Sancho Ramírez, como el conde Sancho Sánchez de Pamplona, o
22
como Blasco Garcés, que ostentaba el cargo de mayordomo real.
Y es que el
Campeador no solo cobró rescates a aquellos apresados a cambio de su libertad,
sino que es posible que negociara con el soberano aragonés la liberación de
algunos de sus hombres y que llegara a acuerdos de no agresión con él, algo
similar a lo que habría hecho con Berenguer Ramón II. Lo cierto es que, a
partir de aquella batalla, Sancho Ramírez y Rodrigo no volvieron a enfrentarse
nunca y establecieron, quizá, si no una alianza, al menos sí algún tipo de pacto.
La coalición abierta de Rodrigo con el rey de Aragón cuajó más tarde, ya en los
primeros años del reinado de Pedro I, hijo de Sancho Ramírez, que se convirtió
en el aliado cristiano más sólido del Campeador.
Puede
imaginarse
que,
con
esta
victoria,
se
engrandeció
aún
más
el
prestigio y la riqueza de Rodrigo, que regresó, triunfal, a Zaragoza al frente de
sus tropas. Es posible que ya por entonces fuese llamado Sidi por los guerreros
musulmanes
zaragozanos
integrados
en
su
hueste,
más
numerosos,
presumiblemente, que el elemento cristiano que conformaba el núcleo y la élite
de aquel ejército híbrido. Rodrigo había conseguido aunar los conocimientos
bélicos de la tradición cristiana, en la que él mismo se había formado, y
aquellos de raigambre islámica que conocían sus soldados zaragozanos. Esa
realidad, y su propio talento, fueron claves principales de su éxito en el campo
de batalla, un éxito que el autor de la Historia Roderici se complace en elogiar:
Después
de
realizar
esto,
volvió
cantidad
de
bienes,
llevando
a
Zaragoza
consigo
a
victorioso
aquellos
nobles
con
gran
cautivos.
Mu’tamin, sus hijos y una gran multitud de la ciudad de Zaragoza,
hombres y mujeres, alegrándose y regocijándose en su victoria le
salieron al encuentro hasta la villa que se llama Fuentes que está a
23
unos ciento cincuenta estadios de la ciudad.
Rodrigo, recibido con honores como un héroe, saboreaba en aquel tiempo
el momento más dulce de su vida. Afamado y aclamado por los súbditos de su
rey, amado por ellos y por el propio monarca zaragozano, vivía, sin duda, días
felices. Había conseguido neutralizar a los enemigos principales de su señor en
dos batallas campales, ganadas gracias a su destreza, inteligencia y valentía. De
igual modo, había logrado reforzar las fronteras que separaban el reino al que
servía
de
esos
mencionados
adversarios.
Sin
embargo,
pronto
falleció
al-
Mutamin, un soberano brillante y valeroso en la guerra, erudito como su
padre, arquetipo de rey sabio y considerado uno de los matemáticos medievales
24
más extraordinarios.
Es posible que, a su servicio, Rodrigo aprendiera la
importancia de las matemáticas y la astronomía y que aplicara algunos de esos
conocimientos adquiridos al arte de la guerra. Sabemos que en Zaragoza se
desarrolló el estudio y mejora del astrolabio, ese ingenio tecnológico que, siglos
más tarde, allanó la llegada de Cristóbal Colón a América y ayudó a los
portugueses
a
trazar
rutas
comerciales
con
la
India
bordeando
las
costas
africanas.
Tras la muerte de al-Mutamin, acaecida en el año 1085, le sucedió en el
trono su hijo, Áhmad al-Mustaín II, a cuyas órdenes permaneció Rodrigo
durante nueve meses en los que las fuentes no consignan ninguna actuación
destacable que pudiera llevar a cabo. Al-Mustaín era el tercer soberano de
Zaragoza al que servía el Campeador, que se había alzado como la máxima
autoridad de aquella taifa en los asuntos militares. La
Historia
da cuenta de
tales acontecimientos de forma muy sucinta:
Rodrigo
Díaz
permaneció
allí
en
Zaragoza
hasta
la
muerte
de
Mutamin. Muerto éste, le sucedió en el reino su hijo Musta’in, con
el que vivió Rodrigo con máximo honor y veneración en Zaragoza
25
nueve meses.
Ese relato es demasiado simplificador. Y es que, a lo largo de los años
1085 y 1086, sucedieron acontecimientos significativos, podemos decir que
trascendentales, que influyeron en la situación en la que se encontraba la
península ibérica y, sin duda, también en la vida del Campeador.
DEL TRIUNFO DE TOLEDO (1085)
AL DESASTRE DE ZALAQA (1086)
La Historia Roderici no menciona nada, o pasa muy de puntillas, acerca de dos
hechos que marcaron el devenir histórico de la Península a partir de mediados
de la penúltima década del siglo XI. A la conquista de Toledo por parte de
Alfonso
VI
se
había
referido
con
anterioridad
en
unas
líneas
descontextualizadas, escuetas, esquemáticas, lacónicas, bastante frías y, desde
luego, un tanto distorsionadas:
Después de esto la divina clemencia concedió al emperador Alfonso
una gran victoria: tomó valerosamente la ciudad de Toledo, ínclita
ciudad de España, asediada durante mucho tiempo y tomada por
asalto
al
fin
después
de
siete
años,
y
la
sometió
a
su
poder
juntamente con las villas de alrededor y sus tierras.
La realidad de la toma de Toledo había sido bastante más compleja de lo
26
que la Historia relata.
En primer lugar, parece claro que la ciudad del Tajo no
había estado asediada durante mucho tiempo, como afirma la crónica, o, al
menos, no de manera formal, con una hueste armada que la cercaba y atacaba a
diario. En segundo lugar, Toledo no se tomó al asalto, como el desconocido
cronista
afirma,
sino
que
fue
un
proceso
largo,
complicado
y
repleto
de
matices. Tal vez debamos situar los orígenes de esa conquista en el año 1072,
cuando un Alfonso VI derrotado en Golpejera por su hermano Sancho es
desterrado y se refugia durante unos meses en Toledo, acogido por al-Mamún.
Lucas de Tuy, cronista de la primera mitad del siglo XIII, reflejó, casi dos siglos
más tarde, y no sin cierto ventajismo, que Alfonso VI aprovechó su exilio
toledano para estudiar los puntos débiles de una ciudad que, con el tiempo,
27
conquistaría.
No
sabemos
hasta
qué
punto
esta
afirmación
del
cronista
tudense puede tener visos de realidad, pero tampoco podemos descartar que
vaya
desencaminado.
Alfonso
VI
demostró
a
lo
largo
de
su
vida
ser
una
persona astuta, analítica y calculadora y, si algo se le podía escapar, siempre
contaba a su lado con el avispado Pedro Ansúrez.
Lo cierto es que buena parte de las directrices políticas de Alfonso, desde
los mismos inicios de su reinado en solitario, se encaminó, prácticamente, al
dominio de Toledo. Con los años, fue cercando la ciudad y haciéndose con el
control de notables fortalezas que la rodeaban y controlaban sus caminos.
Intervino
de
forma
activa
en
las
políticas
internas
toledanas,
sin
llegar
a
inmiscuirse demasiado, pero siempre con una presencia continua. Muertos alMamún y su heredero inmediato, en 1075, el trono toledano recayó en un
inexperto, al-Qádir, y fue en ese preciso momento cuando Alfonso entendió
que era cuestión de tiempo que la ciudad acabara en sus manos. No necesitó el
monarca cristiano desplegar grandes operaciones militares para hacerse dueño
de Toledo. Observaba, analizaba, iba dominando posiciones en torno a la
ciudad del Tajo, mantenía con sus gobernantes relaciones amistosas basadas en
la paz y en la extorsión fundamentada en incursiones periódicas para exigir el
cobro de parias. Es posible que el principal motivo del destierro de Rodrigo
Díaz fuese aquella cabalgada devastadora que el de Vivar había lanzado contra
tierras de aquella taifa protegida y codiciada. Alfonso maduraba una estrategia
y Rodrigo había actuado por su cuenta, sin valorar que su señor estaba jugando
una partida con un plazo más largo. Sin duda, esa acción de Rodrigo había
enervado al rey calculador, laborioso y paciente.
Figura 19: En el siglo X, el califato de Córdoba se preocupó de erigir una línea de pequeñas torres-vigía o
atalayas a lo largo de la frontera en torno a Toledo, distantes unos 40 km entre sí, y con el fin de reforzar
la vigilancia frente a las posibles incursiones cristianas, así como ante eventuales insurrecciones locales.
Una de ellas fue la Atalaya de El Vellón, entre los municipios de El Vellón y El Espartal (Madrid). Su
morfología es característica del fenómeno de atalayas musulmanas del periodo: planta casi siempre
redonda, paramentos de mampostería y un acceso a cierta altura del suelo, que permitía, en caso de
necesidad, esconder la escala y aislar a sus ocupantes. A partir del acceso se desarrollan tres plantas
comunicadas entre sí por una escalera interna. El término moderno «atalaya» proviene, precisamente, del
árabe tala’la [pequeña torre].
El reinado de al-Qádir en Toledo no fue fácil. Sacudido por revueltas
periódicas de la población, su gobierno estaba fundamentado en la protección
militar
que
le
otorgaban
las
mesnadas
de
Alfonso
VI.
En
cierta
medida,
Alfonso ya gobernaba en Toledo desde varios años antes de que la ciudad se le
entregara en mayo de 1085. Especialmente grave fue la revuelta que sacudió a
la población en el año 1080, cuando al-Qádir se vio forzado a huir y refugiarse
en Huete (Cuenca). La facción vencedora en aquella sublevación entregó la
ciudad a al-Mutawákkil, taifa de Badajoz, lo que provocó la reacción inmediata
de Alfonso VI, quien, poco después, asedió Toledo y obligó a al-Mutawákkil a
huir de allí. Repuso en el gobierno toledano a al-Qádir y este, agradecido, le
entregó las fortalezas de Zorita y Canturias y se comprometió al pago de
elevadas sumas de dinero en forma de parias al rey cristiano. Es posible que en
esas negociaciones entre Alfonso y al-Qádir, que algunos historiadores han
denominado «Pacto de Cuenca», se estableciese que el musulmán terminara
por entregar Toledo al cristiano a cambio de que este le asegurara a aquel el
gobierno de la taifa de Valencia. No sabemos si todo obedeció a un cálculo de
Alfonso
VI;
puede
que
así
fuera,
pero,
al
final,
esas
exigencias
impuestas
acabaron por minar la poca consistencia gubernamental que tenía al-Qádir. La
presión fiscal a la que se vio obligado a someter a sus súbditos para pagar a
Alfonso incrementó, a la larga, el descontento de una población que terminó
por ver con buenos ojos la entrega de la ciudad al monarca leonés, tras haber
28
establecido con él unos acuerdos de capitulación.
Resulta interesante hacer referencia a todas estas cuestiones, pues, como
veremos
más
adelante,
Rodrigo
Díaz
aplicó
algunas
de
las
políticas
desarrolladas por su señor en Toledo para hacerse con Valencia. Entre ellas,
cabe destacar la asfixia fiscal basada en la extorsión, la amenaza y el empleo de
la
fuerza,
así
como
el
fomento
de
disensiones
y
revueltas
entre
distintas
facciones que convivían en la urbe.
El
coetáneo
Abd
Allah
relata
que
aquella
pérdida
de
Toledo
acarreó
profundas consecuencias políticas y psicológicas en todo el territorio andalusí.
Nos dice en su crónica que «la noticia de lo sucedido en esta ciudad tuvo en
todo al-Ándalus una enorme repercusión, llenó de espanto a los andaluces y les
29
quitó la menor esperanza de poder seguir habitando en la península».
Afirma
también que Alfonso VI, tras la conquista de Toledo, concibió la posibilidad de
ir adueñándose de las distintas capitales de al-Ándalus, con la ejecución de un
modus operandi similar al que le había servido para hacerse con la ciudad del
Tajo. No perdió hombres en largos asedios, sino que fue debilitando a las
distintas urbes, para lo que empleó todos los medios a su alcance, hasta que,
una a una, fueran cayendo en su poder:
Lo que quería era apoderarse de nuestras capitales; pero, lo mismo
que
había
dominado
Toledo
por
la
progresiva
debilidad
de
su
soberano, así pretendía hacer con los demás territorios. Su línea de
conducta no era, pues, sitiar ningún castillo ni perder tropas en ir en
contra de una ciudad, a sabiendas de que era difícil tomarla y de que
se le opondrían sus habitantes, contrarios a su religión; sino sacarle
tributo
año
tras
procedimientos
año
y
violentos,
tratarla
hasta
duramente
que,
una
vez
por
todos
reducida
los
a
la
30
impotencia, cayese en sus manos, como había ocurrido con Toledo.
Figura 20: Puerta de Bisagra Vieja (Toledo), según una litografía publicada en la obra España artística y
monumental (1842-1850) y basada en un óleo de Genaro Pérez de Villaamil del Díptico con 42 vistas
monumentales de ciudades españolas. La puerta data del siglo X y conserva su primitiva estructura, con un
arco de herradura atravesado por un dintel, y protegida por una torre que permitía arrojar proyectiles
contra un posible atacante por el costado derecho, que el escudo dejaba desprotegido. Los tres arcos y
ventanas de la parte superior son fruto de una reforma del siglo XIII, que introdujo un rastrillo interior
para impedir el paso. La tradición sugiere que fue por ella por la que Alfonso VI entró en Toledo cuando
conquistó la ciudad.
ūs,
Ibn al-Kardab
ā
que escribió su Kit b al-Iktif
ā
[Historia de al-Ándalus]
en las décadas finales del siglo XII, nos habla de la actitud de Alfonso VI una
vez que conquistó Toledo. Su apropiación de territorios islámicos no se limitó
únicamente
a
la
capital
toledana,
sino
que
aprovechó
para
ampliar
sus
dominios a costa de controlar otras ciudades de la taifa:
Cuando el tirano Alfonso, maldígale Dios, se hizo con Toledo se
ensoberbeció, pues pensaba que la rienda de al-Ándalus se hallaba en
sus manos, entonces lanzó sus algaras contra todos los distritos de
Ibn Dī-l-Nūn y apoderarse de ellas. Estas fueron ochenta ciudades
con mezquita aljama, sin contar los pueblos y las aldeas florecientes.
Tomó posesión desde Guadalajara a Talavera (de la Reina) y Campo
del Bosque y todos los distritos de Santa María (Albarracín), pues no
31
existía en la Península quien osase atacar al más ruin de sus perros.
Los distintos príncipes andalusíes no tardaron en enviar embajadores al
victorioso emperador cristiano, «felicitándole y poniéndose a su disposición
ellos mismos y sus bienes», que se ofrecían, incluso, para ser sus «aparceros en
sus propios territorios», servirlo a modo de «lugartenientes» y pagarle tributos a
cambio de su protección y no agresión. Varios señores de taifas rindieron
pleitesía a un soberano cristiano cada vez más poderoso y enardecido:
Alfonso siguió la trayectoria de los poderosos y se procuró para sí
mismo el puesto de los césares. Se familiarizó tan íntimamente con
el orgullo, que consideró despreciable a todo el que andaba sobre la
tierra. Tomó el título de emperador […] y empezó a titularse en los
documentos
[…]
Emperador
de
las
Dos
Religiones.
Juró
a
los
embajadores de los príncipes musulmanes que no quedaría en la
32
Península ningún faccioso ni les dejaría un refugio.
Alfonso, prosigue el cronista, despreciaba a aquellos «rijosos» taifas y a sus
delirios
de
príncipes».
grandeza
por
Deploraba
intitularse
también
su
con
nombres
actitud
de
cobarde,
«sus
su
califas,
pasividad
reyes
ante
y
la
agresión, el hecho de «que cada uno de ellos no desenvaine una espada en la
defensa de sí mismo, ni libere a su pueblo de injusticias ni de sanciones».
Pensaba que esos reyezuelos eran despreciables por practicar «públicamente el
libertinaje y la iniquidad», dedicándose a frecuentar más de la cuenta «lugares
de deleite y música». En esa situación, la conquista de Toledo desmoralizó y
atemorizó a todo al-Ándalus y desencadenó una oleada de ataques de bandas
cristianas por las tierras andalusíes, cuyos habitantes huían despavoridos ante
tan impactante hecho:
Entonces los cristianos se esparcieron por todas partes, causando
daños
en
todas
las
ciudades;
pues
los
confines
del
país
de
los
musulmanes se convirtieron en pasto suculento para ellos.
Uno de esos escuadrones, «una despreciable canalla de ochenta hombres a
caballo», llegó incluso a saquear las inmediaciones de la lejana Almería. El taifa
ā
almeriense, Ibn Sum dih, hizo salir a uno de sus generales al mando de un
ejército
de
enemigo
400
guerreros
fueron
escogidos,
derrotados,
mostraron
osadía».
cristianos,
así
Toda
como
esta
la
pues
ni
«pero
se
cuando
se
detuvieron
situación
de
desesperación
y
miedo
la
encontraron
[a
hacia
hacerle
el
frente]
Alfonso
indefensión,
con
VI
ni
y
los
motivaron
el
llamamiento a los almorávides. Algunos de los taifas, como Ibn al-Aftas de
Badajoz, entendieron que Alfonso no se conformaría con el cobro regular de
tributos y la recepción de distintos regalos, comprendieron que su voracidad no
tendría
límites.
Es
por
ello
que
«pidieron
socorro
a
los
almorávides,
ī
ī
e
ū
invocaron la ayuda del Emir de los Muslimes (Am r al-Muslim n), Y suf ibn
ī
Tašf n», aun perdiendo parte de su identidad, aun sirviendo a sus órdenes
integrados en sus huestes y a su mando («ellos se pondrían bajo su autoridad y
abrirían
para
él
la
puerta
hacia
la
guerra
santa
ŷ ihād)
(
que
había
estado
cerrada»). Yúsuf respondió de manera favorable al llamamiento de los príncipes
andalusíes,
deseoso
como
estaba
de
hacer
la
guerra
santa
contra
33
«politeístas» del norte.
EL DESEMBARCO ALMORÁVIDE (1086)
aquellos
El movimiento almorávide cuajó en la constitución del primer Estado bereber
en el contexto magrebí, el Imperio almorávide, que pone fin a la tradicional
fragmentación étnica y religiosa existente en ese ámbito. Para la implantación
almorávide en una península ibérica dividida en taifas fue relevante en especial
el
servicio
que
los
ulemas
prestaron
a
los
norteafricanos.
Esos
hombres
notables, prestigiosos por su sabiduría y conocimiento de la ley islámica y, por
tanto, una suerte de guardianes de la moralidad, vieron en el rigorismo de los
almorávides una oportunidad para restaurar una moral quebrantada por unos
gobernantes andalusíes considerados disolutos por esas otras concepciones más
ortodoxas. El papel desempeñado por alguno de esos ulemas fue fundamental
34
en la Valencia asediada por Rodrigo Díaz, como analizaremos más adelante.
El movimiento almorávide había surgido en el norte de África cuando un
jefe militar, Abdalá ben Yasin, comenzó a difundir la doctrina suní malikí por
regiones occidentales del desierto del Sáhara a finales de la primera mitad del
35
siglo XI.
El contexto en el que predicaba Ben Yasin estaba fragmentado entre
distintas etnias que basaban su sustento económico principal en el comercio
caravanero camellero entre oasis. Organizados de manera tribal, esos grupos
mantenían rasgos culturales y un modo de vida común, pero estaban divididos
por
cuestiones
principales
en
étnicas.
ese
Sanhaya,
contexto,
zanata
y
masmuda
confederaciones,
a
su
eran
vez,
las
de
comunidades
distintas
tribus
bereberes que competían y luchaban entre ellas por el control de regiones
centrales del Magreb, que coinciden con la actual Argelia, básicamente.
Ben
Yasin
exhortaciones,
lo
fracasó,
que
le
precisamente,
obligó
a
contra
refugiarse
en
los
un
sanhaya
ribāt,
una
con
sus
especie
de
monasterio fortificado en el que practicar la oración y la guerra santa, junto
ā
con unos cuantos varones afines denominados al-Mur bit
morabito»
u
«hombres
ribāt»].
del
Ben
Yasin
adoptó
ūm
la
[«hombres del
función
de
líder
espiritual de ese grupo, en tanto que la jefatura militar recayó en Ibn Uman
entre 1049 y 1050. A partir de ese núcleo inicial, los almorávides iniciaron una
expansión por el África noroccidental que guarda ciertas similitudes con la
protagonizada por Mahoma y sus fieles en los comienzos del islam. El objetivo
de ese movimiento era el de implantar en los ámbitos magrebí y sahariano un
puritanismo ortodoxo basado en la mencionada doctrina malikí, para lo que
necesitaban
dominar
los
oasis,
unidades
de
población
e
intercambio
fundamentales en el comercio caravanero que desarrollaban las etnias bereberes
de
aquel
contexto.
Sijilmasa,
un
En
dicho
importante
avance,
enclave
el
movimiento
comercial
y
almorávide
estratégico
y
conquistó
nudo
de
comunicaciones situado en el sur del actual Marruecos que conectaba rutas
caravaneras primordiales entre el norte de África y las regiones sahariana y
subsahariana. Los almorávides arrebataron Sijilmasa a los bereberes zanatas,
con los que mantenían una pugna por el dominio de las fértiles tierras del
Atlas. En un mundo magrebí en el que no abundaban los oasis ni tierras
fértiles,
y
donde
ancestrales
el
comercio
constituía
un
terrestre
resorte
a
través
económico,
el
de
vías
de
comunicación
dominio
de
esos
espacios,
estaciones y caminos era vital.
En ese contexto inicial surge la figura de Abu Bakr, artífice del comienzo
de la expansión almorávide por Marruecos. Con el caudillaje de ese líder
militar se desarrolló la denominada «segunda expansión almorávide», en el
transcurso de la cual falleció el guía espiritual, Ben Yasin. A partir de ese
momento, los liderazgos militar y espiritual los aglutinó un solo hombre, una
única autoridad religiosa y guerrera. Además, lo militar se situó desde entonces
en un plano de superioridad con respecto a la religión, aunque esta siguió
representando
entender
el
un
notable
rápido
avance
papel.
de
los
Estos
cambios
almorávides
sustanciales
en
los
años
nos
ayudan
venideros,
a
que
siguieron marcados por las luchas por la hegemonía entre las principales etnias
bereberes de la región. Esos enfrentamientos obligaron a Abu Bakr a replegarse
hacia
zonas
desérticas
y
a
delegar
el
mando
militar,
y
espiritual,
36
movimiento almorávide en una figura esencial: Yúsuf ibn Tašufín.
del
Un cronista meriní del siglo XIV retrató a Yúsuf ibn Tašufín en los
siguientes términos:
Tez morena, estatura media, delgado, poca barba, voz dulce, ojos
negros, nariz aquilina […] cejas muy juntas, cabellos crespos […]
Era valiente, decidido, majestuoso, activo […] generoso, bienhechor,
desdeñaba los placeres del mundo, austero, justo […] modesto hasta
en su forma de vestir. Por muy grande que fuera el poder que Dios le
otorgó, solo se vistió con lana excluyendo cualquier otro tejido; se
alimentaba
de
cebada,
carne
y
leche
de
camella,
ateniéndose
37
estrictamente a estos alimentos hasta su muerte.
Ese líder austero y místico, habilidoso comandante y estratega destacado
cambió el curso de la historia peninsular al poner fin a unos reinos de taifas a
cuyos gobernantes detestaba por su falta de rigor y esfuerzo, por la relajación de
sus costumbres y por la inacción ante el avance de los cristianos. Rodrigo Díaz
y Yúsuf ibn Tašufín fueron enemigos, aunque nunca llegaron a enfrentarse
directamente. Ambos compartían el desprecio por los disolutos reyes de taifas
andalusíes y basaban su poder en un talento militar que está fuera de toda
duda. También despreciaba Alfonso VI, como Yúsuf y Rodrigo, a unos reyes de
taifas ineficientes, como hemos visto con anterioridad a través de los ojos de un
cronista musulmán. A pesar de esas convergencias, todo lo demás que relaciona
a los tres personajes es pura divergencia. Yúsuf y Alfonso no tardaron en
encontrarse en el campo de batalla, un 23 de octubre de 1086.
LA BATALLA DE ZALAQA (23 DE OCTUBRE DE
1086)
La caída de Toledo en manos cristianas generó una oleada de reacciones y
consecuencias.
La
más
significativa
fue
el
desembarco
almorávide
en
al-
Ándalus. Y es que hacía al menos seis años que Yúsuf había comenzado a
recibir peticiones de ayuda por parte de diferentes soberanos taifas andalusíes.
El primero fue al-Mutawákkil ibn Aftas de Badajoz, cuando se vio amenazado
por Alfonso VI tras haberse hecho este con el control de Coria. En 1082 fue el
soberano de Málaga quien solicitó auxilio a Yúsuf, en este caso para que le
apoyara
en
el
enfrentamiento
que
mantenía
con
Abd
Allah
de
Granada.
Durante el verano siguiente, al-Mutawákkil de Badajoz, una vez más, junto
con al-Mutámid de Sevilla, enviaron legados a Yúsuf para que les secundara en
la guerra contra los cristianos. Pero Yúsuf no tuvo en cuenta ninguna de esas
solicitudes. Calculador y analítico, no resolvió qué beneficios podía obtener de
una intervención militar en al-Ándalus, un territorio que no conocía y donde
las fidelidades eran cambiantes y quebradizas. Necesitaría disponer, al menos,
de una base de operaciones estable y propia, a salvo de ataques de unos y de
38
otros.
Fue tras la caída de Toledo en manos de Alfonso VI, y después de una
nueva petición de socorro ante los cristianos por parte de los taifas de Sevilla,
Badajoz y Granada, cuando Yúsuf decidió, por fin, atravesar el Estrecho con
sus tropas y desembarcar en la península ibérica. Al-Mutámid, de Sevilla, le
ofreció la plaza de Algeciras para que pudiera realizar allí el desembarco y la
concentración de sus huestes y además le garantizó abastecimiento para las
mismas. En el mes de julio de 1086, Yúsuf ya se encontraba en la Península y
había dado la orden a los taifas de unir esfuerzos para lanzar una gran campaña
militar contra los cristianos; se comprometía a no hostigar a ninguno de los
territorios gobernados por ellos. Instalado ya en Sevilla con sus hombres, Yúsuf
envió llamar a todos los soberanos andalusíes para que acudieran a concentrarse
39
en aquella ciudad. Desde allí, atacarían a los cristianos.
Abd Allah relata que partió en cuanto recibió el llamamiento de quien él
llama «emir de los creyentes». Por primera vez en bastante tiempo, se complace,
el optimismo había vuelto a al-Ándalus, al ver en Yúsuf y los almorávides una
nueva esperanza. Es posible que la suya sea la narración más cercana a la
40
campaña que desembocó en la batalla de Zalaqa.
Nos dice que consiguió
sumar sus fuerzas a las de Yúsuf y los demás príncipes musulmanes en las
cercanías de Jerez de los Caballeros (Badajoz), cuando se dirigían rumbo a
Badajoz. El granadino afirma que fue recibido por Yúsuf con cortesía, lo que
aumentó su buena disposición hacia él, y asegura que «de haber podido, le
hubiera dado mi vida, cuanto más mi dinero». También allí se encontró con
quien actuaba a modo de anfitrión de tan imponente ejército islámico, alMutawákkil ibn al-Aftas, que compartía el espíritu reinante en el lugar: «Todos
estábamos
ansiosos
de
iniciar
la
guerra
santa,
poniendo
en
ello
el
mayor
empeño, y decididos a morir».
Prosigue Abd Allah su crónica narrando que permanecieron durante unos
días en la ciudad de Badajoz, hasta que tuvieron noticia de que Alfonso «venía
a nuestro encuentro con su ejército y con el pensamiento de que derrotaría a
41
nuestras fuerzas, por no tener cabal noticia de su importancia».
Hasta hacía
poco tiempo, Alfonso VI había estado asediando la ciudad de Zaragoza, donde
se hallaba entonces Rodrigo Díaz al servicio de los príncipes musulmanes de
esa taifa, ahora cercada por quien hacía años había sido su señor. Es curioso
constatar cómo ambos, Alfonso y Rodrigo, pudieron encontrarse en el mismo
frente, pero en distintos bandos. Allí, recibió Alfonso la noticia de la llegada a
la Península de Yúsuf y los almorávides. Levantó el sitio a Zaragoza para
desplazarse con presteza a Toledo, «humillado», «como perdedor, en compañía
de
la
desilusión»,
recogió
un
cronista
42
andalusí.
Desde
Toledo,
hizo
un
llamamiento a los cristianos para que acudieran a apoyarlo contra los invasores
y «entonces vinieron a él gentes de Castilla en incontable número». Uno de sus
hombres más sobresalientes, Álvar Fáñez, se hallaba en aquellos momentos en
Valencia
desempeñando
funciones
como
las
que
más
adelante
realizó
el
Campeador, que consistían en asegurar en el trono valenciano a un endeble alQádir. Álvar abandonó entonces Valencia para presentarse ante el llamamiento
que hacía su rey, como hicieron varios hombres procedentes de diferentes
lugares de la geografía peninsular. Uno de los que prestó apoyo a Alfonso en
aquella situación fue Sancho Ramírez, el soberano de Aragón.
La marcha de Alfonso y sus tropas en busca de sus enemigos debió de ser
rápida y forzada. Ya en las proximidades de Badajoz, envió mensajes a Yúsuf
por
medio
de
emisarios
de
al-Mutawákkil
de
Badajoz.
Se
estableció
comunicación entre ambos líderes y Abd Allah afirma que incluso «convinieron
43
en fijar el encuentro para un día determinado».
Otro cronista posterior relata
que «había entre los dos campamentos tres millas» y que «ambos se enviaron
recíprocamente mensajes sobre cuándo sería el encuentro en el que correría la
sangre». Considera Abd Allah que eso, precisamente, es lo mejor que pudo
pasarle al ejército musulmán del que él mismo era miembro, porque gracias al
establecimiento de una fecha fija ellos estaban «descuidados»:
Fue lo mejor que pudo ocurrir, porque si los dos bandos hubieran
avanzado uno contra el otro, se hubieran separado con la pérdida de
la mayor parte del ejército musulmán, como suele ocurrir siempre
que se conviene de antemano la fecha del combate.
Por fortuna, prosigue Abd Allah, «el ejército cristiano avanzó por sorpresa,
cuando
los
musulmanes
no
estaban
preparados».
Ese
ataque
inesperado
permitió a los cristianos tomar cierta ventaja inicial e infligir algunas bajas en el
contingente islámico, pero, a la vez, puso en alarma a los musulmanes, quienes
reaccionaron con una embestida a unos cristianos «cansados por el peso de las
armas y la larga distancia recorrida». A partir de ahí, comenzó la persecución de
los cristianos, que habían perdido la ventaja inicial que les había otorgado su
golpe por sorpresa. Ambos bandos acumularon un número elevado de bajas,
pero, al final, el cristiano fue el derrotado y el musulmán logró la victoria:
Los
musulmanes
los
persiguieron
al
filo
de
espada
y
murieron
muchos de sus soldados, que quedaron sembrados por el camino.
Entre los muertos en combate o de muerte natural, los que habían
caído abrumados por el peso de las armas. Si la batalla hubiese sido
como estaba prevista, es decir, poniéndose ambos bandos frente a
frente y acometiéndose en un encuentro regular, los dos ejércitos
hubieran perdido la mayor parte de sus soldados, como es de fuerza
que ocurra; pero Dios se mostró benévolo con sus siervos, y fueron
muy
pocos
los
musulmanes
que
perecieron.
El
Emir
de
los
44
musulmanes tomó la vuelta a Sevilla, sano, salvo y victorioso.
Este es el escueto relato que de tan importante batalla nos ofreció el único
testigo de ella, el cual puso por escrito su vivencia. El papel de Abd Allah en
aquella jornada no debió de ser especialmente relevante si nos atenemos a sus
impresiones, demasiado vagas y escuetas. No podemos hacernos una idea clara
de las disposiciones tácticas que adoptaron los ejércitos para el choque, aunque
sí podemos intuir, al menos, algunas claves que explican la derrota cristiana y la
victoria islámica. Es posible que el factor determinante en la derrota cristiana
fuera la precipitación en el ataque y su falta de planificación. Era la primera vez
que el rey Alfonso se enfrentaba en campo abierto contra los musulmanes y no
tuvo
en
cuenta
que,
en
aquel
contingente
enemigo,
la
fuerza
principal
la
constituían tropas norteafricanas, combativas y disciplinadas, pero sobre todo
descansadas, porque no habían tenido que recorrer una larga distancia hasta el
45
escenario del combate.
Otros cronistas posteriores ilustran el episodio con otros matices, otros
detalles de la lid y aportan informaciones que no podemos saber hasta qué
punto son verosímiles o producto de una imaginación posterior alimentada por
el transcurrir de las décadas. Uno de ellos es el ya mencionado Ibn Kardab
ūs,
que escribió a finales del siglo XII basado en fuentes anteriores y que coincide
en algunos puntos de su narración acerca de Zalaqa con el relato ofrecido por
Abd
Allah,
46
sugestivos.
pero
con
la
introducción
de
elementos
nuevos
que
resultan
Narra este autor que Yúsuf marchó con los suyos hacia Toledo
para encontrarse con el ejército de Alfonso y que las dos mesnadas se toparon
en un lugar cercano a Badajoz llamado «Zallaqa». Acamparon y entre ambos
campamentos mediaba una distancia de tres millas. Desde esas posiciones,
ambos se enviaron mensajes para acordar un día para el combate. Alfonso, «el
Maldito», dijo: «Hoy es jueves, el viernes es vuestra fiesta y el domingo es la
nuestra, sea, pues, el encuentro entre nosotros el día del sábado». El «emir de
los creyentes» contestó: «De esa manera, si Dios quiere, será», pero todo se
trataba de un «ardid», de una «traición», de un engaño ideado por Alfonso.
Yúsuf plantó sus tiendas frente al enemigo, mientras que al-Mutámid de
Sevilla y los otros «régulos» andalusíes situaron las suyas detrás de él. Al-
ā
Mutámid (Ibn Abb d) observó a través de su astrolabio el «horóscopo del
emir» y determinó que aquel emplazamiento era «funesto». Por ello, el emir
levantó esa misma noche su campamento para situarlo en un nuevo lugar
ubicado entre dos montañas. Al-Mutámid consultó el horóscopo del nuevo
asentamiento con su astrolabio y determinó que nunca antes había visto un
ūs
lugar más idóneo para acampar. El relato de Ibn al-Kardab
prosigue con la
narración del ataque lanzado por los cristianos contra el campamento de los
taifas:
Cuando fue el alba de la noche del viernes, el Maldito envió delante
sus escuadrones, reunió alrededor suyo los flancos [del ejército] y se
dirigió
en
dirección
del
campamento
de
c
Al-Mu tamid
y
de
los
régulos de al-Ándalus –porque creía que era el campamento del
Emir de los Muslimes– y aquellos no se dieron cuenta de ellos sino
cuando sus espadas entraron en sus cuellos y sus lanzas bebieron en
su sangre, entonces la gente emprendió la huida a modo de las cabras
c
montesas por aquellas montañas y llanura. Al-Mu tamid como el
pardo león, sin embargo, los detuvo y los acorneó con las astas en
una lucha a cornadas, manteniéndose firme con la imperturbabilidad
47
y la solidez de la alta montaña, hasta que se cubrió de heridas.
Los
huían,
cristianos
«dieciocho
se
abalanzaron
millas
por
en
persecución
aquella
llanura,
de
los
musulmanes
matando,
que
cautivando
y
saqueando». Se le informó a Yúsuf de aquella primera derrota de parte de los
suyos
y
manifestó:
«Dejadlos
un
poco
que
perezcan,
pues
ambos
grupos
forman parte de los enemigos», con lo que daba a entender que consideraba
tan enemigos a los cristianos como a los taifas andalusíes. Expone el cronista a
continuación que Yúsuf
[…]
cuando
muertos
o
momento
estuvo
hechos
de
distanciado
su
que
la
mayoría
ellos
pensó
presa
el
enemigo,
puesto
campamento.
Entonces
se
en
que
de
prisioneros,
hacer
de
seguro
ya
habían
había
que
puso
en
sido
llegado
se
el
hallaba
marcha
y
dirigiéndose con su ejército al real del enemigo se apoderó de él, lo
destruyó por completo y lo saqueó; en él mató a unos diez mil, entre
infantes y caballeros, y no quedaron de ellos más que esforzados
varones alanceados. Luego se fue tras las trazas de Alfonso […] y
pusieron las espadas en sus espaldas y las lanzas en sus gargantas;
entonces
[los
cristianos]
fueron
derrotados
y
huyeron
fugitivos,
48
expulsados, escondidos y rechazados.
Alfonso consiguió refugiarse «en una montaña inaccesible» con unos 300
caballeros. Es posible que esa montaña inaccesible a la que se refiere la crónica
se trate del cerro de San Gregorio, situado junto a la actual autovía A5, en la
localidad de Santa Cruz de la Sierra (Cáceres) y que, casi un siglo más tarde,
fue
una
de
Sempavor.
las
posiciones
Desde
luego,
dominadas
es
la
única
por
el
guerrero
montaña
que
portugués
puede
Geraldo
considerarse
«inaccesible» en el camino de Badajoz a Toledo, a no ser que los cristianos
fugados con Alfonso buscaran para cobijarse algún punto elevado en la sierra
de San Pedro, más cercana, que separa un sector de las provincias de Badajoz y
Cáceres. Sea como fuere, Ibn al-Kardab
ūs
continúa su relato afirmando que
Alfonso «cuando lo envolvió la noche y estuvo a salvo de que lo siguiese la
caballería, realizó subrepticiamente la escapada de la liebre delante del perro de
caza,
alcanzando
Toledo
derrotado,
triste
y
49
herido».
Fuentes
posteriores
reflejaron que Alfonso VI recibió una herida de lanza en la pierna durante la
ūs se limita a decir que consiguió escapar «herido». Desde
batalla, pero Kardab
ese momento, los musulmanes se dedicaron a decapitar a los muertos cristianos
para construir con aquellas cabezas de «politeístas» alminares desde los que
llamar a los fieles a la oración durante tres días. Concluye que, gracias a esta
victoria,
«la
garganta
de
la
Península
respiró
aliviada
y
por
su
causa
se
50
afirmaron muchas regiones».
Con certeza, los musulmanes andalusíes pudieron respirar más tranquilos
después de la victoria en Zalaqa. Tal vez no sabían entonces que aquellos
almorávides comandados por Yúsuf, a quienes veían esperanzados como héroes,
terminarían pocos años más tarde con ese universo andalusí tal y como ellos lo
habían conocido. La batalla de Zalaqa trajo consigo hondas repercusiones e
intensas consecuencias y marcó un antes y un después en las relaciones entre el
islam y la cristiandad en la península ibérica. Aquella derrota cristiana llegó
incluso a alarmar al futuro papa Urbano II, pontífice desde 1088, quien, diez
años más tarde, conminó a la primera cruzada desde Clermont-Ferrand y quien
otorgó
a
51
capital.
ese
la
Península,
amenazada
por
los
almorávides,
una
importancia
Toda la cristiandad, comenzando por el propio papa, entendió que
movimiento
cristianos;
almorávide
aquellos
guerreros
constituía
una
norteafricanos
verdadera
tenían
un
amenaza
espíritu
para
los
combativo
como el que no habían conocido los cristianos peninsulares desde los tiempos
de Almanzor, hacía ya casi cien años.
A partir de aquella derrota, Alfonso VI vio cómo el régimen de parias que
había explotado se iba desmontando de forma paulatina. Ya no tenía tanta
libertad para hacer y deshacer en las relaciones políticas andalusíes. A medida
que los almorávides iban dominando territorios, su capacidad de extracción de
recursos monetarios andalusíes iba descendiendo. No le quedaba otra opción
que la guerra abierta contra aquel nuevo enemigo que avanzaba lenta pero
inexorablemente y, para ello, necesitaba de guerreros contrastados. Una parte
de ellos los encontraron más allá de los Pirineos. Desde entonces, empezaron a
integrarse en la corte leonesa nobles caballeros borgoñones como Raimundo y
Enrique de Borgoña, quienes acudieron con sus mesnadas a servir a Alfonso
VI, y a quienes acabó casando con sus hijas Urraca, futura reina; y Teresa,
futura condesa de Portugal, respectivamente. Rodrigo Díaz no estuvo presente
en la batalla de Zalaqa, entonces se hallaba cumpliendo sus últimos días de
servicio al tercero de los reyes taifas zaragozanos a los que sirvió. Pero aquella
derrota de sus correligionarios en las cercanías de Badajoz influyó también en
su
vida
posterior.
Es
más
que
posible
que,
desde
aquel
desastre
militar
cristiano, Alfonso VI entendiera que debía recuperar a un guerrero de éxito
como era Rodrigo, ese comandante desterrado en Zaragoza que, a esas alturas,
ya había conseguido hibridar huestes cristianas e islámicas y, en buena medida
gracias a ello, obtenido victorias resonantes en campo abierto contra enemigos
cristianos y musulmanes. La Historia Roderici no menciona la derrota cristiana
de Zalaqa, pasa inadvertida para la crónica, o puede que alguien suprimiera esa
parte del relato con posterioridad, no lo sabemos. El caso es que tras hablarnos
de la muerte de al-Mutamin, y de prestar servicio al hijo de este durante nueve
meses, nos dice el cronista que Rodrigo no solo fue reintegrado por Alfonso
VI, sino que el emperador leonés le concedió «el perdón», le entregó varios
castillos y una importante concesión: la propiedad, para él y su descendencia,
de
todas
aquellas
tierras
y
fortalezas
que
consiguiera
arrebatar
a
los
musulmanes:
Al cabo de éstos [nueve meses], volvió a Castilla, su patria, donde le
recibió alegre el rey Alfonso con grandes honores. Luego le dio el
castillo denominado de Dueñas con sus habitantes, el de Gormaz,
lbeas,
Campoó,
Eguña,
Briviesca
y
Langa,
que
está
en
las
Extremaduras, con todos sus alfoces y sus habitantes. Además le
otorgó el perdón y la concesión escrita en su reino y confirmada con
el sello real, estipulando que todas las tierras o castillos que pudiese
ganar
a
los
sarracenos,
en
tierra
de
éstos,
le
pertenecerían
enteramente y luego a sus hijos, a sus hijas y a toda su descendencia,
52
por derecho hereditario.
Con
todo
ello,
se
abría
un
nuevo
horizonte
para
un
comandante
y
caballero a quien el destierro de cinco años seguro que habría transformado.
Durante ese lapso, se había sumergido e integrado de pleno en una realidad
islámica que lo marcó de por vida. El Rodrigo que volvía no era la misma
persona
que
había
sido
desterrada años
atrás,
era
un
hombre
nuevo,
más
maduro, más curtido y experimentado, más sabio y calculador. Quizá esa
experiencia en asuntos islámicos que había adquirido, así como unas destrezas
militares
que
empujaron
a
desempeñar
se
incrementaron
Alfonso
las
VI
mismas
a
durante
pensar,
funciones
a
el
destierro,
entender,
que
hasta
que
poco
fueron
el
factores
Campeador
antes
de
Zalaqa
que
podía
habían
recaído en Álvar Fáñez, las relacionadas con la protección del pusilánime alQádir en el trono de Valencia. Una taifa esta, precisamente, que no tardó en
quedar amenazada por la expansión almorávide, que avanzaba con paso firme
por
el
sudeste
peninsular
y
que
dominó,
en
apenas
unos
pocos
años,
las
regiones de Almería y Murcia. No podía pensar Alfonso VI que con aquella
nueva misión estaba introduciendo a Rodrigo en un ámbito que el guerrero
terminó
codiciando,
quererlo,
el
monarca
queriendo
conectó
para
a
sí,
Rodrigo
soñando
Díaz
con
con
ser
su
Valencia
dueño.
y
le
Sin
otorgó
responsabilidades en el lugar para que representara sus propios intereses. Sin
saberlo, el rey introducía al guerrero en la senda que le llevó a convertirse en
príncipe y en mito.
Notas
1
Bosch Vilá, J., 1960, 7-67; Turk, A., 1991; «Relación histórica entre el Cid y la dinastía
Hûdí», en Corral Lafuente, J. L. (ed.), 1991, 22-30; «El Reino de Zaragoza en el siglo XI»,
Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 17 (1972-1973), 7-122; ibid., 7-74.
2
Vernet Ginés, J., 1950, 249-286; Grau Monserrat, M., 1957-1958, 229-272; Lomba Fuentes,
J., 2008, 457-466.
3
Vid. Historia Roderici, 12.
4
Vid. Cervera, M. J., 1999, 51.
5
Vid. Historia Roderici, 12.
6
Ibid., 13.
7
Ibid., 14.
8
Ibid., 15.
9
Vid. Montaner Frutos, A., 1998, 28-32.
10
Vid. Historia Roderici, 16, 347.
11
Ibid.
12
Ibid., 17, 347.
13
La Historia Roderici (347-348) detalla el ataque de la siguiente manera: «Entretanto murió
Muza
ffar. Abu-l-Falak, el rebelde del castillo de Rueda, decidió con el infante Ramiro entregar
la plaza al emperador Alfonso. Este, del que venimos hablando, llegó ante el emperador y
habló con él en son de paz, pero con engaño, suplicándole con muchos ruegos que fuera al
mencionado
castillo
y
entrara
en
él.
Antes
que
el
emperador,
que
estaba
cerca,
llegara,
permitió Abu-l-Falak a los capitanes del emperador que entraran en la plaza. Pero tan pronto
como entraron, se descubrió enseguida el engaño y traición de Abu-l-Falak: los caballeros e
infantes que guardaban el castillo atacaron a los capitanes del emperador arrojándoles piedras
y peñascos y mataron a muchos de aquellos nobles. El emperador regresó a su campamento
muy apesadumbrado». Acerca de la traición de Rueda, vid. Montaner Frutos, A., 1998, 3238; Martínez Díez, G., 2000, 131-134.
14
Vid. Historia Roderici, 19, 348.
15
Martínez Díez (op. cit., 137) entiende que «[…] la presencia de Rodrigo y su mesnada en
Zaragoza era la mejor salvaguarda de los intereses de Castilla en el reino del Ebro, frente a las
apetencias aragonesas o catalanas, y que por eso mismo, en el fondo, no podía desagradar al
rey Alfonso VI, que siempre fue un gran monarca dotado de una profunda visión política, la
decisión de Rodrigo de regresar a Zaragoza».
16
Vid. Buesa Conde, D. J., 1984, 59-61.
17
Vid. Historia Roderici, 21, 348.
18
Ibid., 21, 348.
19
Acerca de la localización de Olocau, vid. Boix Jovani, A., 2005, 9-95. Este es, por otra parte,
el estudio más exhaustivo que hasta la fecha se ha realizado de la batalla de Morella.
20
Vid. Historia Roderici, 21, 348-349.
21
Ibid., 23, 349.
22
Vid. Laliena Corbera, C., 1996, 122-123; Montaner Frutos, A., 2011, 15-19; Fletcher, R.,
23
Vid. Historia Roderici, 23, 349.
24
Vid. Lomba Fuentes, J., 2000, 480.
25
Vid. Historia Roderici, 24, 349.
26
Vid. Miranda Calvo, J. L., 1976, 101-151; Izquierdo Benito, R., 1986; Estévez, M. P., 2012,
1999, 146-147; Martínez Díez, G., op. cit., 145-146.
vol. 2, 23-43; Menéndez Pidal, R., 1932, 513-538.
27
HS. 9: 120; «quos nobiles Vrraca de beneplácito regis Sancii cum Adefonso regno priuato ad
regem Toletanum Almemonem ire fecit. Hoc autem prouida dispensatione Dei credimus
factum fuiste» (CM, Liber IV, Cap. LXIV: 298); Meneghello Matte, R., 2018, 43-44.
28
Vid. Izquierdo Benito, R., op. cit., 29-35.
29
Vid. Abd Allah, 1980, 198.
30
Ibid., 197-198.
ūs, 1986, 108.
31
Vid. Ibn al-Kardab
32
Ibid., 108-111.
33
Ibid., 112-113.
34
Acerca de ese rol de los ulemas andalusíes en la conquista almorávide de al-Ándalus, una
autora sostiene que «en la historia de al-Ándalus, los ulemas habían actuado en un segundo
plano. Sin embargo, en el siglo XI no quedaron indiferentes a la política de los reyes de taifas
y al relajamiento religioso imperante en el territorio. En este sentido, haciendo uso de sus
recursos sociales y políticos aprovecharon la visita de los almorávides a la península para
aunarse a ellos en detrimento de los reyes de taifas. Acto seguido les facilitaron la conquista de
al-Ándalus, así como su establecimiento y continuidad en el cambio de ello, los ulemas,
especialmente
los
fuqaha,
afianzaron
su
posición
política
y
consolidaron
su
situación
económica». Esto es algo que repitieron más adelante, cuando el propio Imperio almorávide
se desintegró, a su vez, en taifas y fue absorbido por un nuevo Imperio, el almohade. Los
ulemas fueron, por tanto, actores principales en distintos cambios políticos que se produjeron
en al-Ándalus a lo largo de la Edad Media. Vid. Plazas Rodríguez, T., 2017, 1081-1110,
1083. Para los almorávides, puede consultarse Bosch Vilá, J., 1990; Messier, R. A., 2010;
Llanito, A., 1955, 53-99; Viguera Molins, M.ª J., 1992 y 1977, 341-374. En cuanto a la
importancia de los ulemas para el gobierno de las ciudades andalusíes durante los periodos
taifa y almorávide, vid., además del citado estudio de Plazas Rodríguez, T., Urvoy, D., 1983;
El Hour, R., 2000, 67-84 y 2006; Fierro, M., 2001; Benaboud, M., 1984, 7-52. Del papel de
los ulemas en las ciudades en el periodo anterior al siglo XI, vid. Fierro, M. y Marín, M.,
1998, 65- 97.
35
La doctrina malikí es una de las cuatro ramas jurídicas del sunismo islámico. Tiene su origen
en Medina, en la península arábiga, ciudad a la que huyó Mahoma en el año 622 con un
grupo de fieles y desde la cual el islam inició su imparable expansión. La interpretación malikí
del islam la inició Málik ibn Anas, imán de Medina, en la segunda mitad del siglo VIII. A
partir de allí, se extendió por algunas regiones dominadas por los musulmanes, en especial por
el norte de África y zonas europeas con presencia islámica, como al-Ándalus. Su base doctrinal
se fundamenta en el Corán, en la Sunna –enseñanzas del profeta y sus acólitos– y en el
derecho consuetudinario de Medina. Una de las razones que explica que la doctrina malikí
tuviera éxito en ámbitos tan alejados de Medina como son el Magreb y al-Ándalus es su
flexibilidad a la hora de adaptarse a distintas concepciones, modos de vida y mentalidad. El
deber
del
gobernante
de
lanzar
de
manera
periódica
la
guerra
santa
(yihad)
contra
los
cristianos fue un aspecto importante dentro de la doctrina malikí, así como motivador y, en
parte,
explicativo
del
rápido
avance
almorávide
por
tierras
magrebíes
e
ibéricas
y
de
la
reacción militar y jurídica de los reinos cristianos peninsulares ante esa amenaza islámica.
Acerca de ello, vid., entre otros, Maíllo Salgado, F., 1983, 29-66; García Sanjuán, A., 2015,
95-114; Fierro Bello, M., 1991, 119-132; Martos Quesada, J., 2008, 433-442.
36
Remitimos
a
la
bibliografía
acerca
de
los
almorávides
en
la
nota
56
del
Capítulo
1.
Especialmente útiles para entender de manera sintética el complejo surgimiento y expansión
inicial del movimiento almorávide son las páginas que dedica a ese asunto Plazas Rodríguez,
T., 2017, op. cit., 1086 y ss. Para el significado e importancia de la yihad en el movimiento
almorávide, clave para entender su expansión, vid. Messier, R. A., 2010. Este autor dedica un
capítulo al análisis de los enfrentamientos de los almorávides con el Cid (Capítulo 10, 111120).
37
Ibn Abi Zar, 2003, 31
38
Vid. Bosch Vilá, J., 1990, 131-132.
39
Ibid., 133-134.
40
Vid. Abd Allah, op. cit., 200-203.
41
Ibid., 202.
42
Vid. Ibn al-Kardab
43
Vid. Abd Allah, op. cit., 202.
44
Ibid., 203.
45
Para conocer más acerca de la batalla de Zalaqa-Sagrajas se pueden consultar las siguientes
ūs, op. cit., 115-116.
obras: Lagardére, V., 1953, 17-76; Huici Miranda, A., 1953,17-76 y 2000.
46
Vid. Ibn al-Kardab
47
Ibid., 117-118.
ūs, op. cit., 117-120.
48
Ibid., 119.
49
Ibid., 119.
50
Ibid., 119-120.
51
Afirma Carlos de Ayala (2013, 499-537, 522) que «Ciertamente al Papa le preocupaba la
situación peninsular, y no es ningún despropósito pensar que su concepción de cruzada se vio
en buena medida espoleada por la experiencia hispánica. La percepción de amenazadora
ultimidad
situación
que
no
generaba
era
en
la
1095
ofensiva
islámica
especialmente
no
tensa,
vino
sino
tanto
del
del
frente
ámbito
oriental
hispánico
donde
donde
la
los
almorávides, un pueblo ideologizado en el yihadismo expansivo, derrotaba al más poderoso
rey peninsular en 1086 […] Quizá en el trasfondo de Clermont estén más presentes los
almorávides de lo que pudiéramos pensar a primera vista […]».
52
Vid. Historia Roderici, 25 y 26, 350.
__________________
*
Última noche que el Cid duerme en Castilla. Un ángel consuela al desterrado. Poema del Cid, según
el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral,
1970, 19.
4
Protector y gobernante virtual de
Valencia
Aquis conpieça la gesta – de mio Çid el de Bivar.
Poblado ha mio Çid – el puerto de Alucat,
dexado ha Saragoça –e las tierras ducá,
e dexado ha Huesa – e tierras de Mont Alván.
Contra la mar salada – conpeçó de guerrear;
a orient exe el sol, – e tornós a essa part.
Myo Çid ganó a Xérica – e a Onda e Almenar,
tierras de Borriana – todas conquista las ha.*
E
s
posible
que
Rodrigo
Díaz
se
reuniera
en
Toledo
con
un
derrotado
Alfonso VI. El cuarto de los juramentos que, más adelante, el vasallo le
envió a su rey, asunto este en el que profundizaremos, así lo atestigua («[…] el
día en que lo recibí por señor en Toledo»). Quizá este encuentro se produjera
poco tiempo después del desastre de Zalaqa, cuando Alfonso se encontraba
recuperándose de su herida y planificando futuras estrategias desde Toledo,
donde
se
había
refugiado
de
manera
precipitada
tras
la
derrota.
Pensaría
entonces el emperador que dicha ciudad se podía convertir en el objetivo
prioritario de los almorávides a partir de aquel momento. Cualquier cautela y
cualquier planificación de futuro podían resultar escasas en una situación como
aquella. ¿Fue Alfonso acaso quien hizo llamar a Rodrigo?, o ¿fue Rodrigo quien
compareció ante el rey después de recibir las noticias del descalabro de la
batalla? No podemos saberlo, pero cualquiera de las dos posibilidades debe
aceptarse porque a ambos les beneficiaba una reconciliación. Gonzalo Martínez
Díez
considera
que
dicha
reconciliación
debió
de
producirse
a
finales
de
1
diciembre del año 1086, unos dos meses después de la derrota en Zalaqa.
En los años 1087 y 1088, Rodrigo apareció como confirmante en dos
documentos emitidos por la cancillería de Alfonso VI: uno del 21 de julio de
2
1087 y otro de 11 de marzo de 1088.
La Historia Roderici no nos habla de los
hechos protagonizados por Rodrigo en ese lapso y justifica la ausencia de
informaciones en relación con su biografía diciendo de manera escueta que «las
guerras que llevó a cabo Rodrigo junto con sus soldados y aliados, y sus
3
noticias, no están todas escritas en este libro».
En estos dos años, Rodrigo
entró en contacto con la realidad valenciana y levantina y acudió allí a cobrar
parias y proteger a al-Qádir. Antes de eso, hubo otro comandante cristiano que
actuó como protector de Valencia y que sentó un precedente, las bases que, con
posterioridad, usó y amplificó Rodrigo Díaz para el dominio de la ciudad. No
es otro que Álvar Fáñez, el capitán ensombrecido por el mito del Campeador,
posible pariente suyo y presentado en el Cantar como un subalterno, como el
4
«diestro brazo» del Cid.
Merece la pena que nos detengamos en el análisis de las circunstancias y
hechos que llevaron a Álvar Fáñez a convertirse en el primer gobernante factual
de Valencia y a ejecutar las precisas órdenes de Alfonso VI, sin salirse, al menos
en apariencia, de los cauces establecidos por el emperador cristiano, verdadero
ingeniero de la geopolítica peninsular que movía las piezas en un tablero de
ajedrez complejo, fracturado y convulso. En esa ambiciosa partida de ajedrez,
Álvar Fáñez constituyó una de las piezas principales del bando del rey cristiano.
Más adelante, Rodrigo no hizo sino repetir algunos patrones ya ensayados y
practicados por Fáñez. Pero tenía algo que Fáñez nunca pareció poseer, o al
menos mostrar: un plan propio, la avidez de convertirse en príncipe de su
propio señorío, aunque, para ello, tuviera que distanciarse de los mandatos de
su señor. De hecho, es más que presumible que detrás del segundo de sus
destierros se encuentre esa codicia, la cual le llevó a traspasar el límite y a actuar
de manera autónoma para alcanzar su objetivo.
Á
ÁÑ
Á
ÁLVAR FÁÑEZ Y YAHYA AL-QÁDIR EN
VALENCIA
Una de las consecuencias de la conquista de Toledo por Alfonso VI fue el
traslado
de
quien
había
sido
su
gobernante,
Yahya
al-Qádir,
nieto
de
al-
Mamún, a Valencia. La ciudad vivía entonces una situación difícil. El mismo
año de 1085 había muerto el visir valenciano, Abū Bakr ‘Abd al-‘Azīz, y la
población se había dividido entre aquellos que querían entregar el gobierno al
príncipe de Zaragoza y quienes deseaban que su gobernante fuese al-Qádir.
Esta
última
facción
buscó
el
apoyo
de
Alfonso
VI
para
materializar
sus
aspiraciones. Así, al-Qádir partió hacia Valencia para hacerse con el poder en
compañía
de
una
hueste
propia
de
caballeros,
ballesteros
y
peones,
un
contingente privado que ya le había protegido en Toledo. A los peones se les
denomina «los castrados» en las fuentes, lo que viene a señalar su condición de
eunucos. Aunque la verdadera protección del aspirante a soberano de Valencia
se la otorgaba un potente ejército cristiano organizado y reunido para tal efecto
por Alfonso VI, siempre calculador. Al frente, el monarca puso a su fiel vasallo
Álvar Fáñez, comandante de confianza que ya había mostrado su lealtad en
otras misiones encomendadas. De hecho, Fáñez junto con García Ordóñez y
Pedro
Ansúrez
formaron
una
suerte
de
triada
de
capitanes
principales
al
servicio de Alfonso, los brazos ejecutores de sus planes hegemónicos.
La hueste cristiana que acompañaba a al-Qádir debía de inspirar temor,
pues cuando el aspirante llegó con tales armas a Valencia se le entregó la ciudad
por miedo a Alfonso VI y a esa mesnada de caballeros cristianos cubiertos de
hierro, algo que sorprendía e intimidaba a los musulmanes. Álvar Fáñez instaló
a los hombres a su cargo en una aldea cercana a Valencia llamada «Ruçaf», cuyo
alcaide era entonces Aboeça Abenlupón y quien, por ello, custodiaba las llaves
5
del alcázar.
Una vez asumido el poder en Valencia, al-Qádir nombró alguacil mayor
de la ciudad al propio Aboeça Abenlupón, lo que le granjeó, de esa manera, la
lealtad
de
señores
mantuvieron
que
vínculos
poseían
con
el
castillos
propio
en
la
alguacil
región
en
valenciana
una
especie
y
que
de
red
feudovasallática a la musulmana. En esas circunstancias, la hueste comandada
por
Álvar
Fáñez,
incrustada
en
aquel
territorio,
comenzó
a
suponer
una
molestia para la nueva administración valenciana, pues el mantenimiento de
ese ejército corría a cargo del gobierno municipal y ascendía a un coste diario
de 600 maravedíes. Al-Qádir no disponía ni de tesoro propio ni de fondos
suficientes para la manutención de tan costosa mesnada, en la que abundaban
los caballos. Antes de salir de Toledo hacia Valencia, Alfonso VI se había
encargado de que el derrotado príncipe toledano partiera a su nuevo destino
con lo estrictamente necesario para su sustento y el de los suyos y había
incrementado de manera calculada el grado de dependencia hacia la hueste
cristiana comandada por Fáñez y hacia sus futuros súbditos valencianos.
Es
por
ello
lógico,
y
Alfonso
VI
lo
sabía,
que,
en
esa
situación
depauperada, al-Qádir tuviera que elevar los impuestos a la población para
financiar así a los aliados cristianos y a su propia corte. Es más que posible que
Fáñez amenazara al nuevo soberano con devastar aquellos territorios si no
recibía la financiación necesaria, a pesar de saber que esas acciones predatorias
minarían su autoridad ante sus recentísimos súbditos. De nuevo, las relaciones
entre cristianos y musulmanes en un contexto convulso estuvieron guidadas
por
la
amenaza
subsiguiente
de
la
extorsión,
descontento
que
que
se
materializó
desencadenaba
en
en
una
depredación
población
y
el
atacada,
insegura y esquilmada.
La subida de impuestos, pues, no tardó en producirse y el desagrado
correspondiente de la población valenciana tampoco. Al-Qádir se hallaba en
una situación delicada, pues no podía prescindir en aquellas circunstancias de
la necesaria protección que le daba la hueste cristiana, a la que debía financiar,
básicamente, con el dinero que consiguiera recaudar en forma de impuestos a
sus gobernados. Esos súbditos empezaron a temer que la situación se pareciera
a la que se había vivido en Toledo antes de caer en manos de Alfonso VI y que
corriesen
el
mismo
destino
final
que
el
sufrido
por
sus
correligionarios
toledanos: la pérdida de su ciudad, sus tierras, sus bienes por la conquista
cristiana. La sensación general reinante era que por culpa de al-Qádir se iba a
6
perder Valencia como se había perdido Toledo.
Una situación de descontento
que no tardó en manifestarse cuando el tenente de Játiva, una de las localidades
tributarias de Valencia, se negó a pagar los tributos y a reconocer la autoridad
del nuevo gobernante. La respuesta de al-Qádir no se hizo esperar y ordenó
asediar la población en un cerco que se prolongó durante cuatro meses. Aquel
gasto extraordinario pudo cubrirse mediante la extorsión a un acaudalado judío
7
rico que habitaba en Valencia.
El asedio a Játiva desencadenó algunas reacciones en la zona. «Abenhut»,
rey taifa de Denia y Tortosa, con intereses evidentes en la región, acudió con
sus hombres y refuerzos cristianos en ayuda de los de Játiva. El elemento
cristiano de esa hueste combinada estaba formado por caballeros catalanes
–«franceses», para el cronista islámico– comandados por Guirart el Romano.
La sola presencia de ese ejército fue suficiente para que al-Qádir ordenara
levantar el cerco y huyera de aquel escenario para refugiarse, como un cobarde,
en «la ysla de Xucar» (Algeziraxucar) para después buscar amparo en Valencia
«escarnecido» y «deshonrado». La consecuencia directa fue que el rey de Denia
y Tortosa pasó a controlar Játiva y sus castillos y, de ese modo, todo el territorio
8
que desde allí se extendía hacia el sur hasta Denia.
Valencia había perdido la
soberanía sobre un importante espacio meridional, necesario para frenar los
anhelos expansionistas del vecino taifa del sur, quien, gracias a aquella acción,
había aumentado su zona de influencia y se había aproximado, aún más, a
Valencia. Los inicios del gobierno de al-Qádir fueron desastrosos en lo militar y
también,
en
consecuencia,
en
lo
político,
pues
lo
uno
y
lo
otro
estaban
estrechamente vinculados, como suele suceder en las sociedades sacudidas por
el conflicto, la inestabilidad y la guerra.
Figura 21: Maqueta en terracota que representa el acceso a una ciudad o recinto fortificado andalusí. La
obra fue hallada en Madrid y se data en el siglo X, por lo que es testimonio del modelo de fortificación
musulmana del periodo. Museo Arqueológico Regional, Alcalá de Henares (Madrid).
Los efectos de la pérdida de Játiva fueron aún más graves. Otros señores
de
castillos
fieles
a
Valencia
aprovecharon
aquella
coyuntura
para
cambiar
lealtades y voluntades. Abenhut se valió de esa situación de debilidad en la
autoridad
de
al-Qádir
para
atraer
a
aquellos
señores
descontentos
y
aproximarse todavía más a Valencia. Álvar Fáñez y los suyos mantenían una
actitud pasiva y observante, interesados como estaban en el debilitamiento
político de al-Qádir. No obstante, mostraban cautela y vigilaban, sobre todo,
que Valencia la pudieran controlar los catalanes. Su mayor preocupación no
parecían ser los enfrentamientos entre los poderes musulmanes, sino que la
ciudad y su entorno entraran en la zona de influencia de la potencia cristiana
9
del norte.
La política calculadora de Alfonso VI, ejecutada a la perfección por Álvar
Fáñez, en seguida dio sus frutos. Al-Qádir, al verse derrotado, amenazado y
acorralado por sus enemigos estrechó la alianza con su protector cristiano y
aumentó las rentas que le entregaba en forma de «muy buenas heredades» de la
zona. Entonces, Álvar Fáñez abandonó esa pasividad medida para entrar en
acción y se hizo presente en la región. A partir de ese momento, empezaron a
unirse
a
sus
filas
musulmanes
valencianos
que
veían
en
el
servicio
al
comandante cristiano una oportunidad de medro, riqueza o supervivencia. El
cronista
que
«garzones»,
cristianas
nos
lo
«traviesos»,
por
aquella
relata
pues
llama
la
situación.
a
estos
ciudad
se
Otro
correligionarios
hallaba
historiador
«malhechores»,
entonces
casi
en
islámico
posterior
manos
a
los
hechos, pero que parece disponer de informaciones contenidas en la obra de
Ibn
Alqama,
relata
el
terror
que
sembraban
Álvar
Fáñez
y
sus
guerreros
castellanos y musulmanes en los valencianos:
ā
Un grupo (ṭ ’ifa) de ellos [musulmanes renegados], que se había
unido a Álvar Fáñez, maldígale Dios, así como a ellos, cortaba los
miembros viriles a los hombres y las partes pudendas a las mujeres.
Eran los criados y los servidores de él (Álvar Fáñez), que habiendo
sido seducidos grandemente, en [lo concerniente a] sus creencias,
10
fueron perdiendo enteramente su fe.
Figura 22: Miniatura del Beato de Saint-Sever, obra, probablemente, de un
scriptorium
francés
ca. 1050-
1070. Se ha supuesto su origen en la abadía de Saint-Sever, dado que la obra está dedicada a su abad,
Gregorio de Muntaner, de origen hispánico, y está firmado por Stephanus Garsia, que sería también
peninsular. En esta escena del Apocalipsis, los jinetes cabalgan monturas monstruosas que echan llamas
por las fauces, pero, pese al escenario mítico, refleja bien las sevicias a las que las partidas armadas
sometían a la población en sus incursiones. Bibliothèque nationale de France, París (Francia).
Este
párrafo
de
Ibn
ūs
al-Kardab
resulta
muy
interesante
por
varios
motivos. Por una parte, nos habla de musulmanes apóstatas que ayudan a un
jefe militar cristiano a luchar contra sus anteriores camaradas y coterráneos.
Pero es que el historiador cordobés conecta esas acciones con las que puso en
práctica
el
Campeador
años
más
tarde,
pues
está
relatando
actuaciones
vid.
represivas desarrolladas por Rodrigo Díaz durante el asedio a Valencia (
Capítulo
6)
ocho
años
más
tarde,
como
veremos
más
adelante.
Por
ello,
podemos entender con esas palabras del cronista que Rodrigo Díaz se valió
años después de los mismos hombres que habían servido a Álvar Fáñez durante
su época de protector de Valencia. Álvar Fáñez habría creado una especie de
tropa formada por autóctonos contrariados que, tras su marcha de levante, se
habrían reintegrado a su fe y vida normal en la ciudad y su entorno para,
pasados ocho años, volver a servir a un jefe cristiano llevando a cabo acciones
represivas contra los suyos.
Creció así la inseguridad y el miedo en el interior de Valencia y fueron
muchos los habitantes que, por ese motivo, abandonaron la ciudad con las
pertenencias que podían llevarse. La sensación que transmite el cronista es la de
que el enemigo estaba en ese momento dentro, en forma de musulmanes
renegados
que
se
habían
lanzado a
los
brazos
del
comandante
cristiano
y
actuaban como sus agentes. Esta estrategia que fomentaba la insurgencia en
vista de la inestabilidad y el miedo es muy significativa, pues, como veremos, la
puso en práctica, e incluso la amplificó, años más tarde Rodrigo Díaz en el
mismo escenario.
Una vez que Álvar Fáñez vio aumentada y reforzada su hueste comenzó a
lanzar algaras hacia tierras pertenecientes al taifa de Denia y Tortosa situadas en
el entorno de Burriana. El servicio prestado por el nuevo componente islámico
de sus hombres, en el que figuraban «almogávares», fue muy notable en la
ejecución de aquellas operaciones predatorias. Conocedores del terreno, de la
lengua, de las costumbres y de las circunstancias de sus compañeros, entre otras
cuestiones
esenciales,
explotaron
sus
conocimientos
para
ejecutar
una
cabalgada que dio como resultado el debilitamiento económico y moral de
Burriana, así como la consecución de un cuantioso botín de guerra que se
11
trasladó a Valencia para venderse en «almoneda».
Alfonso VI redituó esa situación de temor y descontento para hacer sentir
aún más su autoridad en la ciudad. Para ello, se valió del «mandadero» judío
llamado Aboeça Abenlupón, el ya mencionado agente del emperador que se
habría enviado a Valencia para la gestión de las rentas que se le adeudaban al
monarca. De esa forma, Alfonso se aseguraba dos resortes fundamentales del
gobierno como eran la guerra, cuyo responsable era Álvar Fáñez; y la fiscalidad,
Á
cuyo encargado era Aboeça. Ni Álvar Fáñez tardó en aliarse con el enviado
judío ni en seguir los planes alfonsinos los cauces previstos.
El
emperador
cristiano
complementó
esas
políticas
con
otras
para
incrementar el control de la ciudad desde la distancia. Así es como hay que
entender que se atrajera a uno de los hijos de «Abubecar Abneabdalhaziz» (Abū
Bakr ‘Abd al-‘Azīz), gobernante de Valencia desde el año 1075 hasta la llegada
de al-Qádir, para, de esa manera, con el acercamiento de Utmán ben Abu Bakr,
contener un posible foco de insurgencia que podría activar a una poderosa
familia que, hasta hacía no mucho, había copado el poder en la taifa, en
especial en su capital, todavía bajo la atenta mirada y cierto dominio de dos
12
taifas poderosas como Toledo y Zaragoza.
Toda esa situación de cambios, con
al-Qádir como gobernante simbólico y títere, el emisario judío, el comandante
y
su
mesnada,
el
hijo
de
rey
atraído…
motivó
que
numerosos
notables
valencianos decidieran abandonar la urbe movidos por la inseguridad y que se
refugiaran en la fortaleza de Murviedro, la más poderosa e inexpugnable de la
taifa valenciana.
Alfonso VI cimentó en Valencia unas estructuras que después explotó y
amplió
el
Campeador.
Álvar
Fáñez,
el
músculo
militar
necesario
para
el
mantenimiento de aquella situación política y tributaria en Valencia, tuvo que
movilizarse ante la llegada de los almorávides. Marchó al llamamiento del
emperador
con
una
parte
significativa
de
la
mesnada
cristiana
que
había
organizado el propio Alfonso. Un grupo reducido permaneció en Valencia para
la salvaguarda de los intereses del soberano leonés. Mientras sucedían todos
esos
acontecimientos,
Rodrigo
continuó
al
servicio
del
príncipe
de
una
Zaragoza que estaba sufriendo el asedio del propio Alfonso VI. Lo siguiente en
suceder, el desastre cristiano en Zalaqa, ya lo hemos analizado páginas atrás
vid.
(
Capítulo
3).
Álvar
Fáñez
parece
que
no
volvió
a
actuar
ejerciendo
funciones de protector de al-Qádir en Valencia, ya que esa misión le fue
encomendada con posterioridad a Rodrigo Díaz, que sacó provecho de algunas
de las estructuras establecidas anteriormente por Fáñez.
PROTECTOR DE VALENCIA
Poco después de la reconciliación con el rey, ya durante la segunda mitad del
año 1087, Alfonso VI envió a Rodrigo a Valencia con la misión de salvaguardar
en el trono a al-Qádir, aún en peligro. Procedente del gobierno de la taifa de
un Toledo conquistado, la situación de ese taifa valenciano no fue la más
idónea en su nuevo destino y necesitó de la protección de un disciplinado y
bien armado ejército cristiano. Ese rol lo había desempeñado Álvar Fáñez entre
los años 1085 y 1086, pero la llegada de los almorávides había obligado al
monarca
a
atraerse
a
uno
de
sus
mejores
capitanes,
como
en
aquellos
momentos era quien luego denominó «Minaya» el Cantar de mio Cid.
Mientras Rodrigo ejercía de protector de Valencia, ya desvinculado de
Alfonso VI, Álvar Fáñez actuaba de manera similar en la taifa de Granada.
Gracias
a
las Memorias del
rey
granadino
Abd
Allah
conocemos
el modus
operandi de unos embajadores, o agentes, de Alfonso VI en taifas islámicas que
operaban entre la obediencia debida a su señor y la autonomía propia de a
quien la distancia geográfica mantiene alejado de la figura regia y su poder más
inmediato. Relata el soberano cronista granadino que, tras el asedio fallido al
que almorávides y andalusíes sometieron al castillo cristiano de Aledo, una
acción a la que volveremos más adelante, los taifas que participaron en dicha
campaña
contra
aquella
posición
de
Alfonso
VI
temían
las
represalias
del
emperador cristiano una vez que Yúsuf ibn Tašufín y sus almorávides se habían
retirado al Magreb. Por ello, solicitaron a Yúsuf efectivos para defenderse de
posibles embestidas de Alfonso. Mas el líder almorávide no les concedió ese
ejército, sino que les comunicó que debían permanecer unidos para hacer
frente al enemigo cristiano.
En efecto, Alfonso VI movilizó con presteza a sus huestes para presionar a
aquellos
taifas
a
los
que
todavía
estaba
en
condiciones
de
exigir
pagos.
Estableció nuevos pactos con el rey de Zaragoza y con los demás señores del
levante, quienes «se pusieron a cubierto de su maldad mediante el pago de los
tributos que le debían». Ante tales noticias, Abd Allah confiesa en su crónica
que estaba consumido por el dilema de pagar impuestos al emperador cristiano
o resistirse, pues ambas actuaciones podían reportarle consecuencias negativas a
su reino. En esa situación, Álvar Fáñez contactó con «el jefe cristiano que tenía
a su cargo las regiones de Granada y Almería», por decisión de Alfonso VI,
quien le había encomendado aquel encargo «para que obrara como quisiera,
procediendo contra los musulmanes que se vieran imposibilitados de acceder a
sus exigencias, sacándoles dinero e interviniendo en cuantos asuntos pudiesen
13
proporcionarle alguna ventaja».
En el transcurso de esos primeros años de contacto directo con Valencia y
su entorno, Rodrigo Díaz se fue estableciendo en el terreno, con el cobro de
tributos
a
distintos
señores
locales
y
al
propio
gobierno
de
la
ciudad
y
acometiendo incursiones predatorias en taifas vecinas. En 1088 se produjo un
intento coordinado de los almorávides y algunos reyes de taifas, como los de
Granada y Almería, para recuperar el castillo de Aledo. Esta era una fortaleza
muy dañina para los musulmanes, pues servía a los cristianos para hostigar
distintas regiones del sur y sudeste de la Península. Constituía una posición
avanzada de Alfonso VI en territorios musulmanes y estaba concebida tanto
para proteger Valencia de un posible avance almorávide como para presionar a
las taifas del cuadrante sudoriental peninsular. Álvar Fáñez le había despachado
desde el principio un mensajero para anunciarle que iba a atacar Guadix y que
no se apartaría de allí a menos que el taifa granadino le hiciese entrega de «un
rescate por la ciudad». Abd Allah entendió que, dadas las circunstancias, no le
quedaba otra salida que transigir, que entregar al comandante cristiano lo que
le pedía y proteger así a los suyos de un golpe contra sus súbditos, contra su
reino. Intentó, pues, entregarle lo mínimo para contentarlo y establecer con él
«un pacto para que, después de recibir los montantes, no se acercase a ninguno
de mis estados». Una vez aceptado el acuerdo y entregadas las sumas de dinero,
Álvar Fáñez le dirigió unas palabras que muestran la manera de actuar de los
agentes de Alfonso VI, como él mismo lo era, o como lo era asimismo Rodrigo
Díaz en el sector levantino. Ese presunto discurso de Álvar Fáñez nos ilustra
acerca
del
alto
grado
de
autonomía
con
el
que
podían
actuar
aquellos
representantes de Alfonso:
De mí nada tienes que temer ahora. Pero la más grave amenaza que
pesa sobre ti es la de Alfonso, que se apresta a venir contra ti y contra
los demás príncipes. El que pague lo que debe, escapará con bien;
pero, si alguien se resiste, me ordenará atacarlo, y yo no soy más que
un siervo suyo que no tiene otro remedio que complacerlo y ejecutar
sus mandatos. Si lo desobedeces, de nada te servirá lo que me has
dado, pues esto no te vale más que en lo que personalmente me
concierne, a salvo de que mi señor me prescriba lo contrario.
14
No tardó en comparecer un embajador de Alfonso VI en Granada para
exigir, de parte del soberano leonés, tres anualidades atrasadas de tributos.
Después de meditarlo mucho, Abd Allah asumió que no tenía más opción que
abonar
los
30
000
meticales
que
adeudaba,
pero
no
a
base
de
subir
los
impuestos a sus súbditos, sino sacándolo de su propio tesoro personal. Además,
firmó
con
Alfonso
nuevos
pactos
en
virtud
de
los
cuales
el
cristiano
se
comprometía a no atacar tierras de Granada, siempre que esta pagara las parias
15
en la forma establecida.
La situación de Rodrigo Díaz en Valencia era similar a la de Álvar Fáñez
en Granada y Almería. Estas extorsiones en beneficio propio favorecían, a la
larga, a Alfonso VI en su política desestabilizadora de las taifas, incluso es
posible que fueran consentidas por el propio rey. Pero Fáñez no tenía las
pretensiones y ambiciones de Rodrigo y puede que tampoco sus capacidades
bélicas.
Siempre
compensarle
sus
se
mostró
servicios.
fiel
Mas
a
Alfonso,
parece
que
que
los
colmó
sus
objetivos
y
aspiraciones
aspiraciones
al
de
Rodrigo Díaz fueron mayores y en cuanto vio la posibilidad de prosperar al
poder conseguir un principado propio volcó toda su voluntad y esfuerzo en
ello, sin reparar en la opinión negativa que de aquel hecho pudiera tener su
señor.
En julio de 1087, Rodrigo, perdonado por su rey, partió hacia Zaragoza.
Esta vez no lo hizo desterrado como años atrás, sino que acudió a defender los
intereses que su señor tenía en la conflictiva región del levante peninsular. Las
informaciones que de él nos proporciona la Historia Roderici para los años
1087
y
1088
musulmanas
las
del
suministran,
momento.
en
Esas
parte,
versiones
versiones
de
posteriores
fuentes
de
islámicas
crónicas
perdidas,
ğ
elaboradas por historiadores como Ibn Alqama o Ibn al-Fara , testigos de las
acciones
del
Campeador
en
torno
a
Valencia,
se
encuentran
en
las
compilaciones históricas que ordenó componer Alfonso X durante la segunda
mitad del siglo XIII, algunas de las cuales se continuaron durante el reinado de
su hijo, Sancho IV. Nos referimos a la Estoria de España y a la Crónica de Veinte
Reyes, fundamentalmente.
La narración de esas crónicas sostiene que, en el verano de 1087, Alfonso
VI marchó con su hueste para atacar las regiones de Úbeda y Baeza, quizá con
el objetivo de presionar al taifa granadino Abd Allah para que le pagase tributos
atrasados. En aquella ocasión, Rodrigo Díaz permaneció en Castilla con la
orden de intervenir en la frontera de Aragón si era necesario. No muchos días
después, Rodrigo se dirigió hacia levante con 7000 hombres y consiguió hacer
tributario
suyo
16
Albarracín.
y
de
Alfonso
VI
al
monarca
que
gobernaba
la
taifa
de
Más tarde partió hacia Zaragoza, con la intención de entrevistarse
con el príncipe Áhmad al-Mustaín II, a cuyo servicio había estado hacía poco
tiempo, y engrosar allí su mesnada para actuar en Valencia. Y es que, desde que
Álvar
Fáñez
abandonara
la
zona
valenciana
para
servir
a
Alfonso
VI,
la
situación de al-Qádir era cada vez más comprometida. El taifa de Lérida,
Tortosa y Denia, al-Múndir al-Hayib, ambicionaba un principado valenciano
que se interponía entre sus posesiones meridionales y septentrionales y no
tardó en valerse de la situación de desprotección de al-Qádir para intentar
conquistarlo. De ese modo, comenzó un asedio a Valencia con su ejército
reforzado por efectivos catalanes, sus aliados tradicionales.
Ese fue el motivo fundamental que llevó a Rodrigo a injerirse en aquella
ocasión, consciente como era de que el único lugar en el que podía aumentar
su número de hombres era, precisamente, el principado zaragozano, pues lo
conocía bien por los años que había pasado desterrado allí. De hecho, cuentan
las crónicas que fueron muchos los que se sumaron a la hueste de Rodrigo
cuando tuvieron noticia de que se había movilizado para llevar a cabo una
campaña. Rodrigo también era conocedor de la desmedida ambición que el
taifa de Zaragoza tenía por ser dueño de Valencia y se aprovechó de ello para
convencer a al-Mustaín de que sumara efectivos a aquel contingente, pues a los
dos les interesaba apartar de allí a su tío, al-Múndir. De ese modo, ambos
partieron unidos hacia Valencia.
Cuando al-Múndir tuvo noticia de que se aproximaba aquel gran ejército
combinado contra él, enseguida levantó el cerco a Valencia y huyó de la zona,
no sin antes haber firmado tratados con al-Qádir. Cuando Rodrigo y el rey de
Zaragoza se personaron, el soberano de Valencia salió a recibirlos con agrado,
honra y abastecimientos para sus soldados y les permitió que acamparan en la
huerta
mayor
de
Villanueva.
Al-Qádir
estableció
pactos
secretos
con
el
Campeador y le entregó dinero, sin que de ello se enterase el monarca de
Zaragoza, que quería hacerse con Valencia a toda costa. Rodrigo le comunicó
que no iba a permitir tal cosa, puesto que aquella ciudad pertenecía a su señor,
Alfonso VI, «porque el rey de Valencia la tenía de su mano». Al-Mustaín, al
comprender que nada más podía hacer, se retiró a su ciudad y dejó un alcaide
con un elevado número de caballeros, seguramente para tener presencia en el
17
lugar, aunque la crónica nos diga que lo hacía para ayudar al rey de Valencia.
Ni Rodrigo ni sus hombres se movieron de Valencia, pues entendían que
su ausencia la podían explotar el rey de Lérida, el conde de Barcelona e incluso
la tropa que había dejado allí el monarca de Zaragoza para arrebatar Valencia a
un endeble al-Qádir. A partir de entonces, Rodrigo intervino en la zona en
nombre de Alfonso VI, pero siempre en busca de su propio provecho, de
manera similar a como había hecho Álvar Fáñez, según hemos visto más arriba.
Su primera campaña tuvo como objetivo Jérica (en la actual provincia de
Castellón,
fortaleza
comarca
de
del
Murviedro
Alto
Palancia),
(Sagunto).
un
Esa
castillo
maniobra,
próximo
afirma
a
la
la
poderosa
crónica,
fue
concebida por el soberano de Zaragoza con la idea de debilitar a los castillos de
la
zona,
sobre
todo
el
de
Murviedro,
y
situarlos
en
la
difícil
tesitura
de
entregarse al rey de Zaragoza o ver sus tierras estragadas por las razias del
Campeador y, por ende, su economía mermada. Sin embargo, el alcaide de
Murviedro,
«Aboeça
Aben
Lupon»
entregó
aquella
importante
plaza
a
al-
para
los
18
Múndir, de Lérida, y le prestó vasallaje.
La
entrega
de
Murviedro
al
taifa
leridano
suponía
un
revés
intereses de cuantos codiciaban dominar Valencia. Al-Qádir, siempre débil y
temeroso, podía caer en la tentación de proceder de la misma forma que el
gobernador de Murviedro y entregar la ciudad a al-Múndir, o incluso a alMuntaín, de Zaragoza. La tarea primordial de Rodrigo Díaz consistió, en esos
momentos, en mantener a toda costa Valencia en la soberanía de al-Qádir, con
él
mismo
como
salvaguarda
armada
de
los
intereses
de
Alfonso
VI
por
conservar la urbe bajo su control. Para ello, puso en juego su astucia y osadía y
se comunicó con todos aquellos interesados en el dominio de Valencia y a
todos les prometió lo mismo: su servicio y ayuda. De ese modo, contactó con
al-Qádir, con el rey de Zaragoza, con el de Lérida y también con Alfonso VI. A
este último le transmitió que podría mantener a su mesnada con los frutos que
obtenía de la guerra que allí practicaba y que, por tanto, no le supondría
merma en sus arcas el sustento de la hueste. Es por ello que Alfonso permitió
que los guerreros que habían salido de Castilla con Rodrigo permanecieran con
él. Entonces, Rodrigo empezó a lanzar cabalgadas a distintas comarcas en unas
incursiones que le sirvieron no solo para el abastecimiento de sus soldados, sino
para hacer patente su presencia en la región, así como para obtener riqueza y
19
sometimiento de distintos señores locales que dominaban fortalezas.
Al-Mustaín de Zaragoza, al ver que la situación estaba revuelta en torno a
Valencia, intentó sacar beneficio. Entabló relaciones con el conde de Barcelona,
Berenguer Ramón II, a quien proporcionó riquezas para que interviniera en la
ciudad del Turia, pues entendía que Rodrigo Díaz no le estaba prestando
servicio como debería. Al-Mustaín y Berenguer se prevalieron de la coyuntura
de que Rodrigo había regresado a Castilla, un retorno que, según Gonzalo
Martínez Díez, se produjo en el invierno de 1087-1088, es posible que en
enero
o
febrero
del
20
segundo.
Rodrigo
habría
regresado
para
explicar
al
soberano de palabra la compleja situación que vivía Valencia y su región y, de
paso, tal vez ampliar los acuerdos que ya tenían, puede que con la solicitud,
por parte del Campeador, de mayor margen de autonomía de acción en la
zona.
El
acredita
aparece
11
un
de
marzo
documento
como
de
1088,
emitido
21
confirmante.
Rodrigo
por
Fue
a
se
Alfonso
lo
largo
encontraba
VI
de
en
el
en
que
aquella
Toledo,
el
como
Campeador
primavera
cuando
retornó a Valencia, quizá tras haber iniciado nuevas negociaciones y suscrito
nuevos acuerdos con Alfonso VI.
Esos
fueron
los
meses
en
que
Berenguer
Ramón
II
y
al-Mustaín
de
Zaragoza intentaron conquistar la capital de la taifa valenciana. Con Rodrigo
ausente, el único que podría plantarles cara, el soberano de Zaragoza pidió a
Berenguer Ramón que asediara Valencia. Mientras este ejecutaba la petición,
al-Mustaín
construía
y
reforzaba
las
defensas
de
dos
«bastidas»
en
las
proximidades
acometer
las
de
su
objetivo,
labores
de
sitio
que
sirvieron
a
ciudad,
la
de
bases
organizar
de
operaciones
cabalgadas
para
erosivas
y
predatorias contra los alrededores y disponer de refugio en caso de ataques
enemigos. Una de ellas estaba situada en Liria, a unos 32 kilómetros al norte, y
22
la otra en Juballa (El Puig), enclavada a unos 15 kilómetros también al norte.
La
Historia
movimientos
Murviedro,
Barcelona,
de
«en
Roderici
Rodrigo.
el
valle
Berenguer,
vuelve
Nos
que
a
dice
se
suministrarnos
que
llama
acampaba
con
plantó
Torres»,
todo
su
información
campamento
mientras
su
ejército
que
«el
junto
a
de
los
cerca
de
conde
de
Valencia
cercándola y fortificaba Juballa y Liria como baluartes frente a ella». Al tener
noticia de la proximidad de Rodrigo, prosigue, Berenguer «se quedó muy
temeroso»,
no
así
los
hombres
del
conde,
quienes
«jactándose,
proferían
muchas injurias y burlas de Rodrigo y le amenazaban con capturarle y ponerle
en prisión o matarlo». El Campeador no quiso prestar oídos a aquellas burlas y
amenazas de los catalanes, como tampoco quiso enfrentarse a Berenguer, según
la Historia, «por temor a su señor el rey Alfonso», a quien unían vínculos
familiares con el conde. Y, además, no hizo falta ningún enfrentamiento, pues
el propio conde «aterrado, dejó en paz Valencia y a toda prisa se dirigió a
Requena, luego continuó hasta Zaragoza y por último volvió con los suyos a su
23
tierra».
La crónica islámica de que se vale la Crónica de Veinte Reyes, aun con
concordancias,
Berenguer,
Rodrigo,
ofrece
pues
sino
no
más
se
una
versión
nos
bien
un
muestra
con
tanto
tan
talante
distinta
aterrorizado
negociador.
de
por
Según
esa
la
retirada
de
presencia
de
esta
narración,
Berenguer se encontraba acampado en una aldea cercana a Valencia llamada
«Corte» y allí le envió Rodrigo emisarios para pedirle que descercase la ciudad.
El conde y sus «franceses» respondieron que no lo harían, que antes de eso
pelearían. Rodrigo recelaba de luchar contra Berenguer, porque era «yerno» –lo
cual no es cierto– de su señor, el rey Alfonso. Al final, llegaron a un acuerdo
(«abenençia») y, para cumplirlo, Berenguer se retiró a Requena, para, desde allí,
24
regresar a su tierra sin pasar por Zaragoza.
Rodrigo permaneció un tiempo en su campamento del valle de Torres,
desde donde empezó a lanzar cabalgadas contra distintas comarcas con el fin de
abastecerse y presionar a los gobernantes locales para que le abonasen tributos.
Levantó poco después su acuartelamiento y se desplazó hacia las inmediaciones
de Valencia, donde estableció un nuevo asentamiento, entonces consiguió que
al-Qádir lo colmase de regalos y se hiciese su tributario. Lo mismo hizo el
gobernador de Murviedro y el de la pequeña taifa cercana de Alpuente, este
último después de ver arrasados sus dominios por las huestes del Campeador.
De allí marchó a Requena y estableció otra acampada en la que permaneció un
tiempo. La Historia Roderici narra así esa secuencia de acontecimientos:
Rodrigo permaneció en el lugar donde había plantado sus tiendas
luchando con sus enemigos de los alrededores. Luego levantó el
campamento, se fue a Valencia y acampó allí. Reinaba entonces en
Valencia al-Qádir, quien al punto le envió sus legados con muchos
regalos e innumerables presentes y se hizo tributario de Rodrigo.
Esto mismo hizo el alcaide de Murviedro. Después el Campeador se
marchó de allí y subió a las montañas de Alpuente, atacó, venció y
saqueó su tierra. Permaneció allí no pocos días. Luego se marchó de
25
allí y plantó su campo en Requena, donde estuvo bastante tiempo.
En esta segunda etapa valenciana, tenemos ante nosotros a un Rodrigo
Díaz bastante menos comedido que en la anterior, sustancialmente más activo
e intenso. Con anterioridad lo veíamos observante, con una actitud más bien
pasiva, analítica y centrado en el estudio de los movimientos e intenciones de
los distintos actores que pugnaban por hacerse con el control de la región. Sacó
provecho de los meses que permaneció en Castilla para reforzar su hueste, cada
vez más numerosa. A los contingentes cristianos prestados por Alfonso VI y los
suministrados por el taifa de Zaragoza, bastantes de los cuales permanecieron a
su servicio, se pudieron unir nuevos refuerzos. Entre estos, cabe la posibilidad
de que se encontraran también los denominados «caballeros pardos».
Y es que, en un mundo de frontera como en el que vivió y actuó Rodrigo
Díaz, los límites entre lo cristiano y lo musulmán no siempre eran precisos. En
aquel espacio convulso era normal que se prodigaran bandas de bandidos sin
patria ni bandera, agrupados en torno a un líder para vivir de la rapiña y el
botín, de la guerra, como lo habrían hecho, por ejemplo, en la Germania de
época
romana
grupos
de
jóvenes
guerreros
desheredados
que
hicieron
del
saqueo a aldeas vecinas su modo de vida.
En el contexto fronterizo peninsular de principios del siglo XII empieza a
hablarse de «caballeros pardos», una suerte de mercenarios y ladrones que
actuaban
por
cuenta
propia
y
que
subsistían
y
se
lucraban
a
través
del
bandidaje y la razia, o bien integrados en las mesnadas de algunos reyes y
señores. No es descartable que esos «sarracenos» que atacaron Gormaz, y cuya
contestación supuso el primer destierro de Rodrigo, fuera un grupo de aquellos
«pardos», pues en esas cuadrillas había cristianos y musulmanes, ya que, en la
frontera, lo islámico y lo cristiano se entremezclaba y entrelazaba, se fusionaba
y acrisolaba. Es posible que en las huestes del Campeador figuraran algunos de
esos guerreros «pardos», aquellos a los que una crónica de la primera mitad del
siglo XII define como «los onbres que moravan allende del río Duero e son
llamados
vulgarmente
“pardos”»,
sin
especificar
si
eran
cristianos
o
musulmanes. En el contexto del que nos habla esa crónica, los «pardos» se
hallaban sirviendo en los ejércitos de Alfonso I el Batallador, en su guerra
26
contra Urraca I de Castilla y León, en la segunda década del siglo XII.
Un contingente como el movilizado por Rodrigo Díaz constituía, sin
duda, una fuente de oportunidades para aventureros, desheredados, buscavidas,
criminales y proscritos, gente de frontera acostumbrada a vivir del saqueo y el
botín, de la rapiña incluso, a veces, del delito; a servir con las armas a señores
tanto cristianos como musulmanes. Y es que el ejército del Campeador no se
distinguió demasiado del resto de huestes medievales, caracterizadas por la
heterogeneidad y la naturaleza no permanente. Sin embargo, Rodrigo sí logró
disponer de un ejército más o menos estable, un factor determinante que
explicó sus éxitos militares, pues tuvo a su mando a unos hombres que no
estuvieron a su lado solo para cumplir unos meses de asistencia de acuerdo con
obligaciones militares, sino que terminaron por hacer de esa prestación de
servicios a un comandante ambicioso un auténtico modo de vida. Y todo ello
gracias a la capacidad de su jefe para extraer recursos de distintas formas, con
capacidad infinita para vivir de la guerra y de los frutos que de ella obtenía,
bien en forma de botín arrebatado o tributos recibidos mediante la amenaza y
la extorsión. En un mundo sin una autoridad definida que pudiera plantarle
cara,
Rodrigo
Díaz
supo
articular
mecanismos
para
disponer
de
forma
permanente de un contingente que le permitiera seguir actuando y hacerse
cada vez más fuerte e influyente en un escenario valenciano convulsionado.
El
Campeador
constituyó
una
especie
de
compañía
abigarrada
de
guerreros que le servían a cambio de una paga que nunca faltaba y en la que el
elemento
musulmán,
tanto
local
como
zaragozano,
como
quizá
también
procedente de otras zonas de la frontera, supuso un elemento relevante en
aquel ejército híbrido, peculiar y variopinto. Ese mestizaje de tropas fue, sin
lugar a dudas, una de las claves de los éxitos alcanzados por Rodrigo Díaz y
mostró
con
esas
mesnadas
híbridas
una
de
sus
cualidades
más
efectivas
y
determinantes: su capacidad de adaptación a distintos escenarios, realidades,
circunstancias y contingencias.
La situación del Campeador en el contexto valenciano era entones más
óptima que nunca. De momento, había hecho tributarios suyos a los señores
taifas de Murviedro, Alpuente y Valencia. Con este último, nos relatan las
crónicas alfonsíes, había llegado a un acuerdo –junto con su alguacil– a través
del cual se comprometía a pagar a Rodrigo la cantidad de 1000 maravedíes
mensuales.
Además,
al-Qádir
contrajo
el
compromiso
de
apremiar
a
los
castillos que le pertenecían para que entregaran rentas al Campeador, de la
misma manera que se las pagaban a Alfonso VI y a los «franceses» –catalanes–
en
tiempos
del
anterior
gobernante
(Abū
Bakr
‘Abd
al-‘Azīz).
A
cambio,
Rodrigo los protegería de sus enemigos, «asy de moros commo de cristianos».
También se establecía en esos acuerdos que Rodrigo podría vivir en Valencia y,
tal vez lo más importante de todo, establecer allí sus almacenes –«alfolís»– de
todos aquellos productos que consiguiera ganar con sus cabalgadas predatorias
o que se le entregaran en especie en forma de renta. Rodrigo se encontraba
estableciendo la estructura logística que le permitiría intervenir en la zona.
Carente de una base de operaciones duradera como estaba, aquello sería lo más
parecido a un cuartel y un almacén, porque es muy posible que aquellos alfolís
no funcionasen únicamente como almacenes, sino que lo hicieran también
como un auténtico mercado y una almoneda donde subastar y vender las
ganancias obtenidas a través de una guerra de rapiñas practicada contra todos
aquellos que no eran sus tributarios y, por ende, sus protegidos. La crónica nos
resulta elocuente cuando explica todos esos acuerdos, establecidos por escrito, a
los que llegó Rodrigo con al-Qádir:
Figura 23: Imagen general y detalles de algunos de los relieves que decoran la llamada arqueta de Santo
Domingo de Silos, esculpida en el taller de Muhammad ibn Zayan, en Cuenca, en el año 1026. Acabó en
manos cristianas y, en torno al siglo XII, se le añadieron algunas piezas que representan ángeles y otros
motivos de iconografía cristiana. La pieza original, sin embargo, representa escenas de cacería o de lucha
entre humanos y animales, tanto fantásticos como reales. Las armas y protecciones corporales de las
figuras humanas reflejan con fidelidad las empleadas por las huestes andalusíes del periodo. Así, por
ejemplo, se aprecia el empleo del arco compuesto, de origen oriental, mucho más potente que el arco
simple. El jinete y uno de los arqueros visten lo que parecen ser gambesones, prendas acolchadas para
absorber los golpes de un arma blanca. El otro arquero parece protegerse con cota de malla, que el artista
ha tratado de representar mediante el troquelado de un gran número de orificios en la superficie de la
prenda. Bajo esta armadura se aprecia el gambesón, visible en los antebrazos. El jinete monta «a la jineta»,
los estribos se disponen a bastante altura («acortados»), por lo que las piernas se mantienen recogidas, con
las rodillas dobladas. La monta a la jineta favorece poder subirse a caballos pequeños y ágiles, así como la
presencia de jinetes sin armadura o muy escasa. La táctica, en este caso el galope, hace aproximarse al
enemigo, frenar, hostigar con la lanza y volver grupas, todo ello en muy breve espacio de tiempo. Museo
de Burgos, Burgos.
E el Çid que morase en Valençia, e qui quier que tomase o rrobase
de los otros lugares que lo vendiese y, e que oviese y sus alholís para
su pan e casas en que morase. Esta postura fue firmada con cartas de
27
que fuesen seguros del vn cabo e del otro.
La
situación
conseguido
era
la
establecer
idónea
una
para
Rodrigo
estructura
Díaz,
tributaria
que
el
Campeador.
le
permitía
Había
vivir
y
enriquecerse en territorio ajeno, así como mantener una hueste potente con la
que vivir de la guerra, la rapiña y los tributos. Tenía la posibilidad de ampliar
su
red
de
señores
locales
dependientes,
que
le
pagarían
contribuciones
a
cambio de la protección que podía garantizarles un ejército propio cada vez
más potente. Nada atrae más al desarraigo que un empresario de éxito y, en
estos momentos, Rodrigo Díaz, a quien llamaban el Campeador, es posible
incluso que Cid, se había convertido en un exitoso empresario de la guerra, la
extorsión
y
maquinaria
el
cobro
de
empresarial
parias.
en
la
Había
que
los
puesto
riesgos
a
funcionar
no
eran
una
primigenia
demasiados
y
los
beneficios, muchos.
De la campaña de Aledo al segundo destierro (años 1088-1089)
Rodrigo se había convertido ya en el señor virtual de Valencia, pero aún le
quedaba algo por hacer, una estructura que consolidar y ampliar. Tras hacer
tributarios suyos a los señores de Valencia, Murviedro y Alpuente, en cuyas
montañas habitó una temporada, Rodrigo instaló un campamento estable en
Requena, en el que permaneció largo tiempo. En ese escenario, tuvo noticia de
un
segundo
desembarco
de
Yúsuf
ibn
Tašufín
y
de
los
almorávides
en
la
península ibérica. La primera vez, había aplastado al ejército de Alfonso VI en
Zalaqa; en esta ocasión, su venida estaba motivada, entre otras razones, por las
acciones protagonizadas por Rodrigo Díaz en torno a Valencia y la región
levantina.
El
propio
rey
taifa
de
Sevilla,
Muhámmad
al-Mutámid,
había
cruzado el estrecho de Gibraltar para solicitar la ayuda de Yúsuf ante los
28
cristianos.
La segunda venida de Yúsuf tuvo como objetivo arrebatar a Alfonso VI
una
posición
incrustada
en
al-Ándalus
que
estaba
infligiendo
un
doloroso
quebranto a los musulmanes. Y es que el castillo de Aledo, en la actual región
de Murcia, se convirtió durante un tiempo en la plataforma más efectiva de la
que disponía Alfonso para seguir recaudando recursos monetarios a los taifas de
aquel sector peninsular, en especial al gobernante de Murcia. En sus alegatos
conminatorios
a
Yúsuf,
al-Mutámid
había
dado
cuenta
de
lo
dañina
que
resultaba para los musulmanes aquella fortaleza cristiana, sobre todo para los de
la región de Murcia, gobernada por su propio hijo, al-Rasiq:
Le encareció, sobre todo, la importancia de Aledo, diciéndole cómo
estaba en pleno corazón del país musulmán y cómo los musulmanes
29
no descansarían más que tomándolo.
Aledo había sido tomado en 1086 por un caballero cristiano llamado
García
Jiménez
ocasiones
posición
y,
desde
comarcas
rutas
de
entonces,
Murcia
relevantes
de
y
sus
hombres
Orihuela,
comunicación.
habían
además
La
de
asolado
controlar
Historia
Roderici
en
varias
desde
relata
esa
de
manera escueta que Rodrigo, cuando se hallaba en Requena, tuvo noticia de
que Yúsuf y una coalición de reyes taifas andalusíes habían puesto cerco a la
fortaleza cristiana de Aledo y que la habían atacado con fiereza. Los asediados
30
incluso llegaron a padecer carencia de agua.
Abd
Allah
de
Granada
estuvo
presente
en
aquella
campaña
para
conquistar Aledo comandada por Yúsuf. También comparecieron otros reyes,
como al-Mutámid de Sevilla, Tamin de Málaga, al-Mu’tasim de Almería e lbn
Rasiq de Murcia. Ningún taifa del ámbito levantino acudió al llamamiento
para levantar el sitio de Aledo. Corría el verano del año 1088 y, por aquel
entonces, Rodrigo Díaz ya había conseguido someter a los emires de la zona. El
rey zirí granadino constituye la fuente más rica y fiable para conocer ciertos
pormenores de una campaña cuya cronología se debatió con intensidad, pero
31
que parece claro se desarrolló durante los meses estivales del año 1088.
Relata Abd Allah que, tras recibir cartas de Yúsuf, se puso en movimiento
y se encontró con él en las fronteras de su propio reino. Allí, entregó regalos al
emir almorávide y juntos emprendieron el camino hacia Aledo. Una vez en el
lugar, la coalición de almorávides y andalusíes asedió el castillo y cada soberano
participó en aquella campaña «con arreglo a sus medios y hasta donde llegaban
sus
posibilidades
y
su
talento
táctico».
La
fortaleza
se
había
llenado
de
cristianos que vivían en los alrededores, es posible que mozárabes, y estos se
habían prevenido para el asedio con todo cuanto les era necesario, «como quien
ha podido hacerlo con desahogo». Los cristianos amenazaban a los sitiadores
con una inminente llegada de Alfonso VI al frente de sus hombres y encendían
hogueras todas las noches para confundirlos. Los musulmanes, por su parte,
golpeaban a diario la fortaleza, «sin tregua» y en los lugares más vulnerables
construyeron «plataformas donde emplazar almajaneques y ballestas». Tal fue la
cantidad
emplear
de
ingenios
ninguna
de
empleados
las
por
máquinas
de
los
asediadores
las
que
suelen
que
«no
usarse
quedó
para
por
acometer
ā
castillos». Incluso el rey de Almería, Ibn Sum dih, había transportado hasta el
lugar
un
«elefante»
de
madera,
un
«aparato
insólito»,
que
pronto
fue
incendiado por los defensores con un tizón que lanzaron desde dentro del
32
recinto.
Pero la coalición de almorávides y andalusíes no pudo hacer nada por
arrebatar
aquel
castillo
a
los
cristianos
y
expulsarlos
de
allí.
Abd
Allah
profundiza en las razones de lo que interpreta como un fracaso y llega a la
conclusión de que los principales responsables del fiasco fueron ellos mismos, o
más
bien
la
anarquía
y
desunión
que
reinaba
en
el
campamento
de
andalusíes:
Durante aquella expedición sacó Dios afuera el odio que se tenían
entre sí los sultanes de al-Andalus. Además, sus súbditos venían en
tropel a quejarse de todo ante quien pensaban que les apoyaría. Los
mejores venían a pedir aumento de sueldo; los peores a satisfacer sus
deseos de venganza. Para formular sus denuncias tomaban como
33
mediadores a sus alfaquíes, en cuya busca corrían.
los
Los
sultanes
andalusíes
estaban
irritados
con
aquella
situación.
No
entendían el odio que los profesaban sus propios vasallos y sus reservas a la
hora de satisfacer sus «contribuciones feudales» («dinero») precisamente cuando
más los necesitaban sus señores. Los sultanes debían mantener un ejército
anual
y,
al
mismo
tiempo,
era
«forzoso»
entregar
«mucho
dinero»
a
los
almorávides, así como regalos de manera continuada. Declara Abd Allah que,
durante todo aquel tiempo, no dejó de escuchar «amenazas y quejas» de sus
propios súbditos, instigadas por un alfaquí llamado al-Qulay’ī, el cual escribía a
los ciudadanos granadinos para que no abonasen tributos a su rey. Cuando los
recaudadores de Abd Allah acudían a cobrarlos, los súbditos de Granada se
negaban a entregarlos, por lo que el rey zirí estaba más necesitado de recursos
que nunca, «sobre todo en aquel campamento en el cual no podía procurarme
víveres para mis tropas más que comprándolos cada día». Toda esa situación,
confiesa
Abd
Allah,
le
producía
«un
desastroso
perjuicio».
Aquel
«maldito
asedio», declara, estaba consiguiendo poner de manifiesto la peor cara de todos
los que se encontraban allí:
[…] aquel maldito asedio se prolongaba, y era como piedra de toque
en la que se distinguían los buenos de los malos y gracias a la cual
34
salían a la luz los defectos de todos.
El
desacuerdo
reinaba
en
aquel
campamento
caótico,
los
príncipes
andalusíes parecían «las víctimas de un naufragio», de tal forma que la tesitura
auguraba lo inevitable: «Todas estas cosas eran el anuncio de la desgracia, la
época
crítica
para
35
Almorávides».
los
sultanes
andaluces
y
la
suerte
próxima
para
los
Si la falta de cohesión había sido la nota predominante en todo
el periodo taifa, aquel sitio era la constatación reconcentrada y elocuente de la
falta de unidad que deploraba Yúsuf ibn Tašufín. Al emir de los almorávides ya
no le hacía falta que nadie le contara lo que sus ojos veían, una realidad que no
era otra que la de una al-Ándalus en un avanzado estado de descomposición.
Alfonso VI había reaccionado convocando sus huestes y poniéndose en
movimiento
para
socorrer
a
la
guarnición
sitiada
en
Aledo.
Rodrigo
Díaz
también fue citado por el rey. Según la Historia Roderici, en cuanto Alfonso
tuvo noticia de que Aledo estaba siendo asediada, «escribió una carta a Rodrigo
para que, tan pronto como la leyese, fuera con él a auxiliar urgentemente la
fortaleza de Aledo y a socorrer a los que estaban sitiados luchando contra Yúsuf
y todos los sarracenos que cercaban el referido castillo». Con el fin de ganar
tiempo, el Campeador solicitó confirmación de la llegada de su señor a los
36
mensajeros que este le había despachado con la noticia y el llamamiento.
parecer,
estaba
muy
ocupado
en
otros
menesteres,
pero,
a
pesar
de
Al
ello,
prosigue la crónica, se movió con sus efectivos desde Requena hasta Játiva (75
kilómetros en línea recta). Allí se encontró con un nuevo emisario de Alfonso
VI, que le comunicó que el emperador se encontraba en Toledo en plena
organización
de
un
gran
ejército
de
caballeros
y
peones.
Tras
recibir
esas
noticias, se desplazó 20 kilómetros más hacia el sur, hasta Onteniente, donde
esperó la llegada de Alfonso y su hueste, pues este «le había ordenado por
medio de emisarios que le esperase en Villena, ya que le había dicho que
pasaría por ese lugar». Villena se encontraba a 30 kilómetros en línea recta, en
dirección sudoeste, de Onteniente, una distancia que podía recorrerse en una
37
jornada.
La
Historia
relata
los
siguientes
pasos
de
un
Rodrigo
que,
en
apariencia, buscó al monarca, pero no llegó a encontrarlo:
Desde aquel lugar envió Rodrigo sus exploradores a Villena y a los
alrededores de Chinchilla para que, en cuanto tuvieran noticia de la
llegada
del
rey,
se
la
anunciaran
sin
demora.
Mientras
que
los
exploradores esperaban su llegada, bajó por otro camino y llegó al
río.
Cuando
se
adelantándosele,
enteró
se
Rodrigo
entristeció
que
mucho.
el
Al
rey
ya
punto
había
tomó
pasado
con
su
ejército la dirección de Hellin; él iba delante de sus soldados, deseoso
de conocer la verdad acerca del paso del rey. Al enterarse de que era
cierto su paso, al punto dejó su ejército que venía detrás de él y llegó
38
con unos pocos a Molina.
Ese párrafo de la
Historia
suscita «un problema muy grave y muy oscuro
39
de la vida del Cid», en palabras de Martínez Díez.
Y es que resulta difícil
dilucidar por qué Rodrigo no pudo encontrar a la hueste regia que acudía a
romper
el
asedio
de
Aledo.
Es
posible
que
en
ese
relato,
en
apariencia
detallado, haya algunas contradicciones o algunas ocultaciones de información
interesadas.
Desconocemos,
por
ejemplo,
cómo
se
enteró
Rodrigo
de
que
Alfonso VI había pasado ya por el lugar de encuentro. No sabemos bien qué
pudo ocurrir, pero, desde luego, Rodrigo había mostrado ya en alguna otra
ocasión su espíritu independiente. Martínez Díez propone la posibilidad de
que Alfonso decidiera cambiar de ruta a última hora, al ver en Rodrigo a «un
fiel
vasallo
deseoso
de
servir
a
su
40
señor».
Quizá
se
demorara
en
exceso
atendiendo a sus propios intereses, como llega a admitir el propio Martínez
41
Díez.
Tal vez se entretuvo en la exploración de la parte sur de su futuro
señorío y que se dedicara a la rapiña para llenar aún más sus arcas, o ambas
cosas al mismo tiempo. Puede que le fallaran los cálculos y por eso no pudo
llegar a tiempo de encontrarse con el rey, pues, por lo que deja ver la propia
Historia Roderici, Alfonso se preocupó por tener informado a Rodrigo en todo
momento de sus movimientos.
Sea como fuere, por circunstancias que, desde luego, desconocemos, lo
cierto es que Rodrigo no pudo reunirse con Alfonso, pero se quedó bastante
cerca, a unos 43 kilómetros, precisamente la distancia que separa Aledo de
Molina (actual Molina de Segura, Murcia). La Historia Roderici exculpa al
Campeador e incide en que la voluntad del de Vivar era la de haber ayudado al
monarca, pero que no había podido. Lo que entendemos que es una realidad es
que
Rodrigo
se
encontraba
cimentando
lo
que
más
tarde
fue
su
señorío,
conociendo, reconociendo y explorando el terreno, tal vez ocupando posiciones
y llevando a cabo incursiones para el sustento y abastecimiento de sus hombres.
El autor de la Historia deja a Rodrigo Díaz en Molina y pasa a narrar el
levantamiento del cerco a Aledo por parte de Yúsuf y los taifas andalusíes. Estos
habían
tenido
comandado
noticia
por
de
Alfonso
que
VI
y
hacia
ese
ellos
hecho,
se
dirigía
sumado
a
un
las
potente
ejército
desavenencias
que
reinaban en el seno del campamento asediador, fueron motivos suficientes para
convencerse de que debían abandonar aquella empresa:
Yúsuf, rey de los sarracenos, todos los otros reyes de los musulmanes
de
Al-Andalus
y
los
otros
almorávides
que
estaban
allí,
al
tener
noticias de la llegada del rey Alfonso, dejaron en paz la fortaleza de
Aledo, se dieron a la fuga enseguida y, aterrados por temor al rey,
huyeron en desorden de su rostro antes de que llegara. Cuando
Rodrigo llegó a Molina, ya el rey, viendo que de ningún modo podía
alcanzar a los sarracenos, había tomado con prisa el camino de vuelta
a Toledo con su ejército.
Abd
Allah,
situación
de
que
caos
y
ya
nos
había
desavenencia
suministrado
que
se
vivía
información
en
el
acerca
campamento
de
de
la
los
asediadores de Aledo, sostiene en sus Memorias que, y en esto concuerda con la
Historia Roderici, cuando recibieron la noticia de que Alfonso VI avanzaba
hacia ellos, ese anuncio «produjo en los sitiadores una penosa impresión».
Yúsuf
tenía
sobrados
motivos
para
ordenar
poner
fin
a
aquella
desastrosa
campaña:
El Emir de los musulmanes pensó que lo mejor sería desistir del
asedio y dar media vuelta, no solo por el cansancio y la fatiga de los
soldados, sino también por la gran multitud de cristianos que venían
y
por
la
rebelión
de
Murcia,
ya
que
los
cristianos
podrían
42
aprovisionarse y avituallarse en dicha ciudad.
Los
contingentes
enemigos
no
llegaron
ni
siquiera
a
verse.
Aunque
Rodrigo se dirigió con rapidez a Molina, no llegó a tiempo de encontrarse con
el monarca, que había emprendido el regreso a Toledo junto con su ejército.
Entonces, dice la Historia, «regresó muy triste a su campamento que estaba en
Elche», desde donde «dejó marchar a sus casas a algunos de sus soldados, que
había
llevado
consigo
desde
Castilla».
Esos
caballeros
que
abandonaron
el
servicio a Rodrigo fueron aquellos que habían partido con él de Castilla y que,
de
alguna
forma,
pertenecían
a
Alfonso
VI,
quien
entonces
se
los
había
proporcionado para la misión de protección que debía cumplir en Valencia. El
rey tenía motivos para estar irritado con su vasallo desobediente e incumplidor,
ya
que
había
incurrido
en
dejadez
de
funciones
para
una
vez
que
se
le
reclamaba para participar en una campaña militar por su rey, para servir y
proteger a su señor en un escenario de guerra. Alfonso VI y Rodrigo Díaz, por
unas circunstancias u otras, nunca llegaron a luchar juntos contra el enemigo,
nunca integró el vasallo sus mesnadas en la hueste del señor. En esta ocasión, la
ira regia fue más intensa que la vez anterior y, por ello, no sorprende que
abandonaran
vínculo
a
Rodrigo
feudovasallático
aquellos
con
el
caballeros
monarca.
que
Al
mantenían
final,
el
algún
castigo
Historia
Rodrigo recaería también sobre ellos y es por eso que la
que
tipo
de
recibiera
nos dice una
verdad a medias, pues no fue Rodrigo quien permitió la marcha de aquellos
caballeros, sino que ellos mismos se fueron y el Campeador no puedo hacer
nada por evitarlo. Aquel que decidiera permanecer junto a Rodrigo en aquellas
circunstancias sería considerado un traidor como él.
Rodrigo fue reprendido y castigado no tanto por su tardanza como por su
no comparecencia, por no haber acudido con prontitud a su requerimiento,
cuando
más
podía
necesitarlo
su
señor,
cuando
se
había
planteado
la
posibilidad de enfrentarse contra la gran hueste comandada por Yúsuf ibn
Tašufín, aquel líder militar que no hacía mucho tiempo había aplastado a las
mesnadas cristianas en Sagrajas. Para Alfonso VI, la campaña de Aledo no solo
sirvió
para
apartar
a
los
enemigos
de
una
fortaleza
estratégica.
Aquella
operación constituía también una cuestión de honor, en una época en la que la
honorabilidad importaba, una oportunidad para restañar la dolorosa herida
sufrida
en
Zalaqa
al
vencer
en
el
campo
de
batalla
a
aquel
que
le
había
derrotado, una ocasión para aplastar a Yúsuf ibn Tašufín. Cuando el rey más lo
necesitaba,
Rodrigo
había
incumplido
las
dos
obligaciones
principales
ataban a señor y vasallo mediante el vínculo feudovasallático: el
consilium
que
auxilium
y el
. Con su no comparecencia, el Campeador había dejado de socorrer a
auxilium
su señor Alfonso y no había cumplido su deber de auxiliarlo (
circunstancias
especialmente
complicadas.
consilium
prestación de consejos (
También
había
) en
fallado
en
la
), sobre todo militares, durante una campaña
que bien podía haber desembocado en una batalla campal. Alfonso VI, por
todo
ello,
Rodrigo,
tenía
en
sobrados
quien
motivos
reconoció
a
para
una
estar
especie
comparecía cuando más se le podía necesitar.
tremendamente
de
vasallo
irritado
autónomo
que
con
no
La Historia Roderici vuelve a exculpar a Rodrigo, a justificarlo, con el
argumento de que la ira del rey se había desencadenado por culpa de sus
cortesanos envidiosos, que influyeron de manera pésima en su ánimo con
graves acusaciones:
Entretanto, los castellanos, envidiosos de Rodrigo, le acusaron ante
el rey, diciéndole que no era un vasallo fiel, sino traidor e infame.
Mintiendo le acusaban de que no quiso salir al encuentro del rey, ni
ir en su auxilio, para que los sarracenos lo matasen y a todos los que
estaban con él. El rey, habiendo escuchado una falsa acusación de tal
tipo, movido y abrasado por una gran ira, mandó enseguida que le
quitaran los castillos, las villas y todo el honor que había recibido de
él. Además mandó confiscar sus propias heredades y, lo que es peor,
ordenó
que
su
mujer
y
sus
hijos
fueran
encarcelados,
atados
cruelmente, y dispuso que fueran tomados el oro, la plata y todo
43
cuanto se pudiera encontrar de sus bienes.
44
Las consecuencias de la ira del rey
fueron esta vez aún más graves para
Rodrigo que en la anterior ocasión, cuando Alfonso VI decretó el primer
destierro
del
Campeador.
El
monarca
ordenó
ahora
confiscar
los
bienes
patrimoniales de Rodrigo y sus riquezas, aún peor, decretó el aprisionamiento
de su familia, de su esposa y sus hijos. Rodrigo, al tener conocimiento de
aquellos castigos que el soberano le infligía, – «tan grande y tal injuria y tan
inaudita»–, envió rápidamente a Alfonso a uno de sus caballeros más leales para
defenderse de la «injusta y falsa acusación» motivada por «engañosos vituperios
y falsas acusaciones de sus enemigos». A partir de aquí, la Historia se adentra en
un
discurso
momentos,
que
la
ha
suscitado
crónica
debate
introduce
entre
hasta
distintos
cuatro
especialistas.
presuntos
En
juramentos
estos
que
Rodrigo Díaz envió a su señor para poder librarse de las duras acusaciones que
pesaban sobre él. Cuatro juramentos que han sido contemplados por algunos
como documentos originales insertados en la crónica y, por otros, como meras
construcciones
literarias
posteriores.
Nosotros
entendemos
que
es
muy
complicado decantarse por una de esas dos valoraciones, pero creemos que bien
pudieron ser, al menos parte de ellos, piezas originales, cartas exculpatorias que
el Campeador dirigió a Alfonso VI en un intento de vindicar su honor y
45
liberarse de la pesada acusación y castigo que el soberano le había infligido.
Los cuatro juramentos van precedidos de un mensaje que Rodrigo envió al rey
de manos de un caballero fiel, con el que se inició el proceso judicial:
Ilustre rey, siempre respetable, mi señor Rodrigo, tu más fiel vasallo,
me envía a ti, rogando, besando tus manos, que recibas en palacio su
exculpación
y
excusa
de
la
acusación
con
la
que
sus
enemigos
falsamente le han inculpado ante ti. Mi propio señor defenderá él
mismo en combate ante tu corte contra otro igual y semejante a él, o
un caballero de los suyos defenderá en combate en su lugar contra
otro igual y semejante a él, que todos los que te dijeron que Rodrigo
te hizo algún fraude o engaño en el camino cuando ibas a socorrer a
Aledo,
para
que
los
sarracenos
te
mataran
a
ti
y
a
tu
ejército,
mintieron como bellacos e infames y no tienen buena fe. Quiere
[…]
que
aquéllos
ningún
que
iban
conde
o
contigo
príncipe,
para
ningún
ayudarte
caballero
fielmente
a
de
todos
socorrer
el
mencionado castillo, prestándote sus servicios en esta guerra contra
aquellos
sarracenos
y
contra
todos
tus
enemigos,
ha
tenido
más
46
fidelidad hacia ti que él en la medida de sus fuerzas.
Rodrigo propone como método de resolución de la acusación sobre su
persona un combate judicial, en el que o bien se representaría a sí mismo,
luchando en su nombre, contra un campeón elegido, o bien sería uno de sus
caballeros quien se enfrentara a ese otro campeón de la parte contraria. Una vía
judicial
que
fue
contemplada
en
el
derecho
posterior.
El
constaba de dos momentos diferenciados, por un lado, el
procedimiento
riepto
o desafío,
acción mediante la cual el acusado clamaba justicia contra quien le había
lanzado acusaciones o difamaciones y, en caso de que este fuera aceptado por la
47
parte contraria, el otro momento, el combate judicial propiamente dicho.
Sin
embargo, Alfonso VI desdeñó la propuesta de Rodrigo, aunque, al menos,
puso en libertad a su esposa y a sus hijos para que «volvieran con él». Como no
se sentía satisfecho con el gesto, es entonces cuando Rodrigo le remitió por
escrito, hasta en cuatro ocasiones, los juramentos.
Figura 24: Relieve de la iglesia de San Miguel en Sotosalbos (Segovia), siglo XII. Dos infantes combaten
con espadas, protegidos por cota de malla y escudos triangulares −nótese también el tiracol que hacía
pender el escudo del cuello y que permitía, en caso de necesidad, desembarazar la mano izquierda−. De
particular interés son sus cascos, de un tipo que se desarrolla en los reinos cristianos hispánicos a partir de
mediados del siglo XII, cónicos y provistos de un antifaz para proteger el rostro.
Cascos del mismo tipo portan los guerreros que combaten en el relieve del tímpano de un ventanal de la
iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Sequera del Fresno (Segovia). El artista representó el
momento en que uno de ellos consigue alcanzar a su contrincante con un tajo de espada en la calota del
casco, mientras recibe un lanzazo que parece atravesar su escudo.
Los cuatro juramentos insertados por la Historia Roderici son un tanto
repetitivos, aunque distintos, y es muy posible que se trate de cuatro escritos
48
diferentes, como sostiene José Manuel Pérez Prendes.
En ellos, Rodrigo viene
a solicitar la posibilidad de redimirse, de que se le juzgue en condiciones y
ofrece un combate judicial que demuestre quién tiene razón en ese litigio, un
duelo
en
el
juramentos,
que
él
mismo
estudiados
por
se
ofrece
Pérez
a
representarse
Prendes,
Rodrigo
luchando.
insiste
en
En
que
si
esos
no
compareció con sus huestes en Aledo fue por falta de información, por no
haber recibido conocimiento del tiempo de marcha del rey («te juro que la
única causa de no estar presente fue el no tener noticias de su paso y no poder
saberlo por ninguno»). Asimismo, sostiene Rodrigo, que no «le hice [a Alfonso]
ningún fraude, ninguna artimaña, ninguna traición, ninguna maldad por la
que mi persona tenga menos valor o deba valer menos». En los juramentos,
Rodrigo reitera que siempre se mantuvo fiel al soberano y que si no acudió a
tiempo no fue por su culpa, sino por la falta de noticias. Incluso para mantener
su verdad llega, en alguna ocasión, a jurar por Dios y por todos sus santos y a
ponerse en manos de la divinidad si lo que dice es mentira, al sentirse dolido
por la reacción del monarca, la cual considera «inaudita afrenta», «¡tan grande y
tan cruel afrenta me hizo!». Parece que lo que más dolió a Rodrigo fue que el
soberano apresara a su esposa y le desposeyera a él de todos los bienes que
poseía en el reino: «Cruelmente y tan sin razón prendió a mi mujer y me quitó
todo el honor que tenía en su reino».
Concluye sus alegaciones sintetizando todos los juramentos en uno, en el
que
ofrece
a
Alfonso
VI
la
posibilidad
de
elegir
entre
cualquiera
de
los
juramentos enviados y, en caso de no hacerlo, aceptar la posibilidad de que
pueda defenderse, mediante combate, ante quienes entiende le acusan en falso:
[…]
este
es,
pues,
el
juicio
que
yo,
Rodrigo,
resueltamente
pronuncio y firmemente asevero: Si el rey quisiere recibir uno de
estos cuatro juramentos, que escribí más arriba, elija el que le agrade
de
ellos
y
yo
lo
cumpliré
gustoso.
Pero
si
no
le
agrada,
estoy
preparado para luchar con el soldado del rey que sea igual a mí, tal
como yo ante el rey cuando gozaba de su estima. Considero que así
me debo defender ante mi rey y emperador, en el caso de ser retado.
Si alguno quisiera vituperarme o reprenderme por este juicio y me
diera alguno mejor y más justo en relación a la acusación que se me
hace, que lo escriba y me lo envíe explicando de qué manera debo
hacer mi defensa y salvarme. Ciertamente, si yo comprendiera que
era más correcto y más justo que el mío, lo aceptaré gustoso, y de
acuerdo con aquél presentaré mi defensa y me salvaré. Y si no,
lucharé de la manera que he expuesto o un soldado mío lo hará por
mí. Y si aquél fuera vencido, habrá de aceptar mi juicio y si, por el
49
contrario, resultara vencedor, yo aceptaré el suyo.
Pero Alfonso VI ni siquiera se dignó en responderle; dio la callada por
respuesta
a
todo
aquello
que
le
enviaba,
proponía
y
reclamaba
Rodrigo.
Claramente, el Campeador estaba desterrado por segunda vez, aunque el autor
de
la
Historia
no
llegue
a
especificarlo
en
esos
términos
precisos.
Habían
pasado dos años escasos desde que había recuperado el perdón del rey tras seis
años de destierro y ahora volvía a perder el favor regio y, una vez más, se veía
abocado a buscarse la vida en tierra extraña. En la primera de las ocasiones
había encontrado su sitio y acomodo en la taifa de Zaragoza, pero, ahora…
¿adónde podía dirigirse para sobrevivir?, ¿a qué señor podría servir?, ¿qué podía
hacer en adelante?
No debió de resultarle muy complicada la decisión, ni tampoco llegar a la
conclusión de que a quien mejor podía servir en el segundo de sus destierros
era a sí mismo y a nadie más, a sus propios intereses y ambiciones. Esto es así
porque el Rodrigo de diciembre de 1088 no era el mismo que aquel que en el
año 1081 había sido castigado por primera vez por su rey. Habían pasado ocho
años, un tiempo en el que Rodrigo no había parado de acumular experiencias,
de
aprender,
de
crecer,
de
conocer
y
explorar
un
mundo
complejo
y
en
descomposición como era el al-Ándalus del momento. Durante ese intervalo,
había comprobado que la sola presencia de una hueste poderosa era argumento
suficiente para que algunas de esas taifas que tenía sometidas, entre ellas la de
Valencia,
le
entregaran
tributos
que
le
permitían
mantener,
cuando
no
incrementar, ese potente ejército. Ese variopinto contingente, heterogéneo, en
el que se integraron caballeros castellanos pesadamente armados, musulmanes
procedentes de Zaragoza y otras taifas, buscavidas y aventureros sin patria, fe ni
bandera, era lo único que le quedaba a Rodrigo a finales del año 1088. Y en ese
recurso, precisamente, en esa especie de compañía libre de guerreros de la cual
él era dueño y líder fue sobre la que en adelante Rodrigo Díaz fundamentó su
existencia. Había probado ya las mieles del éxito al servicio de un príncipe
musulmán y también como actor en un régimen de semiindependencia al
servicio de
Alfonso
VI
en
Valencia.
Ahora,
libre
de
cualquier
atadura,
de
cualquier vínculo que le ligara a un señor, Rodrigo el Campeador se había
convertido, por primera vez en su vida, en el dueño absoluto de su propio
destino, de su voluntad, deseos y ambiciones. Un Rodrigo Díaz murió aquel
diciembre
de
1088
y
otro
Rodrigo
nuevo
nacía:
el
señor
de
la
guerra
independiente que utilizó desde ese momento todo su esfuerzo, ingenio y
valentía para convertirse en príncipe de Valencia.
Notas
1
Vid. Martínez Díez, G., 2000, 164.
2
Vid. Fletcher, R., 1999, 162; Martínez Díez, G., ibid., 164-165.
3
Vid. Historia Roderici, 27, 350.
4
Acerca
de
Álvar
Fáñez
puede
consultarse
Ballesteros
Sanjosé,
P.,
2014;
Solivérez,
C.
E.,
septiembre de 2008.
5
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 877 (en adelante PCG).
6
La Estoria de España refleja con nitidez esos temores y estado de ánimo de los valencianos en
aquellos momentos: «Et esta fue la primera achaque del mal que fizo aquel nieto de Almemon
porque tovieron que se perderie Valencia por ell como se perdiera Toledo», PCG, Cap. 878.
7
Ibid., Cap. 879.
8
Ibid., Cap. 880.
9
Ibid.
ūs, 1986, 128-129.
10
Vid. Ibn al-Kardab
11
Las palabras del cronista acerca de esas fuerzas islámicas al servicio de Álvar Fáñez son
elocuentes. Nos dice que en la cabalgada de Burriana participaron en las filas del cristiano
«grand companna de aquellos moros malfechores que se acogien et de otros almogauares». Los
almogávares de ese tiempo no eran los mismos que los catalanes y aragoneses comandados en
el siglo XIV por Roger de Flor, que operaron en la península balcánica y otros puntos del
Mediterráneo, aunque hay similitudes entre unos y otros. El almogávar se define por primera
vez en las Partidas de Alfonso X el Sabio.
12
Acerca de esos dos notables valencianos, vid. Abd Allah ibn Buluggin, 1991, 46-49.
13
Vid. Abd Allah ibn Buluggin, 1980, 225-226.
14
Ibid., 226.
15
Ibid., 227-230.
16
«Repartida la soldada y congregado su ejército en Castilla, alrededor de siete mil hombres de
todas las armas, llegó hasta las Extremaduras, hasta el río denominado Duero y atravesándolo
mandó plantar sus tiendas en el lugar que se llama Fresno. Marchó luego con sus mesnadas y
llegó hasta el lugar llamado Calamocha. Allí acampó, celebró la Pascua de Pentecostés y allí le
llegaron los emisarios del rey de Albarracín pidiendo que ambos se vieran. Una vez realizada la
entrevista, el rey de Albarracín se hizo tributario del rey Alfonso y así permaneció en paz»,
Historia Roderici, 29, 350.
17
Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), 1991, Libro
X, Caps. XL al XLII, 222-224.
18
Ibid., Libro X, Cap. XLIII, 224.
19
Ibid., Libro X, Cap. XLIII, 224.
20
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 178.
21
Ibid.
22
Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), op. cit.,
Libro X, Cap. XLIIII, 224.
23
Vid. Historia Roderici, 29, 350-351.
24
Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), op. cit.,
Libro X, Cap. XLIIII, 224.
25
Vid. Historia Roderici, 31, 351.
26
Vid. Crónicas Anónimas de Sahagún, 41. Una de las primeras alusiones a estos caballeros
«pardos», que debían actuar ya en las fronteras desde, al menos, mediados del siglo XI, la
encontramos en la Chronica Adefonsi Imperatoris, redactada a mediados del siglo XII en
círculos cortesanos leoneses para exaltar la figura del emperador Alfonso VII y sus magnates.
En ella, se culpa del asesinato de Zafadola, aliado musulmán del emperador, a esos caballeros
«llamados pardos»: «Postremo Agarren terga uertentes uicti sunt et rex Zafadota captus est in
bello a militibus comitum. Quen tenentes ut adducerent in tentoria, superuenerunt milites
quos dicunt Pardos, et cognoscentes interfecerunt eum». Maya Sánchez, A. (ed.), 1990, 98,
242-243.
27
Vid. Martínez Díez, G., Hernández Alonso, C., Ruiz Asencio, J. M. et alii (eds.), op. cit.,
Libro X, Cap. XLIIII, 224.
28
Vid. Huici Miranda, A., 1954, 41-55, 49.
29
Vid. Abd Allah, op. cit., 206.
30
«Más adelante tuvo noticias de que Yusuf (b.Tasufin), rey de los almorávides, y otros muchos
reyes sarracenos de Al-Andalus habían llegado con los almorävides a sitiar la fortaleza de
Aledo, que entonces poseían los cristianos. Los mencionados reyes sarracenos sitiaron y
atacaron la fortaleza hasta que les faltó el agua a los que estaban dentro y la defendían»,
Historia Roderici, 32, 351.
31
Acerca de ese debate, vid. Martínez Díez, G., op. cit., 165-169 y Huici Miranda, A., op. cit.,
41-55.
32
Vid. Abd Allah, op. cit., 206-207.
33
Ibid., 207.
34
Ibid., 208.
35
Ibid., 208.
36
«Rodrigo les dio esta respuesta a los mensajeros del rey que le habían llevado la carta: “Que
venga el rey, mi señor, como prometió, porque yo estoy dispuesto de buena fe y con recta
intención a socorrer aquella fortaleza según su mandato. Suplico a su majestad se digne
confirmarme su llegada, ya que le place que yo le acompañe”», Historia Roderici, 31, 351.
37
Ibid., 31, 351.
38
Ibid., 33, 351-352.
39
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 188.
40
Ibid., 191.
41
«Nosotros pensamos que lo que hubo fue un error de cálculo en Rodrigo sobre la velocidad de
marcha de la hueste real, y que se detuvo más de la cuenta en Onteniente, y que cuando
movió su ejército hacia Hellín ya era tarde, pues aquí tuvo noticia de que el rey estaba ya de
vuelta hacia Toledo con su ejército», Martínez Díez, G., op. cit., 192.
42
Vid. Abd Allah, op. cit., 211.
43
Vid. Historia Roderici, 34, 352.
44
Para conocer más detalles del mecanismo de control que era la ira regia en este periodo puede
consultarse el profundo estudio de Grassotti, H., 1965, 5-135.
45
Así lo entiende también José Manuel Pérez-Prendes (2004, 323-335, 330), posiblemente el
autor que ha analizado este pasaje con mayor profundidad desde el derecho y quien sostiene
que esos cuatro juramentos «muy bien pudieran ser las piezas originales del proceso».
46
Vid. Historia Roderici, 34, 352-353.
47
Ya en la segunda mitad del siglo XIII las Partidas de Alfonso X el Sabio (2004, Partida
Séptima, Título IV, Ley I, 900), código integrador de diversas jurisprudencias anteriores,
definieron el proceso en estos términos: «Que cosa es lid, e por que razon fue fallada e aque
tiene pro, e quantas maneras son della: Manera de prueua es segund costumbre de España, la
lid que manda fazer el Rey, por razon del riepto que es fecho ante el, auiniendose amas las
parte a lidiar. Ca de otra guisa el Rey non la mandaría fazer. E la razon porque fue fallada la
lid es esta: que tuuieron los fijos dalgo de España, que mejor les era defender su derecho, e su
lealtad, por armas: que meterlo apeligro de pesquisa, o de falsos testigos». La definición de
riepto la encontramos en la misma Partida Séptima, en el Título III, Ley I, 896: «Riepto es
acusamiento que hace un hidalgo a otro por corte porfacándolo de la traición o del aleve que
le hizo. E este reto tiene pro a aquel que lo hace porque es carrera para alcanzar derecho por
él, del tuerto e de la deshonra que le hicieron». Acerca de estas cuestiones pueden consultarse,
además, los siguientes trabajos: Madero Eguía M., 2001, 343-352 y 1987, 805-862; Otero
Varela, A., 1959, 9-82. En el caso concreto del riepto de Rodrigo Díaz recogido por la Historia
Roderici, vid. Pérez-Prendes Muñoz Arraco, J. M., op. cit.; Alvar, C., Gómez Redondo, F. y
Martin, G., (eds.), 2002, 71-83 y también en Interpretatio. Revista de Historia del Derecho, 10,
323-335; Zaderenko, I., 1998, 183-194.
48
Vid. Pérez-Prendes y Muñoz Arraco, J. M., op. cit., 330.
49
Para todos los juramentos, vid. Historia Roderici, 1983, 25 y 26, 350.
__________________
*
El Cid se dirige contra tierras de Valencia. Poema del Cid, según el texto antiguo preparado por
Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 64.
5
Señor de la guerra independiente en
torno a Valencia
Aguijó mio Çid – ivas cabadelant,
y
ffi
ncó en un poyo – que es sobre Mont Real;
alto es el poyo – maravilloso e grant;
non teme guerra, – sabet, a nulla part.
Metio en paria – a Daroca enantes,
desí a Molina, – que es de otra part,
la tercera Teruel, – que estaba delant;
en su mano tenié – a Çelfa la del Canal.*
R
odrigo Díaz, una vez liberado de cualquier obligación feudovasallática que
le vinculara a Alfonso VI, pudo centrarse de manera única e intensiva en
las operaciones militares y las relaciones políticas que le permitieron crear una
estructura
tributaria
y
productiva
en
torno
a
Valencia.
La
ciudad
que
constituyó el objetivo principal del Campeador durante unos años en los que
se mostró especialmente preocupado por establecer bases de operaciones para la
concentración de recursos y bienes y que actuaron, por tanto, como cuarteles,
refugios y almacenes de víveres, pertrechos y ganancias obtenidas a través de la
guerra. Todo ello le sirvió para asegurar el abastecimiento de sus tropas en
cualquier
momento,
así
como
para
prever
ataques,
más
que
posibles,
de
enemigos diversos, tanto cristianos como musulmanes. También le ayudaron
esos lugares a hacerse presente en el territorio y dominar un área cada vez más
amplia en la región de Valencia.
En
ese
contexto,
Rodrigo
Díaz
no
construyó
fortalezas
ex
novo.
Del
mismo modo que en el tiempo de sus años de servicio a los hudíes zaragozanos,
el Campeador no hizo sino reconstruir castillos abandonados y arrebatar a los
enemigos alguna fortificación que entendía le podría resultar provechosa; más
tarde rehizo o mejoró las defensas murarias de unas y otras. Peña Cadiella y
Juballa ilustran estas dos modalidades de fortalezas cidianas en el contexto
levantino. No podemos descartar otros emplazamientos de menor rango, de los
que
las
fuentes
proporcionan
poca
o
ninguna
información.
Al
vivir
en
continuo movimiento y recorriendo, en ocasiones, largas distancias, Rodrigo
Díaz dispuso de una serie de lugares de acampada estacional, situados, por lo
general, en terrenos montañosos, boscosos, agrestes, bien protegidos por la
naturaleza y donde el suministro de alimento y agua para hombres y animales,
así como el de madera y leña estaba garantizado. Aunque se trata de una
composición mitificadora, el Cantar de mio Cid muestra de manera nítida las
formas de concebir y ejecutar la guerra en la Edad Media. Como guía militar
que podría haber sido, el Cantar no descuida un aspecto tan importante como
es la castrametación –vocablo procedente de la expresión latina castra metatis
que vendría a significar «establecimiento de campamento» o «acampada»– y
describe una acampada cidiana en lo alto de un otero, el Poyo de Alcocer, que
bien podría corresponder con la realidad histórica de distintos campamentos de
los
que
dispuso
Rodrigo
Díaz
en
las
fragosas
serranías
turolenses
y
castellonenses:
Bien puebla el otero, firme prende las posadas,
los unos contra la sierra e los otros contra el agua.
El buen Canpeador el que en buena ora nasco
derredor del otero bien cerca del agua
a todos sos varones mandó fazer una cárcava
aue de día nin de noch non les diese arrebata,
1
que sopiesen que Mio Çid allí avié fincança.
A partir del segundo destierro, la vida de Rodrigo Díaz fue un continuo
deambular de un lado para otro, una época en la que consolidó posiciones, se
acercó cada vez más a Valencia, lanzó cabalgadas a diestro y siniestro, estrechó
alianzas y sometió a tributo y también encendió odios profundos hacia su
persona. En el momento de ser desterrado por segunda vez se encontraba
acampado en Elche y fue allí donde celebró la Navidad del año 1088, como
especifica la Historia Roderici.
2
Tras la celebración de la Pascua, se dirigió con
su hueste hacia Polop (actual Polop de la Marina, Alicante), donde sabía que se
ubicaba una gran cueva llena de riquezas a cuyos guardianes asedió con dureza
durante unos días, al cabo de los cuales «venció a los defensores y entró en ella
donde halló gran cantidad de oro, plata, seda e innumerables telas preciosas».
Desde allí, enriquecido gracias a su última acción, se dirigió hacia el puerto de
Taberna y luego marchó hacia Ondara (Alicante), donde ordenó reconstruir un
antiguo castillo que, en adelante, empleó para atacar Denia y someterla. En esa
fortaleza de Ondara «ayunó durante la santa Cuaresma y celebró la Pascua de la
3
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo».
No
sabemos
si
las
intenciones
de
Rodrigo
se
limitaban
a
su
propio
enriquecimiento y al de su mesnada o si era una forma de someter a tributo a
al-Múndir al-Hayib de Lérida, Tortosa y Denia, o incluso si llegó a concebir la
posibilidad de convertir aquellas tierras, realmente indefensas, en su propio
señorío. Puede ser que Rodrigo valorase todas esas posibilidades mientras sus
arcas se iban llenando. Sea como fuere, al-Múndir no tardó en enviar un
emisario
para
que
se
entrevistase
en
su
nombre
con
el
Campeador,
pues,
hallado con los suyos en el citado castillo de Ondara:
A este lugar le envío un emisario al-Hayib, que era entonces el rey de
aquella tierra y gobernaba en ella, para estar en paz con él. Una vez
sellada y firmada dicha paz, los legados sarracenos volvieron a alHayib. Rodrigo, por su parte, se marchó de allí con su ejército y
llegó a los alrededores de Valencia. El rey al-Hayib regresó de la
4
comarca de Lérida y Tortosa y llegó a Murviedro.
El acuerdo, decretado no sabemos en qué términos, entre al-Múndir y el
Campeador fue rápido. Quizá aquel le ofreció dinero a Rodrigo a cambio de su
retirada, incluso es posible que establecieran algún tipo de pacto de no agresión
mutua. El caso es que Rodrigo abandonó las tierras de Denia para dirigirse a
las de Valencia, un entorno que tanto él como sus hombres conocían muy
bien. Ahora, el taifa presionado era al-Qádir, antiguo aliado y protegido en
representación de Alfonso VI. Al tener noticia de que el Campeador había
contraído
acuerdos
de
paz
con
al-Múndir,
el
débil
taifa
valenciano
quedó
aterrado y pronto buscó la amistad de Rodrigo mediante dinero y regalos:
Cuando al-Oadir, que en aquel tiempo era rey de Valencia, tuvo
noticias de que el rey al-Hayib había hecho paces con Rodrigo, se
atemorizó y se espantó mucho. Así, después de reunirse con sus
consejeros, envió legados a Rodrigo con grandes e innumerables
regalos en dinero. Éstos le entregaron personalmente los dones sin
cuento que llevaban e hicieron la paz entre el rey de Valencia y
aquél. De igual manera Rodrigo recibió muchos tributos y dones de
todos los castillos que eran rebeldes al rey de Valencia y que no se
5
habían dignado someterse a su mando.
Por ello, Rodrigo pasó a cobrar tributos de Lérida, Valencia y algunos
castillos
en
las
proximidades
de
la
ciudad
del
Turia.
Esos
ingresos
fueron
íntegros para el Campeador, que ya nunca tuvo que compartir con ningún
señor las ganancias que obtenía a través de la protección militar, la extorsión y
la razia.
LA BATALLA DE TÉVAR (VERANO DE 1090)
Cuando
ya
había
controlado
prefigurarse
como
su
señorío,
el
sur
y
el
Rodrigo
centro
centró
su
de
lo
que
atención
comenzaba
en
la
a
vertiente
septentrional de ese principado virtual y dirigió sus pasos hacia Burriana, en la
actual provincia de Castellón, a poco más de 50 kilómetros en línea recta de
Valencia.
Ese
movimiento
inquietó
a
al-Múndir,
a
cuyo
reino
pertenecía
Burriana, y buscó la alianza y apoyo de Sancho Ramírez de Aragón y del conde
Ermengol de Urgel (Ermengol IV) para expulsar de sus dominios a Rodrigo
Díaz, pero estos se negaron a apoyar al taifa leridano en aquella pretensión. El
rey Sancho había sido derrotado por las tropas del Campeador en Morella, en
1084, en una batalla en la que, además, habían sido apresados algunos de sus
vid.
magnates y vasallos más notables. Ya sostuvimos (
Capítulo 4) que es más
que posible y factible que el rey aragonés y Rodrigo llegaran a ciertos acuerdos
de paz, que fueron necesarios para que el Campeador dejara en libertad a sus
hombres. Dos años antes, en 1082, Rodrigo había derrotado en la batalla de
Almenar a una coalición de leridanos y catalanes en la que figuraba el hermano
6
de Ermengol IV de Urgel.
Por tanto, los dos aliados a los que pretendía
recurrir al-Múndir de Lérida, Tortosa y Denia para ahuyentar al Campeador de
Burriana
tenían
sobrados
motivos
para
no
acceder,
pues
no
deseaban
un
enfrentamiento contra un comandante que había aplastado a parientes, amigos
y vasallos en dos batallas campales anteriores.
Desactivada esa posibilidad de coalición, al-Múndir buscó la alianza con
Berenguer Ramón II de Barcelona, quien «habiendo pactado con al-Hayib,
después de recibir de él grandes sumas de dinero, al punto salió de Barcelona
con un gran ejército y llegó a los confines de Zaragoza. En Calamocha, en
tierras de Albarracín, plantó su campamento». Rodrigo, mientras tanto, había
conducido a sus huestes hacia una zona que conocía, las montañas de Morella,
7
porque «allí había abundantes víveres y muchos e innumerables ganados».
Desde su acampada en tierras de Albarracín, Berenguer Ramón II se
dirigió
con
unos
pocos
de
los
suyos
hacia
Daroca.
Su
intención
era
entrevistarse con al-Mustaín de Zaragoza para establecer la paz con él, una paz
que se engrasó con cantidades de dinero que el rey taifa entregó al barcelonés.
Una vez más, podemos comprobar cómo la clave de bóveda en las relaciones
entre cristianos y musulmanes, entre sultanes taifas y gobernantes cristianos,
eran el oro y el interés mutuo. Al fin y al cabo, ni al-Múndir ni al-Mustaín
disponían
de
un
contingente
que
les
diera
las
garantías
suficientes
para
enfrentarse a las disciplinadas y contrastadas huestes de Rodrigo el Campeador.
Si en esta ocasión pretendían destruirlo, necesitaban sumar fuerzas, articular un
ejército
competente
del
que
carecían.
En
esos
momentos,
el
único
líder
cristiano que podía proporcionarles algo así, siempre a cambio de sustanciosas
cantidades de dinero, era, precisamente, Berenguer Ramón II de Barcelona, a
quien, por otra parte, seguro que aún le escocía la herida que, en su honor
personal
y
en
el
de
sus
hombres,
le
había
infligido
el
Campeador
en
las
cercanías de la fortaleza de Almenar. Aunque el conde todavía sumaba un
motivo más para ir contra Rodrigo: los tributos que dejaba de cobrar en la zona
de Valencia porque, de alguna forma, se había visto desplazado por este en ese
8
negocio.
Otra posibilidad para los taifas de Zaragoza y Lérida era recurrir a Alfonso
VI. Seguro que sabían que Rodrigo había caído de nuevo en desgracia con su
rey y que este no tendría, en aquellos momentos, demasiadas simpatías ni
aprecios hacia su vasallo díscolo. El emperador leonés, sin embargo, no quiso
saber nada de aquel negocio que le proponían. Puede que tuviera sus propios
planes
de
futuro
directamente,
no
acerca
le
de
qué
interesara
un
hacer
con
respecto
enfrentamiento
a
Rodrigo,
abierto
con
su
o
que,
vasallo
desterrado otra vez. Tal vez Rodrigo conservaba algunos amigos dentro de la
corte de Alfonso VI y eso era motivo suficiente como para que el emperador
prefiriera mantener una actitud pasiva, en espera de acontecimientos, porque
de aquel sector peninsular lo que realmente le interesaba era Valencia y allí la
situación parecía controlada. La Historia Roderici relata parte de estos hechos
de forma resumida, aunque contundente:
Entonces el conde se dirigió con unos pocos a Musta’in, rey de
Zaragoza, que estaba en Daroca, y habló con él de hacer las paces
entre ellos. Una vez recibió el dinero de Musta’in, confirmaron la
amistad entre ambos. El rey Musta’in a ruegos del conde se dirigió
con él a ver al rey Alfonso que entonces estaba en la región de Orón.
Rogó
al
rey
insistentemente
que
le
prestara
su
auxilio
con
sus
soldados contra Rodrigo. Pero el rey no quiso atender a sus ruegos y
el
conde
se
dirigió
a
Calamocha
con
sus
caballeros,
Bernardo,
Giraldo Alemán y Dorea con un numeroso ejército. Allí se reunió
9
una gran hueste de combatientes contra Rodrigo.
Rodrigo se encontraba en ese momento acampado en Herbés, en una
zona montañosa situada entre las actuales provincias de Castellón y Teruel, no
demasiado lejos de Morella. Allí, recibió la visita de un emisario enviado por
al-Mustaín de Zaragoza para informarle de los planes que su tío y Berenguer
Ramón II estaban urdiendo contra él. El taifa de Zaragoza pretendía mantener
viva la relación de amistad, al menos de alianza, con el Campeador, quien, no
hacía demasiado tiempo, había servido como comandante mercenario a él
mismo, a su padre y a su abuelo y había mostrado sobradamente su eficiencia
militar durante varios años. Desde luego, aquella información resultó de vital
importancia
para
Rodrigo,
porque,
gracias
a
ella,
quedaba
neutralizado
el
factor sorpresa de Berenguer, que hubiera obligado a la improvisación. Si en
aquellos momentos había en la Península un líder militar que sabía transformar
la información en oro ese era precisamente el Campeador. La Historia Roderici
relata que un Rodrigo feliz y agradecido envió al príncipe de Zaragoza la
siguiente respuesta:
A Mustain, rey de Zaragoza, mi amigo fiel: Os doy las gracias con
todo mi afecto, puesto que me habéis descubierto el proyecto del
conde y su propósito […] de una futura […] guerra contra mí. Pero
desdeño y desprecio al conde y a su copioso ejército, y en este lugar
10
le esperare gustoso con la ayuda de Dios. Si llega, lucharé con él.
Figura 25: Miniatura del Beato de Saint-Sever, ca. 1050-1070. En su registro inferior, una línea de
guerreros dispuestos en una formación de muro de escudos. Nótese la ausencia de protección corporal,
salvo los escudos de cometa, en una época en la que un casco o una loriga eran costosos en extremo y solo
estaban a disposición de los más pudientes, que combatían habitualmente a caballo.
A partir de ese momento, Rodrigo no se dedicó a otra cosa que no fuera
prepararse para el choque que se avecinaba. Gracias a las noticias que le había
suministrado
su
aliado
al-Mustaín,
tuvo
tiempo
para
analizar
el
terreno,
planificar la batalla, preparar anímica y tácticamente a sus hombres y buscar, en
todo momento, ventajas que devendrían en desventajas del adversario. El lugar
donde se produjo el enfrentamiento, considera Alberto Montaner, autor del
estudio más exhaustivo de esa batalla que se ha escrito, sería «el pinar de Tévar
y que éste se hallaba probablemente al pie del actual Puerto de Torre Miró», a
11
unos 20 kilómetros al sur de Monroyo.
En ese terreno abrupto, Rodrigo se
hizo fuerte en una garganta bajo un monte, un lugar cuyo único acceso se
fortificó con empalizadas. La información de ese posicionamiento táctico nos
la proporcionan algunas crónicas alfonsinas (finales del siglo XIII-principios del
XIV), que beben de fuentes islámicas perdidas muy cercanas en el tiempo a la
vida de Rodrigo. La Historia Roderici se limita a decir que el campamento de
Rodrigo se hallaba bajo un monte:
Llegó Berenguer con su inmenso ejército a través de las montañas
hasta
un
lugar
próximo
a
donde
estaba
Rodrigo
y
fijó
su
campamento no lejos de él. Una noche envió exploradores para que
reconocieran el lugar […] Pues el campamento estaba enclavado
12
bajo el monte.
La Estoria de España (Primera Crónica General) relata que Rodrigo, al
comprobar
que
el
ejército
rival
era
más
numeroso
que
el
suyo
y
que
su
intención era la de hacerle frente, buscó «manera y arte» para poder «esparcirlos
con sabiduría». Entendió que, para ello, era esencial un buen posicionamiento
táctico y topográfico y aquel terreno quebrado y abrupto le brindaba buenas
opciones:
[…] se metió en unos valles entre unas sierras que había, de manera
que ninguno de los de la hueste de los franceses pudiese entrar allí, y
13
en la entrada de aquel lugar guardó sus barreras muy bien.
Una vez elegido el lugar en el que hacerse fuerte, Rodrigo necesitaba
aprovechar
aquel
terreno
para
dividir
al
enemigo
y
poder
encararlo
con
garantías de éxito. Por ello, empleó un arma psicológica de la que también se
valió en posteriores ocasiones: la difusión de noticias fingidas a través de falsos
14
desertores de su hueste o falsos espías.
Pero, antes de eso, Berenguer Ramón
envió una carta de desafío a Rodrigo, que la Historia Roderici registra como si
se tratara de un documento original. A dicha carta Rodrigo respondió con otra
que también reproduce la Historia. Hay que decir que ha habido discusión y
debate acerca de esas presuntas misivas que se intercambiaron Berenguer y
Rodrigo en los prolegómenos de la batalla de Tévar. No todos los estudiosos
están de acuerdo en su autenticidad y ofrecen distintos prolijos argumentos.
Por otra parte, hay otros investigadores que han defendido que esas cartas
serían documentos auténticos que formarían parte de un archivo personal de
Rodrigo
al
que
tuvo
acceso
el
autor
de
la
Historia
15
Roderici.
Nosotros
entendemos que bien podrían ser documentos originales que se enviaron los
líderes contendientes, aunque es más que posible que, en cierto modo, se
manipulasen en el momento de la composición de la Historia. Desde luego,
constituyen una rareza no solo en la época de Rodrigo, sino también en la
Plena Edad Media, al menos en el contexto de los reinos de León y Castilla de
los siglos XI al XIII, lo cual, por otro lado, no quiere decir que no nos
encontremos ante documentos originales, como original fue Rodrigo Díaz en
distintos aspectos y también la crónica que nos habla de su vida.
Auténticas o no, lo cual es difícil de determinar, esas cartas tienen un
interés indudable, tal y como convienen algunos de los expertos que las han
estudiado. Nos sumergen en una atmósfera aristocrática y caballeresca en la que
las cuestiones relacionadas con el honor, la reputación, la afrenta, la cobardía y
la valentía adquieren un sentido expresivo y emotivo. Por ello reproducimos
aquí su contenido, para que el lector no familiarizado con los textos cidianos
tenga la oportunidad de conocerlas y leerlas. Esta es la carta que Berenguer
Ramón II envió a Rodrigo Díaz en una fecha indeterminada del verano de
1090:
Yo,
Berenguer,
conde
de
Barcelona,
junto
con
mis
soldados
te
aseguro a ti, Rodrigo, que vimos la carta que enviaste a Mustain
diciendo que nos la mostrase, en la cual te burlaste de nosotros y nos
menospreciaste en demasía incitándonos a un gran furor. Ya antes
nos
habías
hecho
enemistados
y
muchas
airados
injurias
contigo
por
las
¡cuánto
que
más
deberíamos
debemos
estar
ser
tus
enemigos y adversarios por las burlas con las que en tu carta nos
despreciaste y nos injuriaste! Y además […] todavía en tu poder el
dinero que nos quitaste. Pero Dios, que es poderoso, nos vengará de
tantas injurias que de ti hemos recibido. Peor injuria y burla nos
hiciste al decir que éramos semejantes a nuestras mujeres. Nosotros
no
queremos
corresponderos
ni
a
ti
ni
a
tus
hombres
con
tan
grandes injurias, pero pedimos y rogamos al Dios del Cielo que te
traiga a nuestras manos y te entregue a nuestro poder para que
podamos demostrarte que tenemos más valor que nuestras mujeres.
También dijiste al rey Mustain que, si veníamos a luchar contigo,
nos saldrías al encuentro más rápidamente de lo que él pudiera
volver a Monzón, y por el contrario, si nos retrasáramos en ir contra
ti, nos saldrías al encuentro por el camino. Te rogamos, por tanto,
encarecidamente que no nos eches en cara el que hoy no bajemos a
ti, pues hicimos esto porque queríamos asegurarnos del número de
tu ejército y de tu posición, pues vemos que confiado en tu monte
quieres
luchar
con
nosotros
en
él.
También
sabemos
que
[…]
(laguna) los cuervos, las cornejas, los halcones, las águilas y las aves
de todo género son tus dioses porque confías más en sus agüeros que
en Dios. Nosotros sin embargo creemos y adoramos a un solo Dios
que nos vengará de ti y te pondrá en nuestras manos. Pero ten por
seguro que mañana al amanecer, con la ayuda de Dios, nos verás
cerca de ti y ante ti. Si sales hacia nosotros al llano y te separas de tu
monte,
serás
el
mismo
Rodrigo
a
quien
llaman
luchador
y
Campeador. Si por el contrario no quisieres hacerlo, serás lo que
dicen los castellanos en su lengua romance «alevoso» y los francos
«bauzador» y «fratidator». De nada te valdrá hacer ostentación de
tanto valor; no nos iremos de tu lado ni nos separaremos de ti, hasta
que llegues a nuestras manos muerto o cautivo y cargado de cadenas.
En fin, haremos de ti el mismo escarnio que tú tuviste para con
nosotros.
Dios
vengará
sus
iglesias
que
destruiste
y
profanaste
16
violentamente.
Berenguer expresa en este texto sentimientos de odio hacia Rodrigo. Se
fundamenta en la befa y la mofa que el de Vivar ha hecho de él y sus hombres
en una carta enviada al príncipe de Zaragoza. Se queja del menosprecio al que
los ha sometido, considera que ese hecho es injurioso y despectivo para ellos.
Aún le escuece el dinero que Rodrigo les extrajo después de la derrota sufrida
en Almenar, hacía ya ocho años, pero la peor injuria de todas, entiende, es que
Rodrigo afirmase que sus mujeres eran más valerosas que ellos mismos. Entre la
nómina de reproches llama la atención que acuse al Campeador de profesar
creencias paganas, apoyadas en la lectura de augurios basada en la observación
del vuelo de las aves («También sabemos que […] (laguna) los cuervos, las
cornejas, los halcones, las águilas y las aves de todo género son tus dioses
porque confías más en sus agüeros que en Dios»). Entiende el conde que Dios
está de su parte, porque Rodrigo es un descreído que da más asenso a los
augurios que a la verdadera divinidad y que, por ello, Dios les dará la victoria y
la venganza que tanto ansían.
Figura 26: Capitel de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Duratón (Segovia), principios del
siglo XIII, en el que dos caballeros chocan, quizá con el significado del combate espiritual que el hombre
debe emprender contra sí mismo para actuar con rectitud. Se observa muy bien como el jinete, montado
a la brida, iba prácticamente erguido sobre los estribos, en una postura que le permitía sumar la fuerza del
caballo a la suya en el golpe que debía descargar con la lanza contra su oponente.
El
conde
le
afea,
además,
su
posicionamiento
defensivo,
el
que
esté
encastillado en un lugar inaccesible para ellos. Por eso le reta a abandonar la
montaña y salir a luchar al llano, pues entiende que solo de esa forma merecerá
seguir siendo llamado «luchador y Campeador». Si se niega a aceptar el reto,
según Berenguer, se le considerará fraudulento y alevoso y acepta que no
cesarán hasta conseguir matarlo o apresarlo. Concluye su disertación epistolar
asegurando que «haremos de ti el mismo escarnio que tú tuviste para con
nosotros. Dios vengará sus iglesias que destruiste y profanaste violentamente».
Esa última parte del discurso resulta un tanto desconcertante porque, hasta la
fecha, Rodrigo no había atacado objetivos cristianos. Hasta ese momento, que
sepamos, el Campeador no había destruido y profanado iglesias de forma
violenta.
El lenguaje expresado en esta carta de batalla da a entender que en el
ánimo de Berenguer pesarían más las motivaciones emocionales y morales que
las materiales. Aunque habla del dinero arrebatado por Rodrigo tanto a él
como a sus hombres, el resto de recriminaciones es de índole psicológica y
moral. Todo nos lleva a determinar que Berenguer había convertido aquel
conflicto con el Campeador en una cuestión personal, en un asunto de honor y
reputación. No hay que olvidar que, en esa época, cuando empezaba a gestarse
el código de la caballería, esas cuestiones tuvieron una importancia central en el
sistema de valores de las élites aristocráticas, que comenzaban a ser ya élites
17
caballerescas.
Según la Historia Roderici, «Rodrigo escuchó la lectura de esta carta y al
momento mandó escribir su respuesta y enviarla al conde». Esa frase, tan
simple en apariencia, nos está diciendo, por un lado, que Rodrigo ni siquiera
leyó la carta de su adversario con sus propios ojos, sino que se la leyeron y, por
otro, que no escribió la respuesta de su puño y letra, sino que ordenó escribirla.
Aunque sabemos que Rodrigo sabía leer y escribir, quizá no era demasiado
ducho en esas cuestiones, en especial en lo que respecta a la escritura, pues en
un autógrafo que se conserva se aprecia irregularidad y cierta tosquedad (vid.
Capítulo 2). ¿Acaso pudo ser el redactor de esa misiva de respuesta a Berenguer
quien luego fue el autor de la Historia Roderici? Aunque solo se trate de una
suposición, no convendría descartar tal posibilidad.
El texto que Rodrigo envía a Berenguer en respuesta al suyo también lo
registra la Historia Roderici:
Yo,
Rodrigo,
te
saludo
junto
con
mis
compañeros
a
ti,
conde
Berenguer y a tus hombres. Ten por seguro que escuché tu carta y
comprendí muy bien su contenido. Dijiste en ella que yo escribí una
carta a Musta’in en la que me burlaba de ti y te ultrajaba a ti y a tus
hombres. Dijiste verdad: me burlé de ti y de tus hombres y aún
ahora me burlo. Te diré por qué me mofé de ti. Cuando estabas con
Musta’in en los alrededores de Calatayud, me ultrajaste delante de él
diciéndole que por el temor que te tenía no me había atrevido a
entrar
en
estas
tierras.
También
tus
compañeros,
Raimundo
de
Barbará y otros soldados, que estaban con él, dijeron esto mismo al
rey Alfonso, burlándose de mí en Castilla delante de los castellanos.
También tú personalmente, en presencia de Musta’in dijiste al rey
Alfonso
que
habrías
luchado
conmigo
y
me
habrías
expulsado
vencido de las tierras de al-Hayib y que de ningún modo me había
atrevido yo a esperarte allí, pero que dejaste de hacer todo esto por
amistad hacia el rey, y por respeto a él no me molestaste, y porque yo
era vasallo suyo, por esto te abstuviste de inferirme deshonra alguna
y de hacerme agravio. A causa de estas afrentas e injurias que me
hiciste, me mofé y me mofaré de ti y de los tuyos, y os equiparé y
asemejé a vuestras mujeres por vuestras débiles fuerzas. Pero ahora
no podrás excusarte de luchar conmigo, si es que te atreves a luchar.
Si por el contrario no te atreves a hacerme frente […] en su amistad
[…] y si te atreves a venir a mí con tu ejército ven ya […] no temo.
No creo que ignores lo que he hecho y cuántos daños os he inferido
a ti y a tus hombres. He sabido que hiciste un trato con al-Hayib
prometiéndole que si te daba dinero, me echarías y expulsarías de sus
tierras. Creo que tendrás miedo de cumplir tus promesas y no te
atreverás a venir a luchar conmigo. Pero no rehúses hacerlo porque
estoy en el lugar más llano de estas tierras. En verdad te digo que, si
tú y los tuyos queréis venir a mí, no os aprovechará a vosotros. Si os
atrevéis a venir a mí, os daré vuestra paga como suelo dárosla. Si
rehusáis y no os atrevéis a luchar conmigo, enviaré cartas al rey
Alfonso y mensajeros a Mustain. Les diré que no pudiste realizar,
aterrado
por
temor
a
mí,
lo
que
prometiste
y
lo
que
aireaste
jactanciosamente que ibas a hacer. No sólo haré que conozcan esto y
lo sepan estos dos reyes, sino todos los nobles cristianos y sarracenos.
Pues cristianos y sarracenos sabrán bien que has sido mi prisionero y
que tengo en mi poder tu dinero y el dinero de los tuyos. Ahora te
espero en la llanura con ánimo fuerte y seguro. Si te atreves a venir,
allí verás parte de tu dinero, pero no para tu provecho, sino para tu
vergüenza. Jactándote con superfluas palabras has asegurado que me
llevarás vencido, cautivo o muerto. Esto está en manos de Dios y no
en
las
tuyas.
Burlándote
de
mí
muy
falsamente
dijiste
que
hice
«alevosía» según se dice en el lenguaje de Castilla, o «bauzía» en el de
la Galia, por lo que has mentido por tu boca. Nunca hice tal cosa.
Hizo esto aquél de quien se sabe probadamente que ha cometido
tales traiciones, al que tú bien conoces y del que muchos cristianos y
paganos saben que es tal como digo. Ya hace mucho tiempo que
litigamos
de
palabra;
dejémonos
de
palabras
y
resuélvase
entre
nosotros esta disputa como es costumbre entre caballeros nobles por
la digna fuerza de las armas. Ven y no tardes. Recibirás de mí la paga
18
que suelo darte.
La carta de Rodrigo es más extensa que la de Berenguer. En ella, se
adivina un tono desafiante, incluso chulesco, en algún momento, como se dice
hoy. Denotan sus líneas un conflicto enconado entre él y su adversario catalán,
un enfrentamiento personal un tanto visceral que se inició después de la batalla
de Almenar en 1082. El Campeador también manifiesta sentirse ofendido por
Berenguer y sus hombres, por insultarlo y mofarse de él en distintas ocasiones,
ante el rey Mustaín de Zaragoza y ante Alfonso VI y los castellanos, así como
por
acusarlo
de
cobarde.
Reconoce
haberse
burlado
del
catalán
y
de
sus
hombres y asegura que lo seguirá haciendo, por las injurias y afrentas que de
ellos ha recibido. Se muestra dispuesto a luchar y humillar una vez más a
Berenguer y a los suyos y confirma que se encuentra en el lugar más llano de
todo ese territorio. Se defiende, asimismo, de las acusaciones de alevosía y
«bauzía» que el catalán lanzaba contra su persona y le acusa directamente de
haber asesinado a su hermano («aquél de quien se sabe probadamente que ha
cometido tales traiciones, al que tú bien conoces y del que muchos cristianos y
paganos saben que es tal como digo»). Por último, considera que ya está bien
de palabras y que es necesario pasar a la acción y resolver el conflicto como
debe hacerse, «por la digna fuerza de las armas», «como es costumbre entre
caballeros nobles».
Sin embargo, nada responde a las acusaciones lanzadas contra él acerca de
sus creencias en los agüeros por la observación del vuelo de las aves, ni se
defiende de las imputaciones por sus presuntos asaltos a iglesias. Dios está casi
ausente en la respuesta de Rodrigo, solo se menciona una vez, cuando dice que
«esto está en manos de Dios y no en las tuyas». No es este el único testimonio
que nos presenta a un Rodrigo Díaz que profesa creencias de origen pagano,
como la susodicha adivinación basada en la observación del vuelo de las aves.
Con posterioridad, un cronista musulmán contemporáneo aseguró que, antes
vid. Capítulo 7)–, Rodrigo
de una batalla contra los almorávides –la de Cuarte (
confortaba el ánimo de los suyos con «embelecos» y «mentiras», «pues por las
aves
tenía
augurios
y
pronósticos».
Incluso,
afirma
el
mismo
cronista,
un
ciudadano valenciano había compuesto unos versos a esa creencia adivinatoria
del Campeador:
Decid a Rodrigo que la verdad triunfa,
o comprobad cómo obtiene sus augurios.
ā
Los sables de Sinh ya, en cada batalla,
19
impedirán que las aves acierten el aviso.
Y es que, en el mundo cristiano en el que se crio Rodrigo Díaz, ese tipo
de creencias debía de estar todavía muy arraigado en el imaginario colectivo y
la Iglesia se esforzaba por erradicarlo. El escenario de los caballeros y los nobles,
sostiene
Martín
«alternando
20
mágico».
los
Alvira,
distinguía
mal
rituales
propiciatorios
entre
lo
sagrado
cristianos
con
y
otros
lo
pagano,
de
carácter
Aparte de la convicción propia que pudiera tener Rodrigo en esas
creencias, lo que parece claro es que sabía usarlas sabiamente para motivar a sus
hombres,
para
disipar
sus
miedos
y
aumentar
su
valor
en
situaciones
complicadas. Una vez más, se nos muestra como un astuto comandante, capaz
de aprovechar hasta la más mínima ventaja física o mental para sacar el mayor
rendimiento posible de su hueste. Ese liderazgo, que se traduce en una mayor
cohesión de sus tropas, fue una de las claves principales para entender el éxito
militar
del
Campeador,
para
comprender
cómo
y
por
qué
supo
y
pudo
imponerse sobre ejércitos que le superaban en número y es posible, incluso,
que en calidad de armamento. Si en la guerra el factor psicológico es esencial y
está
íntimamente
relacionado
con
cuestiones
de
liderazgo,
motivación
y
cohesión, Rodrigo Díaz es uno de los mejores líderes militares de toda la
historia, ya que supo extraer siempre el máximo provecho de sus hombres. La
batalla de Tévar fue ejemplo de ello.
Figura 27: Dos miniaturas de la Biblia Sancti Petri Rodensis o Biblia de Sant Pere de Rodes, elaborada,
probablemente, entre 1010 y 1025 en el monasterio de Santa María de Ripoll. Arriba, un choque entre
dos grupos de caballeros. Estos montan ya «a la brida», con una silla de arzones altos y estribo largo, que
permitía que el jinete extendiese por completo sus piernas. Se trata de un sistema que privilegia la
estabilidad del jinete sobre la silla, para cargar con la lanza «acostada» entre el sobaco y el brazo.
Curiosamente, la única figura que blande así su lanza −en la parte superior− se ha dibujado sin estribos.
Nótese cómo se representa la protección de malla para el rostro, en este caso colgando sobre el pecho, en
los tres guerreros que visten loriga. Abajo, vemos una escena en la que un grupo de caballeros resulta
emboscado desde una posición en altura por infantes más pobremente armados, pero que los derrotan
con una lluvia de proyectiles. Bibliothèque nationale de France, París (Francia).
Tras
empezó
el
la
intercambio
verdadera
de
acción.
correspondencia
A
partir
de
entre
Berenguer
entonces,
un
sagaz
y
Rodrigo
Campeador
comenzó a desplegar su estrategia de propalar rumores para confundir y dividir
a su adversario, que era superior en número. Sabía que el enemigo no se iba a
retirar sin plantar batalla. Los catalanes se habían enfurecido al conocer el
contenido
de
la
provocadora
carta
que
les
había
enviado
el
Campeador.
Berenguer ordenó a los suyos que tomaran por la noche el monte en cuya base
se encontraba el campamento fortificado de Rodrigo, pues pensaba que sería
un lugar idóneo para atacarlo, intentando aprovechar la ventaja que otorga la
altura para quien embiste desde arriba. Así actuaron y ocuparon dicho monte,
de acuerdo con la
Historia
21
, «sin que Rodrigo lo supiera».
Cuando este supo de la maniobra del enemigo, a la mañana siguiente
ordenó a algunos de sus hombres que fingiesen que huían y que pasaran cerca
del
lugar
donde
se
encontraban
acampados
los
catalanes.
La
consigna
era
dejarse apresar y los pronósticos de Rodrigo se cumplieron, ya que algunos de
ellos fueron capturados y llevados ante la presencia de Berenguer Ramón,
quien, como era de esperar, les interrogó para conocer los planes de su líder.
Los adiestrados guerreros manifestaron al conde que su señor pretendía escapar
esa misma noche del lugar en el que se encontraba y que iba a abandonar su
posición por determinados puertos de aquella sierra. Si quería capturarlo o
vencerlo, lo convencieron, tenía que controlar los puntos de fuga de los que
pretendía valerse Rodrigo. Berenguer se tragó el anzuelo y ordenó dividir su
hueste en cuatro partes, para ocupar con ellas aquellos emplazamientos por
donde Rodrigo y los suyos pretendían escapar. El conde, por su parte, acudió
con
una
partida
de
sus
caballeros
a
la
entrada
del
sitio
donde
se
hallaba
22
acampada y bien guarnecida la hueste de Rodrigo.
El Campeador había planificado todo al detalle. Había ordenado a «los
moros que estaban con él» que ocuparan los lugares por donde sus falsos
desertores habían dicho al conde que escaparían él y los suyos. Allí, debían
tender
emboscadas
a
los
cuerpos
enviados
por
Berenguer
y
anularlos. Los
guerreros musulmanes al servicio del Campeador ejecutaron la misión a la
perfección. Emboscados, esperaron a las distintas tropas divididas enviadas por
el conde para establecerse en los puntos de fuga anunciados y mataron a
muchos
y
apresaron
a
los
caballeros
más
relevantes,
entre
ellos
al
capitán
Guirart el Romano, que resultó herido en la cara.
Mientras todo esto sucedía, Rodrigo aprovechó la alarma y confusión que
debieron de generar los gritos procedentes de las posiciones donde se habían
preparado las emboscadas para embestir con el grueso de su hueste al corazón
del enemigo, a Berenguer y los caballeros que le acompañaban. En el choque
inicial, que bien podría haber consistido en una carga de caballería lanzada por
el Campeador y sus caballeros mejor adiestrados, Rodrigo fue derribado de su
caballo, resultó malherido y tuvo que ser socorrido por los suyos. Los hombres
23
de Rodrigo prosiguieron la pelea tras poner a salvo a su líder caído.
Después de un intervalo de tiempo que no conocemos, el ejército de
Rodrigo logró imponerse. Berenguer huyó con los restos de su hueste y los del
Campeador se lanzaron en su persecución, matando, hiriendo y apresando a
los más notables; incluso en las inmediaciones de su campamento consiguieron
capturar a «Deusde, Bernalt de Tamaric, Guiralt Aleman, Remon Ramiro,
Ricart Guillem». En este punto del relato, la fuente que glosamos introduce
con nitidez una clara interpolación, un añadido que es más propio de finales
del siglo XIII o principios del XIV que del momento narrado. En ella, se nos
presenta a un Campeador defensor de la cristiandad contra el islam que poco o
nada tendría que ver con el Rodrigo Díaz de aquel día del verano de 1090 en el
que derrotó, de nuevo, al ejército de Berenguer Ramón II de Barcelona:
Empos esto dixo assi: «yo ando en seruiçio de Dios et en uengar el
mal que los moros fizieron sienpre a los cristianos», et que por la
grand enuidia quel auien por esso uinien ayudar a los moros; mas
Dios por la su mercet que quisiera ayudar a ell que andaua en su
24
seruicio.
En estas líneas se nos presenta a un Cid paladín de la cristiandad ante los
musulmanes.
Tal
vez
los
cronistas
alfonsíes
introdujeron
ese
párrafo
para
compensar un tanto la afirmación plasmada más arriba en el mismo relato,
aquella que mostraba el óptimo servicio que en aquella batalla habían prestado
al Campeador tropas de guerreros moros a su servicio. Esos combatientes
musulmanes
que
servían
al
Campeador
habían
sido
fundamentales
en
la
batalla, porque habían tendido emboscadas a cuerpos dispersos de la hueste de
Berenguer que habían acudido a controlar puntos por los que, presuntamente,
huirían Rodrigo y los suyos. Estamos, sin duda, ante una contaminación de un
relato
original,
sacado
de
una
fuente
coeva
e
islámica
y
que
nos
parece
coherente, por lo demás, en sus planteamientos.
La
Historia
Roderici
narra
la
batalla
en
términos
diferentes,
aunque
podemos apreciar puntos en común con la otra fuente que nos habla del
choque:
Al día siguiente, muy temprano, el conde y sus soldados, dando
gritos
alrededor
del
campamento
de
Rodrigo,
irrumpieron
allí
contra ellos. Al ver esto Rodrigo, rechinando sus dientes, mandó al
punto a sus caballeros vestir las lorigas y ordenar animosamente sus
haces contra los enemigos. Rodrigo se lanzó velozmente contra la
formación del conde y la desbarató y venció al primer encuentro. Sin
embargo, en el mismo ataque cayó de su caballo, mientras luchaba
con gran arrojo, quedando magullado y herido. No obstante, sus
soldados
ánimo
no
hasta
desistieron
que
de
luchar,
vencieron
al
sino
conde
que
y
pelearon
a
todo
con
su
fuerte
ejército,
consiguiendo valerosamente la victoria sobre ellos. Al fin, tras pasar a
cuchillo y matar a muchos de aquéllos, prendieron al propio conde y
lo llevaron cautivo a Rodrigo con casi cinco mil de los suyos, hechos
prisioneros en aquel combate. Rodrigo mandó que junto con el
mismo conde fuesen custodiados, vigilados y encerrados algunos,
Bernal, Giraldo Alemán, Ramón Mirón, Ricardo Guillén, y otros
muchos de los más nobles. De este modo fue conseguida la victoria
sobre
el
conde
Berenguer
y
su
ejército
digna
de
ser
alabada
y
25
recordada siempre.
En
este
relato
no
aparecen
combatientes
musulmanes
que
sirvan
al
Campeador y que desarrollen misiones que entrañen un especial riesgo. No se
habla en ningún momento del campamento fortificado con estacas en el que se
refugió la hueste de Rodrigo para esperar a los catalanes. Nada se dice del
astuto aprovechamiento del terreno que hizo Rodrigo, algo que fue clave en el
resultado
final
Campeador
de
lucha
la
batalla
y
todo
en
terreno
llano
y
porque
no
el
cronista
montañoso,
entiende
como
se
que
encarga
el
de
recalcar en alguna ocasión. Sin embargo, es una narración bastante realista,
quizá salvo por el elevado número de enemigos caídos, y es que «casi cinco mil»
adversarios abatidos nos parece una cifra demasiado alta, si tenemos en cuenta
26
el tamaño medio que solían tener las huestes en este momento.
Observamos, como en la otra fuente, una implicación personal y directa
de Rodrigo Díaz en la pelea, algo que fue esencial para obtener el máximo
compromiso y rendimiento de sus hombres, para incrementar la lealtad y la
cohesión,
la
valentía,
el
esfuerzo
y
la
abnegación.
Porque
entonces,
como
ahora, un buen comandante tenía que dar ejemplo, sufrir, luchar y sangrar con
los suyos, ser de los primeros en empuñar las armas para lanzarse contra el
enemigo,
padecer
hambre,
sed,
cansancio
y
sueño
cuando
los
suyos
eran
aquejados por esos males habituales en la dura vida militar. En definitiva, otra
de las claves para entender los éxitos militares conseguidos por el Campeador,
27
porque, en ese sentido, se nos muestra como un líder guerrero modélico.
Hasta tal punto es así que resulta herido de cierta gravedad, no por la acción
directa de las armas enemigas, sino por una caída del caballo, cuyas lesiones
derivadas le mantuvieron postrado durante unos días.
Todas
suponemos
estas
sería
cuestiones
inferior
nos
en
ayudan
número
a
se
entender
impuso
cómo
a
una
una
hueste
que
superior.
Las
consecuencias inmediatas de la lid fueron la derrota de Berenguer Ramón II, el
apresamiento de algunos de sus hombres más notables y el del propio conde,
así como la ganancia de un cuantioso botín de guerra. El autor de la
Historia
describe a placer esos frutos materiales e incide, además, en el hecho de que los
hombres de Rodrigo no le esquilmaban nada a escondidas y le entregaban todo
«fielmente», «sin faltar nada»:
Los soldados de Rodrigo devastaron todo el campamento y tiendas
del conde Berenguer, tomaron todo el botín que encontraron en
ellas, muchos vasos de oro y plata, telas preciosas, mulos, caballos de
silla y de posta, lanzas, lorigas, escudos, y presentaron y llevaron a
28
Rodrigo fielmente todo lo que cogieron, sin faltar nada.
Pero
aún
más
importantes
fueron
los
beneficios
que
Rodrigo
Díaz
consiguió con aquella victoria en el abrupto paraje del pinar de Tévar. Desde
aquella fecha, Berenguer Ramón II nunca más supuso una amenaza, molestia o
incomodidad para el Campeador, más bien fue una presencia, tal vez irritante,
pero desde luego inofensiva para sus intereses. Porque el mayor rédito obtenido
por Rodrigo en aquel choque recayó en los nobles apresados, incluido el propio
Berenguer. Gracias a sus rescates, el Campeador no solo consiguió dinero, sino
también, y más importante, arrancar los pactos, acuerdos de no agresión en el
futuro y vía libre para actuar en Valencia sin sus intromisiones e interferencias.
La Historia Roderici nada dice de ello, pero es algo que se puede intuir con
facilidad por lo expuesto más arriba. El relato que propone del tratamiento que
se le da al enemigo apresado es interesante, aunque puede que también algo
incoherente en ciertos puntos:
El conde Berenguer, viendo y comprendiendo que por voluntad
divina
había
sido
herido,
vencido
y
capturado
por
Rodrigo,
pidiéndole misericordia humildemente, llegó a presencia de éste, que
estaba sentado en su tienda y le pidió perdón con muchos ruegos.
Rodrigo no quiso recibirle benignamente, ni le permitió sentarse
junto a él en la tienda, sino que ordenó a sus caballeros que le
custodiaran
fuera.
abundantes
vituallas
patria.
Pero
cuando
Ordenó
y
solícitamente
finalmente,
Rodrigo
se
le
que
permitió
recuperó
le
dieran
volver
libre
después
de
pocos
allí
a
su
días,
firmó un pacto con Berenguer y Giraldo Alemán estipulando que le
dieran
ochenta
rescate.
Los
mil
otros
marcos
cautivos
de
se
oro
de
Valencia
comprometieron
en
bajo
concepto
juramento
de
a
darle por su rescate, a voluntad de Rodrigo, innumerables riquezas,
29
en cantidad fijada.
El conde catalán, herido y derrotado, se presentó ante Rodrigo de manera
humilde y compungida, clamando misericordia ante quien le había vuelto a
vencer y apresar. El Campeador yacía en su tienda, magullado y herido y no
quería recibir allí a Berenguer, tal vez porque no deseaba que su adversario le
viera en esas lamentables condiciones en las que se encontraba. Además, estaría
enojado, dolorido en cuerpo y alma porque nunca había estado tan malherido
como en ese momento. Ordenó a los suyos que vigilaran al conde fuera de su
tienda
y
que
le
trataran
bien
y
que
le
alimentaran.
Una
vez
recuperado,
Rodrigo estuvo en condiciones de establecer las cantidades de dinero que se le
habrían de entregar por sus cautivos en concepto de rescate. Berenguer Ramón
y Giraldo Alemán tendrían que abonar 80 000 marcos de oro valenciano si
querían regresar libres a su patria. Para el resto de cautivos se acordó también
de forma individualizada las cantidades que habrían de abonarse a cambio de
su libertad.
La
tierras
Historia
y
que
prosigue el relato afirmando que los cautivos regresaron a sus
volvieron
raudos
para
entregar
a
Rodrigo
las
cantidades
solicitadas, entregando a hijos y parientes en calidad de rehenes, como garantía
de que le iban a desembolsar todas las cantidades exigidas. El uso de rehenes
como garantes del cumplimiento de acuerdos era algo habitual en el periodo.
Se concedía una gran importancia a la palabra dada, a la palabra de honor,
pero, en ocasiones, era necesario también mostrar la voluntad de acatamiento
de lo acordado con la entrega a la otra parte de un familiar valioso. El resto de
la narración presenta algunas incoherencias en cuyo análisis es importante
detenerse, porque en ellas tal vez estén las verdaderas claves de la naturaleza de
los acuerdos a los que llegó Rodrigo Díaz con sus adversarios apresados:
Figura 28: Un caballero se precipita al infierno por sus pecados de orgullo, según un relieve del tímpano
de la iglesia abacial de Sainte-Foy de Conques (Francia), siglo XI. Según el Libro de los milagros de Santa
Fe, Rainon de Aubin, excomulgado por el maltrato que dispensaba a los religiosos de Conques, se partió
el cuello y quebró el cráneo cuando su caballo se arrodilló de repente. Justo castigo y humillación por sus
pecados.
Luego volvieron a sus casas y regresaron de allí apresuradamente a
Rodrigo con gran cantidad de oro y plata, llevando consigo además
de
las
riquezas
quedaran
como
que
traían,
rehenes
hijos
hasta
y
que
parientes
pudieran
que
pagar
querían
la
que
cantidad
establecida como rescate, asegurándole que habían de darle todo y
llevarlo a su presencia. Al ver Rodrigo esto, después de consultar con
los suyos, movido por la piedad, no sólo permitió que volvieran
libres a sus tierras sino que les perdonó el rescate. Ellos regresaron a
sus tierras alegres dando con veneración las gracias a su nobleza y
piedad por tanta misericordia y prometiendo servirle con todos sus
30
bienes y con gran honor.
Lo que más sorprende de ese texto es que el cronista afirme que Rodrigo
«perdonó el rescate» a los cautivos después de haber consultado a los suyos y
«movido
por
la
piedad».
Se
pretende
incidir
en
ese
punto,
en
el
talante
magnánimo y benevolente del líder, para engrandecer su figura. Sin embargo,
es difícil que el hecho sucediera tal y como lo cuenta el cronista, porque
Rodrigo tenía en sus manos la posibilidad de conseguir muchísimo dinero
gracias
a
la
completo,
exigencia
de
acuerdo
de
rescates,
con
unas
algo
leyes
para
de
lo
la
cual
estaba
guerra
que
legitimado
aún
no
por
estaban
establecidas por escrito, pero sí reguladas según la costumbre, referida con el
término
latino
mos
.
31
Puede
que
la
clave
de
todo
ese
párrafo
elogioso
se
encuentre en las últimas líneas, donde se afirma que los liberados agradecieron
a Rodrigo su «misericordia», «nobleza y piedad» y, lo que es más importante, le
prometieron «servirle con todos sus bienes y con gran honor». Es difícil no
interpretar que, tal vez, en lugar de dinero a cambio de la libertad, lo que
Rodrigo exigió a aquellos magnates, incluido su líder, fueron pactos de no
agresión, una suerte de vasallaje hacia su persona en el que la base fundamental
recaería en el compromiso de no volver a atacarlo ni entrometerse en sus
asuntos. Con ello ganaba el Campeador bastante más que con el dinero que
hubieran podido abonarle. Los acontecimientos posteriores demostraron que
las negociaciones tras la batalla de Tévar bien pudieron ir en ese sentido, pues
la propia
Historia
nos dice, más adelante, que Berenguer se refería a Rodrigo
como «su amigo» delante de otras personas.
Es la propia
Historia
, de hecho, la que, en párrafos posteriores, nos ofrece
pistas del cariz que pudieron tener las negociaciones sustanciadas tras la batalla
de Tévar. Nos cuenta la crónica que Rodrigo envió emisarios con cartas al
príncipe al-Mustaín de Zaragoza y que aquellos mensajeros encontraron en la
ciudad a Berenguer Ramón y a sus nobles reunidos con el taifa hudí en su
corte.
Cuando
Berenguer
fue
consciente
de
que
aquellos
hombres
eran
caballeros de Rodrigo les rogó con empeño que le transmitiesen este mensaje:
«Saludad encarecidamente de mi parte a Rodrigo, mi amigo, y no dejéis de
decirle
que
quiero
ser
un
buen
aliado
y
un
socorro
seguro
en
todas
sus
32
necesidades».
El siguiente destino elegido por Rodrigo, aún maltrecho, fue Sacarca, en
territorio de la taifa de Zaragoza, donde permaneció con sus huestes cerca de
dos meses. Después, se desplazó con los suyos a Daroca, donde estuvo, según la
Historia
, «muchos días» por la abundancia de víveres y ganados que había en
los
alrededores
de
esa
rica
ciudad
musulmana.
Cuando
33
Daroca, «padeció Rodrigo una grave enfermedad».
se
encontraba
en
No sabemos qué clase de
dolencia aquejó al Campeador, pero no es de extrañar que estuviera relacionada
con las heridas derivadas de la caída de su caballo en el transcurso de la batalla
de Tévar. Las consecuencias de esas heridas pudieron ser más trascendentales de
lo que la crónica nos permite vislumbrar.
Rodrigo se encontraría en tierras de la taifa de Zaragoza para redefinir sus
relaciones con el príncipe al-Mustaín, quien, a pesar de haberle advertido de las
intenciones de Berenguer Ramón II, había mostrado previamente una actitud
bastante
tibia
y
ambigua
con
respecto
al
Campeador.
«Amigo»,
«aliado»,
«socorro» son los términos que emplea el conde catalán para definir su nueva
relación con el Campeador. Con anterioridad, y con el príncipe de Zaragoza
como
testigo,
profesaba
a
precisamente,
Rodrigo.
Sin
Berenguer
duda,
había
algo
expresado
sustancial
había
la
enemistad
cambiado
que
en
la
vinculación entre el catalán y el castellano, parece que se había pasado de la
animadversión a la alianza, de la confrontación a la colaboración y ello había
34
sucedido después de la batalla de Tévar.
Relata la
emisarios
aquella
regresaron
«convaleciente
y
junto
fuera
a
de
Rodrigo
peligro».
de
Le
Historia
embajada
relataron
los
que cuando los
le
encontraron
pormenores
de
sus
conversaciones con el conde catalán en la corte del rey de Zaragoza. Pero el
Campeador, enojado, «se negó a ser su amigo y a firmar la paz con él». Sus
principales caballeros intentaron disuadirlo para que aceptara aquella paz que le
ofrecía
el
conde
de
Barcelona
y,
tras
escucharlos,
accedió
a
reunirse
con
35
Berenguer para tratar el asunto.
Los emisarios, al relatar de nuevo al conde de Barcelona en Zaragoza que
Rodrigo
estaba
dispuesto
a
reunirse
con
él
para
hablar
de
la
paz
que
le
proponía, él y los suyos se alegraron mucho. Berenguer Ramón en persona fue
a visitar a Rodrigo a su campamento, donde «se estableció la paz y la amistad
entre
ambos».
castellano
Acordaron
«parte
de
las
una
tierras
forma
de
de
vasallaje
moros,
y
el
sometidas
catalán
en
otro
le
cedió
tiempo
a
al
su
mandato». Esos territorios estarían situados al sur de Tortosa, en las cercanías
de Burriana, pues hacia allí dirigirían ambos sus pasos, en viaje hacia el sur
36
pegados a la costa.
Tal vez Berenguer se comprometió en aquel acuerdo a no
entrometerse en cualquier negocio o acción que el Campeador acometiese al
sur de Burriana, o puede que del Ebro, el río que actuaba entonces a modo de
frontera natural entre los dominios barceloneses y los del rey de Lérida, Denia
y Tortosa. Rodrigo se asentó en Burriana y allí se despidieron; Berenguer
atravesó el Ebro para volver a su tierra. Burriana y sus alrededores quedaron
integrados en el protectorado de Rodrigo y Berenguer renunció a cualquier
derecho
de
explotación
o
conquista
de
aquellas
tierras.
Allí
fue
donde
el
Campeador fijó la posición más septentrional de su señorío virtual.
Entonces el conde salió de Zaragoza a entrevistarse con Rodrigo y se
dirigió a su campamento. Allí se estableció la paz y la amistad entre
ambos. El conde puso entonces en manos de Rodrigo, colocándolas
bajo su protección, parte de las tierras de moros, sometidas en otro
tiempo
a
su
mandato.
Juntos
bajaron
los
dos
a
la
costa
vecina;
Rodrigo asentó su campamento en Burriana. Berenguer, separándose
de Rodrigo, atravesó el río Ebro y regresó a su tierra.
A partir de esa victoria en Tévar, Rodrigo consiguió zafarse de uno de sus
enemigos más insidiosos y molestos y, al mismo tiempo, aumentó su zona de
influencia en el levante peninsular. Ya no tuvo que preocuparse por la amenaza,
siempre
latente,
que
atenazaba
el
norte
del
señorío
valenciano
que
estaba
prefigurando. Desde ahora, podría centrarse en otros asuntos, en otras acciones
y en otros negocios, en definitiva, en cuestiones necesarias para dar más cuerpo
a ese espacio territorial y político que pretendía articular y dominar.
Ó
LA AMPLIACIÓN DE LA RED TRIBUTARIA
CIDIANA
Con
las
fronteras
del
sector
norte
y
noroccidental
de
su
protectorado
aseguradas, Rodrigo se concentró en ampliar la nómina de señores locales
tributarios. Esos notables se dispersaban en los territorios de la taifa de Valencia
y
es
con
ellos
con
quienes
entabló
negociaciones
basadas
en
el
abono
de
tributos a cambio de la paz. De esa forma, el Campeador estableció un modelo
de gobierno basado en el cobro de parias y la razia destructiva contra todo
aquel que no aceptase esa relación de sometimiento.
La Historia Roderici retoma la narración de los pasos de Rodrigo y lo sitúa
en Yuballa (Puig de Cebolla), lugar en el que celebró con los suyos la «Pascua
37
del Señor».
Desde allí, se encaminó a asediar la fortaleza de Liria, a unos 26
kilómetros de Valencia en línea recta, donde repartió generosas pagas entre sus
guerreros. En aquellos momentos, la red de señores locales que pagaban parias
a Rodrigo se estaba ampliando. Fuentes islámicas integradas en las crónicas de
Alfonso X y sus sucesores ofrecen la nómina de lugares que abonaban tributos
al Campeador y aseguran que esos pagadores estaban desperdigados por el
territorio comprendido entre Tortosa, al norte, y Orihuela, al sur. Tan seguro
de sí mismo estaba Rodrigo, relatan esas crónicas, que no dudó en expresar su
situación de poder y fuerza afirmando en Valencia que sometería a cuantos
señores había en al-Ándalus y que reinaría como un segundo rey Rodrigo,
aunque
no
fuera
de
sangre
de
reyes,
como
tampoco
lo
había
sido
aquel
monarca godo:
Y se volvió el Cid Ruy Díaz para Valencia. Y dijo que apremiaría a
cuantos señores había en el Andalucía, de manera que todos serían
suyos; y que el rey Rodrigo que fuese señor del Andalucía no había
sido de linaje de reyes, pero fue rey y reinó, y que así reinaría él y
38
sería el segundo rey Rodrigo.
La asociación Rodrigo Díaz-rey Rodrigo puede resultar chocante, una
especie de invención de los historiadores del taller que organizó Alfonso X para
componer
la
Estoria
de
España.
Sin
embargo,
ese
pasaje
no
aparece,
por
ejemplo, en la Crónica de Veinte Reyes y sí en la obra de un autor musulmán
que vivió en el tiempo del Campeador y que usó materiales redactados por
coetáneos
suyos
que
vivieron
en
la
Valencia
sometida
y
asediada
por
el
Campeador para componer su obra. Se trata de Ibn Bassam, autor de Santarém
instalado en Córdoba en la que, poco después de 1100, redactó su texto más
conocido,
cualidades
Kitâb
de
al-Dajîra
la
gente
de
fî
Mahâsim
la
al-yâzîra
Península],
en
[Tesoro
la
que
de
las
expone,
hermosas
al
relatar
acontecimientos relacionados con Rodrigo Díaz, que:
Contóme quien lo oyó, que él [Rodrigo] decía, cuando su afán era
más fuerte y su codicia extrema: «Por un Rodrigo fue conquistada
esta Península [por los musulmanes] y [este otro] Rodrigo la salvará»,
frase que llenó de espanto los corazones, pues creyeron que ocurriría
39
esta terrible amenaza.
Estos testimonios nos muestran a un Rodrigo Díaz empoderado, crecido
tras
la
derrota
que
había
conseguido
infligir
a
Berenguer
Ramón
II
de
Barcelona y tras haber regresado a la región de Valencia para restablecer un
protectorado cuyas bases ya había asentado previamente, en parte, cuando
actuaba en la zona en nombre de Alfonso VI. Poco después de la batalla de
Tévar había fallecido al-Múndir de Lérida, Tortosa y Denia y le había dejado el
trono de aquella taifa a un niño de corta edad. Por ello, ejercían la regencia
unos parientes suyos denominados «hijos de Betyr», quienes contactaron con
Rodrigo Díaz para someterse a él, pues a los leridanos ya no les quedaban
aliados cristianos después de la neutralización de Berenguer Ramón en Tévar.
Rodrigo les exigió a cambio de su protección, servicio y no agresión la cantidad
de 50 000 maravedíes de oro anuales. Gracias a ello, la tierra que se extendía
40
desde Tortosa hasta Orihuela quedó a su mando y control.
En ese amplio territorio pagaban tributos a Ibn Razin, señor de la taifa de
Albarracín, la cantidad de 10 000 maravedíes anuales; el señor de Murviedro
(Sagunto), 8000 maravedíes al año; el taifa de Alpuente, 10 000 maravedíes
también; el castillo de Soborbe, 6000; el de «Axaraf», 3000; el de Liria, 2000.
Al-Qádir de Valencia le entregaba 12 000 morabetinos anuales y además le
41
daba 100 por cada 1000 para el obispo cristiano que se hallase en la ciudad.
UNA NUEVA AMENAZA ALMORÁVIDE
Rodrigo asediaba Liria cuando recibió unas cartas de la reina Constanza y de
algunos amigos que aún conservaba en la corte de Alfonso VI. En ellas se le
informaba de que los almorávides habían regresado a la Península y de que
estaban realizando movimientos desde el sur. La situación del Campeador en
Valencia era más favorable que nunca. Había aprovechado una enfermedad del
rey títere al-Qádir para incrementar su posición de dominio en la ciudad y en
su región y había conseguido restaurar, e incluso incrementar, el protectorado
que orbitaba en torno a Valencia, tras el lapso que había supuesto la obligación
de enfrentarse a Berenguer Ramón II y a al-Múndir de Lérida. No llevaba
demasiados
meses
enfrascado
en
esa
tarea
cuando
se
produjo
un
nuevo
desembarco almorávide en la península ibérica. Los norteafricanos, en esta
ocasión, no venían únicamente para lanzar una campaña de guerra santa, como
había sucedido cuando se desencadenó la batalla de Zalaqa o el asedio fallido a
Aledo.
Ahora
comprobado
venían
en
la
para
anterior
quedarse
después
ocasión,
durante
de
que
la
su
líder
campaña
hubiera
de
Aledo,
precisamente, el grado de desunión y enfrentamiento que cundía entre los
distintos
reyes
de
taifas.
Mientras
los
almorávides
al
mando
de
Yúsuf
desembarcaban de nuevo en Algeciras, dispuestos a destronar a los taifas y
asentarse en territorio andalusí, Rodrigo estaba inmerso en la consolidación de
un protectorado valenciano que, cada vez más, tenía el aspecto de un auténtico
señorío virtual gobernado por él en todos los aspectos salvo en el nominal.
Rodrigo actuaba a modo de gobernante no oficial, pero sí oficioso con el
amparo de un resorte del que adolecían tanto al-Qádir como el resto de señores
menores de aquel territorio: una hueste poderosa, cohesionada, disciplinada,
leal y efectiva.
Abd Allah fue el cronista de excepción que relató su propia caída en
desgracia,
deposición
la
pérdida
por
Yúsuf
de
su
ibn
reino
Tašufín.
de
manos
Los
de
los
almorávides
norteafricanos
tras
su
desembarcaron
en
Algeciras en junio de 1090, poco antes de que Rodrigo Díaz se enfrentase con
la coalición leridano-barcelonesa en el pinar de Tévar. Yúsuf ibn Tašufín estaba
un tanto harto de los reyes de taifas y venía dispuesto a destronarlos y a ocupar
sus
respectivos
dominios.
Desde
Algeciras,
los
almorávides
se
dirigieron
a
Córdoba, donde permanecieron el mes de julio. Sus primeros objetivos fueron,
precisamente, Abd Allah de Granada y su hermano, Tamīm, señor de Málaga,
considerados indignos por los juristas marroquíes, en cuyas sentencias encontró
Yúsuf la legitimidad necesaria para proceder contra ellos. Consideraban esas
disposiciones que tanto Abd Allah como su hermano eran indignos de sus
tronos por haberse aliado con los cristianos y haber realizado un doble juego a
los
almorávides,
intercambiaron
verdaderos
embajadas,
defensores
pero
el
del
42
islam.
granadino,
Yúsuf
traicionado
y
Abd
ante
el
Allah
emir
almorávide por sus propios mensajeros, cada vez tenía más claro que su final
estaba cerca. Solicitó la ayuda de Alfonso VI y de los distintos taifas de alÁndalus, pero tan solo recibió respuesta de al-Mutawákkil de Badajoz, quien,
no obstante, lo único que le proporciono fueron palabras de ánimo y consuelo.
Ningún príncipe andalusí estaba dispuesto a apoyar al zirí, conscientes de que,
con ello, podían incurrir en la ira de Yúsuf y, por tanto, convertirse en su
43
siguiente objetivo.
La marcha de Yúsuf y sus tropas hacia Granada fue un paseo que no
encontró resistencia. Abd Allah intentó, en última instancia, enviar al líder
norteafricano cierta cantidad de dinero y el sometimiento y obediencia a su
autoridad. Recibió como respuesta el
no
para
sus
bienes.
El
rey
aman
(perdón) para él y su familia, pero
granadino
fue
consciente
de
que
estaba
absolutamente solo, de que ninguno de sus soldados, comerciantes o súbditos
estaba dispuesto a ayudarlo. Es por ello que entendió que no le quedaba otra
salida que rendirse a Yúsuf y someterse a su destino. Tras dicha capitulación,
los almorávides incautaron sus bienes y él fue deportado al Magreb con su
familia. El siguiente taifa en caer bajo el dominio de Yúsuf y los suyos fue su
hermano Tamīm, señor de Málaga, al que cargaron de cadenas y enviaron
44
también al norte de África.
Y así fueron cayendo en manos almorávides las distintas taifas que, hasta
ese momento, habían conformado el mosaico andalusí y, aunque algunas de
ellas ofrecieron cierta resistencia ante los norteafricanos, a la postre no sirvió
45
para nada.
Yúsuf había dispuesto cinco ejércitos para controlar otros tantos
sectores de la geografía andalusí, lo que blindaba así cualquier posibilidad de
injerencia
cristiana
en
la
campaña
de
conquista
de
al-Ándalus
que
estaba
llevando a cabo. El encargado del sector levantino, el que le interesaba al
Campeador, fue Muhammad ibn Aisa, sobrino de Yúsuf, que no tardó mucho
tiempo en dominar la región de Murcia, aquella que se situaba en las fronteras
meridionales del protectorado de Rodrigo Díaz. Precisamente, solo se libró del
dominio
almorávide
durante
los
siguientes
años
aquel
46
Valencia que Rodrigo había convertido en propio.
espacio
en
torno
a
Desde entonces, Ibn Aisa
se convirtió en el principal quebradero de cabeza del Cid Campeador y le
obligó, en ocasiones, a readaptarse y cambiar, lo que supuso un escollo que
consiguió, en ciertos momentos, retrasar su dominio completo de Valencia. Ibn
Aisa
y
sus
aguerridos
almorávides
negra en el horizonte de Rodrigo.
constituyeron,
en
adelante,
una
sombra
NUEVAS DESAVENENCIAS ENTRE ALFONSO
VI Y EL CAMPEADOR
Esta
nueva
movilización
almorávide
en
el
sur
de
la
Península
motivó
la
respuesta armada de Alfonso VI. Para ello, el rey incluso había solicitado un
impuesto
consistía
extraordinario
en
el
pago
a
de
sus
súbditos,
dos
47
infanzones como villanos.
sueldos
a
por
finales
solar
de
marzo
que
de
debían
1091,
abonar
que
tanto
Rodrigo, como ya hemos expuesto, se encontraba
entonces asediando Liria sin descanso y en ese escenario es donde recibió los
mensajes de la reina Constanza y de algunos de sus amigos cortesanos de
Alfonso. Granada y sus alrededores ya habían caído en manos de Yúsuf y la
voluntad del emperador era la de enfrentarse con ellos en campo abierto. En
aquellas circunstancias, cualquier ayuda que pudiera recibir el monarca era
bienvenida
y
fue
por
lo
que
la
reina
y
sus
amigos
contactaron
con
el
Campeador, para plantearle la posibilidad de recuperar el favor del rey si acudía
con sus huestes en su auxilio. La Historia Roderici relata
todo
ello
en
los
siguientes términos:
En este lugar le llegaron cartas de la reina, esposa del rey Alfonso, y
de sus amigos diciéndole que el rey Alfonso marchaba contra los
sarracenos y que quería entablar combate con ellos, pues ya habían
tomado Granada y sus alrededores. Esta sin duda era la causa por la
que el rey iba a luchar contra ellos. Por medio de esta carta, le
aconsejaron sus amigos que por ninguna causa ni demora dejase de
dirigirse
con
rapidez
al
rey
que
iba
con
su
ejército
contra
los
sarracenos para ayudarle en aquella guerra, y que se incorporara con
toda su hueste al ejército del rey para prestarle auxilio, asegurándole
48
que recuperaría en seguida la gracia y el amor del rey.
A Rodrigo Díaz se le presentaba la inesperada posibilidad de recuperar el
amor
de
su
rey.
Únicamente
tenía
que
acudir
raudo
con
su
hueste
para
respaldarlo en la campaña que estaba organizando para frenar a los almorávides
que
avanzaban
norteafricanos
por
el
estaban
sur.
La
situación
consolidando
era
muy
posiciones
apremiante,
importantes
en
porque
los
al-Ándalus.
Pensaría Alfonso VI, además, que aquella podía ser una oportunidad única
para cruzar armas con un ejército liderado por Yúsuf ibn Tašufín, el mismo que
había conseguido humillarlo años atrás en la batalla de Zalaqa.
Rodrigo no dudó y siguió los consejos de sus amigos y de la reina.
Abandonó el asedio a la fortaleza de Liria, a pesar de que estaba a punto de
conseguir la rendición de la plaza, bloqueada y casi claudicante como la tenía.
Se desplazó en busca del rey y recorrió largas jornadas para no perder aquella
nueva
oportunidad
de
reconciliación,
hasta
que
consiguió
reunirse
con
él
«cerca de Córdoba, en el lugar que se llama Martos». Alfonso, al tener noticia
de la llegada de Rodrigo y de su ejército, salió a recibirlo «en paz con grandes
49
honores» y, desde allí, pusieron rumbo hacia Granada.
A partir de ese punto, el relato de la Historia Roderici adquiere tintes un
tanto extraños, casi surrealistas, pues narra un nuevo enfado del monarca hacia
Rodrigo, motivado por un asunto que nos puede resultar algo trivial como es la
elección de los lugares de acampada. Y es que, según la crónica, el soberano
decidió asentar su real «en las montañas, en el lugar denominado Elvira».
Rodrigo, por su parte, optó por acampar «en la llanura en un lugar que estaba
delante del campamento del rey para protegerlo y vigilar por su seguridad». Esa
cuestión incendió la envidia y la ira del emperador, que consideró una «injuria»
y «afrenta» aquel comportamiento de Rodrigo:
Esto molestó mucho al rey, quien, llevado por la envidia, dijo a los
suyos: «Ved y considerad que clase de injuria y de afrenta nos hace
Rodrigo. Llega hoy como si viniera cansado y fatigado de un largo
camino,
pero
se
nos
adelanta
y
planta
sus
tiendas
delante
de
nosotros». Casi todos los suyos, movidos también por la envidia, le
dieron la razón al rey y, envidiosos, acusaron falsamente a Rodrigo
50
de audaz arrogancia delante del rey.
Las mesnadas de Alfonso permanecieron en aquel lugar seis días, lapso
durante el que Yúsuf y los suyos no osaron plantar cara al monarca cristiano,
según la
Historia
, por haber huido de allí «atemorizado por el pavor que sentía
hacia el rey». Este, al comprobar que había perdido una nueva oportunidad de
51
enfrentarse con Yúsuf y los almorávides, ordenó a los suyos retirarse a Toledo.
Desde luego, uno de los objetivos primordiales de los norteafricanos, pues no
olvidemos que, en buena medida, la caída de esa ciudad simbólica en manos de
los cristianos había motivado su primera llegada, menos de un año después de
la conquista cristiana de la ciudad del Tajo.
En ese camino de regreso a Toledo persistieron las desavenencias entre
Alfonso y Rodrigo. Narra la
Historia
que, al llegar a Úbeda, el Campeador
ordenó a los suyos acampar junto al río. Allí mismo, Rodrigo volvió a ser el
foco
de
las
iras
de
Alfonso
VI,
el
cual
le
recibió
en
su
campamento
«ásperamente con airadas y duras palabras y le echó en cara muchas faltas
imaginarias» e «irritado violentamente con él, se encolerizó que planeó y quiso
apresarlo». Rodrigo soportó aquel chaparrón como pudo, «pacientemente»,
pero cuando anocheció abandonó el campamento del monarca «no sin temor»
y se refugió en el suyo. Entonces, «muchos de sus caballeros dejaron a Rodrigo
y se pasaron al campamento del rey» y «abandonando a Rodrigo, su señor,
52
entraron al servicio del rey».
La situación no podía pintar peor para Rodrigo. Algo debió de hacer, o
quizá mejor decir, que enojó sobremanera a un Alfonso VI cuya paciencia ya
había conseguido agotar su vasallo en otras ocasiones. Además, Rodrigo sufría
una merma significativa en el resorte de su poder en Valencia, así como en su
ejército, pues le abandonaban de su servicio ni más ni menos que caballeros,
ese componente bélico que le otorgaba un plus de calidad a sus tropas en el
escenario levantino. ¿Qué pudo ocurrir para que se desatara una vez más la ira
del rey? No hay manera de saberlo con certeza, pero sí podemos suponer, al
menos, dónde residiría la clave de la cólera regia, que no sería otra que la
ciudad de Valencia, codiciada por ambos.
Y es que Rodrigo había alcanzado en dicha región un grado de autonomía
de acción como nunca antes había disfrutado. Aquella taifa, que se presuponía
estaba tutelada por Alfonso VI y la gobernaba nominalmente al-Qádir, al que
había impuesto el emperador leonés, en esos momentos, la administraba,
facto
de
, Rodrigo Díaz y es posible que este reclamara a su monarca vía libre para
erigirse en señor de Valencia. De hecho, había establecido ya los límites de su
potencial señorío al acordar las fronteras septentrionales con Berenguer Ramón
II y al-Mustaín de Zaragoza tras la batalla de Tévar; las meridionales habían
quedado fijadas al término de las negociaciones con los herederos del fallecido
príncipe de Lérida, Tortosa y Denia. Dentro de ese amplio territorio, Rodrigo
había conseguido someter, además de al propio al-Qádir de Valencia, a los
señores
de
Murviedro,
Albarracín,
Alpuente
y
a
otra
serie
de
gobernantes
menores que dominaban fortalezas. Por si eso no era suficiente, había creado
una
estructura
administrativa
y
tributaria
gestionada
por
«mayordomos»
musulmanes y judíos y por el obispo cristiano de la comunidad mozárabe
valenciana, quienes eran defendidos, en ausencia del Campeador y su hueste,
por contingentes musulmanes que permanecerían en la zona con el fin de
asegurar los derechos cidianos. Al frente de toda esa estructura gubernamental
en ausencia de Rodrigo figuraba «Abenalfarax» o Ibn al-Faray, una suerte de
visir nombrado por el Campeador para la gestión del cobro de tributos y la
53
gobernanza de su señorío virtual valenciano.
atribuye,
además,
la
autoría
de
una
Al propio Ibn al-Faray se le
crónica
desaparecida
que
ofrece
informaciones pormenorizadas de los acontecimientos ocurridos en Valencia en
esa época.
Es factible suponer que Rodrigo bien pudo reclamar todo ese espacio para
él, amparándose en aquella posible donación de territorios conquistados a los
musulmanes que le habría hecho Alfonso VI cuando le concedió el perdón tras
su primer destierro. Sin embargo, Alfonso quizá no contemplaba la taifa de
Valencia como «territorios musulmanes», sino que entendía que aquello era un
protectorado suyo, gobernado por un rey impuesto por él y en el que habían
actuado como agentes protectores primero Álvar Fáñez, antes de la batalla de
Zalaqa, y más tarde Rodrigo Díaz, una vez perdonado y reintegrado a su
servicio. Asumiría, por ello, Alfonso que su vasallo estaba llevando demasiado
lejos sus pretensiones soberanistas en Valencia y su territorio, un espacio que
fue considerado propio por el emperador leonés. Tal vez el monarca propuso a
Rodrigo volver a la misma situación en la que estaba cuando actuaba como su
agente y puede que Rodrigo no lo aceptara, sobre todo después de haberse
jugado la vida en la batalla de Tévar, donde había resultado herido de gravedad
y donde había alcanzado acuerdos relevantes con Berenguer Ramón II y los
taifas de Lérida y Zaragoza. Rodrigo quería más y así lo defendió ante un
soberano nada dispuesto a concederle lo que demandaba.
RODRIGO REGRESA A VALENCIA:
HACIA LA CONSOLIDACIÓN DEL SEÑORÍO
VIRTUAL
Sea como fuere, Rodrigo y Alfonso, una vez más, se distanciaron de manera
agria. Alfonso «muy enfurecido se marchó a Toledo con su ejército» y Rodrigo,
por su parte, «se dirigió a Valencia por un difícil camino y allí permaneció
bastantes
días»,
es
posible
que
pasando
revista
a
la
situación
valenciana
y
comprobando cómo había evolucionado durante su ausencia motivada por el
auxilio
prestado
momento,
al
Rodrigo
rey
se
Alfonso
dedicó
al
contra
los
almorávides.
fortalecimiento
y
A
partir
de
ese
consolidación
de
sus
fronteras, pues la mayor amenaza procedía del sur, de una región de Murcia
que estaba siendo dominada por el comandante almorávide Ibn Aisa. Es por
ello que el Campeador centró su atención en la reparación y fortificación de la
abandonada fortaleza de Peña Cadiella, un nido de águilas situado en las
escarpaduras de la sierra de Benicadell, formación montañosa que actúa como
frontera natural entre las actuales provincias de Valencia y Alicante:
En
el
lugar
denominado
Peña
Cadiella
fortificó
un
castillo,
que
habían destruido los sarracenos, con muchos y firmes edificios, lo
rodeó por todas partes con un muro inexpugnable y lo reconstruyó
firmemente.
Protegió
el
mencionado
castillo
con
una
numerosa
guarnición de caballeros y hombres de a pie y con toda clase de
armas. Lo abasteció también abundantemente de gran cantidad de
54
pan, vino y ganados.
El valor estratégico de Peña Cadiella era indudable. Estaba situada en una
posición
desde
la
cual
se
dominaban
los
dos
principales
caminos
que
comunicaban valencia con Denia y Murcia, el que discurría por la costa por
55
Denia y otro interior que pasaba por Alcoy y Játiva.
Desde aquella atalaya se
podían divisar los movimientos del enemigo almorávide cuando este atacase
desde
el
sur.
Dada
esa
relevancia
estratégica,
Rodrigo
se
esforzó
en
la
reconstrucción de la fortaleza, empresa para la que contó con el servicio de
maestros alarifes y obreros valencianos suministrados por al-Qádir, y puso al
mando de aquel castillo a un caballero llamado Martín, que, en adelante, se
56
encargó de dominar cuantos castillos había alrededor de aquella posición.
Cuando aquel bastión meridional, situado en el término municipal actual
de Beniatjar, estuvo fortificado, abastecido y guarnecido Rodrigo puso rumbo
al sector norte, a la zona de Morella. Necesitaba afianzar sus alianzas con alMustaín de Zaragoza y con Sancho Ramírez de Aragón. La necesidad de un
acuerdo de ayuda mutua entre esas tres partes era más urgente que nunca, ya
que los tres compartían un enemigo común almorávide que se hacía fuerte en
el sur, que iba desmantelando y dominando los reinos de taifas y que avanzaba
hacia el norte. Estaba claro que, en aquel escenario, tarde o temprano todos
iban a necesitar de todos.
En Morella celebró con solemnidad la Navidad del año 1091 y fue donde
le visitó un individuo que le prometió entregarle de manera furtiva el castillo
de Borja, próximo a Tudela. Al lugar marchó Rodrigo con sus tropas y allí
recibió a un emisario del rey al-Mustaín que le transmitió la voluntad de su
señor
de
reforzar
las
relaciones
de
paz
porque
se
veía
muy
amenazado
y
presionado por el rey aragonés Sancho Ramírez. Se dirigió entonces con unos
pocos de los suyos a la capital hudí y mantuvo al resto de su hueste acampada
en las cercanías de Borja. Allí mismo, supo que lo que le había comunicado ese
individuo acerca de la entrega del castillo de la localidad no era cierto, pero
prefirió permanecer en las cercanías de Zaragoza, en espera de acontecimientos
e
informaciones.
notables
del
voluntad
y
rey
Entonces
de
amistad
recibió
Zaragoza,
con
su
las
noticias
quienes
rey».
A
le
partir
que
esperaba,
suplicaron
de
ahí,
que
portadas
tuviera
«Mustain
y
por
«buena
Rodrigo
se
57
entrevistaron y firmaron entre ellos una firme paz».
El hábil rey de Zaragoza, amenazado por los avances y la presión que
estaba
ejerciendo
en
sus
fronteras
el
soberano
aragonés
Sancho
Ramírez,
necesitaba más que nunca del servicio de una mesnada potente, de un ejército
del que, a todas luces, carecía. La contrastada hueste del Campeador sumó con
esta nueva alianza sus fuerzas a al-Mustaín y no tardó en movilizarse para
instalarse en la frontera situada entre la taifa de Zaragoza y el reino de Aragón,
en Fraga, concretamente. Sancho Ramírez y su hijo Pedro movieron a sus
efectivos al conocer la acción de los aliados del taifa hudí. Desde Gurrea, el
lugar
donde
emisarios
a
asentaron
Rodrigo
sus
para
reales
los
establecer
aragoneses,
con
él
Sancho
«amistad
y
Ramírez
envió
concordia».
El
Campeador los recibió con honores y buen semblante y comunicó a aquellos
enviados que estaba interesado realmente en mantener con Sancho y Pedro
«amistad y paz». La alianza «indisoluble» de «paz y amistad» entre Rodrigo
Díaz y los reyes de Aragón quedó sellada:
[Rodrigo] En seguida les envió también sus emisarios para que le
comunicaran al rey y a su hijo estas palabras que mostraban sus
deseos de alianza. Avistándose el rey Sancho, su hijo y Rodrigo,
convinieron
firmemente
58
indisolubles.
entre
ellos
amistad
y
paz
con
lazos
Parece que, en el transcurso de aquellas negociaciones, Rodrigo convenció
a Sancho Ramírez y a su hijo Pedro de que firmasen la paz también con alMustaín de Zaragoza. Es posible que el argumento principal esgrimido por el
Campeador fuese la necesidad común que todos tenían de hacer frente a la
tormenta almorávide que se avecinaba y que ya estaba azotando al-Ándalus.
Era el momento de mantenerse unidos ante aquella amenaza procedente del
sur
que
podía
arrasarlos
a
todos.
No
sorprende
que
tras
aquellos
días
de
conversaciones con los monarcas aragoneses Rodrigo fuera recibido de manera
espléndida por al-Mustaín en su corte, en la que permaneció «rodeado de
59
honores bastantes días».
corte
zaragozana
los
Es posible que esa estancia de «bastantes días» en la
aprovechara
para
incrementar
su
hueste,
que
había
experimentado cierta merma por las últimas discusiones que había mantenido
con
Alfonso
proporcionó
VI
durante
también
la
campaña
combatientes,
al
de
Granada.
menos
Sancho
cuarenta
Ramírez
caballeros
le
que
marcharon con él hacia Valencia.
A partir de este episodio, nos encontramos con una notable laguna en la
narración de la Historia Roderici. No sabemos qué información pudo contener
esa parte que no parece que se amputara con premeditación a finales del siglo
XII, momento en el que se compone la versión de la crónica que ha llegado a
nosotros. Las fuentes islámicas nos ayudan, en cierto modo, a cubrir ese vacío,
unos acontecimientos esenciales para conocer la evolución de Rodrigo Díaz. Y
es que mientras el Campeador negociaba paces con Aragón y Zaragoza en
1092, yendo y viniendo de Valencia a Zaragoza, reforzando sus huestes con
contingentes islámicos de esa taifa y caballeros aragoneses, sucedieron hechos
trascendentales que le obligaron a una continua readaptación, a verse obligado
a
veces
a
improvisar,
a
actuar
con
contundencia,
a
desplazarse
muchos
kilómetros para intervenir en otros frentes. El año 1092 constituye un punto
de inflexión en la vida de Rodrigo, un periodo en el que aumentó su nómina
de enemigos declarados contra los que tuvo que actuar con contundencia.
También marcó el tránsito del Rodrigo Díaz gestor de un protectorado a un
Campeador dedicado en cuerpo y alma a la actividad guerrera en la que hubo
de emplearse con intensidad contra esos nuevos adversarios en Valencia y
alrededores.
Por
una
parte,
los
almorávides,
como
era
de
esperar,
que
consiguieron acceder a la ciudad durante una de sus múltiples ausencias, pues
una facción valenciana sublevada que consiguió alzarse con el poder local les
permitió la entrada. Por otra, es ni más ni menos que Alfonso VI el otro
adversario con quien tuvo que vérselas Rodrigo a lo largo de 1092, ya que
intentó
conquistar
Valencia
mediante
un
asedio
que
apoyaban
por
mar
escuadras de las repúblicas de Génova y Pisa.
Rodrigo tuvo que asumir y afrontar esos nuevos retos, sortear o derribar
esos
recientes
obstáculos
que
se
interpusieron
en
el
camino
que
debía
conducirlo a convertirse en señor de Valencia. Desde entonces, se vio la cara
más descarnada, brutal e intensa de un Campeador a quien las circunstancias
obligaron a actuar con astucia, inteligencia y dureza. A lo largo de 1092, el
Rodrigo administrador de un señorío virtual y comandante de una potente
mesnada se transformó en general de un gran ejército que asedió Valencia. Ese
nuevo Rodrigo había asumido que la única opción para lograr su objetivo iba a
ser la insistencia y la persistencia y que si anhelaba convertirse en príncipe de
Valencia tenía que controlar por completo su capital, para hacerse fuerte allí y
resistir en adelante todas las tormentas que se podían desatar con facilidad
sobre él.
Notas
1
Vid. Poema de Mio Cid, 1976, 557-563. El campamento cidiano en Alcocer al que se refiere el
Cantar
ilustra
a
la
perfección
las
medidas
que
distintos
tratados
militares
medievales
recomendaron para la ubicación y defensa de un campamento óptimo. La altura, el potencial
defensivo y la disponibilidad de abastecimientos, en especial de agua, son las características
más aludidas por dichos tratados. Ya desde la Antigüedad tardía el tratadista Flavio Vegecio
planteaba esas recomendaciones al líder militar que quisiera montar un campamento bien
dotado, vid. Vegecio, F. R.: Epitoma Rei Militaris, en Callejas Verdones, M.ª T., 1982, Libro I,
Capítulo XXII, 162. Durante la Edad Media, algunos tratados se inspiraron en la obra de
Vegecio
para
plantear
consejos
similares
a
los
ofrecidos
por
el
tratadista
tardorromano:
Alfonso X: Segunda Partida, Título XXIII, leyes XIX a XXI; Gil de Zamora, J., 1996, 201;
Pseudo Aristóteles, 1957, 56. Acerca de la castrametación en el contexto castellano-leonés de
los siglos XI al XIII, vid. García Fitz, F., 1998, 157-160. Acerca de Poyo del Campo y su
relación con el Cid, vid. Almagro Bach, M., 1956, 613-630.
2
«Después que el rey volvió a Toledo, Rodrigo plantó su campamento en Elche. Allí celebró la
Navidad». Vid. Historia Roderici, 36, 355.
3
Ibid.
4
Ibid., 356.
5
Ibid.
6
Ibid., 346.
7
Ibid., 356.
8
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 893.
9
Vid. Historia Roderici, 37, 356-357.
10
Ibid. 357.
11
Vid. Montaner Frutos, A., 1999, 353-383, p. 363.
12
Vid. Historia Roderici, 37, 357.
13
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 893, 562.. Hemos modernizado el castellano
romance original de la fuente con el fin de facilitar la comprensión del texto.
14
Acerca del fascinante tema de la psicología y sociología del rumor, vid. Allport, G. W. y
Postman, L., 1953; Shibutani, T.,1966.
15
Han
sido
varios
los
estudiosos
que
han
defendido
la
autenticidad
de
esas
cartas,
como
Menéndez Pidal, R., 1947, vol. 1, 379-381, vol. 2, 906-909; Falqué Rey, E., 1981, 123-133.
Fletcher, R., 1999, 166 no habla de su posible autenticidad, pero las utiliza como fuente al
estudiar ese acontecimiento. Martínez Díez (2000, 210), por su parte, también sostiene que
esas cartas serían auténticas. Más recientemente, Francisco Bautista (15 de junio de 2013) ha
defendido la autenticidad de esas cartas en un estudio profundo y bien documentado. En
contra de la autenticidad de esas cartas se sitúan autores como Milija N. Pavlovic y Roger M.
Walker, (1982, 43-45) y Montaner Frutos (2012, 269-298; 2006, 346-350).
16
17
Vid. Historia Roderici, 38, 357-358.
Acerca de la génesis y evolución de las ideas caballerescas en los reinos de León y Castilla, vid.
Porrinas González, D., 2015.
18
Vid. Historia Roderici, 39, 358-359.
19
Vid. Viguera Molins, M.ª J., 2000, 73.
20
Vid. Alvira Cabrer, M., 2002, 259. Para la cuestión de las creencias supersticiosas de los
caballeros medievales de Castilla y León, vid. Martínez Ruiz, B., 1945, 159-167, así como
Porrinas González, D., 2015, vol. I, 567-592, para el caso concreto de la creencia en agüeros
de Rodrigo Díaz vid. 576-577.
21
«Tan pronto como Berenguer y todos los suyos escucharon esta carta, todos a una se llenaron
de una inmensa ira. Después de celebrar consejo, enviaron inmediatamente por la noche
algunos soldados para que subieran a escondidas y tomaran el monte que se elevaba sobre el
campamento
de
Rodrigo,
pensando
atacarlo
desde
allí,
invadirlo
y
tornar
sus
tiendas.
Viniendo así de noche, ocuparon y tornaron aquel monte, sin que Rodrigo lo supiera». Vid.
Historia Roderici, 40, 359.
22
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 895, 563-564.
23
Ibid., 564.
24
Ibid.
25
Vid. Historia Roderici, 40, 359-360.
26
Vid. García Fitz, F., op. cit., 353-366.
27
Acerca de las cuestiones de liderazgo guerrero y la importancia de la implicación personal del
comandante en los combates, con alusiones concretas al ejemplo del Cid Campeador, vid.
Porrinas González, D., 2015, vol. II, 242-251.
28
Vid. Historia Roderici, 40, p. 360.
29
Ibid.
30
Ibid., 361.
31
Vid. Porrinas González, D., 2008, 167-206 y 2015, vol. II, 265 y ss., así como Strickland,
M., 1996, 34-46.
32
Vid. Historia Roderici, 42, 361.
33
Ibid.
34
«Entonces envió a Musta’in, rey de Zaragoza, algunos caballeros con cartas, los cuales le
encontraron en Zaragoza y le entregaron la misiva que llevaban. En esta ciudad hallaron al
conde Berenguer con sus nobles, sentado junto con el mencionado rey. En cuanto supo el
conde que estos mensajeros eran caballeros de Rodrigo, permitió que se acercaran a él y en
seguida les mandó y les encargó que llevaran este mensaje a Rodrigo, diciéndoles: “Saludad
encarecidamente de mi parte a Rodrigo, mi amigo, y no dejéis de decirle que quiero ser un
buen aliado y un socorro seguro en todas sus necesidades”», vid. Historia Roderici, 42, 361.
35
«Sus principales caballeros le dijeron: “¡Qué es esto? ¿Qué mal te hizo alguna vez el conde
Berenguer para que ahora tú no quieras firmar la paz con él? Le tuviste en tu poder, vencido y
dominado, encadenado y cautivo, y le quitaste enérgicamente todas sus posesiones y riquezas
¿y no quieres la paz con él? Pues no se lo pides a él, sino que es él quien te ruega firmar la paz
contigo”. Finalmente hizo caso del consejo de sus nobles caballeros y prometió que firmaría la
paz», vid. Historia Roderici, 42, 361.
36
Ibid.
37
Ibid. La Pascua de Resurrección de ese año cayó en la fecha de 13 de abril de 1091, vid.
Martínez Díez, G., op. cit., 222.
38
Hemos adaptado la cita al castellano actual para facilitar la comprensión de la lectura. El
pasaje original es el siguiente: «Et dessi tornosse essa ora el Çid Roy Diaz pora Valençia. Et
dixo que ell apremiarie a quantos sennores en ell Andaluzia eran, de guisa que todos serien
suyos; et que el rey Rodrigo que fuera sennor dell Andaluzia que non fuera de linnage de reys,
et pero que rey fue et regno, et que assi regnarie ell et que serie el segundo rey Rodrigo», vid.
Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 895, 564.
39
Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 70; Porrinas González, D., 2019.
40
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 896, 565.
41
Ibid.
42
Vid. Bosch Vilá, J., 1990, 146-147.
43
Vid. Abd Allah, 1980, 261 y ss.
44
Ibid., 266-280.
45
Ibid., 280 y ss; Bosch Vilá, J., op. cit., 149 y ss.
46
Vid. Bosch Vilá, J., op. cit., 154.
47
Vid. Ruiz Asencio, J. M., 1990, 348-349, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 235.
48
Vid. Historia Roderici, 44, 362.
49
Ibid., 44 y 45, 362.
50
Ibid., 45, 362.
51
Ibid., 45, 362-363.
52
Ibid., 45, 363.
53
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 896, 564-566.
54
Vid. Historia Roderici, 46, 363. Acerca de esa fortaleza, vid. Navarro Oltra, V. C., 2002, 299329.
55
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 240.
56
Vid. Crónica de Veinte Reyes, 1991, 227; Martínez Díez, G., op. cit., 240.
57
Vid. Historia Roderici, 47, 363-364.
58
Ibid., 48, 364.
59
Ibid.
__________________
*
Abandono de Alcocer. Buenos agüeros. El Cid se asienta en el Poyo, sobre Monreal. Poema del Cid,
según el texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección
Austral, 1970, 46.
6
La conquista de Valencia
Grandes son los gozos – que van por es logar
quando mio Çid gañó a Valençia – e entró en la çibdad.
Los que foron de pie – cavalleros se fazen;
el oro e la plata, – ¿quién vos lo podrie contar?
Todos eran ricos – quantos que allí ha.
Mio Çid don Rodrigo – la quinta mandó tomar,
en el aver monedado – treinta mil marcos le caen,
e los otros averes – ¿quién los podrié contar?
Alegre era el Campeador – con todos los que ha,
quando su seña cabdal – sedié en somo del alcacer.*
1
092 fue para Rodrigo un año de cambios, de contratiempos, de retos.
Pudo comprobar lo frágil que era su dominio de la región valenciana, que
codiciaban los almorávides, pero también su propio rey. Y siguió desterrado,
desvinculado,
por
tanto,
de
Alfonso
VI,
a
quien
no
le
ató
ningún
lazo
feudovasallático en ese tiempo. Hacía unos meses que había dejado pasar una
oportunidad para la reconciliación, durante la campaña andaluza en la que el
Campeador había abandonado sus asuntos valencianos para unir fuerzas a las
del emperador contra los almorávides. Al ser consciente de su soledad, Rodrigo
buscó estrechar alianzas con el rey taifa de Zaragoza y con los soberanos de
Aragón, Sancho Ramírez y su hijo Pedro, quien, este último, a pesar de ser aún
infante,
ya
actuaba
en
algunas
cuestiones
como
gobernante
en
el
reino
aragonés.
En el transcurso de ese año, los almorávides siguieron consolidando su
dominio en al-Ándalus y solo encontraron freno en su avance en el territorio
valenciano dominado por el Campeador, como sostiene Jacinto Bosch Vilá,
uno de los mayores expertos en el tema:
La expansión almorávide en la Península se veía frenada por un
poder fuerte que, sin jurisdicción fija, dominaba, no obstante, en la
región
oriental
de
al-Ándalus.
Era
el
del
Cid
Campeador,
don
Rodrigo Díaz de Vivar, que, exiliado de Castilla, se había erigido en
protector y casi señor de algunos pequeños reinos musulmanes del
Levante. El Cid, de este modo, se adelantaba a los almorávides,
estableciendo
musulmanes
una
del
especie
de
Levante,
barrera
entre
los
defensiva
con
almorávides
y
los
mismos
los
reinos
1
cristianos.
Rodrigo, también en ese año, permaneció algunas temporadas en la taifa
de
Zaragoza,
un
territorio
que
era
lo
más
parecido
a
una
retaguardia
relativamente segura de la que disponer. Aunque controlaba algunos castillos
en los alrededores de Valencia, así como el hecho de que tenía sometidos a
tributo a algunos señores locales, no fue suficiente para lograr que se sintiera
seguro y protegido en un territorio que aún le era hostil, y que lo fue todavía
más cuando el gobierno valenciano cambió de titulares y dio entrada en la
ciudad a una guarnición almorávide. Entonces, los depósitos y almacenes que
con tanto afán había ido llenando en Valencia con el fruto de sus cabalgadas y
extorsiones dejaron de estar disponibles para él y hubo de replantearse nuevas
fórmulas para contar con emplazamientos en los que guardar a buen recaudo
los beneficios de la guerra y la recaudación de tributos.
ALFONSO VI ATACA VALENCIA Y RODRIGO
DÍAZ, CASTILLA
Pero,
antes
de
que
todo
eso
ocurriera,
Rodrigo
debió
hacer
frente
a
otro
poderoso adversario, que no era otro que su propio rey, el emperador Alfonso
VI, quien, en la primavera de 1092, armó un potente ejército para asediar
Valencia. Fue en tal circunstancia cuando todo lo conseguido por Rodrigo en
la región valenciana corrió el mayor peligro de desaparecer. Quizá se trataba de
la materialización del encono que el monarca había mostrado hacia el vasallo
meses
atrás,
cuando
el
Campeador
había
acudido
a
sumarse
a
las
tropas
imperiales en Martos para combatir a los almorávides en Granada. Ya hemos
señalado que es más que posible que el motivo de aquel nuevo enfrentamiento
y desencuentro entre señor y vasallo fuese la voluntad del primero por regresar
a una situación anterior, la de un protectorado valenciano en la que él, Alfonso,
sería el titular, y Rodrigo un mero agente suyo en la zona. A esas alturas,
Rodrigo había realizado progresos en la zona, había ampliado el número de
tributarios en la región y había alcanzado acuerdos de no agresión después de la
batalla de Tévar con su principal rival cristiano, el conde barcelonés Berenguer
Ramón II.
Nunca antes había tenido Rodrigo el camino tan despejado para dominar
Valencia y su entorno, como nunca antes Alfonso había sentido que podría
perder aquel rico reino de manera irreversible. Pero, además, Alfonso tenía
otros
motivos
para
dominar
Valencia
con
efectividad.
Los
almorávides
avanzaban por el sudeste de la Península y habían fijado a esta, precisamente,
como uno de sus objetivos prioritarios. Lo que el monarca hizo fue intentar
controlar
la
ciudad
para
que
constituyera
una
traba
en
aquel
progreso
almorávide que parecía imparable.
Son autores musulmanes quienes nos proveen de la información acerca de
aquel
ataque
de
Alfonso
VI
a
Valencia.
En
contraste,
la
Historia
Roderici
presenta en esa sección del relato una llamativa laguna. Es posible que, en
torno a 1186, la fecha que propone Alberto Montaner para la composición del
manuscrito
de
la
crónica,
los
reelaboradores
de
un
escrito
más
antiguo
amputaran de manera premeditada esa parte de la historia. Aunque no sabemos
qué
motivos
moverían
a
los
montadores
de
esa
versión
que
conocemos
a
prescindir de dicho fragmento. Alfonso VI no es, precisamente, un personaje
bien valorado a lo largo de la crónica, como evidencian algunas percepciones
peyorativas hacia él. El caso es que, de acuerdo con esos cronistas musulmanes
que llenan el vacío informativo que deja la Historia, sabemos que, para asediar
Valencia, el soberano buscó la alianza con el rey Sancho Ramírez de Aragón y
con Berenguer Ramón II de Barcelona. Sin embargo, desconocemos hasta qué
punto Sancho y Berenguer prestaron su apoyo al emperador, puesto que en un
momento
reciente habían
establecido
alianzas
con
Rodrigo
y
el
hecho
de
sumarse a las tropas alfonsinas implicaría el incumplimiento de lo que habían
pactado con el de Vivar. Donde sí acudieron las huestes de uno y otro fue a
asediar
Tortosa,
ya
que
la
operación
que
habían
planteado
entonces
los
cristianos tenía el doble objetivo de conquistar Valencia y Tortosa, con el apoyo
naval de genoveses y pisanos.
Por ello, quienes sí prestaron un apoyo fuerte y decidido a Alfonso fueron
las repúblicas marinas de Génova y Pisa, con el envío de armadas para aislar
Valencia por mar, mientras las mesnadas de Alfonso acometían el bloqueo
terrestre. De esa forma, la ciudad del Turia quedó impermeabilizada y rodeada
por tierra y por mar. Los intereses de Génova y Pisa eran evidentes en la región,
pues, desde hacía décadas, competían con los musulmanes por el control de las
rutas comerciales en el Mediterráneo occidental y puertos como Valencia y
Tortosa
les
mercantil,
dominio
proporcionaban
pues
de
las
en
ellos
rutas
una
podían
oportunidad
fijar
comerciales
bases
que
de
única
para
operaciones
pretendían.
Ibn
su
expansión
estables
para
ūs
al-Kardab
el
relata
aquella acción en los siguientes términos:
Entretanto
Alfonso
aligeró
su
corazón
y
reanimó
su
espíritu,
entonces reclutó [tropas], acopió [provisiones], se preparó y salió
dirigiéndose a sitiar Valencia y asediarla, después que hubo escrito a
[los habitantes de] Génova y Pisa que viniesen a él por mar; como
consecuencia, ellos llegaron en unas cuatrocientas velas. Acrecentóse,
entonces, su deseo de tomarla [junto] con todas las costas de la
Península, porque todos aquellos [que habitaban] en las costas le
tenían miedo; pero Dios, ensalzado sea, metió la contradicción en
sus palabras y permitió su desunión, y, así, sucedió que [Alfonso]
2
hubo de levantar el campo sin haber obtenido beneficio [alguno].
Es ese mismo cronista quien nos informa de la reacción de Rodrigo ante
la embestida de su rey a una ciudad y a una región que ya consideraba propias.
Si Alfonso se apoderaba de Valencia, Rodrigo tendría que renunciar entonces
irremediablemente a su sueño. Pero eso era algo a lo que no estaba dispuesto y,
por tanto, desplegó toda su astucia y su saña para golpear en el corazón del rey
y en el de su propio reino: las tierras de Nájera y La Rioja, donde se hallaba,
además, el señorío de su rival en la corte, el conde García Ordóñez, el «Crespo
de Grañón», aquel a quien había derrotado, apresado y humillado en la batalla
ūs
de Cabra, hacía ya doce años. Vuelve el cronista musulmán al-Kardab
a
proporcionar información acerca de aquella respuesta armada del Campeador,
que ansiaba apartar a toda costa a Alfonso de Valencia «porque la consideraba
de su propiedad»:
Cuando Alfonso bajó contra Valencia, el Campeador se enojó y
montó
en
cólera,
entonces
reclutó
y
reunió
[tropas],
porque
la
consideraba de su propiedad y Al-Qadir en ella su lugarteniente
āmil],
c
[
puesto
que
no
tenía
fuerza
ni
poder
para
su
defensa,
entonces fue en ausencia de él (Alfonso) a Castilla, incendiando y
devastando, y fue esa la más poderosa de las causas en la dispersión
3
de aquella multitud de Valencia.
Es en ese momento preciso cuando la Historia Roderici retoma el relato de
la vida de Rodrigo Díaz. Lo había detenido durante su estancia en la corte de
Zaragoza, «rodeado de grandes honores» y donde permaneció bastantes días,
creemos que para ampliar su número de hombres con contingentes islámicos
de aquella taifa. ¿Aprovecharía Alfonso la ausencia de Rodrigo en Valencia para
atacar? ¿Sería el movimiento de Alfonso lo que provocó el repliegue de Rodrigo
y su estancia en Zaragoza en espera de acontecimientos? Lo ignoramos, pero lo
que sí parece claro es que Rodrigo se valió de Zaragoza como base o plataforma
4
para asaltar comarcas riojanas con una intensidad y furia inauditas.
autor
de
la
Historia
biografiado
y
empleo
epítetos
de
nos
Roderici
presenta
un
censura
y
cuadro
condenatorios
a
critica
el
apocalíptico
un
El propio
comportamiento
en
Campeador
al
el
que
que
incide
siempre
de
en
su
el
había
elogiado. Aquella campaña lanzada por Rodrigo contra La Rioja debió de ser
verdaderamente intensa, devastadora y sangrienta:
Entonces, después de valeroso ataque, tomó Alberite y Logroño. Se
hizo
con
gran
botín
que
provocó
desconsuelo
y
lágrimas,
y
cruelmente sin misericordia alguna incendió todas aquellas tierras
arrasándolas por completo de la manera más dura e impía. Devastó y
destruyó
toda
aquella
región
llevando
a
cabo
feroz
e
inhumano
pillaje y la despojó de todos sus tesoros y riquezas y de todo su botín
que pasó a su poder. Tras alejarse de aquel lugar, llegó con un gran
ejército
al
castillo
llamado
de
Alfaro,
5
valerosamente, y enseguida lo tomó.
contra
el
que
luchó
Figura 29: Escena del Tapiz de Bayeaux, tejido entre 1066 y 1077 en Normandía para conmemorar la
conquista de Inglaterra por parte del duque Guillermo el Bastardo. Dos soldados normandos incendian
una vivienda de la que huyen una mujer y un niño, en una vívida muestra de que tan cruel era la guerra
entre cristianos como entre seguidores de la fe de Cristo y musulmanes.
«provocó desconsuelo y lágrimas», «cruelmente sin misericordia», «de la
manera
más
dura
e
impía»,
«[…]
feroz
e
inhumano
pillaje»…
Estas
construcciones que emplea el cronista para describir las acciones de Rodrigo
llaman la atención por su dureza y también porque son únicas a lo largo de
toda una narración colmada de elogios hacia su figura. ¿Es acaso sensibilidad
cristiana herida? ¿Vínculos con la zona atacada? ¿Empatía hacia una población
6
civil atacada de manera encendida por el Campeador?
No podemos conocer
los motivos de ese cambio de tono en el desarrollo argumental de la
Historia
,
pero lo cierto es que Alfonso VI levantó el bloqueo al que tenía sometida a
Valencia. No sabemos si la retirada del rey se produjo por aquella cabalgada
lanzada por Rodrigo contra tierras de su reino o, como expone otra fuente,
7
porque le faltó el abastecimiento a su hueste.
motivaran el repliegue de Alfonso.
Puede que incluso ambas causas
Mientras tanto, Rodrigo permanecía en tierras de La Rioja, aquellas que
había
arrasado
y
esquilmado
y
que
pertenecían
a
su
adversario,
García
Ordóñez. Fue en el castillo de Alfaro, recién tomado, donde, precisamente,
fueron a visitarlo emisarios del conde Ordóñez y sus parientes, quienes le
instaron a permanecer en el lugar durante siete días porque su señor estaba
dispuesto
a
acudir
allí
para
enfrentarse
con
él
en
una
batalla.
Rodrigo
respondió de manera afirmativa y aseguró al emisario que no se movería del
castillo en el tiempo establecido, así como que lucharía gustoso contra el conde
8
y los suyos.
García
Ordóñez
tenía
sobrados
motivos
para
estar
tremendamente
enojado y dolido. Rodrigo Díaz, el mismo que le había humillado en Cabra en
1079 volvía a cubrirlo de vergüenza, en esta ocasión, al reducir a cenizas parte
de sus dominios y sembrando de muerte y destrucción las tierras que habitaban
sus hombres y mujeres. El deber de todo señor hacia sus súbditos y vasallos era
protegerlos,
defenderlos,
enfrentarse
contra
todo
aquel
que
los
atacara
o
violentara. Ordóñez, que es posible que se encontrara sirviendo a Alfonso VI
en la campaña de Valencia, había fallado, como su propio rey, en aquella
obligación de velar por los suyos y, por ello, reunió una tropa de vasallos y
parientes para dirigirse hacia el lugar donde se encontraba Rodrigo. No es
difícil entender el grado de irritación que tendría un conde que, no obstante, al
final declinó el reto de enfrentarse en campo abierto con quien años atrás ya le
había derrotado, quien, ya por entonces, era célebre por su capacidad para
imponerse a sus adversarios en el peligroso escenario del campo de batalla. La
Historia
relata así ese impulso y retraimiento de García Ordóñez:
El conde García Ordóñez reunió a todos sus parientes y a todos los
poderosos
territorio
nobles
y
príncipes
comprendido
desde
que
la
dominaban
ciudad
en
llamada
todo
Zamora
aquel
hasta
Pamplona. Después de reunir un inmenso e innumerable ejército de
caballeros e infantes, el mencionado conde llegó con tal hueste al
lugar conocido por el nombre de Alberite. Pero en cuanto llegó,
sintiendo
pánico
y
temiendo
sobremanera
entablar
combate
con
Rodrigo, aterrado se volvió sin vacilación con su ejército desde este
lugar a su tierra.
Pero el conde no asumió el reto y es normal que no lo hiciera. Dada su
situación, era mucho lo que podía perder y relativamente poco lo que ganar. El
daño ya estaba hecho y, aunque derrotase a Rodrigo, eso no iba a devolver la
vida a los inocentes que habían muerto en la cabalgada cidiana, los campos no
florecerían y el oprobio sufrido no se olvidaría. Así, ordenó volver grupas.
9
Rodrigo permaneció inmutable en el lugar acordado.
Había vuelto a triunfar
y, con aquella acción, había confirmado la inquina personal que le provocaba
García Ordóñez. El autor de la Historia plantea que, en realidad, ese fue el
verdadero
motivo
que
había
llevado
a
Rodrigo
a
lanzar
aquella
cabalgada
devastadora, una cuestión de «enemistad» hacia el conde Ordóñez. En la época,
la inimicitia, la enemistad, no era una cuestión menor, sino un sentimiento de
odio
profundo
y
visceral
sustentado
en
el
agravio
sufrido,
en
un
rencor
enconado que llamaba a la venganza. Puede que Rodrigo culpara a Ordóñez
del tratamiento que Alfonso VI había dado a su persona, porque el conde era
uno
de
los
confianza.
10
vasallos
principales
del
emperador,
uno
de
sus
hombres
de
La argumentación de la Historia es simplista, pero merece que la
reproduzcamos:
En
Calahorra
y
en
toda
la
región
que
Rodrigo
había
saqueado
dominaba el conde García, enemigo de Rodrigo, en nombre del rey
Alfonso. Entonces por la enemistad que sentía hacia el conde y para
deshonrarlo
Rodrigo
incendió
aquellas
tierras
objetivos
que
y
las
devastó,
11
asolándolas casi por completo.
Rodrigo
había
conseguido
los
perseguía
con
aquella
campaña aniquiladora contra tierras riojanas. Había logrado apartar a Alfonso
VI de Valencia y, de paso, había humillado, una vez más, a su «enemigo»,
García
Ordóñez.
Mas
los
sobresaltos
no
habían
terminado
ahí,
en
aquel
intenso año de 1092. Tras el relato de la cabalgada contra tierras de La Rioja, la
Historia
Roderici
vuelve
a
mostrar
una
nueva
laguna
argumental
que
interrumpe su discurso de manera abrupta. Retoma la narración situando al
protagonista
de
nuevo
en
la
corte
de
Zaragoza,
la
misma
que
había
abandonado, es posible que con un ejército nutrido de efectivos musulmanes, a
arrasar las tierras de García Ordóñez. Nos muestra el cronista a un Rodrigo
rodeado de honores en Zaragoza, establecido allí por un tiempo y vendimiando
12
viñas que no pertenecían a al-Mustaín para su propio provecho.
Fue camino de Valencia cuando tuvo noticia de que los almorávides
habían conseguido entrar en la ciudad. Supuso un auténtico mazazo para el
Campeador. Ocupado en otros asuntos que lo apremiaban, se había ausentado
de su señorío virtual valenciano y los enemigos de al-Qádir y los propios
13
norteafricanos habían aprovechado la ocasión para dominar Valencia.
Había
intentado
hecho
proteger
su
dominio
en
construcción,
pero
eso
le
había
desandar un trecho considerable, pues aquello cambiaba el orden que había
establecido. Desde ese momento, Rodrigo debió jugar a una especie de todo o
nada.
RODRIGO PIERDE VALENCIA, LOS
ALMORÁVIDES ENTRAN EN LA CIUDAD Y ALQÁDIR ES ASESINADO. UN ORDEN NUEVO
CONTRA EL QUE LUCHAR
Durante las faltas de Rodrigo, fueron muchas las cosas que cambiaron en
Valencia. Quizá la ausencia más importante fue aquella que el cronista Ibn
Idari, basándose en la crónica del contemporáneo Ibn Alqama, sitúa entre
principios de septiembre y principios de octubre de 1092. Ese mismo cronista
retrata, con trazos breves y concisos, la situación en la que se encontraba
Valencia, sometida al Campeador, y donde al-Qádir, presunto gobernante, no
contaba con más fuerza que aquella que le otorgaba Rodrigo, el cual disponía
de una suerte de retaguardia en la taifa de Zaragoza de donde le proveían de
abastecimientos y puede que también de tropas.
Al-Mustaín no renunció a su aspiración de dominar Valencia y entendió
que aquel que podría concedérsela sería, precisamente, Rodrigo. Tal vez el
Campeador estaba jugando con el taifa de Zaragoza una partida ambigua, por
un lado, al prometerle, quizá, el dominio de la ciudad del Turia a cambio de
ejercer allí un tipo de gobernanza en su nombre; y, por otro, reclamarle los
efectivos y recursos necesarios para conseguirlo. Rodrigo iba a seguir su propia
hoja de ruta y se iba a aprovechar todo lo posible de contingentes y capitales
proporcionados por el príncipe hudí. Ibn Idari relata, pues, transmitiendo la
narración coetánea de Ibn Alqama, que:
El
tirano
Rodrigo,
Kambiyatūr),
sobre
ella.
el
cristiano,
llamado
el
(al-
Campeador
tenía agarrada por el cuello a Valencia, haciendo alto
Impuso
tributo
a
su
población,
expoliando
ciudad
y
ā
campo. Debilitado se hallaba su despreciable rey [al-Q dir] […], que
mantenía próximo [al Campeador], para ser respetado gracias a él,
pero éste le tenía acosado y el maldito le depuso, aunque siguió hasta
que Dios dispuso la muerte que le tenía decretada. También el señor
de
Zaragoza,
Ibn
ū
H d,
enviaba
provisiones
a
Rodrigo
y
a
sus
compañeros cristianos, ayudándole con anticipos y dirigiendo algaras
a
diestro
y
siniestro,
de
lo
cual
resultó
lo
que
más
adelante
su
ausencia
14
mencionaremos.
La
ciudad
sometida
administradores,
conocemos
por
a
por
quienes
otras
Rodrigo
Ibn
Idari
versiones
la
no
dirigían
pone
posteriores
en
nombres,
de
la
pero
crónica
sus
a
quienes
del
testigo
contemporáneo Ibn Alqama. Lo que sí nos muestra Ibn Idari es esa ventana de
oportunidad que se le abrió a la facción contraria a al-Qádir, nutrida por un
grupo
de
notables
valencianos
que
se
valieron
de
esa
última
falta
del
Campeador para asestar un golpe de mano y hacerse con el gobierno de la
ciudad. Ese lapso, como decíamos más arriba, debemos situarlo en el mes de
septiembre
del
año
15
1092.
Fue
entonces,
si
no
antes,
cuando
un
ala
de
Valencia, encabezada por el cadí Ibn Yahhaf, el magistrado Ibn Wáyib y otras
eminencias, se puso en contacto con el comandante almorávide, el cual, entre
finales del año 1091 y principios de 1092, había conseguido dominar Murcia y
tomar la fortaleza cristiana de Aledo y que, con posterioridad, había seguido
progresando y había incorporado a sus dominios núcleos importantes como
16
Denia, Játiva y Alcira.
Figura 30: Relieve del del monasterio de San Juan de la Peña (Huesca) que representa un castillo o el
acceso fortificado a una ciudad. Obsérvese el arco de herradura de la puerta y las almenas que coronan la
muralla. Siglos XI-XII.
Ibn Aisa envió a Valencia una pequeña hueste comandada por Ibn Nasr.
Entonces, los partidarios de al-Qádir decidieron poner a buen recaudo a sus
familiares y pertenencias en castillos de los alrededores. Parecía claro que, con
las últimas noticias, Valencia se había convertido en una ciudad insegura. El
propio al-Qádir trasladó a algunos de sus familiares a los castillos de Segorbe y
Olocau, gobernados por dos de sus caídes, Ibn Yasin e Ibn Hudayda. Los
hombres que tenía Rodrigo en Valencia también abandonaron la ciudad y lo
mismo hizo al-Qádir, a quien, no obstante, mandó buscar el cadí Ibn Yahhaf,
el nuevo hombre fuerte en Valencia:
De
inmediato,
huyeron
los
hombres
de
Rodrigo,
de
entre
los
cristianos que estaban en ella. El cadí y los alfaquíes salieron al
Ā’iša, y le introdujeron en
la ciudad, de donde escapó también al-Qādir, hacia una casa mísera,
pero Ibn Ŷahhāf lo hizo buscar, hasta que fue encontrado la noche
encuentro de Ibn Nasr, enviado por Ibn
c
del viernes, 7 días antes del fin de ramadán / 28 de octubre de
17
1092.
¿Quiénes eran esos hombres del Campeador que huyeron de Valencia
cuando llegaron los almorávides? El más importante de ellos era Ibn al-Faray,
Abenalfarax
en
los
escritos
romances,
vid.
(
Capítulo
5)
que
ejercía
como
«mayordomo» de Rodrigo en Valencia, un alguacil encargado de gestionar el
cobro de los tributos que se le debían a su señor. Por tal actividad era un
personaje bastante impopular en Valencia y odiado, en especial, por la facción
proalmorávide
encabezada
por
Ibn
Yahhaf.
Cuando
Rodrigo
se
ausentaba,
dejaba una guarnición de guerreros cristianos para defender sus intereses, así
como un obispo cristiano que había sido designado por Alfonso VI. Reforzó,
además, a dichos guerreros con cuarenta caballeros aragoneses de los que se
encargaba
un
«mandadero»
del
rey
de
Aragón,
Sancho
Ramírez.
Fue
precisamente Abenalfarax quien ayudó a al-Qádir a desalojar a sus familiares de
Valencia y a enviar sus tesoros a los castillos de Segorbe y Olocau, para lo que
utilizó numerosas bestias de carga. Ambos, Abenalfarax y al-Qádir decidieron
reforzar
la
defensa
del
alcázar
valenciano
con
peones
y
ballesteros
y
rápidamente enviaron mensajeros a Rodrigo, que se encontraba en Zaragoza,
para
notificarle
las
inquietantes
novedades
que
se
estaban
produciendo
en
Valencia. Todos estos movimientos y agitaciones se prolongaron durante veinte
18
días.
La
hueste
almorávide
enviada
por
el
comandante
Ibn
Aisa
era,
en
realidad, poco numerosa, apenas de veinte hombres. Otros veinte caballeros
proporcionados por el tenente del castillo de Alcira se sumaron, disfrazados de
almorávides,
a
esa
exigua
tropa
norteafricana
que
se
dirigía
a
Valencia.
Abenalfarax y al-Qádir habían reaccionado de forma adecuada ante las noticias
que les llegaban; habían cerrado todas las puertas de la ciudad y situado en las
murallas a peones y ballesteros. Pero el fuego de la insurgencia provocado y
propagado por el cadí Ibn Yahhaf generó los efectos deseados y un grupo de
insurgentes valencianos facilitó a los almorávides la entrada en la ciudad, para
lo que prendieron fuego a alguna de sus puertas y les lanzaron sogas desde
ciertos puntos de la muralla para que pudieran escalar y acceder al interior,
19
donde los acogieron y protegieron.
Al-Qádir
era
consciente
de
que
su
vida
corría
un
grave
peligro.
Sus
enemigos habían triunfado y la clave de su éxito había sido, precisamente, la
insurgencia que había organizado y logrado consolidar la facción contraria a su
gobierno, tutelado por Rodrigo Díaz. Consiguió escapar del alcázar disfrazado
de mujer y refugiarse en una casa donde, previamente, había ocultado a su
harén. Mientras, los insurgentes valencianos habían logrado introducir en el
alcázar de Valencia a Ibn Nasr, caudillo del contingente almorávide. La facción
triunfante se lanzó entonces al saqueo de las casas de los partidarios de al-Qádir
y asaltaron a quienes custodiaban puntos relevantes en la defensa de la ciudad.
En el transcurso de esas acciones mataron a un cristiano que custodiaba una de
las puertas y a un musulmán de Santa María de Albarracín que defendía una de
20
las torres de la muralla.
Ibn Yahhaf tenía todo planeado, sabía a quiénes tenía que interceptar.
Consiguió apresar al mayordomo de Rodrigo, Abenalfarax, pero le causó un
considerable enojo comprobar que ese reo gozaba del apoyo y respaldo de una
parte de la población valenciana, porque procedía de una buena familia de
caídes, «hombres sabios y muy ricos». Centró entonces todos sus esfuerzos en
localizar a al-Qádir, un extranjero que carecía de redes familiares y clientelares
en la ciudad y de quien le constaba, asimismo, que había huido con un valioso
tesoro, un aljófar único que no se podía encontrar en ninguna otra parte,
además de muchos rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas, así como una
arqueta llena de oro y de todas esas otras riquezas. Se decía, incluso, que alQádir poseía entre sus bienes una sarta de piedras preciosas y de aljófares como
nunca un rey había tenido y que, al parecer, había pertenecido ni más ni menos
que a Zobayda, esposa del gran Harún al-Rashid, antiguo califa de Bagdad.
Todo ello incendió y excitó la codicia de Ibn Yahhaf, por lo que, una vez
capturado el monarca, dispuso guardas día y noche para que observaran todos
los posibles movimientos del cautivo. Ordenó a los suyos asesinarlo de noche, y
así
se
hizo.
Cuando
se
hizo
la
oscuridad,
los
hombres
de
Ibn
Yahhaf
decapitaron a al-Qádir, arrojaron la cabeza a una ciénaga cercana a la casa
donde se había refugiado y se apoderaron de su extraordinario tesoro. A la
mañana siguiente, el cuerpo decapitado del rey fue llevado fuera de la ciudad
envuelto en una manta vieja y arrojado a una fosa en la que descansaban los
camellos, donde le enterraron sin mortaja, como si se tratase de un hombre
21
vil.
Ibn Idari, valiéndose de crónicas del tiempo de los sucesos narrados,
proporciona
trataba
de
incluso
un
joven
la
identidad
del
perteneciente
a
individuo
los
que
Banu
asesinó
al-Hadidi,
a
al-Qádir;
procedentes
se
de
22
Toledo.
A partir de ese momento, Ibn Yahhaf empezó a comportarse y a actuar
como un auténtico rey y ordenaba guarnecer y proteger sus propiedades con
guardas. Se rodeó de un grupo de fieles y de escribanos de su confianza para
que redactaran sus cartas. Cabalgaba por la ciudad en compañía de caballeros y
«monteros»
que
configuraban
23
multitudes que lo aclamaban.
su
guardia
personal
y
se
daba
baños
de
Ibn Idari relata que el cadí adoptó «actitudes
soberanas» al articular un ejército regular a cuyos integrantes asignó pagas.
Mostraba la «arrogancia de los arráeces» y la «altivez de los reyes», «celebraba
consejos rodeado de visires, alfaquíes y dignatarios, con servidores ante él, y
cuando
salía
a
caballo,
le
precedían
servidores
y
lanceros
y
le
seguían
24
soldados, y sus paniaguados salían a su encuentro con invocaciones y loas».
los
Las noticias de esas acciones llegaron al Campeador. Las portaban los
sirvientes y eunucos («castrados») que habían conseguido escapar y refugiarse
en
el
castillo
de
Juballa,
acompañados
por
un
primo
de
Abenalfarax,
el
mayordomo de Rodrigo, apresado por Ibn Yahhaf. Aquel castillo, por entonces,
estaba en manos de un hombre que procedía de la taifa de Albarracín y los
refugiados fueron recibidos por un judío que actuaba allí como almojarife. Un
grupo de los fieles de al-Qádir que consiguió escapar se dirigió hacia Zaragoza
y relató al Campeador todo lo que había sucedido en Valencia durante su
25
ausencia.
RODRIGO DÍAZ CONTRA VALENCIA
Rodrigo
reaccionó
ante
aquellas
nuevas
dirigiéndose
de
inmediato
hacia
Juballa, el castillo donde, como acabamos de mencionar, se había refugiado
una parte de sus seguidores. Puso cerco a la fortaleza, situada, recordemos, a
unos 15 kilómetros de Valencia en línea recta. Allí, se le unieron todos aquellos
que habían apoyado al rey al-Qádir, pues le habían prometido que le servirían
hasta la muerte. Al fin y al cabo, eran los damnificados principales de la
sublevación de Ibn Yahhaf y de sus partidarios almoravidistas.
Afirma la Historia Roderici que, de no haber actuado el Cid con tanta
presteza, aquellos «pueblos bárbaros hubieran ocupado toda la Hispania hasta
26
Zaragoza y Lérida, y la hubiesen sometido totalmente a los almorávides».
Desde esa posición de Juballa, Rodrigo envió una agria carta al cadí Ibn Yahhaf
en la que le reprochaba la manera de haber acabado con la vida de al-Qádir, su
rey, y el enterramiento indigno que le había dado. Al final de la misma le
demandaba el «pan», entiéndase cereal y otros suministros, que había dejado en
Valencia en su «almacén». El cadí valenciano no tardó en responderle que ese
cereal había sido robado en su totalidad mientras se producían los disturbios
que había sufrido Valencia y que, en consecuencia, había desaparecido. Le
comunicaba,
además,
que
la
ciudad
pertenecía
ahora
al
señor
de
los
almorávides y que él no era más que un mero intermediario. Eso último no era
cierto, pero así quería presentarse Ibn Yahhaf ante el Campeador, como un
27
interlocutor entre Rodrigo y el señor de los almorávides.
La respuesta enojó
sobremanera al Cid y, por ello, volvió a enviar otra carta a Ibn Yahhaf, esta vez
cargada de amenazas, en la que le juraba que no descansaría hasta causarle
cuanto mal pudiera y hasta que consiguiera vengar la muerte del monarca de
28
Valencia.
No debía contar Rodrigo con el contratiempo de la desaparición de sus
víveres
almacenados
en
Valencia,
necesarios
para
el
abastecimiento
de
sus
huestes. Es por ello que, tras el envío de la última misiva a Ibn Yahhaf,
despachó emisarios a los castillos de los alrededores con la orden de que le
entregaran suministros para su contingente y amenazaba con expulsar de sus
lugares a todo aquel que se negara a su mandato o se demorase en cumplirlo.
Nadie le llevó la contraria salvo Aboeça Abenlupón, el señor de Murviedro,
quien, al verse ante la deshonra si se plegaba a las órdenes del Campeador,
decidió entregar sus castillos al señor de Albarracín. Entre la muerte y el
deshonor, Abenlupón eligió una tercera vía, la de lavarse las manos con la
29
entrega de sus fortalezas a un tercero.
Todos
muerte
de
Valencia,
estos
acontecimientos
al-Qádir.
un
nuevo
En
ese
poder
sucedieron
lapso,
se
Rodrigo
había
veintiséis
había
instalado
en
días
después
perdido
ella
y
el
sus
de
control
la
de
provisiones
almacenadas habían desaparecido. No tenía en la zona otra cosa que tributarios
que
permanecían
bajo
su
dominio
y
una
reputación
de
no
andarse
con
contemplaciones. Tal vez fue esa fama de implacable la razón por la que no
tardó en recibir la visita de Abd al-Málik ibn Razin, señor de Santa María de
Albarracín, un príncipe, ya anciano, que gobernaba aquella taifa montañosa y
estratégica. Lo encontró en el asedio a Juballa y llegó con él a un acuerdo: se
comprometía a dejar que Rodrigo vendiese y comprase en sus castillos, así
como a entregarle suministros, a cambio de que el Campeador no atacase sus
tierras o sus castillos y de que no le hiciese la guerra. Con ello, esos castillos en
los que Ibn Razin le permitiría comerciar y almacenar los frutos de la guerra de
rapiña eran lo más parecido a una base de operaciones en la zona con la que
Rodrigo podía contar. Para que el acuerdo fuese firme y estable se firmaron
30
cartas entre ambos.
A partir de entonces, resuelto el problema de intendencia que debía de
preocuparlo, Rodrigo intensificó su acción guerrera contra los alrededores de
Valencia. Ni de día ni de noche cesaban sus escuadrones de lanzar cabalgadas a
diestro y siniestro, de robar y apresar, aunque el Campeador ordenaba respetar
la vida de los labradores, pues resultaban imprescindibles para el sustento de su
hueste:
Enviaba el Cid sus algaras que corriesen a Valencia dos veces al día,
unos por la mañana y otros por la noche, y robaban los ganados y
apresaban a cuantos hallaban, salvo a los labradores, porque el Cid
había ordenado jurar a los suyos, caballeros, adalides y almocadenes,
que no harían mal alguno a los labradores, sino que les halagarían y
animarían para que continuaran con su trabajo, de tal forma que
cuando
fuese
31
alimentarse.
la
época
de
recoger
la
cosecha
tendrían
con
qué
Mientras
perentorio
tanto,
para
él
Rodrigo
disponer
seguía
de
una
manteniendo
base
de
Juballa
operaciones
bajo
asedio.
estable
Era
cercana
a
Valencia y aquella fortaleza reunía las características necesarias para convertirse
en su cuartel general. Había conseguido impermeabilizarla por completo y
bloquearla,
así
como
impedir
las
entradas
y
salidas.
De
momento,
tenía
garantizado el abastecimiento de los suyos gracias a las ganancias obtenidas en
las operaciones de saqueo que habían desplegado en torno a Valencia, y que se
trasladaban al campamento de asedio de Juballa; los excedentes se enviaban a
Murviedro
para
venderlos.
De
esa
forma,
Rodrigo
se
aseguraba
el
32
mantenimiento de su hueste.
En el interior de Valencia, Ibn Yahhaf, por su parte, alimentaba a sus
tropas, unos 300 hombres entre valencianos, almorávides y gentes de Denia,
con los productos que Rodrigo había almacenado con anterioridad. Mantenía
al alcaide de los almorávides al margen de sus decisiones y manejos, algo que
molestaba a una familia noble, los hijos de Abuegib (Ibn Wáyib), quienes se
unieron a los almorávides en contra de Ibn Yahhaf. Se observaban con recelo,
la situación era tensa. De forma esporádica, esos caballeros asalariados de Ibn
Yahhaf emprendían salidas contra los hombres del Cid y mataban a bastantes
de estos, por lo que, en consecuencia, se daban situaciones de llanto y duelo en
33
el interior de Valencia.
Rodrigo
seguía
esquilmando
sin
cesar
las
34
cabalgadas que lanzaba mañana, tarde y noche.
tierras
valencianas
con
En una de ellas, consiguió
capturar al alcaide de Alcalá y le torturó hasta que consiguió arrancarle los 10
000
maravedíes
que
le
reclamaba
por
su
libertad.
También
logró
que
ese
cautivo le entregara las casas que poseía dentro de la ciudad, llamadas «casas de
Ayaya», de tal forma que si Valencia caía en sus manos, pasarían a ser de su
35
propiedad.
Las luchas alcanzaban, pues, una alta intensidad en las cercanías
de la ciudad y la mayor obsesión de Rodrigo era la presencia de la guarnición
almorávide
en
su
interior.
Centraba
sus
esfuerzos
en
expulsar
a
los
norteafricanos de allí, ya que era consciente de que habían establecido una
cabeza de puente, lo que incrementaba de forma exponencial las posibilidades
de que Valencia fuese, en el futuro, dominada por ellos por completo y de que
la integraran en un imperio que no dejaba de extenderse por la península
ibérica. Si eso ocurría, el Cid tendría que renunciar a sus aspiraciones de
convertirse en señor de Valencia, pues sabía que no era lo mismo enfrentarse y
negociar con andalusíes que hacerlo con aquellos guerreros rudos y fanáticos
procedentes del Magreb.
Cuando el Campeador supo de la rivalidad existente entre Ibn Yahhaf y la
coalición formada por los hijos de Abuegib y los almorávides, decidió explotar
esas hostilidades entre facciones para su propio provecho. Vio en ello una
posibilidad para que los norteafricanos fueran expulsados de Valencia y, por
tanto, buscó la manera de atraerse a Ibn Yahhaf. Para conseguirlo, contacto con
él y le propuso convertirle en el verdadero señor de Valencia, de la misma
forma que lo había sido al-Qádir, a cambio de que expulsara a los almorávides
de la ciudad. Si esa condición se cumplía, Ibn Yahhaf sería el rey de Valencia y
contaría con la ayuda de Rodrigo para mantenerse en el trono, del mismo
modo que había hecho con al-Qádir. Un testigo de la época lo refiere en los
siguientes términos:
Concibió esperanzas el Campeador de sacar a los almorávides de
Valencia. Ibn
Ŷahhāf
les consideraba una carga, y, aunque se servía
de ellos, ellos se lo notaron. El Campeador propuso entonces a Ibn
Ŷahhāf
que los expulsara, que él seguiría ocupando la realeza, y que
ī
con él desempeñaría el mismo papel que tuvo con Ibn D
protegiendo su territorio y combatiendo por él. E [Ibn
ū
l-N n,
Ŷahhāf ] esto
36
apetecía.
Rodrigo estaba convencido de que esa proposición iba a despertar la
ambición
del
cadí,
como
así
fue.
Ibn
Yahhaf
pidió
consejo
acerca
de
ese
negocio a Ibn al-Faray, el mayordomo musulmán del Campeador, a quien
seguía manteniendo encarcelado y quien no dudó en asegurarle que lo que más
le convenía en aquellos momentos era buscar el amor de su señor Rodrigo.
Empezó
entonces
Ibn
Yahhaf
a
menguar
la
despensa
que
daba
a
los
almorávides, con el argumento de que no podía entregarles más de cuanto les
daba. El alcaide de Denia, por su parte, enviaba cartas a Ibn Yahhaf para
solicitarle
riquezas
que
enviar
más
allá
del
mar
a
Yúsuf,
emir
de
los
almorávides, para que este pudiera organizar un gran ejército con el que acudir
37
a Valencia y expulsar de sus inmediaciones al Campeador.
Ibn Yahhaf hizo acopio de riquezas y las ocultó para hacérselas llegar a
Yúsuf a través de mensajeros. Esos emisarios eran hombres ilustres de Valencia
y con ellos envió también a Ibn al-Faray. Salieron todos de Valencia con mucho
sigilo, procurando que el Campeador no los descubriera. Pero Ibn al-Faray
buscó
la
forma
riquezas
de
de
que
manera
Rodrigo
encubierta
supiera
al
que
emir
de
Ibn
los
Yahhaf
estaba
almorávides.
enviando
Cuando
el
Campeador tuvo noticia de tal cosa, envió a algunos de sus caballeros a seguir
el rastro de los emisarios de Ibn Yahhaf para que les arrebataran todo cuanto
transportaban. Agradeció en gran medida a Ibn al-Faray aquel servicio prestado
38
y le prometió bienes y mercedes en el futuro.
Por las mismas fechas, el alcaide de Juballa rindió la fortaleza a Rodrigo, el
cual, tras dejar allí a su propio alcaide, se dirigió a Valencia con el grueso de su
mesnada
hasta
la
aldea
de
Derramada,
donde
ordenó
quemar
todas
las
viviendas que fuesen propiedad de Ibn Yahhaf y su familia. Mandó, además,
prender fuego a los molinos y los barcos que estaban fondeados en el río y
segar las cosechas para su beneficio. Rodeó la localidad por todas partes y
derribó cuantas torres y casas albergaba y ordenó, asimismo, trasladar toda la
madera y la piedra a Juballa para construir una sólida villa en torno a la
39
fortaleza que, en fecha reciente, había sido entregada a su poder.
Roderici
La
Historia
, fuente más parca en informaciones de estos acontecimientos que las
crónicas islámicas, relata que Juballa pronto empezó a mostrar el aspecto de
una ciudad fortificada:
En el mismo lugar construyó y pobló una ciudad y la rodeó y
protegió
con
fortificaciones
y
torres
muy
fuertes;
para
poblarla
vinieron muchos de las ciudades de alrededor y se establecieron en
40
ella.
Esa base de operaciones y cuartel general que, como ya hemos apuntado
más arriba, tanto necesitaba Rodrigo Díaz iba tomando forma poco a poco. A
partir de ese momento, él y sus hombres disfrutaron de una posición segura y
ello se tradujo en una intensificación de sus embestidas contra Valencia, no ya
con razias devastadoras, sino golpeando directamente los arrabales de la ciudad.
Todos esos acontecimientos referidos con anterioridad tuvieron lugar en la
primera mitad del año 1093 y fue a mediados de ese mismo año, en verano,
cuando Rodrigo Díaz llevó a cabo una lucha más aguda contra Valencia, en un
intento de que los propios valencianos desalojaran de allí a los almorávides. En
ese empeño hostilizó tanto que consiguió hacerse con el control de algunos
arrabales aledaños.
La conquista de arrabales y la salida de los almorávides de Valencia (verano de
1093)
Rodrigo
se
encontraba
concentrado
en
fortificar
y
poblar
su
fortaleza
de
Juballa, recientemente ganada. Allí fueron a encontrarlo sesenta caballeros que
el príncipe al-Mustaín de Zaragoza enviaba cargados de riquezas con las que
liberar prisioneros que el Campeador apresaba en sus operaciones de guerra
contra Valencia. Lo hacía por el bien de su alma y por limpiar su conciencia,
pues, al fin y al cabo, había sido soporte y ayuda de un líder cristiano que
atacaba
y
violentaba
a
musulmanes.
Pero
el
taifa
de
Zaragoza
no
solo
despachaba aquella comitiva liderada por un alguacil por cuestiones piadosas.
Su intención era intentar pescar en río revuelto al haber dado instrucciones al
líder de aquel contingente para que hiciera lo posible por entrevistarse con Ibn
Yahhaf y conseguir que este le entregara Valencia. Sin embargo, tras reunirse el
alguacil de Zaragoza con Ibn Yahhaf y el líder de los almorávides, no logró
colmar los deseos de su rey.
Dos
días
después
de
la
llegada
del
alguacil
zaragozano
y
sus
sesenta
caballeros, Rodrigo y sus hombres acometieron contra el arrabal de Villanueva.
Lo
asaltaron
y
entraron
en
él
a
viva
fuerza,
«matando
a
muchos
moros
andaluces y almorávides», robando cuanto hallaban y derribando las casas.
Rodrigo ordenó, de nuevo, que toda la madera de las viviendas derruidas fuese
transportada a Juballa para proseguir con las labores de fortificación de su base
operativa. Tomó el control de aquel arrabal y dispuso guardias en el lugar para
41
que los musulmanes no pudiesen recuperarlo.
Unos días más tarde, mandó
golpear otro arrabal valenciano, esta vez el de Alcudia. Un gran número de sus
habitantes se unió para impedir el asalto, pero las huestes lideradas por el
Campeador
cargaron
y
mataron
a
muchos
de
ellos.
En
aquella
acción,
el
caballo de Rodrigo tropezó y cayó al suelo, pero recobró la montura y empezó
a herir y a matar con mucha furia, con lo que quedaron «los moros muy
42
espantados por aquella mortandad».
El Campeador había ideado un plan
para ganar una de las puertas de la ciudad. Había dividido en dos cuerpos a sus
hombres. Con uno de esos cuerpos, que comandaría él mismo, atacaría de
frente a los defensores del arrabal para concentrar allí efectivos enemigos. El
otro escuadrón asaltaría la puerta de Alcántara para dejar libre el acceso al resto
de la hueste. De aquella forma, el Campeador podría conquistar Valencia. Pero
los que embistieron contra la puerta de Alcántara se encontraron con una tenaz
resistencia que tal vez no se esperaban: una horda de mujeres y niños que les
lanzó una lluvia de piedras desde las murallas y que, gracias a ello, logró
43
contenerlos.
Los musulmanes valencianos fueron tomando conciencia de que estaban
siendo
atacados,
por
ello,
numerosos
caballeros
salieron
a
combatir
a
los
cristianos y lucharon contra ellos cerca del río y junto a uno de los puentes del
Turia. Aquellos enfrentamientos se prolongaron durante toda la mañana y se
produjo una enorme masacre entre los musulmanes que batallaban contra los
cristianos. Tras un breve repliegue para reorganizarse, Rodrigo volvió a cargar
con los suyos contra aquel arrabal de Alcudia. Sus habitantes, ante la certeza de
que el enemigo acabaría entrando, suplicaron «¡Paz!, ¡paz!» y el Campeador se
la aseguró después de dialogar con algunos hombres de buena disposición de
Alcudia
que
salieron
a
negociar
con
él
las
condiciones
de
una
rendición.
Solicitaron, básicamente, seguridad a cambio de la entrega del arrabal y esta
quedó asegurada por el propio Rodrigo, el cual se hizo con el control del
arrabal aquella misma noche. Dispuso guardias y advirtió de que cortaría la
44
cabeza a todo aquel que violentase a la población del barrio rendido.
Al día siguiente convocó a los habitantes de Alcudia. Prometió y aseguró
que no haría nada perjudicial contra ellos, determinó que podían continuar
con sus trabajos y labores como lo habían hecho hasta ese momento y les
informó de que debían entregarle, únicamente, la décima parte (diezmo) de su
producción, tal y como establecía la ley islámica. Nombró a un almojarife
musulmán, de nombre Abenabduz, para garantizar sus derechos y recaudar las
rentas. Aquel tesorero cidiano desempeñó en este arrabal las mismas funciones
que había ejercido en Valencia el fiel Ibn al-Faray. Gracias a la implementación
de estas medidas, Rodrigo Díaz consiguió que aquel arrabal se convirtiera en
una especie de ciudad favorable a sus intereses. Proporcionaba seguridad en las
entradas
y
salidas
de
quienes
allí
habitaban
y
pronto
lo
convirtió
en
un
45
próspero mercado donde podían comprarse y venderse distintas mercancías.
Mientras esto tenía lugar en un sector de los extramuros más inmediatos,
en el interior de Valencia se vivían momentos de tensión. La población estaba
arrepentida de no haber aceptado la propuesta que les había ofrecido el alguacil
del
rey
de
Zaragoza.
Sin
duda,
las
escenas
acaecidas
en
los
arrabales
de
Villanueva y Alcudia, presenciadas o conocidas por los valencianos, habían
llenado de espanto sus corazones. La guarnición almorávide tenía cada vez más
claro que se encontraba aislada en medio de un polvorín que podía estallar en
cualquier momento, y sufría, además, la merma de rentas que, hasta entonces,
habían recibido de Ibn Yahhaf. El cadí y Rodrigo mantenían conversaciones en
secreto. Ante esa situación, buena parte del pueblo de Valencia se reunió con
los almorávides y los guerreros, deliberaron entre ellos e infirieron que lo mejor
era
entenderse
con
el
Campeador.
Es
por
ello
que
enviaron
comunicar
a
Rodrigo que querían avenirse con él; la respuesta del Campeador fue que
estaría dispuesto siempre y cuando los almorávides abandonasen la ciudad, que
esa era su condición, y era innegociable. Los norteafricanos aceptaron de buen
grado marcharse de allí, al fin y al cabo, eran pocos y estaban solos y les pareció
una salida más que aceptable en su situación. Rodrigo, además, exigió a Ibn
Yahhaf el pago de las rentas que solía percibir antes de que estallara aquella
«guerra», que se le abonó junto con los atrasos. El arrabal de Alcudia que había
ganado
seguiría
en
su
poder,
así
como
Juballa,
donde
permanecerían
sus
hombres mientras él habitase en tierras de Valencia. Todos estos acuerdos,
aceptados por las dos partes, fueron puestos por escrito y firmados. A los
almorávides que se marchaban les proporcionó una escolta de caballeros para
que
pudieran
abandonar
Valencia
con
seguridad
y
hasta
que
estuvieran
a
46
salvo.
RODRIGO RECOBRA EL SEÑORÍO VIRTUAL.
RESULTA HERIDO EN ALBARRACÍN
Tal y como habían acordado, Rodrigo y sus huestes se retiraron a Juballa y solo
dejaron en el arrabal de Alcudia a algunos de sus sirvientes y a su almojarife
musulmán. Ibn Yahhaf, por su parte, buscaba la manera de pagar al Cid lo que
le
debía,
al
tiempo
que
acordaba
con
los
alcaides
de
los
castillos
que
circundaban Valencia la percepción del diezmo de sus rentas. Como era el
tiempo de la cosecha, su mayordomo eligió hombres para que actuaran como
tasadores y receptores de lo cosechado en sus almacenes (alfolís) y designó a un
mayordomo mayor que haría de supervisor de todos ellos, además de otros dos
almojarifes
y
un
escribano.
Mientras
tanto,
Rodrigo
supo
que
una
hueste
almorávide se dirigía hacia Valencia y cavilaba sin cesar cómo podría detenerla.
Envió emisarios a Ibn Yahhaf para pedirle que hiciera lo posible por estorbar la
llegada de los norteafricanos, en tanto que el propio Rodrigo se comprometía a
dar el máximo para que los almorávides no se apoderasen de Valencia. El cadí
contactó con dos adelantados, uno que tenía en Játiva y otro en el castillo de
Corbera, para que juraran apoyarlo contra los almorávides, lo cual quedó así
47
establecido.
El tenente del castillo de Alcira, llamado «Abenmaymon», no quiso rendir
fidelidad a Ibn Yahhaf y declinó sumarse a ese pacto contra los almorávides.
Cuando Rodrigo tuvo noticia de aquello, se lanzó a impulsar razias contra las
tierras alcireñas, acampó cerca de ellas y esquilmó su territorio con fuerza y
segó las cosechas para transportar el fruto a Juballa, que se había convertido ya
en «gran ciudad con torres y con iglesia», situada en muy buen lugar. Es donde
Rodrigo,
como
sabemos,
tenía
almacenados
el
cereal
y
otros
víveres
y
pertrechos que fluían sin cesar en recuas hacia aquel cuartel general cidiano. La
población estaba sorprendida por la rapidez con la que el Campeador había
convertido aquel pequeño castillo en una ciudad próspera, dinámica y bien
abastecida
y
por
cómo
la
había
transformado
en
la
base
de
operaciones
adecuada para conquistar Valencia, su objetivo final; había de dar lo mejor de
48
sí para que los almorávides jamás pudieran controlarla.
Figura 31: Capitel del palacio de los reyes de Navarra en Estella (Navarra), labrado por el maestro
Martón de Logroño a finales del siglo XII. La escena muestra el choque entre un caballero cristiano y un
musulmán, identificados por una inscripción incisa que nos da sus nombres: Roldán y Ferragut. La
leyenda del combate entre Roldán, sobrino de Carlomagno, y el gigante Ferragut, de la estirpe de Goliat,
está recogida en la Historia Karoli Magni et Rotholandi, del Codex Calixtinus. Ambos caballeros se cubren
con cota de malla, pero los distinguen sus escudos: uno de cometa, ornado con una cruz, para Roldán, y
una adarga circular para Ferragut. Izquierda: la pugna entre Roldán y Ferragut se prolongó durante toda
una jornada y en este detalle de la esquina del mismo capitel vemos cómo luchan ya a pie. Ferragut
empuña una maza y, al habérsele caído la cofia de malla, se aprecia su salvaje rostro.
Mientras Rodrigo insistía contra las tierras de Alcira, Abd al-Málik ibn
Razin,
uno
de
sus
tributarios,
entabló
relaciones
con
Sancho
Ramírez
de
Aragón, el cual le entregó como prenda por el pacto suscrito el castillo de
Coalba. Puede que las intenciones ocultas del señor de Albarracín fueran las de
aprovechar la situación inestable de Valencia para, con ayuda militar de Sancho
49
Ramírez, poder dominarla para su propio provecho.
Rodrigo, al conocerlo, se
sintió
había
traicionado,
pues
el
príncipe
de
Albarracín
convenido
con
él
tratados que habían sido consignados por escrito. Por ello, en septiembre de
1093, Rodrigo puso en marcha parte de su maquinaria bélica para castigar a
aquel vasallo insumiso. Mantuvo en estricto secreto el objetivo que iba a atacar,
es
posible
que
porque
entre
sus
huestes
figuraban
algunos
guerreros
procedentes de la taifa de Albarracín. El Cid acostumbraba a exigir tributos a
sus sometidos no solo en forma de dinero, sino también en especie y en
hombres armados. Así, movilizó a sus guerreros sin transmitir más datos de los
estrictamente necesarios para que no hubiese posibilidad alguna de que sus
planes
fueran
descubiertos
o
anticipados
por
Ibn
Razin
a
través
de
algún
50
informador o desertor.
El
Campeador
relámpago
en
el
planificó
que
el
la
factor
campaña
sorpresa
y
como
la
una
suerte
contundencia
de
ataque
constituirían
elementos fundamentales. Ocultos entre la oscuridad de la noche, él y sus
hombres penetraron en las tierras de la taifa de Albarracín y acamparon en un
lugar
llamado
Fuente
Llana.
Los
habitantes
de
aquella
región
estaban
confiados, como si fuera un día cualquiera, sin temor a un asalto. Antes de que
pudieran
reaccionar,
y
valiéndose
de
ese
factor
sorpresa,
Rodrigo
organizó
cabalgadas rápidas por aquellas tierras que robaron todo lo posible e hicieron
acopio de un gran botín, especialmente de ganados tales como vacas, ovejas y
yeguas, así como consiguieron apresar a muchas mujeres y mozos, cosechar
todo fruto posible y ordenar, una vez más, trasladar toda esa ingente ganancia
hacia Juballa. Un testimonio islámico recuperado por las crónicas de Alfonso
X, de la segunda mitad del siglo XIII, afirma que «tanto era aquello que allí
robaron que se llenó Juballa y Valencia y todo su término, de tanto ganado y
51
tantos cautivos como se llevaron».
Rodrigo participaba en persona en aquella razia devastadora y coordinaba
las embestidas. Cerca de Santa María de Albarracín, le sorprendió un golpe que
le lanzaron doce caballeros musulmanes, quienes explotaron que se encontraba
aislado y acompañado por muy pocos de los suyos. Quizá esa acción la había
concebido el anciano y astuto Ibn Razin como una operación especial para
acabar con la vida del Campeador y eliminar a un enemigo tan insidioso.
Rodrigo luchó con bravura contra aquellos diestros jinetes y consiguió matar a
dos, aunque uno de ellos le malhirió al propinarle una lanzada en la garganta y
sus hombres creyeron que moriría a causa de la herida. Aquellos caballeros
musulmanes lograron, además, aniquilar a dos de los guerreros de Rodrigo, que
52
permaneció herido y convaleciente «bien tres meses».
Una vez más, se nos muestra a un Rodrigo Díaz activo en el combate,
desempeñando el rol de caballero y no solo ya el de comandante de sus tropas.
Hasta tal punto se implicaba en la lucha que, en ocasiones, resultaba herido.
Esta fue la segunda vez que le infligían una herida de gravedad en el transcurso
vid
de un enfrentamiento. La anterior había sido durante la batalla de Tévar (
.
Capítulo 5), cuando quedó magullado y lacerado tras caer de su montura. Es
posible que, en esa ocasión, no fuera pesadamente armado, con cofia y loriga,
para ganar velocidad y agilidad a lomos de su caballo. Tal vez no contaba con
que el señor de Albarracín tuviera preparado un escuadrón para ir directamente
contra él y capturarlo o matarlo. Había estado a punto de suceder, pero a
Rodrigo
siempre
le
acompañó
la
suerte
en
los
enfrentamientos,
aunque
53
resultara lesionado de gravedad en algunos de ellos.
EL CONTRAATAQUE ALMORÁVIDE CONTRA
VALENCIA
Todavía se encontraba Rodrigo en tierras de Albarracín cuando le comunicaron
noticias
alarmantes
de
Ibn
Yahhaf,
las
cuales
le
alertaban
de
una
movilización de los almorávides en el sur, concretamente en Lorca. La
Roderici
,
con
su
laconismo
habitual
al
referir
los
asuntos
gran
Historia
valencianos
Campeador, expone que:
[…] los habitantes de Valencia tuvieron la seguridad de que el gran
ejército almorávide de Yusuf venía en su auxilio para socorrerlos y
liberarlos del señorío de Rodrigo. Inmediatamente rompieron los
pactos hechos con Rodrigo y se declararon rebeldes y adversarios
del
suyos, no guardando fidelidad a lo pactado. Al conocer esto, Rodrigo
asedió Valencia de nuevo con todas sus energías y la atacó por todas
partes con fuerte y encarnizado combate. Se sabe que la ciudad
54
padeció una terrible y fuerte hambre.
La
biografía
cidiana
adelanta
acontecimientos
que
sucederán
más
adelante. Antes del «encarnizado combate» contra Valencia y el hambre que
padecieron sus habitantes habrían de ocurrir otros hechos relevantes. Y es que
testimonios musulmanes coetáneos recogidos por las crónicas de Alfonso X y
Sancho IV nos dicen que, después de abandonar las tierras de Albarracín,
Rodrigo se desplazó con su hueste hasta Juballa, donde fueron a visitarlo los
alcaides de Játiva y Corbera acompañados por Ibn Yahhaf. Esto ocurrió, según
Martínez Díez, en los primeros días de diciembre de 1093. Renovaron allí los
pactos de ayuda mutua contra los almorávides y redactaron una carta que
enviaron al caudillo del ejército norteafricano. En ella, se le informaba a líder
almorávide de que el Campeador contaba con el apoyo de Sancho Ramírez y
de que si quería marchar contra Valencia, tendría que enfrentarse a «8000
caballeros
cubiertos
de
hierro»
–expresión
habitual
empleada
por
cronistas
islámicos para referirse a los caballeros cristianos pesadamente armados–, «de
55
los mejores guerreros del mundo».
El Cid, aún convaleciente, pidió a Ibn Yahhaf que le cediese una huerta
cercana a Valencia, que pertenecía a «Abenabdalhazis», para poder pasar en ella
algunos días con unos cuantos hombres de su mesnada. El grueso de su hueste
permanecería acampada en Rayosa (actual barrio valenciano de La Raiosa, en el
sudoeste de la ciudad). Los motivos de esta solicitud serían, al menos, dos. Por
una parte, buscaría el Campeador un lugar alejado de la insalubridad de un
campamento
garganta
desplegar
para
durante
una
la
cabalgada
acción
almorávides
que
Campeador
que
consentimiento
recuperarse
Ibn
en
la
habría
por
completo
lanzada
propagandística
Yahhaf
de
se
contra
al
entregado
su
la
igual
cadí
lanzada
Albarracín.
encaminada
encontraba
ellos,
de
mejor
que
los
aquella
a
recibida
Por
hacer
en
la
otra,
creer
al
la
quería
a
los
compañía
del
valencianos,
huerta
en
líder
con
cuyo
cristiano.
Rodrigo intentaría de aquel modo impedir que los norteafricanos golpearan, al
hacerles creer que reinaba la armonía entre él y la población de Valencia. Ibn
Yahhaf, que entendió la guerra psicológica que pretendía hacer el Campeador a
56
los almorávides, accedió a entregarle la huerta que le requería.
El Cid se comprometió a no entrar en el terreno hasta que le abriesen una
puerta en un lugar llamado El Quejigal, pues los accesos al mismo eran lugares
estrechos
y
calles
angostas,
ideales
para
que
pudiesen
tenderlo
alguna
emboscada. Ibn Yahhaf pidió a sus caballeros y a sus domésticos que le abrieran
a Rodrigo aquel paso, ya que iba a ser su huésped en un día señalado. El cadí
valenciano le preparó muy bien una de las casas que albergaba aquella huerta y
dispuso ricos ropajes en los estrados, juncos recién cortados en los suelos de los
corrales y suculentos manjares sobre las mesas. Pero, durante toda la jornada,
Rodrigo, cauteloso como era, no compareció y trasladó sus excusas por la
noche.
Quería
comprobar
cómo
encajaban
los
valencianos
aquello
y
qué
reacciones mostraban, ya que suponía que estos se quejarían, como así fue. De
hecho,
se
lamentaron
con
amargura
a
los
hijos
de
Abuegib
y
quisieron
sublevarse contra Ibn Yahhaf, pero no osaron hacerlo por miedo al Campeador,
con quien no deseaban más desamor del que ya de por sí le profesaban. Temían
que los saquearía y que destruiría todas las posesiones que acumulaban fuera de
57
la ciudad.
Almusafes: la batalla que no fue
Transcurría el invierno de 1093-1094 y el ataque almorávide a Valencia parecía
cada vez más evidente y cercano. Los valencianos estaban esperanzados ante la
posibilidad de que esa ofensiva se materializase y les liberase del yugo al que les
tenía sometidos el Campeador. Martínez Díez sitúa en estas fechas el inicio de
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lo que él llama «segundo asedio de Valencia».
Y, ciertamente, algo cambió a
partir de ese momento en la actitud del Cid hacia Valencia y los valencianos.
Como hemos visto, si algo le preocupaba de forma recurrente era la posibilidad
de
que
los
almorávides
se
hicieran
con
el
control
de
la
ciudad,
una
contingencia que parecía, en aquellos días, más factible que nunca.
Apenas unos días después de que Ibn Yahhaf engalanara la vivienda de la
huerta
en
la
que
se
iba
a
instalar
el
Campeador,
este
se
presentó
allí
de
improviso con algunos de sus hombres y se apoderó, también, de todo el
arrabal que la circundaba. Se dio una convivencia pacífica entre cristianos y
musulmanes, pues, en palabras de un autor islámico de este tiempo, «allí vivían
los cristianos con los moros y los moros vivían seguros con los cristianos de
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manera que no se enojaban de ellos».
Llegaron
noticias
de
que
el
ejército
almorávide
que
se
encontraba
acantonado hasta entonces en Lorca se estaba desplazando hacia Murcia y que,
tras haberse recuperado su líder de una enfermedad, se dirigían hacia Valencia.
Las nuevas dieron esperanzas a los hijos de Abuegib y a la mayoría de los
valencianos, al mismo tiempo que aterrorizaron a Ibn Yahhaf, cuya reacción
fue manifestar que había entregado aquella huerta al Campeador solo por unos
días, que se desvincularía de él y que dejaría de recaudarle tributos porque en
realidad quería ser como uno de ellos. Las gentes no lo creyeron y se fueron
hacia los hijos de Abuegib a voz en grito, entregándose a ellos, asegurando que
obedecerían sus mandatos e instrucciones y que seguirían sus consejos. Se
pusieron de acuerdo para cerrar todas las puertas de la ciudad y vigilar las
murallas. Ibn Yahhaf, al observar todos aquellos movimientos y revuelos, dejó
de hacer cuanto solía y se rodeó fuertemente de guardaespaldas por temor a
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una insurgencia y a convertirse en el foco de las iras de los valencianos.
A partir de ahí, el Campeador agudizó su guerra contra Valencia mientras
recibía noticias de que el contingente almorávide se encontraba ya en Játiva.
Aquello
también
norteafricanos
alegró
todas
sus
a
unos
valencianos
esperanzas
para
que
salir
tenían
del
depositadas
aprieto
al
que
en
los
estaban
sometidos. La respuesta de Rodrigo Díaz fue abandonar la huerta y reunirse
con su hueste en Rayosa, donde se instaló mientras meditaba si permanecer allí
o desplazarse. Al final, decidió quedarse y ordenó derribar todos los puentes del
Turia, romper los diques para que la vega que se encontraba entre su posición y
el punto de llegada de los almorávides quedase anegada y lodosa para intentar
dificultar su avance en la medida de lo posible. Únicamente podrían llegar a la
posición
por
donde
se
encontraba
Rodrigo
si
transitaban
por
un
lugar
61
estrecho.
Ocupado
en
esas
tareas
le
comunicaron
que
los
almorávides
se
encontraban ya en Alcira, lo cual aumentó el contento de los valencianos, que
salieron a las torres y los muros a otear el horizonte y ser testigos de la llegada
de los norteafricanos. Cuando cayó la noche, pudieron observar el mar de
hogueras en el que se había convertido su campamento, que se encontraba
situado en un lugar llamado «Baçer». Los de Valencia comenzaron a rogar a
Dios que los socorriera mediante aquel ejército salvador. Acordaron entre ellos
que cuando llegasen los almorávides y se enfrentaran al Campeador iban a
servirse de la confusión para saquear el campamento cidiano. Pero a Rodrigo
volvió a sonreírle la suerte una vez más, pues esa noche cayó un diluvio como
no se recordaba. Cuando amaneció, los valencianos registraron desde las torres
de nuevo para distinguir las banderas y estandartes almorávides y, al no ver
nada, cundió entre ellos el desánimo y la desolación. En esa situación de
incertidumbre supieron que los norteafricanos habían decidido no llegar hasta
Valencia
y
que
se
habían
retirado
a
sus
posiciones
anteriores.
La
lluvia
torrencial caída durante la noche, y la inundación de la vega ordenada por el
Campeador, no solo los había frenado, sino que también los había ahuyentado.
Los valencianos se dieron por muertos y se tambaleaban por la ciudad como si
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estuviesen beodos, desesperados y atemorizados.
Entonces, los cristianos se aproximaron a las murallas de la ciudad entre
grandes voces, insultando a los valencianos, llamándoles falsos, traidores y
renegados, impeliéndoles a que entregaran la villa al Campeador porque no
podrían escapar. La preocupación entre la población era mucha, porque se
inició una escalada de subida de precios de productos básicos que no hizo sino
aumentar durante los meses siguientes. En ese invierno de 1093-1094, Rodrigo
Díaz comenzó un asedio a Valencia intenso y, en ocasiones, sangriento y atroz.
EL CAMPEADOR ASEDIA VALENCIA
(DICIEMBRE DE 1093-JUNIO DE 1094)
Rodrigo Díaz sabía que, tras el diluvio caído en Almusafes, los almorávides
regresarían a apartarlo de allí más pronto que tarde. Los valencianos habían
demostrado sus deseos de que los norteafricanos se enfrentasen a él y le alejaran
de allí. Aquella noche invernal, los elementos se habían alineado a su favor,
pero la próxima vez tal vez ese aliado inesperado no estuviera de su parte y
tendría que jugárselo todo contra aquellos guerreros desconocidos y bravos en
el campo de batalla. Es por ello que, desde ese momento, Rodrigo hizo todo lo
posible por conquistar Valencia y no se iba a conformar solo con tenerla
sometida a tributo y cobrar rentas de ella. El tiempo apremiaba a Rodrigo y él
empezó a apremiar firmemente a Valencia con el cierre de sus accesos y no
permitiendo que nadie entrase o saliese de ella. En enero de 1094, el bloqueo
total a la urbe ya estaba completado y en el interior empezaron a dispararse los
precios
de
productos
básicos
como
el
trigo,
la
cebada,
el
panizo
y
otras
legumbres, el aceite, la miel, las algarrobas, el queso y la carne de carnero y de
vaca.
Cuando el Cid tuvo la certeza de que los almorávides no iban a regresar,
retornó a la casa de la huerta y ordenó a los suyos saquear los arrabales de la
ciudad. Ante aquellas acometidas, los habitantes de los arrabales huyeron al
interior de Valencia con sus familias y con todos los bienes que pudieron salvar
del
expolio.
Algunos
musulmanes
de
la
ciudad
aprovecharon
la
confusión
generada y se sumaron al saqueo de los arrabales, en especial de las viviendas
más cercanas a las murallas. Tal fue el robo que no quedó en aquellos arrabales
nada que pudiera resultarle provechoso a nadie. Rodrigo ordenó demoler y
allanar todas las casas que había allí y solo se salvaron de la destrucción aquellas
que
podían
defenderse
con
flechas
desde
las
murallas.
Lo
que
no
podían
derruir por el día lo destruían por la noche a base de incendios y algunos
musulmanes salían cuando podían para introducir dentro de la ciudad toda la
madera posible. Cuando todo quedó arrasado, los cristianos socavaron los
suelos de las casas de los arrabales y hallaron allí silos de trigo que el Cid
ordenó vaciar y llevar a su hueste. Una vez que los arrabales fueron destruidos,
pudo Rodrigo acercarse más a la villa, cercarla por completo y combatirla a
diario. Algunos musulmanes salían a luchar contra los hombres del Cid con
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lanzas y espadas.
Los valencianos, en ese apremio, recibieron cartas de Ibn Aisa en las que
el líder almorávide aseguraba que no se habían retirado porque tuvieran miedo,
sino por las considerables lluvias que habían caído, lo cual había dificultado de
manera notable el abastecimiento de sus huestes. Asimismo, confortaba a los
habitantes de Valencia afirmando que volverían a socorrerlos y a sacarlos de
aquel aprieto en el que se encontraban, para lo que les pedía que resistieran al
máximo al enemigo en espera de su llegada. Mientras tanto, los precios de los
alimentos seguían subiendo.
Contrainsurgencia e insurgencia:
armas psicológicas al servicio del Campeador
Aquellos que vivían en el arrabal de Alcudia, que pertenecía al Campeador,
disfrutaban de seguridad tanto en sus bienes como en ellos mismos. Además,
tenían
arrabal
garantizado
se
había
el
abastecimiento
convertido
en
un
de
productos
floreciente
a
buen
mercado
al
precio,
que
pues
acudían
el
a
comprar y vender gentes procedentes de los alrededores de Valencia, gracias a
lo cual sus habitantes se enriquecían. Rodrigo aplicaba allí justicia siguiendo
escrupulosamente la ley islámica («ley de los moros») y se mostraba respetuoso
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con la población.
Desplegaba con habilidad una política de contrainsurgencia
y propaganda que nada tenía que envidiar a políticas similares desarrolladas por
potencias militares occidentales durante los siglos XX y XXI, que consisten en
«vender» a la población rebelde o insurgente las virtudes de un modelo de
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gobierno ideal y justo para, de ese modo, «ganar corazones y mentes».
No fue
esta la única vez que el Cid puso en práctica medidas contrainsurgentes para
dominar a una parte, al menos, de una población hostil hacia su persona y
hacia su gobierno, más adelante volveremos a verlo como un gobernante astuto
que explotaba un recurso militar tan valioso y elástico como es la mente
humana, sus anhelos y miedos, sus angustias y deseos.
Entretanto, recibió noticias procedentes de Denia que aseguraban que los
almorávides
habían
regresado
a
sus
tierras
y
que
no
volverían
para
salvar
Valencia. Al conocer esto, varios tenientes de castillos de los alrededores de la
ciudad del Turia acudieron al Campeador con actitud humilde, rindiéndole
pleitesía, poniéndose a su servicio y demandando su protección. Rodrigo les
dio seguridad para transitar por los caminos, lo cual permitió que las rentas
siguieran aumentando. Aprovechó además para solicitar a los gobernantes de
fortalezas ballesteros y peones que le ayudarían a pelear por Valencia. Muchos
guerreros, pertrechados con sus propias armas, acudieron a servir a Rodrigo y,
así, la ciudad quedó aún más rodeada, bloqueada y hostigada. Se combatía a
diario y ya nadie se atrevía a salir de aquella ciudad sitiada. Una situación de
aprieto y miedo que hizo cundir la desesperación entre los valencianos. Uno de
ellos, un poeta y sabio llamado Alhuacaxi, recitó unos versos fatalistas desde lo
alto de una torre. En esa elegía patética hablaba de Valencia como un ser vivo a
quien le habían sobrevenido muchos quebrantos y se encontraba cercana a la
muerte. Elogiaba las venturas y virtudes de una urbe ahora en horas bajas por
sus pecados y su soberbia. Lo que antaño en ella era esplendor y belleza,
hogaño era suciedad, cieno, fealdad… la otrora fertilidad de sus huertas se
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había transformado en desierto, fuego y devastación.
Las palabras de aquel sabio alfaquí provocaron las lágrimas en muchos
valencianos,
que
mantuvieron
un
imponente
duelo
silencioso.
Parecía
que
aquella situación tan solo complacía a Ibn Yahhaf, porque los de Valencia le
habían arrebatado el poder para dárselo a los hijos de Ibn Wáyib (Abuegib), la
facción contraria a él. Aunque esa tesitura pronto cambió y los valencianos
decidieron retornar el poder al cadí, pues entendían que quizá fuera el único
que mostraba capacidad para negociar con Rodrigo Díaz. De hecho, el cadí no
tardó en entablar negociaciones con el Campeador; le propuso abonarle las
parias tradicionales a cambio de que cesase las hostilidades. Rodrigo aseguró
que retomarían su amistad con la condición de que expulsaran de la ciudad a
los hijos de Ibn Wáyib y a todos aquellos que los apoyaban. Como había
ocurrido con anterioridad, cuando se encontraba en el lugar la guarnición
almorávide
y
Rodrigo
había
empleado
la
insurgencia
como
arma
para
el
sometimiento de Valencia, puso en práctica esa táctica para aproximarse en
persona a las murallas de la ciudad y proclamar a los valencianos que mientras
fuesen gobernados por los hijos de Abuegib no habría paz para ellos, pues todo
el mal que habían soportado hasta el momento había sido culpa de aquellos
cabecillas y sus seguidores. Del mismo modo que no iba a cesar su fuerza bélica
mientras siguieran gobernados por aquella facción y mientras no devolvieran el
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mando de la ciudad a Ibn Yahhaf.
La semilla de la discordia insurgente sembrada por el discurso de Rodrigo
pronto germinó. Ibn Yahhaf, al verse respaldado por el Campeador y un sector
de la población, organizó un pequeño ejército de caballeros y peones, dirigido
por Atecorni, para apresar a Abuegib. Este se refugió en la casa de un alfaquí,
que estaba bien fortificada y disponía de adarve. Mucha «gente menuda» se
sumó a aquel tumulto, los ánimos estaban caldeados, prendieron fuego a las
puertas del adarve, quitaron las tejas y penetraron en el interior por el tejado,
saqueándola y capturando a Abuegib, que fue conducido a prisión. También
apresaron a todos sus parientes y se los llevaron a Rodrigo Díaz al arrabal de
Alcudia. A la mañana siguiente, Ibn Yahhaf se reunió con el Campeador en la
glera
valenciana,
donde
fue
recibido
por
el
obispo,
los
principales
lugartenientes del Cid y un grupo de caballeros. Honraron en extremo a Ibn
Yahhaf y le llevaron a las dependencias de Rodrigo en la huerta de Villanueva.
Este le recibió con honores y regalos y sintió cierta decepción por el hecho de
que el cadí valenciano había concurrido sin llevarle ningún presente, consciente
como era de que custodiaba el tesoro que había arrebatado a al-Qádir. Se
retiraron
a
hablar
a
un
lugar
privado,
donde
el
cadí
fue
instado
por
el
castellano a empezar a vestir como un rey, pues ya podía considerarse como tal,
y donde quedaron establecidas las condiciones de un nuevo acuerdo. Según ese
pacto, Ibn Yahhaf debía dejar las rentas de Valencia, tanto las de dentro de la
ciudad
como
las
de
fuera,
en
manos
del
Campeador,
a
quien
tenía
que
nombrar almojarife y permitirle residir dentro de la villa para administrar y
supervisar personalmente el cobro de esas rentas. El cadí aceptó las condiciones
y se comprometió a regresar al día siguiente con documentos redactados para
que fuesen firmados por ambas partes y el acuerdo fuese más estable. Pero
Rodrigo exigió que el cadí le entregase a su hijo, que permanecería en Juballa
68
como garantía de que lo pactado se cumpliría.
Ibn Yahhaf regresó al interior de la ciudad triste y apesadumbrado. Se
arrepentía profundamente de haber expulsado a los almorávides y se sentía
engañado y estafado. Al día siguiente, como no comparecía, Rodrigo ordenó ir
a buscarlo para firmar los acuerdos que habían establecido verbalmente. Ibn
Yahhaf envió decir a Rodrigo que jamás, y por nada del mundo, le entregaría a
su hijo como rehén. Al Campeador le enojó aquel giro en la voluntad del cadí
y ordenó redactar una carta para él cargada de amenazas. A partir de entonces,
el desamor entre los dos fue grande e intenso y Rodrigo honró mucho a
Abuegib y a sus parientes y les procuró cuanto necesitaban e incluso les dio
tratamiento de huéspedes honoríficos. De alguna manera, Ibn Yahhaf había
ganado aquella partida, pues, desde ese momento, había quedado como único
gobernante de Valencia al haber sido neutralizada y expulsada la principal
69
facción contraria a su gobierno.
Mientras tanto, los precios de los alimentos seguían aumentando y se
llegó a una situación en la que ya no había otra carne que no fuese la de las
bestias,
al
precio
de
8
maravedís
cada
libra
de
ella.
Fallecieron
por
aquel
entonces tres figuras principales de Valencia, de los hombres más sabios y de
mejor talante que residían en ella. El Cid estaba cada día más cerca de las
murallas y cada vez apretaba más la garganta de la ciudad. Ibn Yahhaf, por su
parte, se mostraba altivo y desdeñoso hacia sus súbditos. Cuando alguien le
presentaba
alguna
queja
o
reclamación
era
denostado
y
maltratado.
Vivía
apartado del resto de la población, como un auténtico rey, se comportaba
como un príncipe taifa, rodeado de músicos, poetas, maestros y doctores,
discutía
cuestiones
como
quién
era
más
elocuente
y
gozaba
de
apetitosos
placeres mientras la población padecía los estragos del hambre. Para seguir
disfrutando
de
ese
modo
de
vida
principesco,
Ibn
Yahhaf
aumentaba
las
exigencias a sus súbditos y se incautaba de las posesiones de aquellos que caían
fulminados por el hambre y la desnutrición. Los que se negaban a satisfacer sus
demandas eran apresados y azotados. Y los precios de los víveres prosiguieron
su escala ascendente hasta que no quedó ni tan siquiera carne de las bestias de
carga; si alguien podía conseguirla de forma clandestina era al elevado coste de
70
6 dineros (dirhams) de plata.
El Campeador ordena un asalto y el hambre actúa desde dentro
Los cristianos se acercaron tanto a la ciudad que podían arrojar piedras al
interior solo con las manos. Rodrigo entendió que aquel momento podía ser
propicio para intentar un asalto a viva fuerza contra las murallas. Para ello,
ordenó construir una máquina de guerra («ingenio») y enclavarla cerca de una
de las puertas para conseguir infligir daños cuantiosos a los valencianos. Los
defensores respondieron fabricando otro ingenio que destruyó la máquina de
guerra cidiana. Y mientras, la escasez, la penuria y el hambre minaban más a
los valencianos que cualquier trabuco o catapulta que pudiese construir y
emplear
la
hueste
que
los
asediaba.
El
precio
de
los
escasos
alimentos
se
duplicaba cada día que pasaba y algunos de ellos no podían encontrarse ni
pagando todo el oro del mundo. Los sectores más humildes fueron los que
soportaron con mayor gravedad aquella hambruna generalizada. La carestía se
estaba convirtiendo en el arma principal empleada por Rodrigo para someter a
una ciudad que seguía resistiendo de manera agónica. Los pobres empezaron a
comerse a los perros, gatos, ratas… Aquellos que tenían algo más empezaron a
ingerir caballos, mulas y asnos. Testigos de aquel tiempo relatan de manera
dramática los estragos que provocaba el hambre en la población valenciana.
Incluso se llegó a practicar la antropofagia:
La gente careció de alimentos, y comieron ratas, perros y cadáveres,
pues llegaron a comerse entre sí, y a quien de entre ellos se moría, lo
71
devoraban.
Solo los poderosos llegaban a alcanzar algo de lo que aún había,
mientras
resinas
y
los
demás
regaliz,
y
escasamente
otros
por
se
sustentaban
debajo
todavía
con
con
los
ratas,
cueros,
gatos
y
cadáveres humanos, cayendo sobre un cristiano, desplomado en el
foso, agarrándolo con las manos, y repartiéndose su carne.
72
Rodrigo había llegado a la conclusión de que la mejor estrategia que podía
seguir a partir de ese momento era el bloqueo, la impermeabilización absoluta,
para que el hambre siguiera causando estragos en el interior, diezmando y
debilitando a la población para, llegado el momento, intentar un nuevo golpe
o
forzar
una
rendición.
Asumió
una
máxima
ya
formulada
en
la
tardoantigüedad por el tratadista Flavio Vegecio, aquella que sostenía que «muy
a menudo, el hambre vence más que la espada».
Tal era la desesperación provocada por la falta de comida que muchos
hombres, mujeres y niños aprovechaban cada momento que cualquiera de las
puertas se abría para correr a refugiarse al campamento de los cristianos, los
cuales mataban a algunos y apresaban a otros para venderlos como esclavos en
Alcudia. La sociedad islámica era esclavista y tenía en el tráfico de esclavos un
modo de negocio. Así, el destino de aquellos cautivos era un mercado de
esclavos que se había establecido en el arrabal de Alcudia, donde los mercaderes
cambiaban por un esclavo un poco de pan o de vino. Tan hambrientos estaban
aquellos reos que algunos morían cuando comían. Los más vigorosos y fuertes
se vendían a otros comerciantes de esclavos que habían acudido por mar al olor
de la ganancia que podía suponer un asedio a gran escala como el que allí había
73
planteado Rodrigo Díaz.
No sabemos si estos comerciantes esclavistas eran
cristianos o musulmanes, si procedían de las repúblicas de Pisa y Génova o si
eran oriundos de las islas Baleares, pero lo cierto es que ciertos aromas de lucro
tienen una capacidad de atracción que supera cualquier credo y, en ocasiones,
cualquier distancia.
Aquella situación extrema que se sufría intramuros contrastaba con la
opulencia de la que se gozaba extramuros, en algunos puntos como en el
arrabal de Alcudia o en el campamento de Rayosa, donde se disponía de
mercados bien abastecidos y sus habitantes disfrutaban de la abundancia. De
nuevo, Rodrigo Díaz, astuto, observante y calculador, se valió con habilidad de
la contrainsurgencia. Sabía que esa situación crítica no podría durar mucho y
que los propios defensores que ahora se resistían a su dominio no tendrían más
alternativa que entregarse a él.
Figura 32: Miniaturas de la Biblia Sancti Petri Rodensis o Biblia de Sant Pere de Rodes, elaborada,
probablemente, entre 1010 y 1025 en el monasterio de Santa María de Ripoll. En la parte inferior, un
ejército es objeto de una emboscada en un desfiladero, mientras que en la superior vemos el ataque contra
una ciudad, con dos hombres manejando fustíbulos, una suerte de hondas unidas a un fuste que
permitían arrojar proyectiles y que se empleaban habitualmente en los asedios a plazas fuertes.
Sin
embargo,
Ibn
Yahhaf
no
pensaba,
precisamente,
en
la
rendición.
Cavilaba y maniobraba todo lo posible para perpetuarse en el poder, pero, para
ello, necesitaba alejar de allí a un insistente Rodrigo Díaz, el cual no dejaba de
presionar. El cadí escribió cartas al rey de Zaragoza en las que solicitaba su
ayuda y socorro. Entendía que el soberano hudí acudiría a auxiliarlo como en
el pasado había hecho durante el mandato de al-Qádir, cuando había sido
asediado por al-Múndir de Lérida, Denia y Tortosa, y sabiendo, además, que
al-Mustaín siempre había codiciado integrar Valencia en la taifa zaragozana.
Envió esas cartas con un mensajero, que aprovechó la noche para completar el
encargo, y, en ellas, se mostraba en situación de inferioridad y sumisión hacia el
74
gobernante de Zaragoza, en un intento desesperado por atraer su ayuda.
El emisario enviado por Ibn Yahhaf permaneció en Zaragoza tres semanas
y solo lo atendieron después de muchos gritos y reclamaciones. Al-Mustaín
aprovechó para recabar toda la información posible y conocer la situación que
se estaba viviendo en Valencia. El monarca de Zaragoza ordenó redactar una
misiva en la que respondía al rey de Valencia que no tenía posibilidad alguna
de ayudarlo, a no ser que Alfonso VI le enviase tropas de caballeros. A todas
luces, aquella respuesta no era más que una excusa para no actuar. En Valencia,
cada vez resultaba más difícil encontrar qué llevarse a la boca. No había allí
nada
para
comer
que
pudiera
comprarse.
Los
valencianos
salían
hacia
los
cristianos sin temer a la muerte o al cautiverio, ya que preferían ese destino
antes
que
morir
de
hambre.
En
la
relación
de
precios
que
puntualmente
expone el cronista bien informado apreciamos cómo artículos tan humildes
como el cuero de vaca o una simple cabeza de ajos alcanzaban unas cifras
75
astronómicas.
Ibn Yahhaf, su señor, lejos de velar por el bienestar de sus súbditos, iba
casa por casa requisando todo alimento que pudiera encontrar y dejaba a los
propietarios lo justo y suficiente para poder subsistir medio mes según su
entendimiento.
La
población
se
quejaba
de
esos
despropósitos
y
esas
desmesuras, pero el rey sobrevenido intentaba calmar los ánimos diciendo que
estuviesen tranquilos, porque el monarca de Zaragoza iba a acudir en su auxilio
y que si se estaba retrasando tanto era por el ingente acopio de comida que
estaba reuniendo para ellos. Pero él, mientras tanto, no dejaba de incautarse de
todo alimento que encontraba en las casas de los valencianos, para disponer de
suministros suficientes con los que alimentar a su familia, a sus guardias y a él
mismo. Los pocos valencianos que disponían de algo de pan lo escondían
enterrándolo. Alimentos de dudosa calidad como las raíces, los cueros o los
nervios se convirtieron en elementos de la dieta; los más humildes no tenían
76
otra opción que consumir carne humana.
El monarca desesperaba porque la única esperanza de ayuda que tenía era
el rey de Zaragoza, a quien enviaba cartas regularmente todas las noches. AlMustaín le transmitía vanas esperanzas y le instaba a que resistiera todo lo
posible,
que
se
estaba
preparando
para
socorrerlo.
Alfonso
VI,
con
quien
también se había puesto en contacto por vía epistolar, le contestaba que le
enviaría
al
conde
García
Ordóñez
con
muchos
caballeros,
incluso
que
él
concurriría personalmente después. Pero todas estas promesas no eran más que
engaños al desesperado Ibn Yahhaf, porque al-Mustaín lo que estaba haciendo,
precisamente, era enviar joyas y otros regalos al Campeador y pedirle que
apretase todo lo que pudiese a Valencia. No renunció el zaragozano a dominar
Valencia a través de Rodrigo, lo que le convertía, de algún modo, también en
77
un ser engañado.
Rodrigo Díaz intenta introducir un nuevo vector de insurgencia
Pocas armas como la insurgencia son tan efectivas para derrotar a una ciudad, o
una región, sitiada. Si esa insurgencia se siembra en un terreno fértil y propicio,
los resultados pueden ser contundentes. El terreno valenciano estaba abonado
por el hambre y por los excesos perpetrados por Ibn Yahhaf. Solo faltaba la
chispa adecuada que hiciera saltar por los aires el polvorín en el que se había
convertido una ciudad hambrienta, enferma, desesperada e irritada. Rodrigo
entendió que era buen momento para introducir en aquel apocalipsis enervado
un nuevo vector de insurgencia que neutralizara, o aniquilara, al principal
obstáculo que se interponía en su camino para hacerse dueño de aquella ciudad
codiciada.
Concibió la idea de que ese vector insurgente fuese un notable valenciano
llamado
Abenuegib,
con
quien
contactó
para
que
constituyese
esa
chispa
necesaria para incendiar un movimiento destinado a poner fin al mandato de
Ibn Yahhaf. Rodrigo le prometió que si hacía caer al monarca podría el mismo
convertirse en el nuevo rey y extender así su señorío desde Valencia hasta
Denia. La mecha prendió y Abenuegib contactó con su círculo de confianza
para llevar a cabo aquella sublevación que le proponía desatar el Campeador.
Pero Ibn Yahhaf logró enterarse de aquel negocio y consiguió cortar la mecha
que
podría
principales
haber
iniciado
cabecillas
de
el
fuego
aquella
de
la
rebelión.
insurgencia
y
Logró
Abenuegib
apresar
confesó
a
el
los
plan
trazado a cambio de su liberación. Este no era otro que controlar el alcázar de
Valencia y, una vez dominada la posición, gritar: «¡Real, real! ¡Del rey de
Zaragoza
somos!»,
pues
aquella
planificación
había
sido
concebida
por
el
propio rey de Zaragoza. Cuando los valencianos escuchasen aquella especie de
contraseña irían en su auxilio y, una vez controlado el alcázar, acudirían a
apresar a Ibn Yahhaf en su propia casa. A Valencia, entonces, la dominarían los
78
insurgentes del Campeador.
Así se hizo. Los insurgentes se dirigieron hacia el alcázar y allí retumbaron
un tambor e hicieron salir a un pregonero a la torre de la mezquita, que gritaba
para
congregar
llamamiento,
a
por
todos
allí.
miedo,
por
Pero
no
los
saber
valencianos
muy
bien
no
qué
respondieron
es
lo
que
al
estaba
ocurriendo, y prefirieron esperar. Con esa dilación, le dieron a Ibn Yahhaf un
tiempo
precioso
para
reaccionar
y
este
lo
aprovechó
para
reunir
a
su
contingente privado a su alrededor. Comandó a aquella tropa hacia el alcázar y
allí encontró a Abenuegib junto con quienes le apoyaban en su sublevación, en
espera de una respuesta general de la población valenciana que no llegó a
producirse. Los propios compañeros de Abenuegib se percataron de esa falta de
apoyo y decidieron abandonarlo, aunque fueron hechos prisioneros por los
hombres de Ibn Yahhaf. Abenuegib también fue apresado y conducido a la
vivienda de Ibn Yahhaf, donde se decapitó a cuatro de sus acompañantes. Ibn
Yahhaf ordenó capturar a todos aquellos que habían participado en la rebelión,
79
así como la confiscación de sus bienes.
Intensi
cación de los combates. Represión, tortura y muerte
A partir de aquel intento de adueñarse de la ciudad prendiendo el fuego de la
insurgencia y comprobando que no había funcionado, Rodrigo Díaz aumentó
la intensidad y frecuencia de sus golpes a los asediados valencianos. Para ello
utilizó distintas armas, aunque las más relevantes fueron algunas de naturaleza
psicológica. Mientras, Ibn Yahhaf seguía intentando conseguir a la desesperada
la ayuda del rey taifa de Zaragoza, la única esperanza que le quedaba para salir
de aquel aprieto. Por ello, envió a al-Mustaín a aquellos de sus caballeros que
aún conservaban bestias y con ellos llevaron apresado a Abenuegib. Los precios
de los pocos alimentos disponibles en Valencia seguían disparándose y algunos
productos, como el aceite, no podían encontrarse de ninguna manera. Ricos y
pobres ya no tenían ninguna vianda que poder comprar. Los más afortunados
tenían que conformarse con el caldo que sacaban de cueros de vaca hervidos,
mientras que a los pobres, como ya hemos mencionado, no les quedaba más
80
remedio que consumir carne humana para poder sobrevivir.
La ciudad entera se convirtió en una gigantesca morgue de tantos como
estaban muriendo por culpa del hambre. Había fosas comunes alrededor de la
mezquita mayor, en las plazas, en las cercanías de las murallas, y ninguna de
ellas contenía menos de diez cuerpos. Los que podían escapar de aquel infierno
corrían
a
refugiarse
al
campamento
del
Campeador,
el
cual
entendió
que
aquella huida era una maniobra de Ibn Yahhaf. Comprendió que el rey de
Valencia podía estar expulsando «bocas inútiles» del interior de la ciudad, para
condurar los escasísimos víveres disponibles. El Cid intentaba por todos los
medios entrar a la ciudad por fuerza y probaba algunos asaltos a sus murallas,
pero
ninguna
de
esas
tentativas
fructificaba
y
el
tiempo
transcurría.
Le
preocupaba que cualquier día pudieran presentarse allí los almorávides, le urgía
apoderarse de Valencia cuanto antes. A veces se mostraba satisfecho con la
salida de musulmanes de la ciudad y, en una de esas ocasiones, fueron a
visitarlo unos notables valencianos para dialogar con él, los cuales le aseguraron
que podría apoderarse de la villa si la golpeaba con contundencia, pues, en
aquellos momentos, la defendían muy pocos hombres armados.
Convencido por aquellas palabras, decidió lanzar un ataque contra una de
las puertas, la de Bab-al-Hanax o de la Culebra, aproximándose a ella y a ese
sector de la muralla. Los valencianos se defendieron de la ofensiva lanzando
una lluvia de piedras y flechas contra los hombres del Cid, lo que les obligó a
refugiarse, junto con el propio Rodrigo, en unos baños que se encontraban
cerca del muro. Los hombres de Ibn Yahhaf abrieron la puerta y contraatacaron
a Rodrigo y los suyos, acorralados en el interior de aquellos baños, en el lugar
por donde habían entrado como única vía de escape y que ahora ocupaban los
guerreros del cadí. El Cid mandó abrir un boquete en una de las paredes y
consiguieron escapar por allí, se sentía rabioso y arrepentido y tenía la certeza
de que había sido muy mal aconsejado por aquellos notables valencianos, ya
81
que todo podía haberse tratado de una trampa que le habían tendido.
Lo mejor era mantener e intensificar la estrategia del hambre. Ordenó
pregonar ante las murallas que todo aquel que osara salir de la urbe sería
quemado vivo. Desde ese punto, emergió el Campeador más sanguinario y
brutal,
que
aplicaba
medidas
extremas
contra
todo
aquel
que
consiguiese
apresar. Cumplió sus amenazas y mandó a la hoguera a algunos ante los ojos de
todos; ciertos días, llegó a quemar hasta a diecisiete personas. A otros los
arrojaba a perros para que los despedazaran vivos. Los que lograban escapar de
ese destino atroz era porque resultaban capturados sin que lo supiera Rodrigo y
eran enviados a «tierra de cristianos» para ser vendidos allí como esclavos, sobre
todo jóvenes y mujeres vírgenes. Si tenía conocimiento de que algún reo tenía
parientes ricos en Valencia lo torturaba colgándolo en los alminares de las
mezquitas de fuera de la villa y apedreándolo allí mismo. Algunos musulmanes
de Alcudia, cuando entendían que aquellos correligionarios estaban a punto de
morir, solicitaban que fueran liberados y que les permitiesen vivir con ellos en
82
el arrabal.
Figura 33: La visión de los cuatro jinetes del Apocalipsis, según una miniatura del Beato de Fernando I y
doña Sancha, también denominado Beato de Facundo, por el nombre del copista, redactado e iluminado
ca.
1047. Cuando la guerra se desataba, estos jinetes parecían cabalgar sin descanso: «Miré y vi aparecer
un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona y marchó victorioso, dispuesto a
vencer […] y salió otro caballo de color rojo. Al que lo montaba se le entregó una gran espada con poder
para arrancar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degollaran unos a otros […] Miré y vi aparecer
un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en la mano […] Miré y vi aparecer un caballo
amarillento. El que lo montaba tenía por nombre Muerte y el Abismo lo seguía. Y se les dio poder sobre
la cuarta parte de la tierra para causar la muerte por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras
terrestres» (Apocalipsis, 6:2-8).
Los
testimonios
contemporáneos
de
aquellas
atrocidades
resultan
espeluznantes a nuestros ojos. Uno de esos testigos afirma que:
Si alguien huía del campamento [cristiano], le sacaban los ojos, le
cortaban las manos, le quebraban las piernas o le mataban, con lo
83
cual la gente prefería morir en la ciudad […].
Llegó un momento en el que la inanición era tan aguda y desesperante
que había gente que prefería morir a manos del Campeador antes que seguir
soportando
aquella
carestía.
El
comandante
cristiano
«disfrutaba»
con
la
matanza y se complacía en exhibir en lugares bien visibles los cuerpos de los
valencianos torturados y ejecutados:
El tirano se dedicó a quemar a quien salía de la ciudad hacia su
campamento,
de
modo
que
no
salieran
los
pobres
y
pudieran
ahorrarse víveres para los ricos, pero la gente empezó a desdeñar el
ser
quemada
por
el
fuego,
y
él
pasó
a
divertirse
matándolos,
colgando sus despojos en los alminares de los arrabales y en las
84
alturas de los árboles.
En esas acciones represivas parece que tuvieron un papel protagonista
algunos
musulmanes
Campeador
durante
aprovechara
la
renegados,
apóstatas,
el
a
ocasión
asedio
para
que
Valencia.
ajustar
viejas
se
habían
Puede
cuentas,
que
para
ido
uniendo
alguno
saldar
de
al
ellos
rencillas
anteriores, algo habitual, por desgracia, en conflictos que adquieren ciertos
tintes de «guerra civil». Aquel asedio no era, en realidad, un conflicto civil, pero
ā
la participación de esos daw ’ir deja al descubierto cierto aire guerracivilista.
No olvidemos que Valencia estaba dividida en facciones y que Rodrigo intentó
explotar todo lo posible aquella fractura interna para extender el fuego de la
insurgencia. Es posible que algunos de aquellos tornadizos ya se hubieran
integrado años atrás en las filas de Álvar Fáñez, cuando el caudillo castellano
había actuado en la región como protector de al-Qádir (vid. Capítulo 3). Un
cronista musulmán nos informa acerca de esos musulmanes que servían al
Campeador y que se conducían con brutalidad y exceso:
Durante
ese
periodo
se
unieron
al
Campeador,
y
a
otros,
musulmanes malvados, viles, perversos y corrompidos, y muchas
gentes que actuaban conforme a la manera de obrar de ellos. Se les
dio
en
llamar
ā
daw ’ir.
[Estos]
lanzaban
algaras
contra
los
musulmanes, violaban los harenes, mataban a los hombres y hacían
cautivos a mujeres y niños. Muchos de ellos apostataron del Islam y
āī
c
rechazaron la ley (š r a) del Profeta, Dios le bendiga y salve, hasta el
punto de que llegaron a vender a un musulmán prisionero por un
pan, por un vaso de vino o por una libra de pescado, y a quien no se
rescataba le cortaban la lengua, le sacaban los ojos o le soltaban
perros de presa que lo destrozaban.
Un grupo de ellos, que se había unido a Álvar Fáñez, maldígale
Dios, así como a ellos, cortaba los miembros viriles de los hombres y
las partes pudendas de las mujeres. Eran los criados y los servidores
de él, que habiendo sido seducidos grandemente en sus creencias,
85
fueron perdiendo enteramente su fe.
En
el
interior
de
Valencia
tan
solo
quedaban
ya
cuatro
bestias
para
cabalgar, una mula de Ibn Yahhaf y un caballo de su hijo, una montura de un
musulmán de la villa y otro mulo. La población estaba a esas alturas tan
hambrienta que eran muy pocos los que tenían fuerzas suficientes para subir a
las
murallas
a
defenderlas.
La
compaña
de
Ibn
Yahhaf
y
sus
parientes
desesperaban por recibir la ayuda del rey de Zaragoza o la de los almorávides y
temían morir de hambre. Por ello, fueron a visitar a aquel sabio alfaquí que,
meses atrás, había recitado aquella luctuosa elegía de Valencia, Abulhualid
Alhuacaxi, para pedirle consejo como hombre erudito y honrado que era. El
alfaquí se reunió con Ibn Yahhaf, cada vez más solo y aislado, y fue designado
como agente negociador para entablar conversaciones con Rodrigo Díaz e
intentar llegar con él a algún acuerdo o pleitesía que permitiera poner fin a
86
aquella trágica situación.
HACIA LA RENDICIÓN DE VALENCIA
La situación desesperada llevó a los valencianos al límite y no veían otra salida
que la negociación de las condiciones de la capitulación con el Campeador.
Alhuacaxi envió a un hombre de su confianza para hablar con Abenabduz,
almojarife de Rodrigo, hombre bueno y honrado que nunca se había apartado
de él mientras se prolongaba el asedio a Valencia. Se acordaron varias reuniones
entre ambos durante unos días, tanto dentro de la ciudad como fuera y se llegó
al acuerdo de que Rodrigo concedería a los valencianos quince días de tregua
condicional,
durante
la
cual
solicitarían
la
ayuda
a
Ibn
Aisha,
gobernante
almorávide de Murcia y al rey de la taifa de Zaragoza. Los emisarios que irían
en búsqueda del socorro no debían llevar consigo más de 50 morabetinos,
suficientes para cubrir sus gastos durante el viaje. A los que acudirían a solicitar
ayuda
a
los
almorávides
se
les
facilitaría
el
transporte
marítimo
en
naves
cristianas hasta Denia, desde donde tenían que proseguir su camino hasta
87
Murcia por tierra.
La tregua condicional era una convención habitual en la guerra de asedios
que
se
practicaba
en
la
época
y
consistía
en
un
plazo
concedido
por
el
comandante asediador a los asediados para que buscaran ayuda militar en el
exterior. Si transcurrido ese periodo, durante el cual los asediadores cesaban sus
hostilidades y ataques, no se recibía la ayuda, los asediados habían de rendir la
fortaleza a sus enemigos. Ese tipo de convenios representa la fusión entre el
88
honor y el pragmatismo bélico.
Se acordó que si al final de la tregua condicional no recibían ayuda,
Valencia se entregaría al Cid y que Ibn Yahhaf permanecería en la ciudad como
gobernante, cuyas posesiones y familia se respetarían. El almojarife cidiano
Abenabduz administraría las rentas de la villa en beneficio del Campeador y un
musulmán llamado Muza, servidor de Rodrigo desde los tiempos en los que era
protector de al-Qádir, actuaría como alguacil de Valencia y se encargaría de la
custodia de las puertas de la ciudad con almocadenes cristianos al mando de
89
huestes de peones mozárabes, criados en tierras musulmanas.
Rodrigo
se
comprometía a residir en Juballa, a mantener y respetar pesos, medidas y
moneda,
así
como
las
leyes
islámicas,
que
habían
regulado
de
manera
tradicional la vida de los valencianos. Cuando los emisarios que se dirigían a
Murcia iban a embarcarse, Rodrigo en persona ordenó que fuesen registrados.
Se encontró que llevaban ocultas muchas riquezas, oro, plata, aljófares, piedras
preciosas… parte de lo cual era de ellos y parte de mercaderes valencianos que
les habían entregado sus bienes más preciados en un intento de salvarlos de una
posible rapiña. Rodrigo se incautó de todo y solo les dejó los 50 morabetinos
90
convenidos en el pacto que habían contraído.
El
abastecimiento
precario.
Muchos
de
víveres
productos
en
el
estaban
interior
agotados
de
Valencia
por
era
completo
realmente
y
apenas
sobrevivían dos bestias, la mula de Ibn Yahhaf y el caballo de su hijo. A otro de
los mulos se lo habían llevado aquellos emisarios que habían acudido a solicitar
la ayuda del rey de Zaragoza, y la otra montura había sido vendida por su
propietario a unos carniceros, quienes le habían pagado la desorbitada cifra de
280 morabetinos de oro. Los carniceros vendieron la libra de carne del equino
a 10 morabetinos al principio, después a 12 y la cabeza se compró por 15
91
morabetinos de oro.
Mientras
se
cumplía
la
tregua
concedida
por
el
Campeador,
algunos
hombres comenzaron a sacar y vender algunas viandas que habían escondido. Y
así fueron transcurriendo los días y los emisarios enviados en busca de ayuda
no
regresaban.
Concluido
el
plazo,
salió
Ibn
Yahhaf
de
la
ciudad
para
confirmar el acuerdo con Rodrigo y se firmaron las cartas en presencia de los
hombres principales de las partes cristiana y musulmana. Tras la firma, Ibn
Yahhaf retornó para Valencia y ordenó que las puertas se abrieran al mediodía y
que se agrupara allí a los valencianos. Cuando las puertas se desplegaron, el
espectáculo
que
podía
contemplarse
era
aterrador,
espantoso,
apocalíptico,
como si se tratase del día del juicio final. Los habitantes de Valencia parecían
muertos que salían de sus tumbas. Los cristianos fueron entrando y ocupando
las distintas torres, aunque Ibn Yahhaf se quejó de que eran tantos los que
entraban
que
aquello
no
era
lo
que
habían
acordado.
Los
mercaderes
de
Alcudia vieron la oportunidad para hacer negocio y acudieron al lugar con pan,
frutas y otras viandas. Los que eran muy pobres, que no tenían dinero con el
que pagar, se lanzaban a los campos para comer verduras directamente de la
tierra. Pero los hombres más sesudos estaban apesadumbrados, temerosos de
que
pudiera
acontecer
92
posterioridad.
Quizá
lo
que,
pensaban
lo
de
hecho,
mismo
que
terminó
opinaba
sucediendo
un
cronista,
aman)
aquello se trataba de un caramelo envenenado, de un perdón (
con
que
relativo,
que el Campeador estaba predispuesto «a traicionar y romper el pacto, como el
93
amán que dan los sucios como él».
De ese modo, consiguió Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, hacerse dueño
de Valencia, el 16 de junio de 1094, después de largos e intensos meses de
combates,
negociaciones,
triquiñuelas,
insurgencia,
contrainsurgencia,
diplomacia, astucia e intensidad bélica. Un cronista musulmán, tras lamentar la
trapacería del líder cristiano, dejó testimonio de la entrada del Campeador en
la ciudad de Valencia:
Concluído el asunto, se le abrieron las puertas, y entró a la ciudad
con sus gentes, en
ŷumādà
I de ese año [19 mayo-17 junio 1094].
Ni él ni los suyos, maldígales Dios, causaron daño de ningún tipo a
la ciudad ni a sus habitantes, con lo cual se animaron los espíritus,
cundió
la
esperanza
y
la
gente
se
tranquilizó,
en
tanto
[el
Campeador] controlaba los asuntos y les prohibía salir de la ciudad.
Así, maldígale Dios, obtuvo esta capital y logró cuanto ella tenía de
94
fortuna, lozanía, bienestar y esplendor.
Rodrigo había alcanzado su mayor éxito militar, pero no había culminado
aún el que constituyó su mayor logro político: convertirse de pleno en príncipe
de Valencia. Aún tuvo que pasar tiempo para que eso sucediera, tuvieron que
desarrollarse acontecimientos complejos dentro y fuera de la ciudad, sucesos
que amenazaron con poner en jaque toda la obra que tanto trabajo le estaba
costando construir. No resultaba nada fácil en su tiempo, y menos para un
individuo como él, conquistar una gran ciudad amurallada como Valencia era
todo un reto estratégico, organizativo, logístico, diplomático y bélico, como
hemos comprobado a través de estas páginas. Pero Rodrigo Díaz era un señor
de la guerra, un comandante, y nunca había actuado como gobernante, menos
de una gran urbe islámica.
La acción no terminó, pues, aquí y se abrieron nuevos retos, tribulaciones,
complicaciones y problemas que hubo de afrontar y resolver, en algún caso
sobre
la
marcha
circunstancias.
y
de
La
forma
conquista
precipitada
de
una
por
gran
la
premura
ciudad
era
del
una
tiempo
empresa
y
las
muy
compleja. Alfonso VI había tardado varios años en hacerse con el control de
Toledo
y,
también
en
1094,
pocos
días
antes
de
que
Rodrigo
entrase
en
Valencia, Sancho Ramírez, su aliado, encontraba la muerte por un flechazo
cuando intentaba adueñarse de Huesca. Alfonso VI y Sancho Ramírez eran
soberanos que gobernaban reinos con recursos suficientes para llevar a cabo
importantes asedios. Rodrigo no tenía reino, lo más parecido a un señorío a su
disposición
eran
castillos
que
había
reconstruido,
arrabales
que
había
dominado y campamentos militares en los que había pasado buena parte de su
vida. A partir de ahora, los retos que tuvo que afrontar fueron múltiples y
complejos y tuvo que desarrollar una capacidad de adaptación, a veces de
improvisación, como pocos líderes militares han mostrado a lo largo de la
historia.
Notas
1
Vid. Bosch Vilá, J., 1990, 154-155.
2
Vid. Ibn al-Kardab
3
Ibid., 123-124.
4
La Historia Roderici (1983, 364) afirma que es Zaragoza, precisamente, la base desde la que
ūs, 1986, 123.
parte el Campeador para lanzar aquella campaña devastadora contras tierras de La Rioja:
«Después de salir de Zaragoza entró con una gran hueste en tierras de Calahorra y de Nájera
que pertenecían al reino del rey Alfonso y estaba bajo su gobierno».
5
Ibid., 364.
6
Una interpretación de ese pasaje en Rodríguez de la Peña, M. A., 2009, 36-37. Véase también
Porrinas González, D., 2008, 167-206; Fletcher, R., 1999, 172-173; Martínez Díez, G.,
2000, 244.
7
La Crónica de Veinte Reyes (1991, 229), usando tal vez crónicas islámicas desaparecidas, afirma
que las flotas genovesas y pisanas tardaron mucho tiempo en llegar a Valencia y que, por ese
motivo, a Alfonso y los suyos les faltó «la vianda» y no pudieron permanecer allí más tiempo.
8
«En este lugar saliéronle al encuentro los legados de García Ordóñez y de todos sus parientes
quienes le comunicaron de parte del conde y de todos los suyos que les esperara allí siete días
y no más, que si hiciera esto, no dudara que el conde con sus allegados le presentarían batalla.
Regocijándose les respondió a éstos que aguardaría siete días allí al conde y a los suyos y
lucharía con ellos gustoso», vid. Historia Roderici, 1983, 50, 364.
9
«Rodrigo los esperó allí hasta el día acordado, el séptimo, inmóvil como una roca, con ánimo
decidido y alegre. Entonces tuvo noticia de que el conde y todos los que estaban con él, sin
atacarle como habían prometido y temiendo enfrentársele, se había alejado y vuelto a sus
tierras dejando Alberite sin un soldado, solo y vacío», Ibid., 365.
10
Vid. Canal Sánchez-Pagín, J. M., 1997, 749-773.
11
Vid. Historia Roderici, 1983, 50, 365.
12
Ibid., 52, 365.
13
«Después de salir con su ejército de Zaragoza, se dirigió rápidamente a Valencia. Mientras iba
de camino le salió al encuentro un mensajero quien le refirió punto por punto y le dio a
conocer
que
los
bárbaros
pueblos
sarracenos
habían
llegado
a
la
zona
Este,
la
habían
devastado cruelmente y que habían entrado en Valencia y la habían tomado», Ibid., 53, 365.
14
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000, 71.
15
«Dijo Muhammad Ibn
c
ā
Alqama: en šacb n del año 485 [6 de septiembre-4 de octubre 1092],
trasladóse el Campeador a Zaragoza, aunque dejó a quien hiciera sus veces para [guardar] los
víveres almacenados y las tasas impuestas en Valencia, pese a lo cual sus habitantes pudieron
tomar aliento, pues el agobio se había despejado», Ibid.
16
Vid. Bosch Vilá, J., op. cit., 155.
17
Vid. Ibn Idari, op. cit., 71-72.
18
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 896, 565-566.
19
Ibid., 566.
20
Ibid.
21
Ibid., 897 y 898, 566-567.
22
Vid. Ibn Idari, op. cit., 72.
23
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 899, 567.
24
Vid. Ibn Idari, op. cit., 72.
25
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 900, 568.
26
Vid. Historia Roderici, op. cit., 53, 365.
27
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 900, 568.
28
Ibid.
29
Ibid.
30
Ibid.
31
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 901, 568-569. Hemos adaptado ese pasaje al
castellano actual para facilitar la comprensión a los lectores no familiarizados con el castellano
romance medieval.
32
Ibid.
33
Ibid.
34
«El ejército cristiano les atacaba mañana y tarde, combatiéndoles sin cesar, matándoles e
35
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 902, 569.
36
Vid. Ibn Idari, op. cit., 72.
37
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 902, 569-570.
38
Ibid., 903, 570.
39
Ibid.
40
Vid. Historia Roderici, op. cit., 54, 365.
41
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 904, 570.
42
Ibid.
43
La fuente dice, textualmente, que «[…] cuando vieron que toda la gente de los moros estaban
hiriéndoles», vid. Ibn Idari, op. cit., 72.
en aquella parte donde se encontraba el Cid, fueron a aquella puerta de Alcántara, y llegaron
al muro, y hubiesen entrado por allí de no haber sido por las mujeres y por los mozos que
estaban sobre la muralla tirándoles piedras». Hemos adaptado el lenguaje al castellano actual
para facilitar la lectura. Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 904, 570.
44
Ibid., 904, 571.
45
Ibid. La Historia Roderici (op. cit., 55, 366) ofrece una versión bastante esquemática de la
conquista de los arrabales de Villanueva y Alcudia: «Aquél luchó contra un arrabal de Valencia
que se llamaba Villanueva, hasta que lo tornó y lo despojó completamente de todas las
riquezas y dinero que encontró. Después atacó y tomó otro arrabal de la ciudad que se llama
Alcudia. Los hombres que vivían allí se entregaron y se sometieron enseguida a su dominio y a
su mandato. El dejó a los vencidos vivir libres y en paz en sus casas y heredades con todos sus
bienes».
46
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 904, 571. La Historia Roderici (op. cit., 55, 366)
vuelve a sintetizar acontecimientos más complejos que conocemos con mayor detalle gracias a
las fuentes islámicas: «Los otros habitantes de la ciudad de Valencia, cuando vieron esto,
sintieron
gran
temor.
Al
punto
expulsaron
de
la
ciudad
a
los
almorávides,
según
las
condiciones impuestas por Rodrigo y se sometieron a su mandato. Rodrigo les permitió que
permanecieran en Denia libres y tranquilos viviendo en paz».
47
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 905, 571-572.
48
Ibid., 905, 572.
49
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 290.
50
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 906, 572-573.
51
Ibid., 906, 573.
52
Ibid.
53
La Historia Roderici (op. cit., 58, 367) nada dice de esa herida sufrida por Rodrigo mientras
saqueaba y devastaba las tierras de Santa María de Albarracín. Se limita a narrar de manera
lacónica que tras saquear tierras aledañas a su castillo de Peña Cadiella y abastecerlo, «subió y
llegó a tierras de Ibn Razin quien le había engañado en su tributo. Saqueó toda aquella región
y
ordenó
que
todas
las
vituallas
que
allí
había
encontrado,
Mientras, él mismo regresó a Yuballa con gran botín».
54
Ibid., 59, 367.
55
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 907, 573.
56
Ibid., 908, 573.
57
Ibid.
fueran
enviadas
a
Yuballa.
58
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 294.
59
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 908, 573.
60
Ibid., 908, 574.
61
Ibid.
62
Ibid., 908, 574-575.
63
Ibid., 908, 575.
64
Ibid., 908, 576.
65
«El
concepto
denominada
“contrainsurgencia”
“emergencia
malaya”,
fue
en
empleado
los
años
por
50
primera
del
vez
pasado
en
el
siglo.
contexto
Los
de
la
británicos
se
enfrentaban, en su colonia de Malasia, a una insurgencia comunista apoyada por la minoría
china del país, y también indirectamente por la República Popular China e Indonesia. El
mariscal Gerald Templer, que dirigió la campaña a partir de 1951, pronunció una frase que se
haría famosa: “[…] la respuesta no está en introducir más tropas en la jungla, sino en los
corazones y las mentes de la población”», vid. Calvo Albero, J. L., marzo de 2010, 7. Acerca
de este interesante tema pueden consultarse, además, los siguientes títulos: Nagl, J. A., 2002;
Galula, D., 1964; Gentile, G. P., 2013.
66
Vid. Menéndez Pidal, R., 1904, 393-409; Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 909, 576577.
67
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 910, 578-579.
68
Ibid., 912, 580-581.
69
Ibid., 912, 581.
70
Ibid.
71
Vid. Crónica Anónima de los Reyes de Taifas, en Viguera Molins, M.ª J., 2000. 65.
72
Vid. Ibn Idari, op. cit., 75.
73
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 912, 581.
74
Ibid.
75
Ibid., 913, 582.
76
Ibid., 913, 583.
77
Ibid., 914, 584.
78
Ibid.
79
Ibid., 914, 584-585.
80
Ibid., 915, 585.
81
Ibid., 915, 585-586.
82
Ibid.
83
Vid. Ibn Idari, op. cit., 73.
84
Ibid., 74.
85
Vid. Ibn al-Kardab
86
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 915, 586.
87
Ibid., 916, 586.
88
Vid. Porrinas González, D., 2015, 401 y ss.; Strickland, M., 1996, 208 y ss.
89
El almocadén era el caudillo de las tropas de infantería, una especie de capitán de los peones.
ūs, 1986, 128-129.
Sus funciones se regularon, siglos más tarde, en las Partidas de Alfonso X el Sabio, pero, en
estos momentos, ya existían. Vid. Maíllo Salgado, F., 1985, 363-373.
90
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 916, 587.
91
Ibid.
92
Ibid., 917, 588.
93
Vid. Ibn Idari, op. cit., 73.
94
Ibid.
__________________
*
Gentes que acuden al pregón. Cerco y entrega de Valencia. Poema del Cid, según el texto antiguo
preparado por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 74.
7
Hacia la consolidación de un principado
Plogo a Álbar Fáñez – de lo que dixo don Rodrigo.
A este don Jerome – yal otorgan por obispo;
diéronle en Valençia – o bien puede estar rico.
¡Dios, qué alegre era – tod cristianismo,
que en tierras de Valençia – señor avíe obispo!
Alegre fo Minaya – e spidiós e vinos.*
R
odrigo
Díaz
había
conseguido,
después
de
hacer
frente
y
solventar
múltiples dificultades, penetrar en el interior de Valencia, tras un largo
asedio, complejo y dilatado, que algunos autores cifran en veinte meses de
duración. Es cierto que la intensidad de sus acometidas a la ciudad del Turia no
fue homogénea en el tiempo, pero también es verdad que, al menos desde la
entrada de la guarnición almorávide en la ciudad, Rodrigo actuó contra ella.
Ese ingreso de los norteafricanos en la urbe sirvió al Campeador para tomar
conciencia de que podía perder en poco tiempo lo que tanto ansiaba, pues, a
esas
alturas,
ya
se
veía
como
señor
de
Valencia.
La
llegada
de
tropas
almorávides entre diciembre y enero de 1092-1093 terminó de convencerlo de
que
Valencia
se
había
convertido
en
uno
de
los
objetivos
prioritarios
de
aquellos hombres del desierto comandados por un líder carismático y hábil
como Yúsuf ibn Tašufín.
Fue, pues, a partir de aquella venida y retirada de los norteafricanos
cuando
Rodrigo
planteó
un
sitio
más
completo
a
la
ciudad,
que
se
fue
recrudeciendo de manera paulatina durante los últimos meses hasta la entrega
definitiva de la villa a mediados de junio de 1094. La Historia Roderici se
muestra
poco
interesada
en
proporcionar
detalles
del
complejo
y
dilatado
asedio a Valencia. Resume todo lo que había sucedido durante casi dos años en
un
par
de
párrafos
escuetos
y
poco
ajustados
a
una
realidad
que
sí
nos
muestran otras fuentes más precisas y detallistas:
Rodrigo atacó Valencia durante bastante tiempo por todas partes
con más fuerza y vigor de lo acostumbrado y la tomó después de
haberla
asaltado
valerosamente,
y
una
vez
tomada,
enseguida
la
saqueó. Encontró en la ciudad, apropiándose de todo, muchas e
innumerables
riquezas,
esto
es:
gran
cantidad
de
oro
y
plata
en
abundancia sin número, brazaletes preciosos, gemas engastadas en
oro, varios y diversos adornos y telas de seda recamadas de oro. Se
hizo con tan gran y tan valioso tesoro en esta ciudad que él y todos
los suyos se hicieron más ricos de lo que mis palabras podrían llegar
1
a expresar.
El asedio a Valencia constituyó todo un reto estratégico para Rodrigo
Díaz. Sin embargo, gracias a su ingenio, tesón, astucia y también a un poco de
suerte, pudo culminarlo con éxito. Las puertas de la ciudad se le abrieron el 16
de junio de 1094, después de que se agotase una tregua condicional que había
concedido a los sitiados. Nada más entrar en ella, sus hombres ocuparon las
torres y se posicionaron para proteger la conquista. Aunque fue a partir de esos
momentos
cuando
se
hicieron
patentes
nuevos
desafíos,
cuando
tuvo
que
gobernar no solo una ciudad, sino toda una taifa. El principal escollo que tenía
en su camino era el cadí Ibn Yahhaf, a quien había prometido mantener como
rey durante las negociaciones para la capitulación y quien había mostrado una
tenacidad
intruso,
inaudita
un
para
intentar
conquistador
que
perpetuarse
había
en
mostrado
el
poder.
una
Rodrigo
increíble
era
crudeza
un
e
inclemencia durante las operaciones de asedio. Ibn Yahhaf era natural de allí y,
además, pertenecía a una de las familias notables de la villa. El Campeador era
un comandante cristiano con un ejército potente, pero carente de recursos
demográficos como para consolidar la conquista; necesitaba apoyarse en la
población autóctona para gobernar aquella ciudad y aquel principado.
Una
vez
que
los
hombres
de
Rodrigo
ocuparon
los
puntos
más
importantes de Valencia, torres y puertas, fundamentalmente, él mismo acudió
en una ocasión con algunos de los suyos, subió a la torre más alta y observó
Valencia hacia dentro y hacia fuera. Los musulmanes locales iban a visitarle y le
daban la bienvenida y él, asimismo, les recibía con mucho respeto. Una de las
primeras órdenes que dio fue la de cerrar las ventanas de las torres que daban a
la urbe para respetar la intimidad de la población. Rodrigo aseguró a los
valencianos
que
aquellos
hombres
que
había
posicionado
en
los
emplazamientos fundamentales eran de los mejores a su disposición, cristianos
criados
con
musulmanes
idiosincrasia.
Les
y,
informó,
por
tanto,
además,
de
conocedores
que
había
de
sus
costumbres
ordenado
a
e
aquellos
mesnaderos que les tributaran honra y respeto, que les saludasen con cortesía
cada vez que se cruzaran con ellos y que les dijeran «nuestro señor nos manda
que os honremos, así como a su cuerpo mismo o a su hijo». Los valencianos,
confortados, le aseguraban que nunca habían conocido a un hombre tan bueno
2
y honrado.
Cuando el Cid se reunió con Ibn Yahhaf para recordarle los acuerdos
firmados, aludió a la descortesía que había cometido hacia él cuando fue a
visitarlo y se había presentado con las manos vacías, sin ningún regalo. El rey
cadí pensó que lo mejor que podía hacer para satisfacer al Campeador era
exigir dinero a los mercaderes que se habían enriquecido durante el asedio al
subir el precio del pan. Algunos de esos comerciantes habían llegado a Valencia
procedentes de Mallorca al comienzo de la guerra, con la perspectiva de hacer
un buen negocio en aquella situación, y de estos también consiguió dinero Ibn
3
Yahhaf.
Cuatro días después de que Valencia se entregara y de que abriera sus
puertas
al
conquistador,
Rodrigo
convocó
a
los
valencianos
para
que
concurrieran a una hora señalada en su huerta. Debían acudir al llamamiento
los habitantes de la ciudad y los de los castillos a su alrededor. Cuando llegó el
momento, Rodrigo se situó en un lugar que había sido engalanado con tapices
y con estolas y los hombres buenos y honrados se situaron detrás de él. El
Campeador
pronunció
un
discurso
que
constituía,
en
buena
medida,
una
declaración de intenciones, mitad tranquilidad mitad advertencia. Comenzó
exponiendo que él era un hombre que no había gobernado nunca, como
tampoco ninguno de los de su linaje había sido gobernante. Confesó que había
codiciado aquella ciudad desde el día en que la había visto por primera vez, por
lo que, a partir de entonces, había rogado mucho a su señor para que se la
entregase. Su Dios le había escuchado, porque el día en el que acampó en
Juballa solo tenía cuatro panes y ahora tenía en su poder toda una ciudad como
aquella. Pedía que cada cual se fuera tranquilo a sus propiedades, guardándolas
y disfrutándolas como siempre lo habían hecho, pagando a quien la hubiese
labrado durante la contienda, tal y como ordenaba la «ley de los moros».
Aseguró que, en cuanto a impuestos, no se iba a recaudar más de la décima
parte, tal y como también establecían las leyes islámicas. Se comprometió a
visitar él mismo las haciendas dos días a la semana, el lunes y el jueves, para
atender sus demandas e impartir justicia, porque, afirmaba, él no era como esos
otros gobernantes que habían conocido hasta ahora. Rodrigo, decía, no era
como esos príncipes musulmanes que pasaban el día con mujeres, cantando y
bebiendo, inaccesibles a sus súbditos, nunca visibles para ellos. Manifestó que
él quería comportarse como un compañero con ellos, mantener una relación de
amigo a amigo, de pariente a pariente, como alcaide y alguacil, e intentar
4
solucionar cualquier querella que le planteasen.
A
continuación,
cargó
ante
todos
contra
Ibn
Yahhaf
por
haberse
incautado de dinero de los comerciantes que se habían enriquecido durante el
asedio
a
Valencia.
Justificó,
asimismo,
las
riquezas
que
él
mismo
había
confiscado a los emisarios que habían acudido a Murcia a solicitar la ayuda de
los almorávides para el descerque. Se dolió, además, de todas las penurias y el
hambre
que
habían
tenido
que
soportar
durante
el
sitio
al
que
los
había
sometido, pero también les reprochó que habían llegado a esa situación de
hambruna
y
carestía
momento,
podrían
por
estar
culpa
de
tranquilos
ellos
mismos.
porque
los
Aseguró
suyos
no
que,
iban
desde
a
ese
entrar
a
comprar o vender a Valencia, porque para eso tenían Alcudia. Declaró Rodrigo
que no tenía intención de vivir dentro de la villa, que tan solo prentendía
habilitar un lugar sobre el puente de Alcántara para permanecer allí de forma
eventual.
Después
de
pronunciar
aquel
discurso,
les
instó
a
volver
a
sus
quehaceres. Él mismo se marchó y los valencianos quedaron maravillados,
habían perdido el miedo que le tenían y creyeron en las promesas que les
acababa de hacer el Campeador. El almojarife Abenabduz (Ibn Abduz) se
dirigió hacia la casa de recaudación del almojarifazgo para nombrar a aquellos
que habrían de servirlo. Los cristianos que habían ganado heredades en la
ciudad como pago por sus servicios al Cid exigían mantenerlas. Todo pleito
relativo a la propiedad de la tierra se resolvería el jueves, cuando Rodrigo se
5
presentase en la ciudad para impartir justicia.
EL APRESAMIENTO Y LA EJECUCIÓN DE IBN
YAHHAF
Decíamos más arriba que el principal obstáculo que le impedía a Rodrigo
convertirse en gobernante pleno de Valencia era Ibn Yahhaf. En los acuerdos de
capitulación establecidos para la rendición de la ciudad se había estipulado en
una
cláusula
que
el
cadí
seguiría
actuando
como
rey
de
la
ciudad
y
que
Rodrigo sería el encargado de gestionar las rentas y de administrar justicia. Es
posible que, desde el mismo día de la firma de aquellos acuerdos, Rodrigo
tuviese en mente quitarse de encima a un individuo que había dificultado su
dominio de la ciudad. El principal argumento del que se valió el Campeador
para ir contra Ibn Yahhaf fue el desaparecido tesoro de al-Qádir que el cadí
había robado al anterior monarca de Valencia antes de ordenar asesinarlo. El
magnicidio de al-Qádir por orden de Ibn Yahhaf consituyó, por tanto, otra de
las argumentaciones principales en las que se apoyó Rodrigo para proceder
contra este.
El
jueves
siguiente
al
discurso
pronunciado
por
el
Cid
ante
los
valencianos, Rodrigo compareció en la ciudad para impartir justicia, tal y como
había anunciado. Había pleitos pendientes relacionados con la posesión de
ciertas tierras que el Campeador había entregado a sus hombres como pago o
soldada por sus servicios durante el asedio. Rodrigo aseguró que no haría nada
que perjudicase a sus propios hombres, aquellos que le habían servido fiel y
abnegadamente durante el cerco a la ciudad, porque los necesitaba, porque
eran su sustento. Para ello, empleó metáforas que ilustraban la protección que
iba a otorgar a aquellos fieles servidores:
Si yo me quedase sin mis hombres sería así como el que tiene brazo
derecho y le falta el izquierdo, como el ave que no tiene alas o como
los luchadores que no tienen espadas ni lanzas. Así pues, la primera
cuestión que debo tener en cuenta es el pleito que debo hacer a mis
hombres
dándoles
cosas
que
sean
lo
más
cumplidas
y
apuestas
posibles, pues de ese modo estaré mejor guardado; porque Dios tuvo
a bien que yo me apoderase de la ciudad de Valencia, y no quiero
6
que en ella haya otro señor que no sea yo.
Aquellas palabras eran un manifiesto en el que Rodrigo anunciaba, por
una parte, que sus hombres, aquellos que le habían acompañado, servido y que
habían arriesgado sus vidas por él siempre estarían por encima de cualquier
otra consideración. Por otra parte, advertía que no concebía compartir el poder
con nadie, así como que deseaba ser el único gobernante de Valencia. Con ello,
una de las cláusulas de la capitulación que había establecido para la rendición
de la ciudad se incumplía, pues él mismo se había comprometido en aquellos
acuerdos a mantener a Ibn Yahhaf como soberano de Valencia. Otra de esas
disposiciones
de
la
capitulación,
la
que
aseguraba
las
propiedades
de
los
valencianos si estos se rendían, también se vulneraba, desde el momento en que
afirmaba que no les quitaría a sus hombres nada de cuanto les había entregado
como pago por sus servicios.
El Campeador reveló, con cierto tono amenazador, que si los valencianos
querían estar a bien con él tendrían que averiguar cómo someter a Ibn Yahhaf a
su poder, «porque bien conocéis todos las traiciones que hizo a su señor el rey
de Valencia, el sufrimiento que le hizo padecer, y a vosotros mismos mientras
os
tuve
asediados».
Los
valencianos
no
daban
crédito
a
aquellas
palabras,
porque fueron conscientes de que Rodrigo no estaba cumpliendo nada de
cuanto había prometido. Treinta de los hombres más honrados de la ciudad se
apartaron del grupo para debatir y avisaron a Abenabduz para pedirle que les
aconsejara con lealtad, por ser hombre de su religión. Plantearon al almojarife
que Rodrigo les había prometido muchas cosas de las que ahora se estaba
desdiciendo,
cambiando
el
extrañeza
confusión.
Por
y
guion
preestablecido,
ello,
al
entender
lo
cual
que
él
les
producía
conocía
gran
mejor
las
costumbres de Rodrigo, le pedían que les explicase cuál era la voluntad de su
señor, porque no sabían muy bien a qué atenerse. El almojarife respondió que
todos ellos eran conscientes de la traición que había perpetrado Ibn Yahhaf
contra su señor y que, por esta razón, debían trabajar para ponerlo en manos
del Campeador, porque si lo hacían, podían estar seguros de que su señor les
concedería todo aquello que le demandasen. Así, se dirigieron a Rodrigo para
7
comunicarle que cumplirían con lo que les había solicitado.
Los valencianos organizaron una pequeña hueste de hombres armados,
accedieron
a
la
ciudad
y
se
encaminaron
hacia
las
casas
de
Ibn
Yahhaf,
reventaron las puertas y entraron. Apresaron a Ibn Yahhaf, a su familia y
compañeros y los condujeron ante el Cid, quien ordenó que metieran en
prisión a todo aquel relacionado con el asesinato de al-Qádir. Después, volvió a
hablar a los valencianos, ahora para transmitirles que habían hecho lo que se les
había pedido y que era el momento de escuchar sus demandas, pero también
que, desde entonces, fijaba su residencia en el alcázar de la ciudad y que sus
hombres
cristianos
valencianos
ocuparían
estuvieron
de
todas
las
acuerdo.
fortalezas
Rodrigo
de
les
la
urbe.
aseguró
Los
que
notables
cumpliría
escrupulosamente su ley islámica y que solo les iba a exigir el diezmo de la
producción,
tal
y
como
establecía
la
ley.
Los
valencianos
solicitaron
que
nombrase como su alcaide al sabio alfaquí Alhuacaxi, aquel que había recitado
vid.
los versos de lamento por la pérdida de Valencia (
8
postre, terminó por convertirse al cristianismo.
Capítulo 6), y que, a la
Figura 34: La lapidación de san Esteban, fresco de la iglesia parroquial de Sant Joan de Boí (La Vall de
Boí, Lleida), finales del siglo XI. La escena representa el martirio de san Esteban, que se desarrolla fuera
de la ciudad de Jerusalén, simbolizada por la puerta que se observa a la izquierda. Golpeado por las
piedras que arrojan tres individuos, san Esteban, arrodillado y con las manos abiertas en dirección a la
luz, reza para recibir la ayuda de Dios. Lapidado es como fue ejecutado por el Cid el cadí Ibn Yahhaf,
efímero rey de Valencia. Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona.
El Cid, seguro en Valencia, aposentado en el alcázar, con torres, murallas
y fortalezas dominadas por cristianos, desfiló con sus huestes por las calles de la
ciudad. Ordenó que Ibn Yahhaf fuera trasladado a Juballa, donde le sometieron
a torturas durante dos días. Le volvieron a llevar a Valencia y quedó custodiado
en la huerta que Rodrigo poseía en la ciudad, aquella que le había entregado el
propio cadí. Ordenó a Ibn Yahhaf que hiciera inventario escrito de todas sus
pertenencias
y
que
intentara,
de
ese
modo,
dar
con
la
pista
del
tesoro
desaparecido de al-Qádir. Cuando el documento estuvo terminado, Rodrigo
mandó que fuese leído en voz alta ante los hombres más buenos y honrados de
Valencia, para que el cadí jurara ante ellos que no tenía más posesiones que las
que había consignado por escrito en aquella carta. Y así se hizo. El jueves
siguiente, el Campeador convocó a los valencianos al alcázar, donde les recibió
como si fuera un príncipe, sentado en un suntuoso escaño desde el que ordenó
que Ibn Yahhaf y el resto de apresados fueran llevados a su presencia. Pidió al
alcaide Alhuacaxi, recientemente nombrado, y al resto de los hombres buenos
de Valencia que juzgasen entre ellos qué muerte merecía, según su ley islámica,
aquel que había matado a su señor. Los sabios valencianos respondieron que,
de acuerdo con su ley, aquel que había perpetrado ese delito debía morir
lapidado.
Con
arreglo
a
esta
versión
que
manejamos,
Rodrigo
decretó
la
muerte por lapidación de Ibn Yahhaf y de otros treinta y cinco cómplices del
9
asesinato de al-Qádir.
Otras versiones de los mismos hechos no concuerdan exactamente con
esta que hemos glosado. Según esos otros relatos, más que el magnicidio de alQádir, lo que en realidad determinó la sentencia de muerte de Ibn Yahhaf fue
el hecho de no entregar el tesoro del anterior monarca de Valencia y de mentir
a Rodrigo acerca de su paradero. Conforme a esos otros testimonios, además, el
método de ejecución del cadí no iba a ser la lapidación, sino la hoguera y que
sería ejecutado únicamente él y nadie más. Una de esas versiones es la de Ibn
Bassam, cronista bien informado por testigos del asedio y posterior gobierno
cidiano en la ciudad. De acuerdo con su narración, el tesoro de al-Qádir fue
motivo esencial para que el Campeador apresara y ejecutara a Ibn Yahhaf:
Rodrigo,
desde
el
principio
de
su
entrada
[en
Valencia]
le
preguntaba por ello, haciéndole jurar, ante un grupo de gente de las
dos religiones que nada sabía de aquello. Y [el cadí] había jurado con
toda solemnidad, sin saber lo que esto encerraba en orden a su
perdición y penalidades. Estableció Rodrigo entre él y el citado cadí
un pacto, en presencia de ambos grupos [cristianos y musulmanes],
testigos los más notables de ambas religiones, que si él [después]
daba con el tesoro y lo hallaba [junto al cadí], consideraría lícito
dejar de protegerle y podría matarle. No tardó Rodrigo en hallar el
citado tesoro junto [al cadí], pues Dios había decretado su perdición
por mano [de Rodrigo], aunque acaso aquello fuera una treta que
10
montó y una de las mañas que urdía y prendía.
Vemos
que
hay
bastantes
similitudes
entre
esta
versión
del
autor
de
Santarém y las ofrecidas por otras crónicas. Sin embargo, aquí no se alude a
que una de las razones del Campeador para ordenar la ejecución de Ibn Yahhaf
habría sido la de castigar con la pena capital el delito. Ibn Bassam continúa
narrando que, tras el apresamiento del cadí, el Campeador se incautó de todos
sus bienes y que le torturó tanto «a él, a su gente y a sus hijos, hasta no poder
más». También ordenó que fuese quemado en la hoguera: «Hizo quemarle en
un fuego, que extinguió su vida y consumió sus miembros». Declara Ibn
Bassam que algún testigo presencial le relató cómo se había producido esa
horripilante ejecución:
Me contó alguien que lo vio en aquel trance que se cavó un hoyo
para [meter a Ibn
Ŷahhāf ]
allí, hasta las axilas, siendo prendido el
fuego a su alrededor, y él acercaba con su mano las maderas que
estaban lejos, para que ocurriera más rápido su trance y fuera más
breve el tiempo de su suplicio, ¡escríbalo Dios así en la hoja de sus
buenas acciones, borrándole con ello sus anteriores maldades. ¡Que
Él nos evite, en la otra vida, el dolor de sus castigos, y nos haga
11
hacedero lograr su aprobación!
En palabras de este cronista, el Cid quiso ir más allá y quemar también a
la mujer y a las hijas del cadí, pero intercedió por ellas «uno de los personajes
cristianos, y a duras penas logró trocar su propósito, siendo así rescatadas de su
suplicio». La conquista de Valencia y la posterior ejecución de Ibn Yahhaf,
sentencia Ibn Bassam, indignó, humilló, avergonzó y atemorizó a todo alÁndalus. Un crecido Campeador, ese «milagro de su Dios», estaba henchido de
soberbia y aseguraba que recuperaría toda la Península para los cristianos:
Esta grave calamidad [de Valencia] hizo arder de indignación a todos
los territorios de la península [de al-Andalus], y a todos afectó la
humillación y la vergüenza. El poder de ese tirano [Rodrigo] se
extendía, abrumando a todas partes y amedrentando al próximo y al
lejano. Contóme quien lo oyó, que él decía, cuando su afán era más
fuerte y su codicia extrema: «Por un Rodrigo fue conquistada esta
península [por los musulmanes] y [este otro] Rodrigo la salvará»,
frase que llenó [de espanto] los corazones [de los andalusíes], pues
12
creyeron que ocurriría esa temible amenaza.
Con certeza, Rodrigo el Campeador, considera Ibn Bassam, «era uno de
los prodigios de su Dios», dotado por Él de una entereza, intrepidez y pericia
que le habían permitido derrotar, «con su poca mesnada», a cuantos ejércitos
más numerosos que el suyo se habían enfrentado a él:
Este opresor [Rodrigo], al mismo tiempo por su actuar con destreza
y sus dotes de entereza, y su intrepidez extrema, era uno de los
prodigios de su Dios, hasta que poco después Dios le hizo morir,
falleciendo en Valencia de muerte natural. Había llevado, maldígale
Dios, victoriosa su enseña, había vencido a grupos de cristianos,
combatiendo
apodado
el
a
alguno
Boquituerto,
de
y
sus
al
jefes,
jefe
de
como
los
García
francos
[el
[Ordóñez],
conde
de
Barcelona], y a ibn Rudmir [el rey de Aragón], mellando el filo de
sus tropas y dando muerte con su poca mesnada a sus numerosos
soldados. Dicen que ante él se enseñaban los libros y se leían las
biografías [heroicas] de los Árabes, y que al llegar a la historia de alMuhallab se arrebató de emoción, gustándole y asombrándose de
13
ella.
Gracias al valioso testimonio de Ibn Bassam, podemos acercarnos un
tanto a la personalidad y a la psicología de Rodrigo Díaz. Con arreglo a esas
opiniones del autor de Santarém, el Campeador tenía conocimientos de la
historia de la península ibérica y se autocontemplaba como una especie de
nuevo rey Rodrigo destinado a salvar la Península de la ocupación islámica.
Corrobora, además, lo que nos dicen otras fuentes en cuanto a que era un
guerrero intrépido, diestro y esforzado y que, gracias a ello, había conseguido
vencer a contingentes más numerosos que el suyo. Disfrutaba con el relato de
antiguas guerras, aunque fueran árabes, y, en ocasiones, se emocionaba con la
audición de alguna de ellas. Es posible que de ese interés por conocer relatos
bélicos antiguos, Rodrigo extrajera enseñanzas y aprendizajes a los que les dio
un sentido práctico en sus propias experiencias militares. Por lo que sabemos
de
él,
era
el
rendimiento
prototipo
de
de
cualquier
persona
recurso
capaz
del
que
de
sacar
el
dispusiera,
máximo
incluso
provecho
es
más
y
que
probable
que
uno
de
esos
recursos
que
le
facilitaron
sus
andanzas
fuera,
precisamente, conocimientos –técnicos, históricos, geográficos…– adquiridos a
lo largo de su vida, en especial durante los años que pasó al servicio de los reyes
sabios y eruditos de la taifa de Zaragoza (vid. Capítulo 3). Alfonso Boix Jovani,
en un interesante estudio, ha detectado las similitudes existentes entre los
relatos de la batalla de Tévar de la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid y La
14
guerra de las Galias, un escrito de la Antigüedad clásica.
¿Acaso pudo tener
Rodrigo Díaz algún tipo de referencia de ese texto y aplicó sus enseñanzas al
caso
concreto
de
Tévar?,
o,
por
el
contrario,
¿fueron
los
autores
de
las
composiciones cidianas los responsables de esas coincidencias entre lo clásico y
lo
cidiano?
sugestivo
Desconocemos
y
estimulante
la
respuesta
imaginar,
a
la
a
esas
luz
del
cuestiones,
relato
de
pero
Ibn
nos
parece
Bassam,
que
Rodrigo Díaz pudo tener conocimiento de esta obra clásica y que aprovechó
sus enseñanzas para una situación concreta como la batalla de Tévar.
Sea
como
fuere,
lo
cierto
es
que
el
Cid
consiguió
eliminar
el
único
obstáculo que se interponía entre él y la gobernanza absoluta de Valencia y su
territorio. Con Ibn Yahhaf liquidado, no quedaba otro dueño y señor que él
mismo, Rodrigo el Campeador, quien, a partir de entonces, modificó en parte
su
conducta
para
enseñorearse
plenamente
de
una
conquista
que
le
había
costado varios sobreesfuerzos conseguir. A partir de entonces, el relato de la
Estoria
de
«histórica»
España
y
se
(Primera
adentra
más
Crónica
en
General)
visiones
pierde
literarias
del
un
tanto
Cantar de
la
esencia
mio
Cid,
prosificado por los historiadores de los talleres historiográficos de Alfonso X y
su hijo, Sancho IV. Las narraciones históricas perdidas de cronistas islámicos
coetáneos al Cid fueron dejando paso a recreaciones literarias condicionadas
por la prosificación del Cantar. Pero, antes de dar ese giro, la Estoria de España
nos deja unos últimos retazos de esa historiografía islámica reaprovechada que
merece mucho la pena valorar y reproducir, pues en ellas podemos vislumbrar
el viraje gubernamental que dio Rodrigo Díaz una vez que eliminó al cadí Ibn
Yahhaf.
En el comienzo de ese último soplo de crónica islámica aprovechada se
introducen dos personajes, claramente épicos, que obtienen carta de naturaleza
en el Cantar y que adquieren, sobre todo uno de ellos, un protagonismo
destacado. Conforme al relato, Rodrigo, tras la ejecución de Ibn Yahhaf y sus
treinta y cinco cómplices, habló esa misma noche con Álvar Fáñez y Pedro
Bermúdez,
así
como
con
todos
aquellos
que
configuraban
su
consejo,
y
departieron de cómo era su relación con los «moros». Tras esa inserción épica,
el relato retoma los tintes históricos que podían apreciarse hasta ese punto
concreto. Prosigue la narración relatando que Rodrigo ordenó, al día siguiente
de la ejecución del cadí, convocar a los musulmanes de Valencia para establecer
sus condiciones. Sentado en un estrado, rodeado de sus hombres de confianza,
el Campeador habló a los valencianos. Comenzó recordándoles cuánto había
servido al rey de Valencia, al-Qádir, y cuantas tribulaciones había tenido que
encarar y superar para conquistar la ciudad. Ahora, proseguía, que Dios había
tenido a bien entregársela y que él fuese señor de ella, quería toda Valencia para
él y para los suyos, aquellos que le habían ayudado a conseguirla.
Aseguró que todos le pertenecían y que, por tanto, podía hacer con ellos
lo que le placiera, arrebatarles cuanto poseían, ser dueño absoluto de ellos y sus
bienes, de sus mujeres y de sus hijos. Aunque, declaró, no quería actuar de ese
modo. Prefería que los más honrados, aquellos que siempre le habían sido
leales, siguieran habitando en la villa, en sus casas, con sus familias, con la
condición de que únicamente debían poseer una bestia, que tenía que ser
mular, y un solo sirviente. Les prohibió tener armas, a excepción de cuando él
mismo les ordenase armarse. Quienes no estuvieran de acuerdo habían de
abandonar la ciudad e irse a vivir a Alcudia, donde disponían de sus mezquitas,
al
igual
que
las
mantendría
en
la
propia
Valencia.
Tendrían
alfaquíes
y
seguirían rigiéndose por la ley islámica, con los alcaides y el alguacil que él
había designado. Conservarían sus propiedades y solo le entregarían el diezmo.
La aplicación de la justicia sería su competencia, así como la acuñación de
moneda. Aquellos que quisieran permanecer en ese nuevo señorío podrían
hacerlo si acataban las normas impuestas y aquellos que no estuviesen de
acuerdo con las nuevas condiciones podrían marcharse, pero solo en persona,
pues debían dejar en la ciudad sus pertenencias, aunque él velaría por ellos
15
hasta que llegasen a un lugar seguro.
Cuando
los
musulmanes
de
Valencia
escucharon
aquellas
palabras
se
entristecieron, pero también entendieron que no tenían otra opción que acatar
las normas que imponía el Campeador. De ese modo, fueron muchos quienes,
en compañía de sus mujeres e hijos, empezaron a desalojar la ciudad y solo
permanecieron aquellos a quienes Rodrigo seleccionaba. Al mismo tiempo que
los musulmanes desocupaban Valencia, iban entrando en ella cristianos que
residían en Alcudia. Tanta fue la gente que abandonó la ciudad que, cuenta la
historia, el desalojo se prolongó dos días y dos meses tardó Rodrigo en hacerse
fuerte en la urbe que había conquistado. A partir de entonces, se le llamó «Mio
16
Cid Campeador, señor de Valencia».
En
realidad,
Rodrigo
se
había
apoderado
de
Valencia.
Un
cronista
musulmán dijo que, de aquel modo, se adueñó de la ciudad, sin causar daño a
sus habitantes, pero alcanzando su objetivo de convertirse en el gobernante
supremo de aquel espacio:
Ni él ni los suyos, maldígales Dios, causaron daño de ningún tipo a
la ciudad ni a sus habitantes, con lo cual se animaron los espíritus,
cundió
la
esperanza
y
la
gente
se
tranquilizó,
en
tanto
[el
Campeador] controlaba los asuntos y les prohibía salir de la ciudad.
Así, maldígale Dios, obtuvo esta capital y logró cuanto ella tenía de
17
fortuna, lozanía, bienestar y esplendor.
La caída de Valencia en manos del Campeador pronto suscitó reacciones
en el mundo islámico. El propio Yúsuf ibn Tašufín en persona se desplazó hasta
Ceuta para coordinar la respuesta a la ofensiva cristiana que había triunfado en
la región levantina. La conquista de Valencia había generado un estado de
pánico en al-Ándalus y en los almorávides, recientemente asentados allí, y, por
tanto, urgía una respuesta. Era necesario que el nuevo poder norteafricano,
implantado hacía poco tiempo en al-Ándalus, respondiera de manera militar al
único foco de resistencia cristiano que se había desarrollado en la Península. Si
el Imperio almorávide quería legitimarse en al-Ándalus, debía eliminar con
prontitud aquel señorío que acababa de conquistar Rodrigo Díaz. El emir
Yúsuf consideró esa misión como prioritaria y allí concentró sus esfuerzos
bélicos.
Á
EL CONTRAATAQUE ALMORÁVIDE.
LA BATALLA DE CUARTE (OTOÑO DE 1094)
Así pues, lo sucedido en Valencia llenó de inquietud a los almorávides que
estaban acuartelados en Denia, así como a los musulmanes que habitaban
castillos y ciudades en aquel entorno. Rodrigo Díaz no cesó su actividad bélica
tras la conquista, pues ordenó lanzar algaras a diario contra las tierras en
derredor de Valencia, lo que provocó daños cada vez mayores en esas zonas,
cortó las comunicaciones y desató una inseguridad que se fue acrecentando.
Quienes habitaban aquellas comarcas se sentían cada vez más presionados, por
ello, escribieron al «Príncipe de los Musulmanes» (Yúsuf ibn Tašufín) para
pedirle
su
ayuda
y
le
informaron
de
la
terrible
situación
en
la
que
se
encontraban en el levante peninsular. La reacción de Yúsuf fue trasladarse a
Ceuta y dictaminar que se concentraran en el lugar efectivos procedentes del
Magreb. Le confió el mando de aquellas tropas a un sobrino suyo llamado Abd
Allah Muhámmad y ordenó, además, que el gobernador de Granada y su
18
territorio enviara refuerzos para auxiliar a los musulmanes del levante.
Cuando a Rodrigo le llegaron las primeras noticias de que un gran ejército
se le venía encima, mandó adoptar una serie de medidas defensivas. Estas
cautelas consistieron en el refuerzo de las murallas de Valencia, ya que, aunque
no habían resultado demasiado castigadas durante el asedio al que el propio
Campeador había sometido a la ciudad, necesitaban cierto reforzamiento, en
19
especial en los arrabales.
También ordenó abastecer a conveniencia todos los
castillos ubicados en el territorio valenciano, así como la propia capital, que
había quedado bastante esquilmada de víveres y pertrechos durante el cerco
cidiano. Convocó también a la ciudad huestes de cristianos y musulmanes que
20
le eran fieles y que procedían de distintos puntos de su señorío.
Debía
preparar
tanto
psicológica
como
tácticamente
a
los
suyos
para
resistir cercados a aquel enorme contingente almorávide. Como gran experto
en la práctica de la guerra psicológica, Rodrigo Díaz basó en ese tipo de armas
buena parte de sus planteamientos defensivos. Alberto Montaner, autor del
estudio de la batalla de Cuarte más completo y detallado, considera en ese
sentido que:
Para lograr su plena efectividad, Rodrigo desarrolla tres líneas de
actuación
en
cuanto
a
la
guerra
psicológica.
La
primera
[…]
es
mantener aterrorizada a la población musulmana de Valencia, para
evitar
cualquier
acción
interna
favorable
a
los
almorávides;
la
segunda es infundir ánimo y confianza en sus propios hombres, y la
21
tercera desmoralizar al ejército sitiador.
Así, la primera decisión que tomó fue la de desarmar a la población
potencialmente peligrosa, aquella que pudiera secundar a los almorávides desde
dentro pertrechándose y convirtiéndose en un elemento combativo. Propaló el
rumor de que si los norteafricanos sitiaban la ciudad, pasaría a cuchillo a toda
la
población
de
Valencia.
Además,
exigió
que
un
heraldo
pregonase
un
mandato encaminado a desarmar a los ciudadanos, que surtió el efecto deseado
de manera inmediata:
«[…] si se encuentra en poder de alguien cualquier herramienta de
hierro,
declararemos
lícitas
la
confiscación
de
sus
bienes
y
su
muerte». Los valencianos hicieron desde entonces todo lo necesario
para no incurrir en falta, entregando hasta las agujas y los clavos; y
llenos de temor y espanto depositaron cuanto hierro tenían en la
22
puerta del Alkázar.
Figura 35: Capitel de la iglesia de Santa María la Mayor de Uncastillo (Zaragoza), construida por el rey
Ramiro II de Aragón entre 1135 y 1155, año en que fue consagrada por el obispo de Pamplona. En el
centro, un caballero, sin armadura y en combate contra dos infantes, también sin protección corporal. El
que acomete por detrás con una lanza se ha interpretado como un guerrero andalusí, ya que porta una
adarga circular ornada en su centro con una estrella.
Rodrigó ordenó convocar a todos los valencianos junto al mar con el
pretexto de que había que remolcar una galera. Una vez reunidos, llegó un
intérprete acompañado por los jefes principales de la hueste del Campeador e
hicieron una selección entre ellos, «devolviendo a la ciudad a los que tenían
aspecto de poco bravos y dejando aparte, desterrados, a los que tenían aire de
valientes».
Aquello
llenó
de
tristeza
a
los
familiares
de
los
segregados
y
apartados, pues creyeron que habían sido asesinados «y sus casas se sumieron
23
en el luto».
El ejército almorávide procedente del norte de África llegó a al-Ándalus a
mediados de septiembre de 1094. Estaba compuesto, de acuerdo con un autor
musulmán, por «4000 jinetes y muchos más infantes». Durante su marcha, se
le
fueron
uniendo
contingentes
andalusíes
que
contribuyeron
con
capital
humano y logístico, «llegando de todas partes acémilas cargadas de provisiones,
instalándose sus campamentos a una pasaranga de Valencia», a unos 4 o 6
kilómetros
de
Valencia,
en
la
llanura
situada
entre
Cuarte
y
Mislata.
La
enormidad de aquel ejército atemorizó a los cristianos que estaban en Valencia
y muchos sopesaron abandonar la villa por miedo. Mas ese pánico no pareció
afectar a su líder, Rodrigo el Campeador:
Su campamento constituía una aglomeración considerable, que a
ojos
de
los
cristianos
era
como
un
océano
bullidor.
Por
eso
los
cristianos pensaron todos en huir y abandonar Valencia, menos su
maldito jefe, el Campeador, que no mostró temor ante esta multitud
ni manifestó cuidado, pues por las aves tenía augurios y pronósticos,
añadiendo otros embelecos de sus mentiras, con que confortaba el
ánimo
de
sus
gentes,
respecto
a
lo
cual
compuso
uno
de
los
valencianos:
«Decid a Rodrigo que la Verdad triunfa,
o comprobad cómo obtiene sus augurios.
āŷa,
Los sables de Sinh
en cada batalla,
24
impedirán que sus aves acierten el aviso».
Este había vuelto a recurrir a los augurios que, presuntamente, obtenía de
la observación del vuelo de las aves para disipar los miedos de sus hombres y se
mostraba, una vez más, como un auténtico experto en la práctica de la guerra
psicológica
y
buen
conocedor,
por
ello,
de
la
personalidad
de
propios
y
extraños, la de sus hombres y la de sus enemigos. La Historia Roderici también
incide
en
esa
actitud
impertérrita
del
Campeador
ante
la
inmensidad
del
contingente enemigo, una maniobra que debemos entender, asimismo, como
parte de dicha guerra psicológica planificada y planteada por Rodrigo Díaz:
Estos [los almorávides] al llegar al lugar denominado del Cuarte, que
está a cuatro millas de Valencia, plantaron allí su campamento. Toda
la región que estaba alrededor, enseguida se dirigió a ellos con los
alimentos,
víveres
y
piensos
necesarios;
en
parte
les
ofreció
las
vituallas y en parte se las vendió. Eran casi […] mil caballeros y
treinta
mil
infantes.
Al
ver
Rodrigo
tan
grande
e
innumerable
25
multitud que se dirigía a luchar contra él, no […] se admiró.
Otra de las medidas adoptadas por el Campeador fue la de expulsar de la
ciudad a las «bocas inútiles», esto es, las mujeres y niños más pobres, para que
se dirigieran al campamento de los norteafricanos, donde a las féminas les
esperaba
el
triste
destino
de
ser
violadas
por
la
peor
calaña
que
allí
se
encontraba:
Cuando las tropas almorávides vinieron a sitiarle, el maldito decidió
expulsar a las mujeres y los niños de los musulmanes indigentes y
obligarles
a
ir
al
campamento
de
los
asediantes,
diciéndoles:
«Reuníos con los de vuestra religión». Las pobres mujeres caían así
en manos de los negros, los arrieros y los comerciantes de baja estofa,
que las escondían y abusaban de ellas, sin que lo supiese el jefe del
26
ejército, que hubiese puesto fin a estos actos censurables.
Parte de la tropa se desgajó del grueso del ejército y se dirigió hacia Denia,
con
lo
que
el
campamento
musulmán
cada
vez
daba
menos
muestras
de
energía y firmeza y se apoderaba de los guerreros una especie de apatía y cierto
desorden. El comandante de aquellas huestes no parecía ser consciente de esos
síntomas de relajación e indisciplina de sus hombres. Confiado en el número
de los suyos, menospreciaba al enemigo al creer que «un ejército consiste el
número de sus combatientes» y que las operaciones de asedio se desarrollarían
con normalidad. Pero, prosigue el cronista, los puntos flacos de aquel ejército
terminaron
por
manifestarse
y
permitieron
al
enemigo
aprovechar
su
oportunidad.
Tal fue el estado de la cuestión durante el mes del Ramadán (del 14 de
septiembre al 13 de octubre de 1094). El campamento del emir Muhámmad
ibn Tašufín, sobrino de Yúsuf, se encontraba cerca de Valencia y servía de base
de coordinación a todos los efectivos magrebíes, saharianos, almorávides y
andalusíes que se habían congregado en el lugar. Habían sumado esfuerzos a
aquella hueste los taifas de Lérida y Tortosa, Santaver y Alpuente, además de
los señores de fortalezas como Segorbe, Jérica y otras. El 14 de octubre, los
musulmanes celebraron la fiesta de la ruptura del mes de ayuno. Los cristianos
mozárabes
de
Valencia,
aquellos
que
habían
vivido
siempre
en
la
ciudad,
«trataban de conciliarse la simpatía de los musulmanes que quedaban en ella»,
pues entendían que iban a ser las armas islámicas las que vencerían a las
27
cristianas en aquellas circunstancias de desigualdad numérica.
Entonces, Rodrigo se valió de otra de sus armas psicológicas favoritas: la
difusión de rumores. Así, ordenó que por el campamento musulmán corriera la
noticia
de
versiones
que
la
del
había
rey
solicitado
de
Aragón,
la
ayuda
llamado
militar
Ibn
de
Alfonso
28
Rudmir–
y
VI
de
–en
que
otras
este
se
encontraba en camino al frente de un poderoso contingente:
Hallábase, entre tanto, el Campeador en apuro de cómo resistiría a
tanta muchedumbre y pidió socorro a Alfonso VI; noticia que, al
circular por el real de los musulmanes produjo viva inquietud y llenó
de miedo los corazones. Estas circunstancias fueron las premisas de
29
los sucesos que iba a dar curso el destino.
La crónica usada por el historiador Ibn Idari sitúa esos hechos el día 21 de
octubre de 1094, fecha en la que se desencadenó la lid. Debemos entender que
esa
divulgación
de
rumores
por
parte
del
Campeador
se
habría
ido
desarrollando desde días atrás. Para ello, Rodrigo habría estudiado la manera de
infiltrar hombres en el campamento enemigo, los encargados de propalar en su
corazón las habladurías de la movilización de tropas cristianas que acudían en
30
ayuda de la Valencia dominada por el Cid.
Una vez más, llegado el momento,
Rodrigo se valió de la noche para desplegar la táctica que había diseñado
durante
el
tiempo
del
que
había
gozado
para
planificar
bien
una
batalla
compleja, arriesgada y un tanto temeraria.
El planteamiento táctico concebido por Rodrigo Díaz consistió en dividir
a sus hombres en dos cuerpos. Uno de ellos, menos nutrido, aprovechó la
oscuridad nocturna para completar un amplio rodeo al campamento de los
almorávides y posicionarse justo a su espalda. Alfonso Boix propone, en un
estudio clarificador, que ese grupo de combatientes cidianos no fue detectado
por
el
enemigo
31
sigilo.
La
porque
canalización
utilizó
una
rodeaba
acequia
para
ocultarse
ampliamente
la
y
ciudad
marchar
por
el
con
sur
y
desembocaba en la Albufera y, para llegar hasta ella, la columna tuvo que salir
32
de Valencia por la puerta oriental de Bab Ibn-Sajar.
Cuando aquella parte de
la hueste cidiana estuvo emboscada y preparada, el grueso del contingente,
comandado por el propio Campeador, salió de Valencia por la puerta de la
Culebra
(Bab
al-Hanax)
al
rayar
el
alba
y
cargó
contra
la
posición
que
ocupaban los almorávides. Al verse sorprendidos, los musulmanes se armaron
de manera precipitada y contraatacaron a los cristianos, quienes, como tenían
previsto, dieron media vuelta y emprendieron la huida hacia el interior de la
ciudad. Aquella maniobra tenía la finalidad de mover a los almorávides de su
campamento, arrancarlos de allí para que el cuerpo emboscado atacara el real
por sorpresa y sembrara la confusión, el miedo y el caos, que es lo que acabó
por suceder. Los musulmanes se creyeron atacados por los efectivos de Alfonso
VI y no por una parte del ejército cidiano, eso hizo cundir el pánico, el
desorden y la huida caótica y a toda prisa. Los cristianos no se dedicaron a la
masacre, sino que dieron prioridad a la aprehensión de todo el botín posible y
a la necesidad de dar descanso a sus caballos, que se mostraban exhaustos, por
lo que la batalla fue menos sangrienta de lo que podía haber sido. Por este
motivo, encontró la muerte un número relativamente escaso de musulmanes:
El enemigo, dedicado al saqueo, no persiguió a los huidos, dando
alivio
a
sus
caballos,
debilitados
por
cuanto
habían
hecho
en
Valencia, y así no actuó la espada ni corrió la sangre, excepto la de
algunos pocos musulmanes a quienes otorgó Dios como premio el
33
martirio.
La Historia Roderici es bastante escueta en la narración de esta significativa
victoria de Rodrigo Díaz y se centra, casi en exclusiva, en la descripción de un
inmenso botín que hizo aún más ricos al Campeador y a sus hombres:
De
tal
manera
con
la
ayuda
de
Dios,
consiguió
el
triunfo
y
la
victoria sobre ellos que, vencidos y retrocediendo, se dieron a la fuga.
Muchos
murieron
a
golpes
de
espada,
otros
fueron
conducidos
prisioneros al campamento de Rodrigo junto con sus mujeres y sus
hijos.
Tomaron
todo
su
campamento
y
sus
tiendas,
en
las
que
encontraron innumerables riquezas, oro, plata y telas preciosas, las
despojaron por completo dé todos los tesoros hallados allí. Rodrigo y
todos los suyos se enriquecieron y se hicieron con mucho oro plata,
telas preciosísimas, caballos de combate, de posta y mulos, armas de
34
diversas clases, abundantes víveres y tesoros inenarrables.
Figura 36: Mosaico de la iglesia de Santa Maria Maggiore, en Vercelli (Italia), siglo XII. Un guerrero
cristiano, a la izquierda, combate contra un sarraceno, cuyo aspecto –tez oscura, torso descubierto, pies
descalzos y grandes ojos y dientes– intenta recalcar su «otredad». Junto al primero, se lee la leyenda FOL
y, junto al segundo, FEL, en lo que serían los primeros testimonios del italiano vernáculo, leídos como
folle
(«loco») y
fello
(«felón»). Existen diversas interpretaciones de la escena, desde ver en ella el combate
entre Roldán y Ferragut, a una exhortación en el marco de la segunda cruzada (1146-1149) a los
caballeros a combatir por la fe. Museo Leone, Vercelli (Italia).
En Cuarte fue derrotado por primera vez un ejército almorávide en la
península ibérica. Hasta aquella fecha, los enfrentamientos que habían trabado
los norteafricanos con huestes cristianas en suelo peninsular se habían saldado
con victorias para los primeros y derrotas para los segundos. Rodrigo Díaz
había
conseguido
demostrar
que
aquellos
guerreros
del
desierto
no
eran
invencibles, a pesar de que habían conseguido derrotar, hasta ese momento, a
poderosos contingentes cristianos comandados por figuras de la talla de Álvar
Fáñez o del mismísimo Alfonso VI.
Los ecos del triunfo resonaron en toda la Península. Alfonso VI había
cubierto con su ejército la mitad del camino que le llevaba a Valencia y allí le
alcanzaron emisarios del Campeador que le llevaban como ofrenda de su líder
regalos
procedentes
del
botín
ganado
a
los
musulmanes
en
la
batalla.
Al
comprobar que Rodrigo ya no necesitaba de su ayuda, encaminó sus pasos
hacia tierras de Guadix, donde la hueste cristiana saqueó el territorio y reclutó
a grupos de cristianos mozárabes para repoblar Toledo. En Aragón también
conocieron la victoria del Campeador y la noticia quedó consignada en un
documento regio en el que se anotaba «en el año que vinieron los almorávides
35
a Valencia, los derrotó Rodrigo Díaz y se apoderó de su hueste».
También,
como es obvio, se enteró del descalabro de sus tropas Yúsuf, el líder supremo
almorávide, el cual se enojó sobremanera con su sobrino Muhámmad, a quien
culpó de aquella derrota estrepitosa por su indolencia y falta de valor ante los
cristianos. Las tropas almorávides vencidas se dispersaron por tierras de Játiva y
36
Denia.
EL CAMPEADOR GOBIERNA VALENCIA
Y CONSOLIDA SU SEÑORÍO
El mismo día que se desarrolló la batalla de Cuarte, Rodrigo regresó a Valencia,
convocó a los valencianos delante del alcázar y les habló. Les dijo, henchido de
orgullo, que de nada había servido que los almorávides hubieran reunido aquel
inmenso ejército para atacarlo, pues había conseguido derrotarlo. De seguida,
pidió a los allí emplazados que hicieran lo posible por entregarle 700 000
meticales, pues, si no lo hacían, morirían ejecutados. Después salió y dejó
confinados
armados.
a
los
Algo
musulmanes
más
tarde
en
el
regresó
el
alcázar
visir
custodiados
judío
del
por
sus
hombres
Campeador,
el
cual
comunicó a los valencianos que había conseguido rebajar las pretensiones de su
señor y que la cifra que tenían que entregarle había quedado establecida en 200
000
meticales.
Cada
cual
debía
aportar
lo
suficiente
en
función
de
sus
posibilidades; aquellos que más tenían eran quienes más habían de abonar para
llegar
a
la
suma
exigida.
Algunos
de
ellos
fueron
apresados
hasta
que
no
satisficieron el pago, otros hostigados y azotados por orden del visir judío del
Campeador, que asignó a cada valenciano un «esbirro diabólico» que no se
37
separaba de él para asegurar el cobro.
Subalternos como aquel visir judío aseguraron el control de la población
valenciana mientras Rodrigo trabajaba para consolidar un señorío que no solo
había de limitarse a la ciudad valenciana y su territorio. Poco después de la
victoria en Cuarte, el Campeador inició una serie de campañas militares para
consolidar ese principado que iba a tener en Valencia su capital. Para cumplir
con el plan, Rodrigo marchó con parte de su mesnada hacia el castillo de
Olocau,
ubicado
a
30
kilómetros
al
noroeste
de
Valencia,
que
consiguió
conquistar y donde encontró, curiosamente, el tesoro que había pertenecido a
38
al-Qádir y que tantas veces había reclamado a Ibn Yahhaf, ya difunto.
dividir
equitativamente
aquella
fortuna
entre
los
hombres
que
Tras
lo
acompañaban, puso rumbo hacia Serra, a 25 kilómetros al norte de Valencia,
39
que también consiguió tomar.
No mucho tiempo después se reforzó la alianza que se había establecido
previamente entre Pedro I de Aragón y Rodrigo Díaz. Pedro había sucedido en
el trono a su padre, Sancho Ramírez, tras caer abatido por una flecha durante
el asedio a Huesca, en el verano de 1094. Según la Historia Roderici, fueron los
hombres del rey Pedro quienes le recomendaron estrechar la amistad con el
nuevo señor de Valencia: «Unánimemente suplicamos a tu majestad, ilustre rey,
que
te
dignes
oír
nuestro
consejo:
creemos
que
te
resultará
bueno
y
útil
mantener la amistad y las buenas relaciones con Rodrigo el Campeador. Esto es
lo que, todos de acuerdo, te aconsejamos». El monarca, dando por bueno el
consejo de los suyos, envió emisarios para entrevistarse con el Campeador y
proponerle
«buen
entendimiento
y
una
paz
y
amistad
firmísima»,
para
40
enfrentarse, desde entonces y conjuntamente, contra los enemigos de ambos.
Rodrigo había incrementado su capital simbólico, su estatus y su consideración
gracias a la conquista de Valencia y a la derrota en Cuarte de los almorávides, la
primera victoria cristiana ante esos enemigos comunes, de la que, además,
habían tenido conocimiento en la corte aragonesa, tal y como mencionaba
Pedro I en el documento mencionado. Este, por su parte, también gozaba de
un buen momento. Su prestigio se había incrementado gracias a la victoria
conseguida en Alcoraz contra tropas combinadas de la taifa de Zaragoza y del
reino de Castilla, comandadas estas últimas por el conde García Ordóñez,
enemigo íntimo de Rodrigo. Pocos días después de ese triunfo, el soberano
también había conseguido rendir Huesca, el 26 de noviembre de 1096, y había
convertido esa conquista en la primera de importancia protagonizada por los
41
reyes de Aragón ante los musulmanes.
LA BATALLA DE BAIRÉN (1097)
La alianza con Pedro de Aragón, renovada y reforzada en fecha indeterminada,
dio sus primeros y más espectaculares frutos en el año 1097. Antes de eso, en
diciembre
de
1096,
emisarios
del
Campeador
habían
ido
a
visitar
al
rey
aragonés a Huesca para solicitar su ayuda ante la posibilidad de una nueva
acometida almorávide contra Valencia. No hacía ni un mes que Huesca se
había
rendido,
cobrado
la
después
vida
de
de
un
muchos
largo,
penoso
hombres,
y
incluida
costoso
la
del
sitio
que
propio
rey,
se
había
Sancho
Ramírez. A pesar de ello, y de los consejos contrarios de algunos de los suyos,
Pedro se mostró partidario de acudir con efectivos en auxilio de su amigo
Rodrigo.
En
doce
días
se
reunieron
con
él
en
42
Valencia
y
se
unieron
al
Campeador y sus hombres. Partieron rumbo hacia el sur con el cometido de
abastecer y reforzar el castillo de Peña Cadiella, enclavado en el sector más
meridional del señorío cidiano.
Tal vez aquel movimiento conjunto no tuvo como único objetivo, aunque
también,
el
abastecimiento
de
aquella
fortaleza.
En
aquellos
tiempos,
los
almorávides habían vuelto a reunir un gran ejército para intentar recuperar
Valencia, la prioridad de Yúsuf, y más después de la dolorosa derrota que
habían infligido a los suyos ante las murallas de la ciudad del Turia. De hecho,
una hueste almorávide considerable –que cifra de forma hiperbólica en 30 000
guerreros
la Historia
Roderici–,
comandada
de
nuevo
por
el
derrotado
en
Cuarte, Muhámmad, sobrino de Yúsuf, se dirigió hacia donde se encontraban
Rodrigo y Pedro con los suyos. Ese mismo día, «los musulmanes y almorávides
no presentaron batalla sino que estuvieron durante todo el día profiriendo sus
alaridos y gritos guerreros desde los montes que allí había». Pedro y Rodrigo
continuaron ejecutando su misión y abastecieron Peña Cadiella con todo el
43
botín que habían conseguido mediante el saqueo sistemático de la región.
Hacia mediodía, Rodrigo y el rey de Aragón dejaron Peña Cadiella, se
encaminaron hacia la costa e instalaron sus campamentos cerca de la playa, en
las
cercanías
de
Bairén
(Gandía).
Los
almorávides
y
andalusíes
habían
conseguido dominar un promontorio que se alzaba sobre aquella costa, en la
sierra de Mondúver, y habían desplegado en el mar circundante barcos de
guerra con numerosos arqueros y ballesteros a bordo. Los cristianos, al verse en
aprietos, acorralados y hostigados con armas arrojadizas desde el mar y la
44
montaña, comenzaron a sentir el pánico entre sus filas.
Cuando el Cid se
percató de que la moral de la hueste cristiana estaba por los suelos y de que
muchos de aquellos hombres estaban aterrorizados, recorrió el campamento a
caballo y arengó a las tropas:
Escuchadme, compañeros míos muy queridos y amados, sed fuertes
y valerosos en el combate, tened ánimo como hombres que sois, y de
ningún modo tengáis miedo ni temáis su gran número porque hoy
los entregará Jesucristo Señor Nuestro a nuestras manos y a nuestro
45
poder.
Con el ánimo recuperado, los cristianos lanzaron una carga de caballería
coordinada contra el ejército musulmán que se interponía en su camino que
rompió sus filas con violencia, «luchando con todas sus fuerzas tenazmente».
Aquella acción motivó el pánico y la desbandada de los enemigos, algunos de
los cuales murieron durante el choque, otros al intentar cruzar un río que había
46
allí y la mayoría ahogados en el mar cuando intentaban escapar.
aquella
victoria,
los
cristianos
ganaron
un
enorme
botín
de
Gracias a
«oro
y
plata,
caballos y mulas, armas escogidas y muchas riquezas, y glorificaron con gran
47
devoción a Dios por la victoria que les había otorgado».
La clave de ese triunfo cristiano residió en la carga de caballería. Una
táctica que las huestes cristianas llevaban poco tiempo aplicando en los campos
de batalla. De posible origen normando, se generalizó en Europa occidental en
las últimas décadas del siglo XI y experimentó notables desarrollos en Próximo
Oriente, en el contexto de las cruzadas, durante la primera mitad del siglo XII.
Las cargas de caballería fueron posibles gracias a las mejoras tecnológicas en los
estribos de los caballos; a la silla de montar, al aumentar el tamaño de su
respaldo; y a la lanza, más gruesa y larga que las tradicionales de tipo jabalina
que empleaban hasta entonces los caballeros en el combate a caballo. También
contribuyó el perfeccionamiento de las armaduras, así como la cría de caballos
específicos, más potentes, musculosos y fuertes, para cargar con el caballero
vid. Capítulo 1). En el Tapiz de Bayeux ya se nos
armado y resistir los choques (
muestra esta forma de combatir, que se fue extendiendo y que el arte románico
representó cada vez con más profusión. No obstante, no en todas las batallas se
48
dieron las condiciones necesarias para poder lanzar una carga de caballería.
Rodrigo
Díaz
ya
había
puesto
en
práctica
algo
similar
a
cargas
de
caballería en otras batallas anteriores, especialmente en las de Tévar y Cuarte,
donde se produjeron choques frontales entre los contendientes. Puede que
también se sirviera de esa disposición táctica en otros combates, como los de
Almenar y Morella, pero la parquedad de las fuentes que relatan esas lides tan
solo nos permite intuirlo y no afirmarlo. En el caso de Bairén, parece claro que
las tropas combinadas de caballeros pesadamente armados de Rodrigo Díaz y
Pedro I impelieron una carga de caballería contra el ejército rival. Una de las
condiciones para que esta acción pudiera impulsarse era disponer de un terreno
relativamente
llano
y
despejado
de
vegetación
e
irregularidades.
Como
el
choque de Bairén tuvo lugar en una playa, era un escenario que reunía los
requisitos indispensables para que se ejecutara una carga exitosa. Asimismo, un
alto
grado
de
disciplina,
coordinación
y
cohesión
de
los
efectivos
que
participaban en ella constituía un aspecto psicológico esencial. Para alcanzar tal
condición, eran necesarias horas de entrenamiento individual y colectivo, así
como la solidaridad entre los combatientes y la lealtad y adhesión al líder.
Pedro
I,
y
sobre
todo
Rodrigo
Díaz,
encargado
de
dirigir
el
ataque,
acumulaban una experiencia militar que posibilitaba dicha cohesión entre sus
hombres y que se tradujo en la consecución exitosa en la jornada de Bairén.
También
jugó
a
su
favor
el
hecho
de
que
ambos
comandantes
hubiesen
derrotado en fecha reciente a contingentes musulmanes en el campo de batalla,
Rodrigo en Cuarte (1094) y Pedro en Alcoraz (1096), respectivamente. Gracias
a ello, su moral, y la de sus propios hombres, a pesar del miedo lógico, era
elevada. Todo lo contrario ocurría con Muhámmad, el caudillo de las tropas
musulmanas, derrotado hacía tres años por Rodrigo en Cuarte. Todos estos
factores nos ayudan a entender el éxito que alcanzaron las huestes cristianas en
49
una batalla que Martínez Díez sitúa en enero de 1097.
Figura 37: Capitel de la iglesia de Rebolledo de la Torre (Burgos), dedicada a los santos Julián y Basilisa,
finales del siglo XII. La escena muestra el choque entre dos caballeros, uno cristiano y otro musulmán,
distinguibles porque el primero cuenta con un escudo de cometa o lágrima y el segundo con una adarga
circular, adornada con un motivo floral. Por lo demás, el aspecto de ambos guerreros es idéntico: casco
con visera −un modelo típicamente peninsular−, cota de malla, monta a la brida y carga con lanza. Esto
señala el desarrollo de una caballería pesada en al-Ándalus, a imitación de la cristiana.
Después de aquella victoria «memorable y siempre gloriosa», Rodrigo
Díaz y Pedro I regresaron a Valencia dando gracias a Dios por el premio que les
había
concedido.
Tras
permanecer
pocos
días
allí,
seguro
que
relatando
y
celebrando la batalla, partieron hacia Montornés (en la actual provincia de
Castellón), una fortaleza que pertenecía a la jurisdicción del rey Pedro y que se
había
sublevado
hacía
poco
tiempo.
Después
de
sitiarla
y
combatirla
consiguieron someterla, tras lo cual ambos líderes se despidieron y Pedro partió
con rumbo a Aragón y Rodrigo a Valencia
LAS ÚLTIMAS CAMPAÑAS DEL CAMPEADOR
(1097-1099)
Desde la de Bairén, Rodrigo Díaz ya no participó en ningún otro combate
campal. Aquella fue la última vez que cruzó sus armas con las de sus enemigos
en el campo de batalla, en una época en la que los almorávides avanzaban y
derrotaban a contingentes cristianos. Pocos meses después de Bairén, Yúsuf ibn
Tašufín había cruzado el estrecho de Gibraltar y había regresado a la Península
por cuarta vez. Quizá ese retorno estuvo motivado, en parte, por el reciente
desastre que había sufrido, una vez más, su sobrino Muhámmad ante Rodrigo
Díaz y Pedro I. Así, tras desembarcar en Algeciras, Yúsuf se dirigió con los
suyos a la ciudad de Córdoba, considerada la capital almorávide en al-Ándalus.
Allí,
concentró
efectivos
almorávides
y
andalusíes,
a
cuya
cabeza
situó
a
Muhammad ibn al-Hayy, con la orden de atacar Toledo, cuya recuperación
50
para el islam era una obsesión personal del emir de los almorávides.
Alfonso recibió la noticia de la nueva llegada de Yúsuf mientras marchaba
hacia
Zaragoza,
no
sabemos
con
qué
intención,
pero
es
posible
que
para
intentar conquistarla antes de que pudiera caer en manos de los almorávides o
de los aragoneses, quienes habían adelantado sus fronteras gracias a la reciente
conquista de Huesca. Desde allí, puso rumbo a Toledo para reforzar su defensa,
mientras que Yúsuf permanecía en Córdoba, ya que prefirió delegar el mando
de sus tropas en hombres de su confianza antes que implicarse en persona en
una nueva batalla contra los cristianos. Así lo justificaba el emir almorávide:
Jamás
me
encontraré
con
él
[Alfonso
VI],
pues,
en
verdad,
las
derrotas están creadas, y ya existió de nuestra parte un error en su
ā
encuentro el año de Zall qa; no obstante, yo haré salir contra él a
mis generales con los valientes de mis ejércitos y, si Dios decretase su
derrota durante el encuentro, yo les serviré de ayuda por detrás de
51
ellos.
El 15 de agosto de 1097, el ejército cristiano comandado por Alfonso VI
y el musulmán liderado por Muhammad ibn al-Hayy se enfrentaron en las
cercanías
del
castillo
de
Consuegra
(en
la
actual
provincia
de
Toledo).
El
resultado fue desastroso para los cristianos; cayeron derrotados y se vieron
obligados a refugiarse en el castillo, que fue sometido a cerco durante ocho días
hasta que las huestes almorávides, a las cuales no parecían gustarle mucho los
asedios prolongados, decidieron retirarse. Una de las peores consecuencias de
aquella derrota la sufrió Rodrigo Díaz, pues en aquel combate encontró la
muerte su único hijo varón, llamado Diego, de quien, aparte de esa noticia, no
52
tenemos información alguna.
La Estoria de España de Alfonso X consigna una
breve referencia a la batalla de Consuegra y a la muerte de Diego Ruiz:
En este anno lidio el rey don Alfonso con Abenalhage en Consuegra
et
fue
uencido
el
rey
ffonsso,
Al
et
metiosse
en
esse
castiello
de
Consuegra. En aquella batalla murio Diag Royz fijo de Roy Diaz
53
mio Cid.
La noticia debió de suponer un auténtico mazazo para el Campeador.
Con su hijo Diego moría su esperanza de conservar el señorío que estaba
articulando
en
torno
a
Valencia
o,
al
menos,
una
buena
parte
de
esas
expectativas. A Rodrigo y a Jimena ya solo le quedaban dos hijas, María y
Cristina,
por
tanto,
tendrían
que
afanarse
para
encontrar
matrimonios
ventajosos para ellas, con hombres que estuvieran en condiciones de asumir el
gobierno de Valencia cuando Rodrigo muriese. Aquel trágico suceso, sin duda,
trastocó los planes del matrimonio Díaz y les obligó, desde entonces, a diseñar
unas
políticas
matrimoniales
para
sus
hijas
que
pudiesen
garantizar
la
perpetuación del principado valenciano. Gran parte de las posibilidades de
convertir aquel principado en un reino duradero habían muerto junto con
Diego en las cercanías de Consuegra.
¿Qué hacía Diego Ruiz integrado en la hueste de Alfonso VI? Menéndez
Pidal propone que podría haber sido enviado por su padre al mando de una
mesnada para ayudar al monarca en la defensa de Toledo, cuando se supo que
Yúsuf había regresado a la Península y que se disponía a embestir contra aquella
ciudad. Martínez Díaz considera la posibilidad de que el hijo de Rodrigo se
encontrara ya integrado en la corte de Alfonso VI, formándose en la schola regis
tal y como había hecho el propio Campeador en las cortes de Fernando I y
Sancho
II
(vid.
Capítulo
54
2).
Marjorie
ffe,
Ratcli
por
último,
propone
la
posibilidad de que Diego se hubiese puesto de parte del rey durante el segundo
destierro de su padre y que hubiera permanecido desde entonces a su lado
55
hasta que se produjo la reconciliación definitiva entre vasallo y señor.
quizá,
proponemos,
¿pudiera
tenerlo
y
criarlo
Alfonso
VI
en
su
O
corte,
manteniéndolo como una suerte de rehén para controlar las veleidades de su
padre? La ausencia de información, prácticamente, hace que cualquiera de esas
posibilidades pueda ser válida, pero lo cierto es que la muerte de Diego Ruiz en
Consuegra amargó los últimos años de vida de su padre.
Los almorávides progresaban y los cristianos que osaban plantarles cara
sucumbían a sus armas. Lo de Consuegra había constituido una prueba del
avance que los norteafricanos estaban desarrollando en al-Ándalus. Ya solo
quedaban
tres
taifas
que
no
habían
sido
integradas
en
su
dominio,
la
de
Zaragoza, la de Albarracín y la de Valencia, gobernada por Rodrigo. Con esta
última mostraron ciertas cautelas, pues hasta en dos ocasiones habían sido
derrotados
recuperar
dos
la
potentes
ciudad
para
ejércitos
el
enviados
islam.
Aun
para
así,
los
derrotar
al
Campeador
norteafricanos
ūs
Valencia como objetivo en sus planes. Ibn al- Kardab
y
mantenían
relata que, por ese
tiempo, el general almorávide Muhammad ibn Aisa atacó la región de Cuenca
y
que
allí
derrotó
a
una
hueste
comandada
por
Álvar
Fáñez.
Después
de
aquello, se dirigió a la taifa de Valencia, a Alcira, en cuyas cercanías aplastó a
una tropa del Campeador:
Enseguida Muhammad ibn
Ā’iša se precipitó hacia la comarca de la
c
Isla de Júcar (Alcira), pues se apercibió de que él (el enemigo) la
pretendía, se dirigía a ella y la amenazaba. Entonces se encontró con
un grupo del ejército del Campeador, pero cayó sobre ellos y los
aniquiló con la peor de las muertes, y no escaparon sino unos pocos
de ese grupo. Cuando los fugitivos de la derrota llegaron a [donde] él
(el Campeador) murió de tristeza y de pesar. Que Dios no se apiade
56
de él.
Si esa derrota de los hombres del Campeador se produjo, como, de hecho,
pudo haberse producido, tal cosa no precipitó su defunción. Lo que tal vez sí
adelantó su fallecimiento fue la muerte de su hijo Diego, pero todavía habrían
de
pasar
dos
años,
que
Rodrigo
empleó
en
ampliar
y
reforzar
su
señorío
valenciano y en buscar la manera de garantizar la supervivencia de su obra más
allá de su persona.
ÚLTIMAS CONQUISTAS: ALMENAR Y
MURVIEDRO
Aún le quedaban a Rodrigo asuntos pendientes que resolver. Yúsuf ibn Tašufín
regresó
a
finales
Campeador
y
de
Pedro
1097
I
en
al
Magreb,
Bairén,
año
había
que,
salvo
resultado
por
aciago
la
victoria
para
las
del
armas
cristianas. Solo tras su llegada a la Península sus ejércitos se habían impuesto a
distintas huestes cristianas en Consuegra, en Cuenca y en Alcira y habían
resultado derrotados contingentes enemigos comandados por Alfonso VI, Álvar
Fáñez y hombres de Rodrigo el Campeador. Puede decirse, por tanto, que el
balance general de la cuarta visita de Yúsuf a la Península había sido positivo
para sus correligionarios.
Durante los dos años siguientes, Rodrigo trabajó para robustecer el sector
septentrional de su señorío y se fijó como objetivo las plazas fortificadas de
Almenar y Murviedro (Sagunto). Además, profundizó en la cristianización del
señorío valenciano con la fundación de iglesias en algunas de sus conquistas y
con
el
nombramiento
de
un
nuevo
obispo
para
Valencia,
el
cluniacense
Jerónimo de Perigord, que fue el encargado de la articulación eclesiástica del
principado valenciano (vid. Capítulo 1). Conforme a la Historia Roderici, el
casus belli que motivó que Rodrigo asediara la fortaleza de Almenar fue que se
había refugiado allí Abul-Fata, alcaide de Játiva, una fortaleza situada al sur de
Valencia y controlada por los almorávides. Almenar (en la actual provincia de
Castellón), se halla a 34 kilómetros al norte de Valencia, no demasiado lejos de
la costa, y a 10 al norte de Murviedro. Tras ser cercada y asaltada, Rodrigo
logró al final conquistarla como resultado de un ataque, lo que permitió a sus
habitantes marchar libres. Poco después, ordenó construir en el lugar una
57
iglesia en honor a Santa María.
Después
dirigió
a
sus
hombres
hacia
la
imponente
fortaleza
de
Murviedro, la antigua Sagunto, que ya había demostrado su potencia en el año
219 a. C, cuando el general cartaginés Aníbal necesitó ocho meses de asedio
para conquistarla y dar inicio con aquella acción a la Segunda Guerra Púnica.
Según la Historia, un piadoso Rodrigo Díaz elevó sus oraciones al cielo para
pedir al Señor que pusiera en su poder aquella codiciada plaza:
Eterno
Dios,
que
conoces
las
cosas
antes
que
sucedan,
a
quien
ningún secreto se esconde, tú sabes, Señor, que no quena entrar en
Valencia antes de sitiar y combatir Murviedro, antes de conquistarla
con la ayuda de tu poder, tras haberla combatido con la fuerza de mi
espada, antes de celebrar allí, una vez recibida de ti, sometida a
nuestro dominio y ya siendo dueño de ella, una misa en tu honor,
58
Dios verdadero, y en tu alabanza.
A partir de entonces, comenzó un asedio intenso que duró meses y en
cuyo
transcurso
se
combatió
la
ciudad
con
máquinas
de
guerra
y
armas
arrojadizas. Ante la violencia de los ataques, y al verse cercados y hostigados,
los
habitantes
de
Murviedro
empezaron
a
deliberar
acerca
de
su
destino.
Temían que pudiese sucederles lo mismo que a los de Valencia y a los de
Almenar: terminar masacrados por las huestes del Cid o muriendo de hambre
de
forma
dramática.
Entablaron
negociaciones
con
Rodrigo
Díaz
para
solicitarle la concesión de una tregua condicional durante la cual demandar
ayuda
militar
a
sus
aliados.
Aseguraban
que
si
no
les
concedía
ese
plazo
resistirían allí hasta la muerte, pues no estaban dispuestos a rendir fácilmente
una fortaleza con «tanto renombre y fama entre todos los pueblos». Rodrigo,
consciente de que la resistencia de los defensores de Murviedro podía dilatarse
59
en extremo, les concedió un plazo de treinta días para buscar auxilio.
Enviaron emisarios a Alfonso VI, a al-Mustaín de Zaragoza, a Ibn Razin
de Albarracín y al conde de Barcelona. La respuesta de Alfonso fue que se
olvidasen de su ayuda, pues prefería que Rodrigo tuviese Murviedro antes que
cualquier musulmán. El rey de Zaragoza confesó que no podía socorrerlos por
el miedo que le tenía a Rodrigo, guerrero esforzado e invencible: «Id y animaos
cuanto podáis; sed fuertes resistiéndoles en la lucha, porque Rodrigo es de dura
cerviz y guerrero muy esforzado e in· vencible y por esto yo temo darle batalla».
Con
anterioridad
a
esta
respuesta
de
al-Mustaín,
afirma
la
crónica,
el
Campeador le había lanzado una advertencia: «Ten por seguro, Musta’in que si
intentas
venir
contra
mí
con
tu
ejército
y
entablas
combate
conmigo,
de
ningún modo escaparéis de mis manos tú y tus nobles, muertos o cautivos».
Ibn Razin alegó que no estaba en condiciones de ayudar a los de Murviedro y
lo mismo ocurrió con los almorávides, quienes confesaron no atreverse a un
enfrentamiento con Rodrigo si no les acompañaba su líder, Yúsuf. El conde de
Barcelona, de quien los de Murviedro eran tributarios, manifestó que no iría a
combatir contra Rodrigo, por temor, pero que sitiaría el castillo de Oropesa
por si esa distracción apartaba al Campeador de allí y les daba opción para
abastecerse con víveres suficientes para resistir:
Sabed que, aunque no me atrevo a pelear con Rodrigo, sin embargo
iré rápidamente y rodearé su castillo llamado de Oropesa y mientras
él me haga frente y luche conmigo, entretanto vosotros, por la parte
60
contraria, llevad víveres suficientes a vuestro castillo.
El conde barcelonés cumplió con su palabra y asedió Oropesa durante un
tiempo, pero al recibir la noticia de que Rodrigo acudiría a entablar combate
decidió levantar el cerco y regresar a sus tierras. Y así transcurrieron los treinta
días que Rodrigo había concedido a los saguntinos para que buscaran auxilio.
Los de Murviedro comunicaron al Campeador que todavía no habían recibido
noticia de aquellos emisarios que habían sido despachados en busca de socorro.
Rodrigo era consciente de que le estaban engañando pero, aun así, decidió
ampliar el plazo doce días más, a cuyo término tenían que rendirle la fortaleza
sin dilación, pues, en caso de tomarla al asalto, ordenaría que todos fuesen
torturados, quemados vivos y pasados a cuchillo. A pesar de ello, aún amplió el
plazo una tercera vez, ya que era su voluntad entrar en la ciudad el día de san
Juan Bautista y, con este acto, daba tiempo hasta entonces a los de Murviedro
para
que
abandonaran
la
fortaleza
con
sus
familias
y
todas
las
riquezas
y
pertenencias que pudieran llevarse, él les iba a permitir marchar libres y no les
iba a poner ninguna traba ni impedimento:
Entretanto tomad vuestras mujeres, hijos, esclavos y todas vuestras
riquezas e id en paz con todos vuestros bienes a donde queráis.
Evacuad el castillo y sin poner obstáculos dejadlo libre. Yo, por mi
parte, con la ayuda de la divina clemencia, entraré en él el día de San
61
Juan Bautista.
Así lo hicieron los de Murviedro y quedaron profundamente agradecidos
a Rodrigo por su «tan grande misericordia». El 24 de junio del año 1098, como
era su deseo, entró Rodrigo Díaz en Murviedro con los suyos. Dando gracias a
Dios «Rodrigo en persona ordeno devotamente que se celebrara una misa y se
ofreciera
la
oblación.
Allí
mismo
hizo
que
se
construyera
una
iglesia
de
admirable construcción dedicada a San Juan». Ordenó a sus hombres que
guardaran con cuidado las puertas de la ciudad, así como las fortificaciones y
las casas, donde fueron encontradas riquezas que no habían podido llevar
consigo quienes habían decidido acogerse a las garantías que había concedido.
Tres días después de la entrada de los cristianos, todavía permanecían en el
lugar algunos ciudadanos, a quienes Rodrigo amenazó con encarcelar y torturar
62
si no entregaban todas sus pertenencias.
Es posible que el cronista mintiera en
ciertos puntos de su relato, pues esta última afirmación contradice a la anterior,
la cual afirmaba que Rodrigo había permitido a los de Murviedro marchar con
sus
pertenencias.
Es
posible
que
los
bienes
y
riquezas
no
entraran
en
los
acuerdos y que la población tuviera que dejarlos en la ciudad porque la única
posesión con que el Cid les permitió marchar era con sus propias vidas.
Í
RODRIGO DÍAZ CONVIERTE LA MEZQUITA
MAYOR DE VALENCIA EN IGLESIA CRISTIANA
(1098).
¿UN INTENTO DE VASALLAJE AL PAPA?
Tras la conquista de Murviedro, Rodrigo regresó con los suyos a Valencia. Allí
ordenó la conversión de la mezquita mayor de Valencia en iglesia cristiana.
Empezó la construcción de un templo sobre el islámico «en honor de la madre
de Nuestro Redentor» y la dotó con tesoros y regalos que el cronista enumera
con satisfacción. La primera misa cristiana que se celebró en aquel lugar fue
una eucaristía que condujo Jerónimo, el nuevo obispo de la ciudad:
Ofreció
marcas.
a
la
Dio
citada
iglesia
también
a
un
la
cáliz
que
pesaba
mencionada
ciento
iglesia
cincuenta
dos
tapices
preciosísimos tejidos con seda y oro, semejantes a los cuales, según se
dice, nunca hubo otros en Valencia. Allí celebraron juntos con gran
devoción una misa acompañada de melodiosas laúdes y suavísimos y
muy dulces cantos, alabando llenos de gozo a Jesucristo Redentor y
Señor Nuestro, a quien pertenece el honor y la gloria junto con el
63
Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Este relato de la Historia Roderici debemos ponerlo en relación con un
diploma emitido por el Cid en una fecha indeterminada de ese año de 1098.
Mediante ese documento, Rodrigo Díaz dotaba con propiedades a la recién
creada iglesia de Valencia, el único que se conserva en el que podemos observar
la firma de su emisor, Rodrigo el Campeador. El diploma comienza con un
extenso preámbulo donde podemos apreciar con claridad nociones de una
ideología reconquistadora. En esa parte introductoria, cargada de simbología y
escatología teológica e intenciones legitimadoras, se percibe a Rodrigo como un
«instrumento de Dios» para la recuperación de una ciudad que había sido
arrebatada a los cristianos por los musulmanes siglos atrás. Ese extenso prólogo
sirve, entre otras cosas, para la legitimación del señorío conquistado en torno a
Valencia por el «prínceps Rodrigo el Campeador» y del obispado fundado por
él y de un obispo Jerónimo designado directamente por el papa Urbano II, lo
cual otorgó a esa entidad política y religiosa restaurada la independencia con
respecto
a
otros
poderes
cristianos
laicos
y
eclesiásticos
64
en
competencia
(imperio leonés, reino de Aragón, condados catalanes, arzobispado de Toledo).
Prueba de que Rodrigo pudo participar de alguna forma en la redacción del
documento
o,
al
menos,
de
asumir
el
contenido
ideado
por
Jerónimo
vid.
Perigord, es el único autógrafo que conocemos del Campeador (
de
Capítulo
2), localizado en las últimas líneas del diploma, a modo de firma validatoria:
«Ego Ruderico Campidoctor». Por su interés y significación merece la pena
reproducir una traducción de dicho prólogo:
Así, transcurridos casi cuatrocientos años bajo la calamidad, se ha
dignado el Padre Clementísimo apiadarse de su pueblo, suscitando
en el nunca vencido príncipe Rodrigo, el Campeador, al vengador
del oprobio de sus siervos y propagador de la religión cristiana, el
cual tras haber conseguido con la ayuda divina muchas y eximias
victorias
esplendor
conquistó
de
sus
la
ciudad
riquezas
y
de
Valencia
abundancia
opulentísima
de
población
por
el
[…]
Y
habiendo vencido al innumerable ejército de los moabitas y de los
bárbaros de toda España en un abrir y cerrar de ojos sin ningún
daño de su parte más allá de cuanto puede creerse, consagró a Dios
como iglesia la misma mezquita, que entre los agarenos era utilizada
como
lugar
de
oración,
y
consagrado
el
venerable
presbítero
Jerónimo, con la aclamación y elección concorde y canónica, como
obispo
por
manos
del
Romano
Pontífice,
y
engrandecido
con
especial privilegio de la exención, enriqueció la mencionada iglesia
65
dotándola de su propio patrimonio con los siguientes bienes[…].
A continuación, el documento detalla las donaciones de propiedades por
parte de Rodrigo Díaz a la recién fundada iglesia de Valencia, que en adelante
gestionó
66
Jerónimo.
calamidad»,
el
Padre,
También
«muy
se
dice
clemente»
que
«después
suscita
a
de
Rodrigo,
cuatro
al
siglos
de
«invictissimus
princeps Rodericus Campidoctorem», para que vengue el oprobio de su pueblo
y propague de nuevo la fe cristiana («christiane religionis propagatorem»). Estas
expresiones se introducen para cimentar la legitimidad de un nuevo reino que
aún no lo es, de acuerdo con una conclusión importante de un análisis del
67
documento que ha realizado Georges Martin.
Para lograr que ese principado
se convirtiera en reino legitimado sería imprescindible el concurso de una
Iglesia (papado) representada por Jerónimo. Y es que, en la época, el papado
era el elemento legitimador esencial de los principados y señoríos que estaban
68
surgiendo en Europa y el Mediterráneo gracias a las conquistas militares.
Tras
la muerte de su único heredero varón, Rodrigo estaba más necesitado que
nunca de esa legitimidad que podía otorgarle el papado a través del obispo
Jerónimo
–dotado
con
«privilegios
69
vasallaje hacia el pontífice de Roma.
especiales»
(papales)–
y
una
especie
de
Figura 38: Diploma de dotación del Cid a la iglesia de Valencia, año 1098, y que contiene el único
autógrafo conocido de Rodrigo Díaz de Vivar, emplazado en las últimas líneas del documento, a modo de
firma validatoria: «Ego Ruderico Campidoctor». Archivo de la Catedral de Salamanca, caja 43, leg. 2, n.º
72.
Esas
nociones
de
«reconquista»
no
son
únicas
ni
exclusivas
en
el
documento emitido por Rodrigo Díaz en 1098. El Campeador hacía algo que
también estaban llevando a cabo reyes coronados de su tiempo como Alfonso
VI y Pedro I, fomentar en prólogos de documentos destinados a la dotación de
iglesias cristianas, en Toledo y Huesca respectivamente, una legitimación con
arreglo a la vinculación con un pasado cristiano de las ciudades conquistadas a
los
musulmanes.
Rodrigo
intentó,
mediante
unas
acciones
que
permiten
vislumbrar ese prólogo, un vasallaje al papado como los que por aquella época
estaban
llevando
a
cabo
reinos
como
el
aragonés
o
el
anglonormando
de
Guillermo el Conquistador, o como los señoríos conquistados por aventureros
70
normandos como Roberto Guiscardo y su hermano Roger de Hauteville.
El
Campeador era consciente de que tal vez le quedaba poco tiempo de vida,
puede que se encontrara ya enfermo y agotado, y debía intentar todas las
opciones posibles para dar continuidad y sentido al principado de Valencia. El
intento de vasallaje al papa era una de ellas.
Lo cierto es que a Urbano II le preocupaba de manera especial el avance
almorávide en la península ibérica y le interesaba consolidar un señorío como
el que Rodrigo Díaz había formado en fecha reciente en torno a Valencia.
Porque la irrupción almorávide no era solo un problema peninsular, también
era
«europeo»,
entendiendo
que
«Europa»,
en
esos
momentos,
era
un
conglomerado de monarquías y principados cristianos gobernados tanto moral
como
ideológicamente,
de
manera
irregular
y
con
matices,
por
el
papado
radicado en Roma. De hecho, Urbano II, elevado a pontífice en 1088 tras dos
años de convulsiones en el seno del papado, pronto mostró su inquietud ante
el
progreso
y
el
poderío
militar,
basado,
en
parte,
en
el
empuje
religioso
yihadista, de los almorávides. Fueron concebidos por Urbano II, y por el resto
de la cristiandad, como un peligro inminente y no solo para los reinos ibéricos,
sino también para el resto de los dominios espirituales de san Pedro. De tal
modo lo expresa Guibert de Nogent, cronista de la primera cruzada, cuando
afirma que la evolución norteafricana inquietaba seriamente al papa. Tal vez en
el ánimo de Urbano II pesara más la situación peninsular que la que por
entonces se vivía en el ámbito jerosolimitano y fuera la razón por la que afianzó
a Bernardo de Sédirac al ascenderlo de obispo a arzobispo y otorgarlo poderes
únicos en el orden eclesiástico ibérico. Puede que el desastre de Zalaqa desatara
más energías que las que la historiografía ha valorado hasta ahora, como pone
71
de manifiesto Carlos de Ayala en un esclarecedor estudio.
«energías»
desplegadas
por
gobernantes
y
obispos
Entre esas nuevas
peninsulares
figuraba
el
lenguaje que encontramos en los prólogos de documentos como los de Alfonso
72
VI de 1086, Pedro I de 1097 y Rodrigo Díaz de 1098.
LA MUERTE DE RODRIGO DÍAZ.
JIMENA, SEÑORA DE VALENCIA (1099)
Los intentos por integrar el principado de Valencia en la órbita de un papado
combativo contra los musulmanes, que se hallaba embarcado en la empresa de
la primera cruzada, predicada por Urbano II en Clermont en 1096, fue una de
las últimas acciones protagonizadas por Rodrigo Díaz. Cansado, tal vez, quizá
enfermo, desmoralizado por la muerte de su único heredero varón, pasó sus
últimos meses de vida en Valencia, intentando dejarlo todo lo más atado
posible para cuando llegara el momento de emprender el viaje eterno. El autor
de la Historia Roderici, única fuente que proporciona algo de información
relacionada con esos últimos meses del Campeador, prepara al lector para dejar
constancia de la muerte de su héroe venerado:
Quizá
sería
demasiado
extensa
y
podría
cansar
a
los
lectores
la
enumeración de todas las guerras en las que Rodrigo tomó parte
junto con sus aliados y en las que alcanzó el triunfo, la relación de
cuantas villas y aldeas saqueó y destruyó por completo con su fuerte
brazo, con la espada y toda clase de armas. Pero, en la medida en que
pudo la pequeñez de nuestro conocimiento, escribimos sus hazañas
con
estilo
tosco
pero
breve
y
fielmente.
Mientras
vivió
en
este
mundo, siempre triunfó de forma manifiesta sobre sus adversarios y
73
nunca fue vencido por ninguno.
No era mucho más lo que tenía que relatar el desconocido cronista de la
vida que se agotaba del guerrero invencible, salvo el fin de su trayectoria vital
repleta de triunfos militares y de gloria:
Murió Rodrigo en Valencia en la era 1137 (año 1099) en el mes de
74
julio.
Martínez Díez considera que el momento del óbito pudo sobrevenirle a
Rodrigo Díaz cuando tenía alrededor de 50 años, quizá alguno menos, unos
45, así como que disponemos de datos suficientes de su biografía como para
75
sospechar que no gozaba de una salud demasiado buena.
En las páginas de
este libro, se han mencionado algunas de esas circunstancias en las que se
encontraba enfermo. A ello debemos sumarle, además, heridas sufridas en
varios combates en los que intervino, cuando se cayó de su caballo en el
transcurso de la batalla de Tévar, o cuando recibió una lanzada en la garganta
mientras
saqueaba
y
devastaba
tierras
de
Albarracín.
También
las
severas
jornadas militares le habrían restado años de vida, siempre cabalgando de un
lado para otro, pernoctando en campamentos o al raso, pasando frío o calor,
soportando la lluvia, el viento, las heladas nocturnas, comiendo, en ocasiones, a
lomos de su caballo, rodeado de moscas y con los hedores propios de la vida en
campaña. Es posible que el fallecimiento prematuro de su hijo Diego terminara
de minar una salud ya quebrantada por una vida consagrada a la intensidad
bélica. De hecho, apenas le sobrevivió dos años. De forma paradójica, un
hecho similar le sucedió, años más tarde, a su señor, el rey Alfonso VI, pues
falleció
al
año
siguiente
de
que
su
único
hijo
varón,
el
infante
Sancho,
sucumbiera ante los almorávides durante la batalla de Uclés (1109). Con la
pérdida de esos herederos, también se perdían muchas esperanzas y muchos
años de esfuerzos, sacrificios, tribulaciones y tormentos. Puede que Rodrigo el
Campeador
pasase
sus
últimos
dos
años
de
vida
lamentando
su
suerte,
pensando con amargura que todo aquello por cuanto había luchado podía
desaparecer poco tiempo después de su muerte.
Fueron distintas fuentes las que se hicieron eco del fallecimiento del
Campeador. El Chronicon Burgense, los Anales Toledanos Primeros y Terceros y el
Chronicon Compostellani son algunas de ellas, así como la breve reseña que
redactó
un
monje
del
monasterio
de
Mazellais,
situado
junto
al
océano
Atlántico francés, en el bajo Poitou, el cual anotó en sus anales: «Año 1099 en
Valencia de España, murió el conde Rodrigo para gran duelo de los cristianos y
76
alegría de los enemigos paganos».
Martínez Díez sostiene que el día exacto de
la muerte de Rodrigo fue el 10 de julio, apoyado en el dato que proporciona
un texto varios siglos posterior (XVI), la Crónica particular del Cid . El mismo
autor reconoce la naturaleza tardía de ese testimonio, pero es el único, aun con
77
todos sus problemas, que establece la fecha concreta del deceso.
De haber acaecido el 10 de julio de 1099, como propone Martínez Díez,
la muerte de Rodrigo Díaz se habría producido solo unos días antes de que los
cruzados, que habían partido desde distintos puntos de Europa rumbo a Tierra
Santa desde 1096, conquistaran Jerusalén, en la que entraron a fuego y sangre.
Con este episodio, se alcanzaba el objetivo prioritario que ha dado en llamarse
primera
cruzada,
una
empresa
militar
que
acarreó
entonces
consecuencias
inimaginables para las relaciones entre la cristiandad y el islam (vid. Capítulo
1). Es difícil que el Cid participara de unos ideales cruzados en formación,
pero es posible que, al menos, tuviese constancia de ellos. No tuvo tiempo de
conocer
el
resultado
de
aquella
primera
campaña
cruzada.
A
partir
de
su
muerte, recayó en su esposa Jimena la tarea de tomar las riendas del gobierno
de Valencia, para lo que contó con la ayuda de los guerreros más fieles del
Campeador y de un obispo Jerónimo interesado como pocos en preservar el
señorío valenciano ya transformado en obispado.
Poco o nada sabemos del tipo de gobierno que instauró Jimena tras el
fallecimiento de su esposo. Pero sí que su primera acción consistió en dar digna
sepultura al conquistador de Valencia, allí mismo, en la ciudad del Turia, es
posible que en la catedral de Santa María, que se había fundado recientemente.
La Historia Roderici se limita a decir que:
Después de su muerte su mujer, digna de compasión, permaneció
allí con gran acompañamiento de caballeros y soldados. Enterados
de la noticia de su muerte todos los sarracenos que vivían en las
regiones situadas al otro lado del mar, después de reunir un gran
ejército, se dirigieron contra Valencia, la sitiaron por todas partes y la
78
atacaron desde todos lados durante siete meses de asedio.
La desaparición del Campeador dio alas a nuevas ofensivas almorávides.
Aquel
que
había
conseguido
derrotarlos
en
dos
ocasiones
ya
no
suponía
amenaza alguna y la ciudad se hallaba ahora gobernada por una mujer. Jimena
era la soberana legítima de Valencia, en virtud de la profiliación que había
quedado establecida en la carta de arras (vid. Capítulo 2) que ella y Rodrigo
79
habían consignado en 1074.
Pero Jimena estaba demasiado sola y Valencia
demasiado alejada de los reinos de León y Castilla, cuyo monarca, Alfonso VI,
se esforzaba por contener los embates que los almorávides estaban propinando
a la línea fronteriza del Tajo. En aquellos momentos, no solo Valencia era una
urbe amenazada, también lo era Toledo, donde, precisamente, el emperador
tuvo
que
concentrar
todo
su
denuedo
y
todos
sus
recursos
humanos
y
materiales. De hecho, una ofensiva almorávide la había asediado en 1099. No
había conseguido el objetivo, pero había logrado arrebatar a los cristianos la
significativa y cercana fortaleza de Consuegra, en cuyas inmediaciones había
muerto en batalla Diego Ruiz. Al año siguiente, Enrique de Borgoña, yerno de
Alfonso VI en virtud de su matrimonio con Teresa Alfónsez, caía derrotado por
otra hueste almorávide en Malagón, tal vez en un intento de reforzar una
80
posición sita en la ruta que conectaba el sur con Toledo.
Aún al año siguiente,
en 1101, Alfonso VI se vio en la necesidad de construir nuevas secciones de
murallas
en
Toledo
como
medida
preventiva
ante
presumibles
nuevas
acometidas almorávides, pues, en los últimos años, los norteafricanos habían
81
embestido hasta en dos ocasiones la ciudad del Tajo.
Los Anales Toledanos
dejan constancia de ese hecho:
El rey Alfonso mandó fazer el muro de Toledo desde la taxada que
val río de yuso de la puent de la piedra hasta la otra taxada, que va al
río en derecho de Sant Estevan, era
No
sorprende
que
el
emperador
82
MCXXXVIIII.
descartase
la
posibilidad
de
desviar
recursos y guerreros a Valencia, porque era evidente que otras prioridades más
apremiantes
requerían
su
atención.
La
Historia
Roderici
deja
entrever
esa
decisión de Alfonso VI, el cual realmente acudió en persona a Valencia, al
frente de sus tropas, pero no para sumarse a la defensa de la ciudad, sino para
facilitar
la
evacuación,
es
posible
que
hacia
Toledo,
de
quienes
allí
se
encontraban:
Su mujer, privada de tal y tan gran varón, al verse apremiada en
medio de tanta congoja y no encontrando ningún remedio a su
desgracia, envió al obispo de la ciudad al rey Alfonso para que por su
piedad viniera en socorro suyo. Al tener noticia de ello, el rey se
presentó
en
Valencia
rápidamente
con
su
ejército.
Le
recibió
la
desdichada mujer de Rodrigo, besando sus pies. Con gran alegría y
le suplicó que le ayudara a ella y a todos los cristianos que con ella
estaban.
El
rey,
considerando
que
ninguno
de
los
suyos
podía
gobernar la ciudad y defenderla de los sarracenos por estar muy
alejada de su reino, llevó con él a Castilla a la mujer de Rodrigo con
el cuerpo de su marido y a todos los cristianos que estaban allí con
83
sus riquezas y bienes.
Alfonso VI ordenó destruir e incendiar la urbe para que nada le fuese de
provecho al enemigo, aunque también para que este permaneciera un tiempo
afanado en las labores de reconstrucción:
Después
de
salir
todos
de
la
ciudad,
el
rey
ordenó
que
fuera
incendiada y con todos éstos llegó a Toledo. Los sarracenos, que
habían huido a causa de la llegada del rey y habían abandonado la
ciudad sitiada, después de su marcha entraron en ella y a pesar de
estar
arrasada
la
habitaron
con
todos
sus
alrededores
y
no
la
84
perdieron nunca más.
Valencia fue abandonada y destruida en 1102. Aunque, un año antes,
Jimena había hecho un último intento desesperado para que su linaje pudiera
recuperar algún día la conquista de su esposo. Había ahondado en ese principio
de vasallaje a la Iglesia que había iniciado Rodrigo en 1098 al ampliar las
donaciones a la iglesia catedral de Valencia y a su obispo Jerónimo, una suerte
de vasallo del papa de Roma. Así, el 21 de mayo de 1101, la viuda del
Campeador donó a la catedral el diezmo de todos los bienes del principado
cidiano.
Entrega
o
donación
que
se
realizaba
«a
Dios
y
a
nuestro
obispo
Jerónimo y sus sucesores», «por remedio de mi alma, la de mi marido, hijas,
hijos y nietos», de «lo que tenemos y consigamos por tierra y mar con la ayuda
de Dios», la décima parte o diezmo de «pan, vino, aceite, higos, huertos,
árboles,
molinos,
tiendas,
baños,
tabernas,
alhóndigas,
hornos,
ciudades
y
castillos adquiridos y por adquirir». La obligación de estas concesiones, a las
que
se
añadía
el
diezmo
del
quinto
del
botín
susceptible
de
ganar
a
los
enemigos, recaería en sus herederos, «hijos e hijas» –«filiis atque filiabus»–, tras
su muerte, un compromiso que se extendía a todos los magnates o príncipes
que hubieran recibido algún beneficio de manos de Rodrigo o de la propia
Jimena en los dominios del señorío valenciano. Asimismo, esos potentados
debían entregar en adelante la décima parte de sus rentas y bienes a la «catedral
de Valencia», es decir, a Jerónimo, y también, en cierto modo, aunque no se
85
expresaba de forma literal, al papa.
Una de las cuestiones más llamativas del documento es la mención que
hace Jimena a sus «hijos e hijas», «filiis atque filiabus», que puede sorprender
un tanto porque la viuda del Cid no había tenido hijos varones. Martínez Díez
señala algo que resulta trascendental y que conecta ese vasallaje al papa a través
de Jerónimo con las políticas matrimoniales que el matrimonio Díaz había
desarrollado tras la muerte de su hijo Diego. Considera este autor que «llama la
atención al leer este diploma que no solo una vez sino hasta cuatro veces, alude
en el mismo a sus hijas e hijos […]; creemos que estas alusiones van más allá de
una cláusula formularia de estilo, y que con la expresión “hijos” doña Jimena se
refiere a los hijos políticos, a Ramiro Sánchez, señor de Monzón, y al conde
Berenguer Ramón III de Barcelona, lo que supone que para el año 1101 ya
habrían contraído matrimonio sus dos hijas, lo mismo doña Cristina que doña
86
María».
Y es que es en ese «hijos» varias veces repetido, precisamente, donde
reside la clave del intento de Jimena por conservar, incluso en un futuro sin
ella, lo que había ganado su marido, a través de la sangre transmitida por sus
herederas consanguíneas. Depositaba Jimena sus esperanzas en la Iglesia, en el
obispo Jerónimo, pero también en sus yernos, a quienes confió la misión de
recuperar, en un futuro, el principado de Valencia.
De alguna manera Jimena estaba resignada al hecho de que el principado
valenciano
se
iba
a
perder
más
pronto
que
tarde
y
preparaba
posibles
escenarios. Ya solo le quedaba trasladar los restos de su esposo a Castilla, para
sepultarlos con honores en el monasterio de Cardeña:
La mujer de Rodrigo junto con los soldados de su marido llevó el
cuerpo de éste al monasterio de San Pedro de Cardeña donde le dio
honrosa
sepultura
después
de
otorgar
grandes
donaciones
al
87
monasterio por su alma.
Aquel cenobio burgalés fue el segundo lugar donde fueron depositados los
restos de Rodrigo el Campeador, unos huesos que, en los siglos que siguieron,
no dejaron de viajar de un lado para otro y que experimentaron distintos
88
traslados, expolios y exilios.
Fue en San Pedro de Cardeña donde empezaron
a construirse leyendas que intentaron convertir al Cid en una especie de héroe
santo, capaz de ganar batallas después de muerto y de realizar otros prodigios y
milagros. Antes de ello, y no mucho después de la muerte del Campeador, los
juglares
comenzaron
a
cantar
sus
hazañas
en
pueblos,
plazas,
castillos
y
mercados e iniciaron un proceso de mitificación que cuajó en la obra cumbre
de la literatura medieval castellana, el Cantar o Poema de mio Cid, en cuya
génesis
inicial,
implicados,
en
su
prehistoria,
precisamente,
Jimena
en
y
sus
primeros
Jerónimo
de
pasos,
pudieron
Perigord,
los
estar
grandes
derrotados en la gloriosa historia de Rodrigo el Campeador.
Las conquistas territoriales de Rodrigo Díaz solo sobrevivieron tres años al
fallecimiento de su artífice, debido a las dificultades intrínsecas que soportaban
las mujeres en esos momentos para el gobierno de señoríos, máxime cuando
esas
entidades
políticas
eran
de
reciente
creación
y
estaban
alejadas
geográficamente de potenciales aliados. Las dramáticas experiencias que poco
tiempo más tarde vivieron reinas coronadas como Urraca I de León y Castilla y
Matilde
I
de
Inglaterra,
cuyo
ascenso
al
trono
motivó
sangrientas
guerras
civiles, ilustran esas enormes dificultades que tenían que encarar las mujeres
para gobernar territorios y reinos en un mundo regido por la masculinidad. El
poder de la mujer no era inexistente, pero tenía que buscar cauces diferentes a
las
concepciones
tradicionales
de
gobernanza
–en
las
que
la
comandancia
militar tenía un peso notable–, unos canales más relacionados con la gestión, la
administración
y
gubernamental
del
culturales
reforzaran,
que
la
preservación
conquistador,
y
a
de
la
través
recordaran,
memoria
del
la
conquistadora
y
fomento
de
producciones
legitimidad
de
un
territorio
vinculado al conquistador y su descendencia. Matilde, inspirada por el obispo
Odón de Bayeux, hermanastro de Guillermo el Conquistador, elaboró con sus
damas de corte el célebre Tapiz de Bayeux (vid. Capítulo 1), donde se narran,
en
imágenes,
la
conquista
de
Inglaterra
por
la
que
combatió
su
marido
Guillermo y la consecución del trono inglés. Esos bordados contribuyeron a
reforzar la legitimidad del nuevo monarca inglés y sus descendientes. Algo
similar
pudo
hacer
Jimena,
con
la
ayuda
de
Jerónimo,
para
recordar
que
Valencia había sido conquistada por su esposo, pero no con un equipo de
bordadoras, sino tal vez de juglares y clérigos en cuya cabeza figuraría el obispo
de Valencia. Es posible que la tradición histórica y épica que desemboca en
composiciones como la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid la iniciara la
viuda de un conquistador y un obispo que, con Valencia, habían perdido un
principado con potencial de evolución a reino, así como un obispado que, con
el tiempo, podría haberse convertido en arzobispado. Quizá pudo constituir el
último intento desesperado de Jimena y Jerónimo para mantener, si no para
ellos, al menos para sus descendientes, la ciudad y el territorio conquistado con
89
esfuerzo por Rodrigo Díaz, el Campeador.
Sea como fuere, lo cierto es que, desde el mismo momento de su muerte,
Rodrigo se convirtió en leyenda, en un mito que no dejó de evolucionar,
mutar,
enriquecerse,
entonces,
cada
siglo,
amplificarse,
hasta
la
variar…
actualidad,
a
lo
largo
alumbró
de
una
los
siglos.
nueva
Desde
versión
de
Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, ajustada a las concepciones de cada tiempo,
reflejo del sentir y el pensar de cada época. La historia del Cid Campeador no
había hecho más que empezar, pero no la del hombre de carne y hueso que
había muerto en Valencia en julio de 1099, sino la del héroe de leyenda,
recreado, desde entonces, hasta la eternidad.
Notas
1
Vid. Historia Roderici, 1983, 61, 367.
2
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 918, 588.
3
Ibid.
4
Ibid., 918, 589.
5
Ibid., 918, 589-590.
6
Ibid., 918, 590.
7
Ibid.
8
Ibid., 919, 590-591.
9
Ibid., 920, 591.
10
Vid. Abû-l-Hasân ‘Alî ibn Bassâm al-Santarinî, 2000, 59-64, 63.
11
Ibid.
12
Ibid.
13
Ibid.
14
Vid. Boix Jovani, A., 2015, 133-145.
15
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 921, 591-592.
16
Ibid., 921, 592.
17
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000, 73.
18
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 78-79. La Historia Roderici (1983, 62, 368) relata la
reacción de Yúsuf de la siguiente manera:
«Yusuf,
rey de los almorávides, al oír que Valencia
ya había sido tomada y saqueada por Rodrigo con impetuoso ataque, montó en terrible colera
y se entristeció sobremanera. Después de celebrar consejo con los suyos, nombró jefe de AlAndalus a uno de su familia, hijo de su hermana, llamado Muhammad (b.Tasufin). Le envió
con una gran hueste de infieles, almorávides y musulmanes de todo el Al-Andalus a asediar
Valencia y llevar a Rodrigo ante él, cautivo y cargado de cadenas de hierro».
19
Sostiene Alberto Montaner, en el estudio más completo que se ha hecho de esta batalla, que
«dado que la capital levantina no había sido tomada por el Campeador al asalto, sino que se
había rendido por hambre y el uso de ingenios había sido mínimo, es probable que los muros
se encontrasen en bastante buen estado. Sin embargo, los arrabales no estaban fortificados, así
que quizás se procedió a mejorar sus defensas». Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A.,
2005, 164.
20
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 925, 596.
21
Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op. cit., 169.
22
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 95.
23
Ibid., 95-96.
24
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000. 73.
25
Vid. Historia Roderici, op. cit., 62, 368.
26
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 81.
27
Ibid., 97.
28
Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op. cit., 171-172.
29
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 1963, 82; 2000, 74.
30
Vid. Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op. cit., 172.
31
Vid. Boix Jovani, A., 2017, 37-38.
32
Ibid.
33
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000. 74. «El día 8 de Sawwal (21 de octubre) el maldito
Campeador hizo correr el rumor de que Ibn Rudmir, el rey de Aragón, venía con tropas en su
auxilio, y luego, usando una estratagema, hizo salir a un grupo de cristianos, con orden de
entretener mediante escaramuzas a los asediantes y de hacerles creer que iban mandados por él
en
persona,
mientras
él
salía
por
otro
barrio
de
la
ciudad.
Después
de
dispersar
a
los
adversarios que encontró, se dirigió al campamento musulmán, en el que no tardó en penetrar
su caballería. El príncipe Muhammad oyó las peticiones de socorro que salían del real y volvió
a él; pero cuando llegó ya lo habían abandonado las gentes y estaban siendo saqueadas las
tiendas. El enemigo, ocupado en hacer botín, no se ocupó de perseguir a los fugitivos», vid.
Ibn
Idari
al-Marrakusi,
1963,
97-98.
Para
ampliar
información
de
la
batalla
puede
consultarse, en primer lugar, el exhaustivo estudio Montaner Frutos, A. y Boix Jovani, A., op.
cit, así como Martínez Díez, G., 2000, 349-360.
34
Vid. Historia Roderici, op. cit., 62, 368.
35
Vid. Archivo Municipal de Huesca, P-4, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 359.
36
Vid. Ibn Idari al-Marrakusi, 2000, 74.
37
Ibid., 75.
38
Martínez Díez (op. cit., 361-362) relaciona esas operaciones concretas de Rodrigo con la
búsqueda del tesoro de al-Qádir. Es posible que las torturas a las que el Campeador había
sometido a Ibn Yahhaf dieran sus frutos y el malogrado cadí terminara por confesarle el
paradero de aquel tesoro.
39
Vid. Historia Roderici, op. cit., 63, 369.
40
Ibid., 64, 369.
41
Vid.
Ubieto
Arteta,
A.,
1953,
pp.
61-70;
Laliena
Corbera,
C.,
1995,
499-514;
Corral
Lafuente, J. L., 1998, 49-67.
42
Vid. Crónica de San Juan de la Peña, 1961, 66-67, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 365.
43
Vid. Historia Roderici, op. cit., 65, 370.
44
«Saliendo hacia el mediodía bajaron juntos hasta la costa y asentaron sus campamentos frente
a
Bairen.
Al
día
siguiente,
Muhammad,
con
una
grande
e
innumerable
multitud
de
almorávides, musulmanes de Al-Andalus y de todos los pueblos infieles, se preparó para
iniciar la lucha contra el rey y Rodrigo. En aquel lugar había un gran monte de casi cuarenta
estadios de longitud en el que estaba el campamento de los sarracenos. Por la otra parte, se
extendía el mar con gran cantidad de navíos almorávides y de musulmanes de Al-Andalus
desde los que atacaban a los cristianos con flechas y arcos. Desde el monte los hostilizaban
con otras armas. Ante esto, los cristianos se atemorizaron cundiendo el pánico entre ellos»,
Ibid., 66, 370.
45
Ibid.
46
«Al mediodía, el rey y Rodrigo los atacaron con el grueso de las tropas cristianas luchando con
todas sus fuerzas tenazmente. Al fin, gracias a la ayuda y obra de la clemencia divina, los
vencieron e hicieron huir. Algunos murieron a espada, otros al pasar el río y la inmensa
mayoría se ahogó en el mar tratando de escapar», Ibid.
47
Ibid., 66, 370.
48
Vid. Capítulo 1, así como Nicolle, D., 1980, 6-40; France, J., 1996; Bennett, M., 1995, 1940; 2000, 225-238; Tsurtsumia, M., 2014, 81-108; Flori, J., 1988, 213-240; Buttin, F.,
1965, 77-178; Soler del Campo, A., 1993, 507 y ss.; Gaier, C., 1995, 299-310; García Fitz,
F., 1998, 389-391.
49
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 367-368.
50
Ibid., 370; Bosch Vilá, J., 1990, 160-161.
51
Vid. Ibn al-Kardab
ūs, 1986, 133.
ffe, M., 1990, 163-169.
52
Vid. Huici Miranda, A., 1965, 79-114; Ratcli
53
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 866, 538.
54
Vid. Menéndez Pidal, R., 1947, 816-817; Martínez Díez, G., op. cit., 374.
55
Vid. Ratcli
56
ffe, M., op. cit., 166.
Vid. Ibn al-Kardabūs, op. cit., 134.
57
Vid. Historia Roderici, op. cit., 67, 371.
58
Ibid.
59
Ibid., 69, 371.
60
Ibid., 70, 372.
61
Ibid., 71, 372.
62
Ibid., 72, 373.
63
Ibid., 73, 374.
64
Sostiene
Valencia,
Georges
todos
Martin
los
(diciembre
esfuerzos
de
de
2010/2007,
Rodrigo
se
126)
orientaron
que
hacia
«Después
la
de
la
toma
consolidación
de
de
su
independencia señorial, hacia la constitución de un principado soberano desvinculado de la
tutela secular del rey de Castilla así como de la tutela eclesiástica del arzobispo de Toledo».
65
El documento de dotación de Valencia ha sido editado y traducido en distintas ocasiones. La
traducción reproducida es de Martínez Díez, G., op. cit., 387-388.
66
Acerca de Jerónimo de Perigord, vid. Lacombe, C., 1997, 131-172; 2000.
67
«[…] la carta de donación de 1098 manifiesta que el obispado valenciano contribuyó, con su
arsenal cultural, a compensar el déficit de legitimidad, sobre todo linajístico, que padecía
Rodrigo, a aproximarle a los demás soberanos peninsulares y, mediante una asimilación a la
figura entre todas fundadoras de Pelayo, a servir su esfuerzo para consolidar la independencia
de un principado valenciano que deseaba elevar al rango de reino». Vid. Martin, G., op. cit.,
17. En este estudio, también podemos encontrar una edición y traducción de ese interesante
documento cidiano de 1098. Interesantes análisis del documento se hallan, además de en el
citado estudio de G. Martin, en Montaner Frutos, A., diciembre de 2010 y en Barton, S.,
junio de 2011, 517-543.
68
Vid. Capítulo 1.
69
Un mayor desarrollo de esas cuestiones en Porrinas González, D., 2018, 109-133; 2019.
70
Ibid.
71
«Ciertamente al Papa le preocupaba la situación peninsular, y no es ningún despropósito
pensar que su concepción de cruzada se vio en buena medida espoleada por la experiencia
hispánica. La percepción de amenazadora ultimidad que generaba la ofensiva islámica no vino
tanto del frente oriental donde la situación no era en 1095 especialmente tensa, sino del
ámbito hispánico donde los almorávides, un pueblo ideologizado en el yihadismo expansivo,
derrotaba al más poderoso rey peninsular en 1086 […] Quizá en el trasfondo de Clermont
estén más presentes los almorávides de lo que pudiéramos pensar a primera vista […]». En
otra parte de su estudio, entiende que «La ofensiva almorávide constituía algo más que un
peligro potencial y allegar recursos de todo tipo para neutralizarla era una exigencia en la que
probablemente se implicaron a fondo los obispos», vid. Ayala Martínez, C. de, 2013, 499537. Fueron obispos, precisamente, los autores ideológicos de esos documentos aludidos. Esos
altos cargos eclesiásticos contarían con el respaldo de los príncipes y soberanos suscriptores,
Rodrigo Díaz, Pedro I y Alfonso VI, quienes es posible que estuvieran impregnados, en mayor
o menor medida, por esa ideología reconquistadora.
72
Todos ellos reproducidos y comparados en Porrinas González, D., 2019.
73
Vid. Historia Roderici, op. cit., 74, 374.
74
Ibid., 75, 374.
75
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 394.
76
Vid. Labbe, P., 1840, 216, citado por Martínez Díez, G., op. cit., 395.
77
Vid Martínez Díez, G., op. cit., 395.
78
Vid. Historia Roderici, op. cit., 75, 374.
79
Vid. Capítulo 2.
80
Vid. Mínguez Fernández, J. M., 2000, 169-170.
Uno de esos ataques tuvo lugar en 1099, del cual dejó constancia el cronista Ibn al-Kardab
81
ūs
(op. cit. 135): «Entonces marcharon juntamente para atacar Toledo, la sitiaron y lanzaron
algaras contra sus distritos, se apoderaron de una gran cantidad de sus castillos, hicieron
muchos prisioneros, se llevaron un abundante botín y regresaron victoriosos».
82
Vid. Anales Toledanos I y II, 1993, 75.
83
Vid. Historia Roderici, op. cit., 76, 374-375.
84
Ibid., 76, 375.
85
Vid. Porrinas González, D., 2018, 119-122. El documento puede consultarse en Menéndez
Pidal, R., 1918, 1-20. Un análisis del mismo en Martínez Díez, G., op. cit., 403-404.
86
Vid. Martínez Díez, G., op. cit., 404.
87
Vid. Historia Roderici, op. cit., 77, 375.
88
Vid. Barriocanal Fernández, L. y Fernández Beobide, A., 2013; González de Roba, J. L.,
1998, 393-413.
Vid. Porrinas González, D., 2018.
89
__________________
*
Don
Jerónimo
hecho
obispo.
Poema
del
Cid,
según
el
texto
antiguo
Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1970, 79.
preparado
por
Ramón
8
El Cid después de Rodrigo el
Campeador
La imagen mutante de un mito viviente
[…] conócese notoriamente que
el vulgo fue siempre añadiendo
a sus hechos [del Cid] muy
señaladas cosas que fuesen de
admiración en sus cantares.*1
E
n julio de 1099 moría Rodrigo Díaz en Valencia por causas naturales, si
como tales pueden considerarse el desgaste físico y mental padecido y
acumulado a lo largo de una intensa vida militar y diplomática. Ya desde su
mismo tiempo empezó a construirse una imagen heroica que, a partir del
deceso
del
guerrero,
no
hizo
sino
crecer,
amplificarse,
expandirse,
reinterpretarse, mutar…Y es que, desde entonces y hasta la actualidad, cada
centuria tuvo a su propio Cid, «cides», en algún caso. La historia de España es,
en
cierta
medida,
la
de
ese
Cid
mental
que,
con
distintas
intenciones
y
motivaciones, fueron creando autores de diversa condición y naturaleza a lo
largo de esos siglos. Como afirma Adrián J. Sáez:
[…] el Cid nunca ha dejado de cabalgar porque cada época ha
recuperado la cara del personaje que más le convenía: valiente o
desafiante,
paradigma
del
soldado
cristiano,
padre
ejemplar
[…]
muy frecuentemente en relación con los valores que se entendían
2
como nacionales.
Sería ingente la tarea de analizar los cambios que ha experimentado la
imagen del Cid a lo largo del tiempo, desde, al menos, mediados del siglo XII,
cuando encontramos las primeras opiniones literarias, hasta una actualidad en
la que sigue siendo un personaje que despierta interés y admiración en un
público relativamente amplio. Conocidas son las analogías que desde distintos
medios de comunicación, o desde diversas ideologías, se siguen realizando
entre el Campeador y determinados protagonistas contemporáneos, en especial
en el ámbito de la política, pues el Cid sigue siendo traído a la memoria, para
bien o para mal, para establecer comparaciones, en algún caso sorprendentes,
con algunos políticos de distinto signo.
Por ello, no sorprende, tal vez, que José María Aznar decidiera disfrazarse
de Cid Campeador en 1987, cuando preparaba su reelección como presidente
de la Junta de Castilla y León, y posar de esa guisa para un reportaje que
publicó un suplemento del diario El País.
3
Quizá sea más llamativo que, entre
octubre de 2016 y junio de 2018, Pedro Sánchez evocara uno de los clichés
más veces asociados al héroe castellano, el de vencedor de batallas después de
muerto, para reivindicarse dentro de un partido que le había «desterrado»,
«matado» políticamente, de alguna manera. Para ello, recorrió caminos en
busca de aliados y regresó fortalecido, se hizo con las riendas del partido que le
había expatriado y consiguió la victoria para liderar el PSOE no solo contra
propios, sino también contra extraños. Con esa acción, consiguió aglutinar
voluntades que llevaron a una moción de censura que terminó con el mandato
4
de Mariano Rajoy y le aupó a él a la presidencia del Gobierno.
En los últimos
tiempos, Santiago Abascal, líder de la formación política VOX, también ha
5
pretendido identificarse con un Cid Campeador destinado a «salvar España».
Las
citadas,
sin
otra
pretensión
que
la
informativa,
son
solo
algunas
puntadas de un mundo actual que continúa valiéndose, cuando no abusando,
de un personaje histórico convertido en mito desde poco después de su muerte.
Esa historia de transformaciones, mutaciones, añadidos y giros comenzó, así
pues, apenas fallecido el personaje histórico. Cerrada la historia, empezó el
trabajo de los «inventores» de un nuevo Cid, expresión acertada del maestro
Diego
Catalán,
uno
de
los
estudiosos
que
6
esclarecimiento de la materia cidiana medieval.
más
ha
contribuido
al
Puede que la viuda Jimena y el
obispo
Jerónimo
trabajaran
para
que
se
mantuviera
viva
la
memoria
del
conquistador de Valencia, para que su gesta no cayera en el olvido y los siglos la
recordaran. Es posible que ambos lanzaran los primeros argumentos de una
leyenda que, con el transcurrir del tiempo, solo creció y se expandió.
LOS SIGLOS XII Y XIII. DEL CANTAR DE MIO
CID A LAS CRÓNICAS ALFONSÍES: EL
NACIMIENTO DEL HÉROE ÉPICO
La trayectoria vital, histórica, de Rodrigo Díaz tenía los ingredientes suficientes
para que el personaje enseguida se convirtiera en un héroe épico. Dos fueron
los grandes logros cosechados por Rodrigo en vida que llamaron la atención de
los juglares: la conquista de Valencia y su destreza en la ejecución de batallas
campales, en las que nunca fue derrotado. La conquista de Valencia por un
guerrero desterrado había constituido un acontecimiento único en la península
ibérica de aquel tiempo. Rodrigo no era ni rey ni emperador, tan solo era un
noble
que
había
abandonado
su
reino,
servido
a
príncipes
musulmanes,
actuado como un señor de la guerra autónomo y, como tal, había conquistado
una gran ciudad islámica sin más recursos que los que él mismo había podido
reunir, a veces con la improvisación.
Ya comentamos que, en el panorama mediterráneo de finales del siglo XI,
aquella proeza no resultaba tan excepcional y que otros señores aventureros
normandos de su tiempo habían conseguido, y llevaban a cabo, gestas similares
en el sur de Italia y Sicilia. Diferente cuestión es la de su carácter invicto en el
campo de batalla. Una destreza que le valió el apelativo que le acompañó en
vida y con el que se sentía plenamente identificado, incluso llegó a utilizarlo
para firmar el importante documento de dotación de la catedral de Valencia de
1098. Campeador o Campidoctus significaba «experto en el campo de batalla»,
«dominador», «dueño» o «señor» del campo de batalla. A pesar de que en
tiempos del Campeador, como en general durante toda la Edad Media, la
batalla
campal
era
una
operación
militar
escasa
por
su
incertidumbre,
peligrosidad y riesgo, Rodrigo Díaz participó en bastantes de ellas y, en la
7
mayoría, actuó como comandante de sus tropas y resultó vencedor en todas.
En páginas anteriores, destacamos que en un lapso de unos veinte años fue el
único líder cristiano capaz de derrotar a los almorávides en campo abierto.
Hemos
tenido
ocasión
de
comprobar
en
capítulos
anteriores
cómo
autores cristianos y musulmanes coevos habían destacado las cualidades bélicas
de Rodrigo el Campeador, su invencibilidad, valentía y arrojo. Baste recordar
que Ibn Bassam lo consideró «un prodigio de su Dios» y que se compuso un
poema, el Carmen Campidoctoris, para celebrar sus gestas militares. Es decir,
desde
su
propio
tiempo
se
vertieron
opiniones
del
Campeador
que
constituirían los primeros argumentos para su transformación en héroe épico.
Invencibilidad
en
el
campo
de
batalla
y
conquista
de
Valencia
fueron
argumentos asaces para convertir a Rodrigo el Campeador en un héroe épico,
una concepción que no tardó demasiado tiempo en manifestarse en escritos no
vinculados directamente con el guerrero de Vivar. A mediados del siglo XII, el
Prefatio de Almería o Poema de Almería, oda elegíaca compuesta para loar la
conquista de Almería por Alfonso VII el Emperador (1147), mencionó por
primera vez a «Mio Cid». Así, en una de las secciones del citado poema, en la
que se elogia con tintes homéricos a los guerreros de la cruzada de Almería, se
dice que Álvar Fáñez, abuelo de uno de los líderes participantes, «sometió a los
pueblos ismaelitas, y sus ciudades y torreones fortificados no pudieron resistir».
Si «aquel valiente» hubiese acompañado a Roldán y Oliveros, héroes épicos del
Cantar de Roldán, estos no hubiesen sido nunca vencidos por la muerte. «No
hubo ninguna lanza mejor bajo el cielo sereno» que la de Álvar Fáñez…
El propio Rodrigo, frecuentemente llamado Mio Cid, del que se
canta que jamás fue vencido por los enemigos, / que domeñó a los
moros
y
domeñó
también
a
nuestros
condes,
le
ensalzaba
y
se
consideraba de gloria inferior. Pero yo confieso una verdad que el
tiempo no alterará: Mio Cid fue el primero y Álvaro el segundo.
8
Valencia llora por la muerte del amigo Rodrigo […].
Destaca el autor, desconocido, del Poema de Almería a Rodrigo, «Mio
Cid», por encima de su venerado Álvar Fáñez, el cual había sido responsable de
la
defensa
de
Toledo
durante
años
de
intensas
ofensivas
almorávides
organizadas para recuperar la ciudad del Tajo. Se valora ahí en especial el
carácter invicto de Rodrigo y también, aunque de manera más indirecta, haber
conquistado Valencia. Se demuestra con esa referencia que la materia épica
cidiana ya estaba en funcionamiento a mediados del siglo XII, solo medio siglo
después de la muerte de Rodrigo en Valencia.
Figura 39: Página del manuscrito de la Chronica Naiarensis o Crónica Najerense. Fue compuesto en latín
en el monasterio benedictino de Santa María la Real de Nájera y se ha transmitido en dos únicos
manuscritos. Narra una historia universal desde la Creación, pasando por la Biblia, la Antigüedad clásica
y la Hispania visigoda hasta la historia contemporánea al Cid de los reinos de Castilla y León. La
compilación del contenido se realizó a partir de agregados de fragmentos de obras anteriores, como la de
san Isidoro o el Corpus Pelagianum, obra cuya redacción supervisó el obispo de Oviedo don Pelayo. Los
manuscritos se conservan en la Real Academia de la Historia, Madrid.
El siguiente hito relevante en esa evolución de la materia cidiana es la
9
Chronica Naiarensis o Crónica Najerense,
una crónica redactada en el círculo
cultural de Santa María la Real de Nájera a principios del último tercio del
siglo XII. Uno de los aspectos más interesantes de la Najerense es el uso e
inserción de materiales que tienen un marcado sabor épico y juglaresco. El
cronista, o los cronistas, responsable de la elaboración de este texto no dudó en
introducir episodios ficticios en los que Rodrigo el Campeador es protagonista
y
en
los
que
el
héroe
comienza
a
perfilarse
de
forma
manifiesta
como
«caballero» ideal que se identifica con un arquetipo «caballeresco» generalizado,
que adopta varias virtudes morales y militares, un modo de combatir y una
10
serie de símbolos esenciales en la ideología de la caballería.
Comienza
la
Najerense
su
relato
de
Rodrigo
Díaz
al
narrar
las
tribulaciones de la hueste castellana en la noche previa a la batalla de Golpejera
(1072). El rey Sancho convoca a sus magnates para pedirles consejo (consilium
et colloquium) acerca de qué hacer al día siguiente, ante la realidad de que el
ejército leonés era más numeroso que el suyo. Sancho no se acobarda y exhorta
a los suyos; asegura en su discurso que es más importante el valor y la fuerza
que el número. El rey castellano arenga a sus hombres exponiendo que, si los
leoneses son más numerosos, ellos (los castellanos) son «mejores y más fuertes»,
que su propia lanza vale más que la de mil caballeros rivales y la de «Rodrigo el
Campeador» por las de 100 000 adversarios. El «verdaderamente Campeador»
contesta
a
su
señor
en
un
alarde
de
modestia,
prudencia
y
religiosidad,
afirmando que, con la ayuda de Dios, luchará contra un solo caballero y sea lo
que
Dios
disponga.
El
cronista
asegura
que
aunque
el
Campeador
podría
enfrentarse perfectamente a cincuenta, cuarenta, treinta, veinte o al menos a
doce, tal cosa nunca salía de la boca de Rodrigo, para reseñar así su humildad.
Continúa con una escueta narración de la batalla, que tuvo como resultado que
unos pocos castellanos, entre los que se encontraba Rodrigo, apresaran al rey
Alfonso y dominaran el campo, a pesar de que el propio rey Sancho había sido
capturado por los leoneses. Después, el Campeador libera a su señor de la
cautividad, los castellanos derrotan a los leoneses, ganan botín y dominan el
11
campo de batalla.
La liberación de Sancho por parte de Rodrigo se produce después de que
el de Vivar persiga a los catorce leoneses que llevan apresado al monarca
castellano.
Les
miserable,
ya
recrimina
que
su
su
rey
cobardía
Alfonso
y
reseña
que
permanece
su
cautivo
victoria
es
por
castellanos.
los
estéril
y
Rodrigo ofrece a los leoneses canjear a Alfonso por Sancho, estos no sabían que
su rey había sido capturado y no creen lo que dice el castellano. Le increpan y
le insultan diciendo que debe de estar loco (stulte) si pretende enfrentarse él
solo contra catorce, a lo que Rodrigo responde que si le dieran una sola lanza
demostraría, con la ayuda de Dios, de lo que es capaz. Los leoneses dejan la
lanza
en
el
campo,
Rodrigo
la
ase,
espolea
su
caballo
y,
sucesivamente,
desarzona a los catorce caballeros uno a uno, como si de diferentes justas se
tratara. Al final, tan solo uno, gravemente herido, consigue huir. Con esto,
Rodrigo libera al rey, se apodera de las armas y expolios y los castellanos
12
resultan completamente victoriosos.
Mientras
circulaba
el
juglarescas
los
elaboradores
Cantar
entre
los
de
mio
años
de
Cid,
finales
la
Najerense
puesto
del
por
siglo
recreaban
escrito
XII
y
los
a
al
partir
Campeador,
de
primeros
versiones
del
XIII
y
convirtiéndose en la obra cumbre de la literatura medieval española. Considera
F. Javier Peña Pérez que «los versos del Poema desprenden, de entrada, un
intenso aroma popular, con evidentes concesiones a la sensiblería, a la fantasía
13
y al dramatismo morboso».
Destaca este mismo autor la erudición de los
compositores de la obra escrita, así como la fuerte influencia ejercida en la
misma por agentes de la Iglesia y la monarquía del momento, los monjes de
San Pedro de Cardeña, por una parte, y, en especial, intelectuales adscritos a la
corte
de
Alfonso
VIII,
que
componen
una
visión
del
Campeador
que
14
humaniza al héroe y lo convierte en «un héroe medieval a escala humana».
A
grandes rasgos, el Cantar, obra que ha recibido una intensa atención por parte
de investigadores y estudiosos cuyos análisis han producido auténticos océanos
de tinta, es la historia de un hombre, Ruy Díaz, Mio Cid Campeador, que
pierde el honor y se emplea a fondo para recuperarlo. Se trata de un «cantar de
aventuras», en palabras de Alfonso Boix, gran especialista en el tema, cuya
estructura es tripartita, pues se divide en tres partes o «cantares»: el primero o
del destierro (versos 1 al 1084), el segundo o cantar de las bodas de las hijas del
Cid (versos 1085 al 2277) y el tercero o cantar de la afrenta de Corpes (versos
15
2278-3730).
Se introducen nuevos elementos ficticios que van a acompañar
por los siglos al Campeador, como las bodas con los infantes de Carrión y la
posterior afrenta de Corpes, las cortes de Toledo en las que el Cid clama
justicia, los duelos singulares y judiciales para recuperar el honor perdido tras la
afrenta, amén de otras tramas como la fuga del león en Valencia, la asociación
con
Minaya
Álvar
Fáñez,
el
«diestro
brazo»
de
héroe,
batallas
campales
imaginadas, etc.
Figura 40: Izquierda, página del manuscrito del Cantar de mio Cid. Un único tomo de 74 hojas de
pergamino al que le faltan tres, una al principio y dos entre las páginas 47, 48 y 69, 70. En muchas de sus
hojas hay manchas de los reactivos que se utilizaron desde el siglo XVI. La encuadernación data del siglo
XV y está hecha en tabla forrada de badana con orlas estampadas. Se trata de un texto seguido sin
separación en cantares, ni espacio entre versos, iniciados siempre con arracada mayúscula.
Portadilla de la obra Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV, editada en 1779 por Tomás
Antonio Sánchez, un escritor, medievalista, lexicógrafo y editor español, y publicada por el impresor
Antonio de Sancha.
Tal vez una de las claves del éxito de esta obra, desde el momento de su
composición hasta la actualidad, es el hecho de que, en palabras de Alberto
Montaner, «si hay un poema épico que canta el triunfo del esfuerzo personal,
16
ése es, sin la menor duda, el Cantar de Mio Cid».
Ello posibilitará que la
esencia del Cantar tenga vigencia a lo largo de toda la historia, en distintos
contextos
y
momentos,
y
que
aquilate
una
imagen
del
Cid
Campeador
consagrada y hegemónica que le aleja del personaje histórico y que resulta
realmente complicado desmontar. Para una gran mayoría, incluso hoy, el Cid
es el Cid del Cantar, consolidado a lo largo de los siglos y, en buena parte,
internacionalizado tras el estreno de la película El Cid (1961), dirigida por
Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren, a la que
volveremos más adelante. En gran medida, la imagen del Cid de ese film es la
que le imprimió Ramón Menéndez Pidal, quien, en su libro La España del Cid
(1929), consideró el Cantar y los posteriores romances «fuentes históricas»
válidas para el estudio y conocimiento del Cid histórico, cuyas concepciones se
plasman en algunas de las tramas del largometraje.
El Cantar introduce otros elementos ficticios que acompañan a la imagen
del Campeador desde entonces, como las espadas Colada y Tizona y el caballo
Babieca o los nombres de sus hijas, Elvira y Sol, y no María y Cristina. Guerra
y caballería constituyen temas centrales en el Cantar, un «canto de frontera» en
17
palabras de Montaner.
En sus líneas, se da la paradoja de que deforma la
realidad, también, con respecto a la imagen de la guerra practicada por el Cid
histórico, al tiempo que cristaliza un evidente verismo en relación con las
formas
de
hacer
composición
de
la
la
guerra
propias
18
obra.
Los
del
Campeador
historiadores
que
y
las
del
momento
trabajaron
en
el
de
taller
historiográfico de Alfonso X y de su sucesor, Sancho IV, le otorgaron una
significativa importancia al Cantar y lo prosificaron en composiciones como la
Estoria de España o la Crónica de Veinte Reyes. De esa manera, esas imágenes
cidianas pasaron a formar parte de la primera historia oficial de España que se
compuso, ya durante la segunda mitad del siglo XIII.
En el transcurso de ese siglo XIII, el mito del Cid siguió muy vivo y
vigente
y
la
imagen
del
Campeador
experimentó
cambios
sustanciales,
añadidos, nuevos elementos legendarios que se sumaron a los anteriores. Al
personaje lo aluden notables historiadores eclesiásticos, como Lucas de Tuy, en
su Chronicon Mundi (1236-1238), y Rodrigo Jiménez de Rada, en su De rebus
Hispaniae (ca.
acontecimiento
1242).
irreal
Es
que
Lucas
de
habría
Tuy
el
primer
protagonizado
autor
en
Rodrigo
mencionar
Díaz
y
que
un
ha
quedado unido, de forma inseparable, a la percepción del personaje: la famosa,
y
ahistórica,
Jura
de
Santa
19
Gadea.
Según
esa
elucubración,
carente
de
fundamento histórico, Rodrigo Díaz habría obligado a Alfonso VI a jurar ante
su corte que no había estado detrás del asesinato de su hermano Sancho ante
los muros de Zamora. Jiménez de Rada repite, e incluso amplía, ese episodio
ficticio en la vida del Campeador y lo sitúa en Zamora:
Figura 41: Página del manuscrito de la Estoria de España, o Primera Crónica General de acuerdo con los
estudios de Menéndez Pidal, compuesto a instancias de Alfonso X el Sabio, aunque no pudo ver la
culminación de la obra en vida. El comienzo de la redacción se data ca. 1270-1274 hasta las refundiciones
del siglo XIV y posteriores que suelen denominarse «crónicas alfonsíes». El texto se divide en cuatro
partes: la historia de Roma, la historia de los reyes godos, una historia del reino astur-leonés y la última
del reino castellano.
Llegando de esta forma a Zamora [Alfonso VI] y después de una
provechosa entrevista con la reina Urraca, que era mujer juiciosa y
entregada a obras piadosas, comenzó a poner en práctica su equidad.
Rápidamente se presentaron ante él los castellanos y los navarros y
antes
que
nada
le
exigieron
el
juramento
de
que
no
había
sido
cómplice de la muerte de su hermano el rey Sancho, tal como dije.
Pero como nadie se atrevía a tomarle el juramento, Rodrigo Díaz el
Campeador se ofreció en solitario a ello. Esta fue la razón de que
20
luego no le cayera en gracia, por más valeroso que se mostrara.
Esta última obra, De rebus Hispaniae [Historia de los hechos de España],
conformó el armazón primigenio de la aludida Estoria de España (1270-1274),
a la cual se fueron añadiendo otros materiales de procedencia diversa, como el
propio Cantar de mio Cid, el desaparecido Cantar de Sancho II y el cerco de
21
Zamora
o la Leyenda de Cardeña. Esta última composición tiene especial
interés para comprender la evolución de la imagen del Cid, pues en ella aparece
por primera vez una de las ideas que se perpetuaron con consistencia a través
de los siglos: la de que el Campeador consiguió vencer en una batalla después
de muerto. Es por ello que merece la pena prestar algo más de atención a esa
leyenda cardeniense.
La Leyenda de Cardeña fue elaborada por monjes del monasterio de San
Pedro de Cardeña desde una fecha indeterminada hasta mediados del siglo
XIII. Este escrito hagiográfico centra su atención, sobre todo, en los años
inmediatamente
anteriores
y
posteriores
a
la
muerte
de
Rodrigo
Díaz
en
Valencia, el cual mantuvo en vida una escasa relación con el cenobio burgalés.
De hecho, las únicas vinculaciones existentes entre el monasterio y Rodrigo
fueron que el noble castellano había poseído alguna propiedad en la región de
Cardeña, que, en una ocasión, había actuado como parte del tribunal judicial
nombrado por Alfonso VI para dirimir un pleito suscitado por unos pactos
entre los monjes y unos infanzones y, por último, que fue sepultado en el lugar
por parte de Jimena y los suyos tras el abandono de Valencia. Se compuso para
atraer
a
fieles
y
peregrinos
hacia
Cardeña,
en
un
momento
en
el
que
el
monasterio se encontraba en horas bajas. Entendían sus gestores que podrían
dar
un
impulso
económico
al
cenobio
si
construían
relatos
milagrosos
protagonizados por el Campeador, allí enterrado. Se pretendía fomentar el
culto a un héroe santo, ya conocido y popularizado gracias a la circulación del
22
Cantar de mio Cid.
Empieza su relato con la narración de la embajada del soldán de Persia al
Cid, en un intento de ganarse su amistad para asegurarse de que no se iba a
unir a los cruzados que se encontraban operando en Tierra Santa. El Cid acoge
con cortesía y hospitalidad la visita del soldán y es agasajado con ricos regalos,
entre los que destaca un lujoso ajedrez y productos exóticos como bálsamo y
mirra. Continúa la trama dando cuenta de los matrimonios de las hijas del Cid
con los infantes de Aragón y Navarra, así como la marcha de Valencia de los
recién casados. De seguida, se relata la conversión al cristianismo del alfaquí
Alhuecaxi, que asume el nombre cristiano de Gil Díaz y se convierte en el
consejero principal del Campeador. En la siguiente escena, san Pedro se aparece
al Cid para comunicarle que la hora de su muerte está cercana, pero que, tras
su deceso, logrará vencer en una gran batalla al rey Búcar con la ayuda del
apóstol
Santiago.
Rodrigo,
inspirado
por
esa
aparición,
manda
hacer
testamento, en el que expresa su voluntad de ser enterrado en Castilla después
de vencer en esa batalla. El Cid se confiesa y da instrucciones a los suyos para
que le conduzcan muerto y embalsamado a la lid. El embalsamamiento lo
realiza el propio Rodrigo con sus manos, con la mirra y el bálsamo con que le
había obsequiado la embajada del soldán de Persia. Rodrigo muere y, a los
pocos días, se produce la llegada a Valencia desde Túnez del rey Búcar, al frente
de un inmenso ejército que hostiga a los castellanos. Se produce la gran batalla
en la que las armas castellanas, comandadas por el cadáver del Cid a caballo, se
alzan con la victoria y su campamento es saqueado. Los cristianos marchan con
el cuerpo de su señor hacia el monasterio de San Pedro de Cardeña, el lugar
que había elegido Rodrigo para su sepultura. Los musulmanes de Alcudia, que
habían presenciado el combate, entran en Valencia y aprovechan algunos de los
despojos que los castellanos no han recogido del campo de batalla tras derrotar
a las huestes de Búcar. Las hijas del Cid y sus yernos honran el cuerpo muerto
de Rodrigo, así como el rey Alfonso VI. Jimena se niega a que su esposo sea
enterrado,
ya
que
gracias
al
«autoembalsamamiento»
no
tiene
aspecto
de
cadáver, sino que parece estar vivo. Por ello, le dejan sentado sobre una especie
de trono de marfil y con una de sus manos sujeta la empuñadura de su espada
Tizona. Jimena y Gil Díaz permanecen en Cardeña, donde al poco fallece
Jimena y allí mismo es honrada y enterrada. En la siguiente escena aparece un
judío que intenta deshonrar el cuerpo del Cid, pero cae desmayado cuando ve
al
guerrero
sacar
la
espada,
hecho
milagroso
que
motiva
su
conversión
al
cristianismo con el nombre de Diego Gil. Poco después, los monjes deciden
enterrar al héroe santo, pues se le ha caído la nariz y ya no está en condiciones
para que el público pueda contemplarlo. Se cierra la leyenda con la muerte del
23
antiguo alfaquí Gil Díaz.
Algunas de esas adiciones, en especial la que le concibe venciendo una
batalla
después
consiguieron
de
enraizar
muerto,
en
su
permanecieron
percepción
ya
popular
unidas
hasta
al
personaje
nuestros
días.
y
Los
responsables del éxito de esas nuevas imágenes fueron, como se ha dicho, los
monjes del monasterio de San Pedro de Cardeña, muy interesados en fomentar
el culto a un héroe casi santo y milagroso. Aunque también tuvo mucho que
ver en la difusión de esa leyenda Alfonso X el Sabio, el cual no dudó en
integrar la leyenda en el relato historiográfico de la Estoria de España.
Es
conocido que el rey Sabio profesaba una especial veneración al héroe de Vivar,
como atestigua el hecho de que visitara el monasterio cardeniense en el año
1272, cuando se redactaba la Estoria, y que ordenara, en aquella ocasión,
trasladar los restos del Cid a un lugar más noble, al presbiterio. Pero Alfonso X
no incorporó la Leyenda de Cardeña a la Estoria de España únicamente movido
por
la
admiración
que
tenía
al
Cid.
Sostiene
René
Jesús
Hernán
que
el
monarca obtuvo otro beneficio evidente de esa utilización: el desarrollo de un
24
paradigma de valentía y lealtad que le interesaba transmitir y fomentar.
El siglo XIII no terminó sin que algún otro autor se interesara por la
materia cidiana. Juan Gil de Zamora (ca. 1241-ca. 1318) fue un intelectual
cortesano
de
referencia
en
el
tránsito
de
la
Plena
a
la
Baja
Edad
Media
españolas. Estudioso, humanista, erudito, escribió obras acerca de saberes tan
variados
como
la
medicina,
la
historia,
la
música,
la
gramática,
la
ciencia
política o la poesía. Formado durante unos cuatro años en París, una de las
universidades más prestigiosas del momento, se incorporó a la corte de Alfonso
X, a quien le gustaba rodearse de los hombres más sabios, donde desempeñó el
importante cargo de preceptor del infante Sancho, futuro rey Sancho IV. En
una de sus obras más conocidas, titulada De Preconiis Hispanie,
25
concebida
como un espejo de príncipes para la educación del infante Sancho, Gil de
Zamora
demuestra
Historia Roderici y
tener
conocimiento
el Linaje
de
Rodric
de
varias
Díaz en
fuentes
el Liber
cidianas
Regum,
como
así
la
como
distintas crónicas y materiales empleados por los historiadores de Alfonso X
para
la
construcción
de
la
Estoria
de
España,
incluso
insertó
una
leyenda
cidiana que no se encuentra en otros autores o composiciones. Esa leyenda, que
bien podría haber sido producto de la imaginación del autor, nos presenta a un
Campeador que se preocupa por las mujeres parturientas, tal y como habría
hecho en una ocasión, ya desterrado, en su campamento. Esa vez, al enterarse
Rodrigo de que la mujer de su cocinero había dado a luz durante la noche,
habría ordenado que el campamento no fuese levantado hasta que la mujer se
recuperara del parto y estuviese en condiciones de proseguir, lo que mostraba
su nobleza y ejemplo para los poderosos con ese gesto:
El Çid Ruy Díaz, después que se partió del reyno de Castilla e
estoviese en la frontera de tres reynos: de Castilla, de Aragón e de
Navarra, asentó sus tyendas, guardándose de los enemigos [f.89r.] de
cada parte. E acaesçió que una muger de su cozinero, o otro ofiçial,
estaba de parto e parió. E, commo otro día de mañana Ruy Díaz
mandase
quitar
las
tyendas,
non
sabiendo
aquesto
que
avía
acaesçido, acaso uno de su conpaña le dixo lo que avía acaseçido a la
muger de su cozinero esa noche. E oyendo esta relaçión, commo
señor
curial
noble,
animoso,
fizo
saber
quántos
días
las
nobles
señoras de Castilla acostunbravan estar echadas de sus partos e tantos
días mandó estar las tyendas fincadas e que las torrnasen a fincar las
que estavan alçadas, fasta que torrnase a sus fuerças la muger, açerca
de las leyes mugeriles, porque estava flaca del parto, para que fuese
enxenplo a los poderosos deste mundo, que asý commo se gozan con
el
poderío,
se
deven
gozar
[f.89v.]
con
la
piedad
de
coraçón,
espeçialmente con aquellos que trahen cargo de su casa, ca el que
non tiene cargo, espeçialmente de los de su casa, peor es que infiel,
26
según lo ponen las leyes divinales e canónicas.
El Campeador resultaba atractivo hasta para las mentes más lúcidas del
reino, como pone de manifiesto ese interés que hacia su figura mostró un
intelectual de la talla de Gil de Zamora.
La Baja Edad Media: juventudes cidianas y comienzos de la novela de
caballerías
Los elementos principales que configuran el Cid legendario se crearon entre los
siglos XII y XIII. Sin embargo, aún se añadieron nuevas ficciones, tramas y
argumentos ficticios a una imagen del Campeador que no dejó de evolucionar.
El
siglo XIV,
centuria
de
crisis,
de
peste
negra,
y
testigo
de
un
conflicto
europeo e internacional como fue la Guerra de los Cien Años, asiste a un
interés renovado por la vida de Rodrigo Díaz el Campeador. Durante este siglo
27
es cuando se componen las Mocedades de Rodrigo,
que ilustran el tránsito de la
épica a un nuevo tipo de elaboración que se va acercando a la novela y donde
se conjugan elementos juglarescos y clericales. Se recrea una parte de la vida del
Campeador, sus años juveniles, poco o nada conocidos y, por ello, atractivos
para el público. Los expertos creen que esas Mocedades se pudieron elaborar
hacia mediados del siglo XIV, en torno al año 1360, pero la copia más antigua
conservada data de 1400. Aunque arranca en prosa, el desarrollo del resto de la
obra, que está inacabada, está escrita en verso. La trama comienza con la
exposición de la genealogía del héroe para continuar, ya en verso, con el relato
de la muerte del conde don Gómez, padre de la joven Jimena. Para reparar ese
asesinato
y
deshonra,
el
rey
Fernando
obliga
al
joven
Rodrigo
a
contraer
matrimonio con la huérfana Jimena, hija del conde asesinado. Rodrigo rechaza
tal castigo, o, al menos, ofrece un aplazamiento del mismo y pone como
condición ganar antes cinco batallas campales. Se suceden a partir de ahí los
lances heroicos del Campeador contra distintos adversarios (versos 293-745),
como el moro Burgos de Ayllón, un campeón navarro al servicio del rey de
Aragón; Martín González, por el pleito de Calahorra; cinco reyes musulmanes
y la lucha contra los condes de Campó por la restauración en su sede del
obispo Bernardo de Palencia.
Figura 42: Página del manuscrito del cantar de gesta anónimo Mocedades de Rodrigo, compuesto en torno
a 1360, según la fecha sugerida por Alan Deyermond, que narra las hazañas de juventud de Rodrigo
Díaz. Es extraño comprobar cómo pudo mantenerse el género de la epopeya, considerado, por lo general,
de tradición y difusión oral, hasta una época tan tardía como la segunda mitad del siglo XIV.
A partir de ahí, comienza lo que algunos estudiosos consideran que fue la
quinta de esas batallas que el Cid debía ganar antes de contraer matrimonio.
Como si el autor estuviese influido por acontecimientos de una Guerra de los
Cien
Años
que
estaba
ocurriendo,
la
trama
se
adentra
en
un
conflicto
internacional, el que mantenían una coalición europea, establecida entre el
emperador alemán, el rey de Francia, el conde de Saboya y el papa, contra el
«emperador» Fernando de Castilla y su fiel y joven guerrero Rodrigo. El casus
belli que inicia el conflicto es el abusivo y humillante tributo que el monarca
francés
exige
anualmente
a
los
castellanos:
la
entrega
de
quince
doncellas
vírgenes. Rodrigo convence al rey Fernando para invadir Francia, derrotar al
soberano de aquel país y poner fin de tal forma a esa situación tan deshonrosa.
Después de una serie de combates y lances, Fernando consigue derrotar a la
gran coalición gracias a las cualidades guerreras de Rodrigo y principia una
serie de acuerdos entre los contendientes, momento en el que el relato se
interrumpe de forma abrupta.
A diferencia del héroe comedido y prudente del Cantar, el Cid de las
Mocedades es desmesurado, orgulloso, soberbio, insultante, desafiante, altivo,
fanfarrón,
arrogante,
prepotente,
rebelde…
por
utilizar
algunos
de
los
calificativos empleados por distintos estudiosos para caracterizar esa imagen del
joven Rodrigo que proyectan las Mocedades. Se permite el lujo de poner en tela
de
juicio
la
opinión
de
su
rey,
de
llevarle
la
contraria,
de
enfrentarse
verbalmente con el papa de Roma, y con la propia Jimena, entre otros excesos
que trufan el conjunto de la obra y que nos presenta a un Campeador diferente
que sienta las bases que expandirá en adelante el romancero cidiano durante las
últimas décadas de la Edad Media y los siglos de la Edad Moderna.
Destacan, asimismo, ideas como la importancia del código de la caballería
en la vida de los reyes y los nobles, por el que Rodrigo entiende que no se
puede ser buen rey sin liderar a sus hombres en el campo de batalla y lograr
grandes proezas guerreras. En relación con ello, se pone de relieve el contraste
entre la actitud cobarde de la alta nobleza y la valentía de la baja nobleza, en un
momento, el siglo XIV, en el que la idea de nobleza, así como los propios
ideales
caballerescos,
se
hallaban
inmersos
en
un
proceso
28
transformación de la que la literatura dio cumplida cuenta.
de
profunda
Así, la leyenda del
Campeador se acerca, aún más, a masas cada vez más populares, que recibieron
a ese nuevo Cid con tal expectación y atracción como demuestra el éxito de los
romances y la imagen que de él han perpetuado ejemplos ya mencionados
como La España del Cid, de Menéndez Pidal, o El Cid, de Anthony Mann, en
los que alguna de dichas tramas está presente, lo que las difunde más todavía,
sobre todo en el caso de la película, en públicos más amplios y asientan unas
figuraciones muy difíciles de erradicar y desmontar.
Durante
el
siglo
XV
se
continuó
hablando
del
Campeador,
distintos
autores siguieron fijando su atención en el personaje y comenzó la creación de
lo
que
Fernando
Gómez
Redondo
llama
«el
Cid
humanístico»,
un
nuevo
paradigma que convivió a lo largo del siglo con ese Cid de los romances, que
empiezan
a
emerger
29
centuria anterior.
inspirados
muchos
de
ellos
por
esas
Mocedades de
la
En todo el siglo XV, el Campeador sigue siendo paradigma
caballeresco señero en quien nobles particulares buscaron una comparación
para la visión que querían perpetuar de ellos mismos en crónicas que relatan
sus propias hazañas. En el Victorial o Crónica de don Pero Niño, que narra la
30
vida y proezas de Pero Niño, conde de Buelma, escrita hacia 1436,
Gutierre
Díaz de Games, su autor y alférez de Pero Niño, sitúa al Cid en el grupo de los
«nueve de la fama». Forman parte de esa selecta agrupación tres héroes de la
Antigüedad clásica grecolatina como Héctor, Alejandro Magno y Julio César;
tres campeones bíblicos señalados como Josué, David y Judas Macabeo; tres
figuras francesas como Carlomagno, el rey Arturo y Godofredo de Bullón y, en
último
lugar,
destacaron
en
la
triada
la
de
lucha
ilustres
contra
guerreros
los
cristianos
musulmanes,
hispanos
compuesta
por
que
se
Fernán
González, el Cid Campeador y el rey Fernando III. Todas estas figuras se tratan
como referentes sin par que deben ser imitados, en una época en la que los
ideales de caballería, representados por esos campeones y que deben asumir los
caballeros nobles de ese tiempo, están cambiando:
E tomen enxenplo del conde Fernán Gonçález, amigo de Dios, que
peleando
Almançor.
con
E
grand
del
Çid
esfuerço
Ruy
e
Díaz:
fee,
vençió
seyendo
un
el
grand
pequeño
poder
de
cavallero,
peleando por la fee, e por la verdad, e por la honra de su rey e reino,
vençió muchas batallas, e le fizo Dios grande e honrado, e fue muy
tenido de sus comarcanos. Otrosí, tomen enxenplo del muy noble
rey don Fernando el Casto, que peleando por la fee ganó a Córdova
31
e a Sevilla, donde es santo non calonizado.
La semblanza de Rodrigo es la más extensa de las tres que se reseñan en la
cita y se destaca de él que, a pesar de sus orígenes humildes («siendo un
pequeño caballero»), ganó muchas batallas peleando con gran esfuerzo por la
fe, por la verdad y por la honra de su reino, hechos por los que fue bendecido
por
Dios.
Otras
composiciones
posteriores
no
hicieron
sino
repetir
esa
asociación, aun con variaciones, entre Fernán González y el Cid Campeador,
sólidos símbolos militares y referentes del reino de Castilla y encarnadores de
32
una idealidad heroica que pretendían fomentar esos escritos.
Las identificaciones con el Cid Campeador más importantes elaboradas
en el siglo XV las encontramos en las asociaciones con Rodrigo Ponce de León,
a quien diferentes autores consideraron un «segundo cid». Rodrigo Ponce de
León (1443-1492), X señor de Marchena, III conde de Arcos, II y último
marqués de Cádiz, I duque de Cádiz y I marqués de Zahara, fue uno de los
33
principales capitanes de los Reyes Católicos en la Guerra de Granada.
crónica
que
se
escribió
para
ensalzar
sus
hazañas,
editada
por
En la
Juan
Luis
Carriazo, se nos presenta un elogio del Cid en el que se perpetúa la idea de que
venció una gran batalla después de muerto y de que había sido honrado en vida
por el rey Alfonso, el cual le trató como a un monarca más, por haber sido muy
leal a la corona y por haber derrotado a reyes moros y cristianos:
Pues
qué
diremos
del
santísimo
cavallero
Çid
Ruy
Díaz,
que
dexando otros muchos vençimientos que en los moros fizo en su
vida,
e
tovo
quinze
reyes
moros
por
vasallos,
después
de
su
fallesçimiento vençió treinta e dos reyes en una batalla en que avía
sesenta mill de cavallo e dozientos mill moros de pie, con mil e
seisçientos
de
cavallo
e
çinco
mill
peones.
Y
por
su
grand
meresçimiento, el noble rey don Alonso, en las Cortes de Toledo,
donde vino el Çid Ruy Díaz e los condes de Carrión, sus yernos,
mandó que la silla o escaño del Çid Ruy Díaz sienpre fuese puesta
junta con la de los reyes, porque allende de ser muy leal a la Corona
34
real, vençió y prendió muchos reyes moros y cristianos.
El
autor
de
esta
crónica
encomiástica,
que
es
posible
que
tuviera
conocimiento de materiales cidianos como el Cantar o algunos incluidos en la
Estoria de España, puede que incluso del naciente romancero, recurrió también
a la comparación de Rodrigo Ponce de León con otro mito castellano como es
Fernán
González.
De
tal
modo,
afirma
que
«podemos
bien
dezir
por
el
marqués de Cádiz, el segundo y buen conde Fernand Gonçález, y segundo y
santísimo cavallero Çid Ruy Díaz, pues que averiguadamente y fablando toda
la verdad, tan nobles y tan esforçadas cosas d’él podemos contar, de sus grandes
victorias y vençimientos que en los moros fizo, favoreçiendo y ensalçando la
35
santa fe católica».
Otro autor del momento, el intelectual Diego de Valera, también realiza
esa identificación del marqués de Cádiz con la figura del Cid Campeador y
propone una analogía entre la conquista de Alhama de Granada, ejecutada por
el primero; y la toma de Valencia, protagonizada, siglos atrás, por el segundo:
Pues
de
vós,
señor,
¿qué
se
espera
salvo
que
seréis
otro
Cid
en
nuestros tienpos nacido? Que si aquel tan estrenuo y escogido varón
ganó
a
Valencia,
cobróla
después
de
averla
tenido
cercada
por
espacio de diez meses [...] e vós, señor, apenas vos eran las barbas
nascidas, cuando todo temor olvidado sin tal certidunbre tener [...]
tomastes la famosa cibdad de Alhama, siendo tan lexos de vuestra
tierra e metida en medio de sus defensores e tanto cercana a la muy
36
poderosa cibdad de Granada».
Angus MacKay sostiene que fueron varios los argumentos que llevaron a
distintos autores a realizar esa comparación entre Rodrigo Ponce de León y el
Cid Campeador. En primer lugar, destaca el papel desempeñado por ambos en
la
guerra
contra
los
musulmanes.
Otro,
es
la
lealtad
y
sumisión
que
manifestaron ambos a sus respectivos reyes, el Cid Campeador a Alfonso VI en
las
cortes
de
Toledo,
que
recrea
el Cantar,
y
Ponce
de
León
a
los
Reyes
Católicos en distintas ocasiones. Los dos reciben, asimismo, la ayuda divina en
37
ciertas ocasiones porque son paladines de la lucha contra el infiel.
Y es que el Cid es para estos autores de finales del siglo XV un «dechado
de virtudes», en palabras de Gómez Redondo. Es un momento en el que se
intensifica
la
Guerra
de
Granada
contra
los
musulmanes
y
en
el
que
los
arquetipos nobiliarios y caballerescos están cambiando, lo que permitió con la
incipiente imprenta una mayor expansión y difusión de esas nuevas propuestas.
En ese sentido, se produjo la actualización de un arquetipo cidiano que ha
abandonado la épica para entrar en un nuevo escenario cortesano necesitado de
referentes. En palabras de Gómez Redondo: «Rodrigo ya no es un héroe de la
antigua épica, sino un moderno paladín que ha de prestar su conducta para
que
puedan
ser
asimilados,
por
los
caballeros
reales,
unos
modos
de
38
comportamiento similares».
El
Cid
caballería
Campeador
que
es
se
deseable
ha
que
consagrado
se
imite
y
plenamente
se
destaca
como
de
él
un
que
ideal
nunca
de
fue
39
derrotado y que incluso logró una victoria en batalla después de muerto.
Se
incide, además, en la extrema lealtad del Campeador hacia su rey asesinado en
Zamora, fidelidad que le obliga a tomar juramento al rey Alfonso en Santa
Gadea.
También
en
la
magnanimidad
o
benevolencia
exhibida
hacia
los
enemigos que derrota, sobre todo si estos son cristianos, como el rey «Pedro», y
no Sancho, de Aragón –confusión en la que había incurrido Jiménez de Rada–
y el conde de Barcelona, a quienes libera, lo que muestra su grandeza de
corazón. Así pues, invencibilidad, valentía, lealtad, magnanimidad, destreza
bélica, sacralización (caballero de Dios), etc. fueron algunas de las cualidades
más destacadas en ese Ruy Díaz prerrenacentista y humanístico, que, en los
últimos años del siglo XV y los primeros del XVI, da un salto cualitativo al ser
dadas a imprenta dos biografías caballerescas que glosan, y reinventan, sus
40
hazañas.
Este nuevo paso nos introduce en unos tiempos modernos en los
que el personaje no dejó de mutar y en los que se incorpora su materia a
nuevos
géneros
literarios,
como
la
aludida
novela-biografía
caballeresca,
el
teatro, la mojiganga, la poesía satírica, el auto sacramental; o artísticos, como la
pintura o el grabado.
Ó
LA EDAD MODERNA: LA EXPANSIÓN DE UN
MITO MULTIVARIABLE
Con la conquista de Granada en enero de 1492 desaparece el último bastión
islámico
peninsular.
destinos
de
Ese
Castilla,
mismo
España,
año,
se
Europa
y
produjo
del
un
mundo:
hecho
el
que
marcó
los
descubrimiento
de
América, donde se abrió una nueva frontera y un nuevo escenario de conquista
militar, cristianización del espacio y colonización. Otro de los acontecimientos
esenciales que marcaron el tránsito de la Edad Media a la Moderna fue la
invención de la imprenta a mediados del siglo XV, lo cual generó un nuevo
vehículo
de
transmisión
difusión
de
cultural
diversos
que
revolucionó
conocimientos.
la
escritura
Atribuida
al
de
libros
alemán
y
la
Johannes
Gutenberg, la primera imprenta que se instaló en la península ibérica fue en
Segovia, en el año 1474, y, desde entonces, comenzó la implantación de talleres
impresores en otras ciudades como Valencia, Zaragoza, Barcelona, Puebla de
41
Montalbán o Sevilla.
En esta última, en el año 1498 vio la luz la Suma de las
cosas maravillosas que
zo en su vida el buen cavallero Cid Ruy Díaz, también
conocida como Crónica popular del Cid, que conoció numerosas reediciones a
lo largo del siglo XVI. Esta crónica es deudora de la Crónica abreviada de
Diego de Valera, de la que toma una selección de los episodios relativos al Cid.
Más amplia y ambiciosa es la titulada como Crónica del famoso cavallero Cid
Ruy Díez Campeador, conocida como Crónica particular del Cid, publicada en
Burgos por Fadrique de Basilea en 1512, preparada por fray Juan de Velorado,
abad
de
San
Pedro
de
Cardeña,
y
vinculada
a
la
figura
del
infante
don
Fernando, hermano del futuro emperador Carlos V, a quien, al parecer, se
pretendía instruir, cuando era un niño de 10 años, con las enseñanzas que
42
podían extraerse de esa publicación.
Quizá la publicación de la primera motivara la de la segunda, aunque las
circunstancias de ambos momentos, 1498 y 1512, como señala Óscar Martín,
43
eran distintas.
Las dos crónicas se sirven, por una u otra vía, de la Crónica de
Castilla, compuesta a principios del siglo XIV como una versión de la Estoria
de España de Alfonso X el Sabio y que refundía materiales cidianos de distinta
naturaleza y procedencia. En la segunda de ellas, más interesante tal vez, se
pueden
distinguir
en
su
índice
varios
bloques
temáticos
y
el
desarrollo
comienza hablando de las relaciones entre el Cid y el rey Fernando I. Se narra
la investidura caballeresca del Campeador por Fernando, la boda con Jimena,
el pleito por Calahorra, el conflicto mantenido por el monarca con la coalición
de poderes europeos. En una segunda sección, se trata el reinado de Sancho II
y se significan las guerras fratricidas entre los hijos de Fernando I, el asedio de
Zamora, el asesinato de Sancho y el retorno como rey de Alfonso VI. En un
tercer apartado, se nos habla de las relaciones del Campeador con el soberano
Alfonso VI, donde ya se incluye una Jura de Santa Gadea, ya consagrada,
acciones bélicas del Cid, su primer destierro, la batalla contra el conde de
Barcelona,
Rodrigo,
el
sus
perdón
real,
campañas
la
conquista
militares
en
de
Toledo,
Valencia,
la
la
muerte
toma
de
la
del
hijo
ciudad
y
de
su
reorganización y enfrentamientos contra los musulmanes en ese contexto, en
uno
de
los
cuales
gana
la
espada
Tizona.
Se
relatan,
entre
otros
acontecimientos, las bodas de las hijas del Cid, la afrenta de Corpes, las cortes
de Toledo, los combates judiciales contra los infantes para la recuperación del
honor, la embajada del soldán de Persia, la conversión al cristianismo del moro
«Alfaxati», las segundas bodas de las hijas del Cid, la derrota del rey Búcar, la
muerte del Cid, su traslado a Cardeña y las honras fúnebres, el fallecimiento de
Jimena y la muerte del judeoconverso Gil Díez para concluir con el deceso de
44
Alfonso VI en el año 1109.
Los mencionados son solo algunos de los acontecimientos más relevantes
que
desarrolla
una
extensa
y
densa
trama
en
la
que
se
aúnan
distintas
tradiciones historiográficas, también islámicas, y legendarias que se habían ido
desarrollando desde el siglo XII hasta el momento en el que las crónicas se
dieron a imprenta. El periodo tratado es amplio, del año 1035 al 1109, y
complejo, pues los hechos se cuentan de forma desigual y se dedica una mayor
cobertura
narrativa
a
aquellos
que
eran
mejor
conocidos
y
estaban
mejor
documentados por las tradiciones aludidas. Se combinan técnicas narrativas
como
la
simultaneidad
dinamismo
novelesco
y
a
los
la
episodios
narración,
entrelazados,
que
donde
faltan
«no
confieren
cierto
anticipaciones
temporales, prolepsis o saltos hacia el futuro», en palabras de José. M.ª Viña
45
Liste.
Ambas crónicas contribuyeron a dar a conocer a un público cada vez más
amplio la leyenda del Cid Campeador y ayudaron a que quedaran fijadas en el
imaginario
colectivo
una
serie
de
ideas
ya
consagradas
que
los
romances
circulantes solo afianzaron. Gracias al éxito de crónicas noveladas y romances,
en especial, el Cid fue conocido por las masas y se constituyó en un personaje
admirado por gentes populares, reyes y emperadores. Por ello, en 1541 se
produjo un intento de traslación de los restos del Cid en el que intervino el
propio Carlos V, ya emperador, al emitir una cédula en la que el Campeador
figuraba como uno de los personajes más gloriosos de cuantos había dado la
historia
de
España
cuya
fama
trascendía
las
fronteras
hispanas,
como
demostraba el hecho de que foráneos acudiesen a visitar la tumba del ilustre
46
guerrero.
Años
más
tarde,
su
hijo,
Felipe
II,
protagonizó
un
intento
de
canonización del Cid. Los monjes de San Pedro de Cardeña siempre habían
considerado la santidad del Cid y habían hecho bandera de ello, como ponen
de relieve ciertas imágenes que plasmaron en la Leyenda de Cardeña. Faltaba,
no obstante, un respaldo oficial a dicha pretensión, un reconocimiento del
hecho por parte de las autoridades eclesiásticas competentes. Para tal empresa
consiguieron el apoyo del rey Felipe II, de conocida religiosidad, a quien
consiguieron convencer durante una de sus visitas al cenobio burgalés para que
iniciara un proceso de canonización de su ilustre sepultado. El monarca, que,
como su padre, Carlos V, profesaba admiración al héroe de Vivar, encomendó
la misión a Diego Hurtado de Mendoza, el cual fue el encargado de trasladar la
propuesta de canonización, junto con la de los 200 mártires de Cardeña, a la
Santa Sede. No sabemos por qué motivo aquel proceso no llegó a culminar con
éxito y el Campeador continuó sin que se le reconociera la santidad que se le
pretendía. A pesar de esa intentona fallida, los monjes no dejaron, en este siglo
y en los siguientes, de seguir profundizando en la valoración del Cid como
santo y promovieron todo un programa iconográfico en el monasterio con el
encargo de representaciones del héroe como santo destinadas a colocarse en los
47
lugares más nobles y visibles del cenobio.
EL SIGLO XVII, ROMANCE, TEATRO Y AUTO
SACRAMENTAL. HACIA UN CAMPEADOR
MULTIFORME
El siglo XVI terminó y comenzó una nueva centuria caracterizada por la crisis
en lo económico y lo político, pero que fue de «oro» en lo artístico y lo
literario, donde el Cid Campeador siguió presente adaptado a otros géneros
literarios como el teatro o la poesía burlesca. Sin embargo, el Cid no se alzó
como el héroe por excelencia de los genios creadores que vivieron en el siglo
que dio sus primeros pasos con la obra cumbre de la literatura española, Don
Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, sino que fue Bernardo del
Carpio el héroe medieval que conoció un renovado interés durante las décadas
48
posteriores.
El propio Cervantes puso esa realidad en boca de don Quijote:
«Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no
tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada [...] Mejor estaba con
Bernardo del Carpio» (Quijote I, 1). A pesar de ello, el propio Cervantes se
dejó seducir por ese Cid ya plenamente consolidado por los romances, algunos
de los cuales leyó y adaptó en la novela ejemplar La gitanilla y en la comedia
49
La entretenida.
Los romances, así pues, gozaron de buena salud durante el
siglo XVII, al menos durante la segunda mitad, momento a partir del cual fue
decayendo
su
interés,
pues
lo
despertaba
cada
vez
más
el
50
teatro.
La
dramaturgia se nutrió, entre otras fuentes, de los romances y aunque Bernardo
del Carpio, de quien también circulaban romances, parecía más estimulante, la
51
figura del Cid se representó, y reinterpretó, con profusión en el género teatral.
María Teresa Julio considera que las obras de teatro de temática cidiana se
inspiran en el Poema de mio Cid y en la lírica popular exhibida en los romances
y que transmiten una imagen mitificada del personaje al que se le van sumando
añadidos. Esta autora distingue, al menos, cinco ciclos distintos dentro de esa
temática teatral cidiana, para lo que parte de las líneas argumentales y de los
romances de las que estas proceden. Considera, en primer lugar, las relaciones
entre Rodrigo y Jimena; en segundo, el cerco de Zamora y la muerte de Sancho
II; en tercero, la Jura de Santa Gadea; en cuarto, Martín Peláez y la conquista
52
de Valencia; y, en último lugar, las hijas del Cid.
A un joven Lope de Vega algunos le atribuyen una obra teatral titulada
Las hazañas del Cid y su muerte, con la toma de Valencia, compuesta hacia 1588,
posiblemente, y que fue editada junto con otras en Lisboa en 1603 por Pedro
Craesbeeck en un volumen titulado Seis comedias de Lope de Vega. Sin embargo,
el propio Lope renegó de la autoría de aquellas obras de edición lusa. En esa
presunta obra de Lope, la mayor fuente de inspiración es el romance, incluso se
llegan a reproducir textualmente líneas enteras en su desarrollo y también se
53
reproducen las tramas.
Sin embargo, fue Guillén de Castro (1560-1631),
dramaturgo de la escuela valenciana, influido, como otros, por el Fénix de los
ingenios, quien alumbró en las primeras décadas del siglo una obra de éxito
titulada Las Mocedades del Cid, la cual se puede considerar la primera gran
internacionalización
del
mito
cidiano.
Algo
similar,
en
ese
siglo,
a
lo que
ocurrió con la ya mencionada película de Anthony Mann en la segunda mitad
del XX. El responsable de esa proyección internacional no fue tanto el propio
Castro como el francés Pierre Corneille (1606-1684), quien, en 1636, copia
casi de manera literal la obra del valenciano en su Le Cid, que también disfrutó
del éxito internacional gracias a su representación. Tal vez Corneille consiguió
ese triunfo europeo que no conoció Castro porque el francés logró, en cierta
medida,
«europeizar»
al
personaje
al
depurarlo
del
tradicionalismo
y
nacionalismo españoles que impregnaba la obra del valenciano. Como sostiene
Natividad Nebot:
El tradicionalismo y el nacionalismo español, que eliminó Corneille
de su obra Le Cid, fue una de las razones por las que triunfó en toda
Europa,
frente
a
la
comedia
de
Castro.
No
eran
capaces
de
comprender fuera de España esa exaltación nacional, ese espíritu de
unión
entre
todos
los
reinos,
condados
y
regiones
españoles,
sentimiento que se inicia en el Renacimiento y se acentúa en el
54
Barroco.
En la comedia de Guillén de Castro, compuesta entre los años 1605 y
1615, se propone una especie de triángulo amoroso formado por Rodrigo, la
infanta
Urraca
y
Jimena,
una
elucubración
que
gozó
de
cierto
renombre
posterior. Rodrigo es armado caballero de manera solemne por el rey Fernando
I, poco antes de que el conde Lozano, padre de Jimena, humille al padre de
Rodrigo al propinarlo un guantazo. Para vengar la afrenta, Rodrigo mata al
conde Lozano y, después, apesadumbrado, le pide a Jimena que le quite la vida
para así lavar el agravio que le ha provocado. Ella se niega y Rodrigo parte en
busca de aventuras guerreras, vence en muchas batallas, se convierte en señor
55
de moros y al final se casa con Jimena después de vivir varios sucesos.
A esta
primera comedia le siguió una segunda en la que el protagonismo del Cid se
difumina, pues la trama se centra en el cerco de Zamora, en la rivalidad entre
Sancho II y su hermana Urraca y en la muerte del rey a manos de Vellido
Dolfos.
Figura 43: Portadilla de la obra Le Cid, de Pierre Corneille, que fue representada en 1637 con un gran
éxito de público y con el teatro lleno durante meses. Los rivales de Corneille, celosos de su éxito,
promovieron la célebre Querelle du Cid y se hizo necesaria incluso la intervención de Richelieu.
Libreto de la ópera en cuatro actos y diez escenas Le Cid, musicada por Jules Massenet. Se estrenó en
1885.
La
obra
de
Corneille
muestra
tintes
más
trágicos,
56
considerar tragedia, sino más bien una tragicomedia.
sin
que
se
pueda
Dividida en cinco actos,
se desarrolla en Sevilla, lo cual constituye un claro anacronismo. Don Diego y
el conde de Gormaz don Gómez resuelven unir en matrimonio a sus hijos
Rodrigo y Jimena, pero todo se tuerce cuando el monarca decide nombrar a
don Diego preceptor del príncipe, hecho que provoca celos en don Gómez,
quien reacciona abofeteando al padre de Rodrigo. La familia debe restañar el
honor mancillado, pero don Diego es demasiado anciano como para batirse en
duelo singular y, por ello, Rodrigo, situado entre el amor hacia Jimena y los
imperativos
del
honor,
se
decanta
por
lo
segundo.
Durante
el
combate,
Rodrigo da muerte con su espada al padre de Jimena y ella le detesta por la
acción, aunque en el fondo le ama e, impelida por el honor y la venganza, pide
justicia al rey. Las luchas contra los moros le permiten a Rodrigo demostrar su
destreza y valor en el campo de batalla, que le empiecen a llamar
Cid
y también
conseguir el perdón del rey. Jimena no olvida, no obstante, la afrenta que ha
sufrido por parte de Rodrigo y solicita al monarca que uno de sus caballeros
haga justicia por ella. El campeón designado para luchar contra Rodrigo es don
Sancho, que también está profundamente enamorado de Jimena, aunque esta
no le corresponde. Jimena promete que se casará con quien resulte vencedor de
ese duelo a muerte. Antes del combate, Rodrigo y Jimena hablan en privado y
él la asegura que se dejará matar, pero ella intenta convencerlo para que no lo
haga, pues si resulta vencedor podrán casarse. Tras el duelo, una confundida
Jimena cree que Rodrigo ha resultado derrotado y muerto y le confiesa entre
lágrimas su amor, error del que la saca Sancho, el verdadero derrotado que es
perdonado por Rodrigo. A pesar de todo, y de tener el beneplácito del rey, el
casamiento queda un año aplazado durante el cual Rodrigo lucha contra los
57
moros en tierras musulmanas.
Figura 44: «El Cid Campeador lanceando otro toro» pertenece a la serie de grabados de Goya, dominada
por el patetismo trágico, entre la primavera de 1814 y el otoño de 1816, con el final de la Guerra de la
Independencia como escenario y la restauración en el trono de Fernando VII en 1814. El ejemplar que
Goya entregó a Ceán Bermúdez para ordenar las imágenes y redactar los títulos incluye el epígrafe: El Cid
campeador, el primer caballero español que alanceó los Toros con esfuerzo.
El Cid de Corneille fijó imágenes imperecederas del personaje, sobre todo
porque fueron ampliamente utilizadas en la primera parte de la película de
Anthony
Mann,
a
quien
las
escenas
de
la
obra
del
dramaturgo
de
Ruan
debieron de resultarle estimulantes para el público de la segunda mitad del
siglo XX. Sin embargo, no todo fue positivo para la imagen del Cid durante el
siglo XVII. Mientras autores como Guillén de Castro o Corneille ideaban
tramas
dramáticas
atractivas
para
el
público,
otros
autores
disfrutaban
parodiando al personaje, como el creador de la anónima Mojiganga del Cid,
58
escrita a finales del siglo con argumentos jocosos.
Francisco de Quevedo,
referente sin ambages de ese siglo, también escribió alguna que otra sátira que
tiene como protagonista al héroe de Vivar. Una de ellas es el romance titulado
Pavura de los condes de Carrión, centrada en el episodio del león que escapa de
su jaula y provoca el pánico de sus yernos, los infantes de Carrión. En ella nos
presenta a un Cid que ronca como una vaca cuando duerme y que despierta
legañoso de su sueño. Según Carlos Mata Induráin, «la inclusión de palabras
vulgares, propias del bajo estilo (“mascar”, “panza”, “pescuezo”, “caca”, etc.),
refuerza
esa
quevedianos
imagen
con
degradada
temática
cidiana
del
59
personaje».
como El
Cid
Otros
acredita
su
dos
valor
romances
contra
la
invidia de cobardes y Las hijas del Cid Ruy Díaz, abandonan un tanto el tono
satírico y ponen el foco en dos argumentos ya consolidados como son el tema
de los murmuradores contra Rodrigo y la afrenta que sufren sus hijas a manos
de los infantes de Carrión en el robledal de Corpes. Pero no todo es chanza,
Quevedo nos presenta a otro Cid aquí y allá en distintos lugares de su poesía,
al que concibe como «un buen exponente de un pasado positivo, de valores
heroicos que añora» y, al final, expone su figura, en términos generales, como:
[…] una suerte de exemplum digno de emulación en el presente del
poeta, por mucho que en algunos poemas sea diana de un proceso
de burla y degradación: encarnación de valores ideales y perdidos,
recuerdo de un pasado glorioso que no tiene trazas de volver, el Cid
60
deambula por sus versos como espejo de comparación reiterado.
El interés por el Cid, histórico, mítico y legendario, parece decaer a lo
largo del siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces. Prueba de ese desinterés es
el hecho constatado de que en esa centuria no se compuso ni una sola comedia
teatral que tuviera la materia cidiana como base, a diferencia de lo que había
ocurrido en el Barroco, cuando se habían escrito catorce de estas comedias. El
XIX
conoce
un
cierto
renacer,
no
comparable
al
interés
barroco,
con
la
redacción de dos comedias, al igual que en el siglo XX, lo que demuestra, a la
vista de los datos, que el siglo XVIII constituyó un «silencio sepulcral» en
61
cuanto a las representaciones teatrales con temática cidiana.
sintetiza
esa
cuestión
al
defender
que
«el
“Afuera,
afuera,
Aurora Egido
Rodrigo”
acabó
convirtiéndose en paradigma de un cansancio generalizado que terminó por
agotarlo como tema literario –después de haberlo idealizado– para rebajarlo y
62
parodiarlo y finalmente desterrarlo, con voluntad de olvido».
Y es que la nula
atención prestada por el género teatral no es sino una traslación de un interés
general hacia el Campeador que se diluyó en el transcurso del siglo ilustrado.
En ese sentido, Alberto Montaner considera que «el siglo XVIII no fue muy
proclive
a
los
asuntos
de
nuestro
personaje»
63
producciones que merece la pena reseñar.
y
menciona
únicamente
dos
Una de ellas son las quintillas de la
Fiesta de toros en Madrid, de Nicolás Fernández de Moratín, que recrean una
fiesta taurina organizada por Aliatar, alcaide de Madrid, junto a su amante
Zaida, que contempla la escena desde un lujoso mirador. Uno de los toros es
tan bravo que nadie se atreve a lidiarlo, hasta que aparece un apuesto caballero
cristiano que pide permiso para torear. Una esclava cristiana es la única que
identifica a ese gallardo caballero que atraviesa al toro con su lanza y que le
quita el lazo que lleva en el cuello para entregárselo a Zaida, gesto que enoja a
Aliatar. Ante la posibilidad de un combate entre Aliatar y Rodrigo, comparecen
las tropas de este último.
José M.ª Díez Borque ha demostrado que esa curiosa representación del
Cid no es original de Fernández de Moratín, ya que aparece, aunque menos
desarrollada, en una obra teatral del siglo XVII titulada Mojiganga del Cid para
estas del Señor. En el contexto del «disparate y teatro del absurdo que es la
mojiganga», se nos presenta a ese «Cid torero» que es aclamado y llevado a
hombros por las masas ante su destreza taurina, acompañado por el grito de
64
«Viva el Cid que es toreador, / mayor de aquesta ciudad» (vv. 365-366).
Esto
demuestra que Moratín debió de conocer esa mojiganga, o al menos saber de la
opinión que esta había generado en el sentir común, y dio pie a una imagen
que
permeó,
a
través
de
la
representación
teatral,
en
cierto
sector
del
imaginario colectivo. El propio Moratín estaba convencido de que el Cid había
sido un diestro alanceador de toros a caballo, el primero en dominar esa suerte
taurina, al decir que «pero pasando de los discursos a la historia, es opinión
común en la nuestra que el famoso Rui o Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el
Cid Campeador, fue el primero que alanceó los toros a caballo. Esto debió ser
65
por la bizarría particular de aquel héroe».
La convicción de Nicolás Fernández de Moratín acabó influyendo en su
amigo Francisco de Goya y Lucientes, genial pintor de finales del XVIII y
principios del XIX, que dedicó un grabado de su serie Tauromaquia, datado
entre
los
años
lanceando
otro
1814
y
toro»,
1816,
a
ejecutado
ese
tema
con
la
y
lo
técnica
tituló
del
«El
Cid
Campeador
aguafuerte,
aguatinta,
bruñidor, buril sobre papel verjurado, blanco, con unas dimensiones de 300 x
66
409 mm.
Así, considera Díez Borque, la poesía de Moratín inspiró al arte de
Goya y cada uno de los dos amigos representó a un Cid torero desde sus
respectivas capacidades:
Las quintillas de Moratín son una dramatización, una puesta en
movimiento, en acto, de la imagen goyesca del Cid torero. Por su
parte, el dibujo y el grabado de Goya son la «congelación visual», el
67
testimonio gráfico de la hazaña poetizada por Moratín.
Al margen de esa visión taurina desarrollada por Moratín, el siglo XVIII,
para Alberto Montaner, asiste a un hecho más importante y trascendental
relacionado con el Cid Campeador: la primera edición del Cantar de mio Cid.
Fue realizada en 1779 por el bibliotecario y erudito Tomás Antonio Sánchez
(1723-1802)
en
su
Colección
de
poesías
castellanas
anteriores
al
siglo
XV
y
permitió a los lectores, desde entonces, disfrutar de la obra cumbre de la
literatura
medieval
castellana
y
a
eruditos
y
estudiosos
profundizar
en
un
conocimiento del personaje que, hasta ese momento, solo estaba disponible en
68
crónicas y romances.
Tal cosa posibilitó conocer un texto hasta entonces
bastante olvidado, en un tiempo en el que la imprenta ya estaba consagrada
por completo como medio de difusión literaria y cultural.
Las luces de la Ilustración alumbraron posicionamientos novedosos acerca
del Cid Campeador. En la Italia de ese siglo, la materia cidiana dio, por
influencia francesa, el salto del teatro a la ópera, en un proceso de búsqueda de
nuevas temáticas que trascendieran las tramas mitológicas tradicionales. Esa
interesante
cuestión,
estudiada
a
fondo
por
M.ª
Jesús
López
Verdejo,
demuestra la elasticidad, plasticidad y adaptabilidad de un personaje histórico,
69
literario y legendario como el Campeador.
A finales de siglo y principios del
siguiente, se inicia, además, el fenómeno de la crítica y, en algún caso, de la
hipercrítica. El héroe castellano había sido hasta la fecha sublimado, santificado
en algún caso, elogiado, también satirizado, pero no se había llegado aún al
extremo de criticarlo, incluso de poner en tela de juicio su propia existencia.
Esa novedad se produjo en un tiempo en el que el fulgor dieciochesco fue
dando paso, lentamente, a las brumas del romanticismo decimonónico. En ese
tiempo bisagra, un autor de origen italiano naturalizado español sorprendió
con
una
nueva
visión
del
Campeador,
hipercrítica
y
negacionista.
Juan
Francisco de Masdéu y Montero (1744-1817), jesuita de formación, escribe
una Historia crítica de España, que se publicó entre 1783 y 1805, en la que se
trata
al
Campeador
de
forma
despreciativa
e
incluso
se
llega
a
negar
su
existencia. Esa visión hipercrítica y peyorativa del guerrero de Vivar se pone de
manifiesto en frases como «no tenemos del famoso Cid ni una sola noticia, que
sea segura ó fundada, ó merezca lugar en las memorias de nuestra nación», o
«es sobrada ceguedad la de querer aprobar y elogiar todas las acciones de Don
70
Rodrigo por viles é infames que hayan sido»
y concluye que:
Algunas cosas dixe de él en mi historia de la España Arabe, porque
en
los
puntos
generalmente
bien
recibidos
por
nuestros
mas
respetables
todos,
historiadores,
a
pesar
de
no
mis
me
atreví
muchas
entonces
dudas;
pero
á
separarme
habiendo
de
ahora
examinado la materia tan prolijamente, juzgo deberme retractar aun
de lo poco que dixe, y confesar con la debida ingenuidad, que de
Rodrigo Diaz el Campeador (pues hubo otros castellanos con el
mismo
nombre
y
apellido)
nada
absolutamente
sabemos
con
71
probabilidad, ni aun su mismo ser ó existencia.
Esas
posturas,
un
tanto radicales,
del
padre
Masdéu,
influidas
por
el
método y la crítica del pensamiento ilustrado, fueron rebatidas más adelante,
ya
en
el
siglo
XIX,
la
centuria
que
introdujo
a
España
en
la
Edad
Contemporánea. En este nuevo siglo, se seguirá reflexionando acerca de la
figura histórica del Cid Campeador, en el contexto del lento establecimiento
del
Estado
influyentes
liberal
y
burgués,
poderosas.
en
El
pugna
XIX
con
fue
fuerzas
el
siglo
conservadoras
del
aún
muy
Romanticismo,
del
pensamiento burgués, de la construcción de la nación y el Estado, el de la
conversión de la historia, al igual que otras materias, en disciplina académica y
científica, el de la continua reflexión acerca del pasado histórico, el fomento del
sentimiento
patriótico
desde
las
aulas,
el
de
la
convulsión
social,
política,
militar, cultural e intelectual. El Cid fue, de alguna forma, recuperado por
algunos literatos e intelectuales interesados en el periodo medieval para rescatar
indicios
de
un
«espíritu
del
pueblo»
ancestral
y
esencial
que
habría
ido
conformando una identidad española que había de ser estudiada, comprendida
y
fomentada.
No
faltaron
en
ese
siglo
intensos
debates
y
discusiones
que
tuvieron como foco al Campeador, así como surgieron detractores y defensores
de su figura que inauguraron una cierta polémica que, desde entonces, sigue
presente, en mayor o menor medida y con intermitencias, hasta la actualidad.
LA EDAD CONTEMPORÁNEA: DE LAS
HISTORIAS NACIONALES A LOS MEDIOS DE
MASAS
Serenos, alegres, / valientes, osados, / cantemos, soldados, / el himno
a la lid.
Y a nuestros acentos / el orbe se admire / y en nosotros mire / los
hijos del Cid.
Himno de Riego, Evaristo Fernández de San Miguel, 1820.
El Cid se mantiene muy vivo durante el siglo XIX, una centuria que había
empezado en España de manera convulsa con la batalla de Trafalgar (1805) y la
Guerra de la Independencia (1808-1814). En la conflagración, entre otros
monumentos, los franceses destruyeron y expoliaron las tumbas de Rodrigo y
Jimena en el monasterio de San Pedro de Cardeña y comenzaron desde aquel
72
noviembre de 1808 el peregrinar de sus huesos por media Europa.
Entre el
final de esa guerra, que algunos consideran civil, y el año 1816, Goya realizó
ese grabado que representa al Cid lanceando un toro al que nos referíamos más
arriba; tras la institución de las Cortes de Cádiz y la promulgación de la
Constitución de 1812, inspirada en la estadounidense y la francesa, las más
73
liberales y modernas del momento.
A partir de 1812, se respiraban en España
aires liberales, inconscientes, entonces, del negro futuro que se cernía sobre un
país dividido entre las ansias de modernidad y las pulsiones absolutistas y
conservadoras. Apenas dos años después, en 1814, Fernando VII abolía la
Constitución de Cádiz y restablecía las instituciones del Antiguo Régimen que
habían
regido
España
hasta
entonces.
En
enero
de
1820,
se
produjo
el
Pronunciamiento de Riego, en la localidad sevillana de Cabezas de San Juan.
Fernando VII es obligado a jurar la Constitución en Madrid en marzo de ese
mismo año. En aquel contexto, el teniente Evaristo Fernández de San Miguel,
integrante de la triunfante columna de Riego, compone en Algeciras un nuevo
himno para una nueva nación, el Himno de Riego, al que pone música José
Melchor Gomis, que se aprobó por Decreto en Cortes el 7 de abril de 1822 y
74
que se convirtió de esa manera en el primer «himno nacional» español.
En él,
se evoca a la patria y a la libertad, restaurada por un grupo de valientes
soldados que son identificados, al menos por el autor, con «los hijos del Cid».
Mas el siglo XIX no solo generó imágenes elogiosas y exultantes del
guerrero de Vivar. Fue en esta centuria cuando adquirió carta de naturaleza una
«cidofobia» que ya había inaugurado el jesuita Juan Francisco Masdéu. En el
año 1844, el arabista holandés Reinhart Dozy (1820-1883) encontró en la
ciudad de Gotha pasajes del historiador musulmán Ibn Bassam relativos al
Campeador. En aquellos momentos, Reinhart Dozy se encontraba trabajando
en una de sus obras cumbre, Recherches sur l’histoire et la littérature de l’Espagne
75
pendant le moyen âge,
como
también
las
y aquellos fragmentos de Ibn Bassam le sirvieron, así
ideas
de
Masdéu,
para
perfilar
una
imagen
76
caracterizada por la deslealtad, la traición, la maldad y la crueldad.
del
Cid
Condensó,
asimismo, esas opiniones negativas en una obra monográfica del Cid titulada
77
Le Cid, d’après de nouveaux documents.
En la primera de ellas, el erudito
arabista holandés se preguntaba por qué un personaje como Rodrigo Díaz era
tan prestigioso en España y entendía la confusión que existía en este país entre
la imagen proyectada por la literatura y aquella otra que podía apreciarse en la
historia:
¿De dónde procede este creciente interés, este prestigio que rodea su
nombre? ¿Qué es lo que ha hecho este Cid para que España se sienta
tan orgullosa de él; para que se haya convertido en el modelo de
todas las virtudes caballerescas, para que haya ensombrecido la gloria
de
todos
sus
hermanos
de
armas,
¿de
todos
los
demás
héroes
medievales españoles? Pero cabe preguntarse: ¿Es que el Cid de los
cantares, de los romances, de los dramas, es el mismo Cid de la
78
historia?
Pero Dozy no hacía sino incidir, apoyado en nuevas fuentes árabes, en lo
que había afirmado Masdéu medio siglo antes, cuando el jesuita se preguntaba,
en su Historia crítica:
¿Cómo podían darse estos elogios á un guerrero profano, para el
qual, según los mismos romances, tanto era vivir entre moros, como
entre christianos, y tanto el hacer guerra á los primeros, como á los
segundos? Aunque fuese verdad lo que se dice de Rodrigo; el decirlo
es un papel, que va en su nombre, y lleva su firma, no era cosa
79
propia ni natural.
Historiadores como Menéndez Pidal reaccionaron ante esas opiniones de
Masdéu y Dozy y afirmaron del primero que «heredaba y hacía llegar a su
colmo aquel ingenuo resentimiento de los cronistas del reino de Aragón contra
el héroe castellano». El propio Menéndez Pidal declaró que había escrito La
España del Cid, entre otras motivaciones, para rebatir esas visiones peyorativas y
«cidófobas» que se habían ido generando y de las que Masdéu y Dozy eran
80
artífices y responsables fundamentales.
No eran aisladas las opiniones que
ponían en tela de juicio la existencia real del Campeador, todavía en 1844, y tal
vez influido por la controversia creada por Masdéu, Dionisio Alcalá Galiano
manifestó que «sobre si ha existido ó no el Cid, está pendiente todavía la
disputa, siendo imposible determinar de un modo que no deje lugar á la duda,
81
por faltar para ello las competentes autoridades».
Antes de que el erudito coruñés elaborara su monumental obra, que vio la
luz en 1929, el Cid siguió siendo objeto de interpretaciones históricas que se
acercaban
cada
vez
más
al
cientifismo
y
el
academicismo.
La
historia
se
convirtió, a partir de mediados del siglo XIX, en una disciplina científica y
académica y se acometieron ingentes compendios de fuentes y documentos. Se
redactaron
en
la
época
magnas
historias
nacionales,
llevadas
a
cabo
por
historiadores inspirados por las ideas liberales burguesas. En España, destaca la
figura de Modesto Lafuente y Zamalloa (1806-1866), periodista y escritor que
compuso la Historia general de España entre los años 1850 y 1866 en 29
volúmenes, que lamentó que España no tuviera una historia general desde que
el padre Mariana la elaborara en el siglo XVI.
82
Como no podía ser de otra
forma, Lafuente sometió a crítica algunas cuestiones relativas al Cid y dejó
claro que había que separar la historia de la leyenda que rodeaba al personaje,
con la convicción de que, en su tiempo, ya estaba clara esa dualidad del héroe:
«Desde el siglo XII hasta el XIV, se mezclaron a las verdaderas hazañas de
Rodrigo
el
Campeador
multitud
de
aventuras
fabulosas
que
inventaron
83
añadieron los romanceros, es cosa de que no duda ya ningún crítico».
y
Como
liberal que era, Lafuente contempló los claroscuros del de Vivar, respaldado por
sus propias concepciones políticas y sociales. Así, ve en la Jura de Santa Gadea
una actitud «arrogante» propia de la «nobleza castellana» –Lafuente era leonéspalentino–, lo que motivó el distanciamiento entre el rey y el vasallo y justificó,
84
de alguna manera, la actitud de Alfonso hacia Rodrigo.
Sin embargo, no
siempre se puso del lado del rey, pues hay pasajes en que justifica actitudes de
Rodrigo,
como
las
que
motivan
el
segundo
de
sus
destierros.
Se
muestra
especialmente crítico hacia el Campeador por haber combatido a cristianos
mientras prestaba servicio a musulmanes:
Duélenos también sobremanera que el brioso capitán, el batallador
invicto,
tantos
el
campeador
reyes
insigne,
mahometanos,
el
el
que
que
humilló
venció
á
é
hizo
tributarios
tantos
poderosos
príncipes, hiciera alianzas con los sarracenos contra los monarcas
cristianos;
que
amigo
y
confederado
del
emir
de
Zaragoza,
combatiera y aprisionara al conde barcelonés, que sirviendo á los
Beni-Hud enrojeciera con sangre cristiana los campos de Aragon é
hiciera á las madres catalanas llorar á sus hijos cautivos con mengua
85
de la caballería y menoscabo de la cristiandad.
Es,
quizá,
configuró
para
por
cuestiones
Lafuente,
al
como
contrario
esa
que
por
las
para
que
otros
el
Campeador
historiadores
de
no
su
tiempo, un modelo de las esencias virtuosas de una España (Castilla) que se
86
pretendía ensalzar en esas fechas del siglo XIX.
Un coronel llamado Juan de
Quiroga articuló en 1872 una furibunda defensa de Rodrigo el Campeador
porque consideraba que había sido atacado por historiadores desde Masdéu
hasta Dozy, pasando por Alcalá Galiano, Malo de Molina e incluso Modesto
87
Lafuente, a quienes critica con acritud a lo largo de una especie de panfleto.
Quiroga comienza su alegato arremetiendo contra Alcalá Galiano, a quien
acusa, junto con otros, de tratar de «encerrar como en una casa de orates al
invicto Rodrigo con el famoso Amadís de Gaula y otros caballeros de su
estofa».
Culpaba
de
iniciar
esas
opiniones
negacionistas
a
los
arabistas,
al
afirmar, poco más adelante, que, en 1857, ya había tenido que reaccionar
contra Modesto Lafuente «para rebatir un negro cargo de ingratitud y alevosía
que
nuestro
dejándose
historiador
llevar,
Lafuente,
según
creyendo
suponemos,
del
ser
imparcial,
juicio
de
un
le
había
hecho,
moderno
sabio
88
holandés».
Mientras tanto, y gracias a la primera edición de 1779 a cargo de Tomás
Antonio Sánchez, el Cantar de mio Cid se tradujo y publicó en distintos países
89
de Europa durante el siglo XIX.
Francia fue uno de los que con mayor
expectación recibió tal novedad literaria, no en vano, allí había triunfado, a
pesar de la controversia suscitada, Le Cid de Corneille y, tal vez por ello, el
90
Campeador legendario «ejerció gran influencia en el romanticismo francés».
En Alemania, Christian Dietrich Grabbe compuso en 1835 una ópera titulada
Der Cid y, con posterioridad, en 1865, el también germano Peter Cornelius
91
estrenó un drama lírico religioso homónimo,
influido por el Cid de Corneille
y por la traducción al alemán del romancero que había llevado a cabo Johann
Gottfried Herder, un estudioso de finales del siglo XVIII que reflexionó acerca
de un concepto que tuvo una influencia notable en el pensamiento romántico,
el Volksgeist o «espíritu del pueblo». En Francia, además, se estrenó en 1825 el
drama El Cid de Andalucía, de Pedro Lebrun; y, en 1839, La hija del Cid, de
Casimir
Delavigne;
en
1885,
Jules
Massenet
musicó
la
ópera
Le
Cid.
El
romanticismo literario español también se dejó seducir por el Cid y produjo
obras como Bellido Dolfos (1839), de Manuel Bretón de los Herreros; La jura
en
Santa
Gadea
(1845),
de
Juan
Eugenio
Hartzenbusch;
92
Castilla (1872), de Antonio García Gutiérrez
93
José Zorrilla.
Doña
Urraca
de
y La leyenda del Cid (1882) de
La novela histórica romántica, muy atraída por la temática épica
y medieval desde Ivanhoe, de Walter Scott (1820), también acogió al género
cidiano en España con obras como La conquista de Valencia por el Cid (1831),
de Estanislao de Cosca Vayo; El Cid Campeador (1851), de Antonio de Trueba
94
y El Cid Rodrigo de Bivar (1875), de Manuel Fernández y González.
La temática cidiana siguió avanzando en las últimas décadas del siglo XIX,
un momento en el que se estaban dando las condiciones necesarias «para
erigirse
en
una
figura
95
nacional española».
para
esa
esencial
dentro
de
la
construcción
de
la
identidad
Los historiadores se convirtieron en herramienta esencial
construcción
nacional
de
sentimientos
identitarios,
nacionales
y
patrióticos, en un ambiente de exaltación romántica y nacionalista. Se pusieron
al servicio del Estado y la nación, conceptos surgidos de las ideas liberales,
progresistas o moderadas, pues ambas tendencias parecían estar de acuerdo en
ese sentido, ya que mantenían discursos similares acerca de la construcción de
la nación española. Esa visión nacional, o nacionalista, de la historia de España
pasó del mundo académico y erudito a las enseñanzas primaria y secundaria,
escenario donde se enseñaron esos nuevos valores patrióticos compartidos a los
que se daba un enfoque nacionalista español. De esa manera, los jóvenes se
convertían en receptores, y futuros difusores, de una idea de patria y de nación
fundamentada en un pasado glorioso que otorgó consistencia e identidad a un
recién nacido Estado burgués. En esa exaltación de los valores patrios, que
impregnó las historias generales, desempeñaron un papel fundamental figuras
como Pelayo o el Cid, pero también acontecimientos como la defensa heroica
de Numancia o la batalla de Covadonga.
96
En ese caldo de cultivo cultural e
ideológico se formaron los intelectuales de la llamada Generación del 98, en la
que
brilló
con
luz
propia,
en
relación
con
los
estudios
cidianos,
Ramón
Menéndez Pidal, el cual desarrolló sus estudios en un nuevo siglo.
EL SIGLO XX: DE LA EXALTACIÓN DE
MENÉNDEZ PIDAL Y LA APROPIACIÓN DEL
FRANQUISMO AL RELATIVO OLVIDO
DURANTE LA DEMOCRACIA
Fue a finales del siglo XIX, en especial a partir del llamado «desastre del 98»,
cuando se produjo la identificación plena del Cid Campeador con Castilla
(España). Hay que entender esa asociación en el contexto de una intensa
concepción de Castilla como centro articulador y vertebrador de España, una
idea que se había ido desarrollando desde la misma Edad Media, pero que es en
esos momentos cuando alcanzó sus manifestaciones más enfáticas. Aunque esta
no vino formulada únicamente por historiadores más o menos profesionales o
académicos, sino por toda una nómina de intelectuales diversos. Ayudaron a
ello no solo la pérdida de las últimas colonias, sino también un repunte del
catalanismo y el desarrollo de corrientes de pensamiento regeneracionistas.
Joaquín Costa, Unamuno, Azorín, los hermanos Machado, Rafael Altamira,
Menéndez
Pidal
historiadores
o
u
Ortega
no,
que
y
se
Gasset
fueron
situaron
en
algunos
esas
de
esos
intelectuales,
de
pensamiento
corrientes
97
castellanista para la regeneración de la patria española.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el poeta nicaragüense
Rubén
Darío,
exponente
de
un
modernismo
que
influyó
en
algunos
noventayochistas, publicó en 1900 un libro de poemas titulado Prosas profanas
98
en el que se incluía la bella composición «Cosas del Cid».
Se trata de una
mirada personal al tema de la niña de nueve años del Cantar de mio Cid y la
leyenda del encuentro del Campeador con un mendigo leproso camino del
destierro,
tema
que
Anthony
Mann.
apareció
También
en
igualmente
1900,
en
la
Manuel
ya
mencionada
Machado
publicó
película
Alma,
de
un
poemario que contiene el poema «Castilla», una de las piezas por las que se
99
conoce al hermano de Antonio, algo eclipsado por este.
El mayor de los
Machado consigue en esos versor sumergir al lector en la atmósfera opresiva,
hostil y calurosa de un Campeador que parte al destierro con doce de los suyos
a través de «la terrible estepa castellana». Recrea, como Darío, el tema de la
niña de nueve años cuya familia no puede prestar ayuda al desterrado por
100
temor a un rey implacable.
Evocador, contundente y duro, «Castilla» nos
presenta a un Cid que marcha al exilio con muy pocos de los suyos por esa
agreste estepa de Castilla:
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro– el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde… Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder… ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde… Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
«Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja…
Idos. El cielo os colme de venturas…
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!»
Calla la niña y llora sin gemido…
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga…
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro– el Cid cabalga.
Ocho años después de la publicación de «Castilla», Eduardo Marquina
estrenó en el Teatro Español de Madrid Las hijas del Cid, que cosechó un éxito
inmediato por el que se le concedió el premio Piquer de la Real Academia
Española. En ella, se representa a Rodrigo Díaz, ya añoso, como personaje
secundario
Carrión
algo
someten
responsable
a
sus
de
hijas,
las
que
aberraciones
son
las
a
las
auténticas
que
los
infantes
protagonistas
de
de
esta
tragedia, en la que se ensalzan la dignidad y el coraje femeninos. El Cid no sale
bien
parado
en
esta
composición,
precisamente,
Marquina, pues, como sostiene Marjorie Ratcli
por
voluntad
del
propio
ffe:
Eduardo Marquina nos presenta no una exaltación ciega del pasado
heroico
de
España
sino
un
duro
análisis
histórico
social.
Es
un
estudio de la sicología del héroe derrotado no por la fuerza de brazos
enemigos sino por su afán de gloria, destruido por su ambición de
equivalerse a reyes que, como hombre debilitado por la vejez, ya no
101
puede ganarse.
Porque, a esas alturas del siglo XX, también se alzaban voces críticas con
los
símbolos
de
un
pasado
que
era
preciso
superar,
en
una
España
más
necesitada de «regeneración» y «europeización» que nunca. Las viejas losas del
Antiguo Régimen, entendían algunos intelectuales, lastraban un progreso que
había que alcanzar. En esa línea de pensamiento se situaba Joaquín Costa
Martínez (1846-1911), quien, en Mensaje de la Cámara agrícola del Alto Aragón
al país, defendía, en 1898, que era necesario «echar doble llave al sepulcro del
Cid,
para
que
no
vuelva
a
102
cabalgar».
Años
más
tarde,
el
propio
Costa
justificó dicha aseveración al afirmar que, en las circunstancias en las que se
encontraba España, ciertos símbolos del pasado constituían más un freno que
un
impulso
hacia
ese
progreso
deseable.
En
ese
año
1898,
argüía
Costa,
«España había fracasado como Estado guerrero, y yo echaba doble llave al
sepulcro del Cid para que no volviese á cabalgar». Proseguía su argumentario
declarando que España solo invocaba al espíritu del Cid cuando sufría ataques
externos que ponían en riesgo su independencia, y no cuando era hostigada y
destruida
desde
dentro
por
sus
propias
fuerzas
vivas.
Es
en
esas
últimas
circunstancias, entendía el «león de Graus», cuando los españoles tenían que
levantar la tapa del sepulcro del Campeador e imitar su actitud ante Alfonso VI
en la Jura de Santa Gadea:
[…]
el
héroe
del
Vivar
ha
abandonado
más
de
una
vez
su
enterramiento para montar su viejo caballo de guerra, siempre que
por invasiones de extraños la independencia nacional ha peligrado; y
no veo por qué ha de serle vedado salir del mismo modo para subir á
estrados como juzgador, cuando por delitos de propios la mitad de la
Nación ha perdido su independencia y la de la otra mitad corre
grave peligro […]. Ahora, el Cid que necesitamos resucite es el otro,
el de toga, el de Santa Gadea. Llamemos todos con fuertes clamores
y aldabonazos á las puertas de ese sepulcro, para que despierte su
glorioso inquilino y venga en nuestra ayuda, ya que por propio
movimiento no ha despertado. ¿Me preguntáis que dónde está? En
nuestros propios pechos, en los pechos de los españoles, os respondo.
Yo abrí ya el mío hace tres años; haced vosotros otro tanto, y no
tardaremos en ver al Cid en estrados pronunciando sentencia contra
103
los culpables.
De
esa
forma,
Costa
proponía
reutilizar
viejos
símbolos
para
generar
nuevas fuerzas, imprescindibles para el progreso de España. Mostraba así la
plasticidad
símbolo
de
que
como
el
podía
constar
Campeador,
un
para
referente
generar
de
la
nuevas
historia
energías
nacional,
un
necesarias.
Se
defendía el regeneracionista aragonés remitiendo a dos estudios que él mismo
había desarrollado años atrás, en los que el Campeador era protagonista. En
ellos, justificaba que el Campeador, no ya solo el histórico, sino también el que
habían ido moldeando los siglos, era portador de un «programa político» que
104
podría aprovecharse en su propio tiempo.
Pocos años antes, dos estudiosos, uno de más edad y otro algo más joven,
se presentaron a un premio que había sido convocado por la Real Academia
Española y al que concurrieron dos candidatos más. El ganador presentaría el
estudio mejor valorado por el jurado acerca de la «Gramática y el vocabulario
del Poema del Cid» y recibiría como premio una medalla de oro y 2500
pesetas,
una
pequeña
fortuna
en
aquella
época.
Los
autores
habían
de
participar de manera anónima, con su nombre guardado en sobre cerrado y
firmado, que solo se abriría cuando el jurado decidiera qué trabajo merecía ser
el
ganador.
Transcurrieron
casi
dos
años
hasta
que
este
dictaminó
su
resolución, en la que resultó galardonado un joven llamado Ramón Menéndez
Pidal. De los nombres de los otros tres concursantes uno nunca se ha conocido,
se presentó como anónimo, y los otros eran José Ramón Lomba y Pedraja y
105
Miguel de Unamuno.
Unamuno, que había obtenido no hacía mucho una cátedra de Griego en
la Universidad de Salamanca, desde siempre sintió una atracción especial hacia
la
Edad
Media,
tal
y
como
declaró
en
distintas
obras
y
106
artículos.
Con
respecto al Cantar, sus opiniones fueron variando con los años; a la altura de
1894, poco después de haberse presentado al citado concurso, decía de él que
se trataba de «un cantar seco y ferozmente latoso», «literariamente es aquello
una
lata,
una
monumental
lata,
que
ni
por
sus
descripciones,
ni
por
los
caracteres, ni por nada sobresale mucho». Mas en 1920 consideraba, por el
contrario, que «el viejo y venerable Cantar de mio Cid, en que el alma del
107
pueblo de Castilla balbuce sus primeras visiones».
Y es que aquellos primeros
años del siglo XX fueron de reflexión en torno a la naturaleza del Cantar y el
héroe que se representaba en él, así como se alternaba la exaltación nacional y
la crítica. Entre los posicionamientos críticos hacia el Campeador se situó
Mario Méndez Bejarano, el cual opinó en su Historia literaria (1903) que el
Cantar
no
era
la
expresión
del
«carácter
nacional»
español
porque
su
protagonista era «el mayor defecto del poema», y que no se podía considerar «la
encarnación de la patria ni menos de la idea religiosa» al tratarse, únicamente,
de un «héroe local» desconocido para casi toda España, un «caudillo irregular y
arisco» carente «de política definida, de ideal concreto». El Cantar no podía ser
un reflejo del carácter español porque «los árabes eran tan españoles como los
cristianos» y «un poema de guerra civil no puede ser un triunfo ni una derrota
108
nacional».
Persistía la división de opiniones hacia la figura del Campeador desde que
el padre Masdéu expresara sus críticas, continuadas por Dozy y retomadas por
autores de principios del siglo XX, como el propio Méndez Bejarano, o Rafael
Altamira
(1866-1951),
el
cual
en
su
Historia
de
España
y
de
civilización
española (1909) descartaba la historicidad de episodios asociados al héroe como
la Jura de Santa Gadea, las bodas de las hijas del Cid con los infantes de
109
Carrión o la victoria en la batalla después de muerto.
Incidía también en ese
carácter poco ejemplarizante del guerrero de Vivar, en especial durante sus años
de gobierno en Valencia, cuando «fue duro para los vencidos y no siempre
correcto y noble en los procedimientos», de acuerdo «con el carácter general de
los nobles guerrilleros, ambiciosos, de poco escrúpulo en las relaciones sociales,
deseosos
de
riquezas
y
de
poder,
y
que
lo
mismo
guerreaban
contra
110
musulmanes que contra cristianos».
Sin embargo, esos posicionamientos críticos, esa pluralidad de opiniones
hacia el Cid cambió en esas primeras décadas del siglo XX, sobre todo a partir
de
los
estudios
eruditos
de
Marcelino
Menéndez
Pelayo
(1856-1912),
en
concreto en los de su discípulo más aventajado, el antes mencionado Ramón
Menéndez Pidal. Para Menéndez Pelayo, en 1903, el Cantar era:
[…] ardiente sentido nacional, que sin estar expreso en ninguna
parte, vivifica el conjunto con tal energía, que la figura del héroe, tal
como el poeta la trazó, es para nosotros símbolo de la nacionalidad,
y fuera de España se confunde con el nombre mismo de nuestra
111
patria.
Menéndez Pidal (1869-1968) fue el mayor responsable del impulso a los
estudios cidianos y también del cambio de percepción del héroe. Con tan solo
26 años, había sido proclamado ganador en el concurso al que también había
concurrido
Unamuno.
Desde
entonces,
consagró
su
vida
al
estudio
de
la
materia cidiana y a otras cuestiones filológicas e históricas. En 1898, publicó
una edición crítica del Poema de Mio Cid y, en 1913, elaboró la primera
edición del Poema con carácter popular dirigida a un público amplio. Concilió
su
labor
investigadora
y
erudita
con
la
difusión
popular
y
escribió
varios
artículos divulgativos en los que tornaba accesibles sus conocimientos a un
número mayor de lectores. Para él, era indiscutible el carácter «nacional» del
Poema:
[…] no es nacional por el patriotismo que en él se manifieste, sino
más bien como retrato del pueblo donde se escribió. En el Cid se
reflejan las más nobles cualidades del pueblo que le hizo su héroe: el
amor a la familia, que anima la ejecución hasta de las más altas y
absorbentes
empresas;
la
fidelidad
inquebrantable;
la
generosidad
magnánima
y
sentimiento
y
altanera
la
leal
aun
para
sobriedad
con
de
la
el
rey;
la
expresión.
intensidad
Es
del
hondamente
nacional el espíritu democrático encarnado en ese «buen vasallo que
no tiene buen señor» […] podrán repetirse siempre las palabras de
Federico Schlegel: «España, con el histórico poema de su Cid, tiene
una ventaja peculiar sobre muchas otras naciones; es este el género
de poesía que influye más inmediata y eficazmente en el sentimiento
nacional y en el carácter de un pueblo. Un solo recuerdo como el del
Cid es de más valor para una nación que toda una biblioteca llena de
obras literarias hijas únicamente del ingenio y sin un contenido
112
nacional».
A diferencia de otros contemporáneos suyos, como su maestro Menéndez
Pelayo o como Rafael Altamira, Menéndez Pidal consideraba históricos los
acontecimientos relatados en el Poema y esa convicción determinó la imagen
del personaje que proyecta su monumental La España del Cid, que vio la luz en
el año 1929. Redactó esa voluminosa obra, de algo más de 1000 páginas, entre
otras razones para dar cumplida respuesta a la imagen negativa del Campeador
que habían creado autores «cidófobos» como el jesuita Masdéu o el holandés
Dozy.
Colegía
el
maestro
que,
entre
unos
y
otros,
habían
incurrido
en
múltiples errores a la hora de acopiar e interpretar las fuentes. Buena parte de
esa crítica se cimentó en la consideración del Poema como fuente histórica, algo
que, a su juicio, no habían tenido en cuenta algunos críticos. Denunciaba, en
las primeras páginas de la obra, la «rabiosa cidofobia» de Masdéu, justificada
por ser catalán, pues, por ello, «heredaba y hacía llegar a su colmo aquel
ingenuo resentimiento de los cronistas del reino de Aragón contra el héroe
113
castellano».
Menéndez Pidal consolidó determinados clichés relativos al Campeador
que tardaron años en desmontarse, sobre todo una visión negativa, cuando no
peyorativa,
del
rey
Alfonso
VI,
influido
por
lisonjeros,
murmuradores
y
envidiosos cortesanos, eclipsado por la grandeza y la gloria de un Campeador al
que intentó perjudicar y empequeñecer. Rodrigo, por el contrario, no hizo otra
cosa que mostrar fidelidad extrema a un rey ingrato, porque Rodrigo siempre
sobrepuso los intereses de España a los suyos personales. Es más, si no hubiera
sido por él, no habría habido quien hubiese puesto freno a los almorávides y,
por ello, tal vez España se habría perdido, porque, para Menéndez Pidal, el Cid
luchó
para
defender
«España»,
una
«España»
que
se
forjó
gracias
a
la
«Reconquista», a la lucha contra el islam y también en virtud a los esfuerzos
dedicados por el Campeador a esa empresa nacional. Mesurado en la violencia,
padre de familia y esposo ejemplar, patriota, justiciero, abnegado y generoso
con los suyos, heroico… son, a grandes rasgos, los perfiles del Campeador
114
trazados por Menéndez Pidal.
El mismo año que Menéndez Pidal publicó La España del Cid, el poeta
chileno Vicente Huidobro dio a imprenta un experimento vanguardista, Mio
115
Cid Campeador: Hazaña,
una novela histórica, la primera escrita por el autor,
en la que el protagonista es Rodrigo Díaz. Huidobro afirma, de manera cómica
e
hiperbólica,
proceder
de
la
sangre
del
Cid,
ser
«el
último
de
sus
descendientes», por la vía de su abuelo materno Domingo Fernández Concha,
descendiente de Alfonso X y, por tanto, de Rodrigo Díaz. La trama argumental
de la novela recorre la existencia del Campeador desde el mismo día de su
nacimiento
hasta
la
fecha
de
su
muerte,
y
sigue
una
secuencia
ordenada
cronológicamente que parece tener el aspecto de una película de aventuras
como las que empezaban a proyectarse en la gran pantalla. Como a otros
vanguardistas, a Huidobro le seducía el séptimo arte, aún incipiente, porque el
cine permitía fusionar movimiento, tiempo y espacio. Es por ello que Hazaña
116
puede calificarse como «novela fílmica»
117
eléctrico».
y su protagonista como un «Cid
El propio autor la define en los siguientes términos:
Figura 45: De izquierda a derecha, sellos con la efigie de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, de 5, 10 y 15
céntimos respectivamente. El de 5 céntimos vio la luz el 5 de enero de 1937 y dio inicio a la puesta en
circulación gradual de la serie que se usó de forma masiva por los servicios postales de la «España
nacional» en 1937 y 1938, en plena Guerra Civil. Se elaboraron mediante litografías, un método muy
apreciado por los coleccionistas.
Mi obra no es una narración histórica y austera, no es una novela en
el sentido habitual de esta palabra, ni es una «vida novelada» como
ésas que están hoy tan a la moda. Es un género algo diferente, es una
Hazaña. ¿Qué género es éste que no se encuentra en ningún texto de
la literatura? La Hazaña es una historia que se canta, una novela
épica, una epopeya en prosa en la cual el autor se toma todas las
libertades que permite el poema y acaso alguna más. Yo he cogido el
Cid Campeador de la leyenda y de la historia y he tratado de darle
vida nueva, un calor nuevo, sangre y huesos de hombre y a veces
hasta maneras actuales. He tratado de acercarle lo más posible a
nosotros, ponerle a nuestro alcance, para hacerle comprender y amar
118
de las gentes de mi tiempo.
Tan solo siete años después de la publicación de las obras de Menéndez
Pidal y de Vicente Huidobro estallaba la Guerra Civil en España y, en esos
años de conflicto y en los siguientes, se dio una parálisis cultural motivada por
el aislacionismo autoimpuesto por el régimen que surgió de aquella contienda.
Durante
los
primeros
años
del
franquismo,
el
Ejército
adoptó
las
teorías
pidalianas y tomó a su Cid como modelo y referencia del nuevo ejército
119
franquista. Ese fenómeno, que ha sido estudiado por M.ª Eugenia Lacarra,
merece cierta atención, porque nos permite, una vez más, valorar la elasticidad
que puede llegar a tener un personaje histórico, así como la manipulación a la
que puede llegar a ser sometido.
Desde
el
inicio
de
la
Guerra
Civil,
prácticamente,
con
la
ciudad
de
Burgos como capital del bando sublevado («Capital de la Cruzada»), Francisco
Franco definió el conflicto como «cruzada de grandiosidad histórica, y lucha
trascendental de pueblos y civilizaciones». El lenguaje pseudomedieval y la
identificación
franquista
«Cruzada»
y
con
se
para
héroes
recurrió
referirse
de
con
al
la
Edad
frecuencia
Media
a
enfrentamiento
los
fue
habitual
ideales
que
había
de
en
la
retórica
«Reconquista»
iniciado
el
y
bando
120
nacional contra la España republicana.
El
propio
Franco
se
autointituló
«caudillo» y los suyos se refirieron a él con títulos tan rimbombantes y añejos
121
como «cruzado de occidente» y «príncipe de los ejércitos».
En
1937,
el
Romancero de la Reconquista de Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña expone
122
paralelismos explícitos entre Franco y el Cid.
En ese mismo año, el bando
123
franquista emitió sellos de 3, 5 y 10 céntimos con la imagen del Campeador.
Sobre
la
militares
base
de
La
propusieron
España
del
al
como
Cid
Cid
de
Menéndez
modelo
de
Pidal
virtudes
algunos
castrenses,
mandos
aunque
reprocharon al maestro haber prestado poca atención a las cuestiones bélicas
relacionadas con el Campeador. Es por ello que historiadores del Ejército como
José M.ª Gárate Córdoba o Miguel Alonso Baquer intentaron llenar ese vacío
con ciertas publicaciones, en alguna de las cuales podemos encontrar alguna
124
otra comparación de Franco con el Cid.
Y es que, sostiene M.ª Eugenia
Lacarra:
[…] es indudable que las teorías de Menéndez Pidal encajaban con
la ideología franquista que podía aprovecharlas y las aprovechó sin
necesidad
de
efectuar
cambios
de
envergadura.
La
manipulación
llevada a cabo por el franquismo consistió en hacer explícitos y
concretos los paralelos ideológicos implícitos. Es en aquellos casos en
que Menéndez Pidal se aparta de los resultados objetivos, cuando es
125
usado por la ideología franquista.
Aspectos como la lealtad y fidelidad extrema del Campeador al líder (el
rey) y la patria fueron argumentos recurrentes en una ideología franquista que
no
quedó
confinada
en
los
márgenes
de
publicaciones
más
o
menos
especializadas, sino que fue ampliamente cultivada y difundida en el ámbito
escolar. El Cid de Menéndez Pidal moldeado por el franquismo se usó como
referente
en
los
manuales
de
enseñanza
primaria
y
secundaria.
Como
la
Enciclopedia Álvarez, elaborada por el maestro Antonio Álvarez Pérez (19212003) y con la que se educó el alumnado español entre los años 1952 y 1967.
Una edición de 1967 dedicó una elocuente página al Cid, en la que, para
acompañar a la ilustración del guerrero a caballo, podía leerse:
Figura 46: Página de la Enciclopedia Álvarez que encomia la figura del Cid. La gran enseñanza de esta
enciclopedia era ensalzar la figura de Franco como artífice del Nuevo Estado, el regreso a la España
Eterna, en la que cobraba un gran protagonismo el Cid junto con otras figuras españolas como Viriato,
don Pelayo, los godos, los Reyes Católicos o Agustina de Aragón.
Hace mucho tiempo entraron en España unas gentes que no eran
cristianas. Se llamaban árabes y se apoderaron de casi todo nuestro
suelo. Los cristianos españoles lucharon durante ochocientos años
con ellos y por fin los echaron de nuestra Patria. Entre los guerreros
cristianos sobresalió uno que se llamaba el Cid. Este famoso guerrero
venció a los árabes en muchísimas batallas y les quitó la ciudad de
Valencia. El Cid es considerado modelo de caballeros porque era
126
muy bueno y porque todo lo hacía bien.
El No-Do®, el cortometraje documental de noticias que se exhibía en los
cines antes de la proyección de las películas, también contribuyó a difundir
ciertas identificaciones de Francisco Franco con el héroe de Vivar. Una ocasión
que se aprovechó específicamente para ese fin fue la inauguración de la estatua
ecuestre de Burgos en julio de 1955, cuya parafernalia y ceremonia la emitió el
noticiero del mes de agosto de ese mismo año. En el discurso de inauguración
de aquella escultura, que terminó por convertirse en emblema de la ciudad de
Burgos e imagen recurrente y evocadora del Campeador, Franco pronunció
unas palabras en las que se puede apreciar su voluntad de identificación con el
héroe:
El Cid es el espíritu de España. Suele ser en la estrechez y no en la
opulencia
envilecen
cuando
y
surgen
desnaturalizan,
estas
lo
grandes
mismo
a
figuras.
los
Las
hombres
riquezas
que
a
los
pueblos. […] Lanzada una nación por la pendiente del egoísmo y la
comodidad, forzosamente tenía que caer en el envilecimiento. Así
pudo llegarse a esa monstruosidad de alardear de cerrar con siete
llaves el sepulcro del Cid. ¡El gran miedo a que el Cid saliera de su
tumba y encarnase en las nuevas generaciones! Este ha sido el gran
servicio de nuestra Cruzada, la virtud de nuestro movimiento: el
haber despertado en las nuevas generaciones la conciencia de lo que
fuimos, de lo que somos y de lo que podemos ser. Que esta egregia
figura, asentada en esta capital histórica, cabeza de Castilla, sea, con
el recuerdo de la España eterna, el símbolo de la España nueva. En él
se encierra todo el misterio de las grandes epopeyas: servir a las
127
nobles empresas […], luchar en servicio del Dios verdadero.
Figura 47: Cartel promocional original de la película de 1961 El Cid, producida por Samuel Bronston,
dirigida por Anthony Mann y con Charlton Heston y Sofía Loren como protagonistas principales. La
imagen que proyecta la película en relación con la figura del Cid estuvo, en buena medida, influida por la
obra La España del Cid, de Menéndez Pidal, ya que este actuó como asesor histórico para el film. Se rodó
en varias localizaciones españolas y tuvo tres nominaciones a los premios Oscar.
Figura 48: La estatua del Cid erigida en Burgos, primera imagen a la izquierda en orden correlativo, fue
inaugurada por el dictador Francisco Franco en 1955. Junto a ella, aparecen las otras seis imágenes del
Campeador que existen en varias ciudades del mundo, que sirven de muestra de la internacionalización
del personaje. Estas son, en el mismo orden correlativo de izquierda a derecha: Buenos Aires, San Diego,
Sevilla, Valencia, San Francisco y Nueva York. Como curiosidad, la efigie de Burgos es la única en la que
el Cid exhibe la barba intonsa.
También resultan elocuentes las palabras del alcalde de Burgos ante el
«Cid hispano del siglo XX, Caudillo de España»:
Hoy, como intérprete fiel que sois del sentir español, queremos,
Señor, que, como Caudillo de hogaño, saquéis a nuestro Caudillo de
antaño Rodrigo Díaz de Vivar del destierro del olvido, del desdén y
128
del menosprecio […].
El cine, como hemos anunciado, también puso su grano de arena para
difundir una imagen del Cid identificada con los ideales de la defensa de la
patria, la lealtad y la obediencia debida al líder. La película de Anthony Mann
de 1961, a la que hemos aludido ya en varias ocasiones, producida por Samuel
Bronston y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren, contribuyó a
internacionalizar de manera definitiva una imagen del Campeador que había
creado Menéndez Pidal y que había retocado el franquismo. Desde entonces y,
en buena medida, hasta hoy, esa imagen del Cid continúa siendo bastante
hegemónica en el imaginario popular no solo español, sino también y, sobre
todo, mundial. La potencia visual de aquella superproducción, dotada de la
emoción de la épica y del ritmo del
sus
protagonistas
y
a
una
western,
música
sumada al carisma y buen hacer de
impactante,
hicieron
que
esas
visiones
cidianas calaran profundamente en las concepciones de la sociedad. Se sacrificó
el rigor histórico en aras de la espectacularidad y el impacto, en un momento
en el que la industria cinematográfica competía a brazo partido con la creciente
televisión.
El Cid que nos encontramos es un producto recauchutado, una especie de
Frankenstein
compuesto
espectacularidad
de
visiones
hollywoodiense.
Se
pidalianas,
plantea
la
aderezos
trama
como
franquistas
un
y
auténtico
choque de civilizaciones entre la cristiandad y un islam fanatizado encarnado
por Ben Yusuf, líder de los almorávides. Hay musulmanes «buenos», como el
emir de Zaragoza que es aliado fiel de Rodrigo, y que se ve perjudicado por la
irrupción de los norteafricanos y se presenta al rey Alfonso VI como arrogante
y cruel, pues castiga a Rodrigo con el destierro y a su mujer e hijas con la
mazmorra.
El
monarca
es,
además,
corto
de
miras,
pues
no
es
capaz
de
entender que el plan de Rodrigo de conquistar Valencia para «salvar España» es
el
mejor.
La
lealtad
de
Rodrigo
hacia
su
señor,
a
pesar
de
todo,
es
inquebrantable e incluso le llega a entregar la corona de Valencia una vez que la
ciudad es conquistada por su inteligencia y valor. No están ausentes de esa
trama tópicos como el de la Jura de Santa Gadea y la victoria que consigue el
Campeador contra los almorávides después de muerto. Con todo, el film es
muy entretenido y emocionante, por ello, entre otras razones, logró asentar
129
unas visiones hegemónicas del Cid Campeador.
Pero no solo el franquismo evocó al Cid Campeador durante el periodo
que se abrió en España tras la Guerra Civil. También intelectuales republicanos
y de izquierdas fijaron su mirada en la potencia simbólica, el carisma y el
magnetismo
pronunció
del
una
héroe
de
conferencia
Vivar.
en
En
agosto
Valencia,
en
de
el
1937,
Antonio
Congreso
Machado
Internacional
de
Escritores Antifranquistas, que se publicó con posterioridad en la revista Hora
de España (n.º 8, agosto de 1937) con el título «Sobre la defensa y la difusión
de la cultura». En ella, Machado afirma que:
Alguien ha señalado, con certero tino, que el Poema del Cid es la
lucha entre una democracia naciente y una aristocracia declinante.
Yo diría, mejor, entre la hombría castellana y el señoritismo leonés
130
de aquella centuria.
Es conocida la atracción que los poetas de la llamada Generación del 27
prestaron al Cid y al Cantar de mio Cid, contando entre sus filas con algunos
grandes estudiosos y especialistas en la obra cumbre de la literatura medieval
española. Pedro Salinas, Dámaso Alonso y Gerardo Diego dedicaron estudios
académicos a las cuestiones cidianas y, si hubo un nexo evocador entre el
Campeador y algunos de aquellos poetas, este fue, precisamente, el destierro,
en el que se recrearon, pues, como afirma Armando López Castro, «para los
exiliados, la figura del Cid en el destierro encarna la nostalgia de la patria
131
perdida y su deseo de volver a ella».
En ese sentido, cabe destacar a Rafael
Alberti en especial. El poeta gaditano había comprado en París en 1939 una
edición del Cantar y su lectura influyó en una de las partes de Entre el clavel y
la espada (1939-1940), un libro de poemas en el que en la sección sexta,
titulada «Como leales vasallos», Alberti desarrolla una visión muy personal de
la
materia
cidiana,
132
castellano.
donde
se
identifica,
como
desterrado,
con
el
héroe
Dicha generación de poetas derrotados, de alguna manera, miró
al Cid con otros ojos, no con los del guerrero triunfante y heroico, sino con los
del ser humano que sufría haber sido injustamente desterrado. Como sostiene
F. Javier Díez de Revenga:
Figura 49: María Teresa León, integrante de la Generación del 27, escribió una biografía del Cid en
forma de novela juvenil. Desde entonces, ya fuera la propia figura del Campeador o la temática cidiana en
general, ha sido una constante en la literatura infantil y juvenil nacional e internacional presentar las
andanzas del guerrero medieval tanto a primeros lectores como a futuros lectores adultos. En la imagen
pueden verse algunos ejemplos.
[…] los del 27 volvieron al Cid con una mirada muy diferente. El
personaje seguía atrayendo, pero naturalmente no como guerrero
conquistador
remoto
que
autor
sufrió,
de
brillantes
como
victorias,
decíamos,
sino
abandono
como
de
su
personaje
señor
y
133
destierro.
Pero no solo fue Alberti quien proyectó otra mirada hacia el Cid, también
lo hizo su mujer, María Teresa León, la cual escribió en el exilio dos obras, una
acerca de Rodrigo Díaz y otra acerca de su esposa Jimena. La primera de ellas –
Rodrigo Díaz de Vivar. El Cid Campeador (1954)– es una biografía novelada
dirigida a un público juvenil, la segunda –Doña Jimena Díaz de Vivar. Gran
señora de todos los deberes (1960)– se centra en la esposa del desterrado, también
sufridora de las calamidades del destierro a pesar de las virtudes que adornan su
ser. Estas dos obras estuvieron bien documentadas gracias a los lazos familiares
que unían a María Teresa con los Menéndez Pidal, pues ella, apellidada León
Goyri, era sobrina de la mujer de Ramón Menéndez Pidal, María Amalia Goyri
y Goyri, por tanto, prima hermana de Jimena Menéndez Pidal, a quien estuvo
134
muy unida.
El siglo XX avanzó y el Cid continuó recibiendo atenciones por parte de
distintos creadores a lo largo de la segunda mitad de la centuria, adaptándose a
diversos canales de difusión cultural, como el teatro, el cine o el cómic. En
1973, Antonio Gala publicaba Anillos para una dama, una obra teatral con la
que el escritor andaluz ganó los premios del Espectador y de la Crítica. Se nos
presenta a una Jimena ya viuda que se debate entre el tradicionalismo y la
modernidad, entre su fidelidad al difunto esposo y el amor que siente hacia
Minaya Álvar Fáñez, en unos años en los que la dictadura de Franco se iba
agotando y se vislumbraban ciertos aires de libertad, donde Jimena representa a
esa España que quiere caminar libre y el Campeador, ya casi muerto, a un
Franco que lastra tal avance.
Figura
50:
«Ruy
se
lanza,
contra
el
enemigo,
que
valiente,
es
como
ninguno,
ya
le
llaman,
Cid
Campeador». Así sonaba la cabecera de la serie infantil de televisión Ruy, el pequeño Cid que emitió TVE
en la década de 1980 en la que se narraba, de forma muy libre, pues apenas existen datos al respecto, la
infancia del Cid y cómo era la vida en la Edad Media.
A
partir
de
1971,
el
pintor
Antonio
Hernández
Palacios
empezó
a
desarrollar una serie de cómics que tienen al Cid como protagonista. En ellos
encontramos episodios como Sancho de Castilla (1971), las Cortes de León
(1972), la toma de Coimbra (1973) o la cruzada de Barbastro (1984). En el
primero de los años de la década de 1980, muerto ya Franco, se estrenó una
serie de dibujos animados que también tenía como protagonista al Cid, en este
caso como un niño. Ruy, el pequeño Cid (1980), producción japonesa emitida
por TVE, narraba las aventuras de un niño, Rodrigo Díaz, con su burra Peca
que soñaba con convertirse algún día en caballero mientras el rey Fernando
estaba enfrascado en sus guerras. El pequeño Ruy se escapa para vivir una serie
de aventuras al final de las cuales ya se ha transformado en un hombre de 20
años al que llaman Campeador y que es desterrado por un rey a quien ha
ayudado. A lo largo de 26 episodios, emitidos semanalmente, el personaje hizo
las delicias de unos niños, y no tan niños, que vivieron en unos años en los que
la democracia era aún una realidad muy incipiente.
En
esos
años
en
los
que
la
incertidumbre
de
la
democracia
se
iba
despejando y ya gobernaba el PSOE, se estrenó una de las producciones más
delirantes de cuantas se han elaborado en torno a la figura del Cid: El Cid
Cabreador. El film, proyectado en 1983, narra las vicisitudes de Rodrigo (Ángel
Cristo)
enamorado
de
Jimena
(Carmen
Maura),
transformado
en
un
ser
afeminado por la maldición que le ha lanzado el padre de Jimena antes de
morir batiéndose en duelo contra él. El conde le maldice y le asegura que no
será jamás hombre si se casa con su hija Jimena. Rodrigo consigue poner fin a
esa situación en la que se halla tras ser secuestrado, e instruido, por la infanta
Urraca. Concluido el instructivo secuestro, Rodrigo se transforma en «el Cid
Cabreador».
Figura 51: En la imagen pueden verse las portadas de los cuatro cómics que Antonio Hernández Palacios
completó en torno a la figura del Cid Campeador. Su gran obra maestra, ya que le dedicó todo su cariño
y esfuerzo y que la convirtió, posiblemente, en la mejor serie histórica del cómic español, así como en un
imponente retablo histórico de una de las épocas más oscuras, pero a la vez más apasionantes, de nuestra
historia. Se reeditaron en un solo volumen en 2015.
A finales de esa década se publicó la primera monografía histórica acerca
del Cid. La sombra de La España del Cid de Menéndez Pidal seguía siendo
demasiado alargada y los historiadores españoles del momento concedían poco
interés
hacia
aquellos
personajes
que
el
franquismo
había
convertido
en
elementos de su ideología legitimadora. En las décadas de 1970 y 1980, el Cid
fue un personaje apenas explorado por la historiografía española. No sorprende
que fuera inglés el primer historiador que abordó la tarea de publicar un
estudio monográfico de Rodrigo Díaz tras La España del Cid y sus varias
reediciones. Richard Fletcher (1944-2005), hispanista, fue el encargado de
llevar a cabo una labor que entonces en España parecía tabú. El resultado de su
trabajo vio la luz en 1989 con el título
e Quest for El Cid traducido al
castellano como El Cid por la editorial Nerea ese mismo año (vid. Capítulo 1).
Esa tardanza en la escritura de un nuevo libro del personaje demuestra el
desinterés, o cierto malditismo, en el que había caído tras el franquismo. A
principios de la década de 1990, en 1993, concretamente, Alberto Montaner
Frutos
publicó
su
primera
edición
del Cantar
de
mio
Cid,
en
la
editorial
Crítica. Desde entonces hasta hoy, se puede considerar a Montaner como el
mayor experto viviente en temática cidiana y sus ediciones del Cantar se han
ampliado en varias ocasiones así como se ha dedicado una parte significativa de
su intensa labor investigadora a aspectos relacionados con el Cid del Cantar y
135
las fuentes de Rodrigo Díaz.
Los filólogos, al contrario que los historiadores,
nunca dejaron de interesarse por los estudios cidianos y continuaron, durante
esos años, sus análisis e investigaciones de distintos aspectos de la literatura
cidiana.
En lo que llevamos de siglo XXI, el interés por el Cid y su mundo ha
renacido. El año 1999 supuso un punto de inflexión en cuanto a atención
académica y literaria hacia el guerrero de Vivar. Se desarrollaron algunos actos
científicos para conmemorar los 900 años de la muerte de Rodrigo Díaz y,
desde
entonces,
se
han
publicado
numerosas
novelas
que
tienen
como
protagonista al Campeador. Desde el punto de vista de los estudios históricos,
hemos procurado en estos años ampliar el conocimiento de Rodrigo Díaz, para
136
lo que nos hemos centrado, sobre todo, en su vertiente militar.
A finales de
2003 se estrenó la película de dibujos animados El Cid, la leyenda, dirigida por
José Pozo, ganadora del premio Goya a la Mejor Película de Animación en
2004 y que tuvo una buena acogida en las taquillas españolas. Desde el mismo
año 2000, comenzó una sucesión de novelas, que han sido estudiadas algunas
de ellas desde un punto de vista académico por Raquel Crespo Vila. Esta
autora proporciona una secuencia diacrónica de novelas publicadas desde el
primer año del nuevo milenio hasta 2016: El caballero del Cid (2000), de José
Luis Olaizola; El Cid (2000), de José Luis Corral Lafuente; El señor de las dos
religiones (2005), de Juan José Hernández; El caballero, la muñeca y el tesoro
(2005), de Juan Pedro Quiñonero; Doña Jimena (2006), de Magdalena Lasala;
Juglar (2006), de Rafael Marín; Cid Campeador (2008), de Eduardo Martínez
Rico; Mio Sidi (2010), de Ricard Ibáñez; Y pasó en tiempos del Cid (2012), de
José E. Gil-Delgado Crespo; Jaque al rey (2012), de Francisco Rincón Ríos; La
sombra del héroe (2016) de Juan Carlos Fernández-Layos de Mier; El manuscrito
del Cid (2016), de Fernando Rubio y ¡Oh Campeador! La otra cara del héroe
137
(2017), de Jenaro Aranda.
Habría que sumar a esa nómina Sidi, la novela
más reciente de Arturo Pérez-Reverte, «un relato de frontera» en palabras del
autor de Cartagena, que devendrá, seguramente, en un auténtico éxito de
ventas, lo que demuestra que el Cid sigue muy vivo en nuestros tiempos.
Figura 52: La proyección de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, a medio camino entre lo histórico y lo
legendario,
seguirá
teniendo,
sin
duda,
un
longevo
recorrido
en
el
futuro.
En
la
imagen,
póster
promocional de una exposición de muñecos articulados con el Cid Campeador como protagonista.
El Cid también ha conquistado otros medios de difusión cultural, algunos
de ellos surgidos gracias al desarrollo de internet. En la red, podemos visualizar
documentales y escuchar podcasts que tienen como protagonista al guerrero
burgalés,
cuyos
números
de
visualizaciones
y
comentarios
de
los
usuarios
138
demuestra que el tema sigue seduciendo a un gran número de personas.
Y, como no podía ser de otra forma, la figura también ha dado el salto a
los videojuegos, como Age of Empires II, donde puede jugarse una «Campaña
del Cid» en seis fases, la última de las cuales presenta a una Jimena que debe
derrotar al ejército y a la marina de guerra de Yúsuf amarrando el cadáver de su
139
marido al caballo Bavieca.
También en relación con la red, la plataforma
Amazon emitirá en 2020 una serie acerca del Cid, que en el momento de la
redacción de este libro se encuentra en proceso de rodaje, que está levantando
mucha expectación. La serie propondrá, en palabras de Jesús Velasco, uno de
sus creadores, una visión actual del guerrero de Vivar, «un chaval con mucha
140
calle» que «venía del pueblo» y «no era un noble situado en otra galaxia»,
pues considera que:
Figura 53: El videojuego Age of Empires II dedica uno de sus escenarios de batalla al Cid Campeador. La
figura de Rodrigo Díaz traspasa la literatura y el cine hacia otros formatos más recientes y rompedores.
[…] hay pocos personajes en la Historia que, sin ser un rey o tener
un cargo público o político, hayan impactado tanto a generaciones
posteriores. No es casualidad. El Cid tiene mucho que contar, y me
parece maravilloso que lo estemos haciendo nosotros casi mil años
141
después.
Ese Cid de la pequeña pantalla continuará con el proceso iniciado pocos
años
después
de
la
muerte
de
Rodrigo
Díaz,
el
de
una
permanente
reinterpretación de una historia convertida en mito que, a buen seguro, no se
detendrá ahí. Como decía el mencionado Jesús Velasco en una entrevista, «hay
142
historia para rato».
Notas
1
Citado por Sánchez Mariana, M.,1983, 415-421, 417.
2
Vid. Sáez, A. J., 2014, 351-368, 351.
3
Vid. [https://verne.elpais.com/verne/2017/04/07/articulo/14915584 64_811336.html].
4
Vid.
[https://www.lasexta.com/programas/sexta-columna/noticias/manual-de-resistencia-o-
como-el-cid-sanchez-logro-conquistar-el-palacio-de-la-moncloavideo_201902225c7020f30cf2812925f2980d.html].
5
Vid.
[https://www.ultimahora.es/noticias/elecciones-10n/2019/10/07/1111655/santiago-
abascal-candidato-vox.html];
[https://elpais.com/politica/2018/11/18/actualidad/1542571528_907590.html].
6
Vid. Catalán, D., 2002.
7
Vid. Porrinas González, D., 2003, 257-276.
8
«Poema de Almería», en Crónica del Emperador Alfonso VII, 138-139.
9
Vid. Chronica Naiaerensis, 1995; Crónica Najerense, 2003; Crónica najerense, 1985; Bautista,
F., 2009.
10
Vid. Keen, M., 1986, 12 y ss.; Moreta Velayos, S., 1983, 5-28, 25 y ss.
11
Crónica Najerense, 1985, Libro III, ep. 34, 111.
12
Ibid., Libro III, ep. 36, 112.
13
Vid. Peña Pérez, F. J., 2003, 331-344, 338.
14
Vid. Peña Pérez, F. J., 2009. Algunas de esas ideas las había expuesto con anterioridad María
Eugenia Lacarra (1977, 79-93 y 1980).
15
Vid. Boix Jovani, A., 2012. Las mejores ediciones del Cantar son, a nuestro juicio, las
realizadas por Alberto Montaner Frutos, a quien debemos, al igual que a Alfonso Boix,
multitud de atinados análisis de distintos aspectos relacionados con esta obra. Es por ello que
remitimos a la ingente cantidad de estudios elaborados por esos dos autores, entre otros
muchos
que
sería
prolijo
siquiera
enumerar
aquí.
Recomendamos
Montaner
Frutos,
A.,
2011b.
16
Ibid., IX.
17
Vid. Montaner Frutos, A., 2007, 8-11.
18
Porrinas González, D., 2003b, 163-204.
19
Vid. Lucas de Tuy, 2003, 68.
20
Vid. Jiménez de Rada, R., 1989, Libro VI, capítulo XX, 244.
21
Vid. Reig, C., 1947.
22
Vid. Smith, C., 1982, 485-523; Zaderenko, I., 2013; Peña Pérez, F. J., 2003; Payo Hernanz,
R. J., 2006, 111-146; Martín, Ó., 2007, 49-64; Ramírez del Río, J., 2001.
23
Vid. Menéndez Pidal, R. (ed.), 1977, Cap. 947, 627-643.
24
Vid. Payo Hernanz, R. J., op. cit., 116.
25
Vid. Gil de Zamora, J., 1996.
26
Vid. Pérez Rosado, M., 2014, 154. Esa leyenda se incorporó en la trama de la novela El
caballero del Cid, de José Luis Olaizola, Barcelona, Planeta, 2000.
27
Vid. Mocedades de Rodrigo, 2006.
28
Para quien desee ampliar conocimientos de esta curiosa composición, vid. Armistead, S. G.,
1978, 313-327; 1999, 17-36; 2000; Deyermond, A. D., 1964, 607-617; 1969; Funes, L.,
2003-2004, 176-186; Martin, G., 2002, 255-267; Montaner Frutos, A., 1988, 431-444;
Zaderenko, I., 2003, 261-279.
29
Vid. Gómez Redondo, F., 2007, 327-345.
30
Vid. Díez de Games, G., 1997.
31
Ibid., 368, citado por Gómez Redondo, F., ibid., 330.
32
Por ejemplo, Álvaro de Luna en su Libro de las claras e virtuosas mugeres o Diego de Valera en
su Memorial de diversas hazañas. Vid. Gómez Redondo, F., ibid., 331-332.
33
Vid. Carriazo Rubio, J. L., 2002, 9-30.
34
Vid. Historia de los hechos del marqués de Cádiz, 2003, 143; Gómez Redondo, F., 2007, 333;
MacKay, A., 1991, 192-202, 195.
35
Historia de los hechos del marqués de Cádiz, ibid., 145.
36
Vid. Penna, M. (ed.), 1959, 3-46, citado por Gómez Redondo, F., 2007, 332.
37
Vid. MacKay, A., op. cit., 196-202.
38
Vid. Gómez Redondo, F., 2007, 336.
39
«Los fechos de cavallería del Cid, don Ruy Díaz, contarlos por menudo non se podría. Este
cavallero fizo fechos de armas e siempre venció e nunca fue vencido. Non se puede dezir que
por sí solo o con muchos o poco tanta buen andança de cavallería aviniese a otro cavallero, e
así es de loar su buen fin, que non solamente en la vida fue vencedor, mas aun después de su
muerte por virtud de Dios, con él los suyos vencieron al rey Búcar». Vid. Díez de Games, G.,
op. cit., 87, citado por Gómez Redondo, F., 2007, 336.
40
Ibid., 336-341.
41
Vid. de los Reyes Gómez, F., 2005, 123-148.
42
Vid., entre otros, Baranda, N. (ed.), 1995, vol. 1, 1-109; Hess, S., 1989, 159-163; Cacho
Blecua, J. M., 2002, 339-359; Gómez Redondo, F., 2002 y 2012, 1775-1779; Lucía Megías,
J. M., 2000 y 2007, 115-150.
43
«A diferencia de la Crónica Popular de 1498, que se publica en un momento monárquico de
confianza y expansión, la Crónica Particular no puede sustraerse al turbio momento político
de 1512, iniciado con el dilema abierto por la muerte de Felipe el Hermoso en 1506, la
subsiguiente regencia de Fernando el Católico sobre Castilla tras el encierro de la reina doña
Juana en Tordesillas desde 1509 y la disputa entre padre e hija y entre monarquía y nobleza
sobre la cuestión sucesoria», vid. Martín, Ó., op. cit., 49-64, 51-52.
44
Vid. Crónica del famoso cavallero Cid Ruy Díaz Campeador, 2006, VIII-IX.
45
Ibid., XII.
46
Vid. Archivo Municipal de Burgos, Hi. 3530, cf. Payo Hernanz, R. J., op. cit., 117-118.
47
Vid. Gárate, J. M., 1955/3, 754-760; Payo Hernanz, R. J., op. cit., 117-118.
48
«En el Siglo de Oro español, Bernardo fue el héroe medieval arquetípico. Hoy pensamos
inmediatamente en Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, cuando pensamos en el heroísmo medieval
castellano, pero esta posición del Cid es mucho más reciente de lo que se suele reconocer. Es
resultado del apoyo y publicaciones de Menéndez Pidal, quien recorrió la ruta del Cid en su
viaje de bodas, y publicó la primera edición filológica del Cantar. Incluso el “título” Cantar de
Mio Cides de Menéndez Pidal. Esta obra fue casi desconocida, y desde luego inédita, en época
de Cervantes; se publicó por primera vez en 1779. El Cid conocido en tiempos de Cervantes
era el mucho menos ejemplar héroe de romances y crónicas», vid. Eisenberg, D., 2003, 9-26,
12.
49
Vid. Sáez, A. J., 2018, 37-49.
50
Los romances del Cid, 31, fueron editados por Menéndez Pidal, R., 1994, 131-198. Acerca
de los romances cidianos, vid. Cid, J. A., 2007, 51-70; Asensio Jiménez, N., 2015, 619-625.
51
Vid. Arellano, I., 2007, 73-121; Egido, A., 1979, 499-527; Vega García-Luengos, G., 2007,
49-78.
52
Vid. Julio, M.ª T., 2000, 134-144.
53
Vid. González Cañal, R., 2013, 2-3.
54
Vid. Nebot Calpe, N., 1997, 174.
55
Vid. Las mocedades del Cid, 1978.
56
Vid. Ferreras, J., 2001-2002, 87-98, 93.
57
Vid. Corneille, P., 2007.
58
Vid. Rodiek, C., julio de 1999, 1098-1104; Cabanillas Cárdenas, C. F., 2004, 57-72; Mata
Induráin, C., 2009, 408-416.
59
Vid. Mata Induráin, C., ibid., 413-414.
60
Vid. Sáez, A. J., 2014, 363 y 365.
61
«Una simple ojeada a las fechas de composición de estas comedias revela datos, como mínimo,
muy curiosos. De las diecinueve comedias que nos han llegado, catorce de ellas pertenecen al
Siglo de Oro, una al XVI, dos al XIX, dos al XX y ninguna al XVIII», vid. Julio, M.ª T., op.
cit., 143.
62
Vid. Egido, A., 1996, XX.
63
Vid.
Montaner
Frutos,
A.,
[https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-mitico-
legendario/].
64
Vid. La mojiganga dramática, 2005, 243 y ss., citado por Díez Borque, J. M.ª, 2008, 375387, 376 y 2007, 125-138.
65
Díez Borque, J. M.ª, 2008, 380.
66
Vid.
[https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/el-cid-campeador-lanceando-
otro-toro/d26a15b9-81ae-4c7b-afac-123350ce5f83], así como Díez Borque, J. M.ª, ibid.,
passim.
67
Vid. Díez Borque, J. M.ª, ibid., 377.
68
Vid.
Montaner
legendario/].
Frutos,
Esa
A.,
primera
[https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-miticoedición
del
Cantar
puede
consultarse
en
línea
en
[https://www.rae.es/sites/default/files/Archivos_de_la_BCRAE_Primera_edicion_del_Cantar
_1779_Tomas_Antonio_Sanchez.pdf].
69
Vid. López Verdejo, M., 2016, [http://rabida.uhu.es/dspace/handle/10272/12749].
70
Vid. Masdéu, J. F., 1805, vol. 20/ I, 176-177, citado por Padín Portela, B., 2017, 309-352,
325.
71
Ibid., 326.
72
Vid. Barriocanal Fernández, L. y Fernández Beobide, A., 2013.
73
Vid. Gurpegui Palacios, J. A., 2018.
74
«Art. 1.º Se tendrá por marcha nacional de ordenanza la música militar del himno de Riego
que entonaba la columna volante del ejército de S. Fernando mandada por este caudillo»,
Colección de los Decretos y órdenes generales expedidos por las Cortes desde 1.º de marzo hasta 30
de junio de 1822, 1822, 57, citado por Ferrer, M.ª N., 2011, 827-845, 830.
75
Vid. Dozy, R. P. A., 1849.
76
Concretamente, en «Le Cid: textes et resultats nouveaux», en ibid., t. 1, 320-706.
77
Vid. Dozy, R. P. A., 1860.
78
Ibid., 1-2; Martínez Díez, G., 2000, 13; Puyol Alonso, J., 1910, 424-476.
79
Vid. Masdéu, J. F., op. cit., 348, citado por Padín Portela, B., op. cit., 343.
80
Vid. Padín Portela, B., op. cit., 326.
81
Vid. Alcalá Galiano, A., 1844-1846, 323.
82
Vid. Lafuente y Zamalloa, M., 1850-1867; Asís López Serrano, F. de, 2001, 315-336; Wul
ff,
F., 1994, 863-871.
83
Ibid., vol. 2, 488.
84
Ibid., vol. 2, 401-402.
85
Ibid., vol. 5, 21.
86
Vid. Esteban de Vega, M., 2005b, 87-140; Padín Portela, B., op. cit., 348.
87
Vid. Quiroga, J. de, 1872.
88
Ibid., 7-9. No hemos podido encontrar la obra de Quiroga que él mismo menciona y que, por
cierto, no cita.
89
Galván, L. y Banús, E., 2004.
90
Vid. Cornejo, S., 1920, 3.
91
Vid.
92
Ibid.
93
Vid. Zorrilla, J., 1882.
94
Vid.
Montaner
Frutos,
A.,
[https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-mitico-
A.,
[https://www.caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cid-mitico-
legendario/].
Montaner
Frutos,
legendario/].
95
Vid. Padín Portela, B., op. cit., 327.
96
Vid. Pérez Garzón, J. S., 2005, vol. 2; Moreno Alonso, M., 1979; Padín Portela, B., op. cit.,
336 y ss.
97
Vid. Morales Moya, A., 2005, 21-55; Pérez Garzón, J. S., 2003; Esteban de Vega, M., 2011,
19-35; Padín Portela, B., op. cit., 347 y ss.
98
Vid.
Darío,
R.,
1896/1901.
Puede
leerse
«Cosas
del
Cid»
en
[http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/prosas-profanas-y-otros-poemas-0/html/fedc2602-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_40].
Véase
también
Zavala,
I.
M., primavera 1979, 125-147.
99
Vid. Carballo Picazo, A., 1962-1963, 124-132; Cenizo Jiménez, J., 2003, 47-65.
100
Vid. Montaner Frutos, A., 1990, 133-150.
ffe, M., 1994, 853-858.
101
Vid. Ratcli
102
Vid. Costa, J., 1900, 20.
103
Vid. Costa, J., 1914, 82, 92-93.
104
Vid. Costa, J., 1878 y 1885.
105
Vid. Montaner Frutos, A., 1999b, 41-64.
106
Vid. Linage Conde, A., 1977, 69-106.
107
Galván Moreno, L. y Banús Irusta, E., 1999, 115-140.
108
Ibid., 120.
109
Vid. Altamira, R., 1909, vol. 1, 370.
110
Ibid., vol. 1, pp. 368-369.
111
Vid. Menéndez Pelayo, M., 1903, 315, citado por Galván Moreno, L. y Banús Irusta, E., op.
cit., 121.
112
Vid. Galván Moreno, L. y Banús Irusta, E., op. cit., 122-123.
113
Menéndez Pidal, R., 1947, 18-19.
114
Son ideas recurrentes a lo largo de la obra de Menéndez Pidal, cuya lectura recomendamos.
Podemos encontrar un análisis escueto, aunque certero, de las visiones pidalianas del Cid en
Lacarra, M.ª E., 1980b, 95-127.
115
Vid. Huidobro, V., 1929.
116
Vid. Pérez López, M.ª A., 1997, 15.
117
Vid. Pulido Mendoza, M., 2010, 185-219.
118
Vid. de Costa, R., 1999-2000, citado por Pulido Mendoza, M., ibid., 187-188.
119
Vid. Lacarra, M.ª E., 1980b.
120
Vid. Peña Pérez, F. J., 2010, 155-177; López Campillo, E., Poutet, H. y Remis, A., 1997,
137-146.
121
Vid. Lacarra, M.ª E., 1980b, 108-109.
122
Ibid., 109; Moreta Velayos, S., 1999, 15-44, 20; Gómez Moreno, A., 2010, 221.
123
Vid Gómez Moreno, A., ibid., 222.
124
Vid. Lacarra, M.ª E., 1980b, 112-113.
125
Ibid., 114.
126
Vid. Mosqueira, E., abril de 2011.
127
Vid. Diario de Burgos, 24-VII-1955, citado por Peña Pérez, F. J., 2010, 171.
128
Ibid.
129
Vid. Lanouette, E., 2007, 51-59; Jancovich, M., 2009, 197-213; Arriola, J. L., 2009; Barrio
Barrio, J. A., 1999, 268-305; Aguilar, D., 2014; García de Dueñas, J., 2000, 183-209;
Sempere, I., abril 2011.
130
Vid.
Gómez
Moreno,
A.,
op.
cit.,
231.
El
artículo
de
Machado
puede
leerse
en
131
Vid. López Castro, A., 2008, 455-468, 459.
132
Vid. Mata Indurain, C., op. cit., 392.
133
Vid. Díez de Revenga, F. J., 2001-2002, 59-85, 66-67.
134
Ibid., 60.
135
Vid. Montaner Frutos, A. (ed.), 1993. Puede consultarse su vasta producción investigadora en
[http://www.filosofia.org/hem/193/hde/hde08011.htm].
[https://unizar.academia.edu/AlbertoMontaner].
136
Vid. [https://unex.academia.edu/DavidPorrinasGonz%C3%A1lez].
137
Vid. Crespo-Vila, R., 2016, 33-50.
138
Vid.,
por
ejemplo,
la
búsqueda
«El
Cid»
en
la
plataforma
de
podcast
iVoox:
[https://www.ivoox.com/El-Cid_sb.html?sb=El+Cid] o en la plataforma de vídeos YouTube:
[https://www.youtube.com/results?search_query=El+Cid].
139
[https://ageofempires.fandom.com/es/wiki/El_Cid];
Escandell
Montiel,
D.,
[https://parnaseo.uv.es/AulaMedieval/aM_es/StorycaWeb/del-cid-y-la-zarrampla-elimaginario-caballeresco-espanol-en-los-videojuegos/]; Negro Cortés, A. E., 2014, 590-610.
140
Vid. [https://www.elmundo.es/television/2019/07/22/5d36025cfc6c8352438b4627.html].
141
[https://www.elcomercio.es/culturas/tv/cid-actualizado-mucho-contar-20190726231015ntrc.html].
142
[https://www.elcomercio.es/culturas/tv/cid-actualizado-mucho-contar-20190726231015ntrc.html].
__________________
*
Jerónimo Zurita, Anales de la Corona de Aragón, I, I, XXII.
Anexo
Fuentes para el estudio del Cid histórico
N
o puede abordarse el estudio de un proceso o personaje histórico sin un
profundo conocimiento de las evidencias que de ellos puedan existir.
Debemos poner en relación los textos con el universo cultural que los generó,
con su tiempo y con las ideas imperantes en la sociedad en que surgieron. Con
arreglo a Rodrigo Díaz, disponemos de un conjunto de fuentes, relativamente
abundante, que nos ayuda a acercarnos a su figura y a conocerla, así como a su
época. Ningún personaje hispánico contemporáneo recibió tanta atención por
parte de distintos autores, cristianos y musulmanes, como el Campeador. En
ese sentido, como en otros que hemos desgranado a lo largo de este libro,
Rodrigo Díaz se nos muestra como un personaje excepcional. Sorprende esa
abundancia
de
información
si
la
ponemos
en
relación
con
determinados
silencios manifiestos, como es el caso del rey cronista Abd Allah de Granada,
artífice de una suerte de damnatio memoriae a la que parece que quiso condenar
a
su
coevo
testimonio
Rodrigo.
de
la
Y
es
que
época
en
la
las
que
Memorias
vivió
de
Rodrigo
Abd
Díaz
Allah
y,
son
sin
el
mejor
embargo,
el
Campeador no es siquiera mencionado, como tampoco se alude a sus acciones,
tal vez porque el guerrero castellano le derrotó y humilló en una ocasión en el
campo de batalla.
En
este
anexo
nos
acercaremos,
de
manera
esquemática,
a
los
textos
considerados «históricos», evidencias textuales que nos permiten conocer al
Rodrigo Díaz «real». En el último capítulo del presente libro ya profundizamos
en aquellas producciones cronísticas, literarias o culturales que contribuyeron a
forjar
la
imagen
de
un
héroe
de
leyenda
durante
la
Edad
Media.
Aquí,
simplemente vamos a enumerar los materiales primarios que permiten dar
forma a ese Cid histórico.
LAS FUENTES PARA EL ESTUDIO DEL CID
Fuentes cristianas
Dos
son
los
textos
cristianos,
aparte
de
otra
documentación
que
mencionaremos, que fueron, quizá, elaborados en tiempos de Rodrigo Díaz y
que nos permiten, en especial uno de ellos, asomarnos a su vida y hechos. Por
un lado, nos referiremos a una composición lírica, el Carmen Campidoctoris, y,
por otro, a una especie de biografía, la Historia Roderici. Hay que decir que la
supuesta «coetaneidad» de estas dos obras ha sido recientemente discutida por
el
profesor
Alberto
Montaner
Frutos,
quien,
mediante
una
serie
de
concienzudos estudios, ha considerado que ambas se habrían elaborado en
torno al año 1186 en el contexto cultural del monasterio de Santa María de
Nájera. Entendemos, no obstante, que, aunque las versiones finales de esas
composiciones
fueran
elaboradas
en
ese
tiempo
y
ese
escenario,
pueden
apreciarse imágenes, fenómenos, datos, panoramas… que bien podrían haber
sido plasmados por escrito en el tiempo de Rodrigo Díaz y que constituyen
versiones antiguas que se habrían modificado, incluso manipulado, en esas
décadas finales del siglo XII, casi cien años después, por tanto, de la muerte del
Campeador.
Disponemos, por otra parte, de interesantes documentos de la época de
Rodrigo Díaz y su mujer, Jimena, incluso alguno de ellos contiene sus propias
firmas, lo que les otorga un valor extra. La denominada carta de arras, de 1074,
es
un
diploma
1
curioso.
Gracias
a
esta
suerte
de
contrato
matrimonial,
podemos hacernos una idea de los bienes de los que dispondría Rodrigo Díaz
en el momento de desposarse con Jimena, ya que en él se enumera una serie de
propiedades que constituirían la dote que aportaba el guerrero burgalés a su
noble esposa, de origen ovetense. Con esa carta se establecía la pro
liatio de los
bienes del matrimonio, que pasaban a ser de ambos y de los hijos que tuvieran,
herederos universales de las pertenencias de los dos. El documento ha sido
estudiado en tiempo recientes por Alberto Montaner, el cual propone «un
análisis más detallado de sus aspectos materiales, formales y de contenido» en
un artículo que nos permite comprender con mayor intensidad la naturaleza,
2
significado e importancia de este interesante testimonio.
Aunque el negocio
conyugal que expone puede datarse en 1074, el documento se habría redactado
y emitido entre 1078 y 1079 y en él se sustanciarían tres acuerdos o negocios
jurídicos relacionados: la donatio, o entrega de bienes o arras; la pro
liatio, o
prohijamiento mutuo entre los contrayentes; y, por último, la incommuniatio, o
designación recíproca de ambos cónyuges como herederos universales.
Los
otros
dos
documentos
relevantes
son
donaciones
realizadas
por
Rodrigo y Jimena, respectivamente, a la iglesia de Valencia en 1098, en día y
3
mes sin determinar, y el 21 de mayo de 1101.
En el primero, encontramos el
autógrafo de Rodrigo Díaz (Ego Ruderico Campidoctor, vid. Capítulo 2) y el
propio
Campeador
sienta
las
bases
ideológicas
de
su
señorío
cristiano
en
Valencia. Dota a la catedral, recién inaugurada, de una serie de donaciones y
consolida,
de
manera
documental,
el
episcopado
que
ostenta
Jerónimo
de
Perigord, que había sido nombrado obispo de la ciudad por el papa Urbano II.
El segundo documento emitido por el matrimonio Díaz, en este caso por
Jimena, data, como decíamos, de mayo de 1101. No hizo otra cosa la esposa
del Campeador que ampliar las donaciones a la iglesia de Valencia que había
preestablecido su marido, en busca de la pervivencia del señorío valenciano
mediante
su
entrega
parcial
a
la
Iglesia,
al
papado.
Dado
que
ya
hemos
analizado ambos documentos en los capítulos previos, únicamente queremos
volver a recalcar aquí la importancia trascendental de esos dos testimonios
escritos para la comprensión de la articulación del señorío cidiano, así como los
intentos de Rodrigo y Jimena por consolidarlo y perpetuarlo en el tiempo.
Carmen Campidoctoris
Es la composición más
«antigua»
4
de cuantas disponemos.
Aunque la copia
más pretérita que se conoce data del siglo XIII, los distintos estudiosos que se
han acercado a este poema sitúan su fecha de elaboración a finales del XI. El
Carmen, anónimo pero asociado a un monje del monasterio de Ripoll, celebra
las primeras acciones bélicas exitosas de Rodrigo Díaz, el Campidoctor,
así
denominado por primera vez.
El Carmen Campidoctoris es una composición lírica no exenta de polémica
en cuanto a la naturaleza de su autor o autores y a su fecha de elaboración. De
manera tradicional, se ha creído que habría sido compuesta alrededor de 1090
en el monasterio de Santa María de Ripoll. Sin embargo, Alberto Montaner y
Ángel Escobar, después de analizar de forma exhaustiva la obra –que ha dado
lugar a la mejor edición disponible hasta la fecha–, concluyen que no se habría
redactado hasta en torno a 1190, en el contexto cultural del monasterio de
5
Santa María de Nájera.
Sin embargo, en fechas recientes, Georges Martin ha
sostenido que el Carmen bien pudo haberse compuesto en tiempos de Rodrigo
6
Díaz, en el entorno cultural configurado en su corte principesca valenciana.
Coincide en la defensa de esa coetaneidad de texto y personaje José Enrique
è
Ruiz-Dom nec, el cual argumenta que el Carmen pudo elaborarlo algún poeta
catalán y que fue concebido como un regalo de los catalanes para firmar la paz
con el Campeador, que el magnate cortesano barcelonés Ricard Guillem le
habría
entregado
en
persona
a
Rodrigo
Díaz
en
Valencia.
Propone
Ruiz-
è
Dom nec que se habría redactado en Cataluña por intelectuales favorables al
partido que representaba y encabezaba Ricard Guillem, un personaje esencial
para entender la dinámica política del condado de Barcelona a finales del siglo
XI y principios del XII, que fue apresado por el propio Rodrigo tras derrotar a
Berenguer Ramón II en la batalla de Almenar. Pasados los años, al comprobar
el noble catalán que la conquista de Valencia podía hacerse realidad, y con
planes
de
expansión
comercial
por
el
Mediterráneo,
decidió
liderar
una
embajada que pretendía entablar una alianza con Rodrigo. Con él, llevaría ese
poema laudatorio y panegírico de la figura del Campeador que es el Carmen
Campidoctoris, una especie de regalo y ofrenda de amistad al burgalés mientras
7
asediaba Valencia en la primera mitad del año 1094.
Rodrigo Díaz se representa en el texto con rasgos heroicos homéricos, que
recuerdan, sobre todo, a algunos fragmentos de la Ilíada. En este sentido,
destaca la descripción de su panoplia (vid. Capítulo 1), muy posiblemente
idealizada y basada más en los equipamientos de Héctor, Aquiles o Áyax que en
la que podría haber usado el propio Campeador, aunque hay que señalar que
determinados
elementos
son
medievales,
como
el
caballo
«sarraceno»
o
la
«loriga»:
Ya éste, el primero, cubierto está por la
loriga, que nadie vio mejor; ceñido por la espada,
damasquinada en oro por mano maestra.
Tomó la lanza maravillosamente realizada,
labrada en noble madera de fresno, que había
sido pulida con fuerte hierro, en la punta recta.
El escudo llevó en el brazo izquierdo,
engalanado en oro y con el grabado de un fiero
dragón de aspecto luciente.
La cabeza protegió con un yelmo muy
brillante, que un artesano decoró con hojas de plata
y ciñó con una cinta de ámbar.
Subió al caballo que un cierto sarraceno
había traído de allende el mar: no lo cambiaría ni
por mil oros, pues más que el viento corre y más que
el ciervo salta.
Engalanado con tales armas y con tal
caballo, no Paris ni Héctor nunca mejores parecieron
8
en la guerra Troyana, ni los mejores hoy en día.
Armas, armaduras y caballo constituirían el equipo militar que, en el
transcurso del siglo XII, terminó por convertirse en uno de los principales
símbolos de la caballería, en los textos, en la iconografía y en la realidad del
momento, que, en este caso, prefiguran una imagen heroica y caballeresca del
9
Campeador.
Gesta Roderici Campidocti o Historia Roderici
La
Historia
Roderici
o,
quizá
más
apropiadamente,
la
Gesta
Roderici
Campidocti, es una de las fuentes cidianas fundamentales y esenciales. Es la
única crónica de su tiempo en la que el protagonismo absoluto del relato lo
monopoliza un noble caballero, Rodrigo Díaz, el Campeador, en una época en
la que los escritos historiográficos estaban concebidos para ensalzar las acciones
y los logros de reyes y grandes señores eclesiásticos y laicos, categorías sociales
10
en las que no se encuadraba el caballero burgalés.
La Historia constituye
materia prima básica para el estudio del Rodrigo Díaz
«histórico»
y sigue
11
despertando en nuestros días un interés enorme para los investigadores.
El
epíteto empleado en el relato para designar al héroe, Campidoctus-Campidoctor,
sigue
siendo
hoy
objeto
de
estudio
tanto
por
filólogos
como
por
12
historiadores.
Aunque los últimos editores la consideran coetánea a los hechos que narra
–se habría escrito antes de 1112–, hay algunos aspectos que nos llevan a
albergar dudas acerca de esa contemporaneidad, como el hecho de que la copia
más antigua de la que disponemos date del siglo XIII, cuando el carácter
mítico del Campeador se encontraba en un grado de madurez notable por la
imagen que difundían el Cantar de mio Cid y otras composiciones juglarescas
cidianas que circulaban en esa época. Otro de los elementos que inducen a
sospechar
una
manipulación
posterior
son
algunos
documentos,
presuntamente originales, que el cronista inserta en el relato, como los cuatro
juramentos por los cuales Rodrigo Díaz pretende, mediante riepto o duelo
singular, librarse de incurrir en el delito de traición que le había imputado
Alfonso VI por no haber acudido a auxiliarlo en el asedio de Aledo, y, en
especial, las cartas de desafío que habrían intercambiado el Campeador y el
conde
Berenguer
de
Barcelona
en
los
prolegómenos
de
la
batalla
que
los
13
enfrentó en el pinar de Tévar en junio de 1090 (vid. Capítulo 5).
Para nosotros, resultaría trascendental conocer la naturaleza de esas cartas
de desafío. Si se trataba de documentos originales que algún coevo insertó en el
relato; invenciones solo posibles a partir de mediados-finales del siglo XII; o si
fueron meros añadidos o retoques argumentales incluidos en el momento de
redacción
del
códice
más
antiguo
que
conocemos.
En
fechas
recientes,
Francisco Bautista ha defendido la originalidad y autenticidad de esas «cartas
14
de desafío» en un riguroso y profundo estudio.
Aun sin que se haya cerrado el
debate de manera satisfactoria para todos los implicados, debemos considerar la
posibilidad
de
que
las
misivas
sean,
en
efecto,
documentos
originales
que
intercambiaron el Campeador y su adversario barcelonés.
Alberto Montaner ha investigado durante algo más de una década, con
intensidad y erudición, ciertos aspectos relevantes de la Historia Roderici, y ha
llegado a conclusiones esclarecedoras que nos permiten un conocimiento más
amplio de la biografía cidiana, pues ahondan en la comprensión de uno de los
15
textos medievales hispánicos más enigmáticos.
Este estudioso, al que puede
considerarse el mayor especialista en la Gesta Roderici, niega la existencia de un
«archivo cidiano», pues considera que tanto las cartas de desafío de Tévar como
los
juramentos
de
Aledo
serían
construcciones
16
documentos operativos en la época del Cid.
historiográficas
y
no
Montaner arguye que esas cartas
«contienen algunos marcados anacronismos, mientras que la recreación tanto
de las misivas de los personajes como de sus discursos y arengas era una
17
práctica bien asentada desde la historiografía clásica».
En otro punto, insiste
en que «las cartas cruzadas entre Berenguer Ramón II y Rodrigo Díaz están,
como mínimo, manipuladas según concepciones ajenas a los usos de finales del
siglo XI» e infiere que, y esto es sumamente interesante:
Nadie tendrá por fidedignas en su tenor literal las cartas que el
cronista supone se cambiaron entre el Cid y el Conde de Barcelona,
y, sin embargo, el artificio de estilo es tan leve, que no puede dudarse
que
fielmente
reflejan
las
opuestas
pasiones
de
los
guerreros
a
quienes se atribuyen, sin que haya que suponer ni aquí ni en otra
parte
intervención
alguna
de
la
poesía
épica.
Se
trata
de
un
procedimiento distinto y cuya filiación es muy conocida: el de las
epístolas y discursos imaginarios, elaborados con datos históricos y
18
con cierta psicología elemental y ruda.
A pesar del significativo avance que suponen los estudios de Alberto
Montaner para el conocimiento de la biografía cidiana, mantenemos algunas
dudas que ya planteamos hace años en relación con la génesis de la Gesta
Roderici.
Así,
¿sería
posible
que
en
la
elaboración
de
la
Gesta
hubieran
participado varios individuos?, ¿habría escrito un autor-testigo ocular buena
parte de la crónica y copistas posteriores insertado o retocado documentos
como las cartas y los juramentos?, ¿sería ese momento de manipulación la fecha
de la puesta por escrito del manuscrito más antiguo que ha llegado hasta
nosotros y que tiende a situarse entre finales del siglo XII y principios del XIII?
19
Ya Menéndez Pidal llamó la atención del latín empleado en las misivas,
diferente al del resto de la Historia. Otra diferencia apreciable en una de las
cartas
de
desafío
es
que
aparece
el
término
Campeador
en
romance
20
(Campeator) y no en latín (Campidoctus) como en el resto de la crónica.
La
posibilidad de que hubieran participado varios autores en la elaboración de la
21
Gesta Roderici fue sugerida por Emma Falque.
La
identidad
interrogantes,
así
del
como
autor,
es
como
posible
hemos
que
se
apuntado,
trate
del
plantea
escrito
muchos
cronístico
más
misterioso y problemático en cuanto a su interpretación de todos los que
hemos manejado para la elaboración de este libro. Llama la atención, por
ejemplo, la disparidad de opiniones en cuanto al origen y la naturaleza de un
escritor que se esconde detrás de su propia obra sin dejar apenas datos y pistas
de
sí
mismo,
aparte
de
su
manera
de
relatar
ciertos
acontecimientos,
de
presentar a determinados personajes, en definitiva, de los juicios de valor que
va vertiendo a lo largo de la narración. Tan solo, de una manera muy tímida y
sin aportar pruebas concluyentes, se ha especulado con un par de nombres: el
de
Berenguer,
clérigo
de
origen
22
Salamanca entre 1135 y 1150;
catalán
que
fue
obispo
de
la
diócesis
de
y el de Jerónimo de Perigord, primer obispo
de Valencia, que llegó a una ciudad ya conquistada por el Cid en 1098 (vid.
23
Capítulo 7).
Alejandro Rodríguez de la Peña es, posiblemente, quien más se
ha esforzado en el estudio de esa presunta autoría del obispo de la Valencia
cidiana
y
considera
que
la
Historia está
«posiblemente
compuesta
por
un
»
monje cluniacense de origen francés, Jerónimo de Perigord , muy cercano a
24
Rodrigo Díaz durante su breve dominio del señorío valenciano.
Rodríguez de la Peña estima –sobre todo por las imágenes de la realeza y
del modelo de bellator–, no solo que el autor de la biografía cidiana es un
25
cluniacense,
sino que la propia Historia es la «crónica más antigua del ciclo
cluniacense» castellanoleonés, «una obra enormemente original con respecto a
cualquier otra crónica antes elaborada al sur de los Pirineos» y «un texto y una
figura
que
christianus
opinión
encarnan
a
la
perfección
el
arquetipo
26
y su narrativa sobre la guerra y la paz».
e
intentaremos
plantear
algunos
cluniacense
miles
del
Nosotros compartimos esa
argumentos,
o
suposiciones,
que
puedan servir para sostenerla y reforzarla. Entre ellos, quizá el más relevante sea
el de la presentación del concepto de Tregua de Dios que jalona el relato. Y es
que,
de
manera
significativa,
este
autor
fue
el
único,
en
el
contexto
castellanoleonés, que se preocupó por dejar constancia del hecho de que su
venerado personaje no combatía en determinadas festividades litúrgicas, una de
las ideas fundamentales de esas asambleas para la Tregua de Dios que, en el
ámbito hispánico, se originaron en ciertas regiones de Cataluña a principios del
siglo XI, fenómeno este que ha sido estudiado desde diferentes perspectivas por
27
los especialistas.
Hasta
en
seis
ocasiones
combatido
en
Cuaresma,
asegura
Pascua
o
el
cronista
Navidad,
lo
que
que
Rodrigo
no
demuestra
había
que
esa
circunstancia debía de preocuparle de manera especial, ya que es sabido que en
el mundo castellanoleonés se dio una ausencia casi absoluta de la Tregua de
Dios. Puede que solo un cluniacense, criado en tierras ultrapirenaicas en las
que la violencia interna era un problema y donde la formulación de la ideas de
Tregua
de
narración.
Dios
Por
una
otra
realidad,
parte,
los
pudo
considerar
cluniacenses
necesario
fueron
anotarlo
grandes
en
impulsores
su
y
difusores de esas ideas de Paz y Tregua de Dios, pues eran muy necesarias para
preservar sus bienes e intereses en sus áreas de influencia, en especial en el
centro y sur de las actuales Francia y Cataluña, en un periodo comprendido, a
grandes rasgos, entre las últimas décadas del siglo X y la primera mitad del
28
XI.
La
Historia
, la crónica cristiana más importante para el estudio de la
trayectoria cidiana, la pudo haber compuesto un individuo muy cercano al
personaje biografiado. A pesar de ello, pudieron darse más adelante inserciones,
manipulaciones o deformaciones que se añadieron en el momento de la puesta
por escrito de la versión definitiva, si no antes. Si el cronista fue el obispo
Jerónimo
de
Perigord,
u
otro
cluniacense
de
origen
francés
o
catalán,
se
entendería que introdujera ciertas nociones «caballerescas» con respecto al trato
dado a los enemigos cristianos capturados durante una batalla campal, que no
se aprecian tan definidas en otras crónicas coetáneas, o su desarrollado sentido
de conceptos aristocráticos como el honor, el valor, el dedecus, la inimicitia o la
29
venganza.
No obstante, hay que tener en cuenta la reciente e interesante
propuesta cronológica de Alberto Montaner, que considera que la redacción de
la Historia no pudo ser anterior a 1190, aproximadamente, debido a ciertos
anacronismos
que
detecta
en
la
obra,
únicamente
posibles
30
mediados-finales del siglo XII y no a principios de esa centuria.
a
partir
de
Sin embargo,
no podemos dejar de suponer que buena parte de la Gesta pudo elaborarse en
tiempos del Campeador o en los años inmediatos que siguieron a su muerte en
1099, pues apreciamos en ciertas partes del texto la cercanía de un testigo
ocular.
Es posible que dicha cercanía, que también se traduce en la admiración
que profesa hacia el protagonista a lo largo del relato, así como en su propia
moral eclesiástica, pudieron llevar al autor a ocultar algunas de las facetas más
«oscuras» de Rodrigo, como las ejecuciones y torturas en el transcurso del cerco
de Valencia, las represiones, extorsiones y «purgas» tras la toma de la ciudad, la
ejecución del cadí Ibn Yahhaf y el hecho de que retomara el relato en la batalla
de Cuarte justo en el momento en que la mezquita se convierte en iglesia
31
cristiana, como había hecho poco antes Bernardo de Sédirac en Toledo.
Eso
o, podría ser también, su disconformidad en cuanto al respeto de ciertas leyes,
costumbres y estructuras musulmanas por parte del «héroe cristiano» modélico.
Para concluir, no debemos dejar de tener en cuenta, como considera
Emma Falque, la posibilidad de manipulaciones posteriores, deformaciones,
32
añadidos o mutilaciones de un texto original,
en el momento de ser copiado,
a finales del siglo XII o principios del XIII, cuando la leyenda e imagen del
Campeador
como
modelo
de
virtudes
caballerescas
ya
estaba,
en
buena
medida, lanzada, pues ese fue, se presume, el tiempo de la puesta por escrito de
las inserciones juglarescas de la Crónica Najerense y del Cantar de mio Cid y que
nos muestran a un Cid bastante mitificado, con todas las problemáticas que,
33
para un estudio como este, esa realidad puede suscitar.
Fuentes islámicas
Los textos elaborados por autores musulmanes resultan esenciales para conocer
a Rodrigo Díaz y sus acciones. Esos cronistas aportan informaciones precisas
que las fuentes cristianas omiten y cuentan, además, con el valor añadido de
constituir, en algún caso, testimonios muy cercanos en el tiempo y el espacio al
personaje.
Como
cabría
esperarse,
la
imagen
que
proyectan
del
guerrero
castellano es peyorativa y crítica, pues inciden en sus aspectos más negativos,
como las torturas y ejecuciones que ordenó durante las operaciones de cerco a
Valencia
y
islámicos
en
su
posterior
tenemos
gobierno
conocimiento
de
de
la
ciudad.
detalles
de
Gracias
esos
dos
a
esos
autores
episodios
tan
significativos de la vida del Campeador. Si no fuese por cronistas como Ibn
Alqama o Ibn Bassam, nuestra imagen de Rodrigo Díaz sería bastante distinta
de
la
que
evoca
la
Historia
Roderici,
una
crónica
que,
por
ejemplo,
da
poquísima cobertura informativa a periodos tan relevantes como el asedio y
gobierno de Valencia, ya aludidos. Gracias al trabajo realizado por María Jesús
34
Viguera Molins,
maestra de arabistas, disponemos de un corpus unificado de
todos los textos islámicos que hablan del Campeador, así como una breve
reseña de sus distintos autores. Especialmente relevantes para nosotros serán
aquellos cronistas que, o bien fueron contemporáneos de Rodrigo Díaz, o bien
manejaron
con
posterioridad
crónicas
elaboradas
por
esos
coetáneos.
Contamos también con un magnífico estudio acerca de la imagen del Cid en
35
las fuentes árabes elaborado por el profesor Muhammad Benaboud.
Ambos
trabajos nos eximen de una mayor profundización en este apartado, por ello,
nos
limitaremos
a
exponer
algunas
pinceladas,
que
entendemos
más
importantes, acerca de los textos islámicos que nos hablan del Campeador.
Mani
esto elocuente sobre el infausto incidente, de Muhammad ibn Alqama
Muhammad ibn Alqama fue un valenciano que vivió los años anteriores al
asedio de Valencia por Rodrigo Díaz, el propio cerco y el tiempo de gobierno
cidiano posterior. Muerto en torno a 1115, posiblemente, escribió su obra
antes del año 1107. El original árabe de su crónica no se ha conservado, pero sí
fragmentos de ella en distintas crónicas cristianas y musulmanas posteriores, en
especial en la Estoria de España de Alfonso X el Sabio, editada por Menéndez
Pidal
como
Primera
Crónica
General;
y
en
el
Bayan
de
Ibn
Idari,
gran
historiador islámico de finales del siglo XIII y principios del XIV. Autores
ūs,
como Ibn al- Kardab
de finales del siglo XII y principios del siguiente,
puede que también se sirvieran del texto de Ibn Alqama. Por ser testigo de los
sucesos acaecidos en Valencia durante los años anteriores y posteriores a la
llegada
del
Campeador,
la
obra
de
Ibn
Alqama
constituye
una
fuente
fundamental para el conocimiento del personaje histórico.
Kitâb al-Dajîra fî Mahâsim al-yâzîra, de Ibn Bassam
No conocemos la fecha exacta del nacimiento de Abû-l-Hasân ‘Alî ibn Bassâm
al-Santarinî, Ibn Bassam de manera simplificada, pero sí que pudo hacerlo en
las
primeras
(Portugal),
tres
de
décadas
donde
se
de
vio
la
segunda
obligado
mitad
a
del
emigrar
siglo
XI,
cuando
en
la
Santarém
ciudad
fue
conquistada por Alfonso VI en 1092-1093. Desde entonces, convirtió el odio
hacia los cristianos conquistadores en seña de identidad propia de su obra. En
torno al año 1100 se instaló en Córdoba y en ella, ya dominada por los
almorávides, empezó a componer la obra por la que es más conocido, la Kitâb
al-Dajîra fî Mahâsim al-yâzîra, subtitulada por el propio autor como Tesoro de
las hermosas cualidades de la gente de la Península. La Dajîra es un compendio
literario, una suerte de antología, de obras de literatos andalusíes destacados, al
tiempo que un relato de acontecimientos históricos relevantes que tuvieron
lugar en la época del autor, marcado por la disgregación andalusí, la conquista
cristiana
de
Toledo
y
el
control
almorávide
de
al-Ándalus.
Es
durante
el
régimen implantado por los almorávides cuando Ibn Bassam inicia y termina
su obra. Se estima que esta culminación se produjo en Sevilla durante la
primera década del siglo XII. Falleció en Santarém en 1147. La importancia de
la labor historiográfica de Ibn Bassam radica en el hecho de que se sirvió de los
testimonios de testigos presenciales de algunos hechos narrados. En el caso de
los sucesos vividos en Valencia durante el asedio y gobierno del Campeador
ā
resultan especialmente notables las cartas de Muhammad ibn T hir, primo de
Ibn
Yahhaf,
cadí
valenciano
durante
el
cerco
cidiano,
y
ejecutado
con
posterioridad en la hoguera por orden de Rodrigo Díaz. La interacción entre
Rodrigo e Ibn Yahhaf fue extensa e intensa y ambos establecieron un elevado
ā
número de negociaciones y acuerdos. Una de las cartas de Ibn T hir de las que
se vale Ibn Bassam iba dirigida, precisamente, a su primo el cadí, lo que
muestra
la
relación
mantenida
entre
ambos.
El
antólogo
e
historiador
de
Santarém dispuso, en definitiva, de fuentes de primera mano a la hora de
36
redactar la historia de la taifa de Valencia.
Crónica Anónima de los Reyes de Taifas
Esta interesante, y breve, crónica se sirvió de la obra de Ibn Alqama. Fue
37
editada por Felipe Maíllo Salgado,
el cual considera que pudo elaborarse en el
tercer cuarto del siglo XII. María Jesús Viguera incluye los fragmentos relativos
al
Campeador
circunstancias
en
que
su
útil
38
compilación.
pudieron
motivar
su
Poco
es
lo
composición.
que
sabemos
El
texto
de
fue
las
poco
conocido por autores posteriores, lo que queda, de alguna forma, congelado en
el tiempo hasta que fue descubierto en 1929 por el arabista Évariste LéviProvençal. En relación con los hechos protagonizados por Rodrigo Díaz, esta
crónica relata, de forma sucinta, el hambre que padecieron los valencianos
durante el asedio de 1094, la entrega de la ciudad y la ejecución del cadí Ibn
Yahhaf.
ū
Kitab al-iktifá, de Ibn al- Kardab s
Kitab al-iktifá [Historia de al-Ándalus] es una interesante crónica de en torno a
39
1190 que también fue estudiada, editada y traducida por Felipe Maíllo.
Los
pasajes que nos hablan del Cid Campeador podemos encontrarlos, asimismo,
compilados
y
comentados
en
la
recopilación
de
M.ª
J.
Viguera,
la
cual
considera que su autor, natural de Tozeur (Túnez) aún con posible origen
andalusí,
se
inspira
en
la
obra
de
Ibn
Alqama
y,
por
ello,
presenta
informaciones precisas y correctas. Felipe Maíllo observa que esta obra tiene un
«valor especial», pues no solo proporciona informaciones que pueden cotejarse
en otras crónicas, sino que proporciona, además, datos nuevos que no han
podido encontrarse en otras fuentes. Para el estudio de Rodrigo Díaz es un
texto de indudable interés.
Al-Bayan al-Mugrib, de Ibn Idari
ā
ā
Kit b al-bay n al-mughrib f
increíble
historia
de
los
ī ākhbār mulūk al-andalus wa’l-maghrib
reyes
de
al-Ándalus
y
Marruecos]
[Libro de la
de
Ibn
Idari
representar el enorme esfuerzo de compilación de un historiador meticuloso
con el uso de sus fuentes. Él mismo se consideraba más un compilador de
fuentes
que
un
historiador
al
uso
embrujado
por
artificios
propios
de
los
literatos. Es una historia de al-Ándalus y del Magreb elaborada desde el propio
Magreb
en
el
siglo
XIV,
pues
sabemos
que
Ibn
Idari
provenía
del
actual
Marruecos, quizá nacido en Marrakech, y que vivió entre la segunda mitad del
siglo XIII y las primeras décadas de la siguiente centuria, momento en el que
40
elaboró la única obra por la que nos es conocido.
Desde que el arabista
holandés Reinhart Dozy publicó en 1848 los primeros fragmentos de la obra
de Ibn Idari, fueron apareciendo nuevos fragmentos con posterioridad, como
los traducidos y publicados en sus respectivas lenguas por arabistas como É.
Lévi-Provençal, Ambrosio Huici Miranda o F. Maíllo Salgado. Para las partes
41
relativas al Campeador, por fortuna reunidas y traducidas por M.ª J. Viguera,
Ibn Idari se sirvió, ampliamente, de la obra de Ibn Alqama, pero gracias a él
han
podido
recuperarse
algunas
informaciones
que
no
figuran
en
la
prosificación llevada a cabo por los historiadores alfonsíes que elaboraron la
Estoria de España y otras versiones posteriores. Debe considerarse como fuente
esencial para el estudio del Rodrigo Díaz histórico.
El
resto
de
textos
islámicos
posteriores
no
aportan
ya
nada
que
no
ofrezcan los autores que se han mencionado. Se limitan a repetir lo ya dicho,
razón por la que no los hemos tenido en cuenta en nuestro estudio.
Notas
1
García Gil, J. J. y Molinero Hernando, P. (eds.), 1999, 47-69, con M. Zabalza Duque (trad. y
ed.), «La Carta de Arras: Edición crítica y estudio paleográfico y diplomático», 47-69.
2
Montaner Frutos, A., junio de 2007.
3
«De la documentación cidiana me he ocupado con cierto detalle en un trabajo reciente, en el
que concluyo que los textos conservados en letra visigótica genuina (carta de arras y diplomas
valencianos
de
Rodrigo
y
Jimena)
son
auténticos,
mientras
que
los
diplomas
exentos
transmitidos por copias posteriores (en letra carolina que imita más o menos la visigótica) son
claramente falsos, si bien el apócrifo del abad Lecenio es un amplio contrafactum realizado a
partir de un diploma original de 1097 (completamente ajeno al Cid), mientras que la carta de
ingenuación de Vivar de 1075 carece seguramente de una base semejante», ibid., 1-2. El
estudio aludido es Montaner Frutos, A., 2006, 327-358.
4
El Carmen Campidoctoris ha sido editado varias veces: Menéndez Pidal, R., 1947, vol. 2, 876884;
Wright,
J.,
1979,
213-220,
más
recientemente
por
Gil,
J.,
1990,
99-108.
A
estas
ediciones latinas hay que sumar otras de carácter bilingüe como las de Casariego, J. E., 1988;
la de Higashi, A., diciembre de 1994, 1-9 y la más reciente Carmen Campidoctoris o Poema
latino
del
Campeador,
2001.
Para
estas
y
otras
cuestiones
relativas
al
Carmen
pueden
consultarse, además de las ediciones citadas, los siguientes estudios (entre otros): Ubieto
Arteta, A., 1973, 163 y ss.; Horrent, J., 1973b, 99-122; Smith, C., 1987, 99-112; Bodelón,
S., 1989, 76-78; y Fletcher, R., 1999, 221-223.
5
Vid. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, 2001, op. cit., 13-120.
6
Vid. Martin, G., 2018, 21-48.
7
Vid. Ruiz-Domènec, J. E., 2007, 43 y ss.
8
Vid. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, 2001, op. cit., estrofas XXVIIXXXII.
9
Acerca
del
armamento
defensivo
en
el
Campo, A., 1991 y 1993; Bruhn de Ho
contexto
peninsular, vid. el estudio de Soler del
ffmeyer, A., 1982 y 1988, 31-101. Del armamento en
otros ámbitos, vid. Ayton, A., 1999, 186-208; Oakeshott, R. E., 1960, 175 y ss.; Buttin, F.,
1965, 77-178; Peirce, I., 1992, 251-274.
10
Algo que ha sido señalado por investigadores como Higashi, A., 2002, 83-114, para la HR,
vid. 83-98. Hemos manejado dos ediciones de esta crónica: Historia Roderici vel Gesta Roderici
Campidocti, 1990 y Martínez Díez, G. et alii,
1999.
Hay
dos
traducciones
recientes
al
castellano de la HR, una que realizó la propia Falque, E., segundo semestre de 1983, nº. 201,
339-375, que es, básicamente, la que hemos usado en este libro, y la otra está incluida en la
edición de Martínez Díez et alii, ibid., 103-146.
11
Como ponen de manifiesto distintas aportaciones publicadas en el número 10 de la revista
electrónica e-Spania, del que pueden destacarse, entre otras: Montaner Frutos, A., diciembre
de 2010; Higashi, A., diciembre de 2010; Manchón Gómez, R., diciembre de 2010. Véase
también el sugestivo artículo de Bautista, F., 2010, 1-30.
12
Vid., por ejemplo Manchón, R. y Domínguez, J. F., 1998, 2, 615-629 y «Recherches sur les
mots Campidoctor et Campiductor: de l’antiquité au moyen âge tardif», Archivum Latinitatis
Medii Aevi, 58, 2000, 5-44; Porrinas González, D., 2003.
13
Han
sido
varios
los
estudiosos
que
han
defendido
la
autenticidad
de
esas
cartas,
como
Menéndez Pidal, R., op. cit., vol. 1, 379-381 y vol. 2, 906-909; Falque Rey, E., 1981, 123133; Fletcher, R., op. cit., 166, 223 y ss. G. Martínez Díez (2000, 210), considera que las
cartas de desafío «presentan más bien el carácter de piezas auténticas salidas de la pluma o de
la boca de sus pretendidos autores que de composiciones retóricas inventadas por el redactor
de la biografía del héroe». Véase también, Catalán, D., 2002, 20-23. Estos autores defienden,
además, que la Historia Roderici se habría elaborado pocos años después de la muerte de
Rodrigo (fijan como fecha más tardía el año 1110) y justifican ciertas diferencias existentes
entre las cartas y el resto de la crónica mediante la argumentación de que se trataría de
documentos insertados por el cronista en el relato, técnica similar a la empleada por los
autores de la Historia Compostelana. Véase también para ello la introducción que Emma
Falque dedica a su edición latina de la HR en el Corpvs Christianorvm, 23 y ss. en especial
(vid. nota 10). Acerca de la cronología de la HR, vid. Martínez Díez, G. et alii, op. cit., en la
que, además, puede consultarse una buena síntesis de las distintas propuestas de datación
(sobre todo dos: «Pidalistas» (coetánea) y «Ubietistas» (mediados del XII)) anteriores a las tesis
de Montaner Frutos, A., 2012, 12-17. Estos editores, en concreto Martínez Díez (ibid., 19)
considera, al igual que Menéndez Pidal, que las cartas de desafío –al igual que los juramentos–
serían
documentos
del
archivo
personal
de
Rodrigo
que
habría
insertado
el
cronista
contemporáneo que redactó la crónica. Otros investigadores, que consideran que la fecha de
elaboración de la Historia Roderici sería posterior (década de los 40 del siglo XII), basan
algunas de sus argumentaciones en esas diferencias existentes entre lo que los anteriores
consideraban documentos auténticos insertados (las cartas de desafío aludidas y los cuatro
juramentos que Rodrigo envía al rey Alfonso VI) y el resto de la crónica. Pavlovic, M. N. y
Walker, R. M., 1982, 43-45 consideran que algunos conceptos legales como la «alevosía», que
aparecen mencionados en las cartas y los juramentos, no los habría fijado la legislación regia
hasta el reinado de Alfonso VII (mediados del siglo XII), momento en el que se formaliza el
riepto entre nobles para evitar acciones de venganza personal. Eso –unido a otro concepto
como el «deshonor», que aparece en los juramentos y que lo fijó la legislación foral hasta
mediados del siglo XII–, los lleva a defender la década de los 40 del XII como fecha de
elaboración de la HR. Más recientemente, Irene Zaderenko (1998, 183-194) retrasaba aún
más esa fecha de redacción de la HR. Considera, de acuerdo con, precisamente, preceptos
legales contenidos en las cartas de desafío y los cuatro juramentos, que la HR, por necesidad,
tendría que haberse compuesto después de 1185, momento en el que las Cortes de Nájera
regularon el «riepto», y concluye que hoy «numerosos indicios hacen que la fecha de 1110
propuesta por Menéndez Pidal para la composición de esta biografía de Rodrigo Díaz deba
retrasarse hasta fines del siglo XII».
14
15
Vid. Bautista. F., 2013.
Montaner (1999, 353-382, 363-364) ya planteaba algunas ideas interesantes acerca de la
posible manipulación de la HR en relación con las cartas y los juramentos, para lo que
argumenta que las cartas podrían haber sido «como mínimo manipuladas según concepciones
anacrónicas respecto de finales del siglo XI» y no solo las cartas, sino todos los «documentos»
incluidos en la HR. Con posterioridad, en el marco del desarrollo del Proyecto del Plan
Nacional de I+D HUM 2005-05783: Génesis y evolución de la materia cidiana en la Edad
Media y el Siglo de Oro, publica varios estudios de relevancia de la HR.
16
«[…] los documentos citados en la HR son, como los parlamentos en estilo directo de los
personajes, invenciones del historiógrafo, deudor de una tradición bien asentada al respecto»,
en
Montaner
Frutos,
A.,
2011,
4.
Los
documentos
considerados
de
integradores del presunto «archivo cidiano», o «cartulario cidiano»,
manera
se
han
tradicional
estudiado
en
profundidad en Montaner Frutos, A., 2006, 327-357. Estos presuntos documentos, recogidos
algunos de ellos por la Gesta Roderici, serían «la Carta de Arras de Rodrigo y Jimena» (328335), el «apócrifo del abad Lecenio» (335-338), la «franquicia de las heredades de Rodrigo
Díaz en Vivar» (338-343), la «concesión de varias tenencias por Alfonso VI» –varios castillos y
tierras conquistadas a los musulmanes– (343-346), las «cartas cruzadas entre Berenguer de
Barcelona y Rodrigo Díaz» (346-350), las «donaciones de Rodrigo y Jimena a la catedral de
Valencia» (350-354) y la «lista de prisioneros de la batalla de Morella» (354-355). Tras un
estudio
minucioso
y
documentado,
Montaner
(ibid.,
356)
infiere
que
«en
cuanto
a
los
documentos cidianos incluidos en la Historia Roderici, parecen ser ficciones historiográficas
recreadas por su autor a partir de diversas noticias sobre la vida de su protagonista».
17
Ibid., 347.
18
Ibid, 349.
19
Porrinas González, D., 2003.
20
Menéndez Pidal, R., op. cit., vol. II, 908.
21
Historia Roderici uel Gesta Campidocti, 1990, 20-21.
22
Smith, C., 1993-1994, vol. 2, 175-181.
23
Esa posibilidad de autoría fue planteada por Moralejo Álvarez, J. L., 1980, 65 y secundada
por Rodríguez de la Peña, M. A., 2000, 703.
24
Rodríguez de la Peña, M. A., 2011, 216.
25
Rodríguez de la Peña, M. A., 2000, 703 y ss.
26
Rodríguez de la Peña, M. A., 2011, 216. El profesor Rodríguez de la Peña considera dentro
del denominado «ciclo cluniacense», como él lo denomina, a la Historia Roderici, la Historia
Compostellana y la Chronica Adefonsi Imperatoris.
27
Acerca de la Paz y la Tregua de Dios en la Edad Media pueden consultarse los siguientes
estudios: Head, T. y Landes, R. (dirs.), 1992; Flori, J., 2003, 59-98 y 2002, 181 y ss.; Bull,
M., 1993, 21-69; Barthélemy, D., 1997b, 3-35 y 1999 y, en menor medida, julio-septiembre
de 1993, 15-74, 43-47. En cuanto a la Paz y Tregua de Dios en Cataluña durante el siglo XI,
vid. Farías Zurita, V., 1993-1994, 9-36.
28
Considera Rodríguez de la Peña (2011, 191) que «el movimiento de la Paz de Dios no habría
sido posible sin la influencia espiritual y social» ejercida por «las abadías cluniacenses».
29
Un sentido que se refleja, por ejemplo, en los relatos de las operaciones militares, así como en
las cartas de desafío que, supuestamente, intercambiaron Berenguer y Rodrigo antes de la
batalla de Tévar. Por poner un solo ejemplo de la noción de venganza, el cronista llegó a
afirmar que Rodrigo saqueó con intensidad las tierras de Nájera en 1092 para «vengarse» de su
gran «enemigo» García Ordóñez y no expuso la que parece razón verdadera de aquel ataque:
apartar a Alfonso VI de Valencia para desviar la atención hacia su propio reino atacado. De las
cualidades militares, en especial el valor, expresadas en la HR puede consultarse Porrinas
González, D., 2015b.
30
«Aplicando los criterios señalados anteriormente, todos estos aspectos, que se documentan
escalonadamente entre ca. 1140 y ca. 1185, difícilmente se compadecen con una fecha de
redacción anterior a ca. 1190, cuando todos ellos se habrían incorporado ya a lo que cabía
considerar “inmemorial” y, por lo tanto, atribuible sin más a la época del biografiado», en
Montaner Frutos, A., 2012, 280.
31
Con arreglo a los hechos de Valencia, se limita a dar cuenta de manera lacónica de la toma de
algunos arrabales, de algunas de las operaciones de saqueo y devastación desarrolladas durante
el cerco, de su voluntad de expulsar a los almorávides, percibidos como «bárbaros», a decir
que los ciudadanos pasaron mucha hambre y a narrar, con una perspectiva más sacralizadora
de lo acostumbrado, la batalla de Cuarte (1094). Llama la atención el tratamiento más amplio
que da a las negociaciones para la entrega de Murviedro, donde es muy posible que la actitud
de Rodrigo se ciñera más a las propias concepciones cristianas del cronista. Vid. Porrinas
González, D., 2008.
32
«Quizás
toda
la
HR
es
obra
de
un
mismo
autor,
testigo
presencial
de
muchos
de
los
acontecimientos narrados, pero pudo haber sido retocada o revisada por un continuador al
que se deberían los comentarios que parecen apoyar una fecha de redacción de mediados del
siglo XII. En cualquier caso, no podemos acercarnos a la autoría de una obra medieval con los
esquemas mentales que pueden ser válidos para estudiar una obra moderna. Obras escritas por
autores anónimos que no se preocupan por dejar constancia de su identidad, pueden muy
bien ser continuadas por otros que redacten otras partes o revisen y retoquen el conjunto, sin
que al final sea fácil distinguir qué puede atribuirse a unos u a otros y sin que estos puedan
fácilmente
ser
identificables.
La
propia
transmisión
de
los
textos
medievales
mediante
manuscritos en los que pueden intervenir de manera decisiva los copistas, hace más difícil aun
la tarea de dilucidar si una obra medieval puede atribuirse exclusivamente a la redacción de un
»
único autor , Historia Roderici vel Gesta Roderici Campidocti, 1990, 20-21.
33
Alberto Montaner (2012, 283) ofrece una idea muy interesante de las conjeturas que en torno
a la elaboración de una obra anónima y compleja pueden plantear distintos investigadores que
se sumergen en su estudio: «Cuando la obra correspondiente no ofrece pronunciamientos
expresos
o
desarrollar
al
menos
indicaciones
conjeturas
contraproducente».
Sin
al
muy
respecto
embargo,
claras,
resulta,
nosotros,
a
a
tales
mi
pesar
motivaciones
juicio,
de
muy
compartir,
resultan
inasequibles
arriesgado,
en
buena
y
cuando
no
medida,
esa
afirmación, y dejando claro que no estamos a la altura intelectual del profesor Montaner, un
sabio de nuestro tiempo, entendemos que la formulación de hipótesis acerca de este particular
–la génesis y composición de una obra medieval–, evitando siempre el dogmatismo, puede
llevar a un mayor conocimiento de una obra y a las circunstancias que pudieron rodear su
elaboración,
o
al
menos
suscitar
debates
interesantes
que
permitan
ampliar
las
posibles
miradas del objeto de estudio.
34
Viguera Molins, M.ª J., 2000, 55-92.
35
Benaboud, M., 2000, 115-127. Véase también Granda Gallego, C., 1986, 471-480.
36
Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 59-64; Meouak M. y Soravia, B., 1997, 221-232.
37
Vid. Abd Allah ibn Buluggin, 1991.
38
Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 64-66.
ūs, 1986.
39
Vid. Ibn al-Kardab
40
Vid. Martos Quesada, J., 2009b, 117-130.
41
Vid. Viguera Molins, M.ª J., op. cit., 71-77.
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Çiudat de Magderit
sub Era
MML
VII
La ermita de San Baudelio de Berlanga (Soria) contaba con una rica decoración parietal de pinturas al
fresco, datadas
ca.
1125. Junto a la pintura de temática religiosa que reproducía episodios del Nuevo
Testamento, se plasmaron escenas profanas como esta cacería de liebres –arriba– y de ciervos –abajo–. La
caza era el pasatiempo aristocrático por excelencia, trasunto de la guerra, que servía para prepararse
físicamente para la batalla. El cazador que persigue al ciervo porta una ballesta, arma de proyectil que, en
estas fechas, ya habría comenzado a usarse para la guerra, ya que sabemos que, en 1097, durante el
pontificado de Urbano II, se había condenadovsu uso porque estaba considerada un arma diabólica.
Museo Nacional del Prado, Madrid.
Dos miniaturas de la Biblia Sancti Petri Rodensis o Biblia de Sant Pere de Rodes, expoliada en 1693 por
el general francés Anne-Jules de Noailles. Aunque hay dudas de su datación, parece que se habría
elaborado entre 1010 y 1025 en el monasterio de Santa María de Ripoll y sus últimos folios se habrían
añadido en Sant Pere. La imagen ilustra el aspecto de los guerreros de los condados catalanes a principios
del siglo XI y vemos que perviven elementos de panoplia anclados en la tradición carolingia, como los
escudos circulares o las lanzas de aletas, con otros más recientes, como los cascos con nasal. Obsérvese
también el empleo de cuernos para la transmisión de órdenes. Bibliothèque nationale de France, París
(Francia).
La llamada Torre de Hércules fue construida a finales del siglo XII en Segovia en estilo románicomudéjar. En la actualidad forma parte del convento de clausura de Santo Domingo el Real de las Madres
Dominicas. En su interior se conservan pinturas en los zócalos de dos estancias, que cabría datar en el
siglo XIII. En la escena superior, un jinete porta escudo triangular y pendón, con blasón en media luna.
Lo acompaña un lebrel y, bajo las alas de un águila, cabalga sobre un enemigo. Destacan los pinjantes
suspendidos del jaez de caballo. En la escena inferior, un caballero cristiano atraviesa el escudo y el cuerpo
de un oponente musulmán, así identificado por su turbante y su adarga circular. El cristiano va armado y
combate a la manera popularizada por los normandos: cota de malla, casco cónico con nasal, escudo de
cometa y lanza «acostada» bajo el sobaco. Nótese la silla de arzones y los estribos, que permitían al jinete
ir casi de pie, encastrado en la silla y maximizar así el golpe de su lanza sin perder estabilidad. El caballero
andalusí monta igual. Debajo de ellos combaten dos infantes.
A la izquierda, escena del Tapiz de Bayeux o de la reina Matilde, elaborado entre 1066 y 1077 en
Normandía para celebrar la conquista de Inglaterra por Guillermo el Bastardo. Los normandos fueron
pioneros en el empleo de determinados elementos de panoplia que se expandieron con rapidez por
occidente y que definieron la forma de combatir durante varios siglos: caballeros a lomos de potentes
corceles de guerra –
destriers–,
protegidos por cota de malla, casco cónico con protector nasal y escudo de
cometa y cargando como un poderoso muro de hierro. Pero obsérvese también la presencia de arqueros
en vanguardia, aunque las fuentes del periodo, prejuiciadas por la mentalidad aristocrática imperante,
obvien, a menudo, la presencia de peones y otro tipo de tropa en el campo de batalla. Musée de la
Tapisserie de Bayeux, Bayeux (Francia).
Dos capiteles procedentes del monasterio de Santa María la Real (Aguilar de Campoo, Palencia), siglo
XII. En la parte superior, un desfile de guerreros. La figura central y la del extremo derecho portan
gambesones, protecciones acolchadas, mientras que el resto se cubre con lorigas de cota de malla talares,
con cofias para cubrir la cabeza. En la parte inferior, un caballero cargando, también protegido por una
loriga de malla. Sostiene en la mano izquierda un escudo triangular, evolución del de cometa, de menor
tamaño
y
ligeramente
cóncavo.
A
su
espalda,
un
infante,
cuya
única
protección
es
su
escudo,
de
morfología similar al del caballero, y que, al igual que este, sujeta del cuello con un tiracol. Museo
Arqueológico Nacional, Madrid.
Mosaicos de la iglesia de Notre-Dame de Ganagobie (Provenza, Francia), datados alrededor de 1125. El
de arriba representa a san Jorge abatiendo al dragón. El culto a este santo se popularizó en el occidente
europeo a partir de la primera cruzada, cuando habría auxiliado a los cruzados que sitiaban Antioquía en
1098. Destaca la representación de su cota de malla, con una cofia que le protege la parte inferior del
rostro. En la parte inferior, un caballero carga. Protegidos por su escudo de cometa, cota de malla y casco
cónico con nasal, los caballeros cargaban en la formación denominada en francés
conrois:
normalmente
entre 20 y 24 jinetes dispuestos en dos o tres filas. Los caballeros, con la lanza sujeta bajo la axila, se
disponían casi hombro con hombro –seréement–, y hacían avanzar a sus monturas al trote, no demasiado
rápido para no agotar al caballo. El
conrois
buscaba chocar contra el enemigo y quebrar su formación,
para pasar luego al combate individual en la melé resultante.
Soldado o montero, iglesia de San Baudelio de Berlanga (Soria),
ca.
1125. Nótese su adarga circular,
adornada con borlas, de influencia andalusí, y la carencia de protección corporal, reservada solo a los más
pudientes.
La toma de Jerusalén por Nabucodonosor, según el Beato de Urgel, elaborado, probablemente, a finales
del siglo X en un
periodo,
con
scriptorium
sus
puertas
riojano. La Jerusalén del Beato semeja una ciudad de la península ibérica del
en
arco
de
herradura.
La
panoplia
de
los
defensores
aún
no
refleja
la
introducción de elementos continentales, como fue sucediendo a lo largo del siglo XI, y se protegen con
rodelas, se presume que de madera recubierta por tela pintada con motivos radiales, mientras arrojan
proyectiles –jabalinas, piedras, flechas– para repeler el ataque.
Detalle de una de las miniaturas del Beato de Osma, redactado e iluminado en el año 1086. En ella se
representa la escena de la victoria del Cordero sobre la Bestia y los reyes la tierra, narrada en el libro de las
Revelaciones: «Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por
una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia. Estos tienen un mismo propósito, y
entregarán su poder y su autoridad a la Bestia. Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá,
porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles»
(Apocalipsis, 17:12-18). Archivo Histórico Diocesano de la catedral de El Burgo de Osma (Soria).
Iluminación del Beato de Las Huelgas, elaborado en el año 1220 por encargo, probablemente, de Sancha
García, abadesa del monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas (Burgos). En esta imagen se
representa el asedio de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor, una escena común a muchos beatos.
En la panoplia de los combatientes se conjugan elementos propios de la Europa cristiana, como la monta
con las piernas desplegadas por caballeros protegidos por lorigas de malla, con otros particulares de la
Península debido a la influencia andalusí, como son el empleo de escudos circulares adornados con borlas
o de arcos compuestos. Morgan Pierpont Library, Nueva York.