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CARMEN CAMPIDOCTORIS o POEMA LATINO DEL CAMPEADOR España Nuevo Milenio Introducción, edición, traducción y comentario de Alberto MONTANER y Ángel ESCOBAR Madrid 2000 CONTENIDO PRELIMINAR *** NOTICIA I. El Carmen Campidoctoris y la materia cidiana I.1. El Carmen Campidoctoris como testimonio biográfico e histórico *** I.2. Relación del Carmen Campidoctoris con otras fuentes cidianas *** II. Autoría y datación *** III. Aspectos literarios del Carmen Campidoctoris III.1. Título *** III.2. Métrica y prosodia *** III.3. Lengua y estilo *** III.4. La cuestión del género *** III.5. Estructura del poema *** III.6. Reminiscencias literarias *** IV. Historia del manuscrito y criterios de edición IV.1. Procedencia del manuscrito y descripción codicológica *** IV.2. La edición del texto *** IV.3. Nuestra traducción *** V. Nota crítica *** CARMEN CAMPIDOCTORIS / POEMA LATINO DEL CAMPEADOR Facsímile *** Edición crítica y traducción *** Comentario *** Bibliografía *** 1 *** Index uerborum 2 PRELIMINAR felix qui potuit dicti cognoscere causas... Tras muchas décadas de estudio y de sutil especulación histórico-literaria, la problemática del Carmen Campidoctoris sigue planteándose en términos casi detectivescos, lo cual no invita precisamente al optimismo, sino más bien a la humildad y a la cautela. ¿Qué es lo que se nos ofrece? Un poema latino medieval escrito en peculiares estrofas sáficas, conservado en un manuscrito procedente de la abadía de Ripoll y que contiene un encendido elogio de Rodrigo el Campeador. Por causas que se desconocen, el texto fue gravemente mutilado (todo parece indicar que en el mencionado monasterio, hacia 1200), de modo que ignoramos cuál era su extensión original y cuál su contenido completo. También se desconoce quién pudo ser su autor, cuál era la procedencia de éste, cuáles sus intereses y cuándo exactamente escribió su poema; si lo hizo en vida de Rodrigo o si, por el contrario, cuando el héroe de Vivar ya había muerto (1099) y su cadáver reposaba en el monasterio de San Pedro de Cardeña. Son muy pocos los indicios que cabe tomar en consideración para resolver tantos enigmas. Uno de ellos es el hecho de que en nuestro panegírico —de características formales similares en cierto modo a las que ofrece el género hímnico— se denomina a Rodrigo mediante el raro epíteto latino Campidoctor, el cual vuelve a aparecer —entre los textos hispánicos cidianos— en un interesante diploma de 1098 que exhibe la firma autógrafa del héroe, así como en el otorgado por su esposa Jimena en el año 1101, y, de manera muy parecida (Campidoctus), en dos crónicas latinas que han de datarse con toda probabilidad a finales del siglo XII: la Historia Roderici y la Chronica Naierensis. Al concluir la parte conservada de nuestro Carmen se presta atención a la batalla de Almenar (1082), durante la cual el antagonista principal del héroe castellano —que se encontraba por entonces al servicio del rey moro de Zaragoza— fue el conde Berenguer II de Barcelona. Sin embargo, una serie de detalles históricos deslizados en el poema, así como la notable afinidad que se observa entre la fraseología del Carmen y la de la Historia Roderici (obras que parecen compartir, además, un trasfondo conceptual muy similar), sugieren que el poema no se escribió con el fin de conmemorar el triunfo de Rodrigo en Almenar y que, por el contrario, hubo de redactarse mucho después de que éste se produjese, dando quizá cabida en sus versos a otros hitos bélicos de la vida del héroe. Finalmente, la obra, pese a estar escrita en un mediocre latín —ya «reformado» desde el punto de vista prosódico—, revela al plasmar determinados tópicos una acendrada herencia retórica, así como una práctica literaria que, aunque difícil de adscribir a 1 una escuela clerical concreta o a una determinada cancillería, apunta claramente hacia un público culto —ya fuera «lector» o no— y bien formado en latines, más que hacia un amplio auditorio romance (ávido a buen seguro de noticias sobre la extraordinaria trayectoria del Campeador, pero que apenas se hallaría en condiciones de entender ni medianamente buena parte de los versos del poema). En nuestro trabajo defendemos —tras los pasos de E. R. Curtius, entre otros— una datación tardía del Carmen, que consideramos posterior a la muerte del héroe y que muy probablemente se inspira ya —como bien creía C. Smith— en la Historia Roderici, hipótesis irrenunciable en tanto no se descubra otro texto latino que pudiera haber servido de fuente común a ambas obras. Mucho más complejo resulta quizá, como también ocurre en el caso de la Historia Roderici, determinar la posible procedencia de nuestra composición. Ni su factura literaria sugiere en principio un origen mozárabe, ni cabe aseverar que se escribiera en Cataluña y, más concretamente, en Ripoll (así lo desaconsejan la configuración métrica de la pieza y, en cierto modo, su propio contenido, pese a la existencia de otros supuestos indicios —como el que representa su conservación manuscrita— que señalan en tal dirección). Creemos, por tanto, que ha de seguirse admitiendo en principio que el poema pudo componerse en cualquier rincón de la España cristiana, aunque, por las razones expuestas en nuestro trabajo, consideramos verosímil que se redactase en algún lugar de la región central del norte peninsular (es decir, entre Burgos y La Rioja). En cualquier caso, para volver a afrontar esta cuestión con cierta solvencia habrá que esperar a que aparezcan o se descubran nuevas pistas fiables. Somos conscientes de que, al final de nuestro recorrido por tanto laberinto o inextricabilis error, no terminan de disiparse algunos de los misterios que rodean a este extraño Carmen Campidoctoris, el cual no puede definirse desde luego como la pieza de mayor literatura que el Campeador suscitara (sobre todo si se compara con su gran «rival» vernáculo, el magno Cantar de mio Cid), pero que sí constituye una de sus muestras más antiguas, y que sigue ofreciendo sin duda una primitiva belleza. Pese a la modestia de esta pequeña composición latina, hemos dedicado toda la atención que nos ha sido posible a sus aspectos propiamente literarios (nihil parvum in studiis!), aunque no siempre sean —nunca lo son, en realidad— de gran aliento. Hemos procurado insertar el poema en su contexto histórico —el de la España de los siglos XI y XII— y también en su compleja tradición estética, que no es sino la de la literatura latinomedieval, ese inmenso venero que manaba de antiguo, que nutrió con su rica savia el conjunto de la cultura europea y que incluso llegó a 2 inspirar, en fin, la medrosa minerva de nuestro anónimo cantor del Cid. Sólo queda aguzar los oídos y atender, benévolos, a su premiosa invitación... Campidoctoris hoc carmen audite! Alberto MONTANER Ángel ESCOBAR 3 NOTICIA I. El Carmen Campidoctoris y la materia cidiana I.1. El Carmen Campidoctoris como testimonio biográfico e histórico Independientemente del componente histórico y de su posible veracidad, el Carmen Campidoctoris es ante todo un poema panegírico, dedicado no tanto a narrar en detalle la vida de su protagonista, cuanto a ensalzarlo, destacando una serie de hazañas brillantes que jalonan su trayectoria de guerrero imbatible. Por ello adopta, no una forma épica como son los hexámetros, sino un metro lírico, las estrofas sáficas, que lo acercan al género hímnico, como tendremos ocasión de exponer más adelante. Ahora interesa retener que los fines de este poema son laudatorios y no historiográficos. Como ha indicado Horrent (1973: 113), «la intención del poeta, en lo que el carácter fragmentario de la obra permite juzgar, ha sido celebrar al Cid mediante la representación de varios episodios de su gloriosa carrera, parecidos en su desenlace victorioso, pero diferentes por las circunstancias que los condicionan». Hay pues una selección y quizá una peculiar ordenación de los materiales biográficos, con las miras puestas en la exaltación de su héroe. El propio poeta, acogiéndose a un viejo tópico retórico, señala que las hazañas de Rodrigo el Campeador son muchas más de las que él narra (vv. 9-12), y, al margen de cuántas otras conociera, parece obvio que efectúa una deliberada selección de las mismas, de las cuales además destaca tres (en la parte conservada), debidamente enumeradas: la derrota del guerrero navarro, Hoc fuit primum singulare bellum (25); la victoria sobre García Ordóñez en Cabra: Hec namque pugna fuerat secunda (81), y la batalla de Almenar contra el conde de Barcelona: Tercium quoque prelium comisit (89). Antes de preguntarse por las razones de esta selección y por el sentido conjunto del poema, convendrá detenerse en los datos biográficos del Carmen, explorando el posible trasfondo histórico de tales razones y su papel dentro de la composición poética. El linaje y la fama de Rodrigo (vv. 21-24) El poeta califica al linaje del héroe con el adjetivo comparativo nobiliore, que ha sido acogido con ciertas reservas (véase el comentario al verso 21). En particular, Fletcher señala que «el estilo es curioso. En una época en la que el linaje distinguido era muy estimado, estos versos serían una forma educada de indicar que Rodrigo no pertenecía a los elementos más elevados de la nobleza. Ser “más noble” que algunos implica ser “menos noble” que otros» 1 (1989: 112). Sin embargo, el v. 22 no parece decir eso, sino que su linaje no conocía rival, que era, si no el más elevado, sí uno de aquellos por encima de los cuales no había otro, sin excluir siquiera explícitamente al propio linaje real, lo que incluso podría entenderse como una adscripción de Rodrigo al mismo, aunque no parece ser tal el alcance del pasaje. Las reticencias a aceptar el sentido literal y más inmediato del texto proceden de que Rodrigo Díaz ha sido considerado, a partir de los datos genealógicos ofrecidos a finales del siglo XII por la Historia Roderici, 2, como un pequeño infanzón encumbrado por su propio esfuerzo, cuya familia paterna, aunque de antigua nobleza, pertenecía al estrato inferior de la misma, si bien por parte de madre sería de más alta alcurnia (Menéndez Pidal 123-25 y 679-84, Reilly 1988: 38 y 51, Fletcher 1989: 111-13, Martin 1992: 41-44, Martínez Diez 1994: 38-45). Ahora bien, un nuevo estudio de tal genealogía en el marco más amplio de la nobleza de la época ha permitido a Torres Sevilla (en prensa), además de afianzar la alta condición del Cid por vía materna, sustentar con solidez que los datos de la Historia Roderici afiliaban a Rodrigo en realidad a la importante familia de los Flaínez, vinculada tanto a la dinastía real leonesa como a la navarra. El Campeador sería entonces pariente lejano de los reyes, nieto del conde de León Flaín Muñoz 1 y primo de los condes Flaín, Pelayo y Diego Fernández, éste a su vez padre de doña Jimena (cf. también Torres Sevilla 1999: 133-49 y 192-200). De ser así, como resulta fundado, el autor del Carmen se mostraría mucho mejor informado en este punto de lo que la crítica le ha reconocido, a tenor (todo hay que decirlo) del resto de su poema; o, para ser exactos, mostraría haber apreciado adecuadamente una genealogía como la ofrecida por la biografía latina, que se refiere expresamente a la Roderici Didaci nobilissimi [...] prosapiam (HR 1). De no ser así, tampoco es necesario desestimar el sentido literal de estos versos, pues cabe pensar que el autor suponía para su héroe una cuna adecuada al tono de un panegírico 2, frente a la versión legendaria recogida entre 1185 y 1194 3 en el Linage de 1 Este importante personaje, muerto con posterioridad al año 1000, es el que figura como Flaín Núñez en HR 2. 2 El elogio del linaje es un típico arranque del panegírico, en general a partir de una estirpe ilustre (ex claritate generis), aunque cabía la posibilidad de ensalzar a alguien a partir de una cuna humilde, si humile genus factis illustrauerint (Lausberg 1966-1969: I 216-17; vid. también Curtius 1955: 227-28 y Von Richthofen 1989: 15152). 3 Ubieto (1989: 16) advirtió que el Linage debía fecharse durante el reinado de Sancho VI de Navarra (11501194), al que el texto (§ 25) muestra como monarca reinante. Martin (1992: 32) retrasa el terminus a quo a la muerte de Alfonso VII (1157), a tenor del pretérito usado en Linage 2: «Del linage de Nueno Rasuera vino l’Emperador» (aunque podría tratarse de un perfectum praesens, cf. Martin 1992: 87). Por otro lado, como el mismo Martin (1992: 46-82 y 1993: 189-90) ha demostrado, el Linage está en estrecha relación con la Historia Roderici y la Chronica Naierensis, relación que, en razón de la síntesis efectuada, sólo puede ir de éstas a aquél (Montaner 1993: 604-5 y en prensa b). Pues bien, ambas crónicas (como veremos en el apartado I.2) son con casi total seguridad (en especial la segunda) posteriores a 1185. Esta datación cuadra mejor con el desarrollo de la leyenda de los jueces de Castilla y con los indicios de que el Liber regum primitivo —al que pertenece el Linage— se compuso después de 1177 (Martin 1992: 110 y 1993: 188), lo que permite aceptar el arco cronológico referido en el texto: 1185-1194, aunque posiblemente haya que ceñirse a los últimos años del mismo 2 Rodric Díaz 1-10, que lo hace remontar, por obvios intereses políticos, a uno de los jueces de Castilla, es decir, a un infanzón 4. Cabría incluso pensar en que el Carmen se hiciese eco de tal leyenda, pues, según el Linage 2-3, Rodrigo: veni dreytamente de linage de Laín Calbo, qui fu conpaynero de Nueno Rasuera, e foron amos júdices de Castela. De linage de Nueño Rasuera vino l’Emperador [= Alfonso VII]; del linage de Layn Calbo vino meu Zit el Campiador. Según esta versión, Rodrigo quedaría parejo, por sus orígenes, con los reyes de Castilla. El problema estriba aquí, no tanto en la datación bastante tardía (en el último cuarto del siglo XII) y en el probable origen navarro de la leyenda (Martin 1992: 601-2), sino en el carácter de infanzones atribuido por la tradición a ambos jueces, lo que no concuerda bien con los versos del Carmen. Resulta, pues, menos forzado suponer que el poeta conocía un árbol genealógico igual o semejante al ofrecido por la Historia Roderici y que estaba al tanto de la importante estirpe allí plasmada. Además de ensalzar la cuna de su héroe, el Carmen dedica la misma estrofa a ponderar su fama, que se extiende desde Sevilla a las riberas del Ebro. Ambos lugares fueron, en efecto, escenario de las andanzas del Campeador, el primero fugazmente, cuando a fines de 1079 Rodrigo fue a cobrar las parias o tributos de protección debidos a Alfonso VI por el rey Almu‘tamid de Sevilla; el segundo, durante todo el tiempo en que el guerrero castellano, ya desterrado, estuvo al servicio de los reyes hudíes de Zaragoza (1081-1086). De hecho el propio poema latino recuerda dos de los combates señeros en sendos escenarios (sobre los que volveremos luego): la batalla de Cabra (1079), localidad cordobesa en que derrotó a García Ordóñez (vv. 77-84), y la batalla de Almenar (1082), fortaleza leridana ante la que venció al conde de Barcelona y al rey de la taifa de Lérida (vv. 89-129), si bien es verdad que el Carmen trastoca la cronología de la primera, situándola después del primer destierro (1080 o 1081) y desligándola por completo del cobro de las parias sevillanas, de modo que es poco probable que su autor supiese realmente dónde estaba Cabra. Así pues, más que una referencia exacta o un adelanto del plan de su obra, el poeta está señalando en esta estrofa introductoria, de acuerdo con los cánones del género, la amplitud de la fama de su héroe, que llena Alandalús de sur (Sevilla) a norte (el Ebro). No pensamos, por ello, que la omisión de Valencia sea aquí significativa, como creyó Horrent (como también apunta Goñi Gaztambide 1999: 12, nº 9), pues debe darse espacio para la redacción y difusión de la Chronica Naierensis. 4 El surgimiento y desarrollo de esta genealogía legendaria ha sido estudiado por Martin (1992: 22-110). Como indica Torres Sevilla (en prensa: n. 43), la mención de Flaín Calvo como cabeza del linaje de Rodrigo en la Historia Roderici es ya «un intento claro de remontar la estirpe cidiana hasta los legendarios —y falsos— tiempos de los jueces de Castilla». 3 (1973: 104 y 120-22), el cual sostenía (sin ocultar las debilidades del argumentum ex silentio ) que «el silencio del poeta con respecto a Valencia en los vs. 23-24, cuando el hilo de su pensamiento le incitaba a hablar de ello, nos inclina a suponer mejor la ausencia que la presencia de un episodio consagrado a la toma de la ciudad en las estrofas perdidas del poema»5. Según el mismo autor (104), aun admitiendo dicha falta, ésta afectaría sólo a la estructura del poema, no necesariamente a la fecha de composición, aunque después (120-22) utiliza dicho argumento para justificar una datación durante la campaña levantina, pero anterior a la toma de la capital valenciana. A nuestro juicio, nada se puede concluir de este verso en ninguna de las dos direcciones. El silencio al respecto cobra sentido desde la concepción retórica del elogio (cf. Curtius 1938: 166-67), al señalar simplemente los hitos extremos de Alandalús, territorio en el que es operativa la fama de Rodrigo y al que se refiere igualmente en los vv. 85-88. A fin de cuentas, sería una versión a escala de la hipérbole de la fama que llena todo el orbe o que se extiende de uno a otro polo (cf. Curtius 1955: 234) La lid contra el caballero navarro (vv. 25-26) La noticia de que Rodrigo se destacó tempranamente venciendo a un notable guerrero navarro (y a continuación a otro andalusí) aparece también en la Historia Roderici 5: Postea namque pugnauit cum Eximino Garcez uno de melioribus Pampilone et deuicit eum. Pugnauit quoque pari sorte cum quodam Sarraceno in Medina Celim, quem non solum deuicit, sed etiam interfecit. De ahí toma el dato el Linage 17, que añade algunos detalles: Pues conbatió Rodric Díaz por su seynnor el Rey don Alfonso con Xemén Garçeyç de Turrieyllas, qui era muyt buen cavero [= ‘caballero’], e matólo. Probablemente haya aquí una omissio ex homoeoteleuto y el texto original leyese de forma similar al Liber regum Toletanus (c. 1220): Después se combatió Roy Díaz por su señor el Rey D. Alfonso con Xemene Garcez de Torrellas, que era muy buen caballero, mas plogo a Dios que ovo Roy Díaz la mejoría. Después se combatió Roy Díaz con el moro Hariz uno por otro en Medinacelim, et 5 Apunta implícitamente en la misma dirección Barceló (1965: 42), cuando considera que estos versos anuncian el contenido del Carmen, en relación con las comitum lites del v. 30: la batalla de Cabra, en la taifa de Sevilla, contra el conde García Ordóñez, y la batalla de Almenar, en la cuenca del Ebro, contra el conde Berenguer Ramón II de Barcelona. 4 venciólo Roy Díaz y matólo; pero que [= ‘aunque’] era el moro muy buen caballero 6. Bastante más tarde, otro texto dependiente de éstos, el Libro de las generaciones, redactado en Navarra hacia 1260, lo explica así: Pues convatió Roy Díaz por su seynor el rey don Alfonso con Semén Garçeyz de Turriellas. E tregoaronse los cavall<er>os; e lidiaron largamente, et quando vido Roy Diaz que no.l’ pudo vençer a Semén Garçeyz, matól’ e<l> cavallo, e fo rancado [= ‘derrotado’] Semén Garçeyz. Pues se convatió Roy Díaz con el moro Arit, el buen cavero 7. Por su parte, hacia 1270 la Estoria de España alfonsí acaba de concretar, en esta misma línea, las circunstancias del combate. Según la versión amplificada de 1289, contenida en la Primera Crónica General 522a: Esse año [= 1065] otrossí lidió Roy Díaz el Çid con un cavallero de los mejores de Navarra, que avié nombre Xemén García de Torrellos, un por otro, pos su señor el rey don Alfonso, sobre el castillo de Pazluengos et otros castiellos, et venciól’; et ovo el rey don Alffonso los castiellos. Después d’esto a pocos días lidió otrossí el Çid Roy Díaz en Medina Çelim con un moro que avié nombre Fariz, que era muy buen cavallero de armas, et venciól’ el Çid, et matól’. El resto de las crónicas alfonsíes siguen básicamente la misma redacción 8, aunque la versión crítica, revisada hacia 1282-1284, y representada por la Crónica de Veinte Reyes 204a, atribuye al combate un carácter oficioso: El Çid, aviendo sabor de fazer serviçio al rey don Alfonso, fue lidiar con un cavallero de los más esforçados de Navarra, que avía nonbre Xemén García de Torriellos, solo por solo, sobr’el castillo Pazluengos e otros castillos que tenía forçados al rey don Alfonso, diziendo que non eran suyos nin de su reino, et vençióle el Çid e ganó los castillos d’él e entrególos a su señor, el rey don Alfonso. Después lidió en Medinaçely con un moro que avía nonbre Faris, que era buen cavallero de armas, e vençióle el Çid e matóle. 6 Ap. Barceló (1966: 110) y Martin (1992: 103), quien ofrece una posible reconstrucción del pasaje original del Linage en la p. 104. 7 Ed. Catalán - Andrés (1970: 329), y cf. también Martin (1992: 103); las enmiendas entre antilambdas son nuestras. 8 Crónica Particular del Cid 27r, Traducción gallega 411, Crónica de 1344 III 415; vid. Barceló (1966: 10910). 5 Una derivación más tardía de esta interpretación del suceso parece ser el episodio contenido en las Mocedades de Rodrigo, según las cuales el joven héroe se bate por su rey, Fernando I, contra el campeón del rey de Aragón, el conde don Martín González de Navarra, por la villa riojana de Calahorra. Su posesión se dirime mediante una lid en la que el guerrero castellano, con el favor de San Lázaro (al que poco antes había auxiliado bajo la apariencia de un gafo o leproso), vence al luchador navarro, quedando la localidad en disputa en poder del rey de Castilla: «D’esta guissa ganó a Calahorra Rodrigo el castellano, / por el buen rey don Fernando»9. El episodio se encuentra ya en la versión prosificada en la Crónica de Castilla y en sus descendientes 10, donde constituye el primero de los combates del héroe tras jurar «que nunca se viese con ella [= doña Jimena] en yermo ni en poblado, fasta que venciese cinco lydes en campo» (Crónica Particular del Cid 2v), y pervive en la versión conservada (vv. 518-637 = 521-641), donde pasa a ser la segunda 11. La coincidencia del Carmen con estas fuentes, en especial las tempranas, parece afianzar la historicidad del hecho, si bien se ofrecen numerosas dudas al respecto, empezando por su posible cronología. El poema latino, al ponderar la juventud de Rodrigo y mencionar el combate antes de citar a Sancho II, da a entender que aquél sucedió todavía en época de Fernando I, muerto en 1065, cuando el Campeador contaría unos dieciocho años. En cambio, la Historia Roderici parece situarlo después (postea, cf. Falque 1983: 6) de la (quizá legendaria) derrota de quince caballeros zamoranos, durante el cerco de Zamora en 1072 (HR 5), pero antes de mencionar la muerte de Sancho II (HR 6), que tuvo lugar durante el asedio, probablemente en septiembre de ese año. Esto parece indicar que la victoria sobre el navarro tuvo lugar durante su reinado, si bien resulta imposible que se lograse en esas fechas. Por ello, el Linage, que sigue bastante fielmente la biografía latina 12, y sus derivados (el Liber regum Toletanus, el Libro de las generaciones y la historiografía alfonsí, que sitúa erróneamente en 1065 el «tercero año del regnado d’este rey don Alffonso») interpretan que la lid se hizo ya en tiempos de Alfonso VI13. En realidad, la Historia probablemente se limita a reunir tres sucesos conectados por ser combates individuales, de modo que postea tiene aquí 9 Mocedades 636-37 (ed. Deyermond 1969) = 640-41 ( ed. Alfonso 1999). 10 Crónica Particular del Cid 3r-4r, Traducción gallega 313-18, Crónica de 1344 III 302-7. 11 Vid. Deyermond (1969: 13-14 y 17), Montaner (1988: 435-36). 12 Vid. Martin (1992: 46-82 y 1993: 189-90), y Montaner (1993: 604 y en prensa b). 13 También entienden así la Historia Roderici Barceló (1966: 112) y Horrent (1973: 112, n. 51). 6 el sentido de ‘además’, como el quoque con que se introduce la victoria sobre el moro de Medinaceli (sustituido, sin embargo, por después en todas las versiones romances). En definitiva, la manera más ajustada de entender la Historia Roderici consiste en interpretar que, según ella, los tres combates se efectuaron en vida de Sancho II y, necesariamente, los dos últimos antes que el primero, por razones cronológicas. Otro problema es el carácter mismo del combate (Horrent 1973: 111-112, n. 50). El Carmen lo califica de singulare bellum, expresión que alude a un desafío, aunque no necesariamente a un duelo judicial (véase el comentario al verso 25). Por su parte, la Historia Roderici sitúa las luchas contra el navarro y el moro en paralelo con la acontecida en Zamora, que describe así (HR 5): Cum uero rex Sanctius Zemoram obsederit, tunc fortune casu Rodericus Didaci solus pugnauit cum XV militibus ex aduersa parte. Se trataría, pues, de un combate individual sin más trascendencia que el encuentro fortuito, dentro de una situación de enfrentamiento generalizado. En cambio, los demás testimonios medievales se refieren a una lid singular en términos de un reto judicial, en el que Rodrigo actuaría de campeón de Alfonso VI. El Linage y el Liber regum Toletanus sólo insinúan ese planteamiento, pero el Libro de las generaciones y las crónicas alfonsíes no dejan duda al respecto. Ante tantas incertidumbres, se han propuesto diversas soluciones. Menéndez Pidal admite básicamente el relato cronístico (157-59 y 693-96), como un duelo judicial por la posesión del castillo de Pazuengos (en la frontera castellano-navarra), pero lo desplaza a 1066, durante el reinado de Sancho II, fecha en que Rodrigo actuaría como alférez del rey, una de cuyas misiones (según las muy posteriores Partidas II 9, 16) era fazer riepto por la posesión de las fortalezas y villas realengas (aunque el Carmen sitúa ese nombramiento tras esta lid), y se enfrentaría a Jimeno Garcés, nombre por esos años de dos personajes navarros y de uno aragonés. Barceló (1966) ha mostrado las debilidades de este planteamiento, pues no hay ningún argumento para situar el combate concretamente en 1066, ni para aceptar la tardía noticia sobre Pazuengos como objeto del litigio. De admitirla, advierte, sería más lógico pensar en 1063, cuando Fernando I reedificó la fortaleza en cuestión (momento en que el Cid contaría unos dieciséis años) y un Jimeno Garcés era el alférez real navarro (1062-1064), lo que justificaría su actuación como campeón de su rey en la lid judicial. En su opinión, el combate (desprovisto de dicho carácter) pudo tener lugar hacia 1064, durante el reinado de Fernando I, «y estaría conectado de una manera u otra con la batalla de Graus» (conclusión que se basa en indicios muy débiles y controvertidos), o bien en el período 1074-1076, reinando Alfonso VI, en un momento de gran tensión con Navarra. El planteamiento de Menéndez Pidal es aún admitido por Rodiek (1995: 57) y por Bodelón (1995: 245), aunque dando este último la imposible fecha de 1060 (con un Rodrigo de unos doce años), quizá mera errata por 1066. En cambio, las conclusiones de Barceló han sido admitidas por Horrent (1973: 9-10, pero cf. 112, n. 5, donde parece aceptar la visión de 7 Menéndez Pidal) y por Hitchcock (1999), que optan por la fecha temprana. Basándose también en ellas, Wright (231-32), que niega de plano el carácter judicial del combate, se inclina por entender que «Rodrigo’s defeat of the Navarran [...] is quite possibly an individualisation of a battle», según sucede al centrar la victoria de Cabra en la derrota de García Ordóñez 14. En consecuencia, opina que, aunque el Carmen parece aludir a un combate juvenil no documentado, podría estar reordenando con fines literarios los datos históricos, que se referirían en realidad a la campaña de 1074. Por su parte, Ubieto (1973: 177-78), que retrasa el nacimiento de Rodrigo hasta 1054, parece optar por una datación tardía (aunque lamentablemente no llegó a desarrollar su justificación). Fletcher (1989:118), en tono muy precavido, señala que «no podemos datar el episodio y mucho menos reconstruir las circunstancias que lo produjeron», pero tiende a pensar en una hazaña juvenil del héroe, como indica el Carmen, durante el reinado de Fernando I, y sugiere un posible caso de venganza privada relacionado con las victorias que Diego Laínez, padre de Rodrigo, obtuvo sobre los navarros en el valle del Ubierna, en el que se enclava Vivar (cf. HR 3). En fin, Martínez Diez (1999: 33-34 y 58-59), fechando la investidura caballeresca de Rodrigo hacia 1066, sitúa el combate en la llamada guerra de los tres Sanchos (de Castilla, Aragón y Navarra), datada por Menéndez Pidal (161-64 y 698-700) entre agosto y septiembre de 1067. En nuestra opinión, los testimonios historiográficos medievales muestran que (como ya apuntó Barceló 1966: 115 y 125) a partir de la noticia germinal de la Historia Roderici (hacia 1180) se van haciendo expansiones que nacen esencialmente de deducciones y suposiciones de los sucesivos historiadores sobre sus fuentes (procedimiento, por lo demás, perfectamente documentado). Así se interpreta que el combate se realiza en época de Alfonso VI y en representación suya (Linage, entre 1185 y 1194, y Liber regum Toletanus, hacia 1220), luego se describe en términos de lid judicial (Libro de las generaciones, sobre 1260) y por fin la Estoria de España alfonsí y sus derivados (a partir de 1270), fundiendo el relato de la Historia Roderici con un descendiente del Liber regum, completan el cuadro como un reto (respaldado o no por el rey) por la propiedad de Pazuengos. Nada de ello requiere el concurso de una fuente autónoma, salvo esta última noticia, cuyo origen es desconocido, pero que pudo deberse a una contaminación de datos por parte de los compiladores de la Estoria de España del Rey Sabio. En definitiva, si hay algo de histórico en el episodio, éste debe limitarse a la coincidencia entre el Carmen y la biografía latina. Ahora bien, ésta parece situar el combate durante el reinado de Sancho II, mientras que el poema es ambiguo, pues depende del alcance que se dé a adolescens y de cuándo se fije el nacimiento del Campeador (véase el comentario al v. 26), por más que su dispositio invite a fecharlo en tiempos de Fernando I. 14 Adviértase, no obstante, que en este caso el Campeador y don García dirigen los ejércitos enfrentados, por lo que no es una situación exactamente comparable. 8 En cuanto al carácter de la lid, no puede tratarse de un combate judicial propiamente dicho. Referida a finales del siglo XI, tal interpretación —como ya indicó Wright (232)— constituiría un anacronismo 15, aunque el Carmen se alinee con el Linage y sus derivados al considerarlo cuando menos fruto de un desafío. Lo que ya no es posible determinar es si constituiría un combate estrictamente individual o si se situaría en el contexto de una acción bélica de mayor alcance, como parece desprenderse de la Historia Roderici. El hecho de que el Carmen atribuya a dicha victoria el apelativo de Campidoctor apuntaría también en dicha dirección, pues tanto este término como el apelativo romance de Campeador se ligan a las batallas campales (como se verá luego), más que un enfrentamiento personal. La cuestión es que el episodio resultante (un combate juvenil de Rodrigo en el marco de una batalla contra tropas navarras) no halla fácil acomodo en la historia del momento, como ya se ha visto. La mención de un Jimeno Garcés tampoco permite precisar gran cosa, pues hay documentados personajes de ese nombre desde 1036 a 1075 (Barceló 1966: 119-22). Descartada una lucha por Pazuengos cuando Fernando I reedificó la fortaleza en 1063 (que nada autoriza a suponer 16), no queda ninguna posibilidad durante su reinado, pues la batalla de Graus (a la que aluden Barceló 1966: 126 y Hitchcock 1999), librada ese mismo año de 1063 y en la que Rodrigo formó parte de las tropas mandadas por el entonces príncipe Sancho para ayudar a Almuqtadir de Zaragoza, se hizo contra Ramiro I de Aragón, sin intervención navarra 17. En cuanto a la guerra de los tres Sanchos, supuestamente de 1067, único enfrentamiento de Sancho II con los navarros, podría ser el momento más adecuado para situar el combate, como propone Martínez Diez (1999). Ahora bien, sólo sabemos de ella por una noticia tardía para la que se carece de confirmación (Ubieto 1981: 173-76, Reilly 1988: 40, Fletcher 1989: 120), pues la Primera Crónica General 496b-497a cuenta exclusivamente una batalla con el rey de Aragón (al que llama don Ramiro, cuando debiera ser Sancho Ramírez) a causa de una expedición castellana a Zaragoza, que es casi indudablemente legendaria (Turk 1978: 101-5, Montaner 1998: 20-22, cf. Reilly 1988: 3940), de modo que la Crónica de los estados peninsulares, seguida por la Crónica de San Juan 15 Para la cronología del reto entre hidalgos, cf. Lacarra (1980: 77-78), Pavlovicv y Walker (1982), Montaner (1993: 645-46 y 668-70) y Zaderenko (1998a), y véase luego el apartado I.2. 16 Empezando por lo dudoso de la propia noticia, sólo referida en una nota marginal de un libro becerro del monasterio de San Millán, hoy desaparecido, mientras que en 1070 la fortaleza era con seguridad de Sancho IV de Navarra (vid. Menéndez Pidal 695). 17 HR 4, vid. Menéndez Pidal (131-34), Turk (1978: 82-84) y Fletcher (1989:117). Ubieto (1981: 153-77) considera legendaria la participación castellana y errada la cronología, pues la batalla se habría dado en 1069, pero hay buenas razones para defender la historicidad de la noticia y su datación en 1063 (Montaner 1998: 1320, cf. Reilly 1988: 44 y Martínez Diez 1999: 54). 9 de la Peña (17, ed. Orcástegui 1986), es la única en referirse propiamente a ella, sin precisar mucho la fecha, al inicio del reinado de Sancho Ramírez (1063-1094). En fin, la situación de tensión con Navarra ya bajo Alfonso VI, en el período 1074-1076 (señalada por Wright 232), además de encajar peor en la cronología sugerida por las fuentes, tampoco parece ser propicia a dicho enfrentamiento. En efecto, nada avala que la donación de Alfonso VI a San Millán en 1074 revele una ocupación militar, como sostiene Menéndez Pidal (208-9), ni siquiera su presencia en el cenobio riojano, ya que tal donación se hizo posiblemente en Burgos (Reilly 1988: 82). En verano, el rey Alfonso se había dirigido a Granada para obtener la sumisión del nuevo monarca ‘Abdallåh (Reilly 1988: 83-84). Durante 1075 y la primera parte de 1076, la corte, y Rodrigo con ella, estuvo visitando diversas regiones del reino, sobre todo en el oeste (Menéndez Pidal 212-21, Reilly 1988: 84-87). Por último, la ocupación castellana de La Rioja a la muerte de Sancho IV el de Peñalén (4 de junio de 1076) parece haberse llevado a cabo de forma enteramente pacífica y además Rodrigo no aparece confirmando los diplomas regios entonces suscritos en Nájera y Calahorra, así que probablemente no acompañó en esa ocasión al séquito regio (Menéndez Pidal 221-23, Horrent 1973: 16-17, Reilly 1988: 88-91, Martínez Diez 1999: 94-95). En conclusión, si el combate con el navarro se efectuó realmente, la única coyuntura favorable es la guerra de los tres Sanchos (de confirmarse su historicidad); de lo contrario, habría que situarla en el transcurso de alguna mínima escaramuza fronteriza, lo que no parece corresponderse del todo con las noticias disponibles. Así pues, hemos de coincidir con Fletcher en la imposibilidad de concretar nada al respecto con la información disponible. En todo caso, el autor del Carmen aprovecha esta noticia para convertirla en un motivo importante del encomio del héroe y, atribuyéndole el origen del dictado de Campeador, hace de tal combate el primero de los hitos de la ascensión de su protagonista, que muestra sus cualidades ya desde la etapa juvenil, conformándose a la tópica del género (cf. Wright 232 y véase el comentario al v. 26). El sobrenombre de Campeador (vv. 27-28) El Carmen, como hemos avanzado, asigna a la victoria sobre el guerrero navarro la atribución de un sobrenombre encomiástico, Campidoctor. Propiamente, este término (sobre el que volveremos con más detalle al hablar del título del poema) es un viejo tecnicismo de la milicia latina, donde designaba al instructor en jefe de cada cohorte 18. En el siglo XII, además del sentido figurado de magister, propio de la literatura cristiana, se presenta con el 18 Vid. Cirot (1939b: 180) y ahora Manchón - Domínguez (1998: 615). Para una relación más completa, con algunos ejemplos, véase abajo el apartado III.1. 10 significado de ‘comandante en jefe’ o algo similar 19 . Obviamente, ninguno de los dos sentidos cuadra al caso de Rodrigo Díaz, que ni fue nombrado instructor ni elevado en la ocasión al primer rango de la milicia, ascenso que el Carmen 35-36 desliga por completo de la victoria sobre el navarro. Queda claro, pues, que el poema se está refiriendo a una denominación común, adoptada no por cultos clérigos conocedores del poco frecuente vocablo latino, sino por los caballeros veteranos y principales (maiores). En consecuencia, todo indica que el Campidoctor del Carmen es un término erudito que recubre en realidad una voz romance bien documentada, Campeador 20. La explicación del Carmen respecto del origen de dicha apelación se queda aislada en el conjunto de la historiografía cidiana. Ni siquiera concuerda bien con la cronología de la Historia Roderici 5, que lo sitúa en una época menos juvenil del héroe, con posterioridad a su nombramiento como alférez: Rex autem Sanctius [...] constituit eum principem super omnem militiam suam. Rodericus igitur creuit et factus est uir bellator fortissimus et Campidoctus in aula regis Sanctii. Las versiones cronísticas se alejan de ambos textos y atribuyen el sobrenombre a la aludida victoria de Cabra: «Et d’allí adelante llamaron moros et cristianos a este Roy Díaz de Vivar “el Çid Campeador”» (Primera Crónica General 522b), «e de allí adelante llamaron moros e christianos a este Ruy Días de Bivar “el Çid Canpeador”, que quiere dezir batallador» (Crónica de Veinte Reyes 204b), versión seguida también en fechas próximas por Gonzalo de Hinojosa: Predam atque spolia eorum diripuit ibique uocatus est a Sarracenis Cit, id est Dominus, eo quod esset strenuus preliator 21 . La primera de estas crónicas se contradice parcialmente, cuando atribuye más tarde al dominio de Valencia el origen de este apelativo: «Et d’allí adelante fue llamado el Çid: “mio Çit Canpeador, señor de 19 Cf., por ejemplo, Pedro el Diácono († 1140), Chron. Casinensis IV 118 y 124 [PL CLXXIII 959 y 968]: Adueniente autem Brunone campidoctore imperatoris, cum exercitu ingressus est Monasterium, confestimque eundem electum a militibus custodiri praecepit. [...] Imperator autem ad haec uerba commotus, Brunonem campidoctorem cum cohorte destinans, militum iam dictum castrum direptioni et incendio tradidit. Sandoval (ap. Menéndez Pidal 1944-1946: 524-25) entendió en este sentido el sobrenombre de Rodrigo Díaz, considerándolo equivalente del título de alférez o condestable, como ha vuelto a hacer recientemente Fletcher (1989: 119-20), cosa que desmiente el uso del término, como se verá luego. 20 Esta es la opinión mejor fundada (cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 527-28, Lévi-Provençal 1948: 102, Gil 102, n. 10 y Manchón - Domínguez 1998: 619 y 621). No parece tener mucho sustento la duda de Cirot (1939b: 180) sobre la posible precedencia del término latino: «Mais a-t-il été choisi pour rendre Campeador, ou est-ce l’inverse?». 21 Ed. Lomax (1985: 236). El autor, obispo de Burgos, escribe su Chronica Mundi, a la que pertenece el capítulo «De Roderico dicto Cit strenuo bellatore», hacia 1315 y se inspira, al parecer, en parte de los borradores empleados por los compiladores de la Estoria de España alfonsí (Lomax 1985: 227-33). 11 Valencia”»22. Dada la etimología de «mio Cid», el árabe andalusí sídi (clásico sayyid°) ‘mi señor’, esta última versión resulta más aceptable para esa parte del sobrenombre que la relacionada con la batalla de Cabra (Menéndez Pidal 1944-1946: 576-77 y 1169-70, Montaner 1993: 37879), porque dicho título de respeto (originalmente atribuido a los jefes de las tribus preislámicas) es más propio de quien ejerce una autoridad, y en especial ha sido usado con el sentido de ‘gobernador’ en diversos momentos (cf. Dozy 1881b: I 699b). Bien es verdad que ninguna fuente coetánea aplica a Rodrigo este título, ni siquiera los historiadores árabes, que en cambio sí recogen el de Campeador, con las grafías Alkanbiya†€r (Dozy 1881a [1849]: II 57, Malo de Molina 1857: 12, Hitchcock 1999) y Alqanbiya†€r (Lévi-Provençal 1930: 3056), pero esto se debe probablemente a su repugnancia a atribuir a un cristiano un dictado de fuertes connotaciones islámicas, ya que se ha aplicado a menudo a los descendientes del Profeta (cf. Van Arendonk - Graham 1999), siendo lo más probable que le otorgaran el título sus propios hombres, entre los que no faltarían los bilingües 23, a los que posiblemente se sumarían los mozárabes valencianos, que titulaban a su obispo precisamente assayid alma†rån ‘el señor metropolitano, monseñor el arzobispo’ (Montaner 1993: 378-79). Aunque la explicación aducida resulta verosímil para el título de Cid, no sucede lo mismo con el de Campeador, que sin duda se ganó en fechas más tempranas, como señalan el 22 Primera Crónica General 592a. Las crónicas que prosifican las Mocedades de Rodrigo eliminan ambos pasajes y dan una versión más legendaria, situada en la juventud del héroe: «llegaron a Çamora los mensajeros de los reyes moros que eran vassallos de Ruy Díez de Bivar con muy grandes haveres que trayan en parias. E él estando con el rey [= Fernando I], llegaron estos mensajeros a él e quisiéronle besar las manos, e llamávanle “Cid” [...] que quiere dezir tanto como señor, e presentáronle gran haver que le trayan. E [...] entonce mando el rey que le dixiesen Ruy Díez mio Cid, por lo que los moros lo llamavan» (Crónica Particular del Cid 8r, similar en Traducción gallega 334-35 y Crónica de 1344 III 322). Este episodio no aparece en la versión conservada de dicho cantar. 23 Así opina, rechazando otros étimos propuestos y sin sugerir una cronología específica, Corriente (1999: 289b): «no fueron ellos [= los musulmanes andalusíes] los que le dieron el epíteto de Cid, sino sus mesnadas de mercenarios, a menudo bilingües». Hitchcock (1999), en cambio, lo atribuye a sus soldados andalusíes y lo sitúa en el período zaragozano (como había hecho Chalon 1976: 12): «He made a triumphal entry into Saragossa, where the H€did ruler overwhelmed him with presents and with honours. He had acquired at one stroke prestige and an ascendancy without parallel among his Muslim soldiers who from this time began to call him “my master”, sayyid°, vulg. Sp. Ar. s°d , which was translated into Spanish in the form of “mio Cid” [...] and soon this name prevailed (with or without the employment of the possessive)». Una idea semejante había expresado ya Malo de Molina (1857: 19): «creemos con Dozy [1849] que este título lo recibiría Rodrigo de los musulmanes que tuvo á sus órdenes en el sitio y conquista de aquella ciudad [= Valencia]; título que se le prodigaría por los soldados españoles, admitida la comunidad de lenguas que entre ellos existía; y así se transmitiría a la generación inmediata, que, por darle importancia al personaje, referirían que por los musulmanes a quienes conquistó se le llamaba Sidi, ó traducido, mio Cid». Por su parte, sostenía Menéndez Pidal (555) que «entre esos moros adictos, del partido andalusí, y entre esos cristianos expatriados nació en las fronteras levantinas el nombre familiar y afectuoso del héroe: Cid ‘señor’, Cidi ‘mi señor’ [...] Pero éste era un nombre reservado a la respetuosa intimidad vasallal». Esta última suposición (admitida también por Chalon 1976: 12) resulta improbable, dado el alcance del título. 12 Carmen y la Historia Roderici, pese a su imperfecta coincidencia. Para aproximarse a las posibles circunstancias de su adopción, conviene fijar el sentido del término. La versión del poema latino parece favorecer la interpretación de Dozy (1881a [1849]: II 59-60), seguida por Malo de Molina (1857: 17) y Hitchcock (1999), según la cual campeador sería el equivalente romance del árabe barråz o mubåriz, que el propio Dozy (1881b: I 70b) explica como «celui qui a la coutume de sortir des rangs pour appeler un enemi au combat, qui en fait son métier, l’esp. campeador»24. Ciertamente, hay un ejemplo coetáneo de esta antigua práctica, referido por A††ur†€fi° y citado por el docto orientalista holandés, pero no hay prueba de que fuese una práctica habitual y mucho menos de que ése fuese el oficio de nadie, lo que en absoluto se desprende de dicho pasaje. Por otro lado, aunque singulare bellum podría tomarse en ese sentido 25 , habría que certificar que el Carmen está en lo cierto para asegurar esta interpretación, pues no hay ningún otro testimonio de una actividad parecida del Cid. En fin, si los términos árabes aducidos tienen pleno sentido como derivados de la raíz árabe b-r-z, cuyo significado básico es ‘salir, mostrarse’, no ocurre lo mismo con campeador, que sólo puede proceder de campo, voz que no significa sólo ‘palestra’ (cf. Paris 1882: 420). De hecho, el único testimonio coetáneo que explica el término es el de un historiador árabe que no alude en absoluto al barråz. Se trata de una crónica árabe anónima sobre los reyes de taifas, en un pasaje inspirado en la perdida historia de Ibn ‘Alqama (1036-1116) sobre el cerco y caída de Valencia, Albayån alwå∂i™ f° lmulimm alfå∂i™ [= La exposición clara sobre la calamidad deshonrosa]: Siguió [Ibn Ja™™åf] como rey suyo [= de Valencia] hasta que lo atacó cierto conde cristiano, llamado el Campeador [Alqanbiya†€r], que significa “el señor del campo” [ßå™ib alfa™ß], y cuyo nombre era Rodrigo [Luflr°q] 26. 24 Hitchcock (1999) lo explica así: «the champion who comes out of the ranks, when two armies are ranged against one another, to challenge an enemy to single combat». A fines del siglo XV, Pedro de Alcalá ofrecía las siguientes equivalencias: «desafiar uno por otro atbáraçt [...] desafío uno por uno mubáraza [...] desafiador mubáriç» (ed. Corriente 1988: 14a). Sobre esta práctica bélica, típica de la Arabia preislámica, cf. Galmés (1978: 95-97), quien, por su parte (53-57), cree ver en Campeador un eco del árabe gålib ‘vencedor’, conjeturando que fuese una invención juglaresca del autor del Cantar de mio Cid y que «el Carmen y la Historia Roderici bien pudieron conocer el apodo de Campeador a través del Poema y aplicárselo al Cid, desde su adolescencia, por boca de los principales de Castilla» (54). Sin entrar en otras consideraciones, baste recordar que el dictado de Campidoctor se le aplica ya a Rodrigo en los documentos valencianos de 1098 y 1101, sobre los que volveremos luego, lo que invalida dicha hipótesis. 25 Resulta especialmente adecuado a este contexto un pasaje de S. Benito, Regula [CC CLCLT 1852], I 3-5: qui didicerunt contra diabulum multorum solacio iam docti pugnare, et bene extructi fraterna ex acie ad singularem pugnam heremi, securi iam sine consolatione alterius, sola manu uel brachio contra uitia carnis uel cogitationum, Deo auxiliante, pugnare sufficiunt. 26 Aqåma bihå malikan illà an gazåhu qum†un min aqmå†i nnaßarà yuqålu lahu lQanbiya†€ru wama‘nåhu ßå™ibu lfa™ßi wasmuhu Luflr°qu (ed. Lévi-Provençal 1930: 305). La traducción es nuestra; puede verse en 13 Se trata obviamente del campo raso o campaña, en el que se desarrollaban las lides campales, y no de la liza, marco de la lid singular, que en el aludido pasaje de A††ur†€fi° se denomina, como es usual en árabe, maydån 27. Ahora bien, la expresión ßå™ib alfa™ß puede significar tanto ‘el que señorea el campo de batalla’, en el mismo sentido en que el Carmen describe a su héroe retinens campum (80), como simplemente ‘el que sale a menudo a campaña’ 28. Desde luego, en una sociedad guerrera, el mero hecho de salir en campo no es motivo para apellidar a nadie, así que en definitiva la dicotomía estaría entre ‘victorioso’ o ‘buen guerrero’, dos expresiones no necesariamente sinónimas. Un texto supuestamente coetáneo, la carta de Berenguer Ramón II a Rodrigo Díaz antes de la batalla de Tévar (1090) 29, parece apoyar la segunda opción (HR 38, 31-35): Si autem exieris ad nos in plano et separaberis te a monte tuo, eris ipse Rodericus, quem dicunt bellatorem et Campeatorem. Si autem hoc factum nolueris, eris talis, qualem dicunt in uulgo Castellani aleuoso et in uulgo Francorum bauzador et fraudator. Sea o no el pseudoepígrafo de la pluma del autor de la biografía latina, éste deja implícita en un par de lugares una interpretación semejante, según han subrayado Manchón Domínguez (1998: 625): Roderici Didaci nobilissimi ac bellatoris uiri prosapiam et bella [...] decreuimus (1), factus est uir bellator fortissimus et Campidoctus (5). Como ya han señalado Menéndez Pidal (1944-1946: 529) y Cirot (1939a: 87), Lucas de Tuy, que no usa el Menéndez Pidal (782) la de E. García-Gómez, quien señala en nota «Sahib al-fahs = dominus campi», pero adviértase que dicha expresión puede significar sólo ‘el del campo’, sin una necesaria relación de dominio. Pedro de Alcalá explica así el segundo término: «campo (raso como vega, nava) fahç [...] dehesa, vega fahz» (ed. Corriente 1988: 151a). 27 Al referir el encuentro, dice que el desafiador baraza ilà waßti lmaydåni «salió hasta el medio de la palestra» (ap. Malo de Molina 1857: 16). 28 Lo que no parece justificado es hacerlo sinónimo de algareador o jefe de una incursión, como quiso LéviProvençal en una conferencia de 1938 publicada en la Revue Historique de 1937: «Campeador [...] s’appliquait dès lors probablement à un spécialiste émérite de razzias en terre ennemie» (ap. Cirot 1938: 331). Menéndez Pidal comunicó particularmente su rechazó a Cirot (1939b: 86-87), quien se sumó a él. El arabista francés se reafirmó más tarde en su versión, sin aportar nuevos datos (Lévi-Provençal 1948: 102). 29 La autenticidad de las cartas cruzadas en Tévar entre Rodrigo y Berenguer, rechazada por Menéndez Pelayo (1924-1926: XI 293), Bonilla (1911: 172), Rubio (1974: 224-25) y, dubitativamente, Smith (1986: 103), fue defendida por Menéndez Pidal (379-81, 864-65 y 909-10) y Falque (1981), y aceptada por Vázquez de Parga (1952: 8 y 111-14), Fletcher (1989: 166) y Martínez Diez (1999: 210-14). El único argumento a favor de esta suposición son ciertas diferencias estilísticas entre la prosa epistolar y la del resto de la Historia Roderici, en especial, el uso de Campiator en lugar de Campidoctus. Frente a ello, resulta incontrastable el hecho de que se trate de cartas de desafío que utilizan las fórmulas del reto surgidas en la segunda mitad del siglo XII: la acusación de aleve (Pavlovicv y Walker 1982, Zaderenko 1998a: 193-94 y 1998b: 83), el mentís y la remisión a la lid (Montaner, en prensa b). Por ello, parece preferible atribuir las citadas diferencias (no tan grandes, por otra parte, cf. Manchón - Domínguez 1998: 627) a una deliberada elaboración del autor «con miras a crear en el lector la impresión de verosimilitud que tanto le preocupaba» (Martínez 1991: 52). 14 sobrenombre de Rodrigo, parece inspirarse en esas equivalencias al calificarlo en su Chronicon mundi (hacia 1236) de armis strenuus y de strenuus miles, como hará cosa de un siglo después Gonzalo de Hinojosa al tildarlo, en su citada Chronica mundi (ed. Lomax 1985: 236), de strenuus bellator o preliator. Como se ha visto, ésa es también la versión de la Crónica de Veinte Reyes 204b: «Canpeador, que quiere dezir batallador». La otra posibilidad (es decir, interpretar Campeador como ‘vencedor de batallas’), a la que tácitamente se atiene el Carmen, en tanto que atribuye la adopción del dictado a una victoria concreta y justifica su reválida con otra (la de Cabra), la expone claramente fray Juan Gil de Zamora en su Liber illustrium personarum (ed. Cirot 1914: 81): Prefatus itaque Rodericus arabice fuit Cydy, id est dominus, appellatus, sed campiator fuit uulgariter nuncupatus, eo quod campum fere semper obtinuit contra hostes et in campo de ipsis uiriliter triumphauit. Para zanjar la cuestión es imprescindible analizar la estructura y uso del vocablo 30. Firmemente establecida su relación etimológica con campo (Paris 1882: 420, Menéndez Pidal 1944-1946: 530, Corominas - Pascual 1980-1991: IV 791b), parece claro que morfológicamente es un nombre de agente, compuesto con el sufijo -dor como postverbal de campear (cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 242). En cuanto a éste, se documenta por primera vez en el Libro de Alexandre, 612d y 2624a-b: Los unos son ya muertos e los otros cansados, annos los de Troya muy sobracavalgados, tiénennos fiera guisa de la villa redrados, por canpear a ellos sol non somos osados. con omes e con bestias avedes canpeado, nunca fuestes vençidos, Dios sea ende loado. El interpreta Universal guerra»31. verbo aquí significa claramente ‘batirse, guerrear en campo raso’, como bien Sas (1976: 114), acepción que todavía recoge en 1490 Alfonso de Palencia, vocabulario de latín en romance 280v: «militaris: que campeia, que sigue En principio, pues, campeador significará básicamente ‘lidiador, batallador’, más 30 Para los ejemplos que siguen, salvo remisión en contrario desde la bibliografía, citamos por los textos contenidos en Admyte. 31 Parece tener el mismo sentido, aunque el párrafo es algo difuso, en la traducción de Boccaccio, Teseida 1r: «Aquesto ansyv pasando los griegos a la sazón canpeavan poderosamente por la su desaventura, porque Tesseo, aquel pujante señor duque de Atenas, fijo de Egeo estaba ya con yra por quanto de la gente le hera venido 15 que ‘vencedor, triunfador’. Veamos si es así en los textos disponibles. De nuevo hay que recurrir al Libro de Alexandre 476 y 2567: Antuviós’ el griego [= Menelao] commo ome sabidor, ca vergüença e yra le tollié el pavor, bien guarnido de armas de muy grant valor, dió salto en el campo cuemo buen campeador [O, galopeador P]. Las estorias cabdales, fechas de buen pintor, la una fue de Hércules, el firme [P, bon O] campeador, en el segundo paño de la rica lavor, la otra fue de Paris, el buen doñeador. El primer pasaje, sobre todo, deja claro que campeador no es sinónimo de vencedor, sino de luchador (Sas 1976: 114). En el segundo también es preferible dicho significado, porque el adjetivo «firme» le cuadra mejor. Hay además un par de ejemplos en Berceo, quien describe así al rey de Navarra García III el de Nájera: «Un firme cavallero, noble campeador» (Santo Domingo 127c) y a San Millán, tras vencer una tentación del demonio: «El buen canpeador, por toda la victoria, / non dio en sí entrada a nulla vanagloria» (San Millán 123ab). Aunque el segundo pasaje es algo ambiguo, en el primero resulta preferible la misma acepción que en el Alexandre. Por su parte la Primera Crónica General 90a y la General Estoria V 187r aplican el término a Julio César: el príncep que fasta aquel tiempo mas bravamientre combatiera et firiera a sos enemigos en batalla por sus manos, et qui más lides campales fizo por sí, que éste fue; et porque dizen en latín cuemo oyestes cedere por bater o por ferir, tomaron segund esto d’esta palabra cedere César, e llamáronlo a este Julio; et segund esto, semeja que César tanto quiere dezir cuemo quebrantador de sos enemigos o aun campeador. Claramente, aquí campeador es sinónimo de combatiente. Aún más obvio resulta esto en un último testimonio, el de la citada traducción de Boccaccio, Teseida 37r: En pie se levantó atordido e, como ardid<o> e franco canpeador, delante el pecho el escudo enderesçó e vio a Penteo que fuerte plañía, al qual así dize: «¡Aparéjate, cavallero, que yo aún non soy vençido!» De todo lo antedicho, se desprende que el significado prístino de campeador es, como veíamos en la Historia Roderici, el de ‘batallador’, según estableció ya Menéndez Pidal reclamo de su desmesurada crueldad». Compárense, por otra parte, en francés antiguo champier o champoier ‘cabalgar a campo través; combatir en una liza’ y champeler ‘acampar; combatir’ (Greimas 1987: 102b). 16 (1944-1946: 530). Eso implica que seguramente no pudo recibirlo tras una única hazaña, por sonada que esta fuese, y menos por un combate singular, como indica el Carmen. Tampoco es probable que lo ganase antes de las guerras fratricidas entre Sancho II y sus hermanos, como sugiere el orden del relato en la biografía latina, pues Rodrigo no había combatido aún asiduamente. Ahora bien, si se acepta con Ubieto (1973: 178) y, más matizadamente, Reilly (1988: 43 y 50), que el papel de Rodrigo en dicha guerra fue nulo o mínimo (a despecho de HR 5 y CN III 15-16), habría que esperar al reinado de Alfonso VI (victoria de Cabra, algarada en tierras toledanas) o incluso al primer exilio (batallas de Almenar y Morella) para otorgárselo. La opción de Cabra, como se ha visto, cuenta con el apoyo de la historiografía alfonsí. No obstante, lo menos arriesgado es referir el sobrenombre al reinado de Sancho II, como indica la biografía latina, y en particular a las guerras de reunificación, sobre todo tras la batalla de Golpejera, en 1072. Sea como fuere, lo que está claro, según han visto Manchón - Domínguez (1998: 621), es que el autor del Carmen, ignorando las circunstancias reales en que Rodrigo obtuvo su apodo, pero sabedor (como la biografía latina) de que se relacionaba con las campañas juveniles de su héroe, construye una explicación etiológica ad hoc (cf. también Higashi 1996: 93). Ligarla a la primera hazaña del héroe tenía la ventaja de responder a un viejo motivo literario: la adopción o transformación del nombre tras algún tipo de rito de paso de la edad infantil a la adulta. En el ámbito cidiano, ilustra tal aspecto el momento de las Mocedades de Rodrigo en que éste es armado caballero: «E después que fue Rodrigo cavallero, hovo nonbre Ruy Díez» (Crónica Particular del Cid 6r), «De Rodrigo que avía nonbre, Ruy Díaz le llamaron» (Mocedades 1001 = 1002) 32. Por otro lado, el poema latino responde así una vez más a las pautas del género, que aconsejaba introducir en el panegírico la alabanza del nombre 33. El nombramiento como alférez al servicio de Sancho II (vv. 33-40) La noticia de que Sancho II quiso dar a Rodrigo el principatus prime cohortis debe relacionarse con la que ofrece la Historia Roderici 4, según la cual el mismo monarca constituit eum principem super omnem militiam suam, de modo que, en las guerras del monarca castellano con su hermano Alfonso, Rodericus Didaci tenuit regale signum regis 32 Sobre este pasaje, vid. Montaner (1988: 438). Cf., a propósito del Carmen, el motivo T617.2 : «Hero learns his name at time of first adventure» del índice de Thompson (1955-1958: V 414). 33 Vid. Curtius (1955: 227) y Lausberg (1966-1969: II 216-17), así como lo que decimos en el apartado III.4 sobre el género del Carmen. 17 Sanctii (HR 5). Estos datos indican que Rodrigo ocupaba el cargo de armiger regis o alférez real. Al menos así lo interpreta el Linage 12: «Vino el rey don Sancho a Castieylla, et amólo muyto et dioli su alferizía». Pero el caso es que, frente a lo que sucede con Fernando I o Alfonso VI, no hay documentado ningún armiger regis bajo Sancho II (vid. Torres Sevilla 1999: 444-46). Menéndez Pidal (156-57), seguido por Martínez Diez (1999: 61), no da mayor importancia a este silencio y, partiendo de los citados textos latinos, conjetura que Rodrigo ostentó el cargo durante todo el reinado de aquél. Horrent (1973: 112, n. 51) busca una solución de compromiso, sugiriendo que pudo no existir el título, aunque sí «el cargo militar correspondiente». En cambio, Ubieto (1973: 177-78 y 1981: 158) y Reilly (1988: 37-38) dan a este silencio documental su sentido más obvio: Rodrigo (que aparece confirmando los dos tercios de los diplomas de Sancho II) no fue nunca el armiger regis del monarca castellano, que no habría nombrado a ninguno 34. En ese sentido, no deja de ser curioso que el Carmen diga que el rey quiso darle ese honor, pero que Rodrigo (por modestia, se supone) lo declinó 35. Ante esta reacción, el rey se propone otorgarle una dignidad aún más alta (37-38). Para determinar el alcance de estos versos es imprescindible conocer el papel y la situación del armiger regis del siglo XI. Lamentablemente, como ha indicado Fletcher (1989: 119), «no poseemos ninguna descripción de la época sobre las obligaciones del armiger». Ante este silencio de las fuentes, se le han venido atribuyendo las que a fines del siglo XIII le asignan las Partidas II 9, 16: agora queremos hablar de los oficiales que han de servir [al Rey] que fueren de fuera. E d’estos, el primero e el más honrado es el Alférez, que avemos mostrado. Ca a él pertenesce de guiar las huestes, quando el rey no va ay por su cuerpo, o quando no pudiesse yr e embiasse su poder. E el mismo deve tener la seña cada que el rey oviere batalla campal. E antiguamente él solía justiciar los omes granados por mandado del Rey, quando fazían por qué. E por esto trae la espada delante él, en señal que es la mayor justicia de la corte. E bien assí como pertenece a su oficio de amparar e de acrescentar el Reyno, otrosí, si alguno fiziere perder eredamientos al Rey, villa o castillo, sobre que deviesse venir riepto, él lo debe fazer e ser abogado para demandarlo. E esto mismo deve 34 Algo parecido sucedería después en el palatium de Alfonso I el Batallador: «El reino de Aragón tenía desde los comienzos de su reconquista una organización y un tono eminentemente militares, que Alfonso acentuó más todavía. La corte [...] estaba reducida al mínimum. Los cargos palatinos, de tradición pamplonesa, apenas se mencionan en los documentos: un mayordomo, un alférez, un “botegarius”, un “reposteiro mayor”, se citan muy incidentalmente» (J. Mª Lacarra 1978: 109; cf. también Lema 1997: 61-69). 35 Nótese, de todos modos, que el verso 37 es algo ambiguo y que illo nolente podría referirse no a lo anterior, sino a lo posterior, en concordancia con lo que transmiten la Historia Roderici y el Linage (véase el comentario a dicho verso). Por otro lado, como ha puesto de manifiesto Fletcher (1989: 119), la obvia elaboración literaria de la noticia impide extraer del pasaje conclusiones históricas determinantes. 18 fazer en los otros eredamientos, o cosas que pertenescen al señorío del Rey [...] maguer que fuessen atales que non oviesse riepto. [...] Otrosí a él pertenesce de pedir merced al Rey por los que son sin culpa. E deve dar por su mandado quien razone los pleytos que ovieren dueñas, biudas e huérfanos fijosdalgo, quando non oviere quien razone por ellos ni quien tenga su razón. Otrosí a los que fueren reptados sobre fechos dubdosos que non ovieren avogados. . Sin embargo, hay razones de peso para dudar de que esto fuese así. La fundamental, como ya indicó Ubieto (1981: 157), deriva de la propia constatación de Menéndez Pidal 157: «En Castilla, cosa curiosa, el alférez, a pesar de la preeminencia de su oficio, solía escogerse entre los jóvenes caballeros, y era cargo bastante mudable». Esta apreciación se confirma con las conclusiones del detallado análisis del cursus honorum de la nobleza castellano-leonesa del siglo XI hecho por Torres Sevilla (1999: 440): Como norma general, los hijos de las grandes familias aparecen, entre los veinte y los treinta años, distinguidos con el alferezazgo real que, a menudo, conservarán en posteriores etapas de su vida al servicio de la corona. De similar importancia era la mayordomía, ejercida por individuos de mayor edad. Probada su capacidad militar como armiger, el caballero era designado para una mandación menor o de frontera y, a continuación, dependiendo de su valía y de la influencia familiar, pasaba a una tenencia de mayor entidad, incluso a un condado. Finalmente, el noble recibía la dignidad condal y ejercía su autoridad como delegado del monarca en un territorio señalado. Tal juventud del titular e inestabilidad en el cargo 36 se avienen mal con los que el citado código alfonsí define como «estos fechos tan grandes que el Alférez ha de fazer». Desde luego, el interés de la juventud noble en acceder al cargo 37 revela que se trataba de un puesto de confianza cerca de la real persona. También sugiere esto mismo y es señal de su prestigio el que aparezca a veces en documentos particulares como parte de la data por expresión del regnante 38 . Sin embargo, parece casi imposible que el primer escalón del 36 «La duración de los magnates en el ejercicio de las funciones de alférez varió mucho a lo largo de los siglos X-XIII. [...] Del análisis efectuado sobre los [...] diplomas desde el reinado de Ramiro II a la muerte de Alfonso IX, concluimos que, en un principio, el oficio tenía una duración anual» (Torres Sevilla 1999: 441). 37 «Anhelado por los más jóvenes de la alta nobleza leonesa, fueron los miembros de aquellos linajes más señeros en la historia del reino los que coparon este oficio, sucediendo, a menudo, un hermano a otro, es decir, produciéndose una tendencia a la fijación de este cargo en el seno de una Casa» (Torres Sevilla 1999: 441); cf. también Reilly (1988: 55 y 138). 38 Por ejemplo, en varios documentos de Sahagún de 1075: Regnante rex Adefonso in Legione et in Castella. Dei gratia Agnetis regina. Armiger regis Fredenando Flaginiz (ed. Herrero 1988: doc. 742, similar en 739 y 743), de 1080: Regnante rege Adefonso in Legione et armiger regis Rodrico Gonsaluiz (ibid. doc. 783) o de 19 cursus honorum nobiliario conllevase tales responsabilidades. En particular, resulta poco creíble que un caballero al inicio de su carrera y con una experiencia militar presumiblemente escasa estuviese al frente del complejo aparato de la hueste real (cf. Ubieto Arteta 1966: 91). Así pues, tienden a confirmarse las sospechas de Ubieto (1981: 157-63) de que en este período se cumplía en Castilla y en León lo que la documentación navarra y aragonesa coetánea le había permitido apreciar: que el armiger regis, siguiendo en esto la tradición pamplonesa, constituía básicamente un oficio palatino en la línea del maiordomus, al que posiblemente estaría subordinado (cf. Valdeavellano 1982: 453 y Lema 1997: 62-69). Al menos en un caso, el de Fortún Sánchez en el aula regia navarra (Ubieto 1981: 160), el armígero del rey (1056-1058) reaparece más tarde como mayordomo (1067-1070), lo que indica su posición ascendente en el escalafón. Su cometido sería, entonces, el que su nombre sugiere prima facie: ser el custodio de las armas del rey39. Se trataría, en definitiva, de un tipo especial y honorífico de escudero 40 , aunque el que lo desempeñase fuese seguramente caballero. Del texto de las Partidas sobre lo que el alférez hacía «antiguamente» se desprende que actuaba también en funciones ceremoniales, llevando la espada delante de él en las sesiones judiciales y otros actos solemnes, de ahí el nombre de spatarius regis que recibía a veces (cf. Valdeavellano 1982: 489 y Fletcher 1989: 119) y la representación acorde del armígero de Vermudo II de León en el Liber testamentorum (cf. Soler del Campo 1993: 14). Así lo demuestra el pasaje relativo a la coronación de Alfonso VII (1112) en la Historia Compostellana I 66: Deinde, missa ex more solempniter celebrata, regem nouum deducens ad palatium suum episcopus omnes Gallicie proceres ad regale inuitauit conuiuium, in quo clarissimus comes Petrus regius dapifer extitit eiusque filius Rudericus clipeum et frameam ad regis scapulas alfericeus tenuit. Menos obvio es que fuese ya el abanderado del rey. La única mención en ese sentido se refiere a cierto Suario Nunniz uexillifer que confirma una donación a Sahagún de Raimundo de Borgoña en 1106 (ed. Herrero 1988: doc. 1143). Ahora bien, el diploma es 1098: Regnante rege Adefonso et Berta regina in Toleto. Gomiz Gonsaluiz armiger regis (ibid. doc. 1023, cf. 1043). 39 Ése es su sentido etimológico. Recuérdese a este respecto el comentario de S. Gregorio Magno, In librum primum Regum [CC SL 144], V 91: Armiger uero arma portat, cum quibus non ipse sed alius pugnat. 40 Tal es el significado de armiger en CAI I 78: Comes uero Rodericus Vele a quibusdam militibus regis captus est in bello, sed protinus a duobus suis armigeris, facto magno ingenio, liberatus et fugit cum eis. Lo mismo en Jiménez de Rada, De rebus Hispanie VIII 12: et sicut Domino placuit, ex ea parte ubi instabant Aragonenses, quidam armiger Lupi Ferrencii de Luna murum ascendit. Zurita, Anales II 61, da así la noticia: «dentro de dos días fu entrada [Úbeda] por aquella parte que había cercado el rey de Aragón. Y el primero que subió el muro fue un escudero de don Lope Ferrench de Luna». El mismo sentido tenía en el resto del latín europeo coetáneo (vid. Contamine 1984: 87-88 y 164). 20 indudablemente falso o, como mínimo, está muy retocado 41 y, en todo caso, se refiere a un oficial de la corte condal de don Raimundo de Borgoña, de quien se conocen otros alféreces, cierto Fernando en 1095 y un tal Suero Vermúdez en 1098, y que a menudo se guiaba por patrones distintos de los hispánicos (Reilly 1988: 254-55 y 275-77). Otra misión que se le ha atribuido normalmente es la jefatura de la guardia real (Valdeavellano 1982: 489-90, 493-94 y 619, Reilly 1988: 138 y Fletcher 1989: 119). Esta función, que no es una de las que le asignan las Partidas, se supone heredada por el armiger regis del comes spathariorum visigodo, cargo del que sería continuación (Valdeavellano 1982: 489). Sin embargo, tal explicación choca directamente con la ausencia de dicha figura en la corte asturiana y su surgimiento a principios del siglo X, siendo la primera mención fiable del armiger la de un diploma de Ramiro II de 945 (Mateu Ibars 1980: 268-75, Torres Sevilla 1999: 442-43). Por otra parte, en sendos documentos de 1076 y 1078 aparece Pedro Maurélliz como tiufadus regis, cargo que Torres Sevilla (1999: 445) considera sinónimo de alférez, pese a que el segundo de estos documentos aparece suscrito también por Roderico Gunsaluiz armiger regis (ed. Herrero 1988: 762), quien desempeñó dicho cargo desde ese año hasta 1081. Dado que el citado Pedro fue mayordomo real entre 1075 y 1078 (Reilly 1988: 76 y 138), ese inusitado título será, como el de ichonomus con que aparece en 1075, una designación arcaizante del maiordomus. El caso es que en el palatium visigótico el tiuphadus, además de un tipo de juez, era uno de los comites exercitus, puesto al frente de una unidad de mil hombres, razón por la que era llamado también millenarius (Valdeavellano 1982: 215). ¿Cabe deducir de aquí que el mayordomo regio era entonces el jefe de la mesnada real, o habrá que pensar más bien en un capricho terminológico gotizante de la cancillería de Alfonso VI? Frente a estas incertidumbres, un hecho surge con claridad: en el siglo XII el cargo cambia de nombre casi radicalmente, como ya observó Mateu Ibars (1980: 275-76). En efecto, desde el reinado de Ramiro II hasta el de doña Urraca, la única designación atestiguada es la armiger regis 42, pero a partir de Alfonso VII este término es sustituido casi 41 Lo mismo puede decirse de un documento de 1111 de Alfonso el Batallador y doña Urraca, donde consta Lupus Garciez, uexilifer regis, confirmat y a continuación de nuevo Lupus Garciez confirmat, sin intitulación ninguna (ed. Lema 1990: doc. 50). 42 En un documento leonés de 1018 aparece Pelayo Fróilaz como alférez (ap. Torres Sevilla 1999: 444). Si el diploma es auténtico, se tratará de la modernización de un copista posterior. Cabe la duda de si es el mismo caso el de la donación de Alfonso I de Aragón en 1105 ad uos Garcia Eximinones, meo alferiz, conservada sólo en copias de los siglos XIII y XVI (ed. Lema 1990: doc. 4). Sin embargo el término se repite para cierto Caluet, alferiz en la confirmación de otro diploma del mismo monarca, de 1113 (doc. 59), mientras que en 1116 encontramos a Lope Iohannes, armiger regis (doc. 74). Entre 1125 y 1129 desempeña el cargo Fortún Sánchez, quien suscribe siempre como alferiz (docs. 156, 184, 209, 212 y 213). En 1132 se encuentran excepcionalmente dos titulares conjuntos: Pere Mistan et Garcia Lope, alferices (doc. 253), aunque en la versión concisa de ese mismo documento sólo consta el segundo. Parece, pues, que el cambio de nomenclatura se produjo antes en Aragón que en Castilla y León, aunque la evolución del cargo es más o menos paralela, ya que «la importancia de este oficial se reforzó notablemente desde la segunda mitad del siglo XII» (Lema 1997: 63, vid. en general 62-64). 21 sin excepciones por los de signifer y alferiz 43. Será éste el que predomine en la cancillería del emperador y después en la de los monarcas castellanos, mientras que en el reino leonés lo hará aquél, quedando el viejo título de armiger regis reducido a menciones muy ocasionales: dos en el reinado de Fernando II, una en el de Sancho III y tres en el de Alfonso VIII, para desaparecer por completo a partir de 1166 (vid. Mateu Ibars 1980: 281-310, García Luján 1982: I 90-91 y 106, Torres Sevilla 1999: 448-50). Tras mantenerse casi dos siglos con esa denominación, algo ha tenido que pasar para que, en un ámbito tan conservador como el de los usos cancillerescos, se acoja un cambio tan drástico de designación. La explicación más probable parte de la que ya planteó Ubieto (1981: 160 y 163): sin perder seguramente sus antiguas atribuciones, al menos las ceremoniales, de las que aún se hacen eco las Partidas, el alférez ha debido de cobrar otras nuevas que explican el cambio de nombre, y en la línea en que éste apunta, precisamente. Tal situación podría indicar que el alférez adquiere en esta época los cometidos que le asigna el código alfonsí; pero entonces debería poseer también el mismo rango y anteponerse al mayordomo, como muestran las Partidas II 9, 16-17. Por el contrario, el cursus honorum sigue yendo del alferezado a la mayordomía (véase el comentario al verso 38). No obstante, las nuevas misiones del alférez lo hacen obviamente ascender de posición, al menos paulatinamente, toda vez que se encuentran por primera vez alféreces con la dignidad condal: don Rodrigo de Asturias en 1127 44, don Gonzalo Peláez en 1131-1132 (Torres Sevilla 1999: 448), don Lope en 1158, don Gonzalo de Marañón en 1174-1178 y don Fernando en 11861188 (Mateu Ibars 1980: 293 y 298-304, García Luján 1988: I 106). Además, a partir del reinado de Alfonso VIII, los nombres del mayordomo y el alférez, como principales oficiales de su casa, circundan siempre el del rey en su signo rodado (cf. García Luján 1982: docs. 22 y ss.) Por otra parte, a principios del siglo XIII la importancia de la alferecía es tal que su titular puede ser uno de los hermanos del rey, como vemos con Sancho Fernández bajo Alfonso IX, signífero entre 1213 y 1218, el cual cuenta con un vice signifer, Fernando Sánchez en 1217 y 43 Sólo hemos visto coetáneamente la intitulación de armiger regis en un documento leonés de 1141: Poncius armiger conf. (ed. Fernández Catón 1990: doc. 1433). La de signifer la hemos hallado sólo en dos documentos de 1026 suscritos por Lop Lopiz signifer regis conf., en Salamanca (ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 6) y en León (ed. Fernández Catón 1990: doc. 1383), y en otro, también leonés, donde figura Garsia Garsiaz signifer regis conf. (ibid. doc. 1385). La de alferiz (variantes alfierez, alferce, alfieraz) aparece en 1123, con Lupus Lupi regis alferiz conf. (ed. García Luján 1982: doc. 8), y seguirá en uso durante todo su reinado. 44 Según el documento de dicho año transcrito en la Historia Compostellana II 92, para cuya datación vid. Falque (1994: 485, n. 619). En un documento de 21 de mayo de 1098 aparece, bajo Alfonso VI, un Comite Petrus armiger (ed. Herrero 1988: doc. 1028), pero la mezcla de testigos y confirmantes, así como la ausencia de las indicaciones regis y conf., indican que la corroboración está deturpada y que el documento, como muestra la influencia carolina en la letra, será una copia coetánea defectuosa (ya del siglo XII) . La comparación con el doc. 1027, de 7 del mismo mes y año, indica que debería leerse Comite Petrus conf.– Gomizo Gundizaluiz armiger regis conf. y que se ha producido un salto de igual a igual de Comite a Gomizo. 22 Pedro Ibáñez en 1218, cargo que también desempeñó Bernardo Gutiérrez durante el alferazgo de Martín Sánchez, entre 1222 y 1227 (Mateu Ibars 1980: 277 y 291; Torres Sevilla 1999: 450). Esto sugiere que para estas fechas la alferecía comporta ya la jefatura de la hueste y las atribuciones jurisdiccionales consignadas en las Partidas, aunque no se pueda tener seguridad al respecto. ¿Cómo caracterizar, pues, la situación intermedia entre el armígero del siglo XI y el alférez del XIII? A nuestro juicio, la mejor forma de compaginar estos datos es que, según apuntó ya Ubieto (1981: 163), el armígero ha pasado de ser un cargo palatino básicamente interno a serlo externo, pues, como su nombre expresa, ahora va a caballo (alférez) llevando la enseña del rey (signífero) 45 . Es entonces cuando se convierte en el abanderado que conduce, no aún la hueste, sino la mesnada real 46. Estos datos añaden un nuevo problema a la falta de testimonios sobre la alferecía del Campeador, puesto que la descripción del cargo en el Carmen y en la Historia Roderici como princeps de la prima cohors, es decir, de la militia regis o guardia personal del monarca (véase el comentario al verso 36) y portador del signum regale se acerca más, como vemos, a lo que cabe esperar del alférez real del siglo XII que del armígero regio del siglo XI. Todo parece indicar que a sus autores les llegó la noticia, inverificable, pero posiblemente apócrifa, de que Rodrigo desempeñó dicho cargo para Sancho II y la adaptaron a la realidad institucional vigente, en la que el viejo título de armiger, que cualquiera de los dos textos podría haber usado, no transmitía el alcance coetáneo de la alferecía, restándole importancia al Campeador. A cambio, optaron por un título con reminiscencias bíblicas (señaladas por Falque 1990: 48) de Psal. 44 [45], 17: constitues eos principes super omnem terram y Dan. 2, 48: constituit eum principem super omnes prouincias Babylonis (cf. también Gen. 45, 8; Ex. 2, 14 y Psal. 104 [105], 21, así como Jos. 5, 14: sed sum princeps exercitus Domini) y antecedentes visigóticos (cf. Seb. 13, 3: tempore Egicani et Uittizani princeps militiae fuit, cf. Gil 1985: 96, n. 27). Lo que cabe preguntarse aquí (dejando la posible solución para el apartado I.2) es si ambos textos coinciden independientemente en recoger e interpretar la noticia del mismo modo, o si debe más bien postularse un vínculo entre los dos. 45 Es posible que alférez significase ya en el siglo XII ‘abanderado a caballo’ y que por eso se adopte como equivalente de signifer (cf. Corominas - Pascual 1980-1991: I 154b), pero no hay ninguna seguridad al respecto, mientras que su acepción etimológica, del árabe andalusí alfáris (clásico alfåris) es la de ‘jinete’, voz, por cierto, también de origen árabe (vid. Corriente 1999: 160b y 242b). 46 La evolución de la alferecía podría, pues, trazarse sucintamente del siguiente modo: desde principios del siglo X a comienzos del XII es básicamente el escudero regio; a partir del segundo cuarto del siglo XII pasa a ser el abanderado del rey y jefe de la militia regis; ya en el siglo XIII adquiere el carácter de jefe de la hueste y representante de la justicia real, mientras que a lo largo del siglo XIV el establecimiento de la condestablía en Castilla, del senescalado en Aragón y del mariscalato en Navarra lo reducen a la mera condición de abanderado, el alférez del pendón real (cf. Valdeavellano 1982: 489-90, 493-94 y 619). 23 El amor y la ira de Alfonso VI (vv. 41-64) Antes de adentrarnos en estos episodios, hay que señalar que en el vocabulario de la alta Edad Media el amor y la ira regios no son sólo afectos personales, sino resortes institucionales. Más allá de los auténticos sentimientos del monarca, el amor deriva de la confianza y se convierte en favor político, mientras que la ira se traduce en la ruptura del vínculo vasallático con el rey y provoca el extrañamiento del afectado (Valdeavellano 1982: 384-86, Lacarra 1980: 8-32 y 1995: 183-85). Así se advierte en el Carmen, para el amor regio, tanto respecto de Sancho (34-36: sic dilexit [...] quod principatum uelit [...] dare) como de Alfonso (45-46: cepit hunc amare, / ceteros plusquam uolens exaltare). Ambas noticias tienen su paralelo en la Historia Roderici 5 y 7, con un vocabulario muy similar (como veremos en el apartado I.2). La realidad histórica del máximo favor de Sancho apenas se ha cuestionado, pese a que su principal muestra, el nombramiento como armígero regio, carece de todo respaldo documental, como acabamos de ver. Lo más que puede decirse con certeza es que formaba parte de la schola regis, toda vez que, como también queda dicho, suscribe la mayoría de los documentos del monarca castellano (cf. Reilly 1988: 38-39). En cambio, las complejas relaciones mantenidas desde 1080-1081 entre Alfonso VI y Rodrigo Díaz han arrojado una sombra sobre la afirmación concorde de los textos latinos tempranos acerca del encumbramiento del caballero burgalés en su corte. Menéndez Pidal (199-200) supone, sin aducir pruebas, que don Alfonso acogió a Rodrigo por obligación y no por devoción, como «un vasallo de tantos, y más bien un vasallo tolerado», al que retiró el alferazgo y postergó en la corte, en la que habría ocupado un lugar menor, como se advertiría por su posición al final de las listas de confirmantes en los diplomas regios. No obstante, reconoce que, al casarlo con doña Jimena, su pariente, «Alfonso tenía en alta estima al ex alférez de Sancho» (211), pero, al referirse a la supuesta concesión de inmunidad de las heredades de Rodrigo en 1075, considera, sin prueba alguna, que el rey «no hace sino completar, o acaso tan sólo confirmar, los privilegios otorgados por el rey Sancho» (219). En realidad, aunque Rodrigo hubiese sido alférez de Sancho II, no tendría nada de extraño que Alfonso VI lo hubiese cambiado, dada la movilidad del cargo, ya vista. En cuanto a la situación de Rodrigo en las suscripciones, además de ser un criterio inaplicable, dadas las oscilaciones advertidas en ellas, no muestra una diferencia sustancial con el reinado de Sancho II (Horrent 1973: 14; cf. Martínez Diez 1999: 71 y 74). Por lo que hace a la ingenuación de Vivar, el comentario de don Ramón 47 es tanto más gratuito cuanto que el diploma —donde, por cierto, se califica a Rodrigo de «fidelissimo»— es falso (Martínez Diez 47 Interpretación que podría haberse basado en cierto modo en los versos 43-44 del Carmen, en los que se dice que don Alfonso otorgó a Rodrigo lo que le había prometido su hermano. Sin embargo, esa promesa se liga, dentro del propio poema, al deseo de Sancho de darle un honor aún mejor que la alferecía (vv. 37-38), lo que, como se ha visto en el apartado anterior, podía traducirse en la entrega de una serie de mandaciones territoriales. 24 1999: 36 y 93). A cambio, Horrent (1973: 14-15) señala como otras tantas muestras de confianza que Rodrigo es nombrado juez por el rey en sendos pleitos asturianos en 1075 y es puesto al frente de la embajada al rey de Sevilla en 1079 para cobrar las parias 48, y hace especial hincapié en que, al casarlo con doña Jimena, «el rey eleva a Rodrigo con este matrimonio, vinculándolo directamente a su familia», aspecto en el que también incide West (1983: 29). Reilly (1988: 130-31), por contra, rechaza este argumento, dado que la genealogía establecida por Menéndez Pidal (721-26) para doña Jimena se basa en un documento falso, lo que desvanecería la especie del matrimonio cuasi regio de Rodrigo. Ahora bien, los datos de ese diploma concuerdan con los que independientemente ofrecen la carta de arras (ego uero, denique, Ruderigo Didaz, accepi uxorem nomine Scemena, filia Didago, ducis de terra Asturiense 49) y HR 6 (Dominam Eximinam neptem suam, Didaci comitis Ouetensis filiam, ei in uxorem dedit), de forma que habrá que considerarlo más bien contrahecho (es decir, basado en uno anterior, del que conserva datos verídicos) que enteramente falso (Martínez Diez 1999: 80, n. 22). En definitiva, conjugando toda la información disponible, Torres Sevilla (1999: 192-202 y en prensa), además de ratificar la ascendencia regia y condal de Jimena Díaz, aunque modificando la genealogía trazada por don Ramón, ha establecido que no sólo era prima tercera del rey, sino probablemente también sobrina segunda por parte de padre del propio Rodrigo. En síntesis, cabe decir que Rodrigo continuó su cursus honorum con el cambio de monarca y que la Historia Roderici da una imagen bastante exacta de la situación de Rodrigo en la corte de Alfonso VI, mientras que el Carmen coincide básicamente con ella. Sin duda exagera al decir que el monarca pretendía exaltar al Campeador por encima de todos los cortesanos, lo que está en la naturaleza misma de un panegírico, pero esta hipérbole no es gratuita, pues el poeta podía deducirla del ventajoso casamiento de Rodrigo, toda vez que en esa época «la forma óptima de mantenerse dentro del círculo de la alta nobleza del reino es acercarse, por sangre, al trono» (Torres Sevilla 1999: 410). Ahora bien, ¿cómo es que Rodrigo perdió el favor del rey, pasando a suscitar su ira y, en consecuencia, siendo desterrado? Antes de considerar los aspectos propiamente históricos de la cuestión, conviene cotejar primero lo que dicen el Carmen y la Historia Roderici, ante las posibles discrepancias apuntadas por Barceló (1965: 52-58 y 1968: 132-35) y West (1983: 288). 48 Sobre estos sucesos, vid. Menéndez Pidal (212-18 y 255), Fletcher (1989: 125-29 y 135) y Martínez Diez (1999: 76-100). 49 Ed. Garrido (1983: doc. 25). La noticia, sabemos hoy, es auténtica, aunque este documento (fechado el 19 de julio de 1074, pero posiblemente una copia un tanto posterior, quizá algo retocada, de un original de c. 10781081) plantea problemas de autenticidad y fecha que no podemos abordar aquí (cf. Reilly 1988: 83, Martínez Diez 1999: 82-87 y Martínez García en prensa). 25 Según el poema, los restantes magnates cortesanos, envidiosos de la alta posición que alcanzaba Rodrigo, predispusieron en su contra al rey, quien, temeroso de las presuntas conjuras del Campeador, mudó su amor en ira y procedió a exiliarlo. En general coincide hasta el parecido literal con lo que refiere la biografía latina, aunque el orden y algunos detalles cambien. La inuidia (sobre la cual véase el comentario al v. 58) es en ambos textos la causa de las calumnias vertidas contra Rodrigo: CC 47-48: donec ceperunt ei inuidere / compares aule = HR 9: quamplures tam propinqui quam extranei causa inuidie de falsis et non ueris rebus illum apud regem accusauerunt, y 11: sibi obicientes sibique curiales inuidentes regi unanimiter dixerunt. Lo que los calumniadores dicen al rey es básicamente lo mismo en ambas fuentes, la única diferencia es que el Carmen, siguiendo su tendencia habitual, prescinde de detalles concretos y busca la generalización, pero no cabe duda de que los versos 55-56 (semper contra te mala cogitabit / et preparabit) responden a la misma idea que la acusación vertida en la biografía latina (HR 11: Domine rex, celsitudo uestra proculdubio sciat quod Rodericus hac de causa fecit hoc, ut nos omnes simul in terra Sarracenorum habitantes eamque depredantes a Sarracenis interficeremur atque ibi moreremur). La reacción del monarca es pareja punto por punto (incluyendo la del segundo destierro): CC 57: Quibus auditis susurronum dictis = HR 11, 7-8: Huiusmodi praua et inuida suggestione (34, 5-6: Rex autem, huiusmodi accusatione falsa audita). 58: rex Eldefonsus tactus zelo cordis = 11, 8: rex iniuste commotus (34, 6: motus) 50. 61: omnem amorem in iram conuertit = 11, 8: et iratus (34, 6-7: et accensus ira maxima). 65: iubet e terra uirum exulare = 11, 8-9: eiecit eum de regno suo (34, 7: statim iussit ei auferre castella). Aunque de forma menos directa, también la búsqueda de occasiones (CC 62) para perjudicarlo, basadas en meros indicios (CC 63-64: obiciendo per pauca que nouit / plura que nescit) responde a la lógica de los hechos en la Historia Roderici, donde las calumnias contra Rodrigo surgen en dos fases, una después de la batalla de Cabra (HR 9: causa inuidie de falsis et non ueris rebus illum apud regem accusauerunt), otra tras la algarada en tierras toledanas (HR 11: Vt autem rex Aldefonsus et maiores sue curie hoc factum Roderici audierunt, dure et 50 Sobre la correspondencia de tactus zelo y commotus, cf. Gregorio Magno, Moralia in Iob [CC SL 143], V 45 (Ipse namque zelus rectitudinis quia inquietudine mentem agitat, eius mox aciem obscurat, ut altiora in commotione non uideat, quae bene prius tranquilla cernebat) y, en especial, Pedro Abelardo, Comm. in epist. Pauli ad Rom. [CC CM 11], IV 10 (Zelus, siue bonus siue malus, dicitur feruor quilibet atque commotio accensi animi ad aliquid gerendum). Para un análisis más detallado de esta expresión, véase el comentario al v. 58. 26 moleste acceperunt et huiusmodi causam sibi obicientes...) Es decir, entre las primeras imputaciones y las segundas pasa un tiempo, hasta que se encuentra la ocasión de repetirlas, circunstancia en que surten efecto y provocan el destierro. Aunque sea adelantando el contenido de las acusaciones al primer momento, el Carmen se conforma básicamente a esta visión de los hechos. El único aspecto en que el poema parece no corresponder a la biografía latina es al aducir como causa inmediata de la ira regia el miedo de Alfonso a perder el trono (CC 59-60: perdere timens solium honoris, / causa timoris...) Ciertamente, la Historia Roderici nada dice de esta suerte de conjura contra el monarca o aun de golpe de estado, como lo interpretó Barceló (1965: 57-58 y 1968: 129-32), pero es que no hay tal. Lo que expresa el Carmen es simplemente una trasposición a los sentimientos del rey de la acusación que en la Historia 11 hacen los cortesanos: hac de causa fecit hoc, ut nos omnes [...] a Sarracenis interficeremur atque ibi moreremur 51. Si el rey teme por su trono, es en realidad porque teme por su vida. Comparar estos datos con los sucesos históricos no es tarea fácil, por la razón esencial de que poco sabemos de ellos 52 . Prácticamente la única fuente disponible es la Historia Roderici y es obvio que, refiriendo el destierro de su protagonista, da una versión sesgada en la que hay que leer entre líneas. Básicamente puede establecerse que en 1079, durante su citada embajada a Sevilla, Rodrigo derrotó a las tropas del rey de Granada y de algunos magnates castellanos en la batalla de Cabra (de la que nos ocuparemos luego), lo que le acarreó la enemistad de estos cortesanos, aunque no sabemos hasta qué punto fue decisiva. Lo que sí resultó determinante, como reconoce la propia Historia Roderici 10-11, fue la incursión del Campeador en tierras toledanas en 1080. En la primavera o el verano de dicho año, Alfonso VI se embarcó en la campaña destinada a reponer a Alqådir en el trono toledano y, al parecer, fue entonces, aprovechando que la hueste real se hallaba ausente, cuando una partida andalusí procedente de la zona nororiental de la taifa toledana (posiblemente del área de Medinaceli) lanzó una algarada contra la extremadura soriana que llegó hasta Gormaz. Rodrigo, que según su biografía no había acompañado a la hueste por hallarse enfermo a su marcha, tuvo noticia de la incursión y persiguió con su mesnada a los algareros, saqueando la 51 El propio Barceló (1965: 57, n. 99), aunque sin sacar las consecuencias oportunas, advirtió ya esta correspondencia: «Curiosamente la acusación de los cortesanos en la Historia Roderici es de la misma naturaleza, en cierto sentido, que la del Carmen: el peligro que Rodrigo supone para la vida –o el poder– del rey Alfonso». Nótese, por cierto, que la acusación se repite casi literalmente en HR 34, 1-5 a propósito del segundo destierro: Interea Castellani sibi in omnibus inuidentes accusauerunt Rodericum apud regem dicentes ei quod Rodericus non erat ei fidelis bassallus sed traditor et malus, mentientes et falso hoc ei obicientes, quod ideo ad regem uenire et in eius auxilio esse noluit, ut rex et omnes, qui cum illo erant, a Sarracenis interficerentur. 52 Para la exposición que sigue, véanse Menéndez Pidal (255-69), Horrent (1973: 19-21) y, con apreciaciones más ajustadas, Reilly (1988: 128-33), Fletcher (1989: 133-39) y Martínez Diez (1999: 98-109). En cuanto a la cronología, sigo a Reilly (1988: 130 y 132), que adelanta un año la propuesta por don Ramón para la incursión de Rodrigo, y sitúa a finales de 1080 o principios de 1081 la ejecución del destierro. 27 comarca fronteriza toledana de la que procedían. El asunto no habría tenido posiblemente mayor trascendencia si no fuese porque atentaba frontalmente contra la actitud general de Alfonso VI sobre los pactos de no agresión con los andalusíes y más en particular contra su difícil política en Toledo, donde su rey títere Alqådir era fuertemente contestado y el rey de Badajoz, Almutawakkil, tenía grandes intereses y numerosos partidarios. No es necesario, pues, recurrir a las intrigas palaciegas, aunque no se las pueda excluir del todo, para comprender el ejemplar castigo del rey. El Campeador, desde la perspectiva coetánea, había hecho suficiente para incurrir en la ira regia, a la que iba aparejado el destierro. Así lo ilustra la reacción de Alfonso VI en un caso similar al de Rodrigo en su cabalgada toledana (como han señalado Menéndez Pidal 267-68 y Fletcher 1989: 138-39), el de la incursión de los caballeros de Hita contra Guadalajara, perteneciente también a la taifa de Toledo, referida en fechas cercanas por Grimaldo, Vita Dominici Siliensis, II 26, líns. 15-28: Qua de re regia ira uehementer contra perpetratores huius flagicii est accensa; et certe satis iuste. Omnium nempe legum moderatione, nemo sibi subditum sine equissima consideratione uel examinatione debet impugnare, expoliare uel trucidare. [...] Nimis quippe iniustum et inconueniens uidebatur regie potestati frena laxare audacie et iniquitate; decet namque principes deuotos subditos benigne regere, uiriliter defendere; rebelles autem forti manu impugnare, premere et prosternere. Hoc itaque imperio regali multi ex auctoribus huius iniuste dolositatis sunt capti et artissime custodie mancipati, quatinus nimis insana presumptio illorum sibi digna reciperet et, hoc facto, iusta regis ira quiesceret. Frente a esta perspectiva, que resultaba perjudicial para su héroe, toda la incipiente literatura cidiana (los textos latinos, el Linage y sus derivados, el Cantar de mio Cid) apela a la envidia y rivalidad de los cortesanos, que, actuando como susurrones o mestureros (cf. comentario al v. 57), habrían «mezclado» a Rodrigo con el rey, es decir, lo habrían calumniado hasta conseguir malquistarlo con él y provocar su exilio. Que esta posibilidad existía lo deja claro la disposición de las cortes leonesas de 1188: Statui enim et iuraui, si aliquis faceret uel diceret mihi mezclam de aliquo, sine mora manifestare ipsum mezclantem ipso mezclato: et si non potuerit probare mezclam, quam fecit, in curia mea, penam patiatur quam pati debent [l. debet] mezclatus, si mezcla probata fuisset. Iuraui etiam quod nunquam propter mezclam mihi dictam de aliquo, uel malum quod dicatur de illo, facere malum uel damnum, uel in persona uel in rebus suis, donec uocem eum per litteras meas, ut ueniat ad curiam meam facere directum, secundum quod curia mea mandauerit; et si probatum non fuerit, ille qui mezclam fecit patiatur penam supradictam et soluat insuper espensas quas fecit mezclatus in eundo et 28 redeundo 53. Ahora bien, habiendo causas objetivas para la ira regia, está claro que toda la tradición cidiana se acoge a un motivo habitual en el género biográfico, la inuidia del monarca o del superior del héroe víctima 54, frecuente en composiciones historiográficas y aun hagiográficas (West 1983). Sirva de ejemplo el de otra biografía de finales del siglo XI o principios del XII, la citada Vita Dominici Siliensis I 5, líns. 382-86, de Grimaldo: At uero abbas, comperta regis intentione atque uoluntate et iam percussus in secreto cordis mortifero iaculo inuidie pro tam admirabili uiri constantia et sanctissima conuersatione, cum consensu regis, eum et a gradu prioratus iniusto et deampnabili iudicio deposuit et ab abitatione proprii monasterii expulit. En la misma línea se sitúa una obra más o menos coetánea y cuya fraseología está muy cercana a la de la Historia Roderici, la Historia Compostellana II 85: Compostellanus ita secum estimabat, sed rex aliter in animo habebat: nam susurrones et detractores maliuolentia atque inuidia ducti in Compostellanum facta conspiratione unanimiter insurrexerunt et eum mortalibus et falsis criminibus apud regem accusantes ipsi regi consuluerunt, ut eum in primis caperet [...]. Rex autem eorum perfidiam et maliuolentiam aduersum dominum archiepiscopum plane perpendens et eorum detractiones fictitias et falsas esse minime dubitans, consiliis illorum et suasionibus diuino et beati Iacobi timore noluit ex toto assentire. No obstante, si en otros momentos de la Historia Roderici (19 y 45) se habla efectivamente de la inuidia de Alfonso, todas las obras cidianas, cuando tratan del destierro (incluyendo el segundo en la biografía latina), coinciden en acusar a los mestureros cortesanos, siendo la principal falta del monarca haberles prestado oído (Barceló 1965: 52-58 y 1968, Lacarra 1980: 118-20 y 1995: 186, West 1983, Riaño - Gutiérrez 1998: II 72-77). Se 53 Ed. Muñoz (1847: 103). Sobre esta disposición, cf. Lacarra (1980: 98-99). 54 Adviértase que este término (como puede verse en el comentario al v. 58) no siempre equivale a ‘envidia, celos’ en estos contextos (cf. Barceló 1965: 52-58), sino que a menudo conserva su significado prístino de ‘malquerencia, aversión’ (como ya vio Kienast, ap. Menéndez Pidal 1945: 117), único que cuadra, por ejemplo, en HR 12, 15-18: Cum Almuctaman uero era[n]t Rodericus Diaz, qui seruiebat ei fideliter et custodiebat ac protegebat regnum suum et terram suam, quapropter Sanctius rex et comes Berengarius presertim inuidebant ei erant que ei insidiantes (la causa de envidia que alega Menéndez Pidal 1945: 119, n. 1, fuerza el sentido del pasaje). También es el que seguramente tiene en la célebre apostilla del monje silense (sobre la cual cf. Wright 1983: 293-94): Exhinc inimicus humani generis inmisit talem inimicitatem inter eosdem duos fratres, Adefonsus rex Legionensis et frater eius Sancius maximus, ob inuidiam sui fratri<s> Adefonsi (ed. Menéndez Pidal 711). Según Menéndez Pidal (1945: 118-19), la envidia en este caso se debería «al éxito del hermano mayor, más poderoso, Sancius maximus, que acaba de anexionarse Galicia», pero esto es inexacto, pues quien se había adueñado del reino gallego era precisamente Alfonso (vid. Reilly 1988: 29-32). 29 trata de un viejo recurso narrativo, habitual en la cuentística, como ha puesto de manifiesto M. J. Lacarra (1979: 154-60), de modo que las historias protagonizadas por un rey suelen responder a un mismo planteamiento: éste, «engañado por mestureros y dejándose llevar por la saña», condena a un inocente, al que, si no se le ejecuta la pena, es gracias a la intervención contraria de los buenos consejeros, que consiguen así que «el monarca recobre su mesura y asuma su función retribuidora, restableciéndose de nuevo el equilibrio que había sido perturbado por una falsa información» (156) 55. Este modelo argumental afecta claramente a la relación entre don Alfonso y Rodrigo en el Cantar de mio Cid, donde sirve para dejar al monarca moralmente a salvo, de modo que pueda recuperar su papel de árbitro de la situación y recompensar finalmente al héroe, como así hace (Montaner 1993: 390, Lacarra 1995: 19091). En cambio, en las fuentes historiográficas del siglo XII carece de una función estructural y aparece sólo como una forma habitual de explicar las desgracias del héroe sin atacar muy directamente al monarca (aunque la biografía latina, como hemos visto, sí le atribuya en ocasiones menos decisivas la inuidia). En el caso concreto del Carmen, la eliminación de toda acusación concreta por parte de los susurrones y el dramatismo que otorgan al episodio el súbito cambio en la actitud del rey y los graves temores que lo asaltan dejan clara la elaboración fundamentalmente literaria de unos datos que coinciden sin duda con los transmitidos por la Historia Roderici. El exilio y la batalla de Cabra (vv. 65-88) Si los aspectos considerados hasta ahora ofrecían problemas de interpretación histórica, al menos no planteaban los de contradicción entre las fuentes. En cambio, los referidos al inicio del destierro y a la batalla contra el conde García Ordóñez muestran una notable discrepancia entre el Carmen y las restantes fuentes, sobre todo en la cronología de la batalla de Cabra. Lo primero que se advierte es que el relato de la estrofa XVII sobre los efectos inmediatos de la expatriación se contradice con lo históricamente documentado. Según el poema latino, el Campeador, al salir de Castilla, comienza a devastar las Españas, es decir Alandalús (véase el comentario al verso 67), venciendo a los moros y conquistando sus ciudades. Como es sabido, tanto por la Historia Roderici como por la historiografía árabe del período, Rodrigo Díaz, como tantos otros personajes de su época en circunstancias similares, se dirigió a otras cortes peninsulares para ponerse con su mesnada al servicio de sus gobernantes (Menéndez Pidal 279-84, Fletcher 1989: 139-41, Martínez Diez 1999: 116-19). Primero se encaminó a Barcelona, donde su ofrecimiento no fue aceptado por los dos condes 55 Cf. además los motivos K2298: «Treacherous counsellor», K2126: «Knight falsely accused of sedition», K2126.1: «King’s advisor falsely accused of treason», K2102: «Falsely accused heroe sent on dangerous mission», y Q297: «Slander punished», del índice de Thompson (1955-1958: V 489, 478, 473 y IV 215). 30 corregentes Ramón Berenguer II y su hermano (y posterior asesino) Berenguer Ramón II56. Después acudió a la taifa de Zaragoza, cuyo soberano Almuqtadir sí lo acogió (Turk 1978: 118-19, Montaner 1998: 24-27). Nada más lejos, pues, de esa impetuosa acometida contra territorio andalusí que describe el Carmen, incluso si se acepta la opinión, altamente improbable, de que Rodrigo entró en territorio zaragocí saqueando el valle del Jalón, como cuenta el Cantar de mio Cid 545-861, pues (de haber sido así) no habría pasado de una rapiña al paso, camino de Barcelona o (lo que es bastante absurdo) de la misma Zaragoza 57. Lo que sí resulta muy significativo es la coincidencia entre el poema latino y el castellano (como ya notó Smith 1986: 108), pues ambos conciben el destierro como el inicio de una prolongada campaña contra territorio andalusí, por más que en ambos textos ello implique enfrentarse a señores cristianos y, en especial, al conde de Barcelona. Algo similar ocurre en el Linage 18-19, donde no se transmite la misma idea de una decidida acción contra los moros, pero se escamotea igualmente toda alusión a la estancia de Rodrigo como capitán a sueldo de los monarcas hudíes de Zaragoza, mediante una radical abreviación biográfica: «exiós’ de su tierra. Et pues passó Roic Díaz por grandes travajos et por grandes aventuras», para continuar con el relato de la batalla de Tévar, en la que el Campeador derrotó por segunda vez a Berenguer Ramón II de Barcelona. Habida cuenta de la incontestable dependencia del Linage respecto de la Historia Roderici, no es necesario achacar el planteamiento del Carmen a una disparidad de fuentes; basta con pensar en un planteamiento común con los ofrecidos (en fechas seguramente próximas) por la genealogía navarra y el cantar castellano, que responden a la paulatina consolidación del personaje legendario frente al histórico 58. 56 Reilly (1998: 162, n. 4) ha rechazado, sin argumento alguno, la historicidad del dato, transmitido por HR 12: Ille autem de regno Castelle exiens <ad> Barcinonam uenit, y del que parece hacerse eco el Cantar de mio Cid 960-63. Preguntado más tarde al respecto, alegó que «sigue en ese aspecto a Huici Miranda pues una visita del Cid a Barcelona le parece improbable dada la historia de la época» (en carta privada, ap. Zaderenko 1998b: 128). Sin embargo, como recuerda Martínez Diez (1999: 115-16), «el momento era muy oportuno para ofrecer a los condes sus servicios militares, pues los dos condes hermanos estaban preparando una campaña, tanto por tierra como por mar, contra el gobernador musulmán de Denia». 57 Así lo cree Reilly (1998: 162-63), basándose en Huici (1969-1970: I 197-220), quien, como ya han señalado Smith (1990: 162-63) y Martínez Diez (1999: 115, n. 13), no hace sino seguir acríticamente las crónicas alfonsíes y en especial la Crónica de 1344, que en definitiva se limitan a ofrecer una prosificación del Cantar. Por su parte, el descubrimiento de las ruinas de Alcocer y de las de una mota feudal o donjón amurallado en el frontero cerro de Torrecid u Otero del Cid ha llevado a Corral (1991) y, con un tono gratuitamente ofensivo, (1999: 101-7), a defender también la historicidad de los episodios narrados en el Cantar. No es este el lugar para entrar en la polémica, toda vez que los argumentos expuestos en Montaner (1991 y 1998: 23-24, 60-62 y 98101) sobre la toponimia y la cronología de Torrecid no han sido realmente refutados. Baste señalar que tales planteamientos tienen en su contra el relato de la Historia Roderici y la buena acogida que unas pocas semanas después le dispensaría Almuqtadir al caballero castellano. 58 Sobre ese paso del Cid histórico al legendario, vid. Horrent (1976). Cf. el planteamiento, hacia 1250, de Jiménez de Rada, De rebus Hispanie VI 28: In diebus eius [= regis Aldefonsi] Rodericus Didaci Campiator, qui 31 Más difíciles de explicar son las estrofas XVIII a XXI, pues lo que ahí se narra halla escasa o nula correspondencia con lo que sabemos sobre el primer destierro de Rodrigo. Nada dicen las fuentes sobre una conspiración real o supuesta del Campeador (vv. 69-72) ni sobre el envío contra éste de García Ordóñez en represalia (vv. 73-78). En cambio, la batalla de Cabra, en la que fue derrotado el magnate castellano, sí es un acontecimiento histórico, acaecido seguramente en 1079. Según la Historia Roderici 7-9, Rodrigo fue enviado como embajador al rey Almu‘tamid de Sevilla para recaudar las parias debidas por éste a Alfonso VI. Paralelamente, otra legación fue enviada con los mismos fines al rey ‘Abdallåh AlmuΩaffar de Granada, la cual iba encabezada por dos magnates castellanos, García Ordóñez y Diego Pérez, y dos navarros, los hermanos Fortuño y Lope Sánchez 59. Según la biografía latina, cuando el Campeador se encontraba en Sevilla se supo que el rey de Granada, ayudado por los caballeros cristianos, preparaba un ataque contra la taifa sevillana. Se los intentó disuadir mediante una carta en la que se aludía a la común protección del rey Alfonso sobre ambos reinos, pero dicha carta fue tomada a burla en la corte granadina y se inició la incursión contra territorio sevillano, la cual llegó hasta el castillo de Cabra, en la actual provincia de Córdoba. Enterado Rodrigo, lanzó un contraataque fulminante que se saldó con la completa derrota del ejercito procedente de Granada, así como la captura de los magnates antes citados, salvo Fortuño Sánchez, junto a otros caballeros castellanos, a los que liberó sin rescate al tercer día, a cambio de retener el botín de guerra. De vuelta en Sevilla, Rodrigo recibió de Almu‘tamid las parias debidas y otros valiosos regalos para Alfonso VI y, firmado un tratado de paz, regresó lleno de honor a Castilla, donde, no obstante, los cortesanos, contrariados por el suceso de Cabra, comenzaron a murmurar contra él y a indisponerlo con el rey castellano. Hasta aquí el nítido relato de la Historia Roderici que, no obstante, suscita diversos problemas de interpretación. Aunque dicho texto presenta a Rodrigo como el único conductor de la legación, posiblemente ésta incluiría a otros personajes de la corte, como era habitual y sucede en el caso de la simultánea embajada granadina, de modo que la biografía latina realiza una primera estilización de la historia al situar en solitario a su héroe frente a los ex causa quam diximus non erat in eius occulis graciosus, conserta manu consanguineorum et militum aliorum proposuit per se Arabes infestare. 59 Sobre don García véase el comentario al verso 77. Fortuño Sánchez era un magnate alavés, alférez y luego mayordomo de Sancho IV de Navarra, del cual era cuñado, pues había casado con su hermana doña Ermesinda, por lo que lo era también de García Ordóñez, casado con la otra hermana del rey navarro, doña Urraca; Lope Sánchez era su hermano menor y desempeñó el cargo de estabulario regio en Navarra y ambos pasaron al servicio de Alfonso VI tras el asesinato de Sancho IV (Menéndez Pidal 734-36, Reilly 1988: 131, Fletcher 1989: 137). En cuanto a Diego Pérez, nada puede decirse con certeza, pues los dos personajes de dicho nombre documentados en la época son un magnate del linaje Flaínez, muerto seguramente en 1069 o 1070, y Diego Pérez Obregón, nacido hacia 1100-1110, ninguno de los cuales encaja con la cronología de la batalla de Cabra (cf. Torres Sevilla 1999: 157-60 y 384-88). Menéndez Pidal (736) conjetura fuese el Didaco Petriz confirmans de un documento vallisoletano de 1084, pero éste, desde luego, no era unus ex maioribus Castelle, como lo define HR 7. 32 cuatro magnates enviados a Granada. Por su parte, el Carmen singulariza definitivamente el enfrentamiento entre el Campeador y don García, convertido en «so enemigo malo», como lo presenta el Cantar de mio Cid 1836 (y cf. HR 50, 35-39), donde el propio héroe le recuerda a su antagonista: «commo yo a vós, conde, en el castiello de Cabra, / cuando pris a Cabra e a vós por la barba» (3287-88). En cuanto a la presencia de éste, sirvió a Menéndez Pidal (255, n. 2) para datar la batalla en 1079, dado que en ese año no aparece suscribiendo los diplomas regios. Ahora bien, esa misma circunstancia ha hecho pensar a Reilly (1998: 131) que en realidad don García, que había desaparecido de la corte desde que fue armígero regio en 1074, estaba desterrado por esas fechas y que se había refugiado en Granada. Esto no se compadece bien ni con la información de la Historia Roderici ni con el hecho de que al año siguiente, en 1080, don García aparezca como conde de Nájera. Sin embargo, sí parece indicar que en esos años dicho personaje no poseía especial relevancia en la curia regia 60, de modo que la reacción provocada en la corte por la batalla de Cabra, si no es directamente una invención de la biografía latina, será fruto de una interpretación post factum, basada en las posteriores carreras del Campeador y del conde de Nájera. En cuanto al significado político del episodio, Menéndez Pidal (257-59) considera que, pese a las buenas relaciones de don Alfonso con Almu‘tamid, aquél veía con preocupación el creciente poderío de la taifa de Sevilla, de modo que García Ordóñez estaría siguiendo la voluntad más o menos expresa del monarca castellano, lo que explicaría, junto con la predilección del rey por don García, la hostilidad manifestada contra Rodrigo a su regreso. Descontando el hecho de que esta última se advierte en los cortesanos y no en el rey, cabe otra interpretación del suceso, propuesta por Reilly (1998:125-26 y 131), dado que Alfonso VI estaba entonces especialmente interesado en debilitar al rey de Badajoz, Almutawakkil, y evitar así una posible anexión de Toledo, por lo que le convenía favorecer a su vecino y rival Almu‘tamid y oponerlo al monarca pacense. En este caso, la embajada de Rodrigo habría sido mucho más que una delegación tributaria (cf. HR 9: firmata pace inter Almutamiz et regem Aldefonsum, reuersus est honorifice ad Castellam) y serían García Ordóñez y los demás magnates cristianos los que habrían actuado contra la política diseñada por don Alfonso. Por último, Fletcher (1989: 135-36) ha hecho notar, con las debidas reservas, que Cabra pertenecía entonces al parecer a la taifa granadina y no a la sevillana (como la vecina Lucena, cf. Menéndez Pidal 260, n. 1), lo que podría indicar que la iniciativa del ataque fue de Almu‘tamid, si no del propio Rodrigo, lo que resulta más acorde con los deseos e intereses de Alfonso VI y minimiza la posibilidad de que éste realmente se indispusiese con el Campeador por esta causa. Sea como fuere, la ausencia de cualquier 60 Esto sólo si se acepta que, como parece probable, las menciones de un conde García de Nájera en dos diplomas de 1077 se refieren en realidad a García Jiménez, hermano de Lope Jiménez, anterior conde de Vizcaya y de Nájera (Reilly 1988: 131). Véase al respecto lo dicho en el comentario al verso 77. 33 mención del incidente en las memorias del rey granadino revela su insignificancia en medio de los grandes acontecimientos de finales del siglo XI, pese a que Ibn Bassåm parece hacerse un vago eco de ella: Condujo (maldígalo Dios) su enseña triunfante, venciendo a las partidas de los bárbaros, con cuyos caudillos se encontró a veces, como con García (por mal nombre el Boquituerto), el príncipe de los francos [= el conde de Barcelona] e Ibn Radm°r [= Sancho Ramírez]. Provocó la desbandada de sus soldados y mató con escasa cantidad de los suyos a la abundante de aquéllos 61. Por otra parte, no es improbable que el suceso causase cierto ruido (aunque probablemente no en forma de odio hacia Rodrigo) en la corte castellana, donde no pudo parecer muy apropiado que sus embajadores en las cortes andalusíes se enfrentasen entre ellos, sin contar con la previsible contrariedad de Alfonso VI al ver cómo unos u otros de sus vasallos atentaban contra sus intereses políticos en los reinos de taifas. En lo que hace estrictamente a la batalla, ya que no a su datación, el Carmen coincide básicamente con la Historia Roderici, pues en ambos textos el encuentro se realiza en el lugar llamado Cabra (CC 83: Capream uocant locum = HR 7, 17: castrum, qui dicitur Capra), produciéndose la captura de don García y de otros caballeros (CC 82: in qua cum multis captus est Garsia = HR 8, 7-9: Captus est igitur in eodem bello comes Garsias Ordonii [...] et alii quam plures illorum milites) y el saqueo de su campamento (CC 83-84: ubi castra / simul sunt capta = HR 8, 10-11: abstulit eis temptoria et omnia eorum spolia). Incluso, a primera vista, el resultado de la batalla es semejante, pues los reyes munus soluentes del Carmen 88 parecen ser una generalización de la actitud de Almu‘tamid, el cual, según la Historia 9: addidit super tributa munera et multa dona. Ahora bien, pese a la obvia cercanía fraseológica, los dos textos no aluden a lo mismo. La biografía latina se refiere a los tributos adeudados por el rey sevillano a Alfonso VI, para quien aquél añadió muchos presentes como agradecimiento por el auxilio prestado a través de su embajador. En cambio, el poema latino describe una reacción de temor, no de gratitud, que lleva al conjunto de los reyes de taifas a hacer regalos a Rodrigo, eufemismo que el contexto sólo permite identificar con las parias, que el Campeador cobraba desde que comenzó a actuar por libre en la zona levantina en 1089 (véase el comentario al v. 88). Este último aspecto quizá dé una clave para entender el conjunto de las estrofas XVIIXXI, pues indica claramente que el Carmen se compone desde la perspectiva del éxito final 61 Wakåna (la‘anah€ lLåhi) man߀ra l‘alami, muΩaffiran ‘alà †awå’ifi l‘ajami laqiya zu‘amå’ahim miråran, kaGarsiyatu lmanb€zi bilfami lma‘€ji wara’°si l’ifranji wabni Radm°ra. Fafalla ™alla jun€hidim waqatala bi‘adadihi lyas°ri ka‡°ra ‘adadihim (Aflflax°ra, t. III, vol. I, p. 100). 34 de Rodrigo en su destierro y no desde las incertidumbres de los primeros años de exilio. Ello permite suponer que el desplazamiento cronológico de la batalla de Cabra pudo verse inducido por la confusión con momentos o circunstancias posteriores de la actuación de Rodrigo (cf. Smith 1986: 111). Según Menéndez Pidal (881) «en las fronteras de Zaragoza y Valencia se oía, según Ben Alcama, que García Ordóñez era el capitán que Alfonso pensaba enviar contra el Cid desterrado; de ahí que estas circunstancias fueran transportadas anacrónicamente al momento de la batalla de Cabra». En realidad, lo que dice la Primera Crónica General 581b-582a es que Almusta‘°n II de Zaragoza había informado a los valencianos sitiados por el Cid del envío del conde de Nájera por parte del rey castellano 62. Deducir de esta noticia (cuya veracidad ni siquiera es segura) que ésa era una opinión común resulta como mínimo arriesgado. Mucho más probable resulta la hipótesis de Horrent (1959: 348 y 1973: 116), según la cual el ataque ordenado por don Alfonso en el Carmen sería un eco de la expedición dirigida por dicho monarca contra Valencia (entonces tributaria de Rodrigo) en 1092 y en la que, a su juicio, se habría destacado García Ordóñez, dado que la venganza del Campeador consistió precisamente en atacar el condado de Nájera 63. Efectivamente, durante el verano de 1092 Alfonso VI pactó con aragoneses y catalanes el asedio de Tortosa (tributaria de Rodrigo), mientras él atacaba Valencia con la ayuda naval de genoveses y pisanos, a fin de desplazar al Campeador de su zona de influencia. Aunque las tropas castellanas llegaron a las puertas de Valencia, la expedición fracasó por la falta de coordinación de los aliados, mientras que Rodrigo lanzó en represalia una dura incursión sobre La Rioja, gobernada por García Ordóñez (Menéndez Pidal 416-21, Reilly 1989: 232-33). En su estado actual, la Historia Roderici no ha guardado más que el recuerdo del segundo suceso, pues ambos manuscritos presentan una laguna en lo que sería su capítulo 49, correspondiente a la expedición de don Alfonso contra Valencia, actitud juzgada quizá indecorosa y consecuentemente eliminada por el copista del arquetipo de los dos manuscritos conocidos de dicha obra (Menéndez Pidal 915 y 955, Falque 1990: 82). Afortunadamente parte de las crónicas alfonsíes han conservado de forma aparentemente fiel el pasaje omitido en el texto latino 64. Aunando tales testimonios, puede advertirse que, con 62 Como siempre en estos casos, Menéndez Pidal (475-76) cree el dato tomado de Ibn ‘Alqama, lo que no puede aceptarse sin reservas (cf. Montaner, en prensa b). 63 Barceló (1965: 43-44) desestimó este planteamiento sin más razón que «naturalmente Horrent no aporta razón o prueba alguna». Sus reticencias se debían a su deseo de primar la información ofrecida por el Carmen, que a su juicio consignaría con más precisión que las otras fuentes los sucesos que describe. Esto le llevó a tomarse en serio el supuesto complot de Rodrigo contra Alfonso VI (posibilidad ya rebatida por Wright 234 y West 1983) o la posible localización de la batalla de Cabra tras el destierro, cuando por ninguna fuente histórica o poética consta que el Cid estuviese en Sevilla durante su exilio. 64 Crónica de Veinte Reyes 229b, Crónica Particular del Cid 61v, Crónica de 1344 IV 57-58. Menéndez Pidal (775-79) considera que el pasaje se basa en fuentes árabes (particularmente Ibn ‘Alqama), por algunos detalles 35 leves modificaciones, la hipótesis de Horrent (1973) es altamente probable. En primer lugar, Rodrigo establece un pacto con Almusta‘°n de Zaragoza (HR 47: Factum est autem quod Almuzahen et Rodericus uiderunt se ad inuicem et firmauerunt inter se firmissimam pacem), al que se suma el rey de Aragón Sancho Ramírez (HR 48: Roderici quoque amore et prece, et Sanctius rex cum Almuzahen pacem confirmauit). Por otra parte, para reunir el ejército con que vengar en tierras logroñesas el ataque de don Alfonso contra Valencia, Rodrigo, según los relatos cronísticos correspondientes al desaparecido HR 49, «ganó de Aben Huc, que era entonçes señor de Çaragoça, muchos cavalleros e muchos peones» (Crónica de Veinte Reyes 229b), «ouve d’Abeuque, senhor de Lerida, e del rei de Saragoça muytos cavalleiros e homes de pee» (Crónica de 1344 IV 58). Ambas noticias pueden haber sugerido la idea de que el Campeador urdía un ardid mortal contra la corte ayudado por los más notables agarenos (CC 70-72), que, por lo demás, el Carmen no da como cierta, sino como un simple rumor llegado a la corte (69: fama peruenit in curiam regis). En cuanto al laqueus mortis del verso 73, si no es una expresión casi formular (cuyas reminiscencias clásicas y bíblicas anotamos en el comentario al mismo), podría quizá hacerse eco de la traición de Rueda en 1083, una fortaleza de la taifa zaragozana cuyo alcaide (al parecer, actuando por cuenta propia) se la ofreció traicioneramente a Alfonso VI, algunos de cuyos magnates fueron asesinados al ir a tomar posesión de la misma 65. La Historia Roderici 18-19 deja bien claro que Rodrigo nada tuvo que ver en ello, pero el Carmen puede reflejar aquí o una creencia coetánea en sentido contrario o más probablemente una confusión de su autor, que ha combinado diversas noticias relativas al destierro del Campeador. En cuanto al ataque ordenado por el rey, parece una mixtura de la fallida invasión de Valencia por Alfonso VI y la reacción de García Ordóñez ante la algarada de Rodrigo en su condado, narrada por HR 50: Comes autem Garsias Ordoniz congregauit omnes parentes suos et potentes potestates et principes, qui dominabantur omni terre illi, qui est ab urbe, que dicitur Zamora usque in Pampilonam. Congregato itaque inmenso et innumerabili militum et peditum exercitu, supradictus comes una cum eadem gentium multitudine usque ad locum, qui dicitur como el uso de Juballa por Cebolla (Cepulla en HR 30, 43, 53, 54 y 58, hoy El Puig) o la designación de Sulaymån b. H€d, rey de Lérida, como Aben Hut. Ahora bien, la primera es la forma preferida por los cronistas, mientras que el segundo personaje no vuelve a aparecer en HR, por lo que no sabemos cómo lo designaba. En cualquier caso y al margen de posibles detalles tomados de fuentes árabes, el saqueo de La Rioja sigue casi a la letra el texto latino, por lo que no es aventurado suponer que lo mismo sucedía con la expedición contra Valencia. 65 Vid. Turk (1978: 127-29) y Montaner (1998: 32-38). La fecha exacta del suceso (el día de Reyes de 1083) aparece consignada en un documento de Sahagún: Facta carta uenditionis XVº kalendas februarii, era I CXXIª. In anno quando occiderunt illos comites in Rota; et fuit illa occisione in die Appa<ri>cionis Domini. Regnante rege Adefonso in Legione (ed. Herrero1988: doc. 903). 36 Aluerith, peruenit. Rodrigo, previamente avisado, esperaba esta acometida tanquam lapis immobilis. Sin embargo, todo quedó en puro amago: Vltra itaque ire, et cum Roderico bellum inire nimium pauens et formidans ex loco isto ad terram suam una cum exercitu suo exterritus incunctanter remeauit. [...] comes et uniuersi, qui cum illo erant, a promisso se subtrahentes bello et cum illo pugnare pauentes, iam repatriauerant seseque disperserant, necnon et Aluerith sine milite desertum et uacuum reliquerant. Esta fanfarronada ha podido sugerir igualmente el calificativo de superbus atribuido en el verso 77 a don García, al que la Historia Roderici presenta en el mismo pasaje como Roderici inimicus, de modo que propter comitis inimicitiam et propter eius dedecus prefatam terram Rodericus flamma ignis incendit eamque fere destruxit atque deuastauit (50, 37-39; cf. el comentario al v. 77). Todo apunta, pues, a que el autor del Carmen, por fallo de su memoria o defecto de sus fuentes, si no se trata de una deliberada reinterpretación de la información de que disponía (cf. Smith 1986: 111), ha mezclado los datos de la batalla de Cabra con los de las respectivas incursiones contra Valencia y La Rioja. Cabe preguntarse, entonces, si no habrá confundido la villa cordobesa con una mucho más próxima a los escenarios del destierro cidiano, la localidad catalana homónima (hoy Cabra del Camp), sita a unos 60 Km al sudeste de Lérida, en la actual provincia de Tarragona. En definitiva, el Carmen no refleja una alteración propiamente arbitraria de los sucesos referidos a esta batalla, sino una relativa deformación de los mismos, que tiene como trasfondo unos datos semejantes a los de la biografía cidiana. La batalla de Almenar (vv. 89-129) La última parte del texto conservado del Carmen se dedica a referir la batalla librada en las inmediaciones de Almenar, en la actual provincia de Lérida, por las tropas zaragozanas, mandadas por el Campeador, y las coligadas de Lérida y Barcelona, dirigidas por el rey Almundir y el conde de Barcelona Berenguer Ramón II 66 . Dicho encuentro tuvo lugar seguramente en 1082 y se enmarca en la lucha por la supremacía que enfrentó a los dos hijos de Almuqtadir de Zaragoza, entre quienes el longevo soberano hudí repartió el reino al final de sus días, dejando al mayor, Yu—suf Almu’taman, la taifa de Zaragoza y al segundo, 66 Sobre esta campaña, vid. Menéndez Pidal (286-88), Turk (1978: 124-26) y Montaner (1998: 28-32 y en prensa a). 37 Almundir ‘Ima—d Addawla, las de Denia y Lérida. Ambos habían ejercido el dominio efectivo de sus respectivos territorios al menos desde el año anterior, y a la muerte de su padre, en junio o julio de 1082, Almu’taman procuró infructuosamente someter a su hermano. Al no conseguir su reconocimiento, se produjo una situación de hostilidad en la que el monarca leridano buscó el respaldo de Sancho Ramírez de Aragón y de Berenguer Ramón II de Barcelona. En esta tesitura, el rey de Zaragoza encomendó al Campeador el refuerzo de la frontera nororiental de su reino, la más expuesta a la presión conjunta de aragoneses y leridanos. Para ello, Rodrigo (posiblemente a fines del verano o comienzos del otoño de ese año) se dirigió primeramente a Monzón, donde confirmó la lealtad de esta importante plaza al monarca zaragozano; después a Tamarite y por último a Almenar, que era una valiosa avanzada sobre Lérida. Tras reforzar sus defensas y apostar una guarnición, se dirigió hacia el sur, donde tomó a los leridanos el castillo de Escarp, en la confluencia del Cinca y del Segre. Mientras tanto, Almundir reunió una hueste formada por sus propias tropas y las mesnadas de los condes Berenguer de Barcelona y Guillermo de Cerdaña, más las del hermano del conde de Urgel y las de diversos magnates de Besalú, Ampurdán, Rosellón y Carcasona. Con tan potente ejército asedió el castillo de Almenar. Informado el Campeador, volvió a toda prisa hacia el norte, dando aviso de la grave situación a Almu’taman, quien partió al frente de sus tropas desde Zaragoza, encontrándose ambos en Tamarite. El rey zaragozano propuso atacar al ejército sitiador, pero Rodrigo, advirtiendo su propia inferioridad numérica, aconsejó llegar a un acuerdo con el enemigo, a fin de que levantase el cerco a cambio de un censo o tributo. Alum’taman se dejó convencer, pero la propuesta no fue aceptada por los sitiadores, lo que decidió al Campeador a lanzarse al combate. Pese a la ventaja de las tropas leridanas y catalanas, el ejército zaragozano obtuvo la victoria, poniendo en fuga a Almundir y a los caudillos catalanes, y capturando, entre otros, al propio conde de Barcelona, que fue puesto en manos de Almu’taman y liberado al cabo de cinco días. Después, el rey zaragozano y su general regresaron a su capital, donde hicieron una entrada triunfal. Este episodio es narrado con cierto pormenor por la Historia Roderici 13-17 y sus datos coinciden básicamente con los del Carmen, aunque éste los estiliza notablemente. Así, frente al cúmulo de magnates catalanes citados por la biografía latina, el poema se centra en el conde y marqués de Barcelona (cf. el comentario al v. 93), el gran derrotado en la jornada, incluso por delante del monarca leridano, citado sólo en segundo término. De este modo, el combate se plantea como una de las «lides condales» anunciadas en el v. 30. Por otro lado, aunque la dependencia de Almenar respecto de Zaragoza queda clara, nada se dice ni de su rey moro ni de que Rodrigo actuase por cuenta suya, de modo que, una vez más, se obvia toda 38 relación de dependencia de Rodrigo respecto de los musulmanes 67, lo que contrasta con la presencia en el combate del rey de Lérida en el bando barcelonés. Además, se añade la minuciosa descripción de las armas de Rodrigo, una típica amplificación retórica que sigue más o menos modelos clásicos y bíblicos (véase el comentario a los vv. 105 y ss.) Pese a todo, ambos textos muestran una gran cercanía (como ya apuntó Wright 230): CC 95-96: simul cum eo Alfagib Ilerde, / iunctus cum hoste = HR 14, 5: omnes isti uenirent pariter cum Alfagit. 97-98: Cesaraugustae obsidebant castrum / quod adhuc Mauri uocant Almenarum = 14, 5-7 et obsiderent supradictum castrum Almanara [...] Obsederunt itaque eum (cf. 13, 9-10: castrum antiquum, qui dicitur Almanara y 15, 12-13: hostes, qui obsidebant castra Almanara). 99: quos rogat uictor = 15, 16-17: Rodericus autem ad comites predictos et ad Alfagit statim nuntium misit. 101: cumque precanti cedere nequirent = 15, 18: Illi autem suis dictis adquiescere noluerunt. 103-4: subito mandat ut sui se arment / cito, ne tardent = 16, 1-2: Rodericus autem conmoto animo iussit omnes milites suos armare et uiriliter se ad bellum preparare. Quizá la única diferencia notable entre ambos textos es el contenido de la propuesta de Rodrigo a los sitiadores, que en la biografía latina es propiamente una fórmula para acabar con el cerco, mientras que en el poema es sólo un medio de auxiliar a los sitiados. Como ya señaló Menéndez Pidal (288), «aun con esta discrepancia, es notable la coincidencia con la Historia Roderici», si bien más adelante (880-81) sostiene que el Carmen, en este episodio, «se halla en todo lo esencial conforme con la Historia Roderici, pero no se puede decir que se haya documentado en ella», debido a su distinto punto de vista (más informativo en la biografía, más descriptivo en el poema) y al verlas «diciendo una que el Cid pide a los sitiadores de Almenar que le dejen bastecer a los sitiados, y afirmando otra que el Cid ofrece dinero para que levanten el cerco»68. Sin terciar por el momento en la posible relación de 67 Barceló (1965: 48) sostiene, en cambio, que «sólo cabe pensar que no se mencionan el nombre del rey Ban€ H€d ni la relación del Cid con él, porque es obvia para el lector u oyente», de modo que «sólo desde Zaragoza cobra sentido el Carmen». Al margen de la hipótesis de un autor mozárabe (que la cultura literaria y el tipo de latín empleado desmienten, como luego veremos), nada avala esa obviedad. El silencio del Carmen al respecto es coherente con la visión que del exilio de Rodrigo dan las estrofas XVII y XXII, como ya se ha visto. 68 Curtius (1938: 170) adujo parte de estas apreciaciones a favor del influjo de la Historia sobre el Carmen. En su réplica, Menéndez Pidal (1939: 6) alega que ambos textos coinciden, no por una filiación común, sino por su común sujeción a la realidad de los hechos: «la coincidencia en lo esencial la da la veracidad». 39 ambos textos, sobre la que volveremos en el apartado II.2, conviene señalar ahora que la diferencia de planteamiento no obedece necesariamente a la diversidad de fuentes, sino que puede deberse de igual modo a una distinta finalidad literaria. En el caso del Carmen, influyen claramente los patrones del género panegírico, frente a las exigencias de la prosa historiográfica. En este sentido y sin olvidar que la idea del abastecimiento le pudo venir al autor de la extrema situación de los asediados (HR 14: multis diebus debellauerunt eum, donec eis, qui erant in castrum, deficit aqua, 15: omnes, qui erant in supradicto castro, uidebantur fessi [...] et quasi in extremis positi) 69, se ha de notar que la propuesta de levantar el cerco a cambio de un censum o renta anual, como la de un predio cualquiera (cf. Valdeavellano 1982: 133 y 251), no resulta especialmente heroica. Por el contrario, la petición de permiso para entregar lo que hoy llamaríamos «ayuda humanitaria» no sólo obvia dicho aspecto, sino que crea un adecuado clímax bélico: a la razonable y humilde petición de Rodrigo (CC 99: rogat uictor, 101: precanti) sucede la radical negativa, tácitamente orgullosa, de los sitiadores (101- 2: nequirent / nec [...] darent), lo que excita el ardor bélico de Rodrigo, quien de pronto (103: subito, equivalente en cierto modo a HR 16, 1: conmoto animo) manda a los suyos disponerse para la batalla. En último término, se repite aquí un esquema común a las tres lides enumeradas en el poema: el de la victoria del débil frente al fuerte, del humilde contra el soberbio y, si se apura, del injustamente perseguido contra las autoridades perseguidoras. En definitiva, el planteamiento del Carmen, más que ofrecer un dato divergente del de la Historia, procede a una nueva estilización en la línea de las ya vistas, por convenir mejor al adecuado encomio de su héroe. Balance Al comienzo de este apartado nos planteábamos el sentido de conjunto del poema y los criterios de selección respecto del material biográfico cidiano. En este segundo ámbito, se advierte que, sobre un fondo constituido básicamente por sus triunfos sobre los musulmanes, cuyas ciudades somete y saquea, y a los que, temerosos, arranca tributos, destacan tres batallas en campo abierto, las tres contra paladines cristianos, como ya subrayó Barceló (1965: 49-50). Este último aspecto no deja de resultar sorprendente, pero quizá sea fortuito. En efecto, el criterio básico de selección, más que el contrincante del héroe (y no olvidemos 69 Añádase a ello que, más adelante, cuando los habitantes de Murviedro, cercado por Rodrigo, piden ayuda al conde de Barcelona, éste les propone asediar el castillo de Oropesa como maniobra de distracción, et dum ille ad me uenerit mecumque pugnare conatus fuerit, uos interim ex alia parte cibariam in uestrum castellum sufficientem mittite (HR 70, 30-32). La situación es prácticamente la inversa pero, por lo mismo, pudo sugerir la formulación del Carmen. 40 que en Almenar combate también contra Alfagib de Lérida), es el tipo de lucha, la lid campal, la que justifica precisamente el laudatorio sobrenombre de Campidoctor. En esto el Carmen no está sólo, sino que se guía por el prestigio que este tipo de lucha tenía en la Edad Media, considerada como la forma más noble de hacer la guerra, frente a los asedios, emboscadas y algaras (Contamine 1984: 274 y 286-93, cf. Montaner 1993: 470-71 y 530-32). Así se advierte también en el Cantar de mio Cid 782-84, cuando, tras la victoria sobre Fáriz y Galve: Dize Minaya: –Agora só pagado, que a Castiella irán buenos mandados, que mio Cid Ruy Díaz lid campal á arrancado.El mismo Álvar Fáñez, en su segunda embajada ante don Alfonso, destaca precisamente (tras enumerar la conquista de diversas plazas, incluida Valencia) que «e fizo cinco lides campales e todas las arrancó» (1333), número que o bien es una exageración (pues las batallas de la campaña levantina habían sido sólo dos) o, más probablemente, reúne el conjunto de las vencidas desde el destierro, a modo de resumen de toda su trayectoria victoriosa (vid. Montaner 1993: 185). También en las Mocedades de Rodrigo se hace especial hincapié en este tipo de combate, a través del voto pronunciado por el héroe (sobre el cual vid. Deyermond 1969: 161-62, Montaner 1988: 434-37, Serrano 1996, Hook - Long 1999), del que ya hemos citado antes la versión cronística prosificada y que en el texto poético dice (vv. 438-41 = 440-43): Señor, vós me despossastes, más a mi pessar que de grado, mas prométolo a Christus que vos non besse la mano, nin me vea con ella en yermo nin en poblado, fasta que venza çinco lides en buena lid en canpo. Pues bien, resulta que hasta el momento en que se interrumpe el Carmen, las lides campales de su héroe no se habían efectuado más que contra campeones o caudillos cristianos. El autor podría quizá haber seleccionado otras, pero todas ellas (Graus, Llantada, Golpejera, Santarén, Zamora) lo oponían a sus propios correligionarios. El único enfrentamiento con musulmanes, descontada su participación en la batalla de Cabra (que la propia Historia Roderici 8 minimiza), eran las represalias por la algarada toledana, pero no se trataba de una lid campal. Este criterio nos parece mucho más obvio que la suposición de Barceló (1965: 50) de que «el autor no concibe la gloria del Cid como un resultado de su acción contra los hispano-musulmanes», que se compadece mal con las estrofas XVII y XXI. Por contra, nada impide que en la parte perdida del poema se refiriesen los combates en campo abierto contra las tropas almorávides, en especial la afamada batalla de Cuarte o Quart de Poblet (descrita en la Historia Roderici 62, cf. Linage 21). Cierto que el espacio disponible en las 12 o 13 estrofas faltantes (si el poema llegó a copiarse completo, lo que, en principio, 41 resulta lo más probable) no parece dar de sí para acabar la batalla de Almenar, contar la conquista de Valencia e incluir una o, quizá, otras dos batallas campales (ya se ha visto que el cinco es un número predilecto de la tradición cidiana sobre el particular). A este respecto, la opinión más razonable es, a nuestro entender, la de Horrent (1973: 100-103), quien ha señalado la ineficacia de operar por analogía de la parte conservada sobre la perdida, como han hecho Curtius (1939) para suponer un poema de mayor extensión total y Menéndez Pidal (1938) para deducir que el poema se acababa con la batalla de Almenar o, a lo sumo, la de Tévar, puesto que nada exige ni un desarrollo del tercer combate en proporción a su parte preparatoria (pese a su extensa descriptio armorum), ni que otros sucesos de mayor importancia histórica recibiesen un tratamiento correspondiente a la misma. Nada puede conjeturarse firmemente al respecto, pero estas advertencias hacen ver que es perfectamente posible que el Carmen dedicase sólo un par de estrofas más a la batalla de Almenar (de lo que hay paralelismos, vid. Horrent 1973: 100-101 y cf. Montaner, en prensa b) y las diez u once restantes a otros dos combates (a razón de cuatro o cinco por lid), incluida una, pareja a XVII o XXII, sobre la toma de Valencia. Ahora bien, como ha indicado Gwara (1987: 203), en la parte conservada se advierte una gradación creciente en el número de versos dedicado a las sucesivas lides, lo que parece contraponerse —por mera falta de espacio— a la anterior suposición. Bien es verdad que, como el mismo autor sostiene (199, n. 7), «there is no reason that the poem could not have extended beyond its 129 surviving lines to aproximately 400», pero antes de construir una hipótesis sobre otra, cabe una explicación que no requiere sobrepasar los 180 versos que tendría el poema como máximo, antes de la rasura, y es que el Carmen ofreciese una construcción simétrica, cuyo centro climático se hallase en la batalla de Almenar, de modo que las restantes fuesen objeto de un tratamiento menos pormenorizado. No pretendemos con esto sostener que el Carmen constituyese necesariamente el tipo de «panegyrische Vita» que supuso Curtius (1938: 169), pero ese planteamiento es coherente con el género en el que el poema se inserta y no contradice lo que la parte conservada ofrece, aunque Menéndez Pidal (1939: 4-5) rechazó de plano esta posibilidad. Es cierto, como acabamos de ver, que «lo que él canta, pues, son las lides del Campeador [...], no la vida del héroe», pero eso no significa que «el plan del poema es la negación de una visión total biográfica» y mucho menos que «los hechos resonantes se le echan encima de los ojos; los árboles no le dejan ver el bosque, las victorias no le dejan ver la vida victoriosa». La mejor prueba de lo contrario la tenemos en el Linage, que, como desarrollo de una exposición básicamente genealógica, realiza una sucinta exposición biográfica, casi tan radicalmente selectiva como la del Carmen y basada sin duda en la Historia Roderici y la Chronica Naierensis (vid. Martin 1992: 66-68). Allí se recuerda muy sintéticamente la actuación de Rodrigo en Graus (12), Santarén (13), Golpejera (14), Zamora (15-16) y el combate contra 42 Jimeno Garcés (17). A partir del destierro (18), el recorte es realmente drástico, pues tras una vaga referencia (transcrita más arriba) a los «grandes travajos» del Campeador (19), se incluyen sólo la batalla de Tévar (20) y la conquista de Valencia con una versión semilegendaria de la batalla de Quart (21), para concluir con la muerte del Cid y su posterior inhumación en Cardeña (21-22). Es obvio que la selección es rigurosa y que el cronista navarro se centró sobre todo en la etapa castellana de su héroe, de ahí que su elección no concuerde con la del Carmen, pese a lo cual hay coincidencias interesantes, como la lid contra el caballero navarro o una victoria sobre el conde de Barcelona (la de Almenar en el poema, la de Tévar en la genealogía), además de la común omisión de los servicios prestados por el Campeador a los reyes de Zaragoza. Por lo demás, el principio rector del Carmen es más neto que el del Linage. Menéndez Pidal (1939: 5) sostuvo «cuán mal escogida está la serie de esas tres lides desde el punto de vista de la totalidad histórica», lo que ejemplifica con la ausencia de «la primera victoria personal» de Rodrigo, la obtenida sobre quince caballeros zamoranos (HR 5), deteniéndose en cambio en la lid contra Jimeno Garcés, que la biografía latina «despacha en muy pocas palabras». Aquí se han de notar dos cosas: en primer lugar que la correcta interpretación de la Historia Roderici (como ya hemos visto al tratar del primum bellum) exige entender que los combates contra el caballero navarro y el moro de Medinaceli anteceden a la victoria sobre los zamoranos. Y en segundo y más importante, que el Carmen se centra en hazañas realizadas por Rodrigo de forma estrictamente individual, por eso omite su participación en Graus o en las guerras civiles castellanas, toda vez que en ellas, por destacado que fuese su papel, Rodrigo no era un campeón en combate singular (como en su enfrentamiento con Jimeno Garcés, al menos según lo entiende el poema) ni el caudillo al mando del ejército (como en Cabra o Almenar). En suma, el texto se muestra absolutamente coherente en su principio de selección y éste revela que, independientemente de que abarcase o no completa la vida de Rodrigo, el Carmen no se proponía hacer un relato biográfico detallado, sino un encomio basado en las principales proezas protagonizadas por su héroe. 43 I.2. Relación del Carmen Campidoctoris con otras fuentes cidianas Tras repasar uno por uno los episodios referidos en el Carmen, puede decirse que la obra no constituye una fuente autónoma sobre la vida del Campeador, sino que se sitúa dentro del conjunto de la incipiente literatura cidiana coetánea 1, mostrando evidentes vínculos con la Historia Roderici y unos planteamientos a veces cercanos al Linage de Rodric Díaz e incluso al Cantar de mio Cid. Esto plantea, claro está, el problema de las relaciones entre estos textos y en general el de los veneros de información sobre la vida del caballero de Vivar disponibles en el siglo XII. Antes de trazar una visión de conjunto (siquiera sea abocetada) sobre el particular, conviene comparar más despacio el Carmen con el resto de las fuentes cidianas del momento, no sólo las latinas. Los documentos valencianos de 1098 y 1101 Sólo dos diplomas procedentes de la dominación cidiana de Valencia han llegado hasta nosotros. Se trata del acta de dotación de la catedral de Santa María (fruto de la consagración de la mezquita aljama) realizada por Rodrigo entre julio y diciembre de 1098 y de una donación complementaria hecha por doña Jimena tras la muerte del Campeador, el 21 de mayo de 1101. Se trata de dos documentos escritos sobre pergamino en letra visigótica con leve influjo carolino, que incluyen la aceptación de don Jerónimo, como obispo de Valencia, y la suscripción autógrafa de cada uno de los donantes: Ego Ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est y Ego Eximina predicta qui hanc paginam fieri iussi, manu mea fircmabi. Los documentos, actualmente custodiados en el Archivo Diocesano de Salamanca 2, son conocidos desde principios del siglo XVII, pero no fueron Para el conjunto de la literatura cidiana y su evolución, véase Briesemeister (1983), De Vries (1998) y especialmente el extenso estudio de Rodiek (1995). 1 A. C. S., caja 43, leg. 2, núm. 72 (el diploma del Campeador) y núm. 71 (el de doña Jimena), si bien ambos se encuentran actualmente expuestos al público en el Museo Diocesano de Salamanca. Seguramente los documentos se custodiaban en Zamora desde junio de 1102, cuando don Jerónimo fue nombrado su obispo, apenas un mes tras la evacuación de Valencia, y después depositados en la recién erigida sede de Salamanca, si bien el documento de 1098 debió de extraviarse en el traslado o bien ser extraído en algún momento del archivo salmantino, pues fue descubierto y depositado en el mismo por Gil González Dávila en 1617 (vid. Menéndez Pidal 1918: 2 y 17). Sobre otro documento con un supuesto (y muy dudoso) autógrafo de Rodrigo, conocido 2 1 debidamente editados y estudiados hasta los trabajos de Menéndez Pidal (1918 y 1969: 54952, 579-80 y 868-74); también han sido editados por Martín Martín et alii (1973: docs. 1-2). Estos autores, así como Fletcher (1989: 194-95 y 197) y Martínez Diez (1999: 387-89 y 4034), consideran auténticos ambos diplomas, mientras que Reilly (1988: 271, n. 42), al citar el de 1098, y pese a atenerse básicamente a su información, matiza que «the date is not given in Spanish era, and the language is grandiloquent enough to raise suspicion», pese a que ambas objeciones habían sido ya salvadas por Menéndez Pidal (1918: 5-6). En efecto, el «largo y ampuloso prólogo», como lo denomina don Ramón, no es inhabitual en otros documentos con iguales visos de solemnidad, como el acta de consagración y dotación de la catedral de Huesca, de 5 de abril de 1097 (ed. Ubieto 1951: doc. 30 y Durán Gudiol 1965-1969: doc. 64) o, aunque menos recargada, el de la catedral de Toledo, de 18 de diciembre de 1086 (ed. García Luján 1982: doc. 1). A ellos puede añadirse el proemio, caracterizado por «l’enrevessament d’estil i petulància hel·lenitzant de lèxic», del acta de dotación por Mirón I de la basílica de Ripoll, el 15 de noviembre de 977 (ap. Nicolau d’Olwer 1915-1919: 8), o el del privilegio de Alfonso VI a Sahagún de 8 de mayo de 1080 (ed. Herrero 1988: doc. 781). En cuanto a la datación por el año de la Encarnación y no por la era hispánica, ya advirtió Menéndez Pidal (loc. cit.) que el diploma oscense presenta el mismo rasgo. No obsta que la donación de Jimena incluya ambas formas de datación, pues así aparece también en la dotación de la iglesia del monasterio de Montearagón por Sancho Ramírez y su hijo Pedro el 5 de mayo de 1093 (ed. Durán Gudiol 1965-1969: doc. 55, p. 79), lo que indica que se trataba de usos alternantes dentro de una misma cancillería. Por otro lado, la inclusión del año además o en lugar de la era, ajena a los usos castellanos, pero no, como se ve, a los aragoneses, indica, junto con otros detalles diplomáticos, el influjo francés en la redacción de ambos textos, que hubieron de ser compuestos por el propio don Jerónimo o algún clérigo de su entorno (Smith 1986: 101, cf. Menéndez Pidal 1918: 9-10). Lo mismo podría, en principio, decirse de la leve influencia de la letra carolina sobre la visigótica redonda, si bien para esas fechas un mayor o menor componente carolino no era raro tampoco en Castilla (vid. Millares 1983: I 167-71, Ruiz Asencio 1993: 99-100). Por otra parte, milita a favor de la autenticidad del documento la exactitud de la microtoponimia valenciana que en él se aprecia, con mención de lugares minúsculos que, no obstante, están bien documentados (cf. Menéndez Pidal 1918: 7-8), algo que sólo habría podido hacerse de nuevo después de la conquista de la plaza por Jaime I en 1235, época en que es impensable la contrahechura de una visigótica tan pura. En definitiva, nada abona semejante caso de falsificación documental, el cual, a mediados del siglo XII como muy tarde, cui prodest? No hay, pues, ninguna causa real para dudar de que ambas donaciones valencianas sean originales genuinos. sólo por copias posteriores (ms. BNM 720, doc. 12, f. 245, y ms. BRAH O-16, ff. 776 y ss.), vid. Yäñez (1966). 2 El principal interés de estos documentos respecto de nuestro poema es que constituyen posiblemente la primera vez que se usó como equivalente de Campeador el viejo término militar romano de Campidoctor, que en dicha forma sólo se atribuye además a Rodrigo en el Carmen y en el Chronicon Burgense, concluido en 1212 (Manchón - Domínguez 1988: 616 y 618). En el diploma de 1098 aparece dos veces, una en el preámbulo (inuictissimum principem Rudericum Campidoctorem), y otra en la intitulación (ego Rudericus Campidoctor); en el de 1101, una más, en la exposición de motivos, con una errata del notario (pro remedium anime domini et uiri mei Ruderici Compidoctoris). Respecto de la primera expresión, cabe recordar que el adjetivo uictor es aplicado al héroe, enfáticamente, en los versos 9 y 99 del Carmen (véase el comentario correspondiente), visión que concuerda básicamente con la que reflejan la Historia Roderici 74 (et numquam ab aliquo deuictus fuit) y el Poema de Almería 234 (de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur). Por otro lado, el título de princeps que ahí se le aplica a Rodrigo y se repite en las cláusulas de garantía (nostri principis obtimatumque illius auctoritate) es el mismo asignado en el verso 8 del Carmen (Roderici noua / principis bella), donde también ha de poseer el significado de ‘gobernador de una ciudad y su alfoz’, frente al que tiene en la Historia Roderici 5 (constituit eum principem super omnem militiam suam), en que se refiere al alferazgo, como en el verso 35 del Carmen (véase el comentario a ambos versos). El diploma valenciano de 1098 —al que llamaremos V— posee además otros paralelismos verbales más o menos estrechos con el poema latino: CC 70 (Agarice gentis) = V, lín. 10 (filiorum Agar, cf. 14: apud Agarenos), CC 70-71 ( gentis / obtima) = V 31 (obtimatumque illius), CC 83-84 (Capream uocant locum ubi castra / simul sunt capta) = V 21 (terminum castri quod uocatur Cepolla), CC 85 (cunctas Ispanie partes) = V 13 (tocius Hispanie barbarorum exercitu), CC 97-98 (castrum / quod adhuc Mauri uocant Almenarum) = V 23 (terminum castri quod uocatur Almanar, cf. 17: uillam qui dicitur Pigacen, 19: municionem etiam quam dicunt almunia de Sabaleckem, 22: uillam que dicitur Frenales) y, con antonimia, CC 40 (nulli parcentem) = V 8 (nemine resistente). Ciertamente, se trata de coincidencias bastante triviales, que aparecen en numerosos textos de la época, como puede verse en el comentario a los respectivos versos del Carmen. Quizá el caso más interesante sea el de los vv. 97-98 (aunque el documento de 1098 se refiere a una localidad valenciana homónima), pues el pasaje correspondiente de la Historia Roderici 13 dice castrum antiquum, qui dicitur Almanara. Sin embargo, aunque la biografía latina usa las formas de dicere (salvo en HR 21: castrum super Murelam qui uocatur Al<ca>la), las de uocare son frecuentes en otros textos latinos coetáneos (véase el comentario a los vv. 83-84 y 98). En cambio, las semejanzas señaladas en el párrafo anterior no sólo tienen más poder vinculante, sino que participan de una concepción del personaje bastante coincidente, aunque en la parte conservada del Carmen el tono de unción religiosa sea mucho menor. A la luz, pues, de ambos grupos de similitudes, cabría sospechar que el poema latino hubiese sido compuesto 3 en el mismo entorno clerical valenciano que el diploma de 1098 3, habida cuenta, sobre todo, de que el poema se halla escrito en el latín reformado importado por los cluniacenses y que separa al Carmen del ámbito mozárabe (véanse abajo los apartados III.2-3). Claro está que tal hipótesis exige suponer una fecha temprana para el poema; de lo contrario, bastaría pensar únicamente que su autor conoció dicho documento y quizá incluso prescindir de cualquier relación entre los mismos, dado que la difusión de las noticias cidianas podría hacer ocioso el recurso a dicha fuente 4. En todo caso, antes de ir más lejos por cualquiera de estos caminos es necesario seguir nuestro cotejo del Carmen y las restantes fuentes sobre su héroe. La Historia Roderici Que el Carmen no depende de la información que suministra la Historia Roderici es lo que defendió siempre Menéndez Pidal (880-81, 1992: 124-25), quien insistía para ello, sobre todo, en el supuesto anacronismo que representa en el poema la referencia al episodio de Cabra después del destierro, notable imprecisión que hizo a Horrent (1973: 95, n. 8) considerar –con Menéndez Pidal– que un autor tan desinformado no podía ser en modo Higashi (1997: 191-92), al aceptar una fecha temprana para el Carmen, supone que fue éste el que influyó en los diplomas valencianos (que considera redactados por el Martín que los suscribe, pero éste era más bien el notario o scriptor, no necesariamente su redactor). Nótese, sin embargo, que el uso de princeps se debe seguramente a la dominación sobre Valencia (véase el comentario al verso 8), lo que apuntaría más bien (de mantener la datación en vida de Rodrigo) hacia una composición prácticamente coetánea a la de los documentos comentados. 3 Ignoramos por ahora el alcance que pueda tener, respecto a la posible difusión de estos documentos, una reciente observación de Díaz y Díaz (1999: 89-90) a propósito de la bula de Inocencio II que aparece al final del Códice Calixtino (documento que se halla traducido en Moralejo - Torres - Feo 1951: 586-89), según la cual se trataría de un «añadido insustancial [...] en un folio que ha sido aprovechado para el caso, y ha sido grafiado con una letra que en el ductus y en las signaturas de los supuestos confirmantes muestra una clara dependencia de un documento del obispo Don Jerónimo de Périgord, que se conserva en la Catedral de Salamanca». Creemos que se trata del diploma de 1107, pero evidentemente manipulado, por el que Alfonso VI y su mujer Isabel confirman a D. Jerónimo las donaciones hechas por el conde Raimundo de Borgoña (A.D.S., nº 1 y A.C.S., caj. 16, leg. I, nº 30, ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 4, cf. Reilly 1988: 343). 4 4 alguno castellano. Tampoco podía ser navarro (ibid., n. 9), dado su desconocimiento –más bien omisión, cabría decir– del nombre del rival del Campeador, que sí recoge la Historia Roderici 5. Menéndez Pidal llegó a proponer en fin, desde su acendrada concepción «tradicionalista» (1939: 5), que el Carmen podía depender más bien de «algún relato oral castellano, anterior a la Historia», aspecto sobre el que volveremos luego. Por lo demás, el testimonio de la Historia Roderici también plantea, como se sabe, numerosos enigmas. Poco o nada se sabe sobre la personalidad de su autor (que hubo de ser un clericus, en cuanto conocedor del latín), sobre su origen y sobre la fecha de su primera redacción. Respecto del biógrafo, la opinión más usual, a partir de Menéndez Pidal (6 y 91617: «nuestro autor parece no conocer Castilla»), es que no fue castellano. Para don Ramón (917) sería «un clérigo aventurero y soldado, natural de tierras aragonesas o mejor catalanas (como el autor del Carmen)». Sería aragonés según Ubieto (1961: 245-46 y 1973: 175-76), quien, basandose en el supuesto empleo de escritura visigótica en el original (con argumentos muy frágiles, cf. Martin 1992: 89), considera que pudo ser obra de un zaragozano. También para Rico (1969: 52, n. 95) se trata de un «libro escrito en el reino de Zaragoza», mientras que Wright (229) y Martínez (1991: 48) lo suponen catalán; asimismo se ha propuesto un origen navarro o leonés (cf. Falque 1990: 11-14). Al nombre del cluniacense Jerónimo, primer obispo de Valencia y luego de Salamanca, Zamora y Ávila 5, apuntó tímidamente Moralejo (1980: 64-65), aunque él se decanta por «algún clérigo mozárabe aragonés». En cambio, Smith se sitúa decididamente en esa línea, pensando en un eclesiástico de Salamanca interesado por la figura del Cid y que tuvo acceso a los documentos custodiados en esa ciudad, de modo más vago en (1986: 101), para concretarlo más tarde, (1993-1994), en la figura de Berenguer, prelado de origen probablemente catalán que fue obispo de dicha diócesis de 1135 a 1150. Por último, Martin (1992: 89-91) desestima una posible procedencia oriental por la manera en que el autor retrata a los condes de Barcelona (sobre lo cual, cf. también Smith 1993-1994: 179), debilita los argumentos a favor de un origen salmantino o, en general, leonés, y señala que probablemente tampoco sea navarra (como había sugerido Horrent 1973: 133-36), pues nada dice de la ascendencia cidiana de los reyes de Navarra, mientras que son constantes las referencias a Castilla (única intitulación regia que atribuye a Alfonso VI, prescindiendo de la leonesa). A cambio, el dramatismo y las lamentaciones con Acerca de este interesante personaje –traído a España por el arzobispo de Toledo, D. Bernardo de Cluny, durante la época de plena expansión de la orden en la península– vid. Menéndez Pidal (1918: 3-4 y 17 y 1944-1946: 875-79), Huici (1969: II 128-30), Fletcher (189: 193-96 y 202), Montaner (1993: 523525) y Martínez Diez (1999: 389-92). 5 5 que se cuenta el saqueo de La Rioja (HR 50) y la procedencia najerense del modelo del ms. I 6 le llevan a pensar en un origen riojano (1992: 36-37 y 91). Sobre la fecha existen, con variaciones, dos hipótesis predominantes (cf. Falque 1990: 6, n. 13, y 14-21), una la sitúa en torno a 1110, defendida por Menéndez Pidal (917-19), y otra hacia mediados de siglo, c. 1144-1147, postulada por Ubieto (1961, 1973: 170-78 y 1981: 3032 y 155-64); c. 1145-1160 la sitúa Horrent (1973: 131-35). Se inclinan por la datación temprana Fletcher (1989: 224-28), Falque (loc. cit.), Martínez (1991: 51) y Martínez Diez (1999: 21-22), y piensan en la posible autoría de un testigo presencial de los hechos, aunque Falque no descarta la posibilidad –ya sugerida por Menéndez Pidal– de que se hayan introducido en la obra retoques posteriores. Aceptan la datación tardía Wright (229) y Smith (1985: 75-78, 1986, y 1993-1994). También Martin (1992: 88-91), tras revisar los razonamientos de Menéndez Pidal y Ubieto en pro de sus respectivas dataciones, se decanta abiertamente por la segunda, mientras que Gil (1995: 43-46) defiende de nuevo una composición c. 1100. A nuestro juicio, la mayor parte de los argumentos geográficos y algunos de los históricos tienen el valor que se quiera otorgar al silencio. Es obvio que la Historia Roderici se centra en la carrera madura de su héroe, por lo que no es óbice que preste menor atención a la Castilla de sus hazañas de juventud, a las que, no obstante, parece dar mayor relieve del que realmente habrían tenido en realidad, como hemos tenido ocasión de comprobar en el Se trata del manuscrito más antiguo de la Historia (Matritensis BRAH 9/4922, olim A-189), descubierto por el agustino Manuel Risco en 1782 en la biblioteca de la Colegiata de San Isidoro de León y cuyas vicisitudes comentan Foulché (1909: 412-17) y Martínez Diez (1999: 21-22). Dicho manuscrito, que trasmite también la Chronica Naierensis y la redacción najerense de las Genealogías de Roda, ha sido identificado con el que se describe en un documento de 1239 diciendo que fue copiado para el monasterio de San Zoilo de Carrión en 12321233 a partir de un ejemplar conservado en Santa María la Real de Nájera. Pese a las reticencias de Fletcher (1989: 224), para el que «se trata de una identificación plausible, pero imposible de probar», las fechas y la colación de contenido nos llevan a aceptar con Lacarra (1945: 200-1), Ubieto (1985: 7-8), Gil (1995: 15) y Estévez (1995: IX-X) que se trata del mismo códice (como no fuese una copia a plana y renglón, lo que nos parece, cuando menos, multiplicar los entes sin necesidad). Adviértase, además, que el otro manuscrito de la Historia, conocido por la sigla S (Matritensis BRAH 9/450, olim G-1), contiene también la Chronica Naierensis y las Genealogías de Roda y remonta posiblemente al mismo modelo (vid. Ubieto 1985: 9-10, Falque 1990: 27, Estévez 1995: XIII-XXIII). 6 6 apartado anterior y es casi seguro por lo que hace al supuesto nombramiento como alférez. Por lo demás, nada hay en la biografía latina que demuestre un imperfecto conocimiento de Castilla. Por otro lado, la ausencia de interés en los detalles familiares (ya subrayada por Menéndez Pidal 916) impide dar mayor peso al silencio sobre la descendencia navarra de Rodrigo, ya que ni siquiera se menciona a sus hijas. En cuanto a la hipótesis salmantina, es bastante improbable que haya existido nunca allí un archivo cidiano, aparte de los famosos diplomas valencianos (cf. Martin 1992: 90), y, en todo caso, la Historia no parece conocer el contenido de las verdaderas donaciones catedralicias de Rodrigo y de Jimena, según constan en ellos, mientras que los presuntos documentos transcritos en la biografía son a todas luces apócrifos (vid. Montaner, en prensa b). En cambio, la localización riojana tiene a su favor argumentos textuales (el planto por la región devastada), codicológicos (la procedencia del ms. I y probablemente la del ms. S) e históricos (el interés de la vecina Navarra en el antepasado de sus monarcas, como atestigua el Linage), de modo que, hoy por hoy, es la única que cuenta al menos con argumentos positivos. A ellos podemos añadir algo que hasta ahora había pasado desapercibido: los evidentes ecos que la biografía latina muestra de la Chronica Adefonsi III, en su versión rotense, conservada precisamente en un manuscrito de Nájera 7 . El caso más obvio lo ofrece la correspondencia casi exacta entre Rot. 6, 10-11: Qui Rudericus iam supra fatus creuit et ad etatem perfecta uenit. Vir uellator fuit (frase referida al último rey godo) y HR 5, 3-4: Rodericus igitur creuit et factus est uir bellator fortissimus 8 (cf. asimismo CN I 210, 11-12). Se trata del ms. R (Matritensis BRAH cód. 78), copiado en el siglo XI en Nájera, donde al parecer permaneció durante la Edad Media, aunque cabe que su traslado a la catedral de Roda de Isábena se efectuase ya en el siglo XIII (García Villada 1928, Lacarra 1945: 194-200, Díaz y Díaz 1991 [1979]: 32-42 y 1995: 167, Gil 1985: 54). Fue esa recensión, frente a la conocida por ad Sebastianum, la que influyó preferentemente en la historiografía castellana del siglo XII, la Chronica Naierensis y la Chronica Silensis (o Seminensis, cf. Rico 1969: 76-77), y la del XIII, las obras de Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez de Rada (Gil 1985: 79-80 y 102, Ubieto 1985: 12-16, Estévez 1995: XXIX-XXXIX). 7 Con toda probabilidad, esta asociación se debe únicamente al nombre, pues la Historia Roderici no hace referencia a la frase que al Campeador atribuye Ibn Bassåm: «Bajo un Rodrigo se conquistó esta península y un Rodrigo la salvará» (Aflflax°ra, t. III, vol. I, p. 99: ‘Alà Ruflr°qa futi™at håflihi ljaz°rata waRuflr°qu yastanqifluhå), y cuyo tono guarda semejanza con el preámbulo de la dotación de la catedral de Valencia: Itaque annorum ferme CCCCorum in hac calamitate labente curriculo, tandem dignatus clementissimus Pater suo misereri populo, inuictissimum principem Rudericum campidoctorem obprobii seruorum suorum 8 7 Otras posibles reminiscencias aparecen en los siguientes pasajes: Rot. 2, 7-8: rex magnifice suscepit et ei in coniugio consubrinam suam dedit, ex qua coniunctionem natus est filius = HR 6, 3-5: Dominam Eximinam neptem suam, Didaci comitis Ouetensis filiam, ei in uxorem dedit, ex qua genuit filios et filias. 2, 8-9: Quumque prefatus Eruigius palatio esset nutritus et honore comitis sublimatus = 4, 1-3: Hunc autem Rodericum Didaci Santius rex tocius Castelle et dominator Hyspanie diligenter nutriuit et cingulum militie eidem cinxit (cf. 6, 1-3: Igitur post mortem domini sui regis Sanctii, qui eum nutriuit et eum ualde dilexit, rex Aldefonsus honorifice eum pro uasallo recepit). 7, 4-5: statim cum exercitu egressus est eis ad uellum = 37, 13-15: comes uero Barcinonensis [...] statim <cum> inmensum exercitum egressus est de Barcinona (cf. 50, 1-2: Egressus tandem de Cesaraugusta cum maximo et innumerabili exercitu y 42-43: egressus cum exercitu suo de Alfaro ad Cesaraugustam peruenit, 53, 1: Egressus autem cum exercitu suo de Cesaraugusta). 22, 18: Rex cum magno triumfo reuersus est Oueto = 4, 7-8: Post habitum uero huiusmodi triumphum, Sanctius rex reuersus est ad Castellam 9. Añádase a estas concordancias, las que ofrece con Seb. 6, 3-5: filii uero Uuittizani inuidia ducti eo quod Rudericus regnum patris eorum acceperat, callide cogitantes [...] Sarracenos in auxilium petunt 10 = HR 45, 8-9: Tunc rex ductus inuidia ait suis: «Videte et considerate qualem iniuriam et quale dedecus nobis Rodericus infert» y Seb. 21, 5-6: miro suscitauit ultorem et christiane religionis propagatorem (ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 1). En cuanto al giro factus est uir de HR, es bíblico (cf. Gen. 25, 27: quibus adultis factus est Esau uir gnarus uenandi, Tob. 1, 9: cum vero factus esset vir accepit uxorem Annam, I Cor. 13, 11: quando factus sum uir euacuaui quae erant paruuli); para el contexto cf. también Beato de Liébana y Eterio Osma, Aduersus Elipandum [CC CM 59] I 89 (fortes facti sunt in bello), cita literal a su vez de Hbr. 11, 34. Cf. también CAI I 90, 1-2 (Post hec imperator et omnia castra sua reuersus est in Naiaram ciuitatem suam cum magno triumpho et gaudio). 9 En cuanto al motivo, cabría comparar Gesta Comit. Barcinon. 15, líns. 8-11 (ed. Barrau - Massó), a propósito de Ramón Berenguer II, Cabeza de Estopa: Berengarius itaque Raimundi frater eius maior, uidens se despectum a patre in hoc quia ipsum non hereditauit, pro eo quia maior, tam nobili suo fratri inuidens ipsum plurimum odio habuit [...], instigante diabolo... 10 8 construxit opere (en Rot. 21, 8: miro opere [...] fabricauit) = HR 72, 7-8: sancti Iohannis ecclesiam miro construi opere fecit (cf. asimismo 73, 4) 11. Si a ello se suma el conocimiento de la Historia Roderici por parte de la Chronica Naierensis (como se verá en el siguiente parágrafo), la vinculación riojana de la biografía latina resulta considerablemente reforzada. Respecto de la datación temprana, el único factor de cierto peso son los conocimientos del autor, supuestamente de primera mano. Ahora bien, es casi imposible que éste acompañase al Campeador constantemente desde, al menos, la batalla de Cabra (primer episodio tratado con detalle) hasta su muerte, por lo que hay que suponer que hubo de basarse, siquiera fuese parcialmente, en relaciones de terceros, orales o menos probablemente escritas 12. Y si fue así en parte, nada impide que lo haya sido en todo. Habida cuenta, además, que la memoria histórica tradicional era bastante duradera en el período (aspecto en el que incidiremos luego), resulta innecesario postular que el autor haya conocido directamente los sucesos que narra. Frente a esto, quedan dos hechos incontrovertibles entre los señalados por Ubieto (1961) y discutidos por Horrent (1973) y Martin (1992): el texto es posterior a la introducción del dictado de rex Aragonensis (HR 4, 12, 21, 22 y 48) por la cancillería aragonesa (1137 para el título de princeps Aragonensis y 1162 para la intitulación regia) y al fin de la dominación almorávide (1144), a la cual se refiere en pasado 13. A ellos se pueden La ocasional coincidencia con Seb. no debe extrañar, pues se produce también en otros textos que citan primordialmente por Rot., como la Chronia Naierensis (Estévez 1995: XXXVI-XXXIX) o el Chronicon mundi de Lucas de Tuy (Gil 1985: 79-80). 11 La idea de que el autor utilizó abundante material de archivo, expresada ya por Menéndez Pidal (908-11), enfatizada por Smith (1982: 99-100, 1985: 18990 y 1993-1994) y sugerida aún exempli gratia por Martin (1992: 89), se basa en la suposición de una tipología documental totalmente desconocida para los siglos XI y XII (relaciones de tributos, listas de prisioneros y otras semejantes, por no hablar de los «apuntes de un testigo»). De haber existido tales diplomas (como parece razonable en algunos casos), serían de naturaleza fundamentalmente efímera y no se habrían conservado (eso sin contar con que el tipo de archivo que subyace a esta propuesta es totalmente anacrónico para la Alta Edad Media). 12 No es exacto, como quiere Gil (1995: 43), retomando un argumento de Menéndez Pidal (919), que el autor escribiera antes de que Zaragoza cayese en manos de los almorávides, pues el pasaje correspondiente de HR 53 se refiere sólo al presente interno de la narración, como ya evidenciaron Horrent (1973: 130-31) y Martin (1992: 88). 13 9 añadir otros, aducidos últimamente 14: el uso del sello pendiente, no documentado en Castilla hasta 1146, en la supuesta donación de don Alfonso a Rodrigo (HR 26); las clausulas de esa misma donación, sólo posibles a partir de c. 1170, y el uso de la fórmula legal del riepto o reto entre hidalgos en las supuestas cartas cruzadas antes de la batalla de Tévar (HR 38-39) y en las acusaciones y réplicas (los juramentos exculpatorios de Rodrigo) tras el incidente de Aledo (HR 35), que nos llevan a la penúltima década del siglo XII15. Bien es verdad que la textura de la Historia Roderici sugiere una composición a base de diversos agregados y En cuanto a las cartas de Tévar (ya comentadas en el apartado anterior), vid. Pavlovicv y Walker (1982) y, sobre ellas y el incidente de Aledo, Zaderenko (1998a: 193-94 y 1998b: 83) y Montaner (en prensa, b). Sobre el supuesto privilegio de don Alfonso de 1089, vid. Montaner (1993: 551-52 y en prensa, b). 14 La datación del reto entre hidalgos suscita varios problemas. No cabe duda de que se trata de una innovación de mediados del siglo XII, pero resulta difícil precisar más. Tanto Lacarra (1980: 77-78) y Pavlovicv y Walker (1982) como Zaderenko (1998a) toman como punto de referencia las Cortes de Nájera, en las que se habrían promulgado las bases de la paz entre hidalgos y reglamentado su ruptura mediante el desafío, salvo que los primeros la datan en 1138 y la última en 1185. Ésta es probablemente la fecha auténtica (aunque tampoco hay total seguridad al respecto), pero el llamado Ordenamiento de Nájera o PseudoOrdenamiento I de Nájera (al que el Fuero Viejo I 5, 1 atribuye la disposición sobre el reto, aunque situándolo en época de Alfonso VII: «Esto es fuero de Castiella, que estableçió el enperador en las Cortes de Nájera») es un texto muy reelaborado e interpolado, si no francamente apócrifo, de modo que su testimonio es muy dudoso (Pérez-Prendes 1984: 574 y 577-78, González Alonso 1996: 57 y 60-61). Por otra parte, existen indicios de que el reto ya se practicaba antes, pues hacia 1150 la CAI I 18 narra lo que parece un desafío entre don Pedro de Lara y el conde de Tolosa acaecido en 1130 (pasaje transcrito en el comentario al v. 25). Ahora bien, comparando las disposiciones sobre el reto en los fueros municipales (cuyas diferencias con el reto entre hidalgos son de base, pero apenas formales, lo que permite la analogía), se advierte que éste sólo adquiere su plena conformación con posterioridad al Fuero de Daroca (1142 - c. 1170), en los llamados fueros de extremadura, basados en los de Teruel, posterior a 1177 y posiblemente anterior a 1184, y Cuenca, aprobado en 1189 o 1190 (Montaner 1993: 645-46 y 668-70; cf., para la cronología, Pérez-Prendes 1984: 543-47 y González Alonso 1996: 38). Dado que la Historia Roderici recoge las fórmulas del reto totalmente elaboradas, la fecha de 1185 resulta bastante plausible, aunque probablemente carezca de la fuerza institucional que le atribuye Zaderenko. 15 10 retoques (cf. Menéndez Pidal 912-16, Falque 1990: 21-23, Gil 1995: 44-45), por lo que podrían haber existido redacciones más tempranas, al menos de alguna de sus partes, aunque ésta no es la única explicación posible para ello, como veremos luego. En todo caso, está claro que, tal y como la conocemos y al margen de cualquier conjetura, la obra no puede antedatar al último cuarto del siglo XII. Además, al haber sido usada para la redacción del Linage 16 (que es, como se ha visto, anterior a 1194), puede aceptarse un arco cronológico en torno a 1180-1190 y una procedencia posiblemente najerense. Frente a la opinión de Menéndez Pidal, Wright (229-31) –apoyándose en las coincidencias notadas por Barceló (1968: 127, 134)– defiende que su autor debió de usar como fuente el Carmen Campidoctoris, según sugieren las similitudes verbales y situacionales observadas entre ambas obras, si bien habría utilizado el poema «only occasionally» (231). En su trabajo dedicado a esta cuestión, Smith (1986) mostró su más abierta oposición a la communis opinio respecto a la relación entre la Historia Roderici y nuestro Carmen 17: «Contrary to most opinion, I believe that the Historia came first and that the Carmen followed it, indeed, is based partly upon it» (99). En su opinión, es el Carmen Campidoctoris el que se habría inspirado en la Historia, cuyo autor, a su vez, podría haber conocido la Historia Compostellana (que Smith considera concluida en 1139, al igual que Rico 1969: 52), cuyo exordio parece imitar, así como su tendencia a ilustrar el texto mediante El cual (c. 1185-1194) constituye, junto con el Cantar de mio Cid (c. 1200), la réplica más obvia a la argumentación, a nuestro parecer apriorística, de Gil (1995: 43-44): «Los partidarios de una datación más tardía, como A. Ubieto, y J. Horrent, chocan a mi juicio con un obstáculo fundamental: la falta de motivación, pues el estímulo para escribir una historia y, además, tan tendenciosa como lo es una biografía se va perdiendo conforme el correr de los años hace que salten a un primer plano de actualidad otros personajes y otra problemática». 16 Precedido en ello por Milá (1874: 228, n. 2: «la comparación del Cantar [latino] y la Gesta latina [= HR], con la cual concuerda aquél en gran manera, nos induce a pensar que [la descripción del armamento] pudo ser inspirada por el mismo libro al poeta latino»), por Bonilla (1911: 173: «hay vocablos que parecen tomados de los Gesta, y es muy probable que de éstas procedan también todos los incidentes recordados en el Carmen») y, con más detalle, por Rubio García (1974: 246). La similitudes entre el Carmen y la Historia ya fueron igualmente señaladas por Amador (218-19), quien supone se inspiraron en unas mismas fuentes; también Bonilla (1911: 178, n. 1) postuló una posible fuente poética latina hoy desconocida, para el caso de la Historia Roderici. 17 11 la inclusión de citas procedentes de documentos jurídicos 18. A su juicio, el Carmen pudo muy bien componerse en Ripoll, e incluir la toma de Valencia, quizá como quinto episodio bélico 19, lo cual justificaría plenamente la alusión en el poema a las opes regiae (v. 31, pero véase nuestro comentario al mismo). El poema sería, en suma, «a rhetorical exercise long after the Cid’s death» (106) 20. Los paralelos señalados por Smith para fundamentar esta hipótesis se recogen en las páginas 109-111 de su contribución. Entre los de carácter más bien «literal» mencionó los siguientes: CC HR 21 nobiliori de genere ortus 1, 7 nobilissimi ac bellatoris uiri prosapiam 25-26 hoc fuit primum singulare bellum, 5, 14-15 pugnauit cum Eximino Garcez uno de cum adolescens deuicit Nauarrum 33-36 Quem sic dilexit Sancius rex terre, Rodericum melioribus Pampilone et deuicit eum 5, 1-3 21 rex autem Sanctius adeo diligebat iuuenem cernens ad alta subire, Didaci multa dilectione et nimio amore, quod principatum uelit illi prime quod constituit eum principem super omnem La similitud entre ambos exordios ya fue señalada por Bonilla (1911: 170171, n. 2). 18 Ha de recordarse que Smith (1986: 105) considera que la batalla de Almenar es la cuarta en el poema, tras el mero esbozo de una tercera, contenido en los versos 89-92 (no obstante, cf. nuestro comentario al respecto). 19 No nos parecen consistentes los argumentos en contra ofrecidos por Gwara (1987: 197, n. 1 y 211), quien califica los criterios de Smith de «impressionistic and not convincing of themselves», así como de «largely unconvincing because of their speculativeness» y aporta como único argumento en contra de una datación tardía «the simple fact that by the late twelfth century the verse form of the "CC" had long been abandoned», lo cual nos parece muy discutible, a la vista de lo que expondremos más adelante (apartado III.2) a propósito de la métrica del Carmen. 20 El paralelo ya fue señalado por Du Méril (310, n. 1); cf. asimismo Wright (229), quien repara, con toda razón, en el «similarly idiosyncratic use of quod». 21 12 militiam suam 22. cohortis dare 45 certe nec minus cepit hunc amare 6, 3 eum nimio reuerentie amore apud se habuit 47 donec ceperunt ei inuidere 9, 8 causa inuidie (cf., además, 11, 3: curiales inuidentes) 49 dicentes regi 9, 9 illum apud regem accusauerunt 65 Iubet e terra uirum exulare 11, 8-9 eiecit eum de regno suo (cf. 19, 5: ut eiceret Rodericum de terra sua) Smith alude asimismo a varias coincidencias de contenido que carecen de un reflejo textual directo 23. Así, a propósito del verso 23 (Hispalis nouit et Iberum litus) recuerda cómo Sevilla (Sibilla) es mencionada varias veces en la HR (7-9), al igual que Zaragoza (incluso al flumen Yberum / Ibrum se hace referencia en 22, 6 y 42, 41); el contenido de los versos 3032, donde se alude a la victoria sobre condes y reyes, se hallaría plenamente representado en diversos lugares de la Historia; el episodio de Cabra (77-88) se encuentra reflejado en 7-8 (con mención expresa de Cabra en 7, 17) y el de Almenar en 16-17 (relato que ofrece bastantes similitudes con el que ofrece el Carmen). Según el análisis de Smith (110), no tendría un paralelo claro en la Historia el complot de Rodrigo contra el rey y sus cortesanos (69-72), así como tampoco la drástica persecución real a resultas de éste (73-76), si bien se puede adivinar un trasfondo parecido en HR 34, 1-5, aspectos de los que ya nos hemos ocupado en el apartado anterior de esta introducción. Tampoco la extensa descriptio armorum del poema (105-128), por ejemplo, tiene su paralelo en la Historia, pero se trata de un mero ejercicio de carácter retórico cuya inclusión en el Carmen por parte de su versificador no parece difícil justificar. Por otra parte, el empleo del adjetivo Campidoctor sería, según Smith, «a correction of the Campi doctus present in the unclassical Latin of the Historia» (112) 24 . Pueden buscarse, efectivamente, algunas otras 22 Cf. Menéndez Pidal (1939: 3). Es el caso, a nuestro juicio, de la que señala a propósito del verso 39 (nisi tam cito subiret rex mortem), que no nos parece que se refleje fielmente en la Historia Roderici, ya que ésta se limita a señalar el fallecimiento de Sancho (6, 1) y no su «sudden death» (al contrario de lo que ocurre en la Chronica Naierensis III 16, según señalamos en nuestro comentario ad loc. y veremos en el siguiente parágrafo). 23 Compárese, en sentido contrario, la sustitución (ya señalada por Manchón - Domínguez 1988: 617, n. 4) del Campidoctus de HR 2 (Didacus 24 13 discordancias de detalle, incluso sin necesidad de recurrir al siempre socorrido argumento ex silentio; así, como señalaba Menéndez Pidal (880-81), en la Historia Roderici 15 el Cid propone ofrecer una renta (censum) a los que sitiaban Almenar, a cambio de que éstos accediesen a levantar su asedio, mientras que el Carmen 99-100 tan sólo indica que pidió permiso para hacer llegar alimento a los sitiados. Como ya hemos explicado más arriba, no nos parece un argumento de peso, dado el carácter sintético del poema, ni sabemos en realidad hasta qué punto le interesaban a nuestro versificador tales detalles, así como el contenido de otras omisiones o imprecisiones señaladas por Menéndez Pidal. Entendemos que Smith tiene razón al indicar que el poeta usa los materiales de la Historia de manera extensa, pero selectiva, «and he transformed prosaic fact into the ringing tones of a celebratory poem cast in the form of a hymn» (111). Un estudio pormenorizado en la dirección apuntada con gran convencimiento e intuición por Smith permite, a nuestro juicio, afianzar aún más su hipótesis. Por nuestra parte, además de las obvias relaciones de contenido y aun de planteamiento narrativo (exploradas en el apartado I.1), destacaríamos también los posibles paralelos indicados a continuación, en los que se advierte, además de una gran similitud conceptual (ya que coinciden, en general, las situaciones y los personajes descritos), un notable parecido léxico en el lenguaje de ambas obras: CC 9 30: tanti uictoris (cf. 99: uictor) HR 74, 9 numquam ab aliquo deuictus (cf. 62, 29inuincibilis bellator) 10-11 non hec libri mille / capere possent 27, 1-2 bella autem et oppiniones bellorum, que fecit Rodericus [...] non sunt omnia scripta in libro hoc (cf. 74, 1-5 25) 13 parum de doctrina 74, 5-6 quod nostre scientie paruitas ualuit autem Flaynez genuit Rodericum Didaci Campidoctum ex filia Roderici Albari, qui [...] tenuit castrum Lune) por el avulgarado Campiator de Jiménez de Rada, De rebus Hispanie V 1 (Didacus Flauini duxit uxorem filiam Roderici Aluari de Asturiis, uiri nobilis et magnatis, et ex ea genuit Rodericum Didaci, qui dictus fuit Campiator). Donde se dice, mediante una especie de captatio benevolentiae final: uniuersa autem bella [...] seriatim narrare perlongum esse uideretur et forsitan legentibus in fastidium uerteretur (cf. Menéndez Pidal 1939: 4). 25 14 27-28 maiorum (sc. uirorum) 7, 6-7 ex maioribus Castelle (cf. 11, 1: maiores sue curie, 47, 11: maiores et meliores Cesaraugustane urbis) 26 30 comitum lites nam superat<ur>us 40, 18-19 et comitem [...] superauerunt 34 iuuenem cernens ad alta subire 5, 3 Rodericus igitur creuit 38 dare uolebat ei meliorem (sc. honorem) 5, 7 meliorauit se 46 exaltare (cf. 51: sublimari) 17, 4 exaltauit et sublimauit Rodericum (sc. Almuktaman; cf. 12, 7: exaltauit eum) 49-50 dicentes regi: «Domine, quid facis? 34, 1-3 Contra te ipsum malum operaris Castellani sibi in omnibus inuidentes accusauerunt Rodericum apud regem (cf. 55: mala cogitabit) dicentes ei quod Rodericus non erat ei fidelis bassallus sed traditor et malus 58 tactus zelo cordis 19, 4-5 sed imperator adhuc tractauit in corde suo multa inuidia et consilio maligno (cf. 45, 8: rex ductus inuidia, 11-12: omnes fere sui inuidia tacti) 61 in iram conuertit (cf. 73: nimis iratus) 11, 8 iniuste commotus et iratus (cf. 34, 6-7: motus et accensus ira maxima [cf. 45, 27], 15: contra se fuisse ita iratum) 63-64 obiciendo per pauca que nouit 9, 8-9 de falsis et non ueris rebus illum apud regem accusauerunt (cf. 11, 3 y plura que nescit 34, 4: obicientes) 79 duplicat triumfum 74, 2 triumphum obtinuit (cf. 8-9). 82 in qua cum multis captus est Garsia 8, 7-9: Captus est igitur in eodem bello comes Garsias Ordonii [...] et alii quam plures illorum milites También en el Poema de Almería aparece el término (40-41: orant maiores inuitant atque minores / ut ueniant cuncti fortes ad prelia tuti; cf. Higashi 1995: 38). 26 15 83 Capream uocant locum 7, 17 ad castrum, qui dicitur Capra 27 88 munus soluentes ( cf. 94: tributa dant) 9, 2-3 addidit super tributa munera et multa dona (cf. 17, 7-8: ditauitque eum nimis muneribus innumerabilibus et donis auri et argenti multis; 31, 4-6: misit legatos suos cum maximis muneribus et donis innumerabilibus ad Rodericum et factus est tributarius; 36, 24-26 y 29-30: cum maximis et innumerabilibus muneribus peccuniarum ad Rodericum nuntios ilico direxit, qui munera multa et innumerabilia, que portabant, eidem Roderico contulerunt [...] multa et innumerabilia tributa atque dona Rodericus accepit). 91 alios fugans aliosque cepit 5, 12-13 duos [...] postrauit omnesque alios robusto[s] animo fugauit. 93-94 comes Barchinonae, / cui tributa dant 70, 27-28 Comes autem Barcinonensis, qui ab eis [sc. barbari de Muro Vetulo] inmensum Madianite acceperat tributum 95-97 simul cum eo Alfagib Ilerde, / iunctus cum 14, 5 hoste, / Cesaraugustae obsidebant castrum omnes isti uenirent pariter cum Alfagit et obsiderent supradictum castrum Almanara (cf. 23, 3-4: una cum Alfagib usque fere ad castra Roderici celeri cursu peruenit) 28. 98 quod adhuc Mauri uocant Almenarum 13, 9-10 castrum antiquum, qui dicitur Almanara Se trata de un giro absolutamente habitual en la HR (cf., además, 33, 5; 37, 29-30; 44, 16; 45, 22-23; 46, 3-4; 48, 2-3; 50, 11-12; 63, 2 y 4-5; 64, 20-21; 67, 5). 27 Sobre el vínculo que establece entre la Historia y el Carmen la designación de Almunflir de Lérida como Alfagib, véase el comentario al verso 95. 28 16 103-4 subito mandat ut sui se arment / 16, 1-2 iussit omnes milites suos armare 29 (cf. 40, 11-12: et militibus suis loricas cito, ne tardent statim iussit induere, así como 39, 60: ueni et noli tardare). Conviene insistir en el hecho de que no se trata de paralelos puramente verbales (circunstancia que refleja, en cualquier caso, una afinidad léxica que no parece pueda considerarse casual, pues a veces latet anguis in herba...), sino que también se observa una coincidencia de planteamientos y situaciones que apunta claramente en la misma dirección. No obstante, también resulta significativa, en nuestra opinión, la mera coincidencia léxica, que se detecta con frecuencia. Son muchos los términos que se repiten en ambas obras, quizá de manera fortuita, por pertenecer al lenguaje común de las crónicas, pero que reflejan, en última instancia, una gran concomitancia conceptual de fondo: cf., por ejemplo, CC 16 (pauidus nauta) = HR 70, 39-40 (et Roderici pauore ad terram suam pauidus fugiit), 22 (quod in Castella non est illo maius) = 7, 6-7 (unus ex maioribus Castelle), 41 (post cuius necem) = 64, 4 (post cuius mortem, cf. 75, 3: post mortem autem eius), 41 dolose peractam (sc. necem) = 34, 13-14 (cognoscens inimicorum suorum dolosis detractionibus), 50 (operaris) = 66, 22-23 (Dei clementia opitulante et operante), 66 (Mauros debellare) = 31, 2 (circumquaque debellando inimicos suos; cf., asimismo, 62, 28), 75 (precipiendo) = 19, 3 (precepit ei ut; cf. 67, 10: edificari precepit), 83-84 (castra / simul sunt capta; cf. 92: castra subuertit) = 40, 29 (milites autem Roderici depredati sunt omnia castra), 117 (caput muniuit galea fulgenti) = 66, 14 (suis armis munitus), 121 (equum ascendit) = 66, 14 (super equum suum equitauit), 129 (tunc deprecatur) = 62, 26 (incensanter ac prece deuota deprecabatur). Naturalmente, a la vista de tales coincidencias, cabe en principio la posibilidad de que el camino –como Wright, por ejemplo, sugería– haya sido el inverso, y que sea en realidad la Historia la deudora del Carmen. No nos parece, sin embargo, en absoluto verosímil, y, desde el punto de vista puramente metodológico (dado que todas las noticias del poema están en la biografía, pero no viceversa), consideramos más lógico postular que el Carmen es síntesis de la Historia, de la que toma materia y lenguaje, pero a la que no pretende «reproducir» en verso: no se trata de una versificación propiamente dicha. Como bien apuntaba Smith, el autor del Carmen tomó sus datos de una manera selectiva, de acuerdo con un procedimiento El pasaje ya fue señalado por Wright (230), aunque para demostrar la dependencia de la Historia respecto del Carmen. 29 17 consustancial al género panegírico 30. Favorece esta misma interpretación el hecho de que haya una serie de aspectos ya comentados (sustitución de unus de melioribus Pampilone por Nauarrus, presentación de la alferecía como principatus, eliminación de los servicios a los hudíes zaragozanos) que suponen una fecha tardía y se explican mejor en una trayectoria de la biografía al poema que en sentido contrario. En cualquier caso, el conjunto de las coincidencias señaladas, pese a su desigual valor por separado, creemos que abona la hipótesis que hemos procurado defender. La Chronica Naierensis Esta crónica, que arranca de la creación del mundo y llega hasta mediados del siglo XII, fue compuesta en buena parte de retazos de obras anteriores (desde la obra histórica de S. Isidoro hasta el corpus Pelagianum 31 ), ensamblados en una variopinta taracea por un compilador que trabajaba seguramente en Santa María la Real de Nájera, aunque quizá estaba relacionado también con Compostela (Ubieto 1985: 12-30, Estévez 1995: LXIII-XCIV). La Chronica Naierensis venía siendo usualmente fechada en torno a 1160 (Entwistle 1928: 204, n. 1, Moralejo 1980: 66-67), pero su más reciente editor (Estévez 1995: LXX-LXXIX) ha podido datarla con posterioridad a 1173, año en que (al parecer) concluyó Pedro Coméstor su Historia Scholastica, una de las fuentes de la crónica. En todo caso, el canciller de París murió en 1179 o 1180, fecha en que necesariamente estaría concluida su obra, cuyo manuscrito más antiguo conocido es de 1183. Habida cuenta de que su difusión y llegada a la península hubieron de tardar algo 32, esto nos lleva de lleno a la década 1181-1190. Ello hace casi seguro que la referencia a Aldefonsum qui postea rex extitit in Portugale (CN III 22, 16) deba entenderse en pasado y que la crónica se haya compuesto tras la muerte de Alfonso I de Portugal en 1185, como ya había apuntado Ubieto (1985: 25 y 30). Por nuestra parte, podemos añadir que, habiendo servido de fuente al Linage navarro, su fecha límite (1194, Nótese, por cierto, un procedimiento similar en el Linage, que, basándose sin duda en la Historia, selecciona tan sólo determinados episodios, como hemos visto en el apartado anterior. 30 Se trata de la compilación, repleta de interpolaciones, realizada o supervisada por el obispo ovetense don Pelayo (muerto en 1143 o 1153). 31 Este periodo de tiempo no tuvo por qué ser muy amplio, sobre todo si, como planteó Ubieto (1985: 29-30), el autor, aunque perteneciente al monasterio de Nájera, era un cluniacense francés, hipótesis que este dato parece abonar, aunque (como bien señala Estévez 1995: XCII) ello no es imprescindible. 32 18 como se ha visto en la n. 3) es también el terminus ante quem de la Chronica Naierensis, aunque seguramente sea algo anterior, pues hubo de conocerse en la corte navarra y ser extractada en el Linage antes del 27 de junio dicho año, fecha de la muerte de Sancho VI de Navarra. Nos movemos pues en una cronología similar a la de la Historia Roderici, c. 11851193. Las relaciones entre la Chronica Naierensis y el Carmen son mucho menos netas que las que ambas obras guardan con la Historia Roderici. Las de la biografía latina y el poema ya se han visto en detalle; las que posee con la crónica se evidencian palmariamente en dos aspectos. Por un lado, ambas obras comparten la latinización de Campeador como Campidoctus, un neologismo que ni Manchón - Domínguez (1988: 617) ni nosotros hemos hallado en ninguna otra parte. Por otro, hay cuatro episodios (la batalla de Graus, la toma de Toledo, la traición de Rueda y la defensa de Aledo) descritos en términos muy similares (aunque la Chronica Naierensis no cite la participación de Rodrigo en la primera, por tener como trasfondo una particular versión legendaria del suceso) 33: CN III 14, 7-15, 1: quod rex Santius ulcisci desiderans Cesaraugustam cum suo perrexit exercitu. Cui Ranimirus rex cum suis in loco qui Gradus dicitur occurrens, ab eo in bello interfectus est [...] Inde Rex Santius cum uictoria reuersus est Castellam. HR 4, 3-8: Quandoquidem Sanctius rex ad Cesaraugustam perrexit et cum rege Ranimiro Aragonensi in Grados pugnauit ibique eum deuicit atque occidit, [...] Post habitum uero huiusmodi triumphum, Sanctius rex reuersus est ad Castellam (cf. 10, 1-3: Reuerso autem cum supradicto honore ad Castellam Roderico, rex Aldefonsus ad Sarracenorum terram sibi rebellem cum exercitu suo statim perrexit). CN III 20, 1-4: Et cum predictus rex multa agmina haberet militum, sub era MCXVIIª ad partes Toletanas accedens, usque ad VI annos continuos unoquoque anno panem Sarracenis auferens et ab obsidione non recedens cepit Toletum era MCXXIIIª. HR 20, 1-5: Post hec uero imperatori Aldefonso maximam uictoriam concessit diuina clementia, ita quod Toletum urbem Yspanie inclitam diu impugnatam et expugnatam VII uidelicet annis uiriliter accepit eamque in suo imperio cum suburbanis simul et terris suis subiugauit (cf. 10, 10-12: Congregato itaque exercitu suo et cunctis militibus suis armis bene munitis, in partes Toleti depredans et deuastans terram Sarracenorum inter uiros et mulieres numero VII milia <captiuauit>). Quizá podría añadirse a ellos el combate de Rodrigo con catorce leoneses (CN III 15, 29-48), que parece modelado a partir de la victoria sobre quince zamoranos (HR 5, 9-13), pero aplicada a una anécdota diferente (la liberación de don Sancho, cautivado durante la batalla de Golpejera), lo que hace que la cercanía sea menor. Compárese, no obstante, CN III 15, 41-45 (unum postrauit, in reditu alium deiecit et sic in eos sepius feriendo et ad terram prosternendo [...] ut de illis XIIII non euaderet nisi unus grauissime sa<u>ciatus) con HR 5, 12-13 (quorum unum interfecit, duos uero uulnerauit et in terram postrauit omnesque alios robusto[s] animo fugauit). 33 19 CN III 20, 14-23: Inter hec era MCXXIª missi sunt ab eo ad recipiendam Rodam, quam rex ei dandam promiserat in dolo, infans Ranimirus Aldefonsi regis consanguineus germanus, Garsie Pampilonensis regis filius et comes Gundissaluus et multi alii de nobilioribus Castelle. Qui fraude parata cum diuisim unus post alium introirent, omnes fere ibidem interfecti sunt. Inde ducti, Ranimirus in ecclesia Sancte Marie Naierensis [...] iuxta patrem a dextero latere requiescit. Comes uero Gundissaluus et alii apud Oniam sunt sepulti. HR 18, 1-26: Transactis ergo diebus multis, accidit ut quidam homo ignobilis nomine Albofalac, qui tunc tenebat castrum Rote, quod est uicinum Cesaraguste, substraxit se cum predicto castro de iure et de dominio Almuctaman regis et rebellauit in eo [...] Quo audito, imperator Aldefonsus misit ad eum Ranimirum infantem et comitem Gundissaluum et alias quam plures potestates cum ingenti exercitu, ut subueniret ei. [...] Albolfalac autem rebellis castri Rote habuit consilium cum infante Ranimiro quod traderent Rotam imperatori Aldefonso. Predictus uero Albolfalac ilico ad imperatorem uenit et locutus est cum eo uerba pacifica in dolo supplicans ei multis precibus ut ueniret ad predictum castrum et intraret illum. Sed antequam imperator ad castrum accederet, permisit Albolfalac principes imperatoris prius castrum intrarent, ipso autem prope stante. At ubi ingressi sunt, dolus et proditio Albolfalac statim cognita uidetur. Milites autem et pedites, qui custodiebant castrum, percusserunt principes imperatoris lapidibus et saxis et multos de illis nobilibus occiderunt. Imperator autem recepit e<os> <et> reuersus est ad sua castra nimium tristis 34. CN III 21, 3-5: Inde era MCXXVIª perrexit [rex Aldefonsus] ad Alageth oppidum a Sarracenis obsessum, cuius aduentu ualde perterriti fugierunt. HR 32, 4-6 y 33, 21-25: Tunc itaque isti supranominati reges Sarraceni obsider<u>nt castrum illum de Halahet et adeo debellauerunt eum [...] Iuzef autem rex Sarracenorum et omnes alii reges Yspanie Ysmaelitarum et quecumque ibi erant cetere gentes Moabitarum, audito regis Aldefonsi aduentu, derelicto in pace opido de Halahet, in fugam continuo sunt reuersi et sic regis pauore perterriti, antequam accederet, a facie eius fugierunt confusi. Además de estos casos en que concuerdan expresión y contenido, hay una serie de interesantes coincidencias fraseológicas que confirman la ligazón entre ambos textos, toda vez que no se hallan con tal cercanía en otras fuentes coetáneas como la Historia Compostellana o la Chronica Adefonsi imperatoris: CN III 15, 2-3: maiorem priori exercitum rursum congregans, contra regem Santium properat pugnaturus = HR 7, 7-8: Vnusquisque istorum cum sua militia uenerunt pugnaturi contra regem Sibille. III 15, 4-6: Quo audito, rex Santius [...] de Castellanis adunato exercitu in loco qui El inde ducti de CN III 20, 19-20 nos hace aceptar la lección del ms. S, que coincide con la primitiva de I (vid. Falque 1990: 56), corrigiendo la concordancia del pronombre y añadiendo la conjunción, si bien también podría enmendarse receptis eis. En cuanto a las noticias sobre los sepulcros de don Ramiro y don Gonzalo, son aportaciones personales del autor ( Ubieto 1985: 27, cf. Estévez 1995: XCII). 34 20 Vulpellera dicitur occurrit = 48, 4-5: Quo audito, rex Sanctius Aragonensis [...] inmensum exercitum congregari precepit. III 15, 24-25: Mane itaque facto utrumque parantur acies, acre bellum conseritur = 16, 4-6: Magno autem impetu facto, belligerantes et uociferantes utriusque partis direxerunt acies suas et inierunt bellum. III 15, 45-46: Ad campum itaque denuo uenientes arma et spolia acceperunt = 66, 2931: eorum spolia [...] et arma obtima et plures diuitias post habitam uictoriam sufficienter ibidem acceperunt. III 15, 48: Castellam cum uictoria sunt reuersi = 21, 6: cum uictoria reuersi sunt ad castrum Monteson (cf. 9, 1: Ipse uero cum uictoria reuersus est ad Sibillam). III 16, 7-9: Quod cum per nuntios regi Santio relatum fuisset, magnam succensus in iram [...] Semuram properat et circumdat = 23, 1-4: Vt autem Sanctius rex audiuit quia Rodericus adquiescere dictis eius noluit nec a loco, in quo stabat, recessit, motus ira infremuit et una cum Alfagib usque fere ad castra Roderici celeri cursu peruenit (cf. 40, 1-2: Cum autem Berengarius cum omnibus suis hanc audisset epistolam, omnes unanimiter inmensa accensi sunt ira). III 17, 4: Quo audito Aldefonsus effectus hylaris uenire disponit = 48, 8-9: Quo audito et cognito, Rodericus eos honorifice et hylari uultu recepit (cf. 66, 39-40: Quo facto, in regnum suum rex ylaris statim rediit). III 17, 12-15: Tunc rex Almemon clam uocato Aldefonso totum denudat consilium et nullomodo id uelle facere affirmans pacem et amicitias parat cum eo, quandiu ambo uixerint, obseruare = 47, 12-13: Illum nimirum, ut cum rege suo amorem et amiciciam et pacem habere uellet (cf. 48, 9-15: cum rege Sanctio et cum filio eius pacem et amorem omnino se uelle habere eisdem respondit [...] Rex autem Sanctius et filius eius et Rodericus uidentes se insimul, et amorem et pacem inter se habendam indisso<l>ubili laqueo firmissime instituerunt). III 17, 20-21: et me, si Deus meus concederet, de tantis illatis iniuriis uindicare = 38, 12-13: Deus autem, qui potens est, de tantis iniuriis a te nobis illatis uindicabit. Las pruebas son, a nuestro entender, concluyentes, y demuestran la relación existente entre ambas fuentes. En cuanto al sentido de esta relación, no parece probable que ambas obras procedan independientemente de una desconocida fuente común, no tanto porque los episodios que hemos citado primero tengan pleno acomodo en la biografía cidiana, sino precisamente por los estrechos paralelos advertidos en contextos dispares, que hacen harto 21 improbable que dos autores distintos hayan ido a fijarse en ellos por separado, en una tercera fuente. Es menester, pues, postular el influjo y éste sólo puede haberse ejercido desde la Historia Roderici hacia la Chronica Naierensis. Lo prueba el hecho de que los episodios cidianos de ésta no aparecen en aquélla, lo que sería absurdo si el autor de la biografía latina de Rodrigo hubiese tenido delante la crónica. A lo mismo apunta el hecho de que, en los pasajes comunes, esta última ofrezca menos detalles que aquélla. Puede, pues, establecerse con certeza suficiente que la Historia Roderici ha servido de fuente a la Chronica Naierensis, con la que comparte códice en los dos manuscritos conservados, como ya hemos visto. En cuanto a las conexiones entre la Chronica Naierensis y el Carmen Campidoctoris, son mucho más vagas. La principal coincidencia radica en la forma de referirse a la muerte de Sancho II. Frente al tono neutro de la Historia Roderici, que silencia cualquier detalle al respecto 35, tanto la crónica como el poema se refieren a lo inesperado de la muerte, CC 39: tam cito subiret rex mortem = CN III 16, 44: regis mors inopina, así como a su carácter traicionero, CC 41: post cuius necem dolose peractam = CN III 16, 21: Ad regem dolose ueniens (cf. ibid. 33-34: Mox uersis abenis quasi nichil mali aut perditionis egisset y 40: lancea proditoris equum percutit fugientis). También es significativo el uso de expresiones poco frecuentes, como CC 67: Yspaniarum patrias uastare = CN II 15, 32 < Rot. 22, 11: patriam depredauit (cf. II 34, 42: circunstantes regiones deuastauit), si bien en este caso resultan aún más cercanos dos pasajes de las fuentes utilizadas por la crónica, pero ausentes de ella (Alb. 17, 1, 7: Maurorum patrias defecante, Seb. 16, 9-10: Gallecie populos [...] simul cum patria deuastauit). También resulta curioso el empleo de dos raros sinónimos con el mismo e inusual sufijo: CC 70: Agarice gentis y CN I 211, 31 < Rot. 8, 4: Ysmaeliticis triumphis (cf. comentario al v. 70). Otros paralelismos, con muy diverso grado de proximidad, son los siguientes: CC 21-22: nobiliori de genere ortus, / quod in Castella non est illo maius = CN III 20, 18: de nobilioribus Castelle. Para Smith (1986: 110) esto sería indicio de su origen salmantino, es decir, leonés; pero podría simplemente deberse a que tales detalles (sin la participación de Rodrigo) le parecían ajenos a su tema principal, si no fue por sentido del decoro (cf. el comentario al v. 41). Nótese que también las Efemérides Riojanas y sus derivados daban el dato de forma muy escueta: Era MCX. Sancius Rex interfectus ex Zamora (Chronicon Burgense, ed. Flórez 1799: 310), Era MCX. Interfectus est Rex Sancius in Zamora IIII Nonas Octobris (Annales Compostellani, ibid. p. 320), frente al Cronicón Compostelano, que especifica: quidam miles Zamoranus [...] proditorie interfecit (ibid. p. 327). 35 22 33-35: Sancius, rex terre, / iuuenem cernens ad alta subire, / quod principatum uelit [...] dare = I 210, 6-7 < Rot. 6, 5-6: uidens eum Egica rex elegantem, recogitans in corde ne... 36 41: post cuius necem = II 10, 1 < Rot. 17, 1: post cuius interitum y 12, 1 < Rot. 18, 1: post cuius obitum. 51: cum Rodericum sublimari sinis = I 206, 7 < Rot. 2, 9: honore comitis sublimatus. 57 y 61: quibus auditis susurronum dictis, / [...] / omnem amorem in iram conuertit = II 3, 3-4 < Rot. 8, 30-31: Quod ut rex audiuit, uesanie ire commotus... 59: solium honoris = I 209, 1 < Rot. 5, 1: ad regni solium. 60: causa timoris = I 206, 12 < Rot. 2, 13: causa pietatis commoti. 62: occasiones contra eum querit = III 5, 1-2: cepit occassiones belli aperte querere. 82: captus est Garsia = III 13, 14-16: cum Garsias illi [...] occurreret, mox captus [...] ducitur. 83-84: castra / simul sunt capta = III 8, 10: captoque breui castro. 90: quod Deus illi uincere permisit = III 15, 22: quod Deus permitteret facturum 102: nec transeundi facultatem darent = III 13, 13-14: transitum eidem liberum concesserunt. 109: accipit hastam = III 16, 39: arrepta lancea (sc. Rodrigo; cf. III 15, 40-41: At illi fixa in campo lancea processerunt. Qua Rodericus arrepta, equum calcaribus urgens...) 120: giro circinni = III 7, 57: positis in gyro arietibus. 121: equum ascendit = III 3, 23-24: ascendens equum (cf. III 16, 38: mox mundo insiliens equo ) 37. El pasaje, que la Chronica Naierensis retoma de la Chronica Adefonsi III, trae un eco de Ex. 2, 2 (et uidens eum elegantem). 36 Si bien en este caso se halla la misma expresión en la Historia Compostellana II 24 (uelocissimum equum ascendens). 37 23 121: trans mare uexit = I 206, 3 < Rot. 2, 6: mareque transiectus Yspania est aduectus (cf. Rot. 27, 7-8: mari transiecto). Respecto de la muerte de Sancho II, podría pensarse que el Carmen conociese más bien la pretendida fuente poética de CN III 15-16, el Carmen de morte Sanctii regis supuesto por Entwistle (1928) a la luz de los pies poéticos y aun hexámetros completos que detecta en la prosa cronística. Sin entrar aquí en la dudosa existencia de dicho poema o de otros vernáculos sobre el particular 38, se ha de señalar que los paralelos desbordan el marco de los capítulos referidos a Sancho II y Alfonso VI, lo que permite referirlos al conjunto de la crónica. Otra cuestión es el peso que se otorgue a tales coincidencias, a la vista, sobre todo, de que hay algunas que remiten directamente a las fuentes de la Chronica Naierensis. Al caso aducido arriba a propósito del verso 70 del Carmen pueden añadirse la semejanza de tono y léxico de los vv. 45-60 con Seb. 6, 2-5: zelo iustitie armatus [...] filii uero Uuittizani inuidia ducti eo Básicamente, se han sostenido tres posturas (resume la polémica al respecto Deyermond 1995: 65-67, 124-26 y 142-45): la existencia del poema latino (así, Rico 1969: 84-85, que lo considera procedente de Oña), la de un primer y perdido Cantar de Sancho II (postulada por Menéndez Pidal 184-85 y Fraker 1974) o bien un Cantar de Alfonso VI (Reilly 1988: 66, pero cf. Martínez 1986) y la de leyendas historiográficas sin formulación poética (Michael 1992: 76, Martin 1992: 46-70 y 100-102, n. 122, y 1997: 141-42). A nuestro juicio, tiene razón Estévez (1995: LXXXVI-LXXXIX) al señalar que estamos –más bien que ante restos de versificación– ante recursos típicos del cursus rhythmicus o prosa rítmica latina medieval, presentes además en otros lugares de la Chronica Naierensis, frente a la completa imposibilidad de reducir a pie alguno numerosos pasajes de los capítulos III 15-16 (cf. también Wright 1989: 341-42, y Gil 1995: 18-19, quien señala la posible presencia de pentámetros). En cuanto a una fuente épica romance, adviértase que una serie de indicios apuntan más bien hacia un autor litteratus; así, el diálogo de don Sancho y Rodrigo (III 15, 723) sobre el número de contrincantes está construido sobre el que sostienen Dios y Abraham en Gn. 18, 26-32 (véase el comentario al v. 33), mientras que el hexámetro de III 16, 43-44 (Nec mora fit clamor, tolluntur ad ethera uoces), trae netos ecos virgilianos (Aen. II 338: quo fremitus uocat et sublatus ad aethera clamor, VIII 70: ac talis effundit ad aethera uoces, cf. Silio Itálico, Pun. IX 304-5: tollitur immensus deserta ad sidera clamor, / Phlegraeis quantas effudit ad aethera uoces), que resuenan también probablemente en III 16, 13 (Quod cum Vrraca perpensisset obortis lacrimis ait; cf. Aen. III 492, IV 30, VI 867 y XI 41, si bien Fedro ofrece asimismo un paralelo: Fab. XIX 6: lacrimis obortis: Ite felices, ait). Por su parte, III 18 ofrece una leyenda sobre la introducción del rito romano que responde a igual inspiración clerical (como buena parte del libro III, de tono bastante hagiográfico). La tercera posibilidad resulta, pues, la menos arriesgada. 38 24 quod Rudericus regnum patris eorum acceperat [...] Sarracenos in auxilium petunt, o pequeños paralelos del tipo CC 23: Iberum litus = Rot. 2, 1: Spanie litus. También se advierten algunos paralelismos con la Historia Compostellana, como CC 12: sumo labore = HC I 10: has litteras ampliori collectione descriptas summo labore detulimus, 57: Quibus auditis susurronum dictis = II 85, 62: inuidia stimulante, susurrones et detractores uenenoso ore insurrexerunt in Compostellanum (cf. I 107, 1 y II 85, 40), 62: occasiones contra eum querit = HC II 86, 69: rex occasiones querit aduersum nos, 91: alios fugans aliosque cepit = II 53, 156: alii interempti, alii capti, alii in fugam uersi sunt. Si a ello se añade que algunas de las similitudes entre el poema y la crónica najerense se dan con más fuerza entre aquél y la propia Historia Compostellana o, sobre todo, la Historia Roderici, es obvio que no cabe asegurar que el autor del Carmen conociese la Chronica Naierensis, mientras que el origen en la Chronica Adefonsi III de buena parte de las coincidencias invalida un posible influjo inverso. En definitiva, aunque da la impresión de que el poema latino empleó la crónica najerense como fuente subsidiaria (al igual que el Linage), no puede tenerse por probado. Los Annales Compostellani y el Chronicon Burgense Según queda dicho, la tercera fuente que se refiere a Rodrigo como Campidoctor (con el diploma valenciano de 1098 y el Carmen) es el Chronicon Burgense. Se trata de una típica lista cronológica de efemérides (la última de las cuales es 1212) del tipo habitual en la Alta Edad Media, y se ha conservado en un códice burgalés del siglo XIII (Díaz y Díaz 1991: 165, n. 1). La entrada correspondiente a la muerte del Cid dice: Era MCXXXVII. Obiit Rodericus Campidoctor (ed. Flórez 1799: 310, cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 527, Manchón - Domínguez 1988: 616, Martin 1993: 191-92). A primera vista, el dato podría proceder de HR 75, 1-2: Obiit autem Rodericus apud Valentiam in era M.ª C.ª XXX.ª VII.ª, aunque, ahí, no aparece el Campidoctus que hubiese podido sugerirle al analista el término clásico (reminiscencia, por otra parte, extraña para el redactor de uno de tales cronicones). Cabe, pues, preguntarse si el autor de la escueta anotación conocería el Carmen y tomó de él la forma culta del epíteto. Sin embargo, se sabe que el Chronicon Burgense no es una obra original, sino la adaptación y resumen de las anteriores Efemérides Riojanas, representadas en su redacción extensa por los Annales Compostellani, los cuales dan la misma noticia con la variante Campiductor (Era MCXXXVII. Rodericus Campiductor, ed. Flórez 1799: 322), que es la que empleará más tarde Gil de Zamora en su Liber illustrium personarum (Flauinum Caluum, de quo descendit Rodericus Dydacy campi ductor, ed. Cirot 1914: 81). En cuanto a los Annales, son una agrupación de siete series analísticas de varia procedencia, simplemente yuxtapuestas, y sólo la última serie (es decir, la séptima, que abarca los años 1211-1248) recoge básicamente efemérides de Compostela y Santo Domingo de la Calzada, mientras que la primera (años 1-1104) se centra —tras la obligada historia del mundo— en Castilla y 25 Navarra, la segunda (1104-1118) y la cuarta (1094-1119) en Aragón, la tercera (1077-1093) y la quinta (1121-1208) en Castilla y la sexta (1109-1158) en La Rioja (Ubieto 1985: 28, cf. Martin 1993: 191-92 y Gil 1995: 72). Como se ve por este dato, el Chronicon Burgense, que concluye en 1212 (con la noticia de la batalla de las Navas de Tolosa), se adaptó de la fuente de los Annales antes de que estos se hiciesen propiamente compostelanos y –por tanto– quizá no atestigüe una lección derivada, sino la primitiva. Cabría, pues, suponer el influjo del Carmen en las citadas Efemérides Riojanas, sobre todo tras verse las marcadas conexiones riojanas de la materia cidiana temprana. Sin embargo, sigue siendo extraño que un analista de esta índole se fijase en un texto como el poema latino, que, incluso si aludiese a la muerte de Rodrigo en la parte faltante, difícilmente habría ofrecido la fecha. Pensar en una fusión de la biografía y el poema latino resulta aún más improbable. A cambio, hay fuertes indicios de que una de las fuentes de los Annales fue un necrologio cardeñense (Manchón - Domínguez 1988: 616, n. 3, cf. Gil 1995: 17), de donde naturalmente tuvo que derivar la noticia referida a la muerte del célebre caballero allí enterrado. La tradición de Cardeña parece haberse decantado siempre por el uso de mio Cid (cf. Montaner, en prensa b), pero también es verdad que conocemos mal su evolución en el siglo XII. Por otro lado, esta noticia podría ser muy anterior al desarrollo de las leyendas cidianas propiamente dichas. Así las cosas, la duda que inmediatamente surge es si se conoció en Cardeña la forma Campidoctor. Ningún testimonio hay al respecto, pero no sería raro que junto al féretro del Cid, doña Jimena hubiese llevado allí diplomas laicos valencianos (frente a los eclesiásticos, recogidos por don Jerónimo) donde el nombre del princeps Valentiae apareciese, como en los otros, con la forma Rudericus Campidoctor. De ahí procedería entonces la versión anotada en el obituario cardeñense, que habría pasado a la redacción primitiva de los Annales y de ahí al Chronicon Burgense. Es más, dada la cronología relativa de las fuentes, nada impide que haya sido dicha redacción primitiva la que sugiriese al autor del Carmen el uso de la forma clásica en lugar del neologismo Campidoctus que encontraba en la biografía latina. Abona esta posibilidad el ámbito de difusión de dichos Annales, que encontramos vinculados a Burgos, La Rioja 39, Silos y Compostela, frente al retiro salmantino de los diplomas valencianos, ni siquiera conocidos por el autor de la Historia Roderici. Por supuesto, todo esto es una red de hipótesis cuya única validez por el momento le viene de su propia coherencia, pero invita a una investigación más detallada sobre estos textos (que ni siquiera gozan de una edición moderna), tanto si permite afianzarla como desecharla definitivamente. Independientemente de su posible redacción riojana, los Annales o su modelo fueron empleados como fuente por la Chronica Naierensis (Ubieto 1985: 16-20, Gil 1995: 17, Estévez 1995: XCII y 186). 39 26 El Poema de Almería Como se deduce del caso anterior, no sabemos en qué medida se divulgó en su época el Carmen Campidoctoris, si es que realmente llegó a experimentar difusión alguna. Ignoramos si el poema (suponiendo que se escribiera en vida del Cid, lo que cada vez resulta menos probable) llegó a ser conocido por su protagonista y homenajeado, según sería lo propio de una transmisión como la medieval y de un género como el del encomio, ya que –como recuerda Holtz– ése era el hábito incluso respecto a los meros destinatarios, que no inspiradores, de determinadas obras: «nel caso in cui l’opera era dedicata a un grande personaggio, un esemplare particularmente curato e derivante direttamente dall’originale gli era destinato dall’autore stesso, che lo approntava o lo faceva approntare» (1992: 333). Según esta suposición de carácter general, cabría pensar en principio en una cierta difusión inicial, notablemente restringida, «a macchia d’olio, dietro impulso di un amico, o del destinatario, o in funzione della notorietà e delle relazioni dello scrittore. È un po’ la tecnica del “passaparola”: si è sentito parlare dell’esistenza di un’opera e si vuole poterne disporre [...]» (ibid. 335). Pero nada de ello nos consta. Por el contrario, hay quienes consideran que nunca salió de su olvido en Ripoll, o en el que fuese su verdadero lugar de composición, antes de su posterior traslado a ese monasterio (Higashi 1977: 173); según lo resume Wright (241), «later histories and the Castilian epic seem not to know it, so it probably stayed hidden at Ripoll». Algunos estudiosos –y entre ellos el propio Wright (229-31), como ya hemos visto– estiman que pudo influir en la Historia Roderici, otros –como Smith y nosotros mismos– creen que se produjo el proceso inverso. Se ha supuesto, además, que pudo conocer su existencia el autor del Poema de Almería (escrito entre agosto de 1147 y febrero de 1149, según sostuvo Ubieto y comparte Rico 1985: 197, n. 1), a quien se ha pretendido identificar con el cluniacense Pedro de Poitiers 40 , así como con el obispo Arnaldo de Astorga (Martínez 78-122), habiéndosele supuesto también un origen catalán (según recuerda Martínez 1991: 56), a partir del comites domuit quoque nostros del verso 235. Mucho se ha especulado sobre el famoso pasaje de este poema (sobre cuyo título cf. Martínez 23, n. 12) en el que se dice a propósito de Rodrigo (233-240): Ipse Rodericus, Meo Cidi sepe uocatus, Vid. Ferrari (1963), con argumentos de carácter ideológico y doctrinal, sobre todo, y Maya (1990: 114), frente a Rico (1969: 74, n. 127) y Martínez (87-108). 40 27 de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur, qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros, hunc extollebat, se laude minore ferebat. Sed fateor uerum, quod tollet nulla dierum: Meo Cidi primus fuit Aluarus atque secundus. Morte Roderici Valentia plangit amici nec ualuit Christi famulis ea plus retineri 41. Los versos 234-236 contendrían, como el propio verso 30 del poema, «un sumario de lo que ocurre en el Carmen» (Wright 1989: 344-45), al que se estaría refiriendo, según creen también Michael (1992: 75-76) y Rodiek (1995: 60) y sugieren, como mera posibilidad, Martínez (355), Fletcher (1989: 203), Martin (1993: 184-85) y Higashi (1997: 173, n. 14). Incluso aceptando que el Carmen estuviese escrito para 1147, no nos parece que sea necesario suponer una referencia directa en este caso. Aunque la alusión a «nuestros condes» (no los catalanes, sino los cristianos, claro, frente a los moros del primer hemistiquio) se ajuste a las lides que narra el Carmen, es demasiado vaga y la idea de que no fue superado por los enemigos, aunque quizá implícita en el reiterado uso de uictor (9 y 99), no aparece expresamente en la parte conservada del poema latino (ni en el Cantar de mio Cid, por cierto, salvo muy vagamente en 409: «mientra que visquiéredes, bien se fará lo to», en boca del ángel Gabriel), aunque sí en la Historia Roderici 74 (Dum autem in hoc seculo uixit, semper de aduersariis secum bello dimicantibus triumphum nobilem obtinuit et numquam ab aliquo deuictus fuit). Se plantea también el problema de la referencia al título de Meo Cidi, completamente ajena al poema latino (Deyermond 1995: 105), cuya reluctancia a emplear onomástica vernácula es patente (cf. el comentario a los vv. 23-24, 42, 95 y 98). Bien es verdad que el texto no liga dicho epíteto al posible cantar sobre el héroe y que el sepe uocatus, más que aludir a la frecuencia de la designación en un poema épico (cf. Gil 1995: 50), parece significar tan sólo ‘corrientemente, de modo habitual’ (cf. Michael 1992: 76 y Martin 1993: 185, 194-95) 42 . Sin embargo, ambas afirmaciones han solido tomarse en Pueden verse sendas traducciones del pasaje en Rico (1969: 72 y 1993: XXXII), Fletcher (1989: 203) y Montaner (1993: 4). Explora las reminiscencias virgilianas de estos versos (incluidos los inmediatamente anteriores) Rico (1985). El v. 240 tiene un antecedente en la Rot. 9, 8-9 (= Seb. 9, 6): Ismaelitarum non ualuit sustinere impetum, referido a la derrota de Rodrigo, el último rey godo (cf. S. Jerónimo, Epist. XIV [CC CLCLT 620 ]: quem praesentem retinere non ualuit; para el uso de la pasiva, cf. CAI II 43, 3-4: qui nulla incantatorum uel medicorum arte ea die retineri ualuit). 41 Lo que viene reforzado por otra posible reminiscencia virgiliana (Aen. IV 382-84: spero equidem mediis, si quid pia numina possunt, / supplicia 42 28 conjunto 43, por lo que la mayor parte de la crítica ha entendido que dichos versos se referían a un poema vernáculo, bien una gesta extensa (el Cantar de mio Cid o un antepasado directo suyo), bien una reducida (semejante a los posteriores romances), bien una canción breve de forma lírica (del tipo «Cantan de Roldán, / cantan de Olivero...») 44. Sin entrar aquí a valorar la cuestión en detalle, se ha de recordar que ya Curtius (1955: 233-35) previno con razón –en hausurum scopulis et nomine Dido / saepe uocaturum), si no lo es ovidiana (Met. VII 822-23: nomenque aurae tam saepe uocatum / esse putans nymphae nympham me credit amare, XIII 68-69: scit bene Tydides, qui nomine saepe uocatum / corripuit). De todos modos, la expresión se repite con el mismo sentido en autores como Pascasio Radberto, Expos. in lament. Hierem. [CC CM 85], I 1713 (Iuxta anagogen uero ecclesia uocat sepe amicos eos uidelicet quos in fide socios habere putat) o en Gualterio de San Víctor, Serm. [CC CM 30], X, p. 89, líns. 131-132 (Hinc est quod saepe uocatur flos campi, lilium conuallium, rosa, uiola...) El mismo equívoco se ha producido a propósito de la pareja épica del Cid y Minaya, pues la crítica ha leído estos versos más a la luz del Cantar de mio Cid y de la mención previa de Roldán y Oliveros (PA 228-29) que de su propio contexto. Si uno se atiene a éste, verá que no se establece ahí ningún tipo de paralelismo con la pareja épica carolingia ni se sugiere absolutamente nada sobre una colaboración entre el Cid y Álvaro. Se trata de dos secciones completamente distintas del encomio de este segundo. Primero se lo sitúa en tercer lugar tras los dos héroes francos, sin establecer siquiera una relación binaria. Luego, tras concluir esa sección con un verso aislado entre dos pausas mayores (232: Nullaque sub celo melior fuit hasta sereno), que no afecta para nada a la comparación con los caídos de Roncesvalles, se pasa, al hilo del encomio, a referir una alabanza que Rodrigo Díaz le dirigió a Álvar Fáñez (sin duda, un dato de la historia oral, sea o no cierto, no transmitido por ninguna otra fuente), traída a colación por la innegable fama del primero y la importancia que eso le da al elogio. Pese a ello, el autor se siente en la obligación personal (sin aludir a fuente alguna) de poner las cosas en su sitio (237) y de dar la primacía como guerrero a Rodrigo sobre Álvaro (238). Así pues, lo único que aparentemente liga la mención del Poema de Almería con una pareja épica es este último verso, al situar a Álvar Fáñez como segundo después de Rodrigo (pero no como su segundo). Sin la lectura del Cantar a nadie se le habría ocurrido ver en esta expresión una pareja épica y las probabilidades de que el Poema de Almería aluda realmente a ella nos parecen mínimas, salvo que se fuerce el sentido de estos versos. 43 Véase una síntesis de las diversas propuestas, con la bibliografía pertinente, en Montaner (1993: 4, 8 y 10) y Deyermond (1995: 105-7). 44 29 alusión al famoso de quo cantatur– contra el riesgo de sobrevalorar tales fórmulas de referencia a supuestos carmina publica, las cuales podrían significar simplemente ‘es notorio que’, ‘anda en boca de todos que’, como se ha visto para el sepe uocatus 45. Por lo demás, algunas pequeñas similitudes, como las que cabe observar por ejemplo entre el proemio de esta obra y el de nuestro poema (Carmen 1-8, Poema de Almería 3-7), pertenecen al común acervo de la retórica prologal y tampoco permiten establecer relaciones claras de interdependencia en uno u otro sentido. La épica vernácula El apartado anterior nos conduce naturalmente a preguntarnos por la posible conexión entre nuestro Carmen y la épica románica coetánea, en particular la referida al propio Cid. A propósito del poema latino se han planteado básicamente tres cuestiones (a menudo combinadas): que se basase en cantos noticieros, es decir, en composiciones épicas coetáneas Como es sabido, canere —aquí el frecuentativo cantare— poseía ya en latín clásico el sentido encomiástico de ‘celebrar’, ‘conmemorar’, que tendía a independizarse del modo de hacerlo, ya fuera en prosa o en verso, con música o sin ella. Es el valor implícito en el célebre arma uirumque cano de Virgilio (Aen. I 1), mientras que a veces tiene un sentido eminentemente narrativo, como el que le da Lucrecio cuando propone motibus astrorum nunc quae sit causa canamus (V 509), donde el verbo, más que ‘cantemos’, significaría ‘expliquemos’. Este desplazamiento semántico da lugar en los panegíricos medievales al tópico de todos cantan su alabanza al que alude Curtius, el cual no apoya por sí sólo la existencia de gestas perdidas. Por lo tanto, de quo cantatur puede ligarse sin problemas a la misma esfera que el audio sic dici aplicado en el verso 224 a Álvar Fáñez, que es además cognitus omnibus ( 222). A este respecto, hay que recordar el contexto del célebre pasaje: un elogio de Álvar Fáñez inserto, a su vez, en la loa de su nieto Álvar Rodríguez de Castro, participante en la conquista de Almería. Estamos, pues, ante un encomio en que se está exaltando la fama de Álvar Fáñez y, en la medida en que la refuerza, la de Rodrigo Díaz. Ambas famas eran bien ciertas, la del segundo es bien conocida (y se plasmaría a finales de siglo en la Historia Roderici y en el Carmen); la del primero la evidencia la propia CAI II 2-3, al insertar de forma muy elogiosa y fuera del hilo cronológico la defensa de Toledo por Álvar Fáñez ante los almorávides. Además, la frase atribuida a Rodrigo sobre éste en el verso 236 del Poema de Almería remite, como queda dicho, a la historia oral, a lo que «departen los que cuentan de lo muy anciano» (en expresión de la Primera Crónica General 540a), de lo que nos ocuparemos luego. 45 30 de carácter episódico y no muy largas; que simplemente se inspirase en el estilo de tales piezas o que él mismo (que parece reunir las características antes indicadas) fuese un canto noticiero, aunque en latín. La posibilidad de que el Carmen fuese la reelaboración culta de un canto noticiero popular fue muy cautamente sugerida por Milá y Fontanals (1853, ap. Amador 215, n. 1 y 1874: 228, n. 2), basándose en la descriptio armorum de los versos 105128. En cambio, Menéndez Pidal (570-71) pensó que la quinta estrofa (Carmen 17-20), con su apóstrofe al auditorio, «no hace sino imitar a los juglares que en la plaza pública llamaban a la turba al comienzo de su canto: “Oít varones una razón...”»46, lo que aseguraría, a su juicio, la existencia contemporánea de cantos «noticieros de la frontera». Ambos planteamientos fueron rebatidos por Curtius (1938: 165-68) al demostrar que la citada descripción se basaba en modelos eruditos (Virgilio, fundamentalmente) y que audite (18) y uenite (20) poseían reminiscencias bíblicas e hímnicas. Las objeciones del estudioso alemán no hicieron cambiar de opinión a Menéndez Pidal, quien en (1939: 2) aceptó la procedencia culta de ambos términos, pero hizo recaer el peso de la prueba sobre el verso 19: magis qui eius freti estis ope, «que da calor de actualidad vital». Más tarde, en (1991 [1944]: 328-29), formuló así la idea: «en verso latino de los doctos, convoca al pueblo menudo, imitando a los tañedores de cedra callejeros, y convoca en especial a las gentes mismas del Cid, que vivían confiados en el esfuerzo del héroe», considerándolo «un cantar noticiero del siglo XI», opinión que matiza en (1992: 123-26 y 170), donde lo considera «un inestimable remedo de canto noticiero» (123; similar en 1963: 225), pues «convoca a las catervas, populi caterve, para que oigan su canción, la cual, en suma, es información de una reciente victoria» (125-26), para concluir que «tenemos así un testimonio de lo que eran los cantares breves noticieros en la segunda mitad del siglo XI» (126). Barceló (1965: 51-52) objetó a esto, desde la creencia (compartida por don Ramón) de que el Carmen era un poema catalán de fecha temprana, que por aquel entonces los cantos noticieros aludidos serían de tema castellano, por ejemplo sobre la batalla de Cabra (cf. Menéndez Pidal 260-61), pero eso es precisamente lo que peor conoce el autor del poema latino, lo que le lleva a concluir que no conocía tal tipo de composiciones. Aceptando las objeciones de Curtius y Barceló, Horrent (1973: 107-9) argumenta que la actitud deliberadamente cultista del poeta excluye la posibilidad misma de un influjo Don Ramón no adujo la fuente de esta expresión (que nosotros no hemos podido documentar), sobre la que dice en (1992: 125, n. 52): «el verso “oíd varones” juglaresco estaba ya en uso», lo que Horrent (1973: 110, n. 43) niega: «es conveniente recordar aquí que esta fórmula no está atestiguada en tal época y que una de las principales razones para creerla ya existente es precisamente el audite qui magis... del Carmen». 46 31 vernáculo; en cuanto a la «larga e imprecisa paráfrasis» del verso 19, «es original y su originalidad impide que se le busque cualquier filiación», incluida la de los supuestos cantos noticieros. Pese a estos graves reparos, Martínez (372-73, 384 y 387, n. 57) no sólo califica al Carmen de canto noticiero, sino que extiende esa consideración a la Historia Roderici y a la Chronica Naierensis, considerándolos respectivamente ejemplos de narraciones noticieras en verso y en prosa que datarían de entre 1085 y 1095. En cambio, Wright (225-27) añade nuevas pruebas del carácter culto de las invocaciones de la estrofa V, claramente relacionada con «the most obvious hymnic clichés» (vid. también Higashi 1997: 183), y señala, como complemento de las objeciones de Barceló, que la tradición épica posterior no ha conservado huella alguna de un presunto canto noticiero centrado en el episodio de Almenar. Más recientemente, Higashi (1996) ha aducido dos nuevas razones para separar el poema latino de esos supuestos cantos de actualidad: el hecho de que el Carmen retome la trayectoria del héroe desde el principio, refiriendo sucesos que, para la fecha de la batalla de Almenar (1082) ya eran agua pasada, y la elaboración literaria del poema, tanto en el plano compositivo como estilístico, ajena al carácter espontáneo y desorganizado atribuido a los cantos noticieros (cf. Menéndez Pidal 1992: 169-71). A nuestro juicio, los argumentos vistos y, en particular, las claras reminiscencias de la literatura latina en la estrofa V alejan cualquier sombra de duda sobre una posible inspiración vernácula al respecto. En cuanto al verso 19, además del comentario de Horrent, hay que señalar que resulta tan estrictamente inverosímil como el resto de la estrofa. En efecto, nadie puede tomarse realmente en serio que haya aquí un llamamiento a los seguidores del Campeador, puesto que un poema como el Carmen sólo podría ser entendido por una audiencia letrada, de clerici (cf. Higashi 1997: 173), y en particular este verso, cuyo vocabulario, si bien no tan recóndito como pensó Wright (222-23), es lo suficientemente cultista como para no dejarse comprender por cualquiera, ni siquiera por los capaces de entender el latín notarial coetáneo (vid. nuestro comentario ad loc.) Si se trata, pues, de un puro artificio retórico, no podemos darle demasiada importancia ni en el plano literario ni en el cronológico: el presente no tiene más valor ahí que el que pueda poseer en la literatura hímnica, ni, por citar un ejemplo vivo, en el célebre Venite, adoremus (cf., por ejemplo, Ps. 94 [95], 6) del Adeste fideles, que aún se canta en nuestras iglesias por Navidad. Por otro lado (y dejando aparte la cronología tardía del Carmen, que todo lo visto va afianzando y que invalida en su conjunto el planteamiento sobre cantos noticieros), no estará de más señalar que todo lo relacionado con el poema latino y tales poemas vernáculos responde, como ya apuntó Horrent (1973: 110, n. 43), a una argumentación circular. En efecto, no habiendo más testimonio de semejantes cantos que el Carmen (vid. Menéndez Pidal 1992: 123), no es extraño que éste cuadre con una caracterización de aquéllos que sólo procede del mismo poema latino. El problema es, en definitiva, la propia existencia de tales cantos noticieros, de los que, hoy por hoy, no se tiene prueba fehaciente alguna, siendo sólo un postulado 32 metodológico de la doctrina tradicionalista, como ha analizado Higashi (1996). Por lo que sí cabría preguntarse, dada la datación finisecular que parece más probable, es por las relaciones entre el Carmen y el Cantar de mio Cid. Ya se ha visto en el apartado I.1 que ambos poemas comparten varios aspectos argumentales: la culpa de los mestureros en el destierro del Campeador, el enfrentamiento entre Rodrigo y García Ordóñez y, especialmente (pues en definitiva lo anterior está ya en la Historia Roderici y lo comparte el Linage), la idea de que el héroe salió al destierro directamente a enfrentarse con los moros. Como señala Horrent (1976: 772): «la figure du Cid poétique, par rapport à celle du Cid historique, a été incontestablement christianisé dans les actes aussi bien que dans les propos». Sin embargo, la cercanía que esto arguye se ha de achacar a un mismo clima o estado de opinión en torno al héroe, pues nada hay en ninguna de ambas obras que evidencie el más mínimo conocimiento de la otra. Sin apelar al argumentum ex silentio, puede señalarse que el Rodrigo del Carmen es de la más alta cuna, mientras que el del Cantar es un mero infanzón. Éste sabe que la batalla de Cabra fue antes del destierro, lo que aquél ignora. En fin, ni siquiera en la batalla de Tévar (Cantar 954-1086), librada contra el mismo contendiente, Berenguer II de Barcelona, hay la menor reminiscencia de la de Almenar descrita en el poema latino (89-129), ni viceversa, como ya señaló Wright (226-27). Queda como único vínculo la procedencia ultramarina del caballo del Cid, pero mientras en el Carmen 121-23 este es producto de una compra, en el Cantar 1573-75 se obtiene (mucho después de Almenar) en la batalla (ficticia) contra el rey de Sevilla. En el estado actual de nuestros conocimientos, es imposible establecer si ambos textos se nutren de una tradición común diversamente interpretada o si se trata de un caso de poligénesis, suscitada por el general aprecio hacia los caballos árabes (véase el comentario al verso 121). La historia oral Esta última consideración nos devuelve a un factor que ya ha aflorado a menudo en las páginas antecedentes, el de la historia oral, es decir, la transmisión verbal de recuerdos más o menos amplios sobre un episodio o un personaje (cf. Montaner 1993: 11 y en prensa b). Frente a lo que ocurre con los cantos noticieros, su existencia está perfectamente documentada en la Edad Media (vid. Menéndez Pidal 1955: 876). He aquí una selección de pasajes que se refieren precisamente a la época de Rodrigo Díaz, pero recogidos casi dos siglos después (Primera Crónica General 538a, 539b-540a y 546b): Lidió Abenalhage con Álvar Háñez Miñaya en Almodóvar; et segund dizen los ancianos que son muy antiguos, que alcançaron más las cosas de aquél tiempo, Álvar Háñez tenié dos mill et D cavalleros. 33 Et [Alfonso VI] establesció luego en la real cibdad de Toledo su trono, esto es, su siella real, fasta que estableciesse yv segura morada con buen alcáçar, que non avié estonces sinon uno de paredes de tierra, assí como departen los que cuentan de lo muy anciano. Et los ancianos que más ende oyeron d’esta razón dizen que este rey don García assí yaze aún oy en León con sus fierros. A estos testimonios puede añadirse uno mucho más próximo a los hechos, el de Ibn Bassåm, cuando (poco después de 1100) señala: «me contó quien lo vio», al narrar la ejecución de Ibn Ja™™åf ordenada por el Campeador, y «me contó quien le oyó decir», al recoger la ya citada frase de Rodrigo en que se contrapone al último rey godo (Aflflax°ra,, t. III, vol. I, p. 99: ™adda‡an° man ra’åhu [...] ™adda‡an° man sama‘ahu yaq€lu). Para el propio siglo XII hallamos una interesante muestra de cómo operaba la historia oral cuando cierto magnate de la corte de Alfonso II de Aragón (1162-1196), preguntado por los derechos del monarca sobre el condado de Carcasona, depuso la siguiente declaración 47: El documento debería encontrarse en el Archivo de la Corona de Aragón, Cancillería, Pergaminos de Alfonso I [= II], Carp. 56, nº 730, pero en dicho lugar sólo se halla la siguiente nota: «Amb el número 730 dels pergamins del rei Alfons, Pròsper de Bofarull inventarià i copià al seu lloc corresponent un text narratiu sense data que explica l’origen i vicissituds del domini de Carcassona per part dels comtes de Barcelona. [Añadido a mano: L’havia publicat a los Condes II, 119-121]. A l’inventari o repàs dels pergamins de Cancelleria fet l’any 1939, s’arriba a l’escriptura número 729 i no es diu res de la 730, de la qual podem suposar que, no tenint data explícita, fou retirada del seu lloc i passada a la sèrie Extra-inventarios. Queda aquesta nota pro memoria fins que es pugui localitzar el text narratiu i restituir-li el número d’ordre que li donà Pròsper de Bofarull. No està transcrit al Liber Feudorum Maior publicat». Efectivamente, se conserva en el mismo archivo la copia manuscrita de Bofarull, en sus Traslados de papeles sueltos, y está publicado, con algunas correciones, en Bofarull (1836: I 119-21), pero hasta el presente no se ha localizado en la serie Extra-inventarios ni en ninguna otra parte, y tampoco está incluido en la colección diplomática de Alfonso II editada por Sánchez Casabón (1995). (Agradecemos la confirmación de estos extremos a María José Roy Marín). En cuanto a la fecha del documento, hay dos momentos con los que puede relacionarse: 1179, con ocasión de los pactos entre Alfonso II y el vizconde de Béziers y Carcasona (Sánchez Casabón 1995: docs. 288-290) o, sobre todo, 1188, cuando el monarca concede al hijo del anterior, Ramón Rogerio, el condado de Foix y la ciudad de Carcasona con la siguiente condición: Retineo autem proprietati siue dominicature mee et succesorum 47 34 Hec est memoria qualiter ciuitas Carcassona cum omni comitati et pertinente deuenit uenerabili comiti Barchinone, uidelicet Raymundo Berengarii Vetus, sicut audiuimus a magnatibus curie in presentia uenerabilis comitis Barchinone ac Principis Aragonensium Patris uestri bone memorie: quod ultimus comes Carcassone, ut credimus, Guillelmus nuncupatus, uenit ad prefatum comitem Raimundum Berengarium Vetus, et uendidit ei Carcassonam cum uniuerso comitatu eidem pertinente per franchum alodium. [...] Ad obitum autem suum dimisit Cataloniam duobus filiis suis per medium: maiori uero, uidelicet Raymundo Berengarii qui dicebatur Cap de Stopes, dimisit Carcasonam cum omni comitatu per melioracionem in suo testamento, sicut uos potestis uidere in eodem testamento. [...] Hec autem in curia uenerabilis comitis Patri uestri sic audiuimus: sed quia nondum nati eramus quando hec facta sunt, utrum uera sit nescimus. Consulimus autem uobis, quatinus instrumenta que ad causam Carcasone pertinent perlegere faciatis. Preterea, exquirite si quos maioris etatis inuenire poteritis qui huius rei memores existant. También resulta del mayor interés para el caso que nos ocupa advertir que la declaración del anónimo magnate, que hubo de hacerse naturalmente en catalán, fue plasmada por el personal de la cancillería real aragonesa con una fraseología muy similar a la de la historiografía latina coetánea, como ejemplifican los siguientes pasajes: Carcassona uero a militibus circunstantibus incessanter impugnabatur: homines eum capiebant, et res eorum aufferebant, et cum nullum haberent defensorem uix subsistere poterant. [...] Auo autem uestro milite facto, iam dictus uicecomes maluit esse periurus quam reddere comitatum sicuti iurauerat: homines uero Carcassonenses uidentes tantam iniuriam et iniustitiam noluerunt diu sustinere et, comunicato consilio, reddiderunt se et ciuitatem domino suo, auo uestro, sicut facere debuerunt. [...] Interea, quia auus uester propter multas guerras Sarracenorum non potuit plenarie sufficere ad deffendendum Carcassonam, [...] Rogerius autem maior filius uicecomitis noluit tenere iuramentum patris sui, et festinans ad Carcassonam multos eorum uiolenter cepit, quos exoculauit et emanculauit ac nares eorum amputauit et a ciuitate turpiter eiecit. [...] Porro auus uester huiusmodi iniuriam et iniustitiam indigne ferens, congregata inmensa multitudine exercitus armatorum perrexit expugnare et expellere uicecomitem a prefato comitatu. Vicecomes quoque preparauit se cum ingenti exercitu ad meorum in perpetuum in ciuitate et uille Carcassone, et eiusdem ciuitatis pertinentiis atque territorio (ibid. doc. 468). 35 dimicandum eum. Esta extensa y circunstanciada declaración, filtrada indudablemente por la pluma latina de un notario regio, nos da una buena muestra de cómo pudo componerse la Historia Roderici en fechas próximas y con igual distancia temporal a los acontecimientos narrados: un compilador de c. 1180 recoge de un intermediario en activo a mediados del siglo XII (Ramón Berenguer IV fue príncipe de Aragón de 1137 a 1162) información recibida por vía oral referente a tiempos de Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076) y de sus hijos Ramón Berenguer II (1076-1082) y Berenguer Ramón II (1076-1096). Una labor similar realizada a partir de unos cuantos informantes (más las intervenciones del propio redactor) puede dar una explicación satisfactoria del carácter marcadamente episódico y las lagunas de la biografía latina del Campeador, que es básicamente un ensartado de escenas cuyo único vínculo consiste en pertenecer a la vida del héroe, como han observado Menéndez Pidal (912-16) y Falque (1990: 21-25). Un indicio de esta forma de composición lo ofrece la propia biografía latina cuando introduce la genealogía de Rodrigo con un cauto hec esse uidetur (HR 2, 1) 48. A este propósito, puede compararse el caso de las Genealogías de Roda, que comparten códice y quizá procedencia con los dos manuscritos de la Historia Roderici y de cuyas fuentes ha dicho Martín Duque (1999: 70): ¿Cómo se obtuvo y organizó un conjunto tan preciso y abundante de datos? Se han sugerido distintas fases de acarreo de materiales y posibles antecedentes analísticos. Pero la ausencia de fechas y la propia estructura de la obra autorizan para pensar más bien en un único aporte de informaciones por vía de tradición oral, basado primordialmente en la prodigiosa memoria de dos ancianas —supuesto nada infrecuente— que vivían todavía cuando empezó a reinar Sancho Garcés II (970), su abuela Toda y su madre Andregoto. En torno a ellas giran precisamente, como ya se ha resaltado, las modestas glorias familiares, anotadas con escrupuloso realismo por el anónimo genealogista. No otro parece haber sido el caso de la biografía latina del Campeador, también carente (por lo general) de fechas, pero rica en detalles, y con igual apariencia de composición de La expresión es típica de la presentación de datos procedentes de la historia oral. Otro tanto se advierte en los Gesta Comitum Barcinonensium: «Abans de posarse al treball, aqueste redactor havia compulsat alguns documents [...]. Però, de totes maneres, el que raporta essencialment són tradicions i, cosa curiosa, tradicions de les quals sembla malfiar-se. Molt circumspecte, multiplica les formes tals com narratur, dicitur, dicuntur, ut fertur, ut aiunt» (BarrauMassó 1925: XXII). A nuestro juicio, tales formas no indican necesariamente desconfianza, sino la constatación de una fuente tradicional, como se ve en las citas hechas arriba de la Primera Crónica General. 48 36 acarreo. En cuanto a la procedencia de su información, ya ha apuntado Martin (1992: 91) que «le plus probable est qu’elle [= HR] émane de l’entourage de Chimène ou de celui de Christine et Ramire», lo que nos lleva, desde mediados del siglo XII, a Cardeña o Burgos y a Pamplona, respectivamente. A favor de la segunda opción está el interés de la recién reinstaurada casa real navarra por atraer sobre sí el prestigio del Campeador (Martin 1993). A la primera, en cambio, parecen apuntar las referencias cidianas del Poema de Almería, si se entienden (según proponemos) como inspiradas por las noticias sobre el héroe y no por una fuente literaria. En efecto, la inesperada mención, al final del pasaje consagrado a Rodrigo, de la retirada de Valencia (239-40), ajena al Cantar, parece ligar la presentación del mismo a las tradiciones cardeñenses, al asociarse implícitamente a la traslación a San Pedro del cadáver del Campeador tras dicha evacuación, lo cual, unido a la mención del apodo meo Cidi (cf. Montaner, en prensa b), permitiría asociar el cantatur a la fama cidiana que irradiaba de Cardeña. Esto no significa que se trate de leyendas monásticas; simplemente hay que tener en cuenta que doña Jimena y, al parecer, parte de su séquito se establecieron en el entorno del monasterio (Menéndez Pidal 582-83, Fletcher 1989: 198, Martínez Diez 1999: 412-15), lo que, unido a la curiosidad de los pasajeros interesados por la tumba de un héroe ya célebre en vida, produciría un semillero de anécdotas, historias y aun historietas 49. A este respecto, no resulta ocioso señalar que el final del Linage (conquista y defensa de Valencia y traslación de las reliquias del Cid) aúna los datos de la Historia Roderici con material semilegendario que es muy probablemente de origen cardeñense (Montaner 1993: 379, 398 y 603-5, y en prensa b). En todo caso, un autor riojano (como el que parece perfilarse en las páginas anteriores) podría haber bebido sin dificultad tanto del venero de Burgos como del de Pamplona 50. Respecto del Carmen, si se acepta la datación temprana, la historia oral surge como la A esta última categoría pertenece ya la anécdota sobre cierta uxor sui coquinarii, uel alterius officialis por cuyo parto y puerperio mandó el Cid stare fixa tentoria, et etiam figi quae iam mota fuerant, quousque uires resumpsit iuxta leges faemineas que recoge de la tradición (contigit, sicut fertur) Gil de Zamora en su Liber illustrium personarum (ed. Cirot 1914: 84-85). Aquí estamos ya en la frontera entre la historia oral y la leyenda (como las que comenta Montaner 1998: 95-108 y en prensa a). 49 Aunque no documentados hasta el siglo XIV, no estará de más recordar aquí los estrechos vínculos de Santa María la Real de Nájera y de San Pedro de Cardeña en torno a las falsificaciones cidianas relativas a su yerno don Ramiro (vid. Smith 1980). 50 37 alternativa más lógica a los supuestos cantos noticieros como fuente de información, incluida la batalla de Almenar, pues, aunque el poema se tenga por coetáneo de la misma, resulta más bien improbable que un clericus con la formación de nuestro poeta haya asistido al combate y mucho menos en la mesnada de Rodrigo, procedente de la Zaragoza andalusí. Ahora bien, si en realidad el Carmen se basa (como hemos intentado demostrar más arriba) en la Historia Roderici, está claro que únicamente los datos ajenos a ésta podrían proceder de la historia oral, es decir, la traicionera muerte de don Sancho y la ubicación de la batalla de Cabra 51. Lo primero es muy posible, pues se trata de algo comúnmente sabido, aunque no puede excluirse, según se ha visto, que el poema se base aquí en la Chronica Naierensis (que, a su vez, parece en parte nutrirse del mismo tipo de fuente). La segunda circunstancia (planteada ya por Menéndez Pidal 1939: 5) también es posible, pero no es necesario postularla, no sólo porque carezcamos de cualquier otra referencia a la misma (el Cantar, como queda dicho, se alinea en esto con la Historia Roderici), sino porque el relato del poema latino puede explicarse satisfactoriamente como una confusión e incluso una reinterpretación de los datos que ofrece la biografía latina. Este procedimiento cuenta con estrechos paralelos en el Cantar, donde, por poner uno de los ejemplos más obvios, la campaña del Henares (412-544) parece una traslación al inicio del destierro de la algarada en tierras toledanas (HR 10) que fue, precisamente, la causa del mismo (cf. Montaner 1993: 433). En este y en otros casos, como el referido a la victoria sobre el caballero navarro o a la supuesta conspiración de Rodrigo contra don Alfonso, el autor del Carmen, más que basarse en fuentes autónomas o simplemente equivocarse, parece haber interpretado los datos disponibles a la búsqueda de una determinada coherencia de conjunto. Pensamos, pues, que valen en buena parte para el poema latino las consideraciones realizadas por Rico (1993: XXVIII-XXIX) para el Cantar: Difícilmente tendría nunca el poeta el sentimiento de estar mintiendo. [...] Él creía saber sólidamente un buen número de cosas sobre el Campeador, y para conjugar unas con otras le era forzoso llenar las lagunas con hipótesis que le resultaran plausibles. (A la postre, no procedían de distinta forma los compiladores alfonsíes que prosificaron el Cantar otorgándole el valor de crónica). Tenía, por otro lado, una nítida imagen de Rodrigo y de muchos otros hombres de su tiempo, y para comunicarla necesitaba concretarla en acaeceres y conductas. [...] si todavía en el otoño del renacimiento no siempre se discernía la realidad de la ficción (en la posibilidad de equívoco se apoyaron el Lazarillo de Tormes y los textos fundacionales de la novela moderna), a él no le sería sencillo establecer confines entre suposiciones y formulaciones. A ellas cabría añadir quizá los datos relativos al caballo y al escudo del Campeador, aunque lo más probable es que se trate de invenciones del propio autor, en la línea del resto de su retórica descriptio armorum (véase el comentario a los vv. 115 y 121). 51 38 A fin de cuentas, el Carmen es un producto literario, no histórico, y su autor pudo muy bien acogerse al viejo principio aristotélico de que la poesía canta los sucesos, no como fueron, sino como pudieron haber sido secundum uerisimile uel necessarium (Poet. 1451a3638). Hacia un nuevo panorama de la materia cidiana en el siglo XII De todo lo dicho creemos que surge un nuevo haz de relaciones, no sólo del poema latino con las restantes obras cidianas del siglo XII, sino de éstas entre sí. Si estamos en lo cierto, el Carmen no es la composición extravagante que hasta ahora se había creído, aislada en el tiempo y el espacio, sino una pieza más de la dilatada tradición literaria sobre el Cid, cuya extraordinaria pervivencia y difusión ha detallado Rodiek (1995). Lo mismo sucede con el conjunto de la producción cidiana del siglo XII. Por un lado, lo que hasta el momento habían constituido hitos más o menos independientes aparecen ahora como eslabones de una misma cadena, íntimamente conectados entre sí: la Historia Roderici como base del Carmen, de la Chronica Naierensis y del Linage, a los que probablemente deba sumarse el Cantar de mio Cid 52; la Chronica Naierensis, a su vez, como fuente del Linage y quizá del Carmen, el cual, aunque más dudosamente, podría haber conocido también los diplomas valencianos de 1098 y 1101 o las Efemérides Riojanas (representadas por el Chronicon Burgense). Por otro lado, lo que se venía considerando un goteo de fuentes (Carmen c. 1090, Historia Roderici c. 1100 o c. 1150, Chronica Naierensis c. 1160, Linage c. 1150-1194, Cantar de mio Cid c. 1140 o c. 1200) parece ahora más bien una eclosión de materia cidiana en el último cuarto del siglo XII, de modo que entre c. 1180 y 1194 se suceden la biografía latina, la crónica y la genealogía. Por las mismas fechas debieron de componerse el poema latino y el Cantar, aunque sólo el segundo tiene un terminus ante quem en 1207, fecha del éxplicit de su manuscrito. En fin, lo que aparecía como una constelación de esfuerzos dispersos (el Carmen catalán, la Historia catalana o aragonesa, la Chronica riojana, el Linage navarro) parece ahora ceñirse al triángulo que abarcan San Pedro de Cardeña, Santa María de Nájera y la corte de Pamplona, mientras que el Cantar, aunque relacionado con tales fuentes, apunta más bien hacia la extremadura castellana. Así las cosas, parece que el origen de este boom literario sobre el héroe burgalés haya estado en la composición de la Historia Roderici, que ostenta la primacía en esta serie de obras y cuya sistematización de las noticias disponibles sobre el Campeador parece haber servido de estímulo a otros autores coetáneos, como a su vez lo haría el Cantar en el plano de la épica vernácula, además de sus ulteriores desarrollos Como ya propuso Smith (1985: 185-93) y han desarrollado Montaner (1993: 11, 26 et pass. y en prensa b) y Zaderenko (1998b). 52 39 cronísticos. Somos conscientes de que aún quedan puntos por afianzar, pero creemos que este nuevo panorama cidiano finisecular, aunque choque de forme directa con buena parte de las asunciones establecidas, dibuja de forma más ajustada el auténtico paisaje que las obras sobre el Campeador nos permiten atisbar al cabo de ocho siglos. 40 II. Autoría y datación Autoría Según señalaba Wright en relación con el Carmen (213), «the evidence suggests that it was composed by an ecclesiastical author for an educated audience». El empleo del latín puede considerarse como el índice más significativo en este sentido, y demuestra, efectivamente, que el autor del poema gozaba de una formación culta y dirigía su obra hacia un público letrado; a la formación clásica del artífice de «tan peregrina poesía» aludía ya Amador (214, n. 2, y 218), antes de que Curtius remachase la idea de manera definitiva. Resulta aventurado determinar si el autor del Carmen era eclesiástico o no. En el poema —o, al menos, en su parte hoy legible— no se observa una especial inspiración religiosa, excepción hecha quizá del pequeño denuesto hacia los acta paganorum que, de manera tópica, inicia el poema, y de la breve referencia a la aquiescencia divina —significativa, sin embargo— que se recoge en el verso 90 (quod Deus illi uincere permisit). También podría aludirse, en este sentido, a la llamativa selección métrica. La decisión del poeta de escribir en estrofas sáficas —metro muy característico de la literatura hímnica cristiana— puede estar revelando indirectamente su condición de eclesiástico, familiarizado por tanto con tal género literario, así como el deseo de insertar su composición en el marco de la panegírica cristiana. En general, la factura de la composición no permite atribuir a nuestro versificador —más que «poeta» propiamente dicho— unos conocimientos literarios muy profundos o refinados, aunque sí una formación escolar y retórica suficiente (según muestra, por ejemplo, el largo proemio del poema), eficaz para abordar con éxito su tarea, que es la propia de un autor «clerical», en el más amplio sentido de este término medieval (en el que habría que incluir, probablemente, el ámbito de la cancillería, según hemos apuntado en el apartado anterior). La determinación de su posible procedencia ha sido objeto de gran polémica, desde que Du Méril dio a conocer el poema a mediados del siglo XIX. Sólo algunos estudiosos han estimado que pudo ser castellano o aragonés, frente a quienes consideran más plausible —siguiendo la vieja hipótesis de Milá y Fontanals (1874: 226-27)— postular una procedencia catalana. En favor de esta última propuesta se han esgrimido varios argumentos, de muy distinto valor relativo. Entre los de mayor peso figura el hecho de que el manuscrito que conserva el poema procede con toda seguridad de la abadía benedictina de Santa María de Ripoll, según se expone con mayor detalle en nuestro capítulo dedicado al respecto (IV.1). De ahí que diversos estudiosos hayan sostenido que su autor podría haber sido un monje perteneciente a dicho monasterio o, al menos, educado en él (Cirot 1931a: 146, Díaz y Díaz 1958-1959: I 185, nº 814, Rico 1969: 17, Rubio 1974: 244 y 251, Wright 239, Figueras 31 y 39, Gil 101 y 1995: 75). Es muy dudoso, sin embargo, que el poema transcrito y conservado en el códice de Ripoll se compusiese también en este lugar 122, en el famoso monasterio fundado por Wifredo el Velloso en torno al año 888. Ripoll actuó como verdadero foco cultural de la Marca Hispánica 123 y, en tiempos del abad Oliba ( 122 Se trata de un problema similar en cierto modo al que plantean los famosos Carmina Riuipullensia («la única colección de lírica amorosa mediolatina de origen hispano», según Moralejo 1986: 19); pese a hallarse contenidos en el manuscrito Riuipullensis 74, no puede asegurarse taxativamente que sean obra de un monje del famoso monasterio benedictino, si bien hay indicios que apuntan en tal dirección. Como destacaba Moralejo (ibid. 28-30, 89-93), el copista de estas piezas amatorias — del último tercio del XII— transcribe asimismo algunas composiciones de origen no ripollense, procedentes de otros centros de lírica latina contemporáneos, franceses por lo general. 123 Destacaron en él figuras como Gerberto de Aurillac (Papa Silvestre II entre 999 y 1003) o el abad Oliba (1008-1046), descendiente del fundador, Wifredo, y que no ha de ser confundido con el asimismo literato monje Oliba, de la segunda mitad del siglo XI. Su discípulo Juan, también poeta, pasó de Ripoll al monasterio de Fleury (acerca de ambos, cf. Brunhölzl 1996: 481-83, 610-11). Sobre la escuela poética de Ripoll, en general, puede consultarse, además del clásico trabajo de Nicolau d'Olwer (19151919) y del de Moralejo (1986), el de Martínez (1991, con bibliografía al respecto en 60, n. 21). 1046), llegó a albergar una biblioteca de calidad extraordinaria para su época, tanto por sus códices de contenido literario como por los de carácter científico (Puigvert 1995 y 1999), en un número total próximo a los doscientos (cf. Junyent 1992: 400) 124. La significación política del lugar era, por otra parte, muy notable, dada la estrecha vinculación de Ripoll con la casa condal de Barcelona (Rico 1994: 148-50), interés que refleja suficientemente, por ejemplo, la redacción de los Gesta Comitum Barcinonensium (Martínez 1991: 58, n. 5) 125, obra que por lo demás no revela conocimiento alguno del Carmen en la sección referente al conde (Caput de Stopes, según se le denomina en el capítulo 15). Ramón Berenguer II y Ramón Berenguer IV fueron benefactores de Ripoll (Rico 1994: 158-69), mientras que, según recordaba Beer (1909-1910: 331), Ramón Berenguer III casó con una hija del Cid; de ambos nació María, que sería luego esposa del Conde de Besalú, el mayor potentado de las cercanías de Ripoll (cuyo monasterio —como destacó Nicolau d'Olwer [1915-1919: 7]— sirvió propiamente de panteón de la casa de Besalú, y no de la de Barcelona; en realidad, sólo Wifredo, Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV fueron inhumados en él). El contenido del Carmen Campidoctoris, por tanto, tuvo que interesar necesariamente en la abadía, por motivos obvios; pero ¿se compuso también en el mismo?, ¿o acaso recaló tan sólo en su biblioteca, dado el profundo interés del monasterio por cuanta información — incluso foránea— estuviera relacionada con los condes, y pese a la atención que el poema presta a asuntos castellanos, poco acordes con el habitual carácter localista de los intereses políticos ripollenses (Martínez 1991: 36, 50)? Según concluía Beer (1909-1910: 317-18), la procedencia del Carmen Campidoctoris es «inconcusament certa [...] lo còdice no solament és vingut de Ripoll, si que també fóu escrit allí, y [...] compilat en la segona meitat del segle XII [...]». Si esto es así para la materialidad de la copia conservada, nada impide sin embargo que el Carmen fuese compuesto en otro lugar y que fuese trasladado luego hasta el monasterio pirenaico, como el propio Beer reconocía: «Ab tot, jo m'atench en la persuació de que'l 124 Conviene recordar, en este sentido, que el monasterio estuvo muy relacionado con el de Fleury y con el de S. Víctor de Marsella, con los cuales mantuvo un intenso intercambio de códices; cf. Moralejo (1986: 22), Rico (1994: 112). Entre los autores conservados en Ripoll (cf. Nicolau d'Olwer 1915-1919: 5, Moralejo 1986: 26) se contaban Donato, Prisciano, Virgilio, Horacio, Terencio, Cicerón, Juvenal, Aviano, Sedulio, Arátor, Boecio, Próspero, Prudencio (sobre cuya pervivencia en la Cataluña de la época puede consultarse, por ejemplo, la contribución de Quetglas 1992), Beda o Rabano Mauro. En general, cf. Beer (1894: 411-15, esp. 412-13, 1909-1910: 270-76), quien concluye (276): «cap biblioteca espanyola d'aquell temps pot posarse al costat de la de Ripoll - exceptuant tal vegada la biblioteca de la iglesia catedral de Toledo sobre l'estat de la qual en la primera meytat del segle XI, no tením proves documentals». Acerca del fondo toledano es ahora indispensable la monografía de Gonzálvez Ruiz (1997); por lo demás, no cabe duda de que también el fondo de otras bibliotecas medievales admitiría comparación con la ripollense, como hace por ejemplo Sánchez Mariana, expresamente (1979: 480), a propósito de la de Oña. 125 Cf. Moralejo (1980: 67); c. 1162-1184 sitúan su recensio antiquior, conservada en nuestro Parisinus 5132, Barrau - Massó 1925: XXVII (cf., asimismo, Díaz y Díaz, 19581959, nº 1040, Gil 1995: 28). Se trata de una obra clave de la historiografía medieval catalana, para cuya redacción —muy probablemente ripollense (Barrau - Massó 1925: XXVIII; cf., no obstante, Fontán - Moure 1987: 377-78)— se recurrió a menudo a informaciones de carácter más o menos tradicional, según refleja el empleo de fórmulas como narratur, dicitur, ut fertur, ut aiunt, etc. (ibid. XXII). cantar llatí pot també haver estat compost en Castella y importat a Ripoll, majorment coneixent com coneixèm les relacions de Ramon Berenguer IV ab Alfonso VI» (ibid. 331-32; cf., asimismo, Ubieto 1967: 33 y 1981: 77). Sabemos que, ya en épocas muy anteriores, llegaron hasta Ripoll libros procedentes de otros escriptorios hispánicos, como por ejemplo riojanos, según han señalado Mundó (1988: 96), en referencia a códices del siglo X, y López -Calo (1988: 180), quien recuerda cómo Arnaldo de Monte, monje de Ripoll que peregrinó a Santiago en 1173, copió allí parte del Liber Sancti Iacobi, a fin de darlo luego a conocer en su monasterio de origen. Creemos que algo similar pudo ocurrir, una o dos décadas después, con nuestro Carmen. Pese a no ser un factor determinante, quizá convenga recordar asimismo que, como apuntaba Mundó (1988: 131), en torno a 1180 no se respiraban en Ripoll aires tranquilos, envuelta como estaba la abadía —tras su largo periodo de sometimiento al monasterio de S. Víctor, entre 1070 y 1170— en pleno pleito con los monjes marselleses. También se ha insistido con frecuencia, a fin de afirmar una posible autoría catalana, en el hecho de que Berenguer II el Fratricida —antagonista del Campeador en el poema— no era bien visto ni siquiera en buena parte de la Cataluña de su época (Wright 239) 126. Según recalcaba Menéndez Pidal, el plan de la obra sería «el de un catálogo de las lides más famosas, y acaso terminaría con la segunda derrota del Conde de Barcelona en Tebar, como hecho culminante para el poeta, que, según todas las apariencias, era un catalán, como mostró convincentemente Milá, y yo añado que era catalán enemigo del conde fratricida, contra el cual hacía política con su Carmen» 127. La hipótesis de Menéndez Pidal pretendía explicar la referencia que se hace en el poema a las comitum lites (30), y parece acorde, por otra parte, con la supuesta extensión original del Carmen (entre doce y trece estrofas m ás, según nuestros cálculos). Incluso se ha pensado en la posibilidad de que el poema se compusiera y se recitase con motivo de la boda de María, hija del Cid, con el conde Ramón Berenguer III de Barcelona (Kienast y Coll i Alentorn, ap. Barceló 1965: 39, Martínez 1991: 64, n. 75), cuya fecha exacta todavía se desconoce 128. En realidad, como observó Horrent, tal propuesta no se apoya en los datos que ofrece la obra, «sino en las circunstancias accidentales de su conservación manuscrita» (1973: 121-22). Por lo demás, no parece nada claro que el contenido del poema, que ensalza las virtudes de Rodrigo en una serie de episodios militares muy concretos, pudiera tener un especial atractivo en aquel momento, y mucho menos que fuera el epitalamio más conveniente para la ocasión. También resulta bastante dudoso que se cantase en las bodas de doña María un poema —en latín, además— que, si bien celebraba a su padre, lo mostraba enfrentado a la familia del novio, por más que el Fratricida hubiese asesinado al padre de éste. Es igualmente cierto que, al menos en la parte conservada del poema, no se refleja una animadversión especial hacia el conde Berenguer, salvo la que pueda representar el hecho de considerarlo enemigo de Rodrigo y de reflejar — previsiblemente, en la parte no conservada del poema— su derrota. Sin salir del ámbito catalán y tras el precedente de É. du Méril (313, n. 3; cf. Baist 1881: 64), Menéndez Pidal defendía que el autor debió de vivir «hacia las fronteras de Lérida, probablemente en el condado barcelonés» (881). En la posibilidad de que se tratase de un mozárabe de Lérida —vivamente interesado por la toma de Almenar y que conocía bien la región— piensa asimismo Horrent (1973: 96); cabe destacar, no obstante, que pese a conocer la existencia de Almenar, el Carmen no aporta detalle 126 No obstante, este personaje se reconcilió posteriormente con Rodrigo, según refleja la Historia Roderici (42, 30-41; cf. Fletcher 1989: 166-67). 127 Cf. (1939: 4 y 6), donde Menéndez Pidal propone la autoría de «un docto clérigo catalán»; también en (1992: 124-25) insiste el estudioso español en el carácter coetáneo de la obra, que, según él, sólo habría sido mutilada muy posteriormente. 128 El enlace no se halla documentado propiamente hasta el año 1103 (Menéndez Pidal 564 y 874, Martínez Diez 1999: 425). Por otra parte, Rodrigo casó a su hija Cristina con el infante Ramiro de Navarra; hijo de ambos sería el futuro rey de Navarra, García Ramírez (Menéndez Pidal 563). concreto alguno acerca de esta localidad. Según este mismo autor (94), el poema es «muy escolar» (incluso de «muy culto» lo califica en 106), y de intención «militante» más que «estética»; «obra de propaganda», llega a decir, escrita quizá por «uno de los del séquito del Cid» (95; cf. Barceló 1965: 39). En ausencia de mayores indicios, esta hipótesis no nos parece en absoluto verosímil, si por tal partidario se entiende un miembro de la tropa del héroe, y no, como mucho suponer, uno de los clérigos próximos al obispo don Jerónimo o al propio obispo don Bernardo. Otros estudiosos han preferido atribuir al autor una procedencia aragonesa. La expresión qui eius freti estis ope del verso 19, entre otros factores (como, por ejemplo, la ausencia en el poema de cualquier referencia al rey de la taifa de Zaragoza), podría ser indicio del origen zaragozano del autor según Barceló (1965: 45-49), quien recuerda cómo, al producirse el episodio de Almenar, el Cid luchaba al servicio del rey moro de esa ciudad (la cual se alborozó grandemente, además, con motivo de tal victoria, según se relata en HR 17, 1-3), y concluye su exposición afirmando que «sólo desde Zaragoza cobra sentido el Carmen» (48). Sobre el escaso valor probatorio en tal sentido del verso 19 nos hemos expresado en nuestro comentario. Más argumentos a favor de la hipótesis aragonesa intentó reunir Ubieto, quien llamó la atención sobre las faltas de copia que, según él, parecían remitir a un ejemplar escrito en letra visigótica (no empleada en Cataluña por entonces 129) y malinterpretado por el copista, así como sobre las supuestas alusiones del poema a la Iliada homérica, obra que, en opinión de este estudioso, podría haberse conocido en la Roda de la época 130 (Ubieto 1967: 29 y 1981: 76). Dada la endeblez de tales pruebas, la propuesta aragonesa sigue sustentándose fundamentalmente sobre la aparente importancia concedida en el poema al episodio de Almenar, ubicado en su parte central (a juzgar por la extensión estimada del mismo) y que imprime al relato un ritmo narrativo bastante moroso (a causa sobre todo de la descriptio armorum recogida en los versos 105-28), poco compatible en principio con un extenso desarrollo narrativo posterior. A nuestro entender, no obstante, ni el episodio de Almenar aparece «anunciado» en la parte conservada del poema como la culminación de éste —algo que habría sido perfectamente posible mediante procedimientos retóricos al uso—, ni, como ya hemos apuntado al final de I.1, cabe presumir que en el resto del poema no se incluyesen —o, al menos, se mencionasen— más episodios militares protagonizados por Rodrigo. En opinión de Baist, la estrofa quinta del Carmen resulta inconcebible si se supone dirigida a un público catalán, y delata a las claras el origen castellano del autor (1881: 69). En una línea similar, el poema sería «procidiano», «proalfonsí» y «procastellano» según Higashi (1997: 188), quien considera que podría encubrir en realidad «el texto de un intermediario cluniacense en la reconciliación de Alfonso con el Cid» (189). Esta supuesta intención diplomática de fondo (ya planteada por Gwara 1987: 210) nos parece sin embargo muy poco verosímil, a la vista sobre todo de la escasamente favorecedora imagen del rey Alfonso que se ofrece en los versos 57-64, los cuales tampoco habrían sido del agrado, 129 Según resume Bischoff el proceso (1990: 100), «until the early ninth century the Visigothic script was also written north of the Pyrenees, but simultaneously the caroline minuscule advanced as far as Catalonia, where it was practiced especially in the monastery of Ripoll [...] At a León council of 1090 the copying of liturgical texts in Visigothic script was forbidden and its general use came to an end in the twelfth century» (cf., asimismo, 126, y, con nuevos datos acerca del norte peninsular, Ruiz Asencio 1993: 99-107). 130 El dato de Ubieto se basa en el testimonio de Villanueva (1851: 171), cuya noticia sobre el fondo de Roda de Isábena alude exactamente a «fragmentos abundantes de las epístolas de Horacio, ms. del siglo XII, y otros item de Homero» (al respecto cf., asimismo, Beer 1894: 416-17). Obviamente, ante tan escasa información resulta aventurada cualquier hipótesis. Respecto a la dudosa validez de los argumentos paleográficos de Ubieto, puede consultarse nuestra «Nota crítica», a propósito de los vv. 3, 14 y 30. También Martínez Diez ha considerado verosímil la hipótesis de Ubieto sobre la autoría de un clérigo aragonés de la Catedral de Roda (1999: 19). probablemente, de la corte castellana que rodeaba al monarca, reflejada en el poema en términos nada amables o laudatorios. En cualquier caso, nada permite excluir una posible autoría castellana del poema, sobre todo si se atribuye al mismo una cronología más o menos tardía, y tampoco puede descartarse una posible intervención cluniacense, dada la notable presencia de esta orden en España a raíz del reinado de Alfonso VI 131. Pero faltan, a nuestro entender, datos objetivos que permitan sustentar esta última hipótesis por encima de otras, y, en cualquier caso, tanto el contenido del poema —bien incardinado en el contexto de las crónicas latinas del XII— como su aparente intencionalidad histórica invitan a considerar más verosímil una autoría hispana que francesa. Los argumentos de carácter lingüístico que podrían apoyar en principio esta supuesta autoría hispana son, en cualquier caso, de muy escaso valor probatorio (cf. nuestro apartado III.2, a propósito de retexére y de cohortis, así como nuestro comentario a los versos 14, 30 y 96, sobre aurissem, lites y hoste respectivamente). Como adelantábamos en nuestra presentación, sigue pareciendo arriesgado, hoy por hoy, aventurar un lugar de procedencia concreto para el Carmen. Se trata de un problema que, sin duda, ha de estudiarse en un marco bastante más amplio, como es el de la relación de nuestro poema con las crónicas cidianas del XII en su conjunto, y muy en especial con la Historia Roderici. Por ahora, hemos de conformarnos con indicar que pudo redactarse en cualquier punto de la España cristiana, allí donde el interés por la figura del Campeador pudiera justificar la iniciativa y el notable esfuerzo de nuestro anónimo poeta. No obstante, algunos indicios apuntan en especial hacia el centro norte de la península, más que hacia Aragón o Cataluña. No cabe duda de que lugares tan destacados de Burgos o La Rioja como San Pedro de Cardeña 132, San Salvador de Oña 133, Santa María de Nájera 134 o Albelda 135 — cuna de numerosas composiciones «rítmicas» (Wright 1989: 286-93)— son candidatos posibles para la 131 Conviene recordar, a este respecto, el gran prestigio que adquirió la orden en toda España (testimoniado, por ejemplo, en HC II 14, 2), y que ésta impulsó decididamente —aunque no fuera su exclusiva promotora (Rico 1969: 12)— la sustitución del rito mozárabe, tradicional en tierras hispánicas desde época visigótica, por el romano, asumido oficialmente a raíz del Concilio de Burgos de 1080 y que ya había sido adoptado en la Marca Hispánica desde el siglo IX (ibid. 17; cf., asimismo, Moralejo 1980: 60-62). De la posible relación de la Chronica Naierensis con la orden de Cluny se ha ocupado, por ejemplo, Estévez (1995: LXXXIX-XCI). 132 Sobre su intensa actividad libraria y su rica biblioteca cf., por ejemplo, Beer (1894: 121-22), Pérez de Urbel (1983). 133 Sobre su extraordinaria biblioteca —tan infaustamente malograda y diseminada como muchas otras en España— puede consultarse Sánchez Mariana (1979), quien recuerda cómo los folios de una de sus valiosas Biblias se emplearon en el siglo XIX, según testimonio de la época, «para asar chorizos» (ibid. 480). 134 De obediencia cluniacense desde 1079 (cf. Wright 1989: 341); acerca de su intensa actividad escriptoria sigue siendo esencial la contribución de Díaz y Díaz (1991). 135 Sobre las relaciones del monasterio de esta localidad con el mundo carolingio puede consultarse Díaz y Díaz (1988: 250-51). redacción del Carmen. El tercero de los lugares señalados destaca por su vinculación, ya analizada, con la Historia Roderici y con la Chronica Naierensis, pero, en cualquier caso, el texto del poema no ofrece pistas seguras para encaminarse hacia uno u otro de estos centros. Datación El problema de la autoría de la obra se encuentra íntimamente ligado al de su cronología (de no menor complejidad, pero quizá también menos impenetrable) . En general, se han planteado al respecto dos hipótesis: la de quienes consideran que el Carmen se compuso y divulgó en vida del héroe y la de quienes piensan, por el contrario, que es bastante posterior a ésta. Como sintetizó Gil en el prólogo de su edición (101) 136, las dataciones propuestas entre los estudiosos del primer grupo han sido 1082-1083 137, 1093-1094 138 y 1098-1099 (en este último sentido se expresaron Kienast y Coll i Alentorn, ap. Barceló 1965: 38, Díaz y Díaz 1958-1959: I 185, nº 814). Por su parte, los defensores de una cronología tardía —es decir, posterior a la muerte de Rodrigo (1099)— han situado la composición del Carmen entre el año 1100 139 y mediados o segunda mitad del siglo XII 140, considerando que el poema —cuyo autor habría conocido ya la Historia Roderici— concluiría en realidad con la toma de Valencia, que se produjo posiblemente el 15 de junio de 1094 (cf. Menéndez Pidal 793-95). Se ha supuesto, asimismo, que esta posibilidad permitiría explicar más satisfactoriamente el regias opes del verso 31 (Smith 1986: 104-5). En cualquier caso —y al margen de consideraciones de otra índole, como las de carácter histórico ya apuntadas en nuestra introducción histórica—, convendrá recordar que Rodrigo ya se había enfrentado a «ejércitos reales» mucho antes de la toma de Valencia; así lo acredita nuestro propio poema, en el que se 136 Cf., asimismo, Horrent (1973: 113, nn. 53 y 54), Wright (237-39). 137 1082 es la fecha propuesta por Cirot (1931a: 144, n. 2, 1939a: 87) y Menéndez Pidal (878; 1992: 125; cf. sin embargo [1939: 1], donde D. Ramón situaba el poema c. 1090); un año más tarde (ante 1084) parecía situar la redacción del Carmen L.-P. Thomas (en Revue des Langues Romanes 66, 1930, 275, ap. Barceló 1965: 37), mientras que Wright (213, 235) sostuvo que «the Carmen was probably composed while Rodrigo was still in the service of Zaragoza, i. e. before the end of 1086» (cf., asimismo, 1989: 343). 138 Cf. Horrent (1973: 120), Martínez (411, y 1991: 49), Moralejo (1980: 73 y 1986: 24, n. 13), Marcos Marín (1985: 11); entre 1082 y 1093 lo sitúa Martínez Diez (1999: 19). 139 Curtius 1955: 240 (cf., en el mismo sentido, Fontán - Moure 1987: 344), para regocijo de Menéndez Pidal (1992: 80 y 125), que veía cómo su adversario científico retrasaba notablemente la datación que había propuesto en 1938 (c. 1160), aproximándola a la que él había defendido en sus trabajos. En realidad, el erudito alemán añadía aún más (1955: 552): «no es posible saber si se escribió antes o después de su muerte» (sobre las vacilaciones de Curtius a este respecto cf. Horrent 1973: 114, n. 55). 140 Cf., además del primer Curtius, Bonilla (1911: 19) y Smith (1986: 109-11 y 112, n. 14); entre 1118 y 1133 lo había situado ya, por su parte, Amador (1856: 343). menciona expresamente a Alfagib, rey de Lérida, en relación con la conquista de Almenar; y en el mismo contexto podría mencionarse, por ejemplo, el episodio de Olocau, donde Rodrigo hubo de enfrentarse al rey de Aragón (cf. HR 63). Juan Gil adujo varios argumentos en contra de una datación tardía, que recogemos por el orden en que aparecen en su exposición, así como las posibles objeciones que entendemos cabría hacer en principio a cada uno de ellos 141: ÿla configuración métrica del poema es la propia, en general, de la literatura hímnica latinomedieval —más que de la épica, de carácter hexamétrico— y no parece ser la más adecuada para un poema de gran extensión, es decir, concebido para recoger de manera más o menos exhaustiva la vida y la actividad guerrera del héroe. También es cierto, no obstante, que el empleo de esta forma métrica no excluye automáticamente la posibilidad de un desarrollo bastante más extenso. Según defendía Gwara (1987: 199, n. 7), apoyándose en los estudios de Stotz acerca del metro en cuestión (1982), «there is no reason that the poem could not have extended beyond its 129 surviving lines to approximately 400». Esto, naturalmente, si el Carmen original se extendía mucho más allá de lo que llegó a contener nuestro manuscrito de Ripoll, en el que —según suponía Curtius— se habría recogido sólo una copia incompleta del poema 142. En cualquier caso, conviene destacar que, aun en el mero espacio de doce o trece estrofas más, nuestro poeta podría haber referido someramente otros muchos episodios de la vida militar de Rodrigo, o, al menos, aludir a ellos (como ya hemos expuesto en la conclusión de nuestro apartado I.1). ÿla alusión a una «simbólica trinidad de batallas» (101), cada una de ellas precedida de su correspondiente numeral (v. 25: primum bellum, v. 81: pugna secunda y v. 89: tercium prelium; cf. asimismo Horrent 1973: 101), parece indicar que el poeta opta por una estricta «selección» de episodios, ya que en su obra se omiten «muchas otras lides notables, que la historia refiere» (Menéndez Pidal 1939: 3 y, con mayor detalle, 5). Ciertamente, podría ocurrir que el autor las desconociese en realidad o que, conociéndolas, prefiriese omitirlas de manera deliberada, pero también cabe imaginar que el poema no comprendiese en su versión completa tan sólo los tres episodios guerreros que se hallan contenidos en el texto actual (según defendía con gran insistencia y convencimiento Menéndez Pidal 1992: 170), sino cuatro, cinco 143, o incluso más 144, teniendo siempre en cuenta que se ha de tratar de batallas campales y no de cualquier tipo de acción bélica, lo que limita bastante las posibilidades, incluso comprendiendo toda la trayectoria guerrera de Rodrigo. 141 Son los mismos, básicamente, que este autor vuelve a esgrimir en (1995: 76). 142 Cf. Curtius (1938: 166, n. 2, 169), quien se refería a la posibilidad de que el poema original incluyese la toma de Valencia e incluso el matrimonio de María con Ramón Berenguer III (ibid. 170). 143 Sobre la importancia simbólica de esta cifra, de gran tradición en la literatura antigua (cf., por ejemplo, Curtius 1955: 716-18) y en la medieval, puede consultarse Smith (1986: 105), así como lo indicado, en referencia a la propia tradición cidiana, en nuestro capítulo I.1. 144 Como ha señalado Barceló (1965: 49), los tres episodios referidos en el Carmen enfrentan a Rodrigo con personajes cristianos, pero, en realidad, ni se advierte ensañamiento alguno por parte del héroe, ni se silencia en el poema la firme disposición del Campeador a debellare Mauros (66), lo cual abre también notablemente el abanico de posibilidades narrativas para la sección desaparecida del Carmen. ÿla exhortación al pueblo confiado en las hazañas de Rodrigo (19-20) —como ya observaron Menéndez Pidal (1939: 2) y Horrent (1973: 114)— invita ciertamente a datar el poema en vida del héroe, al aludir de manera explícita a quienes todavía dependían por entonces, en un supuesto presente narrativo, de los éxitos militares del Campeador (zaragozanos, por tanto, según Barceló 1965: 45). Sin embargo, no cabe en modo alguno excluir que pueda tratarse de un mero recurso literario del versificador, que sitúa la estrofa en cuestión al final de su proemio, deseoso de rematarlo de esa manera y aplicando un tópos de cierta tradición literaria (según hemos señalado en nuestro comentario) y característico de la literatura hímnica (como ya hemos tenido ocasión de mostrar en I.2). ÿla atención dedicada a la toma del castillo de Almenar (1082), que todavía se encontraría bajo poder musulmán (según la interpretación de adhuc [v. 98] apuntada por Gil [101, n. 4], coincidente con la de Menéndez Pidal [1939: 2]) y que no fue reconquistado hasta 1093 por Sancho Ramírez (vid. Crón. de S. Juan de la Peña, texto latino, ed. Ubieto 1961: 58; texto aragonés, ed. Orcástegui 1986: 37-38), parece apoyar asimismo una cronología próxima a 1082, o anterior al menos a 1093. Basándose también en este episodio, Horrent (1973: 120) propone situar la composición del poema entre junio de 1093 (toma de Almenar) y junio de 1094 (entrada en Valencia). En realidad, es difícil precisar el significado del polémico adverbio adhuc, que no permite sustentar o refutar con solidez hipótesis cronológica alguna 145 y que bien podría haber servido al autor, simplemente, para justificar en el caso de este topónimo de origen árabe la ausencia de una denominación latina (por lo demás inexistente), como la que emplea al referirse a Hispalis (y no Sibilla / Sibilia), o a Ilerda (y no Lerida / Lerita), según detallamos en nuestro comentario a estos versos (23 y 95). A estos argumentos reunidos por Gil —que parecen favorecer una datación temprana, pero que no se hallan, como hemos intentado mostrar, exentos de posibles objeciones— cabría añadir el señalado por Menéndez Pidal, al destacar el notable desinterés que la figura del Campeador suscitó en la región de Cataluña a partir de su muerte (1939: 6), un elemento que sólo tiene sentido destacar en realidad si se considera verosímil la autoría catalana del poema. La conservación completa del texto aportaría probablemente la solución a tantas especulaciones (y a buen seguro nos depararía —¿cómo no?— más de una sorpresa). Las causas de la eliminación minuciosa de sus estrofas finales continúan siendo un enigma: ¿podían constituir éstas —por sus posibles alusiones al poco honroso desenlace de un conde de Barcelona— una ofensa para sus lectores ripolleses de en torno a 1200 146?, ¿acaso fue más bien la hipotética referencia a una exaltación en Zaragoza del futuro héroe cristiano, por parte de un rey moro, tras la victoria en Almenar, lo que propició su censura (Wright 241)? Y, sobre todo, ¿se hacía alusión en el poema a la toma de Valencia, como imaginaba Curtius, frente a la opinión de Menéndez Pidal y otros 147? Wright (230-31) sugiere que el texto que hoy resulta ilegible contenía tan sólo el relato de la batalla de Almenar. De ser cierto, «the Almenar episode was the climax» (236), pero, como hemos indicado, sólo se trata de una hipótesis más, propiciada por la azarosa transmisión de un texto que no enfatiza retóricamente la introducción del episodio y que se trunca poco después. Tal hipótesis tampoco se ve favorecida por la perspectiva histórica con que, un tanto entre 145 Cf. Cirot (1931a: 144, n. 2), Wright (239: «this line cannot be used as evidence for dating the Carmen at all»). 146 Wright (241) aduce en defensa de esta hipótesis lo que parece observarse en HR 49: la humillación de Alfonso VI en Valencia (1092) —supuestamente referida en ese lugar de la crónica— desaparece en la transmisión manuscrita (accidente similar al que también se observa en el caso del capítulo 51). 147 Ap. Horrent (1973: 98), quien considera que la ausencia de una mínima alusión a Valencia en los versos 23-24 invita a pensar que nada se decía en el poema sobre ella (105). Convendría recordar al respecto cómo también el Cantar castellano la despacha en un mínimo número de versos (1167-69; cf. Rico 1993: XVI). líneas, parece contar el poeta, y que cabe aducir ciertamente en contra de una datación temprana, como bien sugería Smith (1986: 107): «it was not possible to see him [i. e. al Cid] in 1083 or even in 1090 as the greatest commander of the Peninsula who would eventually be also an epic hero and, beyond that, the national hero». Como es bien sabido, esta imagen heroica y legendaria del Campeador sólo se verificará y consolidará a mediados del siglo siguiente. Por nuestra parte y a la luz de lo visto en los dos apartados precedentes, podemos señalar diversos factores que permiten ir retrasando el terminus post quem indiscutible, que es la celebración de la batalla de Almenar en 1082. Así pues, el Carmen tiene que ser posterior sucesivamente a 1089, que es la fecha más temprana en que el Campeador comenzó a cobrar parias (vv. 87-88); a 1094, porque Rodrigo recibe el título de princeps, adoptado tras la conquista de Valencia (v. 8); a c. 1125, porque considera la alferecía un principatus (v. 35) y a c. 1150, pues da Nauarrus como sinónimo de pamplonés (v. 26). Además de estos indicios internos, la dependencia que hemos postulado respecto de la Historia Roderici haría el texto posterior a c. 1180, fecha que parece la más temprana posible para la misma. Si a esto sumamos que el poema presenta una visión del destierro cercana a la que, hacia esos años, ofrecen el Linage y el Cantar de mio Cid, resulta escasamente aventurado fechar el Carmen en las dos últimas décadas del siglo XII 148, aunque quizá sea más prudente, habida cuenta de la presumible datación del manuscrito que lo conserva (véase abajo el apartado IV.1), ceñirlo al decenio 1181-1190, que habría que restringir al lustro 1186-1190 si se acepta el influjo de la Chronica Naierensis, aunque éste es mucho menos seguro 149. 148 En la misma dirección apunta otra coincidencia entre el Carmen y el Cantar: la valoración monetaria del caballo del Cid en aquél y de sus espadas en éste (véase el comentario al v. 123). 149 Lo mismo cabe decir de las posibles relaciones con las obras de Pedro Coméstor ( 1179), de las que nos ocupamos en el apartado III.6. III. Aspectos literarios del Carmen Campidoctoris III.1. Título Atendiendo al testimonio que proporciona el verso 18 del poema (Campidoctoris hoc carmen audite!), la denominación tradicionalmente aceptada para éste ha sido la de Carmen Campidoctoris, si bien Wright —tras el precedente del primer editor, Du Méril— propuso en su edición la grafía que ofrece el manuscrito en los versos 18, 27, 70 y 79, expresando el epíteto mediante dos palabras (Carmen campi doctoris) y enfatizando así de manera muy notable su condición de compuesto (Wright 227 y 1982: 225, 281, 343-44). Al abordar la cuestión genérica nos referiremos al significado que podría atribuirse al término carmen en nuestra composición. El adjetivo campidoctor, por su parte, pertenece en origen al léxico militar romano (‘instructor’), como ya hemos expuesto (I.1), y se halla documentado en inscripciones latinas a partir del siglo II d. C. (Manchón - Domínguez 1998: 615). Tal formación lingüística —similar, en principio, a otras del tipo iuris / legis doctor1 o armidoctor— aparece también en la literatura de época tardoantigua (siglos IV-V), en autores como Amiano Marcelino (XV 3, 10, XIX 6, 12), Elio Lampridio o Vegecio2, pero ofrece quizá un especial interés el empleo Cf. Cirot (1939a: 87), Wright (246, n. 45), Manchón - Domínguez (1998: 621, n. 18 y 622, n. 20), quienes llaman la atención asimismo sobre dos pasajes literarios de interés (624): Silio Itálico, Pun. VI 356 (doctus pelagi rectorque carinae) y Avieno, Orbis terrae, v. 383 (gens hic docta sali tumido freta gurgite currit). 1 Cf., respectivamente, Alexander Severus 53, 9 (certe campidoctores vestri hanc vos docuerunt contra Sarmatas et Germanos ac Persas emittere) y Epit. rei milit. I 13 (quod armaturam uocant et campidoctoribus traditur), II 23, III 6, 8 y 26 (ad armaturae exercitationem, cuius campidoctores uel pro parte exempla intellexisse gaudent). El término aparece explicado como oJplodidakthv" en los glosarios (Goetz 1899: 171). El concepto ya se prefiguraba —aunque sin ofrecer un significado tan técnico— en varias expresiones antiguas, como en el ejpistavmenoi polemivzein de Homero (Il. II 611) o en el famoso bellipotens de Enio (Ann., frag. 198 Skutsch; cf. Virgilio, Aen. XI 8, y, de manera similar [armipotens], VI 500; el epíteto reaparece en el llamado «epitafio» catalán [cf. Nicolau d´Olwer 1915-1919: 7] del conde Sunifredo de Urgel; cf. Bofarull 1836: I 93, Amador 334). También en la Vulgata se documentan usos similares, como en Cant. 3, 8 (ad bella doctissimi) o en I Mac. 4, 7 y 6, 30 (docti ad praelium); en el rhythmus sobre la batalla de Fontenoy (841) al que alude Curtius (1955: 253) puede leerse una expresión afín (in quo fortes ceciderunt, proelio doctissimi). En la Nota Emilianense (marginalia del ms. M de Rot. 17a, ed. Gil 1985: 136) se habla de Rodlane belligerator fortis. 2 1 del término que se documenta en la obra de San Agustín3 y —a mediados del siglo V— en la de Quodvultdeus de Cartago4. En ambos autores cristianos se observa cómo el vocablo ha pasado a adquirir un significado más amplio que el que ofrecen los textos romanos y ha invadido abiertamente la esfera religiosa, al aplicarse metafóricamente a Cristo. Aunque el adjetivo campidoctor no parece haber sido nunca de uso corriente, vuelve a documentarse de manera esporádica —según las fuentes que hemos podido consultar— entre la época tardoantigua y los siglos XI-XII, durante los que se advierte una cierta revitalización de su empleo5. Además de recogerse cuatro veces en el texto del Carmen, el epíteto Campidoctor se encuentra aplicado a Rodrigo Díaz de Vivar en el famoso diploma de dotación —del que ya nos hemos ocupado (I.2)— firmado en Valencia por la mano del héroe en el año 10986 y en el que Cf. Serm. 163A [CC CLCLT], p. 625, lín. 22 (tantus campi doctor captiuus ducitur), Serm. supposititii de Scripturis, 72, cap. 3 [PL XXXIX 1885-86] (bellum hoc describebat ille maximus campi doctor [...] quando dicebat: «Non est vobis colluctatio cum carne et sanguine [...]» [cf. Ephes. 6, 12]). 3 Cf. De acced. ad grat. [CC SL 60], I 4, 2, p. 443 (fac, bonus miles, quod tuus te docuit campi doctor: «si scandalizat te oculus tuus [...]» [cf. Mt. 5, 29]). El pasaje lo destacó Tovar (1944: 111-12, ap. Wright: 246, n. 44, Manchón - Domínguez 1998: 622). 4 Cf. Rabano Mauro († 856), Martyrol. [CC CM 44], 26 iun., p. 61, lín. 261 (per Terrentianum campi doctorem, qui deinde Christianus factus est), S. Pedro Damián († 1072), De perfecta inform. monachi, cap. 1 [PL CXLV 721: adhibito prius campidoctoris officio], Serm. [CC CM 57], 30, 2, p. 173, líns. 49, 50-51 (Sanctus uero Petrus apostolus, beati Apolenaris non dicam campidoctor sed doctor) y 62, Epist., 12 [PL CXLIV 393] (qui sub campi docctore certaminibus assuescit), Anón. (c. 1063), De Gallica profectione Petri Damiani, 9 [PL CXLV 871] (sic uir iste bellicus et sub ecclesiastico campidoctore nutritus, sub duce suo Iesu pergens ad praelium), Sigeberto de Gembloux († 1112), Passio ss. Thebaeorum, Mauritii, Exuperii et soc., II, v. 371, p. 81, Pedro el Diácono († 1140), Chronica Casinensis, IV 118 y 124 [PL CLXXIII 959 y 968], Juan de Salisbury († 1180), Metalog. [CC CM 98], III 10, 9, IV 1, 2 (Campidoctor itaque Peripateticae disciplinae [sc. Aristoteles] quae prae ceteris in ueritatis indagatione laborat), IV 23, 26. Ha de tenerse en cuenta, no obstante, que la variante campiductor aparece con frecuencia en los manuscritos. 5 Ed. Martín Martín et al. (1977: 79-81, doc. 1); cf. Menéndez Pidal (1918: 11), Manchón - Domínguez (1998: 623). El adjetivo también se documenta en el diploma firmado por Jimena en 1101 (ed. Martín et al. 1977: 81-82, doc. 2), con la grafía Compidoctoris (Menéndez Pidal 1918: 15, Manchón - Domínguez 1998: 618). 6 2 pueden leerse las expresiones ego Rudericus Campidoctor e inuictissimum principem Rudericum Campidoctorem. Según nuestro poema, Rodrigo recibió la denominación de Campidoctor (27: hinc Campidoctor dictus est...) a raíz de su victoria sobre «un navarro» (Jimeno Garcés, de melioribus Pampilone según relata la HR 5, 14-15), tras un supuesto combate singular del joven Rodrigo que, como se ha expuesto con detalle en el capítulo precedente, plantea numerosos problemas históricos. Desde el punto de vista literario, podría destacarse cómo el Campeador reproduce ya en este primer episodio militar las virtudes guerreras de su padre, ejercidas in campo según refiere la HR (3, 3-4: pugnauit autem cum supradictis Nauarris in campo et deuicit eos). La recuperación del adjetivo campidoctor en tales textos cidianos —al socaire, probablemente, del relativo auge que éste experimentaba por entonces en la literatura latina europea— podría deberse al deseo de introducir un cultismo latino en la literatura acerca del héroe, frente al término vulgar campeator / campiator, que sería la transcripción esperada del romance «campeador» (Cirot 1939a: 86) y que el autor del poema eludiría a fin de ofrecer una referencia etimológica de cierta resonancia arcaica y más o menos consagrada literariamente (Manchón Domínguez 1998: 615)7. El epíteto «campeador», formado a partir del verbo «campear» ('estar en campaña', 'guerrear'; cf. Alonso Pedraz 1986: I 600, Manchón - Domínguez 1998: 618-19), cuyo étimo y significado ya se han explicado, aparece latinizado como campeator en una supuesta carta del conde Berenguer (1082) transcrita por la Historia Roderici (38, 33: Rodericus, quem dicunt bellatorem et Campeatorem), mientras que se documenta como Campiator en el De rebus Hispaniae de Jiménez de Rada (Wright 228, Manchón - Domínguez 1998: 617). Campi doctus es la denominación de Rodrigo que refleja la inscriptio en los códices de la Historia Roderici: Gesta Roderici Campi docti (cf. ibid. 5, 3-4: Rodericus igitur creuit et factus est uir bellator fortissimus et Campidoctus in aula regis Sanctii, 31, 7)8. Campidoctus es también el epíteto que aparece en dos lugares de la Chronica Naierensis, de c. 1180 (III 15, 15 y 29; cf. Campidoctor ofrece, además, mayor volumen fónico que Campeator / Campiator, como observan Manchón - Domínguez (1998: 622), y también una mayor consistencia prosódica (cf. Norberg 1958: 30, a propósito de puer). 7 Cf. Wright (228), Falque (1990: 3, n. 1). Ambas grafías se documentan, por tanto, en la Historia, en la que, sin embargo, no aparece campidoctor (pese a lo que, seguramente por error, apunta Falque 1990: 4, n. 7). Según Manchón - Domínguez (1998: 625), el empleo de campidoctus en esta crónica «supone, sin ninguna duda, el previo conocimiento del compuesto campidoctor aplicado al Cid, seguramente fruto de la lectura del término en CC y/o en los diplomas»; esta hipótesis, sin embargo, no parece plausible, ya que el autor de la Historia Roderici no da muestras de conocer el contenido de los diplomas valencianos, mientras que es más bien el Carmen el que parece inspirarse en la Historia Roderici. 8 3 Estévez 1995: LXXVII y XCII, Manchón - Domínguez 1998: 617), donde tal denominación de Rodrigo se pone en boca de su valedor, el jactancioso rey Sancho: si illi numerosiores, nos meliores et forciores. Quin inmo lanceam meam mille comitibus, lanceam uero Roderici Campidocti, centum militibus comparo (CN III 15, 13-15). Pese a su muy dudosa historicidad, este dato parece sugerir también, junto al ya mencionado de la Historia Roderici, que el adjetivo fue hallazgo de los clérigos y cortesanos del rey Sancho, deseosos de distinguir así los méritos militares de su joven paladín y de revestir a éste de una cierta pátina antigua (pero accesible, aun así, a los conocedores menos avezados del latín). En cualquier caso, es el epíteto que acabó por imponerse, frente a otros que también fueron aplicados al Cid, según el testimonio de determinadas fuentes9, y conviene destacar que tan sólo se halla documentado en las dos crónicas mencionadas. No sabemos si los autores de la Historia Roderici y de la Chronica Naierensis tenían conocimiento de los diplomas valencianos a los que hemos aludido anteriormente, si bien parece poco verosímil en principio, ni si tal conocimiento pudo llegarles de manera indirecta (a través de una probable vía cardeñense), por los Annales Compostellani o el Chronicon Burgense. Por lo demás, no parece claro que exista una diferencia semántica demasiado apreciable entre el Campidoctus de estos textos y el Campidoctor que atribuye al héroe nuestro Carmen10. Ambas denominaciones —de morfología más poética o «solemne», si acaso, la segunda (como en el caso, Acerca de campidator, cf. Bonilla (188, n. a), Manchón - Domínguez (1998: 626). Campiductor (cf. Silio Itálico, Pun. V 376-82) se aplica al Cid en los Annales Compostellani (ed. Flórez 1799: 322; cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 527, Manchón - Domínguez 1988: 616) y en el Liber illustrium personarum de Gil de Zamora (ed. Cirot 1914: 81), más que por falsa grafía (como sostienen Manchón - Domínguez 1998: 616, 623) por la existencia de un doblete bien atestiguado, como también ocurre en el caso de armidoctor (Gloss. II 385, 26; III 308, 64; 501, 43; Not. Tir. 45, 81a) / armidoctus (Gregorio Magno [c. † 604], Lib. respons. [PL LXXVIII 767]: nam et Iudas armidoctus sceleris) / armiductor (Sinfosio Amalario [† 850], Lib. de ordine antiphonarii, 4 [PL CV 1251], Bertoldo Constantiensis [f. s. XI], Ann., a. 1077 y 1080 [PL CXLVII 401 y 439-40], Honorio d´Autun [† 1137], Sacrament., 48 [PL CLXXII 772]); armidator no sería sino la versión latina de oJplodovth" (Gloss. III 271, 53). Por su parte, el Chronicon Burgense lo denomina Rodericus Campidoctor (ed. Flórez 1799: 310); como ya hemos apuntado, este dato —si no depende de algún necrologio cardeñense— podría proceder de HR 75 (Obiit autem Rodericus apud Valentiam in era M.ª C.ª XXX.ª VII.ª). Preliator fortissimus se denomina al héroe en HR 70, 15; como miles strenuus y armis strenuus lo califica Lucas de Tuy (Menéndez Pidal 1944-1946: 529). 9 Según Manchón - Domínguez (1998: 623-24), «en Campidoctus la idea del magisterio (-doctor) da paso a la de destreza o pericia (-doctus)»; la sutil diferencia de matiz, no obstante, nos parece difícil de argumentar. 10 4 por ejemplo, del lat. ductor, frente a dux11)— podrían responder a la misma tendencia hacia el cultismo a la que antes hemos aludido. Pese al criterio paleográfico seguido por Du Méril y por Wright, Gil estima conveniente editar esta formación léxica como una sola palabra, entendiendo que «aquí campidoctor no es más que una traducción del romance ‘campeador’» (102, n. 10). Resulta difícil, por no decir imposible, conocer cuál fue la voluntad del autor del Carmen en lo referente a esta cuestión —si es que llegó a planteársela—, en cuanto que el testimonio del manuscrito (una mera copia, a buen seguro, y de muy deficiente calidad según reflejan sus incurias formales, señaladas en nuestro aparato crítico) carece de un valor determinante al respecto. En principio, nos parece preferible que el epíteto conste de una sola palabra, como aconseja su primer término de carácter átono12 y a pesar de que su condición de compuesto se insinúe a veces en el texto (27, 79-80: tunc Campidoctor duplicat triumfum / retinens campum). En nuestra opinión, la distinción gráfica propuesta por Wright enfatiza en exceso dicha naturaleza, de una manera que casi puede considerarse anacrónica —e incluso un tanto «pedantesca»— para la época. Por último, queda la cuestión de si Campidoctor traduce realmente el término romance «Campeador». En vista de que la denominación romance hubo de anteceder a la denominación latina (como ya se ha indicado en el apartado I.1), parece lógico entender —frente a la duda que al respecto se planteaba Cirot (1939b: 180)— que el término clásico es una adaptación culta del epíteto vernáculo, la cual no se basa en una equivalencia semántica propiamente dicha, sino que refleja más bien un proceso de recíproca influencia paronomástica entre latín y romance (acorde, por lo demás, con una situación lingüística próxima a la que, matizando las opiniones de Banniard, describe Lopetegui [1999: 21] para la Navarra medieval: «dos lenguas distintas para cumplir diferentes funciones»). III.2. Métrica y prosodia Como ya hemos señalado, una de las mayores peculiaridades del Carmen Campidoctoris es la configuración métrica que el poeta decide imponerse, la cual aparta su composición del canto épico Ya que, según anota Servio a propósito de Aen. II 14, ductores sonantius est quam duces, quod heroum exigit carmen. Por lo demás, las formaciones en -tor son muy características de la literatura hímnica, como observan Manchón - Domínguez (1998: 622); sobre esta tendencia en Prudencio (en cuya obra se atestiguan hasta ocho hápax en -tor), cf. Mariner (1999: 293). 11 No parece deseable la presencia de dos tónicas contiguas —primera y segunda sílaba— en los versos 27, 70 y 79, aunque en el poema se observan casos de tónica segunda (6, 90, 111, 114, 124). 12 5 convencional —es decir, hexamétrico— y lo aproxima al canto de encomio o «hímnico», en su sentido más amplio (Wright 221). Del poema se conservan 32 estrofas completas de cuatro versos cada una, «sáficas» en cuanto que cada una de ellas se compone de tres endecasílabos y un adónico (cf. Norberg 1958: 77-78 y, sobre la evolución de este tipo de endecasílabo, Donnini 1995: 254-55). Conviene recordar, a este respecto, que el ritmo sáfico no fue demasiado practicado en la versificación latina de los siglos IX y XII, tampoco en el ámbito hispánico13, aunque no parece haber sido tan excepcional en la literatura europea latinomedieval como algunos autores sugieren. Así, Gwara sostiene que «by the eleventh century the sapphic form had fallen in desuetude» (1987: 197, n. 1), y, frente a la cronología propuesta por Smith para el Carmen, no duda en añadir que «by the late twelfth century the verse form of the 'CC' had long been abandoned» (211). No es eso lo que se desprende de un somero recorrido por las páginas de los clásicos manuales de Manitius y de Raby, en los que se alude a un buen número de autores que practican este metro durante el periodo medieval14. Especial interés ofrecen para nosotros, sin duda, las versificaciones de textos en prosa Su estudio podría comenzar con Prudencio (Cathem. 8 y Perist. 4, con 20 y 50 estrofas respectivamente) y proseguir con Eugenio de Toledo (med. s. VII; cf., por ejemplo, Fontán - Moure 1987: 161); acerca de los «himnos» y «ritmos» de Eulogio de Córdoba (med. IX), cf. González Muñoz (1996: 26-30); a un poema en sáficas del s. IX, de posible procedencia hispana y dedicado a Agobardo de Lyon, se refiere Manitius (1911-1931: I 386, n. 6). Como «el tipo de versificación más común en los himnos de la iglesia visigoda» describe este ritmo Martínez (1991: 49); algunos ejemplos concretos recoge Amador (1861: 503-5, 518-19). Un himno a Santiago en doce estrofas sáficas se incluye, por ejemplo, en el famoso Codex Calixtinus (s. XII; cf. Manitius 1911-1931: III 989, Moralejo - Torres -Feo 1951: 592-94). 13 De época temprana (2ª m. VIII - 1ª m. IX), cabe recordar aquí los nombres de Alcuino, Pablo el Diácono, Paulino de Aquilea (acerca de sus estrofas pseudo-sáficas, cf. Norberg 1979: 51-58), Teodulfo de Orleans, Agobardo de Lyon, Walafrido Estrabón, Jonás de Orleans o Wandalberto de Prüm; a las sáficas de Notker Bálbulo († 912) se refiere Klopsch (1980: 36). Parece advertirse un cierto receso en el s. X, pese a testimonios como el de Flodoardo de Reims (autor de un poema sáfico en diez estrofas sobre la contribución de Antioquía a la historia de la Iglesia; cf. Manitius 1911-1931: II 157) o Wulstan de Winchester. A este receso le sucede un cierto florecimiento en el cultivo de tal forma literaria, durante los dos siglos siguientes; en el siglo XI ha de situarse a autores como Teobaldo (Manitius 1911-1931: III 732), Dudo de S. Quentin, Arnoldo de San Emmeram, S. Pedro Damián, Ademar de Chabannes, Balderico de Bourgueil, Waifario y Alfano I de Salerno, Manfredo de Magdeburgo, Fulberto de Chartres, o los del códice Sangall. 381 (Manitius 19111931: I 605-7); a caballo entre el XI y el XII escriben sus poemas Raginaldo de Canterbury († post 1109), Marbodo de Rennes († 1123), Guiberto de Nogent († 1124), Ruperto de Deutz († 1130), Pedro Abelardo († 1142) y Pedro el Venerable († 14 6 que se realizaron en este tipo de ritmo, de las que también se documentan algunos ejemplos15; sobre esta circunstancia ya llamó la atención el propio Curtius (1938: 170), en relación con nuestro poema: «Hat nun der Dichter seine historischen Kenntnisse aus der Historia geschöpft? Dafür spricht [...] der häufige Befund, dass historische Gedichte des lateinischen Mittelalters uns als poetische Umgüsse einer Prosavorlage erkenntlich sind — so ist z. B. das Verhältnis des Poeta Saxo zu Einhard». Nicolau d'Olwer excluyó de su conocida edición de poemas ripollenses nuestro Carmen, por estimar que éste no era originario de Ripoll, ya que su versificación sáfica —pese a hallarse descrita en el manual de métrica usado en el monasterio, que era probablemente el De arte metrica de Beda el Venerable (cf. I 18, con ejemplos de Paulino de Nola)16— constituía una excepción demasiado llamativa en la producción de la mencionada escuela poética catalana. Según sus propias y sentidas palabras (1915-1919: 15), «no la hi he inclosa perquè estic convençut que no fou composta a Ripoll. És dolorós separar-se de l'opinió del mestre Milà i Fontanals, però cal reconèixer que els arguments que esgrimeix per demostrar l'origen català de tal poesia no són prou contundents, i expliquen només l'interès que a Ripoll podia haver-hi per copiar-la, en la qual cosa tots estem perfectament d'acord. També té importància remarcar que en tota la producció ripollesa dels segles X a XIII no he vist un sol cas d'estrofa sàfica, metre del poemet que ens ocupa». 1156, autor, por ejemplo, de un himno dedicado a celebrar los hechos admirables de S. Benito, en nueve estrofas sáficas); entre la segunda mitad del XII y principios del XIII escriben autores como Guido de Bazoches o Alain de Lille († 1203, autor de una notable oda sáfica a la natura, recogida en su De planctu naturae). Como el de Bertario de Montecassino (mediados del siglo IX), posible autor de una oda sáfica a S. Benito —que Traube atribuía más bien a Alfano de Salerno— que resulta ser una versificación de Gregorio Magno, Dial. [CC CLCLT 1713], 2, 1-38, donde se recoge un diálogo entre Gregorio y Pedro, en que el primero adoctrina al segundo, intercalando numerosos exempla hagiográficos (cf. Manitius 1911-1931: I 608-9); otro ejemplos son el de Otloh de San Emmeram (med. s. XI; autor de una versificación de Mt. 2, 1-12 en 17 estrofas sáficas, con rima leonina; cf. ibid. II 8889) o el de Saxo el Gramático en sus Gesta Danorum († 1220; cf. ibid. III 505). 15 Dos manuscritos de esta obra de Beda († 735), procedentes de Ripoll y ambos del siglo X, se hallan en el Archivo de la Corona de Aragón (ms. 49 —incompleto— y ms. 106), según observó Nicolau d´Olwer (1915-191919: 3; cf. Rico 1994: 133, Martínez 1991: 35). A nuestros efectos convendrá recordar, no obstante, que también se ocupó de este tipo de ritmo, en un ámbito tan distinto como el toledano, Domingo Gundisalvo en su De divisione philosophiae (s. XII), dado el frecuente uso del mismo in eclesiasticis hymnis (Rico 1969: 21). 16 7 Según señaló Wright respecto al contenido del Carmen (221), podría considerarse como un paralelo más o menos aproximado la oda De strage Normannorum del irlandés Sedulio Escoto (med. s. IX; cf. Raby 1966: 195, Gwara 1987: 199, Higashi 1997: 179, n. 43), una obra que probablemente era desconocida en Ripoll y cuyo parecido temático con nuestra composición sólo puede considerarse, en realidad, relativo. Por lo demás, el tema épico no parece haber sido predilecto en esta escuela poética catalana, en cuyos textos, pese al conocimiento de Virgilio, no afloran los grandes nombres del ciclo troyano, y en la que se prestó mayor atención a la lírica latina (ausente, sin embargo, en la tradición literaria de la España occidental del XII, frente a la «continuidad» experimentada en tierras catalanas, según observó Rico [1969: 88-89]). Al margen ya del inconveniente métrico, cabe señalar también cómo el lenguaje poético empleado en Ripoll —en la medida en que hoy nos resulta conocido— y el que exhibe nuestro Carmen son en gran medida diversos, y reflejan intereses literarios que, aparentemente al menos, tienen muy poco en común. El versificador de nuestro poema no practica el ritmo cuantitativo (reservado durante la Edad Media para los poetas más hábiles y eruditos 17 ), sino que, pese a denominar carmen a su composición, practica en realidad el mero rhythmus (rithmus en la grafía medieval más corriente), basado en el recuento de sílabas (numero syllabarum), como en el caso de los carmina uulgarium poetarum (según observó Beda, De arte metrica, 24 [CC SL 123A], p. 138, lín. 12-13)18. La afición hacia estos ejercicios versificatorios variaba, dentro del ámbito clerical, según las órdenes. Es conocido el gusto cluniacense por el ejercicio de la composición métrica, frente a lo que ocurría en congregaciones como la del Císter, reluctante hacia los poetica figmenta (cf. Munk 1995b: 95-96, quien recuerda cómo Nicolás de Claraval advertía al respecto: nos nihil recipimus quod meretricis [i. e. metricis] legibus coercetur, y cómo en 1199 se prohibía a los monjes de esta última orden la confección de rythmi: monachi qui rythmos fecerint, ad domos alias mittantur; cf., asimismo, Paden 1980). Raby recuerda cómo Bernardo de Claraval († 1153) usó los versos sáficos en un himno a S. Víctor, pero metri negligens, ut sensui non deessem (cf. 1966 : 32 y 1967 : I 302, n. 1). En general, cf. Norberg (1958: 92-94 )y, en relación con nuestro Carmen, Higashi (1997: 180-82). 17 Inspirándose, en este caso, en el Ars Palaemonis de metrica institutione (s. IV), donde se habla propiamente de cantica poetarum uulgarium (cf. Gramm. Lat. VI 206, 9-10 Keil). Sobre el concepto medieval de rithmus (modulatio en latín, según Beda, De orthogr. [CC SL 123A], p. 47, lín. 996, donde se alude igualmente al calco griego rhythmizo), en general, cf. Klopsch (1972: 27-38), Castro (1997: 93, 97, 99). Como primer ejemplo de poesía rítmica suele considerarse el salmo abecedario Contra partem Donati de S. Agustín (cf. Norberg 1958: 29 y 92). 18 8 Según observaron Fontán - Moure (1987: 345, n. 1), el verso 17 (eia, letando, populi caterue) es el único «que, casualmente, podría considerarse “correcto” cuantitativamente», es decir, el único que responde al esquema propio del endecasílabo sáfico grecolatino (lklu lkkl kll). Seguramente se trata, en efecto, de una mera casualidad. De buscar otra explicación, sólo cabe —como pura hipótesis— que se tratase de un primer ensayo de nuestro poeta (es decir, del primer verso que compuso), deseoso de iniciar su poema con un apóstrofe dirigido al imaginario auditorio y con el típico eia exclamativo inicial, y que luego desistiera de su empeño ante la dificultad que la escansión cuantitativa representaba para él. Pese al ascendiente clásico de la versificación sáfica (representada en el caso romano por Horacio, fundamentalmente19), los versos del Carmen están inspirados con toda probabilidad en los poetas cristianos, tanto tardíos como medievales. Por lo demás, el poeta parece plenamente consciente de su oficio, como bien reflejan —pese a su carácter tópico y convencional— los versos 15-16 del poema (rithmice tamen dabo uentis uela / pauidus nauta), en los que se declara «medroso» practicante de la rhythmica (sc. ars). Este término ya era de honda raigambre en la tradición métrica, como una de las partes de la «música» (junto a la harmonica y la metrica)20, y también aflora a veces en las letras hispánicas21. A menudo se contraponía al concepto de metrica, Según señalaba Luque (1978: 13-14, 154, 167), el verso acentual reproduce en última instancia la estructura silábica, verbal y acentual del modelo cuantitativo, que ofrecía ya una serie de tendencias que se mantuvieron y afianzaron en época medieval: cuarta sílaba larga, cesura en quinta, tendencia clara a que el acento adquiera relevancia rítmica, etc. Sobre los sáficos en general y su recreación medieval, cf. Norberg (1958: 94-98), Klopsch (1972: 93-99), Avalle (1992: 391-476), Marcos Casquero - Oroz Reta (1995: I 3-28). 19 Cf., por ejemplo, Casiodoro († 580), Expos. psalm. [CC SL 98], ps. 80, p. 750, líns. 101-102, De artibus et discipl. liberal. litterar., cap. 5 [PL LXX 1209], Odón de Cluny († 942), Opusc. de mus. [PL CXXXIII 793]. 20 S. Isidoro de Sevilla († 636), Etym. III 18, 1, III 19, 1 (At omnem sonum, qui materies cantilenarum est, triformem constat esse natura. Prima est harmonica, quae ex vocum cantibus constat. Secunda organica, quae ex flatu consistit. Tertia rhythmica, quae pulsu digitorum numeros recipit) y III 22, 1, S. Julián de Toledo († 690), Epist. ad Modoen. [CC SL 115], p. 259, 1 (aut metricis dictis proprias pandat iure camenas et rithmis uti, quod plebegis est solitum, ex toto refugiat) y 2, estrofas 2-3 (al respecto cf. Wright 1989: 154, 396-97), Álbaro de Córdoba († 860), Indic. lumin., 35 [ed. Gil 1973b: I 315] (ita ut metrice eruditiori ab ipsis gentibus carmine et sublimiori pulchritudine finales clausulas unius littere coartatione decorent, et iuxta quod lingue ipsius requirit idioma, que omnes uocales apices commata claudit et cola, rithmice, immo ut ipsis conpetit, metrice uniuersi alfabeti littere per uarias 21 9 tanto en época tardoantigua 22 como en la medieval 23 . En nuestro Carmen simplemente parece designar el ejercicio de una versificación de carácter silábico. Como ya hemos sugerido, es verosímil que, para nuestro autor, fuera la rhythmica el único procedimiento versificatorio familiar. Desde el punto de vista acentual, el ritmo se marca con carácter fijo —en el caso de los endecasílabos— sobre las sílabas cuarta y décima (Wright 1982: 340), y tiende a ser así también sobre la primera (Cirot 1931b: 249, Higashi 1995: 33), aunque el acento no recae de manera sistemática sobre esta sílaba, como parecen demostrar en principio los versos 21, 49, 62, 63 y 97. Se observa, asimismo, cierta tendencia a regularizar la disposición de los acentos secundarios, sobre sexta o sobre octava, y a veces sobre séptima24. En el caso de los adónicos —con acentos normales sobre primera y cuarta— cabe considerar anómalos los versos 36 (cohortis dare) y 124 (plus ceruo sallit), con aparente acento antirrítmico en segunda, si bien en el primer caso no habría de descartarse una posible influencia de la prosodia hispana («cort», «corte») y en el segundo es probable que plús-ceruo constituyese grupo fónico. dictiones plurimas uariantes uno fine constringuntur uel simili apice; cf. Klopsch 1972: 42, n. 45, González Muñoz 1996: 30, n. 66). Sobre la tradición rítmica hispana, en general, cf. Wright (1989: 108-18, 264-81, 370-73). Cf., por ejemplo, S. Agustín, De mus., 6 [PL XXXII 1182] (si ergo quaeramus artem istam rhythmicam uel metricam, qua utuntur qui uersus faciunt, putasne habere aliquos numeros, secundum quos fabricant uersus?), Beda, De arte metrica [CC SL 123A], 25, pp. 140-141, líns. 22-25 (et apud nos historia beati Iob, quamuis haec in sua lingua non tota poetico, sed partim rethorico, partim sit metrico uel rithmico scripta sermone). 22 Cf. Odón de Cluny († 942), Serm., 4 [PL CXXXIII 730] (omnis qui de illo et prosaice et metrice, siue etiam rhythmice scripserunt, et sancti et periti fuisse), Remigio de Auxerre († 908), De mus. [PL CXXXI 936] (hoc interest inter rhythmum et metrum, quod rhythmus est sola uerborum consonantia, sine ullo certo numero et fine, et in infinitum funditur nulla lege constrictus, nullis certis pedibus compositus: metrum autem pedibus propriis certisque finibus ordinatur: minimum autem metrum est, quod constat pede et semipede, et res est per ordinem usque ad octo pedes: octonarium autem numerum non transgreditur), Epist. Guiberti [CC CM 66], 54, lín. 477 (sed quoniam illud rithmice digestum est, et ideo minus libenter a quibusdam legitur, opere pretium duco istud plana et aperta prosa, id est nullo metro uel rithmo ligata, conscribere, ne alicuius difficultatis legentem scrupulus offendat, sed magis breuitas et planities ipsa uos uel quoslibet ad legendum inuitet et delectet). 23 Dejando al margen los posibles casos de «mot métrique» (cf. Norberg 1958: 20-28, 1985: 38-53), destacaríamos los versos 11, 14, 18, 21, 26, 34, 39, 41, 42, 53, 61, 63, 69, 70, 85, 103, 105, 109, 119 y 125, lo cual aproxima la cifra al 15 por ciento de los versos conservados. 24 10 Los versos del poema ofrecen siempre un final paroxítono, incluido probablemente el verso 9, cuyo retexére final (frente al retéxe±re clásico), con ritmo marcado en décima, podría haber sufrido un desplazamiento acentual, explicable desde la prosodia general de la época pero que también podría considerarse como un pequeño e interesante indicio de la procedencia hispana del poeta. Según observó Norberg (1985: 9) «en Espagne, les infinitifs en -e—re ont remplacé tous les infinitifs en -e±re» (cf., asimismo, 1958: 15-16, Stotz 1996: 128-30). El verbo en cuestión no pertenece al vocabulario más usual, y es muchísimo menos frecuente, en cualquier caso, que cápere, correctamente acentuado en el verso 11 (frente a lo que ocurre a menudo en versos de procedencia hispana, en los que —por asociación con el esp. «caber»— el ritmo exige capére); también la acentuación de mítere, en el v. 100, es la esperada. En el caso del v. 120 (giro circinni), el poeta parece considerar como larga —según refleja además la grafía consonántica geminada— la segunda sílaba de circinus, frente a la prosodia clásica. Los versos del Carmen presentan cesura tras la quinta sílaba, con la posible excepción del verso 74 (illi parat mortem nisi sit cautus), como observó Du Méril (311, n. 3: «la seule ligne qui manque de césure après la cinquième syllabe») y asimismo Wright (243, n. 7), quien apunta — mediante una explicación un tanto sofisticada— cómo «perhaps it is intended to be read aloud in such a way as to stress Alfonso's heavy-handed wrath». Este verso ofrece, además, otra excepción, al carecer de acento sobre la cuarta sílaba. Una posible explicación para este caso —aunque quizá no muy verosímil— pasaría por considerar parat como una forma contracta del perfecto (similar a las atestiguadas, por ejemplo, en Lucrecio I 70: irritat, o VI 587: disturbat), una particularidad que, según recuerda Leumann, era bien conocida en los ámbitos escolares (1928: 601: «Dazu schreibt Prisc. II 130, 1 Endakzent vor für perf. [...] fu# ma# t (Verg. Aen. 3, 3); diese Akzentuation perf. audít cupít fumát [...] ist sicher von Grammatikern differentiae causa für Dichterinterpretation in der Schule festgelegt»). En cualquier caso, no puede excluirse la posibilidad de un fallo métrico por parte del poeta (que da muestra a veces de cierta prisa —v. 46— y de laxitud en su versificación) o incluso la existencia de una corrupción textual en el verso. Los versos del Carmen presentan además asonancia u homeoteleuto final en el seno de cada estrofa, lo cual constituye una verdadera rareza en este tipo de versificación25. Conviene subrayar, Hacia un posible reflejo de la rima árabe apuntaba Marcos Marín (1985: 10), lo cual parece poco o nada sostenible (sobre la influencia semítica sobre la rima, en general, cf. Klopsch 1972: 39, 42, n. 45, con atención al testimonio de Álbaro de Córdoba antes mencionado). Por otra parte, la búsqueda de similicadencias rítmicas es característica de los textos litúrgicos mozárabes (Díaz y Díaz 1965: 83), e influye incluso en la prosa, como, para el caso de la HR (cf., por ejemplo, HR 15, 18-19: noluerunt... desinierunt), observaron Amador (318, n. 1) y Bonilla (178, n. 1), entre otros. 25 11 según ha observado Wright (220-21), que de los 19 himnos en estrofas sáficas que se contienen en el repertorio mozárabe conservado, ninguno ofrece tal peculiaridad26. No obstante, la asonancia es un recurso habitual en otros tipos de versificación practicados en la época27. De acuerdo con la convención propuesta por D’Angelo (1992: 68), cabría hablar de «asonancia» cuando dos sílabas finales de palabra presentan la misma vocal (auis / uenit) y de «rima» cuando también hay coincidencia en la consonante que sigue a la vocal (deos / uiros). En el caso del Carmen, se observaría «rima» en las estrofas 6-8, 10-11, 13-16, 18-20, 22-23, 25-26, 28 y 31. En la estrofa octava se observa el único caso de rima que afecta plenamente a dos sílabas (-turus), quizá con cierta intencionalidad estilística por parte del autor, también perceptible en el homeoarcto de los versos 61-63 (o-); un cierto énfasis podría señalarse asimismo en 101-104 (-ent) y en 109-112 (tam). En las demás estrofas se observa una mera coincidencia en la vocal final (1-5, 9, 12, 17, 21, 24, 27, 29 y 3028), lo cual apenas tenía, a buen seguro, una repercusión sonora perceptible, como bien señalaba Menéndez Pelayo a propósito de este recurso en general (1890-1908: I 106 y 109). No se documenta ningún caso de «asonancia» en el sentido antes apuntado29. En los versos 57 (quibus auditis susurronum dictis), 73 (nimis iratus iungit equitatus) y 109 (accipit hastam mirifice factam) se observan marcadas rimas internas. Por lo demás, la prosodia que ofrece el poema es la que cabía esperar en la época. En consonancia con el abandono sistemático del criterio cuantitativo, se desatiende el comportamiento propio de la métrica clásica frente al encuentro de vocales (ya sea por elisión o por sinalefa) y no Tampoco el de S. Cucufate (s. VII), según apunta Wright (244, n. 10, frente a lo que sostenía Cirot 1931a: 146). Sobre la historia de la rima en la literatura grecolatina y la estrecha vinculación de este procedimiento con la poesía hímnica, en general, cf. Norden (1958 : II 810-908, esp. 841-67); para una síntesis acerca del fenómeno — que comienza a apreciarse como procedimiento deliberado con Sedulio (s. V)— en la versificación medieval, cf. Klopsch (1972: 38-49) y, para el caso hispánico, Amador (303-60). 26 Así, por ejemplo, el Carmen canorum, de c. 1099 (ed. Nicolau d´Olwer, nº 50), presenta estrofas de tres versos asonantados, al igual que los versos laudatorios en honor de Ramón Berenguer IV (1139; cf. Amador 347). 27 Es decir, «a» y «e» (e/ae); el timbre «o» —menos frecuente en general, dadas las características morfológicas de la flexión latina— sólo aparece en dos de las estrofas conservadas: 29 y 32. 28 El único poema de época carolingia escrito en estrofas sáficas y con rima (ante la cesura y a final de verso) es, según señala Wright (221), la Oratio Metrica III de Godescalco (Gottschalk, † 869; cf. Manitius 1911-1931: I 568-74, esp. 571-72, Norberg 1958: 41-42, Klopsch 1972: 42). 29 12 parece repugnar el hiato (19, 21, 47, 50, 97, 103). El comportamiento del texto conservado respecto a los diptongos ae y oe, representados generalmente mediante las monoptongaciones resultantes de su pronunciación fonética30 (aunque con excepciones propias de un codex diphthongatus: vv. 2: Eneae, 3: poaete, 93: Barchinonae, y 97: Cesaraugustae; en los dos últimos casos mediante el empleo de e caudata, acerca de la cual cf. Norberg 1980 [1968]: 51, Bischoff 1990: 122) y la total ausencia de sinicesis son rasgos que reflejan el uso del sistema gráfico carolingio, implantado en Cataluña en el siglo IX (Wright 220, Conti 1984: 416, Figueras 30) y que se fue extendiendo paulatinamente por la península (en Castilla a finales del siglo XI). Basándose en ello, Wright (1982: 225) insiste en el hecho de que el autor practica el latín europeo reformado (lo cual sugiere una cronología tardía, como la que proponemos, y, caso de postularse para el poema una datación temprana, parece alejar la posibilidad de que su autor fuese un mozárabe). El poema se reproduce en el manuscrito a renglón seguido, pero el copista —o su predecesor en la copia— sabía de su carácter versal, como denota el hecho de que cada estrofa comience con una capital inicial, así como el punto que aparece al final de la mayoría de los versos (Wright 218, Marcos Marín 1985: 10)31. No obstante, cabe imaginar que el original del Carmen ofreciese una disposición versal, quizá incluso con el característico sangrado de los adónicos (dispuestos ejn eijsqevsei), como todavía podía observarse por entonces en los manuscritos de los grandes clásicos latinos (por ejemplo en los horacianos; cf. Questa 1996: 332, 341). III.3. Lengua y estilo El estudio de la lengua del poema no permite extraer datos decisivos para determinar su datación concreta o la posible procedencia de su autor, el cual, aun siendo culto, no evidencia en ningún momento una erudición literaria sobresaliente o una especial destreza versificatoria. Ya Du Méril destacaba la «simplicité de son style», la cual refleja, según este erudito, un «esprit naïf et vraiment historique» (286), opinión a la que opondrá Curtius —para irritación del maestro Menéndez Pidal— su convicción de que el Carmen sólo es un «Produkt der Klostertradition» (1938: 171)32. De hecho, en los versos 2, 17, 33, 35, 48 y 93-95 riman el sonido vocálico e y el del diptongo ae. 30 Este signo también parece emplearse a veces en la copia del poema para señalar la distinctio entre palabras. 31 La polémica entre Curtius y Menéndez Pidal, siempre más agria por parte del erudito español, se produjo en el marco de una notable confrontación metodológica —e ideológica, en el fondo— entre dos maneras casi antitéticas de concebir la historia literaria y sus procesos de creación, como queda de manifiesto en las 32 13 Tampoco se observan rasgos de estilo que permitan caracterizar de una manera precisa al autor, cuya lengua exhibe, como cabía esperar, los rasgos propios de un latín medieval. Así lo refleja, por ejemplo, el uso perifrástico de cepere (coepere) seguido de infinitivo (10, 45, 47), el empleo de construcciones como misit debellandum (78) o fecerat limatam (111), del quod consecutivo en el v. 35 y del completivo en los vv. 70 y 75, o la laxa sintaxis de una secuencia como la que se recoge en el verso 91 (alios fugans aliosque cepit). Se advierte en él una cierta tendencia a la repetición léxica entre versos muy próximos entre sí (subire en 34 y 39, coepere en 45 y 47, malum en 50 y 55, timens en 59 y 60 [causa timoris], parare en 71 y 74, castra en 83 y 92, faber en 107 y 119, equus en 121 y 125). En cuanto a su selección léxica, baste indicar que, carente de cualquier refinamiento lírico (pese a lo que el metro adoptado parecería exigir), se halla muy próxima en ocasiones al registro propio de la prosa (y en especial de la cronística), como se observa, por ejemplo, en el empleo de fórmulas explicativas con el verbo uocare (vv. 83 y 98), en el uso del término aurei (123) o del de prenotatus (78) —de significado similar al de predictus, supradictus, prefatus y similares—, en el de una fórmula de transición como post cuius necem (41) o de ablativos absolutos como illo nolente (37) o quibus auditis susurronum dictis (57). En este sentido, el deliberado engaste de términos más o menos «poéticos» como uillescant (6), caterue (17), freti (19), ortus (21), ense (32), principatum (35), cohortis (36), necem (41), equitatus (73), romphea (107), fabrefacta (107) o electri (119) —y quizá el del propio epíteto Campidoctor— no deja de corroborar la norma «cultista» que acabamos de señalar. También el tono «clasicista» de su toponimia en general y el empleo de gentilicios como Agaricus (70) o Madianita (94) confirman claramente esta tendencia. En lo puramente sintáctico se observan casos notables de encabalgamiento (7-8, 103-104) y de hipérbaton, como en el llamativo caso del v. 46 (ceteros plusquam), debido muy probablemente a razones métricas, ya que un plus quam ceteros no habría encajado en el esquema acentual; lo forzado del procedimiento, por otra parte, puede considerarse como un indicio del pobre acabado del poema y de su quizá presuroso ritmo de elaboración. Cabría advertir un cierto gusto por la aliteración, siempre muy tenue en cualquier caso33, a excepción quizá del verso 61 (omnem amorem in iram conuertit). Un caso de paralelismo sintáctico se advierte en los versos 123-124 (plus uento reflexiones pidalianas (cf., por ejemplo, 1992: 125) sobre la polémica entre «tradicionalistas» y «antitradicionalistas» (o, más bien, defensores de la existencia paralela de una tradición culta o «libresca», impregnada de «lo popular» y no menos fértil a su vez). Sobre el ideario de fondo del sabio alemán —víctima de más de una incomprensión— cf. ahora Rubio Tovar (1999), y, sobre la disputa en torno al concepto de «tópico literario», considerado con frecuencia entre la crítica de mediados de siglo como signo estático de la tradición, Escobar (2000, en prensa). Cf. Conti (1984: 417) (c- en 10-11 y 45-48, pri- en 35, t- en 53, f- en 111; ejemplos a los que cabría añadir quizá el que ofrece el verso 108: manu magistra). 33 14 currit, / plus ceruo sallit) y un deliberado intento de uariatio en el uso de los términos bellum (25), pugna (81) y prelium (89), así como en la sustitución de mortem (v. 39) por necem en el verso 41. III.4. La cuestión del género Pese a su vago colorido épico (como una forma de «micro-epopeya» consideraban el Carmen von Richthofen 1989: 18 y Gwara 1987: 200), sugerido por el hecho de que el protagonista de la obra es un heroico guerrero, la forma métrica elegida por el poeta y la característica dispositio que ofrece su composición aproximan el poema al himno tradicional (Wright 221-22)34 y, más concretamente, al panegírico, de muy larga tradición en la literatura latina. Beer puso en relación nuestro Carmen con la elegía en memoria del conde Ramón Borrell († 1018) que se halla en el Parisinus Latinus 5941 (1909-1910: 303, Nicolau d'Olwer 1915-1919: 27), procedente de Ripoll y que comienza: Ad carmen populi flebile cuncti35 / aures nunc animo ferte benigno [...] En el poema cidiano se observaría, según este autor, «lo trànsit del panegyricus a la poesía matisada de èpica». También Curtius señaló el parecido existente entre el tono de ambas composiciones (1938: 170), considerando el Carmen —también a fin de reafirmar su datación tardía— como el encomio de un personaje ya fallecido, en la línea tradicional de las producciones de Ripoll (cf. ibid. 171, Bofarull 1836: I 217). En realidad, todo parece indicar que nos encontramos ante un panegírico propiamente dicho (Deyermond 1995: 141), ya fuera escrito poco antes de la muerte del héroe o, según nos parece más verosímil, después de producirse ésta, en plena corriente cidófila de la segunda mitad o finales del siglo XII. El género del panegírico ya fue someramente descrito por Curtius (1955: 224-31, esp. 227), quien adujo al respecto la definición de Emporio (s. V; cf. C. Halm, Rhetores Latini minores, p. 657, Bickel 1982 : 410): Laudatur aliquis ex his quae sunt ante ipsum, quae in ipso quaeque post ipsum. Ante ipsum, ut genus et patria...; in ipso, ut nomen, ut educatio, ut institutio, ut corporis species, ut ordo factorum; post eum, ut ipse exitus uitae, ut existimatio mortuum consecuta (cabe comparar en este sentido, aparte de Quintiliano III 7, 10-18, el testimonio de S. Isidoro, Etym. II 4, esp. II 4, 5, a propósito de laus y uituperatio, las dos partes del dictum demonstratiuum: laudis ordo Y en especial al himno litúrgico, según Cirot (1931a: 145, 147 y 148, n. 13). Sobre la posible influencia en el Carmen de un género biográfico como el que representa la Vita Vergilii de Focas —precedida en el codex unicus que la transmite (Par. Lat. 8093, s. IX) de una invocación a la musa Clío en seis estrofas sáficas—, cf. Higashi (1997: 182-88), quien señala una serie de coincidencias con nuestro poema —léxicas sobre todo— poco concluyentes, en nuestra opinión, para sostener la hipótesis de una relación más o menos directa. 34 La expresión flebile carmen se halla también, por ejemplo, en el Epitameron propriae necessitudinis de Valerio del Bierzo, v. 1 (cf. Díaz y Díaz 1958: 105). 35 15 tribus temporibus distinguitur: ante ipsum, in ipsum, post ipsum). Como se sabe, este esquema retórico fue empleado con frecuencia dentro del género hagiográfico cristiano, sobre todo en las llamadas «vidas de santos». En cualquier caso, conviene destacar que la voluntad de nuestro poeta parece haber sido la de concentrarse propiamente en las guerras protagonizadas por el héroe (principis bella), según proclama su programático verso 8 (el cual alude a lo que constituye el verdadero hilo conductor del poema, que es la relación de las lides campales propiamente dichas protagonizadas por Rodrigo, como hemos indicado en I.1), y no tanto la de referir la uita de éste in extenso. Cabe señalar a este respecto que la Vita Karoli de Eginhardo (c. 833) —obra que ofrece ciertos paralelos con el contenido de nuestro poema— puede considerarse como «la primera biografía laica de la latinidad medieval» (A. de Riquer 1999: 20), y que no en vano era bien conocida tanto en el este (Ripoll: cf. Mundó 1988: 100), como en el oeste peninsular (según demuestra su uso sistemático por parte del —nada francófilo, por cierto— autor de la Silense: cf. Viñayo 1988: 223 y 226, Gil 1995: 12). Convendrá observar, asimismo, que los tópicos empleados por el poeta —certeramente identificados por Curtius— se corresponden de manera rigurosa con los característicos del panegírico. Por otra parte, no es fácil dictaminar si el Carmen Campidoctoris —según denomina el poeta su composición en el verso 18— fue concebido para el canto36, si se compuso para la recitación (con el fin de amenizar la velada de un círculo cortesano de nobles y guerreros, como imaginaba Menéndez Pidal [1992: 98] a propósito de los cantares de gesta en general) o tan sólo para la lectura (como sugiere desde luego la inclusión del largo proemio —versos 1-20— que «protagoniza» el poeta y que no puede considerarse, a nuestro juicio, como un «añadido posterior» a la composición, según sugiere Higashi 1996: n. 8). Algunos autores han estimado que se ejecutaría mediante el canto (a una especie de «cantilène» se refería Cirot (1931a: 145, 148; cf. Wright 1982: 345, Gwara 1987: 199), propuesta que, a la vista sobre todo del contenido del poema y de su factura literaria, nos parece muy poco verosímil, aun si tal ejecución se produjese «sólo en un círculo muy restringido, dada su naturaleza eminentemente culta» (Martínez 1975: 355). Hacia una consideración similar parece inclinarse Gil (1995: 77): «Evidentemente, el poema está escrito para ser leído por un círculo reducido de personas, el que constituían los partidarios del Campeador; es de suponer, por tanto, que en torno al Cid se había formado ya una especie de corte durante su primera estancia en Zaragoza, en la que se hacían necesarias estas jubilosas manifestaciones de adhesión que, de paso, hacían las veces de activa propaganda». En nuestra Como fue el caso, por ejemplo, del planctus por Ramón Berenguer IV [† 1162], según invita a pensar la anotación musical que acompaña a la primera estrofa (cf. Nicolau d´Olwer 1915-1919: 36); al recitado de sáficas redactadas por Teodulfo en honor de Carlomagno se refiere Manitius (1911-1931: I 538, n. 2); por su parte, Higashi (1997: 179, n. 44) alude a la ejecución musical de odas de Horacio, durante el siglo X, sobre el modelo del Ut queant laxis. 36 16 opinión, el Carmen hubo de componerse para la lectura, y ésta pudo producirse en un ámbito cortesano, pero que ya no podía coincidir —por las consideraciones acerca de cronología y autoría antes apuntadas— con el que rodeaba al héroe en vida. También se ha planteado la hipótesis de que podría tratarse de la reelaboración latina y culta de un «canto noticiero» popular (Milá y Fontanals 1874: 228, n. 2). Tal idea fue sostenida con entusiasmo por Menéndez Pidal (1992: 123, 126), quien reconocía, no obstante, que el autor del Carmen tan sólo pretendía así en realidad «remedar» el estilo juglaresco (ibid. 125, así como Menéndez Pidal 571, aducido por Cirot 1931a: 148, n. 12). Como «canto noticiero» lo ha definido también, más recientemente, Martínez (1975: 387, n. 57), quien extiende esta denominación a la Historia Roderici y a la Chronica Naierensis (aspecto del que ya nos hemos ocupado). No obstante, creemos que el Carmen ha de entenderse como una «creación individual» (Barceló 1965: 52), escrita para entretener a un público fundamentalmente lector y que conocía de antemano la historia (Wright 240), capaz de apreciar y de entender la poesía en latín y más concretamente el género panegírico; una pieza redactada, en suma, para los miembros de la más o menos selecta respublica clericorum (Rico 1969: 15-16), y quizá vinculada de uno u otro modo a la transmisión —incluso material— del que parece su modelo, la Historia Roderici. Y es que también el problema que plantean las fuentes del Carmen incide en cierto modo en la cuestión genérica. En realidad, aun si damos por probada la anterioridad cronológica de la Historia Roderici y la posibilidad de que el autor de nuestro poema se inspirase en ella, no estaríamos ante un caso de «versificación» propiamente dicha, tal y como la muestran los cánones europeos del género (cf. Donnini 1995: 242-43, a propósito de los Gesta Caroli Magni metrica, de c. 888-891, y de los Gesta Apollonii). La selección realizada por el anónimo versificador del poema es tan intensa que cabría, ciertamente, referirse a la «influencia» ejercida por la mencionada crónica latina, pero en ningún caso presentarla como el modelo objeto de «versificación». En principio, el poema podría responder incluso a un mero ejercicio de tipo escolar, comparable a otros más o menos coetáneos y que se hallan bien documentados37; no obstante, el Carmen tampoco parece responder fielmente a este esquema, dado que su contenido trasciende sin duda el puro interés didáctico y confiere a la composición un carácter muy distinto del que suelen ofrecer tales exercitationes medievales. III.5. Estructura del poema Cf. Martínez (1991: 28), a propósito del llamado Fragmento de La Haya, donde parece darse el caso inverso, es decir, la prosificación escolar de un poema hexamétrico. 37 17 Según la distribución propuesta por Curtius (1938: 166), cabe distinguir en el Carmen Campidoctoris las siguientes secciones, que responderían a un esquema básico —el del basiliko;" lovgo"— común en la poesía medieval (ibid. 167)38: I. Proemio (versos 1-20): 1. Introducción (1-16) 2. Apóstrofe al pueblo (17-20) II. Laudatio del Cid (21-40) 1. Noble origen del héroe (21-24) 2. Hazañas de juventud (25-40) III. Destierro del Cid (41-68) IV. Combate contra García Ordóñez (69-88) V. Combate contra el conde de Barcelona (89 y siguientes) 1. Causas (89-104) 2. Armas del Cid (105-128) 3. [Disposición para la batalla...] Según ha observado Higashi (1996: 92), las batallas se describen en el poema de idéntica manera: al ordinal correspondiente (vv. 25 y 81, en el caso de los episodios conservados en su integridad) le sucede la narración del combate, prestándose especial atención a la obtención del triunfo (26 y 79-82); se concluye aludiendo a la fama y nombradía conseguidas (27-28 y 85-88; en general, cf. asimismo Horrent 1973: 111). Desde el punto de vista estructural destaca en el poema, como ya hemos indicado, la gran extensión del proemio (I), así como la atención dispensada en el poema a la descriptio armorum (V 2), que también se extiende considerablemente y que precede —cabe imaginar— a lo que pudo ser una oración del Cid, ya se pronunciase ésta en estilo directo o indirecto (como se señala en el comentario, a propósito del verso 129). Ambas secciones pueden considerarse de carácter esencialmente retórico. La segunda de ellas parece emplazarse hacia la mitad aproximada de lo que pudo ser el poema originario, lo cual sugiere la existencia de un final extenso y detallado en torno a Acerca de la distribución del contenido en el poema puede consultarse asimismo Smith (1986: 109-11). 38 18 la toma de Almenar, o bien que el poema contenía el relato de más episodios militares del héroe (acaso dos más, en virtud de una elemental simetría compositiva). III.6. Reminiscencias literarias Como ya hemos señalado, el autor del Carmen refleja conocimientos literarios propios de una formación culta, bien destacada por Curtius, quien reparó con acierto en la significativa y nutrida presencia de tópicos de carácter retórico en el poema, sobre todo en su parte inicial (proemio de los versos 1-20); se trataría de «a series of rhetorical topoi, pretentious and savoring of the schoolroom, but spirited and convincing» según la observación de Smith (1986: 109). Entre tales tópicos se incluyen clichés tan conocidos como el de la oposición entre «les anciens et les modernes» (el autor conoce y «podría referir» antiguos episodios paganos, pero le interesa más —de acuerdo con una conocida fórmula de priamel o sobrepujamiento [Curtius 1955: 238]— silenciar esa uilescens uetustas para cantar la actualidad de los noua bella 39 ), o, dentro del tópico de la paruitas característico del exordio (como procedimiento de la captatio beneuolentiae40), el de apelar a la dificultad que representa abarcar un tema tan extenso (vv. 9-12), máxime cuando sólo es un Acerca de este tópico, desde Homero (Od. I 325-327) y Virgilio (Georg. III 4) o Tácito (Ann. II 88: dum uetera extollimus recentium incuriosi), pasando por II Corint. 5, 17 (si qua ergo in Christo noua creatura, uetera transierunt: ecce facta sunt omnia noua), cf. Curtius (1938: 164-65), (1955: 239-40), donde se remite a Regino de Prüm († 915), Chron., pról. [PL CXXXII 15-16] (indignum etenim mihi uisum est, ut cum Hebraeorum, Graecorum et Romanorum, aliarumque gentium historiographi res in diebus suis gesta scriptis usque ad nostram notitiam transmiserint, de nostris, quanquam longe inferioribus, temporibus ita perpetuum silentium sit [...] Hac itaque de causa non passus sum tempora patrum nostrorum et nostra per omnia intacta praeterire, sed ex multis pauca notare curaui [...] Accipite ergo hoc paruum munusculum ea benignitate qua deuotione missum est a mea paruitate) y a Guiberto de Nogent († 1121), Gesta Dei per Francos siue Hist. Hierosolym., I 1 [PL CLVI 683] (ut modernorum facta uituperent, praeterita saecula sustollant [...] Praedicantur merito pro hominum nouitate priscis acta temporibus, sed multo iustius efferri digna sunt quae, mundo prolabente in senium, peraguntur utiliter a rudibus). Un bonito ejemplo aparece también en el prefacio de la Vita Karoli, obra de Eginhardo († 840; cf. A. de Riquer 1999: 55-56, n. 9, quien justamente señala en el pasaje la presencia del tópico de la «alabanza del tiempo presente»). 39 Como ejemplo de «antitópico» —incluso desde el punto de vista de la dispositio— cabría destacar, por ejemplo, Horacio, Carm. III 25, 17-18 (nil paruum aut humili modo, nil mortale loquar). 40 19 pauidus nauta quien se adentra en el proceloso mar de la creación poética (16) 41 . Entre tales recursos tópicos podría contarse, asimismo, el empleo de lexicalizaciones como e pluribus pauca (14), fórmulas retóricas como audite (18) o cuncti uenite (20), etc. No puede dudarse del carácter convencional de semejantes expedientes literarios, los cuales acreditan al autor como poeta litteratus y convierten este pequeño rithmus en un verdadero repertorio de tópicos, si bien tampoco cabe utilizar este argumento —como denunció Menéndez Pidal— para intentar defender el carácter puramente «libresco» del Carmen y mermar su valor como testimonio histórico, en el que se hallan recogidas una serie de circunstancias muy concretas en torno a la vida de Rodrigo Díaz. Dejando al margen la mención de Homero del verso 11 (que se encuentra sin duda entre las primeras de la literatura hispana) y las alusiones al mito troyano que dan inicio (2) y ponen fin (126-127) a la parte conservada del Carmen (las cuales no suponen, evidentemente, un conocimiento directo de la epopeya griega por parte del autor), parece fundado atribuir al poeta un cierto conocimiento de Virgilio, el gran modelo poético del primer medievo latino42, así como el de otras posibles autoridades literarias —entre ellas ha solido citarse, aunque sin pruebas decisivas, la conocida como Ilias Latina— que reseñamos en nuestro comentario. A él remitimos también para todo lo referente a los posibles ecos horacianos del poema (como el que parece advertirse, por ejemplo, en el pauidus nauta del v. 16). Insistimos en que se trata siempre de «posibles» fuentes, y que no es fácil discernir hasta qué punto se hallan mediatizadas en cada caso por el recurso a la tradición indirecta. A la posible presencia del tópico conocido como puer senex alude por su parte Gwara (1987: 202); al pequeño Domingo como puer prudens se refiere expresamente la Vita Dominici Siliensis (I 1, 39-41). 41 Así se ha señalado, por ejemplo, a propósito del verso 19 (freti ope; cf. freti armis de Virgilio, Aen. IX 675-76). El hecho se ha puesto en relación con la supuesta procedencia ripollesa del poema (Wright 222, Higashi 1997: 185), si bien no ha de suponerla necesariamente, en nuestra opinión. Acerca de la fortuna de Virgilio en la Edad Media española —desde el descubrimiento realizado por Eulogio, en la región pirenaica, de los ejemplares llegados al sur de la península (cf. Ubieto 1981: 69-70, Gil 1973b: II 707-8, Fontán - Moure 1987: 258-59, Díaz y Díaz 1995: 169-72)— puede consultarse la síntesis de Gil (1988: 953-56, esp. 954) y Vidal (1988: 972-75, esp. 972), así como Munk (1995b: 57), quien destaca la escasa presencia de códices virgilianos medievales —conservados, se entiende— en la península (a excepción del de Vich, Museu episcopal 197). Acerca del posible eco virgiliano que se observa en un pasaje del Poema de Almería (vv. 228-38; cf. Aen. XI 285-92), puede consultarse Rico (1985: 199, n. 1); Virgilio es también el poeta más influyente en la Chronica Adefonsi Imperatoris, según ha señalado Pérez González (1995: 351). 42 20 A las reminiscencias paganas habría que añadir las de corte cristiano, tanto bíblicas (Wright 223-25) como patrísticas o puramente literarias, de las que también damos cuenta en nuestro comentario. Efectivamente, parece demostrable la existencia en el Carmen de algunas reminiscencias bíblicas, como es natural en una época en la que, según ha señalado Rico (1969: 76), «se aprendía a leer y escribir con la Biblia, en parte memorizándola, y tal aprendizaje marcaba de modo indeleble a los letrados, que se plegaban a la andadura del libro santo con la misma naturalidad con que quizá nosotros perpetuamos la caligrafía de una maestrita de primaria». No sólo el lenguaje empleado, en su conjunto, parece revelar a veces esta filiación, sino que también los resortes narrativos empleados en ocasiones permiten suponerla (al respecto puede consultarse nuestro comentario, a propósito de los versos 33-36). Por lo demás, el uso de tales referencias refleja claramente, como observó Wright (224), un «ecclesiastical setting». Entre estas huellas literarias se han de añadir las obvias deudas con la historiografía latina coetánea, incluso al margen de la muy probable dependencia de la Historia Roderici. Como hemos tenido ocasión de analizar pormenorizadamente en el apartado I.2, el Carmen se hace eco de una fraseología habitual en el género, lo que le da a veces un evidente tono prosaico, como también hemos comentado. A la relación con estos textos cabe añadir la que podría mantener con la Historia Scholastica (c. 1173-1179) de Pedro Coméstor. Esta divulgada versión narrativa de la Biblia era conocida, según hemos dicho, por la Chronica Naierensis (vid. Estévez 1995: LXXXIV-LXXXVI y 195) y de ella había un ejemplar escrito hacia 1200 en San Pedro de Cardeña, hoy el códice BRAH 70 (Smith 1985: 207, n.16), por lo que no debería extrañar su posible conocimiento por parte de nuestro poeta. Así, se advierten entre ambos textos coincidencias bastante llamativas de fondo y forma, alguna de las cuales llega a la similitud literal: CC 7-8: Noua... bella = Hist. Schol. VII 7 [PL CXCVIII 1277]: quando noua bella elegit Dominus (cf. Iud. 5, 8). 37-38: honorem / dare uolebat = XX 164 [1626]: uolens deferri ei honorem. 45-49: Certe nec minus cepit hunc amare, / ceteros plusquam uolens exaltare, / donec ceperunt ei inuidere / compares aule, / dicentes regi: «Domine, quid facis?» = XV 9 [1458]: Et cogitabat rex constituere eum super omne regnum. Unde principes inuidebant ei, et quaerebant occasionem accusandi eum ex latere regis, id est pro eo quod erat ex latere regis. [...] Et dixerunt principes: «Non inueniemus occasionem adversus eum; nisi in lege Dei sui» et subripuerunt regi dicentes: [...] 55: semper contra te mala cogitabit (cf. 50: contra te ipsum malum operaris) = I 79 [1120]: Tumulus iste sit foederis nostri testis, ne ego transeam illud, pergens contra te, malum tibi cogitans. 62: occasiones contra eum querit = XI 8 [1391]: Occasiones quaerit aduersum me (cf. XV 9 [1458]: quaerebant occasionem accusandi eum [...] «Non inveniemus occasionem adversus eum; nisi in lege Dei sui» [...] Fabulantur Hebraei, quia quaerebant occasionem in sermone, 21 tactu, nutu, uel internuntio ad reginam, uel ad aliquam concubinarum regis, nullamque causam reperire potuerunt, eo quod fidelis esset). 69: peruenit fama in curiam regis = X 14 [1335]: Et ascendentes filii regis mulas suas fugerunt, et peruenit fama ad Dauid dicens: «Percussit Absalon omnes filios regis, et scidit rex uestimenta sua, et cecidit super terram». 105-7: Primus et ipse indutus lorica / —nec meliorem homo uidit illa— / romphea cinctus auro fabrefacta = X 19 [1341]: «Porro Joab uestitus erat tunica stricta!» Josephus tamen dicit lorica; «et accinctus erat gladio fabrefacto, qui leui motu egredi poterat». 115: in quo depictus ferus erat draco = IV 86 [1124]: Dicitur etiam ea tempestate Triptolemus in naui, in qua pictus erat draco, in Graecia uenisse, et ampliasse agriculturam. 118: quam decorauit laminis argenti = XI 15 [1361]: In latere meridiano erant quatuor portae duplices ualuas habentes, quae laminis aureis et argenteis miro opere decoratae erant (cf. II 61 [1181]: Erantque in latere australi uiginti columnae, altae quinque cubitis, uestitae laminis argenteis, capita habentes argentea cum caelaturis). Además de los pasajes anteriores y de la justificación para llamar Madianite a los árabes (véase el comentario al v. 94), la obra de Pedro Coméstor ofrece otros paralelos verbales, en sí secundarios, pero que acuden en apoyo de los anteriores para reforzar la posibilidad de un influjo sobre el Carmen: 39: tam cito subiret rex mortem = I 27 [1078]: Non cito scilicet morieris, sed omnis qui occiderit Cain (cf. Serm. V [PL CXCVIII 1736]: Vitae breuitas miseris est in remedium, qui hoc ipso, quod cito moriuntur, tolerabilius cruciantur). 40: nulli parcentem = VI 10 [1267]: Vastauit tamen uniuersam circa regionem, nulli aetati hominum parcens aut sexui. 42: obtinuit terram = I 34 [1085]: Proinde dicunt quidam hoc semel factum, cum primo scilicet terram obtinuerunt. 43: quod frater uouerat = I 83 [1123]: iuxta id quod prius uouerat (cf. VII 12 [1284]: fecit ei sicut uouerat). 48: compares aule = XX 35 [1556]: Est enim numerus superabundans, et congregatis omnibus suis partibus comparibus ascendit ad quinquaginta (cf. X 3 [1325-26]: pueri Dauid superstites occiderunt compares suos). 101: cumque [...] nequirent = XVI 7 [1487]: Quod cum nequirent, uariis eum terrebant rumoribus (cf. XVII 11 [1504]: Quod cum nequiret, sedebat in Antiochia in asylo). 107: romphea = I 24 [1074]: De eiectione eorumdem de paradiso, et rhomphaea ignea. 107: auro fabrefacta = II 65 [1186]: particulatim per loca erant malagranata aurea, cum spinosis extremitatibus suis fabrefacta (cf. XI 10 [1356]: Per gyrum uero muri erat labium exterius, a quo dependebant grandes uuae aureae cum pampinis aureis, adeo fabrefactis). 22 A estos pasajes puede añadirse la correspondencia de CC 14 (e pluribus pauca) con Sermones, 39 ([PL CXCVIII 1816]: pauca tamen de pluribus excipere possumus) y 43 ([1826]: Ut autem pauca de pluribus, quae scilicet, uisibiliter fiunt, eliciamus, operae pretium est, ut attendatis). En este caso, como en el de la Chronica Naierensis, no hay paralelos sueltos de total fuerza probatoria (pese a la extraordinaria semejanza que ofrece, por ejemplo, el verso 115) y algunos de los advertidos pueden proceder directamente de los textos bíblicos correspondientes (señalados en los lugares oportunos del comentario). Sin embargo, tomados en conjunto se apoyan mutuamente, y no se ha de olvidar la importancia de las fuentes indirectas en la difusión de determinados episodios de la Biblia (Saugnieux 1986), como demuestra aquí el caso de romphea (véase el comentario al v. 107). En definitiva, el conocimiento de la obra de Pedro Coméstor parece bastante probable y es coherente con la confluencia de modelos poéticos y narrativos que caracteriza al Carmen. 23 IV. Historia del manuscrito y criterios de edición IV.1. Procedencia del manuscrito y descripción codicológica El Carmen Campidoctoris se ha transmitido en un codex unicus del siglo XIII (posiblemente de finales del XII, en el caso de los folios que transmiten nuestro poema), procedente del monasterio benedictino de Santa María de Ripoll (Gerona) y actualmente conservado en la Bibliothèque nationale de París, bajo la signatura Parisinus Latinus 5132 (olim Baluze 284 —con el que no parece coincidir actualmente, según se desprende de Auvray [1921: 341]— y Regius 3855). Escrito sobre pergamino, contiene 110 folios en total (con un f. 80bis) y sus dimensiones son de 300 x 225 milímetros (Avril et al. 1982: 54)43. La historia del códice se halla recogida de manera sumaria en varios lugares 44 ; puede sintetizarse indicando que perteneció a Pierre de Marca († 1662), quien pudo conseguirlo en Cataluña entre 1644 y 1651, y que pasó posteriormente a ser propiedad de Étienne Baluze (1630-1718), erudito francés cuyos manuscritos ingresaron en la Biblioteca Real de su país en 1719. El Carmen ocupaba originalmente los ff. 79v-80bis r, pero las últimas líneas del texto han sido raspadas (aspecto sobre el que volveremos luego), de modo que actualmente comienza en la línea 15 del f. 79v y concluye a mitad de la línea 16 del f. 80v. El poema está escrito con tinta negra, por una sola mano y a renglón tirado, como si fuera prosa, a una media de dos versos y medio por línea. La letra es carolina bastante pura, con escasos elementos pregóticos (leve predominio de d uncial, empleo de r redonda, sustitución de la ligadura & por el signo tironiano), lo que permite fecharla más bien a finales del siglo XII que a principios del XIII (cf. Millares 1983: I 185-86). Está escrita en un módulo medio (menor que el del texto precedente y mayor que el del siguiente), algo más grande en el f. 79v que en el resto. El ductus, aunque bastante asentado, muestra una escritura más bien rápida y fina, de trazado algo irregular, con lo que se aproxima a una variedad notular, sin la pesantez, el contraste de gruesos y perfiles ni el ritmo de los textos entre los que el Carmen se enmarca. La letra común es la carolina minúscula habitual, de cuyas 109 folios [+1], según especifica Nicolau d´Olwer (1915-1919: 25), quien señala que las dimensiones del manuscrito son 325 x 302 milímetros (cf., no obstante, además de la referencia de Avril, Barrau - Massó 1925: XI: «mideix per terme mig: 300 x 220 mm.»). 43 Cf. Du Méril (302), Beer (1909-1910: 60, 106-7, 126, 134), Wright (217: «was brought to France in 1649 from Ripoll»), Avril (et al.) (1982: 54-55), Gómez Pallarès (1999: 178 y n. 290 en p. 233). Sobre la actividad del francés Pierre de Marca, cf. Figueras (28). 44 24 formas pueden destacarse 45 : a uncial de copete, aunque a veces poco marcado; d recta (d) en posición inicial y uncial (∂) en posición final, alternando ambas en posición interior (con neto predominio de la variedad uncial); e con lengüeta a veces bastante pronunciada, sobre todo en posición final (pero también en la inicial de eldefo#åuå en el v. 42, quizá en sustitución de una mayúscula); h con el astil curvo vuelto hacia la izquierda; r recta (r), pero redonda (æ) tras o final o en sílaba trabada (por ejemplo 39: moæte# o 99: ui©oæ)46; s final alta (å) o, muy frecuentemente, curva y volada (s), en distribución libre (cf. 19: magiå qui eius freti e†is ope) y excepcionalmente en cierre de sílaba interior (91: aliosŒ, 108: magistra); t sin astil sobresaliente o que lo hace muy levemente; y con y sin punto suprascrito (2: P¥˘rri, 67: yåpania®); z de amplio copete, parecida a ç. Como letras distintivas se emplean versales de dos tipos: unas mantienen el diseño de las capitales, bien con astiles simples (D, G, I, O, P, Q, N, V), bien dobles (M, S, la C se presenta de ambos modos), bastante características del scriptorium de Ripoll; otras son minúsculas agrandadas (A, E, H, T), si bien la letra inicial del texto parece una E capital, por más que el trazo del astil horizontal central (excesivamente largo por la izquierda, quizá) podría hacer pensar que se tratase de una I retocada (pero las restantes íes versales adoptan forma de J). Sea como fuere, es casi seguro que esa versal es en realidad la segunda letra del texto, pues en la carolina es habitual que la inicial absoluta (de módulo bastante mayor) vaya seguida de una versal (cf. el inicio del texto que sigue al Carmen, f. 80v, lín. 17: CRedenteå y véanse otros ejemplos en Canellas 1974: II, láms. XXVIII, XXXV, XXXVII, XXXIX). La falta de una arracada para la inicial perdida podría deberse a que ésta faltaba ya en su modelo o, más bien, al uso de sangrar dicha letra al exterior, como aquí sucede en el f. 80r, lín. 20 con Omne# (aunque en este caso podría tratarse de una adición que subsana un olvido previo) o en los ff. 24v-25r (vid. Barrau - Massó 1925: láms. II-III) y se aprecia también en otros manuscritos catalanes del período (vid. Canellas 1974: II, lám. XXIX). Aparte de este uso, las versales se emplean como refuerzo ornamental del primer verso (Ella Geåtoru# Poååum@ Referre) y después para señalar el inicio de cada estrofa. El sistema de puntuación complementa dicho procedimiento, con un punto, a menudo alto (·), para separar tanto estrofas como versos, y un semicolon (;), sólo para distinguir versos. Para una caracterización general, vid. Petrucci (1989: 110-18) y Bischoff (1990: 112-27); para el caso español, Millares (1983: I 167-87). En los ejemplos que siguen nos hemos valido de los tipos de letra DICE y DICE-aux, desarrollados en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza por Luis Julve, Manuel Pedraza y Jose Ángel Sánchez, a quienes agradecemos su permiso para poder emplearlos aquí. 45 Son excepciones a esta regla los versos 21: ort'us (a causa de la ligadura r-t) y, sin razón aparente, 58: cordiå y 126: melioriå. 46 25 Como elementos abreviativos pueden señalarse los nexos y las abreviaturas propiamente dichas. Entre los primeros destacan las ligaduras típicamente carolinas de c-t (5: a©a, 9: ui©oris, 70 y 79: ca#pi do©oæ, etc.), aunque no siempre (19: campi doctoris, 27: ca#pi doctoæ dictus, 107: cı#ctuå, etc.); de e-t (sólo en 65: Iub&); de r-t (sólo en 21: ort'us y 85: part'eå, básicamente porque en los demás casos la r precedente es redonda, por ejemplo en 36: cohoærtis); de s-s (por ejemplo 11: po∫ent, 29: e∫et), y de s-t (1: Ge‡oru#, 22: ca‡ella, 83 y 92: ca‡ra, etc.), con sólo tres excepciones (97: Cesar auguåtµ, 108: magistra y 113: åiniåtro). En cuanto al sistema de abreviaturas, responde a las pautas habituales de la transición de la carolina a la gótica. El signo general de abreviatura (tanto para las contracciones como para las suspensiones) es una tilde recta (¯), ondulada (˜) o, más raramente, curva (˘), la cual se escribe suprarrayada, salvo con las letras de astil ascendente, al que entonces atraviesa. Las abreviaturas por suspensión se reducen probablemente a la sigla e# = est (27), pues ta# (15) seguramente ha de desarrollarse por tam (cf. v. 39), aunque el sentido exija tamen (véase la «Nota crítica»). Tampoco son frecuentes las abreviaturas por contracción: dñe = domine (49), frı#s = fratris (54), sc€a = secunda (81), om#å = omnes (86), €å = Deus (90) y u = uel (126). Las abreviaturas por letras sobrepuestas se reducen a i con valor de -ri- y, con q, de -ui-: patjas = patrias (67), qjdam = quidam (122), pues en otros casos se trata de letras interlineadas para salvar yerros de copia, que parecen afectar sobre todo a la r (24: rodericuå, 33: terre, 34: iuuene#, 94: tributa, 117: muniuit). La variedad más frecuente, como es habitual en la carolina, es la abreviación por signos especiales, tanto de significado propio como relativo. Se emplea sistemáticamente el signo tironiano (†) para representar la conjunción et, sin que se recurra para ello a la clásica solución de la carolina, la ligadura &. En cambio, se conserva esporádicamente la e caudata para representar el diptongo æ (97: Cesar auguåtµ, 93: barchinonµ). La tilde abrevia -e-, como en €uicit = deuicit (26), nolent# = nolente (37), t#rra# = terram (42), ø€re = perdere (59), €bella#du# = debellandum (78), Iler€ = Ilerde (95), fuer# = fuere (127, cf. la «Nota crítica»), o (sobre p) el grupo -re-, así en p#parabit = preparabit (56), p#cipie#do = precipiendo (75), p#notat@ = prenotatus (78), pl#iu# = prelium (89); pero su uso más normal es el de abreviatura de nasal, muy abundante: plurimu# = plurimum (3), du# ia# = dum iam (6), qua#qua# = quamquam (14), leta#do = letando (17), ta# = tam (39), triu#fu# = triumfum (79), cu#©taå = cunctas (85), etc. Se emplea también Ø con valor de por: Øtendebat = portendebat (29); ø con el de per: øacta# = peractam (41), øtotam = per totam (43), åemø = semper (55), etc.; ^ con el de -er-: conu§tit = conuertit (61), t§ra = terra (65); Œ con el de que, sólo en posición final: na#Œ = namque (81, 93), quoŒ = quoque (89), aliosŒ = aliosque (91), cu#Œ = cumque (101), neŒ = neque (128); ® con el de -rum: maio® = maiorum (27), uiro® = uirorum (28), yåpania® = yspaniarum (67), y @ con el de -us, bastante usual: canam@ = canamus (7), plurib@ = pluribus (14), lit@ = litus (23), cui@ = cuius (41), etc., aunque a veces se emplea como sustituto de la mera -s (por ejemplo 33: åanciu@ —pero 37: åanci@—, 58: tactu@, 82: captu@, 96: iun©u@), uso habitual en la carolina (vid. Millares 1983: I 177). 26 Es apógrafo del Parisinus el manuscrito Baluze 107, que contiene el poema en el folio 320rEsta dependencia se ve confirmada por la inscripción que figura en el margen superior izquierdo del folio (ex libris manuscriptis bibliothecae Mo.rii Riuipulli; en el margen superior derecho, en nota autógrafa de Baluze, se lee: ex codice Ms. monasterii Riuipullensis). El texto comienza en este códice por la palabra Bella (como ya señaló Beer 1909-1910: 330, n. 1), lectura que —a la vista del modelo— hemos de suponer resultado de una conjetura del escriba o del ordenante de la copia. También se corrigen y regularizan grafías en otros lugares, como refleja nuestro aparato crítico. El apógrafo introduce asimismo algún error propio, como los significativos ostus por ortus (21), a causa de la confusión de la ligadura r-t carolina, y Terama por Fama (69), surgido como consecuencia de una mala comprensión paleográfica (F entendida como t más abreviatura -er- en supensión, según se desprende de la escritura de conuertit en el verso 61). v 47 . No hemos tenido ocasión de desplazarnos a París para inspeccionar y colacionar directamente ambos manuscritos, tarea que nos proponemos realizar durante una próxima visita a la mencionada biblioteca, en la certidumbre de que el Parisinus (P) todavía requiere una detallada descripción codicológica que arroje cierta luz sobre la composición y factura del códice48. Según Du Méril (302), «quoique écrit par plusieurs mains, toutes les pièces semblent de la première moitié du XIIIe siècle, et ce fait [...] empêche d’y voir une réunion de morceaux recueillis en différents endroits». El manuscrito —de carácter misceláneo y heterogéneo, facticio propiamente— contiene textos de los siglos XII y XIII, fundamentalmente una parte de la Historia Hierosolymitana de Ramón d’Aguilers (1r-19v; cf. Nicolau d'Olwer 1915-1919: 63), textos referentes al Concilio de Nicea (26r-79v), homilías (81r-92v) y una hagiografía de carácter anónimo (93v-101r). El resto son documentos relacionados con el monasterio de Ripoll (ff. 93r, 101v-107r y 109v; cf. Avril et al. 1982: 55) y un pequeño conjunto de poemas (incluidos con los números 13, 45, 50, 51, 58, 59 y 66 en el repertorio de Nicolau d’Olwer 1915-1919: 25) 49 . Destaca en él muy especial y El manuscrito aparece reseñado en Beer (1909-1910: 330), y catalogado en Auvray (1921: 105-7, esp. 106, donde a propósito del f. 320 únicamente se indica: «Vie de saint Pierre Orseolo, d’après un ms. de Ripoll [Bibl. hag. lat., n° 6785]»). Agradecemos muy cordialmente al Dr. M. Rashed (París) la colación que, de este manuscrito, ha realizado para nosotros. 47 Sendos facsímiles de las diez primeras líneas han publicado Menéndez Pidal (7; cf. 882), Casariego (32) y Gil (1995: 76); una transcripción paleográfica de las mismas puede consultarse en Higashi (1995: 44). El texto completo puede verse aquí en facsímile reducido. 48 Sobre el contenido del manuscrito, en general, cf. Du Méril (302-8), Wright (218), Higashi (1995: 26-27); a la p. 42 del Catalogus codicum manuscriptorum 49 27 significativamente, como ya hemos indicado en nuestro apartado II, la presencia de la recensio antiquior de los Gesta Comitum Barcinonensium (en los ff. 23v-25v), elaborada c. 1162-1184 según Barrau - Massó (1925: XXVII, con facsímile de los ff. 23v, 24v, 25r y 25v en láms. I-IV de su edición). En cuanto al Carmen, según Wright (219), «someone at Ripoll had the poem copied into a blank space c. 1200»50. No obstante, la escritura de nuestra sección del códice —carolina, muy escasamente caligráfica y con las abreviaturas habituales de este tipo de escritura— podría situarse más bien, como ya hemos indicado, hacia finales del siglo XII, y ponerse en relación con algunas letras bien atestiguadas en el escriptorio del monasterio (como, por ejemplo, con la del Riuipull. 74; una lámina del f. 97v reproduce Rico 1994: 131, en la que destacaríamos, por ejemplo, el ductus de la característica F inicial). Desde el punto de vista codicológico nos encontramos, además, ante un palimpsesto, que afecta a las nueve y media últimas líneas del folio 80v y a las nueve primeras del folio 80bis (recto)51; se calcula que habrían podido desaparecer por esta causa unas doce estrofas, de modo que el poema habría constado inicialmente de unas 43 o 44 estrofas en total (cf. Bertoni 197, Menéndez Pidal 882, Gil 102). Según nuestros cálculos (basados en el cómputo independiente de versos por línea, líneas por estrofa y palabras por verso y línea), faltarían más bien doce o quizá trece estrofas, alcanzando, pues, el texto los 168 o 180 versos. Acerca del posible contenido de la parte perdida ya se ha especulado en apartados anteriores. Sobre la zona raspada, como escritura superior, se halla la copia de una carta referente a la muerte del emperador Federico, cuyo original cabe datar en 1190 (Wright 218), pero copiada ya en el siglo XIII, a juzgar por los avanzados rasgos gotizantes de la letra. La escritura inferior no parece poder recuperarse en modo alguno mediante la aplicación de los procedimientos tradicionales, ensayados por Wright al elaborar su trabajo (ibid.): «The head of the photographic service of the Bibliothèque has kindly photographed these folios for me [ff. 80v80bis] under both infra-red and ultra-violet light, but this has not revealed any more of the original text». Según sostiene Wright, la minuciosa raspadura del texto —advertida en primer lugar por Bertoni— se produjo por razones de contenido, más que por necesidad de espacio (218). Bibliothecae Regiae, IV, París, 1744 —que todavía no hemos podido consultar— remiten Barrau - Massó (1925: XI). Como dato de interés, aunque no determinante en este caso, convendrá recordar que se trataba de un momento de intensa actividad antimusulmana en la península (de «fervor croat» llega a hablar Figueras 38): la batalla de Navas de Tolosa se producirá en 1212, mientras que de 1207 databa el ejemplar del Cantar de mio Cid transcrito en su actual codex unicus. 50 Cf. Horrent (1973: 97), Wright (218), Higashi (1995: 28); sería interesante saber si el drástico procedimiento fue más o menos usual en Ripoll, y por qué razones se practicó, pero la escasa investigación codicológica existente en torno a este tema todavía debe desarrollarse en lo que respecta a las bibliotecas españolas. 51 28 Por nuestra parte, hemos realizado gestiones ante la Bibliothèque Nationale de France con la intención de recabar el permiso y la necesaria colaboración de esta institución para aplicar a los folios afectados por la rasura el sistema RE.CO.RD de digitalización de palimpsestos (desarrollado por la Fotoscientifica de Parma, bajo la dirección de D. Broia). Confiamos en poder estar en disposición de aplicar esta técnica sobre los folios que transmiten el Carmen a mediados del año 2001, en la esperanza de que tal intervención nos permita recuperar algo del texto desaparecido, por poco que sea52, aun reconociendo que tal posibilidad resulta muy remota, dado el gran esmero puesto por quien ejecutó la raspadura en hacer desaparecer la escritura preexistente53. IV.2. La edición del texto Son ya varias las ediciones de este breve texto latino que han sido publicadas, desde la princeps de E. du Méril, aparecida bajo la denominación de «Chanson sur le Cid» y de la que derivan —según observa Gil (102)— las de Amador de los Ríos, Bonilla y Menéndez Pidal54. Aparecen reseñadas al principio de nuestra bibliografía, en la que no se han consignado, sin embargo, aquellas ediciones que sólo comprenden parte del texto (cf., por ejemplo, Fontán - Moure 1987: 344-46, donde se editan los vv. 17-20 y 33-72). La edición que aquí ofrecemos se basa en nuestra propia colación del Parisinus Lat. 5132 y de su apógrafo Baluze 107; las lecturas problemáticas desde el punto de vista textual se discuten pormenorizadamente en nuestra «Nota crítica» (V). Nuestra anotación ha procurado recoger todo aquello que se ha considerado relevante para la comprensión del texto, sobre todo en lo referente a los loci similes presentes en fuentes latinas tardoantiguas o medievales (para cuya búsqueda nos hemos servido fundamentalmente del Corpus Christianorum editado por Brepols y de la Patrologia Latina de Migne); en cualquier caso, no siempre nos ha sido posible acceder a las fuentes bibliográficas deseadas, y, por otra parte, los pasajes afines señalados se ofecen, en la mayoría de los casos, como meros paralelos, dada la dificultad que entraña determinar en nuestro poema —una verdadera taracea de reminiscencias bíblicas y más o menos eruditas— casos probados de dependencia literaria. Los textos clásicos se Para una exposición detallada de este procedimiento y de sus excelentes resultados, cf. Broia - Faraggiana di Sarzana - Lucà (1998), Broia - Faraggiana di Sarzana (1999), con abundantes detalles de carácter técnico y práctico. 52 Así nos lo comunica, amablemente, Mme. M.-P. Laffitte (Conservadora General de la Bibliothèque nationale de France). 53 Las correspondientes referencias bibliográficas se hallan recogidas en Wright (242, n. 1), así como en nuestro apartado sobre bibliografía. 54 29 han citado, en la medida de lo posible, de acuerdo con las ediciones oxonienses y teubnerianas más recientes. Finalmente, hemos de agradecer a la Bibliothèque Nationale de France el permiso para publicar la reproducción fotográfica de los folios del Parisinus Latinus 5132 (79v-80bis v) correspondientes a nuestro texto. IV.3. Nuestra traducción No son numerosas las traducciones completas del Carmen que se han publicado hasta el momento. En versión española conocemos únicamente la de Casariego (1988) y la de Higashi (1994). No obstante, diversas secciones del poema se han traducido de manera aislada en abundantes publicaciones. También en otras lenguas se han publicado varias versiones, como se señala en nuestro apartado bibliográfico (al catalán por Figueras y por Riquer; al italiano por Bertoni y Guerrieri Crocetti; al inglés por Wright). En nuestra traducción hemos procurado, en la medida de lo posible, trasladar al español la forma del original, además de su contenido. Para ello hemos vertido los endecasílabos latinos en endecasílabos castellanos, intentando respetar la distribución acentual básica del original (es decir, marcando el ritmo sobre las sílabas 4ª o 6ª y 10ª, excepción hecha del acentualmente anómalo v. 74). El adónico se ha vertido con su volumen silábico propio, sin preservar en todos los casos su disposición acentual característica, que resultaba irrelevante por lo demás para la obtención del ritmo en español. La misma consideración cabe hacer en torno a la rima, que habría impuesto un «corsé» excesivo a nuestro intento de traducción y que sólo se ha mantenido, dentro de lo posible, en algún caso excepcional (versos 29-31, por atención al posible efecto estilístico perseguido por el autor). Mantenemos algunas pequeñas inconcinidades léxicas que nos han parecido irrelevantes desde el punto de vista semántico. 30 V. Nota crítica El Carmen Campidoctoris ofrece varios lugares problemáticos desde el punto de vista textual, que pasamos a comentar brevemente. A fin de poder ofrecer una traducción completa y comprensible del texto, hemos propuesto para tales pasajes la solución que nos ha parecido más oportuna en cada caso, aunque no siempre resulte —por una u otra razón— plenamente satisfactoria. 1: Gesta bellorum: La palabra que ha de iniciar el poema ha sido objeto de gran controversia crítica (difficillimum semper exordium!) y los sucesivos editores han realizado muy distintas propuestas para resolver este locus uexatus. Ella es la lectura que ofrece el manuscrito. Es posible que ya el modelo a partir del cual se copió nuestro códice careciese de la mayúscula inicial, cuya escritura se habría podido reservar para la posterior ornamentación del manuscrito 1 , de modo que tal E inicial podría ser, en realidad, la segunda letra del texto propiamente dicho 2. En cualquier caso, Ella es la lectura que admitió Du Méril (308, n. 2), considerando que la forma es «probablement une contraction d´En illa», similar a la que se advierte en formaciones arcaicas —propias tan sólo de la comedia— como ellum y ellam (a partir de *em illum y *em illam, respectivamente). A la gran rareza del término habría que añadir, en nuestra opinión, lo inapropiado que parece resultar ese valor deíctico en este contexto. Eia propuso leer Menéndez Pidal (cf. 882, n. 2: «creo se trate de una ultracorrección de un amanuense yeísta»), cuya solución tampoco parece propiciar una aceptable sintaxis (por «indeed» traduce esta propuesta pidaliana Wright 213, 243, n. 2); desde el punto de vista gramatical, esta lectura obliga a considerar que gestorum depende de un ea elíptico antecedente del relativo que (verso 4), lo cual supondría aceptar un orden de palabras bastante extraño. Sobre esta circunstancia como fuente de errores en la transmisión manuscrita cf. Havet (1911: 402). 1 Véase al respecto lo ya dicho en el apartado IV.1. Cabe observar que la inicial de omnem (f. 80r, comienzo del v. 61) aparece inserta en el margen del folio. 2 1 Gil propuso en su edición <B>ella, lectura que ya ofrece el manuscrito Baluze 107 (B), apógrafo del Parisinus (cf. Beer 1909-1910: 330, n. 1) 3, y que también Curtius —sin hacer referencia a la lección de B— consideraba aceptable (cf. 1938: 162, n. 1: «Ist Bella zu lesen? Das würde eine Symmetrie mit Vers 8 ergeben»; puede consultarse, asimismo, 1955: 240, n. 78, Gwara 1987: 207). De admitir esta secuencia —que sólo hemos podido ver traducida en Riquer («Podríem narrar les gestes»)— y una vez descartada la remota posibilidad de un bella adjetival (n. pl.), sólo parece posible entender gestorum como un genitivo dependiente del sustantivo bella, y traducir el sintagma por «guerras propias de las gestas», confiriendo a gesta un valor sustantivo inusitado —que sepamos— cuando se halla en relación sintáctica con bellum (el sintagma bella gesta es habitual en la literatura latina antigua: cf., por ejemplo, Séneca el Viejo, Suas., V 5: enumeratio bellorum prospere ab Atheniensibus gestorum, Livio IX 19, 11: sortem bellorum in Asia gestorum; a la gloria bellorum gestorum se alude en el Poema de Almería, v. 20, como bien recuerda Higashi 1995: 39). Cirot (1931a: 144, n. 2) propuso leer <M>ilia: «[le scribe] aura lu Illa là où il y avait Milla, pour Milia (fréquant au lieu de Millia, cf. Forcellini [ahora cabe consultar, asimismo, Stotz 1996: 281]), et qui serait satisfaisant»; la aceptación de esta conjetura —que resulta muy atractiva en principio— supondría, no obstante, la necesidad de admitir una sinicesis infrecuente (como es la que afecta al grupo -li-: milja) 4, y es éste además un recurso prosódico que el autor del Carmen parece evitar rigurosamente. Tampoco la posibilidad de un mille —del que dependería el partitivo gestorum— parece en este caso satisfactoria. <M>ela (como plural de melum / melos) ha propuesto Higashi en un reciente trabajo (1995: 39-41), pero la expresión <M>ela gestorum no deja de parecer un tanto rara sintácticamente (a causa del inusitado neutro plural, si bien hallamos un occurrant cantores suaues melos dantes en el canto a Leodegundia, v. 61 en la ed. Lacarra 1945) y casi antitética desde el punto de vista semántico (melos es un término casi exclusivo para designar la «lírica» Como resultado de una elemental conjetura del escriba o del ordenante de la copia, según cabe imaginar. 3 Pese a precedentes tan antiguos como el holoespondaico frag. 286 Skutsch de los Annales de Enio (donde probablemente ha de escandirse Seruiljus); acerca de esta secuencia en la prosodia medieval cf. Norberg (1958: 29, a propósito de belua y mulierum), Stotz (1996: 43-45). 4 2 propiamente dicha, y su empleo no parece el más apropiado en este contexto). Por razones similares, tampoco un plural mella (de mel, ‘miel’) aportaría una imagen plausible para nuestro texto, pese a la existencia de usos metafóricos como los documentados en Horacio, Epist. I 19, 44 (fidis enim manare poetica mella / te solum) o Plinio el Joven, Epist. IV 3, 3 (illa Homerici senis mella profluere [...] uidentur) 5. A la vista de la reproducción fotográfica de la que hemos debido servirnos para nuestro estudio, no es fácil discernir si la vocal inicial (E) podría ser el resultado de una corrección, a partir quizá de un Illa originario (es probable que una inspección directa del códice —y, en especial, de la tonalidad de la tinta— permitiera responder satisfactoriamente a esta cuestión). Un interesante omnia gestorum hallamos en el proemio de la crónica rimada In honorem Hludowici de Ermoldo el Negro (Nigellus, c. 826; cf. Faral 1932: VI), escrita en honor de Luis el Piadoso (vv. 19-20: [...] namque mihi non flagito uersibus hoc, quod / omnia gestorum percurram pectine paruo). El giro refleja un rasgo sintáctico característico del autor, como observaba Faral (1932: XXII y n. 6), quien recogía algunos ejemplos similares más dentro de la obra, como illud carminis (Intr., v. 6: Dauid psalmicanus praesaga carminis illud / uoce prius modulans), gestorum singula (I 50: non ego gestorum per singula quaeque recurram), insignia sceptrorum (I 70) o aspera dumi (IV 2384). A la vista de esta posibilidad, ¿cabría entender en nuestro texto un Illa gestorum originario, pese a lo sorprendente de tal comienzo? No resulta fácil defenderlo, pero tampoco sería —a nuestro juicio— completamente imposible. También cabría pensar —aunque sólo sea exempli gratia, a falta de una alternativa mejor— en un posible <M>ira inicial. La expresión mira gestorum se documenta en un texto bien conocido en la época, como era el himno al Precursor, S. Juan Bautista, de Pablo el Diácono († 799), escrito en estrofas sáficas (cf. Norberg 1958: 77-78) y cuyos cuatro primeros versos en honor del mire natus transcribimos: Ut queant laxis resonare fibris / mira gestorum Muy escaso eco ha tenido la inverosímil propuesta de Ubieto, quien —llevado por su hipótesis acerca de la procedencia del Carmen (Roda de Isábena)— propuso restaurar al principio del poema la palabra Illiada (sic; cf. 1967: 29, n. 5) o Ilia (1981: 77), sin explicar cómo podrían éstas integrarse sintáctica o métricamente en su contexto. 5 3 famuli tuorum, / solue polluti labii reatum, / sancte Ioannes 6 . El adjetivo sustantivado mira, con el significado de «cosas admirables», «maravillas», es muy usual en la antigüedad 7 y reaparece con frecuencia en la literatura tardoantigua y medieval (cf., por ejemplo, Zenón de Verona [† c. 380], Tractatus [CC SL 22], I 29, p. 80, líns. 2 y 17, Prudencio, Peristefanon X 4: fac ut tuarum mira laudum concinam 8); todavía resuena en el preámbulo del Poema Citamos por la reciente edición de Marcos Casquero - Oroz Reta (1997: II 282-83), quienes traducen así la estrofa: «Para que hacer sonar puedan tus siervos / en las livianas cuerdas la gloria de tus actos, / de nuestros labios impuros, ¡oh san Juan!, / borra el pecado». Esta primera estrofa del himno se hizo especialmente célebre por haber servido a Guido de Arezzo († 1050; cf., por ejemplo, Epist. de ignoto cantu, PL CXLI 425) para designar —a partir de la sílaba inicial de cada hemistiquio— las siete notas musicales de la escala: UT (luego sustituida por la inicial de DOminus) queant laxis REsonare fibris / MIra gestorum FAmuli tuorum, / SOLue polluti LAbii reatum, / Sancte Ioannes. 6 Cf., por ejemplo, Plauto, Epid. 553, Menaech. 1104 (mira memoras), Cicerón, Rep. V 9 (maiores suos multa mira atque praeclara gloriae cupiditate fecisse), De or. II 13, 8 (mira quaedam se audisse dicebat), Ovidio, Met. VII 549 (mira loquar; también en Estacio VIII 147), IX 327 (mira fata referam), Fast. III 370, VI 612 (mira sed acta loquor), Calpurnio, Ecl. I 31-32 (mira refers; sed rumpe moras oculoque sequaci / quamprimum nobis diuinum perlege carmen). 7 Eco de Prudencio parecen los versos de Walafrido [† 849] citados por Curtius [1938: 165]: non poterunt umquam laudum miranda tuarum / digne proferri, sunt quia multa satis. Cf., además, Venancio Fortunato (2ª mitad del s. VI), Miscell., VII 6 [PL LXXXVIII 239-40] (nec ualet eloquium mira referre meum), Ermoldo el Negro, In hon. Hlud., vv. 2536-37 (plurima mira quidem referunt, sed pauca renarrans / sume, Thalia, fauet si tibi Virgo pia), Burcardo de Reichenau (c. 994-997), De gestis Witigowonis [PL CXXXIX 358] (mater, mira refers muliebri pectore merens), S. Abón de Fleury († 1004), Epist. III [PL CXXXIX 422] (uix diebus quibus spiritus hos reget artus referre ualeo mira quae audiui et uidi), S. Anselmo de Canterbury († 1109), Homil., X [PL CLVIII 649-50] (haec, quae nunc secundum historiam mira referuntur, secundum spiritalem sensum plus admiranda noscuntur), Orderico Vital († 1142), Hist. eccles. III 11, 14 [PL CLXXXVIII 827] (de diuitiis soldani mira referunt, et de incognitis speciebus quas in Oriente uiderunt. Soldanus dicitur quasi solus dominus, quia cunctis praeest Orientis principibus), Pedro el Venerable († 1156), Carm., I [PL CLXXXIX 1007] (mira refers). El adjetivo mira también puede leerse en el final trunco del poema de Roda en honor de Ramón Berenguer IV († 1162; cf. Amador 347, Ubieto 1981: 78, Martínez 1991: 46: 8 4 de Almería (vv. 3-4: ut tua facunde miranda canens et abunde / inclyta iustorum describam bella uirorum). La expresión mira gestorum también se documenta en Radberto de Corbie († 860), Expos. in Matth. [CC CM 56B], 9, lín. 3028 (dum mira gestorum miris succedunt rebus). Desde el punto de vista retórico, el término enfatizaría en nuestro texto la extraordinaria fama de los acta paganorum, y reforzaría indirectamente el sobrepujamiento que recogen las dos primeras estrofas. Por lo demás, la corrupción de un originario mira (o acaso <m>ira) en el ella (o illa) que ofrece actualmente el manuscrito no resulta fácil de explicar en principio, aunque tampoco puede considerarse imposible 9. Ante las dificultades, en fin, que plantea la lección del manuscrito y ante la insatisfacción que, por una razón u otra, ofrecen las varias propuestas textuales efectuadas, nos inclinamos por la solución adoptada en nuestro texto (Gesta bellorum, dado que la secuencia Bellorum gesta no parece aceptable por razones acentuales). Creemos que ésta es perfectamente asumible desde el punto de vista crítico. Se trata de una expresión gramatical y bien atestiguada en «O quam mira...»). La expresión prospice mira Dei se documenta en el epitafio del obispo don Pelayo, de ante 1130 (v. 2; cf. Pérez González 1999: 94). Una supuesta corrupción inicial en <M>ila o similares no resulta fácil de explicar en principio desde el punto de vista paleográfico, al menos en escritura carolina, pero tampoco resulta descartable; también podría pensarse en la existencia de un error aural. Pese a no ser un argumento de peso, conviene recordar que Rodrigo ocupó Murviedro (nombre visigótico de Sagunto) en junio de 1098 (Falque 1990: 9), y más concretamente in natale sancti Iohannis Baptiste (HR 72, 1), el 24 de junio (efeméride durante la que, años más tarde, se produjo el portento que avisó de la muerte inminente del Alfonso VI; cf. Rivera Recio 1962: 66). Precisamente bajo la advocación de este santo hizo construir el Campeador la iglesia de dicha localidad (HR 72, 7-8: ibidem sancti Iohannis ecclesiam miro construi opere fecit; cf., asimismo, 73, 4, y, para la expresión, Rot. 21, 8: miro opere [...] fabricauit, Seb. 21, 5-6: miro construxit opere; el santo también aparece mencionado en CAI II 106). El Ut queant laxis no figuraba en la liturgia mozárabe, «mais il pouvait avoir été importé par les Clunisiens», según Cirot (1931a: 146, n. 7), y muy bien pudo entonarse con motivo de tal ocasión (cf. HR 73, 7-10). Destaca su presencia, por ejemplo, en el Hymnarium Oscense del siglo XI, donde la expresión aparece glosada mediante las voces miracula factorum (cf. Durán - Moragas - Villarreal 1987: II 73), si bien el término mira no siempre ofrece en latín medieval una connotación religiosa como la que refleja el sustantivo miracula. 9 5 la literatura medieval: cf., por ejemplo, Flodoardo de Reims († 966), De Christi triumphis apud Italiam, III 19 [PL CXXXV 652] (priscis Romulidum nullis aequanda tropaeis, / iuris inexperta bellorum gesta cohorte, / culminis at Christi solito patrata uigore), Bertoldo Constantiense, Annales, an. 1078 [PL CXLVII 419] (cui omnia bellorum gesta ex toto non ignota fuerant), Enrique de Huntington († 1155), Hist. Anglorum, IV [PL CXCV 884] (singulorum autem bellorum gesta, et fines, et modos ad plenum determinare nimietas prolixitatis necessario prohibet) 10. La explicación de la falta (Bella gestorum por Gesta bellorum), producida por una mera transposición entre términos que a menudo aparecen asociados, tampoco ofrece mayores dificultades (cf. por ejemplo, aunque de manera sólo análoga, Havet 1911: 139, § 514, a propósito de la lectura nullum umquam [ms. D], por numquam ullum, en Plauto, Asin. 622), y responde bien —frente a lo que ocurre en el caso de mira gestorum— al conocido principio crítico de lectio quae alterius originem explicat potior. En cuanto al contenido, la expresión gesta referre —y similares— es corriente 11 y la traducción ofrece un significado ajustado al contexto («Gestas guerreras referir podemos» o «Bélicas gestas referir podemos»). 2: Paris et: Es inusitado, que sepamos, el genitivo Paris, frente al usual Paridis (absolutamente común en expresiones como iudicium Paridis o adulterium Paridis), pese a documentarse en la literatura antigua formas de acusativo como Gesta belli, con genitivo singular, es lo que se documenta en época antigua; cf., por ejemplo, Nepote, Han. 13, 3: huius belli gesta multi memoriae prodiderunt, Livio XXII 23, 1: haec in Hispania [quoque] secunda aestate Punici belli gesta. 10 Cf., por ejemplo, S. Jerónimo, Comm. in Ezech. [CC SL 75], IX 29, lín. 934 (prius enim sedeciae in quibusdam gesta referuntur), Paulino de Nola, Carm. [CSEL 30], 22, 21-23 (cum ficta uetustis / carminibus caneres uel cum terrena referres / gesta, triumphantum laudans insignia regum), 29, 23-24 (Nunc itaque ut diuina mei bene gesta patroni / Felicis referam), S. Cesáreo de Arlés († 543), Serm. [CC SL 103-104], XCIV, 2 (omnia illa gesta referuntur), Pedro Carmeliano, Beate Katerine Egyptie uita [CC CM 119], v. 96 (Numina si ueteres celebrarunt falsa poete / et uanas illis laudes titulosque dedere, / quid nos horremus sanctorum gesta referre, / qui Christum toto sitientes pectore uerum...?) 11 6 Parin o Parim 12 y de dativo como Pari (cf. Varrón, Ling. Lat. VIII 34). Podría tratarse de una licencia inspirada en genitivos del tipo Achillis, Zeuxis o Alexis (respecto a los dos últimos cf. Carisio, Instit. gram., I, p. 89, 14 Keil), y alentada por afirmaciones como la del Doctrinal de Alejandro de Villadei (cf. trad. Gutiérrez Galindo, p. 85, verso 168: «dirás Tethyos y Thetidis; Paris da -is e -idis»). En cualquier caso, dado lo frecuente del genitivo Paridis (y máxime en la literatura épica que nuestro anónimo poeta declara conocer), no descartamos la posibilidad de que la lectura del manuscrito sea el resultado de una confusión paleográfica, y que hubiera que escribir más bien Paridis, Pyrri necnon et Eneae. La elección dependerá, naturalmente, del rigor que quiera atribuirse a la gramática y a la formación literaria de nuestro anónimo poeta, problema que no resulta fácil resolver. 3: plurima in laude: plurimum laude es la lectura que ofrece el manuscrito, la cual no es sintácticamente plausible y vulnera el metro. Ubieto intentó explicar la falta por razones paleográficas (1967: 27-28), e, imaginando la existencia de una confusión característica de la escritura visigótica (similar a la que, con resultado gráfico inverso, creía erróneamente que se producía en el verso 51), proponía restituir plurimum in laude. Higashi (1995: 34) considera preferible escribir plurim<um c>um laude, a fin de explicar la falta como resultado de una haplografía, pero violentando, a nuestro juicio, la sintaxis. Plurima cum laude propone Gil en su edición, conjetura ya avanzada por P. Friedländer en una carta, según declara Curtius (1955: 240, n. 80) 13, y que recoge una expresión perfectamente atestiguada en la literatura 14 . De aceptar esta lectura, cabría Cf. Enio, Alex., frag. 56 Warmington (ap. Varrón, Ling. Lat. VII 82), así como Carisio, Instit. gram., I, p. 89, 30 Keil (sed et Vergilius Irim dicit et Parim et Tigrim). 12 Encontramos ya esta conjetura en una anotación interlineal que ofrece el ejemplar del texto de Du Méril que hemos podido consultar en la Biblioteca Universitaria «Carl von Ossietzky» de Hamburgo (-ma cum?, en p. 308). El ejemplar perteneció a Heinrich Meyer, según se desprende del ex-libris de la hoja de guarda anterior. 13 Cf., por ejemplo, Cicerón, Inv. II 2 (honestissimas uictorias domum cum laude maxima rettulerunt), César, Bel. Gal. V 44, 13-14 (summa cum laude sese intra munitiones recipiunt), Catulo, Carm. 64, 112 (inde pedem sospes multa cum laude reflexit), Ovidio, Am. II 9, 15 (hinc tibi cum magna laude triumphus 14 7 referir el sintagma a conscripsere, como ablativo de modo, aunque su significado y disposición en el verso casi lo convierten en atributo de multi poetae, como ablativo de cualidad (cf., por ejemplo, Cicerón, Inv. II 166: gloria est frequens de aliquo fama cum laude); la traducción del pasaje habría de ser probablemente, en este caso, «que abundantes poetas con gran fama / han compilado». Por nuestra parte, creemos que cabe defender la lectura plurima in laude. Resulta más fácil de explicar desde el punto de vista paleográfico (a/u se confunden con frecuencia en escritura carolina, como muestra Havet 1911: 164, § 647, al igual que ocurre con in / m) y, en cuanto al significado, se ve apoyada —entendiendo plurima in laude, sc. eorum uirorum 15— por pasajes como los siguientes: Gregorio de Tours († 594), De mirac. S. Martini, I 2 [PL LXXI 917] (si tibi, inquit, placet, beate Martine, ut aliquid in tua laude conscribam), Vitae patrum, 5 [PL LXXI 1028-29] (haec tantum de sancto Viro cognouimus, non diiudicantes alios qui maiora de eo cognouerunt, si uoluerint aliqua in eius laudem conscribere), Notker Bálbulo († 912), Liber sequentiarum, praef. [PL CXXXI 1004; cf. Fontán - Moure 1987: 223] (nuper autem a fratre meo Othario rogatus ut aliquid in laude uestra conscribere curarem) 16 . Por otra parte, la ausencia de un genitivo expreso en nuestro verso —objetivo, dependiente de laude— no representa obstáculo alguno para nuestra interpretación, dada la proximidad de los que aparecen en el verso precedente (que hacemos depender del sustantivo bellorum, como indica la puntuación propuesta, y no de laude, lo cual exigiría en principio una pausa tras referre, solución que nos parece menos probable). La traducción ha de ser entonces «que abundantes poetas en su elogio / han compilado». eat), Livio XXV 18, 15 (cum magna laude et gratulatione militum ad consules est deductus), Curcio, Alex. III, 8, 21 (honeste et cum magna laude moriturum). La alternativa sería conceder a in laude un valor de atributo aplicado a poetae (cf. Cicerón, Fam. XV 6, 1: qui ipsi in laude uixerunt). 15 La construcción conscribere in laudem, con acusativo, se documenta por ejemplo en Notker de Lüttich († 1008), Vita S. Remacli, 21 [PL CXXXIX 1168] (quae illic conscripta habentur in laudem et gloriam praepotentis Dei), S. Pedro Damián († 1072), Apologeticus monachorum aduersus canonicos, praef. [PL CXLV 511-12] (Philo disertissimus Iudaeorum, in libris quos in laudem nostrorum conscripsit), Wibaldo de Stavelot († 1158), Epist. 147 [PL CLXXXIX 1257] (epigramma, quod ipse in laudem eius conscripserat). 16 8 14: aurissem: No es preciso considerar errónea la lectura (como creía Ubieto 1981: 76) ni admitir la pequeña enmienda propuesta por Du Méril (hausissem), a la vista de los testimonios según los cuales parece haberse tendido a la regularización del paradigma de haurio: cf., por ejemplo, Máximo de Turín (c. 400), Collectio serm. antiqua [CC SL 23], LXIV 1, p. 269, líns. 5-6 (ministros haurisse aquam de puteis), CI 3, líns. 70-71 (constat enim ex ipsis uasculis illos haurisse ebrietatem, nos haurire iustitiam; en ambos casos, no obstante, se documenta la variante textual hausi-). A ejemplos similares remite el ThLL, s. v. haurio, cols. 2566-67; dentro de la tradición hispánica cf. Beato de Liébana y Eterio de Osma, Adv. Elipand. [CC CM 59], I, p. 16, líns. 585-86 (qui de sacratissimo ore intimo diuinitatis archano hauriuit) y II, p. 104, líns. 14-15 (hauriuimus). Entendemos que de aurissem depende parum, adverbio explicado en el verso siguiente mediante la aposición e pluribus pauca 17 (cf. vv. 63-64 18), Cf., por ejemplo, S. Cesáreo de Arles, Serm., CXIII, p. 473 (Haec, fratres carissimi, pauca de plurimis, pro tempore uobis dicta sufficiant), Beda, Homel. euang. [CC SL 122], II, hom. 1, líns. 275-76 (Haec de factura templi pauca ex pluribus commemorasse sufficiat), S. Bernardo de Claraval († 1153), Vita sancti Malachiae, 66, ed. Rochais, III 370, lín. 12 (haec dicta sint, pauca quidem de pluribus, sed multa pro tempore). 17 Acerca de este motivo retórico propiamente dicho, cf. Curtius (1938: 166, n. 1), con alusión a Sedulio I 96 y a Prudencio, Apoth. 704-5 (milibus ex multis paucissima quaeque retexam, / summatim relegam totus quae non capit orbis; igual de pertinente nos parece, del mismo autor, Apoth. 1: plurima sunt sed pauca loquar), así como (1955: I 232, n. 52), donde se alude a Virgilio, Aen. III 377-79 (pauca tibi e multis [...] expediam dictis). La idea ya se insinuaba en Varrón, Ling. Lat. VI 96 (sed quoniam in hoc de paucis rebus uerba feci plura, de pluribus rebus uerba faciam pauca) y aparece claramente en Plinio XXX 96, 3 (paucis e pluribus edocebo). Entre los autores tardíos y medievales destacaríamos los siguientes pasajes (e pluribus): Casiodoro, Expos. psalm. [CC SL 97], praef., cap. 1, lín. 9 (ut de plurimis pauca complectar), Ermoldo el Negro, In hon. Hlud. I 65 (paucaque de multis pagina nostra legat), S. Pedro Damián, Serm. [CC CM 57], III 8, lín. 171 (ut de pluribus pauca perstringam), S. Bernardo de Claraval, Homiliae super missus est, hom. 2, par. 4, Ed. Rochais IV 23, lín. 25 (ut pauca loquar de pluribus), Anón., Disquisit. dogmat. in Lactant., 3 [PL VII 1048] (unum tamen ex pluribus selegit memorabile exemplum). Para el caso de la literatura griega cf., por ejemplo, Festugière (1960: 132, en referencia a Hist. monach., g 2.15 Pr.: olivga ajnti; pollw'n 18 9 así como el sintagma en ablativo de doctrina (cf., por ejemplo, Cicerón, De div. I 112: haustam aquam de iugi puteo). Probablemente daría aún mejor sentido —y también mejor sintaxis— una lectura como paruus in doctrina 19 (mejor quizá que el paruus de doctrina propuesto por Du Méril de manera dubitativa y admitido en su texto por Guerrieri Crocetti); ésta propiciaría además una imagen de carácter tópico en el exordio (que aparece, por lo demás, en la conclusión de la HR [74, 6]: quod nostre scientie paruitas ualuit) y con notables reminiscencias clásicas (horacianas, por ejemplo; cf. Carm. IV 2, 31-32: operosa paruus / carmina fingo; cf. Pedro de Poitiers [† c. 1205, ap. Manitius 1911-1931: III 902]: et minimi Petri carmina parua lege). 15: rithmice: Aunque cabría considerar el término —que ofrece la grafía rihtmice en el manuscrito— como un adverbio dependiente de dabo (uentis uela), con el significado de «rítmicamente», «de manera rítmica» (quizá por contraposición implícita con «métricamente», insinuando que la forma «métrica» o «cuantitativa» habría exigido una mayor inmersión previa en la doctrina por parte del autor), preferimos considerar que se trata del genitivo del sustantivo rhythmica (sc. ars), con -e representando la monoptongación de -ae, y que depende de uela 20. La imagen, que es antigua 21, reaparece en S. Jerónimo dihghsavmeqa, Ps.-Luciano, Demonax, 67: tau'ta ojlivga pavnu ejk pollw'n ajpemnhmovneusa). Cf. Varrón, Res rust. II 4, 11 (minime mendax et multarum rerum peritus in doctrina), Plinio VIII 44 (Aristoteli, summo in omni doctrina uiro). La confusión entre paruus in y parum es perfectamente explicable desde el punto de vista paleográfico; la inclusión de la preposición de sería una enmienda posterior. Guerrieri Crocetti anota (500): «Il cod. ha parum, sfuggito certo per seduzione del precedente uerum», mientras que Ubieto lo explica por una confusión de abreviaturas, similar a la que consideraba se había producido en el v. 51 (1967: 27-28). 19 Guerrieri Croccetti (501) ya parece haber seguido este análisis, aunque no justifica su traducción, que es «darò, da povvero nocchiero, al vento le velle della mia poesia» (cf., asimismo, Figueras 16: «confiaré les meves veles poètiques als vents»). 20 Cf. Cicerón, Tusc. IV 9 (quaerebam igitur utrum panderem uela orationis statim an eam ante paululum dialecticorum remis propellerem), Ovidio, Trist. III 4, 32 (propositi uela), Pont. I 8, 72 (uoti uela), Plinio el Joven, Epist. IV 20, 2 (ingenii dolorisque uelis), Valerio Máximo IX 15, 2 (inpudentiae uelis). 21 10 (cf. Curtius 1948: 190) y llega a convertirse en un verdadero tópico de la literatura cristiana 22 . Resultaría algo violento sintácticamente, a causa del hipérbaton, entender el genitivo rithmice como dependiente del adjetivo pauidus 23. No nos parece necesaria la enmienda de Gil (rithmiçans), pese a dar buen sentido (Riquer traduce su propuesta: «versificant poques coses entre moltes»; rithmizans inuoco musas puede leerse en la obra de Sedulio, ap. Raby [1953: 194], y un participio rimans en la Prosopopeia de Ripoll, ed. Nicolau d´Olwer, nº 8, v. 2: rimans cum studio quid musicet eufona Clio). Por lo demás, no parece ni aconsejable ni necesaria para el texto una enmienda del tipo e pluribus pauca, / rithmica (uela), ni siquiera puntuando e pluribus, pauca / rithmica, tamen [...] tamen : ta— es la abreviatura que ofrecen PB en este lugar, la cual se emplea en el verso 39 para tam (lectura que aquí vulneraría el metro y el sentido). A los ejemplos recogidos por Curtius (S. Jerónimo, Comm. in Hiez. [CC SL 75], XII, pref., p. 549, lín. 15: et flanti Spiritui sancto uela suspendam, Comm. in Osee [CC SL 76], III 4, p. 109, lín. 148: nobisque interpretationis uela pandentibus, y ejemplos de época carolingia de su n. 3) podrían añadirse otros muchos, entre los que seleccionamos los siguientes: VIII Conc. Toledano, cap. II [PL CXXX 505] (disputationis nostrae uela pandamus), Angelomus de Luxeuil (fl. c. 855), Enarrat. in Cant. Canticorum, inc. [PL CXV 555] (et abyssos theoriae uela pandendo historiae, styli officio tangam), Honorio de Autun († 1137), Gemma animae, resp. [PL CLXXII 543] (uela sententiarum distendens uento), Hugo de San Víctor († 1141), Expos. in Abdiam [PL CLXXV 397] (et inter confragrosos scopulos nostram nauiculam reximus spiritualis intelligentiae uela pandamus, ut, afflante Domino et sua reserante mysteria, laeti perueniamus ad portum), Ricardo de San Víctor († 1173), Beniamin maior, II 8 [PL CXCVI 86] (ubi speculationis suae uela pandat, ubi disputationis suae nauigia exerceat), Pedro de Celle († 1182), De tabern. [CC CM 54], pref., p. 171, líns. 2-3 (totius ingenii nostri uela austro diuinae illustrationis committens), Inocencio III († 1216), Regesta sive epist., 119 [PL CCXV 941] (nosque flamini sancti Spiritus nauigationis nostrae uela pandentes), Rainiero de Lieja († 1230), De claris scriptor. monasterii sui, 11 [PL CCIV 21] (quia totius iam intentionis atque ingenii uela in uerum explicans austrum). 22 A los ejemplos clásicos (cf. OLD, s. v. pauidus, 1a) podría añadirse, entre otros, S. Bernardo de Claraval, Serm. in Cant. Canticorum, XX, 5 [PL CLXXXIII 869] (non ignarus mysterii, sed martyrii pauidus). 23 11 17: populi caterue: Cf. Beda el Venerable, In Marci euang. expos. [CC SL 120], IV 13, lín. 199 (quidam haec ad captiuitatis iudaicae tempus referunt ubi multi Christos se esse dicentes deceptas post se cateruas populi trahebant), Vit. sanct. patrum Emeret. [CC SL 116], V 5, lín. 65 (tandem Arrianus episcopus una cum iudicibus septus cateruis populi turgidusque fastu superuie ingressus est). Siempre se ha interpretado populi como genitivo singular dependiente de caterue (sustantivo al que suele determinar más bien un genitivo plural), y no parece aconsejable aceptar la posibilidad de un nominativo plural (editando, por consiguiente: populi, caterue; cf., por ejemplo, en la elegía en memoria del conde Ramón Borrell [† 1018; cf. Nicolau d'Olwer 1915-1919: 27], que comienza: Ad carmen populi flebile cuncti 24 / aures nunc animo ferte benigno [...], o en el epígrafe de consagración de la iglesia de Lapedo, de 1187, v. 6: ad cuius ueniunt populi solemnia leti; cf. Pérez González 1999: 109). 23: Iberum litus: Iberi —en alusión al río Ebro— proponía Du Méril, quien consideraba que habría que traducir la lectura del manuscrito como «la terre des Ibères», descartando aparentemente la simple concordancia adjetival con el neutro litus. 28: ore uirorum: Es lo que ofrece el manuscrito; cabe comparar, por ejemplo, Cicerón, Deiot. 28 (quam optimo et clarissimo uiro fugitiui ore male dicere). Gil propuso en su edición <m>ore uirorum, conjetura que consideran plausible Manchón - Domínguez (1998: 616 y 621) 25. Entendemos que en este caso puede mantenerse sin dificultad la lección del manuscrito 26. Frente a la necesidad de la La expresión flebile carmen se halla también, por ejemplo, en el Epitameron propriae necessitudinis de Valerio del Bierzo, v. 1 (cf. Díaz y Díaz 1958: 105). 24 Según estos autores, la falta sería fácil de explicar paleográficamente, por haplografía respecto a la nasal que precede (maiorum); entienden, asimismo, que «al Cid se le dio el sobrenombre que (según la falsa interpretación del autor del CC) los antiguos (maiores) otorgaban al campidoctor», y atestiguan la expresión maiorum more en Cicerón y Salustio (quien ofrece un uirorum more pugnantes en Cat. 58, 21). 25 Cf., por ejemplo, Ovidio, Met. XV 878 (ore legar populi), Pont. III 4, 54 (iam pridem populi suspicor ore legi). La expresión per ora uirum (Enio, frag. 46 Courtney = var. 17-18 V, ap. Cicerón, Tusc. I 34), que resuena en Virgilio, Georg. III 9, etc., puede considerarse tradicional, y de un sentido similar al nuestro. Algo parecido puede decirse a propósito de expresiones como esse in 26 12 enmienda <m>ore 27 cabría aducir también la presumible excepcionalidad de la denominación en cuestión (Campidoctor) entre los maiores de Rodrigo. La expresión ore mentiri se documenta en la HR (39, 53-54: quod sane propio ore plane mentitus est); ore tacito meditatur se lee en CN III 16, 80-81. 30: Comitum lites nam superat<ur>us: lites es la lectura que ofrece el manuscrito, probablemente correcta (cf., por ejemplo, Cicerón, Verr. III 132: sedasti etiam litis illorum, Imp. Pomp. 66: exercitus regios superare posse uideatur), de modo que no nos parece justificado en principio el † litenam editado por Gil, quien anota en su aparato crítico: litem (potius lites) nam edd.; grauior menda fortasse latet, sed nam saepius abundat. Acerca de superat<ur>us —restitución bastante plausible a la vista del contexto (-urus en los tres versos restantes de la estrofa)— cf. Higashi 1995: 35, quien, a fin de explicar la falta como haplografía por homeoteleuto, propone escribir superat<ur>us, en vez de superatu<ru>s (Gil). Sobre el posible origen paleográfico de la falta, cf., asimismo, Ubieto (1981: 76), si bien la abreviatura ur- en suspensión no puede considerarse exclusiva de la escritura visigótica. 34: ad alta Es la conjetura que propuso Curtius (1938: 167, n. 2), a fin de enmendar el adlata que ofrece el manuscrito (cf. Guerrieri Croccetti 503: «ardui cimenti»; «les seves ordres» traduce Figueras 18, considerando que adlata puede significar en latín medieval «cosa encarregada a algú», como apunta Wright 243, n. 2, quien cita a su vez un pasaje recogido por Niermeyer, s. v. afferre: ab ipso [Deo] non despici sperantes allata [a. 834]); allatus y aflatus se confunden en HC III 47, 2, según observa Gil (1995: 34), sin que ello propicie aquí la admisión de un aflata 28 . Wright (34), no obstante, considera insatisfactorias ambas soluciones, y desautoriza la propuesta de Curtius (de manera un tanto oscura: «since the power to exaltare is the King´s»). No ore omnium, in ore uulgi o in ore omnium uersari (cf., por ejemplo, Cicerón, Verr. II 81). Cf. Nisbet (1995: 341), a propósito de Cicerón, Phil. II 103 y de Verr. III 118 (more dett., ore cett.) 27 Pese a la existencia de pasajes en los que el contexto sugiere un valor semántico negativo, como los de Petronio 2, 7 (animosque iuuenum ad magna surgentes ueluti pestilenti quodam sidere adflauit, sc. loquacitas) o Sidonio, Epist. I 11, 2 (illud quod me sinistrae rumor ac fumus opinionis adflauit), adflatus —y derivados— suele ir asociado en latín medieval al significado de 'inspiración divina'. 28 13 descartamos la posibilidad de que, aun dando buen sentido la sencilla conjetura de Curtius (impecable en términos críticos), fuese otra la lectura del original. 46: ceteros: Consideramos aconsejable esta pequeña enmienda (por ceteris, lección que ofrecen P y B), dado el carácter básicamente correcto respecto a la norma clásica del latín que ofrece el Carmen, y puesto que cabe descartar en principio una dependencia de plus quam ceteris (o de un supuesto plus quam ceteri) respecto a uolens (ya que la decisión de exaltare corresponde en exclusiva al rey). La confusión -is por -os parece haberse producido también en el verso 66 (Mauris P a. c.), lo cual favorecería en principio nuestra propuesta de corrección. Plusquam —lectura que ofrece el manuscrito— suele significar «más de» y aparece a menudo seguido de numerales, adjetivos o adverbios; no obstante, cf. Christian de Stavelot (s. IX), Expos. in Matth., 26 [PL CVI 1345] (in eo plusquam in caeteris apostolis), Hermann de Runa, Serm. festiuales [CC CM 64], serm. 56, lín. 128 (sicque se animas nostras plusquam corpus suum dilexisse ostendit) o Pedro de Celle, De tabern. [CC CM 54], tract. Ib, p. 197, líns. 24-25 (ut Deum ex toto corde, tota anima, tota uirtute plusquam se diligat). Por lo demás, la inversión del orden en ceteros plusquam puede explicarse perfectamente por razones acentuales (plus quam ceteros no se ajustaría al esquema acentual); acerca de ejemplos comparables en textos mozárabes, con preposición postpuesta, cf. Thorsberg (1962: 33). 55: Semper contra te: Ofrece en principio un acento antirrítmico en quinta, lo cual hizo a Higashi (1994: 5, n. 7, 1995: 36) proponer una inversión del orden de palabras (contra te semper), de modo que resultase una construcción similar a la que inicia el v. 50 (contra te ipsum). Nos parece preferible, sin embargo, considerar que puede tratarse de un caso de «mot métrique» (contrá-te, como apúd-me, intér-quos, etc.), común en la prosodia medieval (cf. Norberg 1958: 23, 1985: 39-40, Stotz 1996: 123-24). 103: El adverbio cito puede hacerse depender del arment anterior, admitiendo así un pequeño encabalgamiento (respecto al significado cabría comparar Seb. 10, 1: statimque arma adsummunt et prelium conmittunt, HR 40, 11-12: et militibus suis loricas statim iussit induere), o bien considerarse como un anticipo del ne tardent, separándolo de se arment mediante una pausa e integrándolo en un giro de carácter casi formular (se arment / cito, ne tardent). La diferencia es mínima, pero nos inclinamos por la primera posibilidad. 14 127: Resolvemos por fuere la lectura abreviada que ofrece el manuscrito (fuer— ; cf. v. 37: nolent#= nolente), dado que en él sólo se documenta una abreviatura por suspensión, la sigla e#= est (27). Cabría aceptar también el fuerunt que han preferido sin excepción los editores; por lo demás, la copia ofrece scriptio plena de ambas formas del perfecto (4: conscripsere, 47: ceperunt). 128: A fin de aliviar la sintaxis, consideramos que no hay pausa tras neque modo; cf., no obstante, CN II 19, 1: Aldefonsus defunctus, filius eius Garsias ei successit. Mantenemos las grafias incoherentes que ofrece el manuscrito, como en el caso del verso 67: Yspaniarum (cf. 85: Ispanie), así como sus muchas peculiaridades gráficas, erróneas respecto a la ortografía clásica, pero que no exigen, a nuestro juicio, una enmienda (a propósito de esta cuestión en la Historia Roderici y en obras afines, cf. Falque 1990: 40-41 y n. 112; a propósito del Poema de Almería, cf. Gil 251-52, y, con carácter general, Sánchez-Prieto 1998: 49-51). 15 CARMEN CAMPIDOCTORIS O POEMA LATINO DEL CAMPEADOR 1 Facsímile (Ms. Parisinus 5132) 2 [f. 79v, vv. 1-25] 3 [f. 80r, vv. 25-87] 4 [f. 80v, vv. 88-129 e inicio del texto raspado] 5 [f. 80bis r, final del texto raspado] 6 [f. 80bis v, originalmente en blanco] 7 Edición crítica y traducción 1 <CARMEN CAMPIDOCTORIS> I Bella gestorum possumus referre Paris et Pyrri necnon et Eneae, multi poete plurima in laude que conscripsere. II Sed paganorum quid iuuabunt acta, dum iam uillescant uetustate multa? Modo canamus Roderici noua principis bella. III Tanti uictoris nam si retexere ceperim cunta, non hec libri mille capere possent, Omero canente, sumo labore. IV V Eia, letando, populi caterue, Campidoctoris hoc carmen audite! Magis qui eius freti estis ope, cuncti uenite! Nobiliore de genere ortus, quod in Castella non est illo maius, Hispalis nouit et Iberum litus quis Rodericus. VII Hoc fuit primum singulare bellum, cum adolescens deuicit Nauarrum; hinc Campidoctor dictus est maiorum ore uirorum. VIII Iam portendebat quid esset facturus, comitum lites nam superat<ur>us, regias opes pede calcaturus, ense capturus. X 10 Verum et ego parum de doctrina quamquam aurissem, e pluribus pauca, rithmice tamen dabo uentis uela pauidus nauta. VI IX 5 15 20 25 30 Quem sic dilexit Sancius, rex terre, iuuenem cernens ad alta subire, quod principatum uelit illi prime cohortis dare. 35 Illo nolente, Sancius honorem 2 dare uolebat ei meliorem, nisi tam cito subiret rex mortem, nulli parcentem. XI Post cuius necem dolose peractam rex Eldefonsus obtinuit terram; cui quod frater uouerat per totam dedit Castellam. XII Certe nec minus cepit hunc amare, ceteros plusquam uolens exaltare, donec ceperunt ei inuidere compares aule, XIII dicentes regi: «Domine, quid facis? Contra te ipsum malum operaris, cum Rodericum sublimari sinis; displicet nobis. XIV XV 45 50 Sit tibi notum: te nunquam amabit, quod tui fratris curialis fuit; semper contra te mala cogitabit et preparabit». 55 Quibus auditis susurronum dictis, rex Eldefonsus tactus zelo cordis, perdere timens solium honoris, causa timoris XVI omnem amorem in iram conuertit, occasiones contra eum querit, obiciendo per pauca que nouit plura que nescit. XVII Iubet e terra uirum exulare. Hinc cepit ipse Mauros debellare, Yspaniarum patrias uastare, urbes delere. XVIII Fama peruenit in curiam regis quod Campidoctor, Agarice gentis obtima sumens, adhuc parat eis laqueum mortis. XIX 40 60 65 70 Nimis iratus iungit equitatus, illi parat mortem nisi sit cautus, precipiendo quod, si foret captus, sit iugulatus. 75 3 XX Ad quem Garsiam comitem superbum rex prenotatus misit debellandum; tunc Campidoctor duplicat triumfum retinens campum. XXI Hec namque pugna fuerat secunda, in qua cum multis captus est Garsia; Capream uocant locum ubi castra simul sunt capta. XXII Vnde per cunctas Ispanie partes celebre nomen eius inter omnes reges habetur, pariter timentes munus soluentes. XXIII Tercium quoque prelium comisit, quod Deus illi uincere permisit; alios fugans aliosque cepit, castra subuertit. XXIV XXV 85 90 Marchio namque comes Barchinonae, cui tributa dant Madianite, simul cum eo Alfagib Ilerde, iunctus cum hoste, Cesaraugustae obsidebant castrum quod adhuc Mauri uocant Almenarum; quos rogat uictor sibi dari locum mitere uictum. XXVI Cumque precanti cedere nequirent nec transeundi facultatem darent, subito mandat ut sui se arment cito, ne tardent. XXVII Primus et ipse indutus lorica —nec meliorem homo uidit illa— romphea cinctus auro fabrefacta manu magistra XXVIII accipit hastam mirifice factam, nobilis silue fraxino dolatam, quam ferro forti fecerat limatam, cuspide rectam. XXIX 80 95 100 105 110 Clipeum gestat brachio sinistro, qui totus erat figuratus auro; 4 115 in quo depictus ferus erat draco lucido modo. XXX Caput muniuit galea fulgenti, quam decorauit laminis argenti faber et opus aptauit electri giro circinni. 120 XXXI Equum ascendit quem trans mare uexit barbarus quidam necne comutauit aureis mille, qui plus uento currit, plus ceruo sallit. XXXII Talibus armis ornatus et equo —Paris uel Hector meliores illo nunquam fuere in Troiano bello, sunt neque modo— XXXIII tunc deprecatur... 125 SIGLA P Parisinus Latinus 5132 (olim Baluze 284, Regius 3855), s. XII ex., ff. 79v-80v (deleti uu. sub fin. f. 80v - init. f. 80bis r latent) B Parisinus Baluze 107, s. XVII ex. - XVIII in., f. 320rv (apographon codicis P). APPARATUS CRITICUS sine inscriptione, sed cf. uersum 18 1: <B>ella gestorum B, Curtius, Gil : Ella g. P, Du Méril, Wright : Eia g. Menéndez Pidal : Milia g. coni. Cirot : Mela g. coni. Higashi 2: Paris et Pyrri PB, edd. : Paridis, Pyrri fort. exspectabamus 3: poete scripsimus (poëtae B, poetae Du Méril, Gil) : poaete P, Wright // plurima in scripsimus, Bastardas praeeunte : plurima cum Gil : plurimum PB, Wright : plurimum in coni. Du Méril 13: parum PB, edd. : paruus coni. Du Méril 14: aurissem P, Wright, Gil (haurissem B) : hausissem coni. Du Méril (ausissem scripsit Bastardas) 15: rithmice pro -cae scripsimus (rihtmice PB, Du Méril, Wright) : rithmiçans Gil // tamen edd. : tam (ta—) PB (cf. u. 39) 23: Iberum PB, edd. : Iberi coni. Du Méril 5 28: ore uirorum PB, Du Méril, Wright : more uirorum Gil 30: lites nam PB, Wright : †litenam Gil : hostes nam coni. Bastardas // superat<ur>us Ubieto (superatu<ru>s Du Méril), edd. : superatus PB, Wright 34: ad alta Curtius : adlata PB, Du Méril, Wright 46: ceteros scripsimus : ceteris PB (coeteris), edd. 55: contra te semper PB, edd. : contra te semper coni. Higashi 126: meliores coni. Du Méril, Gil : melioris PB, Wright 127: fuere scripsimus (fuer— P) : fueru—t B (fuerunt edd.) 6 POEMA LATINO DEL CAMPEADOR I Guerras de gestas referir podemos, de Paris, Pirro y, al igual, de Eneas, que abundantes poetas en su elogio han compilado. II Mas ¿qué gusto han de dar hechos paganos, si por su gran vejez ya desmerecen? Cantemos hoy del príncipe Rodrigo nuevas las guerras. III Pues si me pongo a repasarlo todo, de aquel tan victorioso, ni aun mil libros lo podrían reunir, cantando Homero, con gran fatiga. IV V Mas aunque sólo un tanto de doctrina yo haya aprendido, tan poco de mucho, daré al viento aun así velas del ritmo, nauta medroso. ¡Ea, gentes del pueblo, jubilosas, del Campeador oíd este poema! Y más los que en su fuerza habéis fiado, ¡todos veníos! VI Del más noble linaje descendiente, mayor que el cual no se hallará en Castilla, saben Sevilla y de Ebro la ribera quién es Rodrigo. VII Esta lid singular fue la primera, cuando, muchacho aún, venció a un navarro; por ello 'Campeador' dicho es por boca de hombres mayores. VIII Ya adelantaba cuánto lograría, pues en la lucha a condes vencería, con el pie fuerzas regias hollaría, presas a espada. IX Sancho, rey de la tierra, lo amó tanto, 1 5 10 15 20 25 30 viendo al joven subir a lo más alto, que de la principal mesnada quiso ponerlo al frente. X Como él tal no quería, un honor Sancho aún mejor deseara concederle, de no afrontar el rey la rauda parca, que a nadie libra. XI Tras su trance, con dolo ejecutado, el rey Alfonso consiguió la tierra; cuanto su hermano le ofreciera, en toda Castilla diole. XII No menos, en verdad, comenzó a amarlo, queriéndolo ensalzar sobre los otros, hasta que comenzaron a envidiarlo sus pares áulicos, XIII que al rey dicen: «Señor, ¿qué estás haciendo? Contra ti mismo un mal estás forjando, consintiendo a Rodrigo que destaque; no nos agrada. XIV XV Ten por cierto que no te amará nunca, ya que fue cortesano de tu hermano; contra ti siempre va a tramar sus males y a disponerlos». Oído el dicho de los mestureros, el rey Alfonso, presa del recelo, pues temía perder la prez del trono, por mor del miedo XVI todo su amor en ira lo convierte, con él enfrentamientos va buscando, acusándolo, a poco que conoce, de más, que ignora. XVII Manda al varón abandonar la tierra. De entonces empezó él a abatir moros, a devastar de España las regiones, a arruinar urbes. XVIII A la corte del rey llegó una hablilla: que el Campeador, de la agarena estirpe tras reunir lo mejor, les sigue urdiendo 2 35 40 45 50 55 60 65 70 dogal de muerte. XIX XX Junta a sus caballeros, muy airado, para él urde la muerte, si no es cauto, mandando que, si fuese capturado, se lo degüelle. A García envió, conde soberbio, el mencionado rey para abatirlo. Entonces dobla el Campeador su triunfo, retiene el campo. XXI Este combate fue, pues, el segundo, y en él, con muchos, preso fue García. Cabra llaman al sitio, donde el castro a la vez toma. XXII Desde entonces de España en todas partes es su nombre por célebre tenido, entre todos los reyes, tan miedosos cual pagadores. XXIII Además entabló un tercer combate, el cual Dios permitióle que venciera; a unos poniendo en fuga, a otros prendiendo, sometió el castro. XXIV XXV Pues el marqués, de Barcelona conde, a quien tributo dan los madianitas, y a una con él Alfagib leridano junto a su hueste, de Zaragoza asedian el castillo al que aún Almenar llaman los moros; les ruega el victorioso le permitan avituallarlo. XXVI Pues ceder ante el ruego no querían, ni para traspasar permiso daban, manda de pronto que los suyos se armen presto, no tarden. XXVII Siendo el primero en revestir loriga —hombre alguno la vio mejor que aquélla— y ronfea ceñir, de oro labrada por diestra mano, 3 75 80 85 90 95 100 105 XXVIII XXIX XXX toma una lanza de admirable hechura, tallada en fresno de elevado bosque, a la que dio, pulida, fuerte hierro, recta hasta el cabo. Ase el escudo con el brazo izquierdo, que una figura de oro llena entero; fiero dragón había en él pintado, resplandeciente. Cubrió su testa con fulgente yelmo, el cual con tiras decoró de plata el armero; a su obra ajustó en torno cerco de electro. XXXI Sube al caballo que de ultramar trajo cierto bárbaro, el cual trocó tan sólo por mil dinares; más que el viento corre, que el ciervo salta. XXXII De tales armas y caballo ornado —ni Paris ni Héctor a éste superiores en la guerra de Troya jamás fueron, ni lo es hoy nadie—, XXXIII entonces ruega [...] 4 110 115 120 125 1: «Gestas» entendidas como relaciones de hazañas, y en verso según se desprende del multi poete subsiguiente (no en prosa como lo estaban las referentes al propio Rodrigo, según reza la inscriptio de la Historia Roderici en su manuscrito I, antes de su corrección por una mano posterior: gesta de Roderici campi docti). 2: Los tres personajes están relacionados con la mítica guerra de Troya. Paris y Eneas eran héroes del bando troyano, mientras que Pirro, hijo del Pelida Aquiles, combatía del lado griego. 7: El título de princeps dado a Rodrigo corresponde probablemente al que éste adoptó tras la dominación de Valencia y con el que aparece en los documentos allí otorgados por él y por doña Jimena. 8: Es decir, no las nuevas o recientes guerras que Rodrigo emprende, sino sus guerras, por el hecho de ser «coetáneas» —en el sentido más amplio— del poeta. 28: Mayores en edad y, como suele suceder, en saber y gobierno. 33: Se trata de Sancho II el Fuerte, rey de Castilla (1065-1072) y fugazmente de León y Galicia (1071-1072), muerto por el audaz golpe de uno de los sitiados durante el cerco de Zamora (7 de octubre de 1072). 42: Se refiere a Alfonso VI, rey de León (1065-1072). Expulsado del trono por su hermano Sancho II, heredó la corona de León y Castilla a la muerte de aquél, reinando de 1072 a 1109. A él se debe la conquista de Toledo (1085). 43-44: Es decir, Alfonso concedió a Rodrigo en un principio todo aquello que su hermano, Sancho, había confiado al caballero por tierras de Castilla. El encabalgamiento de nuestra traducción procura reflejar el que ofrece el propio texto en este lugar. 70: Mediante la expresión Agarica gens se hace referencia a los árabes, quienes, según el relato bíblico (Gen. 16), descendían de Ismael, el hijo tenido por Abraham con su esclava y concubina Agar. 72: Al rey y a sus cortesanos, según ha de entenderse. 77: García Ordóñez († 1108), magnate castellano, conde de Nájera y ayo del infante don Sancho. Fue amigo de Rodrigo, pues aparece como garante de la carta de arras que éste otorgó a doña Jimena (1074, renovada en 1078 ó 1079), pero se enemistó con él tras su enfrentamiento en la batalla de Cabra (librada seguramente en el verano de 1079). 83: Cabra es una localidad situada al pie de la sierra del mismo nombre, en la actual provincia de Córdoba, a unos 60 kilómetros al sudeste de su capital. El castro —lat. castra, según el uso clásico— no es el recinto amurallado de Cabra, sino el campamento plantado por las tropas de García Ordóñez junto a la misma, al igual que ocurre después, durante el cerco de Almenar (v. 92), con el del conde de Barcelona y el rey de Lérida. 93: Se alude así a Berenguer Ramón II el Fratricida, conde de Barcelona de 1076 a 1096, al cual derrotó el Campeador en las batallas de Almenar (1082) y Tévar (1090). 1 94: Los madianitas son aquí los árabes, según una antigua identificación entre este pueblo bíblico (que remontaría a Madián, hijo de Abraham y de su segunda esposa Queturá, según Gen. 25) y los beduinos. 95: Alfagib: Se trata de Almundir, rey la taifa de Lérida. 97: Zaragoza, en referencia a la taifa de este nombre. 98: Almenar es una localidad situada en la actual provincia de Lérida, unos 20 kilómetros al noroeste de su capital; era por entonces una avanzada de la taifa zaragozana. 100: En virtud de la facultas transeundi que reclama (v. 102), a fin de aliviar el hambre de los sitiados por las tropas del conde. 107: La romphea o rhomphaea es una espada larga de doble filo. 112: Quiere decir que dejó el asta en perfectas condiciones y dotada de acerada punta. 121: En la tradición cidiana posterior, el caballo recibirá el nombre de Babieca (cf. Montaner 2007b: 525-528). La denominación de su poseedor que recoge el Carmen (barbarus quidam) podría hacer referencia a un bereber, aunque no necesariamente. 123: Lat. aurei; posible alusión a la moneda de la época conocida como «morabetino», es decir, los dinares de oro acuñados por los almorávides. 2 COMENTARIO I 1: Bella gestorum: Acerca de esta expresión puede consultarse lo ya señalado en nuestra «Nota crítica». referre: Una expresión similar (bella [...] narrare) se documenta en HR 74, 1-5. El significado del verbo es el de «referir», distinto por ejemplo del que se observa —en construcción idéntica (bella referre)— en Silio XI 28. 2: Paris et Pyrri necnon et Eneae: La serie de nombres tiene una función similar, como recurso, a la de los nomina inclita que, por ejemplo, mencionaba Cornelio Leodiensis (s. XI) en su Passio Mauri Remensis, vv. 27-32: Quis fuerit romulus quis scipio quis traianus / hector uel priamus hanibal dauid octauianus / arcturus karolus iosue moyses machabeus / niniue uel troya nescirent saecula nostra / si non chronographi uel scriptores studiosi / nomina cum gestis mandassent inclita libris). Paris — también conocido como Alejandro— fue quizá el héroe más eminente de la parte troyana en la epopeya griega que precedió a Homero (OCD 1112, s. v. «Paris»). Pese a haber sido al fin el vencedor del terrible Aquiles (Il. XXII 359-60), sólo de manera excepcional aparece retratado como un guerrero valeroso en la literatura antigua (cf., por ejemplo, Homero, Il. XIII 660-72, Virgilio, Aen. V 370: solus [sc. Dares] qui Paridem solitus contendere contra; para una caracterización opuesta —la de guerrero afeminado— cf. Aen. IV 215-17, y, en general, Curtius 1955: 164, n. 1). Dentro del ámbito hispánico, es nombrado, junto con Héctor, en la inscripción sepulcral en hexámetros de Sancho el Fuerte (Oña, 1072: Sanctius, forma Paris, et ferox Hector in armis, / clauditur hac tumba, iam factus puluis et umbra, ap. Amador 233 y 339, Menéndez Pidal 186-87; véase una edición crítica y comentario en Montaner 2007 [en prensa]), mientras que Paris y Aquiles aparecen mencionados en el «epitafio» catalán a Guillermo Berenguer (Hic Wielme iaces Paris alter et alter Achilles / non impar specie, non probitate minor; ap. Bofarull 1836: I 246, Amador 235 y 338, cf. Martínez 1991: 41). El primer testimonio mencionado es probablemente del siglo XII y el segundo quizá ya del XIII (Casas 1999: 31). Por su parte, Pirro (lat. Pyrrhus) era el hijo de Deidamía y de Aquiles (quien fue conocido como «Pirra» durante su ocultamiento, por parte de Tetis, en la isla de Esciros); también es llamado Neoptólemo en el mito griego. 1 Verdugo del viejo y cansado Príamo (Aen. II 550-58), es retratado como un héroe aguerrido en Aen. II 479-81, 529-30 (cf. Conti 1995: 342-43, n. 11). Es frecuente en las preceptivas medievales la diferenciación entre el Pirro hijo de Aquiles —en quien se inspira la denominación del pie «pirriquio» (sucesión de dos sílabas breves), según señalaba Sedulio Escoto (In Donati artem maiorem [CC CM 40B], pars 1, p. 30, líns. 8-10: pyrrichius autem dictus est a Pyrro, filio Achillis, qui celeberrimo motu belligerando ad huius similitudinem pedis saltu emicabat; cf., asimismo, Ars Laureshamensis [Expos. in Donatum maiorem] [CC CM 40A], pars 1, p. 169, lín. 85)— y su homónimo del Epiro (319-272 a. C.), famoso enemigo de los romanos (cf. Sedulio Escoto, In Donati artem maiorem, pars 2, pp. 84-85, líns. 94-96: sicut alius Pyrrus filius Achillis et alius Pyrrus rex Epirotarum intelligitur; Ars Laureshamensis [Expositio in Donatum maiorem], pars 2, p. 16, líns. 25-26, Donato Ortígrafo, Ars gramm. [CC CM 40D], De nom., lín. 337, Hugo de S. Víctor († 1141), De grammatica, cap. 3, p. 85, lín. 258 y p. 90, lín. 423). Sendos homónimos —Alejandro (Magno) y Pirro (el Epirota)— aparecen unidos en Livio XXXV 14, 11 y en S. Isidoro, Hist. Goth., 2 [PL LXXXIII 1059] (isti enim sunt quos etiam Alexander uitandos pronuntiauit, Pyrrhus pertimuit, Caesar exhorruit; el pasaje es retomado por Álbaro de Córdoba, Epist. 20 [ed. Gil 1973b: I 270], por la CN I 158, 8-9 y por Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, I 9, 61-62). Paris y Pirro aparecen juntos, asimismo, en un acróstico de Serlon de Wilton, maestro en París a mediados del XII y que fue, a la sazón, cluniacense y luego cisterciense (ap. Norberg 1980: 77; acerca de este autor cf. Manitius 1911-1931: III 905-10, Raby 1953: 340-42): Pulcher pube Paris, Pirrus probitate probaris (esta misma cualidad —probitas— se atribuía a Aquiles en el «epitafio» catalán anteriormente citado, dedicado a Guillermo Berenguer). Según ha señalado recientemente Tilliette (1999: 407), «avant 1050-1060, Troie n'existe pas en tant qu´objet littéraire dans la poésie médiévale». La Ilias Latina (s. I d. C.), aunque documentada desde mediados del siglo IX, se conoce en las escuelas sobre todo a partir del XI (cf. ibid. 408-9, y, en general, Marshall 1983: 191-94; sobre la posible influencia de esta obra en el Poema de Almería, cf. Martínez 218 y 221). El tratamiento de la «materia troyana» en la península hispánica de la Alta Edad Media sigue necesitando un estudio exhaustivo de conjunto, ya que, hasta el momento, sólo se ha prestado una atención especial, incluso en el clásico trabajo de Pallí (1953), al Homero del humanismo (cf. últimamente Serés 1997); es en este sentido de gran utilidad la reciente contribución de Casas (1999). Las referencias presentes en nuestro Carmen han solido considerarse entre las más primitivas, si bien la 2 perspectiva con que parece introducirlas el poeta es aparentemente, como ya hemos indicado, de marcado distanciamiento respecto a la materia troyana que representan (un desapego también implícito por ejemplo en PA 7, al calificarse indirectamente los prelia ueterum regum como tediosa), lo cual parece apuntar asimismo hacia una cronología tardía de la composición. necnon et: Esta lítote (cf. 122: necne) se documenta en gran variedad de construcciones sintácticas, a menudo para introducir el último elemento de frases trimembres; cf., por ejemplo, Gen. 14, 8 (rexque Adamae, et rex Seboim, necnon et rex Balae), S. Jerónimo, Liber quaest. Hebraic. in Gen. [CC SL 72], p. 2, líns. 23-25 (sed et euangelistae et dominus quoque noster atque saluator nec non et Paulus apostolus multa quasi de ueteri testamento proferunt), Juan Escoto Eriúgena († 877), Expos. in hierarch. caelest. [CC CM 31], cap. 1, líns. 380-82 (et in hoc libro qui est De celesti ierarchia, et in sequenti qui inscribitur De ecclesiastica ierarchia, nec non et in tertio, De diuinis nominibus, affluenter tractatur); en el f. 53 del ms. 74 de Ripoll se lee (ap. Zimmermann 1990: 514, n. 77) grecos liricos poetas Pindarum uidelicet atque Alcheum nec non et Sarpho (sic) mulierem. En nuestro texto, el tercer miembro de la enumeración designa a Eneas. La selección de héroes realizada por el poeta en este verso —tomada en su conjunto, y si es deliberada, más que casual— podría reflejar una cierta diversidad de virtudes, en cuanto que Paris, Pirro y Eneas parecen representantes en la tradición literaria hispánica —como ya hemos apuntado— de la pulchritudo (fortitudo en este caso), de la probitas y de la pietas, respectivamente. 3: multi poete: Ha de considerarse como una especie de hipérbole, dada la breve lista de autores de materia troyana que nuestro versificador pudo verosímilmente conocer, la cual incluía al menos, con toda probabilidad, a Homero (a quien se consideraba autor de la Ilias Latina; cf. Scaffai 1979) y a Virgilio. En el manuscrito se documenta la forma poaet- (por el correcto poet-), ya sea por error o por hipercorrección («grafía de prestigio» según la denominación de González Muñoz 1996: 51). La expresión recuerda vivamente, en el conjunto de la estrofa, la empleada mucho más tarde por Bartolomé Facio (s. XV) en su Invectiva prima contra los Gesta Ferdinandi regis Aragonum de Lorenzo Valla: «Ut renovemus in nobis ea que de Orlando ac Rainaldo in hac regione gesta memorantur, qualia fuisse Hectoris, Enee, Achillis aliorumque principum frequenter audivi». Hic plane apertissime indicas admirabilem prudentiam tuam, qui vulgaria inducens exempla Orlandum nescio quem et Rainaldum, de quibus vel apud Gallos, unde orti sunt, vix ulla extat memoria 3 litterarum monumentis prodita, Hectori, Enee atque Achilli, quos summi poete et historici summis in celum laudibus extulerunt, comparas. 4: que conscripsere: Acerca de este empleo del verbo conscribere y de su complemento (in laude) puede consultarse nuestra «Nota crítica». II 5: paganorum acta: La mera contraposición posterior con los noua bella de Rodrigo encarece en cierta medida el carácter cristiano del héroe, condición a la que también se aludirá —aunque de manera un tanto indirecta— posteriormente (vv. 90, 129). Aquí se designa mediante el adjetivo pagani —con cierto sentido peyorativo desde antiguo (Tác., Hist. III 24; cf. Norberg 1980: 101-2)— a los héroes de la Antigüedad clásica, y no a los invasores musulmanes de la península, como suele ocurrir en los Chronica Hispana (cf. HC I 1, 40, II 16, 91; 71, 50, HR 39, 56, CAI I 56, 4, II 26, 9; 66, 3; 85, 6-7, PA 13: facta, paganorum quia tunc gens uicta uirorum). No deja de sorprender un tanto el empleo del sustantivo acta (frente a los esperados facta o gesta), que evoca en cierto modo el título latino de los Hechos (Actus Apostolorum) y el de los Acta martyrumpaganorum, a veces asimilados a los exitus illustrium uirorum de la Antigüedad (cf. Plinio el Joven, Epist. VIII 12, 4); en cualquier caso cf. Terenciano Mauro, De litt. 1647-1648: quis [sc. legibus] acta Homerus heroum, cum scriberet / uersibus, ostendit [...] Como «rëy pagano» se caracteriza a Alejandro en el Libro de Alexandre, 5a. 6: uillescant: El verbo sólo parece documentarse en latín tardío, frente a sinónimos usuales en el clásico, como por ejemplo languescere: Cf. S. Agustín, De uera relig. [CC SL 32], LIII 102, p. 253, líns. 1-3 (sed miseri homines, quibus cognita uilescunt, et nouitatibus gaudent, libentius discunt quam norunt, cum cognitio sit finis discendi), S. Jerónimo, Epist. 66, 7 (quamuis clarus honor uilescit in turba). Aquí sirve para designar la pérdida de vigencia que los acta paganorum sufren a consecuencia del paso del tiempo, un sentido del término claramente preludiado, por ejemplo, en el citado pasaje agustiniano o en Sedulio Escoto, Collect. miscel. [CC CM 67], 5, lín. 40 (et quod habundat in usu uilescit, et quod uilescit sine gratia inuenitur), 20, lín. 34 (usitata uilescunt), 80, lín. 154 (quicquid primum arripuero, sequentium comparatione uilescit). uetustate multa: Cabe comparar el prólogo al libro primero de la Historia Compostellana (ne diuturna uetustate aut longis temporum interuallis abolita in foueam 4 obliuionis labefierent) así como, en términos muy similares, los prólogos a los libros segundo y tercero de esa misma obra. También es parecido el arranque de la Historia Roderici (1, 1-3: Quoniam rerum temporalium gesta inmensa annorum uolubilitate pretereuntia, nisi sub notificationis speculo denotentur, obliuioni proculdubio traduntur, idcirco [...]), una reflexión que Gil considera «tomada del Pasionario y de las fórmulas cancillerescas» (1995: 44, 69, nn. 4 y 5), remitiendo al respecto a Fábrega (1953-1955: 25, 238-39, 255-56 y 371-72) y a Gil (1972: 102, fórm. XXXIII). Se trata, en suma, de un exordio tópico, característico de las crónicas y que tiene un precedente claro, por ejemplo, en la Vita Karoli de Eginhardo (prefacio), entre otros. 7-8: noua / principis bella: El autor contrapone los acta paganorum, uetusta y uilia, a los noua bella —es decir, a los enfrentamientos supuestamente coetáneos (Smith 1986: 105, n. 11) o, simplemente, más recientes— del princeps Rodrigo (el mismo sintagma aparece en el Canto de Débora y Barac en Iud. 5, 8: noua bella elegit Dominus, expresión que retoma Pedro Coméstor, Hist. Schol. VII 7 [PL CXCVIII 1277]). Es lo que el autor se propone referir de manera específica, y no tanto la vida completa del héroe. Acerca de la tópica contraposición entre «anciens» y «modernes», puede consultarse lo ya apuntado en nuestra introducción (III.6). Doctores se opone a nos (cantores de los nostri imperatoris prelia), mediante una especie de priamel retórico, en el Poema de Almería (vv. 5-6). La designación de princeps —de cierta reminiscencia clásica (cf., por ejemplo, Horacio, Carm. I 2, 50)— tiene un eco verbal en el principatus del v. 35, el cual responde a lo narrado por la Historia Roderici 5, según la cual Sancho II constituit eum principem super omnem militiam suam, pero ahí el término se refiere al alferazgo (veáse el apartado I.1 del estudio introductorio), al cual no puede aludir aquí. Curtius (1939: 169) pensó que el título principesco del v. 8 aludía al dominio sobre Valencia y a la «fürstliche Stellung» en que ello lo ponía, permitiéndole incluso casar a su hija María con el conde Berenguer Ramón III de Barcelona. Menéndez Pidal (1939: 3), movido ante todo por su cronología del texto y el lugar que le asignaba dentro de la materia cidiana, rechazó esta sugerencia, recordando el principatum del v. 35 y el citado pasaje de la biografía latina, «de modo que –concluye– al Cid se le puede llamar princeps desde sus primeros años». A esta justificación (seguida por Horrent 1973: 100) puede objetarse lo que el propio don Ramón adujo contra los que pensaban que Campeador era sinónimo de alférez: «sería chocante que se siguiese llamando así al Cid cuando estaba desterrado de su rey» (Menéndez Pidal 1944-1946: 526-27). En cambio, hay que recordar que en la dotación de la catedral de Valencia de 1098 el donante se 5 intitula inuictissimum principem Rudericum Campidoctorem y denomina igual a sus principales hombres: Ego Rudericus Campidoctor et principes, ac populos quos Deus quandiu ei placuerit mee potestati comisit, mientras que el obispo don Jerónimo se refiere en su aceptación a nostri principis obtimatumque illius auctoritate (ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 1). A este respecto, téngase en cuenta que la historiografía hispano-latina coetánea distingue entre los principes, sin más especificación (HC I 112: Regina [...], accepto a principibus suis consilio, conperit omne regnum in se ipsum diuisum desolatum; CAI I 11: rex Legionensis [...], consilio accepto cum principibus suis, adquieuit uerbis deprecantis; I 15: rex Aragonensis [...] uocauit principes et duces populi et episcopos, qui secum erant, et petiit consilium ab eis, quid facere deberet), los principes militiae (ibid. I 57: Isti sunt principes militie: Garsion de Gabescan, Beltran de Launuces et Fortunel de Fol; II 4: iussit principibus militie sue statuere magnas acies de assecutis peditibus cum omnibus ingeniis) y los principes ciuitatis (ibid. I 65: Ceterum cum omnis populus audisset quod rex Legionis ueniret in Cesaraugustam, omnes principes ciuitatis et tota plebs exierunt obuiam ei cum timpanis et citharis). Los primeros son claramente los magnates, es decir, los miembros del estrato superior de la nobleza que intervenían en las asambleas de la corte o palatium regis y desempeñaban las funciones de consejeros del monarca, siendo magnates palatinos (magnates palatii) o bien gobernadores (potestates, comites) de los territorios del reino (llamados también terrarum o terrae principes, vid. HC I 23 y 96, II 29 y 71, III 7 y 17); los segundos son específicamente los caudillos militares y los terceros los integrantes de la nobleza urbana o quizá en particular los primeros oficiales del concejo (cf. Valdeavellano 1982: 318, 539-40 y 619-20). Dentro del primer grupo, destaca la costumbre de denominar princeps (en lugar del viejo título territorial de comes) al alcaide o gobernador de alguna de las principales plazas del reino. Así, Álvar Fáñez aparece intitulado en 1113 como Toletanus princeps (García Luján 1982: doc. 4), mientras que Rodrigo Fernández, que en 1143 consta como alchaedus in Toleto (ibid. doc. 15), es denominado con asiduidad princeps Toletanus en la CAI II 34-38. La misma crónica (II 49) refiere que: Imperator uero uidens quod Munio Adefonsi esset uir bellicosus, iussit eum uenire ante conspectum suum et dedit ei suam gratiam et constituit eum secundum principem, hoc est, secundum alcaydem Toleti (cf. HC II 24: eorum princeps, qui lingua sua “alcaida” dicitur). Por las mismas fechas (1142-1156) el tenente de Zamora, el conde Ponce de Cabrera, es denominado princeps Çemore (Fernández-Xesta 1991: 82-83). Nótese, en fin, que la CAI I 48 utiliza el mismo título para referirse al gobernador musulmán de Valencia: Deinde abiit ad Auenganiam, Sarracenorum principem Valentie, et fuit cum eo 6 per aliquot dies. En definitiva, es casi seguro que Curtius (1939: 169) tenía razón y que la intitulación principesca de Rodrigo en estos versos alude a su señorío sobre Valencia. Así pues, Martin (2005 [en prensa] y 2007 [en prensa]) tiene razón al precisar el sentido del término en la donación de 1098: «Princeps significa en este diploma señor independiente de Valencia, “príncipe no real” como escribía Werner, “autónomo o incluso soberano”», y, aunque no está tan claro que el alcance que le da el Carmen sea exactamente ése, resulta bastante probable. No obstante, cuando señala que «tampoco se debe interpretar la palabra, como otros lo han hecho, con el sentido de “gobernador de Valencia”, como cuando Álvar Fáñez, ejerciendo de gobernador de Toledo al servicio de la realeza castellana, ostentó el título de princeps toletanus», remitiendo en nota a Curtius 1938 y a Montaner - Escobar 2001: 217, malinterpreta el alcance de la apreciación del primero, que va en esa misma dirección, y de la nuestra, pues la constatación anterior sólo tiene que ver con el hecho de que el término poseía implicaciones territoriales bastante concretas y no sólo un vago sentido político, pero en ningún momento que su uso niegue el ejercicio de un principado soberano sobre Valencia. Dicho en otros términos, nos hemos detenido en demostrar la vinculación de princeps a la dominicatura por ser la condición necesaria, aunque no suficiente, de que «el uso del título de príncipe por parte de Rodrigo haya expresado la voluntad del señor de Valencia de alzarse a la altura de los demás principes peninsulares... y de aproximarse a los reyes» (Martin 2005 [en prensa] y 2007 [en prensa]). III 9: Tanti uictoris: El adjetivo uictor también se aplica al héroe en el v. 99. Se trata de un epíteto de larga tradición en la literatura clásica, en la que —como bien destacó Norden (1959: 328-31)— se designa así a quien ocupa y además amplía el territorio del Estado (cf., por ejemplo, Horacio, Ars poet., v. 208: postquam coepit agros extendere uictor et urbes). La fórmula empleada en este verso refleja gran encarecimiento y es bastante corriente en la tradición literaria, como ilustra, por ejemplo, el pasaje de S. Agustín ya señalado en nuestro apartado III.1 (Serm. 163A, p. 625, lín. 22: tantus campi doctor, en referencia a Cristo). La expresión es bastante comparable a la que se advierte en el planctus por Ramón Berenguer IV, v. 13: sensit Lorcha uirum tantum (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13, p. 37; uictor semper, numquam uictus puede leerse en el v. 25; cf. Martínez 1991: 47); clangor tantus se lee en el Poema de Almería, v. 46 (cf. Virgilio, Aen. VI 561). Rodrigo es calificado de inuictissimus en el diploma valenciano de 1098, recibiendo así un título que también era aplicado habitualmente al Salvador (cf. Blaise 1954, s. v. inuictus, 471). 7 retexere: En latín clásico, el término significa propiamente «revelar, descubrir», al igual que el poético detegere: cf. Virg., Aen. I 356 (scelus retexit), IV 119, V 65, IX 461 (rebus luce retectis), XII 374, Horacio, Carm. III 16 (consilium retegis), Ovidio, Met. V 357, XIII 38 (commenta retexit), 336 (responsa deum Troianaque fata retexi). La presente acepción del término ('referir', 'narrar') es comparable a la que se observa en Prudencio, Apoth. 704-5 (milibus ex multis paucissima quaeque retexam, / summatim relegam totus quae non capit orbis), así como en Floro de Lyon († c. 860), Carm. 25, 51-52 (Iob prius heroico sua carmine bella retexit, / diuina Dauid personat ecce lyra, ap. Klopsch 1980: 33), Erquemperto de Monte Cassino (f. s. IX), Historia Langobardorum Beneventanorum, 1 (Mos etenim ystoriographi doctoris est, maxime de sua stirpe disputantis, ea tantummodo retexere quae ad laudis cumulum pertinere noscuntur. [...] Hac quoque flagitatione deuictus, non tantum ea quae oculis, set magis quae auribus hausi narrare me fateor, imitans ex parte dumtaxat Marci Lucaeque euangelistarum praeconiis, qui auditus potius quam uisus euangelia descripserunt), Guillermo de Malmesbury († c. 1142), Gesta regum Angl., V, pról. [PL CLXXIX 1349] (Quis ergo conetur omnia illa consiliorum pondera, illa gestorum regalium molimina, enucleatim retexere? Altioris sunt ista negotii et otiosioris animi. Vix haec auderet uel Cicero in prosa, cuius adorat sales tota Latinitas, uel si quis uersuum fauore Mantuanum lacessit poetam), Pablo el Diácono, Hist. Langobard. [p. 131, 3, ap. Kiss 1995: 510] (Exigit uero nunc locus, postposita generali historia, pauca etiam priuatim de mea, qui haec scribo, genealogia retexere). Cabe comparar, dentro de los Acta sanctorum, S. Albini Vita auctore Fortunato Presbytero, cap. III (Sed quia eius singula non ualemus retexere facta, sufficiat de plurimis uel pauca dixisse); S. Godegrandi Commentarius historicus: Vitae epitome a Paulo Diacono descripta, § I (Sed, quoniam longum est bona quae gessit ex ordine retexere, satis sit haec pauca praelibasse de plurimis); S. Hugonis Vita auctore Raynaldo Abb. Vezeliacensi, cap. II (unum de multis sufficiat breuiter retexere). El término también se documenta en el ámbito mozárabe, como, por ejemplo, en una carta del mozárabe Pedro a Félix, obispo de Córdoba (I 68, ap. Gil 1973: 204: et quasi inter eriles senes sciolus cognitam omnium strofam retexere). Respecto a la prosodia del término (retexére en nuestro poema), puede consultarse lo ya apuntado en III.2. 10: cunta: La imposibilidad de narrarlo «todo» es un tópico bien atestiguado desde Homero (Il. II 488-89; cf. Virgilio, Georg. II 42-44, Aen. VI 625-27) y frecuente en todo tipo de exordio literario (Curtius 1955: 231); para los textos hagiográficos cf. Montaner - Escobar 2002: 390, n. 20. Cabe comparar al respecto HR 27, 1-2 (Bella autem et oppiniones bellorum, que fecit Rodericus [...] non sunt omnia scripta in libro hoc), un pasaje que podría haberse inspirado en Mateo 24, 6 (audituri enim estis praelia, et opiniones praeliorum), Marcos 13, 7 8 (cum audieritis autem bella, et opiniones bellorum, ne timueritis) o Juan 20, 30 (multa quidem, et alia signa fecit Iesus in conspectu discipulorum suorum, quae non sunt scripta in libro hoc). Por lo demás, pese a los claros paralelos, cabría preguntarse si en este contexto de la crónica latina no daría mejor sentido una expresión como occasiones bellorum (cf. v. 62). También es comparable, dentro de la Historia Roderici, la captatio beneuolentiae final (74, 15: uniuersa autem bella [...] seriatim narrare perlongum esse uideretur et forsitan legentibus in fastidium uerteretur; cf. Menéndez Pidal 1939: 4); cf. Manchón 2007 [en prensa], quien compara CAI I 47: Sed prelia comitis Roderici Gundisalui et Roderici Fernandi, quas fecerunt cum regibus Moabitarum et Agarenorum, fuerunt fortissima, sed non sunt descripta in hoc libro, y II 30: Reliqua vero prelia, que consul Rodericus fecit cum regibus Moabitarum et Agarenorum, et strages non sunt scripte in hoc libro, considerando la similitud como mera coincidencia debida al uso común de fuentes bíblicas. Por lo demás, el tópico de la brevitas es característico de finales del siglo XII (Rico 1985: 141: se convitió sobre todo «en las postrimerías del siglo XII [...] en una prestigiosa patente de modernidad»). libri mille: La cifra es simbólica (cf. OLD, s. v. mille, 1b, Curtius 1955: 703), como seguramente lo es en el v. 123 (aureis mille). 11: capere: Tiene aquí el significado específico de «dar cabida», bien documentado en latín clásico (OLD, s. v., 25a; cf., por ejemplo, Cicerón, Phil. II 16: nec tabulae nomina illorum capere potuerunt, Livio VII 25, 9: uires populi Romani, quas uix terrarum capit orbis) y en latín tardío; desde el punto de vista lingüístico cabe comparar en español actual la acepción vulgar de «coger» en determinadas construcciones. Cabe comparar, dentro de los Acta sanctorum, Vita S. Licinii, cap. IV (Si cuncta persequi coeperim, ut iam dictum est, dies, ut opinor, antequam sermo, cessabit; Miracula a commissariis episcopalibus iuridice excepta: quam secundum humanam aestimationem vix capere possent tres lagenae maiores). Omero canente: sobre fórmulas de encarecimiento similares, en las que se menciona asimismo al padre de la literatura occidental, cf. Curtius 1955: 231 (cf., por ejemplo, S. Julián de Toledo, Epist. ad Modoen., 2, str. 2, quien menciona a Omerus entre la multiplex caterua doctiorum, Ermoldo el Negro, In hon. Hlud. I 52). Un papel similar se asigna en la HC a Virgilio (II 42, 7), y a Virgilio y Cicerón (II 68, 1; a Tulio ya se había referido Eginhardo, en términos similares, en el prefacio de su Vita Karoli). Dentro de los Acta sanctorum, en la Vita Henrici Baucenensis, cap. II, se lee: quod si Homerus adesset, uix explicare ualeret, de acuerdo con la frecuente referencia a la peritia o facundia de Homero y Marón. 9 12: sumo labore: Cf. HC I 10 (et diuina interueniente clementia has litteras ampliori collectione descriptas summo labore detulimus). La expresión summo labore —y similares— es fácil de documentar en la literatura latina clásica y en la tardoantigua; cf., por ejemplo, César, Bel. Gal. VII 8, 2 (atque ita uiis patefactis summo militum labore ad fines Aruernorum peruenit), Livio XXII 20, 8 (ibi urbe [...] biduum nequiquam summo labore oppugnata), S. Jerónimo, Epist. 22, 30 (bibliotheca, quam mihi Romae summo studio ac labore confeceram). Desde un punto de vista gramatical, este ablativo —modal de valor casi concesivo— depende en nuestra opinión de la perífrasis retexere ceperim, pero su significado se define propiamente en la serie de circunstancias referidas en la estrofa y en las que el poeta inscribe su obra: tratando ésta del Cid, ni en mil libros siquiera podría incluir la materia, ni aun componiendo su carmen con el arte del propio Homero, ni aunque pusiese en ello su máximo empeño (cabría comparar desde el punto de vista estilístico, por ejemplo, Ermoldo el Negro, In hon. Hlud. I 51: nec fas, nec potis est, nec ualet ingenium, así como, en relación con este pensamiento en general, Dist. Catonis III 14, ap. Álbaro de Toledo, Epist. 20, ed. Gil 1973b: I 269: Quod potes id temta, operis ne pondere pressus / incumbat labor et frustra temtata relinquas). No nos parece apropiado hacer depender sumo labore del participio canente, que se halla inserto en un ablativo absoluto (cf., no obstante, Figueras 14: «per molt que fos Homer qui les cantés, amb tot el seu esforç»). En principio, sumo labore podría hacerse depender sintácticamente incluso del capere possent cuyo sujeto es mille libri, pero habría de aceptarse la posibilidad de una personificación similar a la bien conocida de Horacio, Carm. I 9, 2-3: nec iam sustineant onus / siluae laborantes (con paralelo en Longo III 3), lo cual no parece verosímil. IV 13: doctrina: El término —de antigua reminiscencia escolar— podría evocar en un oído cultivado de la época el audi doctrinam si uis uitare ruinam de Marbodo de Rennes, citado por Nicolau d´Olwer a propósito del poema nº 46 de su repertorio (Doctrina commendatio; cf. 1915-1919: 61, n. 1), cuyo último verso, quizá en clave paródica (Moralejo 1980: 78), abunda en la misma idea (ergo, caue doctrinam, qui uis uitare ruinam). Para la expresión cf. S. Bernardini Senensis Vita I Antiquior, cap. III (Nam quia parum de doctrina Christiana instituti incolae illi erant). 14: e pluribus pauca: De acuerdo con lo indicado en nuestra «Nota crítica», en la que se recoge una serie de lugares paralelos, consideramos que se trata de una mera aposición explicativa de parum (13). Este giro expresa normalmente el tópico de la abbreuiatio (cf. 910 12), y no tanto el de la paruitas, como, por razones contextuales, ocurre en nuestro poema. Sobre el tópico de la modestia —falsa o no—, cf. Curtius (1955: 127-131); sobre el de la paruitas, cf. (ibid. II 582-590). Una curiosa variante de este último motivo se observa, por ejemplo, en las obras de Alcuino y de Teodulfo, cuando ambos encarecen la figura de Eginhardo, hombre de extraordinaria virtud «pese a» su baja estatura física, la cual le granjeó el sobrenombre de Nardulus (cf. A. de Riquer 1999: 11). A la paruitas de su talento aludirá igualmente Mateo de Vendôme en el prólogo de su célebre Ars versificatoria (pról., 1: juxta mei paruitatem ingenioli). Dentro de los Acta sanctorum, un e pluribus pauca (v. 14) se observa en la Vita S. Cerenici (Haec autem modo compendii gratia e pluribus pauca sufficiat tetigisse). 15: rithmice... uela: lo entendemos como «las velas de la rítmica», de acuerdo con lo explicado en nuestra «Nota crítica», donde recogemos también los paralelos de esta expresión. 16: pauidus nauta: No se ha reparado, que sepamos, en el hecho de que esta secuencia aparece literalmente en Horacio, Carm. I 1, 13-14: ut trabe Cypria / Myrtoum pauidus nauta secet mare (en alusión al viejo tópico del comerciante que, a causa de su ambición, se dispone a arrostrar los peligros del océano); cf., en términos similares, Silio Itálico, Pun. VIII 625 (terruerunt pauidos accensa Ceraunia nautas); a un uso similar en Carm. I 14, 9-16 (timidus nauita) hizo referencia Bastardas 1998-1999: 17-18 y n. 9. Como es natural, podría ser otra la fuente directa de nuestro verso, dado el carácter tópico de las dos imágenes enlazadas. En cualquier caso, convendrá recordar al respecto que nuestro versificador se halla inmerso, tras el apogeo virgiliano de los siglos VIII-IX, en el tránsito entre la aetas Horatiana (X-XI) y la Ouidiana (XII-XIII), de acuerdo con la clásica distinción establecida por Traube (que ha de aceptarse con todas las cautelas: cf. Donnini 1995: 262, n. 24). ¿Cabe señalar aquí un eco directo de Horacio, pese a la escasísima presencia que este poeta tuvo aparentemente en la península durante el medievo (cf. Menéndez Pelayo 1951 [1885]: 289-91, en alusión a los ejemplares pirenaicos de S. Eulogio, así como a los de Roda y Vich; al de Ripoll [cf. Mundó 1988: 112, n. 79], entre otros posibles ejemplos, alude González Rolán 1994: 153)? Resulta imposible saberlo, tanto por el ya mencionado carácter convencional de la imagen como por la siempre posible influencia de la tradición indirecta. Un problema metodológico similar plantea, por ejemplo, un pasaje de la HC (II 53, 7), que habría de remitirnos en principio a Horacio, Epist. I 2, 69-70 (quo semel est imbuta recens seruabit odorem / testa diu), pero, como bien apunta Falque (1994: 398, n. 345), también a S. Agustín, Civ. Dei I 3, 2, donde se cita de manera expresa illud Horatii, y, curiosamente, para encarecer el valor de la lectura, a 11 tierna edad, del praeclarissimus atque optimus Virgilio, frente al venusino, al que Notker Bálbulo († 912) calificará siglos más tarde de lubricus atque uagus (cf. González Rolán 1994: 151, Fontán - Moure 1987: 225). La imagen del autor comparado con un navegante, que surca el proceloso mar de la creación literaria, es de raigambre clásica (Curtius 1955: 189-93, Lieberg 1969) y, según observó Briscoe (1973: 51), se contrapone como tópico al no menos común del dimidium facti, qui coepit, habet (según la formulación horaciana de Epist. I 2, 40). Entre los autores latinos destacaríamos los siguientes pasajes: Livio XXXI 1, 5, Quintiliano XII, prohoem. 2, Manilio, Astron. III 26-27 (facile est uentis dare uela secundis / fecundumque solum uarias agitare per artes). Es metáfora predilecta de Venancio Fortunato (cf. por ejemplo Vita Sancti Martini, prol., v. 1: nauta rudis tumido cum uult dare uela profundo, y, dentro de la misma Vita, II 5: paro lintea uentis, III 8: dare uela uidebar, IV 1, 16-27, así como Quesnel 1996: 4, n. 2). Dos poemas de Alcuino recogen asimismo la imagen del rudis nauta (cf. PL CI 728 y 846); también cabe comparar al respecto Ermoldo el Negro, In hon. Hlud. I 58-63. Respecto al adjetivo pauidus, la referencia fundamental en la literatura cristiana será siempre, sin duda, el beatus homo qui semper est pauidus de Prov. 28, 14, frente al homo durae mentis, que se precipita hacia el mal de la superbia (el pecado más grave para el cristiano, y muy especialmente para el de época medieval; como bien señalaba West [1983: 294], «in the xii century, pride, superbia, was generally considered the first sin, committed by Lucifer in his rebellion against God. Envy, however, was sometimes seen as the offspring of pride, and instances occur of envy linked to pride as the first sin»). Según la definición isidoriana (Etym. XX 10, 230), pauidus est quem uexat trepidatio mentis. El adjetivo reaparece en la Historia Roderici (única crónica hispana en la que el concepto aflora con frecuencia), para designar el pavoroso efecto que produce —en el ámbito militar— el hecho de enfrentarse al héroe Rodrigo (70, 39-40: et Roderici pauore ad terram suam pauidus fugiit), que es lo que hace el poeta a su vez en el ámbito literario. V Acerca de esta estrofa (17-20), que tanta controversia ha suscitado sobre el supuesto origen «noticiero» del Carmen (el cual sería, por tanto, coetáneo del héroe), puede consultarse nuestro estudio introductorio (I.2.f y III.4). 12 17: Sobre la «corrección» cuantitativa de este verso —circunstancia excepcional en el Carmen— puede consultarse lo ya apuntado en el apartado de nuestra introducción dedicado a métrica y prosodia (III.2). letando, populi caterue: Desde el punto de vista sintáctico, cabe comparar, por ejemplo, en un poema de S. Pedro Damián (ap. Mariotti 1976: 23): flendo, pupillae, tenebras obducite. El verbo laetor también se documenta en el Carmen canorum contenido en nuestro manuscrito (ed. Nicolau d´Olwer, nº 50; cf. Martínez 1991: 43); Hierusalem letare son sus palabras iniciales; el cultismo cateruae se lee en esta misma composición, v. 67 (pro uobis stant cunctorum / caterue superorum). Sobre el recelo de Ludovico Pío hacia las recitaciones de carácter popular, concebidas ad laetitiam populi, cf. Thegan (primera mitad del s. IX), Vita Hlodowici imperatoris, MGH SS 2, 595; en términos similares se expresó Lucas de Tuy, contra los herejes disfrazados de juglares (Adu. Alb. III 12, ap. Gil 1995: 81, n. 1). La secuencia populi caterue es sintagma malsonante según Bastardas 1998-1999: 32; no obstante cf. Montaner - Escobar 2002: 389, n. 19 (en referencia a Goetz VI, p. 190). 18: Campidoctoris: Como ya hemos explicado en los apartados I.1 y III.1 del estudio preliminar, el sobrenombre de Rodrigo es una latinización clasicista del término romance Campeador ‘experto en lides campales’, con el que era conocido en vida. Este dictado del héroe se relaciona además con el principio compositivo del Carmen, el recuento de sus batallas en campo abierto, bien como luchador en solitario (el singulare bellum del v. 25), bien como caudillo de su mesnada (las restantes victorias, en Cabra y Almenar). audite: Al igual que uenite (20) es fórmula apelativa tradicional y se halla presente, por ejemplo, en buen número de textos de la literatura hímnica cristiana (Wright 225-226, Higashi 1997: 183). En HR 66, 16 se pone en boca del propio Rodrigo (audite me, socii mei dilectissimi et dulcissimi, estote fortes [...]). Según Menéndez Pidal (571), «nuestro erudito poeta, al convocar en la citada estrofa a los corrillos del pueblo para que le oigan relatar las nuevas guerras del Campeador [...], no hace sino imitar a los juglares que en la plaza pública llamaban a la turba en el comienzo de su canto “Oít varones una razón..”» (el pasaje es aducido por Wright 226). Curtius cita y rebate esa opinión en (1938: 165-66) y Menéndez Pidal, aceptando parcialmente la objeción, la reitera con leves matices en (1939: 4) y, de nuevo en su versión original, en (1991: 328-29) y (1992: 125-26). Sobre toda esta cuestión puede consultarse lo ya indicado en el apartado I.2.f de nuestra introducción (sobre la posible función meramente retórica del apóstrofe cf. ahora, además, Bastardas 1998-1999: 22: «els imperatius audite i uenite poden ser considerats com exhortacions que pertanyen a la 13 retòrica»; y conviene anotar en este sentido que, si el apóstrofe no es estrictamente contemporáneo, no aporta indicio de datación alguno: tan ficticio sería en el año 1100, un año después de la muerte de Rodrigo, como a finales del siglo XII). 19: eius freti estis ope: El adjetivo fretus sería infrecuente en latín medieval según señala Wright, quien observa que «it has no surviving derivatives in Romance that might assist a Romance speaking audience to interpret it» (222-23). El pasaje virgiliano más próximo parece ser, según señala este mismo autor, Aen. IX 675-76: recludunt / freti armis (aunque dentro del ámbito clásico cabría recordar otros muchos paralelos, como por ejemplo el de Cicerón, Phil. XI 2: fretus Antoni copiis). En realidad, el término ya se había recuperado, por ejemplo, en la carta de recomendación que Carlomagno antepuso al Homiliario de Pablo el Diácono, seguramente conservado entre los libros de Ripoll (Carolus, Dei fretus auxilio, rex Francorum; cf. Mundó 1988: 101) y que también fue copiado, por ejemplo, en la región de Burgos, a mediados del XI (Díaz y Díaz 1988: 261-62). Reaparece en la HC (I 49, lín. 29: cuius contubernio fretus, I 74, lín. 28: audaciter tamen prudenti fretus consilio), III 10, lín. 76 (ut regie potentie fretus auxilio), así como en el Poema de Almería, vv. 277 (cum uirtute Dei fretus multo comitatu) y 280 (est regis quoniam tutamine fretus). Incluso en un diploma de 1106 que se dice escrito por mano de Diego Gelmírez (Diaco Gelmirez, clericus Sancti Iacobi, hoc testamentum regale dictaui et propria manu confirmaui), aunque probablemente falso, puede leerse: Domini iubamine fretus, ego comes Raimundus, habens principatum apud Hispanie, hoc meum donum afirmo (ed. Herrero 1988: doc. 1143). Respecto a ope, señala Wright cómo este sustantivo —igualmente raro en su opinión («similarly esoteric in a medieval context»)— también se documenta en la sexta estrofa del poema a Ramón Berenguer IV que el mismo manuscrito contiene (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13, v. 23: florens ope), de donde cree poder deducir —no muy fundadamente a nuestro juicio, dada la frecuentísima aparición del término en latín clásico y cristiano— que «it was part of the learned vocabulary taught at Ripoll» (223). El término —que Gil traduce en este lugar por «esfuerzo» (1995: 76)— vuelve a aparecer en el v. 31 (en plural, por copiae). En el prólogo de Guillermo de Tiro (2ª m. s. XII) a la Historia rerum in partibus transmarinis gestarum se lee: non ingenii ope freti, sed pii fervore affectus, et charitatis sinceritate. Finalmente, la expresión eius freti ope —o similares, referidas a Dios— se documenta en varios lugares; cf., por ejemplo, Simplicio (Papa), Epist., 8 (ad Zenonem imperat.) [PL LVIII 45] (atque ut in omnibus doceas causam tibi cum Deo esse communem, cuius ope 14 uiriliter fretus insiste), Cappidus Stavriensis (fl. c. 860), Vita S. Odulphi [PL CXXXIII 860] (Deum laudans quod eius fretus ope tot animas lucratus esset), Guillermo de Malmesbury († c. 1142), De uita S. Wulstani, Epist. ad fratres Wigorn. [PL CLXXIX 1735] (Dignabitur etiam Dominus Christus de hoc opere amoliri omnem inuidiam; quod susceptum est non scientiae supercilio, sed sincerae deuotionis obsequio. Quapropter eius ope fretus faciam quod imperastis). 20: cuncti uenite: Veniant cuncti (ad prelia) se lee en el Poema de Almería, v. 41. Sobre la importancia retórica del «todos», sin excepción, como tópico de encarecimiento en el lenguaje panegírico, cf. Curtius (1955: 232). Un significado similar del término cabe encontrar en los vv. 10 y 85 de nuestro Carmen. La expresión zelo nunc fidei poscite cuncti puede leerse en el v. 89 del epicedion de Ramón Borrell III (ed. Nicolau d´Olwer, nº 2; cf. Martínez 1991: 40). VI 21: nobiliori de genere ortus: La expresión ofrece cierta variación léxica, característica del «culteranismo» de nuestro poeta, respecto al más vulgar —y probablemente más conocido— nobili genere natus (salustiano por ejemplo: Cat. 5). El adjetivo comparativo nobiliore ha sido habitualmente traducido por 'el más noble', aunque Guerrieri Crocetti (501) lo vertió por «assai nobile»; Wright (243, n. 2) sostiene que «nobiliori means 'fairly noble', so maius must mean 'older' rather than 'greater'» y, en consecuencia, traduce «He is sprung from a moderately noble family, though there is none older in Castile» (214; en la misma línea cf. Fletcher 1989: 112). Sin embargo, hay razones históricas y literarias para entender que tiene un significado próximo al superlativo (en general, véase el apartado I.1.a del estudio preliminar). 22: quod in Castella non est illo maius: La construcción sintáctica refleja un tipo de encarecimiento característico de la épica (cf., por ejemplo, Virgilio, Aen. I 544-45: rex erat Aeneas nobis, quo iustior alter / nec pietate fuit, nec bello maior et armis, VI 164: quo non praestantior alter), y de la literatura panegírica en general. El quod tendría un sentido causal según Figueras (17, n. 10; cf. v. 54), quien interpreta maius como «más antiguo» («car a Castella no n´hi ha cap de més antic que aquell»); un cierto valor concesivo («though») prefirió atribuirle Wright (214). 15 23-24: Hispalis nouit et Iberum litus: Cf. S. Jerónimo, Epist. XIV 6 (hic barbarum litus), Rot. 2, 1 (Spanie litus, expresión que también aparece en CN I 196, 24). Estas regiones no «saben» quién es Rodrigo por haber oído de las hazañas del héroe, sino más bien por haberlas experimentado en sus propios territorios. La expresión es bastante comparable a la que se advierte en el planctus por Ramón Berenguer IV (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13, v. 13): sensit Lorcha uirum tantum (en referencia a la Lorca que Berenguer conquistó al salir hacia Almería en ayuda de Alfonso VII: cf. Nicolau d´Olwer 1915-1919: 37, n. 1, Martínez 1991: 47 y 64, n. 71), un tipo de personificación ya preludiada, por ejemplo, por Catulo 4, 7: negat negare litus Hadriatici. El Campeador visitó, efectivamente, tanto Sevilla como las riberas del Ebro. En la primera se hallaba a finales de 1079, cuando fue enviado a cobrar las parias o tributos debidos por su rey Almu'tamid a Alfonso VI. A orillas del Ebro permaneció a lo largo de su primer destierro (1081-1086), durante el cual estuvo al servicio de los reyes de la taifa de Zaragoza. Además de recordar los escenarios de las hazañas del Campeador, este verso sirve, simplemente, para señalar que su fama se extendía de sur a norte de Alandalús. A propósito del significado de Iberum litus, cf. Smith (1986: 108, n. 13), quien considera que la expresión alude de manera general a la larga estancia del Campeador en tierras de Zaragoza, y de ahí su interpretación del pasaje («Moorish kingdoms based in both Seville and Saragossa were to know his power»). El río Ebro (flumen Yberum) —que ya adquiere un alto status literario en Horacio, Carm. II 20, 20— también aparece mencionado en la HR (22, 6 y 42, 41); se consideraba epónimo de todo el territorio hispánico desde la Antigüedad (S. Jerónimo, Comm. in Esaiam [CC SL 73A], XVIII, 66, p. 787, líns. 34-36: aut Iberia, hoc est Hispania, ab Ibero flumine, unde et hodie Hispaniarum regio appellatur Celtiberia, S. Isidoro, Etym. XIII 21, 31: Iberus amnis, qui quondam totius Hispaniae nomen dedit, XIV 4, 28: Hispania prius ab Ibero amne Iberia nuncupata, postea ab Hispalo Hispania cognominata est). Respecto a Sevilla (Hispalis), cf. CAI I 35, 6 (Sibiliam uero, quam antiqui uocabant Ispalim; cabe comparar, por ejemplo, Rot. 23, 18: ciuitatem Ispalim sunt ingressi). Se emplea el topónimo de origen latino, de acuerdo con la práctica observada respecto a los topónimos en otros lugares del poema (y observable asimismo en otras fuentes, más antiguas —Rot. 13, 5: Salamantica— o como la CAI, donde se documenta Salamantia —por ejemplo en II 27, 1— frente al vulgar Salamanca que empleó Pedro de Poitiers; cf. Martínez 105, n. 64). La única excepción en el Carmen será, por necesidad, la del castro quod adhuc Mauri uocant Almenarum (v. 98). El tema interesará a Lucas de Tuy (tras el precedente del corpus 16 Pelagianum, compilación de obras históricas realizada o patrocinada por el obispo Pelayo de Oviedo a mediados del siglo XII; cf. Estévez 1995: LXXXI), quien en el tercer libro de su Chronicon mundi «añadió el catálogo de ciudades a las que la Antigüedad o los moros cambiaron de nombre (quorum nomina antiquitas uel Sarraceni mutauerunt)» (Estévez 1995: LXXXIII-LXXXIV; cf., asimismo, Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, V 22, 25: et ab hoc facto fuit exinde dictus Auarca, et aliqui qui ex eius genere processerunt adhuc hodie cognomen retinent ab Auarca). 24: quis Rodericus: Al igual que en el caso del verso anterior, el tono de la expresión es jactancioso, como el que tantas otras veces asoma en la literatura acerca del héroe (cf., por ejemplo, HR 38, 34; 39, 47 y, en general, 38-39), así como en la épica universal en su conjunto, no exenta a veces de rasgos que pueden calificarse de «bufos», pero que tienen cabida, no obstante, en el ámbito de la epopeya (como sostenía Aristóteles en su Poética, 1460a14-17, a propósito de la cómica persecución de Héctor por parte de Aquiles; sobre esta cuestión literaria, en general, cf. Ballester 1998: esp. 103-106). VII 25: singulare bellum: Cf. lo ya apuntado en I.1.b y III.5. Un deseo de uariatio por parte del autor, respecto al sustantivo aquí empleado, se desprende de la comparación con los vv. 81 (pugna secunda) y 89 (tercium prelium), y se basa probablemente en la doctrina isidoriana —o, indirectamente, mauriana (De rerum naturis XX 1)— de Etym. XVIII 1, 8. Singulare podría significar tanto 'singular, individual' como 'especial, notable'. Mientras unos autores se han decantado por el primer sentido (Menéndez Pidal 159, Curtius 1938: 166, Ubieto 1981: 74, Casariego, Higashi, Riquer, Martínez Diez 1999: 20 y 33), otros han preferido el segundo (Bertoni, Guerrieri Croccetti; cf. Paris 1882: 420, n. 5). En realidad, ambos son compatibles, pues la lid podía ser a un tiempo individual y señera: «singulare could mean either “notable” or “individual” or both» (Wright 232, cf. Figueras 17, n. 13), de acuerdo con una duplicidad de acepciones que aún conserva singular en español. Según se advierte en el amplio corpus de Admyte (unos trescientos textos), la lengua medieval emplea singular básicamente en las dos formas recogidas en el Dictionarium latino-hispanicum de Nebrija: «Singular cosa: singularis, ae. / Singular mente: singulariter» y tiene sobre todo el sentido de 'notable, especial', aunque no falte el de 'individual, particular'. Otra cuestión es si singulare bellum puede entenderse como una lid judicial fruto de un reto. En latín, sólo hemos encontrado dicha expresión en la Vita Caroli Boni II 12, 74 y 95 17 [PL CLXVI 950, 986 y 999] de Galberto de Brujas, escrita poco después del asesinato de dicho conde de Flandes en 1127, donde se refiere siempre a desafíos entre nobles. Sirva de ejemplo el tercer pasaje aducido (II 95 [998-99]): Eodem tempore Wido, miles famosus et fortis, qui de consilio comitum Flandriae praecipuus fuerat, in eamdem traditionem conspirauerat, [...]. Vnde quidam Hermannus ferreus, miles fortis, statim occiso Carolo consule [...], ad singulare bellum Widonem euocauit, quid dominum suum nequiter tradidisset. At Wido paratum se defendere de superimposita traditione semper fore prosiliuit. Otras expresiones conexas, de uso ya clásico, como singulare certamen o proelium y singularis pugna, o el grecismo monomachia, tenían de siempre el sentido de desafío entre campeones, patente en las construcciones habituales ad singulare certamen prouocare o prouocator singulari proelio, sentido que es muy obvio en S. Agustín, Contra Iulianum, VI 836: quis tibi promisit meum singulare certamen? ubi, quando, quomodo, quibus praesentibus, quibus arbitris? De ahí que pase a designar un duelo, como en la CAI I 18 (Quo cognito, Petrus comes petiit comiti Tolosano singulare certamen et exierunt uterque ad bellum sicut duo leones fortes et uulneratus est comes Petrus ab hasta Adefonsi comitis et cadens de equo fractum est brachium eius et post paucos dies mortuus est. Comes autem Tolosanus remansit illesus). Por otro lado, el giro singulare bellum podría relacionarse con las expresiones romances lid, combate o batalla singular. Ahora bien, las dos primeras parecen ajenas a la lengua medieval, pues el citado corpus de Admyte sólo ofrece la tercera y casi únicamente en las obras patrocinadas por Juan Fernández de Heredia, en las que se encuentra en once ocasiones, siempre con los sentidos de desafío entre campeones o de duelo: «la qual [traición] como negasse Guanalón, Tederico, qui era present estado a la muert de Roldán, reutólo de trayción, ofreciéndose a lo provar por singular batalla» (Grant Corónica de los Conquiridores 229r-v, también en 230r), «Cu<m>perito envió un misatgero a Alays diziendo que se combatiesen ellos dos por singular batalla, e que no era de necessidat que en más las huestes se combatiesen» (Grant Crónica de Espanya 581v, semejante en Eutropio 109r). Sólo hallamos la expresión además en Hernando del Pulgar, Claros Varones de Castilla 12v: «un cavallero de la hueste contraria conbidasse a batalla de singular de uno por uno al fijo d'este cónsul». En definitiva, a la luz de la documentación latina y romance, parece claro que el Carmen interpreta el combate contra el navarro como un desafío, en la línea de los textos de finales del siglo XII como el Linage o el Liber Regum, que en las crónicas alfonsíes se convertirá netamente en una lid por causa de reto sobre la propiedad del castillo de Pazuengos (para lo cual véase la «Noticia» preliminar). 18 Para un empleo tardío del término (princ. s. XIV), pero en similar contexto, cf. Guillelmus Wheatley, Expositio in Boethii De consolatione Philosophiae, prooem.: Tertio Boetius dictus fuit Torquatus a quodam nobili Romano sic dicto, qui cum singulare bellum iniret cum quodam de Gallia, ipsum deuicit et torquem in collo habentem sibi abstulit: cuius ratione dictus fuit Torquatus: de cuius genere fuit Boetius. 26: adolescens: Al contrastar adolescens y maiores, para calificar después a su héroe de iuuenis (34), el Carmen se refiere claramente a la primera juventud del héroe (equiparado con el bíblico David, cf. III.5), por más que el término latino tenga imprecisos límites de edad, como ya advertía Wright (232). Aceptando la acotación de Censorino, De die natali XIV 2 (Itaque primo gradu usque annum quintum decimum pueros dictos, quod sint puri, id est inpubes. Secundo ad tricensimum annum adulescentes, ab alescendo sic nominatos), el poema latino estaría situando la primera hazaña de Rodrigo hacia los quince años o poco más, lo cual, aun siendo perfectamente posible en la época (vid. Contamine 1984: 386, Reilly 1988: 349, Torres 1999: 436 y 486), no tiene seguramente más valor que el responder a necesidades literarias. Aun si así no fuese, queda el problema que representa la fecha de nacimiento de Rodrigo. Menéndez Pidal (127 y 184-85), visto que la Historia Roderici 4 sitúa la investidura caballeresca de Rodrigo antes de la batalla de Graus (1063) y que ésta solía hacerse entre los quince y los veintiún años, coloca su nacimiento entre 1041 y 1047, inclinándose por la fecha intermedia de 1043, con lo que tendría veinte años en la jornada grausina. Ubieto (1973: 177-78) retrasa dicha fecha, basándose en que, según la biografía latina, don Sancho armó caballero al Cid siendo ya rey, por lo tanto entre 1066 y 1072, y en que la carta de arras está datada en 1074. Situando ambos acontecimientos entre los quince y los veinte años, Rodrigo habría visto la luz hacia 1054-1057. El primer argumento no tiene demasiado peso, si se advierte que la Historia Roderici también sitúa la batalla de Graus tras titular rey a Sancho, pues, aunque Ubieto (1981: 153-77) la pospone hasta 1069, se celebró sin duda en 1063 (Montaner 1998: 13-20). El segundo, menos aún, pues nada impide que Rodrigo se casase en fechas posteriores (cf. Torres Sevilla 1999: 487, n. 187). Reilly (1988: 37) y Fletcher (1989: 110) se atienen a la argumentación pidaliana para aceptar como fecha más probable 1043, mientras que Martínez Diez (1999: 31-34) sigue a Ubieto al aceptar que Rodrigo fue armado caballero por don Sancho ya entronizado y, por lo tanto, tras el 27 de diciembre de 1065. Basándose en la noticia del Carmen sobre la adolescencia de Rodrigo en el momento de su victoria sobre el navarro Jimeno Garcés, que sitúa en la supuesta guerra de los tres Sanchos (1067), concluye que hubo de recibir la investidura en 1066. Por lo tanto, Rodrigo (a la sazón de diecisiete a diecinueve años) habría nacido entre 1048 y 1050. En 19 cuanto a la batalla de Graus (que fecha en 1064), Rodrigo habría acudido a ella «como paje o joven doncel», con dieciséis o dieciocho años. El caso es que la Historia Roderici 4 antepone claramente la investidura a la batalla de Graus y aunque no detalla cuál fue la participación de Rodrigo en ella, deja patente que secum duxit illumque in exercitu suo et in suo triumpho praesentem habuit, es decir, que formó parte de su ejército y asistió al combate, lo que, por cierto, habría podido hacer, según los usos del momento, con apenas catorce años. Sin poder establecer con cuánta antelación ciñó don Sancho la espada a Rodrigo, resulta bastante aventurado hacer ningún cálculo. Lo más que puede sugerirse es que, si fue justo antes del citado combate, que sería su bautismo de fuego, como parece sugerir la biografía latina, Rodrigo contaría en Graus (1063) entre catorce y dieciocho años (cf. Contamine 1984: 386), de modo que habría nacido hacia 1045-1049. Si el combate contra Jimeno Garcés (sobre el cual véase el apartado I.1.b del estudio introductorio) tuvo lugar en la supuesta guerra de los tres Sanchos, datada en 1067, Rodrigo habría tenido entonces de dieciocho a veintidós años, dentro, pues, de los límites de la adolescentia. Ahora bien, el Carmen, como queda dicho, apunta a la primera juventud, casi al límite de la pueritia (véase el comentario al verso 35), así que su testimonio no puede tomarse realmente en apoyo de ninguna datación concreta. La misión de ese dato en el texto es esencialmente literaria, como ya sospechó Barceló (1966: 126). En primer lugar, referir las proezas juveniles responde a las pautas básicas del panegírico (Wright 223 y 232). A ello puede añadirse su carácter singular, de acuerdo con la recomendación de Quintiliano (III 7, 16): sciamus gratiora esse audientibus, quae solus quis aut primus aut certe cum paucis fecisse dicetur, si quid praeterea supra spem aut expectationem, praecipue quod aliena potius causa quam sua. Además, se establece así la oposición entre el novel y el veterano al que se impone, viejo asunto literario cifrado en los motivos L100: «Unpromising heroe», L140: «The unpromising surpasses the promising» y L311: «Weak (small) heroe overcomes large fighter» del índice de Thompson (1955-1958: V 8, 13 y 18) y cuyo ejemplo característico es la victoria de David sobre Goliat precisamente en singulare certamen (I Reg. 17, 23-51; cf. Prósper Aquitano, Expositio psalmorum [CC SL 68A], C-CL psal. 143: Golias bellator potens puero Dauid singulari certamine superatus agnoscitur). Compárese también la alabanza que se hace de Garfín tras su victoria sobre el conde Nasón en el Zifar, ms. P 79v [Admyte 560]: «E todos que allí estavan se maravillavan de aquel golpe atan esquivo e tovieron que recudirié Garfín a ser muy buen cavallero e muy esmerado entre todos los otros, ca aún era ma<n>çebo, que estonçe le apuntavan las barvas». Por último, tal presentación se adscribe a la antigua caracterización del adolescente que, pese a su juventud, es docto, en este caso en el campo de batalla (aunque se 20 podía serlo en la escuela; cf. Cicerón, Fin. I 13: accurate autem quondam a L. Torquato, homine omni doctrina erudito, defensa est Epicuri sententia de uoluptate, a meque ei responsum, cum C. Triarius, in primis gravis et doctus adulescens, ei disputationi interesset). Se trata, como ya ha señalado Gwara (1987: 202), del conocido tópico, habitual en el panegírico, del puer senex o puer senilis, bien estudiado por Curtius (1938: 172 ss.) y (1955: 149-53). Para el caso que nos ocupa, la formulación más procedente es la de Virgilio, Aen. IX 311: ante annos animumque gerens curamque uirilem. Además, como explica Curtius (1955: 289, cf. 603): «Todas las “harmonías de contraste” (puer-senex y otras análogas) son fórmulas del pathos y como tales tienen una vitalidad peculiarmente vigorosa», lo que en este caso se refuerza por la contraposición del adolescens a sus maiores (véase el comentario a los versos 27-28). Nauarrum: En cuanto al Nauarrus víctima de la precoz valentía del héroe, se trataría, según la Historia Roderici 5, de cierto Jimeno Garcés, uno de melioribus Pampilone, cuya identidad ha sido explorada por Barceló (1966). Sobre la posible historicidad del suceso, remitimos a lo dicho en el estudio preliminar (I.1.b). Aquí interesa señalar que, como el mismo Barceló (1966: 113-14) ha recordado, los términos que usan el Carmen y la biografía latina no eran equivalentes en la época de la acción (fines del siglo XI). Según Ubieto (1973: 48-55 y 1981: 226), lo que hoy se entiende por Navarra era hasta c. 1160 el reino de Pamplona, reservándose probablemente aquél corónimo a lo que más tarde se denominó Antigua Navarra, en la cuenca media del río Arga, hacia el oeste. En cambio, Martín Duque (1999: 60-61) considera que la distinción entre Pampilonenses y Nauarri (término ligado al parecer al vascuence nabar 'reja de arado') responde en origen a una dicotomía social entre la aristocracia militar y señorial, por un lado, y los villanos, por otra, haciéndose sinónimos ambos términos primero en Francia (donde, no obstante, [terra] Nauarra designaba también a la Gascuña todavía a mediados del siglo XII). Tal sentido del término no empezaría a propagarse por tierras hispanas hasta finales del siglo XI y sólo en 1162 se adoptaría en la propia Navarra «como nueva y definitiva denominación del reino». Sea como fuere, los usos diplomáticos del momento parecen adelantar la aceptación (al menos oficiosa) de esta acepción a c. 1150 (Montaner 1993: 505-6; cf. Menéndez Pidal 1963: 179). Barceló (1966: 118-22), en la creencia de que el Carmen es coetáneo de su héroe, utiliza el dato (siguiendo la interpretación geográfica de Ubieto) para intentar precisar cuál de los personajes de nombre Jimeno Garcés fue el que se enfrentó con el joven Rodrigo. Admitiendo, en cambio, la explicación de Martín Duque o simplemente una fecha tardía, el poema latino podría agruparse con los textos que, en las propias palabras de Barceló, «vuelven al topónimo 21 “Navarra” [...] porque la diferenciación ya no tiene ningún sentido» (1966: 114). Se trata, en particular, de las crónicas alfonsíes, que claramente vierten Postea namque pugnauit cum Eximino Garcez uno de melioribus Pampilone (HR 5) por «otrossí lidió Roy Díaz el Çid con un cavallero de los mejores de Navarra, que avié nombre Xemén García de Torrellos» (Primera Crónica General 522a, el último elemento procede del Liber Regum). Todo apunta, pues, a que el Nauarrus del Carmen sea una modernización (sugerida quizá metris causa) de una expresión ya anticuada. 27-28: Hinc Campidoctor dictus est maiorum / ore uirorum: Sobre los términos Campidoctor y «Campeador», baste remitir a los apartados I.1 y III.1 de nuestro estudio introductorio, así como al comentario al v. 18. Acerca de la expresión ore uirorum puede consultarse lo señalado en nuestra «Nota crítica». La importancia del sobrenombre recibido de resultas de la batalla —saldada con valentía o, por el contrario, de modo ignominioso— queda bien reflejada en HR 38, 31-35. maiores: Se hace referencia, probablemente, a los maiores de Rodrigo (Wright 228), cuya edad y veteranía contrasta con la juventud del héroe (adolescens del verso anterior), experta sin embargo (cf., por ejemplo, Tácito, Germ. 13, donde también se establece un claro contraste entre los adulescentuli y los robustiores y iam pridem probati). El significado de maiores no puede ser en principio el de «antiguos», y tampoco parece preferible entender el adjetivo como «mejores» o «nobles» («gent gran» traduce Figueras, quien sin embargo apunta en nota: «els vells», «ancians»; así fue llamado «por boca de los hombres principales» traducía Menéndez Pidal; Riquer traduce por «els maiors barons», entendiendo este último término en su sentido medieval de 'hombre principal, personaje ilustre'). A los maiores Castelle se alude en HR 7, 6-7, a los maiores curie en 11, 1, y a los maiores et meliores Cesaraugustane urbis en 47, 11; también en el Poema de Almería aparece el término (40-41: orant maiores inuitant atque minores / ut ueniant cuncti fortes ad prelia tuti; cf. Higashi 1995: 38 y, en general, 2004). 29: iam portendebat quid esset facturus: Cf., por ejemplo, Cicerón, Att. II 22, 1 (nam Pulchellum nostrum facillime teneremus aut certe quid esset facturus scire possemus), Ioh. 6, 6 (hoc autem dicebat temptans eum ipse enim sciebat quid esset facturus). Por lo demás, el empleo del verbo portendo también sugiere, desde el plano léxico (cf. portentum) el carácter casi prodigioso de las futuras hazañas de Rodrigo. Cabe comparar los siguientes pasajes de S. Julián de Toledo: De comprob. sextae aet. [CC SL 115], I 6, líns. 16-19 (Non ergo computati anni a principio mundi per legem aut prophetas Christum nasciturum promittunt, sed 22 testimonia euidentiora idipsum futurum esse portendunt, quod iam apud nos praeteritum celebratur), I 9, líns. 6-8 (Cur, inquam, ea ipsa signa temporis primi aduentus Christi in diebus nouissimis futura esse portendunt). Dentro de los Acta sanctorum, cf. Vita S. Rictrudis, cap. I (mens enim futuri quodammodo praesaga doloris, iam portendebat, quod adhuc ignorabat). VIII 30: lites nam superat<ur>us: Acerca de la enmienda superat<ur>us puede consultarse lo señalado en nuestra «Nota crítica». El verso evoca el elogio dispensado a Rodrigo en el PA, vv. 234-235: de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur, / qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros. El empleo del término lis podría considerarse como un posible argumento a favor de la autoría hispana del Carmen, según considera Gil —entre otros indicios léxicos (1995: 46)— a propósito de la Historia Roderici (cf. 35, lín. 38), si bien aparece con frecuencia en textos de otra procedencia (cf. por ejemplo Rithmus de expeditione Ierosolimitana, ed. Falk, v. 55: inter eum lites sunt et Cuonradum nate). 31: regias opes pede calcaturus: Frente a la sugerencia de Wright (236), según la cual se haría referencia así al «camp of the Count of Barcelona», considera Smith (1986: 104-5) que el adjetivo sólo podía adquirir un sentido satisfactorio si se aludía en el poema a la toma de Valencia. En realidad, el adjetivo regias podría referirse (sin salir del texto conservado) a las tropas que el rey Alfonso envió contra Rodrigo en Cabra, o a las del rey Alfagib de Lérida, o a ambas. En cuanto a la expresión, cabe comparar, también en un contexto de enfrentamiento, Tácito, Hist. V 17 (cineres ossaque legionum calcantis), Boecio, Philos. consol. [CC SL 94], IV 1, p. 64, líns. 13-15 (uirtus non solum praemiis caret, uerum etiam sceleratorum pedibus subiecta calcatur et in locum facinorum supplicia luit); percalcans pede (sc. cuncta negotia saeculi) se lee en la tercera estrofa del himno hispano a S. Jerónimo (s. IX; ap. Wright 1989: 113). 32: ense: Se trata de una voz claramente poética, por gladio; el término aparece asimismo en el Poema de Almería, v. 278 (ad pugnam uenit, qua plures ense peremit). IX 33-36: En la HR (5, 1-3) se lee algo casi idéntico en forma y fondo, según hemos destacado en nuestra introducción (Rex autem Sanctius adeo diligebat Rodericum Didaci multa dilectione et nimio amore, quod constituit eum principem super omnem militiam suam). No parece necesario suponer el paralelo que establece Wright (223-24) con el evangelio de S. 23 Juan (3, 16: sic enim Deus dilexit mundum, ut Filium suum unigenitum daret), si bien es cierto que el lenguaje bíblico y su imaginería, como ya hemos señalado, impregna todo este tipo de obras. Un caso claro es el que advertimos en la Chronica Naierensis III 15, 11-13, donde se escenifica un diálogo entre Sancho y Rodrigo claramente inspirado, en nuestra opinión, en el que relata el Génesis entre Dios y Abraham (18, 26-32) a propósito del castigo de Sodoma y Gomorra, con una serie similar de concesiones mediante una gradación numérica descendente. Smith (1985: 50, n. 21) ha señalado un curioso paralelo en el Siråj almul€k (1122) de A††ur†€fi°, en que Ibn Almußhaf° le indica a Almanzor «que vuestro ejército no contaba con mil, ni quinientos, ni cien, ni cincuenta, ni veinte, ni aun con diez valientes guerreros» (ap. Dozy 1881a: II 235-36); sin embargo, el carácter dialogado y la serie numérica acercan más la crónica al relato del Génesis que a esta anécdota (cuya posible difusión oral es además pura hipótesis). En todo caso, el pasaje de la crónica no nos parece tan «poetical in spirit» como, sin aludir a su posible fuente bíblica, sugería Entwistle (1928: 208) —quien, sin embargo, enfatizaba con razón cómo en el pasaje relumbra muy notablemente la humildad de Rodrigo—, ni «de sabor muy juglaresco», como ha apuntado Gil (1995: 19), aunque sí es cierto que recuerda, por lo que hace a Sancho, a los gabs o fanfarronadas de algunos héroes épicos franceses, como señala Bautista (2007 [en prensa]). Sobre la pervivencia en la prosa de la Chronica Naierensis de la pretendida fuente poética de este pasaje, el Carmen de morte Sanctii regis (cuyos versos —supuestos hexámetros— intentó reconstruir Entwistle [1928], a quien se debe también su título), puede consultarse, además de dicho trabajo, Rico (1969: 81-85), Smith (1985: 46-41), Wright (1989: 342), Gil (1995: 18), quien considera otras posibilidades métricas, y Estévez (1995: LXXXVI-LXXXIX), así como lo ya indicado en el apartado I.2.c de nuestro estudio preliminar. 34: iuuenem cernens ad alta subire: La calificación de iuuenis indica el paso de Rodrigo a la siguiente fase de su desarrollo, en la que se espera de él la consolidación del prometedor adolescente de los versos anteriores. Como señala Fossier (1988: 384): «Adulescens —el vocabulario, en efecto, se precisa poco a poco en el siglo XII—, el niño pasa a manos de aquel de los dos padres cuyo sexo comparte: seguirá así hasta la ruptura, que hace de él un individuo que ha entrado en la vida real, a los catorce o quince años. Juuenis, si es varón, esperará hasta tener una situación antes de tomar esposa, y ello a todos los niveles de la sociedad». Acerca de la conjetura de Curtius (ad alta por adlata) puede consultarse lo indicado en nuestra «Nota crítica». Desde el punto de vista lingüístico cabe comparar, en cierto modo, 24 Virgilio, Aen. IV 665 (it clamor ad alta atria); la expresión incepti redeamus ad alta laboris se lee en el Poema de Almería (v. 37) y el simple sintagma ad alta se documenta por ejemplo en el De comitibus, a propósito de Wifredo (v. 4: [hanc domum] ad alta tulit; cf. Bofarull 1836: I 42, Amador 333, Martínez 1991: 42), así como en el poema de Oliba en alabanza del monasterio de Ripoll (v. 10; cf. García Villada 1914: 156). La idea, referida a Rodrigo, se halla implícita quizá en el creuit de la Historia Roderici (5, 3-4: Rodericus igitur creuit et factus est uir bellator fortissimus et Campidoctus in aula regis Sanctii; cf. Beato de Liébana y Eterio de Osma, Adu. Elipand. [CC CM 59], I 89, p. 68, líns. 2597-98: fortes facti sunt in bello, castra subuerterunt exterorum) y preludia el exaltare posterior (46), así como el sublimari del v. 51 (cf. HR 17, 4: Almuktaman uero exaltauit et sublimauit Rodericum). Respecto a la construcción en su conjunto, cabe comparar Rot. 6, 5-6 (uidens eum Egica rex elegantem, recogitans in corde ne...; cf. Ex. 2, 2: et uidens eum elegantem); el pasaje evoca asimismo, por su gran similitud, el de CN I 210 (referido al último rey godo): Qui Rudericus iam suprafatus creuit et ad etatem perfectam uenit. Vir bellator fuit. 35-36: principatum uelit illi prime / cohortis dare: Acerca del término principatus, cf. por ejemplo HC I 64 (omnes ergo fere consules aliosque in Hispania principatum tenentes). No tiene que ver, en principio, con el concepto de princeps al que se alude en el v. 8, puesto que en éste se refiere a la condición de señor (posiblemente autónomo) de un territorio, mientras que aquí tiene el sentido más restringido de princeps militiae o jefe militar, como se ha visto en I.1.d y en el comentario al mencionado verso. A los ejemplos allí aducidos añádanse las menciones, en 1103, de Gutier Suarios, princeps Toletanae militiae y, en 1107, de Ferrandus Telliz, princeps Toletane militie (García Luján 1982: docs. 2-3). Este cargo fue luego anejo a la alcaidía de Toledo: Imperator tandem dedit Toletum Roderico Fernandiz et multas ciuitates et oppida in Extrematura et in Castella et factus est princeps Toletane militie (CAI II 31). Como ya hemos indicado anteriormente, el principatus prime cohortis se corresponde con el nombramiento de princeps super omnem militiam suam que refiere la Historia Roderici 5. Normalmente, se ha interpretado la biografía latina en el sentido de que Sancho II puso a Rodrigo al mando de todo su ejército (cf. Falque 1983: 5), misión que correspondería al alférez, según las funciones que desempeñaba en el siglo XIII (véase el apartado I.1.d del estudio introductorio). Ahora bien, eso no cuadra con la expresión prima cohors, que no puede referirse a la totalidad del ejército, entendiendo por tal la hueste o el fonsado, es decir, la reunión de las tropas reales, señoriales y concejiles bajo el mando directo del monarca, para 25 una gran expedición militar, en el caso de la hueste, o con menos efectivos y finalidades más concretas, al menos inicialmente, en el del fonsado (Ubieto Arteta 1966, Valdeavellano 1982: 614-16). El término cohors, perdido el sentido técnico de décima parte de la legión romana, designaba el ejército en campaña (HC I 50: ultra flumen, ubi totam militie sue cohortem reliquerat; PA 260: Formosus, fortis, probus est et cura cohortis), pero su uso preferente en plural (HC I 77, 90 y 92; CAI I 39, 51 y 88; II 36 y 40; PA 273, 360 y 376) ya da a entender que una sola cohorte no podía identificarse con toda la hueste, sino con una parte de ésta (cf. HC I 68: ad immensam militum cohortem et innumerabilem peditum turbam penetrassent), lo que la adición de prima deja aquí bien claro. Podríamos estar ante una discrepancia entre el Carmen y la Historia Roderici, pero no hay tal, pues la singularidad que el ordinal aporta en el poema la da el posesivo en la biografía latina. En efecto, tanto en ella como en otros textos se diferencia entre la milicia o el ejército particulares y generales. El primer caso se expresa mediante el mismo recurso al posesivo, reforzado a veces con el adjetivo proprius (cf. HC I 50: Et ipsam eandem comitissam cum nobili puero, domino uidelicet suo, et cum omni sua militia [...] conducerent; CAI I 34: Ipse rex cum suo exercitu intrauit per portum Regem in terram Moabitarum; I 92: Imperator propriis militibus et cunctis comitibus et principibus et ducibus, qui in toto suo regno erant, ut unusquisque eorum cum sua nobili militia parati uenirent [...] precepit; HR 7: Vnusquisque istorum cum sua militia uenerunt pugnaturi contra regem Sibille; 13: Rodericus [...] cum omni exercitu suo coram oculis inimicorum, uidelicet tocius exercitus Alfagit, sua temptoria fixit); el segundo, normalmente a través de calificativos que señalan el mayor tamaño del ejército (CAI I 9: Adefonsus rex Legionensis festinus iussit intonare uoces et preconia regia [...] et, congregato magno exercitu, exiit obuiam ei; I 82: imperator, congregata magna militia terre Legionis, abiit in Portugale; II 24: Qui congregans magnam militiam Castelle et Extremature, insuper milites et pedites Toleti et aliarum ciuitatum, que sub conditione Toleti sunt, et ascendit in terram Sibilie; HR 37, 13-15: Berengarius comes uero Barcinonensis [...] <cum> inmensum exercitum egressus est de Barcinona). De este modo se diferencia entre la hueste o el fonsado generales y las tropas particulares del rey, de los señores o de los concejos. Así pues, por la militia sua (de don Sancho) a la que se refiere la Historia Roderici se ha de entender específicamente el cuerpo de guardia o milicia personal del rey, la mesnada o compaña formada por los fideles o milites palatii y, desde el siglo XII, mesnatarii, es decir, los caballeros del séquito regio, vasallos directos del monarca y custodios de la real persona (Valdeavellanos 1982: 383-34, 453, 493 y 615). Se advierte entonces que prima cohors es la forma elegante con que el clasicista autor del Carmen denomina a la militia regis. 26 X 37: Illo nolente: Ablativo absoluto de carácter casi formular, parece un calco de la expresión común Deo uolente (cf., por ejemplo, HR 38, 31) o Deo iuuante (CN III 15, 80), y preludia por antítesis el uolebat del verso siguiente (como rasgo característico del monarca, sujeto tan sólo al ejercicio de su propia uoluntas: cf., asimismo, vv. 35, 46). En cualquier caso, se trata de un verbo frecuentemente aplicado al Cid, caballero «rebelde» por excelencia (cf., por ejemplo, HR 19, 6: noluit ire, 30, 15: noluit pugnare, 34, 4: in eius auxilio esse noluit). Su testarudez (Rodrigo era <dure> ceruicis, según HR 70, 15) parece casi proverbial en un héroe que se aposta tamquam lapis immobilis (37, 9; cf. Ex. 15, 16: Irruat super eos formido et pauor, in magnitudine brachii tui: fiant immobiles quasi lapis, Ovidio, Met. XIII 801: his inmobilior scopulis). Sin embargo, en este caso la expresión podría aludir simplemente a su humildad o prudentia, que se contrapone en todo momento a la soberbia característica de sus adversarios (v. 77). Guerrieri Croccetti, Riquer y Higashi interpretan — de acuerdo, en cierto modo, con lo expresado en la HR— que el Cid no rechaza los honores anteriormente mencionados (vv. 35-36), sino que no hace nada por procurarse los nuevos, los que Sancho estaba planeando otorgarle (v. 38). En tal caso, habría que traducir «Sin él quererlo, Sancho deseaba [...]», o bien «Contra su voluntad, Sancho quería [...]»; illo nolente dependería así del uolebat del v. 38, en vez de incidir sobre la idea expresada en 35-36, como la posición de este ablativo absoluto sugiere más bien y como nosotros interpretamos en nuestra traducción. 38: dare uolebat ei meliorem: En cuanto a la expresión, cf., por ejemplo, S. Agustín, In Iohannis euang. tract. [CC SL 36], XIX 6, p. 191, líns. 27-28 (ego, inquis, maiorem honorem uolo dare Patri, minorem Filio). Se plantea la cuestión de si había en la milicia —o en el seno de la corte— un cargo superior al del principatus. Sancho II, tras nombrar a Rodrigo jefe de la milicia regia, es decir, alférez (véase el comentario al verso anterior y el apartado correspondiente del estudio preliminar), quiere otorgarle un «honor mejor». Éste podía ser la mayordomía regia, como muestran los casos de Lope López, alférez de Alfonso VII en 11261127 y luego su mayordomo de 1130 a 1134; de Ponce de Minerva, alférez del emperador entre 1141 y 1145 y más tarde mayordomo de Fernando II en 1164 (Fernández-Xesta 1991: 119-20, 164-65 y 228, cf. García Luján 1982: I 90-91, y Torres Sevilla 1999: 448); de Gonzalo Rodríguez, alférez de Sancho III de 1149 a 1155 y luego su mayordomo en 1157, o, bajo Alfonso IX, de Juan Fernández, Fernando Gutiérrez, Lorenzo Suárez y Fernando Fernández (Mateu Ibars 1980: 291 y 293). Otra opción en la que podría pensar el autor del 27 Carmen, preferible quizás a la luz de los vv. 43-44, es que el rey le entregase una tenencia o dominio territorial, con la dignidad condal, como sucedió bajo Alfonso VI con dos de los alféreces más duraderos de la época: Martín Alfónsez, titular de 1066 a 1071 y conde desde mayo de ese mismo año (cf. Herrero 1988: doc. 699) hasta su muerte en 1091 ó 1092, y Gómez González, armígero entre 1093 y 1099 y luego conde de Lara, desde 1102 (cf. Herrero 1988: doc. 1081); bajo Alfonso VII con Manrique Pérez de Lara, alférez de 1134 a 1137 y conde al menos desde 1142, y con su hermano Nuño, titular desde 1145 a 1155 y conde a partir de este año; y bajo Alfonso VIII con Gonzalo de Marañón, que desempeñó el cargo de 1171 a 1178 y recibió la dignidad condal en 1174, sin perder por ello el alferazgo (vid. Mateu Ibars 1980: 298-300; García Luján 1982: I, 90-91; Reilly 1988: 55-56, 275, 306-7, 331, 356; Torres Sevilla 1999: 447-51). En este caso, el término honos podría contagiarse aquí de la acepción de «territorio encomendado por el rey a un vasallo» que tenía en esa época en romance, como se advierte en el Cantar de mio Cid 289: «unos dexan casas e otros onores» o 886-87: «Sobr'esto todo, a vós quito, Minaya; / honores e tierras avellas condonadas», y por extensión «hacienda, bienes raíces», como en 2495: «que he aver e tierra e oro e onor» y 2565: «que les diemos por arras e por onores» (cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 776-79 y Montaner 1993: 218, 477 y 552). 39: nisi tam cito subiret rex mortem: A la mors inopina de Sancho se alude expresamente en CN III 16, 44. 40: nulli parcentem: La expresión de lo ineluctable de la muerte es, como no podía ser menos, absolutamente tópica (cf., por ejemplo, dentro de la literatura latina, Horacio, Carm. II 3, 24: nil miserantis Orci, III 9, 12: si parcent animae fata superstiti, y, en términos similares, 16). El tópico es recurrente, por ejemplo, en la poesía de Ripoll. En los versos dedicados a Armengol, conde de Vich, incluidos en el De comitibus, puede leerse la expresión hunc fera mors rapuit, / quae nulli parcere nouit (ed. Nicolau d´Olwer, nº 6, II, v. 35, donde se remite a Rabano Mauro, Carm. 11, PL CXII 1673: mors fera quem rapuit; cf. Bofarull 1836: I 116, Amador 333, García Villada 1914: 160, Martínez 1991: 42; puede compararse, asimismo, el pasaje de Juan Escoto Eriúgena citado en nuestro comentario a propósito del v. 110). Cabe mencionar por su similitud un verso recogido por Amador (342, nº 3): nisi me cita mors rapuisset, así como, en alusión al carácter prematuro de la muerte de Guillermo Berenguer, el poema no ripollense citado por Bofarull (1836: I 246) y por Martínez (1991: 41, v. 4: inuidiosa tuos sustulit ante dies, pasaje que evoca sin duda la famosa inuida aetas horaciana: Carm. I 11, 7-8). Varias expresiones comparables se recogen en el Epicedion de Ramón 28 Borrell III (ed. Nicolau d´Olwer, nº 2, v. 8: hunc morte premente, v. 59: ni te seua tuis mors rapuisset, v. 64: inuidit properans mors remeanti, v. 74: nobis mors rapuit seua misellis; cf. Martínez 1991: 37-39); en el v. 78 del Carmen canorum (ed. Nicolau d´Olwer, nº 50) se lee: sic mors neminem ledit. Incluso en el famoso Gaudeamus igitur universitario cabe anotar una reflexión similar (Vita nostra breuis est, / breui finietur, / uenit mors uelociter, / rapit nos atrociter, / nemini parcetur). La expresión antinómica nemine resistente puede leerse en la lín. 8 del diploma valenciano de 1098, y Heu! mors, equa nimis / nec cuiquam parcere docta se lee en el primer verso del epitafio de doña Gontrodo, de 1186 (cf. Pérez González 1999: 107). XI 41: post cuius necem: Este giro transicional, propio de la prosa, también se documenta en HR 64, 4 (post cuius mortem, a propósito de Sancho de Aragón), y en CN II 21, 1 (post eius obitum); un post eius necem puede leerse en los Gesta comitum Barcinonensium, como se observa en nuestra lámina (f. 25r, lín. 12). La inclusión del término poético nex (que en poesía clásica suele significar «crimen» o «ejecución»: cf. Uría 1993) representa una clara uariatio respecto al mors inmediatamente anterior (39). dolose: El asesinato del rey Sancho se produjo durante el cerco de Zamora, durante un descuido del monarca, mientras sus tropas se enfrentaban a las de su hermana Urraca (la perentoria causa de su desdicha la especifica la Crónica Najerense —como sabemos hoy, pese a la rasura del manuscrito I, gracias al testimonio de S— en III 16, 31-32: et rex de equo descendens ad nature sederet neccessaria; varios paralelos reseña Gil 1995: 24, n. 69, mientras que apunta posibles reminiscencias bíblicas Smith 1985: 51-52). Según dicha crónica (III 16, 21) su asesino fue el traidor Bellido Ataulfo (Vellido Dolfos en la tradición hispánica, personaje del que «ni un sólo testimonio documental atestigua la existencia», según Mínguez 2000: 46, si bien pensamos que podría identificarse, pese a cierta distancia temporal, con el Vellit Adulfiz de un diploma leonés de 1057, ed. Herrero 1988: doc. 588), quien le dio muerte, ad regem dolose ueniens. El correspondiente adjetivo tiene su paralelo en HR 34, 14 (cognoscens inimicorum suorum dolosis detractionibus et falsis accusationibus). De la interpretación de los vv. 41-44 se ha ocupado especialmente Barceló (1968: 128-32). La referencia concreta a las circunstancias insidiosas en que se produjo la muerte de Sancho — ausentes de la HR (a consecuencia del origen leonés de su autor, según Smith 1986: 110; cf. Figueras 26)— es bastante llamativa. Según la apostilla del monje de Silos, escrita en un ejemplar del Liber commicus, también Alfonso habría sido cómplice de su asesinato, tras 29 haber entrado subrepticiamente en la ciudad (ed. Menéndez Pidal 711, cf. Gil 1995: 23, n. 50). 42: rex Eldefonsus obtinuit terram: Como de costumbre, es un giro bíblico (por ejemplo Iudith 3, 7: tunc descendit de montibus cum equitibus in uirtute magna et obtinuit omnem ciuitatem et omnem inhabitantem terram, Iob 22, 8: in fortitudine brachii tui possidebas terram et potentissimus obtinebas eam) y reaparece, entre otros, en Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 34 [PL CXCVIII 1085] (Proinde dicunt quidam hoc semel factum, cum primo scilicet terram obtinuerunt). La terra es el territorio del que era rey Sancho (33) y del que luego se expulsará a Rodrigo (65). Compárese el verso con lo que el propio Alfonso VI declara en un documento de 17 de noviembre de 1072: presenti tempori factus extorris a potestate regni mei et postea restituit me Deus quod amiseram, sine sanguine hostium, sine depredatione regionis, et subito, quum non extimabatur, accepi terram sine inquietudine, sine alicuius contradictione et sedi in sede genitoris mei, Dei donante clementia (ed. Ruiz Asencio 1990: doc. 1182, ed. Gambra 1997-1998: doc. 11). En éste, como en todos los diplomas originales de su reinado, el nombre del monarca aparece como Adefonsus, sustituido ocasionalmente por Aldefonsus o Ildefonsus en las copias del siglo XII (Reilly 1988: 83) y lo mismo sucede con Alfonso VII, mientras que en la documentación original de Alfonso VIII alternan las variantes Adefonsus y Aldefonsus, si bien continúa prevaleciendo la primera (cf. García Luján 1988: II 330). Así se advierte, en contraste con la forma aragonesa, en los tratados firmados por Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II de Aragón en 1170 y 1191, cuya intitulación reza: Ego Adefonsus, Dei gracia rex Castellanorum, et ego Ildefonsus, eadem gracia rex Aragonensis (ed. Sánchez Casabón 1995: docs. 90 y 92). Frente a este conservadurismo cancilleresco, la historiografía muestra mayor dispersión (cf. Reilly 1988: 47-48, nn. 48-49). La Chronica Adefonsi imperatoris, fiel a los usos oficiales, emplea únicamente Adefonsus, mientras que la Historia Roderici y la Chronica Naierensis, más tardías, optan por Aldefonsus, que es también la forma que emplea Jiménez de Rada en De rebus Hispanie, donde reserva Ildefonsus para referirse al santo toledano y el más vulgar Alfonsus para Alfonso Téllez. Por su parte, la Historia Compostellana, a causa, seguramente, de su autoría múltiple, emplea de forma aparentemente aleatoria las variantes (por orden creciente) Aldefonsus, Alfonsus, Ildefonsus y Adefonsus. La penúltima era (según Schapiro 1964: 70, n. 308) la preferida por los cluniacenses; al menos es la empleada por Hildeberto, Vita Hugonis II 9 [PL CLIX 866] ( Hildefonsus Hispaniarum rex, qui a Santulo 30 fratre suo captus in uinculis tenebatur [...] Sic Hildefonsus, et sibi pariter et regno restitutus). Otros historiadores europeos utilizan versiones más cercanas al aragonés, catalán o provenzal (Vita B. Simonis [PL CLVI 1215]: regis Hispaniarum Anfursi et Roberti principis Apuliae neglectis nuntiis, Orderico Vital († c. 1142), Hist. eccles., V 14 [PL CLXXXVIII 414]: Porro Agatha regis filia, quae prius fuerat Heraldo desponsata, postmodum Amfurcio regi Galliciae per procos petenti, missa est desponsanda; cf. también Roberto de Torigny († 1186), Chronica, an. 1170 [PL CLX 511]: Alienor filia regis Henrici Anglorum ad Hispaniam ducta est, et ab Amfurso imperatore [= Alfonso VIII] solemniter desponsata), las cuales concuerdan con las de algunos diplomas y acuñaciones de Alfonso I el Batallador (vid. Gil Farrés 1976: 262-64 y Lema 1990: XXVI) y de Alfonso II de Aragón (vid. Sánchez Casabón 1995: 887), si bien Guillermo de Malmesbury († c. 1142), Gesta regum Anglorum 167, 276 y 282 [PL CXLIX 1137, 1253 y 1256] opta por la forma de moda en el siglo XII (Aldefonsus rex Galliciae). Como puede verse, la grafía Eldefonsus que adopta el Carmen es bastante rara. Sólo hemos podido hallarla, aplicada precisamente a Alfonso VI, en un documento catalán de 1157: in curia Eldefonsi regis Castellanorum (ap. Bofarull 1836: II 118), y como nombre de cierto Eldefonsus Hispaniensis episcopus al que se atribuye una Reuelatio datada en 845 (vid. J. Mabillon, Monitum in Eldefonsi opusculum [PL CVI 882-83]). A tenor del primer dato, podríamos estar aquí ante un indicio de la autoría ripollesa del poema, si bien cabría que un copista de Ripoll hubiese modificado así un Aldefonsus de su modelo. Claro que entonces se esperaría más bien Ildefonsus, que era la forma habitual en la documentación aragonesa y catalana del momento (cf. Sánchez Casabón 1995: 887). Aceptando, pues, que sea la lección original, es probable que el autor haya intentado ofrecer una grafía supuestamente etimológica (aunque esta sería en realidad Hildefonsus), con lo que su adopción respondería al mismo afán cultista que mueve al poeta a usar los topónimos clásicos en lugar de los modernos, frente a lo que se advierte en la Historia Roderici (véase el comentario a los versos 23-24, 83-84, 95 y 98). 43-44: cui quod frater uouerat per totam / dedit Castellam: La expresión puede compararse a la que aparece en el v. 85: per cunctas Ispanie partes. Guerrieri Crocetti, Horrent, Casariego y Higashi (frente a Wright, Figueras y Riquer, cuya interpretación compartimos) entienden que cui se refiere a Alfonso y que el sujeto de dedit es un elíptico Rodericus, es decir, que habría sido el Cid quien, siguiendo los deseos del difunto Sancho, entregó toda Castilla a don Alfonso. Esta interpretación parece basarse en la epéctasis de per 31 y en la supuesta existencia de una forma adjetival —inusitada por lo demás, que sepamos— pertotam (al respecto cf. Wright 243, n. 2, Barceló 1968: 130, Horrent 1973: 181 y Martínez Diez 1999: 70), grafía que en este caso podría haber inducido el peractam del v. 41 (cf. HR 1 7-8: bella... peracta); Guerrieri Crocetti (502-3) edita per totam y mantiene, sin embargo, tal interpretación («a questo, per estremo desiderio del fratello, egli —il Campeador— cedette tutta la Castiglia»). Desde el punto de vista histórico, ésta podría estar sugerida por el episodio de la jura en Santa Gadea, pero se trata de una leyenda que refleja las tradiciones anti-alfonsinas ligadas a la muerte de Sancho II en Zamora y bastante más tardía que el Carmen, seguramente, como demostró el propio Horrent (1973: 157-93, West 1983: 293-94). Por lo demás, la propuesta parece requerir un cambio de sujeto respecto al verbo anterior, obtinuit (sc. Eldefonsus), que no parece aconsejable desde el punto de vista sintácticoestilístico. Por el contrario, el complemento directo de dedit ha de ser quod frater uouerat, lo cual sólo hace viable en principio nuestra interpretación. Conviene recordar, además, que el privilegio de dare corresponde, lógicamente, al rey. Por otro lado, es más que improbable que Sancho II desease que alguien hiciera entrega de Castilla a su hermano Alfonso, ni aun después de muerto (Wright 233). Ya Puymaigre, en 1888, proponía traducir: «Après sa mort traîtreusement ammenée, le roi Alfonse monta sur le trône et donna au Campeador le rang que son frère lui destinait en Castille...» (ap. Barceló 1968: 129); podría entenderse que Alfonso le entregó las mandaciones o tenencias (de fortalezas, por ejemplo) que Sancho quería darle, haciendo de él una potestas, un magnate con delegación del poder real e incluso un conde, sobre lo cual véase el comentario al v. 38. uouerat: Significa aquí, probablemente, «había previsto confiarle u ofrecerle» más que «le había ofrecido». En cuanto a la expresión, cabe comparar HC III 46, 82 (inmensa munera, scilicet tres mille marchas argenti, imperatori fraudulenter uouerunt), CAI I 88, 2 (Quod postquam expleuit, sicut uouerat, reuersus est in terram Legionis et Castelle). XII 45: nec minus cepit hunc amare: El amor inicial del rey Alfonso hacia Rodrigo también aparece claramente reflejado en la HR 6, 1-3, como hemos señalado en nuestros apartados I.1.e y I.2.b. 46: ceteros plusquam uolens exaltare: Como hemos indicado en nuestra «Nota crítica», optamos por admitir la interpretación tradicional del pasaje, adoptando para ello, por razones 32 sintácticas, el acusativo ceteros. El orden prosaico de la frase sería uolens (sc. Eldefonsus) exaltare (sc. eum) plus quam ceteros. exaltare —verbo de hondas reminiscencias bíblicas y cristianas, a raíz sobre todo del famoso pasaje de Mat. 23, 12 (Qui autem se exaltauerit, humiliabitur: et qui se humiliauerit, exaltabitur)— parece adoptar un significado muy específico en nuestros textos, al designar la preeminencia otorgada al héroe por el rey en el seno de la corte. Se documenta asimismo, también con carácter excepcional dentro de los Chronica Hispana, en HR 12, 6-7 (Almuctaman [...] exaltauit eum) y en 17, 4 (Almuktaman uero exaltauit et sublimauit Rodericum). 47-48: donec ceperunt ei inuidere / compares aule: Cabe comparar HR 9, 7-9 (pro huiusmodi triumpho ac uictoria a Deo sibi collata quamplures tam propinqui quam extranei causa inuidie de falsis et non ueris rebus illum apud regem accusauerunt); a los curiales inuidentes se refiere esta misma crónica algo más adelante (11, 3). El concepto de inuidia vertebra una parte importante del Carmen, como es la etiológica, de una manera además notablemente elaborada y comprensiva, lo cual parece requerir una datación tardía, es decir, un tanto post euentum. Para más detalles acerca de este tema, remitimos al apartado I.1.e de nuestro estudio preliminar, así como a nuestro comentario acerca de los vv. 57-58. compares: No se trata de un adjetivo frecuente en este tipo de textos: cf. por ejemplo CN II 2, 2, PA 178 y 294, HC II 3, así como Pedro Coméstor, Hist. Schol. X 3 [PL CXCVIII 1325-26] (pueri Dauid superstites occiderunt compares suos), XX 35 [1556] (Est enim numerus superabundans, et congregatis omnibus suis partibus comparibus ascendit ad quinquaginta). Cabe inscribirlo dentro del gusto un tanto «cultista» que caracteriza al poeta. XIII 49: Dicentes regi: Casi con el significado de «maledicentes», más que en la simple acepción de «dirigirse a» (cf. HR 34, 2); en el fondo podría subyacer la tópica oposición — base de la «ironía» clásica— entre lo que los cortesanos de Alfonso «dicen» y lo que realmente «piensan» y temen (cf. HR 68, 2-4: dicens et fingens se uelle ire in Valentiam, cum ille in corde suo secreto Murum Vetulum circumdare et debellare disposuisset). Domine, quid facis?: La pregunta revela un tono desabrido, casi insolente por parte de los cortesanos de Alfonso, lo cual parece acorde con el retrato poco amable que se hace de la corte castellana en el poema. 33 50: malum operaris: El adjetivo malus, aquí como neutro sustantivado, al igual que en el v. 55 (mala cogitabit), se lo aplican los Castellani inuidentes a Rodrigo en HR 34, 2-3 (non erat ei fidelis bassallus sed traditor et malus; cf. 35, 75: neque malum cogitaui, en boca de Rodrigo). El verbo operor se documenta también en la HR (66, 22-23: Dei clementia opitulante et operante). 51: cum Rodericum sublimari sinis: Coincidimos en nuestra interpretación con las de Wright, Gil (según evidencia su puntuación) y Riquer. Casariego y Higashi, por su parte, consideran esta proposición como una subordinada del displicet del v. 52 (displicet nobis), con pausa fuerte tras operaris, en vez de tras sinis («cuanto más enalteces a Rodrigo / más nos desprecias a nosotros» y «nos desagrada cuando a Rodrigo permites descollar», en ambas traducciones respectivamente). Sin embargo, no parece un análisis satisfactorio desde el punto de vista sintáctico, por más que el v. 52 resulte un tanto cortante, rasgo que aquí, mediante una expresión que casi suena formular, concuerda en principio con la drástica negativa de los compares aule de Rodrigo —y curiales de Alfonso— a admitir su brillante ascensión en la corte. XIV El carácter amenazador de las advertencias al rey Alfonso (53-56) es propiamente el que parece determinar el posterior enfado y recelo del monarca, tactus zelo cordis (58), pese a no hallarse predispuesto a sentir animadversión alguna hacia Rodrigo (45). El giro del v. 53 (sit tibi notum) muestra un tono casi didáctico, como el que ofrece en el famoso verso de Serlon de Wilton (ap. Raby 1966: 341): nota tibi mundi sit nota: mundus abit. 55: semper contra te mala cogitabit: La expresión es bíblica (cf. Psal. 34, 4, Prov. 12, 20 y 24, 8, I Cor. 13, 5, etc.) y de sus muchas apariciones la más cercana es Psal. 40, 8 (aduersus me cogitabant mala mihi; cf. I Mach. 11, 8: cogitabat in Alexandrum consilia mala). Además de la Historia Roderici (35, 75: neque malum cogitaui), retoma la expresión, por ejemplo, Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 79 [PL CXCVIII 1120] (Tumulus iste sit foederis nostri testis, ne ego transeam illud, pergens contra te, malum tibi cogitans). XV 57: Quibus auditis susurronum dictis: La expresión es común, propia de la prosa; cf., por ejemplo, CN III 15, 4 (quo audito rex Santius [...]). 34 El adjetivo latino susurro (cf., por ejemplo, Rom. I 29) es de claro carácter onomatopéyico (al igual que murmurator y similares). Empleos del mismo se documentan igualmente en HC I 107, 1 (porro Galliciani precipue habent pre manibus susurrum et principum auribus instillare modo uera, modo falsa), II 85, 40 (susurrones et detractores maliuolentia atque inuidia ducti) y 62 (inuidia stimulante, susurrones et detractores uenenoso ore insurrexerunt in Compostellanum). Puede destacarse la marcada rima interna presente en el verso, recurso poco habitual en el poema (cf. vv. 25, 57, 73, 89 y 109, y, en general, III.2). Los susurrones (cast. ‘cizañeros’, ‘calumniadores’) son los demás magnates de la corte, a los que se alude en el v. 48 como compares aule, cuyo deseo es el de malquistar al rey con Rodrigo. Coinciden, efectivamente, con los curiales inuidentes de la Historia Roderici (9, 11 y 45), así como con los «mestureros» del Linage (18: «Pues lo ytó de tierra el rey don Alfonso a Rodic Díaz a tuerto, así que non lo mereció, que fu mesturado con el rey et yssiós de su tierra») y del Cantar de mio Cid (267: «por malos mestureros de tierra sodes echado»). La equivalencia entre el latino susurro y el castellano «mesturero» está bien documentada (Menéndez Pidal 1944-1946: 757 y Montaner, en prensa, b). A los ejemplos allí aducidos puede añadirse una noticia de Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, V 17 (Eo tempore rex Veremudus a susurrone seductus precepit capi Gudesteum episcopum Ouetensem), recogida por la Suma de las Crónicas de España [Admyte 980], 21r («E acaesçió assí que por mesturamiento de <al>gunas malas personas prendió a don Gusteo, obispo de Oviedo»). El término latino es explicado por Alfonso de Palencia en su Universal vocabulario [Admyte 1549], 484v: «Susurron es malediziente a escusañas, de doble lengua, murmurador e repeloso», y por Rodrigo Fernández de Santaella, Vocabulario eclesiástico [Admyte 2169], 173r: «Susurro, -onis [...]: el murmurador de oreja en oreja secreto, que tanbién se dize bilingüe e sembrador de discordia entre hermanos» (cf., asimismo, Castro 1936: 296, en referencia a E 3018 y T 1797, y, dentro del lenguaje popular, el certero dicho —de permanente actualidad— «más mata una mala lengua / que la mano del verdugo»). En cuanto a los mestureros, su actuación es descrita del siguiente modo por Sancho IV, Castigos e documentos, ms. BNM 6559 [Admyte 1737], 84v-85r: «Myo fijo, non te pagues nin quieras en tu conpañía omne mesturero nin dezidor nin asacador de mal, ca todo aquel que es mesturero por fuerça ha de ser dezidor e asacador de todo mal. E tal omne commo este nunca se parte de la oreja del señor con quien anda, deziéndole mal de cada uno e asacando e diziendo todo mal con sofismos malos que han en sí. E non le abonda [= ‘basta’] de fazer esto con el señor, mas entre los otros que andan en la su casa anda deziendo mal e fablando e metiendo mal entr’ellos por tal que ayan desabenençia e malquerençia entre sí». Como en el Carmen, la 35 «mestura» se presenta a menudo a caballo entre la envidia y la animadversión (Ambrosio Autperto, Oratio contra septem uitia [CC CM 27B], Recensio A, 4, p. 937, líns. 17-20: et quia ille qui inuidet et odit, consequenter susurrat et detrahit, hoc malum Scriptura sancta praecauendum denuntiat: «Non eris, inquit, susurro in populis» [Lev. 19, 16], et «Nolite detrahere alterutrum, fratres» [Iac. 4, 11]; Poridat de las poridades [Admyte 824], 4r : «el primer grado de seso es nombradía, e si la demandar omne sin so derecho, viene por ella enbidia, e por la envidia viene la mentira, e la mentira es raíz de las maldades, e por la mentira viene la mestura, e por la mestura viene la malquerencia, e por la malquerencia viene el tuerto, e por el tuerto viene el departimiento, e por el departimiento viene odio, e del odio viene la baraja, e de la baraja viene enemiztad, e de la enemiztad viene lit»). En cuanto al efecto que provocan las palabras de los mestureros, descrito en nuestro poema en el v. 58, cf. Prov. 26, 22: Verba susurronis quasi simplicia et ipsa perueniunt ad intima uentris, y, aunque bastante posterior, Polythecon [CC CM 93], III 216-17: Lingua susurronis nos uergit simplice uerbo, / sed grauiter nostrum cor uulnere pungit acerbo. 58: rex Eldefonsus tactus zelo cordis: Como sentenciaba S. Jerónimo, apoyándose en el testimonio de la Biblia, el corazón —y no el cerebro— es la sede de los afectos anímicos (Epist. 64, 1: quaeritur ubi sit animae principale. Plato in cerebro, Christus monstrat in corde: beati mundo corde, quoniam ipsi Deum uidebunt [Mt. 5, 8], et: de corde procedunt cogitationes malae [15, 19], et: quid cogitatis nequam in cordibus uestris [9, 4]?). La expresión del Carmen tiene abundantes paralelos más o menos próximos: cf. Casiodoro, Expos. psalm. [CC SL 98], ps. 137, 8, p. 1241, líns. 186-187 (ut omnem nobis contra inimicos zelum cordis excluderet), Vit. sanct. patrum Emeret. [CC SL 116], V 2, lín. 21 (nemo quolibet terrore perculsus uel quolibet zelo aut inuidia tactus), Odilo de Soissons (fl. c. 930), Sermo de Sancto Medardo [PL CXXXII 630] (hic intimo cordis prouocatus zelo), Galberto de Brujas (c. 1127), Altera uita Caroli Boni III 23 [PL CLXVI 956-57] (si indurato cordis zelo non conspirassent in tradendo comitem), S. Bernardo de Claraval († 1153), Epist. 248, par. 2, vol. 8, p. 143, lín. 14 (gratias agimus domino Lexouiensi, qui, zelo domus Domini tactus), S. Valerio, Ord. quer. [ES, XVI, pp. 399-400; ap. Gil 1973: 211] (Sic induratum est cor eorum ab ipso inimico zeloque inuidie inflamatum [...]). Es frecuente la expresión con ductus: como, por ejemplo, en la HC I 1 (Iudei maliuolentia et inuidia ducti), III 10 (inuidia atque maliuolentia ducti dominum Conpostellanum grauiter accusauerunt). En cuanto a la idea del corazón afectado (que no hemos visto asociada simultáneamente al zelus), podría depender de Gen. 6, 6 (poenituit eum quod hominem fecisset in terra. Et tactus dolore cordis intrinsecus...), y la hallamos de nuevo, entre otros, en CAI I 58 (Paucis diebus tactus dolore 36 cordis mortuus est), en Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 31 [PL CXCVIII 1082] (Quod autem dicitur Deus tactus dolore cordis intrinsecus, forte nihil aliud est) o en Guillermo de Tiro, que la usa a menudo en su Chronicon [CC CM 63], II 20, V 17, XVIII 33 y XX 19 (Quo comperto rex, tactus dolore cordis intrinsecus et succensus ira...), bastante similar a nuestro texto. En general, el término zelus, al que dedicó S. Cipriano de Cartago (c. 250-257) su breve tratado De zelo et liuore [CC SL 3A], tiene una acepción positiva (basada, entre otros textos, en el de Ps. 68, 10: zelus domus tuae comedit me, et opprobria exprobrantium tibi ceciderunt super me, aplicado al propio Cristo al expulsar a los mercaderes del templo: cf. Ioh. 2, 17). Cabe mencionar, en fin, pasajes como el de Ambrosio de Milán, Expos. psalmi CXVIII [CSEL 62], 18, 10 (quam salutaris igitur est Dei zelus!) o el de Cristano Campililiense, Versus differenciales sub ordine alfabeti, 719 (Iusticie zelus corrigit omne scelus). Su otra acepción es negativa, y S. Cipriano la asocia con la auaritia, la ambitio y la inuidia (cf. 6, 101-103: Auaritiam zelus inflammat, dum quis suo non potest esse contentus uidens alterum ditiorem. Ambitionem zelus excitat, dum cernit quis alium in honoribus auctiorem, y 7, 134-137: Zelus terminum non habet, permanens iugiter malum et sine fine peccatum, quantoque ille cui inuidetur successu meliore profecerit tanto inuidus in maius incendium liuoris ignibus inardescit, respectivamente; cf., asimismo, I Macch. 8, 16: et non est inuidia, neque zelus inter eos, Casiodoro, Expos. psalm. [CC SL 98], ps. 118, p. 1120, líns. 2555-56: Zelus enim et in malo et in bono ponitur. In malo, ut est illud: zelus et inuidia comedit domum Iacob). En cuanto ligado a la ambición, el zelus puede ir asociado a la violencia (Is. 9, 7: zelus Domini exercituum faciet hoc, Sap. 5, 18: accipiet armaturam zelus illius, et armabit creaturam ad ultionem inimicorum). La mencionada escisión entre el significado positivo y el negativo de zelus es la que glosaron numerosos autores cristianos en sus exégesis: cf., por ejemplo, Pedro Abelardo, In epist. Pauli ad Rom. [CC CM 11], IV 10, p. 249, líns. 26-28 (zelus, siue bonus siue malus, dicitur feruor quilibet atque commotio accensi animi ad aliquid gerendum), S. Benito de Nursia, Regula, 72, 1, 2 (sicut est zelus amaritudinis malus qui separat a Deo et ducit ad infernum, ita est zelus bonus qui [...] ducit ad Deum et ad uitam aeternam). Pasajes como el de HC II 2, 9 (Quidam enim eius inimici inuidie zelo dixerunt, quod Gallicie regnum prodere regi Anglorum et Normannorum et auferre regi Hispanorum satageret) parecen apoyar la interpretación de tactus zelo cordis como «presa de celos», lo cual se correspondería con lo que se expresa en HR 19, 1-5 (a propósito de la fugaz reconciliación de don Alfonso y Rodrigo: Quo audito, Rodericus, qui erat in Tutela, uenit ad 37 imperatorem. Imperator autem recepit eum honorifice et diligenter precepit ei ut sequeretur eum ad Castellam. Rodericus autem secutus est eum, sed imperator adhuc tractauit in corde suo multa inuidia et consilio maligno ut eiceret Rodericum de terra sua) y 45, 8-9 (acerca de la reunión —posiblemente legendaria— ante Granada: Tunc rex ductus inuidia ait suis: «Videte et considerate qualem iniuriam et quale dedecus nobis Rodericus infert»), 11-12 (omnes fere sui inuidia tacti uerum dixisse regi pariter responderunt). En cualquier caso, sobre el significado específico de zelus en nuestro contexto cf. Barceló (1965: 52-58), quien plantea sustancialmente el dilema entre «celos» y «recelo» («odio», como se sugerirá después en la Crón. de S. Juan de la Peña, p. 65 de la ed. de Ubieto, 1961, o «malquerencia», dentro de la órbita —en cualquier caso— del lat. in-uidere; zelus se hace equivaler a «pecado» en el Glos. de Toledo, lín. 520; cf. Castro 1936: 16). El uso de tactus en este caso sugiere, a nuestro juicio, más bien lo segundo, es decir, se aludiría mediante esta expresión a la repentina suspicacia que surge en el rey Alfonso ante el súbito temor a perder el trono (59; «por zelo del reyno movido» es expresión documentada en el Anónimo de Sahagún, ms. 57 del Archivo Minist. AAEE, f. 15, ap. Martínez 1986: 16, n. 25). Parece conveniente, por tanto, verter tactus zelo cordis por «presa del recelo», ya que es difícil entender aquí que zelus cordis aluda a otro tipo de passio animi, como podría ser la cólera (cf. HR 11, 7-9: Huiusmodi praua et inuida suggestione rex iniuste commotus et iratus eiecit eum de regno suo). West (1983: 292) subraya que la HR no alude en modo alguno a la envidia de Alfonso VI durante el primer destierro del Campeador. En cualquier caso, misterioso destino el de un rey consciente de sus muchos errores (hasta declararse —haciendo una concesión al tópico— mole peccatorum depressus [...] disperatione deiectus, set etiam reatum meorum criminum expauesco; cf. Schapiro 1964: 70, n. 303, Seb. 7, 3, Gil 1985: 121), receloso de Rodrigo el Campeador, pero unido a él hasta el extremo de tener que acompañar su cadáver, junto a Bernardo de Cluny, en la retirada de Valencia (Rivera Recio 1962: 59). 59: solium honoris: regale solium se lee en uno de los poemas conservados en honor de Ramón Berenguer IV (v. 15: penetrasti regale solium, ap. Martínez 1991: 46). Cabría esperar, más bien, la expresión solii honorem (i. e., honorificum solium). 60: causa timoris: Cabría sobreentender un Eldefonsi, considerado como genitivo subjetivo dependiente de timoris (frente al Dei sui, o similar, esperado en principio: cf. Montaner - Escobar 2002: 393). En realidad, este complemento retoma y enfatiza el participio timens del verso anterior. 38 XVI 61: omnem amorem in iram conuertit: La ira del rey —reacción propia del envidioso, como en el caso de Caín (iratus, según se refiere en Gen. 4), aunque no necesariamente— vuelve a expresarse en el v. 73 (nimis iratus). El poeta parece responder con este verso —que ofrece, en nuestra opinión, una aliteración bastante clara— al amare que se había apuntado en el v. 45. El voluble rey Alfonso también aparece como víctima de la ira (iratus) en varios lugares de la Historia Roderici, según hemos observado ya en nuestra introducción (cf., por ejemplo, 34, 6). El propio Rodrigo incurrió en ella, según HR 10, 8 (nimia motus ira et tristicia), así como Sancho, según la CN III 15, 5 (nimium inflamatus in iram) y 16, 8 (magnam succensus in iram). La ira o saña del rey tiene, en los textos medievales, una doble dimensión. Por una parte, personal: la cólera del monarca que se siente ofendido; por otra jurídica: la pérdida de la gracia real por parte del vasallo, que obliga a éste a «salir de la tierra», es decir, a exiliarse, como ocurre en nuestro poema (v. 65). 62: occasiones contra eum querit : La expresión es bíblica (IV Reg. 5, 7: uidete quod occasiones quaerat aduersum me, Prov. 18, 1: occasiones quaerit qui uult recedere ab amico, Dan. 6, 1-7, esp. 4: Porro rex cogitabat constituere eum super omne regnum; unde principes et satrapae quaerebant occasionem ut inuenirent Danieli ex latere regis; nullamque causam et suspicionem reperire potuerunt, eo quod fidelis esset, et omnis culpa et suspicio non inveniretur in eo) y la retoma la historiografía coetánea, en contextos más parecidos al del Carmen, en particular HC II 86, 69 («Fratres karissimi, animaduertite, quod rex occasiones querit aduersum nos, quia nos habemus maliuolos et proditores in eius palatio, quorum instinctu et consilio uult nobis incomodare et hoc ab honore priuare...») y Pedro Coméstor, Hist. Schol. XI 8 [PL CXCVIII 1391] (Occasiones quaerit aduersum me), XV 9 [1458] (quaerebant occasionem accusandi eum [...] «Non inueniemus occasionem aduersus eum; nisi in lege Dei sui» [...] Fabulantur Hebraei, quia quaerebant occasionem in sermone, tactu, nutu, uel internuntio ad reginam, uel ad aliquam concubinarum regis, nullamque causam reperire potuerunt, eo quod fidelis esset). 63: obiciendo: Es término empleado también en la HR (11, 3 y 34, 4; obicientes en ambos casos). 63-64: per pauca que nouit / plura que nescit: La contraposición tópica entre ambos adjetivos se observa también en el v. 14, del que nos hemos ocupado en nuestra «Nota crítica». Un giro similar desde el punto de vista formal hallamos en los Gesta Normannorum 39 ducum, VIII 32 [PL CXLIX 901], de Guillermo de Jumièges, de la segunda mitad del siglo XI (ut ex paucis gestorum eius quae commemorauimus, plurimorum quae non nescientes praetermisimus), así como en J. de Salisbury († 1180), Policr. VII 12 [PL CXCIX 662] (et saepe qui paucissima nouit, proponit plurima), si bien se encuentra también muy próximo conceptualmente el siguiente pasaje de la HR (9, 8-9): causa inuidie de falsis et non ueris rebus illum apud regem accusauerunt; cabría comparar asimismo el pasaje ya citado de HC (I 107, 1): porro Galliciani precipue habent pre manibus susurrum et principum auribus instillare modo uera, modo falsa. En el plano retórico, se contraponen, de manera muy expresiva, las formas verbales nouit (cf. 53) y nescit. XVII 65: uirum: Guerrieri Crocetti, Casariego, Wright y Higashi traducen uirum por «héroe», lo cual supone probablemente una cierta sobreinterpretación, más o menos anacrónica, si bien, como ha observado Gil (1973: 204), heros aparece explicado a menudo en los glosarios como uir fortis, tras el precedente de S. Isidoro (Etym. X 2: Aeros, uir fortis et sapiens). Es el Campeador, propiamente, quien cumple la orden recibida de desterrarse (lat. exulare). Aunque no se desarrolla en nuestro poema, el tema —especialmente querido a raíz de su minucioso tratamiento literario por parte de Ovidio— es frecuente en la poesía medieval, como ha mostrado últimamente Alvar (1997). 66: Mauros debellare: La Historia Roderici, por su parte (31, 2), también refleja al Cid en plena actividad guerrera (circumquaque debellando inimicos suos; cf., asimismo, 31, 8: debellauit eam [sc. montanam de Alpont] fortiter). De ahí que los vv. 78-79, en los que el rey Alfonso envía al conde García con la misión de debellare a Rodrigo, ofrezcan un contraste casi paródico con la figura del héroe. 67-68: Yspaniarum patrias uastare, / urbes delere: Du Méril llegó a pensar, al analizar la dura reacción del rey Alfonso, que pudiera aludirse mediante esta expresión a una venganza de Rodrigo sobre tierra de cristianos (311, n. 2; cf. Barceló 1965: 50, n. 77), lo cual, aunque podría referirse a la algara contra La Rioja, no se corresponde con el contexto de esta afirmación. Ciertamente, Alfonso VI adoptó, desde octubre de 1077, el título de imperator totius Hispaniae (Reilly 1988: 104, Gambra 1997-1998: I 682 y 694-96; a Hispania tota se alude asimismo en el Poema de Almería, v. 292), así como el de rex o imperator Hispaniarum (Gambra 1997-1998: I 685 y 707), uso cancilleresco adoptado también por la historiografía (cf. HC II 92, 8: ego Adefonsus Dei gratia Hispaniarum imperator, III 7, 2: Adefonsus, 40 Hispaniarum rex). Sin embargo, aquí se hace referencia más bien al territorio que se encontraba bajo dominio musulmán. El empleo de Hispania por Alandalús o «tierra de moros» es común (cf. diploma de 1098, lín. 13: innumerabili Moabitarum et tocius Hispanie barbarorum exercitu superato, HR 33, 21: Iuzef autem rex Sarracenorum et omnes alii reges Yspanie), y no un uso exclusivo de la antigua Marca, como sostenía Milá y Fontanals (1874: 227; cf. Amador 215-16, n. 1, Menéndez Pidal 880, n. 3, 882, n. 1, Fletcher 1989: 167, Wright 67, Gil 101). Por lo demás, el uso del término patrias —a menudo empleado por Ermoldo el Negro con el simple significado de 'tierra' (Faral 1932: VI)— no deja de resultar un tanto inesperado en este verso (cf. Bastardas 1998-1999: 32; «la destrucción de las taifas de España» traduce aproximativamente Higashi 1994: 5); desde el punto de vista textual cabe comparar Alb. 17, 1: Maurorum patrias defecante, Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, VI 28, 7 (Sarracenorum patrias peragrauit loca municiora diruens et plana deuastans); una idea similar de «pluralidad», aplicada al ámbito no cristiano, se observa en el v. 85 (per cunctas Ispanie partes), donde también se hace referencia probablemente al área musulmana (expresiones similares se documentan en HC I 7, 70: Hispaniarum angulus iam nullus ignorat, I 17, 29: Iacobi Apostoli corpus in partes Hispaniarum allatum occidentalis credit et ueneratur ecclesia, CN II 36, 17-18: quousque peruenit [sc. Almazor] ad maritimas partes occidentalis Hyspanie, si bien disponen de paralelos antiguos: cf., por ejemplo, S. Ambrosio de Milán, Explan. psalm. [CSEL 64], ps. 45, cap. 21, par. 2, p. 343, lín. 29: in Hispaniarum partibus debellauit). El giro dominus patriae se documenta en el poema De comitibus, a propósito de Mirón II Bonfill (Martínez 1991: 42 y 62, n. 48). La expresión delere urbem se documenta, por ejemplo, en Cicerón, Pro Sex. Rosc. Amer. 131, De harusp. resp. 33. La envergadura de tal devastación podría considerarse —por muy hiperbólica que sea la expresión— como indicio de que el poeta tiene en mente episodios de mayor alcance que los de Cabra y Almenar, a los que se refiere seguidamente. XVIII 69: Fama: El término —que designa una personificación mitológica bien conocida— se emplea aquí en el sentido clásico de ‘rumor’ o —aunque no siempre (Virgilio, Aen. IV 29899)— ‘supuesto infundado’. Cabe recordar cómo el famoso hexámetro virgiliano de Aen. IV 174 (Fama, malum qua non aliud uelocius ullum) resuena por tres veces en la Historia Compostellana (I 16, 2; 114, 2, en un contexto bélico similar al de nuestro pasaje, y II 8, 2), según recuerda Falque (1994: 28). La expresión fama peruenit se documenta algunas veces, pero casi siempre tiene un sentido positivo (cf. S. Jerónimo, Liber tert. adu. libros Ruf. [CC 41 SL 79], 3, lín. 12: et unde, oro te, librorum tuorum ad me fama peruenit?; Beda el Venerable, In primam part. Sam. [CC SL 119], I 4, lín. 1372: ad ipsas usque principum sacerdotum aures paenitentis ad exhortationes apostolorum populi fama peruenit; HC II 28, 11: Vestre bonitatis et prudentie sepe ad nostras aures peruenit), por lo que resulta un paralelo especialmente estrecho el de Pedro Coméstor, Hist. Schol. X 14 [PL CXCVIII 1335] (Et ascendentes filii regis mulas suas fugerunt, et peruenit fama ad Dauid dicens: «Percussit Absalon omnes filios regis, et scidit rex uestimenta sua, et cecidit super terram»). El acento en cuarta hace considerar que peruenit es forma de perfecto (perue—vnit). 70: Agarice gentis: Esta forma del gentilicio es —hasta donde hemos podido averiguar— un hápax del Carmen (que no parece poder guardar relación alguna con el término agaricum, una especie de hongo citada por Escribonio Largo, Compositiones, 106 y 177, y por Plinio XVI 33, XXV 119, XXVI 32-33, etc.; también es mencionada por S. Isidoro, Etym. XVII 9, 84: Agaricum, radix uitis albae). Se trata de una variante de Agarenus (derivado de Agar, nombre de la concubina de Abraham —cf. Gen. 16— considerada como la antepasada epónima de las tribus árabes; cf. Alb. 16, 1: Sarraceni perberse se putant esse ex Sarra; uerius Agareni ab Agar et Smaelite ab Smael filio Abraam et Agar), con un cambio de sufijo sugerido quizá por analogía con Iudaicus, Hebraicus, Mosaicus o, en especial, C(h)aldaicus, a la vista de que la historiografía latina del occidente peninsular suele llamar Caldei a los andalusíes (cf. Rot. 6, 12; 10, 7 y 10; 25, 11; Seb. 10, 7; 11, 2; 25, 11 y 17; Alb. 6, 2; 15, 13; 16, 43; CN I 14, 3; II 2, 15; II 4, 13-14, etc.) Además, estas mismas fuentes arbitran también, junto al usual Isma(h)elita, un adjetivo Isma(h)eliticus (Rot. 8, 4: Ismaeliticis triumfis; Alb. 15, 12, 9; 17, 3a, 7; CN I 211, 31; Chron. Sampiri ex Sil. 1). El empleo de Agaricus, frente al corriente Agarenus (como en Alb. 16, 1; HC I 83, II 16, 21, 50; CAI I 27, 35, 38, 47, II 1, 2, 21; CN I 23, II 26, 29, 31, etc.), puede inscribirse en el gusto del versificador del Carmen por la variación respecto a la norma usual en lo referente a nombres propios (cf. el comentario al v. 42). Los agarenos también aparecen mencionados, para designar a los árabes, en el «epitafio» de Ramón Borrell III († 1018; cf. Martínez 1991: 6061, n. 28): Marchio Raymundus nulli probitate secundus / quem lapis iste legit, Agarenos Marte subegit, / ad cuius nutum semper soluere tributum; / huic requies detur, moriturus quisque precetur; en el diploma valenciano de 1098, lín. 10 se lee la expresión filiorum Agar, y apud Agarenos en la lín. 14. La gens Agarenorum se documenta asimismo, por ejemplo, en CAI II 77, en el Poema de Almería (v. 230) y en la Vita Dominici Siliensis (I 5, 342). 42 71: obtima sumens: En el caso de obtima estamos, obviamente, ante una grafía medieval de optima (cf. González Muñoz 1996: 70-71). En el diploma valenciano de 1098, lín. 31, se lee la expresión obtimatumque illius. adhuc: «Ahora», según Wright 238, «todavía» según Cirot 144, n. 2; ambos matices semánticos son posibles, pues dependen de cuál sea en realidad el tiempo interno de la narración, desde la vivencia del autor. Acerca de este adverbio puede consultarse, asimismo, lo indicado a propósito del problemático v. 100. 72: laqueum mortis: La expresión —pese a documentarse en la literatura clásica (Horacio, Carm. III 24, 8: non mortis laqueis expedies caput)— tiene conocidas reminiscencias bíblicas y cristianas en general: cf. II Sam. 22, 6 (funes inferni circumdederunt me: / praeuenerunt me laquei mortis), Psalm. 17 [18], 6, Prov. 21, 6, S. Cipriano de Cartago, De zelo et liuore, 10, 166-169 (Et idcirco, fratres dilectissimi, huic periculo consulens Dominus ne quis zelo fratris in laqueum mortis incurreret, cum eum discipuli interrogarent quis inter illos maior esset, Qui fuerit, inquit, minimus in omnibus uobis, hic erit magnus). Desde el punto de vista sintáctico (uso con el verbo parare), cf. Beda, Homel. euangelii [CC SL 122], II, hom. 24, p. 361, lín. 127 (qui sibi laqueos mortis parabant), Petrus Pictor (c. 1100), Carmina de sacramentis, 465 (protinus huic mortis laqueum paret atque ruinam). El término aparece en la HR (34, 9-10: et liberos in custodia illaqueatos crudeliter retrudi) y en la CN (II 39, 25: cadens in laqueum quem tetendit); a unos laquei dolosi se alude en la Historia Silensis (16). La estrofa sugiere, en su conjunto, que Rodrigo ha urdido un complot contra el rey, lo cual justificaría la ira y la enérgica represalia de Alfonso (76: sit iugulatus; al respecto cf. Martínez 349, n. 2). En cuanto a los efectos de la ira real cf. HC III 54, 24: quod uulgus solitus est dicere, quod ira regis nuntia est mortis. XIX 73: Nimis iratus iungit equitatus: Se trata de un caso de rima interna como los ya señalados a propósito del v. 57. Equitatus —seguramente por voluntad cultista, como en el caso de principatus (35)— ha de considerarse como un plural de carácter poético, por eques. 74: Illi parat mortem nisi sit cautus: Como ya observó Du Méril (311, n. 13), se trata del único verso sin cesura tras la quinta sílaba, y carece de acento en cuarta (salvo que se acepte, como hemos apuntado en nuestra introducción [III.2], la inverosímil posibilidad de un perfecto contracto parát). Pese a las esperanzas de Alfonso, el héroe actuará, como el poeta 43 desea expresamente (a través de nisi; cf. 39), de manera prudente (cautus; cf., por ejemplo, Passio s. Pelagii 4, ed. Gil), contrastando así su prevención con la superbia característica de los condes García o Berenguer. 75: precipiendo: Cf., por ejemplo, HR 19, 3 (precepit ei ut), 67, 10 (edificari precepit). 76: sit iugulatus: La expresión parece propia del lenguaje documental, con fórmulas específicas para quien contraviene un mandato real: si [...] aliquis [...] hoc meum decretum uiolare temptauerit [...], sit anathematizatus et condemnatus, et [...] sit deputatus (doc. 20 de Leire, promulgado por Sancho el Mayor, 21 de octubre de 1022, ed. Martín Duque). XX 77-78: Ad quem Garsiam comitem superbum / rex prenotatus misit debellandum: Entendemos, por muchas razones, que superbum califica a comitem, y no a quem. Se trata de García Ordóñez, uno de los principales magnates de la corte de Alfonso VI. Documentado inicialmente entre 1068 y 1071 en la corte de Sancho II, alcanza el rango de armiger regis de Alfonso VI en 1074 (Herrero 1988: doc. 733). El mismo monarca le llegó a dar en matrimonio a su prima doña Urraca, hermana del difunto Sancho IV de Navarra, y a nombrarlo conde de Nájera. Habitualmente se ha supuesto que alcanzó la dignidad condal cuando Alfonso VI se anexionó La Rioja en 1076, pero entonces consta Íñigo o Jimeno López como conde de Vizcaya y señor de Nájera. En 1077 aparece efectivamente un Garsias comes de Nazara (Gambra 1997-1998: doc. 52), pero ese mismo año figura luego como tenente de dicha plaza Martín Sánchez (ibid., docs. 53-54), en circunstancias que hacen dudoso considerarlo un subalterno de García Ordóñez, quien, además, desaparece de la comitiva regia entre 1078 y 1079, lo que sugiere cierto eclipse en el favor real. En principio, esto favorece la hipótesis de Reilly (1988: 131) de que ese fugaz conde García de Nájera fuese en realidad el hijo del citado conde don Íñigo y hermano del también conde Lope Jiménez o Íñiguez que figura en el fuero extenso de Nájera, de 1076 (cf. Gambra 1997-1998: doc. 41). Queda, sin embargo, la presencia del comes Garssea Ordonniz en la carta de arras de Rodrigo y Jimena (ed. Garrido 1983: doc. 25, ed. Zabalza 1999: 50-53), que ha de situarse en 1079 (véase la nota 59 del estudio preliminar), y la total ausencia de otros testimonios sobre la dignidad condal de García Jiménez, que reaparece unos años después como tenente de Aledo (cf. Menéndez Pidal 350 y 361, Gambra 1997-1998: I 87 y 554). Lo más probable es, pues, que don García alcanzase el título condal del Nájera en 1077. En todo caso, lo encontramos de nuevo con seguridad en 1079, actuando como embajador de Alfonso VI ante el rey de 44 Granada (véase el apartado I.1.f de la introducción), para reaparecer en la corte al año siguiente, en que figura ya indudablemente como conde de Nájera. Dicho territorio se vio incrementado con los dominios de Grañón (1089), Calahorra (1090) y Madriz (1092). Al nacer el infante Sancho (1093) o poco después, Alfonso VI lo nombró su ayo y fue precisamente defendiendo al joven príncipe castellano como encontró la muerte a manos de los almorávides en la rota de Uclés (1108); vid. Menéndez Pidal (715-20 et pass. y 19441946: 702-7), Reilly (1988: 36-37, 76-77, 89, 131-33, 283, 349 y 353-55), Montaner (1993: 533-34 y 2007b: 493-96), Torres Sevilla (1999: 103-5 y 2000: 163-164 y 201-202) y Salazar 2000: 58, 200 y 411-414. García, comes superbus, es enviado con la orden de debellare a Rodrigo, un tanto paradójicamente (cf. Virgilio, Aen. VI 853: parcere subiectis et debellare superbos). El concepto de superbia —también repudiado al principio del poema, en clave literaria, mediante la imagen de un poeta pobre en doctrina y medroso en materia versificatoria (1316)— va íntimamente ligado, en el ámbito cristiano, al de inuidia (vv. 47-48), idea cara a S. Agustín, que la reitera en numerosos pasajes, algunos tan explícitos como De Gen. ad litt. [CC CLCLT 266], XI 14 (porro autem inuidia sequitur superbiam, non praecedit; non enim causa superbiendi est inuidia, sed causa inuidendi superbia) o Serm. 353 [PL XXXIX 1561] (porro autem superbia continuo parit inuidiam), si bien también se documenta con el significado más amplio de «arrogancia» o similar: Omnipotentis imploret clementiam ut [...] paganorum sub pedibus meis conterat superbiam et fidei siue iugo eorum subiciat perfidiam (de una donación de Alfonso VI al cabildo de Santiago de Compostela, de 16 de enero de 1100; ed. Gambra 1997-1998: doc. 154). La caracterización negativa que el Carmen ofrece de García Ordóñez responde a la misma elaboración literaria de la enemistad histórica de don García y el Campeador presente en la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid. Las relaciones iniciales de ambos personajes hubieron de ser cordiales, pues García Ordóñez aparece como uno de los fideiussores de la carta de arras (reformada en 1079) de Rodrigo y Jimena: Nos, autem, Petro, comes, et comes Garscia, qui fideiussores fuimus et stetimus in anc scripturam firmitatis, legentem audiuimus, manus nostras roboramus (ed. Garrido 1983: doc. 25, ed. Zabalza 1999: 54; véase la n. 59 del estudio preliminar). Sin embargo, la derrota infligida a don García en Cabra por el Campeador en 1079 debió de quebrar tales relaciones, si bien nada permite asegurar que (como sugiere el Cantar) el conde fuese uno de los «mestureros» (si es que realmente los hubo) que habrían contribuido a malquistar a Alfonso VI con Rodrigo, favoreciendo su 45 destierro (véase al respecto lo dicho en I.1.f). La Historia Roderici 50 señala también tal enemistad a propósito de la elección de La Rioja como escenario de la algara de Rodrigo en represalia por el asedio de Valencia emprendido por Alfonso VI en 1092 (50, 37-39: Propter comitis inimicitiam et propter eius dedecus prefatam terram Rodericus flamma ignis incendit eamque fere destruxit atque deuastauit). Esto es posible, pero también ha de pensarse que desde Zaragoza, donde el expatriado se hallaba a la sazón, ése era el territorio castellano más cercano para lanzar un ataque. Cabe, pues, la posibilidad de que la Historia excuse en parte así la dureza de la incursión cidiana, que su mismo biógrafo deplora. En todo caso, aunque el Carmen no hable de la previa enemiga de ambos personajes, su caracterización negativa del conde sólo puede deberse a su entronque con las tradiciones cidianas al respecto, pues nada hay en los hechos históricos que permita corroborarla (cf. Chalon 1976: 62, Torres Sevilla 1999: 105 y 2000: 163-64, Gambra 2000: 192). Antes bien, Jiménez de Rada, De rebus Hispanie VI 31-32, recuerda elogiosamente su participación en la campaña de 1104-1105 contra los almorávides y, sobre todo, su heroica muerte en defensa del infante don Sancho. Como señala Gambra (1997: I 599), «Lo menos que cabe señalar de él es que fue un eficaz servidor de su rey (armiger, miembro asiduo de la curia, procónsul y repoblador de la Rioja, donde aseguró con éxito el proceso de su incorporación a la Corona de Castilla, agente activo de las aspiraciones de su rey en dirección al Ebro, repoblador de los páramos de Numancia, etc.), que murió con dignidad sobrecogedora, protegiendo con su cuerpo el del heredero del trono en la batalla de Uclés» (sobre este último punto se han planteado matizaciones, a nuestro parecer no concluyentes, que resume Martínez Diez, 2003: 154 y 218). El término prenotatus puede considerarse propio de la prosa. No es raro en latín tardío y medieval (lo usan a menudo S. Agustín y S. Jerónimo), si bien en general conserva el sentido más clásico de ‘señalado, marcado, previamente anotado’. Más cercano al sentido que le da el Carmen es el que presenta en HC I 2, 3 (Prenotatis autem episcopis fertur successisse Theodomirus eadem cathedra diuina disponente gratia sublimatus) y I 71, 2 (Omnes has hereditates superius prenotatas, que sunt inter Tamarim et Vliam). Parece tratarse, pues, de una versión cultista de los muy usuales predictus (que aparece 364 veces en los Chronica Hispana), supradictus (177 veces; cf., por ejemplo, HR 3, 3-4: pugnauit autem cum supradictis Nauarris in campo et deuicit eos), prefatus (132 veces), etc. debellandum: Sobre la vacilación entre el significado activo y el pasivo de las formas de obligación en latín tardío y medieval, cf. Norberg 1943-1945: 53. 46 79: duplicat triumfum: Si bien se documentan formaciones similares por el contexto (cf. Suetonio, Dom. 6, 1: de Chattis Dacisque post uaria proelia duplicem triumphum egit, Eutropio 4, 19; 7, 15), la expresión no parece tener sentido técnico y significar tan sólo la obtención de una doble victoria, consistente en vencer al conde García y en, además, retenerlo una vez capturado (como sugiere el retinens campum del v. 80, de modo que ambos versos no hacen sino glosar su equivalente en HR 8, 9-10: Habito itaque triumpho, Rodericus Didaci tenuit eos captos [om. S] tribus diebus; cabe comparar HR 40, 25: una cum eodem comite teneri, HR 42, 24-25: Ipsum quidem deuictum ac superatum, uinctum atque captum in mano tua potencialiter tenuisti). Toda la estrofa XX anuncia el relato contenido en la XXI, como ocurre en el caso de la estrofa XXIII respecto a la XXIV. 80: retinens campum: Cf. Liber maiolichinus (c. 1117), vv. 734-736, en un sentido más general (Ad Barchione quecumque relicta fuerunt / se diviserunt per plures agmina terras. / Pars campum retinet, pars altera venit ad illos [...]). Como señala Wright (243), la expresión empleada glosa y sanciona el título que recibe el héroe en el poema, que es el de Campidoctor. Por lo demás, se recalca cómo Rodrigo —al igual que ya lo hiciera su padre (HR 3, 4)— practica su valentía sobre la llanura (lat. campus), in plano (es decir, a monte separatus), como recuerda la HR 38, 32 (la misma idea en 39, 34-35 y, un tanto provocadoramente, en 47: in plano te expecto; cabría comparar PA 92: in paruo... aruo), manteniendo la conquista realizada (cf. Poema de Almería, v. 240: nec ualuit Christi famulis ea plus retineri). En cuanto a la expresión, cabe comparar HC I 109, 45 (si non adiuuent eum ad acquirendum et retinendum idem regnum), CN III 15, 26 (paucis Castellanis campum obtinentibus), Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, IV 19, 15-19 (Horum urbes etsi aliquando Asturiarum reges optinuerunt, propter impotenciam retinendi ab Arabibus occupate aut retente aut dirute remanserunt usque ad tempora Aldefonsi qui cepit Toletum). XXI 83-84: Capream uocant locum ubi castra / simul sunt capta: Según Wright (2005: 489), Montaner - Escobar (2001: 255) «are probably wrong to suggest that Capra was also the usual spelling for the town». En realidad, no pretendíamos dar a entender en nuestro comentario que Capra fuese denominación latina en uso y no una mera retroversión, o que Caprea fuese la forma culta del correspondiente topónimo, sino más bien un aparente hipercultismo, y quizá no debido a razones sólo métricas (Wright 2005: 490), como hemos intentado mostrar con detalle en I.2.b. Según Wright, el autor del Carmen «lanzó como conjetura un nombre latino descabellado e introdujo la forma irracional de Caprea (CCD: 47 verso 83). Por motivos métricos ese autor buscó una palabra de tres sílabas; de haber sabido lo que era, le habría satisfecho la forma Aegabro» (2006: 569); pero, por lo ya dicho y a lo que remitimos, consideramos que la explicación de Caprea es otra, de modo que las razones métricas o de eufonía sólo pueden considerarse como posibles concausas. La fórmula qui uocatur —y afines— es bíblica, como bien anotaba Wright (238, n. 7, con varios ejemplos del evangelista S. Lucas: 2, 4; 7, 11; 19, 29, etc.; cf., asimismo, Act. 27, 8, Martínez 259), y suele servir para introducir topónimos no latinos. Se repite en el v. 98 (quod [...] uocant Almenarum; pero cf. HR 15, 12-13: ut dimicaret contra hostes, qui obsidebant castra [fort. melius castr<um de>] Almanara). Es un giro muy corriente en la Historia Roderici, como hemos señalado en nuestra introducción (en general cf. Amador 39295), sobre todo con dicitur; cf., no obstante, HR 21, 17: castrum super Murelam qui uocatur Al<ca>la. La expresión también se halla, con uocare, en la lín. 21 del diploma valenciano de 1098 (terminum castri quod uocatur Cepolla), en HC I 70, 81, II 61, 62, III 37; CAI I 58, 83, II 12, 37, 87, CN I 210 (est uocitatum) e Historia Silensis 33 (que nunc Castella uocatur); también en la Vita Dominici Siliensis (cf. II 20, 1: de uilla que uocatur Iecla, III 23, 1 y 26, 1, etc.), y se halla igualmente, dentro de la literatura vernácula, en el Cantar de mio Cid, bajo las formas «o dizen» (435, 2657, 2876) y «que dizen» (649, 2653, 2879; cf. Montaner 1993: 437). El empleo también es frecuente en la documentación notarial; por ejemplo en un texto muy parecido al diploma valenciano de 1098, como es el acta de dotación de la catedral de Huesca (ed. Ubieto 1951: doc. 30 y Durán Gudiol 1965: doc. 64: uillam que uocatur Banaries [...] in molendino quod est in Flumine et uocatur Addarauo) o en otra donación de Pedro I de Aragón de 1098 (ed. Ubieto 1951: doc. 47 y Durán Gudiol 1965: doc. 68: in obsidione castri quod uocatur Calasanç). Señalaríamos su presencia, asimismo, en los Gesta comitum Barcinonensium (15, lín. 11, ed. Barrau - Massó 1925: in loco qui uocatur Pertica). El conflicto de Cabra ha de situarse en el año 1079 (vid. apartado I.1.f del estudio preliminar). La toma de castra se producía como acción de refuerzo de la conquista, y al objeto de acrecentar el botín (cf. HR 40, 29-30: milites autem Roderici depredati sunt omnia castra atque tentoria Berengarii comitis acceperuntque omnia spolia); la expresión vuelve a emplearse —en términos similares (castra subuertit)— en el v. 92. El término castra se usa, de acuerdo con la norma clásica, como un plural colectivo, en referencia al campamento, frente al singular castrum, aplicado a una plaza militar o fuerte. XXII 48 85: per cunctas Ispanie partes: Acerca de esta expresión puede consultarse lo ya indicado a propósito del v. 67 (Yspaniarum patrias). 87-88: pariter timentes / munus soluentes: «que el temen tots per igual i paguen diners» interpreta Figueras la construcción, en la que, a nuestro juicio, pariter tiene un sentido más bien comparativo y establece una equiparación entre las dos acciones participiales expresadas. La expresión munus soluentes ha planteado dudas de interpretación, pues Horrent (1953: 348, n. 54) y (1973: 115, n. 56) considera que es una discreta alusión al cobro de parias, mientras que Barceló (1965: 44-45) lo toma como una simple perífrasis para indicar el enriquecimiento de Rodrigo, que habría comenzado a producirse a partir de su victoria en 1082 sobre Berenguer Ramón II en Almenar. El giro usado por el poema latino tiene paralelos en HR 9: dedit ei tributa domini regis Aldefonsi et addidit super tributa munera et multa dona, y 17: Almuktaman [...] ditauitque eum [sc. Rodericum] nimis muneribus innumerabilibus et donis auri et argenti multis (precisamente en los momentos posteriores a la batalla de Almenar). Estos pasajes sugieren que los munera se encuentran al margen de los tributa regios (aquí presentes en el v. 94, pagados por los madianitas al conde de Barcelona) y parecen dar la razón a Barceló (1965). Sin embargo, tales regalos se hacen ocasionalmente y por gratitud, mientras que en el Carmen se producen por temor y de modo continuado (de ahí el uso del participio de presente: timentes... soluentes), lo que sólo puede referirse a que el Cid cobraba parias a título personal. Como señala Reilly (1988: 205), «the parias were ordinarily the prerogative of the king alone and further enhanced his relative superiority over the greatest magnate. What seems peculiar to the latter career of the Cid [...] is his ability to appropriate the parias of Valencia to himself. [...] Despite the confused chronology of the sources, it seems clear that Rodrigo Díaz was, formally or informally, exacting tribute essentially for the support of his own army by 1088». Así lo asegura HR 31: Rex Alcadir regnabat tunc Valentiam, qui statim misit legatos suos cum maximis muneribus et donis innumerabilibus ad Rodericum et factus est tributarius; hoc idem fecit et dux de Muro Vetulo, lo que sucedió en 1089 (ibid. 28: In era M.ª C.ª XX.ª VII.ª), para reiterarse en mayor medida al año siguiente, HR 36, 23-30: Inito itaque cum suis hominibus consilio, cum maximis et innumerabilibus muneribus peccuniarum ad Rodericum nuntios ilico direxit, qui munera multa et innumerabilia, que portabant, eidem Roderico contulerunt et sic regem Valentie cum eo amicabiliter pacificauerunt. Simili modo de omnibus castellis, que erant rebellia regi Valentie suoque imperio parere dedignantia, multa et innumerabilia tributa atque dona Rodericus accepit. 49 XXIII La estrofa (89-92) sirve para marcar la transición al relato siguiente, como ocurre en el caso de las estrofas XX y XXI. Concluye de manera un tanto convencional (91-92: alios fugans aliosque cepit, / castra subuertit), anticipando la información que se facilita seguidamente, casi como un hyvsteron próteron retórico. Smith (1986: 105 y 110) consideraba que la estrofa contenía en realidad la mención de una tercera batalla, y que la de Almenar, referida a continuación, sería la cuarta de la serie. El namque explicativo del v. 93 —pese al carácter a menudo redundante o superfluo del término— parece constituir sin embargo un obstáculo para su hipótesis («efectivament» traduce, por ejemplo, Figueras). 90: quod Deus illi uincere permisit: La expresión —de cierta reminiscencia clásica (cf., por ejemplo, Virgilio, Ecl. I 10)— es similar a la que se observa en CN III 15, 22 (et quod Deus permitteret facturum, en un episodio de ciertos paralelos bíblicos). Dios concede la victoria al héroe, pese a encontrarse éste por entonces al servicio de un rey moro, circunstancia que haría necesaria para un auditorio cristiano la «justificación» presente en este verso, según lo interpreta Figueras (33). En nuestra opinión, ha de contarse no obstante con el tono convencional de la frase, que no exige necesariamente tal explicación de fondo y que además concuerda con el absoluto silencio del Carmen respecto de los servicios prestados a los hudíes de Zaragoza por Rodrigo, quien por el contrario, como ya hemos comentado, sale al exilio devastando Alandalús. El concurso de la divinidad en el resultado de la batalla —que siempre se halla in manu Dei (HR 39, 51)— es tema al que se alude varias veces en la Historia Roderici (38-39), en las cartas que se intercambian Berenguer y Rodrigo. Higashi (1996: 7) se pregunta si esta observación no permite «suponer que en el desenlace del carmen se echó mano al recurso milagroso del auxilio divino, a la manera de, por ejemplo, textos vernáculos como el Fernán González o La Chanson de Roland», lo cual hoy por hoy es imposible saber. No obstante, es poco probable, dado que en la mentalidad providencialista medieval la victoria es siempre otorgada por Dios (como muestran las abundantes expresiones uctoriam Deus dedit / concessit en la historiografía hispano-latina del período, cf. López Pereira 1993: II 1196), incluso sin intervención directa suya. Especialmente, la lid campal se considera siempre puesta en manos de Dios: «muchos de los autores interesados en la formación de los gobernantes y, por extensión, de los líderes militares, subrayaban que, a pesar de la conveniencia y necesidad de la aplicación del ingenio y de la maestría militar de los hombres a la batalla campal, siempre quedaba un gran margen de error, de tal modo que el 50 resultado final, en muchas ocasiones, estaba en manos de la fortuna o de Dios» (García Fitz 1998: 313-14, cf. Cantar de mio Cid, 2362-66, y Jaime I, Llibre dels fets 430). 91: alios fugans aliosque cepit: Este verso ofrece un rasgo propio de la lengua medieval (tanto latina como vernácula), como es el uso de parejas inclusivas con las que, mediante términos complementarios, se designa la totalidad de algo (vid. Montaner 1993: 71 y 471), en este caso los vencidos, suma de los fugati y los capti. La expresión posee casi rango formular, según revelan pasajes como S. Jerónimo, Comm. in Ezech. [CC SL 75], II 7 (fuga et captiuitate cogente) y III 12 (cum uel fuga uel captiuitate), Beda el Venerable, De temporum ratione liber [CC CM 123B], 66, 1595 (Nec mora caesis captis fugatis custodibus muri et ipso interrupto etiam intra illum crudelis praedo grassatur) o Salimbene de Parma († 1287), Cronica [CC CM 125], p. 633, lín. 5 [= ms. fol. 392c] (et multos cepit et fugauit et destruxit de terra que dicebatur Sermilion), aunque el pasaje más cercano a nuestro texto es el de HC II 53, 156 (alii interempti, alii capti, alii in fugam uersi sunt). Cf. también HR 5, 12-13 (duos [...] postrauit omnesque alios robusto[s] animo fugauit). 92: castra subuertit: Cf. por ejemplo S. Julián de Toledo, Hist. Wambae regis [CC SL 115], 9, 211 (multo facillime potuerunt hostium nostrorum castra subuerti), Beato de Liébana y Eterio de Osma, Adu. Elipand. [CC CM 59], I 89, p. 68, líns. 2597-98 (fortes facti sunt in bello, castra subuerterunt exterorum; cf. Hbr. 11, 34), S. Pedro Damián, Serm. [CC CM 57], LXVIII 72 (Madian castra subuertit, quia cunctas infidelium machinas destruit). XXIV 93: Marchio namque comes Barchinonae: La mención conjunta de los títulos de marchio («marqués», a partir del bajo lat. marca, en alusión a la Marca Hispánica) y de comes es habitual en la documentación condal barcelonesa (por ejemplo, en un diploma de 16 de julio de 1076: Nos pariter scilicet Raimundus Berengarii et Berengarius Raimundi gratia Dei Barchinonenses comites et marchiones; vid. éste y otros ejemplos en Bofarull 1836: II 108-9) y se adopta también en los «epitafios» catalanes, como ilustran, por ejemplo, los versos dedicados a Wifredo el Velloso que inician el De comitibus: Conditur hic primus Guifredus Marchio celsus, / qui comes atque potens fulsit in orbe manens [...]; el título de marchio se consigna también en el «epitafio» de Ramón Borrell III († 1018; cf. Martínez 1991: 60-61, n. 28), en el de Ramón Berenguer III († 1131) y en el de Ramón Berenguer IV († 1162) (Nicolau d´Olwer 1915-1919: núms. 11 y 12, respectivamente; cf., asimismo, Bofarull 1836: II 142, Amador 333; Guerrieri Crocetti 506-507 ofrece, como frecuente en la Marca, un 51 ejemplo de 1107). Es muy dudoso, no obstante, que la precisa titulación que el verso ofrece (Milá 1874: 227, n. 3) se conociese únicamente en la cancillería catalana (cf. Menéndez Pidal 880, Horrent 1973: 95, n. 12); también podría haber resultado familiar para un aragonés de la Ribagorza oscense (Ubieto 1967: 22 y 1981: 76) y seguramente lo sería asimismo en otros ámbitos de la geografía hispana. En particular, pudo conocerse en Castilla gracias a los tratados de Sahagún (4 de junio de 1170) y de Zaragoza (julio de 1170) con Alfonso VIII de Castilla, y gracias al de Huesca (mayo de 1191) con Sancho I de Portugal y Alfonso IX de León, donde Alfonso II de Aragón se intitula: Ildefonsus, eadem gracia rex Aragonensis, comes Barchinonensis et marchio Prouincie (ed. Sánchez Casabón 1995: docs. 90, 92 y 533), aunque aquí el dictado de marqués no se corresponda al viejo uso del siglo XI, sino a la adquisición de Provenza por Ramón Berenguer III. Por otra parte, no nos parece que la expresión haya de interpretarse, como sugiere Wright (239), en clave irónica o ridiculizante, ya que el conde no recibe en el Carmen —o, al menos, en lo que de él se conserva— caracterización hostil alguna, como observó acertadamente Smith (1986: 107). Barchinonae: la grafía es arcaizante (cf., por ejemplo, Ermoldo el Negro, In hon. Hlud. I 104: quam Barchinonam prisci dixere Latini); aparece con ch también en el epicedion a Ramón Borrell III, ed. Nicolau d´Olwer, nº 2, vv. 79 y 82, y en el v. 21 del planctus por Ramón Berenguer IV (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13), frente a la grafía que ofrece la HR 12, 1 y 37, 15 (Barcinona); Barchinonia es el topónimo que se documenta en CAI II 8, 6. 94: cui tributa dant Madianite: cf. HR 70, 27-28 (Comes autem Barcinonensis, qui ab eis inmensum acceperat tributum, en referencia a los moros de Murviedro). Los Madianite no son, como creyeron Amador (216, n. 1) y Baist (1881: 6), los almorávides, que nunca pagaron parias y a los que la historiografía coetánea designa como Moabite (cf. Paris 1882: 422, Horrent 1973: 131), empleando la pareja inclusiva Moabite et Agareni —o Isma(h)elite— para designar a todos los musulmanes, almorávides y andalusíes ( cf. Gil 1995: 73; excepcionalmente los almorávides son denominados Caldei, como en la confirmación de un diploma de Alfonso VI a su regreso de la toma de Aledo en 1088 ó 1089, quando exiui cum exercitum ad pugnam a Iuceph caldei, qui uenerat ultra maris cum exercitibus suis ad depopulandam terram christianorum, et illa ora que fui in Alaieth, ille fuga est uersus, ed. Gambra 1997-1998: doc. 102). Propiamente, los Madianitae (hebr. Midyånîm) eran una tribu semita citada en diversos pasajes bíblicos (Gen. 25, 2, Ex. 3, 1; 18, 5, Num. 31, Iud. 6-8). Según las genealogías de Gen. 25, eran descendientes de Madián (hebr. Midyån), hijo de 52 Abraham y Queturá, y se distinguían de los ismaelitas, procedentes a su vez de Ismael (hijo de Abraham y Agar, véase el comentario al v. 70). Éstos serían los beduinos de Arabia, mientras que los madianitas habitarían en la península del Sinaí (Ex. 3, 1). Sin embargo, en algunas ocasiones se tiende a confundir a ambos pueblos (Gen. 37, 28, Iud. 7, 12), identificación que consuma la patrística (cf. S. Agustín, Quaest. in heptat. [CC SL 33], IV, q. 20, lín. 492: ubi Madianitae habitant, qui nunc Saraceni appellantur, S. Jerónimo, Comm. in Ezech. [CC SL 75], VIII 25, lín. 64: nullique dubium est Madianitas et totam eremi uastitatem adiacere terrae Arabiae, qui habent camelorum greges ouiumque et caprarum multitudines et his opibus uictitant) y en el siglo XII justifica con detalle Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 87 [PL CXCVIII 1126] (Eosdem uocat Madianitas, quos et Ismaelitas. Madiam tamen de Cethura filius Abrahae, et Ismael de Agar, et filios, de diuersis uxoribus, legitur separasse Abraham adinuicem. Forte separati prius, postea redierunt in unum, et facti sunt unus populus, retinentes utriusque parentis nomen. Vel uera est Hebraeorum opinio, qui dicunt Agar, et Cethuram unam fuisse, et ita forte nunquam separati fuerunt). De ahí que el Carmen pueda usar Madianite (que sólo se documenta como término en la Historia pseudo isidoriana) como sinónimo del más usual Sar(r)aceni, en la misma línea en la que emplea el hápax Agarice por el normal Agarene (como se ha visto en el comentario al v. 70). 95: Alfagib Ilerde: Se trata de Almunflir b. H€d ‘Imåd Addawla, rey entre 1082 y 1090 de la taifa de Lérida (que incluía las de Tortosa y Denia), al que la Historia Roderici designa como Alfagib o Alfagit, mientras que las crónicas alfonsíes lo denominan (A)venalha(n)ge (cf. Menéndez Pidal 1955: II, CLXXVI y 778c, aunque se equivoca al atribuir el cambio de nombre a Jiménez de Rada, que no menciona a este personaje) y lo mismo, seguramente en dependencia de ellas, Gonzalo de Hinojosa, Cronice ab origine mundi XIII, 247v (cf. ed. Lomax 1985: 237, con algún error): Post hec comes Barchinonie […] una cum rege Abenalphange Denie a sarracenorum castrum d’Almenar regis Cesarugustani abstulit possiderent. Rodericus, qui regnum Cesargustanum ex debito tuebatur, contra prefatos principes bellum ingerit, uictoriam ex eis obtinuit. […] Deinde rex Petrus Aragonie, ueniens in adiutorium Abenalphange regis Denie supradicti, et ipse Abenalphange contra dictum Rodericum aciem direxerunt, sed Rodericus eis obuians, utrumque regem in prelio superauit. Tal designación corresponde al patronímico árabe Ibn Al™åjj, no documentado entre los monarcas hudíes. Alfagib no es un nombre propio, como cree Horrent (1973: 97), sino el cargo de al™åjib, ‘el chambelán’, titulación habitual de los reyes de taifas, con preferencia a la de malik, ‘rey’, para indicar que representaban la autoridad del —en realidad inexistente— califa (Sourdel 1999; cf. para los hudíes Gil Farrés 1976: 186-88), sentido que explica bien 53 Jiménez de Rada, Historia Arabum [CC CM 72C] XXXII 8-11 (Mahomat ibne Abenhamir proprio nomine dicebatur; nunc autem dictus fuit alhagib, quod interpretatur uicerex; postea autem, quia fere semper in preliis fuit uictor, Almançor fuit appellatus, quod deffensor interpretatur), mejor informado aquí que en De rebus Hispanie V 14, 19-23 (rex Arabum, qui Alhagib dicebatur, se Almançor constituit nominari. Alhagib autem interpretatur supercilium, quia sicut supercilium defensio est siue umbraculum occulorum, sic et ipse dicebatur defensio populorum). Ni siquiera en las fuentes cristianas fue Alfagib ~ Alhagib designación privativa de Almunflir de Lérida, como se aprecia en este último pasaje o en el tratado de 5 de septiembre de 1058 entre Ramón Berenguer I de Barcelona y Armengol de Urgel contra Alhagib ducem Cesarauguste, es decir Almuqtadir, el padre de Almunflir (ap. Bofarull 1836: II 79 y Menéndez Pidal 685). No puede, pues, decirse que el autor del Carmen conozca al rey leridano por su nombre ni, por tanto, que ello apunte hacia un autor «mozárabe del reino de Lérida» (Horrent 1973: 96). Antes bien, el uso de esta intitulación (y con la misma grafía, con -f- y no con -h-, que parece convenir más a un texto de procedencia occidental, puesto que la representación del fonema árabe faringal fricativo sordo /™/ mediante el grafema -f- es coherente con la aspiración de /f/ en castellano, que no se produce ni en aragonés ni en catalán, pese a lo cual es equivalencia compartida en los arabismos de todo el ámbito iberorrománico, cf. Corriente 1999: 37-38) en lugar del verdadero nombre del rey de dicha taifa, Almunflir b. H€d, o de su sobrenombre honorífico oficial, ‘Imåd Addawla, establece un vínculo especialmente estrecho entre el poema y la Historia Roderici, reforzado por el hecho de que ninguna otra fuente se refiera así al señor de Lérida. Ilerde: Acerca del empleo de topónimos latinos en el poema —en este caso, en lugar del vulgar Lerida o Lerita— puede consultarse lo ya indicado a propósito de los vv. 23-24. Se trata de la referencia «toute gratuite» que hizo pensar a Du Méril (313, n. 3) que la canción se compuso concretamente para el pueblo de Lérida. 96: iunctus cum hoste: La secuencia evoca en cierto modo —incluso lingüísticamente— el correspondiente pasaje de la Historia Roderici (14, 5: omnes isti uenirent pariter cum Alfagit). Tanto Casariego como Higashi parecen interpretar cum hoste como referido a la persona de Alfagib, lo cual parece sumamente improbable desde el punto de vista semántico, ya que el conde y Alfagib eran aliados; tampoco cabe entender que se aluda a un supuesto hoste —en su acepción clásica— <Roderici> o <Cesaraugustae>. Wright interpreta «who had joined him with an army» (243, n. 2), al igual que Riquer («anant amb la host»); de manera similar lo hace Guerrieri Croccetti, pero éste —siguiendo para ello el criterio y la 54 puntuación del texto que ofrece Du Méril (313)— interpreta Ilerde como complemento de hoste: «e con lui Alhagib e l'esercito d'Ilerda», lo cual, aunque posible, no parece aconsejable si se atiende al orden de palabras; por otra parte, no parece lógico que se indique la procedencia de la tropa de Alfagib en vez de la del propio rey, como parte de su título. Sobre el significado de hostis y el lugar paralelo en la Historia Roderici, cf. I.2.b. Según observa Löfstedt, a propósito de Beato de Liébana y Eterio de Osma, Adu. Elipand. [CC CM 59], I, p. 36, lín. 1367 (ista tantum hostis in uno angulo tenetur quoartata), la aquí empleada es una acepción de hostis («Armee») característica del ámbito hispánico (p. XVIII). Ya en latín vulgar, hostis tomó el sentido colectivo de 'ejército enemigo' y, después, de 'ejército' en general, frecuente desde principios del siglo VI y luego común a todos los romances, en los cuales el vocablo adoptó por lo común el género femenino, como en castellano «la hueste», aunque en francés antiguo todavía era a menudo masculino (Corominas - Pascual 1980-1991: III 421b, Greimas 1987: 460-61). XXV 97: Cesaraugustae obsidebant castrum: Entendemos Cesaraugustae —nombre de la taifa de ese nombre— como genitivo dependiente de castrum, término que aquí parece designar, frente a lo que ocurre con el plural castra ('campamentos'; cf. 83, 92), un 'recinto fortificado'. 98: quod adhuc Mauri uocant Almenarum: Almenarum es el topónimo que especifica el mencionado castrum; Almanara es la grafía que ofrece para esta localidad leridana la Historia Roderici, en 13, 10; 14, 6 (castrum Almanara); 15, 5 (castri Almanare) y 12-13 (castra Almanara). No ha de confundirse esta población con su casi homónima valenciana, Almenara en la HR, también mencionada en el diploma valenciano de 1098, lín. 23 (terminum castri quod uocatur Almanar). El episodio de Almenar se produjo en 1090, cuando Rodrigo se enfrentó al rey moro de Lérida y a su aliado Berenguer Ramón II el Fratricida, hermano gemelo de Ramón Berenguer II. El desarrollo de la escaramuza se narra en la HR (13, 10 - 16, 13; cf. Du Méril 313, n. 1). Como ya hemos indicado, esta polémica referencia a los Mauri sirvió al versificador, probablemente, tan sólo para justificar el empleo de un topónimo de origen árabe, frente a lo que parece ser su norma en el poema (cf. Smith 1986: 106, secundando la hipótesis ya avanzada por Coll). La objeción de Cirot (1931a: 144, n. 2) acerca del significado de adhuc nos parece sólida, y no un pretexto como considera Horrent (1959 y 1973: 117, n. 61). Según este último autor (119), «para que el v. 98, incidental, inútil, tenga 55 una razón de ser, es preciso que Almenar esté en manos de Sancho Ramírez», sólo es significativo «en el momento en que la ciudad mora, recientemente conquistada, podría cambiar su nombre por uno cristiano» (algo que no consta se hiciera), y de ahí su traducción («castillo que hasta ahora los moros llaman Almenar»; cf. n. 67). No nos parece que la explicación de Horrent —ya refutada por Menéndez Pidal (1960)— sea la única posible. El poeta justifica la aparición en su obra de un topónimo de origen no latino, y lo hace sobre todo en clave literaria, aludiendo —seguramente sin un especial recelo— a la denominación empleada en el poema, que fue y seguía siendo —en boca de moros, acaso nostálgicamente, y de cristianos— la árabe. Desde el punto de vista formal —y dadas las implicaciones del problema— conviene señalar que el episodio no se introduce de una manera «enfática», como cabría esperar si constituyese en realidad el clímax final del poema, suposición fundada básicamente en la accidentada transmisión del texto y en el hecho de que esta tercera batalla —que se desarrollaría en la parte no conservada— aparezca precedida de la morosa descriptio armorum que se inserta unos versos más adelante (105-128). 99-100: dari locum / mitere uictum: Entendemos locus en el sentido figurado —y común en latín clásico— de «oportunidad», «ocasión», y no en el de lugar geográfico (como interpretan Guerrieri Crocetti 507: «li prega di abbandonare quella località», Casariego 47: «le den aquel lugar», Higashi 6: «le sea dada la población»; cabe comparar HS 17: hosti locum dare). Este término suele ir acompañado de un genitivo del gerundio (uictum mit<t>endi se esperaría en este caso) o de completiva con ut; también se documentan sin embargo, desde la Antigüedad, usos con infinitivo (cf. Plauto, Truc. 877: refacere si uelim non est locus). De una manera casi intermedia entre las dos acepciones traduce Wright (216: «asked them to make way for him to send in provisions»). XXVI 101: nequirent: El verbo nequire se emplea aquí en el sentido de «no estaban dispuestos». 102: nec transeundi facultatem darent: Cf. HR 33, 8, 17 y 18. La inusual expresión facultas transeundi —algo redundante y quizá motivada en este lugar por razones métricas, o por deseo de uariatio respecto al locum anterior— equivale a la que aparece en el v. 99 (dari locum). Cabe comparar HC I 15, 123 (transferendis sanctis tantam transfretandi facultatem flumen exhibuisse perhibetur), 20, 38 (locato de doctrina eloquentie magistro et de ea, que discernendi facultatem plenius amministrat), 71, 7 (et ideo ad diuturnam expeditionem 56 facultates ei sufficientes non erant), II 16, 108 (episcopos ordinandi liberam uobis concedimus facultatem), CN III 13, 13-14 (transitum eidem liberum concesserunt), Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, VII 14, 4 (quia non erat eis facultas Arabibus resistendi), VIII 9, 46 (grassandi tribuant facultatem). Dentro de los Acta sanctorum, cf. Summarium Virtutum et Miraculorum Beatae Colettae, cap. IV (susceptis rediens ad conuentum, fluuio cuidam appropinquasset, et nullam illius transeundi facultatem aut ponte aut nauigio inuenisset). 104: cito, ne tardent: Cf. HR 39, 60 (ueni et noli tardare). Sobre la interpretación sintáctica de cito, puede consultarse lo ya indicado en nuestra «Nota crítica». La presteza es virtud militar característica de Rodrigo: cf. HR 53, 11-13 (Nisi uero tam cito uenisset, ille barbare gentes Yspani<am> totam usque ad Cesaraugustam et Leridam iam preocupassent atque omnino obtinuissent). XXVII Los ecos virgilianos de todo este pasaje (105-120) ya fueron señalados por Curtius (1938: 168) y por Gwara (1987: 205), quienes remitían a Virgilio, Aen. VIII 401-2 y 618-25. Según Zaderenko (1998: 173), esta descriptio armorum se inspira en la que ofrece la Ilias Latina, a propósito de Héctor (vv. 225-232; ed. M. Scaffai 1982): Nec mora: continuo iussu capit arma parentis / Priamides Hector totamque in proelia pubem / festinare iubet portisque agit agmen apertis. / Cui fulgens auro cassis iuuenile tegebat / omni parte caput, munibat pectora thorax / et clipeus laeuam, dextram decorauerat hasta / ornabatque latus mucro; simul alta nitentes / crura tegunt ocreae, quales decet Hectoris esse. Conviene recordar, en cualquier caso, que esta obra —que suele datarse en el s. I d. C. y que muestra, por cierto, «un Paride sensuale e pavido» (Scaffai 1982: 27), en contraste con el que aparece en nuestro Carmen, vv. 2 y 126— no parece haberse conocido en la España visigótica (ibid. 45) y que su difusión por Europa comienza a raíz sobre todo del renacimiento carolingio (ibid. 30), sin dejar huellas muy perceptibles en la literatura peninsular. Cabe además que el autor también se inspirara en descripciones bíblicas como la que protagoniza David en I Reg. 17, 38-39, poco antes de su enfrentamiento con el filisteo Goliat (et induit Saul Dauid uestimentis suis, et imposuit galeam aeream super caput eius, et uestiuit eum lorica. Accinctus ergo Dauid gladio eius super uestem suam...), lo que se correspondería bien con la visión del héroe representada en los versos anteriores (véase el comentario al v. 26). Otro pasaje bíblico que presenta afinidades con ciertos detalles de esta descripción es Is. 40, 19-20 (numquid sculptile conflauit faber aut aurifex auro figurauit illud et laminis argenteis argentarius forte lignum et inputribile elegit artifex sapiens). Compárese también el armamento de Joab, según lo 57 presenta Pedro Coméstor, Hist. Schol. X 19 [PL CXCVIII 1341] («Porro Joab uestitus erat tunica stricta!» Josephus tamen dicit lorica; «et accinctus erat gladio fabrefacto, qui leui motu egredi poterat»). En todo caso, los posibles ecos clásicos y bíblicos no impiden una descripción ajustada de lo que era el armamento de los siglos XI y XII, como se verá a continuación, algo habitual —por lo demás— en la Edad Media, que carecía casi por completo de sentido arqueológico. 105: indutus lorica: La loriga en los siglos XI y XII podía ser tanto de mallas entrelazadas como de escamas superpuestas, si bien predominaban las del primer tipo. Ésta era una especie de túnica de mallas de manga larga y amplios faldones, que solían llegar hasta la rodilla, y se ceñía con un cinturón. Durante la segunda mitad del siglo XII se va modificando con la adición del almófar (una capucha de mallas que complementa al casco en la defensa de la cabeza), de las manoplas para la protección de las manos y de las grebas o brafoneras, una especie de polainas de malla que defendían la parte inferior de las piernas (Soler del Campo 1993: 119-27, cf. también Blair 1958: 20-24). El modelo descrito en el Cantar del mio Cid responde a este tipo, pero sin brafoneras (Montaner 1993: 451-52). En el caso del Carmen, la ausencia de detalles impide precisar más al respecto. 107: romphea cinctus: El término r(h)omphaea (sobre cuya prosodia medieval — rómphea— puede consultarse Norberg 1958: 18, 1985: 11) es un helenismo que aparece en la Vulgata y, como es natural, en sus comentadores: cf., por ejemplo, Ecclesiasticus 21, 4 (quasi romphaea bis acuta omnis iniquitas, / plagae illius non est sanitas), Apoc. 2, 12 (haec dicit qui habet romphaeam utraque parte acutam). En cuanto a la expresión empleada en el Carmen, cf. Corp. Pseudepigr. Latin. Vet. Test., Ps.-Filón, SChr 229, cap. 27, v. 12 (exsurgentes surgite et singuli quique accingimini rompheis uestris), cap. 36, v. 2 (exsurgentes unusquisque uestrum cingat se rompheam suam, quoniam traditi sunt Madianites in manus nostras). El término adquirió especiales connotaciones por asociarse a la espada flamígera del ángel que custodia la entrada del Edén (Gen. 3, 24), al preferir a menudo la patrística latina referirse a la flogivnh rJomfaiva de los Septuaginta que al flammeus gladius de la Vulgata (ambos traducción ad sensum del hebreo laha† ha™e¸re¸b ‘la llama de la espada’), como se ve en Tertuliano, De anima [CC SL 2], 55, lín. 32 (romphaea paradisi ianitrix), S. Ambrosio de Milán, Explan. psalm. XII [CC CLCLT 140], psal. 1, cap. 38, 3 (romphaea est in ingressu paradisi ignea), S. Pedro Crisólogo († c. 450), Coll. serm. [CC SL 24A], 123, lín. 78 (flammea romphaea [...] paradisi uoluebatur in ianuam), Vita III S. Bonifacii (en los Acta Sanctorum, Junio, I, 5): per impositionem manuum septiformis Spiritus contulit 58 donum. Profectus inde, caelesti romphea spiritualiter armatus..., o el propio S. Jerónimo, Lib. quaest. Hebraic. in Gen. [CC SL 72], p. 7, lín. 31 (et statuit cherubin et flammeam romphaeam quae uertitur ad custodiendam uiam ligni uitae), entre otros pasajes. Así lo emplea también Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 24 [PL CXCVIII 1074] (De eiectione eorumdem de paradiso, et rhomphaea ignea; así como en la versión interpolada de ese capítulo, Additio 2 [1076]: quia pro opere, quo porrexerunt manus ad pomum uetitum, apposita est ignea rhomphaea paradiso). Por otra parte, el sentido prístino de rJomfaiva > rhomphaea, espada larga de doble filo, se adecua bien a la realidad de las espadas del siglo XII, cuyo modelo dominante «se define por la presencia de pomos esféricos asociados a arriaces rectos», los cuales «suelen asociarse a fuertes y anchas hojas de doble filo con canal central, características que responden a su concepción como armas para cortar y golpear, pero no para estoquear» (Soler del Campo 1993: 13 y en general 11-34, cf. también Montaner 1993: 441-42). auro fabrefacta: Cf. III Reg. 6 (esp. 18), Eusebio de Cesarea († 339), Vita Constantini (vers. lat.) III 10 [PL VIII 53] (sella ex auro fabrefacta), 54 [64] (simulacra uero ex auro fabrefacta), S. Jerónimo, Epist. LII 10 [PL XXII 535] (et caetera ex auro fabrefacta), Tiofrido de Echternach († 1100), Flores epitaphii sanctorum II 4 [PL CLVII 348] (ex auro fabrefacta columnarum epistilia), Ruperto de Deutz († c. 1130), Comm. in Matth. XII [PL CLXVIII 1593] (phylacteria auro fabrefacta), Pedro Coméstor, Hist. Schol. II 65 [PL CXCVIII 1186] (malagranata aurea, cum spinosis extremitatibus suis fabrefacta), XI 10 [1356] (grandes uuae aureae cum pampinis aureis, adeo fabrefactis); para el caso de nuestra crónicas, cf. HR 61, 7 (gemas multo auro decoratas). Según Wright (243, n. 2), fabrefactus y figuratus aluden a un armamento «made of iron and inlaid with gold»; Casariego interpreta a su vez fabrefactus como una alusión al nielado, «una artesanía para adornar armas» que «consistía en practicar surcos en las hojas e incrustar en ellos metales preciosos y esmaltes» (47, n. 8), mientras que Higashi (7) lo traduce por «damasquinada en oro». En definitiva, los tres autores aluden a un tipo de incrustación áurea en el acero, lo que propiamente sería, como ha visto Higashi, un damasquinado o ataujía, consistente en embutir hilos de oro o plata en las ranuras efectuadas en una pieza de hierro, puesto que el nielado se obtiene al rellenar con un esmalte negro (hecho de plata y plomo fundidos con azufre) los surcos grabados en una superficie metálica (Quintana Lacaci 1987: 184-86), lo que no se corresponde con la descripción del Carmen. En cualquier caso, ambos procedimientos podían usarse para decorar la hoja de la espada, sobre todo mediante inscripciones (como Homo Dei o In nomine Domini) en la acanaladura central, si bien en esta época solía usarse para ello latón, cobre o bronce, 59 más que oro o plata. Ahora bien, el relieve que el Carmen concede a este aspecto sugiere algo más visible e importante que ese tipo de decoración, así que probablemente aluda a la guarnición dorada del arma. En efecto, en esta época los arriaces y el pomo de la espada podían ser de metales preciosos, engastados a veces de esmaltes y aun de pedrería, y también el puño (hecho de madera o hueso) iba excepcionalmente recubierto de hilo de oro o plata (Edge - Paddock 1988: 27-28 y 46-47, Bull 1994: 7). A esta clase pertenecía la valiosa spata obtima cum factiles deauratos citada en un inventario coetáneo (ap. J. Mª Lacarra 1988: 621), al igual que Colada y Tizón en el Cantar de mio Cid 3177-78: «Saca las espadas e relumbra toda la cort, / las maçanas e los arriazes todos d’oro son» (cf. Boix 2001). Adviértase que tanto en el Carmen como en el Cantar «El uso de elementos áureos en el arnés era una marca de nivel social, pero también es exponente paraverbal de una elevada categoría guerrera» (Montaner 2007b: 410). XXVIII 109: Accipit hastam mirifice factam: Cabe llamar la atención sobre la rima interna, como ya hemos señalado en III.2. El hasta es aquí sinécdoque de la lanza, que en el siglo XII medía de tres a cuatro metros. Se componía de un asta de madera de unos 50 mm de diámetro y de una moharra de hierro forjado, compuesta de una punta u hoja (de forma elíptica y sección romboidal aplanada) y de un cubo (la parte tubular en que se inserta el asta), ligeramente más corto que la punta (Edge - Paddock 1988: 29-31 y 46, Soler del Campo 1993: 35-38). En esta época solían incorporar también un pendón triangular bajo la moharra, como se ve en el Cantar de mio Cid (Montaner 1993: 435 y 463), elemento al que no se alude en el Carmen. 110: nobilis silue fraxino dolatam: Del pasaje se ha ocupado ampliamente Bastardas 1998-1999. Puede compararse Virgilio, Ecl. VII 65 (fraxinus in siluis pulcherrima), tras el precedente de Acio, Ann., frag. 4 Courtney, ap. Prisciano, Gramm. Lat. II 254 Keil (fraxinus fixa ferox infensa infinditur ossis, a propósito de una lanza) y de Enio, Ann., frag. 177 Skutsch (fraxinus frangitur atque abies consternitur alta). Pese a las alusiones clásicas, la tópica referencia al fresno no es puramente literaria, sino que responde a la realidad de la época, en que las astas de las lanzas se hacían preferentemente de su madera (Hewitt 1999: 156-57, Edge - Paddock 1988: 46). A propósito de dolatam, cf. Cicerón, De orat. II 54 (neque... perpoliuit illud opus, sed sicut potuit dolauit), Prudencio, Apoth. 519-21 (est illud quod nemo opifex fabriliter aptans / conposuit, quod nulla abies pinusue dolata / texuit, exciso quod numquam marmore creuit), Juan Escoto Eriúgena, Expos. in hierarch. caelest. [CC CM 31], 60 cap. 8, p. 128, líns. 379-87, a propósito de Ez. 9, 4-6 (alii autem secures habebant; quibus imperatum est nulli parcere [...], alii autem secures, id est dolatilia gestabant arma; que plus edificationem significant quam ruinam, diuine iustitie seueritatem figurantia, que per angelos [...] uirtutes a uitiis, naturam a culpa segregant, superflua incidunt, naturalia conformant, ex quibus domum diuine possessioni aptam construunt). Que la lanza sea de elevado bosque no es sino una manera de aludir a la propia nobilitas de Rodrigo (cf. por ejemplo Porfirión a Horacio, loc. cit.: <Vtrum siluae nobilis> an tu nobilis, ajmfiboliva per casus). Cabe recordar, en este contexto, la «ardida lança» del Cantar, v. 79 (con comentario de Montaner 2007: 335, con alusión a PA 176 [ ] y 232 [ ], etc.), aplicado a Martín Antolínez; también cabe recordar el elogio de la lancea de Rodrigo por parte de Sancho en CN III 15, 13-15. 111-112: quam ferro forti fecerat limatam / cuspide rectam: cf. Virgilio, Aen. V 208 (ferratasque trudes et acuta cuspide contos / expediunt), S. Isidoro, Etym. XVIII 7, 2. La expresión ferro forti es llamativa. En la literatura clásica, el adjetivo fortis suele reservarse para la mano (cf. aún Grimaldo, Vita Dominici Siliensis, II 26, líns. 15-28) que dirige el ferrum (a menudo adjetivado como latum); cf. por ejemplo Ovidio, Metam. VIII 340-342: sternitur incursu nemus, et propulsa fragorem / silva dat: exclamant iuvenes praetentaque forti / tela tenent dextra lato vibrantia ferro. Para la construcción fecerat limatam y similares cf. Norberg 1943-1945. Rectam quizá debería considerarse con valor participial (de rego), dada la serie en que se inscribe. XXIX 113: clipeum: Desde finales del siglo XI y hasta principios del siglo XIII, el modelo de escudo predominante era el amigdaloide, de perfil triangular y lados curvos, levemente cóncavo, que cubría todo el lado izquierdo del jinete, debido a su gran longitud, si bien a finales del siglo XII tenderá a hacerse más corto y con los lados más rectos. Por el ejemplar D-59 de la Armería del Palacio Real (Madrid), se sabe que eran de madera recubierta de pergamino por ambas caras, en la interior llevaban fijadas unas manijas o abrazaderas de ante y un tiracol (la correa para llevarlo colgado del cuello) de lo mismo, y la exterior iba pintada (Soler del Campo 1993: 79-85, Menéndez Pidal de Navascués 1999: 63-64, n. 30, cf. Hewitt 1999 [1860]: 149-51, Blair 1958: 181). 61 brachio sinistro: como es tópico —y natural— en la descripción del guerrero armado (cf., por ejemplo, Virgilio, Aen. II 671-72: hinc ferro accingor rursus clipeoque sinistram / insertabam aptans, así como Ilias Lat. 230, en el pasaje citado a propósito del v. 105). 114: qui totus erat figuratus auro: A propósito de este escudo «figurado en oro», cabe comparar los vv. 88-90 del Poema de Almería: Sunt in uexillis et in armis imperatoris / illius signa, tutantia cuncta maligna; / auro sternuntur quotiens ad bella feruntur. La expresión figuratus auro ha sido vertida de forma muy diversa: «figurato d’oro» (Guerriero Crocetti), «ornado de oro» (Casariego), «inlaid with gold» (Wright), «repujat en or» (Figueres), «ornamentado en oro» (Higashi), «amb figures d’or» (Riquer). Los escudos en este período se hacían de madera recubierta de cuero o pergamino pintados (Edge - Paddock 1988: 24, y véase el comentario al verso anterior), de modo que figuratus no puede tener el sentido clásico de ‘formado de / con’, sino el de ‘representado con figuras’ (sobre la evolución del término sigue siendo fundamental el clásico trabajo de Auerbach 1998 [1967]). Ahora bien, dado que sólo hay una imagen, la del dragón (115), conviene entender que el escudo traía su figura pintada de oro, abarcando toda la superficie, en lugar de pensar en un escudo dorado con un dragón de color sin determinar, según hace Manzano (1999: 21 y fig. 28), que ofrece, no obstante, una plausible reconstrucción gráfica del mismo. Así lo indica también el que se muestre lucido modo (116, vid. el comentario al mismo, así como Montaner 2001). 115: in quo depictus ferus erat draco: Cf. Plinio XXXV 121 (at illi draconem in longissima membrana depictum circumdedere luco, eoque terrore aues tunc siluisse narratur et postea posse compesci) y, en especial, Pedro Coméstor, Hist. schol. IV 86 [PL CXCVIII 1124] (Dicitur etiam ea tempestate Triptolemus in navi, in qua pictus erat draco, in Graecia venisse, et ampliasse agriculturam). En cuanto al adjetivo (cf. por ejemplo PA 113, 175, 349), la expresión fera Erinis se aplica en la Historia Compostellana (II 53, 7) a la reina Urraca. El testimonio del Carmen sobre tal figura (ya avanzada en cualquier caso, en el aspecto verbal, por Píndaro, Pyth. 8, 45-47, a propósito de la figura de Alcmeón: [...] qaevomai safev" / dravkonta poikivlon aijqa'" jAlkma'n j ejp j ajspivdo" / nwmw'nta prw'ton ejn Kavdmou puvlai") carece de parangón. Ninguna otra fuente del siglo XII asocia ésta u otra representación al escudo o enseña del Campeador, ni siquiera el Cantar de mio Cid, que alude a menudo a la «seña cabdal» de su héroe (577, 596, 611, etc.), y hay que esperar a finales del siglo XIII o principios del XIV para encontrar menciones de una «seña verde» asignada al Cid (Crónica Particular del Cid 15r, Traducción Gallega I 363, Crónica de 1344 III 361) y al 62 siglo XV para hallarle atribuidas las armas primitivas de los Mendoza (que se tenían por descendientes colaterales suyos), a saber, una banda de gules (más tarde fileteada de oro) en campo de sinople (vid. Montaner 1993: 439-40, cf. Menéndez Pidal de Navascués 1993: 288). En principio, cabría suponer —dada la obvia naturaleza retórica de toda esta descriptio armorum— que se trata de una mera fantasía del poeta. Ahora bien, se advierte que en los modelos propuestos (Virgilio, Ilias Latina) no sólo falta la referencia al dragón, sino a una figura cualquiera representada en el escudo. Por otra parte, la tradición cristiana asocia el dragón al diablo (Apoc. 20, 2: et adprehendit draconem serpentem antiquum qui est diabolus et Satanas; cf. S. Jerónimo, Comm. in Ezech. [CC SL 75], IV 16: sub figura draconis, loquitur de diabolo, Salimbene de Parma, Cronica [CC CM 125], p. 637, lín. 38 [= ms. fol. 393d]: per ultimum Antichristum, qui figuratur in cauda draconis) y también a los árabes (IV Esdr. 15, 29: et exient nationes draconum Arabum in curris multis). Por ello, en las atribuciones heráldicas «au XIIIe et au XIVe siècles, on en fait l’emblème des hérétiques et des chefs musulmans» (Pastoureu 1993: 156, cf. Neubecker 1995: 114-15, Brault 1997: 145, 172, 27980). De ahí el emblema descrito en L’estoire de Merlin : «la grant ensegne a la crois vermeille dont le camp estoit plus blans que noef et li dragons estoit al desous de la crois» (ap. Brault 1997: 172), que parece hacerse eco de Prudencio, Perist. I 34-36 (Caesaris vexilla linquunt, eligunt signum crucis / proque uentosis draconum, quos gerebant, palliis / praeferunt insigne lignum, quod draconem subdidit, cf. Psal. 90, 13: super aspidem et basiliscum ambulabis, et conculcabis leonem et draconem). Nada de esto favorece que el autor haya procedido aquí a una atribución ficticia, sugerida por modelos literarios previos. Por contra, existen testimonios del uso real del dragón como emblema preheráldico y, en menor medida, heráldico, en particular el bien conocido escudo del tapiz de Bayeux, de c. 1080-1100 (Hewitt 1999 [1860]: 92-93, Pastoureu 1993: 29 y 156), que ya Manzano (1999: 21) adujo a propósito del Carmen. El dragón (que luego traerían las armas de Gales) se conservó durante el siglo XII en las enseñas de los reyes de Inglaterra, incluso tras la adopción como armas de los tres leopardos de oro en campo de gules. Así lo recoge, al referir la batalla de Standard contra los escoceses, en 1138, Aelred de Rievaulx († c. 1167), De bello Standardii [PL CXCV 711] (Tunc hi qui fugerant videntes regale vexillum, quod ad similitudinem draconis figuratum facile agnoscebatur). Más tarde lo citan Ricardo de Devizes, al narrar la campaña siciliana de Ricardo Corazón de León, en 1190 ( «El rey de Inglaterra avanzó en armas; ante él llevaba su estandarte: el terrorífico dragón», ap. BrossardDandré - Besson 1991: 62), y Roger de Hoveden, a propósito de la cruzada en Palestina, en 1191 (Cum Rex Angliae fixisset signum suum in medio, et tradidisset Draconem suum Petro 63 de Pratellis ad portandum..., ap. Du Cange 1883-1887: s. v. draco, cf. Hewitt 1999: 170-71). En el siglo XIII este estandarte se haría remontar al padre de Arturo, Uterpendragon, el cual —cuenta Mateo de Westminster en sus Flores historiarum— iussit fabricari duos Dracones ex auro [...] Ab illo igitur tempore uocatus fuit Britannice Utherpendragon: Anglica uero lingua Uther drake heued; Latine uero Uther caput draconis. Unde usque hodie mos inoleuit regibus terrae huius, quod pro uexillo Draconem in bellicis expeditionibus ante se statuerint deferendum (ap. Du Cange, loc. cit.) Parece, pues, que el Carmen se inspira aquí más bien en usos coetáneos que en reminiscencias literarias y podría pensarse incluso (como hace Manzano 1999: 21-23) que el dato es auténtico. Sin embargo, la documentación hispana de los siglos XI y XII no ofrece nada semejante y, a cambio, puede aducirse la cita de Pedro Coméstor hecha más arriba sobre la nave de Triptólemo, in qua pictus erat draco (tan cercana a la literalidad del Carmen), dato que el poeta podría haber sumado al que ofrece Prudencio sobre los uexilla imperiales con un dragón, en el pasaje del Perist. ya visto o en Cathem. V 55-56 (signaque bellica / praetendunt tumidis clara draconibus), y que también describe Amiano Marcelino XVI 10, 7 (purpureis subtegminibus texti circumdedere dracones, hastarum aureis gemmatisque summitatibus inligati, hiatu vasto perflabiles, et ideo velut ira perciti sibilantes caudarumque volumina relinquentes in ventum). No ha de olvidarse que éste era el emblema de la cohorte, cuyo portaestandarte se denominaba precisamente draconarius (cf. Vegecio, Epit. rei milit. II 13, 1: Dracones etiam per singulas cohortes a draconariis feruntur ad proelium) y que es un viejo motivo militar griego: «to strike terror they were depicted on hoplites’ shields or, as an expression of victory, on commemorative monuments» (OCD, s. v. snakes, p. 1418; cabría recordar al respecto, asimismo, la tradicional representación de Gorgona / Medusa en los escudos griegos, cf. ibid., s. v. Gorgo, p. 643). Por otro lado, había también visiones literarias menos negativas de este animal fabuloso, como se ve en los anónimos Sermones atribuidos a Hugo de San Víctor (69 [PL CLXXVII 1114]: Dracones itaque eo quod magnitudine corporum animantia caetera superant, illos qui magno iustitiae merito, uel boni nominis opinione et auctoritate caeteros transcendunt, significant). Así las cosas, resulta bastante arriesgado dar por buena esta noticia, posiblemente una invención del poeta en la misma línea que el yelmo con cerco de electro, con la que añadía otra reminiscencia clásica a las que le aportaban sus modelos más directos, aunque siempre quede la duda de si pudo llegarle alguna tradición oral al respecto (no necesariamente cierta), como quizá también sobre el caballo del Campeador (121, véase el comentario ad loc., así como Montaner 2001). 64 116: lucido modo: Resulta difícil precisar el significado de esta expresión, que parece ser el de «vívidamente» (considerando además la morfología —casi «adverbial»— del sintagma); creemos (como Casariego) que alude al brillo del dragón pintado de oro, y de ahí nuestra versión. XXX 117: caput muniuit galea fulgenti: Cf., por ejemplo, Ilias Lat. 228-29 (pasaje citado a propósito del v. 105); en cuanto a la expresión cabe comparar HR 66, 14 (suis armis munitus). El adjetivo fulgens aplicado a las armas es, por lo demás, de rancia tradición poética latina (tras el preludio de Enio, Ann., frag. 27 Skutsch: qui caelum uersat stellis fulgentibus aptum) y tiene su referente último en el propio Homero (Il. V 294-295: teuvcea pamfanovwnta). Aquí contribuye a realzar la figura resplandenciente del héroe. Aunque cargada con estas y otras reminiscencias literarias (que comentamos a continuación), la descripción del yelmo concuerda con el tipo usado desde finales del siglo XI a principios del XIII, el cual era de hierro, de forma cónica (que se hace semiesférica a finales del siglo XII) y poseía nasal, una pequeña pieza vertical destinada a proteger la nariz. En esta época solían ser de una sola pieza, pero incluso entonces el ruedo estaba con frecuencia guarnecido de un aro metálico del que arrancaba el nasal (Blair 1958: 25-27, Edge - Paddock 1988: 17-18 y 44, Soler del Campo 1993: 97-100). Ese aro es el que aquí se describe (119-20) como un cerco de electro (una aleación de cuatro partes de oro y una de plata, cuyo color es parecido al del ámbar), que además podía estar adornado de piedras preciosas, en especial rubíes (Chanson de Roland 1326: «L’elme li feint u li carbuncle luisent», Cantar de mio Cid 766: «Las carbonclas del yelmo echógelas aparte», cf. Montaner 1993: 470). En cuanto a las láminas de plata del v. 118, pueden referirse no tanto a un revestimiento, como a tiras que partiesen del aro para llegar a la cúspide del yelmo, si no es a tachones plateados, como también está documentado. 118: quam decorauit laminis argenti: Además del pasaje de Isaías citado en el comentario a la estrofa XXVII, cf. Pedro Coméstor, Hist. Schol. II 61 [PL CXCVIII 1181] (Erantque in latere australi uiginti columnae, altae quinque cubitis, uestitae laminis argenteis, capita habentes argentea cum caelaturis), XI 15 [1361] (In latere meridiano erant quatuor portae duplices ualuas habentes, quae laminis aureis et argenteis miro opere decoratae erant). 65 119-120: faber et opus aptauit electri / giro circinni: Faber se explica mediante el término ferrero en los glosarios castellanos (Glos. de Toledo, lín. 197, Glos. de El Escorial, lín. 1114; cf. Castro 1936: 6, 103), lo cual parece acorde con nuestro texto. El término opus también se documenta, en un contexto similar, en HC III 44 (un pasaje con probable influencia de Ovidio, Met. II 5: materiam superabat opus, como observa Falque 1994: 574, n. 226). Marcial (VIII 50 [51], 5-8), a propósito de un plato labrado, ofrece una imagen comparable a la que leemos en nuestro Carmen: uera minus flauo radiant electra metallo / et niueum felix pustula uincit ebur. / Materiae non cedit opus: sic alligat orbem, / plurima cum tota lampade luna nitet; desde el punto de vista formal, cabe citar asimismo Leuit. 8, 8 (quod astringens cingulo aptauit rationali, in quo erat Doctrina et Veritas). electri: A un pasaje de Virgilio, como es el referente a las armas realizadas por Vulcano para Eneas, a petición de Venus (Aen. VIII 401-2 y 624), remiten Curtius (1938: 168) y Gwara (1987: 205) para documentar esta mención del electro (gr. h[lektron; cf., por ejemplo, Estacio, Theb. IV 270, Prudencio, Psychom. 338-39 (quam summa rotarum / flexura electri pallentis continet orbe). De acuerdo con Wright (119), se trata de «an amber-coloured alloy of gold and silver, or perhaps bronze and tin». El electro designa en la tradición literaria clásica el «ámbar» y también el «oro blanco» (Heródoto I 50, 2), con proporciones más o menos grandes de plata (una quinta parte en principio, según se desprende de Plinio XXXIII 80; cf., no obstante, S. Isidoro, Etym. XVI 24, 2: fit de tribus partibus auri et argenti una; en general cf. Tabarroni 1988: 196). No se trata, sin embargo, de un término tan inusual en la literatura tardoantigua y medieval como consideraba Curtius e incluso Bastardas (1998-1999: 16: «terme força rar en llatí»), dado también, por ejemplo, su frecuente acarreo en los glosarios, a los que aludíamos en III.3. El electro adquiere en época tardía valores simbólicos muy concretos, a raíz sobre todo de su aparición en el episodio bíblico de Ezequiel (Ez. 1, 4: ignis inuoluens, et splendor in circuitu eius; et de medio eius, quasi species electri, id est, de medio ignis; cf. S. Jerónimo, Epist. 64, 18: et quomodo hic in habitu sacerdotis auri lamina desuper est, ita in Ezechiele electrum in pectore et in uertice conlocatur). Así, se pregunta por ejemplo Gregorio Magno, Homil. in Hiezech. proph. [CC SL 142], I, hom. 2, p. 25, líns. 273-275: quid electri species, nisi Christus Iesus Mediator Dei et hominum designatur? Electrum quippe ex auro et argento est; desde una misma perspectiva simbólica, cabe comparar también S. Isidoro, Etym. XVI 24, 1: electrum uocatum quod ad radium solis clarius auro argentoque reluceat; sol enim a 66 poetis Elector uocatur; y 24, 3: eiusmodi naturae est ut in conuiuio et ad lumina clarius cunctis metallis fulgeat, et uenenum prodat (cf. Plinio XXXIII 81). Por lo demás, oro y plata eran los metales preciosos por excelencia, como recuerda el curioso episodio de los restos de los mártires Albino y Rufino que el arzobispo de Toledo, Grimoardo (es decir, Bernardo de Sédirac), quiso ofrecer al Papa según la paródica Garcineida (Rico 1969: 42-43). Desde el punto de vista lingüístico, la imagen del poema puede compararse a la que ofrece Sigeberto de Gembloux († 1112), Passio ss. Thebeorum, Mauricii, Exuperii et soc., III, v. 374 (laudares cantos ex electro solidatos). Cabe sugerir, por tanto, que el conjunto de la ronfea, el oro y el electro revisten al héroe, para un oído de la época, de un aura «semiangelical» (sobre esta imagen idealizada de Rodrigo, que preludia la de la leyenda cidiana en su conjunto, cf., asimismo, Figueras 33). giro circinni: En latín clásico circinus —sustantivo que el versificador del Carmen parece considerar paroxítono— significa básicamente 'compás' o 'trazo de compás', y, por extensión, 'círculo' (cf. S. Isidoro, Etym. XIX 19, 10: circinus dictus quod uergendo efficiat circulum [...] punctus autem in medio circini centrum a Graecis dicitur). Entre los posibles paralelos para nuestro pasaje cabría señalar Ez. 1, 28 (hic erat aspectus splendoris per gyrum), Prudencio, Psychom. 338-339 (quam summa rotarum / flexura electri pallentis continet orbe), Contra Symm. I 320-24 (et flammas inmensi sideris ultra / telluris normam porrecto extendere gyro, / numne etiam caeli minor et contractior orbis, / cuius planitiem longo transmittere tractu / circinus excurrens meta interiore laborat?), Juan Casiano († 435), Collat. 24, cap. 6, p. 680, lín. 15 (ut ita dixerim circino caritatis omnium cogitationum uel aptauerit uel reppulerit qualitatem). XXXI 121: equum ascendit: El caballo de Rodrigo —de nombre «Babieca», según la tradición cidiana posterior— también es mencionado, aunque sin reparar en su excelencia, en la HR (40, 15: de equo suo in terram cecidit, 66, 14: super equum suum equitauit), mientras que en la Chronica Naierensis (III 16, 38-39) se dice de él: mox mundo insiliens equo, quem forte tunc ei scutigeri detergebant (cabe comparar Juvenal VII 181: namque hic mundae nitet ungula mulae, y, para el probable sentido de la expresión, Vegecio, Mulom. IV 9, 2: quodsi iam in ungues descenderit, cultello leniter inter duos ungues aperies et mundabis deintus). Como ya apuntó Menéndez Pidal (1944-1946: 500), la procedencia musulmana de Babieca consta también implícitamente en el Cantar de mio Cid, donde el célebre caballo del 67 héroe aparece por primera vez cuando el Campeador se dispone a recibir a su familia en Valencia (1570-75): Mandó mio Cid a los que ha en su casa que guardassen el alcáçar e las otras torres altas e todas las puertas e las exidas e las entradas, e aduxiéssenle a Bavieca (poco avié que·l´ ganara, aún no sabié mio Cid, el que en buen ora cinxo espada, si serié corredor o si abrié buena parada). El verso 1573 ha de referirse al último botín del Cid, el obtenido en su combate más reciente, el librado contra el rey de Sevilla (vv. 1221-35). Así lo interpreta la Crónica de Veinte Reyes 235b: «Quando fueron llegados a la villa, dexó el Çid quien guardase el alcáçar, e cavalgó en un cavallo que dezían Bavieca, que ganara él del rey de Sevilla». En cuanto a éste, se trata probablemente del gobernador almorávide de la misma, ya que desde 1091 el último rey de la taifa sevillana, Almu‘tamid, había sido depuesto y enviado preso a Marruecos (Montaner 1993: 176 y 514), de modo que el caballo no sólo sería árabe, sino de procedencia norteafricana, al igual que en el Carmen. Frente a esto, una leyenda etiológica recogida en la Crónica de Castilla y en sus derivados atribuye la adquisición de Babieca a un episodio de la infancia del héroe: habiéndole su padrino ofrecido un caballo de sus cuadras, Rodrigo eligió un potro sarnoso, por lo que su padrino le dijo «¡Bavieca [=‘necio’], mal escogistes!», a lo que el muchacho repuso «Éste será buen cavallo e Bavieca abrá nombre», como así fue (Crónica Particular del Cid 130v, semejante en la Traduccion Gallega I 309). Otras tradiciones suponen al caballo natural de tierras de Burgos, de las riberas del río portugués Mondego (Menéndez Pidal 1944-1946: 500), o de Riaño y La Puerta, villa de las montañas de León que «cría ganado vacuno y caballar; de este último hubo en lo ant[iguo] parada, costeada por los reyes de Castilla, teniendo gran fama la raza de los de Valdeburón: de ella era el que montaba el Cid llamado Babieca» (Madoz 1845-1850: XIII 446a). 68 Además del origen (aunque en circunstancias distintas, compra en el poema latino y cobro en el cantar castellano), el caballo del Campeador comparte en ambos textos su caracterización (Montaner 1993: 555 y Zaderenko 1998: 122). Si en el Carmen se celebra que plus uento currit / plus ceruo sallit (123-24), en el Cantar recibe los epítetos de «el cavallo que bien anda» (2394) y «el corredor» (3513) y admira por ello a quien lo ve: «Por nombre el cavallo Bavieca cavalga, / fizo una corrida, ¡ésta fue tan estraña! / Cuando ovo corrido todos se maravillavan» (1588-90, cf. 2416-17 y 3517-19). Ahora bien, estos rasgos pertenecen a la descripción tópica del buen caballo (Montaner 1993: 532), de modo que no implican una vinculación entre las dos obras. Queda pues la duda de si la noticia sobre el origen del caballo del Cid procede de una tradición oral conocida por ambos autores o si se trata de una atribución independiente, basada en el prestigio que poseían los caballos árabes (cf. Alb. 7: Item causas celebres ex Spania: [...] Kaballum de Mauros), como se advierte igualmente en la épica francesa (cf. Milá y Fontanals 1874: 228 y Riquer 1953), hasta el punto de que en francés antiguo arabi se hace sinónimo de ‘corcel’ e incluso de ‘rápido’, en referencia, por ejemplo, a un río (Greimas 1987: 38a). Según observa Zimmermann 1991: 137, se menciona cierto cauallum suum sarracenum en un testamento catalán del 1145, de acuerdo con el tipo reconocimiento que recibe el animal, muy especialmente a partir del XII (ibid. 155: «De même que le chevalier n'est pleinement réalisé qu'au début du XIIe siècle, de même le cheval n'acquiert son statut propre, n'occupe sa place définitive qu'à la même époque. Il acquiert un nom»). trans mare uexit: En los textos medievales, «ultramar» es la costa meridional del Mediterráneo y, más particularmente, la del Norte de África (Montaner 1993: 204), a la que a buen seguro se refiere aquí el poeta, como lo hace el del Cantar de mio Cid, vv. 1639 («Venido m´es delicio de tierras d’allent mar») y 2409 («¡Acá torna, Bucar! Venist d’allent mar»), y, mucho antes, el autor de la Crónica de Alfonso III (Rot. 27, 7-8: mari transiecto; cf. 2, 6). 122: barbarus quidam: La anterior mención de ultramar sugiere la idea de que barbarus equivale aquí a «bereber» (< ár. norteafricano b≈rb≈r, cf. Corriente 1999: 261a) o, quizá mejor y en sentido más amplio, «berberisco» (es decir, procedente de la costa de Berbería, que abarcaba el litoral mediterráneo norteafricano desde Gibraltar a Trípoli). De todos modos, el sentido lato de ‘árabe, moro, musulmán’ está bien atestiguado (cf. HR 53, 3 y 12; 54, 7; Amador: 385, n. 1) e incluso en el documento valenciano del Cid de 1098 sirve para diferenciar a los andalusíes de los almorávides: innumerabili Moabitarum et tocius Hispanie 69 barbarorum exercitu superato (ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 1; cf., en términos similares, HR 54, 7: barbaris, qui dicebantur Moabite, 62, 5-6: cum infinita multitudine barbarorum et Moabitarum atque Hysmaelitarum per omnem Yspaniam habitantium, 66, 3-4: cum Moabitis et Hysmahelitis et cunctis gentibus barbaris, uidelicet maxima et innumerabili multitudine, 71, 1, CAI II 66, 2; barbari son los mahometanos en la Silense, según destaca Gil 1995: 13). Como señala Amador, el adjetivo barbarus pudo ser aplicado por los cronistas a los invasores árabes a fin de hacer contrastar su cultura con la romana, de la que los cristianos se consideraban herederos; en poesía señala este autor al respecto la composición a Ramón Borrell III, en la que se indica: strauit barbariem, fanaque triuit / culturaeque Dei templa dicauit. El empleo de este adjetivo también parece descartar —como ocurre en el caso de la Silense (Gil 1995: 14 y 23, n. 49)— la mozarabía de nuestro autor. necne comutauit: Necne es forma equivalente a necnon (cf. 2). Según entiende Wright (243, n. 2) el sujeto de la forma verbal comutauit —de commutare, por el habitual uendere (cf., por ejemplo, Aen. I 484: exanimumque auro corpus uendebat Achilles)— es ambiguo. La sintaxis parece favorecer que su sujeto sea el mismo de uexit, es decir, barbarus quidam. Guerrieri Crocetti traduce: «condotto d'oltre mare da un barbaro, che s'era rifiutato di venderlo per mille pezzi d'oro», mientras que Riquer interpreta «que li portà de més enllà del mar un cert bàrbar, que no volgué bescanviar per mil monedes d’or». comutauit: Respecto a la expresión, cf., por ejemplo, Marcial II 43, 8: non uendes nummis coccina nostra tribus. En cualquier caso, la expresión le parece oscura a Bastardas 1998-1999: 12, n. 5. 123: aureis mille: El término aureus designa en latín antiguo una moneda de oro, equivalente en Roma a veinticinco denarios de plata; cabe comparar Petronio, 44, 13 (denarios mille aureos, equivalentes a 100.000 sestercios, cantidad requerida para convertirse en eques Romanus; cf. Plinio el Joven, Epist. I 19, 2). Este término clásico, inusual para referirse a la moneda coetánea, aparece también en HC II 63 y 64 (quadringentis scilicet aureis, en ambos pasajes) y III 49 (de trecentis aureis). Durante los siglos XI y XII los reyes cristianos no acuñaron moneda de oro (salvo los mancusos de Sancho Ramírez de Aragón hacia 1085), por lo que el Carmen se referirá posiblemente aquí a dinares andalusíes o norteafricanos, como sugiere además el contexto. Los primeros fueron acuñados en escasa medida por los reyes de taifas, mientras que los almorávides introdujeron la prestigiosa moneda a la que dieron nombre, los morabetinos o maravedíes (Gil Farrés 1976: 179-82 y 196), que es a la que con mayor probabilidad alude el Carmen, toda vez que las incipientes 70 acuñaciones castellanas en oro, iniciadas por Alfonso VIII en 1172, recibieron el mismo nombre (ibid. 198, 229 y 322-24). El número mille podría ser aquí simbólico, como lo es sin duda en el caso del v. 10 (libri mille; no menos simbólico es el numeral centum, que Milá [1874: 228, n. 3] adjudica por error al Carmen en su cita de este pasaje). Se pueden encontrar referencias a esa cantidad en casos excepcionales, como los pactos de Almuqtadir de Zaragoza con Sancho García de Navarra en 1069 y 1073, por el que aquél se compromete a entregarle unas parias de mil mancusos de oro mensuales (Menéndez Pidal 206-207). También entregaron mil piezas de oro en 1212 los moros de Úbeda para escapar del asalto cristiano, según refiere Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, VIII 12 (optulerunt Sarraceni mille milia aureorum ut ciuitas eis integra remaneret), quien alude también a un múltiplo suyo al narrar la rebelión de Rodrigo Díaz de los Cameros contra Fernando III (IX 11: Rex autem pro huiusmodi indignatus abstulit ei terram, et cum predictus Rodericus Didaci nollet restituere munitiones, tandem restituit eo pacto, ut rex daret ei XIIII milia aureorum; et cum pecuniam suscepisset, tunc demum reddidit castra regi). Según un documento de 1056, «un caballo llegaba a valer entonces 500 meticales» (Menéndez Pidal 131), término de origen árabe (< mi‡qål ‘cierta moneda’, vid. Corriente 1999: 390a) sinónimo de mancuso (Gil Farrés 1976: 175 y 308), pero lo normal es que costasen mucho menos: Et ad hanc cartam confirmandam accepimus de uos uno cauallo colore morzello, ualente D solidos de argento (ed. Herrero 1988: doc. 505, de 1047), Et accepi de te ad confirmanda cartula uno kauallo, per colore baio, ualente CCos solidos (id., doc. 723, de 1073). Como se ve, la valoración del Carmen, aunque hiperbólica, se sitúa en la línea de la prosa historiográfica y cancilleresca del momento, pero no resulta totalmente ajena a la tradición poética. En la épica francesa se encuentra, ya desde la Chanson de Roland, la expresión misoldor, misaudor o mussodor, ‘de gran precio, magnífico’ (< lat. mille solidorum), como epíteto del corcel o caballo de guerra (Milá y Fontanals 1874: 228, Greimas 1987: 415b, Bastardas 1998-1999: 15-16). Más cercano es aún el paralelo que ofrece el Cantar de mio Cid, donde las dos espadas del héroe, además de celebrarse –como era canónico– por su historial heroico (vv. 3194-95) o su brillo (vv. 3175-79 y 2649), se exaltan por su precio (1010: «Yv gañó a Colada, que más vale de mill marcos de plata», 2426: «e ganó a Tizón, que mill marcos d’oro val»). Esta valoración expresa, aunque tópica por el número, contrasta marcadamente con lo que se advierte en las gestas francesas (más allá de la expresión fosilizada misoldor) y parece entroncar con la tendencia a realzar las apreciaciones dinerarias y cuantitativas en general que se advierte en toda Europa a fines del siglo XII (vid. Montaner 1993: 490-91 y 513). 71 124: plus ceruo sallit: Al texto de Is. 35, 6 (tunc saliet sicut ceruus claudus) remite acertadamente Wright (224), habida cuenta de las profundas reminiscencias bíblicas y cristianas de este animal en la literatura antigua y posterior (como Sto. Tomás, a propósito del Salmo 21: Item cervus optime salit: sic Christus de fovea mortis ascendit ad gloriam resurrectionis; cf. http://www.niagara.edu/aquinas/Psalm_21.html). La imagen del ciervo veloz (cf. Horacio, Carm. II 16, 23: ocior ceruis), en español asumida parcialmente por el «gamo» o el «corzo», aparece asimismo en el Poema de Almería, v. 49 (a canibus ceruus uelut in syluis agitatus; cf. Rico 1985: 199, n. 3, y, con los paralelos clásicos, Rico 1969: 69, n. 122, Martínez 218). En cualquier caso, no deja de ser una caracterización un tanto extraña para lo que se supone un bellator equus. A un equus saliens hace referencia Bernardo de Cluny, De contemptu mundi II 407 (Quisque, velut pecus aut saliens equus, in scelus hinnit). XXXII 125: Talibus armis ornatus: A propósito de la imagen angélica que parecen sugerir los versos anteriores (casi del ángel exterminador, que blande la ronfea ígnea), no será ocioso recordar aquí a Pedro Coméstor, Serm., 19 [PL CXCVIII 1775] (Sic ornatur anima per arma iustitiae a dextris et sinistris [II Cor. 6, 7]). El participio ornatus es nominativo absoluto, según observa Bastardas 1998-1999: 12, n. 5. 126: Paris uel Hector: Acerca de Paris puede consultarse lo ya apuntado a propósito del v. 2. A Héctor se alude tanto en la inscripción sepulcral de Sancho el Fuerte (citada en el comentario del mencionado verso) como en el Poema de Almería, v. 179 (gentis erat rector sicut fortissimus Hector). Hectoreos actus armis superauit et hictus se lee en el sexto verso del epitafio asturiano del eremita Gonzalo, de c. 1169 (v. 6; cf. Pérez González 1999: 103). 127: nunquam fuere in Troiano bello: La forma de perfecto aparece abreviada en el manuscrito (fuer—). Acerca del tema troyano en el poema puede consultarse nuestra nota al v. 2. 128: sunt neque modo: Podría interpretarse que la expresión (cuyo sunt parece carecer de sujeto explícito), en términos de polaridad respecto a la época de los antiqui, marca un cierto distanciamiento cronológico también respecto a la época en la que vivió Rodrigo, como algo alejada ya del poeta: ni antes ni ahora (esto es, después del Campeador) pudo verse armadura semejante. XXXIII 72 129: Tunc deprecatur: «The Cid prays» interpreta Smith (1986: 110), en consonancia por ejemplo con HR 35; 62, 23-26 y con el perfil del héroe cristiano (62, 29-31; 66, 16-20), reflejado en el diploma valenciano y en el intercambio epistolar recogido en la Historia Roderici entre Rodrigo y Berenguer, así como, por ejemplo, en la CN III 15, 15-17 y 38-40 (en general, cf. Horrent 1976). Así lo apoya la consulta de lugares en López Pereira et al. 1993: 264-265 y así lo entendió Bastardas 1998-1999: 12, n. 5: «Sembla que l'estrofa 33 contenia una pregària dirigida a Déu més aviat que una darrera súplica, és a dir un ultimàtum, al comte de Barcelona». En este punto del manuscrito inició su rasura quien procediera a la eliminación del texto. Cabe recordar a este respecto que, cuando Rodrigo —ávido siempre de la uictoria a Deo collata (9, 7; 62, 35)— se dirige al Creador (HR 35, 23-27, 42-45, 63-66, 81-83), suele ser para pedir una sanción última. Deprecor suele ir sucedido por el contenido de la súplica, mediante una proposición introducida por ut (HR 62, 23: Rodericus uero solita cordis animositate se et suos uiriliter confortabat ac corroborabat et dominum Ihesum Christum, ut suis diuinum preberet auxilium, incensanter ac prece deuota deprecabatur) o mediante un dicens seguido de discurso directo. ¿Acaso pedía el héroe ayuda a Dios, como ya Smith intuía (1986: 104: «in line 129 he is about to pray for victory in the coming battle»), para que el resultado de su batalla contra el conde le fuera favorable, planteando una especie de ordalía cuyo desenlace real —la derrota del cristiano menos digno, pese a haber invocado también a la divinidad (HR 38, 16-17 [rogamus et obsecramus Deum celi ut ille tradat te in manus nostras et in potestate nostra] y 28-30, con respuesta en 41, 1-3: Comes autem Berengarius uidens et cognoscens se a Deo uerberatum et confusum et in manu Roderici captum, humilis misericordiam ei petens...)— se consideró inconveniente en Ripoll? 73 Bibliografía Distinguimos en nuestra Bibliografía tres apartados. En el primero se incluyen tan sólo las referencias de las ediciones que ofrecen el texto completo del Carmen Campidoctoris, dado que sería imposible reunir las muchas citas parciales de la misma que se hallan dispersas en la abundante literatura sobre el tema. En el segundo apartado se recogen las obras que, por su frecuencia, se han citado de forma abreviada. En el tercero, el resto de la bibliografía empleada (citada por el sistema de autor y año, salvo las fuentes literarias e históricas, que se citan por autor —si es del caso— y título). Queremos agradecer aquí a la cordial amistad de María de la Cruz García López, George Greenia, Diego Navarro Bonilla, Marwan Rashed, Jesús Rodríguez Velasco, María José Roy Marín y Carlos del Valle El Cid su ayuda en la consecución de una bibliografía a menudo esquiva. Agradecemos, igualmente, la amable y generosa solicitud de Alejandro Higashi, Gonzalo Pontón, Margarita Torres Sevilla y de los colegas y amigos del SECRIT bonaerense, que se esfuerzan en mantener vivo el proyecto del llorado Germán Orduna. A. Ediciones y traducciones Las obras comprendidas en este apartado se citan en el cuerpo del trabajo únicamente por el nombre del autor, seguido de la página, sin mencionar el año. Amador de los Ríos, J., Historia crítica de la literatura española, II, Madrid, José Rodríguez, 1862 [ed. facsímil, Madrid, Gredos, 1969] (en pp. 343-46). Bertoni, G., Il Cantare del Cid, Bari, 1912 (en pp. 197-204: «Nota sul così detto Inno del Cid»). Bonilla y San Martín, A., «Gestas del Cid Campeador (Crónica latina del siglo XII)», BRAH 59, 1911, pp. 161-257 (en pp. 173-78). Casariego, J. E., Cantar del Campeador. Edición bilingüe, pról. J. 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Los nombres propios y los etnónimos (expresados de acuerdo con la grafía que ofrecen en el texto) se han señalado en versalita. accipere: 109 acta (n. pl.): 5 ad: 34, 77 adhuc: 71, 98 adolescens: 26 AGARICA (gens): 70 ALFAGIB: 95 alius: 91 ALMENARUM (castrum): 98 alta (n. pl.): 34 amare: 45, 53 amor: 61 aptare: 119 argentum: 118 arma (n. pl.): 125 armare: 103 ascendere: 121 audire: 18, 57 aula: 48 aurei (sust. m.): 123 aurire: 14 aurum: 107, 114 BARBARUS: 122 BARCHINONA: 93 bellum: 8 (pl.), 25, 127 brachium: 113 calcare: 31 CAMPIDOCTOR: 18, 27, 70, 79 campus: 80 canere: 7, 11 capere: 11, 32, 75, 82, 84, 91 CAPREA: 83 caput: 117 carmen: 18 CASTELLA: 22, 44 castrum: 97; castra: 83, 92 caterue (voc. pl.): 17 causa: 60 cautus: 74 cedere: 101 celebre (nomen): 86 cepere: 10, 45, 47, 66 cernere: 34 certe: 45 ceruus: 124 CESARAUGUSTA: 97 ceteri: 46 cinctus: 107 circinnus: 120 cito: 39, 104 clipeus: 113 coepere: cf. cepere cogitare: 55 cohors: 36 comes: 30 (pl.), 77, 93 comittere: 89 comutare: 122 compares (aule): 48 conscribere: 4 contra (prep.): 50, 55, 62 conuertere: 61 cor: 58 cum (prep.): 3, 82, 95, 96 cum (conj.): 26, 51, 101 cuncti: 10 (cunt-), 20, 85 curia: 69 curialis: 54 currere: 123 cuspis: 112 dare: 15, 36, 38, 44, 94, 99, 102 de: 13, 21 debellare: 66, 78 decorare: 118 delere: 68 depingere: 115 deprecari: 129 deuincere: 26 DEUS: 90 dicere: 27, 49 dicta (n. pl.): 57 diligere: 33 displicere: 52 doctrina: 13 dolare: 110 dolose (adv.): 41 dominus: 49 donec: 47 draco: 115 dum: 6 1 duplicare: 79 e: 14, 65 ego: 13 eia: 17 ELDEFONSUS: 42, 58 electrum: 119 ENEAS: 2 ensis: 32 equitatus (sust. m.): 73 equus: 121, 125 esse: 19, 22, 25, 53, 54, 74, 81, 127, 128 et: 2, 13, 23, 56, 105, 119, 125 exaltare: 46 exulare: 65 faber: 119 fabrefacta (romphea): 107 facere: 29, 49, 109, 111 facultas (transeundi): 102 fama: 69 ferrum: 111 ferus: 115 figurare: 114 fortis: 111 frater: 43, 54 fraxinus: 110 freti (nom. pl.): 19 fugare: 91 fulgens: 117 galea: 117 GARSIA: 77, 82 gens: 70 genus: 21 gesta (n. pl.): 1 gestare: 113 girus: 120 habere: 87 hasta: 109 haurire: cf. aurire HECTOR: 126 hic (pron.): 10, 18, 25, 45, 81 hinc: 27, 66 HISPALIS: 23 HOMERUS: cf. OMERUS homo: 106 honor: 37, 59 hostis: 96 iam: 6, 29 IBERUM (litus): 23 ILERDA: 95 ille: 22, 35, 37, 74, 90, 106, 126 in: 22, 61, 69, 82, 115, 127 indutus: 105 inter: 86 inuidere: 47 ipse: 50, 66, 105 ira: 61 iratus: 73 is: 38, 47, 62, 71, 86, 95 ISPANIA: 85 (cf. YSPANIAE) iubere: 65 iugulare: 76 iungere: 73, 96 (part.) iuuare: 5 iuuenis: 34 labor: 12 laetari: 17 lamina: 118 (pl.) laqueus: 72 laus: 3 libri (nom. pl.): 10 limare: 111 lites (comitum): 30 litus: 23 locus: 83, 99 lorica: 105 lucidus: 116 MADIANITE: 94 magis: 19 magistra (manus): 108 maiores (uiri): 27 maius (genus): 22 malum (adj. sust. n.): 50, 55 (pl.) mandare: 103 manus: 108 marchio: 93 mare: 121 MAURI: 66, 98 melior: 38, 106, 126 mille: 10, 123 minus: 45 mirifice: 109 mitere: 78, 100 modo (adv.): 7, 128 modus: 116 mors: 39, 72, 74 2 multus: 3 (pl.), 6, 82 (pl.) munire: 117 munus: 88 nam: 9, 30 namque: 81, 93 nauta: 16 NAUARRUS: 26 ne: 104 nec: 45, 102, 106 necne: 122 necnon: 2 neque: 128 nequire: 101 nescire: 64 nex: 41 nimis: 73 nisi: 39, 74 nobilis: 110 nobilius (genus): 21 nolle: 37 nomen: 86 non: 10, 22 noscere: 23, 53, 63 noua (bella): 7 nullus: 40 nunquam: 53, 127 obiciere: 63 obsidere: 97 obtima (n. pl.): 71 obtinere: 42 occasio: 62 OMERUS: 11 omnis: 61, 86 operor: 50 ops: 19, 31 (pl.) optima: cf. obtima opus: 119 ornare: 125 ortus (part.): 21 os: 28 pagani: 5 parare: 71, 74 parcere: 40 PARIS: 2, 126 pariter: 87 partes (Ispanie): 85 parum: 13 patria: 67 (pl.) pauca (n. pl.): 14, 63 pauidus: 16 per: 43, 63, 85 peracta (nex): 41 perdere: 59 permittere: 90 peruenire: 69 pes: 31 plura: 14, 64 plurima: 3 plus: 123, 124 plusquam: 46 poeta: 3 (pl.) populus: 17 portendere: 29 posse: 1, 11 post (prep.): 41 precipere: 75 precari: 101 prelium: 89 prenotatus: 78 preparare: 56 primus: 25, 35, 105 princeps: 8 principatus (prime cohortis): 35 pugna: 81 PYRRUS: 2 quaerere: cf. querere quamquam: 14 -que: 91, 101 querere: 62 qui: 4, 19, 33, 41, 43, 57, 63, 64, 77, 82, 90, 94, 98, 99, 111, 114, 115, 118, 121, 123 quidam: 122 quis (interr.): 5, 24, 29, 49 quod (conj.): 22, 35, 54, 70, 75 quoque: 89 rectus: 112 referre: 1 regiae (opes): 31 retexere: 9 retinere: 80 rex: 33, 39, 42, 49, 58, 69, 78, 87 (pl.) rithmica (sc. ars): 15 RODERICUS: 7, 24, 51 rogare: 99 romphea: 107 sallire: 124 3 SANCIUS: 33, 37 se: 99, 103 secunda (pugna): 81 sed: 5 semper: 55 si: 9, 75 sic: 33 silua: 110 simul: 84, 95 sinere: 51 singulare (bellum): 25 sinistrum (brachium): 113 solium: 59 soluere: 88 subire: 34, 39 subito: 103 sublimare: 51 subuertere: 92 sumere: 71 sumus (adj.): 12 superare: 30 superbus: 77 susurrones: 57 suus (pron.): 103 (m. pl.) uenire: 20 uentus: 15, 123 uerum: 13 uetustas: 6 uictor: 9, 99 uictus (-us, sust.): 100 uidere: 106 uillescere: 6 uincere: 90 uir: 28, 65 unde: 85 uocare: 83, 98 uouere: 43 urbes: 68 ut: 103 YSPANIAE: 67 (cf. ISPANIA) zelus (cordis): 58 tactus (part.): 58 talis: 125 tam: 39 tamen: 15 tantus: 9 tardare: 104 tercium (prelium): 89 terra: 33, 42, 65 timere: 59, 87 timor: 60 totus: 43, 114 trans: 121 transire: 102 tributa (n. pl.): 94 triumfus: 79 TROIANUM (bellum): 127 tu: 50, 53, 55 tunc: 79, 129 tuus (adj.): 54 uastare: 67 ubi: 83 uehere: 121 uel: 126 uela (n. pl.): 15 uelle: 35, 38, 46 4