CARMEN CAMPIDOCTORIS
o
POEMA LATINO DEL CAMPEADOR
España Nuevo Milenio
Introducción, edición, traducción y comentario
de
Alberto MONTANER
y
Ángel ESCOBAR
Madrid 2000
CONTENIDO
PRELIMINAR
***
NOTICIA
I. El Carmen Campidoctoris y la materia cidiana
I.1. El Carmen Campidoctoris como testimonio biográfico e histórico
***
I.2. Relación del Carmen Campidoctoris con otras fuentes cidianas
***
II. Autoría y datación
***
III. Aspectos literarios del Carmen Campidoctoris
III.1. Título
***
III.2. Métrica y prosodia
***
III.3. Lengua y estilo
***
III.4. La cuestión del género
***
III.5. Estructura del poema
***
III.6. Reminiscencias literarias
***
IV. Historia del manuscrito y criterios de edición
IV.1. Procedencia del manuscrito y descripción codicológica
***
IV.2. La edición del texto
***
IV.3. Nuestra traducción
***
V. Nota crítica
***
CARMEN CAMPIDOCTORIS / POEMA LATINO DEL CAMPEADOR
Facsímile
***
Edición crítica y traducción
***
Comentario
***
Bibliografía
***
1
***
Index uerborum
2
PRELIMINAR
felix qui potuit dicti cognoscere causas...
Tras muchas décadas de estudio y de sutil especulación histórico-literaria, la
problemática del Carmen Campidoctoris sigue planteándose en términos casi detectivescos, lo
cual no invita precisamente al optimismo, sino más bien a la humildad y a la cautela. ¿Qué es
lo que se nos ofrece? Un poema latino medieval escrito en peculiares estrofas sáficas,
conservado en un manuscrito procedente de la abadía de Ripoll y que contiene un encendido
elogio de Rodrigo el Campeador. Por causas que se desconocen, el texto fue gravemente
mutilado (todo parece indicar que en el mencionado monasterio, hacia 1200), de modo que
ignoramos cuál era su extensión original y cuál su contenido completo. También se desconoce
quién pudo ser su autor, cuál era la procedencia de éste, cuáles sus intereses y cuándo
exactamente escribió su poema; si lo hizo en vida de Rodrigo o si, por el contrario, cuando el
héroe de Vivar ya había muerto (1099) y su cadáver reposaba en el monasterio de San Pedro
de Cardeña.
Son muy pocos los indicios que cabe tomar en consideración para resolver tantos
enigmas. Uno de ellos es el hecho de que en nuestro panegírico —de características formales
similares en cierto modo a las que ofrece el género hímnico— se denomina a Rodrigo
mediante el raro epíteto latino Campidoctor, el cual vuelve a aparecer —entre los textos
hispánicos cidianos— en un interesante diploma de 1098 que exhibe la firma autógrafa del
héroe, así como en el otorgado por su esposa Jimena en el año 1101, y, de manera muy
parecida (Campidoctus), en dos crónicas latinas que han de datarse con toda probabilidad a
finales del siglo XII: la Historia Roderici y la Chronica Naierensis. Al concluir la parte
conservada de nuestro Carmen se presta atención a la batalla de Almenar (1082), durante la
cual el antagonista principal del héroe castellano —que se encontraba por entonces al servicio
del rey moro de Zaragoza— fue el conde Berenguer II de Barcelona. Sin embargo, una serie
de detalles históricos deslizados en el poema, así como la notable afinidad que se observa
entre la fraseología del Carmen y la de la Historia Roderici (obras que parecen compartir,
además, un trasfondo conceptual muy similar), sugieren que el poema no se escribió con el fin
de conmemorar el triunfo de Rodrigo en Almenar y que, por el contrario, hubo de redactarse
mucho después de que éste se produjese, dando quizá cabida en sus versos a otros hitos
bélicos de la vida del héroe. Finalmente, la obra, pese a estar escrita en un mediocre latín —ya
«reformado» desde el punto de vista prosódico—, revela al plasmar determinados tópicos una
acendrada herencia retórica, así como una práctica literaria que, aunque difícil de adscribir a
1
una escuela clerical concreta o a una determinada cancillería, apunta claramente hacia un
público culto —ya fuera «lector» o no— y bien formado en latines, más que hacia un amplio
auditorio romance (ávido a buen seguro de noticias sobre la extraordinaria trayectoria del
Campeador, pero que apenas se hallaría en condiciones de entender ni medianamente buena
parte de los versos del poema).
En nuestro trabajo defendemos —tras los pasos de E. R. Curtius, entre otros— una
datación tardía del Carmen, que consideramos posterior a la muerte del héroe y que muy
probablemente se inspira ya —como bien creía C. Smith— en la Historia Roderici, hipótesis
irrenunciable en tanto no se descubra otro texto latino que pudiera haber servido de fuente
común a ambas obras. Mucho más complejo resulta quizá, como también ocurre en el caso de
la Historia Roderici, determinar la posible procedencia de nuestra composición. Ni su factura
literaria sugiere en principio un origen mozárabe, ni cabe aseverar que se escribiera en
Cataluña y, más concretamente, en Ripoll (así lo desaconsejan la configuración métrica de la
pieza y, en cierto modo, su propio contenido, pese a la existencia de otros supuestos indicios
—como el que representa su conservación manuscrita— que señalan en tal dirección).
Creemos, por tanto, que ha de seguirse admitiendo en principio que el poema pudo
componerse en cualquier rincón de la España cristiana, aunque, por las razones expuestas en
nuestro trabajo, consideramos verosímil que se redactase en algún lugar de la región central
del norte peninsular (es decir, entre Burgos y La Rioja). En cualquier caso, para volver a
afrontar esta cuestión con cierta solvencia habrá que esperar a que aparezcan o se descubran
nuevas pistas fiables.
Somos conscientes de que, al final de nuestro recorrido por tanto laberinto o
inextricabilis error, no terminan de disiparse algunos de los misterios que rodean a este
extraño Carmen Campidoctoris, el cual no puede definirse desde luego como la pieza de
mayor literatura que el Campeador suscitara (sobre todo si se compara con su gran «rival»
vernáculo, el magno Cantar de mio Cid), pero que sí constituye una de sus muestras más
antiguas, y que sigue ofreciendo sin duda una primitiva belleza. Pese a la modestia de esta
pequeña composición latina, hemos dedicado toda la atención que nos ha sido posible a sus
aspectos propiamente literarios (nihil parvum in studiis!), aunque no siempre sean —nunca lo
son, en realidad— de gran aliento. Hemos procurado insertar el poema en su contexto
histórico —el de la España de los siglos XI y XII— y también en su compleja tradición
estética, que no es sino la de la literatura latinomedieval, ese inmenso venero que manaba de
antiguo, que nutrió con su rica savia el conjunto de la cultura europea y que incluso llegó a
2
inspirar, en fin, la medrosa minerva de nuestro anónimo cantor del Cid. Sólo queda aguzar los
oídos y atender, benévolos, a su premiosa invitación... Campidoctoris hoc carmen audite!
Alberto MONTANER
Ángel ESCOBAR
3
NOTICIA
I. El Carmen Campidoctoris y la materia cidiana
I.1. El Carmen Campidoctoris como testimonio biográfico e histórico
Independientemente del componente histórico y de su posible veracidad, el Carmen
Campidoctoris es ante todo un poema panegírico, dedicado no tanto a narrar en detalle la vida
de su protagonista, cuanto a ensalzarlo, destacando una serie de hazañas brillantes que
jalonan su trayectoria de guerrero imbatible. Por ello adopta, no una forma épica como son
los hexámetros, sino un metro lírico, las estrofas sáficas, que lo acercan al género hímnico,
como tendremos ocasión de exponer más adelante. Ahora interesa retener que los fines de
este poema son laudatorios y no historiográficos. Como ha indicado Horrent (1973: 113), «la
intención del poeta, en lo que el carácter fragmentario de la obra permite juzgar, ha sido
celebrar al Cid mediante la representación de varios episodios de su gloriosa carrera,
parecidos en su desenlace victorioso, pero diferentes por las circunstancias que los
condicionan». Hay pues una selección y quizá una peculiar ordenación de los materiales
biográficos, con las miras puestas en la exaltación de su héroe. El propio poeta, acogiéndose a
un viejo tópico retórico, señala que las hazañas de Rodrigo el Campeador son muchas más de
las que él narra (vv. 9-12), y, al margen de cuántas otras conociera, parece obvio que efectúa
una deliberada selección de las mismas, de las cuales además destaca tres (en la parte
conservada), debidamente enumeradas: la derrota del guerrero navarro, Hoc fuit primum
singulare bellum (25); la victoria sobre García Ordóñez en Cabra: Hec namque pugna fuerat
secunda (81), y la batalla de Almenar contra el conde de Barcelona: Tercium quoque prelium
comisit (89). Antes de preguntarse por las razones de esta selección y por el sentido conjunto
del poema, convendrá detenerse en los datos biográficos del Carmen, explorando el posible
trasfondo histórico de tales razones y su papel dentro de la composición poética.
El linaje y la fama de Rodrigo (vv. 21-24)
El poeta califica al linaje del héroe con el adjetivo comparativo nobiliore, que ha sido
acogido con ciertas reservas (véase el comentario al verso 21). En particular, Fletcher señala
que «el estilo es curioso. En una época en la que el linaje distinguido era muy estimado, estos
versos serían una forma educada de indicar que Rodrigo no pertenecía a los elementos más
elevados de la nobleza. Ser “más noble” que algunos implica ser “menos noble” que otros»
1
(1989: 112). Sin embargo, el v. 22 no parece decir eso, sino que su linaje no conocía rival,
que era, si no el más elevado, sí uno de aquellos por encima de los cuales no había otro, sin
excluir siquiera explícitamente al propio linaje real, lo que incluso podría entenderse como
una adscripción de Rodrigo al mismo, aunque no parece ser tal el alcance del pasaje. Las
reticencias a aceptar el sentido literal y más inmediato del texto proceden de que Rodrigo
Díaz ha sido considerado, a partir de los datos genealógicos ofrecidos a finales del siglo XII
por la Historia Roderici, 2, como un pequeño infanzón encumbrado por su propio esfuerzo,
cuya familia paterna, aunque de antigua nobleza, pertenecía al estrato inferior de la misma, si
bien por parte de madre sería de más alta alcurnia (Menéndez Pidal 123-25 y 679-84, Reilly
1988: 38 y 51, Fletcher 1989: 111-13, Martin 1992: 41-44, Martínez Diez 1994: 38-45).
Ahora bien, un nuevo estudio de tal genealogía en el marco más amplio de la nobleza
de la época ha permitido a Torres Sevilla (en prensa), además de afianzar la alta condición del
Cid por vía materna, sustentar con solidez que los datos de la Historia Roderici afiliaban a
Rodrigo en realidad a la importante familia de los Flaínez, vinculada tanto a la dinastía real
leonesa como a la navarra. El Campeador sería entonces pariente lejano de los reyes, nieto del
conde de León Flaín Muñoz 1 y primo de los condes Flaín, Pelayo y Diego Fernández, éste a
su vez padre de doña Jimena (cf. también Torres Sevilla 1999: 133-49 y 192-200). De ser así,
como resulta fundado, el autor del Carmen se mostraría mucho mejor informado en este
punto de lo que la crítica le ha reconocido, a tenor (todo hay que decirlo) del resto de su
poema; o, para ser exactos, mostraría haber apreciado adecuadamente una genealogía como la
ofrecida por la biografía latina, que se refiere expresamente a la Roderici Didaci nobilissimi
[...] prosapiam (HR 1). De no ser así, tampoco es necesario desestimar el sentido literal de
estos versos, pues cabe pensar que el autor suponía para su héroe una cuna adecuada al tono
de un panegírico 2, frente a la versión legendaria recogida entre 1185 y 1194 3 en el Linage de
1
Este importante personaje, muerto con posterioridad al año 1000, es el que figura como Flaín Núñez en HR 2.
2
El elogio del linaje es un típico arranque del panegírico, en general a partir de una estirpe ilustre (ex claritate
generis), aunque cabía la posibilidad de ensalzar a alguien a partir de una cuna humilde, si humile genus factis
illustrauerint (Lausberg 1966-1969: I 216-17; vid. también Curtius 1955: 227-28 y Von Richthofen 1989: 15152).
3 Ubieto (1989: 16) advirtió que el Linage debía fecharse durante el reinado de Sancho VI de Navarra (11501194), al que el texto (§ 25) muestra como monarca reinante. Martin (1992: 32) retrasa el terminus a quo a la
muerte de Alfonso VII (1157), a tenor del pretérito usado en Linage 2: «Del linage de Nueno Rasuera vino
l’Emperador» (aunque podría tratarse de un perfectum praesens, cf. Martin 1992: 87). Por otro lado, como el
mismo Martin (1992: 46-82 y 1993: 189-90) ha demostrado, el Linage está en estrecha relación con la Historia
Roderici y la Chronica Naierensis, relación que, en razón de la síntesis efectuada, sólo puede ir de éstas a aquél
(Montaner 1993: 604-5 y en prensa b). Pues bien, ambas crónicas (como veremos en el apartado I.2) son con
casi total seguridad (en especial la segunda) posteriores a 1185. Esta datación cuadra mejor con el desarrollo de
la leyenda de los jueces de Castilla y con los indicios de que el Liber regum primitivo —al que pertenece el
Linage— se compuso después de 1177 (Martin 1992: 110 y 1993: 188), lo que permite aceptar el arco
cronológico referido en el texto: 1185-1194, aunque posiblemente haya que ceñirse a los últimos años del mismo
2
Rodric Díaz 1-10, que lo hace remontar, por obvios intereses políticos, a uno de los jueces de
Castilla, es decir, a un infanzón 4. Cabría incluso pensar en que el Carmen se hiciese eco de tal
leyenda, pues, según el Linage 2-3, Rodrigo:
veni dreytamente de linage de Laín Calbo, qui fu conpaynero de Nueno Rasuera, e foron
amos júdices de Castela. De linage de Nueño Rasuera vino l’Emperador [= Alfonso VII];
del linage de Layn Calbo vino meu Zit el Campiador.
Según esta versión, Rodrigo quedaría parejo, por sus orígenes, con los reyes de
Castilla. El problema estriba aquí, no tanto en la datación bastante tardía (en el último cuarto
del siglo XII) y en el probable origen navarro de la leyenda (Martin 1992: 601-2), sino en el
carácter de infanzones atribuido por la tradición a ambos jueces, lo que no concuerda bien
con los versos del Carmen. Resulta, pues, menos forzado suponer que el poeta conocía un
árbol genealógico igual o semejante al ofrecido por la Historia Roderici y que estaba al tanto
de la importante estirpe allí plasmada.
Además de ensalzar la cuna de su héroe, el Carmen dedica la misma estrofa a
ponderar su fama, que se extiende desde Sevilla a las riberas del Ebro. Ambos lugares fueron,
en efecto, escenario de las andanzas del Campeador, el primero fugazmente, cuando a fines
de 1079 Rodrigo fue a cobrar las parias o tributos de protección debidos a Alfonso VI por el
rey Almu‘tamid de Sevilla; el segundo, durante todo el tiempo en que el guerrero castellano,
ya desterrado, estuvo al servicio de los reyes hudíes de Zaragoza (1081-1086). De hecho el
propio poema latino recuerda dos de los combates señeros en sendos escenarios (sobre los
que volveremos luego): la batalla de Cabra (1079), localidad cordobesa en que derrotó a
García Ordóñez (vv. 77-84), y la batalla de Almenar (1082), fortaleza leridana ante la que
venció al conde de Barcelona y al rey de la taifa de Lérida (vv. 89-129), si bien es verdad que
el Carmen trastoca la cronología de la primera, situándola después del primer destierro (1080
o 1081) y desligándola por completo del cobro de las parias sevillanas, de modo que es poco
probable que su autor supiese realmente dónde estaba Cabra.
Así pues, más que una referencia exacta o un adelanto del plan de su obra, el poeta
está señalando en esta estrofa introductoria, de acuerdo con los cánones del género, la
amplitud de la fama de su héroe, que llena Alandalús de sur (Sevilla) a norte (el Ebro). No
pensamos, por ello, que la omisión de Valencia sea aquí significativa, como creyó Horrent
(como también apunta Goñi Gaztambide 1999: 12, nº 9), pues debe darse espacio para la redacción y difusión de
la Chronica Naierensis.
4
El surgimiento y desarrollo de esta genealogía legendaria ha sido estudiado por Martin (1992: 22-110). Como
indica Torres Sevilla (en prensa: n. 43), la mención de Flaín Calvo como cabeza del linaje de Rodrigo en la
Historia Roderici es ya «un intento claro de remontar la estirpe cidiana hasta los legendarios —y falsos—
tiempos de los jueces de Castilla».
3
(1973: 104 y 120-22), el cual sostenía (sin ocultar las debilidades del argumentum ex silentio
) que «el silencio del poeta con respecto a Valencia en los vs. 23-24, cuando el hilo de su
pensamiento le incitaba a hablar de ello, nos inclina a suponer mejor la ausencia que la
presencia de un episodio consagrado a la toma de la ciudad en las estrofas perdidas del
poema»5. Según el mismo autor (104), aun admitiendo dicha falta, ésta afectaría sólo a la
estructura del poema, no necesariamente a la fecha de composición, aunque después (120-22)
utiliza dicho argumento para justificar una datación durante la campaña levantina, pero
anterior a la toma de la capital valenciana. A nuestro juicio, nada se puede concluir de este
verso en ninguna de las dos direcciones. El silencio al respecto cobra sentido desde la
concepción retórica del elogio (cf. Curtius 1938: 166-67), al señalar simplemente los hitos
extremos de Alandalús, territorio en el que es operativa la fama de Rodrigo y al que se refiere
igualmente en los vv. 85-88. A fin de cuentas, sería una versión a escala de la hipérbole de la
fama que llena todo el orbe o que se extiende de uno a otro polo (cf. Curtius 1955: 234)
La lid contra el caballero navarro (vv. 25-26)
La noticia de que Rodrigo se destacó tempranamente venciendo a un notable guerrero
navarro (y a continuación a otro andalusí) aparece también en la Historia Roderici 5:
Postea namque pugnauit cum Eximino Garcez uno de melioribus Pampilone et deuicit
eum. Pugnauit quoque pari sorte cum quodam Sarraceno in Medina Celim, quem non
solum deuicit, sed etiam interfecit.
De ahí toma el dato el Linage 17, que añade algunos detalles:
Pues conbatió Rodric Díaz por su seynnor el Rey don Alfonso con Xemén Garçeyç de
Turrieyllas, qui era muyt buen cavero [= ‘caballero’], e matólo.
Probablemente haya aquí una omissio ex homoeoteleuto y el texto original leyese de
forma similar al Liber regum Toletanus (c. 1220):
Después se combatió Roy Díaz por su señor el Rey D. Alfonso con Xemene Garcez de
Torrellas, que era muy buen caballero, mas plogo a Dios que ovo Roy Díaz la mejoría.
Después se combatió Roy Díaz con el moro Hariz uno por otro en Medinacelim, et
5
Apunta implícitamente en la misma dirección Barceló (1965: 42), cuando considera que estos versos anuncian
el contenido del Carmen, en relación con las comitum lites del v. 30: la batalla de Cabra, en la taifa de Sevilla,
contra el conde García Ordóñez, y la batalla de Almenar, en la cuenca del Ebro, contra el conde Berenguer
Ramón II de Barcelona.
4
venciólo Roy Díaz y matólo; pero que [= ‘aunque’] era el moro muy buen caballero 6.
Bastante más tarde, otro texto dependiente de éstos, el Libro de las generaciones,
redactado en Navarra hacia 1260, lo explica así:
Pues convatió Roy Díaz por su seynor el rey don Alfonso con Semén Garçeyz de
Turriellas. E tregoaronse los cavall<er>os; e lidiaron largamente, et quando vido Roy Diaz
que no.l’ pudo vençer a Semén Garçeyz, matól’ e<l> cavallo, e fo rancado [= ‘derrotado’]
Semén Garçeyz. Pues se convatió Roy Díaz con el moro Arit, el buen cavero 7.
Por su parte, hacia 1270 la Estoria de España alfonsí acaba de concretar, en esta
misma línea, las circunstancias del combate. Según la versión amplificada de 1289, contenida
en la Primera Crónica General 522a:
Esse año [= 1065] otrossí lidió Roy Díaz el Çid con un cavallero de los mejores de
Navarra, que avié nombre Xemén García de Torrellos, un por otro, pos su señor el rey don
Alfonso, sobre el castillo de Pazluengos et otros castiellos, et venciól’; et ovo el rey don
Alffonso los castiellos. Después d’esto a pocos días lidió otrossí el Çid Roy Díaz en
Medina Çelim con un moro que avié nombre Fariz, que era muy buen cavallero de armas,
et venciól’ el Çid, et matól’.
El resto de las crónicas alfonsíes siguen básicamente la misma redacción 8, aunque la
versión crítica, revisada hacia 1282-1284, y representada por la Crónica de Veinte Reyes
204a, atribuye al combate un carácter oficioso:
El Çid, aviendo sabor de fazer serviçio al rey don Alfonso, fue lidiar con un cavallero de
los más esforçados de Navarra, que avía nonbre Xemén García de Torriellos, solo por solo,
sobr’el castillo Pazluengos e otros castillos que tenía forçados al rey don Alfonso, diziendo
que non eran suyos nin de su reino, et vençióle el Çid e ganó los castillos d’él e entrególos
a su señor, el rey don Alfonso. Después lidió en Medinaçely con un moro que avía nonbre
Faris, que era buen cavallero de armas, e vençióle el Çid e matóle.
6
Ap. Barceló (1966: 110) y Martin (1992: 103), quien ofrece una posible reconstrucción del pasaje original del
Linage en la p. 104.
7
Ed. Catalán - Andrés (1970: 329), y cf. también Martin (1992: 103); las enmiendas entre antilambdas son
nuestras.
8
Crónica Particular del Cid 27r, Traducción gallega 411, Crónica de 1344 III 415; vid. Barceló (1966: 10910).
5
Una derivación más tardía de esta interpretación del suceso parece ser el episodio
contenido en las Mocedades de Rodrigo, según las cuales el joven héroe se bate por su rey,
Fernando I, contra el campeón del rey de Aragón, el conde don Martín González de Navarra,
por la villa riojana de Calahorra. Su posesión se dirime mediante una lid en la que el guerrero
castellano, con el favor de San Lázaro (al que poco antes había auxiliado bajo la apariencia de
un gafo o leproso), vence al luchador navarro, quedando la localidad en disputa en poder del
rey de Castilla: «D’esta guissa ganó a Calahorra Rodrigo el castellano, / por el buen rey don
Fernando»9. El episodio se encuentra ya en la versión prosificada en la Crónica de Castilla y
en sus descendientes 10, donde constituye el primero de los combates del héroe tras jurar «que
nunca se viese con ella [= doña Jimena] en yermo ni en poblado, fasta que venciese cinco
lydes en campo» (Crónica Particular del Cid 2v), y pervive en la versión conservada (vv.
518-637 = 521-641), donde pasa a ser la segunda 11.
La coincidencia del Carmen con estas fuentes, en especial las tempranas, parece
afianzar la historicidad del hecho, si bien se ofrecen numerosas dudas al respecto, empezando
por su posible cronología. El poema latino, al ponderar la juventud de Rodrigo y mencionar el
combate antes de citar a Sancho II, da a entender que aquél sucedió todavía en época de
Fernando I, muerto en 1065, cuando el Campeador contaría unos dieciocho años. En cambio,
la Historia Roderici parece situarlo después (postea, cf. Falque 1983: 6) de la (quizá
legendaria) derrota de quince caballeros zamoranos, durante el cerco de Zamora en 1072 (HR
5), pero antes de mencionar la muerte de Sancho II (HR 6), que tuvo lugar durante el asedio,
probablemente en septiembre de ese año. Esto parece indicar que la victoria sobre el navarro
tuvo lugar durante su reinado, si bien resulta imposible que se lograse en esas fechas. Por
ello, el Linage, que sigue bastante fielmente la biografía latina 12, y sus derivados (el Liber
regum Toletanus, el Libro de las generaciones y la historiografía alfonsí, que sitúa
erróneamente en 1065 el «tercero año del regnado d’este rey don Alffonso») interpretan que la
lid se hizo ya en tiempos de Alfonso VI13. En realidad, la Historia probablemente se limita a
reunir tres sucesos conectados por ser combates individuales, de modo que postea tiene aquí
9
Mocedades 636-37 (ed. Deyermond 1969) = 640-41 ( ed. Alfonso 1999).
10
Crónica Particular del Cid 3r-4r, Traducción gallega 313-18, Crónica de 1344 III 302-7.
11
Vid. Deyermond (1969: 13-14 y 17), Montaner (1988: 435-36).
12
Vid. Martin (1992: 46-82 y 1993: 189-90), y Montaner (1993: 604 y en prensa b).
13
También entienden así la Historia Roderici Barceló (1966: 112) y Horrent (1973: 112, n. 51).
6
el sentido de ‘además’, como el quoque con que se introduce la victoria sobre el moro de
Medinaceli (sustituido, sin embargo, por después en todas las versiones romances). En
definitiva, la manera más ajustada de entender la Historia Roderici consiste en interpretar
que, según ella, los tres combates se efectuaron en vida de Sancho II y, necesariamente, los
dos últimos antes que el primero, por razones cronológicas.
Otro problema es el carácter mismo del combate (Horrent 1973: 111-112, n. 50). El
Carmen lo califica de singulare bellum, expresión que alude a un desafío, aunque no
necesariamente a un duelo judicial (véase el comentario al verso 25). Por su parte, la Historia
Roderici sitúa las luchas contra el navarro y el moro en paralelo con la acontecida en Zamora,
que describe así (HR 5): Cum uero rex Sanctius Zemoram obsederit, tunc fortune casu
Rodericus Didaci solus pugnauit cum XV militibus ex aduersa parte. Se trataría, pues, de un
combate individual sin más trascendencia que el encuentro fortuito, dentro de una situación
de enfrentamiento generalizado. En cambio, los demás testimonios medievales se refieren a
una lid singular en términos de un reto judicial, en el que Rodrigo actuaría de campeón de
Alfonso VI. El Linage y el Liber regum Toletanus sólo insinúan ese planteamiento, pero el
Libro de las generaciones y las crónicas alfonsíes no dejan duda al respecto.
Ante tantas incertidumbres, se han propuesto diversas soluciones. Menéndez Pidal
admite básicamente el relato cronístico (157-59 y 693-96), como un duelo judicial por la
posesión del castillo de Pazuengos (en la frontera castellano-navarra), pero lo desplaza a
1066, durante el reinado de Sancho II, fecha en que Rodrigo actuaría como alférez del rey,
una de cuyas misiones (según las muy posteriores Partidas II 9, 16) era fazer riepto por la
posesión de las fortalezas y villas realengas (aunque el Carmen sitúa ese nombramiento tras
esta lid), y se enfrentaría a Jimeno Garcés, nombre por esos años de dos personajes navarros y
de uno aragonés. Barceló (1966) ha mostrado las debilidades de este planteamiento, pues no
hay ningún argumento para situar el combate concretamente en 1066, ni para aceptar la tardía
noticia sobre Pazuengos como objeto del litigio. De admitirla, advierte, sería más lógico
pensar en 1063, cuando Fernando I reedificó la fortaleza en cuestión (momento en que el Cid
contaría unos dieciséis años) y un Jimeno Garcés era el alférez real navarro (1062-1064), lo
que justificaría su actuación como campeón de su rey en la lid judicial. En su opinión, el
combate (desprovisto de dicho carácter) pudo tener lugar hacia 1064, durante el reinado de
Fernando I, «y estaría conectado de una manera u otra con la batalla de Graus» (conclusión
que se basa en indicios muy débiles y controvertidos), o bien en el período 1074-1076,
reinando Alfonso VI, en un momento de gran tensión con Navarra.
El planteamiento de Menéndez Pidal es aún admitido por Rodiek (1995: 57) y por
Bodelón (1995: 245), aunque dando este último la imposible fecha de 1060 (con un Rodrigo
de unos doce años), quizá mera errata por 1066. En cambio, las conclusiones de Barceló han
sido admitidas por Horrent (1973: 9-10, pero cf. 112, n. 5, donde parece aceptar la visión de
7
Menéndez Pidal) y por Hitchcock (1999), que optan por la fecha temprana. Basándose
también en ellas, Wright (231-32), que niega de plano el carácter judicial del combate, se
inclina por entender que «Rodrigo’s defeat of the Navarran [...] is quite possibly an
individualisation of a battle», según sucede al centrar la victoria de Cabra en la derrota de
García Ordóñez 14. En consecuencia, opina que, aunque el Carmen parece aludir a un combate
juvenil no documentado, podría estar reordenando con fines literarios los datos históricos, que
se referirían en realidad a la campaña de 1074. Por su parte, Ubieto (1973: 177-78), que
retrasa el nacimiento de Rodrigo hasta 1054, parece optar por una datación tardía (aunque
lamentablemente no llegó a desarrollar su justificación). Fletcher (1989:118), en tono muy
precavido, señala que «no podemos datar el episodio y mucho menos reconstruir las
circunstancias que lo produjeron», pero tiende a pensar en una hazaña juvenil del héroe, como
indica el Carmen, durante el reinado de Fernando I, y sugiere un posible caso de venganza
privada relacionado con las victorias que Diego Laínez, padre de Rodrigo, obtuvo sobre los
navarros en el valle del Ubierna, en el que se enclava Vivar (cf. HR 3). En fin, Martínez Diez
(1999: 33-34 y 58-59), fechando la investidura caballeresca de Rodrigo hacia 1066, sitúa el
combate en la llamada guerra de los tres Sanchos (de Castilla, Aragón y Navarra), datada por
Menéndez Pidal (161-64 y 698-700) entre agosto y septiembre de 1067.
En nuestra opinión, los testimonios historiográficos medievales muestran que (como
ya apuntó Barceló 1966: 115 y 125) a partir de la noticia germinal de la Historia Roderici
(hacia 1180) se van haciendo expansiones que nacen esencialmente de deducciones y
suposiciones de los sucesivos historiadores sobre sus fuentes (procedimiento, por lo demás,
perfectamente documentado). Así se interpreta que el combate se realiza en época de Alfonso
VI y en representación suya (Linage, entre 1185 y 1194, y Liber regum Toletanus, hacia
1220), luego se describe en términos de lid judicial (Libro de las generaciones, sobre 1260) y
por fin la Estoria de España alfonsí y sus derivados (a partir de 1270), fundiendo el relato de
la Historia Roderici con un descendiente del Liber regum, completan el cuadro como un reto
(respaldado o no por el rey) por la propiedad de Pazuengos. Nada de ello requiere el concurso
de una fuente autónoma, salvo esta última noticia, cuyo origen es desconocido, pero que pudo
deberse a una contaminación de datos por parte de los compiladores de la Estoria de España
del Rey Sabio. En definitiva, si hay algo de histórico en el episodio, éste debe limitarse a la
coincidencia entre el Carmen y la biografía latina. Ahora bien, ésta parece situar el combate
durante el reinado de Sancho II, mientras que el poema es ambiguo, pues depende del alcance
que se dé a adolescens y de cuándo se fije el nacimiento del Campeador (véase el comentario
al v. 26), por más que su dispositio invite a fecharlo en tiempos de Fernando I.
14
Adviértase, no obstante, que en este caso el Campeador y don García dirigen los ejércitos enfrentados, por lo
que no es una situación exactamente comparable.
8
En cuanto al carácter de la lid, no puede tratarse de un combate judicial propiamente
dicho. Referida a finales del siglo XI, tal interpretación —como ya indicó Wright (232)—
constituiría un anacronismo 15, aunque el Carmen se alinee con el Linage y sus derivados al
considerarlo cuando menos fruto de un desafío. Lo que ya no es posible determinar es si
constituiría un combate estrictamente individual o si se situaría en el contexto de una acción
bélica de mayor alcance, como parece desprenderse de la Historia Roderici. El hecho de que
el Carmen atribuya a dicha victoria el apelativo de Campidoctor apuntaría también en dicha
dirección, pues tanto este término como el apelativo romance de Campeador se ligan a las
batallas campales (como se verá luego), más que un enfrentamiento personal. La cuestión es
que el episodio resultante (un combate juvenil de Rodrigo en el marco de una batalla contra
tropas navarras) no halla fácil acomodo en la historia del momento, como ya se ha visto. La
mención de un Jimeno Garcés tampoco permite precisar gran cosa, pues hay documentados
personajes de ese nombre desde 1036 a 1075 (Barceló 1966: 119-22).
Descartada una lucha por Pazuengos cuando Fernando I reedificó la fortaleza en 1063
(que nada autoriza a suponer 16), no queda ninguna posibilidad durante su reinado, pues la
batalla de Graus (a la que aluden Barceló 1966: 126 y Hitchcock 1999), librada ese mismo
año de 1063 y en la que Rodrigo formó parte de las tropas mandadas por el entonces príncipe
Sancho para ayudar a Almuqtadir de Zaragoza, se hizo contra Ramiro I de Aragón, sin
intervención navarra 17. En cuanto a la guerra de los tres Sanchos, supuestamente de 1067,
único enfrentamiento de Sancho II con los navarros, podría ser el momento más adecuado
para situar el combate, como propone Martínez Diez (1999). Ahora bien, sólo sabemos de
ella por una noticia tardía para la que se carece de confirmación (Ubieto 1981: 173-76, Reilly
1988: 40, Fletcher 1989: 120), pues la Primera Crónica General 496b-497a cuenta
exclusivamente una batalla con el rey de Aragón (al que llama don Ramiro, cuando debiera
ser Sancho Ramírez) a causa de una expedición castellana a Zaragoza, que es casi
indudablemente legendaria (Turk 1978: 101-5, Montaner 1998: 20-22, cf. Reilly 1988: 3940), de modo que la Crónica de los estados peninsulares, seguida por la Crónica de San Juan
15 Para la cronología del reto entre hidalgos, cf. Lacarra (1980: 77-78), Pavlovicv y Walker (1982), Montaner
(1993: 645-46 y 668-70) y Zaderenko (1998a), y véase luego el apartado I.2.
16 Empezando por lo dudoso de la propia noticia, sólo referida en una nota marginal de un libro becerro del
monasterio de San Millán, hoy desaparecido, mientras que en 1070 la fortaleza era con seguridad de Sancho IV
de Navarra (vid. Menéndez Pidal 695).
17
HR 4, vid. Menéndez Pidal (131-34), Turk (1978: 82-84) y Fletcher (1989:117). Ubieto (1981: 153-77)
considera legendaria la participación castellana y errada la cronología, pues la batalla se habría dado en 1069,
pero hay buenas razones para defender la historicidad de la noticia y su datación en 1063 (Montaner 1998: 1320, cf. Reilly 1988: 44 y Martínez Diez 1999: 54).
9
de la Peña (17, ed. Orcástegui 1986), es la única en referirse propiamente a ella, sin precisar
mucho la fecha, al inicio del reinado de Sancho Ramírez (1063-1094). En fin, la situación de
tensión con Navarra ya bajo Alfonso VI, en el período 1074-1076 (señalada por Wright 232),
además de encajar peor en la cronología sugerida por las fuentes, tampoco parece ser propicia
a dicho enfrentamiento. En efecto, nada avala que la donación de Alfonso VI a San Millán en
1074 revele una ocupación militar, como sostiene Menéndez Pidal (208-9), ni siquiera su
presencia en el cenobio riojano, ya que tal donación se hizo posiblemente en Burgos (Reilly
1988: 82). En verano, el rey Alfonso se había dirigido a Granada para obtener la sumisión del
nuevo monarca ‘Abdallåh (Reilly 1988: 83-84). Durante 1075 y la primera parte de 1076, la
corte, y Rodrigo con ella, estuvo visitando diversas regiones del reino, sobre todo en el oeste
(Menéndez Pidal 212-21, Reilly 1988: 84-87). Por último, la ocupación castellana de La
Rioja a la muerte de Sancho IV el de Peñalén (4 de junio de 1076) parece haberse llevado a
cabo de forma enteramente pacífica y además Rodrigo no aparece confirmando los diplomas
regios entonces suscritos en Nájera y Calahorra, así que probablemente no acompañó en esa
ocasión al séquito regio (Menéndez Pidal 221-23, Horrent 1973: 16-17, Reilly 1988: 88-91,
Martínez Diez 1999: 94-95).
En conclusión, si el combate con el navarro se efectuó realmente, la única coyuntura
favorable es la guerra de los tres Sanchos (de confirmarse su historicidad); de lo contrario,
habría que situarla en el transcurso de alguna mínima escaramuza fronteriza, lo que no parece
corresponderse del todo con las noticias disponibles. Así pues, hemos de coincidir con
Fletcher en la imposibilidad de concretar nada al respecto con la información disponible. En
todo caso, el autor del Carmen aprovecha esta noticia para convertirla en un motivo
importante del encomio del héroe y, atribuyéndole el origen del dictado de Campeador, hace
de tal combate el primero de los hitos de la ascensión de su protagonista, que muestra sus
cualidades ya desde la etapa juvenil, conformándose a la tópica del género (cf. Wright 232 y
véase el comentario al v. 26).
El sobrenombre de Campeador (vv. 27-28)
El Carmen, como hemos avanzado, asigna a la victoria sobre el guerrero navarro la
atribución de un sobrenombre encomiástico, Campidoctor. Propiamente, este término (sobre
el que volveremos con más detalle al hablar del título del poema) es un viejo tecnicismo de la
milicia latina, donde designaba al instructor en jefe de cada cohorte 18. En el siglo XII, además
del sentido figurado de magister, propio de la literatura cristiana, se presenta con el
18
Vid. Cirot (1939b: 180) y ahora Manchón - Domínguez (1998: 615). Para una relación más completa, con
algunos ejemplos, véase abajo el apartado III.1.
10
significado de ‘comandante en jefe’ o algo similar 19 . Obviamente, ninguno de los dos
sentidos cuadra al caso de Rodrigo Díaz, que ni fue nombrado instructor ni elevado en la
ocasión al primer rango de la milicia, ascenso que el Carmen 35-36 desliga por completo de
la victoria sobre el navarro. Queda claro, pues, que el poema se está refiriendo a una
denominación común, adoptada no por cultos clérigos conocedores del poco frecuente
vocablo latino, sino por los caballeros veteranos y principales (maiores). En consecuencia,
todo indica que el Campidoctor del Carmen es un término erudito que recubre en realidad
una voz romance bien documentada, Campeador 20.
La explicación del Carmen respecto del origen de dicha apelación se queda aislada en
el conjunto de la historiografía cidiana. Ni siquiera concuerda bien con la cronología de la
Historia Roderici 5, que lo sitúa en una época menos juvenil del héroe, con posterioridad a su
nombramiento como alférez: Rex autem Sanctius [...] constituit eum principem super omnem
militiam suam. Rodericus igitur creuit et factus est uir bellator fortissimus et Campidoctus in
aula regis Sanctii. Las versiones cronísticas se alejan de ambos textos y atribuyen el
sobrenombre a la aludida victoria de Cabra: «Et d’allí adelante llamaron moros et cristianos a
este Roy Díaz de Vivar “el Çid Campeador”» (Primera Crónica General 522b), «e de allí
adelante llamaron moros e christianos a este Ruy Días de Bivar “el Çid Canpeador”, que
quiere dezir batallador» (Crónica de Veinte Reyes 204b), versión seguida también en fechas
próximas por Gonzalo de Hinojosa: Predam atque spolia eorum diripuit ibique uocatus est a
Sarracenis Cit, id est Dominus, eo quod esset strenuus preliator 21 . La primera de estas
crónicas se contradice parcialmente, cuando atribuye más tarde al dominio de Valencia el
origen de este apelativo: «Et d’allí adelante fue llamado el Çid: “mio Çit Canpeador, señor de
19
Cf., por ejemplo, Pedro el Diácono († 1140), Chron. Casinensis IV 118 y 124 [PL CLXXIII 959 y 968]:
Adueniente autem Brunone campidoctore imperatoris, cum exercitu ingressus est Monasterium, confestimque
eundem electum a militibus custodiri praecepit. [...] Imperator autem ad haec uerba commotus, Brunonem
campidoctorem cum cohorte destinans, militum iam dictum castrum direptioni et incendio tradidit. Sandoval
(ap. Menéndez Pidal 1944-1946: 524-25) entendió en este sentido el sobrenombre de Rodrigo Díaz,
considerándolo equivalente del título de alférez o condestable, como ha vuelto a hacer recientemente Fletcher
(1989: 119-20), cosa que desmiente el uso del término, como se verá luego.
20
Esta es la opinión mejor fundada (cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 527-28, Lévi-Provençal 1948: 102, Gil
102, n. 10 y Manchón - Domínguez 1998: 619 y 621). No parece tener mucho sustento la duda de Cirot (1939b:
180) sobre la posible precedencia del término latino: «Mais a-t-il été choisi pour rendre Campeador, ou est-ce
l’inverse?».
21
Ed. Lomax (1985: 236). El autor, obispo de Burgos, escribe su Chronica Mundi, a la que pertenece el capítulo
«De Roderico dicto Cit strenuo bellatore», hacia 1315 y se inspira, al parecer, en parte de los borradores
empleados por los compiladores de la Estoria de España alfonsí (Lomax 1985: 227-33).
11
Valencia”»22.
Dada la etimología de «mio Cid», el árabe andalusí sídi (clásico sayyid°) ‘mi señor’,
esta última versión resulta más aceptable para esa parte del sobrenombre que la relacionada
con la batalla de Cabra (Menéndez Pidal 1944-1946: 576-77 y 1169-70, Montaner 1993: 37879), porque dicho título de respeto (originalmente atribuido a los jefes de las tribus
preislámicas) es más propio de quien ejerce una autoridad, y en especial ha sido usado con el
sentido de ‘gobernador’ en diversos momentos (cf. Dozy 1881b: I 699b). Bien es verdad que
ninguna fuente coetánea aplica a Rodrigo este título, ni siquiera los historiadores árabes, que
en cambio sí recogen el de Campeador, con las grafías Alkanbiya†€r (Dozy 1881a [1849]: II
57, Malo de Molina 1857: 12, Hitchcock 1999) y Alqanbiya†€r (Lévi-Provençal 1930: 3056), pero esto se debe probablemente a su repugnancia a atribuir a un cristiano un dictado de
fuertes connotaciones islámicas, ya que se ha aplicado a menudo a los descendientes del
Profeta (cf. Van Arendonk - Graham 1999), siendo lo más probable que le otorgaran el título
sus propios hombres, entre los que no faltarían los bilingües 23, a los que posiblemente se
sumarían los mozárabes valencianos, que titulaban a su obispo precisamente assayid
alma†rån ‘el señor metropolitano, monseñor el arzobispo’ (Montaner 1993: 378-79).
Aunque la explicación aducida resulta verosímil para el título de Cid, no sucede lo
mismo con el de Campeador, que sin duda se ganó en fechas más tempranas, como señalan el
22
Primera Crónica General 592a. Las crónicas que prosifican las Mocedades de Rodrigo eliminan ambos
pasajes y dan una versión más legendaria, situada en la juventud del héroe: «llegaron a Çamora los mensajeros
de los reyes moros que eran vassallos de Ruy Díez de Bivar con muy grandes haveres que trayan en parias. E él
estando con el rey [= Fernando I], llegaron estos mensajeros a él e quisiéronle besar las manos, e llamávanle
“Cid” [...] que quiere dezir tanto como señor, e presentáronle gran haver que le trayan. E [...] entonce mando el
rey que le dixiesen Ruy Díez mio Cid, por lo que los moros lo llamavan» (Crónica Particular del Cid 8r, similar
en Traducción gallega 334-35 y Crónica de 1344 III 322). Este episodio no aparece en la versión conservada de
dicho cantar.
23
Así opina, rechazando otros étimos propuestos y sin sugerir una cronología específica, Corriente (1999:
289b): «no fueron ellos [= los musulmanes andalusíes] los que le dieron el epíteto de Cid, sino sus mesnadas de
mercenarios, a menudo bilingües». Hitchcock (1999), en cambio, lo atribuye a sus soldados andalusíes y lo sitúa
en el período zaragozano (como había hecho Chalon 1976: 12): «He made a triumphal entry into Saragossa,
where the H€did ruler overwhelmed him with presents and with honours. He had acquired at one stroke prestige
and an ascendancy without parallel among his Muslim soldiers who from this time began to call him “my
master”, sayyid°, vulg. Sp. Ar. s°d , which was translated into Spanish in the form of “mio Cid” [...] and soon this
name prevailed (with or without the employment of the possessive)». Una idea semejante había expresado ya
Malo de Molina (1857: 19): «creemos con Dozy [1849] que este título lo recibiría Rodrigo de los musulmanes
que tuvo á sus órdenes en el sitio y conquista de aquella ciudad [= Valencia]; título que se le prodigaría por los
soldados españoles, admitida la comunidad de lenguas que entre ellos existía; y así se transmitiría a la
generación inmediata, que, por darle importancia al personaje, referirían que por los musulmanes a quienes
conquistó se le llamaba Sidi, ó traducido, mio Cid». Por su parte, sostenía Menéndez Pidal (555) que «entre esos
moros adictos, del partido andalusí, y entre esos cristianos expatriados nació en las fronteras levantinas el
nombre familiar y afectuoso del héroe: Cid ‘señor’, Cidi ‘mi señor’ [...] Pero éste era un nombre reservado a la
respetuosa intimidad vasallal». Esta última suposición (admitida también por Chalon 1976: 12) resulta
improbable, dado el alcance del título.
12
Carmen y la Historia Roderici, pese a su imperfecta coincidencia. Para aproximarse a las
posibles circunstancias de su adopción, conviene fijar el sentido del término. La versión del
poema latino parece favorecer la interpretación de Dozy (1881a [1849]: II 59-60), seguida por
Malo de Molina (1857: 17) y Hitchcock (1999), según la cual campeador sería el equivalente
romance del árabe barråz o mubåriz, que el propio Dozy (1881b: I 70b) explica como «celui
qui a la coutume de sortir des rangs pour appeler un enemi au combat, qui en fait son métier,
l’esp. campeador»24. Ciertamente, hay un ejemplo coetáneo de esta antigua práctica, referido
por A††ur†€fi° y citado por el docto orientalista holandés, pero no hay prueba de que fuese
una práctica habitual y mucho menos de que ése fuese el oficio de nadie, lo que en absoluto
se desprende de dicho pasaje. Por otro lado, aunque singulare bellum podría tomarse en ese
sentido 25 , habría que certificar que el Carmen está en lo cierto para asegurar esta
interpretación, pues no hay ningún otro testimonio de una actividad parecida del Cid. En fin,
si los términos árabes aducidos tienen pleno sentido como derivados de la raíz árabe b-r-z,
cuyo significado básico es ‘salir, mostrarse’, no ocurre lo mismo con campeador, que sólo
puede proceder de campo, voz que no significa sólo ‘palestra’ (cf. Paris 1882: 420).
De hecho, el único testimonio coetáneo que explica el término es el de un historiador
árabe que no alude en absoluto al barråz. Se trata de una crónica árabe anónima sobre los
reyes de taifas, en un pasaje inspirado en la perdida historia de Ibn ‘Alqama (1036-1116)
sobre el cerco y caída de Valencia, Albayån alwå∂i™ f° lmulimm alfå∂i™ [= La exposición
clara sobre la calamidad deshonrosa]:
Siguió [Ibn Ja™™åf] como rey suyo [= de Valencia] hasta que lo atacó cierto conde
cristiano, llamado el Campeador [Alqanbiya†€r], que significa “el señor del campo”
[ßå™ib alfa™ß], y cuyo nombre era Rodrigo [Luflr°q] 26.
24
Hitchcock (1999) lo explica así: «the champion who comes out of the ranks, when two armies are ranged
against one another, to challenge an enemy to single combat». A fines del siglo XV, Pedro de Alcalá ofrecía las
siguientes equivalencias: «desafiar uno por otro atbáraçt [...] desafío uno por uno mubáraza [...] desafiador
mubáriç» (ed. Corriente 1988: 14a). Sobre esta práctica bélica, típica de la Arabia preislámica, cf. Galmés
(1978: 95-97), quien, por su parte (53-57), cree ver en Campeador un eco del árabe gålib ‘vencedor’,
conjeturando que fuese una invención juglaresca del autor del Cantar de mio Cid y que «el Carmen y la Historia
Roderici bien pudieron conocer el apodo de Campeador a través del Poema y aplicárselo al Cid, desde su
adolescencia, por boca de los principales de Castilla» (54). Sin entrar en otras consideraciones, baste recordar
que el dictado de Campidoctor se le aplica ya a Rodrigo en los documentos valencianos de 1098 y 1101, sobre
los que volveremos luego, lo que invalida dicha hipótesis.
25
Resulta especialmente adecuado a este contexto un pasaje de S. Benito, Regula [CC CLCLT 1852], I 3-5: qui
didicerunt contra diabulum multorum solacio iam docti pugnare, et bene extructi fraterna ex acie ad singularem
pugnam heremi, securi iam sine consolatione alterius, sola manu uel brachio contra uitia carnis uel
cogitationum, Deo auxiliante, pugnare sufficiunt.
26
Aqåma bihå malikan illà an gazåhu qum†un min aqmå†i nnaßarà yuqålu lahu lQanbiya†€ru wama‘nåhu
ßå™ibu lfa™ßi wasmuhu Luflr°qu (ed. Lévi-Provençal 1930: 305). La traducción es nuestra; puede verse en
13
Se trata obviamente del campo raso o campaña, en el que se desarrollaban las lides
campales, y no de la liza, marco de la lid singular, que en el aludido pasaje de A††ur†€fi° se
denomina, como es usual en árabe, maydån 27. Ahora bien, la expresión ßå™ib alfa™ß puede
significar tanto ‘el que señorea el campo de batalla’, en el mismo sentido en que el Carmen
describe a su héroe retinens campum (80), como simplemente ‘el que sale a menudo a
campaña’ 28. Desde luego, en una sociedad guerrera, el mero hecho de salir en campo no es
motivo para apellidar a nadie, así que en definitiva la dicotomía estaría entre ‘victorioso’ o
‘buen guerrero’, dos expresiones no necesariamente sinónimas. Un texto supuestamente
coetáneo, la carta de Berenguer Ramón II a Rodrigo Díaz antes de la batalla de Tévar
(1090) 29, parece apoyar la segunda opción (HR 38, 31-35):
Si autem exieris ad nos in plano et separaberis te a monte tuo, eris ipse Rodericus, quem
dicunt bellatorem et Campeatorem. Si autem hoc factum nolueris, eris talis, qualem dicunt
in uulgo Castellani aleuoso et in uulgo Francorum bauzador et fraudator.
Sea o no el pseudoepígrafo de la pluma del autor de la biografía latina, éste deja
implícita en un par de lugares una interpretación semejante, según han subrayado Manchón Domínguez (1998: 625): Roderici Didaci nobilissimi ac bellatoris uiri prosapiam et bella [...]
decreuimus (1), factus est uir bellator fortissimus et Campidoctus (5). Como ya han señalado
Menéndez Pidal (1944-1946: 529) y Cirot (1939a: 87), Lucas de Tuy, que no usa el
Menéndez Pidal (782) la de E. García-Gómez, quien señala en nota «Sahib al-fahs = dominus campi», pero
adviértase que dicha expresión puede significar sólo ‘el del campo’, sin una necesaria relación de dominio.
Pedro de Alcalá explica así el segundo término: «campo (raso como vega, nava) fahç [...] dehesa, vega fahz» (ed.
Corriente 1988: 151a).
27
Al referir el encuentro, dice que el desafiador baraza ilà waßti lmaydåni «salió hasta el medio de la palestra»
(ap. Malo de Molina 1857: 16).
28
Lo que no parece justificado es hacerlo sinónimo de algareador o jefe de una incursión, como quiso LéviProvençal en una conferencia de 1938 publicada en la Revue Historique de 1937: «Campeador [...] s’appliquait
dès lors probablement à un spécialiste émérite de razzias en terre ennemie» (ap. Cirot 1938: 331). Menéndez
Pidal comunicó particularmente su rechazó a Cirot (1939b: 86-87), quien se sumó a él. El arabista francés se
reafirmó más tarde en su versión, sin aportar nuevos datos (Lévi-Provençal 1948: 102).
29
La autenticidad de las cartas cruzadas en Tévar entre Rodrigo y Berenguer, rechazada por Menéndez Pelayo
(1924-1926: XI 293), Bonilla (1911: 172), Rubio (1974: 224-25) y, dubitativamente, Smith (1986: 103), fue
defendida por Menéndez Pidal (379-81, 864-65 y 909-10) y Falque (1981), y aceptada por Vázquez de Parga
(1952: 8 y 111-14), Fletcher (1989: 166) y Martínez Diez (1999: 210-14). El único argumento a favor de esta
suposición son ciertas diferencias estilísticas entre la prosa epistolar y la del resto de la Historia Roderici, en
especial, el uso de Campiator en lugar de Campidoctus. Frente a ello, resulta incontrastable el hecho de que se
trate de cartas de desafío que utilizan las fórmulas del reto surgidas en la segunda mitad del siglo XII: la
acusación de aleve (Pavlovicv y Walker 1982, Zaderenko 1998a: 193-94 y 1998b: 83), el mentís y la remisión a
la lid (Montaner, en prensa b). Por ello, parece preferible atribuir las citadas diferencias (no tan grandes, por otra
parte, cf. Manchón - Domínguez 1998: 627) a una deliberada elaboración del autor «con miras a crear en el
lector la impresión de verosimilitud que tanto le preocupaba» (Martínez 1991: 52).
14
sobrenombre de Rodrigo, parece inspirarse en esas equivalencias al calificarlo en su
Chronicon mundi (hacia 1236) de armis strenuus y de strenuus miles, como hará cosa de un
siglo después Gonzalo de Hinojosa al tildarlo, en su citada Chronica mundi (ed. Lomax 1985:
236), de strenuus bellator o preliator. Como se ha visto, ésa es también la versión de la
Crónica de Veinte Reyes 204b: «Canpeador, que quiere dezir batallador».
La otra posibilidad (es decir, interpretar Campeador como ‘vencedor de batallas’), a la
que tácitamente se atiene el Carmen, en tanto que atribuye la adopción del dictado a una
victoria concreta y justifica su reválida con otra (la de Cabra), la expone claramente fray Juan
Gil de Zamora en su Liber illustrium personarum (ed. Cirot 1914: 81):
Prefatus itaque Rodericus arabice fuit Cydy, id est dominus, appellatus, sed campiator fuit
uulgariter nuncupatus, eo quod campum fere semper obtinuit contra hostes et in campo de
ipsis uiriliter triumphauit.
Para zanjar la cuestión es imprescindible analizar la estructura y uso del vocablo 30.
Firmemente establecida su relación etimológica con campo (Paris 1882: 420, Menéndez Pidal
1944-1946: 530, Corominas - Pascual 1980-1991: IV 791b), parece claro que
morfológicamente es un nombre de agente, compuesto con el sufijo -dor como postverbal de
campear (cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 242). En cuanto a éste, se documenta por primera
vez en el Libro de Alexandre, 612d y 2624a-b:
Los unos son ya muertos e los otros cansados,
annos los de Troya muy sobracavalgados,
tiénennos fiera guisa de la villa redrados,
por canpear a ellos sol non somos osados.
con omes e con bestias avedes canpeado,
nunca fuestes vençidos, Dios sea ende loado.
El
interpreta
Universal
guerra»31.
verbo aquí significa claramente ‘batirse, guerrear en campo raso’, como bien
Sas (1976: 114), acepción que todavía recoge en 1490 Alfonso de Palencia,
vocabulario de latín en romance 280v: «militaris: que campeia, que sigue
En principio, pues, campeador significará básicamente ‘lidiador, batallador’, más
30
Para los ejemplos que siguen, salvo remisión en contrario desde la bibliografía, citamos por los textos
contenidos en Admyte.
31
Parece tener el mismo sentido, aunque el párrafo es algo difuso, en la traducción de Boccaccio, Teseida 1r:
«Aquesto ansyv pasando los griegos a la sazón canpeavan poderosamente por la su desaventura, porque Tesseo,
aquel pujante señor duque de Atenas, fijo de Egeo estaba ya con yra por quanto de la gente le hera venido
15
que ‘vencedor, triunfador’. Veamos si es así en los textos disponibles. De nuevo hay que
recurrir al Libro de Alexandre 476 y 2567:
Antuviós’ el griego [= Menelao] commo ome sabidor,
ca vergüença e yra le tollié el pavor,
bien guarnido de armas de muy grant valor,
dió salto en el campo cuemo buen campeador [O, galopeador P].
Las estorias cabdales, fechas de buen pintor,
la una fue de Hércules, el firme [P, bon O] campeador,
en el segundo paño de la rica lavor,
la otra fue de Paris, el buen doñeador.
El primer pasaje, sobre todo, deja claro que campeador no es sinónimo de vencedor,
sino de luchador (Sas 1976: 114). En el segundo también es preferible dicho significado,
porque el adjetivo «firme» le cuadra mejor. Hay además un par de ejemplos en Berceo, quien
describe así al rey de Navarra García III el de Nájera: «Un firme cavallero, noble campeador»
(Santo Domingo 127c) y a San Millán, tras vencer una tentación del demonio: «El buen
canpeador, por toda la victoria, / non dio en sí entrada a nulla vanagloria» (San Millán 123ab). Aunque el segundo pasaje es algo ambiguo, en el primero resulta preferible la misma
acepción que en el Alexandre. Por su parte la Primera Crónica General 90a y la General
Estoria V 187r aplican el término a Julio César:
el príncep que fasta aquel tiempo mas bravamientre combatiera et firiera a sos enemigos en
batalla por sus manos, et qui más lides campales fizo por sí, que éste fue; et porque dizen
en latín cuemo oyestes cedere por bater o por ferir, tomaron segund esto d’esta palabra
cedere César, e llamáronlo a este Julio; et segund esto, semeja que César tanto quiere dezir
cuemo quebrantador de sos enemigos o aun campeador.
Claramente, aquí campeador es sinónimo de combatiente. Aún más obvio resulta esto
en un último testimonio, el de la citada traducción de Boccaccio, Teseida 37r:
En pie se levantó atordido e, como ardid<o> e franco canpeador, delante el pecho el
escudo enderesçó e vio a Penteo que fuerte plañía, al qual así dize: «¡Aparéjate, cavallero,
que yo aún non soy vençido!»
De todo lo antedicho, se desprende que el significado prístino de campeador es, como
veíamos en la Historia Roderici, el de ‘batallador’, según estableció ya Menéndez Pidal
reclamo de su desmesurada crueldad». Compárense, por otra parte, en francés antiguo champier o champoier
‘cabalgar a campo través; combatir en una liza’ y champeler ‘acampar; combatir’ (Greimas 1987: 102b).
16
(1944-1946: 530). Eso implica que seguramente no pudo recibirlo tras una única hazaña, por
sonada que esta fuese, y menos por un combate singular, como indica el Carmen. Tampoco es
probable que lo ganase antes de las guerras fratricidas entre Sancho II y sus hermanos, como
sugiere el orden del relato en la biografía latina, pues Rodrigo no había combatido aún
asiduamente. Ahora bien, si se acepta con Ubieto (1973: 178) y, más matizadamente, Reilly
(1988: 43 y 50), que el papel de Rodrigo en dicha guerra fue nulo o mínimo (a despecho de
HR 5 y CN III 15-16), habría que esperar al reinado de Alfonso VI (victoria de Cabra,
algarada en tierras toledanas) o incluso al primer exilio (batallas de Almenar y Morella) para
otorgárselo. La opción de Cabra, como se ha visto, cuenta con el apoyo de la historiografía
alfonsí. No obstante, lo menos arriesgado es referir el sobrenombre al reinado de Sancho II,
como indica la biografía latina, y en particular a las guerras de reunificación, sobre todo tras
la batalla de Golpejera, en 1072.
Sea como fuere, lo que está claro, según han visto Manchón - Domínguez (1998:
621), es que el autor del Carmen, ignorando las circunstancias reales en que Rodrigo obtuvo
su apodo, pero sabedor (como la biografía latina) de que se relacionaba con las campañas
juveniles de su héroe, construye una explicación etiológica ad hoc (cf. también Higashi 1996:
93). Ligarla a la primera hazaña del héroe tenía la ventaja de responder a un viejo motivo
literario: la adopción o transformación del nombre tras algún tipo de rito de paso de la edad
infantil a la adulta. En el ámbito cidiano, ilustra tal aspecto el momento de las Mocedades de
Rodrigo en que éste es armado caballero: «E después que fue Rodrigo cavallero, hovo nonbre
Ruy Díez» (Crónica Particular del Cid 6r), «De Rodrigo que avía nonbre, Ruy Díaz le
llamaron» (Mocedades 1001 = 1002) 32. Por otro lado, el poema latino responde así una vez
más a las pautas del género, que aconsejaba introducir en el panegírico la alabanza del
nombre 33.
El nombramiento como alférez al servicio de Sancho II (vv. 33-40)
La noticia de que Sancho II quiso dar a Rodrigo el principatus prime cohortis debe
relacionarse con la que ofrece la Historia Roderici 4, según la cual el mismo monarca
constituit eum principem super omnem militiam suam, de modo que, en las guerras del
monarca castellano con su hermano Alfonso, Rodericus Didaci tenuit regale signum regis
32
Sobre este pasaje, vid. Montaner (1988: 438). Cf., a propósito del Carmen, el motivo T617.2 : «Hero learns
his name at time of first adventure» del índice de Thompson (1955-1958: V 414).
33
Vid. Curtius (1955: 227) y Lausberg (1966-1969: II 216-17), así como lo que decimos en el apartado III.4
sobre el género del Carmen.
17
Sanctii (HR 5). Estos datos indican que Rodrigo ocupaba el cargo de armiger regis o alférez
real. Al menos así lo interpreta el Linage 12: «Vino el rey don Sancho a Castieylla, et amólo
muyto et dioli su alferizía». Pero el caso es que, frente a lo que sucede con Fernando I o
Alfonso VI, no hay documentado ningún armiger regis bajo Sancho II (vid. Torres Sevilla
1999: 444-46). Menéndez Pidal (156-57), seguido por Martínez Diez (1999: 61), no da mayor
importancia a este silencio y, partiendo de los citados textos latinos, conjetura que Rodrigo
ostentó el cargo durante todo el reinado de aquél. Horrent (1973: 112, n. 51) busca una
solución de compromiso, sugiriendo que pudo no existir el título, aunque sí «el cargo militar
correspondiente». En cambio, Ubieto (1973: 177-78 y 1981: 158) y Reilly (1988: 37-38) dan
a este silencio documental su sentido más obvio: Rodrigo (que aparece confirmando los dos
tercios de los diplomas de Sancho II) no fue nunca el armiger regis del monarca castellano,
que no habría nombrado a ninguno 34. En ese sentido, no deja de ser curioso que el Carmen
diga que el rey quiso darle ese honor, pero que Rodrigo (por modestia, se supone) lo
declinó 35. Ante esta reacción, el rey se propone otorgarle una dignidad aún más alta (37-38).
Para determinar el alcance de estos versos es imprescindible conocer el papel y la
situación del armiger regis del siglo XI. Lamentablemente, como ha indicado Fletcher (1989:
119), «no poseemos ninguna descripción de la época sobre las obligaciones del armiger».
Ante este silencio de las fuentes, se le han venido atribuyendo las que a fines del siglo XIII le
asignan las Partidas II 9, 16:
agora queremos hablar de los oficiales que han de servir [al Rey] que fueren de fuera. E
d’estos, el primero e el más honrado es el Alférez, que avemos mostrado. Ca a él
pertenesce de guiar las huestes, quando el rey no va ay por su cuerpo, o quando no
pudiesse yr e embiasse su poder. E el mismo deve tener la seña cada que el rey oviere
batalla campal. E antiguamente él solía justiciar los omes granados por mandado del Rey,
quando fazían por qué. E por esto trae la espada delante él, en señal que es la mayor
justicia de la corte. E bien assí como pertenece a su oficio de amparar e de acrescentar el
Reyno, otrosí, si alguno fiziere perder eredamientos al Rey, villa o castillo, sobre que
deviesse venir riepto, él lo debe fazer e ser abogado para demandarlo. E esto mismo deve
34
Algo parecido sucedería después en el palatium de Alfonso I el Batallador: «El reino de Aragón tenía desde
los comienzos de su reconquista una organización y un tono eminentemente militares, que Alfonso acentuó más
todavía. La corte [...] estaba reducida al mínimum. Los cargos palatinos, de tradición pamplonesa, apenas se
mencionan en los documentos: un mayordomo, un alférez, un “botegarius”, un “reposteiro mayor”, se citan muy
incidentalmente» (J. Mª Lacarra 1978: 109; cf. también Lema 1997: 61-69).
35
Nótese, de todos modos, que el verso 37 es algo ambiguo y que illo nolente podría referirse no a lo anterior,
sino a lo posterior, en concordancia con lo que transmiten la Historia Roderici y el Linage (véase el comentario
a dicho verso). Por otro lado, como ha puesto de manifiesto Fletcher (1989: 119), la obvia elaboración literaria
de la noticia impide extraer del pasaje conclusiones históricas determinantes.
18
fazer en los otros eredamientos, o cosas que pertenescen al señorío del Rey [...] maguer
que fuessen atales que non oviesse riepto. [...] Otrosí a él pertenesce de pedir merced al
Rey por los que son sin culpa. E deve dar por su mandado quien razone los pleytos que
ovieren dueñas, biudas e huérfanos fijosdalgo, quando non oviere quien razone por ellos ni
quien tenga su razón. Otrosí a los que fueren reptados sobre fechos dubdosos que non
ovieren avogados.
.
Sin embargo, hay razones de peso para dudar de que esto fuese así. La fundamental,
como ya indicó Ubieto (1981: 157), deriva de la propia constatación de Menéndez Pidal 157:
«En Castilla, cosa curiosa, el alférez, a pesar de la preeminencia de su oficio, solía escogerse
entre los jóvenes caballeros, y era cargo bastante mudable». Esta apreciación se confirma con
las conclusiones del detallado análisis del cursus honorum de la nobleza castellano-leonesa
del siglo XI hecho por Torres Sevilla (1999: 440):
Como norma general, los hijos de las grandes familias aparecen, entre los veinte y los
treinta años, distinguidos con el alferezazgo real que, a menudo, conservarán en
posteriores etapas de su vida al servicio de la corona. De similar importancia era la
mayordomía, ejercida por individuos de mayor edad. Probada su capacidad militar como
armiger, el caballero era designado para una mandación menor o de frontera y, a
continuación, dependiendo de su valía y de la influencia familiar, pasaba a una tenencia de
mayor entidad, incluso a un condado. Finalmente, el noble recibía la dignidad condal y
ejercía su autoridad como delegado del monarca en un territorio señalado.
Tal juventud del titular e inestabilidad en el cargo 36 se avienen mal con los que el
citado código alfonsí define como «estos fechos tan grandes que el Alférez ha de fazer».
Desde luego, el interés de la juventud noble en acceder al cargo 37 revela que se trataba de un
puesto de confianza cerca de la real persona. También sugiere esto mismo y es señal de su
prestigio el que aparezca a veces en documentos particulares como parte de la data por
expresión del regnante 38 . Sin embargo, parece casi imposible que el primer escalón del
36 «La duración de los magnates en el ejercicio de las funciones de alférez varió mucho a lo largo de los siglos
X-XIII. [...] Del análisis efectuado sobre los [...] diplomas desde el reinado de Ramiro II a la muerte de Alfonso
IX, concluimos que, en un principio, el oficio tenía una duración anual» (Torres Sevilla 1999: 441).
37
«Anhelado por los más jóvenes de la alta nobleza leonesa, fueron los miembros de aquellos linajes más
señeros en la historia del reino los que coparon este oficio, sucediendo, a menudo, un hermano a otro, es decir,
produciéndose una tendencia a la fijación de este cargo en el seno de una Casa» (Torres Sevilla 1999: 441); cf.
también Reilly (1988: 55 y 138).
38
Por ejemplo, en varios documentos de Sahagún de 1075: Regnante rex Adefonso in Legione et in Castella.
Dei gratia Agnetis regina. Armiger regis Fredenando Flaginiz (ed. Herrero 1988: doc. 742, similar en 739 y
743), de 1080: Regnante rege Adefonso in Legione et armiger regis Rodrico Gonsaluiz (ibid. doc. 783) o de
19
cursus honorum nobiliario conllevase tales responsabilidades. En particular, resulta poco
creíble que un caballero al inicio de su carrera y con una experiencia militar presumiblemente
escasa estuviese al frente del complejo aparato de la hueste real (cf. Ubieto Arteta 1966: 91).
Así pues, tienden a confirmarse las sospechas de Ubieto (1981: 157-63) de que en este
período se cumplía en Castilla y en León lo que la documentación navarra y aragonesa
coetánea le había permitido apreciar: que el armiger regis, siguiendo en esto la tradición
pamplonesa, constituía básicamente un oficio palatino en la línea del maiordomus, al que
posiblemente estaría subordinado (cf. Valdeavellano 1982: 453 y Lema 1997: 62-69). Al
menos en un caso, el de Fortún Sánchez en el aula regia navarra (Ubieto 1981: 160), el
armígero del rey (1056-1058) reaparece más tarde como mayordomo (1067-1070), lo que
indica su posición ascendente en el escalafón. Su cometido sería, entonces, el que su nombre
sugiere prima facie: ser el custodio de las armas del rey39. Se trataría, en definitiva, de un tipo
especial y honorífico de escudero 40 , aunque el que lo desempeñase fuese seguramente
caballero. Del texto de las Partidas sobre lo que el alférez hacía «antiguamente» se desprende
que actuaba también en funciones ceremoniales, llevando la espada delante de él en las
sesiones judiciales y otros actos solemnes, de ahí el nombre de spatarius regis que recibía a
veces (cf. Valdeavellano 1982: 489 y Fletcher 1989: 119) y la representación acorde del
armígero de Vermudo II de León en el Liber testamentorum (cf. Soler del Campo 1993: 14).
Así lo demuestra el pasaje relativo a la coronación de Alfonso VII (1112) en la Historia
Compostellana I 66:
Deinde, missa ex more solempniter celebrata, regem nouum deducens ad palatium suum
episcopus omnes Gallicie proceres ad regale inuitauit conuiuium, in quo clarissimus
comes Petrus regius dapifer extitit eiusque filius Rudericus clipeum et frameam ad regis
scapulas alfericeus tenuit.
Menos obvio es que fuese ya el abanderado del rey. La única mención en ese sentido
se refiere a cierto Suario Nunniz uexillifer que confirma una donación a Sahagún de
Raimundo de Borgoña en 1106 (ed. Herrero 1988: doc. 1143). Ahora bien, el diploma es
1098: Regnante rege Adefonso et Berta regina in Toleto. Gomiz Gonsaluiz armiger regis (ibid. doc. 1023, cf.
1043).
39
Ése es su sentido etimológico. Recuérdese a este respecto el comentario de S. Gregorio Magno, In librum
primum Regum [CC SL 144], V 91: Armiger uero arma portat, cum quibus non ipse sed alius pugnat.
40
Tal es el significado de armiger en CAI I 78: Comes uero Rodericus Vele a quibusdam militibus regis captus
est in bello, sed protinus a duobus suis armigeris, facto magno ingenio, liberatus et fugit cum eis. Lo mismo en
Jiménez de Rada, De rebus Hispanie VIII 12: et sicut Domino placuit, ex ea parte ubi instabant Aragonenses,
quidam armiger Lupi Ferrencii de Luna murum ascendit. Zurita, Anales II 61, da así la noticia: «dentro de dos
días fu entrada [Úbeda] por aquella parte que había cercado el rey de Aragón. Y el primero que subió el muro
fue un escudero de don Lope Ferrench de Luna». El mismo sentido tenía en el resto del latín europeo coetáneo
(vid. Contamine 1984: 87-88 y 164).
20
indudablemente falso o, como mínimo, está muy retocado 41 y, en todo caso, se refiere a un
oficial de la corte condal de don Raimundo de Borgoña, de quien se conocen otros alféreces,
cierto Fernando en 1095 y un tal Suero Vermúdez en 1098, y que a menudo se guiaba por
patrones distintos de los hispánicos (Reilly 1988: 254-55 y 275-77). Otra misión que se le ha
atribuido normalmente es la jefatura de la guardia real (Valdeavellano 1982: 489-90, 493-94 y
619, Reilly 1988: 138 y Fletcher 1989: 119). Esta función, que no es una de las que le asignan
las Partidas, se supone heredada por el armiger regis del comes spathariorum visigodo,
cargo del que sería continuación (Valdeavellano 1982: 489). Sin embargo, tal explicación
choca directamente con la ausencia de dicha figura en la corte asturiana y su surgimiento a
principios del siglo X, siendo la primera mención fiable del armiger la de un diploma de
Ramiro II de 945 (Mateu Ibars 1980: 268-75, Torres Sevilla 1999: 442-43). Por otra parte, en
sendos documentos de 1076 y 1078 aparece Pedro Maurélliz como tiufadus regis, cargo que
Torres Sevilla (1999: 445) considera sinónimo de alférez, pese a que el segundo de estos
documentos aparece suscrito también por Roderico Gunsaluiz armiger regis (ed. Herrero
1988: 762), quien desempeñó dicho cargo desde ese año hasta 1081. Dado que el citado
Pedro fue mayordomo real entre 1075 y 1078 (Reilly 1988: 76 y 138), ese inusitado título
será, como el de ichonomus con que aparece en 1075, una designación arcaizante del
maiordomus. El caso es que en el palatium visigótico el tiuphadus, además de un tipo de
juez, era uno de los comites exercitus, puesto al frente de una unidad de mil hombres, razón
por la que era llamado también millenarius (Valdeavellano 1982: 215). ¿Cabe deducir de aquí
que el mayordomo regio era entonces el jefe de la mesnada real, o habrá que pensar más bien
en un capricho terminológico gotizante de la cancillería de Alfonso VI?
Frente a estas incertidumbres, un hecho surge con claridad: en el siglo XII el cargo
cambia de nombre casi radicalmente, como ya observó Mateu Ibars (1980: 275-76). En
efecto, desde el reinado de Ramiro II hasta el de doña Urraca, la única designación
atestiguada es la armiger regis 42, pero a partir de Alfonso VII este término es sustituido casi
41
Lo mismo puede decirse de un documento de 1111 de Alfonso el Batallador y doña Urraca, donde consta
Lupus Garciez, uexilifer regis, confirmat y a continuación de nuevo Lupus Garciez confirmat, sin intitulación
ninguna (ed. Lema 1990: doc. 50).
42
En un documento leonés de 1018 aparece Pelayo Fróilaz como alférez (ap. Torres Sevilla 1999: 444). Si el
diploma es auténtico, se tratará de la modernización de un copista posterior. Cabe la duda de si es el mismo caso
el de la donación de Alfonso I de Aragón en 1105 ad uos Garcia Eximinones, meo alferiz, conservada sólo en
copias de los siglos XIII y XVI (ed. Lema 1990: doc. 4). Sin embargo el término se repite para cierto Caluet,
alferiz en la confirmación de otro diploma del mismo monarca, de 1113 (doc. 59), mientras que en 1116
encontramos a Lope Iohannes, armiger regis (doc. 74). Entre 1125 y 1129 desempeña el cargo Fortún Sánchez,
quien suscribe siempre como alferiz (docs. 156, 184, 209, 212 y 213). En 1132 se encuentran excepcionalmente
dos titulares conjuntos: Pere Mistan et Garcia Lope, alferices (doc. 253), aunque en la versión concisa de ese
mismo documento sólo consta el segundo. Parece, pues, que el cambio de nomenclatura se produjo antes en
Aragón que en Castilla y León, aunque la evolución del cargo es más o menos paralela, ya que «la importancia
de este oficial se reforzó notablemente desde la segunda mitad del siglo XII» (Lema 1997: 63, vid. en general
62-64).
21
sin excepciones por los de signifer y alferiz 43. Será éste el que predomine en la cancillería del
emperador y después en la de los monarcas castellanos, mientras que en el reino leonés lo
hará aquél, quedando el viejo título de armiger regis reducido a menciones muy ocasionales:
dos en el reinado de Fernando II, una en el de Sancho III y tres en el de Alfonso VIII, para
desaparecer por completo a partir de 1166 (vid. Mateu Ibars 1980: 281-310, García Luján
1982: I 90-91 y 106, Torres Sevilla 1999: 448-50).
Tras mantenerse casi dos siglos con esa denominación, algo ha tenido que pasar para
que, en un ámbito tan conservador como el de los usos cancillerescos, se acoja un cambio tan
drástico de designación. La explicación más probable parte de la que ya planteó Ubieto
(1981: 160 y 163): sin perder seguramente sus antiguas atribuciones, al menos las
ceremoniales, de las que aún se hacen eco las Partidas, el alférez ha debido de cobrar otras
nuevas que explican el cambio de nombre, y en la línea en que éste apunta, precisamente. Tal
situación podría indicar que el alférez adquiere en esta época los cometidos que le asigna el
código alfonsí; pero entonces debería poseer también el mismo rango y anteponerse al
mayordomo, como muestran las Partidas II 9, 16-17. Por el contrario, el cursus honorum
sigue yendo del alferezado a la mayordomía (véase el comentario al verso 38). No obstante,
las nuevas misiones del alférez lo hacen obviamente ascender de posición, al menos
paulatinamente, toda vez que se encuentran por primera vez alféreces con la dignidad condal:
don Rodrigo de Asturias en 1127 44, don Gonzalo Peláez en 1131-1132 (Torres Sevilla 1999:
448), don Lope en 1158, don Gonzalo de Marañón en 1174-1178 y don Fernando en 11861188 (Mateu Ibars 1980: 293 y 298-304, García Luján 1988: I 106). Además, a partir del
reinado de Alfonso VIII, los nombres del mayordomo y el alférez, como principales oficiales
de su casa, circundan siempre el del rey en su signo rodado (cf. García Luján 1982: docs. 22 y
ss.) Por otra parte, a principios del siglo XIII la importancia de la alferecía es tal que su titular
puede ser uno de los hermanos del rey, como vemos con Sancho Fernández bajo Alfonso IX,
signífero entre 1213 y 1218, el cual cuenta con un vice signifer, Fernando Sánchez en 1217 y
43 Sólo hemos visto coetáneamente la intitulación de armiger regis en un documento leonés de 1141: Poncius
armiger conf. (ed. Fernández Catón 1990: doc. 1433). La de signifer la hemos hallado sólo en dos documentos
de 1026 suscritos por Lop Lopiz signifer regis conf., en Salamanca (ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 6) y en
León (ed. Fernández Catón 1990: doc. 1383), y en otro, también leonés, donde figura Garsia Garsiaz signifer
regis conf. (ibid. doc. 1385). La de alferiz (variantes alfierez, alferce, alfieraz) aparece en 1123, con Lupus Lupi
regis alferiz conf. (ed. García Luján 1982: doc. 8), y seguirá en uso durante todo su reinado.
44
Según el documento de dicho año transcrito en la Historia Compostellana II 92, para cuya datación vid.
Falque (1994: 485, n. 619). En un documento de 21 de mayo de 1098 aparece, bajo Alfonso VI, un Comite
Petrus armiger (ed. Herrero 1988: doc. 1028), pero la mezcla de testigos y confirmantes, así como la ausencia
de las indicaciones regis y conf., indican que la corroboración está deturpada y que el documento, como muestra
la influencia carolina en la letra, será una copia coetánea defectuosa (ya del siglo XII) . La comparación con el
doc. 1027, de 7 del mismo mes y año, indica que debería leerse Comite Petrus conf.– Gomizo Gundizaluiz
armiger regis conf. y que se ha producido un salto de igual a igual de Comite a Gomizo.
22
Pedro Ibáñez en 1218, cargo que también desempeñó Bernardo Gutiérrez durante el alferazgo
de Martín Sánchez, entre 1222 y 1227 (Mateu Ibars 1980: 277 y 291; Torres Sevilla 1999:
450). Esto sugiere que para estas fechas la alferecía comporta ya la jefatura de la hueste y las
atribuciones jurisdiccionales consignadas en las Partidas, aunque no se pueda tener seguridad
al respecto. ¿Cómo caracterizar, pues, la situación intermedia entre el armígero del siglo XI y
el alférez del XIII? A nuestro juicio, la mejor forma de compaginar estos datos es que, según
apuntó ya Ubieto (1981: 163), el armígero ha pasado de ser un cargo palatino básicamente
interno a serlo externo, pues, como su nombre expresa, ahora va a caballo (alférez) llevando
la enseña del rey (signífero) 45 . Es entonces cuando se convierte en el abanderado que
conduce, no aún la hueste, sino la mesnada real 46.
Estos datos añaden un nuevo problema a la falta de testimonios sobre la alferecía del
Campeador, puesto que la descripción del cargo en el Carmen y en la Historia Roderici como
princeps de la prima cohors, es decir, de la militia regis o guardia personal del monarca
(véase el comentario al verso 36) y portador del signum regale se acerca más, como vemos, a
lo que cabe esperar del alférez real del siglo XII que del armígero regio del siglo XI. Todo
parece indicar que a sus autores les llegó la noticia, inverificable, pero posiblemente apócrifa,
de que Rodrigo desempeñó dicho cargo para Sancho II y la adaptaron a la realidad
institucional vigente, en la que el viejo título de armiger, que cualquiera de los dos textos
podría haber usado, no transmitía el alcance coetáneo de la alferecía, restándole importancia
al Campeador. A cambio, optaron por un título con reminiscencias bíblicas (señaladas por
Falque 1990: 48) de Psal. 44 [45], 17: constitues eos principes super omnem terram y Dan. 2,
48: constituit eum principem super omnes prouincias Babylonis (cf. también Gen. 45, 8; Ex.
2, 14 y Psal. 104 [105], 21, así como Jos. 5, 14: sed sum princeps exercitus Domini) y
antecedentes visigóticos (cf. Seb. 13, 3: tempore Egicani et Uittizani princeps militiae fuit, cf.
Gil 1985: 96, n. 27). Lo que cabe preguntarse aquí (dejando la posible solución para el
apartado I.2) es si ambos textos coinciden independientemente en recoger e interpretar la
noticia del mismo modo, o si debe más bien postularse un vínculo entre los dos.
45
Es posible que alférez significase ya en el siglo XII ‘abanderado a caballo’ y que por eso se adopte como
equivalente de signifer (cf. Corominas - Pascual 1980-1991: I 154b), pero no hay ninguna seguridad al respecto,
mientras que su acepción etimológica, del árabe andalusí alfáris (clásico alfåris) es la de ‘jinete’, voz, por cierto,
también de origen árabe (vid. Corriente 1999: 160b y 242b).
46 La evolución de la alferecía podría, pues, trazarse sucintamente del siguiente modo: desde principios del siglo
X a comienzos del XII es básicamente el escudero regio; a partir del segundo cuarto del siglo XII pasa a ser el
abanderado del rey y jefe de la militia regis; ya en el siglo XIII adquiere el carácter de jefe de la hueste y
representante de la justicia real, mientras que a lo largo del siglo XIV el establecimiento de la condestablía en
Castilla, del senescalado en Aragón y del mariscalato en Navarra lo reducen a la mera condición de abanderado,
el alférez del pendón real (cf. Valdeavellano 1982: 489-90, 493-94 y 619).
23
El amor y la ira de Alfonso VI (vv. 41-64)
Antes de adentrarnos en estos episodios, hay que señalar que en el vocabulario de la
alta Edad Media el amor y la ira regios no son sólo afectos personales, sino resortes
institucionales. Más allá de los auténticos sentimientos del monarca, el amor deriva de la
confianza y se convierte en favor político, mientras que la ira se traduce en la ruptura del
vínculo vasallático con el rey y provoca el extrañamiento del afectado (Valdeavellano 1982:
384-86, Lacarra 1980: 8-32 y 1995: 183-85). Así se advierte en el Carmen, para el amor
regio, tanto respecto de Sancho (34-36: sic dilexit [...] quod principatum uelit [...] dare) como
de Alfonso (45-46: cepit hunc amare, / ceteros plusquam uolens exaltare). Ambas noticias
tienen su paralelo en la Historia Roderici 5 y 7, con un vocabulario muy similar (como
veremos en el apartado I.2). La realidad histórica del máximo favor de Sancho apenas se ha
cuestionado, pese a que su principal muestra, el nombramiento como armígero regio, carece
de todo respaldo documental, como acabamos de ver. Lo más que puede decirse con certeza
es que formaba parte de la schola regis, toda vez que, como también queda dicho, suscribe la
mayoría de los documentos del monarca castellano (cf. Reilly 1988: 38-39). En cambio, las
complejas relaciones mantenidas desde 1080-1081 entre Alfonso VI y Rodrigo Díaz han
arrojado una sombra sobre la afirmación concorde de los textos latinos tempranos acerca del
encumbramiento del caballero burgalés en su corte. Menéndez Pidal (199-200) supone, sin
aducir pruebas, que don Alfonso acogió a Rodrigo por obligación y no por devoción, como
«un vasallo de tantos, y más bien un vasallo tolerado», al que retiró el alferazgo y postergó en
la corte, en la que habría ocupado un lugar menor, como se advertiría por su posición al final
de las listas de confirmantes en los diplomas regios. No obstante, reconoce que, al casarlo con
doña Jimena, su pariente, «Alfonso tenía en alta estima al ex alférez de Sancho» (211), pero,
al referirse a la supuesta concesión de inmunidad de las heredades de Rodrigo en 1075,
considera, sin prueba alguna, que el rey «no hace sino completar, o acaso tan sólo confirmar,
los privilegios otorgados por el rey Sancho» (219).
En realidad, aunque Rodrigo hubiese sido alférez de Sancho II, no tendría nada de
extraño que Alfonso VI lo hubiese cambiado, dada la movilidad del cargo, ya vista. En cuanto
a la situación de Rodrigo en las suscripciones, además de ser un criterio inaplicable, dadas las
oscilaciones advertidas en ellas, no muestra una diferencia sustancial con el reinado de
Sancho II (Horrent 1973: 14; cf. Martínez Diez 1999: 71 y 74). Por lo que hace a la
ingenuación de Vivar, el comentario de don Ramón 47 es tanto más gratuito cuanto que el
diploma —donde, por cierto, se califica a Rodrigo de «fidelissimo»— es falso (Martínez Diez
47
Interpretación que podría haberse basado en cierto modo en los versos 43-44 del Carmen, en los que se dice
que don Alfonso otorgó a Rodrigo lo que le había prometido su hermano. Sin embargo, esa promesa se liga,
dentro del propio poema, al deseo de Sancho de darle un honor aún mejor que la alferecía (vv. 37-38), lo que,
como se ha visto en el apartado anterior, podía traducirse en la entrega de una serie de mandaciones territoriales.
24
1999: 36 y 93). A cambio, Horrent (1973: 14-15) señala como otras tantas muestras de
confianza que Rodrigo es nombrado juez por el rey en sendos pleitos asturianos en 1075 y es
puesto al frente de la embajada al rey de Sevilla en 1079 para cobrar las parias 48, y hace
especial hincapié en que, al casarlo con doña Jimena, «el rey eleva a Rodrigo con este
matrimonio, vinculándolo directamente a su familia», aspecto en el que también incide West
(1983: 29). Reilly (1988: 130-31), por contra, rechaza este argumento, dado que la genealogía
establecida por Menéndez Pidal (721-26) para doña Jimena se basa en un documento falso, lo
que desvanecería la especie del matrimonio cuasi regio de Rodrigo. Ahora bien, los datos de
ese diploma concuerdan con los que independientemente ofrecen la carta de arras (ego uero,
denique, Ruderigo Didaz, accepi uxorem nomine Scemena, filia Didago, ducis de terra
Asturiense 49) y HR 6 (Dominam Eximinam neptem suam, Didaci comitis Ouetensis filiam, ei
in uxorem dedit), de forma que habrá que considerarlo más bien contrahecho (es decir, basado
en uno anterior, del que conserva datos verídicos) que enteramente falso (Martínez Diez
1999: 80, n. 22). En definitiva, conjugando toda la información disponible, Torres Sevilla
(1999: 192-202 y en prensa), además de ratificar la ascendencia regia y condal de Jimena
Díaz, aunque modificando la genealogía trazada por don Ramón, ha establecido que no sólo
era prima tercera del rey, sino probablemente también sobrina segunda por parte de padre del
propio Rodrigo.
En síntesis, cabe decir que Rodrigo continuó su cursus honorum con el cambio de
monarca y que la Historia Roderici da una imagen bastante exacta de la situación de Rodrigo
en la corte de Alfonso VI, mientras que el Carmen coincide básicamente con ella. Sin duda
exagera al decir que el monarca pretendía exaltar al Campeador por encima de todos los
cortesanos, lo que está en la naturaleza misma de un panegírico, pero esta hipérbole no es
gratuita, pues el poeta podía deducirla del ventajoso casamiento de Rodrigo, toda vez que en
esa época «la forma óptima de mantenerse dentro del círculo de la alta nobleza del reino es
acercarse, por sangre, al trono» (Torres Sevilla 1999: 410). Ahora bien, ¿cómo es que
Rodrigo perdió el favor del rey, pasando a suscitar su ira y, en consecuencia, siendo
desterrado? Antes de considerar los aspectos propiamente históricos de la cuestión, conviene
cotejar primero lo que dicen el Carmen y la Historia Roderici, ante las posibles discrepancias
apuntadas por Barceló (1965: 52-58 y 1968: 132-35) y West (1983: 288).
48
Sobre estos sucesos, vid. Menéndez Pidal (212-18 y 255), Fletcher (1989: 125-29 y 135) y Martínez Diez
(1999: 76-100).
49
Ed. Garrido (1983: doc. 25). La noticia, sabemos hoy, es auténtica, aunque este documento (fechado el 19 de
julio de 1074, pero posiblemente una copia un tanto posterior, quizá algo retocada, de un original de c. 10781081) plantea problemas de autenticidad y fecha que no podemos abordar aquí (cf. Reilly 1988: 83, Martínez
Diez 1999: 82-87 y Martínez García en prensa).
25
Según el poema, los restantes magnates cortesanos, envidiosos de la alta posición que
alcanzaba Rodrigo, predispusieron en su contra al rey, quien, temeroso de las presuntas
conjuras del Campeador, mudó su amor en ira y procedió a exiliarlo. En general coincide
hasta el parecido literal con lo que refiere la biografía latina, aunque el orden y algunos
detalles cambien. La inuidia (sobre la cual véase el comentario al v. 58) es en ambos textos la
causa de las calumnias vertidas contra Rodrigo: CC 47-48: donec ceperunt ei inuidere /
compares aule = HR 9: quamplures tam propinqui quam extranei causa inuidie de falsis et
non ueris rebus illum apud regem accusauerunt, y 11: sibi obicientes sibique curiales
inuidentes regi unanimiter dixerunt. Lo que los calumniadores dicen al rey es básicamente lo
mismo en ambas fuentes, la única diferencia es que el Carmen, siguiendo su tendencia
habitual, prescinde de detalles concretos y busca la generalización, pero no cabe duda de que
los versos 55-56 (semper contra te mala cogitabit / et preparabit) responden a la misma idea
que la acusación vertida en la biografía latina (HR 11: Domine rex, celsitudo uestra
proculdubio sciat quod Rodericus hac de causa fecit hoc, ut nos omnes simul in terra
Sarracenorum habitantes eamque depredantes a Sarracenis interficeremur atque ibi
moreremur). La reacción del monarca es pareja punto por punto (incluyendo la del segundo
destierro):
CC 57: Quibus auditis susurronum dictis = HR 11, 7-8: Huiusmodi praua et inuida
suggestione (34, 5-6: Rex autem, huiusmodi accusatione falsa audita).
58: rex Eldefonsus tactus zelo cordis = 11, 8: rex iniuste commotus (34, 6: motus) 50.
61: omnem amorem in iram conuertit = 11, 8: et iratus (34, 6-7: et accensus ira
maxima).
65: iubet e terra uirum exulare = 11, 8-9: eiecit eum de regno suo (34, 7: statim iussit ei
auferre castella).
Aunque de forma menos directa, también la búsqueda de occasiones (CC 62) para
perjudicarlo, basadas en meros indicios (CC 63-64: obiciendo per pauca que nouit / plura que
nescit) responde a la lógica de los hechos en la Historia Roderici, donde las calumnias contra
Rodrigo surgen en dos fases, una después de la batalla de Cabra (HR 9: causa inuidie de falsis
et non ueris rebus illum apud regem accusauerunt), otra tras la algarada en tierras toledanas
(HR 11: Vt autem rex Aldefonsus et maiores sue curie hoc factum Roderici audierunt, dure et
50 Sobre la correspondencia de tactus zelo y commotus, cf. Gregorio Magno, Moralia in Iob [CC SL 143], V 45
(Ipse namque zelus rectitudinis quia inquietudine mentem agitat, eius mox aciem obscurat, ut altiora in
commotione non uideat, quae bene prius tranquilla cernebat) y, en especial, Pedro Abelardo, Comm. in epist.
Pauli ad Rom. [CC CM 11], IV 10 (Zelus, siue bonus siue malus, dicitur feruor quilibet atque commotio accensi
animi ad aliquid gerendum). Para un análisis más detallado de esta expresión, véase el comentario al v. 58.
26
moleste acceperunt et huiusmodi causam sibi obicientes...) Es decir, entre las primeras
imputaciones y las segundas pasa un tiempo, hasta que se encuentra la ocasión de repetirlas,
circunstancia en que surten efecto y provocan el destierro. Aunque sea adelantando el
contenido de las acusaciones al primer momento, el Carmen se conforma básicamente a esta
visión de los hechos. El único aspecto en que el poema parece no corresponder a la biografía
latina es al aducir como causa inmediata de la ira regia el miedo de Alfonso a perder el trono
(CC 59-60: perdere timens solium honoris, / causa timoris...) Ciertamente, la Historia
Roderici nada dice de esta suerte de conjura contra el monarca o aun de golpe de estado,
como lo interpretó Barceló (1965: 57-58 y 1968: 129-32), pero es que no hay tal. Lo que
expresa el Carmen es simplemente una trasposición a los sentimientos del rey de la acusación
que en la Historia 11 hacen los cortesanos: hac de causa fecit hoc, ut nos omnes [...] a
Sarracenis interficeremur atque ibi moreremur 51. Si el rey teme por su trono, es en realidad
porque teme por su vida.
Comparar estos datos con los sucesos históricos no es tarea fácil, por la razón esencial
de que poco sabemos de ellos 52 . Prácticamente la única fuente disponible es la Historia
Roderici y es obvio que, refiriendo el destierro de su protagonista, da una versión sesgada en
la que hay que leer entre líneas. Básicamente puede establecerse que en 1079, durante su
citada embajada a Sevilla, Rodrigo derrotó a las tropas del rey de Granada y de algunos
magnates castellanos en la batalla de Cabra (de la que nos ocuparemos luego), lo que le
acarreó la enemistad de estos cortesanos, aunque no sabemos hasta qué punto fue decisiva. Lo
que sí resultó determinante, como reconoce la propia Historia Roderici 10-11, fue la
incursión del Campeador en tierras toledanas en 1080. En la primavera o el verano de dicho
año, Alfonso VI se embarcó en la campaña destinada a reponer a Alqådir en el trono toledano
y, al parecer, fue entonces, aprovechando que la hueste real se hallaba ausente, cuando una
partida andalusí procedente de la zona nororiental de la taifa toledana (posiblemente del área
de Medinaceli) lanzó una algarada contra la extremadura soriana que llegó hasta Gormaz.
Rodrigo, que según su biografía no había acompañado a la hueste por hallarse enfermo a su
marcha, tuvo noticia de la incursión y persiguió con su mesnada a los algareros, saqueando la
51
El propio Barceló (1965: 57, n. 99), aunque sin sacar las consecuencias oportunas, advirtió ya esta
correspondencia: «Curiosamente la acusación de los cortesanos en la Historia Roderici es de la misma
naturaleza, en cierto sentido, que la del Carmen: el peligro que Rodrigo supone para la vida –o el poder– del rey
Alfonso». Nótese, por cierto, que la acusación se repite casi literalmente en HR 34, 1-5 a propósito del segundo
destierro: Interea Castellani sibi in omnibus inuidentes accusauerunt Rodericum apud regem dicentes ei quod
Rodericus non erat ei fidelis bassallus sed traditor et malus, mentientes et falso hoc ei obicientes, quod ideo ad
regem uenire et in eius auxilio esse noluit, ut rex et omnes, qui cum illo erant, a Sarracenis interficerentur.
52
Para la exposición que sigue, véanse Menéndez Pidal (255-69), Horrent (1973: 19-21) y, con apreciaciones
más ajustadas, Reilly (1988: 128-33), Fletcher (1989: 133-39) y Martínez Diez (1999: 98-109). En cuanto a la
cronología, sigo a Reilly (1988: 130 y 132), que adelanta un año la propuesta por don Ramón para la incursión
de Rodrigo, y sitúa a finales de 1080 o principios de 1081 la ejecución del destierro.
27
comarca fronteriza toledana de la que procedían. El asunto no habría tenido posiblemente
mayor trascendencia si no fuese porque atentaba frontalmente contra la actitud general de
Alfonso VI sobre los pactos de no agresión con los andalusíes y más en particular contra su
difícil política en Toledo, donde su rey títere Alqådir era fuertemente contestado y el rey de
Badajoz, Almutawakkil, tenía grandes intereses y numerosos partidarios. No es necesario,
pues, recurrir a las intrigas palaciegas, aunque no se las pueda excluir del todo, para
comprender el ejemplar castigo del rey. El Campeador, desde la perspectiva coetánea, había
hecho suficiente para incurrir en la ira regia, a la que iba aparejado el destierro. Así lo ilustra
la reacción de Alfonso VI en un caso similar al de Rodrigo en su cabalgada toledana (como
han señalado Menéndez Pidal 267-68 y Fletcher 1989: 138-39), el de la incursión de los
caballeros de Hita contra Guadalajara, perteneciente también a la taifa de Toledo, referida en
fechas cercanas por Grimaldo, Vita Dominici Siliensis, II 26, líns. 15-28:
Qua de re regia ira uehementer contra perpetratores huius flagicii est accensa; et certe
satis iuste. Omnium nempe legum moderatione, nemo sibi subditum sine equissima
consideratione uel examinatione debet impugnare, expoliare uel trucidare. [...] Nimis
quippe iniustum et inconueniens uidebatur regie potestati frena laxare audacie et
iniquitate; decet namque principes deuotos subditos benigne regere, uiriliter defendere;
rebelles autem forti manu impugnare, premere et prosternere. Hoc itaque imperio regali
multi ex auctoribus huius iniuste dolositatis sunt capti et artissime custodie mancipati,
quatinus nimis insana presumptio illorum sibi digna reciperet et, hoc facto, iusta regis ira
quiesceret.
Frente a esta perspectiva, que resultaba perjudicial para su héroe, toda la incipiente
literatura cidiana (los textos latinos, el Linage y sus derivados, el Cantar de mio Cid) apela a
la envidia y rivalidad de los cortesanos, que, actuando como susurrones o mestureros (cf.
comentario al v. 57), habrían «mezclado» a Rodrigo con el rey, es decir, lo habrían
calumniado hasta conseguir malquistarlo con él y provocar su exilio. Que esta posibilidad
existía lo deja claro la disposición de las cortes leonesas de 1188:
Statui enim et iuraui, si aliquis faceret uel diceret mihi mezclam de aliquo, sine mora
manifestare ipsum mezclantem ipso mezclato: et si non potuerit probare mezclam, quam
fecit, in curia mea, penam patiatur quam pati debent [l. debet] mezclatus, si mezcla
probata fuisset. Iuraui etiam quod nunquam propter mezclam mihi dictam de aliquo, uel
malum quod dicatur de illo, facere malum uel damnum, uel in persona uel in rebus suis,
donec uocem eum per litteras meas, ut ueniat ad curiam meam facere directum, secundum
quod curia mea mandauerit; et si probatum non fuerit, ille qui mezclam fecit patiatur
penam supradictam et soluat insuper espensas quas fecit mezclatus in eundo et
28
redeundo 53.
Ahora bien, habiendo causas objetivas para la ira regia, está claro que toda la tradición
cidiana se acoge a un motivo habitual en el género biográfico, la inuidia del monarca o del
superior del héroe víctima 54, frecuente en composiciones historiográficas y aun hagiográficas
(West 1983). Sirva de ejemplo el de otra biografía de finales del siglo XI o principios del XII,
la citada Vita Dominici Siliensis I 5, líns. 382-86, de Grimaldo:
At uero abbas, comperta regis intentione atque uoluntate et iam percussus in secreto
cordis mortifero iaculo inuidie pro tam admirabili uiri constantia et sanctissima
conuersatione, cum consensu regis, eum et a gradu prioratus iniusto et deampnabili
iudicio deposuit et ab abitatione proprii monasterii expulit.
En la misma línea se sitúa una obra más o menos coetánea y cuya fraseología está
muy cercana a la de la Historia Roderici, la Historia Compostellana II 85:
Compostellanus ita secum estimabat, sed rex aliter in animo habebat: nam susurrones et
detractores maliuolentia atque inuidia ducti in Compostellanum facta conspiratione
unanimiter insurrexerunt et eum mortalibus et falsis criminibus apud regem accusantes
ipsi regi consuluerunt, ut eum in primis caperet [...]. Rex autem eorum perfidiam et
maliuolentiam aduersum dominum archiepiscopum plane perpendens et eorum
detractiones fictitias et falsas esse minime dubitans, consiliis illorum et suasionibus diuino
et beati Iacobi timore noluit ex toto assentire.
No obstante, si en otros momentos de la Historia Roderici (19 y 45) se habla
efectivamente de la inuidia de Alfonso, todas las obras cidianas, cuando tratan del destierro
(incluyendo el segundo en la biografía latina), coinciden en acusar a los mestureros
cortesanos, siendo la principal falta del monarca haberles prestado oído (Barceló 1965: 52-58
y 1968, Lacarra 1980: 118-20 y 1995: 186, West 1983, Riaño - Gutiérrez 1998: II 72-77). Se
53
Ed. Muñoz (1847: 103). Sobre esta disposición, cf. Lacarra (1980: 98-99).
54
Adviértase que este término (como puede verse en el comentario al v. 58) no siempre equivale a ‘envidia,
celos’ en estos contextos (cf. Barceló 1965: 52-58), sino que a menudo conserva su significado prístino de
‘malquerencia, aversión’ (como ya vio Kienast, ap. Menéndez Pidal 1945: 117), único que cuadra, por ejemplo,
en HR 12, 15-18: Cum Almuctaman uero era[n]t Rodericus Diaz, qui seruiebat ei fideliter et custodiebat ac
protegebat regnum suum et terram suam, quapropter Sanctius rex et comes Berengarius presertim inuidebant ei
erant que ei insidiantes (la causa de envidia que alega Menéndez Pidal 1945: 119, n. 1, fuerza el sentido del
pasaje). También es el que seguramente tiene en la célebre apostilla del monje silense (sobre la cual cf. Wright
1983: 293-94): Exhinc inimicus humani generis inmisit talem inimicitatem inter eosdem duos fratres, Adefonsus
rex Legionensis et frater eius Sancius maximus, ob inuidiam sui fratri<s> Adefonsi (ed. Menéndez Pidal 711).
Según Menéndez Pidal (1945: 118-19), la envidia en este caso se debería «al éxito del hermano mayor, más
poderoso, Sancius maximus, que acaba de anexionarse Galicia», pero esto es inexacto, pues quien se había
adueñado del reino gallego era precisamente Alfonso (vid. Reilly 1988: 29-32).
29
trata de un viejo recurso narrativo, habitual en la cuentística, como ha puesto de manifiesto
M. J. Lacarra (1979: 154-60), de modo que las historias protagonizadas por un rey suelen
responder a un mismo planteamiento: éste, «engañado por mestureros y dejándose llevar por
la saña», condena a un inocente, al que, si no se le ejecuta la pena, es gracias a la intervención
contraria de los buenos consejeros, que consiguen así que «el monarca recobre su mesura y
asuma su función retribuidora, restableciéndose de nuevo el equilibrio que había sido
perturbado por una falsa información» (156) 55. Este modelo argumental afecta claramente a la
relación entre don Alfonso y Rodrigo en el Cantar de mio Cid, donde sirve para dejar al
monarca moralmente a salvo, de modo que pueda recuperar su papel de árbitro de la situación
y recompensar finalmente al héroe, como así hace (Montaner 1993: 390, Lacarra 1995: 19091). En cambio, en las fuentes historiográficas del siglo XII carece de una función estructural
y aparece sólo como una forma habitual de explicar las desgracias del héroe sin atacar muy
directamente al monarca (aunque la biografía latina, como hemos visto, sí le atribuya en
ocasiones menos decisivas la inuidia). En el caso concreto del Carmen, la eliminación de
toda acusación concreta por parte de los susurrones y el dramatismo que otorgan al episodio
el súbito cambio en la actitud del rey y los graves temores que lo asaltan dejan clara la
elaboración fundamentalmente literaria de unos datos que coinciden sin duda con los
transmitidos por la Historia Roderici.
El exilio y la batalla de Cabra (vv. 65-88)
Si los aspectos considerados hasta ahora ofrecían problemas de interpretación
histórica, al menos no planteaban los de contradicción entre las fuentes. En cambio, los
referidos al inicio del destierro y a la batalla contra el conde García Ordóñez muestran una
notable discrepancia entre el Carmen y las restantes fuentes, sobre todo en la cronología de la
batalla de Cabra. Lo primero que se advierte es que el relato de la estrofa XVII sobre los
efectos inmediatos de la expatriación se contradice con lo históricamente documentado.
Según el poema latino, el Campeador, al salir de Castilla, comienza a devastar las Españas, es
decir Alandalús (véase el comentario al verso 67), venciendo a los moros y conquistando sus
ciudades. Como es sabido, tanto por la Historia Roderici como por la historiografía árabe del
período, Rodrigo Díaz, como tantos otros personajes de su época en circunstancias similares,
se dirigió a otras cortes peninsulares para ponerse con su mesnada al servicio de sus
gobernantes (Menéndez Pidal 279-84, Fletcher 1989: 139-41, Martínez Diez 1999: 116-19).
Primero se encaminó a Barcelona, donde su ofrecimiento no fue aceptado por los dos condes
55
Cf. además los motivos K2298: «Treacherous counsellor», K2126: «Knight falsely accused of sedition»,
K2126.1: «King’s advisor falsely accused of treason», K2102: «Falsely accused heroe sent on dangerous
mission», y Q297: «Slander punished», del índice de Thompson (1955-1958: V 489, 478, 473 y IV 215).
30
corregentes Ramón Berenguer II y su hermano (y posterior asesino) Berenguer Ramón II56.
Después acudió a la taifa de Zaragoza, cuyo soberano Almuqtadir sí lo acogió (Turk 1978:
118-19, Montaner 1998: 24-27). Nada más lejos, pues, de esa impetuosa acometida contra
territorio andalusí que describe el Carmen, incluso si se acepta la opinión, altamente
improbable, de que Rodrigo entró en territorio zaragocí saqueando el valle del Jalón, como
cuenta el Cantar de mio Cid 545-861, pues (de haber sido así) no habría pasado de una rapiña
al paso, camino de Barcelona o (lo que es bastante absurdo) de la misma Zaragoza 57.
Lo que sí resulta muy significativo es la coincidencia entre el poema latino y el
castellano (como ya notó Smith 1986: 108), pues ambos conciben el destierro como el inicio
de una prolongada campaña contra territorio andalusí, por más que en ambos textos ello
implique enfrentarse a señores cristianos y, en especial, al conde de Barcelona. Algo similar
ocurre en el Linage 18-19, donde no se transmite la misma idea de una decidida acción contra
los moros, pero se escamotea igualmente toda alusión a la estancia de Rodrigo como capitán a
sueldo de los monarcas hudíes de Zaragoza, mediante una radical abreviación biográfica:
«exiós’ de su tierra. Et pues passó Roic Díaz por grandes travajos et por grandes aventuras»,
para continuar con el relato de la batalla de Tévar, en la que el Campeador derrotó por
segunda vez a Berenguer Ramón II de Barcelona. Habida cuenta de la incontestable
dependencia del Linage respecto de la Historia Roderici, no es necesario achacar el
planteamiento del Carmen a una disparidad de fuentes; basta con pensar en un planteamiento
común con los ofrecidos (en fechas seguramente próximas) por la genealogía navarra y el
cantar castellano, que responden a la paulatina consolidación del personaje legendario frente
al histórico 58.
56
Reilly (1998: 162, n. 4) ha rechazado, sin argumento alguno, la historicidad del dato, transmitido por HR 12:
Ille autem de regno Castelle exiens <ad> Barcinonam uenit, y del que parece hacerse eco el Cantar de mio Cid
960-63. Preguntado más tarde al respecto, alegó que «sigue en ese aspecto a Huici Miranda pues una visita del
Cid a Barcelona le parece improbable dada la historia de la época» (en carta privada, ap. Zaderenko 1998b:
128). Sin embargo, como recuerda Martínez Diez (1999: 115-16), «el momento era muy oportuno para ofrecer a
los condes sus servicios militares, pues los dos condes hermanos estaban preparando una campaña, tanto por
tierra como por mar, contra el gobernador musulmán de Denia».
57 Así lo cree Reilly (1998: 162-63), basándose en Huici (1969-1970: I 197-220), quien, como ya han señalado
Smith (1990: 162-63) y Martínez Diez (1999: 115, n. 13), no hace sino seguir acríticamente las crónicas
alfonsíes y en especial la Crónica de 1344, que en definitiva se limitan a ofrecer una prosificación del Cantar.
Por su parte, el descubrimiento de las ruinas de Alcocer y de las de una mota feudal o donjón amurallado en el
frontero cerro de Torrecid u Otero del Cid ha llevado a Corral (1991) y, con un tono gratuitamente ofensivo,
(1999: 101-7), a defender también la historicidad de los episodios narrados en el Cantar. No es este el lugar para
entrar en la polémica, toda vez que los argumentos expuestos en Montaner (1991 y 1998: 23-24, 60-62 y 98101) sobre la toponimia y la cronología de Torrecid no han sido realmente refutados. Baste señalar que tales
planteamientos tienen en su contra el relato de la Historia Roderici y la buena acogida que unas pocas semanas
después le dispensaría Almuqtadir al caballero castellano.
58
Sobre ese paso del Cid histórico al legendario, vid. Horrent (1976). Cf. el planteamiento, hacia 1250, de
Jiménez de Rada, De rebus Hispanie VI 28: In diebus eius [= regis Aldefonsi] Rodericus Didaci Campiator, qui
31
Más difíciles de explicar son las estrofas XVIII a XXI, pues lo que ahí se narra halla
escasa o nula correspondencia con lo que sabemos sobre el primer destierro de Rodrigo. Nada
dicen las fuentes sobre una conspiración real o supuesta del Campeador (vv. 69-72) ni sobre
el envío contra éste de García Ordóñez en represalia (vv. 73-78). En cambio, la batalla de
Cabra, en la que fue derrotado el magnate castellano, sí es un acontecimiento histórico,
acaecido seguramente en 1079. Según la Historia Roderici 7-9, Rodrigo fue enviado como
embajador al rey Almu‘tamid de Sevilla para recaudar las parias debidas por éste a Alfonso
VI. Paralelamente, otra legación fue enviada con los mismos fines al rey ‘Abdallåh
AlmuΩaffar de Granada, la cual iba encabezada por dos magnates castellanos, García
Ordóñez y Diego Pérez, y dos navarros, los hermanos Fortuño y Lope Sánchez 59. Según la
biografía latina, cuando el Campeador se encontraba en Sevilla se supo que el rey de
Granada, ayudado por los caballeros cristianos, preparaba un ataque contra la taifa sevillana.
Se los intentó disuadir mediante una carta en la que se aludía a la común protección del rey
Alfonso sobre ambos reinos, pero dicha carta fue tomada a burla en la corte granadina y se
inició la incursión contra territorio sevillano, la cual llegó hasta el castillo de Cabra, en la
actual provincia de Córdoba. Enterado Rodrigo, lanzó un contraataque fulminante que se
saldó con la completa derrota del ejercito procedente de Granada, así como la captura de los
magnates antes citados, salvo Fortuño Sánchez, junto a otros caballeros castellanos, a los que
liberó sin rescate al tercer día, a cambio de retener el botín de guerra. De vuelta en Sevilla,
Rodrigo recibió de Almu‘tamid las parias debidas y otros valiosos regalos para Alfonso VI y,
firmado un tratado de paz, regresó lleno de honor a Castilla, donde, no obstante, los
cortesanos, contrariados por el suceso de Cabra, comenzaron a murmurar contra él y a
indisponerlo con el rey castellano.
Hasta aquí el nítido relato de la Historia Roderici que, no obstante, suscita diversos
problemas de interpretación. Aunque dicho texto presenta a Rodrigo como el único conductor
de la legación, posiblemente ésta incluiría a otros personajes de la corte, como era habitual y
sucede en el caso de la simultánea embajada granadina, de modo que la biografía latina
realiza una primera estilización de la historia al situar en solitario a su héroe frente a los
ex causa quam diximus non erat in eius occulis graciosus, conserta manu consanguineorum et militum aliorum
proposuit per se Arabes infestare.
59
Sobre don García véase el comentario al verso 77. Fortuño Sánchez era un magnate alavés, alférez y luego
mayordomo de Sancho IV de Navarra, del cual era cuñado, pues había casado con su hermana doña Ermesinda,
por lo que lo era también de García Ordóñez, casado con la otra hermana del rey navarro, doña Urraca; Lope
Sánchez era su hermano menor y desempeñó el cargo de estabulario regio en Navarra y ambos pasaron al
servicio de Alfonso VI tras el asesinato de Sancho IV (Menéndez Pidal 734-36, Reilly 1988: 131, Fletcher 1989:
137). En cuanto a Diego Pérez, nada puede decirse con certeza, pues los dos personajes de dicho nombre
documentados en la época son un magnate del linaje Flaínez, muerto seguramente en 1069 o 1070, y Diego
Pérez Obregón, nacido hacia 1100-1110, ninguno de los cuales encaja con la cronología de la batalla de Cabra
(cf. Torres Sevilla 1999: 157-60 y 384-88). Menéndez Pidal (736) conjetura fuese el Didaco Petriz confirmans
de un documento vallisoletano de 1084, pero éste, desde luego, no era unus ex maioribus Castelle, como lo
define HR 7.
32
cuatro magnates enviados a Granada. Por su parte, el Carmen singulariza definitivamente el
enfrentamiento entre el Campeador y don García, convertido en «so enemigo malo», como lo
presenta el Cantar de mio Cid 1836 (y cf. HR 50, 35-39), donde el propio héroe le recuerda a
su antagonista: «commo yo a vós, conde, en el castiello de Cabra, / cuando pris a Cabra e a
vós por la barba» (3287-88). En cuanto a la presencia de éste, sirvió a Menéndez Pidal (255,
n. 2) para datar la batalla en 1079, dado que en ese año no aparece suscribiendo los diplomas
regios. Ahora bien, esa misma circunstancia ha hecho pensar a Reilly (1998: 131) que en
realidad don García, que había desaparecido de la corte desde que fue armígero regio en
1074, estaba desterrado por esas fechas y que se había refugiado en Granada. Esto no se
compadece bien ni con la información de la Historia Roderici ni con el hecho de que al año
siguiente, en 1080, don García aparezca como conde de Nájera. Sin embargo, sí parece
indicar que en esos años dicho personaje no poseía especial relevancia en la curia regia 60, de
modo que la reacción provocada en la corte por la batalla de Cabra, si no es directamente una
invención de la biografía latina, será fruto de una interpretación post factum, basada en las
posteriores carreras del Campeador y del conde de Nájera.
En cuanto al significado político del episodio, Menéndez Pidal (257-59) considera
que, pese a las buenas relaciones de don Alfonso con Almu‘tamid, aquél veía con
preocupación el creciente poderío de la taifa de Sevilla, de modo que García Ordóñez estaría
siguiendo la voluntad más o menos expresa del monarca castellano, lo que explicaría, junto
con la predilección del rey por don García, la hostilidad manifestada contra Rodrigo a su
regreso. Descontando el hecho de que esta última se advierte en los cortesanos y no en el rey,
cabe otra interpretación del suceso, propuesta por Reilly (1998:125-26 y 131), dado que
Alfonso VI estaba entonces especialmente interesado en debilitar al rey de Badajoz,
Almutawakkil, y evitar así una posible anexión de Toledo, por lo que le convenía favorecer a
su vecino y rival Almu‘tamid y oponerlo al monarca pacense. En este caso, la embajada de
Rodrigo habría sido mucho más que una delegación tributaria (cf. HR 9: firmata pace inter
Almutamiz et regem Aldefonsum, reuersus est honorifice ad Castellam) y serían García
Ordóñez y los demás magnates cristianos los que habrían actuado contra la política diseñada
por don Alfonso. Por último, Fletcher (1989: 135-36) ha hecho notar, con las debidas
reservas, que Cabra pertenecía entonces al parecer a la taifa granadina y no a la sevillana
(como la vecina Lucena, cf. Menéndez Pidal 260, n. 1), lo que podría indicar que la iniciativa
del ataque fue de Almu‘tamid, si no del propio Rodrigo, lo que resulta más acorde con los
deseos e intereses de Alfonso VI y minimiza la posibilidad de que éste realmente se
indispusiese con el Campeador por esta causa. Sea como fuere, la ausencia de cualquier
60
Esto sólo si se acepta que, como parece probable, las menciones de un conde García de Nájera en dos
diplomas de 1077 se refieren en realidad a García Jiménez, hermano de Lope Jiménez, anterior conde de
Vizcaya y de Nájera (Reilly 1988: 131). Véase al respecto lo dicho en el comentario al verso 77.
33
mención del incidente en las memorias del rey granadino revela su insignificancia en medio
de los grandes acontecimientos de finales del siglo XI, pese a que Ibn Bassåm parece hacerse
un vago eco de ella:
Condujo (maldígalo Dios) su enseña triunfante, venciendo a las partidas de los
bárbaros, con cuyos caudillos se encontró a veces, como con García (por mal nombre
el Boquituerto), el príncipe de los francos [= el conde de Barcelona] e Ibn Radm°r [=
Sancho Ramírez]. Provocó la desbandada de sus soldados y mató con escasa cantidad
de los suyos a la abundante de aquéllos 61.
Por otra parte, no es improbable que el suceso causase cierto ruido (aunque
probablemente no en forma de odio hacia Rodrigo) en la corte castellana, donde no pudo
parecer muy apropiado que sus embajadores en las cortes andalusíes se enfrentasen entre
ellos, sin contar con la previsible contrariedad de Alfonso VI al ver cómo unos u otros de sus
vasallos atentaban contra sus intereses políticos en los reinos de taifas.
En lo que hace estrictamente a la batalla, ya que no a su datación, el Carmen coincide
básicamente con la Historia Roderici, pues en ambos textos el encuentro se realiza en el lugar
llamado Cabra (CC 83: Capream uocant locum = HR 7, 17: castrum, qui dicitur Capra),
produciéndose la captura de don García y de otros caballeros (CC 82: in qua cum multis
captus est Garsia = HR 8, 7-9: Captus est igitur in eodem bello comes Garsias Ordonii [...] et
alii quam plures illorum milites) y el saqueo de su campamento (CC 83-84: ubi castra / simul
sunt capta = HR 8, 10-11: abstulit eis temptoria et omnia eorum spolia). Incluso, a primera
vista, el resultado de la batalla es semejante, pues los reyes munus soluentes del Carmen 88
parecen ser una generalización de la actitud de Almu‘tamid, el cual, según la Historia 9:
addidit super tributa munera et multa dona. Ahora bien, pese a la obvia cercanía
fraseológica, los dos textos no aluden a lo mismo. La biografía latina se refiere a los tributos
adeudados por el rey sevillano a Alfonso VI, para quien aquél añadió muchos presentes como
agradecimiento por el auxilio prestado a través de su embajador. En cambio, el poema latino
describe una reacción de temor, no de gratitud, que lleva al conjunto de los reyes de taifas a
hacer regalos a Rodrigo, eufemismo que el contexto sólo permite identificar con las parias,
que el Campeador cobraba desde que comenzó a actuar por libre en la zona levantina en 1089
(véase el comentario al v. 88).
Este último aspecto quizá dé una clave para entender el conjunto de las estrofas XVIIXXI, pues indica claramente que el Carmen se compone desde la perspectiva del éxito final
61
Wakåna (la‘anah€ lLåhi) man߀ra l‘alami, muΩaffiran ‘alà †awå’ifi l‘ajami laqiya zu‘amå’ahim miråran,
kaGarsiyatu lmanb€zi bilfami lma‘€ji wara’°si l’ifranji wabni Radm°ra. Fafalla ™alla jun€hidim waqatala
bi‘adadihi lyas°ri ka‡°ra ‘adadihim (Aflflax°ra, t. III, vol. I, p. 100).
34
de Rodrigo en su destierro y no desde las incertidumbres de los primeros años de exilio. Ello
permite suponer que el desplazamiento cronológico de la batalla de Cabra pudo verse
inducido por la confusión con momentos o circunstancias posteriores de la actuación de
Rodrigo (cf. Smith 1986: 111). Según Menéndez Pidal (881) «en las fronteras de Zaragoza y
Valencia se oía, según Ben Alcama, que García Ordóñez era el capitán que Alfonso pensaba
enviar contra el Cid desterrado; de ahí que estas circunstancias fueran transportadas
anacrónicamente al momento de la batalla de Cabra». En realidad, lo que dice la Primera
Crónica General 581b-582a es que Almusta‘°n II de Zaragoza había informado a los
valencianos sitiados por el Cid del envío del conde de Nájera por parte del rey castellano 62.
Deducir de esta noticia (cuya veracidad ni siquiera es segura) que ésa era una opinión común
resulta como mínimo arriesgado. Mucho más probable resulta la hipótesis de Horrent (1959:
348 y 1973: 116), según la cual el ataque ordenado por don Alfonso en el Carmen sería un
eco de la expedición dirigida por dicho monarca contra Valencia (entonces tributaria de
Rodrigo) en 1092 y en la que, a su juicio, se habría destacado García Ordóñez, dado que la
venganza del Campeador consistió precisamente en atacar el condado de Nájera 63.
Efectivamente, durante el verano de 1092 Alfonso VI pactó con aragoneses y
catalanes el asedio de Tortosa (tributaria de Rodrigo), mientras él atacaba Valencia con la
ayuda naval de genoveses y pisanos, a fin de desplazar al Campeador de su zona de
influencia. Aunque las tropas castellanas llegaron a las puertas de Valencia, la expedición
fracasó por la falta de coordinación de los aliados, mientras que Rodrigo lanzó en represalia
una dura incursión sobre La Rioja, gobernada por García Ordóñez (Menéndez Pidal 416-21,
Reilly 1989: 232-33). En su estado actual, la Historia Roderici no ha guardado más que el
recuerdo del segundo suceso, pues ambos manuscritos presentan una laguna en lo que sería su
capítulo 49, correspondiente a la expedición de don Alfonso contra Valencia, actitud juzgada
quizá indecorosa y consecuentemente eliminada por el copista del arquetipo de los dos
manuscritos conocidos de dicha obra (Menéndez Pidal 915 y 955, Falque 1990: 82).
Afortunadamente parte de las crónicas alfonsíes han conservado de forma aparentemente fiel
el pasaje omitido en el texto latino 64. Aunando tales testimonios, puede advertirse que, con
62
Como siempre en estos casos, Menéndez Pidal (475-76) cree el dato tomado de Ibn ‘Alqama, lo que no puede
aceptarse sin reservas (cf. Montaner, en prensa b).
63
Barceló (1965: 43-44) desestimó este planteamiento sin más razón que «naturalmente Horrent no aporta razón
o prueba alguna». Sus reticencias se debían a su deseo de primar la información ofrecida por el Carmen, que a su
juicio consignaría con más precisión que las otras fuentes los sucesos que describe. Esto le llevó a tomarse en
serio el supuesto complot de Rodrigo contra Alfonso VI (posibilidad ya rebatida por Wright 234 y West 1983) o
la posible localización de la batalla de Cabra tras el destierro, cuando por ninguna fuente histórica o poética
consta que el Cid estuviese en Sevilla durante su exilio.
64
Crónica de Veinte Reyes 229b, Crónica Particular del Cid 61v, Crónica de 1344 IV 57-58. Menéndez Pidal
(775-79) considera que el pasaje se basa en fuentes árabes (particularmente Ibn ‘Alqama), por algunos detalles
35
leves modificaciones, la hipótesis de Horrent (1973) es altamente probable.
En primer lugar, Rodrigo establece un pacto con Almusta‘°n de Zaragoza (HR 47:
Factum est autem quod Almuzahen et Rodericus uiderunt se ad inuicem et firmauerunt inter
se firmissimam pacem), al que se suma el rey de Aragón Sancho Ramírez (HR 48: Roderici
quoque amore et prece, et Sanctius rex cum Almuzahen pacem confirmauit). Por otra parte,
para reunir el ejército con que vengar en tierras logroñesas el ataque de don Alfonso contra
Valencia, Rodrigo, según los relatos cronísticos correspondientes al desaparecido HR 49,
«ganó de Aben Huc, que era entonçes señor de Çaragoça, muchos cavalleros e muchos
peones» (Crónica de Veinte Reyes 229b), «ouve d’Abeuque, senhor de Lerida, e del rei de
Saragoça muytos cavalleiros e homes de pee» (Crónica de 1344 IV 58). Ambas noticias
pueden haber sugerido la idea de que el Campeador urdía un ardid mortal contra la corte
ayudado por los más notables agarenos (CC 70-72), que, por lo demás, el Carmen no da como
cierta, sino como un simple rumor llegado a la corte (69: fama peruenit in curiam regis). En
cuanto al laqueus mortis del verso 73, si no es una expresión casi formular (cuyas
reminiscencias clásicas y bíblicas anotamos en el comentario al mismo), podría quizá hacerse
eco de la traición de Rueda en 1083, una fortaleza de la taifa zaragozana cuyo alcaide (al
parecer, actuando por cuenta propia) se la ofreció traicioneramente a Alfonso VI, algunos de
cuyos magnates fueron asesinados al ir a tomar posesión de la misma 65. La Historia Roderici
18-19 deja bien claro que Rodrigo nada tuvo que ver en ello, pero el Carmen puede reflejar
aquí o una creencia coetánea en sentido contrario o más probablemente una confusión de su
autor, que ha combinado diversas noticias relativas al destierro del Campeador.
En cuanto al ataque ordenado por el rey, parece una mixtura de la fallida invasión de
Valencia por Alfonso VI y la reacción de García Ordóñez ante la algarada de Rodrigo en su
condado, narrada por HR 50:
Comes autem Garsias Ordoniz congregauit omnes parentes suos et potentes potestates et
principes, qui dominabantur omni terre illi, qui est ab urbe, que dicitur Zamora usque in
Pampilonam. Congregato itaque inmenso et innumerabili militum et peditum exercitu,
supradictus comes una cum eadem gentium multitudine usque ad locum, qui dicitur
como el uso de Juballa por Cebolla (Cepulla en HR 30, 43, 53, 54 y 58, hoy El Puig) o la designación de
Sulaymån b. H€d, rey de Lérida, como Aben Hut. Ahora bien, la primera es la forma preferida por los cronistas,
mientras que el segundo personaje no vuelve a aparecer en HR, por lo que no sabemos cómo lo designaba. En
cualquier caso y al margen de posibles detalles tomados de fuentes árabes, el saqueo de La Rioja sigue casi a la
letra el texto latino, por lo que no es aventurado suponer que lo mismo sucedía con la expedición contra
Valencia.
65
Vid. Turk (1978: 127-29) y Montaner (1998: 32-38). La fecha exacta del suceso (el día de Reyes de 1083)
aparece consignada en un documento de Sahagún: Facta carta uenditionis XVº kalendas februarii, era I CXXIª.
In anno quando occiderunt illos comites in Rota; et fuit illa occisione in die Appa<ri>cionis Domini. Regnante
rege Adefonso in Legione (ed. Herrero1988: doc. 903).
36
Aluerith, peruenit.
Rodrigo, previamente avisado, esperaba esta acometida tanquam lapis immobilis. Sin
embargo, todo quedó en puro amago:
Vltra itaque ire, et cum Roderico bellum inire nimium pauens et formidans ex loco isto ad
terram suam una cum exercitu suo exterritus incunctanter remeauit. [...] comes et
uniuersi, qui cum illo erant, a promisso se subtrahentes bello et cum illo pugnare
pauentes, iam repatriauerant seseque disperserant, necnon et Aluerith sine milite
desertum et uacuum reliquerant.
Esta fanfarronada ha podido sugerir igualmente el calificativo de superbus atribuido
en el verso 77 a don García, al que la Historia Roderici presenta en el mismo pasaje como
Roderici inimicus, de modo que propter comitis inimicitiam et propter eius dedecus prefatam
terram Rodericus flamma ignis incendit eamque fere destruxit atque deuastauit (50, 37-39;
cf. el comentario al v. 77). Todo apunta, pues, a que el autor del Carmen, por fallo de su
memoria o defecto de sus fuentes, si no se trata de una deliberada reinterpretación de la
información de que disponía (cf. Smith 1986: 111), ha mezclado los datos de la batalla de
Cabra con los de las respectivas incursiones contra Valencia y La Rioja. Cabe preguntarse,
entonces, si no habrá confundido la villa cordobesa con una mucho más próxima a los
escenarios del destierro cidiano, la localidad catalana homónima (hoy Cabra del Camp), sita a
unos 60 Km al sudeste de Lérida, en la actual provincia de Tarragona. En definitiva, el
Carmen no refleja una alteración propiamente arbitraria de los sucesos referidos a esta
batalla, sino una relativa deformación de los mismos, que tiene como trasfondo unos datos
semejantes a los de la biografía cidiana.
La batalla de Almenar (vv. 89-129)
La última parte del texto conservado del Carmen se dedica a referir la batalla librada
en las inmediaciones de Almenar, en la actual provincia de Lérida, por las tropas zaragozanas,
mandadas por el Campeador, y las coligadas de Lérida y Barcelona, dirigidas por el rey
Almundir y el conde de Barcelona Berenguer Ramón II 66 . Dicho encuentro tuvo lugar
seguramente en 1082 y se enmarca en la lucha por la supremacía que enfrentó a los dos hijos
de Almuqtadir de Zaragoza, entre quienes el longevo soberano hudí repartió el reino al final
de sus días, dejando al mayor, Yu—suf Almu’taman, la taifa de Zaragoza y al segundo,
66
Sobre esta campaña, vid. Menéndez Pidal (286-88), Turk (1978: 124-26) y Montaner (1998: 28-32 y en
prensa a).
37
Almundir ‘Ima—d Addawla, las de Denia y Lérida. Ambos habían ejercido el dominio
efectivo de sus respectivos territorios al menos desde el año anterior, y a la muerte de su
padre, en junio o julio de 1082, Almu’taman procuró infructuosamente someter a su hermano.
Al no conseguir su reconocimiento, se produjo una situación de hostilidad en la que el
monarca leridano buscó el respaldo de Sancho Ramírez de Aragón y de Berenguer Ramón II
de Barcelona. En esta tesitura, el rey de Zaragoza encomendó al Campeador el refuerzo de la
frontera nororiental de su reino, la más expuesta a la presión conjunta de aragoneses y
leridanos. Para ello, Rodrigo (posiblemente a fines del verano o comienzos del otoño de ese
año) se dirigió primeramente a Monzón, donde confirmó la lealtad de esta importante plaza al
monarca zaragozano; después a Tamarite y por último a Almenar, que era una valiosa
avanzada sobre Lérida. Tras reforzar sus defensas y apostar una guarnición, se dirigió hacia el
sur, donde tomó a los leridanos el castillo de Escarp, en la confluencia del Cinca y del Segre.
Mientras tanto, Almundir reunió una hueste formada por sus propias tropas y las
mesnadas de los condes Berenguer de Barcelona y Guillermo de Cerdaña, más las del
hermano del conde de Urgel y las de diversos magnates de Besalú, Ampurdán, Rosellón y
Carcasona. Con tan potente ejército asedió el castillo de Almenar. Informado el Campeador,
volvió a toda prisa hacia el norte, dando aviso de la grave situación a Almu’taman, quien
partió al frente de sus tropas desde Zaragoza, encontrándose ambos en Tamarite. El rey
zaragozano propuso atacar al ejército sitiador, pero Rodrigo, advirtiendo su propia
inferioridad numérica, aconsejó llegar a un acuerdo con el enemigo, a fin de que levantase el
cerco a cambio de un censo o tributo. Alum’taman se dejó convencer, pero la propuesta no
fue aceptada por los sitiadores, lo que decidió al Campeador a lanzarse al combate. Pese a la
ventaja de las tropas leridanas y catalanas, el ejército zaragozano obtuvo la victoria, poniendo
en fuga a Almundir y a los caudillos catalanes, y capturando, entre otros, al propio conde de
Barcelona, que fue puesto en manos de Almu’taman y liberado al cabo de cinco días.
Después, el rey zaragozano y su general regresaron a su capital, donde hicieron una entrada
triunfal.
Este episodio es narrado con cierto pormenor por la Historia Roderici 13-17 y sus
datos coinciden básicamente con los del Carmen, aunque éste los estiliza notablemente. Así,
frente al cúmulo de magnates catalanes citados por la biografía latina, el poema se centra en
el conde y marqués de Barcelona (cf. el comentario al v. 93), el gran derrotado en la jornada,
incluso por delante del monarca leridano, citado sólo en segundo término. De este modo, el
combate se plantea como una de las «lides condales» anunciadas en el v. 30. Por otro lado,
aunque la dependencia de Almenar respecto de Zaragoza queda clara, nada se dice ni de su
rey moro ni de que Rodrigo actuase por cuenta suya, de modo que, una vez más, se obvia toda
38
relación de dependencia de Rodrigo respecto de los musulmanes 67, lo que contrasta con la
presencia en el combate del rey de Lérida en el bando barcelonés. Además, se añade la
minuciosa descripción de las armas de Rodrigo, una típica amplificación retórica que sigue
más o menos modelos clásicos y bíblicos (véase el comentario a los vv. 105 y ss.) Pese a
todo, ambos textos muestran una gran cercanía (como ya apuntó Wright 230):
CC 95-96: simul cum eo Alfagib Ilerde, / iunctus cum hoste = HR 14, 5: omnes isti
uenirent pariter cum Alfagit.
97-98: Cesaraugustae obsidebant castrum / quod adhuc Mauri uocant Almenarum
= 14, 5-7 et obsiderent supradictum castrum Almanara [...] Obsederunt itaque eum (cf.
13, 9-10: castrum antiquum, qui dicitur Almanara y 15, 12-13: hostes, qui obsidebant
castra Almanara).
99: quos rogat uictor = 15, 16-17: Rodericus autem ad comites predictos et ad Alfagit
statim nuntium misit.
101: cumque precanti cedere nequirent = 15, 18: Illi autem suis dictis adquiescere
noluerunt.
103-4: subito mandat ut sui se arment / cito, ne tardent = 16, 1-2: Rodericus autem
conmoto animo iussit omnes milites suos armare et uiriliter se ad bellum preparare.
Quizá la única diferencia notable entre ambos textos es el contenido de la propuesta
de Rodrigo a los sitiadores, que en la biografía latina es propiamente una fórmula para acabar
con el cerco, mientras que en el poema es sólo un medio de auxiliar a los sitiados. Como ya
señaló Menéndez Pidal (288), «aun con esta discrepancia, es notable la coincidencia con la
Historia Roderici», si bien más adelante (880-81) sostiene que el Carmen, en este episodio,
«se halla en todo lo esencial conforme con la Historia Roderici, pero no se puede decir que se
haya documentado en ella», debido a su distinto punto de vista (más informativo en la
biografía, más descriptivo en el poema) y al verlas «diciendo una que el Cid pide a los
sitiadores de Almenar que le dejen bastecer a los sitiados, y afirmando otra que el Cid ofrece
dinero para que levanten el cerco»68. Sin terciar por el momento en la posible relación de
67
Barceló (1965: 48) sostiene, en cambio, que «sólo cabe pensar que no se mencionan el nombre del rey Ban€
H€d ni la relación del Cid con él, porque es obvia para el lector u oyente», de modo que «sólo desde Zaragoza
cobra sentido el Carmen». Al margen de la hipótesis de un autor mozárabe (que la cultura literaria y el tipo de
latín empleado desmienten, como luego veremos), nada avala esa obviedad. El silencio del Carmen al respecto
es coherente con la visión que del exilio de Rodrigo dan las estrofas XVII y XXII, como ya se ha visto.
68
Curtius (1938: 170) adujo parte de estas apreciaciones a favor del influjo de la Historia sobre el Carmen. En
su réplica, Menéndez Pidal (1939: 6) alega que ambos textos coinciden, no por una filiación común, sino por su
común sujeción a la realidad de los hechos: «la coincidencia en lo esencial la da la veracidad».
39
ambos textos, sobre la que volveremos en el apartado II.2, conviene señalar ahora que la
diferencia de planteamiento no obedece necesariamente a la diversidad de fuentes, sino que
puede deberse de igual modo a una distinta finalidad literaria. En el caso del Carmen,
influyen claramente los patrones del género panegírico, frente a las exigencias de la prosa
historiográfica.
En este sentido y sin olvidar que la idea del abastecimiento le pudo venir al autor de la
extrema situación de los asediados (HR 14: multis diebus debellauerunt eum, donec eis, qui
erant in castrum, deficit aqua, 15: omnes, qui erant in supradicto castro, uidebantur fessi [...]
et quasi in extremis positi) 69, se ha de notar que la propuesta de levantar el cerco a cambio de
un censum o renta anual, como la de un predio cualquiera (cf. Valdeavellano 1982: 133 y
251), no resulta especialmente heroica. Por el contrario, la petición de permiso para entregar
lo que hoy llamaríamos «ayuda humanitaria» no sólo obvia dicho aspecto, sino que crea un
adecuado clímax bélico: a la razonable y humilde petición de Rodrigo (CC 99: rogat uictor,
101: precanti) sucede la radical negativa, tácitamente orgullosa, de los sitiadores (101- 2:
nequirent / nec [...] darent), lo que excita el ardor bélico de Rodrigo, quien de pronto (103:
subito, equivalente en cierto modo a HR 16, 1: conmoto animo) manda a los suyos disponerse
para la batalla. En último término, se repite aquí un esquema común a las tres lides
enumeradas en el poema: el de la victoria del débil frente al fuerte, del humilde contra el
soberbio y, si se apura, del injustamente perseguido contra las autoridades perseguidoras. En
definitiva, el planteamiento del Carmen, más que ofrecer un dato divergente del de la
Historia, procede a una nueva estilización en la línea de las ya vistas, por convenir mejor al
adecuado encomio de su héroe.
Balance
Al comienzo de este apartado nos planteábamos el sentido de conjunto del poema y
los criterios de selección respecto del material biográfico cidiano. En este segundo ámbito, se
advierte que, sobre un fondo constituido básicamente por sus triunfos sobre los musulmanes,
cuyas ciudades somete y saquea, y a los que, temerosos, arranca tributos, destacan tres
batallas en campo abierto, las tres contra paladines cristianos, como ya subrayó Barceló
(1965: 49-50). Este último aspecto no deja de resultar sorprendente, pero quizá sea fortuito.
En efecto, el criterio básico de selección, más que el contrincante del héroe (y no olvidemos
69
Añádase a ello que, más adelante, cuando los habitantes de Murviedro, cercado por Rodrigo, piden ayuda al
conde de Barcelona, éste les propone asediar el castillo de Oropesa como maniobra de distracción, et dum ille ad
me uenerit mecumque pugnare conatus fuerit, uos interim ex alia parte cibariam in uestrum castellum
sufficientem mittite (HR 70, 30-32). La situación es prácticamente la inversa pero, por lo mismo, pudo sugerir la
formulación del Carmen.
40
que en Almenar combate también contra Alfagib de Lérida), es el tipo de lucha, la lid campal,
la que justifica precisamente el laudatorio sobrenombre de Campidoctor. En esto el Carmen
no está sólo, sino que se guía por el prestigio que este tipo de lucha tenía en la Edad Media,
considerada como la forma más noble de hacer la guerra, frente a los asedios, emboscadas y
algaras (Contamine 1984: 274 y 286-93, cf. Montaner 1993: 470-71 y 530-32). Así se
advierte también en el Cantar de mio Cid 782-84, cuando, tras la victoria sobre Fáriz y Galve:
Dize Minaya: –Agora só pagado,
que a Castiella irán buenos mandados,
que mio Cid Ruy Díaz lid campal á arrancado.El mismo Álvar Fáñez, en su segunda embajada ante don Alfonso, destaca
precisamente (tras enumerar la conquista de diversas plazas, incluida Valencia) que «e fizo
cinco lides campales e todas las arrancó» (1333), número que o bien es una exageración (pues
las batallas de la campaña levantina habían sido sólo dos) o, más probablemente, reúne el
conjunto de las vencidas desde el destierro, a modo de resumen de toda su trayectoria
victoriosa (vid. Montaner 1993: 185). También en las Mocedades de Rodrigo se hace especial
hincapié en este tipo de combate, a través del voto pronunciado por el héroe (sobre el cual
vid. Deyermond 1969: 161-62, Montaner 1988: 434-37, Serrano 1996, Hook - Long 1999),
del que ya hemos citado antes la versión cronística prosificada y que en el texto poético dice
(vv. 438-41 = 440-43):
Señor, vós me despossastes, más a mi pessar que de grado,
mas prométolo a Christus que vos non besse la mano,
nin me vea con ella en yermo nin en poblado,
fasta que venza çinco lides en buena lid en canpo.
Pues bien, resulta que hasta el momento en que se interrumpe el Carmen, las lides
campales de su héroe no se habían efectuado más que contra campeones o caudillos
cristianos. El autor podría quizá haber seleccionado otras, pero todas ellas (Graus, Llantada,
Golpejera, Santarén, Zamora) lo oponían a sus propios correligionarios. El único
enfrentamiento con musulmanes, descontada su participación en la batalla de Cabra (que la
propia Historia Roderici 8 minimiza), eran las represalias por la algarada toledana, pero no se
trataba de una lid campal. Este criterio nos parece mucho más obvio que la suposición de
Barceló (1965: 50) de que «el autor no concibe la gloria del Cid como un resultado de su
acción contra los hispano-musulmanes», que se compadece mal con las estrofas XVII y XXI.
Por contra, nada impide que en la parte perdida del poema se refiriesen los combates en
campo abierto contra las tropas almorávides, en especial la afamada batalla de Cuarte o Quart
de Poblet (descrita en la Historia Roderici 62, cf. Linage 21). Cierto que el espacio disponible
en las 12 o 13 estrofas faltantes (si el poema llegó a copiarse completo, lo que, en principio,
41
resulta lo más probable) no parece dar de sí para acabar la batalla de Almenar, contar la
conquista de Valencia e incluir una o, quizá, otras dos batallas campales (ya se ha visto que el
cinco es un número predilecto de la tradición cidiana sobre el particular). A este respecto, la
opinión más razonable es, a nuestro entender, la de Horrent (1973: 100-103), quien ha
señalado la ineficacia de operar por analogía de la parte conservada sobre la perdida, como
han hecho Curtius (1939) para suponer un poema de mayor extensión total y Menéndez Pidal
(1938) para deducir que el poema se acababa con la batalla de Almenar o, a lo sumo, la de
Tévar, puesto que nada exige ni un desarrollo del tercer combate en proporción a su parte
preparatoria (pese a su extensa descriptio armorum), ni que otros sucesos de mayor
importancia histórica recibiesen un tratamiento correspondiente a la misma.
Nada puede conjeturarse firmemente al respecto, pero estas advertencias hacen ver
que es perfectamente posible que el Carmen dedicase sólo un par de estrofas más a la batalla
de Almenar (de lo que hay paralelismos, vid. Horrent 1973: 100-101 y cf. Montaner, en
prensa b) y las diez u once restantes a otros dos combates (a razón de cuatro o cinco por lid),
incluida una, pareja a XVII o XXII, sobre la toma de Valencia. Ahora bien, como ha indicado
Gwara (1987: 203), en la parte conservada se advierte una gradación creciente en el número
de versos dedicado a las sucesivas lides, lo que parece contraponerse —por mera falta de
espacio— a la anterior suposición. Bien es verdad que, como el mismo autor sostiene (199, n.
7), «there is no reason that the poem could not have extended beyond its 129 surviving lines
to aproximately 400», pero antes de construir una hipótesis sobre otra, cabe una explicación
que no requiere sobrepasar los 180 versos que tendría el poema como máximo, antes de la
rasura, y es que el Carmen ofreciese una construcción simétrica, cuyo centro climático se
hallase en la batalla de Almenar, de modo que las restantes fuesen objeto de un tratamiento
menos pormenorizado.
No pretendemos con esto sostener que el Carmen constituyese necesariamente el tipo
de «panegyrische Vita» que supuso Curtius (1938: 169), pero ese planteamiento es coherente
con el género en el que el poema se inserta y no contradice lo que la parte conservada ofrece,
aunque Menéndez Pidal (1939: 4-5) rechazó de plano esta posibilidad. Es cierto, como
acabamos de ver, que «lo que él canta, pues, son las lides del Campeador [...], no la vida del
héroe», pero eso no significa que «el plan del poema es la negación de una visión total
biográfica» y mucho menos que «los hechos resonantes se le echan encima de los ojos; los
árboles no le dejan ver el bosque, las victorias no le dejan ver la vida victoriosa». La mejor
prueba de lo contrario la tenemos en el Linage, que, como desarrollo de una exposición
básicamente genealógica, realiza una sucinta exposición biográfica, casi tan radicalmente
selectiva como la del Carmen y basada sin duda en la Historia Roderici y la Chronica
Naierensis (vid. Martin 1992: 66-68). Allí se recuerda muy sintéticamente la actuación de
Rodrigo en Graus (12), Santarén (13), Golpejera (14), Zamora (15-16) y el combate contra
42
Jimeno Garcés (17). A partir del destierro (18), el recorte es realmente drástico, pues tras una
vaga referencia (transcrita más arriba) a los «grandes travajos» del Campeador (19), se
incluyen sólo la batalla de Tévar (20) y la conquista de Valencia con una versión semilegendaria de la batalla de Quart (21), para concluir con la muerte del Cid y su posterior
inhumación en Cardeña (21-22). Es obvio que la selección es rigurosa y que el cronista
navarro se centró sobre todo en la etapa castellana de su héroe, de ahí que su elección no
concuerde con la del Carmen, pese a lo cual hay coincidencias interesantes, como la lid
contra el caballero navarro o una victoria sobre el conde de Barcelona (la de Almenar en el
poema, la de Tévar en la genealogía), además de la común omisión de los servicios prestados
por el Campeador a los reyes de Zaragoza.
Por lo demás, el principio rector del Carmen es más neto que el del Linage. Menéndez
Pidal (1939: 5) sostuvo «cuán mal escogida está la serie de esas tres lides desde el punto de
vista de la totalidad histórica», lo que ejemplifica con la ausencia de «la primera victoria
personal» de Rodrigo, la obtenida sobre quince caballeros zamoranos (HR 5), deteniéndose en
cambio en la lid contra Jimeno Garcés, que la biografía latina «despacha en muy pocas
palabras». Aquí se han de notar dos cosas: en primer lugar que la correcta interpretación de la
Historia Roderici (como ya hemos visto al tratar del primum bellum) exige entender que los
combates contra el caballero navarro y el moro de Medinaceli anteceden a la victoria sobre
los zamoranos. Y en segundo y más importante, que el Carmen se centra en hazañas
realizadas por Rodrigo de forma estrictamente individual, por eso omite su participación en
Graus o en las guerras civiles castellanas, toda vez que en ellas, por destacado que fuese su
papel, Rodrigo no era un campeón en combate singular (como en su enfrentamiento con
Jimeno Garcés, al menos según lo entiende el poema) ni el caudillo al mando del ejército
(como en Cabra o Almenar). En suma, el texto se muestra absolutamente coherente en su
principio de selección y éste revela que, independientemente de que abarcase o no completa
la vida de Rodrigo, el Carmen no se proponía hacer un relato biográfico detallado, sino un
encomio basado en las principales proezas protagonizadas por su héroe.
43
I.2. Relación del Carmen Campidoctoris con otras fuentes cidianas
Tras repasar uno por uno los episodios referidos en el Carmen, puede decirse que la obra
no constituye una fuente autónoma sobre la vida del Campeador, sino que se sitúa dentro del
conjunto de la incipiente literatura cidiana coetánea 1, mostrando evidentes vínculos con la
Historia Roderici y unos planteamientos a veces cercanos al Linage de Rodric Díaz e incluso
al Cantar de mio Cid. Esto plantea, claro está, el problema de las relaciones entre estos textos
y en general el de los veneros de información sobre la vida del caballero de Vivar disponibles
en el siglo XII. Antes de trazar una visión de conjunto (siquiera sea abocetada) sobre el
particular, conviene comparar más despacio el Carmen con el resto de las fuentes cidianas del
momento, no sólo las latinas.
Los documentos valencianos de 1098 y 1101
Sólo dos diplomas procedentes de la dominación cidiana de Valencia han llegado hasta
nosotros. Se trata del acta de dotación de la catedral de Santa María (fruto de la consagración
de la mezquita aljama) realizada por Rodrigo entre julio y diciembre de 1098 y de una
donación complementaria hecha por doña Jimena tras la muerte del Campeador, el 21 de
mayo de 1101. Se trata de dos documentos escritos sobre pergamino en letra visigótica con
leve influjo carolino, que incluyen la aceptación de don Jerónimo, como obispo de Valencia,
y la suscripción autógrafa de cada uno de los donantes: Ego Ruderico, simul cum coniuge
mea, afirmo oc quod superius scriptum est y Ego Eximina predicta qui hanc paginam fieri
iussi, manu mea fircmabi. Los documentos, actualmente custodiados en el Archivo
Diocesano de Salamanca 2, son conocidos desde principios del siglo XVII, pero no fueron
Para el conjunto de la literatura cidiana y su evolución, véase Briesemeister
(1983), De Vries (1998) y especialmente el extenso estudio de Rodiek (1995).
1
A. C. S., caja 43, leg. 2, núm. 72 (el diploma del Campeador) y núm. 71 (el de
doña Jimena), si bien ambos se encuentran actualmente expuestos al público en
el Museo Diocesano de Salamanca. Seguramente los documentos se
custodiaban en Zamora desde junio de 1102, cuando don Jerónimo fue
nombrado su obispo, apenas un mes tras la evacuación de Valencia, y después
depositados en la recién erigida sede de Salamanca, si bien el documento de
1098 debió de extraviarse en el traslado o bien ser extraído en algún momento
del archivo salmantino, pues fue descubierto y depositado en el mismo por Gil
González Dávila en 1617 (vid. Menéndez Pidal 1918: 2 y 17). Sobre otro
documento con un supuesto (y muy dudoso) autógrafo de Rodrigo, conocido
2
1
debidamente editados y estudiados hasta los trabajos de Menéndez Pidal (1918 y 1969: 54952, 579-80 y 868-74); también han sido editados por Martín Martín et alii (1973: docs. 1-2).
Estos autores, así como Fletcher (1989: 194-95 y 197) y Martínez Diez (1999: 387-89 y 4034), consideran auténticos ambos diplomas, mientras que Reilly (1988: 271, n. 42), al citar el
de 1098, y pese a atenerse básicamente a su información, matiza que «the date is not given in
Spanish era, and the language is grandiloquent enough to raise suspicion», pese a que ambas
objeciones habían sido ya salvadas por Menéndez Pidal (1918: 5-6).
En efecto, el «largo y ampuloso prólogo», como lo denomina don Ramón, no es
inhabitual en otros documentos con iguales visos de solemnidad, como el acta de
consagración y dotación de la catedral de Huesca, de 5 de abril de 1097 (ed. Ubieto 1951:
doc. 30 y Durán Gudiol 1965-1969: doc. 64) o, aunque menos recargada, el de la catedral de
Toledo, de 18 de diciembre de 1086 (ed. García Luján 1982: doc. 1). A ellos puede añadirse
el proemio, caracterizado por «l’enrevessament d’estil i petulància hel·lenitzant de lèxic», del
acta de dotación por Mirón I de la basílica de Ripoll, el 15 de noviembre de 977 (ap. Nicolau
d’Olwer 1915-1919: 8), o el del privilegio de Alfonso VI a Sahagún de 8 de mayo de 1080
(ed. Herrero 1988: doc. 781). En cuanto a la datación por el año de la Encarnación y no por la
era hispánica, ya advirtió Menéndez Pidal (loc. cit.) que el diploma oscense presenta el
mismo rasgo. No obsta que la donación de Jimena incluya ambas formas de datación, pues así
aparece también en la dotación de la iglesia del monasterio de Montearagón por Sancho
Ramírez y su hijo Pedro el 5 de mayo de 1093 (ed. Durán Gudiol 1965-1969: doc. 55, p. 79),
lo que indica que se trataba de usos alternantes dentro de una misma cancillería. Por otro
lado, la inclusión del año además o en lugar de la era, ajena a los usos castellanos, pero no,
como se ve, a los aragoneses, indica, junto con otros detalles diplomáticos, el influjo francés
en la redacción de ambos textos, que hubieron de ser compuestos por el propio don Jerónimo
o algún clérigo de su entorno (Smith 1986: 101, cf. Menéndez Pidal 1918: 9-10). Lo mismo
podría, en principio, decirse de la leve influencia de la letra carolina sobre la visigótica
redonda, si bien para esas fechas un mayor o menor componente carolino no era raro tampoco
en Castilla (vid. Millares 1983: I 167-71, Ruiz Asencio 1993: 99-100). Por otra parte, milita a
favor de la autenticidad del documento la exactitud de la microtoponimia valenciana que en
él se aprecia, con mención de lugares minúsculos que, no obstante, están bien documentados
(cf. Menéndez Pidal 1918: 7-8), algo que sólo habría podido hacerse de nuevo después de la
conquista de la plaza por Jaime I en 1235, época en que es impensable la contrahechura de
una visigótica tan pura. En definitiva, nada abona semejante caso de falsificación documental,
el cual, a mediados del siglo XII como muy tarde, cui prodest? No hay, pues, ninguna causa
real para dudar de que ambas donaciones valencianas sean originales genuinos.
sólo por copias posteriores (ms. BNM 720, doc. 12, f. 245, y ms. BRAH O-16, ff.
776 y ss.), vid. Yäñez (1966).
2
El principal interés de estos documentos respecto de nuestro poema es que constituyen
posiblemente la primera vez que se usó como equivalente de Campeador el viejo término
militar romano de Campidoctor, que en dicha forma sólo se atribuye además a Rodrigo en el
Carmen y en el Chronicon Burgense, concluido en 1212 (Manchón - Domínguez 1988: 616 y
618). En el diploma de 1098 aparece dos veces, una en el preámbulo (inuictissimum
principem Rudericum Campidoctorem), y otra en la intitulación (ego Rudericus
Campidoctor); en el de 1101, una más, en la exposición de motivos, con una errata del
notario (pro remedium anime domini et uiri mei Ruderici Compidoctoris). Respecto de la
primera expresión, cabe recordar que el adjetivo uictor es aplicado al héroe, enfáticamente, en
los versos 9 y 99 del Carmen (véase el comentario correspondiente), visión que concuerda
básicamente con la que reflejan la Historia Roderici 74 (et numquam ab aliquo deuictus fuit)
y el Poema de Almería 234 (de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur). Por otro lado,
el título de princeps que ahí se le aplica a Rodrigo y se repite en las cláusulas de garantía
(nostri principis obtimatumque illius auctoritate) es el mismo asignado en el verso 8 del
Carmen (Roderici noua / principis bella), donde también ha de poseer el significado de
‘gobernador de una ciudad y su alfoz’, frente al que tiene en la Historia Roderici 5 (constituit
eum principem super omnem militiam suam), en que se refiere al alferazgo, como en el verso
35 del Carmen (véase el comentario a ambos versos).
El diploma valenciano de 1098 —al que llamaremos V— posee además otros
paralelismos verbales más o menos estrechos con el poema latino: CC 70 (Agarice gentis) =
V, lín. 10 (filiorum Agar, cf. 14: apud Agarenos), CC 70-71 ( gentis / obtima) = V 31
(obtimatumque illius), CC 83-84 (Capream uocant locum ubi castra / simul sunt capta) = V
21 (terminum castri quod uocatur Cepolla), CC 85 (cunctas Ispanie partes) = V 13 (tocius
Hispanie barbarorum exercitu), CC 97-98 (castrum / quod adhuc Mauri uocant Almenarum)
= V 23 (terminum castri quod uocatur Almanar, cf. 17: uillam qui dicitur Pigacen, 19:
municionem etiam quam dicunt almunia de Sabaleckem, 22: uillam que dicitur Frenales) y,
con antonimia, CC 40 (nulli parcentem) = V 8 (nemine resistente). Ciertamente, se trata de
coincidencias bastante triviales, que aparecen en numerosos textos de la época, como puede
verse en el comentario a los respectivos versos del Carmen. Quizá el caso más interesante sea
el de los vv. 97-98 (aunque el documento de 1098 se refiere a una localidad valenciana
homónima), pues el pasaje correspondiente de la Historia Roderici 13 dice castrum
antiquum, qui dicitur Almanara. Sin embargo, aunque la biografía latina usa las formas de
dicere (salvo en HR 21: castrum super Murelam qui uocatur Al<ca>la), las de uocare son
frecuentes en otros textos latinos coetáneos (véase el comentario a los vv. 83-84 y 98). En
cambio, las semejanzas señaladas en el párrafo anterior no sólo tienen más poder vinculante,
sino que participan de una concepción del personaje bastante coincidente, aunque en la parte
conservada del Carmen el tono de unción religiosa sea mucho menor. A la luz, pues, de
ambos grupos de similitudes, cabría sospechar que el poema latino hubiese sido compuesto
3
en el mismo entorno clerical valenciano que el diploma de 1098 3, habida cuenta, sobre todo,
de que el poema se halla escrito en el latín reformado importado por los cluniacenses y que
separa al Carmen del ámbito mozárabe (véanse abajo los apartados III.2-3). Claro está que tal
hipótesis exige suponer una fecha temprana para el poema; de lo contrario, bastaría pensar
únicamente que su autor conoció dicho documento y quizá incluso prescindir de cualquier
relación entre los mismos, dado que la difusión de las noticias cidianas podría hacer ocioso el
recurso a dicha fuente 4. En todo caso, antes de ir más lejos por cualquiera de estos caminos es
necesario seguir nuestro cotejo del Carmen y las restantes fuentes sobre su héroe.
La Historia Roderici
Que el Carmen no depende de la información que suministra la Historia Roderici es lo
que defendió siempre Menéndez Pidal (880-81, 1992: 124-25), quien insistía para ello, sobre
todo, en el supuesto anacronismo que representa en el poema la referencia al episodio de
Cabra después del destierro, notable imprecisión que hizo a Horrent (1973: 95, n. 8)
considerar –con Menéndez Pidal– que un autor tan desinformado no podía ser en modo
Higashi (1997: 191-92), al aceptar una fecha temprana para el Carmen, supone
que fue éste el que influyó en los diplomas valencianos (que considera
redactados por el Martín que los suscribe, pero éste era más bien el notario o
scriptor, no necesariamente su redactor). Nótese, sin embargo, que el uso de
princeps se debe seguramente a la dominación sobre Valencia (véase el
comentario al verso 8), lo que apuntaría más bien (de mantener la datación en
vida de Rodrigo) hacia una composición prácticamente coetánea a la de los
documentos comentados.
3
Ignoramos por ahora el alcance que pueda tener, respecto a la posible difusión
de estos documentos, una reciente observación de Díaz y Díaz (1999: 89-90) a
propósito de la bula de Inocencio II que aparece al final del Códice Calixtino
(documento que se halla traducido en Moralejo - Torres - Feo 1951: 586-89),
según la cual se trataría de un «añadido insustancial [...] en un folio que ha sido
aprovechado para el caso, y ha sido grafiado con una letra que en el ductus y en
las signaturas de los supuestos confirmantes muestra una clara dependencia de
un documento del obispo Don Jerónimo de Périgord, que se conserva en la
Catedral de Salamanca». Creemos que se trata del diploma de 1107, pero
evidentemente manipulado, por el que Alfonso VI y su mujer Isabel confirman a
D. Jerónimo las donaciones hechas por el conde Raimundo de Borgoña (A.D.S.,
nº 1 y A.C.S., caj. 16, leg. I, nº 30, ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 4, cf.
Reilly 1988: 343).
4
4
alguno castellano. Tampoco podía ser navarro (ibid., n. 9), dado su desconocimiento –más
bien omisión, cabría decir– del nombre del rival del Campeador, que sí recoge la Historia
Roderici 5. Menéndez Pidal llegó a proponer en fin, desde su acendrada concepción
«tradicionalista» (1939: 5), que el Carmen podía depender más bien de «algún relato oral
castellano, anterior a la Historia», aspecto sobre el que volveremos luego.
Por lo demás, el testimonio de la Historia Roderici también plantea, como se sabe,
numerosos enigmas. Poco o nada se sabe sobre la personalidad de su autor (que hubo de ser
un clericus, en cuanto conocedor del latín), sobre su origen y sobre la fecha de su primera
redacción. Respecto del biógrafo, la opinión más usual, a partir de Menéndez Pidal (6 y 91617: «nuestro autor parece no conocer Castilla»), es que no fue castellano. Para don Ramón
(917) sería «un clérigo aventurero y soldado, natural de tierras aragonesas o mejor catalanas
(como el autor del Carmen)». Sería aragonés según Ubieto (1961: 245-46 y 1973: 175-76),
quien, basandose en el supuesto empleo de escritura visigótica en el original (con argumentos
muy frágiles, cf. Martin 1992: 89), considera que pudo ser obra de un zaragozano. También
para Rico (1969: 52, n. 95) se trata de un «libro escrito en el reino de Zaragoza», mientras que
Wright (229) y Martínez (1991: 48) lo suponen catalán; asimismo se ha propuesto un origen
navarro o leonés (cf. Falque 1990: 11-14). Al nombre del cluniacense Jerónimo, primer
obispo de Valencia y luego de Salamanca, Zamora y Ávila 5, apuntó tímidamente Moralejo
(1980: 64-65), aunque él se decanta por «algún clérigo mozárabe aragonés». En cambio,
Smith se sitúa decididamente en esa línea, pensando en un eclesiástico de Salamanca
interesado por la figura del Cid y que tuvo acceso a los documentos custodiados en esa
ciudad, de modo más vago en (1986: 101), para concretarlo más tarde, (1993-1994), en la
figura de Berenguer, prelado de origen probablemente catalán que fue obispo de dicha
diócesis de 1135 a 1150. Por último, Martin (1992: 89-91) desestima una posible procedencia
oriental por la manera en que el autor retrata a los condes de Barcelona (sobre lo cual, cf.
también Smith 1993-1994: 179), debilita los argumentos a favor de un origen salmantino o,
en general, leonés, y señala que probablemente tampoco sea navarra (como había sugerido
Horrent 1973: 133-36), pues nada dice de la ascendencia cidiana de los reyes de Navarra,
mientras que son constantes las referencias a Castilla (única intitulación regia que atribuye a
Alfonso VI, prescindiendo de la leonesa). A cambio, el dramatismo y las lamentaciones con
Acerca de este interesante personaje –traído a España por el arzobispo de
Toledo, D. Bernardo de Cluny, durante la época de plena expansión de la orden
en la península– vid. Menéndez Pidal (1918: 3-4 y 17 y 1944-1946: 875-79),
Huici (1969: II 128-30), Fletcher (189: 193-96 y 202), Montaner (1993: 523525) y Martínez Diez (1999: 389-92).
5
5
que se cuenta el saqueo de La Rioja (HR 50) y la procedencia najerense del modelo del ms. I 6
le llevan a pensar en un origen riojano (1992: 36-37 y 91).
Sobre la fecha existen, con variaciones, dos hipótesis predominantes (cf. Falque 1990: 6,
n. 13, y 14-21), una la sitúa en torno a 1110, defendida por Menéndez Pidal (917-19), y otra
hacia mediados de siglo, c. 1144-1147, postulada por Ubieto (1961, 1973: 170-78 y 1981: 3032 y 155-64); c. 1145-1160 la sitúa Horrent (1973: 131-35). Se inclinan por la datación
temprana Fletcher (1989: 224-28), Falque (loc. cit.), Martínez (1991: 51) y Martínez Diez
(1999: 21-22), y piensan en la posible autoría de un testigo presencial de los hechos, aunque
Falque no descarta la posibilidad –ya sugerida por Menéndez Pidal– de que se hayan
introducido en la obra retoques posteriores. Aceptan la datación tardía Wright (229) y Smith
(1985: 75-78, 1986, y 1993-1994). También Martin (1992: 88-91), tras revisar los
razonamientos de Menéndez Pidal y Ubieto en pro de sus respectivas dataciones, se decanta
abiertamente por la segunda, mientras que Gil (1995: 43-46) defiende de nuevo una
composición c. 1100.
A nuestro juicio, la mayor parte de los argumentos geográficos y algunos de los
históricos tienen el valor que se quiera otorgar al silencio. Es obvio que la Historia Roderici
se centra en la carrera madura de su héroe, por lo que no es óbice que preste menor atención a
la Castilla de sus hazañas de juventud, a las que, no obstante, parece dar mayor relieve del
que realmente habrían tenido en realidad, como hemos tenido ocasión de comprobar en el
Se trata del manuscrito más antiguo de la Historia (Matritensis BRAH 9/4922,
olim A-189), descubierto por el agustino Manuel Risco en 1782 en la biblioteca
de la Colegiata de San Isidoro de León y cuyas vicisitudes comentan Foulché
(1909: 412-17) y Martínez Diez (1999: 21-22). Dicho manuscrito, que trasmite
también la Chronica Naierensis y la redacción najerense de las Genealogías de
Roda, ha sido identificado con el que se describe en un documento de 1239
diciendo que fue copiado para el monasterio de San Zoilo de Carrión en 12321233 a partir de un ejemplar conservado en Santa María la Real de Nájera. Pese
a las reticencias de Fletcher (1989: 224), para el que «se trata de una
identificación plausible, pero imposible de probar», las fechas y la colación de
contenido nos llevan a aceptar con Lacarra (1945: 200-1), Ubieto (1985: 7-8),
Gil (1995: 15) y Estévez (1995: IX-X) que se trata del mismo códice (como no
fuese una copia a plana y renglón, lo que nos parece, cuando menos, multiplicar
los entes sin necesidad). Adviértase, además, que el otro manuscrito de la
Historia, conocido por la sigla S (Matritensis BRAH 9/450, olim G-1), contiene
también la Chronica Naierensis y las Genealogías de Roda y remonta
posiblemente al mismo modelo (vid. Ubieto 1985: 9-10, Falque 1990: 27,
Estévez 1995: XIII-XXIII).
6
6
apartado anterior y es casi seguro por lo que hace al supuesto nombramiento como alférez.
Por lo demás, nada hay en la biografía latina que demuestre un imperfecto conocimiento de
Castilla. Por otro lado, la ausencia de interés en los detalles familiares (ya subrayada por
Menéndez Pidal 916) impide dar mayor peso al silencio sobre la descendencia navarra de
Rodrigo, ya que ni siquiera se menciona a sus hijas. En cuanto a la hipótesis salmantina, es
bastante improbable que haya existido nunca allí un archivo cidiano, aparte de los famosos
diplomas valencianos (cf. Martin 1992: 90), y, en todo caso, la Historia no parece conocer el
contenido de las verdaderas donaciones catedralicias de Rodrigo y de Jimena, según constan
en ellos, mientras que los presuntos documentos transcritos en la biografía son a todas luces
apócrifos (vid. Montaner, en prensa b). En cambio, la localización riojana tiene a su favor
argumentos textuales (el planto por la región devastada), codicológicos (la procedencia del
ms. I y probablemente la del ms. S) e históricos (el interés de la vecina Navarra en el
antepasado de sus monarcas, como atestigua el Linage), de modo que, hoy por hoy, es la
única que cuenta al menos con argumentos positivos.
A ellos podemos añadir algo que hasta ahora había pasado desapercibido: los evidentes
ecos que la biografía latina muestra de la Chronica Adefonsi III, en su versión rotense,
conservada precisamente en un manuscrito de Nájera 7 . El caso más obvio lo ofrece la
correspondencia casi exacta entre Rot. 6, 10-11: Qui Rudericus iam supra fatus creuit et ad
etatem perfecta uenit. Vir uellator fuit (frase referida al último rey godo) y HR 5, 3-4:
Rodericus igitur creuit et factus est uir bellator fortissimus 8 (cf. asimismo CN I 210, 11-12).
Se trata del ms. R (Matritensis BRAH cód. 78), copiado en el siglo XI en
Nájera, donde al parecer permaneció durante la Edad Media, aunque cabe que
su traslado a la catedral de Roda de Isábena se efectuase ya en el siglo XIII
(García Villada 1928, Lacarra 1945: 194-200, Díaz y Díaz 1991 [1979]: 32-42 y
1995: 167, Gil 1985: 54). Fue esa recensión, frente a la conocida por ad
Sebastianum, la que influyó preferentemente en la historiografía castellana del
siglo XII, la Chronica Naierensis y la Chronica Silensis (o Seminensis, cf. Rico
1969: 76-77), y la del XIII, las obras de Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez de
Rada (Gil 1985: 79-80 y 102, Ubieto 1985: 12-16, Estévez 1995: XXIX-XXXIX).
7
Con toda probabilidad, esta asociación se debe únicamente al nombre, pues la
Historia Roderici no hace referencia a la frase que al Campeador atribuye Ibn
Bassåm: «Bajo un Rodrigo se conquistó esta península y un Rodrigo la salvará»
(Aflflax°ra, t. III, vol. I, p. 99: ‘Alà Ruflr°qa futi™at håflihi ljaz°rata waRuflr°qu
yastanqifluhå), y cuyo tono guarda semejanza con el preámbulo de la dotación
de la catedral de Valencia: Itaque annorum ferme CCCCorum in hac calamitate
labente curriculo, tandem dignatus clementissimus Pater suo misereri populo,
inuictissimum principem Rudericum campidoctorem obprobii seruorum suorum
8
7
Otras posibles reminiscencias aparecen en los siguientes pasajes:
Rot. 2, 7-8: rex magnifice suscepit et ei in coniugio consubrinam suam dedit, ex qua
coniunctionem natus est filius = HR 6, 3-5: Dominam Eximinam neptem suam, Didaci
comitis Ouetensis filiam, ei in uxorem dedit, ex qua genuit filios et filias.
2, 8-9: Quumque prefatus Eruigius palatio esset nutritus et honore comitis sublimatus
= 4, 1-3: Hunc autem Rodericum Didaci Santius rex tocius Castelle et dominator Hyspanie
diligenter nutriuit et cingulum militie eidem cinxit (cf. 6, 1-3: Igitur post mortem domini sui
regis Sanctii, qui eum nutriuit et eum ualde dilexit, rex Aldefonsus honorifice eum pro
uasallo recepit).
7, 4-5: statim cum exercitu egressus est eis ad uellum = 37, 13-15: comes uero
Barcinonensis [...] statim <cum> inmensum exercitum egressus est de Barcinona (cf. 50, 1-2:
Egressus tandem de Cesaraugusta cum maximo et innumerabili exercitu y 42-43: egressus
cum exercitu suo de Alfaro ad Cesaraugustam peruenit, 53, 1: Egressus autem cum exercitu
suo de Cesaraugusta).
22, 18: Rex cum magno triumfo reuersus est Oueto = 4, 7-8: Post habitum uero
huiusmodi triumphum, Sanctius rex reuersus est ad Castellam 9.
Añádase a estas concordancias, las que ofrece con Seb. 6, 3-5: filii uero Uuittizani
inuidia ducti eo quod Rudericus regnum patris eorum acceperat, callide cogitantes [...]
Sarracenos in auxilium petunt 10 = HR 45, 8-9: Tunc rex ductus inuidia ait suis: «Videte et
considerate qualem iniuriam et quale dedecus nobis Rodericus infert» y Seb. 21, 5-6: miro
suscitauit ultorem et christiane religionis propagatorem (ed. Martín Martín et
al. 1977: doc. 1). En cuanto al giro factus est uir de HR, es bíblico (cf. Gen. 25,
27: quibus adultis factus est Esau uir gnarus uenandi, Tob. 1, 9: cum vero
factus esset vir accepit uxorem Annam, I Cor. 13, 11: quando factus sum uir
euacuaui quae erant paruuli); para el contexto cf. también Beato de Liébana y
Eterio Osma, Aduersus Elipandum [CC CM 59] I 89 (fortes facti sunt in bello),
cita literal a su vez de Hbr. 11, 34.
Cf. también CAI I 90, 1-2 (Post hec imperator et omnia castra sua reuersus
est in Naiaram ciuitatem suam cum magno triumpho et gaudio).
9
En cuanto al motivo, cabría comparar Gesta Comit. Barcinon. 15, líns. 8-11
(ed. Barrau - Massó), a propósito de Ramón Berenguer II, Cabeza de Estopa:
Berengarius itaque Raimundi frater eius maior, uidens se despectum a patre in
hoc quia ipsum non hereditauit, pro eo quia maior, tam nobili suo fratri
inuidens ipsum plurimum odio habuit [...], instigante diabolo...
10
8
construxit opere (en Rot. 21, 8: miro opere [...] fabricauit) = HR 72, 7-8: sancti Iohannis
ecclesiam miro construi opere fecit (cf. asimismo 73, 4) 11. Si a ello se suma el conocimiento
de la Historia Roderici por parte de la Chronica Naierensis (como se verá en el siguiente
parágrafo), la vinculación riojana de la biografía latina resulta considerablemente reforzada.
Respecto de la datación temprana, el único factor de cierto peso son los conocimientos
del autor, supuestamente de primera mano. Ahora bien, es casi imposible que éste
acompañase al Campeador constantemente desde, al menos, la batalla de Cabra (primer
episodio tratado con detalle) hasta su muerte, por lo que hay que suponer que hubo de
basarse, siquiera fuese parcialmente, en relaciones de terceros, orales o menos probablemente
escritas 12. Y si fue así en parte, nada impide que lo haya sido en todo. Habida cuenta, además,
que la memoria histórica tradicional era bastante duradera en el período (aspecto en el que
incidiremos luego), resulta innecesario postular que el autor haya conocido directamente los
sucesos que narra. Frente a esto, quedan dos hechos incontrovertibles entre los señalados por
Ubieto (1961) y discutidos por Horrent (1973) y Martin (1992): el texto es posterior a la
introducción del dictado de rex Aragonensis (HR 4, 12, 21, 22 y 48) por la cancillería
aragonesa (1137 para el título de princeps Aragonensis y 1162 para la intitulación regia) y al
fin de la dominación almorávide (1144), a la cual se refiere en pasado 13. A ellos se pueden
La ocasional coincidencia con Seb. no debe extrañar, pues se produce también
en otros textos que citan primordialmente por Rot., como la Chronia Naierensis
(Estévez 1995: XXXVI-XXXIX) o el Chronicon mundi de Lucas de Tuy (Gil
1985: 79-80).
11
La idea de que el autor utilizó abundante material de archivo, expresada ya
por Menéndez Pidal (908-11), enfatizada por Smith (1982: 99-100, 1985: 18990 y 1993-1994) y sugerida aún exempli gratia por Martin (1992: 89), se basa
en la suposición de una tipología documental totalmente desconocida para los
siglos XI y XII (relaciones de tributos, listas de prisioneros y otras semejantes,
por no hablar de los «apuntes de un testigo»). De haber existido tales diplomas
(como parece razonable en algunos casos), serían de naturaleza
fundamentalmente efímera y no se habrían conservado (eso sin contar con que
el tipo de archivo que subyace a esta propuesta es totalmente anacrónico para la
Alta Edad Media).
12
No es exacto, como quiere Gil (1995: 43), retomando un argumento de
Menéndez Pidal (919), que el autor escribiera antes de que Zaragoza cayese en
manos de los almorávides, pues el pasaje correspondiente de HR 53 se refiere
sólo al presente interno de la narración, como ya evidenciaron Horrent (1973:
130-31) y Martin (1992: 88).
13
9
añadir otros, aducidos últimamente 14: el uso del sello pendiente, no documentado en Castilla
hasta 1146, en la supuesta donación de don Alfonso a Rodrigo (HR 26); las clausulas de esa
misma donación, sólo posibles a partir de c. 1170, y el uso de la fórmula legal del riepto o
reto entre hidalgos en las supuestas cartas cruzadas antes de la batalla de Tévar (HR 38-39) y
en las acusaciones y réplicas (los juramentos exculpatorios de Rodrigo) tras el incidente de
Aledo (HR 35), que nos llevan a la penúltima década del siglo XII15. Bien es verdad que la
textura de la Historia Roderici sugiere una composición a base de diversos agregados y
En cuanto a las cartas de Tévar (ya comentadas en el apartado anterior), vid.
Pavlovicv y Walker (1982) y, sobre ellas y el incidente de Aledo, Zaderenko
(1998a: 193-94 y 1998b: 83) y Montaner (en prensa, b). Sobre el supuesto
privilegio de don Alfonso de 1089, vid. Montaner (1993: 551-52 y en prensa,
b).
14
La datación del reto entre hidalgos suscita varios problemas. No cabe duda de
que se trata de una innovación de mediados del siglo XII, pero resulta difícil
precisar más. Tanto Lacarra (1980: 77-78) y Pavlovicv y Walker (1982) como
Zaderenko (1998a) toman como punto de referencia las Cortes de Nájera, en las
que se habrían promulgado las bases de la paz entre hidalgos y reglamentado su
ruptura mediante el desafío, salvo que los primeros la datan en 1138 y la última
en 1185. Ésta es probablemente la fecha auténtica (aunque tampoco hay total
seguridad al respecto), pero el llamado Ordenamiento de Nájera o PseudoOrdenamiento I de Nájera (al que el Fuero Viejo I 5, 1 atribuye la disposición
sobre el reto, aunque situándolo en época de Alfonso VII: «Esto es fuero de
Castiella, que estableçió el enperador en las Cortes de Nájera») es un texto muy
reelaborado e interpolado, si no francamente apócrifo, de modo que su
testimonio es muy dudoso (Pérez-Prendes 1984: 574 y 577-78, González
Alonso 1996: 57 y 60-61). Por otra parte, existen indicios de que el reto ya se
practicaba antes, pues hacia 1150 la CAI I 18 narra lo que parece un desafío
entre don Pedro de Lara y el conde de Tolosa acaecido en 1130 (pasaje
transcrito en el comentario al v. 25). Ahora bien, comparando las disposiciones
sobre el reto en los fueros municipales (cuyas diferencias con el reto entre
hidalgos son de base, pero apenas formales, lo que permite la analogía), se
advierte que éste sólo adquiere su plena conformación con posterioridad al
Fuero de Daroca (1142 - c. 1170), en los llamados fueros de extremadura,
basados en los de Teruel, posterior a 1177 y posiblemente anterior a 1184, y
Cuenca, aprobado en 1189 o 1190 (Montaner 1993: 645-46 y 668-70; cf., para
la cronología, Pérez-Prendes 1984: 543-47 y González Alonso 1996: 38). Dado
que la Historia Roderici recoge las fórmulas del reto totalmente elaboradas, la
fecha de 1185 resulta bastante plausible, aunque probablemente carezca de la
fuerza institucional que le atribuye Zaderenko.
15
10
retoques (cf. Menéndez Pidal 912-16, Falque 1990: 21-23, Gil 1995: 44-45), por lo que
podrían haber existido redacciones más tempranas, al menos de alguna de sus partes, aunque
ésta no es la única explicación posible para ello, como veremos luego. En todo caso, está
claro que, tal y como la conocemos y al margen de cualquier conjetura, la obra no puede
antedatar al último cuarto del siglo XII. Además, al haber sido usada para la redacción del
Linage 16 (que es, como se ha visto, anterior a 1194), puede aceptarse un arco cronológico en
torno a 1180-1190 y una procedencia posiblemente najerense.
Frente a la opinión de Menéndez Pidal, Wright (229-31) –apoyándose en las
coincidencias notadas por Barceló (1968: 127, 134)– defiende que su autor debió de usar
como fuente el Carmen Campidoctoris, según sugieren las similitudes verbales y
situacionales observadas entre ambas obras, si bien habría utilizado el poema «only
occasionally» (231). En su trabajo dedicado a esta cuestión, Smith (1986) mostró su más
abierta oposición a la communis opinio respecto a la relación entre la Historia Roderici y
nuestro Carmen 17: «Contrary to most opinion, I believe that the Historia came first and that
the Carmen followed it, indeed, is based partly upon it» (99). En su opinión, es el Carmen
Campidoctoris el que se habría inspirado en la Historia, cuyo autor, a su vez, podría haber
conocido la Historia Compostellana (que Smith considera concluida en 1139, al igual que
Rico 1969: 52), cuyo exordio parece imitar, así como su tendencia a ilustrar el texto mediante
El cual (c. 1185-1194) constituye, junto con el Cantar de mio Cid (c. 1200),
la réplica más obvia a la argumentación, a nuestro parecer apriorística, de Gil
(1995: 43-44): «Los partidarios de una datación más tardía, como A. Ubieto, y
J. Horrent, chocan a mi juicio con un obstáculo fundamental: la falta de
motivación, pues el estímulo para escribir una historia y, además, tan
tendenciosa como lo es una biografía se va perdiendo conforme el correr de los
años hace que salten a un primer plano de actualidad otros personajes y otra
problemática».
16
Precedido en ello por Milá (1874: 228, n. 2: «la comparación del Cantar
[latino] y la Gesta latina [= HR], con la cual concuerda aquél en gran manera,
nos induce a pensar que [la descripción del armamento] pudo ser inspirada por
el mismo libro al poeta latino»), por Bonilla (1911: 173: «hay vocablos que
parecen tomados de los Gesta, y es muy probable que de éstas procedan también
todos los incidentes recordados en el Carmen») y, con más detalle, por Rubio
García (1974: 246). La similitudes entre el Carmen y la Historia ya fueron
igualmente señaladas por Amador (218-19), quien supone se inspiraron en unas
mismas fuentes; también Bonilla (1911: 178, n. 1) postuló una posible fuente
poética latina hoy desconocida, para el caso de la Historia Roderici.
17
11
la inclusión de citas procedentes de documentos jurídicos 18. A su juicio, el Carmen pudo muy
bien componerse en Ripoll, e incluir la toma de Valencia, quizá como quinto episodio
bélico 19, lo cual justificaría plenamente la alusión en el poema a las opes regiae (v. 31, pero
véase nuestro comentario al mismo). El poema sería, en suma, «a rhetorical exercise long
after the Cid’s death» (106) 20.
Los paralelos señalados por Smith para fundamentar esta hipótesis se recogen en las
páginas 109-111 de su contribución. Entre los de carácter más bien «literal» mencionó los
siguientes:
CC
HR
21
nobiliori de genere ortus
1, 7
nobilissimi ac bellatoris uiri prosapiam
25-26
hoc fuit primum singulare bellum,
5, 14-15
pugnauit cum Eximino Garcez uno de
cum adolescens deuicit Nauarrum
33-36
Quem sic dilexit Sancius rex terre,
Rodericum
melioribus Pampilone et deuicit eum
5, 1-3 21
rex autem Sanctius adeo diligebat
iuuenem cernens ad alta subire,
Didaci multa dilectione et nimio amore,
quod principatum uelit illi prime
quod constituit eum principem super omnem
La similitud entre ambos exordios ya fue señalada por Bonilla (1911: 170171, n. 2).
18
Ha de recordarse que Smith (1986: 105) considera que la batalla de Almenar
es la cuarta en el poema, tras el mero esbozo de una tercera, contenido en los
versos 89-92 (no obstante, cf. nuestro comentario al respecto).
19
No nos parecen consistentes los argumentos en contra ofrecidos por Gwara
(1987: 197, n. 1 y 211), quien califica los criterios de Smith de «impressionistic
and not convincing of themselves», así como de «largely unconvincing because
of their speculativeness» y aporta como único argumento en contra de una
datación tardía «the simple fact that by the late twelfth century the verse form of
the "CC" had long been abandoned», lo cual nos parece muy discutible, a la
vista de lo que expondremos más adelante (apartado III.2) a propósito de la
métrica del Carmen.
20
El paralelo ya fue señalado por Du Méril (310, n. 1); cf. asimismo Wright
(229), quien repara, con toda razón, en el «similarly idiosyncratic use of quod».
21
12
militiam suam 22.
cohortis dare
45
certe nec minus cepit hunc amare
6, 3
eum nimio reuerentie amore apud se habuit
47
donec ceperunt ei inuidere
9, 8
causa inuidie (cf., además, 11, 3: curiales
inuidentes)
49
dicentes regi
9, 9
illum apud regem accusauerunt
65
Iubet e terra uirum exulare
11, 8-9
eiecit eum de regno suo (cf. 19, 5: ut eiceret
Rodericum de terra sua)
Smith alude asimismo a varias coincidencias de contenido que carecen de un reflejo
textual directo 23. Así, a propósito del verso 23 (Hispalis nouit et Iberum litus) recuerda cómo
Sevilla (Sibilla) es mencionada varias veces en la HR (7-9), al igual que Zaragoza (incluso al
flumen Yberum / Ibrum se hace referencia en 22, 6 y 42, 41); el contenido de los versos 3032, donde se alude a la victoria sobre condes y reyes, se hallaría plenamente representado en
diversos lugares de la Historia; el episodio de Cabra (77-88) se encuentra reflejado en 7-8
(con mención expresa de Cabra en 7, 17) y el de Almenar en 16-17 (relato que ofrece
bastantes similitudes con el que ofrece el Carmen).
Según el análisis de Smith (110), no tendría un paralelo claro en la Historia el complot
de Rodrigo contra el rey y sus cortesanos (69-72), así como tampoco la drástica persecución
real a resultas de éste (73-76), si bien se puede adivinar un trasfondo parecido en HR 34, 1-5,
aspectos de los que ya nos hemos ocupado en el apartado anterior de esta introducción.
Tampoco la extensa descriptio armorum del poema (105-128), por ejemplo, tiene su paralelo
en la Historia, pero se trata de un mero ejercicio de carácter retórico cuya inclusión en el
Carmen por parte de su versificador no parece difícil justificar. Por otra parte, el empleo del
adjetivo Campidoctor sería, según Smith, «a correction of the Campi doctus present in the
unclassical Latin of the Historia» (112) 24 . Pueden buscarse, efectivamente, algunas otras
22
Cf. Menéndez Pidal (1939: 3).
Es el caso, a nuestro juicio, de la que señala a propósito del verso 39 (nisi tam
cito subiret rex mortem), que no nos parece que se refleje fielmente en la
Historia Roderici, ya que ésta se limita a señalar el fallecimiento de Sancho (6,
1) y no su «sudden death» (al contrario de lo que ocurre en la Chronica
Naierensis III 16, según señalamos en nuestro comentario ad loc. y veremos en
el siguiente parágrafo).
23
Compárese, en sentido contrario, la sustitución (ya señalada por
Manchón - Domínguez 1988: 617, n. 4) del Campidoctus de HR 2 (Didacus
24
13
discordancias de detalle, incluso sin necesidad de recurrir al siempre socorrido argumento ex
silentio; así, como señalaba Menéndez Pidal (880-81), en la Historia Roderici 15 el Cid
propone ofrecer una renta (censum) a los que sitiaban Almenar, a cambio de que éstos
accediesen a levantar su asedio, mientras que el Carmen 99-100 tan sólo indica que pidió
permiso para hacer llegar alimento a los sitiados. Como ya hemos explicado más arriba, no
nos parece un argumento de peso, dado el carácter sintético del poema, ni sabemos en
realidad hasta qué punto le interesaban a nuestro versificador tales detalles, así como el
contenido de otras omisiones o imprecisiones señaladas por Menéndez Pidal. Entendemos
que Smith tiene razón al indicar que el poeta usa los materiales de la Historia de manera
extensa, pero selectiva, «and he transformed prosaic fact into the ringing tones of a
celebratory poem cast in the form of a hymn» (111).
Un estudio pormenorizado en la dirección apuntada con gran convencimiento e intuición
por Smith permite, a nuestro juicio, afianzar aún más su hipótesis. Por nuestra parte, además
de las obvias relaciones de contenido y aun de planteamiento narrativo (exploradas en el
apartado I.1), destacaríamos también los posibles paralelos indicados a continuación, en los
que se advierte, además de una gran similitud conceptual (ya que coinciden, en general, las
situaciones y los personajes descritos), un notable parecido léxico en el lenguaje de ambas
obras:
CC
9
30:
tanti uictoris (cf. 99: uictor)
HR
74, 9
numquam ab aliquo deuictus (cf. 62, 29inuincibilis bellator)
10-11
non hec libri mille / capere possent
27, 1-2
bella autem et oppiniones bellorum, que
fecit Rodericus [...] non sunt omnia scripta
in libro hoc (cf. 74, 1-5 25)
13
parum de doctrina
74, 5-6
quod nostre scientie paruitas ualuit
autem Flaynez genuit Rodericum Didaci Campidoctum ex filia Roderici Albari,
qui [...] tenuit castrum Lune) por el avulgarado Campiator de Jiménez de Rada,
De rebus Hispanie V 1 (Didacus Flauini duxit uxorem filiam Roderici Aluari de
Asturiis, uiri nobilis et magnatis, et ex ea genuit Rodericum Didaci, qui dictus
fuit Campiator).
Donde se dice, mediante una especie de captatio benevolentiae final:
uniuersa autem bella [...] seriatim narrare perlongum esse uideretur et forsitan
legentibus in fastidium uerteretur (cf. Menéndez Pidal 1939: 4).
25
14
27-28
maiorum (sc. uirorum)
7, 6-7
ex maioribus Castelle (cf. 11, 1: maiores
sue curie, 47, 11: maiores et meliores
Cesaraugustane urbis) 26
30
comitum lites nam superat<ur>us
40, 18-19 et comitem [...] superauerunt
34
iuuenem cernens ad alta subire
5, 3
Rodericus igitur creuit
38
dare uolebat ei meliorem (sc. honorem)
5, 7
meliorauit se
46
exaltare (cf. 51: sublimari)
17, 4
exaltauit et sublimauit Rodericum (sc.
Almuktaman; cf. 12, 7: exaltauit eum)
49-50
dicentes regi: «Domine, quid facis?
34, 1-3
Contra te ipsum malum operaris
Castellani sibi in omnibus inuidentes
accusauerunt Rodericum apud regem
(cf. 55: mala cogitabit)
dicentes ei quod Rodericus non erat ei
fidelis
bassallus sed traditor et malus
58
tactus zelo cordis
19, 4-5
sed imperator adhuc tractauit in corde suo
multa inuidia et consilio maligno (cf. 45,
8: rex ductus inuidia, 11-12: omnes fere sui
inuidia tacti)
61
in iram conuertit (cf. 73: nimis iratus)
11, 8
iniuste commotus et iratus (cf. 34, 6-7:
motus et accensus ira maxima [cf. 45, 27],
15: contra se fuisse ita iratum)
63-64
obiciendo per pauca que nouit
9, 8-9
de falsis et non ueris rebus
illum apud regem accusauerunt (cf. 11, 3 y
plura que nescit
34, 4: obicientes)
79
duplicat triumfum
74, 2
triumphum obtinuit (cf. 8-9).
82
in qua cum multis captus est Garsia
8, 7-9:
Captus est igitur in eodem bello comes
Garsias Ordonii [...] et alii quam plures
illorum milites
También en el Poema de Almería aparece el término (40-41: orant maiores
inuitant atque minores / ut ueniant cuncti fortes ad prelia tuti; cf. Higashi 1995:
38).
26
15
83
Capream uocant locum
7, 17
ad castrum, qui dicitur Capra 27
88
munus soluentes ( cf. 94: tributa dant)
9, 2-3
addidit super tributa munera et multa dona
(cf. 17, 7-8: ditauitque eum nimis
muneribus innumerabilibus et donis auri et
argenti multis; 31, 4-6: misit legatos suos
cum maximis muneribus et donis
innumerabilibus ad Rodericum et factus est
tributarius; 36, 24-26 y 29-30: cum
maximis et innumerabilibus muneribus
peccuniarum ad Rodericum nuntios ilico
direxit, qui munera multa et innumerabilia,
que portabant, eidem Roderico contulerunt
[...] multa et innumerabilia tributa atque
dona Rodericus accepit).
91
alios fugans aliosque cepit
5, 12-13
duos [...] postrauit omnesque alios
robusto[s] animo fugauit.
93-94
comes Barchinonae, / cui tributa dant
70, 27-28 Comes autem Barcinonensis, qui ab eis
[sc. barbari de Muro Vetulo] inmensum
Madianite
acceperat tributum
95-97
simul cum eo Alfagib Ilerde, / iunctus cum
14, 5
hoste, / Cesaraugustae obsidebant castrum
omnes isti uenirent pariter cum
Alfagit et obsiderent supradictum castrum
Almanara (cf. 23, 3-4: una cum Alfagib
usque fere ad castra Roderici celeri cursu
peruenit) 28.
98
quod adhuc Mauri uocant Almenarum
13, 9-10
castrum antiquum, qui dicitur Almanara
Se trata de un giro absolutamente habitual en la HR (cf., además, 33, 5; 37,
29-30; 44, 16; 45, 22-23; 46, 3-4; 48, 2-3; 50, 11-12; 63, 2 y 4-5; 64, 20-21; 67,
5).
27
Sobre el vínculo que establece entre la Historia y el Carmen la designación
de Almunflir de Lérida como Alfagib, véase el comentario al verso 95.
28
16
103-4
subito mandat ut sui se arment /
16, 1-2
iussit omnes milites suos armare 29
(cf. 40, 11-12: et militibus suis loricas
cito, ne tardent
statim iussit induere, así como 39, 60: ueni
et noli tardare).
Conviene insistir en el hecho de que no se trata de paralelos puramente verbales
(circunstancia que refleja, en cualquier caso, una afinidad léxica que no parece pueda
considerarse casual, pues a veces latet anguis in herba...), sino que también se observa una
coincidencia de planteamientos y situaciones que apunta claramente en la misma dirección.
No obstante, también resulta significativa, en nuestra opinión, la mera coincidencia léxica,
que se detecta con frecuencia. Son muchos los términos que se repiten en ambas obras, quizá
de manera fortuita, por pertenecer al lenguaje común de las crónicas, pero que reflejan, en
última instancia, una gran concomitancia conceptual de fondo: cf., por ejemplo, CC 16
(pauidus nauta) = HR 70, 39-40 (et Roderici pauore ad terram suam pauidus fugiit), 22
(quod in Castella non est illo maius) = 7, 6-7 (unus ex maioribus Castelle), 41 (post cuius
necem) = 64, 4 (post cuius mortem, cf. 75, 3: post mortem autem eius), 41 dolose peractam
(sc. necem) = 34, 13-14 (cognoscens inimicorum suorum dolosis detractionibus), 50
(operaris) = 66, 22-23 (Dei clementia opitulante et operante), 66 (Mauros debellare) = 31, 2
(circumquaque debellando inimicos suos; cf., asimismo, 62, 28), 75 (precipiendo) = 19, 3
(precepit ei ut; cf. 67, 10: edificari precepit), 83-84 (castra / simul sunt capta; cf. 92: castra
subuertit) = 40, 29 (milites autem Roderici depredati sunt omnia castra), 117 (caput muniuit
galea fulgenti) = 66, 14 (suis armis munitus), 121 (equum ascendit) = 66, 14 (super equum
suum equitauit), 129 (tunc deprecatur) = 62, 26 (incensanter ac prece deuota deprecabatur).
Naturalmente, a la vista de tales coincidencias, cabe en principio la posibilidad de que el
camino –como Wright, por ejemplo, sugería– haya sido el inverso, y que sea en realidad la
Historia la deudora del Carmen. No nos parece, sin embargo, en absoluto verosímil, y, desde
el punto de vista puramente metodológico (dado que todas las noticias del poema están en la
biografía, pero no viceversa), consideramos más lógico postular que el Carmen es síntesis de
la Historia, de la que toma materia y lenguaje, pero a la que no pretende «reproducir» en
verso: no se trata de una versificación propiamente dicha. Como bien apuntaba Smith, el
autor del Carmen tomó sus datos de una manera selectiva, de acuerdo con un procedimiento
El pasaje ya fue señalado por Wright (230), aunque para demostrar la
dependencia de la Historia respecto del Carmen.
29
17
consustancial al género panegírico 30. Favorece esta misma interpretación el hecho de que
haya una serie de aspectos ya comentados (sustitución de unus de melioribus Pampilone por
Nauarrus, presentación de la alferecía como principatus, eliminación de los servicios a los
hudíes zaragozanos) que suponen una fecha tardía y se explican mejor en una trayectoria de la
biografía al poema que en sentido contrario. En cualquier caso, el conjunto de las
coincidencias señaladas, pese a su desigual valor por separado, creemos que abona la
hipótesis que hemos procurado defender.
La Chronica Naierensis
Esta crónica, que arranca de la creación del mundo y llega hasta mediados del siglo XII,
fue compuesta en buena parte de retazos de obras anteriores (desde la obra histórica de S.
Isidoro hasta el corpus Pelagianum 31 ), ensamblados en una variopinta taracea por un
compilador que trabajaba seguramente en Santa María la Real de Nájera, aunque quizá estaba
relacionado también con Compostela (Ubieto 1985: 12-30, Estévez 1995: LXIII-XCIV). La
Chronica Naierensis venía siendo usualmente fechada en torno a 1160 (Entwistle 1928: 204,
n. 1, Moralejo 1980: 66-67), pero su más reciente editor (Estévez 1995: LXX-LXXIX) ha
podido datarla con posterioridad a 1173, año en que (al parecer) concluyó Pedro Coméstor su
Historia Scholastica, una de las fuentes de la crónica. En todo caso, el canciller de París
murió en 1179 o 1180, fecha en que necesariamente estaría concluida su obra, cuyo
manuscrito más antiguo conocido es de 1183. Habida cuenta de que su difusión y llegada a la
península hubieron de tardar algo 32, esto nos lleva de lleno a la década 1181-1190. Ello hace
casi seguro que la referencia a Aldefonsum qui postea rex extitit in Portugale (CN III 22, 16)
deba entenderse en pasado y que la crónica se haya compuesto tras la muerte de Alfonso I de
Portugal en 1185, como ya había apuntado Ubieto (1985: 25 y 30). Por nuestra parte,
podemos añadir que, habiendo servido de fuente al Linage navarro, su fecha límite (1194,
Nótese, por cierto, un procedimiento similar en el Linage, que, basándose sin
duda en la Historia, selecciona tan sólo determinados episodios, como hemos
visto en el apartado anterior.
30
Se trata de la compilación, repleta de interpolaciones, realizada o supervisada
por el obispo ovetense don Pelayo (muerto en 1143 o 1153).
31
Este periodo de tiempo no tuvo por qué ser muy amplio, sobre todo si, como
planteó Ubieto (1985: 29-30), el autor, aunque perteneciente al monasterio de
Nájera, era un cluniacense francés, hipótesis que este dato parece abonar,
aunque (como bien señala Estévez 1995: XCII) ello no es imprescindible.
32
18
como se ha visto en la n. 3) es también el terminus ante quem de la Chronica Naierensis,
aunque seguramente sea algo anterior, pues hubo de conocerse en la corte navarra y ser
extractada en el Linage antes del 27 de junio dicho año, fecha de la muerte de Sancho VI de
Navarra. Nos movemos pues en una cronología similar a la de la Historia Roderici, c. 11851193.
Las relaciones entre la Chronica Naierensis y el Carmen son mucho menos netas que las
que ambas obras guardan con la Historia Roderici. Las de la biografía latina y el poema ya se
han visto en detalle; las que posee con la crónica se evidencian palmariamente en dos
aspectos. Por un lado, ambas obras comparten la latinización de Campeador como
Campidoctus, un neologismo que ni Manchón - Domínguez (1988: 617) ni nosotros hemos
hallado en ninguna otra parte. Por otro, hay cuatro episodios (la batalla de Graus, la toma de
Toledo, la traición de Rueda y la defensa de Aledo) descritos en términos muy similares
(aunque la Chronica Naierensis no cite la participación de Rodrigo en la primera, por tener
como trasfondo una particular versión legendaria del suceso) 33:
CN III 14, 7-15, 1: quod rex Santius ulcisci desiderans Cesaraugustam cum suo perrexit exercitu. Cui
Ranimirus rex cum suis in loco qui Gradus dicitur occurrens, ab eo in bello interfectus est [...] Inde Rex
Santius cum uictoria reuersus est Castellam.
HR 4, 3-8: Quandoquidem Sanctius rex ad Cesaraugustam perrexit et cum rege Ranimiro Aragonensi in
Grados pugnauit ibique eum deuicit atque occidit, [...] Post habitum uero huiusmodi triumphum,
Sanctius rex reuersus est ad Castellam (cf. 10, 1-3: Reuerso autem cum supradicto honore ad Castellam
Roderico, rex Aldefonsus ad Sarracenorum terram sibi rebellem cum exercitu suo statim perrexit).
CN III 20, 1-4: Et cum predictus rex multa agmina haberet militum, sub era MCXVIIª ad partes
Toletanas accedens, usque ad VI annos continuos unoquoque anno panem Sarracenis auferens et ab
obsidione non recedens cepit Toletum era MCXXIIIª.
HR 20, 1-5: Post hec uero imperatori Aldefonso maximam uictoriam concessit diuina clementia, ita quod
Toletum urbem Yspanie inclitam diu impugnatam et expugnatam VII uidelicet annis uiriliter accepit
eamque in suo imperio cum suburbanis simul et terris suis subiugauit (cf. 10, 10-12: Congregato itaque
exercitu suo et cunctis militibus suis armis bene munitis, in partes Toleti depredans et deuastans terram
Sarracenorum inter uiros et mulieres numero VII milia <captiuauit>).
Quizá podría añadirse a ellos el combate de Rodrigo con catorce leoneses (CN
III 15, 29-48), que parece modelado a partir de la victoria sobre quince
zamoranos (HR 5, 9-13), pero aplicada a una anécdota diferente (la liberación
de don Sancho, cautivado durante la batalla de Golpejera), lo que hace que la
cercanía sea menor. Compárese, no obstante, CN III 15, 41-45 (unum postrauit,
in reditu alium deiecit et sic in eos sepius feriendo et ad terram prosternendo
[...] ut de illis XIIII non euaderet nisi unus grauissime sa<u>ciatus) con HR 5,
12-13 (quorum unum interfecit, duos uero uulnerauit et in terram postrauit
omnesque alios robusto[s] animo fugauit).
33
19
CN III 20, 14-23: Inter hec era MCXXIª missi sunt ab eo ad recipiendam Rodam, quam rex ei dandam
promiserat in dolo, infans Ranimirus Aldefonsi regis consanguineus germanus, Garsie Pampilonensis
regis filius et comes Gundissaluus et multi alii de nobilioribus Castelle. Qui fraude parata cum diuisim
unus post alium introirent, omnes fere ibidem interfecti sunt. Inde ducti, Ranimirus in ecclesia Sancte
Marie Naierensis [...] iuxta patrem a dextero latere requiescit. Comes uero Gundissaluus et alii apud
Oniam sunt sepulti.
HR 18, 1-26: Transactis ergo diebus multis, accidit ut quidam homo ignobilis nomine Albofalac, qui tunc
tenebat castrum Rote, quod est uicinum Cesaraguste, substraxit se cum predicto castro de iure et de
dominio Almuctaman regis et rebellauit in eo [...] Quo audito, imperator Aldefonsus misit ad eum
Ranimirum infantem et comitem Gundissaluum et alias quam plures potestates cum ingenti exercitu, ut
subueniret ei. [...] Albolfalac autem rebellis castri Rote habuit consilium cum infante Ranimiro quod
traderent Rotam imperatori Aldefonso. Predictus uero Albolfalac ilico ad imperatorem uenit et locutus
est cum eo uerba pacifica in dolo supplicans ei multis precibus ut ueniret ad predictum castrum et
intraret illum. Sed antequam imperator ad castrum accederet, permisit Albolfalac principes imperatoris
prius castrum intrarent, ipso autem prope stante. At ubi ingressi sunt, dolus et proditio Albolfalac statim
cognita uidetur. Milites autem et pedites, qui custodiebant castrum, percusserunt principes imperatoris
lapidibus et saxis et multos de illis nobilibus occiderunt. Imperator autem recepit e<os> <et> reuersus
est ad sua castra nimium tristis 34.
CN III 21, 3-5: Inde era MCXXVIª perrexit [rex Aldefonsus] ad Alageth oppidum a Sarracenis obsessum,
cuius aduentu ualde perterriti fugierunt.
HR 32, 4-6 y 33, 21-25: Tunc itaque isti supranominati reges Sarraceni obsider<u>nt castrum illum de
Halahet et adeo debellauerunt eum [...] Iuzef autem rex Sarracenorum et omnes alii reges Yspanie
Ysmaelitarum et quecumque ibi erant cetere gentes Moabitarum, audito regis Aldefonsi aduentu,
derelicto in pace opido de Halahet, in fugam continuo sunt reuersi et sic regis pauore perterriti,
antequam accederet, a facie eius fugierunt confusi.
Además de estos casos en que concuerdan expresión y contenido, hay una serie de
interesantes coincidencias fraseológicas que confirman la ligazón entre ambos textos, toda
vez que no se hallan con tal cercanía en otras fuentes coetáneas como la Historia
Compostellana o la Chronica Adefonsi imperatoris:
CN III 15, 2-3: maiorem priori exercitum rursum congregans, contra regem Santium
properat pugnaturus = HR 7, 7-8: Vnusquisque istorum cum sua militia uenerunt
pugnaturi contra regem Sibille.
III 15, 4-6: Quo audito, rex Santius [...] de Castellanis adunato exercitu in loco qui
El inde ducti de CN III 20, 19-20 nos hace aceptar la lección del ms. S, que
coincide con la primitiva de I (vid. Falque 1990: 56), corrigiendo la
concordancia del pronombre y añadiendo la conjunción, si bien también podría
enmendarse receptis eis. En cuanto a las noticias sobre los sepulcros de don
Ramiro y don Gonzalo, son aportaciones personales del autor ( Ubieto 1985: 27,
cf. Estévez 1995: XCII).
34
20
Vulpellera dicitur occurrit = 48, 4-5: Quo audito, rex Sanctius Aragonensis [...]
inmensum exercitum congregari precepit.
III 15, 24-25: Mane itaque facto utrumque parantur acies, acre bellum conseritur = 16,
4-6: Magno autem impetu facto, belligerantes et uociferantes utriusque partis
direxerunt acies suas et inierunt bellum.
III 15, 45-46: Ad campum itaque denuo uenientes arma et spolia acceperunt = 66, 2931: eorum spolia [...] et arma obtima et plures diuitias post habitam uictoriam
sufficienter ibidem acceperunt.
III 15, 48: Castellam cum uictoria sunt reuersi = 21, 6: cum uictoria reuersi sunt ad
castrum Monteson (cf. 9, 1: Ipse uero cum uictoria reuersus est ad Sibillam).
III 16, 7-9: Quod cum per nuntios regi Santio relatum fuisset, magnam succensus in
iram [...] Semuram properat et circumdat = 23, 1-4: Vt autem Sanctius rex audiuit quia
Rodericus adquiescere dictis eius noluit nec a loco, in quo stabat, recessit, motus ira
infremuit et una cum Alfagib usque fere ad castra Roderici celeri cursu peruenit (cf. 40,
1-2: Cum autem Berengarius cum omnibus suis hanc audisset epistolam, omnes
unanimiter inmensa accensi sunt ira).
III 17, 4: Quo audito Aldefonsus effectus hylaris uenire disponit = 48, 8-9: Quo audito
et cognito, Rodericus eos honorifice et hylari uultu recepit (cf. 66, 39-40: Quo facto, in
regnum suum rex ylaris statim rediit).
III 17, 12-15: Tunc rex Almemon clam uocato Aldefonso totum denudat consilium et
nullomodo id uelle facere affirmans pacem et amicitias parat cum eo, quandiu ambo
uixerint, obseruare = 47, 12-13: Illum nimirum, ut cum rege suo amorem et amiciciam
et pacem habere uellet (cf. 48, 9-15: cum rege Sanctio et cum filio eius pacem et
amorem omnino se uelle habere eisdem respondit [...] Rex autem Sanctius et filius eius
et Rodericus uidentes se insimul, et amorem et pacem inter se habendam
indisso<l>ubili laqueo firmissime instituerunt).
III 17, 20-21: et me, si Deus meus concederet, de tantis illatis iniuriis uindicare = 38,
12-13: Deus autem, qui potens est, de tantis iniuriis a te nobis illatis uindicabit.
Las pruebas son, a nuestro entender, concluyentes, y demuestran la relación existente
entre ambas fuentes. En cuanto al sentido de esta relación, no parece probable que ambas
obras procedan independientemente de una desconocida fuente común, no tanto porque los
episodios que hemos citado primero tengan pleno acomodo en la biografía cidiana, sino
precisamente por los estrechos paralelos advertidos en contextos dispares, que hacen harto
21
improbable que dos autores distintos hayan ido a fijarse en ellos por separado, en una tercera
fuente. Es menester, pues, postular el influjo y éste sólo puede haberse ejercido desde la
Historia Roderici hacia la Chronica Naierensis. Lo prueba el hecho de que los episodios
cidianos de ésta no aparecen en aquélla, lo que sería absurdo si el autor de la biografía latina
de Rodrigo hubiese tenido delante la crónica. A lo mismo apunta el hecho de que, en los
pasajes comunes, esta última ofrezca menos detalles que aquélla. Puede, pues, establecerse
con certeza suficiente que la Historia Roderici ha servido de fuente a la Chronica Naierensis,
con la que comparte códice en los dos manuscritos conservados, como ya hemos visto.
En cuanto a las conexiones entre la Chronica Naierensis y el Carmen Campidoctoris,
son mucho más vagas. La principal coincidencia radica en la forma de referirse a la muerte de
Sancho II. Frente al tono neutro de la Historia Roderici, que silencia cualquier detalle al
respecto 35, tanto la crónica como el poema se refieren a lo inesperado de la muerte, CC 39:
tam cito subiret rex mortem = CN III 16, 44: regis mors inopina, así como a su carácter
traicionero, CC 41: post cuius necem dolose peractam = CN III 16, 21: Ad regem dolose
ueniens (cf. ibid. 33-34: Mox uersis abenis quasi nichil mali aut perditionis egisset y 40:
lancea proditoris equum percutit fugientis). También es significativo el uso de expresiones
poco frecuentes, como CC 67: Yspaniarum patrias uastare = CN II 15, 32 < Rot. 22, 11:
patriam depredauit (cf. II 34, 42: circunstantes regiones deuastauit), si bien en este caso
resultan aún más cercanos dos pasajes de las fuentes utilizadas por la crónica, pero ausentes
de ella (Alb. 17, 1, 7: Maurorum patrias defecante, Seb. 16, 9-10: Gallecie populos [...] simul
cum patria deuastauit). También resulta curioso el empleo de dos raros sinónimos con el
mismo e inusual sufijo: CC 70: Agarice gentis y CN I 211, 31 < Rot. 8, 4: Ysmaeliticis
triumphis (cf. comentario al v. 70). Otros paralelismos, con muy diverso grado de
proximidad, son los siguientes:
CC 21-22: nobiliori de genere ortus, / quod in Castella non est illo maius = CN III 20,
18: de nobilioribus Castelle.
Para Smith (1986: 110) esto sería indicio de su origen salmantino, es decir,
leonés; pero podría simplemente deberse a que tales detalles (sin la
participación de Rodrigo) le parecían ajenos a su tema principal, si no fue por
sentido del decoro (cf. el comentario al v. 41). Nótese que también las
Efemérides Riojanas y sus derivados daban el dato de forma muy escueta: Era
MCX. Sancius Rex interfectus ex Zamora (Chronicon Burgense, ed. Flórez
1799: 310), Era MCX. Interfectus est Rex Sancius in Zamora IIII Nonas
Octobris (Annales Compostellani, ibid. p. 320), frente al Cronicón
Compostelano, que especifica: quidam miles Zamoranus [...] proditorie
interfecit (ibid. p. 327).
35
22
33-35: Sancius, rex terre, / iuuenem cernens ad alta subire, / quod principatum uelit [...]
dare = I 210, 6-7 < Rot. 6, 5-6: uidens eum Egica rex elegantem, recogitans in corde
ne... 36
41: post cuius necem = II 10, 1 < Rot. 17, 1: post cuius interitum y 12, 1 < Rot. 18, 1:
post cuius obitum.
51: cum Rodericum sublimari sinis = I 206, 7 < Rot. 2, 9: honore comitis sublimatus.
57 y 61: quibus auditis susurronum dictis, / [...] / omnem amorem in iram conuertit = II
3, 3-4 < Rot. 8, 30-31: Quod ut rex audiuit, uesanie ire commotus...
59: solium honoris = I 209, 1 < Rot. 5, 1: ad regni solium.
60: causa timoris = I 206, 12 < Rot. 2, 13: causa pietatis commoti.
62: occasiones contra eum querit = III 5, 1-2: cepit occassiones belli aperte querere.
82: captus est Garsia = III 13, 14-16: cum Garsias illi [...] occurreret, mox captus [...]
ducitur.
83-84: castra / simul sunt capta = III 8, 10: captoque breui castro.
90: quod Deus illi uincere permisit = III 15, 22: quod Deus permitteret facturum
102: nec transeundi facultatem darent = III 13, 13-14: transitum eidem liberum
concesserunt.
109: accipit hastam = III 16, 39: arrepta lancea (sc. Rodrigo; cf. III 15, 40-41: At illi
fixa in campo lancea processerunt. Qua Rodericus arrepta, equum calcaribus urgens...)
120: giro circinni = III 7, 57: positis in gyro arietibus.
121: equum ascendit = III 3, 23-24: ascendens equum (cf. III 16, 38: mox mundo
insiliens equo ) 37.
El pasaje, que la Chronica Naierensis retoma de la Chronica Adefonsi III, trae
un eco de Ex. 2, 2 (et uidens eum elegantem).
36
Si bien en este caso se halla la misma expresión en la Historia Compostellana
II 24 (uelocissimum equum ascendens).
37
23
121: trans mare uexit = I 206, 3 < Rot. 2, 6: mareque transiectus Yspania est aduectus
(cf. Rot. 27, 7-8: mari transiecto).
Respecto de la muerte de Sancho II, podría pensarse que el Carmen conociese más bien
la pretendida fuente poética de CN III 15-16, el Carmen de morte Sanctii regis supuesto por
Entwistle (1928) a la luz de los pies poéticos y aun hexámetros completos que detecta en la
prosa cronística. Sin entrar aquí en la dudosa existencia de dicho poema o de otros vernáculos
sobre el particular 38, se ha de señalar que los paralelos desbordan el marco de los capítulos
referidos a Sancho II y Alfonso VI, lo que permite referirlos al conjunto de la crónica. Otra
cuestión es el peso que se otorgue a tales coincidencias, a la vista, sobre todo, de que hay
algunas que remiten directamente a las fuentes de la Chronica Naierensis. Al caso aducido
arriba a propósito del verso 70 del Carmen pueden añadirse la semejanza de tono y léxico de
los vv. 45-60 con Seb. 6, 2-5: zelo iustitie armatus [...] filii uero Uuittizani inuidia ducti eo
Básicamente, se han sostenido tres posturas (resume la polémica al respecto
Deyermond 1995: 65-67, 124-26 y 142-45): la existencia del poema latino (así,
Rico 1969: 84-85, que lo considera procedente de Oña), la de un primer y
perdido Cantar de Sancho II (postulada por Menéndez Pidal 184-85 y Fraker
1974) o bien un Cantar de Alfonso VI (Reilly 1988: 66, pero cf. Martínez 1986)
y la de leyendas historiográficas sin formulación poética (Michael 1992: 76,
Martin 1992: 46-70 y 100-102, n. 122, y 1997: 141-42). A nuestro juicio, tiene
razón Estévez (1995: LXXXVI-LXXXIX) al señalar que estamos –más bien que
ante restos de versificación– ante recursos típicos del cursus rhythmicus o prosa
rítmica latina medieval, presentes además en otros lugares de la Chronica
Naierensis, frente a la completa imposibilidad de reducir a pie alguno
numerosos pasajes de los capítulos III 15-16 (cf. también Wright 1989: 341-42,
y Gil 1995: 18-19, quien señala la posible presencia de pentámetros). En cuanto
a una fuente épica romance, adviértase que una serie de indicios apuntan más
bien hacia un autor litteratus; así, el diálogo de don Sancho y Rodrigo (III 15, 723) sobre el número de contrincantes está construido sobre el que sostienen
Dios y Abraham en Gn. 18, 26-32 (véase el comentario al v. 33), mientras que el
hexámetro de III 16, 43-44 (Nec mora fit clamor, tolluntur ad ethera uoces),
trae netos ecos virgilianos (Aen. II 338: quo fremitus uocat et sublatus ad
aethera clamor, VIII 70: ac talis effundit ad aethera uoces, cf. Silio Itálico,
Pun. IX 304-5: tollitur immensus deserta ad sidera clamor, / Phlegraeis
quantas effudit ad aethera uoces), que resuenan también probablemente en III
16, 13 (Quod cum Vrraca perpensisset obortis lacrimis ait; cf. Aen. III 492, IV
30, VI 867 y XI 41, si bien Fedro ofrece asimismo un paralelo: Fab. XIX 6:
lacrimis obortis: Ite felices, ait). Por su parte, III 18 ofrece una leyenda sobre la
introducción del rito romano que responde a igual inspiración clerical (como
buena parte del libro III, de tono bastante hagiográfico). La tercera posibilidad
resulta, pues, la menos arriesgada.
38
24
quod Rudericus regnum patris eorum acceperat [...] Sarracenos in auxilium petunt, o
pequeños paralelos del tipo CC 23: Iberum litus = Rot. 2, 1: Spanie litus. También se
advierten algunos paralelismos con la Historia Compostellana, como CC 12: sumo labore =
HC I 10: has litteras ampliori collectione descriptas summo labore detulimus, 57: Quibus
auditis susurronum dictis = II 85, 62: inuidia stimulante, susurrones et detractores uenenoso
ore insurrexerunt in Compostellanum (cf. I 107, 1 y II 85, 40), 62: occasiones contra eum
querit = HC II 86, 69: rex occasiones querit aduersum nos, 91: alios fugans aliosque cepit =
II 53, 156: alii interempti, alii capti, alii in fugam uersi sunt. Si a ello se añade que algunas de
las similitudes entre el poema y la crónica najerense se dan con más fuerza entre aquél y la
propia Historia Compostellana o, sobre todo, la Historia Roderici, es obvio que no cabe
asegurar que el autor del Carmen conociese la Chronica Naierensis, mientras que el origen en
la Chronica Adefonsi III de buena parte de las coincidencias invalida un posible influjo
inverso. En definitiva, aunque da la impresión de que el poema latino empleó la crónica
najerense como fuente subsidiaria (al igual que el Linage), no puede tenerse por probado.
Los Annales Compostellani y el Chronicon Burgense
Según queda dicho, la tercera fuente que se refiere a Rodrigo como Campidoctor (con el
diploma valenciano de 1098 y el Carmen) es el Chronicon Burgense. Se trata de una típica
lista cronológica de efemérides (la última de las cuales es 1212) del tipo habitual en la Alta
Edad Media, y se ha conservado en un códice burgalés del siglo XIII (Díaz y Díaz 1991: 165,
n. 1). La entrada correspondiente a la muerte del Cid dice: Era MCXXXVII. Obiit Rodericus
Campidoctor (ed. Flórez 1799: 310, cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 527,
Manchón - Domínguez 1988: 616, Martin 1993: 191-92). A primera vista, el dato podría
proceder de HR 75, 1-2: Obiit autem Rodericus apud Valentiam in era M.ª C.ª XXX.ª VII.ª,
aunque, ahí, no aparece el Campidoctus que hubiese podido sugerirle al analista el término
clásico (reminiscencia, por otra parte, extraña para el redactor de uno de tales cronicones).
Cabe, pues, preguntarse si el autor de la escueta anotación conocería el Carmen y tomó de él
la forma culta del epíteto. Sin embargo, se sabe que el Chronicon Burgense no es una obra
original, sino la adaptación y resumen de las anteriores Efemérides Riojanas, representadas en
su redacción extensa por los Annales Compostellani, los cuales dan la misma noticia con la
variante Campiductor (Era MCXXXVII. Rodericus Campiductor, ed. Flórez 1799: 322), que
es la que empleará más tarde Gil de Zamora en su Liber illustrium personarum (Flauinum
Caluum, de quo descendit Rodericus Dydacy campi ductor, ed. Cirot 1914: 81). En cuanto a
los Annales, son una agrupación de siete series analísticas de varia procedencia, simplemente
yuxtapuestas, y sólo la última serie (es decir, la séptima, que abarca los años 1211-1248)
recoge básicamente efemérides de Compostela y Santo Domingo de la Calzada, mientras que
la primera (años 1-1104) se centra —tras
la obligada historia del mundo— en Castilla y
25
Navarra, la segunda (1104-1118) y la cuarta (1094-1119) en Aragón, la tercera (1077-1093) y
la quinta (1121-1208) en Castilla y la sexta (1109-1158) en La Rioja (Ubieto 1985: 28, cf.
Martin 1993: 191-92 y Gil 1995: 72). Como se ve por este dato, el Chronicon Burgense, que
concluye en 1212 (con la noticia de la batalla de las Navas de Tolosa), se adaptó de la fuente
de los Annales antes de que estos se hiciesen propiamente compostelanos y –por tanto– quizá
no atestigüe una lección derivada, sino la primitiva.
Cabría, pues, suponer el influjo del Carmen en las citadas Efemérides Riojanas, sobre
todo tras verse las marcadas conexiones riojanas de la materia cidiana temprana. Sin
embargo, sigue siendo extraño que un analista de esta índole se fijase en un texto como el
poema latino, que, incluso si aludiese a la muerte de Rodrigo en la parte faltante, difícilmente
habría ofrecido la fecha. Pensar en una fusión de la biografía y el poema latino resulta aún
más improbable. A cambio, hay fuertes indicios de que una de las fuentes de los Annales fue
un necrologio cardeñense (Manchón - Domínguez 1988: 616, n. 3, cf. Gil 1995: 17), de
donde naturalmente tuvo que derivar la noticia referida a la muerte del célebre caballero allí
enterrado. La tradición de Cardeña parece haberse decantado siempre por el uso de mio Cid
(cf. Montaner, en prensa b), pero también es verdad que conocemos mal su evolución en el
siglo XII. Por otro lado, esta noticia podría ser muy anterior al desarrollo de las leyendas
cidianas propiamente dichas. Así las cosas, la duda que inmediatamente surge es si se
conoció en Cardeña la forma Campidoctor. Ningún testimonio hay al respecto, pero no sería
raro que junto al féretro del Cid, doña Jimena hubiese llevado allí diplomas laicos
valencianos (frente a los eclesiásticos, recogidos por don Jerónimo) donde el nombre del
princeps Valentiae apareciese, como en los otros, con la forma Rudericus Campidoctor. De
ahí procedería entonces la versión anotada en el obituario cardeñense, que habría pasado a la
redacción primitiva de los Annales y de ahí al Chronicon Burgense. Es más, dada la
cronología relativa de las fuentes, nada impide que haya sido dicha redacción primitiva la que
sugiriese al autor del Carmen el uso de la forma clásica en lugar del neologismo Campidoctus
que encontraba en la biografía latina. Abona esta posibilidad el ámbito de difusión de dichos
Annales, que encontramos vinculados a Burgos, La Rioja 39, Silos y Compostela, frente al
retiro salmantino de los diplomas valencianos, ni siquiera conocidos por el autor de la
Historia Roderici. Por supuesto, todo esto es una red de hipótesis cuya única validez por el
momento le viene de su propia coherencia, pero invita a una investigación más detallada
sobre estos textos (que ni siquiera gozan de una edición moderna), tanto si permite afianzarla
como desecharla definitivamente.
Independientemente de su posible redacción riojana, los Annales o su modelo
fueron empleados como fuente por la Chronica Naierensis (Ubieto 1985: 16-20,
Gil 1995: 17, Estévez 1995: XCII y 186).
39
26
El Poema de Almería
Como se deduce del caso anterior, no sabemos en qué medida se divulgó en su época el
Carmen Campidoctoris, si es que realmente llegó a experimentar difusión alguna. Ignoramos
si el poema (suponiendo que se escribiera en vida del Cid, lo que cada vez resulta menos
probable) llegó a ser conocido por su protagonista y homenajeado, según sería lo propio de
una transmisión como la medieval y de un género como el del encomio, ya que –como
recuerda Holtz– ése era el hábito incluso respecto a los meros destinatarios, que no
inspiradores, de determinadas obras: «nel caso in cui l’opera era dedicata a un grande
personaggio, un esemplare particularmente curato e derivante direttamente dall’originale gli
era destinato dall’autore stesso, che lo approntava o lo faceva approntare» (1992: 333). Según
esta suposición de carácter general, cabría pensar en principio en una cierta difusión inicial,
notablemente restringida, «a macchia d’olio, dietro impulso di un amico, o del destinatario, o
in funzione della notorietà e delle relazioni dello scrittore. È un po’ la tecnica del
“passaparola”: si è sentito parlare dell’esistenza di un’opera e si vuole poterne disporre [...]»
(ibid. 335). Pero nada de ello nos consta.
Por el contrario, hay quienes consideran que nunca salió de su olvido en Ripoll, o en el
que fuese su verdadero lugar de composición, antes de su posterior traslado a ese monasterio
(Higashi 1977: 173); según lo resume Wright (241), «later histories and the Castilian epic
seem not to know it, so it probably stayed hidden at Ripoll». Algunos estudiosos –y entre
ellos el propio Wright (229-31), como ya hemos visto– estiman que pudo influir en la
Historia Roderici, otros –como Smith y nosotros mismos– creen que se produjo el proceso
inverso. Se ha supuesto, además, que pudo conocer su existencia el autor del Poema de
Almería (escrito entre agosto de 1147 y febrero de 1149, según sostuvo Ubieto y comparte
Rico 1985: 197, n. 1), a quien se ha pretendido identificar con el cluniacense Pedro de
Poitiers 40 , así como con el obispo Arnaldo de Astorga (Martínez 78-122), habiéndosele
supuesto también un origen catalán (según recuerda Martínez 1991: 56), a partir del comites
domuit quoque nostros del verso 235. Mucho se ha especulado sobre el famoso pasaje de este
poema (sobre cuyo título cf. Martínez 23, n. 12) en el que se dice a propósito de Rodrigo
(233-240):
Ipse Rodericus, Meo Cidi sepe uocatus,
Vid. Ferrari (1963), con argumentos de carácter ideológico y doctrinal, sobre
todo, y Maya (1990: 114), frente a Rico (1969: 74, n. 127) y Martínez (87-108).
40
27
de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur,
qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros,
hunc extollebat, se laude minore ferebat.
Sed fateor uerum, quod tollet nulla dierum:
Meo Cidi primus fuit Aluarus atque secundus.
Morte Roderici Valentia plangit amici
nec ualuit Christi famulis ea plus retineri 41.
Los versos 234-236 contendrían, como el propio verso 30 del poema, «un sumario de lo
que ocurre en el Carmen» (Wright 1989: 344-45), al que se estaría refiriendo, según creen
también Michael (1992: 75-76) y Rodiek (1995: 60) y sugieren, como mera posibilidad,
Martínez (355), Fletcher (1989: 203), Martin (1993: 184-85) y Higashi (1997: 173, n. 14).
Incluso aceptando que el Carmen estuviese escrito para 1147, no nos parece que sea necesario
suponer una referencia directa en este caso. Aunque la alusión a «nuestros condes» (no los
catalanes, sino los cristianos, claro, frente a los moros del primer hemistiquio) se ajuste a las
lides que narra el Carmen, es demasiado vaga y la idea de que no fue superado por los
enemigos, aunque quizá implícita en el reiterado uso de uictor (9 y 99), no aparece
expresamente en la parte conservada del poema latino (ni en el Cantar de mio Cid, por cierto,
salvo muy vagamente en 409: «mientra que visquiéredes, bien se fará lo to», en boca del
ángel Gabriel), aunque sí en la Historia Roderici 74 (Dum autem in hoc seculo uixit, semper
de aduersariis secum bello dimicantibus triumphum nobilem obtinuit et numquam ab aliquo
deuictus fuit). Se plantea también el problema de la referencia al título de Meo Cidi,
completamente ajena al poema latino (Deyermond 1995: 105), cuya reluctancia a emplear
onomástica vernácula es patente (cf. el comentario a los vv. 23-24, 42, 95 y 98). Bien es
verdad que el texto no liga dicho epíteto al posible cantar sobre el héroe y que el sepe
uocatus, más que aludir a la frecuencia de la designación en un poema épico (cf. Gil 1995:
50), parece significar tan sólo ‘corrientemente, de modo habitual’ (cf. Michael 1992: 76 y
Martin 1993: 185, 194-95) 42 . Sin embargo, ambas afirmaciones han solido tomarse en
Pueden verse sendas traducciones del pasaje en Rico (1969: 72 y 1993:
XXXII), Fletcher (1989: 203) y Montaner (1993: 4). Explora las reminiscencias
virgilianas de estos versos (incluidos los inmediatamente anteriores) Rico
(1985). El v. 240 tiene un antecedente en la Rot. 9, 8-9 (= Seb. 9, 6):
Ismaelitarum non ualuit sustinere impetum, referido a la derrota de Rodrigo, el
último rey godo (cf. S. Jerónimo, Epist. XIV [CC CLCLT 620 ]: quem
praesentem retinere non ualuit; para el uso de la pasiva, cf. CAI II 43, 3-4: qui
nulla incantatorum uel medicorum arte ea die retineri ualuit).
41
Lo que viene reforzado por otra posible reminiscencia virgiliana (Aen. IV
382-84: spero equidem mediis, si quid pia numina possunt, / supplicia
42
28
conjunto 43, por lo que la mayor parte de la crítica ha entendido que dichos versos se referían a
un poema vernáculo, bien una gesta extensa (el Cantar de mio Cid o un antepasado directo
suyo), bien una reducida (semejante a los posteriores romances), bien una canción breve de
forma lírica (del tipo «Cantan de Roldán, / cantan de Olivero...») 44. Sin entrar aquí a valorar
la cuestión en detalle, se ha de recordar que ya Curtius (1955: 233-35) previno con razón –en
hausurum scopulis et nomine Dido / saepe uocaturum), si no lo es ovidiana
(Met. VII 822-23: nomenque aurae tam saepe uocatum / esse putans nymphae
nympham me credit amare, XIII 68-69: scit bene Tydides, qui nomine saepe
uocatum / corripuit). De todos modos, la expresión se repite con el mismo
sentido en autores como Pascasio Radberto, Expos. in lament. Hierem. [CC CM
85], I 1713 (Iuxta anagogen uero ecclesia uocat sepe amicos eos uidelicet quos
in fide socios habere putat) o en Gualterio de San Víctor, Serm. [CC CM 30], X,
p. 89, líns. 131-132 (Hinc est quod saepe uocatur flos campi, lilium conuallium,
rosa, uiola...)
El mismo equívoco se ha producido a propósito de la pareja épica del Cid y
Minaya, pues la crítica ha leído estos versos más a la luz del Cantar de mio Cid
y de la mención previa de Roldán y Oliveros (PA 228-29) que de su propio
contexto. Si uno se atiene a éste, verá que no se establece ahí ningún tipo de
paralelismo con la pareja épica carolingia ni se sugiere absolutamente nada
sobre una colaboración entre el Cid y Álvaro. Se trata de dos secciones
completamente distintas del encomio de este segundo. Primero se lo sitúa en
tercer lugar tras los dos héroes francos, sin establecer siquiera una relación
binaria. Luego, tras concluir esa sección con un verso aislado entre dos pausas
mayores (232: Nullaque sub celo melior fuit hasta sereno), que no afecta para
nada a la comparación con los caídos de Roncesvalles, se pasa, al hilo del
encomio, a referir una alabanza que Rodrigo Díaz le dirigió a Álvar Fáñez (sin
duda, un dato de la historia oral, sea o no cierto, no transmitido por ninguna otra
fuente), traída a colación por la innegable fama del primero y la importancia que
eso le da al elogio. Pese a ello, el autor se siente en la obligación personal (sin
aludir a fuente alguna) de poner las cosas en su sitio (237) y de dar la primacía
como guerrero a Rodrigo sobre Álvaro (238). Así pues, lo único que aparentemente liga la mención del Poema de Almería con una pareja épica es este último
verso, al situar a Álvar Fáñez como segundo después de Rodrigo (pero no como
su segundo). Sin la lectura del Cantar a nadie se le habría ocurrido ver en esta
expresión una pareja épica y las probabilidades de que el Poema de Almería
aluda realmente a ella nos parecen mínimas, salvo que se fuerce el sentido de
estos versos.
43
Véase una síntesis de las diversas propuestas, con la bibliografía pertinente,
en Montaner (1993: 4, 8 y 10) y Deyermond (1995: 105-7).
44
29
alusión al famoso de quo cantatur– contra el riesgo de sobrevalorar tales fórmulas de
referencia a supuestos carmina publica, las cuales podrían significar simplemente ‘es notorio
que’, ‘anda en boca de todos que’, como se ha visto para el sepe uocatus 45. Por lo demás,
algunas pequeñas similitudes, como las que cabe observar por ejemplo entre el proemio de
esta obra y el de nuestro poema (Carmen 1-8, Poema de Almería 3-7), pertenecen al común
acervo de la retórica prologal y tampoco permiten establecer relaciones claras de
interdependencia en uno u otro sentido.
La épica vernácula
El apartado anterior nos conduce naturalmente a preguntarnos por la posible conexión
entre nuestro Carmen y la épica románica coetánea, en particular la referida al propio Cid. A
propósito del poema latino se han planteado básicamente tres cuestiones (a menudo
combinadas): que se basase en cantos noticieros, es decir, en composiciones épicas coetáneas
Como es sabido, canere —aquí el frecuentativo cantare— poseía ya en latín
clásico el sentido encomiástico de ‘celebrar’, ‘conmemorar’, que tendía a
independizarse del modo de hacerlo, ya fuera en prosa o en verso, con música o
sin ella. Es el valor implícito en el célebre arma uirumque cano de Virgilio
(Aen. I 1), mientras que a veces tiene un sentido eminentemente narrativo, como
el que le da Lucrecio cuando propone motibus astrorum nunc quae sit causa
canamus (V 509), donde el verbo, más que ‘cantemos’, significaría
‘expliquemos’. Este desplazamiento semántico da lugar en los panegíricos
medievales al tópico de todos cantan su alabanza al que alude Curtius, el cual
no apoya por sí sólo la existencia de gestas perdidas. Por lo tanto, de quo
cantatur puede ligarse sin problemas a la misma esfera que el audio sic dici
aplicado en el verso 224 a Álvar Fáñez, que es además cognitus omnibus ( 222).
A este respecto, hay que recordar el contexto del célebre pasaje: un elogio de
Álvar Fáñez inserto, a su vez, en la loa de su nieto Álvar Rodríguez de Castro,
participante en la conquista de Almería. Estamos, pues, ante un encomio en que
se está exaltando la fama de Álvar Fáñez y, en la medida en que la refuerza, la
de Rodrigo Díaz. Ambas famas eran bien ciertas, la del segundo es bien
conocida (y se plasmaría a finales de siglo en la Historia Roderici y en el
Carmen); la del primero la evidencia la propia CAI II 2-3, al insertar de forma
muy elogiosa y fuera del hilo cronológico la defensa de Toledo por Álvar Fáñez
ante los almorávides. Además, la frase atribuida a Rodrigo sobre éste en el verso
236 del Poema de Almería remite, como queda dicho, a la historia oral, a lo que
«departen los que cuentan de lo muy anciano» (en expresión de la Primera
Crónica General 540a), de lo que nos ocuparemos luego.
45
30
de carácter episódico y no muy largas; que simplemente se inspirase en el estilo de tales
piezas o que él mismo (que parece reunir las características antes indicadas) fuese un canto
noticiero, aunque en latín. La posibilidad de que el Carmen fuese la reelaboración culta de un
canto noticiero popular fue muy cautamente sugerida por Milá y Fontanals (1853, ap.
Amador 215, n. 1 y 1874: 228, n. 2), basándose en la descriptio armorum de los versos 105128. En cambio, Menéndez Pidal (570-71) pensó que la quinta estrofa (Carmen 17-20), con
su apóstrofe al auditorio, «no hace sino imitar a los juglares que en la plaza pública llamaban
a la turba al comienzo de su canto: “Oít varones una razón...”»46, lo que aseguraría, a su
juicio, la existencia contemporánea de cantos «noticieros de la frontera». Ambos
planteamientos fueron rebatidos por Curtius (1938: 165-68) al demostrar que la citada
descripción se basaba en modelos eruditos (Virgilio, fundamentalmente) y que audite (18) y
uenite (20) poseían reminiscencias bíblicas e hímnicas.
Las objeciones del estudioso alemán no hicieron cambiar de opinión a Menéndez Pidal,
quien en (1939: 2) aceptó la procedencia culta de ambos términos, pero hizo recaer el peso de
la prueba sobre el verso 19: magis qui eius freti estis ope, «que da calor de actualidad vital».
Más tarde, en (1991 [1944]: 328-29), formuló así la idea: «en verso latino de los doctos,
convoca al pueblo menudo, imitando a los tañedores de cedra callejeros, y convoca en
especial a las gentes mismas del Cid, que vivían confiados en el esfuerzo del héroe»,
considerándolo «un cantar noticiero del siglo XI», opinión que matiza en (1992: 123-26 y
170), donde lo considera «un inestimable remedo de canto noticiero» (123; similar en 1963:
225), pues «convoca a las catervas, populi caterve, para que oigan su canción, la cual, en
suma, es información de una reciente victoria» (125-26), para concluir que «tenemos así un
testimonio de lo que eran los cantares breves noticieros en la segunda mitad del siglo XI»
(126). Barceló (1965: 51-52) objetó a esto, desde la creencia (compartida por don Ramón) de
que el Carmen era un poema catalán de fecha temprana, que por aquel entonces los cantos
noticieros aludidos serían de tema castellano, por ejemplo sobre la batalla de Cabra (cf.
Menéndez Pidal 260-61), pero eso es precisamente lo que peor conoce el autor del poema
latino, lo que le lleva a concluir que no conocía tal tipo de composiciones.
Aceptando las objeciones de Curtius y Barceló, Horrent (1973: 107-9) argumenta que la
actitud deliberadamente cultista del poeta excluye la posibilidad misma de un influjo
Don Ramón no adujo la fuente de esta expresión (que nosotros no hemos
podido documentar), sobre la que dice en (1992: 125, n. 52): «el verso “oíd
varones” juglaresco estaba ya en uso», lo que Horrent (1973: 110, n. 43) niega:
«es conveniente recordar aquí que esta fórmula no está atestiguada en tal época
y que una de las principales razones para creerla ya existente es precisamente el
audite qui magis... del Carmen».
46
31
vernáculo; en cuanto a la «larga e imprecisa paráfrasis» del verso 19, «es original y su
originalidad impide que se le busque cualquier filiación», incluida la de los supuestos cantos
noticieros. Pese a estos graves reparos, Martínez (372-73, 384 y 387, n. 57) no sólo califica al
Carmen de canto noticiero, sino que extiende esa consideración a la Historia Roderici y a la
Chronica Naierensis, considerándolos respectivamente ejemplos de narraciones noticieras en
verso y en prosa que datarían de entre 1085 y 1095. En cambio, Wright (225-27) añade
nuevas pruebas del carácter culto de las invocaciones de la estrofa V, claramente relacionada
con «the most obvious hymnic clichés» (vid. también Higashi 1997: 183), y señala, como
complemento de las objeciones de Barceló, que la tradición épica posterior no ha conservado
huella alguna de un presunto canto noticiero centrado en el episodio de Almenar. Más
recientemente, Higashi (1996) ha aducido dos nuevas razones para separar el poema latino de
esos supuestos cantos de actualidad: el hecho de que el Carmen retome la trayectoria del
héroe desde el principio, refiriendo sucesos que, para la fecha de la batalla de Almenar (1082)
ya eran agua pasada, y la elaboración literaria del poema, tanto en el plano compositivo como
estilístico, ajena al carácter espontáneo y desorganizado atribuido a los cantos noticieros (cf.
Menéndez Pidal 1992: 169-71).
A nuestro juicio, los argumentos vistos y, en particular, las claras reminiscencias de la
literatura latina en la estrofa V alejan cualquier sombra de duda sobre una posible inspiración
vernácula al respecto. En cuanto al verso 19, además del comentario de Horrent, hay que
señalar que resulta tan estrictamente inverosímil como el resto de la estrofa. En efecto, nadie
puede tomarse realmente en serio que haya aquí un llamamiento a los seguidores del
Campeador, puesto que un poema como el Carmen sólo podría ser entendido por una
audiencia letrada, de clerici (cf. Higashi 1997: 173), y en particular este verso, cuyo
vocabulario, si bien no tan recóndito como pensó Wright (222-23), es lo suficientemente
cultista como para no dejarse comprender por cualquiera, ni siquiera por los capaces de
entender el latín notarial coetáneo (vid. nuestro comentario ad loc.) Si se trata, pues, de un
puro artificio retórico, no podemos darle demasiada importancia ni en el plano literario ni en
el cronológico: el presente no tiene más valor ahí que el que pueda poseer en la literatura
hímnica, ni, por citar un ejemplo vivo, en el célebre Venite, adoremus (cf., por ejemplo, Ps.
94 [95], 6) del Adeste fideles, que aún se canta en nuestras iglesias por Navidad. Por otro lado
(y dejando aparte la cronología tardía del Carmen, que todo lo visto va afianzando y que
invalida en su conjunto el planteamiento sobre cantos noticieros), no estará de más señalar
que todo lo relacionado con el poema latino y tales poemas vernáculos responde, como ya
apuntó Horrent (1973: 110, n. 43), a una argumentación circular. En efecto, no habiendo más
testimonio de semejantes cantos que el Carmen (vid. Menéndez Pidal 1992: 123), no es
extraño que éste cuadre con una caracterización de aquéllos que sólo procede del mismo
poema latino. El problema es, en definitiva, la propia existencia de tales cantos noticieros, de
los que, hoy por hoy, no se tiene prueba fehaciente alguna, siendo sólo un postulado
32
metodológico de la doctrina tradicionalista, como ha analizado Higashi (1996).
Por lo que sí cabría preguntarse, dada la datación finisecular que parece más probable,
es por las relaciones entre el Carmen y el Cantar de mio Cid. Ya se ha visto en el apartado I.1
que ambos poemas comparten varios aspectos argumentales: la culpa de los mestureros en el
destierro del Campeador, el enfrentamiento entre Rodrigo y García Ordóñez y, especialmente
(pues en definitiva lo anterior está ya en la Historia Roderici y lo comparte el Linage), la idea
de que el héroe salió al destierro directamente a enfrentarse con los moros. Como señala
Horrent (1976: 772): «la figure du Cid poétique, par rapport à celle du Cid historique, a été
incontestablement christianisé dans les actes aussi bien que dans les propos». Sin embargo, la
cercanía que esto arguye se ha de achacar a un mismo clima o estado de opinión en torno al
héroe, pues nada hay en ninguna de ambas obras que evidencie el más mínimo conocimiento
de la otra. Sin apelar al argumentum ex silentio, puede señalarse que el Rodrigo del Carmen
es de la más alta cuna, mientras que el del Cantar es un mero infanzón. Éste sabe que la
batalla de Cabra fue antes del destierro, lo que aquél ignora. En fin, ni siquiera en la batalla
de Tévar (Cantar 954-1086), librada contra el mismo contendiente, Berenguer II de
Barcelona, hay la menor reminiscencia de la de Almenar descrita en el poema latino (89-129),
ni viceversa, como ya señaló Wright (226-27). Queda como único vínculo la procedencia
ultramarina del caballo del Cid, pero mientras en el Carmen 121-23 este es producto de una
compra, en el Cantar 1573-75 se obtiene (mucho después de Almenar) en la batalla (ficticia)
contra el rey de Sevilla. En el estado actual de nuestros conocimientos, es imposible
establecer si ambos textos se nutren de una tradición común diversamente interpretada o si se
trata de un caso de poligénesis, suscitada por el general aprecio hacia los caballos árabes
(véase el comentario al verso 121).
La historia oral
Esta última consideración nos devuelve a un factor que ya ha aflorado a menudo en las
páginas antecedentes, el de la historia oral, es decir, la transmisión verbal de recuerdos más o
menos amplios sobre un episodio o un personaje (cf. Montaner 1993: 11 y en prensa b).
Frente a lo que ocurre con los cantos noticieros, su existencia está perfectamente
documentada en la Edad Media (vid. Menéndez Pidal 1955: 876). He aquí una selección de
pasajes que se refieren precisamente a la época de Rodrigo Díaz, pero recogidos casi dos
siglos después (Primera Crónica General 538a, 539b-540a y 546b):
Lidió Abenalhage con Álvar Háñez Miñaya en Almodóvar; et segund dizen los
ancianos que son muy antiguos, que alcançaron más las cosas de aquél tiempo, Álvar
Háñez tenié dos mill et D cavalleros.
33
Et [Alfonso VI] establesció luego en la real cibdad de Toledo su trono, esto es, su
siella real, fasta que estableciesse yv segura morada con buen alcáçar, que non avié
estonces sinon uno de paredes de tierra, assí como departen los que cuentan de lo muy
anciano.
Et los ancianos que más ende oyeron d’esta razón dizen que este rey don García assí
yaze aún oy en León con sus fierros.
A estos testimonios puede añadirse uno mucho más próximo a los hechos, el de Ibn
Bassåm, cuando (poco después de 1100) señala: «me contó quien lo vio», al narrar la
ejecución de Ibn Ja™™åf ordenada por el Campeador, y «me contó quien le oyó decir», al
recoger la ya citada frase de Rodrigo en que se contrapone al último rey godo (Aflflax°ra,, t.
III, vol. I, p. 99: ™adda‡an° man ra’åhu [...] ™adda‡an° man sama‘ahu yaq€lu).
Para el propio siglo XII hallamos una interesante muestra de cómo operaba la historia
oral cuando cierto magnate de la corte de Alfonso II de Aragón (1162-1196), preguntado por
los derechos del monarca sobre el condado de Carcasona, depuso la siguiente declaración 47:
El documento debería encontrarse en el Archivo de la Corona de Aragón,
Cancillería, Pergaminos de Alfonso I [= II], Carp. 56, nº 730, pero en dicho
lugar sólo se halla la siguiente nota: «Amb el número 730 dels pergamins del rei
Alfons, Pròsper de Bofarull inventarià i copià al seu lloc corresponent un text
narratiu sense data que explica l’origen i vicissituds del domini de Carcassona
per part dels comtes de Barcelona. [Añadido a mano: L’havia publicat a los
Condes II, 119-121]. A l’inventari o repàs dels pergamins de Cancelleria fet
l’any 1939, s’arriba a l’escriptura número 729 i no es diu res de la 730, de la
qual podem suposar que, no tenint data explícita, fou retirada del seu lloc i
passada a la sèrie Extra-inventarios. Queda aquesta nota pro memoria fins que
es pugui localitzar el text narratiu i restituir-li el número d’ordre que li donà
Pròsper de Bofarull. No està transcrit al Liber Feudorum Maior publicat».
Efectivamente, se conserva en el mismo archivo la copia manuscrita de
Bofarull, en sus Traslados de papeles sueltos, y está publicado, con algunas
correciones, en Bofarull (1836: I 119-21), pero hasta el presente no se ha
localizado en la serie Extra-inventarios ni en ninguna otra parte, y tampoco está
incluido en la colección diplomática de Alfonso II editada por Sánchez Casabón
(1995). (Agradecemos la confirmación de estos extremos a María José Roy
Marín). En cuanto a la fecha del documento, hay dos momentos con los que
puede relacionarse: 1179, con ocasión de los pactos entre Alfonso II y el
vizconde de Béziers y Carcasona (Sánchez Casabón 1995: docs. 288-290) o,
sobre todo, 1188, cuando el monarca concede al hijo del anterior, Ramón
Rogerio, el condado de Foix y la ciudad de Carcasona con la siguiente
condición: Retineo autem proprietati siue dominicature mee et succesorum
47
34
Hec est memoria qualiter ciuitas Carcassona cum omni comitati et pertinente
deuenit uenerabili comiti Barchinone, uidelicet Raymundo Berengarii Vetus, sicut
audiuimus a magnatibus curie in presentia uenerabilis comitis Barchinone ac Principis
Aragonensium Patris uestri bone memorie: quod ultimus comes Carcassone, ut
credimus, Guillelmus nuncupatus, uenit ad prefatum comitem Raimundum Berengarium
Vetus, et uendidit ei Carcassonam cum uniuerso comitatu eidem pertinente per
franchum alodium. [...]
Ad obitum autem suum dimisit Cataloniam duobus filiis suis per medium: maiori
uero, uidelicet Raymundo Berengarii qui dicebatur Cap de Stopes, dimisit Carcasonam
cum omni comitatu per melioracionem in suo testamento, sicut uos potestis uidere in
eodem testamento. [...]
Hec autem in curia uenerabilis comitis Patri uestri sic audiuimus: sed quia nondum
nati eramus quando hec facta sunt, utrum uera sit nescimus. Consulimus autem uobis,
quatinus instrumenta que ad causam Carcasone pertinent perlegere faciatis. Preterea,
exquirite si quos maioris etatis inuenire poteritis qui huius rei memores existant.
También resulta del mayor interés para el caso que nos ocupa advertir que la declaración
del anónimo magnate, que hubo de hacerse naturalmente en catalán, fue plasmada por el
personal de la cancillería real aragonesa con una fraseología muy similar a la de la
historiografía latina coetánea, como ejemplifican los siguientes pasajes:
Carcassona uero a militibus circunstantibus incessanter impugnabatur: homines
eum capiebant, et res eorum aufferebant, et cum nullum haberent defensorem uix
subsistere poterant. [...] Auo autem uestro milite facto, iam dictus uicecomes maluit
esse periurus quam reddere comitatum sicuti iurauerat: homines uero Carcassonenses
uidentes tantam iniuriam et iniustitiam noluerunt diu sustinere et, comunicato consilio,
reddiderunt se et ciuitatem domino suo, auo uestro, sicut facere debuerunt. [...]
Interea, quia auus uester propter multas guerras Sarracenorum non potuit plenarie
sufficere ad deffendendum Carcassonam, [...] Rogerius autem maior filius uicecomitis
noluit tenere iuramentum patris sui, et festinans ad Carcassonam multos eorum
uiolenter cepit, quos exoculauit et emanculauit ac nares eorum amputauit et a ciuitate
turpiter eiecit. [...]
Porro auus uester huiusmodi iniuriam et iniustitiam indigne ferens, congregata
inmensa multitudine exercitus armatorum perrexit expugnare et expellere uicecomitem
a prefato comitatu. Vicecomes quoque preparauit se cum ingenti exercitu ad
meorum in perpetuum in ciuitate et uille Carcassone, et eiusdem ciuitatis
pertinentiis atque territorio (ibid. doc. 468).
35
dimicandum eum.
Esta extensa y circunstanciada declaración, filtrada indudablemente por la pluma latina
de un notario regio, nos da una buena muestra de cómo pudo componerse la Historia
Roderici en fechas próximas y con igual distancia temporal a los acontecimientos narrados:
un compilador de c. 1180 recoge de un intermediario en activo a mediados del siglo XII
(Ramón Berenguer IV fue príncipe de Aragón de 1137 a 1162) información recibida por vía
oral referente a tiempos de Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076) y de sus hijos Ramón
Berenguer II (1076-1082) y Berenguer Ramón II (1076-1096). Una labor similar realizada a
partir de unos cuantos informantes (más las intervenciones del propio redactor) puede dar una
explicación satisfactoria del carácter marcadamente episódico y las lagunas de la biografía
latina del Campeador, que es básicamente un ensartado de escenas cuyo único vínculo
consiste en pertenecer a la vida del héroe, como han observado Menéndez Pidal (912-16) y
Falque (1990: 21-25). Un indicio de esta forma de composición lo ofrece la propia biografía
latina cuando introduce la genealogía de Rodrigo con un cauto hec esse uidetur (HR 2, 1) 48.
A este propósito, puede compararse el caso de las Genealogías de Roda, que comparten
códice y quizá procedencia con los dos manuscritos de la Historia Roderici y de cuyas
fuentes ha dicho Martín Duque (1999: 70):
¿Cómo se obtuvo y organizó un conjunto tan preciso y abundante de datos? Se han
sugerido distintas fases de acarreo de materiales y posibles antecedentes analísticos.
Pero la ausencia de fechas y la propia estructura de la obra autorizan para pensar más
bien en un único aporte de informaciones por vía de tradición oral, basado
primordialmente en la prodigiosa memoria de dos ancianas —supuesto nada
infrecuente— que vivían todavía cuando empezó a reinar Sancho Garcés II (970), su
abuela Toda y su madre Andregoto. En torno a ellas giran precisamente, como ya se ha
resaltado, las modestas glorias familiares, anotadas con escrupuloso realismo por el
anónimo genealogista.
No otro parece haber sido el caso de la biografía latina del Campeador, también carente
(por lo general) de fechas, pero rica en detalles, y con igual apariencia de composición de
La expresión es típica de la presentación de datos procedentes de la historia
oral. Otro tanto se advierte en los Gesta Comitum Barcinonensium: «Abans de
posarse al treball, aqueste redactor havia compulsat alguns documents [...].
Però, de totes maneres, el que raporta essencialment són tradicions i, cosa
curiosa, tradicions de les quals sembla malfiar-se. Molt circumspecte, multiplica
les formes tals com narratur, dicitur, dicuntur, ut fertur, ut aiunt» (BarrauMassó 1925: XXII). A nuestro juicio, tales formas no indican necesariamente
desconfianza, sino la constatación de una fuente tradicional, como se ve en las
citas hechas arriba de la Primera Crónica General.
48
36
acarreo. En cuanto a la procedencia de su información, ya ha apuntado Martin (1992: 91) que
«le plus probable est qu’elle [= HR] émane de l’entourage de Chimène ou de celui de
Christine et Ramire», lo que nos lleva, desde mediados del siglo XII, a Cardeña o Burgos y a
Pamplona, respectivamente.
A favor de la segunda opción está el interés de la recién reinstaurada casa real navarra
por atraer sobre sí el prestigio del Campeador (Martin 1993). A la primera, en cambio,
parecen apuntar las referencias cidianas del Poema de Almería, si se entienden (según
proponemos) como inspiradas por las noticias sobre el héroe y no por una fuente literaria. En
efecto, la inesperada mención, al final del pasaje consagrado a Rodrigo, de la retirada de
Valencia (239-40), ajena al Cantar, parece ligar la presentación del mismo a las tradiciones
cardeñenses, al asociarse implícitamente a la traslación a San Pedro del cadáver del
Campeador tras dicha evacuación, lo cual, unido a la mención del apodo meo Cidi (cf.
Montaner, en prensa b), permitiría asociar el cantatur a la fama cidiana que irradiaba de
Cardeña. Esto no significa que se trate de leyendas monásticas; simplemente hay que tener en
cuenta que doña Jimena y, al parecer, parte de su séquito se establecieron en el entorno del
monasterio (Menéndez Pidal 582-83, Fletcher 1989: 198, Martínez Diez 1999: 412-15), lo
que, unido a la curiosidad de los pasajeros interesados por la tumba de un héroe ya célebre en
vida, produciría un semillero de anécdotas, historias y aun historietas 49. A este respecto, no
resulta ocioso señalar que el final del Linage (conquista y defensa de Valencia y traslación de
las reliquias del Cid) aúna los datos de la Historia Roderici con material semilegendario que
es muy probablemente de origen cardeñense (Montaner 1993: 379, 398 y 603-5, y en prensa
b). En todo caso, un autor riojano (como el que parece perfilarse en las páginas anteriores)
podría haber bebido sin dificultad tanto del venero de Burgos como del de Pamplona 50.
Respecto del Carmen, si se acepta la datación temprana, la historia oral surge como la
A esta última categoría pertenece ya la anécdota sobre cierta uxor sui
coquinarii, uel alterius officialis por cuyo parto y puerperio mandó el Cid stare
fixa tentoria, et etiam figi quae iam mota fuerant, quousque uires resumpsit
iuxta leges faemineas que recoge de la tradición (contigit, sicut fertur) Gil de
Zamora en su Liber illustrium personarum (ed. Cirot 1914: 84-85). Aquí
estamos ya en la frontera entre la historia oral y la leyenda (como las que
comenta Montaner 1998: 95-108 y en prensa a).
49
Aunque no documentados hasta el siglo XIV, no estará de más recordar aquí
los estrechos vínculos de Santa María la Real de Nájera y de San Pedro de
Cardeña en torno a las falsificaciones cidianas relativas a su yerno don Ramiro
(vid. Smith 1980).
50
37
alternativa más lógica a los supuestos cantos noticieros como fuente de información, incluida
la batalla de Almenar, pues, aunque el poema se tenga por coetáneo de la misma, resulta más
bien improbable que un clericus con la formación de nuestro poeta haya asistido al combate y
mucho menos en la mesnada de Rodrigo, procedente de la Zaragoza andalusí. Ahora bien, si
en realidad el Carmen se basa (como hemos intentado demostrar más arriba) en la Historia
Roderici, está claro que únicamente los datos ajenos a ésta podrían proceder de la historia
oral, es decir, la traicionera muerte de don Sancho y la ubicación de la batalla de Cabra 51. Lo
primero es muy posible, pues se trata de algo comúnmente sabido, aunque no puede
excluirse, según se ha visto, que el poema se base aquí en la Chronica Naierensis (que, a su
vez, parece en parte nutrirse del mismo tipo de fuente). La segunda circunstancia (planteada
ya por Menéndez Pidal 1939: 5) también es posible, pero no es necesario postularla, no sólo
porque carezcamos de cualquier otra referencia a la misma (el Cantar, como queda dicho, se
alinea en esto con la Historia Roderici), sino porque el relato del poema latino puede
explicarse satisfactoriamente como una confusión e incluso una reinterpretación de los datos
que ofrece la biografía latina. Este procedimiento cuenta con estrechos paralelos en el Cantar,
donde, por poner uno de los ejemplos más obvios, la campaña del Henares (412-544) parece
una traslación al inicio del destierro de la algarada en tierras toledanas (HR 10) que fue,
precisamente, la causa del mismo (cf. Montaner 1993: 433). En este y en otros casos, como el
referido a la victoria sobre el caballero navarro o a la supuesta conspiración de Rodrigo contra
don Alfonso, el autor del Carmen, más que basarse en fuentes autónomas o simplemente
equivocarse, parece haber interpretado los datos disponibles a la búsqueda de una
determinada coherencia de conjunto. Pensamos, pues, que valen en buena parte para el poema
latino las consideraciones realizadas por Rico (1993: XXVIII-XXIX) para el Cantar:
Difícilmente tendría nunca el poeta el sentimiento de estar mintiendo. [...] Él creía saber
sólidamente un buen número de cosas sobre el Campeador, y para conjugar unas con
otras le era forzoso llenar las lagunas con hipótesis que le resultaran plausibles. (A la
postre, no procedían de distinta forma los compiladores alfonsíes que prosificaron el
Cantar otorgándole el valor de crónica). Tenía, por otro lado, una nítida imagen de
Rodrigo y de muchos otros hombres de su tiempo, y para comunicarla necesitaba
concretarla en acaeceres y conductas. [...] si todavía en el otoño del renacimiento no
siempre se discernía la realidad de la ficción (en la posibilidad de equívoco se apoyaron
el Lazarillo de Tormes y los textos fundacionales de la novela moderna), a él no le sería
sencillo establecer confines entre suposiciones y formulaciones.
A ellas cabría añadir quizá los datos relativos al caballo y al escudo del
Campeador, aunque lo más probable es que se trate de invenciones del propio
autor, en la línea del resto de su retórica descriptio armorum (véase el
comentario a los vv. 115 y 121).
51
38
A fin de cuentas, el Carmen es un producto literario, no histórico, y su autor pudo muy
bien acogerse al viejo principio aristotélico de que la poesía canta los sucesos, no como
fueron, sino como pudieron haber sido secundum uerisimile uel necessarium (Poet. 1451a3638).
Hacia un nuevo panorama de la materia cidiana en el siglo XII
De todo lo dicho creemos que surge un nuevo haz de relaciones, no sólo del poema
latino con las restantes obras cidianas del siglo XII, sino de éstas entre sí. Si estamos en lo
cierto, el Carmen no es la composición extravagante que hasta ahora se había creído, aislada
en el tiempo y el espacio, sino una pieza más de la dilatada tradición literaria sobre el Cid,
cuya extraordinaria pervivencia y difusión ha detallado Rodiek (1995). Lo mismo sucede con
el conjunto de la producción cidiana del siglo XII. Por un lado, lo que hasta el momento
habían constituido hitos más o menos independientes aparecen ahora como eslabones de una
misma cadena, íntimamente conectados entre sí: la Historia Roderici como base del Carmen,
de la Chronica Naierensis y del Linage, a los que probablemente deba sumarse el Cantar de
mio Cid 52; la Chronica Naierensis, a su vez, como fuente del Linage y quizá del Carmen, el
cual, aunque más dudosamente, podría haber conocido también los diplomas valencianos de
1098 y 1101 o las Efemérides Riojanas (representadas por el Chronicon Burgense). Por otro
lado, lo que se venía considerando un goteo de fuentes (Carmen c. 1090, Historia Roderici c.
1100 o c. 1150, Chronica Naierensis c. 1160, Linage c. 1150-1194, Cantar de mio Cid c.
1140 o c. 1200) parece ahora más bien una eclosión de materia cidiana en el último cuarto del
siglo XII, de modo que entre c. 1180 y 1194 se suceden la biografía latina, la crónica y la
genealogía. Por las mismas fechas debieron de componerse el poema latino y el Cantar,
aunque sólo el segundo tiene un terminus ante quem en 1207, fecha del éxplicit de su
manuscrito. En fin, lo que aparecía como una constelación de esfuerzos dispersos (el Carmen
catalán, la Historia catalana o aragonesa, la Chronica riojana, el Linage navarro) parece ahora
ceñirse al triángulo que abarcan San Pedro de Cardeña, Santa María de Nájera y la corte de
Pamplona, mientras que el Cantar, aunque relacionado con tales fuentes, apunta más bien
hacia la extremadura castellana. Así las cosas, parece que el origen de este boom literario
sobre el héroe burgalés haya estado en la composición de la Historia Roderici, que ostenta la
primacía en esta serie de obras y cuya sistematización de las noticias disponibles sobre el
Campeador parece haber servido de estímulo a otros autores coetáneos, como a su vez lo
haría el Cantar en el plano de la épica vernácula, además de sus ulteriores desarrollos
Como ya propuso Smith (1985: 185-93) y han desarrollado Montaner (1993:
11, 26 et pass. y en prensa b) y Zaderenko (1998b).
52
39
cronísticos. Somos conscientes de que aún quedan puntos por afianzar, pero creemos que este
nuevo panorama cidiano finisecular, aunque choque de forme directa con buena parte de las
asunciones establecidas, dibuja de forma más ajustada el auténtico paisaje que las obras sobre
el Campeador nos permiten atisbar al cabo de ocho siglos.
40
II. Autoría y datación
Autoría
Según señalaba Wright en relación con el Carmen (213), «the evidence suggests that it was
composed by an ecclesiastical author for an educated audience». El empleo del latín puede considerarse
como el índice más significativo en este sentido, y demuestra, efectivamente, que el autor del poema
gozaba de una formación culta y dirigía su obra hacia un público letrado; a la formación clásica del
artífice de «tan peregrina poesía» aludía ya Amador (214, n. 2, y 218), antes de que Curtius remachase la
idea de manera definitiva. Resulta aventurado determinar si el autor del Carmen era eclesiástico o no. En
el poema —o, al menos, en su parte hoy legible— no se observa una especial inspiración religiosa,
excepción hecha quizá del pequeño denuesto hacia los acta paganorum que, de manera tópica, inicia el
poema, y de la breve referencia a la aquiescencia divina —significativa, sin embargo— que se recoge en
el verso 90 (quod Deus illi uincere permisit). También podría aludirse, en este sentido, a la llamativa
selección métrica. La decisión del poeta de escribir en estrofas sáficas —metro muy característico de la
literatura hímnica cristiana— puede estar revelando indirectamente su condición de eclesiástico,
familiarizado por tanto con tal género literario, así como el deseo de insertar su composición en el marco
de la panegírica cristiana. En general, la factura de la composición no permite atribuir a nuestro
versificador —más que «poeta» propiamente dicho— unos conocimientos literarios muy profundos o
refinados, aunque sí una formación escolar y retórica suficiente (según muestra, por ejemplo, el largo
proemio del poema), eficaz para abordar con éxito su tarea, que es la propia de un autor «clerical», en el
más amplio sentido de este término medieval (en el que habría que incluir, probablemente, el ámbito de la
cancillería, según hemos apuntado en el apartado anterior).
La determinación de su posible procedencia ha sido objeto de gran polémica, desde que Du
Méril dio a conocer el poema a mediados del siglo XIX. Sólo algunos estudiosos han estimado que pudo
ser castellano o aragonés, frente a quienes consideran más plausible —siguiendo la vieja hipótesis de
Milá y Fontanals (1874: 226-27)— postular una procedencia catalana. En favor de esta última propuesta
se han esgrimido varios argumentos, de muy distinto valor relativo. Entre los de mayor peso figura el
hecho de que el manuscrito que conserva el poema procede con toda seguridad de la abadía benedictina
de Santa María de Ripoll, según se expone con mayor detalle en nuestro capítulo dedicado al respecto
(IV.1). De ahí que diversos estudiosos hayan sostenido que su autor podría haber sido un monje
perteneciente a dicho monasterio o, al menos, educado en él (Cirot 1931a: 146, Díaz y Díaz 1958-1959: I
185, nº 814, Rico 1969: 17, Rubio 1974: 244 y 251, Wright 239, Figueras 31 y 39, Gil 101 y 1995: 75).
Es muy dudoso, sin embargo, que el poema transcrito y conservado en el códice de Ripoll se compusiese
también en este lugar 122, en el famoso monasterio fundado por Wifredo el Velloso en torno al año 888.
Ripoll actuó como verdadero foco cultural de la Marca Hispánica 123 y, en tiempos del abad Oliba (
122 Se trata de un problema similar en cierto modo al que plantean los famosos
Carmina Riuipullensia («la única colección de lírica amorosa mediolatina de origen
hispano», según Moralejo 1986: 19); pese a hallarse contenidos en el manuscrito
Riuipullensis 74, no puede asegurarse taxativamente que sean obra de un monje del
famoso monasterio benedictino, si bien hay indicios que apuntan en tal dirección.
Como destacaba Moralejo (ibid. 28-30, 89-93), el copista de estas piezas amatorias —
del último tercio del XII— transcribe asimismo algunas composiciones de origen no
ripollense, procedentes de otros centros de lírica latina contemporáneos, franceses por
lo general.
123 Destacaron en él figuras como Gerberto de Aurillac (Papa Silvestre II entre 999 y
1003) o el abad Oliba (1008-1046), descendiente del fundador, Wifredo, y que no ha de
ser confundido con el asimismo literato monje Oliba, de la segunda mitad del siglo XI.
Su discípulo Juan, también poeta, pasó de Ripoll al monasterio de Fleury (acerca de
ambos, cf. Brunhölzl 1996: 481-83, 610-11). Sobre la escuela poética de Ripoll, en
general, puede consultarse, además del clásico trabajo de Nicolau d'Olwer (19151919) y del de Moralejo (1986), el de Martínez (1991, con bibliografía al respecto en
60, n. 21).
1046), llegó a albergar una biblioteca de calidad extraordinaria para su época, tanto por sus códices de
contenido literario como por los de carácter científico (Puigvert 1995 y 1999), en un número total
próximo a los doscientos (cf. Junyent 1992: 400) 124. La significación política del lugar era, por otra
parte, muy notable, dada la estrecha vinculación de Ripoll con la casa condal de Barcelona (Rico 1994:
148-50), interés que refleja suficientemente, por ejemplo, la redacción de los Gesta Comitum
Barcinonensium (Martínez 1991: 58, n. 5) 125, obra que por lo demás no revela conocimiento alguno del
Carmen en la sección referente al conde (Caput de Stopes, según se le denomina en el capítulo 15).
Ramón Berenguer II y Ramón Berenguer IV fueron benefactores de Ripoll (Rico 1994: 158-69), mientras
que, según recordaba Beer (1909-1910: 331), Ramón Berenguer III casó con una hija del Cid; de ambos
nació María, que sería luego esposa del Conde de Besalú, el mayor potentado de las cercanías de Ripoll
(cuyo monasterio —como destacó Nicolau d'Olwer [1915-1919: 7]— sirvió propiamente de panteón de la
casa de Besalú, y no de la de Barcelona; en realidad, sólo Wifredo, Ramón Berenguer III y Ramón
Berenguer IV fueron inhumados en él). El contenido del Carmen Campidoctoris, por tanto, tuvo que
interesar necesariamente en la abadía, por motivos obvios; pero ¿se compuso también en el mismo?, ¿o
acaso recaló tan sólo en su biblioteca, dado el profundo interés del monasterio por cuanta información —
incluso foránea— estuviera relacionada con los condes, y pese a la atención que el poema presta a asuntos
castellanos, poco acordes con el habitual carácter localista de los intereses políticos ripollenses (Martínez
1991: 36, 50)?
Según concluía Beer (1909-1910: 317-18), la procedencia del Carmen Campidoctoris es
«inconcusament certa [...] lo còdice no solament és vingut de Ripoll, si que també fóu escrit allí, y [...]
compilat en la segona meitat del segle XII [...]». Si esto es así para la materialidad de la copia conservada,
nada impide sin embargo que el Carmen fuese compuesto en otro lugar y que fuese trasladado luego hasta
el monasterio pirenaico, como el propio Beer reconocía: «Ab tot, jo m'atench en la persuació de que'l
124 Conviene recordar, en este sentido, que el monasterio estuvo muy relacionado con
el de Fleury y con el de S. Víctor de Marsella, con los cuales mantuvo un intenso
intercambio de códices; cf. Moralejo (1986: 22), Rico (1994: 112). Entre los autores
conservados en Ripoll (cf. Nicolau d'Olwer 1915-1919: 5, Moralejo 1986: 26) se
contaban Donato, Prisciano, Virgilio, Horacio, Terencio, Cicerón, Juvenal, Aviano,
Sedulio, Arátor, Boecio, Próspero, Prudencio (sobre cuya pervivencia en la Cataluña
de la época puede consultarse, por ejemplo, la contribución de Quetglas 1992), Beda o
Rabano Mauro. En general, cf. Beer (1894: 411-15, esp. 412-13, 1909-1910: 270-76),
quien concluye (276): «cap biblioteca espanyola d'aquell temps pot posarse al costat de
la de Ripoll - exceptuant tal vegada la biblioteca de la iglesia catedral de Toledo sobre
l'estat de la qual en la primera meytat del segle XI, no tením proves documentals».
Acerca del fondo toledano es ahora indispensable la monografía de Gonzálvez Ruiz
(1997); por lo demás, no cabe duda de que también el fondo de otras bibliotecas
medievales admitiría comparación con la ripollense, como hace por ejemplo Sánchez
Mariana, expresamente (1979: 480), a propósito de la de Oña.
125 Cf. Moralejo (1980: 67); c. 1162-1184 sitúan su recensio antiquior, conservada en
nuestro Parisinus 5132, Barrau - Massó 1925: XXVII (cf., asimismo, Díaz y Díaz, 19581959, nº 1040, Gil 1995: 28). Se trata de una obra clave de la historiografía medieval
catalana, para cuya redacción —muy probablemente ripollense (Barrau - Massó 1925:
XXVIII; cf., no obstante, Fontán - Moure 1987: 377-78)— se recurrió a menudo a
informaciones de carácter más o menos tradicional, según refleja el empleo de
fórmulas como narratur, dicitur, ut fertur, ut aiunt, etc. (ibid. XXII).
cantar llatí pot també haver estat compost en Castella y importat a Ripoll, majorment coneixent com
coneixèm les relacions de Ramon Berenguer IV ab Alfonso VI» (ibid. 331-32; cf., asimismo, Ubieto
1967: 33 y 1981: 77). Sabemos que, ya en épocas muy anteriores, llegaron hasta Ripoll libros procedentes
de otros escriptorios hispánicos, como por ejemplo riojanos, según han señalado Mundó (1988: 96), en
referencia a códices del siglo X, y López -Calo (1988: 180), quien recuerda cómo Arnaldo de Monte,
monje de Ripoll que peregrinó a Santiago en 1173, copió allí parte del Liber Sancti Iacobi, a fin de darlo
luego a conocer en su monasterio de origen. Creemos que algo similar pudo ocurrir, una o dos décadas
después, con nuestro Carmen. Pese a no ser un factor determinante, quizá convenga recordar asimismo
que, como apuntaba Mundó (1988: 131), en torno a 1180 no se respiraban en Ripoll aires tranquilos,
envuelta como estaba la abadía —tras su largo periodo de sometimiento al monasterio de S. Víctor, entre
1070 y 1170— en pleno pleito con los monjes marselleses.
También se ha insistido con frecuencia, a fin de afirmar una posible autoría catalana, en el hecho
de que Berenguer II el Fratricida —antagonista del Campeador en el poema— no era bien visto ni
siquiera en buena parte de la Cataluña de su época (Wright 239) 126. Según recalcaba Menéndez Pidal, el
plan de la obra sería «el de un catálogo de las lides más famosas, y acaso terminaría con la segunda
derrota del Conde de Barcelona en Tebar, como hecho culminante para el poeta, que, según todas las
apariencias, era un catalán, como mostró convincentemente Milá, y yo añado que era catalán enemigo del
conde fratricida, contra el cual hacía política con su Carmen» 127. La hipótesis de Menéndez Pidal
pretendía explicar la referencia que se hace en el poema a las comitum lites (30), y parece acorde, por otra
parte, con la supuesta extensión original del Carmen (entre doce y trece estrofas m ás, según nuestros
cálculos).
Incluso se ha pensado en la posibilidad de que el poema se compusiera y se recitase con motivo
de la boda de María, hija del Cid, con el conde Ramón Berenguer III de Barcelona (Kienast y Coll i
Alentorn, ap. Barceló 1965: 39, Martínez 1991: 64, n. 75), cuya fecha exacta todavía se desconoce 128.
En realidad, como observó Horrent, tal propuesta no se apoya en los datos que ofrece la obra, «sino en las
circunstancias accidentales de su conservación manuscrita» (1973: 121-22). Por lo demás, no parece nada
claro que el contenido del poema, que ensalza las virtudes de Rodrigo en una serie de episodios militares
muy concretos, pudiera tener un especial atractivo en aquel momento, y mucho menos que fuera el
epitalamio más conveniente para la ocasión. También resulta bastante dudoso que se cantase en las bodas
de doña María un poema —en latín, además— que, si bien celebraba a su padre, lo mostraba enfrentado a
la familia del novio, por más que el Fratricida hubiese asesinado al padre de éste. Es igualmente cierto
que, al menos en la parte conservada del poema, no se refleja una animadversión especial hacia el conde
Berenguer, salvo la que pueda representar el hecho de considerarlo enemigo de Rodrigo y de reflejar —
previsiblemente, en la parte no conservada del poema— su derrota.
Sin salir del ámbito catalán y tras el precedente de É. du Méril (313, n. 3; cf. Baist 1881: 64),
Menéndez Pidal defendía que el autor debió de vivir «hacia las fronteras de Lérida, probablemente en el
condado barcelonés» (881). En la posibilidad de que se tratase de un mozárabe de Lérida —vivamente
interesado por la toma de Almenar y que conocía bien la región— piensa asimismo Horrent (1973: 96);
cabe destacar, no obstante, que pese a conocer la existencia de Almenar, el Carmen no aporta detalle
126 No obstante, este personaje se reconcilió posteriormente con Rodrigo, según
refleja la Historia Roderici (42, 30-41; cf. Fletcher 1989: 166-67).
127 Cf. (1939: 4 y 6), donde Menéndez Pidal propone la autoría de «un docto clérigo
catalán»; también en (1992: 124-25) insiste el estudioso español en el carácter
coetáneo de la obra, que, según él, sólo habría sido mutilada muy posteriormente.
128 El enlace no se halla documentado propiamente hasta el año 1103 (Menéndez
Pidal 564 y 874, Martínez Diez 1999: 425). Por otra parte, Rodrigo casó a su hija
Cristina con el infante Ramiro de Navarra; hijo de ambos sería el futuro rey de
Navarra, García Ramírez (Menéndez Pidal 563).
concreto alguno acerca de esta localidad. Según este mismo autor (94), el poema es «muy escolar»
(incluso de «muy culto» lo califica en 106), y de intención «militante» más que «estética»; «obra de
propaganda», llega a decir, escrita quizá por «uno de los del séquito del Cid» (95; cf. Barceló 1965: 39).
En ausencia de mayores indicios, esta hipótesis no nos parece en absoluto verosímil, si por tal partidario
se entiende un miembro de la tropa del héroe, y no, como mucho suponer, uno de los clérigos próximos al
obispo don Jerónimo o al propio obispo don Bernardo.
Otros estudiosos han preferido atribuir al autor una procedencia aragonesa. La expresión qui eius
freti estis ope del verso 19, entre otros factores (como, por ejemplo, la ausencia en el poema de cualquier
referencia al rey de la taifa de Zaragoza), podría ser indicio del origen zaragozano del autor según Barceló
(1965: 45-49), quien recuerda cómo, al producirse el episodio de Almenar, el Cid luchaba al servicio del
rey moro de esa ciudad (la cual se alborozó grandemente, además, con motivo de tal victoria, según se
relata en HR 17, 1-3), y concluye su exposición afirmando que «sólo desde Zaragoza cobra sentido el
Carmen» (48). Sobre el escaso valor probatorio en tal sentido del verso 19 nos hemos expresado en
nuestro comentario. Más argumentos a favor de la hipótesis aragonesa intentó reunir Ubieto, quien llamó
la atención sobre las faltas de copia que, según él, parecían remitir a un ejemplar escrito en letra visigótica
(no empleada en Cataluña por entonces 129) y malinterpretado por el copista, así como sobre las
supuestas alusiones del poema a la Iliada homérica, obra que, en opinión de este estudioso, podría
haberse conocido en la Roda de la época 130 (Ubieto 1967: 29 y 1981: 76). Dada la endeblez de tales
pruebas, la propuesta aragonesa sigue sustentándose fundamentalmente sobre la aparente importancia
concedida en el poema al episodio de Almenar, ubicado en su parte central (a juzgar por la extensión
estimada del mismo) y que imprime al relato un ritmo narrativo bastante moroso (a causa sobre todo de la
descriptio armorum recogida en los versos 105-28), poco compatible en principio con un extenso
desarrollo narrativo posterior. A nuestro entender, no obstante, ni el episodio de Almenar aparece
«anunciado» en la parte conservada del poema como la culminación de éste —algo que habría sido
perfectamente posible mediante procedimientos retóricos al uso—, ni, como ya hemos apuntado al final
de I.1, cabe presumir que en el resto del poema no se incluyesen —o, al menos, se mencionasen— más
episodios militares protagonizados por Rodrigo.
En opinión de Baist, la estrofa quinta del Carmen resulta inconcebible si se supone dirigida a un
público catalán, y delata a las claras el origen castellano del autor (1881: 69). En una línea similar, el
poema sería «procidiano», «proalfonsí» y «procastellano» según Higashi (1997: 188), quien considera
que podría encubrir en realidad «el texto de un intermediario cluniacense en la reconciliación de Alfonso
con el Cid» (189). Esta supuesta intención diplomática de fondo (ya planteada por Gwara 1987: 210) nos
parece sin embargo muy poco verosímil, a la vista sobre todo de la escasamente favorecedora imagen del
rey Alfonso que se ofrece en los versos 57-64, los cuales tampoco habrían sido del agrado,
129 Según resume Bischoff el proceso (1990: 100), «until the early ninth century the
Visigothic script was also written north of the Pyrenees, but simultaneously the caroline
minuscule advanced as far as Catalonia, where it was practiced especially in the
monastery of Ripoll [...] At a León council of 1090 the copying of liturgical texts in
Visigothic script was forbidden and its general use came to an end in the twelfth
century» (cf., asimismo, 126, y, con nuevos datos acerca del norte peninsular, Ruiz
Asencio 1993: 99-107).
130 El dato de Ubieto se basa en el testimonio de Villanueva (1851: 171), cuya noticia
sobre el fondo de Roda de Isábena alude exactamente a «fragmentos abundantes de las
epístolas de Horacio, ms. del siglo XII, y otros item de Homero» (al respecto cf.,
asimismo, Beer 1894: 416-17). Obviamente, ante tan escasa información resulta
aventurada cualquier hipótesis. Respecto a la dudosa validez de los argumentos
paleográficos de Ubieto, puede consultarse nuestra «Nota crítica», a propósito de los
vv. 3, 14 y 30. También Martínez Diez ha considerado verosímil la hipótesis de Ubieto
sobre la autoría de un clérigo aragonés de la Catedral de Roda (1999: 19).
probablemente, de la corte castellana que rodeaba al monarca, reflejada en el poema en términos nada
amables o laudatorios. En cualquier caso, nada permite excluir una posible autoría castellana del poema,
sobre todo si se atribuye al mismo una cronología más o menos tardía, y tampoco puede descartarse una
posible intervención cluniacense, dada la notable presencia de esta orden en España a raíz del reinado de
Alfonso VI 131. Pero faltan, a nuestro entender, datos objetivos que permitan sustentar esta última
hipótesis por encima de otras, y, en cualquier caso, tanto el contenido del poema —bien incardinado en el
contexto de las crónicas latinas del XII— como su aparente intencionalidad histórica invitan a considerar
más verosímil una autoría hispana que francesa. Los argumentos de carácter lingüístico que podrían
apoyar en principio esta supuesta autoría hispana son, en cualquier caso, de muy escaso valor probatorio
(cf. nuestro apartado III.2, a propósito de retexére y de cohortis, así como nuestro comentario a los versos
14, 30 y 96, sobre aurissem, lites y hoste respectivamente).
Como adelantábamos en nuestra presentación, sigue pareciendo arriesgado, hoy por hoy,
aventurar un lugar de procedencia concreto para el Carmen. Se trata de un problema que, sin duda, ha de
estudiarse en un marco bastante más amplio, como es el de la relación de nuestro poema con las crónicas
cidianas del XII en su conjunto, y muy en especial con la Historia Roderici. Por ahora, hemos de
conformarnos con indicar que pudo redactarse en cualquier punto de la España cristiana, allí donde el
interés por la figura del Campeador pudiera justificar la iniciativa y el notable esfuerzo de nuestro
anónimo poeta. No obstante, algunos indicios apuntan en especial hacia el centro norte de la península,
más que hacia Aragón o Cataluña. No cabe duda de que lugares tan destacados de Burgos o La Rioja
como San Pedro de Cardeña 132, San Salvador de Oña 133, Santa María de Nájera 134 o Albelda 135 —
cuna de numerosas composiciones «rítmicas» (Wright 1989: 286-93)— son candidatos posibles para la
131 Conviene recordar, a este respecto, el gran prestigio que adquirió la orden en toda
España (testimoniado, por ejemplo, en HC II 14, 2), y que ésta impulsó decididamente
—aunque no fuera su exclusiva promotora (Rico 1969: 12)— la sustitución del rito
mozárabe, tradicional en tierras hispánicas desde época visigótica, por el romano,
asumido oficialmente a raíz del Concilio de Burgos de 1080 y que ya había sido
adoptado en la Marca Hispánica desde el siglo IX (ibid. 17; cf., asimismo, Moralejo
1980: 60-62). De la posible relación de la Chronica Naierensis con la orden de Cluny
se ha ocupado, por ejemplo, Estévez (1995: LXXXIX-XCI).
132 Sobre su intensa actividad libraria y su rica biblioteca cf., por ejemplo, Beer
(1894: 121-22), Pérez de Urbel (1983).
133 Sobre su extraordinaria biblioteca —tan infaustamente malograda y diseminada
como muchas otras en España— puede consultarse Sánchez Mariana (1979), quien
recuerda cómo los folios de una de sus valiosas Biblias se emplearon en el siglo XIX,
según testimonio de la época, «para asar chorizos» (ibid. 480).
134 De obediencia cluniacense desde 1079 (cf. Wright 1989: 341); acerca de su intensa
actividad escriptoria sigue siendo esencial la contribución de Díaz y Díaz (1991).
135 Sobre las relaciones del monasterio de esta localidad con el mundo carolingio
puede consultarse Díaz y Díaz (1988: 250-51).
redacción del Carmen. El tercero de los lugares señalados destaca por su vinculación, ya analizada, con la
Historia Roderici y con la Chronica Naierensis, pero, en cualquier caso, el texto del poema no ofrece
pistas seguras para encaminarse hacia uno u otro de estos centros.
Datación
El problema de la autoría de la obra se encuentra íntimamente ligado al de su cronología (de no
menor complejidad, pero quizá también menos impenetrable) . En general, se han planteado al respecto
dos hipótesis: la de quienes consideran que el Carmen se compuso y divulgó en vida del héroe y la de
quienes piensan, por el contrario, que es bastante posterior a ésta. Como sintetizó Gil en el prólogo de su
edición (101) 136, las dataciones propuestas entre los estudiosos del primer grupo han sido 1082-1083
137, 1093-1094 138 y 1098-1099 (en este último sentido se expresaron Kienast y Coll i Alentorn, ap.
Barceló 1965: 38, Díaz y Díaz 1958-1959: I 185, nº 814). Por su parte, los defensores de una cronología
tardía —es decir, posterior a la muerte de Rodrigo (1099)— han situado la composición del Carmen entre
el año 1100 139 y mediados o segunda mitad del siglo XII 140, considerando que el poema —cuyo autor
habría conocido ya la Historia Roderici— concluiría en realidad con la toma de Valencia, que se produjo
posiblemente el 15 de junio de 1094 (cf. Menéndez Pidal 793-95). Se ha supuesto, asimismo, que esta
posibilidad permitiría explicar más satisfactoriamente el regias opes del verso 31 (Smith 1986: 104-5). En
cualquier caso —y al margen de consideraciones de otra índole, como las de carácter histórico ya
apuntadas en nuestra introducción histórica—, convendrá recordar que Rodrigo ya se había enfrentado a
«ejércitos reales» mucho antes de la toma de Valencia; así lo acredita nuestro propio poema, en el que se
136 Cf., asimismo, Horrent (1973: 113, nn. 53 y 54), Wright (237-39).
137 1082 es la fecha propuesta por Cirot (1931a: 144, n. 2, 1939a: 87) y Menéndez
Pidal (878; 1992: 125; cf. sin embargo [1939: 1], donde D. Ramón situaba el poema c.
1090); un año más tarde (ante 1084) parecía situar la redacción del Carmen L.-P.
Thomas (en Revue des Langues Romanes 66, 1930, 275, ap. Barceló 1965: 37),
mientras que Wright (213, 235) sostuvo que «the Carmen was probably composed while
Rodrigo was still in the service of Zaragoza, i. e. before the end of 1086» (cf., asimismo,
1989: 343).
138 Cf. Horrent (1973: 120), Martínez (411, y 1991: 49), Moralejo (1980: 73 y 1986:
24, n. 13), Marcos Marín (1985: 11); entre 1082 y 1093 lo sitúa Martínez Diez (1999:
19).
139 Curtius 1955: 240 (cf., en el mismo sentido, Fontán - Moure 1987: 344), para
regocijo de Menéndez Pidal (1992: 80 y 125), que veía cómo su adversario científico
retrasaba notablemente la datación que había propuesto en 1938 (c. 1160),
aproximándola a la que él había defendido en sus trabajos. En realidad, el erudito
alemán añadía aún más (1955: 552): «no es posible saber si se escribió antes o después
de su muerte» (sobre las vacilaciones de Curtius a este respecto cf. Horrent 1973: 114,
n. 55).
140 Cf., además del primer Curtius, Bonilla (1911: 19) y Smith (1986: 109-11 y 112, n.
14); entre 1118 y 1133 lo había situado ya, por su parte, Amador (1856: 343).
menciona expresamente a Alfagib, rey de Lérida, en relación con la conquista de Almenar; y en el mismo
contexto podría mencionarse, por ejemplo, el episodio de Olocau, donde Rodrigo hubo de enfrentarse al
rey de Aragón (cf. HR 63).
Juan Gil adujo varios argumentos en contra de una datación tardía, que recogemos por el orden
en que aparecen en su exposición, así como las posibles objeciones que entendemos cabría hacer en
principio a cada uno de ellos 141:
ÿla configuración métrica del poema es la propia, en general, de la literatura hímnica
latinomedieval —más que de la épica, de carácter hexamétrico— y no parece ser la más adecuada para un
poema de gran extensión, es decir, concebido para recoger de manera más o menos exhaustiva la vida y la
actividad guerrera del héroe. También es cierto, no obstante, que el empleo de esta forma métrica no
excluye automáticamente la posibilidad de un desarrollo bastante más extenso. Según defendía Gwara
(1987: 199, n. 7), apoyándose en los estudios de Stotz acerca del metro en cuestión (1982), «there is no
reason that the poem could not have extended beyond its 129 surviving lines to approximately 400». Esto,
naturalmente, si el Carmen original se extendía mucho más allá de lo que llegó a contener nuestro
manuscrito de Ripoll, en el que —según suponía Curtius— se habría recogido sólo una copia incompleta
del poema 142. En cualquier caso, conviene destacar que, aun en el mero espacio de doce o trece estrofas
más, nuestro poeta podría haber referido someramente otros muchos episodios de la vida militar de
Rodrigo, o, al menos, aludir a ellos (como ya hemos expuesto en la conclusión de nuestro apartado I.1).
ÿla alusión a una «simbólica trinidad de batallas» (101), cada una de ellas precedida de su
correspondiente numeral (v. 25: primum bellum, v. 81: pugna secunda y v. 89: tercium prelium; cf.
asimismo Horrent 1973: 101), parece indicar que el poeta opta por una estricta «selección» de episodios,
ya que en su obra se omiten «muchas otras lides notables, que la historia refiere» (Menéndez Pidal 1939:
3 y, con mayor detalle, 5). Ciertamente, podría ocurrir que el autor las desconociese en realidad o que,
conociéndolas, prefiriese omitirlas de manera deliberada, pero también cabe imaginar que el poema no
comprendiese en su versión completa tan sólo los tres episodios guerreros que se hallan contenidos en el
texto actual (según defendía con gran insistencia y convencimiento Menéndez Pidal 1992: 170), sino
cuatro, cinco 143, o incluso más 144, teniendo siempre en cuenta que se ha de tratar de batallas campales
y no de cualquier tipo de acción bélica, lo que limita bastante las posibilidades, incluso comprendiendo
toda la trayectoria guerrera de Rodrigo.
141 Son los mismos, básicamente, que este autor vuelve a esgrimir en (1995: 76).
142 Cf. Curtius (1938: 166, n. 2, 169), quien se refería a la posibilidad de que el poema
original incluyese la toma de Valencia e incluso el matrimonio de María con Ramón
Berenguer III (ibid. 170).
143 Sobre la importancia simbólica de esta cifra, de gran tradición en la literatura
antigua (cf., por ejemplo, Curtius 1955: 716-18) y en la medieval, puede consultarse
Smith (1986: 105), así como lo indicado, en referencia a la propia tradición cidiana, en
nuestro capítulo I.1.
144 Como ha señalado Barceló (1965: 49), los tres episodios referidos en el Carmen
enfrentan a Rodrigo con personajes cristianos, pero, en realidad, ni se advierte
ensañamiento alguno por parte del héroe, ni se silencia en el poema la firme
disposición del Campeador a debellare Mauros (66), lo cual abre también notablemente
el abanico de posibilidades narrativas para la sección desaparecida del Carmen.
ÿla exhortación al pueblo confiado en las hazañas de Rodrigo (19-20) —como ya observaron
Menéndez Pidal (1939: 2) y Horrent (1973: 114)— invita ciertamente a datar el poema en vida del héroe,
al aludir de manera explícita a quienes todavía dependían por entonces, en un supuesto presente narrativo,
de los éxitos militares del Campeador (zaragozanos, por tanto, según Barceló 1965: 45). Sin embargo, no
cabe en modo alguno excluir que pueda tratarse de un mero recurso literario del versificador, que sitúa la
estrofa en cuestión al final de su proemio, deseoso de rematarlo de esa manera y aplicando un tópos de
cierta tradición literaria (según hemos señalado en nuestro comentario) y característico de la literatura
hímnica (como ya hemos tenido ocasión de mostrar en I.2).
ÿla atención dedicada a la toma del castillo de Almenar (1082), que todavía se encontraría bajo
poder musulmán (según la interpretación de adhuc [v. 98] apuntada por Gil [101, n. 4], coincidente con la
de Menéndez Pidal [1939: 2]) y que no fue reconquistado hasta 1093 por Sancho Ramírez (vid. Crón. de
S. Juan de la Peña, texto latino, ed. Ubieto 1961: 58; texto aragonés, ed. Orcástegui 1986: 37-38), parece
apoyar asimismo una cronología próxima a 1082, o anterior al menos a 1093. Basándose también en este
episodio, Horrent (1973: 120) propone situar la composición del poema entre junio de 1093 (toma de
Almenar) y junio de 1094 (entrada en Valencia). En realidad, es difícil precisar el significado del
polémico adverbio adhuc, que no permite sustentar o refutar con solidez hipótesis cronológica alguna 145
y que bien podría haber servido al autor, simplemente, para justificar en el caso de este topónimo de
origen árabe la ausencia de una denominación latina (por lo demás inexistente), como la que emplea al
referirse a Hispalis (y no Sibilla / Sibilia), o a Ilerda (y no Lerida / Lerita), según detallamos en nuestro
comentario a estos versos (23 y 95).
A estos argumentos reunidos por Gil —que parecen favorecer una datación temprana, pero que
no se hallan, como hemos intentado mostrar, exentos de posibles objeciones— cabría añadir el señalado
por Menéndez Pidal, al destacar el notable desinterés que la figura del Campeador suscitó en la región de
Cataluña a partir de su muerte (1939: 6), un elemento que sólo tiene sentido destacar en realidad si se
considera verosímil la autoría catalana del poema.
La conservación completa del texto aportaría probablemente la solución a tantas especulaciones
(y a buen seguro nos depararía —¿cómo no?— más de una sorpresa). Las causas de la eliminación
minuciosa de sus estrofas finales continúan siendo un enigma: ¿podían constituir éstas —por sus posibles
alusiones al poco honroso desenlace de un conde de Barcelona— una ofensa para sus lectores ripolleses
de en torno a 1200 146?, ¿acaso fue más bien la hipotética referencia a una exaltación en Zaragoza del
futuro héroe cristiano, por parte de un rey moro, tras la victoria en Almenar, lo que propició su censura
(Wright 241)? Y, sobre todo, ¿se hacía alusión en el poema a la toma de Valencia, como imaginaba
Curtius, frente a la opinión de Menéndez Pidal y otros 147? Wright (230-31) sugiere que el texto que hoy
resulta ilegible contenía tan sólo el relato de la batalla de Almenar. De ser cierto, «the Almenar episode
was the climax» (236), pero, como hemos indicado, sólo se trata de una hipótesis más, propiciada por la
azarosa transmisión de un texto que no enfatiza retóricamente la introducción del episodio y que se trunca
poco después. Tal hipótesis tampoco se ve favorecida por la perspectiva histórica con que, un tanto entre
145 Cf. Cirot (1931a: 144, n. 2), Wright (239: «this line cannot be used as evidence for
dating the Carmen at all»).
146 Wright (241) aduce en defensa de esta hipótesis lo que parece observarse en HR
49: la humillación de Alfonso VI en Valencia (1092) —supuestamente referida en ese
lugar de la crónica— desaparece en la transmisión manuscrita (accidente similar al
que también se observa en el caso del capítulo 51).
147 Ap. Horrent (1973: 98), quien considera que la ausencia de una mínima alusión a
Valencia en los versos 23-24 invita a pensar que nada se decía en el poema sobre ella
(105). Convendría recordar al respecto cómo también el Cantar castellano la despacha
en un mínimo número de versos (1167-69; cf. Rico 1993: XVI).
líneas, parece contar el poeta, y que cabe aducir ciertamente en contra de una datación temprana, como
bien sugería Smith (1986: 107): «it was not possible to see him [i. e. al Cid] in 1083 or even in 1090 as
the greatest commander of the Peninsula who would eventually be also an epic hero and, beyond that, the
national hero». Como es bien sabido, esta imagen heroica y legendaria del Campeador sólo se verificará y
consolidará a mediados del siglo siguiente.
Por nuestra parte y a la luz de lo visto en los dos apartados precedentes, podemos señalar
diversos factores que permiten ir retrasando el terminus post quem indiscutible, que es la celebración de la
batalla de Almenar en 1082. Así pues, el Carmen tiene que ser posterior sucesivamente a 1089, que es la
fecha más temprana en que el Campeador comenzó a cobrar parias (vv. 87-88); a 1094, porque Rodrigo
recibe el título de princeps, adoptado tras la conquista de Valencia (v. 8); a c. 1125, porque considera la
alferecía un principatus (v. 35) y a c. 1150, pues da Nauarrus como sinónimo de pamplonés (v. 26).
Además de estos indicios internos, la dependencia que hemos postulado respecto de la Historia Roderici
haría el texto posterior a c. 1180, fecha que parece la más temprana posible para la misma. Si a esto
sumamos que el poema presenta una visión del destierro cercana a la que, hacia esos años, ofrecen el
Linage y el Cantar de mio Cid, resulta escasamente aventurado fechar el Carmen en las dos últimas
décadas del siglo XII 148, aunque quizá sea más prudente, habida cuenta de la presumible datación del
manuscrito que lo conserva (véase abajo el apartado IV.1), ceñirlo al decenio 1181-1190, que habría que
restringir al lustro 1186-1190 si se acepta el influjo de la Chronica Naierensis, aunque éste es mucho
menos seguro 149.
148 En la misma dirección apunta otra coincidencia entre el Carmen y el Cantar: la
valoración monetaria del caballo del Cid en aquél y de sus espadas en éste (véase el
comentario al v. 123).
149 Lo mismo cabe decir de las posibles relaciones con las obras de Pedro Coméstor (
1179), de las que nos ocupamos en el apartado III.6.
III. Aspectos literarios del Carmen Campidoctoris
III.1. Título
Atendiendo al testimonio que proporciona el verso 18 del poema (Campidoctoris hoc carmen
audite!), la denominación tradicionalmente aceptada para éste ha sido la de Carmen Campidoctoris,
si bien Wright —tras el precedente del primer editor, Du Méril— propuso en su edición la grafía
que ofrece el manuscrito en los versos 18, 27, 70 y 79, expresando el epíteto mediante dos palabras
(Carmen campi doctoris) y enfatizando así de manera muy notable su condición de compuesto
(Wright 227 y 1982: 225, 281, 343-44).
Al abordar la cuestión genérica nos referiremos al significado que podría atribuirse al término
carmen en nuestra composición. El adjetivo campidoctor, por su parte, pertenece en origen al
léxico militar romano (‘instructor’), como ya hemos expuesto (I.1), y se halla documentado en
inscripciones latinas a partir del siglo II d. C. (Manchón - Domínguez 1998: 615). Tal formación
lingüística —similar, en principio, a otras del tipo iuris / legis doctor1 o armidoctor— aparece
también en la literatura de época tardoantigua (siglos IV-V), en autores como Amiano Marcelino
(XV 3, 10, XIX 6, 12), Elio Lampridio o Vegecio2, pero ofrece quizá un especial interés el empleo
Cf. Cirot (1939a: 87), Wright (246, n. 45), Manchón - Domínguez (1998: 621, n. 18
y 622, n. 20), quienes llaman la atención asimismo sobre dos pasajes literarios de
interés (624): Silio Itálico, Pun. VI 356 (doctus pelagi rectorque carinae) y Avieno,
Orbis terrae, v. 383 (gens hic docta sali tumido freta gurgite currit).
1
Cf., respectivamente, Alexander Severus 53, 9 (certe campidoctores vestri hanc vos
docuerunt contra Sarmatas et Germanos ac Persas emittere) y Epit. rei milit. I 13
(quod armaturam uocant et campidoctoribus traditur), II 23, III 6, 8 y 26 (ad
armaturae exercitationem, cuius campidoctores uel pro parte exempla intellexisse
gaudent). El término aparece explicado como oJplodidakthv" en los glosarios (Goetz
1899: 171). El concepto ya se prefiguraba —aunque sin ofrecer un significado tan
técnico— en varias expresiones antiguas, como en el ejpistavmenoi polemivzein de
Homero (Il. II 611) o en el famoso bellipotens de Enio (Ann., frag. 198 Skutsch; cf.
Virgilio, Aen. XI 8, y, de manera similar [armipotens], VI 500; el epíteto reaparece en
el llamado «epitafio» catalán [cf. Nicolau d´Olwer 1915-1919: 7] del conde
Sunifredo de Urgel; cf. Bofarull 1836: I 93, Amador 334). También en la Vulgata se
documentan usos similares, como en Cant. 3, 8 (ad bella doctissimi) o en I Mac. 4, 7
y 6, 30 (docti ad praelium); en el rhythmus sobre la batalla de Fontenoy (841) al que
alude Curtius (1955: 253) puede leerse una expresión afín (in quo fortes ceciderunt,
proelio doctissimi). En la Nota Emilianense (marginalia del ms. M de Rot. 17a, ed.
Gil 1985: 136) se habla de Rodlane belligerator fortis.
2
1
del término que se documenta en la obra de San Agustín3 y —a mediados del siglo V— en la de
Quodvultdeus de Cartago4. En ambos autores cristianos se observa cómo el vocablo ha pasado a
adquirir un significado más amplio que el que ofrecen los textos romanos y ha invadido
abiertamente la esfera religiosa, al aplicarse metafóricamente a Cristo. Aunque el adjetivo
campidoctor no parece haber sido nunca de uso corriente, vuelve a documentarse de manera
esporádica —según las fuentes que hemos podido consultar— entre la época tardoantigua y los
siglos XI-XII, durante los que se advierte una cierta revitalización de su empleo5.
Además de recogerse cuatro veces en el texto del Carmen, el epíteto Campidoctor se
encuentra aplicado a Rodrigo Díaz de Vivar en el famoso diploma de dotación —del que ya nos
hemos ocupado (I.2)— firmado en Valencia por la mano del héroe en el año 10986 y en el que
Cf. Serm. 163A [CC CLCLT], p. 625, lín. 22 (tantus campi doctor captiuus ducitur),
Serm. supposititii de Scripturis, 72, cap. 3 [PL XXXIX 1885-86] (bellum hoc
describebat ille maximus campi doctor [...] quando dicebat: «Non est vobis
colluctatio cum carne et sanguine [...]» [cf. Ephes. 6, 12]).
3
Cf. De acced. ad grat. [CC SL 60], I 4, 2, p. 443 (fac, bonus miles, quod tuus te
docuit campi doctor: «si scandalizat te oculus tuus [...]» [cf. Mt. 5, 29]). El pasaje lo
destacó Tovar (1944: 111-12, ap. Wright: 246, n. 44, Manchón - Domínguez 1998:
622).
4
Cf. Rabano Mauro († 856), Martyrol. [CC CM 44], 26 iun., p. 61, lín. 261 (per
Terrentianum campi doctorem, qui deinde Christianus factus est), S. Pedro Damián
(† 1072), De perfecta inform. monachi, cap. 1 [PL CXLV 721: adhibito prius
campidoctoris officio], Serm. [CC CM 57], 30, 2, p. 173, líns. 49, 50-51 (Sanctus
uero Petrus apostolus, beati Apolenaris non dicam campidoctor sed doctor) y 62,
Epist., 12 [PL CXLIV 393] (qui sub campi docctore certaminibus assuescit), Anón.
(c. 1063), De Gallica profectione Petri Damiani, 9 [PL CXLV 871] (sic uir iste
bellicus et sub ecclesiastico campidoctore nutritus, sub duce suo Iesu pergens ad
praelium), Sigeberto de Gembloux († 1112), Passio ss. Thebaeorum, Mauritii,
Exuperii et soc., II, v. 371, p. 81, Pedro el Diácono († 1140), Chronica Casinensis,
IV 118 y 124 [PL CLXXIII 959 y 968], Juan de Salisbury († 1180), Metalog. [CC
CM 98], III 10, 9, IV 1, 2 (Campidoctor itaque Peripateticae disciplinae [sc.
Aristoteles] quae prae ceteris in ueritatis indagatione laborat), IV 23, 26. Ha de
tenerse en cuenta, no obstante, que la variante campiductor aparece con frecuencia en
los manuscritos.
5
Ed. Martín Martín et al. (1977: 79-81, doc. 1); cf. Menéndez Pidal (1918: 11),
Manchón - Domínguez (1998: 623). El adjetivo también se documenta en el diploma
firmado por Jimena en 1101 (ed. Martín et al. 1977: 81-82, doc. 2), con la grafía
Compidoctoris (Menéndez Pidal 1918: 15, Manchón - Domínguez 1998: 618).
6
2
pueden leerse las expresiones ego Rudericus Campidoctor e inuictissimum principem Rudericum
Campidoctorem. Según nuestro poema, Rodrigo recibió la denominación de Campidoctor (27: hinc
Campidoctor dictus est...) a raíz de su victoria sobre «un navarro» (Jimeno Garcés, de melioribus
Pampilone según relata la HR 5, 14-15), tras un supuesto combate singular del joven Rodrigo que,
como se ha expuesto con detalle en el capítulo precedente, plantea numerosos problemas históricos.
Desde el punto de vista literario, podría destacarse cómo el Campeador reproduce ya en este primer
episodio militar las virtudes guerreras de su padre, ejercidas in campo según refiere la HR (3, 3-4:
pugnauit autem cum supradictis Nauarris in campo et deuicit eos).
La recuperación del adjetivo campidoctor en tales textos cidianos —al socaire,
probablemente, del relativo auge que éste experimentaba por entonces en la literatura latina
europea— podría deberse al deseo de introducir un cultismo latino en la literatura acerca del héroe,
frente al término vulgar campeator / campiator, que sería la transcripción esperada del romance
«campeador» (Cirot 1939a: 86) y que el autor del poema eludiría a fin de ofrecer una referencia
etimológica de cierta resonancia arcaica y más o menos consagrada literariamente (Manchón Domínguez 1998: 615)7. El epíteto «campeador», formado a partir del verbo «campear» ('estar en
campaña', 'guerrear'; cf. Alonso Pedraz 1986: I 600, Manchón - Domínguez 1998: 618-19), cuyo
étimo y significado ya se han explicado, aparece latinizado como campeator en una supuesta carta
del conde Berenguer (1082) transcrita por la Historia Roderici (38, 33: Rodericus, quem dicunt
bellatorem et Campeatorem), mientras que se documenta como Campiator en el De rebus
Hispaniae de Jiménez de Rada (Wright 228, Manchón - Domínguez 1998: 617).
Campi doctus es la denominación de Rodrigo que refleja la inscriptio en los códices de la
Historia Roderici: Gesta Roderici Campi docti (cf. ibid. 5, 3-4: Rodericus igitur creuit et factus est
uir bellator fortissimus et Campidoctus in aula regis Sanctii, 31, 7)8. Campidoctus es también el
epíteto que aparece en dos lugares de la Chronica Naierensis, de c. 1180 (III 15, 15 y 29; cf.
Campidoctor ofrece, además, mayor volumen fónico que Campeator / Campiator,
como observan Manchón - Domínguez (1998: 622), y también una mayor
consistencia prosódica (cf. Norberg 1958: 30, a propósito de puer).
7
Cf. Wright (228), Falque (1990: 3, n. 1). Ambas grafías se documentan, por tanto,
en la Historia, en la que, sin embargo, no aparece campidoctor (pese a lo que,
seguramente por error, apunta Falque 1990: 4, n. 7). Según Manchón - Domínguez
(1998: 625), el empleo de campidoctus en esta crónica «supone, sin ninguna duda, el
previo conocimiento del compuesto campidoctor aplicado al Cid, seguramente fruto
de la lectura del término en CC y/o en los diplomas»; esta hipótesis, sin embargo, no
parece plausible, ya que el autor de la Historia Roderici no da muestras de conocer el
contenido de los diplomas valencianos, mientras que es más bien el Carmen el que
parece inspirarse en la Historia Roderici.
8
3
Estévez 1995: LXXVII y XCII, Manchón - Domínguez 1998: 617), donde tal denominación de
Rodrigo se pone en boca de su valedor, el jactancioso rey Sancho: si illi numerosiores, nos meliores
et forciores. Quin inmo lanceam meam mille comitibus, lanceam uero Roderici Campidocti, centum
militibus comparo (CN III 15, 13-15). Pese a su muy dudosa historicidad, este dato parece sugerir
también, junto al ya mencionado de la Historia Roderici, que el adjetivo fue hallazgo de los
clérigos y cortesanos del rey Sancho, deseosos de distinguir así los méritos militares de su joven
paladín y de revestir a éste de una cierta pátina antigua (pero accesible, aun así, a los conocedores
menos avezados del latín). En cualquier caso, es el epíteto que acabó por imponerse, frente a otros
que también fueron aplicados al Cid, según el testimonio de determinadas fuentes9, y conviene
destacar que tan sólo se halla documentado en las dos crónicas mencionadas.
No sabemos si los autores de la Historia Roderici y de la Chronica Naierensis tenían
conocimiento de los diplomas valencianos a los que hemos aludido anteriormente, si bien parece
poco verosímil en principio, ni si tal conocimiento pudo llegarles de manera indirecta (a través de
una probable vía cardeñense), por los Annales Compostellani o el Chronicon Burgense. Por lo
demás, no parece claro que exista una diferencia semántica demasiado apreciable entre el
Campidoctus de estos textos y el Campidoctor que atribuye al héroe nuestro Carmen10. Ambas
denominaciones —de morfología más poética o «solemne», si acaso, la segunda (como en el caso,
Acerca de campidator, cf. Bonilla (188, n. a), Manchón - Domínguez (1998: 626).
Campiductor (cf. Silio Itálico, Pun. V 376-82) se aplica al Cid en los Annales
Compostellani (ed. Flórez 1799: 322; cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 527, Manchón
- Domínguez 1988: 616) y en el Liber illustrium personarum de Gil de Zamora (ed.
Cirot 1914: 81), más que por falsa grafía (como sostienen Manchón - Domínguez
1998: 616, 623) por la existencia de un doblete bien atestiguado, como también
ocurre en el caso de armidoctor (Gloss. II 385, 26; III 308, 64; 501, 43; Not. Tir. 45,
81a) / armidoctus (Gregorio Magno [c. † 604], Lib. respons. [PL LXXVIII 767]: nam
et Iudas armidoctus sceleris) / armiductor (Sinfosio Amalario [† 850], Lib. de ordine
antiphonarii, 4 [PL CV 1251], Bertoldo Constantiensis [f. s. XI], Ann., a. 1077 y
1080 [PL CXLVII 401 y 439-40], Honorio d´Autun [† 1137], Sacrament., 48 [PL
CLXXII 772]); armidator no sería sino la versión latina de oJplodovth" (Gloss. III
271, 53). Por su parte, el Chronicon Burgense lo denomina Rodericus Campidoctor
(ed. Flórez 1799: 310); como ya hemos apuntado, este dato —si no depende de algún
necrologio cardeñense— podría proceder de HR 75 (Obiit autem Rodericus apud
Valentiam in era M.ª C.ª XXX.ª VII.ª). Preliator fortissimus se denomina al héroe en
HR 70, 15; como miles strenuus y armis strenuus lo califica Lucas de Tuy
(Menéndez Pidal 1944-1946: 529).
9
Según Manchón - Domínguez (1998: 623-24), «en Campidoctus la idea del
magisterio (-doctor) da paso a la de destreza o pericia (-doctus)»; la sutil diferencia
de matiz, no obstante, nos parece difícil de argumentar.
10
4
por ejemplo, del lat. ductor, frente a dux11)— podrían responder a la misma tendencia hacia el
cultismo a la que antes hemos aludido.
Pese al criterio paleográfico seguido por Du Méril y por Wright, Gil estima conveniente
editar esta formación léxica como una sola palabra, entendiendo que «aquí campidoctor no es más
que una traducción del romance ‘campeador’» (102, n. 10). Resulta difícil, por no decir imposible,
conocer cuál fue la voluntad del autor del Carmen en lo referente a esta cuestión —si es que llegó a
planteársela—, en cuanto que el testimonio del manuscrito (una mera copia, a buen seguro, y de
muy deficiente calidad según reflejan sus incurias formales, señaladas en nuestro aparato crítico)
carece de un valor determinante al respecto. En principio, nos parece preferible que el epíteto
conste de una sola palabra, como aconseja su primer término de carácter átono12 y a pesar de que su
condición de compuesto se insinúe a veces en el texto (27, 79-80: tunc Campidoctor duplicat
triumfum / retinens campum). En nuestra opinión, la distinción gráfica propuesta por Wright
enfatiza en exceso dicha naturaleza, de una manera que casi puede considerarse anacrónica —e
incluso un tanto «pedantesca»— para la época.
Por último, queda la cuestión de si Campidoctor traduce realmente el término romance
«Campeador». En vista de que la denominación romance hubo de anteceder a la denominación
latina (como ya se ha indicado en el apartado I.1), parece lógico entender —frente a la duda que al
respecto se planteaba Cirot (1939b: 180)— que el término clásico es una adaptación culta del
epíteto vernáculo, la cual no se basa en una equivalencia semántica propiamente dicha, sino que
refleja más bien un proceso de recíproca influencia paronomástica entre latín y romance (acorde,
por lo demás, con una situación lingüística próxima a la que, matizando las opiniones de Banniard,
describe Lopetegui [1999: 21] para la Navarra medieval: «dos lenguas distintas para cumplir
diferentes funciones»).
III.2. Métrica y prosodia
Como ya hemos señalado, una de las mayores peculiaridades del Carmen Campidoctoris es la
configuración métrica que el poeta decide imponerse, la cual aparta su composición del canto épico
Ya que, según anota Servio a propósito de Aen. II 14, ductores sonantius est quam
duces, quod heroum exigit carmen. Por lo demás, las formaciones en -tor son muy
características de la literatura hímnica, como observan Manchón - Domínguez (1998:
622); sobre esta tendencia en Prudencio (en cuya obra se atestiguan hasta ocho hápax
en -tor), cf. Mariner (1999: 293).
11
No parece deseable la presencia de dos tónicas contiguas —primera y segunda
sílaba— en los versos 27, 70 y 79, aunque en el poema se observan casos de tónica
segunda (6, 90, 111, 114, 124).
12
5
convencional —es decir, hexamétrico— y lo aproxima al canto de encomio o «hímnico», en su
sentido más amplio (Wright 221). Del poema se conservan 32 estrofas completas de cuatro versos
cada una, «sáficas» en cuanto que cada una de ellas se compone de tres endecasílabos y un adónico
(cf. Norberg 1958: 77-78 y, sobre la evolución de este tipo de endecasílabo, Donnini 1995: 254-55).
Conviene recordar, a este respecto, que el ritmo sáfico no fue demasiado practicado en la
versificación latina de los siglos IX y XII, tampoco en el ámbito hispánico13, aunque no parece
haber sido tan excepcional en la literatura europea latinomedieval como algunos autores sugieren.
Así, Gwara sostiene que «by the eleventh century the sapphic form had fallen in desuetude» (1987:
197, n. 1), y, frente a la cronología propuesta por Smith para el Carmen, no duda en añadir que «by
the late twelfth century the verse form of the 'CC' had long been abandoned» (211). No es eso lo
que se desprende de un somero recorrido por las páginas de los clásicos manuales de Manitius y de
Raby, en los que se alude a un buen número de autores que practican este metro durante el periodo
medieval14. Especial interés ofrecen para nosotros, sin duda, las versificaciones de textos en prosa
Su estudio podría comenzar con Prudencio (Cathem. 8 y Perist. 4, con 20 y 50
estrofas respectivamente) y proseguir con Eugenio de Toledo (med. s. VII; cf., por
ejemplo, Fontán - Moure 1987: 161); acerca de los «himnos» y «ritmos» de Eulogio
de Córdoba (med. IX), cf. González Muñoz (1996: 26-30); a un poema en sáficas del
s. IX, de posible procedencia hispana y dedicado a Agobardo de Lyon, se refiere
Manitius (1911-1931: I 386, n. 6). Como «el tipo de versificación más común en los
himnos de la iglesia visigoda» describe este ritmo Martínez (1991: 49); algunos
ejemplos concretos recoge Amador (1861: 503-5, 518-19). Un himno a Santiago en
doce estrofas sáficas se incluye, por ejemplo, en el famoso Codex Calixtinus (s. XII;
cf. Manitius 1911-1931: III 989, Moralejo - Torres -Feo 1951: 592-94).
13
De época temprana (2ª m. VIII - 1ª m. IX), cabe recordar aquí los nombres de
Alcuino, Pablo el Diácono, Paulino de Aquilea (acerca de sus estrofas pseudo-sáficas,
cf. Norberg 1979: 51-58), Teodulfo de Orleans, Agobardo de Lyon, Walafrido
Estrabón, Jonás de Orleans o Wandalberto de Prüm; a las sáficas de Notker Bálbulo
(† 912) se refiere Klopsch (1980: 36). Parece advertirse un cierto receso en el s. X,
pese a testimonios como el de Flodoardo de Reims (autor de un poema sáfico en diez
estrofas sobre la contribución de Antioquía a la historia de la Iglesia; cf. Manitius
1911-1931: II 157) o Wulstan de Winchester. A este receso le sucede un cierto
florecimiento en el cultivo de tal forma literaria, durante los dos siglos siguientes; en
el siglo XI ha de situarse a autores como Teobaldo (Manitius 1911-1931: III 732),
Dudo de S. Quentin, Arnoldo de San Emmeram, S. Pedro Damián, Ademar de
Chabannes, Balderico de Bourgueil, Waifario y Alfano I de Salerno, Manfredo de
Magdeburgo, Fulberto de Chartres, o los del códice Sangall. 381 (Manitius 19111931: I 605-7); a caballo entre el XI y el XII escriben sus poemas Raginaldo de
Canterbury († post 1109), Marbodo de Rennes († 1123), Guiberto de Nogent (†
1124), Ruperto de Deutz († 1130), Pedro Abelardo († 1142) y Pedro el Venerable (†
14
6
que se realizaron en este tipo de ritmo, de las que también se documentan algunos ejemplos15; sobre
esta circunstancia ya llamó la atención el propio Curtius (1938: 170), en relación con nuestro
poema: «Hat nun der Dichter seine historischen Kenntnisse aus der Historia geschöpft? Dafür
spricht [...] der häufige Befund, dass historische Gedichte des lateinischen Mittelalters uns als
poetische Umgüsse einer Prosavorlage erkenntlich sind — so ist z. B. das Verhältnis des Poeta
Saxo zu Einhard».
Nicolau d'Olwer excluyó de su conocida edición de poemas ripollenses nuestro Carmen,
por estimar que éste no era originario de Ripoll, ya que su versificación sáfica —pese a hallarse
descrita en el manual de métrica usado en el monasterio, que era probablemente el De arte metrica
de Beda el Venerable (cf. I 18, con ejemplos de Paulino de Nola)16— constituía una excepción
demasiado llamativa en la producción de la mencionada escuela poética catalana. Según sus propias
y sentidas palabras (1915-1919: 15), «no la hi he inclosa perquè estic convençut que no fou
composta a Ripoll. És dolorós separar-se de l'opinió del mestre Milà i Fontanals, però cal
reconèixer que els arguments que esgrimeix per demostrar l'origen català de tal poesia no són prou
contundents, i expliquen només l'interès que a Ripoll podia haver-hi per copiar-la, en la qual cosa
tots estem perfectament d'acord. També té importància remarcar que en tota la producció ripollesa
dels segles X a XIII no he vist un sol cas d'estrofa sàfica, metre del poemet que ens ocupa».
1156, autor, por ejemplo, de un himno dedicado a celebrar los hechos admirables de
S. Benito, en nueve estrofas sáficas); entre la segunda mitad del XII y principios del
XIII escriben autores como Guido de Bazoches o Alain de Lille († 1203, autor de una
notable oda sáfica a la natura, recogida en su De planctu naturae).
Como el de Bertario de Montecassino (mediados del siglo IX), posible autor de una
oda sáfica a S. Benito —que Traube atribuía más bien a Alfano de Salerno— que
resulta ser una versificación de Gregorio Magno, Dial. [CC CLCLT 1713], 2, 1-38,
donde se recoge un diálogo entre Gregorio y Pedro, en que el primero adoctrina al
segundo, intercalando numerosos exempla hagiográficos (cf. Manitius 1911-1931: I
608-9); otro ejemplos son el de Otloh de San Emmeram (med. s. XI; autor de una
versificación de Mt. 2, 1-12 en 17 estrofas sáficas, con rima leonina; cf. ibid. II 8889) o el de Saxo el Gramático en sus Gesta Danorum († 1220; cf. ibid. III 505).
15
Dos manuscritos de esta obra de Beda († 735), procedentes de Ripoll y ambos del
siglo X, se hallan en el Archivo de la Corona de Aragón (ms. 49 —incompleto— y
ms. 106), según observó Nicolau d´Olwer (1915-191919: 3; cf. Rico 1994: 133,
Martínez 1991: 35). A nuestros efectos convendrá recordar, no obstante, que también
se ocupó de este tipo de ritmo, en un ámbito tan distinto como el toledano, Domingo
Gundisalvo en su De divisione philosophiae (s. XII), dado el frecuente uso del mismo
in eclesiasticis hymnis (Rico 1969: 21).
16
7
Según señaló Wright respecto al contenido del Carmen (221), podría considerarse como un
paralelo más o menos aproximado la oda De strage Normannorum del irlandés Sedulio Escoto
(med. s. IX; cf. Raby 1966: 195, Gwara 1987: 199, Higashi 1997: 179, n. 43), una obra que
probablemente era desconocida en Ripoll y cuyo parecido temático con nuestra composición sólo
puede considerarse, en realidad, relativo. Por lo demás, el tema épico no parece haber sido
predilecto en esta escuela poética catalana, en cuyos textos, pese al conocimiento de Virgilio, no
afloran los grandes nombres del ciclo troyano, y en la que se prestó mayor atención a la lírica latina
(ausente, sin embargo, en la tradición literaria de la España occidental del XII, frente a la
«continuidad» experimentada en tierras catalanas, según observó Rico [1969: 88-89]). Al margen
ya del inconveniente métrico, cabe señalar también cómo el lenguaje poético empleado en Ripoll
—en la medida en que hoy nos resulta conocido— y el que exhibe nuestro Carmen son en gran
medida diversos, y reflejan intereses literarios que, aparentemente al menos, tienen muy poco en
común.
El versificador de nuestro poema no practica el ritmo cuantitativo (reservado durante la Edad
Media para los poetas más hábiles y eruditos 17 ), sino que, pese a denominar carmen a su
composición, practica en realidad el mero rhythmus (rithmus en la grafía medieval más corriente),
basado en el recuento de sílabas (numero syllabarum), como en el caso de los carmina uulgarium
poetarum (según observó Beda, De arte metrica, 24 [CC SL 123A], p. 138, lín. 12-13)18. La afición
hacia estos ejercicios versificatorios variaba, dentro del ámbito clerical, según las órdenes. Es
conocido el gusto cluniacense por el ejercicio de la composición métrica, frente a lo que ocurría en
congregaciones como la del Císter, reluctante hacia los poetica figmenta (cf. Munk 1995b: 95-96,
quien recuerda cómo Nicolás de Claraval advertía al respecto: nos nihil recipimus quod meretricis
[i. e. metricis] legibus coercetur, y cómo en 1199 se prohibía a los monjes de esta última orden la
confección de rythmi: monachi qui rythmos fecerint, ad domos alias mittantur; cf., asimismo,
Paden 1980).
Raby recuerda cómo Bernardo de Claraval († 1153) usó los versos sáficos en un
himno a S. Víctor, pero metri negligens, ut sensui non deessem (cf. 1966 : 32 y 1967 :
I 302, n. 1). En general, cf. Norberg (1958: 92-94 )y, en relación con nuestro Carmen,
Higashi (1997: 180-82).
17
Inspirándose, en este caso, en el Ars Palaemonis de metrica institutione (s. IV),
donde se habla propiamente de cantica poetarum uulgarium (cf. Gramm. Lat. VI 206,
9-10 Keil). Sobre el concepto medieval de rithmus (modulatio en latín, según Beda,
De orthogr. [CC SL 123A], p. 47, lín. 996, donde se alude igualmente al calco griego
rhythmizo), en general, cf. Klopsch (1972: 27-38), Castro (1997: 93, 97, 99). Como
primer ejemplo de poesía rítmica suele considerarse el salmo abecedario Contra
partem Donati de S. Agustín (cf. Norberg 1958: 29 y 92).
18
8
Según observaron Fontán - Moure (1987: 345, n. 1), el verso 17 (eia, letando, populi caterue)
es el único «que, casualmente, podría considerarse “correcto” cuantitativamente», es decir, el único
que responde al esquema propio del endecasílabo sáfico grecolatino (lklu lkkl kll). Seguramente se
trata, en efecto, de una mera casualidad. De buscar otra explicación, sólo cabe —como pura
hipótesis— que se tratase de un primer ensayo de nuestro poeta (es decir, del primer verso que
compuso), deseoso de iniciar su poema con un apóstrofe dirigido al imaginario auditorio y con el
típico eia exclamativo inicial, y que luego desistiera de su empeño ante la dificultad que la
escansión cuantitativa representaba para él.
Pese al ascendiente clásico de la versificación sáfica (representada en el caso romano por
Horacio, fundamentalmente19), los versos del Carmen están inspirados con toda probabilidad en los
poetas cristianos, tanto tardíos como medievales. Por lo demás, el poeta parece plenamente
consciente de su oficio, como bien reflejan —pese a su carácter tópico y convencional— los versos
15-16 del poema (rithmice tamen dabo uentis uela / pauidus nauta), en los que se declara
«medroso» practicante de la rhythmica (sc. ars). Este término ya era de honda raigambre en la
tradición métrica, como una de las partes de la «música» (junto a la harmonica y la metrica)20, y
también aflora a veces en las letras hispánicas21. A menudo se contraponía al concepto de metrica,
Según señalaba Luque (1978: 13-14, 154, 167), el verso acentual reproduce en
última instancia la estructura silábica, verbal y acentual del modelo cuantitativo, que
ofrecía ya una serie de tendencias que se mantuvieron y afianzaron en época
medieval: cuarta sílaba larga, cesura en quinta, tendencia clara a que el acento
adquiera relevancia rítmica, etc. Sobre los sáficos en general y su recreación
medieval, cf. Norberg (1958: 94-98), Klopsch (1972: 93-99), Avalle (1992: 391-476),
Marcos Casquero - Oroz Reta (1995: I 3-28).
19
Cf., por ejemplo, Casiodoro († 580), Expos. psalm. [CC SL 98], ps. 80, p. 750, líns.
101-102, De artibus et discipl. liberal. litterar., cap. 5 [PL LXX 1209], Odón de
Cluny († 942), Opusc. de mus. [PL CXXXIII 793].
20
S. Isidoro de Sevilla († 636), Etym. III 18, 1, III 19, 1 (At omnem sonum, qui
materies cantilenarum est, triformem constat esse natura. Prima est harmonica, quae
ex vocum cantibus constat. Secunda organica, quae ex flatu consistit. Tertia
rhythmica, quae pulsu digitorum numeros recipit) y III 22, 1, S. Julián de Toledo (†
690), Epist. ad Modoen. [CC SL 115], p. 259, 1 (aut metricis dictis proprias pandat
iure camenas et rithmis uti, quod plebegis est solitum, ex toto refugiat) y 2, estrofas
2-3 (al respecto cf. Wright 1989: 154, 396-97), Álbaro de Córdoba († 860), Indic.
lumin., 35 [ed. Gil 1973b: I 315] (ita ut metrice eruditiori ab ipsis gentibus carmine
et sublimiori pulchritudine finales clausulas unius littere coartatione decorent, et
iuxta quod lingue ipsius requirit idioma, que omnes uocales apices commata claudit
et cola, rithmice, immo ut ipsis conpetit, metrice uniuersi alfabeti littere per uarias
21
9
tanto en época tardoantigua 22 como en la medieval 23 . En nuestro Carmen simplemente parece
designar el ejercicio de una versificación de carácter silábico. Como ya hemos sugerido, es
verosímil que, para nuestro autor, fuera la rhythmica el único procedimiento versificatorio familiar.
Desde el punto de vista acentual, el ritmo se marca con carácter fijo —en el caso de los
endecasílabos— sobre las sílabas cuarta y décima (Wright 1982: 340), y tiende a ser así también
sobre la primera (Cirot 1931b: 249, Higashi 1995: 33), aunque el acento no recae de manera
sistemática sobre esta sílaba, como parecen demostrar en principio los versos 21, 49, 62, 63 y 97.
Se observa, asimismo, cierta tendencia a regularizar la disposición de los acentos secundarios,
sobre sexta o sobre octava, y a veces sobre séptima24. En el caso de los adónicos —con acentos
normales sobre primera y cuarta— cabe considerar anómalos los versos 36 (cohortis dare) y 124
(plus ceruo sallit), con aparente acento antirrítmico en segunda, si bien en el primer caso no habría
de descartarse una posible influencia de la prosodia hispana («cort», «corte») y en el segundo es
probable que plús-ceruo constituyese grupo fónico.
dictiones plurimas uariantes uno fine constringuntur uel simili apice; cf. Klopsch
1972: 42, n. 45, González Muñoz 1996: 30, n. 66). Sobre la tradición rítmica hispana,
en general, cf. Wright (1989: 108-18, 264-81, 370-73).
Cf., por ejemplo, S. Agustín, De mus., 6 [PL XXXII 1182] (si ergo quaeramus
artem istam rhythmicam uel metricam, qua utuntur qui uersus faciunt, putasne
habere aliquos numeros, secundum quos fabricant uersus?), Beda, De arte metrica
[CC SL 123A], 25, pp. 140-141, líns. 22-25 (et apud nos historia beati Iob, quamuis
haec in sua lingua non tota poetico, sed partim rethorico, partim sit metrico uel
rithmico scripta sermone).
22
Cf. Odón de Cluny († 942), Serm., 4 [PL CXXXIII 730] (omnis qui de illo et
prosaice et metrice, siue etiam rhythmice scripserunt, et sancti et periti fuisse),
Remigio de Auxerre († 908), De mus. [PL CXXXI 936] (hoc interest inter rhythmum
et metrum, quod rhythmus est sola uerborum consonantia, sine ullo certo numero et
fine, et in infinitum funditur nulla lege constrictus, nullis certis pedibus compositus:
metrum autem pedibus propriis certisque finibus ordinatur: minimum autem metrum
est, quod constat pede et semipede, et res est per ordinem usque ad octo pedes:
octonarium autem numerum non transgreditur), Epist. Guiberti [CC CM 66], 54, lín.
477 (sed quoniam illud rithmice digestum est, et ideo minus libenter a quibusdam
legitur, opere pretium duco istud plana et aperta prosa, id est nullo metro uel rithmo
ligata, conscribere, ne alicuius difficultatis legentem scrupulus offendat, sed magis
breuitas et planities ipsa uos uel quoslibet ad legendum inuitet et delectet).
23
Dejando al margen los posibles casos de «mot métrique» (cf. Norberg 1958: 20-28,
1985: 38-53), destacaríamos los versos 11, 14, 18, 21, 26, 34, 39, 41, 42, 53, 61, 63,
69, 70, 85, 103, 105, 109, 119 y 125, lo cual aproxima la cifra al 15 por ciento de los
versos conservados.
24
10
Los versos del poema ofrecen siempre un final paroxítono, incluido probablemente el verso 9,
cuyo retexére final (frente al retéxe±re clásico), con ritmo marcado en décima, podría haber sufrido
un desplazamiento acentual, explicable desde la prosodia general de la época pero que también
podría considerarse como un pequeño e interesante indicio de la procedencia hispana del poeta.
Según observó Norberg (1985: 9) «en Espagne, les infinitifs en -e—re ont remplacé tous les
infinitifs en -e±re» (cf., asimismo, 1958: 15-16, Stotz 1996: 128-30). El verbo en cuestión no
pertenece al vocabulario más usual, y es muchísimo menos frecuente, en cualquier caso, que
cápere, correctamente acentuado en el verso 11 (frente a lo que ocurre a menudo en versos de
procedencia hispana, en los que —por asociación con el esp. «caber»— el ritmo exige capére);
también la acentuación de mítere, en el v. 100, es la esperada. En el caso del v. 120 (giro circinni),
el poeta parece considerar como larga —según refleja además la grafía consonántica geminada— la
segunda sílaba de circinus, frente a la prosodia clásica.
Los versos del Carmen presentan cesura tras la quinta sílaba, con la posible excepción del
verso 74 (illi parat mortem nisi sit cautus), como observó Du Méril (311, n. 3: «la seule ligne qui
manque de césure après la cinquième syllabe») y asimismo Wright (243, n. 7), quien apunta —
mediante una explicación un tanto sofisticada— cómo «perhaps it is intended to be read aloud in
such a way as to stress Alfonso's heavy-handed wrath». Este verso ofrece, además, otra excepción,
al carecer de acento sobre la cuarta sílaba. Una posible explicación para este caso —aunque quizá
no muy verosímil— pasaría por considerar parat como una forma contracta del perfecto (similar a
las atestiguadas, por ejemplo, en Lucrecio I 70: irritat, o VI 587: disturbat), una particularidad que,
según recuerda Leumann, era bien conocida en los ámbitos escolares (1928: 601: «Dazu schreibt
Prisc. II 130, 1 Endakzent vor für perf. [...] fu#
ma#
t (Verg. Aen. 3, 3); diese Akzentuation perf. audít
cupít fumát [...] ist sicher von Grammatikern differentiae causa für Dichterinterpretation in der
Schule festgelegt»). En cualquier caso, no puede excluirse la posibilidad de un fallo métrico por
parte del poeta (que da muestra a veces de cierta prisa —v. 46— y de laxitud en su versificación) o
incluso la existencia de una corrupción textual en el verso.
Los versos del Carmen presentan además asonancia u homeoteleuto final en el seno de cada
estrofa, lo cual constituye una verdadera rareza en este tipo de versificación25. Conviene subrayar,
Hacia un posible reflejo de la rima árabe apuntaba Marcos Marín (1985: 10), lo
cual parece poco o nada sostenible (sobre la influencia semítica sobre la rima, en
general, cf. Klopsch 1972: 39, 42, n. 45, con atención al testimonio de Álbaro de
Córdoba antes mencionado). Por otra parte, la búsqueda de similicadencias rítmicas
es característica de los textos litúrgicos mozárabes (Díaz y Díaz 1965: 83), e influye
incluso en la prosa, como, para el caso de la HR (cf., por ejemplo, HR 15, 18-19:
noluerunt... desinierunt), observaron Amador (318, n. 1) y Bonilla (178, n. 1), entre
otros.
25
11
según ha observado Wright (220-21), que de los 19 himnos en estrofas sáficas que se contienen en
el repertorio mozárabe conservado, ninguno ofrece tal peculiaridad26. No obstante, la asonancia es
un recurso habitual en otros tipos de versificación practicados en la época27. De acuerdo con la
convención propuesta por D’Angelo (1992: 68), cabría hablar de «asonancia» cuando dos sílabas
finales de palabra presentan la misma vocal (auis / uenit) y de «rima» cuando también hay
coincidencia en la consonante que sigue a la vocal (deos / uiros). En el caso del Carmen, se
observaría «rima» en las estrofas 6-8, 10-11, 13-16, 18-20, 22-23, 25-26, 28 y 31. En la estrofa
octava se observa el único caso de rima que afecta plenamente a dos sílabas (-turus), quizá con
cierta intencionalidad estilística por parte del autor, también perceptible en el homeoarcto de los
versos 61-63 (o-); un cierto énfasis podría señalarse asimismo en 101-104 (-ent) y en 109-112 (tam). En las demás estrofas se observa una mera coincidencia en la vocal final (1-5, 9, 12, 17, 21,
24, 27, 29 y 3028), lo cual apenas tenía, a buen seguro, una repercusión sonora perceptible, como
bien señalaba Menéndez Pelayo a propósito de este recurso en general (1890-1908: I 106 y 109).
No se documenta ningún caso de «asonancia» en el sentido antes apuntado29. En los versos 57
(quibus auditis susurronum dictis), 73 (nimis iratus iungit equitatus) y 109 (accipit hastam mirifice
factam) se observan marcadas rimas internas.
Por lo demás, la prosodia que ofrece el poema es la que cabía esperar en la época. En
consonancia con el abandono sistemático del criterio cuantitativo, se desatiende el comportamiento
propio de la métrica clásica frente al encuentro de vocales (ya sea por elisión o por sinalefa) y no
Tampoco el de S. Cucufate (s. VII), según apunta Wright (244, n. 10, frente a lo
que sostenía Cirot 1931a: 146). Sobre la historia de la rima en la literatura grecolatina
y la estrecha vinculación de este procedimiento con la poesía hímnica, en general, cf.
Norden (1958 : II 810-908, esp. 841-67); para una síntesis acerca del fenómeno —
que comienza a apreciarse como procedimiento deliberado con Sedulio (s. V)— en la
versificación medieval, cf. Klopsch (1972: 38-49) y, para el caso hispánico, Amador
(303-60).
26
Así, por ejemplo, el Carmen canorum, de c. 1099 (ed. Nicolau d´Olwer, nº 50),
presenta estrofas de tres versos asonantados, al igual que los versos laudatorios en
honor de Ramón Berenguer IV (1139; cf. Amador 347).
27
Es decir, «a» y «e» (e/ae); el timbre «o» —menos frecuente en general, dadas las
características morfológicas de la flexión latina— sólo aparece en dos de las estrofas
conservadas: 29 y 32.
28
El único poema de época carolingia escrito en estrofas sáficas y con rima (ante la
cesura y a final de verso) es, según señala Wright (221), la Oratio Metrica III de
Godescalco (Gottschalk, † 869; cf. Manitius 1911-1931: I 568-74, esp. 571-72,
Norberg 1958: 41-42, Klopsch 1972: 42).
29
12
parece repugnar el hiato (19, 21, 47, 50, 97, 103). El comportamiento del texto conservado respecto
a los diptongos ae y oe, representados generalmente mediante las monoptongaciones resultantes de
su pronunciación fonética30 (aunque con excepciones propias de un codex diphthongatus: vv. 2:
Eneae, 3: poaete, 93: Barchinonae, y 97: Cesaraugustae; en los dos últimos casos mediante el
empleo de e caudata, acerca de la cual cf. Norberg 1980 [1968]: 51, Bischoff 1990: 122) y la total
ausencia de sinicesis son rasgos que reflejan el uso del sistema gráfico carolingio, implantado en
Cataluña en el siglo IX (Wright 220, Conti 1984: 416, Figueras 30) y que se fue extendiendo
paulatinamente por la península (en Castilla a finales del siglo XI). Basándose en ello, Wright
(1982: 225) insiste en el hecho de que el autor practica el latín europeo reformado (lo cual sugiere
una cronología tardía, como la que proponemos, y, caso de postularse para el poema una datación
temprana, parece alejar la posibilidad de que su autor fuese un mozárabe).
El poema se reproduce en el manuscrito a renglón seguido, pero el copista —o su
predecesor en la copia— sabía de su carácter versal, como denota el hecho de que cada estrofa
comience con una capital inicial, así como el punto que aparece al final de la mayoría de los versos
(Wright 218, Marcos Marín 1985: 10)31. No obstante, cabe imaginar que el original del Carmen
ofreciese una disposición versal, quizá incluso con el característico sangrado de los adónicos
(dispuestos ejn eijsqevsei), como todavía podía observarse por entonces en los manuscritos
de los grandes clásicos latinos (por ejemplo en los horacianos; cf. Questa 1996: 332, 341).
III.3. Lengua y estilo
El estudio de la lengua del poema no permite extraer datos decisivos para determinar su
datación concreta o la posible procedencia de su autor, el cual, aun siendo culto, no evidencia en
ningún momento una erudición literaria sobresaliente o una especial destreza versificatoria. Ya Du
Méril destacaba la «simplicité de son style», la cual refleja, según este erudito, un «esprit naïf et
vraiment historique» (286), opinión a la que opondrá Curtius —para irritación del maestro
Menéndez Pidal— su convicción de que el Carmen sólo es un «Produkt der Klostertradition»
(1938: 171)32.
De hecho, en los versos 2, 17, 33, 35, 48 y 93-95 riman el sonido vocálico e y el del
diptongo ae.
30
Este signo también parece emplearse a veces en la copia del poema para señalar la
distinctio entre palabras.
31
La polémica entre Curtius y Menéndez Pidal, siempre más agria por parte del
erudito español, se produjo en el marco de una notable confrontación metodológica
—e ideológica, en el fondo— entre dos maneras casi antitéticas de concebir la
historia literaria y sus procesos de creación, como queda de manifiesto en las
32
13
Tampoco se observan rasgos de estilo que permitan caracterizar de una manera precisa al
autor, cuya lengua exhibe, como cabía esperar, los rasgos propios de un latín medieval. Así lo
refleja, por ejemplo, el uso perifrástico de cepere (coepere) seguido de infinitivo (10, 45, 47), el
empleo de construcciones como misit debellandum (78) o fecerat limatam (111), del quod
consecutivo en el v. 35 y del completivo en los vv. 70 y 75, o la laxa sintaxis de una secuencia
como la que se recoge en el verso 91 (alios fugans aliosque cepit). Se advierte en él una cierta
tendencia a la repetición léxica entre versos muy próximos entre sí (subire en 34 y 39, coepere en
45 y 47, malum en 50 y 55, timens en 59 y 60 [causa timoris], parare en 71 y 74, castra en 83 y 92,
faber en 107 y 119, equus en 121 y 125). En cuanto a su selección léxica, baste indicar que, carente
de cualquier refinamiento lírico (pese a lo que el metro adoptado parecería exigir), se halla muy
próxima en ocasiones al registro propio de la prosa (y en especial de la cronística), como se
observa, por ejemplo, en el empleo de fórmulas explicativas con el verbo uocare (vv. 83 y 98), en
el uso del término aurei (123) o del de prenotatus (78) —de significado similar al de predictus,
supradictus, prefatus y similares—, en el de una fórmula de transición como post cuius necem (41)
o de ablativos absolutos como illo nolente (37) o quibus auditis susurronum dictis (57). En este
sentido, el deliberado engaste de términos más o menos «poéticos» como uillescant (6), caterue
(17), freti (19), ortus (21), ense (32), principatum (35), cohortis (36), necem (41), equitatus (73),
romphea (107), fabrefacta (107) o electri (119) —y quizá el del propio epíteto Campidoctor— no
deja de corroborar la norma «cultista» que acabamos de señalar. También el tono «clasicista» de su
toponimia en general y el empleo de gentilicios como Agaricus (70) o Madianita (94) confirman
claramente esta tendencia.
En lo puramente sintáctico se observan casos notables de encabalgamiento (7-8, 103-104) y
de hipérbaton, como en el llamativo caso del v. 46 (ceteros plusquam), debido muy probablemente
a razones métricas, ya que un plus quam ceteros no habría encajado en el esquema acentual; lo
forzado del procedimiento, por otra parte, puede considerarse como un indicio del pobre acabado
del poema y de su quizá presuroso ritmo de elaboración. Cabría advertir un cierto gusto por la
aliteración, siempre muy tenue en cualquier caso33, a excepción quizá del verso 61 (omnem amorem
in iram conuertit). Un caso de paralelismo sintáctico se advierte en los versos 123-124 (plus uento
reflexiones pidalianas (cf., por ejemplo, 1992: 125) sobre la polémica entre
«tradicionalistas» y «antitradicionalistas» (o, más bien, defensores de la existencia
paralela de una tradición culta o «libresca», impregnada de «lo popular» y no menos
fértil a su vez). Sobre el ideario de fondo del sabio alemán —víctima de más de una
incomprensión— cf. ahora Rubio Tovar (1999), y, sobre la disputa en torno al
concepto de «tópico literario», considerado con frecuencia entre la crítica de
mediados de siglo como signo estático de la tradición, Escobar (2000, en prensa).
Cf. Conti (1984: 417) (c- en 10-11 y 45-48, pri- en 35, t- en 53, f- en 111; ejemplos
a los que cabría añadir quizá el que ofrece el verso 108: manu magistra).
33
14
currit, / plus ceruo sallit) y un deliberado intento de uariatio en el uso de los términos bellum (25),
pugna (81) y prelium (89), así como en la sustitución de mortem (v. 39) por necem en el verso 41.
III.4. La cuestión del género
Pese a su vago colorido épico (como una forma de «micro-epopeya» consideraban el
Carmen von Richthofen 1989: 18 y Gwara 1987: 200), sugerido por el hecho de que el protagonista
de la obra es un heroico guerrero, la forma métrica elegida por el poeta y la característica dispositio
que ofrece su composición aproximan el poema al himno tradicional (Wright 221-22)34 y, más
concretamente, al panegírico, de muy larga tradición en la literatura latina. Beer puso en relación
nuestro Carmen con la elegía en memoria del conde Ramón Borrell († 1018) que se halla en el
Parisinus Latinus 5941 (1909-1910: 303, Nicolau d'Olwer 1915-1919: 27), procedente de Ripoll y
que comienza: Ad carmen populi flebile cuncti35 / aures nunc animo ferte benigno [...] En el poema
cidiano se observaría, según este autor, «lo trànsit del panegyricus a la poesía matisada de èpica».
También Curtius señaló el parecido existente entre el tono de ambas composiciones (1938: 170),
considerando el Carmen —también a fin de reafirmar su datación tardía— como el encomio de un
personaje ya fallecido, en la línea tradicional de las producciones de Ripoll (cf. ibid. 171, Bofarull
1836: I 217).
En realidad, todo parece indicar que nos encontramos ante un panegírico propiamente dicho
(Deyermond 1995: 141), ya fuera escrito poco antes de la muerte del héroe o, según nos parece más
verosímil, después de producirse ésta, en plena corriente cidófila de la segunda mitad o finales del
siglo XII. El género del panegírico ya fue someramente descrito por Curtius (1955: 224-31, esp.
227), quien adujo al respecto la definición de Emporio (s. V; cf. C. Halm, Rhetores Latini minores,
p. 657, Bickel 1982 : 410): Laudatur aliquis ex his quae sunt ante ipsum, quae in ipso quaeque post
ipsum. Ante ipsum, ut genus et patria...; in ipso, ut nomen, ut educatio, ut institutio, ut corporis
species, ut ordo factorum; post eum, ut ipse exitus uitae, ut existimatio mortuum consecuta (cabe
comparar en este sentido, aparte de Quintiliano III 7, 10-18, el testimonio de S. Isidoro, Etym. II 4,
esp. II 4, 5, a propósito de laus y uituperatio, las dos partes del dictum demonstratiuum: laudis ordo
Y en especial al himno litúrgico, según Cirot (1931a: 145, 147 y 148, n. 13). Sobre
la posible influencia en el Carmen de un género biográfico como el que representa la
Vita Vergilii de Focas —precedida en el codex unicus que la transmite (Par. Lat.
8093, s. IX) de una invocación a la musa Clío en seis estrofas sáficas—, cf. Higashi
(1997: 182-88), quien señala una serie de coincidencias con nuestro poema —léxicas
sobre todo— poco concluyentes, en nuestra opinión, para sostener la hipótesis de una
relación más o menos directa.
34
La expresión flebile carmen se halla también, por ejemplo, en el Epitameron
propriae necessitudinis de Valerio del Bierzo, v. 1 (cf. Díaz y Díaz 1958: 105).
35
15
tribus temporibus distinguitur: ante ipsum, in ipsum, post ipsum). Como se sabe, este esquema
retórico fue empleado con frecuencia dentro del género hagiográfico cristiano, sobre todo en las
llamadas «vidas de santos». En cualquier caso, conviene destacar que la voluntad de nuestro poeta
parece haber sido la de concentrarse propiamente en las guerras protagonizadas por el héroe
(principis bella), según proclama su programático verso 8 (el cual alude a lo que constituye el
verdadero hilo conductor del poema, que es la relación de las lides campales propiamente dichas
protagonizadas por Rodrigo, como hemos indicado en I.1), y no tanto la de referir la uita de éste in
extenso. Cabe señalar a este respecto que la Vita Karoli de Eginhardo (c. 833) —obra que ofrece
ciertos paralelos con el contenido de nuestro poema— puede considerarse como «la primera
biografía laica de la latinidad medieval» (A. de Riquer 1999: 20), y que no en vano era bien
conocida tanto en el este (Ripoll: cf. Mundó 1988: 100), como en el oeste peninsular (según
demuestra su uso sistemático por parte del —nada francófilo, por cierto— autor de la Silense: cf.
Viñayo 1988: 223 y 226, Gil 1995: 12). Convendrá observar, asimismo, que los tópicos empleados
por el poeta —certeramente identificados por Curtius— se corresponden de manera rigurosa con
los característicos del panegírico.
Por otra parte, no es fácil dictaminar si el Carmen Campidoctoris —según denomina el poeta
su composición en el verso 18— fue concebido para el canto36, si se compuso para la recitación
(con el fin de amenizar la velada de un círculo cortesano de nobles y guerreros, como imaginaba
Menéndez Pidal [1992: 98] a propósito de los cantares de gesta en general) o tan sólo para la
lectura (como sugiere desde luego la inclusión del largo proemio —versos 1-20— que
«protagoniza» el poeta y que no puede considerarse, a nuestro juicio, como un «añadido posterior»
a la composición, según sugiere Higashi 1996: n. 8). Algunos autores han estimado que se
ejecutaría mediante el canto (a una especie de «cantilène» se refería Cirot (1931a: 145, 148; cf.
Wright 1982: 345, Gwara 1987: 199), propuesta que, a la vista sobre todo del contenido del poema
y de su factura literaria, nos parece muy poco verosímil, aun si tal ejecución se produjese «sólo en
un círculo muy restringido, dada su naturaleza eminentemente culta» (Martínez 1975: 355). Hacia
una consideración similar parece inclinarse Gil (1995: 77): «Evidentemente, el poema está escrito
para ser leído por un círculo reducido de personas, el que constituían los partidarios del
Campeador; es de suponer, por tanto, que en torno al Cid se había formado ya una especie de corte
durante su primera estancia en Zaragoza, en la que se hacían necesarias estas jubilosas
manifestaciones de adhesión que, de paso, hacían las veces de activa propaganda». En nuestra
Como fue el caso, por ejemplo, del planctus por Ramón Berenguer IV [† 1162],
según invita a pensar la anotación musical que acompaña a la primera estrofa (cf.
Nicolau d´Olwer 1915-1919: 36); al recitado de sáficas redactadas por Teodulfo en
honor de Carlomagno se refiere Manitius (1911-1931: I 538, n. 2); por su parte,
Higashi (1997: 179, n. 44) alude a la ejecución musical de odas de Horacio, durante
el siglo X, sobre el modelo del Ut queant laxis.
36
16
opinión, el Carmen hubo de componerse para la lectura, y ésta pudo producirse en un ámbito
cortesano, pero que ya no podía coincidir —por las consideraciones acerca de cronología y autoría
antes apuntadas— con el que rodeaba al héroe en vida.
También se ha planteado la hipótesis de que podría tratarse de la reelaboración latina y culta
de un «canto noticiero» popular (Milá y Fontanals 1874: 228, n. 2). Tal idea fue sostenida con
entusiasmo por Menéndez Pidal (1992: 123, 126), quien reconocía, no obstante, que el autor del
Carmen tan sólo pretendía así en realidad «remedar» el estilo juglaresco (ibid. 125, así como
Menéndez Pidal 571, aducido por Cirot 1931a: 148, n. 12). Como «canto noticiero» lo ha definido
también, más recientemente, Martínez (1975: 387, n. 57), quien extiende esta denominación a la
Historia Roderici y a la Chronica Naierensis (aspecto del que ya nos hemos ocupado). No obstante,
creemos que el Carmen ha de entenderse como una «creación individual» (Barceló 1965: 52),
escrita para entretener a un público fundamentalmente lector y que conocía de antemano la historia
(Wright 240), capaz de apreciar y de entender la poesía en latín y más concretamente el género
panegírico; una pieza redactada, en suma, para los miembros de la más o menos selecta respublica
clericorum (Rico 1969: 15-16), y quizá vinculada de uno u otro modo a la transmisión —incluso
material— del que parece su modelo, la Historia Roderici.
Y es que también el problema que plantean las fuentes del Carmen incide en cierto modo en
la cuestión genérica. En realidad, aun si damos por probada la anterioridad cronológica de la
Historia Roderici y la posibilidad de que el autor de nuestro poema se inspirase en ella, no
estaríamos ante un caso de «versificación» propiamente dicha, tal y como la muestran los cánones
europeos del género (cf. Donnini 1995: 242-43, a propósito de los Gesta Caroli Magni metrica, de
c. 888-891, y de los Gesta Apollonii). La selección realizada por el anónimo versificador del poema
es tan intensa que cabría, ciertamente, referirse a la «influencia» ejercida por la mencionada crónica
latina, pero en ningún caso presentarla como el modelo objeto de «versificación». En principio, el
poema podría responder incluso a un mero ejercicio de tipo escolar, comparable a otros más o
menos coetáneos y que se hallan bien documentados37; no obstante, el Carmen tampoco parece
responder fielmente a este esquema, dado que su contenido trasciende sin duda el puro interés
didáctico y confiere a la composición un carácter muy distinto del que suelen ofrecer tales
exercitationes medievales.
III.5. Estructura del poema
Cf. Martínez (1991: 28), a propósito del llamado Fragmento de La Haya, donde
parece darse el caso inverso, es decir, la prosificación escolar de un poema
hexamétrico.
37
17
Según la distribución propuesta por Curtius (1938: 166), cabe distinguir en el Carmen
Campidoctoris las siguientes secciones, que responderían a un esquema básico —el del basiliko;"
lovgo"— común en la poesía medieval (ibid. 167)38:
I. Proemio (versos 1-20):
1. Introducción (1-16)
2. Apóstrofe al pueblo (17-20)
II. Laudatio del Cid (21-40)
1. Noble origen del héroe (21-24)
2. Hazañas de juventud (25-40)
III. Destierro del Cid (41-68)
IV. Combate contra García Ordóñez (69-88)
V. Combate contra el conde de Barcelona (89 y siguientes)
1. Causas (89-104)
2. Armas del Cid (105-128)
3. [Disposición para la batalla...]
Según ha observado Higashi (1996: 92), las batallas se describen en el poema de idéntica
manera: al ordinal correspondiente (vv. 25 y 81, en el caso de los episodios conservados en su
integridad) le sucede la narración del combate, prestándose especial atención a la obtención del
triunfo (26 y 79-82); se concluye aludiendo a la fama y nombradía conseguidas (27-28 y 85-88; en
general, cf. asimismo Horrent 1973: 111).
Desde el punto de vista estructural destaca en el poema, como ya hemos indicado, la gran
extensión del proemio (I), así como la atención dispensada en el poema a la descriptio armorum (V
2), que también se extiende considerablemente y que precede —cabe imaginar— a lo que pudo ser
una oración del Cid, ya se pronunciase ésta en estilo directo o indirecto (como se señala en el
comentario, a propósito del verso 129). Ambas secciones pueden considerarse de carácter
esencialmente retórico. La segunda de ellas parece emplazarse hacia la mitad aproximada de lo que
pudo ser el poema originario, lo cual sugiere la existencia de un final extenso y detallado en torno a
Acerca de la distribución del contenido en el poema puede consultarse asimismo
Smith (1986: 109-11).
38
18
la toma de Almenar, o bien que el poema contenía el relato de más episodios militares del héroe
(acaso dos más, en virtud de una elemental simetría compositiva).
III.6. Reminiscencias literarias
Como ya hemos señalado, el autor del Carmen refleja conocimientos literarios propios de una
formación culta, bien destacada por Curtius, quien reparó con acierto en la significativa y nutrida
presencia de tópicos de carácter retórico en el poema, sobre todo en su parte inicial (proemio de los
versos 1-20); se trataría de «a series of rhetorical topoi, pretentious and savoring of the schoolroom,
but spirited and convincing» según la observación de Smith (1986: 109). Entre tales tópicos se
incluyen clichés tan conocidos como el de la oposición entre «les anciens et les modernes» (el autor
conoce y «podría referir» antiguos episodios paganos, pero le interesa más —de acuerdo con una
conocida fórmula de priamel o sobrepujamiento [Curtius 1955: 238]— silenciar esa uilescens
uetustas para cantar la actualidad de los noua bella 39 ), o, dentro del tópico de la paruitas
característico del exordio (como procedimiento de la captatio beneuolentiae40), el de apelar a la
dificultad que representa abarcar un tema tan extenso (vv. 9-12), máxime cuando sólo es un
Acerca de este tópico, desde Homero (Od. I 325-327) y Virgilio (Georg. III 4) o
Tácito (Ann. II 88: dum uetera extollimus recentium incuriosi), pasando por II Corint.
5, 17 (si qua ergo in Christo noua creatura, uetera transierunt: ecce facta sunt omnia
noua), cf. Curtius (1938: 164-65), (1955: 239-40), donde se remite a Regino de Prüm
(† 915), Chron., pról. [PL CXXXII 15-16] (indignum etenim mihi uisum est, ut cum
Hebraeorum, Graecorum et Romanorum, aliarumque gentium historiographi res in
diebus suis gesta scriptis usque ad nostram notitiam transmiserint, de nostris,
quanquam longe inferioribus, temporibus ita perpetuum silentium sit [...] Hac itaque
de causa non passus sum tempora patrum nostrorum et nostra per omnia intacta
praeterire, sed ex multis pauca notare curaui [...] Accipite ergo hoc paruum
munusculum ea benignitate qua deuotione missum est a mea paruitate) y a Guiberto
de Nogent († 1121), Gesta Dei per Francos siue Hist. Hierosolym., I 1 [PL CLVI
683] (ut modernorum facta uituperent, praeterita saecula sustollant [...]
Praedicantur merito pro hominum nouitate priscis acta temporibus, sed multo iustius
efferri digna sunt quae, mundo prolabente in senium, peraguntur utiliter a rudibus).
Un bonito ejemplo aparece también en el prefacio de la Vita Karoli, obra de
Eginhardo († 840; cf. A. de Riquer 1999: 55-56, n. 9, quien justamente señala en el
pasaje la presencia del tópico de la «alabanza del tiempo presente»).
39
Como ejemplo de «antitópico» —incluso desde el punto de vista de la dispositio—
cabría destacar, por ejemplo, Horacio, Carm. III 25, 17-18 (nil paruum aut humili
modo, nil mortale loquar).
40
19
pauidus nauta quien se adentra en el proceloso mar de la creación poética (16) 41 . Entre tales
recursos tópicos podría contarse, asimismo, el empleo de lexicalizaciones como e pluribus pauca
(14), fórmulas retóricas como audite (18) o cuncti uenite (20), etc. No puede dudarse del carácter
convencional de semejantes expedientes literarios, los cuales acreditan al autor como poeta
litteratus y convierten este pequeño rithmus en un verdadero repertorio de tópicos, si bien tampoco
cabe utilizar este argumento —como denunció Menéndez Pidal— para intentar defender el carácter
puramente «libresco» del Carmen y mermar su valor como testimonio histórico, en el que se hallan
recogidas una serie de circunstancias muy concretas en torno a la vida de Rodrigo Díaz.
Dejando al margen la mención de Homero del verso 11 (que se encuentra sin duda entre las
primeras de la literatura hispana) y las alusiones al mito troyano que dan inicio (2) y ponen fin
(126-127) a la parte conservada del Carmen (las cuales no suponen, evidentemente, un
conocimiento directo de la epopeya griega por parte del autor), parece fundado atribuir al poeta un
cierto conocimiento de Virgilio, el gran modelo poético del primer medievo latino42, así como el de
otras posibles autoridades literarias —entre ellas ha solido citarse, aunque sin pruebas decisivas, la
conocida como Ilias Latina— que reseñamos en nuestro comentario. A él remitimos también para
todo lo referente a los posibles ecos horacianos del poema (como el que parece advertirse, por
ejemplo, en el pauidus nauta del v. 16). Insistimos en que se trata siempre de «posibles» fuentes, y
que no es fácil discernir hasta qué punto se hallan mediatizadas en cada caso por el recurso a la
tradición indirecta.
A la posible presencia del tópico conocido como puer senex alude por su parte
Gwara (1987: 202); al pequeño Domingo como puer prudens se refiere expresamente
la Vita Dominici Siliensis (I 1, 39-41).
41
Así se ha señalado, por ejemplo, a propósito del verso 19 (freti ope; cf. freti armis
de Virgilio, Aen. IX 675-76). El hecho se ha puesto en relación con la supuesta
procedencia ripollesa del poema (Wright 222, Higashi 1997: 185), si bien no ha de
suponerla necesariamente, en nuestra opinión. Acerca de la fortuna de Virgilio en la
Edad Media española —desde el descubrimiento realizado por Eulogio, en la región
pirenaica, de los ejemplares llegados al sur de la península (cf. Ubieto 1981: 69-70,
Gil 1973b: II 707-8, Fontán - Moure 1987: 258-59, Díaz y Díaz 1995: 169-72)—
puede consultarse la síntesis de Gil (1988: 953-56, esp. 954) y Vidal (1988: 972-75,
esp. 972), así como Munk (1995b: 57), quien destaca la escasa presencia de códices
virgilianos medievales —conservados, se entiende— en la península (a excepción del
de Vich, Museu episcopal 197). Acerca del posible eco virgiliano que se observa en
un pasaje del Poema de Almería (vv. 228-38; cf. Aen. XI 285-92), puede consultarse
Rico (1985: 199, n. 1); Virgilio es también el poeta más influyente en la Chronica
Adefonsi Imperatoris, según ha señalado Pérez González (1995: 351).
42
20
A las reminiscencias paganas habría que añadir las de corte cristiano, tanto bíblicas (Wright
223-25) como patrísticas o puramente literarias, de las que también damos cuenta en nuestro
comentario. Efectivamente, parece demostrable la existencia en el Carmen de algunas
reminiscencias bíblicas, como es natural en una época en la que, según ha señalado Rico (1969:
76), «se aprendía a leer y escribir con la Biblia, en parte memorizándola, y tal aprendizaje marcaba
de modo indeleble a los letrados, que se plegaban a la andadura del libro santo con la misma
naturalidad con que quizá nosotros perpetuamos la caligrafía de una maestrita de primaria». No
sólo el lenguaje empleado, en su conjunto, parece revelar a veces esta filiación, sino que también
los resortes narrativos empleados en ocasiones permiten suponerla (al respecto puede consultarse
nuestro comentario, a propósito de los versos 33-36). Por lo demás, el uso de tales referencias
refleja claramente, como observó Wright (224), un «ecclesiastical setting».
Entre estas huellas literarias se han de añadir las obvias deudas con la historiografía latina
coetánea, incluso al margen de la muy probable dependencia de la Historia Roderici. Como hemos
tenido ocasión de analizar pormenorizadamente en el apartado I.2, el Carmen se hace eco de una
fraseología habitual en el género, lo que le da a veces un evidente tono prosaico, como también
hemos comentado. A la relación con estos textos cabe añadir la que podría mantener con la Historia
Scholastica (c. 1173-1179) de Pedro Coméstor. Esta divulgada versión narrativa de la Biblia era
conocida, según hemos dicho, por la Chronica Naierensis (vid. Estévez 1995: LXXXIV-LXXXVI y
195) y de ella había un ejemplar escrito hacia 1200 en San Pedro de Cardeña, hoy el códice BRAH
70 (Smith 1985: 207, n.16), por lo que no debería extrañar su posible conocimiento por parte de
nuestro poeta. Así, se advierten entre ambos textos coincidencias bastante llamativas de fondo y
forma, alguna de las cuales llega a la similitud literal:
CC 7-8: Noua... bella = Hist. Schol. VII 7 [PL CXCVIII 1277]: quando noua bella elegit
Dominus (cf. Iud. 5, 8).
37-38: honorem / dare uolebat = XX 164 [1626]: uolens deferri ei honorem.
45-49: Certe nec minus cepit hunc amare, / ceteros plusquam uolens exaltare, / donec
ceperunt ei inuidere / compares aule, / dicentes regi: «Domine, quid facis?» = XV 9 [1458]:
Et cogitabat rex constituere eum super omne regnum. Unde principes inuidebant ei, et
quaerebant occasionem accusandi eum ex latere regis, id est pro eo quod erat ex latere regis.
[...] Et dixerunt principes: «Non inueniemus occasionem adversus eum; nisi in lege Dei sui» et
subripuerunt regi dicentes: [...]
55: semper contra te mala cogitabit (cf. 50: contra te ipsum malum operaris) = I 79 [1120]:
Tumulus iste sit foederis nostri testis, ne ego transeam illud, pergens contra te, malum tibi
cogitans.
62: occasiones contra eum querit = XI 8 [1391]: Occasiones quaerit aduersum me (cf. XV 9
[1458]: quaerebant occasionem accusandi eum [...] «Non inveniemus occasionem adversus
eum; nisi in lege Dei sui» [...] Fabulantur Hebraei, quia quaerebant occasionem in sermone,
21
tactu, nutu, uel internuntio ad reginam, uel ad aliquam concubinarum regis, nullamque
causam reperire potuerunt, eo quod fidelis esset).
69: peruenit fama in curiam regis = X 14 [1335]: Et ascendentes filii regis mulas suas
fugerunt, et peruenit fama ad Dauid dicens: «Percussit Absalon omnes filios regis, et scidit
rex uestimenta sua, et cecidit super terram».
105-7: Primus et ipse indutus lorica / —nec meliorem homo uidit illa— / romphea cinctus
auro fabrefacta = X 19 [1341]: «Porro Joab uestitus erat tunica stricta!» Josephus tamen
dicit lorica; «et accinctus erat gladio fabrefacto, qui leui motu egredi poterat».
115: in quo depictus ferus erat draco = IV 86 [1124]: Dicitur etiam ea tempestate Triptolemus
in naui, in qua pictus erat draco, in Graecia uenisse, et ampliasse agriculturam.
118: quam decorauit laminis argenti = XI 15 [1361]: In latere meridiano erant quatuor
portae duplices ualuas habentes, quae laminis aureis et argenteis miro opere decoratae erant
(cf. II 61 [1181]: Erantque in latere australi uiginti columnae, altae quinque cubitis, uestitae
laminis argenteis, capita habentes argentea cum caelaturis).
Además de los pasajes anteriores y de la justificación para llamar Madianite a los árabes
(véase el comentario al v. 94), la obra de Pedro Coméstor ofrece otros paralelos verbales, en sí
secundarios, pero que acuden en apoyo de los anteriores para reforzar la posibilidad de un influjo
sobre el Carmen:
39: tam cito subiret rex mortem = I 27 [1078]: Non cito scilicet morieris, sed omnis qui
occiderit Cain (cf. Serm. V [PL CXCVIII 1736]: Vitae breuitas miseris est in remedium, qui
hoc ipso, quod cito moriuntur, tolerabilius cruciantur).
40: nulli parcentem = VI 10 [1267]: Vastauit tamen uniuersam circa regionem, nulli aetati
hominum parcens aut sexui.
42: obtinuit terram = I 34 [1085]: Proinde dicunt quidam hoc semel factum, cum primo
scilicet terram obtinuerunt.
43: quod frater uouerat = I 83 [1123]: iuxta id quod prius uouerat (cf. VII 12 [1284]: fecit ei
sicut uouerat).
48: compares aule = XX 35 [1556]: Est enim numerus superabundans, et congregatis
omnibus suis partibus comparibus ascendit ad quinquaginta (cf. X 3 [1325-26]: pueri Dauid
superstites occiderunt compares suos).
101: cumque [...] nequirent = XVI 7 [1487]: Quod cum nequirent, uariis eum terrebant
rumoribus (cf. XVII 11 [1504]: Quod cum nequiret, sedebat in Antiochia in asylo).
107: romphea = I 24 [1074]: De eiectione eorumdem de paradiso, et rhomphaea ignea.
107: auro fabrefacta = II 65 [1186]: particulatim per loca erant malagranata aurea, cum
spinosis extremitatibus suis fabrefacta (cf. XI 10 [1356]: Per gyrum uero muri erat labium
exterius, a quo dependebant grandes uuae aureae cum pampinis aureis, adeo fabrefactis).
22
A estos pasajes puede añadirse la correspondencia de CC 14 (e pluribus pauca) con
Sermones, 39 ([PL CXCVIII 1816]: pauca tamen de pluribus excipere possumus) y 43 ([1826]: Ut
autem pauca de pluribus, quae scilicet, uisibiliter fiunt, eliciamus, operae pretium est, ut
attendatis). En este caso, como en el de la Chronica Naierensis, no hay paralelos sueltos de total
fuerza probatoria (pese a la extraordinaria semejanza que ofrece, por ejemplo, el verso 115) y
algunos de los advertidos pueden proceder directamente de los textos bíblicos correspondientes
(señalados en los lugares oportunos del comentario). Sin embargo, tomados en conjunto se apoyan
mutuamente, y no se ha de olvidar la importancia de las fuentes indirectas en la difusión de
determinados episodios de la Biblia (Saugnieux 1986), como demuestra aquí el caso de romphea
(véase el comentario al v. 107). En definitiva, el conocimiento de la obra de Pedro Coméstor parece
bastante probable y es coherente con la confluencia de modelos poéticos y narrativos que
caracteriza al Carmen.
23
IV. Historia del manuscrito y criterios de edición
IV.1. Procedencia del manuscrito y descripción codicológica
El Carmen Campidoctoris se ha transmitido en un codex unicus del siglo XIII (posiblemente
de finales del XII, en el caso de los folios que transmiten nuestro poema), procedente del
monasterio benedictino de Santa María de Ripoll (Gerona) y actualmente conservado en la
Bibliothèque nationale de París, bajo la signatura Parisinus Latinus 5132 (olim Baluze 284 —con
el que no parece coincidir actualmente, según se desprende de Auvray [1921: 341]— y Regius
3855). Escrito sobre pergamino, contiene 110 folios en total (con un f. 80bis) y sus dimensiones son
de 300 x 225 milímetros (Avril et al. 1982: 54)43. La historia del códice se halla recogida de manera
sumaria en varios lugares 44 ; puede sintetizarse indicando que perteneció a Pierre de Marca (†
1662), quien pudo conseguirlo en Cataluña entre 1644 y 1651, y que pasó posteriormente a ser
propiedad de Étienne Baluze (1630-1718), erudito francés cuyos manuscritos ingresaron en la
Biblioteca Real de su país en 1719.
El Carmen ocupaba originalmente los ff. 79v-80bis r, pero las últimas líneas del texto han
sido raspadas (aspecto sobre el que volveremos luego), de modo que actualmente comienza en la
línea 15 del f. 79v y concluye a mitad de la línea 16 del f. 80v. El poema está escrito con tinta
negra, por una sola mano y a renglón tirado, como si fuera prosa, a una media de dos versos y
medio por línea. La letra es carolina bastante pura, con escasos elementos pregóticos (leve
predominio de d uncial, empleo de r redonda, sustitución de la ligadura & por el signo tironiano), lo
que permite fecharla más bien a finales del siglo XII que a principios del XIII (cf. Millares 1983: I
185-86). Está escrita en un módulo medio (menor que el del texto precedente y mayor que el del
siguiente), algo más grande en el f. 79v que en el resto. El ductus, aunque bastante asentado,
muestra una escritura más bien rápida y fina, de trazado algo irregular, con lo que se aproxima a
una variedad notular, sin la pesantez, el contraste de gruesos y perfiles ni el ritmo de los textos
entre los que el Carmen se enmarca. La letra común es la carolina minúscula habitual, de cuyas
109 folios [+1], según especifica Nicolau d´Olwer (1915-1919: 25), quien señala
que las dimensiones del manuscrito son 325 x 302 milímetros (cf., no obstante,
además de la referencia de Avril, Barrau - Massó 1925: XI: «mideix per terme mig:
300 x 220 mm.»).
43
Cf. Du Méril (302), Beer (1909-1910: 60, 106-7, 126, 134), Wright (217: «was
brought to France in 1649 from Ripoll»), Avril (et al.) (1982: 54-55), Gómez Pallarès
(1999: 178 y n. 290 en p. 233). Sobre la actividad del francés Pierre de Marca, cf.
Figueras (28).
44
24
formas pueden destacarse 45 : a uncial de copete, aunque a veces poco marcado; d recta (d) en
posición inicial y uncial (∂) en posición final, alternando ambas en posición interior (con neto
predominio de la variedad uncial); e con lengüeta a veces bastante pronunciada, sobre todo en
posición final (pero también en la inicial de eldefo#åuå en el v. 42, quizá en sustitución de una
mayúscula); h con el astil curvo vuelto hacia la izquierda; r recta (r), pero redonda (æ) tras o final o
en sílaba trabada (por ejemplo 39: moæte# o 99: ui©oæ)46; s final alta (å) o, muy frecuentemente,
curva y volada (s), en distribución libre (cf. 19: magiå qui eius freti e†is ope) y excepcionalmente
en cierre de sílaba interior (91: aliosŒ, 108: magistra); t sin astil sobresaliente o que lo hace muy
levemente; y con y sin punto suprascrito (2: P¥˘rri, 67: yåpania®); z de amplio copete, parecida a
ç.
Como letras distintivas se emplean versales de dos tipos: unas mantienen el diseño de las
capitales, bien con astiles simples (D, G, I, O, P, Q, N, V), bien dobles (M, S, la C se presenta de
ambos modos), bastante características del scriptorium de Ripoll; otras son minúsculas agrandadas
(A, E, H, T), si bien la letra inicial del texto parece una E capital, por más que el trazo del astil
horizontal central (excesivamente largo por la izquierda, quizá) podría hacer pensar que se tratase
de una I retocada (pero las restantes íes versales adoptan forma de J). Sea como fuere, es casi
seguro que esa versal es en realidad la segunda letra del texto, pues en la carolina es habitual que la
inicial absoluta (de módulo bastante mayor) vaya seguida de una versal (cf. el inicio del texto que
sigue al Carmen, f. 80v, lín. 17: CRedenteå y véanse otros ejemplos en Canellas 1974: II, láms.
XXVIII, XXXV, XXXVII, XXXIX). La falta de una arracada para la inicial perdida podría deberse a que
ésta faltaba ya en su modelo o, más bien, al uso de sangrar dicha letra al exterior, como aquí sucede
en el f. 80r, lín. 20 con Omne# (aunque en este caso podría tratarse de una adición que subsana un
olvido previo) o en los ff. 24v-25r (vid. Barrau - Massó 1925: láms. II-III) y se aprecia también en
otros manuscritos catalanes del período (vid. Canellas 1974: II, lám. XXIX). Aparte de este uso, las
versales se emplean como refuerzo ornamental del primer verso (Ella Geåtoru# Poååum@ Referre)
y después para señalar el inicio de cada estrofa. El sistema de puntuación complementa dicho
procedimiento, con un punto, a menudo alto (·), para separar tanto estrofas como versos, y un
semicolon (;), sólo para distinguir versos.
Para una caracterización general, vid. Petrucci (1989: 110-18) y Bischoff (1990:
112-27); para el caso español, Millares (1983: I 167-87). En los ejemplos que siguen
nos hemos valido de los tipos de letra DICE y DICE-aux, desarrollados en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza por Luis Julve, Manuel
Pedraza y Jose Ángel Sánchez, a quienes agradecemos su permiso para poder
emplearlos aquí.
45
Son excepciones a esta regla los versos 21: ort'us (a causa de la ligadura r-t) y, sin
razón aparente, 58: cordiå y 126: melioriå.
46
25
Como elementos abreviativos pueden señalarse los nexos y las abreviaturas propiamente
dichas. Entre los primeros destacan las ligaduras típicamente carolinas de c-t (5: a©a, 9: ui©oris,
70 y 79: ca#pi do©oæ, etc.), aunque no siempre (19: campi doctoris, 27: ca#pi doctoæ dictus, 107:
cı#ctuå, etc.); de e-t (sólo en 65: Iub&); de r-t (sólo en 21: ort'us y 85: part'eå, básicamente porque
en los demás casos la r precedente es redonda, por ejemplo en 36: cohoærtis); de s-s (por ejemplo
11: po∫ent, 29: e∫et), y de s-t (1: Ge‡oru#, 22: ca‡ella, 83 y 92: ca‡ra, etc.), con sólo tres
excepciones (97: Cesar auguåtµ, 108: magistra y 113: åiniåtro). En cuanto al sistema de
abreviaturas, responde a las pautas habituales de la transición de la carolina a la gótica. El signo
general de abreviatura (tanto para las contracciones como para las suspensiones) es una tilde recta
(¯), ondulada (˜) o, más raramente, curva (˘), la cual se escribe suprarrayada, salvo con las letras de
astil ascendente, al que entonces atraviesa. Las abreviaturas por suspensión se reducen
probablemente a la sigla e# = est (27), pues ta# (15) seguramente ha de desarrollarse por tam (cf. v.
39), aunque el sentido exija tamen (véase la «Nota crítica»). Tampoco son frecuentes las
abreviaturas por contracción: dñe = domine (49), frı#s = fratris (54), sc€a = secunda (81), om#å =
omnes (86), ی = Deus (90) y u = uel (126). Las abreviaturas por letras sobrepuestas se reducen a
i con valor de -ri- y, con q, de -ui-: patjas = patrias (67), qjdam = quidam (122), pues en otros
casos se trata de letras interlineadas para salvar yerros de copia, que parecen afectar sobre todo a la
r (24: rodericuå, 33: terre, 34: iuuene#, 94: tributa, 117: muniuit). La variedad más frecuente,
como es habitual en la carolina, es la abreviación por signos especiales, tanto de significado propio
como relativo. Se emplea sistemáticamente el signo tironiano (†) para representar la conjunción et,
sin que se recurra para ello a la clásica solución de la carolina, la ligadura &. En cambio, se
conserva esporádicamente la e caudata para representar el diptongo æ (97: Cesar auguåtµ, 93:
barchinonµ). La tilde abrevia -e-, como en €uicit = deuicit (26), nolent# = nolente (37), t#rra# =
terram (42), ø€re = perdere (59), €bella#du# = debellandum (78), Iler€ = Ilerde (95), fuer# = fuere
(127, cf. la «Nota crítica»), o (sobre p) el grupo -re-, así en p#parabit = preparabit (56), p#cipie#do
= precipiendo (75), p#notat@ = prenotatus (78), pl#iu# = prelium (89); pero su uso más normal es
el de abreviatura de nasal, muy abundante: plurimu# = plurimum (3), du# ia# = dum iam (6),
qua#qua# = quamquam (14), leta#do = letando (17), ta# = tam (39), triu#fu# = triumfum (79),
cu#©taå = cunctas (85), etc. Se emplea también Ø con valor de por: Øtendebat = portendebat (29);
ø con el de per: øacta# = peractam (41), øtotam = per totam (43), åemø = semper (55), etc.; ^ con
el de -er-: conu§tit = conuertit (61), t§ra = terra (65); Œ con el de que, sólo en posición final:
na#Œ = namque (81, 93), quoŒ = quoque (89), aliosŒ = aliosque (91), cu#Œ = cumque (101),
neŒ = neque (128); ® con el de -rum: maio® = maiorum (27), uiro® = uirorum (28), yåpania® =
yspaniarum (67), y @ con el de -us, bastante usual: canam@ = canamus (7), plurib@ = pluribus
(14), lit@ = litus (23), cui@ = cuius (41), etc., aunque a veces se emplea como sustituto de la mera
-s (por ejemplo 33: åanciu@ —pero 37: åanci@—, 58: tactu@, 82: captu@, 96: iun©u@), uso
habitual en la carolina (vid. Millares 1983: I 177).
26
Es apógrafo del Parisinus el manuscrito Baluze 107, que contiene el poema en el folio 320rEsta dependencia se ve confirmada por la inscripción que figura en el margen superior
izquierdo del folio (ex libris manuscriptis bibliothecae Mo.rii Riuipulli; en el margen superior
derecho, en nota autógrafa de Baluze, se lee: ex codice Ms. monasterii Riuipullensis). El texto
comienza en este códice por la palabra Bella (como ya señaló Beer 1909-1910: 330, n. 1), lectura
que —a la vista del modelo— hemos de suponer resultado de una conjetura del escriba o del
ordenante de la copia. También se corrigen y regularizan grafías en otros lugares, como refleja
nuestro aparato crítico. El apógrafo introduce asimismo algún error propio, como los significativos
ostus por ortus (21), a causa de la confusión de la ligadura r-t carolina, y Terama por Fama (69),
surgido como consecuencia de una mala comprensión paleográfica (F entendida como t más
abreviatura -er- en supensión, según se desprende de la escritura de conuertit en el verso 61).
v 47 .
No hemos tenido ocasión de desplazarnos a París para inspeccionar y colacionar
directamente ambos manuscritos, tarea que nos proponemos realizar durante una próxima visita a la
mencionada biblioteca, en la certidumbre de que el Parisinus (P) todavía requiere una detallada
descripción codicológica que arroje cierta luz sobre la composición y factura del códice48. Según
Du Méril (302), «quoique écrit par plusieurs mains, toutes les pièces semblent de la première moitié
du XIIIe siècle, et ce fait [...] empêche d’y voir une réunion de morceaux recueillis en différents
endroits». El manuscrito —de carácter misceláneo y heterogéneo, facticio propiamente— contiene
textos de los siglos XII y XIII, fundamentalmente una parte de la Historia Hierosolymitana de
Ramón d’Aguilers (1r-19v; cf. Nicolau d'Olwer 1915-1919: 63), textos referentes al Concilio de
Nicea (26r-79v), homilías (81r-92v) y una hagiografía de carácter anónimo (93v-101r). El resto son
documentos relacionados con el monasterio de Ripoll (ff. 93r, 101v-107r y 109v; cf. Avril et al.
1982: 55) y un pequeño conjunto de poemas (incluidos con los números 13, 45, 50, 51, 58, 59 y 66
en el repertorio de Nicolau d’Olwer 1915-1919: 25) 49 . Destaca en él muy especial y
El manuscrito aparece reseñado en Beer (1909-1910: 330), y catalogado en Auvray
(1921: 105-7, esp. 106, donde a propósito del f. 320 únicamente se indica: «Vie de
saint Pierre Orseolo, d’après un ms. de Ripoll [Bibl. hag. lat., n° 6785]»).
Agradecemos muy cordialmente al Dr. M. Rashed (París) la colación que, de este
manuscrito, ha realizado para nosotros.
47
Sendos facsímiles de las diez primeras líneas han publicado Menéndez Pidal (7; cf.
882), Casariego (32) y Gil (1995: 76); una transcripción paleográfica de las mismas
puede consultarse en Higashi (1995: 44). El texto completo puede verse aquí en
facsímile reducido.
48
Sobre el contenido del manuscrito, en general, cf. Du Méril (302-8), Wright (218),
Higashi (1995: 26-27); a la p. 42 del Catalogus codicum manuscriptorum
49
27
significativamente, como ya hemos indicado en nuestro apartado II, la presencia de la recensio
antiquior de los Gesta Comitum Barcinonensium (en los ff. 23v-25v), elaborada c. 1162-1184
según Barrau - Massó (1925: XXVII, con facsímile de los ff. 23v, 24v, 25r y 25v en láms. I-IV de
su edición). En cuanto al Carmen, según Wright (219), «someone at Ripoll had the poem copied
into a blank space c. 1200»50. No obstante, la escritura de nuestra sección del códice —carolina,
muy escasamente caligráfica y con las abreviaturas habituales de este tipo de escritura— podría
situarse más bien, como ya hemos indicado, hacia finales del siglo XII, y ponerse en relación con
algunas letras bien atestiguadas en el escriptorio del monasterio (como, por ejemplo, con la del
Riuipull. 74; una lámina del f. 97v reproduce Rico 1994: 131, en la que destacaríamos, por ejemplo,
el ductus de la característica F inicial).
Desde el punto de vista codicológico nos encontramos, además, ante un palimpsesto, que afecta
a las nueve y media últimas líneas del folio 80v y a las nueve primeras del folio 80bis (recto)51; se
calcula que habrían podido desaparecer por esta causa unas doce estrofas, de modo que el poema
habría constado inicialmente de unas 43 o 44 estrofas en total (cf. Bertoni 197, Menéndez Pidal
882, Gil 102). Según nuestros cálculos (basados en el cómputo independiente de versos por línea,
líneas por estrofa y palabras por verso y línea), faltarían más bien doce o quizá trece estrofas,
alcanzando, pues, el texto los 168 o 180 versos. Acerca del posible contenido de la parte perdida ya
se ha especulado en apartados anteriores. Sobre la zona raspada, como escritura superior, se halla la
copia de una carta referente a la muerte del emperador Federico, cuyo original cabe datar en 1190
(Wright 218), pero copiada ya en el siglo XIII, a juzgar por los avanzados rasgos gotizantes de la
letra. La escritura inferior no parece poder recuperarse en modo alguno mediante la aplicación de
los procedimientos tradicionales, ensayados por Wright al elaborar su trabajo (ibid.): «The head of
the photographic service of the Bibliothèque has kindly photographed these folios for me [ff. 80v80bis] under both infra-red and ultra-violet light, but this has not revealed any more of the original
text». Según sostiene Wright, la minuciosa raspadura del texto —advertida en primer lugar por
Bertoni— se produjo por razones de contenido, más que por necesidad de espacio (218).
Bibliothecae Regiae, IV, París, 1744 —que todavía no hemos podido consultar—
remiten Barrau - Massó (1925: XI).
Como dato de interés, aunque no determinante en este caso, convendrá recordar
que se trataba de un momento de intensa actividad antimusulmana en la península (de
«fervor croat» llega a hablar Figueras 38): la batalla de Navas de Tolosa se producirá
en 1212, mientras que de 1207 databa el ejemplar del Cantar de mio Cid transcrito en
su actual codex unicus.
50
Cf. Horrent (1973: 97), Wright (218), Higashi (1995: 28); sería interesante saber si
el drástico procedimiento fue más o menos usual en Ripoll, y por qué razones se
practicó, pero la escasa investigación codicológica existente en torno a este tema
todavía debe desarrollarse en lo que respecta a las bibliotecas españolas.
51
28
Por nuestra parte, hemos realizado gestiones ante la Bibliothèque Nationale de France con la
intención de recabar el permiso y la necesaria colaboración de esta institución para aplicar a los
folios afectados por la rasura el sistema RE.CO.RD de digitalización de palimpsestos (desarrollado
por la Fotoscientifica de Parma, bajo la dirección de D. Broia). Confiamos en poder estar en
disposición de aplicar esta técnica sobre los folios que transmiten el Carmen a mediados del año
2001, en la esperanza de que tal intervención nos permita recuperar algo del texto desaparecido, por
poco que sea52, aun reconociendo que tal posibilidad resulta muy remota, dado el gran esmero
puesto por quien ejecutó la raspadura en hacer desaparecer la escritura preexistente53.
IV.2. La edición del texto
Son ya varias las ediciones de este breve texto latino que han sido publicadas, desde la
princeps de E. du Méril, aparecida bajo la denominación de «Chanson sur le Cid» y de la que
derivan —según observa Gil (102)— las de Amador de los Ríos, Bonilla y Menéndez Pidal54.
Aparecen reseñadas al principio de nuestra bibliografía, en la que no se han consignado, sin
embargo, aquellas ediciones que sólo comprenden parte del texto (cf., por ejemplo, Fontán - Moure
1987: 344-46, donde se editan los vv. 17-20 y 33-72). La edición que aquí ofrecemos se basa en
nuestra propia colación del Parisinus Lat. 5132 y de su apógrafo Baluze 107; las lecturas
problemáticas desde el punto de vista textual se discuten pormenorizadamente en nuestra «Nota
crítica» (V).
Nuestra anotación ha procurado recoger todo aquello que se ha considerado relevante para la
comprensión del texto, sobre todo en lo referente a los loci similes presentes en fuentes latinas
tardoantiguas o medievales (para cuya búsqueda nos hemos servido fundamentalmente del Corpus
Christianorum editado por Brepols y de la Patrologia Latina de Migne); en cualquier caso, no
siempre nos ha sido posible acceder a las fuentes bibliográficas deseadas, y, por otra parte, los
pasajes afines señalados se ofecen, en la mayoría de los casos, como meros paralelos, dada la
dificultad que entraña determinar en nuestro poema —una verdadera taracea de reminiscencias
bíblicas y más o menos eruditas— casos probados de dependencia literaria. Los textos clásicos se
Para una exposición detallada de este procedimiento y de sus excelentes resultados,
cf. Broia - Faraggiana di Sarzana - Lucà (1998), Broia - Faraggiana di Sarzana
(1999), con abundantes detalles de carácter técnico y práctico.
52
Así nos lo comunica, amablemente, Mme. M.-P. Laffitte (Conservadora General de
la Bibliothèque nationale de France).
53
Las correspondientes referencias bibliográficas se hallan recogidas en Wright (242,
n. 1), así como en nuestro apartado sobre bibliografía.
54
29
han citado, en la medida de lo posible, de acuerdo con las ediciones oxonienses y teubnerianas más
recientes.
Finalmente, hemos de agradecer a la Bibliothèque Nationale de France el permiso para
publicar la reproducción fotográfica de los folios del Parisinus Latinus 5132 (79v-80bis v)
correspondientes a nuestro texto.
IV.3. Nuestra traducción
No son numerosas las traducciones completas del Carmen que se han publicado hasta el
momento. En versión española conocemos únicamente la de Casariego (1988) y la de Higashi
(1994). No obstante, diversas secciones del poema se han traducido de manera aislada en
abundantes publicaciones. También en otras lenguas se han publicado varias versiones, como se
señala en nuestro apartado bibliográfico (al catalán por Figueras y por Riquer; al italiano por
Bertoni y Guerrieri Crocetti; al inglés por Wright).
En nuestra traducción hemos procurado, en la medida de lo posible, trasladar al español la
forma del original, además de su contenido. Para ello hemos vertido los endecasílabos latinos en
endecasílabos castellanos, intentando respetar la distribución acentual básica del original (es decir,
marcando el ritmo sobre las sílabas 4ª o 6ª y 10ª, excepción hecha del acentualmente anómalo v.
74). El adónico se ha vertido con su volumen silábico propio, sin preservar en todos los casos su
disposición acentual característica, que resultaba irrelevante por lo demás para la obtención del
ritmo en español. La misma consideración cabe hacer en torno a la rima, que habría impuesto un
«corsé» excesivo a nuestro intento de traducción y que sólo se ha mantenido, dentro de lo posible,
en algún caso excepcional (versos 29-31, por atención al posible efecto estilístico perseguido por el
autor). Mantenemos algunas pequeñas inconcinidades léxicas que nos han parecido irrelevantes
desde el punto de vista semántico.
30
V. Nota crítica
El Carmen Campidoctoris ofrece varios lugares problemáticos desde el
punto de vista textual, que pasamos a comentar brevemente. A fin de poder
ofrecer una traducción completa y comprensible del texto, hemos propuesto
para tales pasajes la solución que nos ha parecido más oportuna en cada caso,
aunque no siempre resulte —por una u otra razón— plenamente satisfactoria.
1: Gesta bellorum: La palabra que ha de iniciar el poema ha sido objeto de gran
controversia crítica (difficillimum semper exordium!) y los sucesivos editores
han realizado muy distintas propuestas para resolver este locus uexatus. Ella es
la lectura que ofrece el manuscrito. Es posible que ya el modelo a partir del cual
se copió nuestro códice careciese de la mayúscula inicial, cuya escritura se
habría podido reservar para la posterior ornamentación del manuscrito 1 , de
modo que tal E inicial podría ser, en realidad, la segunda letra del texto
propiamente dicho 2. En cualquier caso, Ella es la lectura que admitió Du Méril
(308, n. 2), considerando que la forma es «probablement une contraction d´En
illa», similar a la que se advierte en formaciones arcaicas —propias tan sólo de
la comedia— como ellum y ellam (a partir de *em illum y *em illam,
respectivamente). A la gran rareza del término habría que añadir, en nuestra
opinión, lo inapropiado que parece resultar ese valor deíctico en este contexto.
Eia propuso leer Menéndez Pidal (cf. 882, n. 2: «creo se trate de una
ultracorrección de un amanuense yeísta»), cuya solución tampoco parece
propiciar una aceptable sintaxis (por «indeed» traduce esta propuesta pidaliana
Wright 213, 243, n. 2); desde el punto de vista gramatical, esta lectura obliga a
considerar que gestorum depende de un ea elíptico antecedente del relativo que
(verso 4), lo cual supondría aceptar un orden de palabras bastante extraño.
Sobre esta circunstancia como fuente de errores en la transmisión manuscrita
cf. Havet (1911: 402).
1
Véase al respecto lo ya dicho en el apartado IV.1. Cabe observar que la inicial
de omnem (f. 80r, comienzo del v. 61) aparece inserta en el margen del folio.
2
1
Gil propuso en su edición <B>ella, lectura que ya ofrece el manuscrito
Baluze 107 (B), apógrafo del Parisinus (cf. Beer 1909-1910: 330, n. 1) 3, y que
también Curtius —sin hacer referencia a la lección de B— consideraba
aceptable (cf. 1938: 162, n. 1: «Ist Bella zu lesen? Das würde eine Symmetrie
mit Vers 8 ergeben»; puede consultarse, asimismo, 1955: 240, n. 78, Gwara
1987: 207). De admitir esta secuencia —que sólo hemos podido ver traducida
en Riquer («Podríem narrar les gestes»)— y una vez descartada la remota
posibilidad de un bella adjetival (n. pl.), sólo parece posible entender gestorum
como un genitivo dependiente del sustantivo bella, y traducir el sintagma por
«guerras propias de las gestas», confiriendo a gesta un valor sustantivo
inusitado —que sepamos— cuando se halla en relación sintáctica con bellum (el
sintagma bella gesta es habitual en la literatura latina antigua: cf., por ejemplo,
Séneca el Viejo, Suas., V 5: enumeratio bellorum prospere ab Atheniensibus
gestorum, Livio IX 19, 11: sortem bellorum in Asia gestorum; a la gloria
bellorum gestorum se alude en el Poema de Almería, v. 20, como bien recuerda
Higashi 1995: 39).
Cirot (1931a: 144, n. 2) propuso leer <M>ilia: «[le scribe] aura lu Illa là
où il y avait Milla, pour Milia (fréquant au lieu de Millia, cf. Forcellini [ahora
cabe consultar, asimismo, Stotz 1996: 281]), et qui serait satisfaisant»; la
aceptación de esta conjetura —que resulta muy atractiva en principio—
supondría, no obstante, la necesidad de admitir una sinicesis infrecuente (como
es la que afecta al grupo -li-: milja) 4, y es éste además un recurso prosódico que
el autor del Carmen parece evitar rigurosamente. Tampoco la posibilidad de un
mille —del que dependería el partitivo gestorum— parece en este caso
satisfactoria. <M>ela (como plural de melum / melos) ha propuesto Higashi en
un reciente trabajo (1995: 39-41), pero la expresión <M>ela gestorum no deja
de parecer un tanto rara sintácticamente (a causa del inusitado neutro plural, si
bien hallamos un occurrant cantores suaues melos dantes en el canto a
Leodegundia, v. 61 en la ed. Lacarra 1945) y casi antitética desde el punto de
vista semántico (melos es un término casi exclusivo para designar la «lírica»
Como resultado de una elemental conjetura del escriba o del ordenante de la
copia, según cabe imaginar.
3
Pese a precedentes tan antiguos como el holoespondaico frag. 286 Skutsch de
los Annales de Enio (donde probablemente ha de escandirse Seruiljus); acerca
de esta secuencia en la prosodia medieval cf. Norberg (1958: 29, a propósito de
belua y mulierum), Stotz (1996: 43-45).
4
2
propiamente dicha, y su empleo no parece el más apropiado en este contexto).
Por razones similares, tampoco un plural mella (de mel, ‘miel’) aportaría una
imagen plausible para nuestro texto, pese a la existencia de usos metafóricos
como los documentados en Horacio, Epist. I 19, 44 (fidis enim manare poetica
mella / te solum) o Plinio el Joven, Epist. IV 3, 3 (illa Homerici senis mella
profluere [...] uidentur) 5.
A la vista de la reproducción fotográfica de la que hemos debido
servirnos para nuestro estudio, no es fácil discernir si la vocal inicial (E) podría
ser el resultado de una corrección, a partir quizá de un Illa originario (es
probable que una inspección directa del códice —y, en especial, de la tonalidad
de la tinta— permitiera responder satisfactoriamente a esta cuestión). Un
interesante omnia gestorum hallamos en el proemio de la crónica rimada In
honorem Hludowici de Ermoldo el Negro (Nigellus, c. 826; cf. Faral 1932: VI),
escrita en honor de Luis el Piadoso (vv. 19-20: [...] namque mihi non flagito
uersibus hoc, quod / omnia gestorum percurram pectine paruo). El giro refleja
un rasgo sintáctico característico del autor, como observaba Faral (1932: XXII y
n. 6), quien recogía algunos ejemplos similares más dentro de la obra, como
illud carminis (Intr., v. 6: Dauid psalmicanus praesaga carminis illud / uoce
prius modulans), gestorum singula (I 50: non ego gestorum per singula
quaeque recurram), insignia sceptrorum (I 70) o aspera dumi (IV 2384). A la
vista de esta posibilidad, ¿cabría entender en nuestro texto un Illa gestorum
originario, pese a lo sorprendente de tal comienzo? No resulta fácil defenderlo,
pero tampoco sería —a nuestro juicio— completamente imposible.
También cabría pensar —aunque sólo sea exempli gratia, a falta de una
alternativa mejor— en un posible <M>ira inicial. La expresión mira gestorum
se documenta en un texto bien conocido en la época, como era el himno al
Precursor, S. Juan Bautista, de Pablo el Diácono († 799), escrito en estrofas
sáficas (cf. Norberg 1958: 77-78) y cuyos cuatro primeros versos en honor del
mire natus transcribimos: Ut queant laxis resonare fibris / mira gestorum
Muy escaso eco ha tenido la inverosímil propuesta de Ubieto, quien —llevado
por su hipótesis acerca de la procedencia del Carmen (Roda de Isábena)—
propuso restaurar al principio del poema la palabra Illiada (sic; cf. 1967: 29, n.
5) o Ilia (1981: 77), sin explicar cómo podrían éstas integrarse sintáctica o
métricamente en su contexto.
5
3
famuli tuorum, / solue polluti labii reatum, / sancte Ioannes 6 . El adjetivo
sustantivado mira, con el significado de «cosas admirables», «maravillas», es
muy usual en la antigüedad 7 y reaparece con frecuencia en la literatura
tardoantigua y medieval (cf., por ejemplo, Zenón de Verona [† c. 380],
Tractatus [CC SL 22], I 29, p. 80, líns. 2 y 17, Prudencio, Peristefanon X 4: fac
ut tuarum mira laudum concinam 8); todavía resuena en el preámbulo del Poema
Citamos por la reciente edición de Marcos Casquero - Oroz Reta (1997: II
282-83), quienes traducen así la estrofa: «Para que hacer sonar puedan tus
siervos / en las livianas cuerdas la gloria de tus actos, / de nuestros labios
impuros, ¡oh san Juan!, / borra el pecado». Esta primera estrofa del himno se
hizo especialmente célebre por haber servido a Guido de Arezzo († 1050; cf.,
por ejemplo, Epist. de ignoto cantu, PL CXLI 425) para designar —a partir de
la sílaba inicial de cada hemistiquio— las siete notas musicales de la escala: UT
(luego sustituida por la inicial de DOminus) queant laxis REsonare fibris / MIra
gestorum FAmuli tuorum, / SOLue polluti LAbii reatum, / Sancte Ioannes.
6
Cf., por ejemplo, Plauto, Epid. 553, Menaech. 1104 (mira memoras), Cicerón,
Rep. V 9 (maiores suos multa mira atque praeclara gloriae cupiditate fecisse),
De or. II 13, 8 (mira quaedam se audisse dicebat), Ovidio, Met. VII 549 (mira
loquar; también en Estacio VIII 147), IX 327 (mira fata referam), Fast. III 370,
VI 612 (mira sed acta loquor), Calpurnio, Ecl. I 31-32 (mira refers; sed rumpe
moras oculoque sequaci / quamprimum nobis diuinum perlege carmen).
7
Eco de Prudencio parecen los versos de Walafrido [† 849] citados por Curtius
[1938: 165]: non poterunt umquam laudum miranda tuarum / digne proferri,
sunt quia multa satis. Cf., además, Venancio Fortunato (2ª mitad del s. VI),
Miscell., VII 6 [PL LXXXVIII 239-40] (nec ualet eloquium mira referre
meum), Ermoldo el Negro, In hon. Hlud., vv. 2536-37 (plurima mira quidem
referunt, sed pauca renarrans / sume, Thalia, fauet si tibi Virgo pia), Burcardo
de Reichenau (c. 994-997), De gestis Witigowonis [PL CXXXIX 358] (mater,
mira refers muliebri pectore merens), S. Abón de Fleury († 1004), Epist. III [PL
CXXXIX 422] (uix diebus quibus spiritus hos reget artus referre ualeo mira
quae audiui et uidi), S. Anselmo de Canterbury († 1109), Homil., X [PL CLVIII
649-50] (haec, quae nunc secundum historiam mira referuntur, secundum
spiritalem sensum plus admiranda noscuntur), Orderico Vital († 1142), Hist.
eccles. III 11, 14 [PL CLXXXVIII 827] (de diuitiis soldani mira referunt, et de
incognitis speciebus quas in Oriente uiderunt. Soldanus dicitur quasi solus
dominus, quia cunctis praeest Orientis principibus), Pedro el Venerable (†
1156), Carm., I [PL CLXXXIX 1007] (mira refers). El adjetivo mira también
puede leerse en el final trunco del poema de Roda en honor de Ramón
Berenguer IV († 1162; cf. Amador 347, Ubieto 1981: 78, Martínez 1991: 46:
8
4
de Almería (vv. 3-4: ut tua facunde miranda canens et abunde / inclyta
iustorum describam bella uirorum). La expresión mira gestorum también se
documenta en Radberto de Corbie († 860), Expos. in Matth. [CC CM 56B], 9,
lín. 3028 (dum mira gestorum miris succedunt rebus). Desde el punto de vista
retórico, el término enfatizaría en nuestro texto la extraordinaria fama de los
acta paganorum, y reforzaría indirectamente el sobrepujamiento que recogen
las dos primeras estrofas. Por lo demás, la corrupción de un originario mira (o
acaso <m>ira) en el ella (o illa) que ofrece actualmente el manuscrito no
resulta fácil de explicar en principio, aunque tampoco puede considerarse
imposible 9.
Ante las dificultades, en fin, que plantea la lección del manuscrito y ante
la insatisfacción que, por una razón u otra, ofrecen las varias propuestas
textuales efectuadas, nos inclinamos por la solución adoptada en nuestro texto
(Gesta bellorum, dado que la secuencia Bellorum gesta no parece aceptable por
razones acentuales). Creemos que ésta es perfectamente asumible desde el
punto de vista crítico. Se trata de una expresión gramatical y bien atestiguada en
«O quam mira...»). La expresión prospice mira Dei se documenta en el epitafio
del obispo don Pelayo, de ante 1130 (v. 2; cf. Pérez González 1999: 94).
Una supuesta corrupción inicial en <M>ila o similares no resulta fácil de
explicar en principio desde el punto de vista paleográfico, al menos en escritura
carolina, pero tampoco resulta descartable; también podría pensarse en la
existencia de un error aural. Pese a no ser un argumento de peso, conviene
recordar que Rodrigo ocupó Murviedro (nombre visigótico de Sagunto) en
junio de 1098 (Falque 1990: 9), y más concretamente in natale sancti Iohannis
Baptiste (HR 72, 1), el 24 de junio (efeméride durante la que, años más tarde, se
produjo el portento que avisó de la muerte inminente del Alfonso VI; cf. Rivera
Recio 1962: 66). Precisamente bajo la advocación de este santo hizo construir el
Campeador la iglesia de dicha localidad (HR 72, 7-8: ibidem sancti Iohannis
ecclesiam miro construi opere fecit; cf., asimismo, 73, 4, y, para la expresión,
Rot. 21, 8: miro opere [...] fabricauit, Seb. 21, 5-6: miro construxit opere; el
santo también aparece mencionado en CAI II 106). El Ut queant laxis no
figuraba en la liturgia mozárabe, «mais il pouvait avoir été importé par les
Clunisiens», según Cirot (1931a: 146, n. 7), y muy bien pudo entonarse con
motivo de tal ocasión (cf. HR 73, 7-10). Destaca su presencia, por ejemplo, en
el Hymnarium Oscense del siglo XI, donde la expresión aparece glosada
mediante las voces miracula factorum (cf. Durán - Moragas - Villarreal 1987: II
73), si bien el término mira no siempre ofrece en latín medieval una
connotación religiosa como la que refleja el sustantivo miracula.
9
5
la literatura medieval: cf., por ejemplo, Flodoardo de Reims († 966), De Christi
triumphis apud Italiam, III 19 [PL CXXXV 652] (priscis Romulidum nullis
aequanda tropaeis, / iuris inexperta bellorum gesta cohorte, / culminis at
Christi solito patrata uigore), Bertoldo Constantiense, Annales, an. 1078 [PL
CXLVII 419] (cui omnia bellorum gesta ex toto non ignota fuerant), Enrique de
Huntington († 1155), Hist. Anglorum, IV [PL CXCV 884] (singulorum autem
bellorum gesta, et fines, et modos ad plenum determinare nimietas prolixitatis
necessario prohibet) 10. La explicación de la falta (Bella gestorum por Gesta
bellorum), producida por una mera transposición entre términos que a menudo
aparecen asociados, tampoco ofrece mayores dificultades (cf. por ejemplo,
aunque de manera sólo análoga, Havet 1911: 139, § 514, a propósito de la
lectura nullum umquam [ms. D], por numquam ullum, en Plauto, Asin. 622), y
responde bien —frente a lo que ocurre en el caso de mira gestorum— al
conocido principio crítico de lectio quae alterius originem explicat potior. En
cuanto al contenido, la expresión gesta referre —y similares— es corriente 11 y
la traducción ofrece un significado ajustado al contexto («Gestas guerreras
referir podemos» o «Bélicas gestas referir podemos»).
2: Paris et: Es inusitado, que sepamos, el genitivo Paris, frente al usual Paridis
(absolutamente común en expresiones como iudicium Paridis o adulterium
Paridis), pese a documentarse en la literatura antigua formas de acusativo como
Gesta belli, con genitivo singular, es lo que se documenta en época antigua;
cf., por ejemplo, Nepote, Han. 13, 3: huius belli gesta multi memoriae
prodiderunt, Livio XXII 23, 1: haec in Hispania [quoque] secunda aestate
Punici belli gesta.
10
Cf., por ejemplo, S. Jerónimo, Comm. in Ezech. [CC SL 75], IX 29, lín. 934
(prius enim sedeciae in quibusdam gesta referuntur), Paulino de Nola, Carm.
[CSEL 30], 22, 21-23 (cum ficta uetustis / carminibus caneres uel cum terrena
referres / gesta, triumphantum laudans insignia regum), 29, 23-24 (Nunc itaque
ut diuina mei bene gesta patroni / Felicis referam), S. Cesáreo de Arlés († 543),
Serm. [CC SL 103-104], XCIV, 2 (omnia illa gesta referuntur), Pedro
Carmeliano, Beate Katerine Egyptie uita [CC CM 119], v. 96 (Numina si
ueteres celebrarunt falsa poete / et uanas illis laudes titulosque dedere, / quid
nos horremus sanctorum gesta referre, / qui Christum toto sitientes pectore
uerum...?)
11
6
Parin o Parim 12 y de dativo como Pari (cf. Varrón, Ling. Lat. VIII 34). Podría
tratarse de una licencia inspirada en genitivos del tipo Achillis, Zeuxis o Alexis
(respecto a los dos últimos cf. Carisio, Instit. gram., I, p. 89, 14 Keil), y
alentada por afirmaciones como la del Doctrinal de Alejandro de Villadei (cf.
trad. Gutiérrez Galindo, p. 85, verso 168: «dirás Tethyos y Thetidis; Paris da -is
e -idis»). En cualquier caso, dado lo frecuente del genitivo Paridis (y máxime
en la literatura épica que nuestro anónimo poeta declara conocer), no
descartamos la posibilidad de que la lectura del manuscrito sea el resultado de
una confusión paleográfica, y que hubiera que escribir más bien Paridis, Pyrri
necnon et Eneae. La elección dependerá, naturalmente, del rigor que quiera
atribuirse a la gramática y a la formación literaria de nuestro anónimo poeta,
problema que no resulta fácil resolver.
3: plurima in laude: plurimum laude es la lectura que ofrece el manuscrito, la
cual no es sintácticamente plausible y vulnera el metro. Ubieto intentó explicar
la falta por razones paleográficas (1967: 27-28), e, imaginando la existencia de
una confusión característica de la escritura visigótica (similar a la que, con
resultado gráfico inverso, creía erróneamente que se producía en el verso 51),
proponía restituir plurimum in laude. Higashi (1995: 34) considera preferible
escribir plurim<um c>um laude, a fin de explicar la falta como resultado de una
haplografía, pero violentando, a nuestro juicio, la sintaxis. Plurima cum laude
propone Gil en su edición, conjetura ya avanzada por P. Friedländer en una
carta, según declara Curtius (1955: 240, n. 80) 13, y que recoge una expresión
perfectamente atestiguada en la literatura 14 . De aceptar esta lectura, cabría
Cf. Enio, Alex., frag. 56 Warmington (ap. Varrón, Ling. Lat. VII 82), así
como Carisio, Instit. gram., I, p. 89, 30 Keil (sed et Vergilius Irim dicit et Parim
et Tigrim).
12
Encontramos ya esta conjetura en una anotación interlineal que ofrece el
ejemplar del texto de Du Méril que hemos podido consultar en la Biblioteca
Universitaria «Carl von Ossietzky» de Hamburgo (-ma cum?, en p. 308). El
ejemplar perteneció a Heinrich Meyer, según se desprende del ex-libris de la
hoja de guarda anterior.
13
Cf., por ejemplo, Cicerón, Inv. II 2 (honestissimas uictorias domum cum
laude maxima rettulerunt), César, Bel. Gal. V 44, 13-14 (summa cum laude sese
intra munitiones recipiunt), Catulo, Carm. 64, 112 (inde pedem sospes multa
cum laude reflexit), Ovidio, Am. II 9, 15 (hinc tibi cum magna laude triumphus
14
7
referir el sintagma a conscripsere, como ablativo de modo, aunque su
significado y disposición en el verso casi lo convierten en atributo de multi
poetae, como ablativo de cualidad (cf., por ejemplo, Cicerón, Inv. II 166: gloria
est frequens de aliquo fama cum laude); la traducción del pasaje habría de ser
probablemente, en este caso, «que abundantes poetas con gran fama / han
compilado».
Por nuestra parte, creemos que cabe defender la lectura plurima in laude.
Resulta más fácil de explicar desde el punto de vista paleográfico (a/u se
confunden con frecuencia en escritura carolina, como muestra Havet 1911: 164,
§ 647, al igual que ocurre con in / m) y, en cuanto al significado, se ve apoyada
—entendiendo plurima in laude, sc. eorum uirorum 15— por pasajes como los
siguientes: Gregorio de Tours († 594), De mirac. S. Martini, I 2 [PL LXXI 917]
(si tibi, inquit, placet, beate Martine, ut aliquid in tua laude conscribam), Vitae
patrum, 5 [PL LXXI 1028-29] (haec tantum de sancto Viro cognouimus, non
diiudicantes alios qui maiora de eo cognouerunt, si uoluerint aliqua in eius
laudem conscribere), Notker Bálbulo († 912), Liber sequentiarum, praef. [PL
CXXXI 1004; cf. Fontán - Moure 1987: 223] (nuper autem a fratre meo
Othario rogatus ut aliquid in laude uestra conscribere curarem) 16 . Por otra
parte, la ausencia de un genitivo expreso en nuestro verso —objetivo,
dependiente de laude— no representa obstáculo alguno para nuestra
interpretación, dada la proximidad de los que aparecen en el verso precedente
(que hacemos depender del sustantivo bellorum, como indica la puntuación
propuesta, y no de laude, lo cual exigiría en principio una pausa tras referre,
solución que nos parece menos probable). La traducción ha de ser entonces
«que abundantes poetas en su elogio / han compilado».
eat), Livio XXV 18, 15 (cum magna laude et gratulatione militum ad consules
est deductus), Curcio, Alex. III, 8, 21 (honeste et cum magna laude moriturum).
La alternativa sería conceder a in laude un valor de atributo aplicado a poetae
(cf. Cicerón, Fam. XV 6, 1: qui ipsi in laude uixerunt).
15
La construcción conscribere in laudem, con acusativo, se documenta por
ejemplo en Notker de Lüttich († 1008), Vita S. Remacli, 21 [PL CXXXIX 1168]
(quae illic conscripta habentur in laudem et gloriam praepotentis Dei), S.
Pedro Damián († 1072), Apologeticus monachorum aduersus canonicos, praef.
[PL CXLV 511-12] (Philo disertissimus Iudaeorum, in libris quos in laudem
nostrorum conscripsit), Wibaldo de Stavelot († 1158), Epist. 147 [PL
CLXXXIX 1257] (epigramma, quod ipse in laudem eius conscripserat).
16
8
14: aurissem: No es preciso considerar errónea la lectura (como creía Ubieto
1981: 76) ni admitir la pequeña enmienda propuesta por Du Méril (hausissem),
a la vista de los testimonios según los cuales parece haberse tendido a la
regularización del paradigma de haurio: cf., por ejemplo, Máximo de Turín (c.
400), Collectio serm. antiqua [CC SL 23], LXIV 1, p. 269, líns. 5-6 (ministros
haurisse aquam de puteis), CI 3, líns. 70-71 (constat enim ex ipsis uasculis illos
haurisse ebrietatem, nos haurire iustitiam; en ambos casos, no obstante, se
documenta la variante textual hausi-). A ejemplos similares remite el ThLL, s. v.
haurio, cols. 2566-67; dentro de la tradición hispánica cf. Beato de Liébana y
Eterio de Osma, Adv. Elipand. [CC CM 59], I, p. 16, líns. 585-86 (qui de
sacratissimo ore intimo diuinitatis archano hauriuit) y II, p. 104, líns. 14-15
(hauriuimus). Entendemos que de aurissem depende parum, adverbio explicado
en el verso siguiente mediante la aposición e pluribus pauca 17 (cf. vv. 63-64 18),
Cf., por ejemplo, S. Cesáreo de Arles, Serm., CXIII, p. 473 (Haec, fratres
carissimi, pauca de plurimis, pro tempore uobis dicta sufficiant), Beda, Homel.
euang. [CC SL 122], II, hom. 1, líns. 275-76 (Haec de factura templi pauca ex
pluribus commemorasse sufficiat), S. Bernardo de Claraval († 1153), Vita
sancti Malachiae, 66, ed. Rochais, III 370, lín. 12 (haec dicta sint, pauca
quidem de pluribus, sed multa pro tempore).
17
Acerca de este motivo retórico propiamente dicho, cf. Curtius (1938: 166, n.
1), con alusión a Sedulio I 96 y a Prudencio, Apoth. 704-5 (milibus ex multis
paucissima quaeque retexam, / summatim relegam totus quae non capit orbis;
igual de pertinente nos parece, del mismo autor, Apoth. 1: plurima sunt sed
pauca loquar), así como (1955: I 232, n. 52), donde se alude a Virgilio, Aen. III
377-79 (pauca tibi e multis [...] expediam dictis). La idea ya se insinuaba en
Varrón, Ling. Lat. VI 96 (sed quoniam in hoc de paucis rebus uerba feci plura,
de pluribus rebus uerba faciam pauca) y aparece claramente en Plinio XXX 96,
3 (paucis e pluribus edocebo). Entre los autores tardíos y medievales
destacaríamos los siguientes pasajes (e pluribus): Casiodoro, Expos. psalm. [CC
SL 97], praef., cap. 1, lín. 9 (ut de plurimis pauca complectar), Ermoldo el
Negro, In hon. Hlud. I 65 (paucaque de multis pagina nostra legat), S. Pedro
Damián, Serm. [CC CM 57], III 8, lín. 171 (ut de pluribus pauca perstringam),
S. Bernardo de Claraval, Homiliae super missus est, hom. 2, par. 4, Ed. Rochais
IV 23, lín. 25 (ut pauca loquar de pluribus), Anón., Disquisit. dogmat. in
Lactant., 3 [PL VII 1048] (unum tamen ex pluribus selegit memorabile
exemplum). Para el caso de la literatura griega cf., por ejemplo, Festugière
(1960: 132, en referencia a Hist. monach., g 2.15 Pr.: olivga ajnti; pollw'n
18
9
así como el sintagma en ablativo de doctrina (cf., por ejemplo, Cicerón, De div.
I 112: haustam aquam de iugi puteo). Probablemente daría aún mejor sentido
—y también mejor sintaxis— una lectura como paruus in doctrina 19 (mejor
quizá que el paruus de doctrina propuesto por Du Méril de manera dubitativa y
admitido en su texto por Guerrieri Crocetti); ésta propiciaría además una
imagen de carácter tópico en el exordio (que aparece, por lo demás, en la
conclusión de la HR [74, 6]: quod nostre scientie paruitas ualuit) y con notables
reminiscencias clásicas (horacianas, por ejemplo; cf. Carm. IV 2, 31-32:
operosa paruus / carmina fingo; cf. Pedro de Poitiers [† c. 1205, ap. Manitius
1911-1931: III 902]: et minimi Petri carmina parua lege).
15: rithmice: Aunque cabría considerar el término —que ofrece la grafía
rihtmice en el manuscrito— como un adverbio dependiente de dabo (uentis
uela), con el significado de «rítmicamente», «de manera rítmica» (quizá por
contraposición implícita con «métricamente», insinuando que la forma
«métrica» o «cuantitativa» habría exigido una mayor inmersión previa en la
doctrina por parte del autor), preferimos considerar que se trata del genitivo del
sustantivo rhythmica (sc. ars), con -e representando la monoptongación de -ae,
y que depende de uela 20. La imagen, que es antigua 21, reaparece en S. Jerónimo
dihghsavmeqa, Ps.-Luciano, Demonax, 67: tau'ta ojlivga pavnu ejk pollw'n
ajpemnhmovneusa).
Cf. Varrón, Res rust. II 4, 11 (minime mendax et multarum rerum peritus in
doctrina), Plinio VIII 44 (Aristoteli, summo in omni doctrina uiro). La
confusión entre paruus in y parum es perfectamente explicable desde el punto
de vista paleográfico; la inclusión de la preposición de sería una enmienda
posterior. Guerrieri Crocetti anota (500): «Il cod. ha parum, sfuggito certo per
seduzione del precedente uerum», mientras que Ubieto lo explica por una
confusión de abreviaturas, similar a la que consideraba se había producido en el
v. 51 (1967: 27-28).
19
Guerrieri Croccetti (501) ya parece haber seguido este análisis, aunque no
justifica su traducción, que es «darò, da povvero nocchiero, al vento le velle
della mia poesia» (cf., asimismo, Figueras 16: «confiaré les meves veles
poètiques als vents»).
20
Cf. Cicerón, Tusc. IV 9 (quaerebam igitur utrum panderem uela orationis
statim an eam ante paululum dialecticorum remis propellerem), Ovidio, Trist.
III 4, 32 (propositi uela), Pont. I 8, 72 (uoti uela), Plinio el Joven, Epist. IV 20,
2 (ingenii dolorisque uelis), Valerio Máximo IX 15, 2 (inpudentiae uelis).
21
10
(cf. Curtius 1948: 190) y llega a convertirse en un verdadero tópico de la
literatura cristiana 22 . Resultaría algo violento sintácticamente, a causa del
hipérbaton, entender el genitivo rithmice como dependiente del adjetivo
pauidus 23. No nos parece necesaria la enmienda de Gil (rithmiçans), pese a dar
buen sentido (Riquer traduce su propuesta: «versificant poques coses entre
moltes»; rithmizans inuoco musas puede leerse en la obra de Sedulio, ap. Raby
[1953: 194], y un participio rimans en la Prosopopeia de Ripoll, ed. Nicolau
d´Olwer, nº 8, v. 2: rimans cum studio quid musicet eufona Clio). Por lo demás,
no parece ni aconsejable ni necesaria para el texto una enmienda del tipo e
pluribus pauca, / rithmica (uela), ni siquiera puntuando e pluribus, pauca /
rithmica, tamen [...]
tamen : ta— es la abreviatura que ofrecen PB en este lugar, la cual se emplea en
el verso 39 para tam (lectura que aquí vulneraría el metro y el sentido).
A los ejemplos recogidos por Curtius (S. Jerónimo, Comm. in Hiez. [CC SL
75], XII, pref., p. 549, lín. 15: et flanti Spiritui sancto uela suspendam, Comm.
in Osee [CC SL 76], III 4, p. 109, lín. 148: nobisque interpretationis uela
pandentibus, y ejemplos de época carolingia de su n. 3) podrían añadirse otros
muchos, entre los que seleccionamos los siguientes: VIII Conc. Toledano, cap.
II [PL CXXX 505] (disputationis nostrae uela pandamus), Angelomus de
Luxeuil (fl. c. 855), Enarrat. in Cant. Canticorum, inc. [PL CXV 555] (et
abyssos theoriae uela pandendo historiae, styli officio tangam), Honorio de
Autun († 1137), Gemma animae, resp. [PL CLXXII 543] (uela sententiarum
distendens uento), Hugo de San Víctor († 1141), Expos. in Abdiam [PL CLXXV
397] (et inter confragrosos scopulos nostram nauiculam reximus spiritualis
intelligentiae uela pandamus, ut, afflante Domino et sua reserante mysteria,
laeti perueniamus ad portum), Ricardo de San Víctor († 1173), Beniamin
maior, II 8 [PL CXCVI 86] (ubi speculationis suae uela pandat, ubi
disputationis suae nauigia exerceat), Pedro de Celle († 1182), De tabern. [CC
CM 54], pref., p. 171, líns. 2-3 (totius ingenii nostri uela austro diuinae
illustrationis committens), Inocencio III († 1216), Regesta sive epist., 119 [PL
CCXV 941] (nosque flamini sancti Spiritus nauigationis nostrae uela
pandentes), Rainiero de Lieja († 1230), De claris scriptor. monasterii sui, 11
[PL CCIV 21] (quia totius iam intentionis atque ingenii uela in uerum explicans
austrum).
22
A los ejemplos clásicos (cf. OLD, s. v. pauidus, 1a) podría añadirse, entre
otros, S. Bernardo de Claraval, Serm. in Cant. Canticorum, XX, 5 [PL
CLXXXIII 869] (non ignarus mysterii, sed martyrii pauidus).
23
11
17: populi caterue: Cf. Beda el Venerable, In Marci euang. expos. [CC SL 120],
IV 13, lín. 199 (quidam haec ad captiuitatis iudaicae tempus referunt ubi multi
Christos se esse dicentes deceptas post se cateruas populi trahebant), Vit.
sanct. patrum Emeret. [CC SL 116], V 5, lín. 65 (tandem Arrianus episcopus
una cum iudicibus septus cateruis populi turgidusque fastu superuie ingressus
est). Siempre se ha interpretado populi como genitivo singular dependiente de
caterue (sustantivo al que suele determinar más bien un genitivo plural), y no
parece aconsejable aceptar la posibilidad de un nominativo plural (editando, por
consiguiente: populi, caterue; cf., por ejemplo, en la elegía en memoria del
conde Ramón Borrell [† 1018; cf. Nicolau d'Olwer 1915-1919: 27], que
comienza: Ad carmen populi flebile cuncti 24 / aures nunc animo ferte benigno
[...], o en el epígrafe de consagración de la iglesia de Lapedo, de 1187, v. 6: ad
cuius ueniunt populi solemnia leti; cf. Pérez González 1999: 109).
23: Iberum litus: Iberi —en alusión al río Ebro— proponía Du Méril, quien
consideraba que habría que traducir la lectura del manuscrito como «la terre des
Ibères», descartando aparentemente la simple concordancia adjetival con el
neutro litus.
28: ore uirorum: Es lo que ofrece el manuscrito; cabe comparar, por ejemplo,
Cicerón, Deiot. 28 (quam optimo et clarissimo uiro fugitiui ore male dicere).
Gil propuso en su edición <m>ore uirorum, conjetura que consideran plausible
Manchón - Domínguez (1998: 616 y 621) 25. Entendemos que en este caso puede
mantenerse sin dificultad la lección del manuscrito 26. Frente a la necesidad de la
La expresión flebile carmen se halla también, por ejemplo, en el Epitameron
propriae necessitudinis de Valerio del Bierzo, v. 1 (cf. Díaz y Díaz 1958: 105).
24
Según estos autores, la falta sería fácil de explicar paleográficamente, por
haplografía respecto a la nasal que precede (maiorum); entienden, asimismo,
que «al Cid se le dio el sobrenombre que (según la falsa interpretación del autor
del CC) los antiguos (maiores) otorgaban al campidoctor», y atestiguan la
expresión maiorum more en Cicerón y Salustio (quien ofrece un uirorum more
pugnantes en Cat. 58, 21).
25
Cf., por ejemplo, Ovidio, Met. XV 878 (ore legar populi), Pont. III 4, 54 (iam
pridem populi suspicor ore legi). La expresión per ora uirum (Enio, frag. 46
Courtney = var. 17-18 V, ap. Cicerón, Tusc. I 34), que resuena en Virgilio,
Georg. III 9, etc., puede considerarse tradicional, y de un sentido similar al
nuestro. Algo parecido puede decirse a propósito de expresiones como esse in
26
12
enmienda <m>ore 27 cabría aducir también la presumible excepcionalidad de la
denominación en cuestión (Campidoctor) entre los maiores de Rodrigo. La
expresión ore mentiri se documenta en la HR (39, 53-54: quod sane propio ore
plane mentitus est); ore tacito meditatur se lee en CN III 16, 80-81.
30: Comitum lites nam superat<ur>us: lites es la lectura que ofrece el
manuscrito, probablemente correcta (cf., por ejemplo, Cicerón, Verr. III 132:
sedasti etiam litis illorum, Imp. Pomp. 66: exercitus regios superare posse
uideatur), de modo que no nos parece justificado en principio el † litenam
editado por Gil, quien anota en su aparato crítico: litem (potius lites) nam edd.;
grauior menda fortasse latet, sed nam saepius abundat. Acerca de
superat<ur>us —restitución bastante plausible a la vista del contexto (-urus en
los tres versos restantes de la estrofa)— cf. Higashi 1995: 35, quien, a fin de
explicar la falta como haplografía por homeoteleuto, propone escribir
superat<ur>us, en vez de superatu<ru>s (Gil). Sobre el posible origen
paleográfico de la falta, cf., asimismo, Ubieto (1981: 76), si bien la abreviatura ur- en suspensión no puede considerarse exclusiva de la escritura visigótica.
34: ad alta Es la conjetura que propuso Curtius (1938: 167, n. 2), a fin de
enmendar el adlata que ofrece el manuscrito (cf. Guerrieri Croccetti 503: «ardui
cimenti»; «les seves ordres» traduce Figueras 18, considerando que adlata
puede significar en latín medieval «cosa encarregada a algú», como apunta
Wright 243, n. 2, quien cita a su vez un pasaje recogido por Niermeyer, s. v.
afferre: ab ipso [Deo] non despici sperantes allata [a. 834]); allatus y aflatus se
confunden en HC III 47, 2, según observa Gil (1995: 34), sin que ello propicie
aquí la admisión de un aflata 28 . Wright (34), no obstante, considera
insatisfactorias ambas soluciones, y desautoriza la propuesta de Curtius (de
manera un tanto oscura: «since the power to exaltare is the King´s»). No
ore omnium, in ore uulgi o in ore omnium uersari (cf., por ejemplo, Cicerón,
Verr. II 81).
Cf. Nisbet (1995: 341), a propósito de Cicerón, Phil. II 103 y de Verr. III 118
(more dett., ore cett.)
27
Pese a la existencia de pasajes en los que el contexto sugiere un valor
semántico negativo, como los de Petronio 2, 7 (animosque iuuenum ad magna
surgentes ueluti pestilenti quodam sidere adflauit, sc. loquacitas) o Sidonio,
Epist. I 11, 2 (illud quod me sinistrae rumor ac fumus opinionis adflauit),
adflatus —y derivados— suele ir asociado en latín medieval al significado de
'inspiración divina'.
28
13
descartamos la posibilidad de que, aun dando buen sentido la sencilla conjetura
de Curtius (impecable en términos críticos), fuese otra la lectura del original.
46: ceteros: Consideramos aconsejable esta pequeña enmienda (por ceteris,
lección que ofrecen P y B), dado el carácter básicamente correcto respecto a la
norma clásica del latín que ofrece el Carmen, y puesto que cabe descartar en
principio una dependencia de plus quam ceteris (o de un supuesto plus quam
ceteri) respecto a uolens (ya que la decisión de exaltare corresponde en
exclusiva al rey). La confusión -is por -os parece haberse producido también en
el verso 66 (Mauris P a. c.), lo cual favorecería en principio nuestra propuesta
de corrección.
Plusquam —lectura que ofrece el manuscrito— suele significar «más de»
y aparece a menudo seguido de numerales, adjetivos o adverbios; no obstante,
cf. Christian de Stavelot (s. IX), Expos. in Matth., 26 [PL CVI 1345] (in eo
plusquam in caeteris apostolis), Hermann de Runa, Serm. festiuales [CC CM
64], serm. 56, lín. 128 (sicque se animas nostras plusquam corpus suum
dilexisse ostendit) o Pedro de Celle, De tabern. [CC CM 54], tract. Ib, p. 197,
líns. 24-25 (ut Deum ex toto corde, tota anima, tota uirtute plusquam se
diligat). Por lo demás, la inversión del orden en ceteros plusquam puede
explicarse perfectamente por razones acentuales (plus quam ceteros no se
ajustaría al esquema acentual); acerca de ejemplos comparables en textos
mozárabes, con preposición postpuesta, cf. Thorsberg (1962: 33).
55: Semper contra te: Ofrece en principio un acento antirrítmico en quinta, lo
cual hizo a Higashi (1994: 5, n. 7, 1995: 36) proponer una inversión del orden
de palabras (contra te semper), de modo que resultase una construcción similar
a la que inicia el v. 50 (contra te ipsum). Nos parece preferible, sin embargo,
considerar que puede tratarse de un caso de «mot métrique» (contrá-te, como
apúd-me, intér-quos, etc.), común en la prosodia medieval (cf. Norberg 1958:
23, 1985: 39-40, Stotz 1996: 123-24).
103: El adverbio cito puede hacerse depender del arment anterior, admitiendo
así un pequeño encabalgamiento (respecto al significado cabría comparar Seb.
10, 1: statimque arma adsummunt et prelium conmittunt, HR 40, 11-12: et
militibus suis loricas statim iussit induere), o bien considerarse como un
anticipo del ne tardent, separándolo de se arment mediante una pausa e
integrándolo en un giro de carácter casi formular (se arment / cito, ne tardent).
La diferencia es mínima, pero nos inclinamos por la primera posibilidad.
14
127: Resolvemos por fuere la lectura abreviada que ofrece el manuscrito (fuer—
; cf. v. 37: nolent#= nolente), dado que en él sólo se documenta una abreviatura
por suspensión, la sigla e#= est (27). Cabría aceptar también el fuerunt que han
preferido sin excepción los editores; por lo demás, la copia ofrece scriptio plena
de ambas formas del perfecto (4: conscripsere, 47: ceperunt).
128: A fin de aliviar la sintaxis, consideramos que no hay pausa tras neque
modo; cf., no obstante, CN II 19, 1: Aldefonsus defunctus, filius eius Garsias ei
successit.
Mantenemos las grafias incoherentes que ofrece el manuscrito, como en
el caso del verso 67: Yspaniarum (cf. 85: Ispanie), así como sus muchas
peculiaridades gráficas, erróneas respecto a la ortografía clásica, pero que no
exigen, a nuestro juicio, una enmienda (a propósito de esta cuestión en la
Historia Roderici y en obras afines, cf. Falque 1990: 40-41 y n. 112; a propósito
del Poema de Almería, cf. Gil 251-52, y, con carácter general, Sánchez-Prieto
1998: 49-51).
15
CARMEN CAMPIDOCTORIS
O
POEMA LATINO DEL CAMPEADOR
1
Facsímile
(Ms. Parisinus 5132)
2
[f. 79v, vv. 1-25]
3
[f. 80r, vv. 25-87]
4
[f. 80v, vv. 88-129 e inicio del texto raspado]
5
[f. 80bis r, final del texto raspado]
6
[f. 80bis v, originalmente en blanco]
7
Edición crítica
y
traducción
1
<CARMEN CAMPIDOCTORIS>
I
Bella gestorum possumus referre
Paris et Pyrri necnon et Eneae,
multi poete plurima in laude
que conscripsere.
II
Sed paganorum quid iuuabunt acta,
dum iam uillescant uetustate multa?
Modo canamus Roderici noua
principis bella.
III
Tanti uictoris nam si retexere
ceperim cunta, non hec libri mille
capere possent, Omero canente,
sumo labore.
IV
V
Eia, letando, populi caterue,
Campidoctoris hoc carmen audite!
Magis qui eius freti estis ope,
cuncti uenite!
Nobiliore de genere ortus,
quod in Castella non est illo maius,
Hispalis nouit et Iberum litus
quis Rodericus.
VII
Hoc fuit primum singulare bellum,
cum adolescens deuicit Nauarrum;
hinc Campidoctor dictus est maiorum
ore uirorum.
VIII
Iam portendebat quid esset facturus,
comitum lites nam superat<ur>us,
regias opes pede calcaturus,
ense capturus.
X
10
Verum et ego parum de doctrina
quamquam aurissem, e pluribus pauca,
rithmice tamen dabo uentis uela
pauidus nauta.
VI
IX
5
15
20
25
30
Quem sic dilexit Sancius, rex terre,
iuuenem cernens ad alta subire,
quod principatum uelit illi prime
cohortis dare.
35
Illo nolente, Sancius honorem
2
dare uolebat ei meliorem,
nisi tam cito subiret rex mortem,
nulli parcentem.
XI
Post cuius necem dolose peractam
rex Eldefonsus obtinuit terram;
cui quod frater uouerat per totam
dedit Castellam.
XII
Certe nec minus cepit hunc amare,
ceteros plusquam uolens exaltare,
donec ceperunt ei inuidere
compares aule,
XIII
dicentes regi: «Domine, quid facis?
Contra te ipsum malum operaris,
cum Rodericum sublimari sinis;
displicet nobis.
XIV
XV
45
50
Sit tibi notum: te nunquam amabit,
quod tui fratris curialis fuit;
semper contra te mala cogitabit
et preparabit».
55
Quibus auditis susurronum dictis,
rex Eldefonsus tactus zelo cordis,
perdere timens solium honoris,
causa timoris
XVI
omnem amorem in iram conuertit,
occasiones contra eum querit,
obiciendo per pauca que nouit
plura que nescit.
XVII
Iubet e terra uirum exulare.
Hinc cepit ipse Mauros debellare,
Yspaniarum patrias uastare,
urbes delere.
XVIII
Fama peruenit in curiam regis
quod Campidoctor, Agarice gentis
obtima sumens, adhuc parat eis
laqueum mortis.
XIX
40
60
65
70
Nimis iratus iungit equitatus,
illi parat mortem nisi sit cautus,
precipiendo quod, si foret captus,
sit iugulatus.
75
3
XX
Ad quem Garsiam comitem superbum
rex prenotatus misit debellandum;
tunc Campidoctor duplicat triumfum
retinens campum.
XXI
Hec namque pugna fuerat secunda,
in qua cum multis captus est Garsia;
Capream uocant locum ubi castra
simul sunt capta.
XXII
Vnde per cunctas Ispanie partes
celebre nomen eius inter omnes
reges habetur, pariter timentes
munus soluentes.
XXIII
Tercium quoque prelium comisit,
quod Deus illi uincere permisit;
alios fugans aliosque cepit,
castra subuertit.
XXIV
XXV
85
90
Marchio namque comes Barchinonae,
cui tributa dant Madianite,
simul cum eo Alfagib Ilerde,
iunctus cum hoste,
Cesaraugustae obsidebant castrum
quod adhuc Mauri uocant Almenarum;
quos rogat uictor sibi dari locum
mitere uictum.
XXVI
Cumque precanti cedere nequirent
nec transeundi facultatem darent,
subito mandat ut sui se arment
cito, ne tardent.
XXVII
Primus et ipse indutus lorica
—nec meliorem homo uidit illa—
romphea cinctus auro fabrefacta
manu magistra
XXVIII
accipit hastam mirifice factam,
nobilis silue fraxino dolatam,
quam ferro forti fecerat limatam,
cuspide rectam.
XXIX
80
95
100
105
110
Clipeum gestat brachio sinistro,
qui totus erat figuratus auro;
4
115
in quo depictus ferus erat draco
lucido modo.
XXX
Caput muniuit galea fulgenti,
quam decorauit laminis argenti
faber et opus aptauit electri
giro circinni.
120
XXXI
Equum ascendit quem trans mare uexit
barbarus quidam necne comutauit
aureis mille, qui plus uento currit,
plus ceruo sallit.
XXXII
Talibus armis ornatus et equo
—Paris uel Hector meliores illo
nunquam fuere in Troiano bello,
sunt neque modo—
XXXIII
tunc deprecatur...
125
SIGLA
P
Parisinus Latinus 5132 (olim Baluze 284, Regius 3855), s. XII ex., ff. 79v-80v
(deleti uu. sub fin. f. 80v - init. f. 80bis r latent)
B
Parisinus Baluze 107, s. XVII ex. - XVIII in., f. 320rv (apographon codicis P).
APPARATUS CRITICUS
sine inscriptione, sed cf. uersum 18
1: <B>ella gestorum B, Curtius, Gil : Ella g. P, Du Méril, Wright : Eia g. Menéndez Pidal : Milia g. coni. Cirot :
Mela g. coni. Higashi
2: Paris et Pyrri PB, edd. : Paridis, Pyrri fort. exspectabamus
3: poete scripsimus (poëtae B, poetae Du Méril, Gil) : poaete P, Wright // plurima in scripsimus, Bastardas
praeeunte : plurima cum Gil : plurimum PB, Wright : plurimum in coni. Du Méril
13: parum PB, edd. : paruus coni. Du Méril
14: aurissem P, Wright, Gil (haurissem B) : hausissem coni. Du Méril (ausissem scripsit Bastardas)
15: rithmice pro -cae scripsimus (rihtmice PB, Du Méril, Wright) : rithmiçans Gil // tamen edd. : tam (ta—) PB
(cf. u. 39)
23: Iberum PB, edd. : Iberi coni. Du Méril
5
28: ore uirorum PB, Du Méril, Wright : more uirorum Gil
30: lites nam PB, Wright : †litenam Gil : hostes nam coni. Bastardas // superat<ur>us Ubieto (superatu<ru>s Du
Méril), edd. : superatus PB, Wright
34: ad alta Curtius : adlata PB, Du Méril, Wright
46: ceteros scripsimus : ceteris PB (coeteris), edd.
55: contra te semper PB, edd. : contra te semper coni. Higashi
126: meliores coni. Du Méril, Gil : melioris PB, Wright
127: fuere scripsimus (fuer— P) : fueru—t B (fuerunt edd.)
6
POEMA LATINO DEL CAMPEADOR
I
Guerras de gestas referir podemos,
de Paris, Pirro y, al igual, de Eneas,
que abundantes poetas en su elogio
han compilado.
II
Mas ¿qué gusto han de dar hechos paganos,
si por su gran vejez ya desmerecen?
Cantemos hoy del príncipe Rodrigo
nuevas las guerras.
III
Pues si me pongo a repasarlo todo,
de aquel tan victorioso, ni aun mil libros
lo podrían reunir, cantando Homero,
con gran fatiga.
IV
V
Mas aunque sólo un tanto de doctrina
yo haya aprendido, tan poco de mucho,
daré al viento aun así velas del ritmo,
nauta medroso.
¡Ea, gentes del pueblo, jubilosas,
del Campeador oíd este poema!
Y más los que en su fuerza habéis fiado,
¡todos veníos!
VI
Del más noble linaje descendiente,
mayor que el cual no se hallará en Castilla,
saben Sevilla y de Ebro la ribera
quién es Rodrigo.
VII
Esta lid singular fue la primera,
cuando, muchacho aún, venció a un navarro;
por ello 'Campeador' dicho es por boca
de hombres mayores.
VIII
Ya adelantaba cuánto lograría,
pues en la lucha a condes vencería,
con el pie fuerzas regias hollaría,
presas a espada.
IX
Sancho, rey de la tierra, lo amó tanto,
1
5
10
15
20
25
30
viendo al joven subir a lo más alto,
que de la principal mesnada quiso
ponerlo al frente.
X
Como él tal no quería, un honor Sancho
aún mejor deseara concederle,
de no afrontar el rey la rauda parca,
que a nadie libra.
XI
Tras su trance, con dolo ejecutado,
el rey Alfonso consiguió la tierra;
cuanto su hermano le ofreciera, en toda
Castilla diole.
XII
No menos, en verdad, comenzó a amarlo,
queriéndolo ensalzar sobre los otros,
hasta que comenzaron a envidiarlo
sus pares áulicos,
XIII
que al rey dicen: «Señor, ¿qué estás haciendo?
Contra ti mismo un mal estás forjando,
consintiendo a Rodrigo que destaque;
no nos agrada.
XIV
XV
Ten por cierto que no te amará nunca,
ya que fue cortesano de tu hermano;
contra ti siempre va a tramar sus males
y a disponerlos».
Oído el dicho de los mestureros,
el rey Alfonso, presa del recelo,
pues temía perder la prez del trono,
por mor del miedo
XVI
todo su amor en ira lo convierte,
con él enfrentamientos va buscando,
acusándolo, a poco que conoce,
de más, que ignora.
XVII
Manda al varón abandonar la tierra.
De entonces empezó él a abatir moros,
a devastar de España las regiones,
a arruinar urbes.
XVIII
A la corte del rey llegó una hablilla:
que el Campeador, de la agarena estirpe
tras reunir lo mejor, les sigue urdiendo
2
35
40
45
50
55
60
65
70
dogal de muerte.
XIX
XX
Junta a sus caballeros, muy airado,
para él urde la muerte, si no es cauto,
mandando que, si fuese capturado,
se lo degüelle.
A García envió, conde soberbio,
el mencionado rey para abatirlo.
Entonces dobla el Campeador su triunfo,
retiene el campo.
XXI
Este combate fue, pues, el segundo,
y en él, con muchos, preso fue García.
Cabra llaman al sitio, donde el castro
a la vez toma.
XXII
Desde entonces de España en todas partes
es su nombre por célebre tenido,
entre todos los reyes, tan miedosos
cual pagadores.
XXIII
Además entabló un tercer combate,
el cual Dios permitióle que venciera;
a unos poniendo en fuga, a otros prendiendo,
sometió el castro.
XXIV
XXV
Pues el marqués, de Barcelona conde,
a quien tributo dan los madianitas,
y a una con él Alfagib leridano
junto a su hueste,
de Zaragoza asedian el castillo
al que aún Almenar llaman los moros;
les ruega el victorioso le permitan
avituallarlo.
XXVI
Pues ceder ante el ruego no querían,
ni para traspasar permiso daban,
manda de pronto que los suyos se armen
presto, no tarden.
XXVII
Siendo el primero en revestir loriga
—hombre alguno la vio mejor que aquélla—
y ronfea ceñir, de oro labrada
por diestra mano,
3
75
80
85
90
95
100
105
XXVIII
XXIX
XXX
toma una lanza de admirable hechura,
tallada en fresno de elevado bosque,
a la que dio, pulida, fuerte hierro,
recta hasta el cabo.
Ase el escudo con el brazo izquierdo,
que una figura de oro llena entero;
fiero dragón había en él pintado,
resplandeciente.
Cubrió su testa con fulgente yelmo,
el cual con tiras decoró de plata
el armero; a su obra ajustó en torno
cerco de electro.
XXXI
Sube al caballo que de ultramar trajo
cierto bárbaro, el cual trocó tan sólo
por mil dinares; más que el viento corre,
que el ciervo salta.
XXXII
De tales armas y caballo ornado
—ni Paris ni Héctor a éste superiores
en la guerra de Troya jamás fueron,
ni lo es hoy nadie—,
XXXIII
entonces ruega [...]
4
110
115
120
125
1: «Gestas» entendidas como relaciones de hazañas, y en verso según se desprende del multi
poete subsiguiente (no en prosa como lo estaban las referentes al propio Rodrigo, según reza
la inscriptio de la Historia Roderici en su manuscrito I, antes de su corrección por una mano
posterior: gesta de Roderici campi docti).
2: Los tres personajes están relacionados con la mítica guerra de Troya. Paris y Eneas eran
héroes del bando troyano, mientras que Pirro, hijo del Pelida Aquiles, combatía del lado
griego.
7: El título de princeps dado a Rodrigo corresponde probablemente al que éste adoptó tras la
dominación de Valencia y con el que aparece en los documentos allí otorgados por él y por
doña Jimena.
8: Es decir, no las nuevas o recientes guerras que Rodrigo emprende, sino sus guerras, por el
hecho de ser «coetáneas» —en el sentido más amplio— del poeta.
28: Mayores en edad y, como suele suceder, en saber y gobierno.
33: Se trata de Sancho II el Fuerte, rey de Castilla (1065-1072) y fugazmente de León y
Galicia (1071-1072), muerto por el audaz golpe de uno de los sitiados durante el cerco de
Zamora (7 de octubre de 1072).
42: Se refiere a Alfonso VI, rey de León (1065-1072). Expulsado del trono por su hermano
Sancho II, heredó la corona de León y Castilla a la muerte de aquél, reinando de 1072 a 1109.
A él se debe la conquista de Toledo (1085).
43-44: Es decir, Alfonso concedió a Rodrigo en un principio todo aquello que su hermano,
Sancho, había confiado al caballero por tierras de Castilla. El encabalgamiento de nuestra
traducción procura reflejar el que ofrece el propio texto en este lugar.
70: Mediante la expresión Agarica gens se hace referencia a los árabes, quienes, según el
relato bíblico (Gen. 16), descendían de Ismael, el hijo tenido por Abraham con su esclava y
concubina Agar.
72: Al rey y a sus cortesanos, según ha de entenderse.
77: García Ordóñez († 1108), magnate castellano, conde de Nájera y ayo del infante don
Sancho. Fue amigo de Rodrigo, pues aparece como garante de la carta de arras que éste
otorgó a doña Jimena (1074, renovada en 1078 ó 1079), pero se enemistó con él tras su
enfrentamiento en la batalla de Cabra (librada seguramente en el verano de 1079).
83: Cabra es una localidad situada al pie de la sierra del mismo nombre, en la actual provincia
de Córdoba, a unos 60 kilómetros al sudeste de su capital. El castro —lat. castra, según el uso
clásico— no es el recinto amurallado de Cabra, sino el campamento plantado por las tropas de
García Ordóñez junto a la misma, al igual que ocurre después, durante el cerco de Almenar
(v. 92), con el del conde de Barcelona y el rey de Lérida.
93: Se alude así a Berenguer Ramón II el Fratricida, conde de Barcelona de 1076 a 1096, al
cual derrotó el Campeador en las batallas de Almenar (1082) y Tévar (1090).
1
94: Los madianitas son aquí los árabes, según una antigua identificación entre este pueblo
bíblico (que remontaría a Madián, hijo de Abraham y de su segunda esposa Queturá, según
Gen. 25) y los beduinos.
95: Alfagib: Se trata de Almundir, rey la taifa de Lérida.
97: Zaragoza, en referencia a la taifa de este nombre.
98: Almenar es una localidad situada en la actual provincia de Lérida, unos 20 kilómetros al
noroeste de su capital; era por entonces una avanzada de la taifa zaragozana.
100: En virtud de la facultas transeundi que reclama (v. 102), a fin de aliviar el hambre de los
sitiados por las tropas del conde.
107: La romphea o rhomphaea es una espada larga de doble filo.
112: Quiere decir que dejó el asta en perfectas condiciones y dotada de acerada punta.
121: En la tradición cidiana posterior, el caballo recibirá el nombre de Babieca (cf. Montaner
2007b: 525-528). La denominación de su poseedor que recoge el Carmen (barbarus quidam)
podría hacer referencia a un bereber, aunque no necesariamente.
123: Lat. aurei; posible alusión a la moneda de la época conocida como «morabetino», es
decir, los dinares de oro acuñados por los almorávides.
2
COMENTARIO
I
1: Bella gestorum: Acerca de esta expresión puede consultarse lo ya señalado en nuestra
«Nota crítica».
referre: Una expresión similar (bella [...] narrare) se documenta en HR 74, 1-5. El
significado del verbo es el de «referir», distinto por ejemplo del que se observa —en
construcción idéntica (bella referre)— en Silio XI 28.
2: Paris et Pyrri necnon et Eneae: La serie de nombres tiene una función similar, como
recurso, a la de los nomina inclita que, por ejemplo, mencionaba Cornelio Leodiensis (s. XI)
en su Passio Mauri Remensis, vv. 27-32: Quis fuerit romulus quis scipio quis traianus /
hector uel priamus hanibal dauid octauianus / arcturus karolus iosue moyses machabeus /
niniue uel troya nescirent saecula nostra / si non chronographi uel scriptores studiosi /
nomina cum gestis mandassent inclita libris).
Paris — también conocido como Alejandro— fue quizá el héroe más eminente de la
parte troyana en la epopeya griega que precedió a Homero (OCD 1112, s. v. «Paris»). Pese a
haber sido al fin el vencedor del terrible Aquiles (Il. XXII 359-60), sólo de manera
excepcional aparece retratado como un guerrero valeroso en la literatura antigua (cf., por
ejemplo, Homero, Il. XIII 660-72, Virgilio, Aen. V 370: solus [sc. Dares] qui Paridem solitus
contendere contra; para una caracterización opuesta —la de guerrero afeminado— cf. Aen.
IV 215-17, y, en general, Curtius 1955: 164, n. 1). Dentro del ámbito hispánico, es nombrado,
junto con Héctor, en la inscripción sepulcral en hexámetros de Sancho el Fuerte (Oña, 1072:
Sanctius, forma Paris, et ferox Hector in armis, / clauditur hac tumba, iam factus puluis et
umbra, ap. Amador 233 y 339, Menéndez Pidal 186-87; véase una edición crítica y
comentario en Montaner 2007 [en prensa]), mientras que Paris y Aquiles aparecen
mencionados en el «epitafio» catalán a Guillermo Berenguer (Hic Wielme iaces Paris alter et
alter Achilles / non impar specie, non probitate minor; ap. Bofarull 1836: I 246, Amador 235
y 338, cf. Martínez 1991: 41). El primer testimonio mencionado es probablemente del siglo
XII y el segundo quizá ya del XIII (Casas 1999: 31). Por su parte, Pirro (lat. Pyrrhus) era el
hijo de Deidamía y de Aquiles (quien fue conocido como «Pirra» durante su ocultamiento,
por parte de Tetis, en la isla de Esciros); también es llamado Neoptólemo en el mito griego.
1
Verdugo del viejo y cansado Príamo (Aen. II 550-58), es retratado como un héroe aguerrido
en Aen. II 479-81, 529-30 (cf. Conti 1995: 342-43, n. 11).
Es frecuente en las preceptivas medievales la diferenciación entre el Pirro hijo de
Aquiles —en quien se inspira la denominación del pie «pirriquio» (sucesión de dos sílabas
breves), según señalaba Sedulio Escoto (In Donati artem maiorem [CC CM 40B], pars 1, p.
30, líns. 8-10: pyrrichius autem dictus est a Pyrro, filio Achillis, qui celeberrimo motu
belligerando ad huius similitudinem pedis saltu emicabat; cf., asimismo, Ars Laureshamensis
[Expos. in Donatum maiorem] [CC CM 40A], pars 1, p. 169, lín. 85)— y su homónimo del
Epiro (319-272 a. C.), famoso enemigo de los romanos (cf. Sedulio Escoto, In Donati artem
maiorem, pars 2, pp. 84-85, líns. 94-96: sicut alius Pyrrus filius Achillis et alius Pyrrus rex
Epirotarum intelligitur; Ars Laureshamensis [Expositio in Donatum maiorem], pars 2, p. 16,
líns. 25-26, Donato Ortígrafo, Ars gramm. [CC CM 40D], De nom., lín. 337, Hugo de S.
Víctor († 1141), De grammatica, cap. 3, p. 85, lín. 258 y p. 90, lín. 423). Sendos homónimos
—Alejandro (Magno) y Pirro (el Epirota)— aparecen unidos en Livio XXXV 14, 11 y en S.
Isidoro, Hist. Goth., 2 [PL LXXXIII 1059] (isti enim sunt quos etiam Alexander uitandos
pronuntiauit, Pyrrhus pertimuit, Caesar exhorruit; el pasaje es retomado por Álbaro de
Córdoba, Epist. 20 [ed. Gil 1973b: I 270], por la CN I 158, 8-9 y por Jiménez de Rada, De
rebus Hispanie, I 9, 61-62). Paris y Pirro aparecen juntos, asimismo, en un acróstico de
Serlon de Wilton, maestro en París a mediados del XII y que fue, a la sazón, cluniacense y
luego cisterciense (ap. Norberg 1980: 77; acerca de este autor cf. Manitius 1911-1931: III
905-10, Raby 1953: 340-42): Pulcher pube Paris, Pirrus probitate probaris (esta misma
cualidad —probitas— se atribuía a Aquiles en el «epitafio» catalán anteriormente citado,
dedicado a Guillermo Berenguer).
Según ha señalado recientemente Tilliette (1999: 407), «avant 1050-1060, Troie n'existe
pas en tant qu´objet littéraire dans la poésie médiévale». La Ilias Latina (s. I d. C.), aunque
documentada desde mediados del siglo IX, se conoce en las escuelas sobre todo a partir del
XI (cf. ibid. 408-9, y, en general, Marshall 1983: 191-94; sobre la posible influencia de esta
obra en el Poema de Almería, cf. Martínez 218 y 221). El tratamiento de la «materia troyana»
en la península hispánica de la Alta Edad Media sigue necesitando un estudio exhaustivo de
conjunto, ya que, hasta el momento, sólo se ha prestado una atención especial, incluso en el
clásico trabajo de Pallí (1953), al Homero del humanismo (cf. últimamente Serés 1997); es en
este sentido de gran utilidad la reciente contribución de Casas (1999). Las referencias
presentes en nuestro Carmen han solido considerarse entre las más primitivas, si bien la
2
perspectiva con que parece introducirlas el poeta es aparentemente, como ya hemos indicado,
de marcado distanciamiento respecto a la materia troyana que representan (un desapego
también implícito por ejemplo en PA 7, al calificarse indirectamente los prelia ueterum regum
como tediosa), lo cual parece apuntar asimismo hacia una cronología tardía de la
composición.
necnon et: Esta lítote (cf. 122: necne) se documenta en gran variedad de construcciones
sintácticas, a menudo para introducir el último elemento de frases trimembres; cf., por
ejemplo, Gen. 14, 8 (rexque Adamae, et rex Seboim, necnon et rex Balae), S. Jerónimo, Liber
quaest. Hebraic. in Gen. [CC SL 72], p. 2, líns. 23-25 (sed et euangelistae et dominus quoque
noster atque saluator nec non et Paulus apostolus multa quasi de ueteri testamento
proferunt), Juan Escoto Eriúgena († 877), Expos. in hierarch. caelest. [CC CM 31], cap. 1,
líns. 380-82 (et in hoc libro qui est De celesti ierarchia, et in sequenti qui inscribitur De
ecclesiastica ierarchia, nec non et in tertio, De diuinis nominibus, affluenter tractatur); en el f.
53 del ms. 74 de Ripoll se lee (ap. Zimmermann 1990: 514, n. 77) grecos liricos poetas
Pindarum uidelicet atque Alcheum nec non et Sarpho (sic) mulierem. En nuestro texto, el
tercer miembro de la enumeración designa a Eneas. La selección de héroes realizada por el
poeta en este verso —tomada en su conjunto, y si es deliberada, más que casual— podría
reflejar una cierta diversidad de virtudes, en cuanto que Paris, Pirro y Eneas parecen
representantes en la tradición literaria hispánica —como ya hemos apuntado— de la
pulchritudo (fortitudo en este caso), de la probitas y de la pietas, respectivamente.
3: multi poete: Ha de considerarse como una especie de hipérbole, dada la breve lista de
autores de materia troyana que nuestro versificador pudo verosímilmente conocer, la cual
incluía al menos, con toda probabilidad, a Homero (a quien se consideraba autor de la Ilias
Latina; cf. Scaffai 1979) y a Virgilio. En el manuscrito se documenta la forma poaet- (por el
correcto poet-), ya sea por error o por hipercorrección («grafía de prestigio» según la
denominación de González Muñoz 1996: 51). La expresión recuerda vivamente, en el
conjunto de la estrofa, la empleada mucho más tarde por Bartolomé Facio (s. XV) en su
Invectiva prima contra los Gesta Ferdinandi regis Aragonum de Lorenzo Valla: «Ut
renovemus in nobis ea que de Orlando ac Rainaldo in hac regione gesta memorantur, qualia
fuisse Hectoris, Enee, Achillis aliorumque principum frequenter audivi». Hic plane
apertissime indicas admirabilem prudentiam tuam, qui vulgaria inducens exempla Orlandum
nescio quem et Rainaldum, de quibus vel apud Gallos, unde orti sunt, vix ulla extat memoria
3
litterarum monumentis prodita, Hectori, Enee atque Achilli, quos summi poete et historici
summis in celum laudibus extulerunt, comparas.
4: que conscripsere: Acerca de este empleo del verbo conscribere y de su complemento
(in laude) puede consultarse nuestra «Nota crítica».
II
5: paganorum acta: La mera contraposición posterior con los noua bella de Rodrigo
encarece en cierta medida el carácter cristiano del héroe, condición a la que también se
aludirá —aunque de manera un tanto indirecta— posteriormente (vv. 90, 129). Aquí se
designa mediante el adjetivo pagani —con cierto sentido peyorativo desde antiguo (Tác.,
Hist. III 24; cf. Norberg 1980: 101-2)— a los héroes de la Antigüedad clásica, y no a los
invasores musulmanes de la península, como suele ocurrir en los Chronica Hispana (cf. HC I
1, 40, II 16, 91; 71, 50, HR 39, 56, CAI I 56, 4, II 26, 9; 66, 3; 85, 6-7, PA 13: facta,
paganorum quia tunc gens uicta uirorum). No deja de sorprender un tanto el empleo del
sustantivo acta (frente a los esperados facta o gesta), que evoca en cierto modo el título latino
de los Hechos (Actus Apostolorum) y el de los Acta martyrumpaganorum, a veces asimilados
a los exitus illustrium uirorum de la Antigüedad (cf. Plinio el Joven, Epist. VIII 12, 4); en
cualquier caso cf. Terenciano Mauro, De litt. 1647-1648: quis [sc. legibus] acta Homerus
heroum, cum scriberet / uersibus, ostendit [...] Como «rëy pagano» se caracteriza a Alejandro
en el Libro de Alexandre, 5a.
6: uillescant: El verbo sólo parece documentarse en latín tardío, frente a sinónimos
usuales en el clásico, como por ejemplo languescere: Cf. S. Agustín, De uera relig. [CC SL
32], LIII 102, p. 253, líns. 1-3 (sed miseri homines, quibus cognita uilescunt, et nouitatibus
gaudent, libentius discunt quam norunt, cum cognitio sit finis discendi), S. Jerónimo, Epist.
66, 7 (quamuis clarus honor uilescit in turba). Aquí sirve para designar la pérdida de vigencia
que los acta paganorum sufren a consecuencia del paso del tiempo, un sentido del término
claramente preludiado, por ejemplo, en el citado pasaje agustiniano o en Sedulio Escoto,
Collect. miscel. [CC CM 67], 5, lín. 40 (et quod habundat in usu uilescit, et quod uilescit sine
gratia inuenitur), 20, lín. 34 (usitata uilescunt), 80, lín. 154 (quicquid primum arripuero,
sequentium comparatione uilescit).
uetustate multa: Cabe comparar el prólogo al libro primero de la Historia
Compostellana (ne diuturna uetustate aut longis temporum interuallis abolita in foueam
4
obliuionis labefierent) así como, en términos muy similares, los prólogos a los libros segundo
y tercero de esa misma obra. También es parecido el arranque de la Historia Roderici (1, 1-3:
Quoniam rerum temporalium gesta inmensa annorum uolubilitate pretereuntia, nisi sub
notificationis speculo denotentur, obliuioni proculdubio traduntur, idcirco [...]), una reflexión
que Gil considera «tomada del Pasionario y de las fórmulas cancillerescas» (1995: 44, 69, nn.
4 y 5), remitiendo al respecto a Fábrega (1953-1955: 25, 238-39, 255-56 y 371-72) y a Gil
(1972: 102, fórm. XXXIII). Se trata, en suma, de un exordio tópico, característico de las
crónicas y que tiene un precedente claro, por ejemplo, en la Vita Karoli de Eginhardo
(prefacio), entre otros.
7-8: noua / principis bella: El autor contrapone los acta paganorum, uetusta y uilia, a
los noua bella —es decir, a los enfrentamientos supuestamente coetáneos (Smith 1986: 105,
n. 11) o, simplemente, más recientes— del princeps Rodrigo (el mismo sintagma aparece en
el Canto de Débora y Barac en Iud. 5, 8: noua bella elegit Dominus, expresión que retoma
Pedro Coméstor, Hist. Schol. VII 7 [PL CXCVIII 1277]). Es lo que el autor se propone referir
de manera específica, y no tanto la vida completa del héroe. Acerca de la tópica
contraposición entre «anciens» y «modernes», puede consultarse lo ya apuntado en nuestra
introducción (III.6). Doctores se opone a nos (cantores de los nostri imperatoris prelia),
mediante una especie de priamel retórico, en el Poema de Almería (vv. 5-6).
La designación de princeps —de cierta reminiscencia clásica (cf., por ejemplo, Horacio,
Carm. I 2, 50)— tiene un eco verbal en el principatus del v. 35, el cual responde a lo narrado
por la Historia Roderici 5, según la cual Sancho II constituit eum principem super omnem
militiam suam, pero ahí el término se refiere al alferazgo (veáse el apartado I.1 del estudio
introductorio), al cual no puede aludir aquí. Curtius (1939: 169) pensó que el título
principesco del v. 8 aludía al dominio sobre Valencia y a la «fürstliche Stellung» en que ello
lo ponía, permitiéndole incluso casar a su hija María con el conde Berenguer Ramón III de
Barcelona. Menéndez Pidal (1939: 3), movido ante todo por su cronología del texto y el lugar
que le asignaba dentro de la materia cidiana, rechazó esta sugerencia, recordando el
principatum del v. 35 y el citado pasaje de la biografía latina, «de modo que –concluye– al
Cid se le puede llamar princeps desde sus primeros años». A esta justificación (seguida por
Horrent 1973: 100) puede objetarse lo que el propio don Ramón adujo contra los que
pensaban que Campeador era sinónimo de alférez: «sería chocante que se siguiese llamando
así al Cid cuando estaba desterrado de su rey» (Menéndez Pidal 1944-1946: 526-27). En
cambio, hay que recordar que en la dotación de la catedral de Valencia de 1098 el donante se
5
intitula inuictissimum principem Rudericum Campidoctorem y denomina igual a sus
principales hombres: Ego Rudericus Campidoctor et principes, ac populos quos Deus
quandiu ei placuerit mee potestati comisit, mientras que el obispo don Jerónimo se refiere en
su aceptación a nostri principis obtimatumque illius auctoritate (ed. Martín Martín et al.
1977: doc. 1).
A este respecto, téngase en cuenta que la historiografía hispano-latina coetánea
distingue entre los principes, sin más especificación (HC I 112: Regina [...], accepto a
principibus suis consilio, conperit omne regnum in se ipsum diuisum desolatum; CAI I 11: rex
Legionensis [...], consilio accepto cum principibus suis, adquieuit uerbis deprecantis; I 15:
rex Aragonensis [...] uocauit principes et duces populi et episcopos, qui secum erant, et petiit
consilium ab eis, quid facere deberet), los principes militiae (ibid. I 57: Isti sunt principes
militie: Garsion de Gabescan, Beltran de Launuces et Fortunel de Fol; II 4: iussit principibus
militie sue statuere magnas acies de assecutis peditibus cum omnibus ingeniis) y los principes
ciuitatis (ibid. I 65: Ceterum cum omnis populus audisset quod rex Legionis ueniret in
Cesaraugustam, omnes principes ciuitatis et tota plebs exierunt obuiam ei cum timpanis et
citharis). Los primeros son claramente los magnates, es decir, los miembros del estrato
superior de la nobleza que intervenían en las asambleas de la corte o palatium regis y
desempeñaban las funciones de consejeros del monarca, siendo magnates palatinos (magnates
palatii) o bien gobernadores (potestates, comites) de los territorios del reino (llamados
también terrarum o terrae principes, vid. HC I 23 y 96, II 29 y 71, III 7 y 17); los segundos
son específicamente los caudillos militares y los terceros los integrantes de la nobleza urbana
o quizá en particular los primeros oficiales del concejo (cf. Valdeavellano 1982: 318, 539-40
y 619-20). Dentro del primer grupo, destaca la costumbre de denominar princeps (en lugar del
viejo título territorial de comes) al alcaide o gobernador de alguna de las principales plazas
del reino. Así, Álvar Fáñez aparece intitulado en 1113 como Toletanus princeps (García
Luján 1982: doc. 4), mientras que Rodrigo Fernández, que en 1143 consta como alchaedus in
Toleto (ibid. doc. 15), es denominado con asiduidad princeps Toletanus en la CAI II 34-38. La
misma crónica (II 49) refiere que: Imperator uero uidens quod Munio Adefonsi esset uir
bellicosus, iussit eum uenire ante conspectum suum et dedit ei suam gratiam et constituit eum
secundum principem, hoc est, secundum alcaydem Toleti (cf. HC II 24: eorum princeps, qui
lingua sua “alcaida” dicitur). Por las mismas fechas (1142-1156) el tenente de Zamora, el
conde Ponce de Cabrera, es denominado princeps Çemore (Fernández-Xesta 1991: 82-83).
Nótese, en fin, que la CAI I 48 utiliza el mismo título para referirse al gobernador musulmán
de Valencia: Deinde abiit ad Auenganiam, Sarracenorum principem Valentie, et fuit cum eo
6
per aliquot dies. En definitiva, es casi seguro que Curtius (1939: 169) tenía razón y que la
intitulación principesca de Rodrigo en estos versos alude a su señorío sobre Valencia.
Así pues, Martin (2005 [en prensa] y 2007 [en prensa]) tiene razón al precisar el sentido
del término en la donación de 1098: «Princeps significa en este diploma señor independiente
de Valencia, “príncipe no real” como escribía Werner, “autónomo o incluso soberano”», y,
aunque no está tan claro que el alcance que le da el Carmen sea exactamente ése, resulta
bastante probable. No obstante, cuando señala que «tampoco se debe interpretar la palabra,
como otros lo han hecho, con el sentido de “gobernador de Valencia”, como cuando Álvar
Fáñez, ejerciendo de gobernador de Toledo al servicio de la realeza castellana, ostentó el
título de princeps toletanus», remitiendo en nota a Curtius 1938 y a Montaner - Escobar 2001:
217, malinterpreta el alcance de la apreciación del primero, que va en esa misma dirección, y
de la nuestra, pues la constatación anterior sólo tiene que ver con el hecho de que el término
poseía implicaciones territoriales bastante concretas y no sólo un vago sentido político, pero
en ningún momento que su uso niegue el ejercicio de un principado soberano sobre Valencia.
Dicho en otros términos, nos hemos detenido en demostrar la vinculación de princeps a la
dominicatura por ser la condición necesaria, aunque no suficiente, de que «el uso del título de
príncipe por parte de Rodrigo haya expresado la voluntad del señor de Valencia de alzarse a
la altura de los demás principes peninsulares... y de aproximarse a los reyes» (Martin 2005
[en prensa] y 2007 [en prensa]).
III
9: Tanti uictoris: El adjetivo uictor también se aplica al héroe en el v. 99. Se trata de un
epíteto de larga tradición en la literatura clásica, en la que —como bien destacó Norden
(1959: 328-31)— se designa así a quien ocupa y además amplía el territorio del Estado (cf.,
por ejemplo, Horacio, Ars poet., v. 208: postquam coepit agros extendere uictor et urbes). La
fórmula empleada en este verso refleja gran encarecimiento y es bastante corriente en la
tradición literaria, como ilustra, por ejemplo, el pasaje de S. Agustín ya señalado en nuestro
apartado III.1 (Serm. 163A, p. 625, lín. 22: tantus campi doctor, en referencia a Cristo). La
expresión es bastante comparable a la que se advierte en el planctus por Ramón Berenguer
IV, v. 13: sensit Lorcha uirum tantum (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13, p. 37; uictor semper,
numquam uictus puede leerse en el v. 25; cf. Martínez 1991: 47); clangor tantus se lee en el
Poema de Almería, v. 46 (cf. Virgilio, Aen. VI 561). Rodrigo es calificado de inuictissimus en
el diploma valenciano de 1098, recibiendo así un título que también era aplicado
habitualmente al Salvador (cf. Blaise 1954, s. v. inuictus, 471).
7
retexere: En latín clásico, el término significa propiamente «revelar, descubrir», al igual
que el poético detegere: cf. Virg., Aen. I 356 (scelus retexit), IV 119, V 65, IX 461 (rebus
luce retectis), XII 374, Horacio, Carm. III 16 (consilium retegis), Ovidio, Met. V 357, XIII 38
(commenta retexit), 336 (responsa deum Troianaque fata retexi). La presente acepción del
término ('referir', 'narrar') es comparable a la que se observa en Prudencio, Apoth. 704-5
(milibus ex multis paucissima quaeque retexam, / summatim relegam totus quae non capit
orbis), así como en Floro de Lyon († c. 860), Carm. 25, 51-52 (Iob prius heroico sua carmine
bella retexit, / diuina Dauid personat ecce lyra, ap. Klopsch 1980: 33), Erquemperto de
Monte Cassino (f. s. IX), Historia Langobardorum Beneventanorum, 1 (Mos etenim
ystoriographi doctoris est, maxime de sua stirpe disputantis, ea tantummodo retexere quae ad
laudis cumulum pertinere noscuntur. [...] Hac quoque flagitatione deuictus, non tantum ea
quae oculis, set magis quae auribus hausi narrare me fateor, imitans ex parte dumtaxat
Marci Lucaeque euangelistarum praeconiis, qui auditus potius quam uisus euangelia
descripserunt), Guillermo de Malmesbury († c. 1142), Gesta regum Angl., V, pról. [PL
CLXXIX 1349] (Quis ergo conetur omnia illa consiliorum pondera, illa gestorum regalium
molimina, enucleatim retexere? Altioris sunt ista negotii et otiosioris animi. Vix haec auderet
uel Cicero in prosa, cuius adorat sales tota Latinitas, uel si quis uersuum fauore Mantuanum
lacessit poetam), Pablo el Diácono, Hist. Langobard. [p. 131, 3, ap. Kiss 1995: 510] (Exigit
uero nunc locus, postposita generali historia, pauca etiam priuatim de mea, qui haec scribo,
genealogia retexere). Cabe comparar, dentro de los Acta sanctorum, S. Albini Vita auctore
Fortunato Presbytero, cap. III (Sed quia eius singula non ualemus retexere facta, sufficiat de plurimis
uel pauca dixisse); S. Godegrandi Commentarius historicus: Vitae epitome a Paulo Diacono
descripta, § I (Sed, quoniam longum est bona quae gessit ex ordine retexere, satis sit haec pauca
praelibasse de plurimis); S. Hugonis Vita auctore Raynaldo Abb. Vezeliacensi, cap. II (unum de multis
sufficiat breuiter retexere). El término también se documenta en el ámbito mozárabe, como, por
ejemplo, en una carta del mozárabe Pedro a Félix, obispo de Córdoba (I 68, ap. Gil 1973:
204: et quasi inter eriles senes sciolus cognitam omnium strofam retexere). Respecto a la
prosodia del término (retexére en nuestro poema), puede consultarse lo ya apuntado en III.2.
10: cunta: La imposibilidad de narrarlo «todo» es un tópico bien atestiguado desde
Homero (Il. II 488-89; cf. Virgilio, Georg. II 42-44, Aen. VI 625-27) y frecuente en todo tipo
de exordio literario (Curtius 1955: 231); para los textos hagiográficos cf. Montaner - Escobar
2002: 390, n. 20. Cabe comparar al respecto HR 27, 1-2 (Bella autem et oppiniones bellorum,
que fecit Rodericus [...] non sunt omnia scripta in libro hoc), un pasaje que podría haberse
inspirado en Mateo 24, 6 (audituri enim estis praelia, et opiniones praeliorum), Marcos 13, 7
8
(cum audieritis autem bella, et opiniones bellorum, ne timueritis) o Juan 20, 30 (multa
quidem, et alia signa fecit Iesus in conspectu discipulorum suorum, quae non sunt scripta in
libro hoc). Por lo demás, pese a los claros paralelos, cabría preguntarse si en este contexto de
la crónica latina no daría mejor sentido una expresión como occasiones bellorum (cf. v. 62).
También es comparable, dentro de la Historia Roderici, la captatio beneuolentiae final (74, 15: uniuersa autem bella [...] seriatim narrare perlongum esse uideretur et forsitan legentibus
in fastidium uerteretur; cf. Menéndez Pidal 1939: 4); cf. Manchón 2007 [en prensa], quien
compara CAI I 47: Sed prelia comitis Roderici Gundisalui et Roderici Fernandi, quas
fecerunt cum regibus Moabitarum et Agarenorum, fuerunt fortissima, sed non sunt descripta
in hoc libro, y II 30: Reliqua vero prelia, que consul Rodericus fecit cum regibus Moabitarum
et Agarenorum, et strages non sunt scripte in hoc libro, considerando la similitud como mera
coincidencia debida al uso común de fuentes bíblicas. Por lo demás, el tópico de la brevitas es
característico de finales del siglo XII (Rico 1985: 141: se convitió sobre todo «en las
postrimerías del siglo XII [...] en una prestigiosa patente de modernidad»).
libri mille: La cifra es simbólica (cf. OLD, s. v. mille, 1b, Curtius 1955: 703), como
seguramente lo es en el v. 123 (aureis mille).
11: capere: Tiene aquí el significado específico de «dar cabida», bien documentado en
latín clásico (OLD, s. v., 25a; cf., por ejemplo, Cicerón, Phil. II 16: nec tabulae nomina
illorum capere potuerunt, Livio VII 25, 9: uires populi Romani, quas uix terrarum capit
orbis) y en latín tardío; desde el punto de vista lingüístico cabe comparar en español actual la
acepción vulgar de «coger» en determinadas construcciones. Cabe comparar, dentro de los
Acta sanctorum, Vita S. Licinii, cap. IV (Si cuncta persequi coeperim, ut iam dictum est, dies, ut
opinor, antequam sermo, cessabit; Miracula a commissariis episcopalibus iuridice excepta: quam
secundum humanam aestimationem vix capere possent tres lagenae maiores).
Omero canente: sobre fórmulas de encarecimiento similares, en las que se menciona
asimismo al padre de la literatura occidental, cf. Curtius 1955: 231 (cf., por ejemplo, S. Julián
de Toledo, Epist. ad Modoen., 2, str. 2, quien menciona a Omerus entre la multiplex caterua
doctiorum, Ermoldo el Negro, In hon. Hlud. I 52). Un papel similar se asigna en la HC a
Virgilio (II 42, 7), y a Virgilio y Cicerón (II 68, 1; a Tulio ya se había referido Eginhardo, en
términos similares, en el prefacio de su Vita Karoli). Dentro de los Acta sanctorum, en la Vita
Henrici Baucenensis, cap. II, se lee: quod si Homerus adesset, uix explicare ualeret, de acuerdo con la
frecuente referencia a la peritia o facundia de Homero y Marón.
9
12: sumo labore: Cf. HC I 10 (et diuina interueniente clementia has litteras ampliori
collectione descriptas summo labore detulimus). La expresión summo labore —y similares—
es fácil de documentar en la literatura latina clásica y en la tardoantigua; cf., por ejemplo,
César, Bel. Gal. VII 8, 2 (atque ita uiis patefactis summo militum labore ad fines Aruernorum
peruenit), Livio XXII 20, 8 (ibi urbe [...] biduum nequiquam summo labore oppugnata), S.
Jerónimo, Epist. 22, 30 (bibliotheca, quam mihi Romae summo studio ac labore confeceram).
Desde un punto de vista gramatical, este ablativo —modal de valor casi concesivo— depende
en nuestra opinión de la perífrasis retexere ceperim, pero su significado se define propiamente
en la serie de circunstancias referidas en la estrofa y en las que el poeta inscribe su obra:
tratando ésta del Cid, ni en mil libros siquiera podría incluir la materia, ni aun componiendo
su carmen con el arte del propio Homero, ni aunque pusiese en ello su máximo empeño
(cabría comparar desde el punto de vista estilístico, por ejemplo, Ermoldo el Negro, In hon.
Hlud. I 51: nec fas, nec potis est, nec ualet ingenium, así como, en relación con este
pensamiento en general, Dist. Catonis III 14, ap. Álbaro de Toledo, Epist. 20, ed. Gil 1973b: I
269: Quod potes id temta, operis ne pondere pressus / incumbat labor et frustra temtata
relinquas). No nos parece apropiado hacer depender sumo labore del participio canente, que
se halla inserto en un ablativo absoluto (cf., no obstante, Figueras 14: «per molt que fos
Homer qui les cantés, amb tot el seu esforç»). En principio, sumo labore podría hacerse
depender sintácticamente incluso del capere possent cuyo sujeto es mille libri, pero habría de
aceptarse la posibilidad de una personificación similar a la bien conocida de Horacio, Carm. I
9, 2-3: nec iam sustineant onus / siluae laborantes (con paralelo en Longo III 3), lo cual no
parece verosímil.
IV
13: doctrina: El término —de antigua reminiscencia escolar— podría evocar en un oído
cultivado de la época el audi doctrinam si uis uitare ruinam de Marbodo de Rennes, citado
por Nicolau d´Olwer a propósito del poema nº 46 de su repertorio (Doctrina commendatio; cf.
1915-1919: 61, n. 1), cuyo último verso, quizá en clave paródica (Moralejo 1980: 78), abunda
en la misma idea (ergo, caue doctrinam, qui uis uitare ruinam). Para la expresión cf. S.
Bernardini Senensis Vita I Antiquior, cap. III (Nam quia parum de doctrina Christiana
instituti incolae illi erant).
14: e pluribus pauca: De acuerdo con lo indicado en nuestra «Nota crítica», en la que se
recoge una serie de lugares paralelos, consideramos que se trata de una mera aposición
explicativa de parum (13). Este giro expresa normalmente el tópico de la abbreuiatio (cf. 910
12), y no tanto el de la paruitas, como, por razones contextuales, ocurre en nuestro poema.
Sobre el tópico de la modestia —falsa o no—, cf. Curtius (1955: 127-131); sobre el de la
paruitas, cf. (ibid. II 582-590). Una curiosa variante de este último motivo se observa, por
ejemplo, en las obras de Alcuino y de Teodulfo, cuando ambos encarecen la figura de
Eginhardo, hombre de extraordinaria virtud «pese a» su baja estatura física, la cual le granjeó
el sobrenombre de Nardulus (cf. A. de Riquer 1999: 11). A la paruitas de su talento aludirá
igualmente Mateo de Vendôme en el prólogo de su célebre Ars versificatoria (pról., 1: juxta
mei paruitatem ingenioli). Dentro de los Acta sanctorum, un e pluribus pauca (v. 14) se observa
en la Vita S. Cerenici (Haec autem modo compendii gratia e pluribus pauca sufficiat tetigisse).
15: rithmice... uela: lo entendemos como «las velas de la rítmica», de acuerdo con lo
explicado en nuestra «Nota crítica», donde recogemos también los paralelos de esta
expresión.
16: pauidus nauta: No se ha reparado, que sepamos, en el hecho de que esta secuencia
aparece literalmente en Horacio, Carm. I 1, 13-14: ut trabe Cypria / Myrtoum pauidus nauta
secet mare (en alusión al viejo tópico del comerciante que, a causa de su ambición, se dispone
a arrostrar los peligros del océano); cf., en términos similares, Silio Itálico, Pun. VIII 625
(terruerunt pauidos accensa Ceraunia nautas); a un uso similar en Carm. I 14, 9-16 (timidus
nauita) hizo referencia Bastardas 1998-1999: 17-18 y n. 9. Como es natural, podría ser otra la
fuente directa de nuestro verso, dado el carácter tópico de las dos imágenes enlazadas. En
cualquier caso, convendrá recordar al respecto que nuestro versificador se halla inmerso, tras
el apogeo virgiliano de los siglos VIII-IX, en el tránsito entre la aetas Horatiana (X-XI) y la
Ouidiana (XII-XIII), de acuerdo con la clásica distinción establecida por Traube (que ha de
aceptarse con todas las cautelas: cf. Donnini 1995: 262, n. 24). ¿Cabe señalar aquí un eco
directo de Horacio, pese a la escasísima presencia que este poeta tuvo aparentemente en la
península durante el medievo (cf. Menéndez Pelayo 1951 [1885]: 289-91, en alusión a los
ejemplares pirenaicos de S. Eulogio, así como a los de Roda y Vich; al de Ripoll [cf. Mundó
1988: 112, n. 79], entre otros posibles ejemplos, alude González Rolán 1994: 153)? Resulta
imposible saberlo, tanto por el ya mencionado carácter convencional de la imagen como por
la siempre posible influencia de la tradición indirecta. Un problema metodológico similar
plantea, por ejemplo, un pasaje de la HC (II 53, 7), que habría de remitirnos en principio a
Horacio, Epist. I 2, 69-70 (quo semel est imbuta recens seruabit odorem / testa diu), pero,
como bien apunta Falque (1994: 398, n. 345), también a S. Agustín, Civ. Dei I 3, 2, donde se
cita de manera expresa illud Horatii, y, curiosamente, para encarecer el valor de la lectura, a
11
tierna edad, del praeclarissimus atque optimus Virgilio, frente al venusino, al que Notker
Bálbulo († 912) calificará siglos más tarde de lubricus atque uagus (cf. González Rolán 1994:
151, Fontán - Moure 1987: 225).
La imagen del autor comparado con un navegante, que surca el proceloso mar de la
creación literaria, es de raigambre clásica (Curtius 1955: 189-93, Lieberg 1969) y, según
observó Briscoe (1973: 51), se contrapone como tópico al no menos común del dimidium
facti, qui coepit, habet (según la formulación horaciana de Epist. I 2, 40). Entre los autores
latinos destacaríamos los siguientes pasajes: Livio XXXI 1, 5, Quintiliano XII, prohoem. 2,
Manilio, Astron. III 26-27 (facile est uentis dare uela secundis / fecundumque solum uarias
agitare per artes). Es metáfora predilecta de Venancio Fortunato (cf. por ejemplo Vita Sancti
Martini, prol., v. 1: nauta rudis tumido cum uult dare uela profundo, y, dentro de la misma
Vita, II 5: paro lintea uentis, III 8: dare uela uidebar, IV 1, 16-27, así como Quesnel 1996: 4,
n. 2). Dos poemas de Alcuino recogen asimismo la imagen del rudis nauta (cf. PL CI 728 y
846); también cabe comparar al respecto Ermoldo el Negro, In hon. Hlud. I 58-63.
Respecto al adjetivo pauidus, la referencia fundamental en la literatura cristiana será
siempre, sin duda, el beatus homo qui semper est pauidus de Prov. 28, 14, frente al homo
durae mentis, que se precipita hacia el mal de la superbia (el pecado más grave para el
cristiano, y muy especialmente para el de época medieval; como bien señalaba West [1983:
294], «in the xii century, pride, superbia, was generally considered the first sin, committed by
Lucifer in his rebellion against God. Envy, however, was sometimes seen as the offspring of
pride, and instances occur of envy linked to pride as the first sin»). Según la definición
isidoriana (Etym. XX 10, 230), pauidus est quem uexat trepidatio mentis. El adjetivo
reaparece en la Historia Roderici (única crónica hispana en la que el concepto aflora con
frecuencia), para designar el pavoroso efecto que produce —en el ámbito militar— el hecho
de enfrentarse al héroe Rodrigo (70, 39-40: et Roderici pauore ad terram suam pauidus
fugiit), que es lo que hace el poeta a su vez en el ámbito literario.
V
Acerca de esta estrofa (17-20), que tanta controversia ha suscitado sobre el supuesto
origen «noticiero» del Carmen (el cual sería, por tanto, coetáneo del héroe), puede consultarse
nuestro estudio introductorio (I.2.f y III.4).
12
17: Sobre la «corrección» cuantitativa de este verso —circunstancia excepcional en el
Carmen— puede consultarse lo ya apuntado en el apartado de nuestra introducción dedicado
a métrica y prosodia (III.2).
letando, populi caterue: Desde el punto de vista sintáctico, cabe comparar, por ejemplo,
en un poema de S. Pedro Damián (ap. Mariotti 1976: 23): flendo, pupillae, tenebras obducite.
El verbo laetor también se documenta en el Carmen canorum contenido en nuestro
manuscrito (ed. Nicolau d´Olwer, nº 50; cf. Martínez 1991: 43); Hierusalem letare son sus
palabras iniciales; el cultismo cateruae se lee en esta misma composición, v. 67 (pro uobis
stant cunctorum / caterue superorum). Sobre el recelo de Ludovico Pío hacia las recitaciones
de carácter popular, concebidas ad laetitiam populi, cf. Thegan (primera mitad del s. IX), Vita
Hlodowici imperatoris, MGH SS 2, 595; en términos similares se expresó Lucas de Tuy,
contra los herejes disfrazados de juglares (Adu. Alb. III 12, ap. Gil 1995: 81, n. 1). La
secuencia populi caterue es sintagma malsonante según Bastardas 1998-1999: 32; no obstante
cf. Montaner - Escobar 2002: 389, n. 19 (en referencia a Goetz VI, p. 190).
18: Campidoctoris: Como ya hemos explicado en los apartados I.1 y III.1 del estudio
preliminar, el sobrenombre de Rodrigo es una latinización clasicista del término romance
Campeador ‘experto en lides campales’, con el que era conocido en vida. Este dictado del
héroe se relaciona además con el principio compositivo del Carmen, el recuento de sus
batallas en campo abierto, bien como luchador en solitario (el singulare bellum del v. 25),
bien como caudillo de su mesnada (las restantes victorias, en Cabra y Almenar).
audite: Al igual que uenite (20) es fórmula apelativa tradicional y se halla presente, por
ejemplo, en buen número de textos de la literatura hímnica cristiana (Wright 225-226, Higashi
1997: 183). En HR 66, 16 se pone en boca del propio Rodrigo (audite me, socii mei
dilectissimi et dulcissimi, estote fortes [...]). Según Menéndez Pidal (571), «nuestro erudito
poeta, al convocar en la citada estrofa a los corrillos del pueblo para que le oigan relatar las
nuevas guerras del Campeador [...], no hace sino imitar a los juglares que en la plaza pública
llamaban a la turba en el comienzo de su canto “Oít varones una razón..”» (el pasaje es
aducido por Wright 226). Curtius cita y rebate esa opinión en (1938: 165-66) y Menéndez
Pidal, aceptando parcialmente la objeción, la reitera con leves matices en (1939: 4) y, de
nuevo en su versión original, en (1991: 328-29) y (1992: 125-26). Sobre toda esta cuestión
puede consultarse lo ya indicado en el apartado I.2.f de nuestra introducción (sobre la posible
función meramente retórica del apóstrofe cf. ahora, además, Bastardas 1998-1999: 22: «els
imperatius audite i uenite poden ser considerats com exhortacions que pertanyen a la
13
retòrica»; y conviene anotar en este sentido que, si el apóstrofe no es estrictamente
contemporáneo, no aporta indicio de datación alguno: tan ficticio sería en el año 1100, un año
después de la muerte de Rodrigo, como a finales del siglo XII).
19: eius freti estis ope: El adjetivo fretus sería infrecuente en latín medieval según
señala Wright, quien observa que «it has no surviving derivatives in Romance that might
assist a Romance speaking audience to interpret it» (222-23). El pasaje virgiliano más
próximo parece ser, según señala este mismo autor, Aen. IX 675-76: recludunt / freti armis
(aunque dentro del ámbito clásico cabría recordar otros muchos paralelos, como por ejemplo
el de Cicerón, Phil. XI 2: fretus Antoni copiis). En realidad, el término ya se había
recuperado, por ejemplo, en la carta de recomendación que Carlomagno antepuso al
Homiliario de Pablo el Diácono, seguramente conservado entre los libros de Ripoll (Carolus,
Dei fretus auxilio, rex Francorum; cf. Mundó 1988: 101) y que también fue copiado, por
ejemplo, en la región de Burgos, a mediados del XI (Díaz y Díaz 1988: 261-62). Reaparece en
la HC (I 49, lín. 29: cuius contubernio fretus, I 74, lín. 28: audaciter tamen prudenti fretus
consilio), III 10, lín. 76 (ut regie potentie fretus auxilio), así como en el Poema de Almería,
vv. 277 (cum uirtute Dei fretus multo comitatu) y 280 (est regis quoniam tutamine fretus).
Incluso en un diploma de 1106 que se dice escrito por mano de Diego Gelmírez (Diaco
Gelmirez, clericus Sancti Iacobi, hoc testamentum regale dictaui et propria manu
confirmaui), aunque probablemente falso, puede leerse: Domini iubamine fretus, ego comes
Raimundus, habens principatum apud Hispanie, hoc meum donum afirmo (ed. Herrero 1988:
doc. 1143).
Respecto a ope, señala Wright cómo este sustantivo —igualmente raro en su opinión
(«similarly esoteric in a medieval context»)— también se documenta en la sexta estrofa del
poema a Ramón Berenguer IV que el mismo manuscrito contiene (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13,
v. 23: florens ope), de donde cree poder deducir —no muy fundadamente a nuestro juicio,
dada la frecuentísima aparición del término en latín clásico y cristiano— que «it was part of
the learned vocabulary taught at Ripoll» (223). El término —que Gil traduce en este lugar por
«esfuerzo» (1995: 76)— vuelve a aparecer en el v. 31 (en plural, por copiae). En el prólogo
de Guillermo de Tiro (2ª m. s. XII) a la Historia rerum in partibus transmarinis gestarum se
lee: non ingenii ope freti, sed pii fervore affectus, et charitatis sinceritate.
Finalmente, la expresión eius freti ope —o similares, referidas a Dios— se documenta
en varios lugares; cf., por ejemplo, Simplicio (Papa), Epist., 8 (ad Zenonem imperat.) [PL
LVIII 45] (atque ut in omnibus doceas causam tibi cum Deo esse communem, cuius ope
14
uiriliter fretus insiste), Cappidus Stavriensis (fl. c. 860), Vita S. Odulphi [PL CXXXIII 860]
(Deum laudans quod eius fretus ope tot animas lucratus esset), Guillermo de Malmesbury (†
c. 1142), De uita S. Wulstani, Epist. ad fratres Wigorn. [PL CLXXIX 1735] (Dignabitur
etiam Dominus Christus de hoc opere amoliri omnem inuidiam; quod susceptum est non
scientiae supercilio, sed sincerae deuotionis obsequio. Quapropter eius ope fretus faciam
quod imperastis).
20: cuncti uenite: Veniant cuncti (ad prelia) se lee en el Poema de Almería, v. 41. Sobre
la importancia retórica del «todos», sin excepción, como tópico de encarecimiento en el
lenguaje panegírico, cf. Curtius (1955: 232). Un significado similar del término cabe
encontrar en los vv. 10 y 85 de nuestro Carmen. La expresión zelo nunc fidei poscite cuncti
puede leerse en el v. 89 del epicedion de Ramón Borrell III (ed. Nicolau d´Olwer, nº 2; cf.
Martínez 1991: 40).
VI
21: nobiliori de genere ortus: La expresión ofrece cierta variación léxica, característica
del «culteranismo» de nuestro poeta, respecto al más vulgar —y probablemente más
conocido— nobili genere natus (salustiano por ejemplo: Cat. 5). El adjetivo comparativo
nobiliore ha sido habitualmente traducido por 'el más noble', aunque Guerrieri Crocetti (501)
lo vertió por «assai nobile»; Wright (243, n. 2) sostiene que «nobiliori means 'fairly noble', so
maius must mean 'older' rather than 'greater'» y, en consecuencia, traduce «He is sprung from
a moderately noble family, though there is none older in Castile» (214; en la misma línea cf.
Fletcher 1989: 112). Sin embargo, hay razones históricas y literarias para entender que tiene
un significado próximo al superlativo (en general, véase el apartado I.1.a del estudio
preliminar).
22: quod in Castella non est illo maius: La construcción sintáctica refleja un tipo de
encarecimiento característico de la épica (cf., por ejemplo, Virgilio, Aen. I 544-45: rex erat
Aeneas nobis, quo iustior alter / nec pietate fuit, nec bello maior et armis, VI 164: quo non
praestantior alter), y de la literatura panegírica en general. El quod tendría un sentido causal
según Figueras (17, n. 10; cf. v. 54), quien interpreta maius como «más antiguo» («car a
Castella no n´hi ha cap de més antic que aquell»); un cierto valor concesivo («though»)
prefirió atribuirle Wright (214).
15
23-24: Hispalis nouit et Iberum litus: Cf. S. Jerónimo, Epist. XIV 6 (hic barbarum
litus), Rot. 2, 1 (Spanie litus, expresión que también aparece en CN I 196, 24). Estas regiones
no «saben» quién es Rodrigo por haber oído de las hazañas del héroe, sino más bien por
haberlas experimentado en sus propios territorios. La expresión es bastante comparable a la
que se advierte en el planctus por Ramón Berenguer IV (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13, v. 13):
sensit Lorcha uirum tantum (en referencia a la Lorca que Berenguer conquistó al salir hacia
Almería en ayuda de Alfonso VII: cf. Nicolau d´Olwer 1915-1919: 37, n. 1, Martínez 1991:
47 y 64, n. 71), un tipo de personificación ya preludiada, por ejemplo, por Catulo 4, 7: negat
negare litus Hadriatici.
El Campeador visitó, efectivamente, tanto Sevilla como las riberas del Ebro. En la
primera se hallaba a finales de 1079, cuando fue enviado a cobrar las parias o tributos debidos
por su rey Almu'tamid a Alfonso VI. A orillas del Ebro permaneció a lo largo de su primer
destierro (1081-1086), durante el cual estuvo al servicio de los reyes de la taifa de Zaragoza.
Además de recordar los escenarios de las hazañas del Campeador, este verso sirve,
simplemente, para señalar que su fama se extendía de sur a norte de Alandalús. A propósito
del significado de Iberum litus, cf. Smith (1986: 108, n. 13), quien considera que la expresión
alude de manera general a la larga estancia del Campeador en tierras de Zaragoza, y de ahí su
interpretación del pasaje («Moorish kingdoms based in both Seville and Saragossa were to
know his power»). El río Ebro (flumen Yberum) —que ya adquiere un alto status literario en
Horacio, Carm. II 20, 20— también aparece mencionado en la HR (22, 6 y 42, 41); se
consideraba epónimo de todo el territorio hispánico desde la Antigüedad (S. Jerónimo, Comm.
in Esaiam [CC SL 73A], XVIII, 66, p. 787, líns. 34-36: aut Iberia, hoc est Hispania, ab Ibero
flumine, unde et hodie Hispaniarum regio appellatur Celtiberia, S. Isidoro, Etym. XIII 21, 31:
Iberus amnis, qui quondam totius Hispaniae nomen dedit, XIV 4, 28: Hispania prius ab Ibero
amne Iberia nuncupata, postea ab Hispalo Hispania cognominata est).
Respecto a Sevilla (Hispalis), cf. CAI I 35, 6 (Sibiliam uero, quam antiqui uocabant
Ispalim; cabe comparar, por ejemplo, Rot. 23, 18: ciuitatem Ispalim sunt ingressi). Se emplea
el topónimo de origen latino, de acuerdo con la práctica observada respecto a los topónimos
en otros lugares del poema (y observable asimismo en otras fuentes, más antiguas —Rot. 13,
5: Salamantica— o como la CAI, donde se documenta Salamantia —por ejemplo en II 27,
1— frente al vulgar Salamanca que empleó Pedro de Poitiers; cf. Martínez 105, n. 64). La
única excepción en el Carmen será, por necesidad, la del castro quod adhuc Mauri uocant
Almenarum (v. 98). El tema interesará a Lucas de Tuy (tras el precedente del corpus
16
Pelagianum, compilación de obras históricas realizada o patrocinada por el obispo Pelayo de
Oviedo a mediados del siglo XII; cf. Estévez 1995: LXXXI), quien en el tercer libro de su
Chronicon mundi «añadió el catálogo de ciudades a las que la Antigüedad o los moros
cambiaron de nombre (quorum nomina antiquitas uel Sarraceni mutauerunt)» (Estévez 1995:
LXXXIII-LXXXIV; cf., asimismo, Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, V 22, 25: et ab hoc
facto fuit exinde dictus Auarca, et aliqui qui ex eius genere processerunt adhuc hodie
cognomen retinent ab Auarca).
24: quis Rodericus: Al igual que en el caso del verso anterior, el tono de la expresión es
jactancioso, como el que tantas otras veces asoma en la literatura acerca del héroe (cf., por
ejemplo, HR 38, 34; 39, 47 y, en general, 38-39), así como en la épica universal en su
conjunto, no exenta a veces de rasgos que pueden calificarse de «bufos», pero que tienen
cabida, no obstante, en el ámbito de la epopeya (como sostenía Aristóteles en su Poética,
1460a14-17, a propósito de la cómica persecución de Héctor por parte de Aquiles; sobre esta
cuestión literaria, en general, cf. Ballester 1998: esp. 103-106).
VII
25: singulare bellum: Cf. lo ya apuntado en I.1.b y III.5. Un deseo de uariatio por parte
del autor, respecto al sustantivo aquí empleado, se desprende de la comparación con los vv.
81 (pugna secunda) y 89 (tercium prelium), y se basa probablemente en la doctrina isidoriana
—o, indirectamente, mauriana (De rerum naturis XX 1)— de Etym. XVIII 1, 8. Singulare
podría significar tanto 'singular, individual' como 'especial, notable'. Mientras unos autores se
han decantado por el primer sentido (Menéndez Pidal 159, Curtius 1938: 166, Ubieto 1981:
74, Casariego, Higashi, Riquer, Martínez Diez 1999: 20 y 33), otros han preferido el segundo
(Bertoni, Guerrieri Croccetti; cf. Paris 1882: 420, n. 5). En realidad, ambos son compatibles,
pues la lid podía ser a un tiempo individual y señera: «singulare could mean either “notable”
or “individual” or both» (Wright 232, cf. Figueras 17, n. 13), de acuerdo con una duplicidad
de acepciones que aún conserva singular en español. Según se advierte en el amplio corpus de
Admyte (unos trescientos textos), la lengua medieval emplea singular básicamente en las dos
formas recogidas en el Dictionarium latino-hispanicum de Nebrija: «Singular cosa:
singularis, ae. / Singular mente: singulariter» y tiene sobre todo el sentido de 'notable,
especial', aunque no falte el de 'individual, particular'.
Otra cuestión es si singulare bellum puede entenderse como una lid judicial fruto de un
reto. En latín, sólo hemos encontrado dicha expresión en la Vita Caroli Boni II 12, 74 y 95
17
[PL CLXVI 950, 986 y 999] de Galberto de Brujas, escrita poco después del asesinato de
dicho conde de Flandes en 1127, donde se refiere siempre a desafíos entre nobles. Sirva de
ejemplo el tercer pasaje aducido (II 95 [998-99]): Eodem tempore Wido, miles famosus et
fortis, qui de consilio comitum Flandriae praecipuus fuerat, in eamdem traditionem
conspirauerat, [...]. Vnde quidam Hermannus ferreus, miles fortis, statim occiso Carolo
consule [...], ad singulare bellum Widonem euocauit, quid dominum suum nequiter tradidisset.
At Wido paratum se defendere de superimposita traditione semper fore prosiliuit. Otras
expresiones conexas, de uso ya clásico, como singulare certamen o proelium y singularis
pugna, o el grecismo monomachia, tenían de siempre el sentido de desafío entre campeones,
patente en las construcciones habituales ad singulare certamen prouocare o prouocator
singulari proelio, sentido que es muy obvio en S. Agustín, Contra Iulianum, VI 836: quis tibi
promisit meum singulare certamen? ubi, quando, quomodo, quibus praesentibus, quibus
arbitris? De ahí que pase a designar un duelo, como en la CAI I 18 (Quo cognito, Petrus
comes petiit comiti Tolosano singulare certamen et exierunt uterque ad bellum sicut duo
leones fortes et uulneratus est comes Petrus ab hasta Adefonsi comitis et cadens de equo
fractum est brachium eius et post paucos dies mortuus est. Comes autem Tolosanus remansit
illesus).
Por otro lado, el giro singulare bellum podría relacionarse con las expresiones romances
lid, combate o batalla singular. Ahora bien, las dos primeras parecen ajenas a la lengua
medieval, pues el citado corpus de Admyte sólo ofrece la tercera y casi únicamente en las
obras patrocinadas por Juan Fernández de Heredia, en las que se encuentra en once ocasiones,
siempre con los sentidos de desafío entre campeones o de duelo: «la qual [traición] como
negasse Guanalón, Tederico, qui era present estado a la muert de Roldán, reutólo de trayción,
ofreciéndose a lo provar por singular batalla» (Grant Corónica de los Conquiridores 229r-v,
también en 230r), «Cu<m>perito envió un misatgero a Alays diziendo que se combatiesen
ellos dos por singular batalla, e que no era de necessidat que en más las huestes se
combatiesen» (Grant Crónica de Espanya 581v, semejante en Eutropio 109r). Sólo hallamos
la expresión además en Hernando del Pulgar, Claros Varones de Castilla 12v: «un cavallero
de la hueste contraria conbidasse a batalla de singular de uno por uno al fijo d'este cónsul».
En definitiva, a la luz de la documentación latina y romance, parece claro que el Carmen
interpreta el combate contra el navarro como un desafío, en la línea de los textos de finales
del siglo XII como el Linage o el Liber Regum, que en las crónicas alfonsíes se convertirá
netamente en una lid por causa de reto sobre la propiedad del castillo de Pazuengos (para lo
cual véase la «Noticia» preliminar).
18
Para un empleo tardío del término (princ. s. XIV), pero en similar contexto, cf.
Guillelmus Wheatley, Expositio in Boethii De consolatione Philosophiae, prooem.: Tertio
Boetius dictus fuit Torquatus a quodam nobili Romano sic dicto, qui cum singulare bellum
iniret cum quodam de Gallia, ipsum deuicit et torquem in collo habentem sibi abstulit: cuius
ratione dictus fuit Torquatus: de cuius genere fuit Boetius.
26: adolescens: Al contrastar adolescens y maiores, para calificar después a su héroe de
iuuenis (34), el Carmen se refiere claramente a la primera juventud del héroe (equiparado con
el bíblico David, cf. III.5), por más que el término latino tenga imprecisos límites de edad,
como ya advertía Wright (232). Aceptando la acotación de Censorino, De die natali XIV 2
(Itaque primo gradu usque annum quintum decimum pueros dictos, quod sint puri, id est
inpubes. Secundo ad tricensimum annum adulescentes, ab alescendo sic nominatos), el
poema latino estaría situando la primera hazaña de Rodrigo hacia los quince años o poco más,
lo cual, aun siendo perfectamente posible en la época (vid. Contamine 1984: 386, Reilly
1988: 349, Torres 1999: 436 y 486), no tiene seguramente más valor que el responder a
necesidades literarias. Aun si así no fuese, queda el problema que representa la fecha de
nacimiento de Rodrigo. Menéndez Pidal (127 y 184-85), visto que la Historia Roderici 4 sitúa
la investidura caballeresca de Rodrigo antes de la batalla de Graus (1063) y que ésta solía
hacerse entre los quince y los veintiún años, coloca su nacimiento entre 1041 y 1047,
inclinándose por la fecha intermedia de 1043, con lo que tendría veinte años en la jornada
grausina. Ubieto (1973: 177-78) retrasa dicha fecha, basándose en que, según la biografía
latina, don Sancho armó caballero al Cid siendo ya rey, por lo tanto entre 1066 y 1072, y en
que la carta de arras está datada en 1074. Situando ambos acontecimientos entre los quince y
los veinte años, Rodrigo habría visto la luz hacia 1054-1057. El primer argumento no tiene
demasiado peso, si se advierte que la Historia Roderici también sitúa la batalla de Graus tras
titular rey a Sancho, pues, aunque Ubieto (1981: 153-77) la pospone hasta 1069, se celebró
sin duda en 1063 (Montaner 1998: 13-20). El segundo, menos aún, pues nada impide que
Rodrigo se casase en fechas posteriores (cf. Torres Sevilla 1999: 487, n. 187). Reilly (1988:
37) y Fletcher (1989: 110) se atienen a la argumentación pidaliana para aceptar como fecha
más probable 1043, mientras que Martínez Diez (1999: 31-34) sigue a Ubieto al aceptar que
Rodrigo fue armado caballero por don Sancho ya entronizado y, por lo tanto, tras el 27 de
diciembre de 1065. Basándose en la noticia del Carmen sobre la adolescencia de Rodrigo en
el momento de su victoria sobre el navarro Jimeno Garcés, que sitúa en la supuesta guerra de
los tres Sanchos (1067), concluye que hubo de recibir la investidura en 1066. Por lo tanto,
Rodrigo (a la sazón de diecisiete a diecinueve años) habría nacido entre 1048 y 1050. En
19
cuanto a la batalla de Graus (que fecha en 1064), Rodrigo habría acudido a ella «como paje o
joven doncel», con dieciséis o dieciocho años. El caso es que la Historia Roderici 4 antepone
claramente la investidura a la batalla de Graus y aunque no detalla cuál fue la participación de
Rodrigo en ella, deja patente que secum duxit illumque in exercitu suo et in suo triumpho
praesentem habuit, es decir, que formó parte de su ejército y asistió al combate, lo que, por
cierto, habría podido hacer, según los usos del momento, con apenas catorce años. Sin poder
establecer con cuánta antelación ciñó don Sancho la espada a Rodrigo, resulta bastante
aventurado hacer ningún cálculo. Lo más que puede sugerirse es que, si fue justo antes del
citado combate, que sería su bautismo de fuego, como parece sugerir la biografía latina,
Rodrigo contaría en Graus (1063) entre catorce y dieciocho años (cf. Contamine 1984: 386),
de modo que habría nacido hacia 1045-1049. Si el combate contra Jimeno Garcés (sobre el
cual véase el apartado I.1.b del estudio introductorio) tuvo lugar en la supuesta guerra de los
tres Sanchos, datada en 1067, Rodrigo habría tenido entonces de dieciocho a veintidós años,
dentro, pues, de los límites de la adolescentia.
Ahora bien, el Carmen, como queda dicho, apunta a la primera juventud, casi al límite
de la pueritia (véase el comentario al verso 35), así que su testimonio no puede tomarse
realmente en apoyo de ninguna datación concreta. La misión de ese dato en el texto es
esencialmente literaria, como ya sospechó Barceló (1966: 126). En primer lugar, referir las
proezas juveniles responde a las pautas básicas del panegírico (Wright 223 y 232). A ello
puede añadirse su carácter singular, de acuerdo con la recomendación de Quintiliano (III 7,
16): sciamus gratiora esse audientibus, quae solus quis aut primus aut certe cum paucis
fecisse dicetur, si quid praeterea supra spem aut expectationem, praecipue quod aliena potius
causa quam sua. Además, se establece así la oposición entre el novel y el veterano al que se
impone, viejo asunto literario cifrado en los motivos L100: «Unpromising heroe», L140: «The
unpromising surpasses the promising» y L311: «Weak (small) heroe overcomes large fighter»
del índice de Thompson (1955-1958: V 8, 13 y 18) y cuyo ejemplo característico es la victoria
de David sobre Goliat precisamente en singulare certamen (I Reg. 17, 23-51; cf. Prósper
Aquitano, Expositio psalmorum [CC SL 68A], C-CL psal. 143: Golias bellator potens puero Dauid
singulari certamine superatus agnoscitur). Compárese también la alabanza que se hace de Garfín
tras su victoria sobre el conde Nasón en el Zifar, ms. P 79v [Admyte 560]: «E todos que allí
estavan se maravillavan de aquel golpe atan esquivo e tovieron que recudirié Garfín a ser muy
buen cavallero e muy esmerado entre todos los otros, ca aún era ma<n>çebo, que estonçe le
apuntavan las barvas». Por último, tal presentación se adscribe a la antigua caracterización del
adolescente que, pese a su juventud, es docto, en este caso en el campo de batalla (aunque se
20
podía serlo en la escuela; cf. Cicerón, Fin. I 13: accurate autem quondam a L. Torquato,
homine omni doctrina erudito, defensa est Epicuri sententia de uoluptate, a meque ei
responsum, cum C. Triarius, in primis gravis et doctus adulescens, ei disputationi interesset).
Se trata, como ya ha señalado Gwara (1987: 202), del conocido tópico, habitual en el
panegírico, del puer senex o puer senilis, bien estudiado por Curtius (1938: 172 ss.) y (1955:
149-53). Para el caso que nos ocupa, la formulación más procedente es la de Virgilio, Aen. IX
311: ante annos animumque gerens curamque uirilem. Además, como explica Curtius (1955:
289, cf. 603): «Todas las “harmonías de contraste” (puer-senex y otras análogas) son fórmulas
del pathos y como tales tienen una vitalidad peculiarmente vigorosa», lo que en este caso se
refuerza por la contraposición del adolescens a sus maiores (véase el comentario a los versos
27-28).
Nauarrum: En cuanto al Nauarrus víctima de la precoz valentía del héroe, se trataría,
según la Historia Roderici 5, de cierto Jimeno Garcés, uno de melioribus Pampilone, cuya
identidad ha sido explorada por Barceló (1966). Sobre la posible historicidad del suceso,
remitimos a lo dicho en el estudio preliminar (I.1.b). Aquí interesa señalar que, como el
mismo Barceló (1966: 113-14) ha recordado, los términos que usan el Carmen y la biografía
latina no eran equivalentes en la época de la acción (fines del siglo XI). Según Ubieto (1973:
48-55 y 1981: 226), lo que hoy se entiende por Navarra era hasta c. 1160 el reino de
Pamplona, reservándose probablemente aquél corónimo a lo que más tarde se denominó
Antigua Navarra, en la cuenca media del río Arga, hacia el oeste. En cambio, Martín Duque
(1999: 60-61) considera que la distinción entre Pampilonenses y Nauarri (término ligado al
parecer al vascuence nabar 'reja de arado') responde en origen a una dicotomía social entre la
aristocracia militar y señorial, por un lado, y los villanos, por otra, haciéndose sinónimos
ambos términos primero en Francia (donde, no obstante, [terra] Nauarra designaba también a
la Gascuña todavía a mediados del siglo XII). Tal sentido del término no empezaría a
propagarse por tierras hispanas hasta finales del siglo XI y sólo en 1162 se adoptaría en la
propia Navarra «como nueva y definitiva denominación del reino». Sea como fuere, los usos
diplomáticos del momento parecen adelantar la aceptación (al menos oficiosa) de esta
acepción a c. 1150 (Montaner 1993: 505-6; cf. Menéndez Pidal 1963: 179). Barceló (1966:
118-22), en la creencia de que el Carmen es coetáneo de su héroe, utiliza el dato (siguiendo la
interpretación geográfica de Ubieto) para intentar precisar cuál de los personajes de nombre
Jimeno Garcés fue el que se enfrentó con el joven Rodrigo. Admitiendo, en cambio, la
explicación de Martín Duque o simplemente una fecha tardía, el poema latino podría
agruparse con los textos que, en las propias palabras de Barceló, «vuelven al topónimo
21
“Navarra” [...] porque la diferenciación ya no tiene ningún sentido» (1966: 114). Se trata, en
particular, de las crónicas alfonsíes, que claramente vierten Postea namque pugnauit cum
Eximino Garcez uno de melioribus Pampilone (HR 5) por «otrossí lidió Roy Díaz el Çid con
un cavallero de los mejores de Navarra, que avié nombre Xemén García de Torrellos»
(Primera Crónica General 522a, el último elemento procede del Liber Regum). Todo apunta,
pues, a que el Nauarrus del Carmen sea una modernización (sugerida quizá metris causa) de
una expresión ya anticuada.
27-28: Hinc Campidoctor dictus est maiorum / ore uirorum: Sobre los términos
Campidoctor y «Campeador», baste remitir a los apartados I.1 y III.1 de nuestro estudio
introductorio, así como al comentario al v. 18. Acerca de la expresión ore uirorum puede
consultarse lo señalado en nuestra «Nota crítica». La importancia del sobrenombre recibido
de resultas de la batalla —saldada con valentía o, por el contrario, de modo ignominioso—
queda bien reflejada en HR 38, 31-35.
maiores: Se hace referencia, probablemente, a los maiores de Rodrigo (Wright 228),
cuya edad y veteranía contrasta con la juventud del héroe (adolescens del verso anterior),
experta sin embargo (cf., por ejemplo, Tácito, Germ. 13, donde también se establece un claro
contraste entre los adulescentuli y los robustiores y iam pridem probati). El significado de
maiores no puede ser en principio el de «antiguos», y tampoco parece preferible entender el
adjetivo como «mejores» o «nobles» («gent gran» traduce Figueras, quien sin embargo apunta
en nota: «els vells», «ancians»; así fue llamado «por boca de los hombres principales»
traducía Menéndez Pidal; Riquer traduce por «els maiors barons», entendiendo este último
término en su sentido medieval de 'hombre principal, personaje ilustre'). A los maiores
Castelle se alude en HR 7, 6-7, a los maiores curie en 11, 1, y a los maiores et meliores
Cesaraugustane urbis en 47, 11; también en el Poema de Almería aparece el término (40-41:
orant maiores inuitant atque minores / ut ueniant cuncti fortes ad prelia tuti; cf. Higashi
1995: 38 y, en general, 2004).
29: iam portendebat quid esset facturus: Cf., por ejemplo, Cicerón, Att. II 22, 1 (nam
Pulchellum nostrum facillime teneremus aut certe quid esset facturus scire possemus), Ioh. 6,
6 (hoc autem dicebat temptans eum ipse enim sciebat quid esset facturus). Por lo demás, el
empleo del verbo portendo también sugiere, desde el plano léxico (cf. portentum) el carácter
casi prodigioso de las futuras hazañas de Rodrigo. Cabe comparar los siguientes pasajes de S.
Julián de Toledo: De comprob. sextae aet. [CC SL 115], I 6, líns. 16-19 (Non ergo computati
anni a principio mundi per legem aut prophetas Christum nasciturum promittunt, sed
22
testimonia euidentiora idipsum futurum esse portendunt, quod iam apud nos praeteritum
celebratur), I 9, líns. 6-8 (Cur, inquam, ea ipsa signa temporis primi aduentus Christi in
diebus nouissimis futura esse portendunt). Dentro de los Acta sanctorum, cf. Vita S. Rictrudis,
cap. I (mens enim futuri quodammodo praesaga doloris, iam portendebat, quod adhuc ignorabat).
VIII
30: lites nam superat<ur>us: Acerca de la enmienda superat<ur>us puede consultarse
lo señalado en nuestra «Nota crítica». El verso evoca el elogio dispensado a Rodrigo en el PA,
vv. 234-235: de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur, / qui domuit Mauros, comites
domuit quoque nostros. El empleo del término lis podría considerarse como un posible
argumento a favor de la autoría hispana del Carmen, según considera Gil —entre otros
indicios léxicos (1995: 46)— a propósito de la Historia Roderici (cf. 35, lín. 38), si bien
aparece con frecuencia en textos de otra procedencia (cf. por ejemplo Rithmus de expeditione
Ierosolimitana, ed. Falk, v. 55: inter eum lites sunt et Cuonradum nate).
31: regias opes pede calcaturus: Frente a la sugerencia de Wright (236), según la cual
se haría referencia así al «camp of the Count of Barcelona», considera Smith (1986: 104-5)
que el adjetivo sólo podía adquirir un sentido satisfactorio si se aludía en el poema a la toma
de Valencia. En realidad, el adjetivo regias podría referirse (sin salir del texto conservado) a
las tropas que el rey Alfonso envió contra Rodrigo en Cabra, o a las del rey Alfagib de Lérida,
o a ambas. En cuanto a la expresión, cabe comparar, también en un contexto de
enfrentamiento, Tácito, Hist. V 17 (cineres ossaque legionum calcantis), Boecio, Philos.
consol. [CC SL 94], IV 1, p. 64, líns. 13-15 (uirtus non solum praemiis caret, uerum etiam
sceleratorum pedibus subiecta calcatur et in locum facinorum supplicia luit); percalcans
pede (sc. cuncta negotia saeculi) se lee en la tercera estrofa del himno hispano a S. Jerónimo
(s. IX; ap. Wright 1989: 113).
32: ense: Se trata de una voz claramente poética, por gladio; el término aparece
asimismo en el Poema de Almería, v. 278 (ad pugnam uenit, qua plures ense peremit).
IX
33-36: En la HR (5, 1-3) se lee algo casi idéntico en forma y fondo, según hemos
destacado en nuestra introducción (Rex autem Sanctius adeo diligebat Rodericum Didaci
multa dilectione et nimio amore, quod constituit eum principem super omnem militiam suam).
No parece necesario suponer el paralelo que establece Wright (223-24) con el evangelio de S.
23
Juan (3, 16: sic enim Deus dilexit mundum, ut Filium suum unigenitum daret), si bien es cierto
que el lenguaje bíblico y su imaginería, como ya hemos señalado, impregna todo este tipo de
obras. Un caso claro es el que advertimos en la Chronica Naierensis III 15, 11-13, donde se
escenifica un diálogo entre Sancho y Rodrigo claramente inspirado, en nuestra opinión, en el
que relata el Génesis entre Dios y Abraham (18, 26-32) a propósito del castigo de Sodoma y
Gomorra, con una serie similar de concesiones mediante una gradación numérica
descendente. Smith (1985: 50, n. 21) ha señalado un curioso paralelo en el Siråj almul€k
(1122) de A††ur†€fi°, en que Ibn Almußhaf° le indica a Almanzor «que vuestro ejército no
contaba con mil, ni quinientos, ni cien, ni cincuenta, ni veinte, ni aun con diez valientes
guerreros» (ap. Dozy 1881a: II 235-36); sin embargo, el carácter dialogado y la serie
numérica acercan más la crónica al relato del Génesis que a esta anécdota (cuya posible
difusión oral es además pura hipótesis). En todo caso, el pasaje de la crónica no nos parece
tan «poetical in spirit» como, sin aludir a su posible fuente bíblica, sugería Entwistle (1928:
208) —quien, sin embargo, enfatizaba con razón cómo en el pasaje relumbra muy
notablemente la humildad de Rodrigo—, ni «de sabor muy juglaresco», como ha apuntado Gil
(1995: 19), aunque sí es cierto que recuerda, por lo que hace a Sancho, a los gabs o
fanfarronadas de algunos héroes épicos franceses, como señala Bautista (2007 [en prensa]).
Sobre la pervivencia en la prosa de la Chronica Naierensis de la pretendida fuente poética de
este pasaje, el Carmen de morte Sanctii regis (cuyos versos —supuestos hexámetros—
intentó reconstruir Entwistle [1928], a quien se debe también su título), puede consultarse,
además de dicho trabajo, Rico (1969: 81-85), Smith (1985: 46-41), Wright (1989: 342), Gil
(1995: 18), quien considera otras posibilidades métricas, y Estévez (1995: LXXXVI-LXXXIX),
así como lo ya indicado en el apartado I.2.c de nuestro estudio preliminar.
34: iuuenem cernens ad alta subire: La calificación de iuuenis indica el paso de
Rodrigo a la siguiente fase de su desarrollo, en la que se espera de él la consolidación del
prometedor adolescente de los versos anteriores. Como señala Fossier (1988: 384):
«Adulescens —el vocabulario, en efecto, se precisa poco a poco en el siglo XII—, el niño
pasa a manos de aquel de los dos padres cuyo sexo comparte: seguirá así hasta la ruptura, que
hace de él un individuo que ha entrado en la vida real, a los catorce o quince años. Juuenis, si
es varón, esperará hasta tener una situación antes de tomar esposa, y ello a todos los niveles
de la sociedad».
Acerca de la conjetura de Curtius (ad alta por adlata) puede consultarse lo indicado en
nuestra «Nota crítica». Desde el punto de vista lingüístico cabe comparar, en cierto modo,
24
Virgilio, Aen. IV 665 (it clamor ad alta atria); la expresión incepti redeamus ad alta laboris
se lee en el Poema de Almería (v. 37) y el simple sintagma ad alta se documenta por ejemplo
en el De comitibus, a propósito de Wifredo (v. 4: [hanc domum] ad alta tulit; cf. Bofarull
1836: I 42, Amador 333, Martínez 1991: 42), así como en el poema de Oliba en alabanza del
monasterio de Ripoll (v. 10; cf. García Villada 1914: 156). La idea, referida a Rodrigo, se
halla implícita quizá en el creuit de la Historia Roderici (5, 3-4: Rodericus igitur creuit et
factus est uir bellator fortissimus et Campidoctus in aula regis Sanctii; cf. Beato de Liébana y
Eterio de Osma, Adu. Elipand. [CC CM 59], I 89, p. 68, líns. 2597-98: fortes facti sunt in
bello, castra subuerterunt exterorum) y preludia el exaltare posterior (46), así como el
sublimari del v. 51 (cf. HR 17, 4: Almuktaman uero exaltauit et sublimauit Rodericum).
Respecto a la construcción en su conjunto, cabe comparar Rot. 6, 5-6 (uidens eum Egica rex
elegantem, recogitans in corde ne...; cf. Ex. 2, 2: et uidens eum elegantem); el pasaje evoca
asimismo, por su gran similitud, el de CN I 210 (referido al último rey godo): Qui Rudericus
iam suprafatus creuit et ad etatem perfectam uenit. Vir bellator fuit.
35-36: principatum uelit illi prime / cohortis dare: Acerca del término principatus, cf.
por ejemplo HC I 64 (omnes ergo fere consules aliosque in Hispania principatum tenentes).
No tiene que ver, en principio, con el concepto de princeps al que se alude en el v. 8, puesto
que en éste se refiere a la condición de señor (posiblemente autónomo) de un territorio,
mientras que aquí tiene el sentido más restringido de princeps militiae o jefe militar, como se
ha visto en I.1.d y en el comentario al mencionado verso. A los ejemplos allí aducidos
añádanse las menciones, en 1103, de Gutier Suarios, princeps Toletanae militiae y, en 1107,
de Ferrandus Telliz, princeps Toletane militie (García Luján 1982: docs. 2-3). Este cargo fue
luego anejo a la alcaidía de Toledo: Imperator tandem dedit Toletum Roderico Fernandiz et
multas ciuitates et oppida in Extrematura et in Castella et factus est princeps Toletane militie
(CAI II 31).
Como ya hemos indicado anteriormente, el principatus prime cohortis se corresponde
con el nombramiento de princeps super omnem militiam suam que refiere la Historia Roderici
5. Normalmente, se ha interpretado la biografía latina en el sentido de que Sancho II puso a
Rodrigo al mando de todo su ejército (cf. Falque 1983: 5), misión que correspondería al
alférez, según las funciones que desempeñaba en el siglo XIII (véase el apartado I.1.d del
estudio introductorio). Ahora bien, eso no cuadra con la expresión prima cohors, que no
puede referirse a la totalidad del ejército, entendiendo por tal la hueste o el fonsado, es decir,
la reunión de las tropas reales, señoriales y concejiles bajo el mando directo del monarca, para
25
una gran expedición militar, en el caso de la hueste, o con menos efectivos y finalidades más
concretas, al menos inicialmente, en el del fonsado (Ubieto Arteta 1966, Valdeavellano 1982:
614-16). El término cohors, perdido el sentido técnico de décima parte de la legión romana,
designaba el ejército en campaña (HC I 50: ultra flumen, ubi totam militie sue cohortem
reliquerat; PA 260: Formosus, fortis, probus est et cura cohortis), pero su uso preferente en
plural (HC I 77, 90 y 92; CAI I 39, 51 y 88; II 36 y 40; PA 273, 360 y 376) ya da a entender
que una sola cohorte no podía identificarse con toda la hueste, sino con una parte de ésta (cf.
HC I 68: ad immensam militum cohortem et innumerabilem peditum turbam penetrassent), lo
que la adición de prima deja aquí bien claro.
Podríamos estar ante una discrepancia entre el Carmen y la Historia Roderici, pero no
hay tal, pues la singularidad que el ordinal aporta en el poema la da el posesivo en la biografía
latina. En efecto, tanto en ella como en otros textos se diferencia entre la milicia o el ejército
particulares y generales. El primer caso se expresa mediante el mismo recurso al posesivo,
reforzado a veces con el adjetivo proprius (cf. HC I 50: Et ipsam eandem comitissam cum
nobili puero, domino uidelicet suo, et cum omni sua militia [...] conducerent; CAI I 34: Ipse
rex cum suo exercitu intrauit per portum Regem in terram Moabitarum; I 92: Imperator
propriis militibus et cunctis comitibus et principibus et ducibus, qui in toto suo regno erant, ut
unusquisque eorum cum sua nobili militia parati uenirent [...] precepit; HR 7: Vnusquisque
istorum cum sua militia uenerunt pugnaturi contra regem Sibille; 13: Rodericus [...] cum
omni exercitu suo coram oculis inimicorum, uidelicet tocius exercitus Alfagit, sua temptoria
fixit); el segundo, normalmente a través de calificativos que señalan el mayor tamaño del
ejército (CAI I 9: Adefonsus rex Legionensis festinus iussit intonare uoces et preconia regia
[...] et, congregato magno exercitu, exiit obuiam ei; I 82: imperator, congregata magna
militia terre Legionis, abiit in Portugale; II 24: Qui congregans magnam militiam Castelle et
Extremature, insuper milites et pedites Toleti et aliarum ciuitatum, que sub conditione Toleti
sunt, et ascendit in terram Sibilie; HR 37, 13-15: Berengarius comes uero Barcinonensis [...]
<cum> inmensum exercitum egressus est de Barcinona). De este modo se diferencia entre la
hueste o el fonsado generales y las tropas particulares del rey, de los señores o de los
concejos. Así pues, por la militia sua (de don Sancho) a la que se refiere la Historia Roderici
se ha de entender específicamente el cuerpo de guardia o milicia personal del rey, la mesnada
o compaña formada por los fideles o milites palatii y, desde el siglo XII, mesnatarii, es decir,
los caballeros del séquito regio, vasallos directos del monarca y custodios de la real persona
(Valdeavellanos 1982: 383-34, 453, 493 y 615). Se advierte entonces que prima cohors es la
forma elegante con que el clasicista autor del Carmen denomina a la militia regis.
26
X
37: Illo nolente: Ablativo absoluto de carácter casi formular, parece un calco de la
expresión común Deo uolente (cf., por ejemplo, HR 38, 31) o Deo iuuante (CN III 15, 80), y
preludia por antítesis el uolebat del verso siguiente (como rasgo característico del monarca,
sujeto tan sólo al ejercicio de su propia uoluntas: cf., asimismo, vv. 35, 46). En cualquier
caso, se trata de un verbo frecuentemente aplicado al Cid, caballero «rebelde» por excelencia
(cf., por ejemplo, HR 19, 6: noluit ire, 30, 15: noluit pugnare, 34, 4: in eius auxilio esse
noluit). Su testarudez (Rodrigo era <dure> ceruicis, según HR 70, 15) parece casi proverbial
en un héroe que se aposta tamquam lapis immobilis (37, 9; cf. Ex. 15, 16: Irruat super eos
formido et pauor, in magnitudine brachii tui: fiant immobiles quasi lapis, Ovidio, Met. XIII
801: his inmobilior scopulis). Sin embargo, en este caso la expresión podría aludir
simplemente a su humildad o prudentia, que se contrapone en todo momento a la soberbia
característica de sus adversarios (v. 77). Guerrieri Croccetti, Riquer y Higashi interpretan —
de acuerdo, en cierto modo, con lo expresado en la HR— que el Cid no rechaza los honores
anteriormente mencionados (vv. 35-36), sino que no hace nada por procurarse los nuevos, los
que Sancho estaba planeando otorgarle (v. 38). En tal caso, habría que traducir «Sin él
quererlo, Sancho deseaba [...]», o bien «Contra su voluntad, Sancho quería [...]»; illo nolente
dependería así del uolebat del v. 38, en vez de incidir sobre la idea expresada en 35-36, como
la posición de este ablativo absoluto sugiere más bien y como nosotros interpretamos en
nuestra traducción.
38: dare uolebat ei meliorem: En cuanto a la expresión, cf., por ejemplo, S. Agustín, In
Iohannis euang. tract. [CC SL 36], XIX 6, p. 191, líns. 27-28 (ego, inquis, maiorem honorem
uolo dare Patri, minorem Filio). Se plantea la cuestión de si había en la milicia —o en el seno
de la corte— un cargo superior al del principatus. Sancho II, tras nombrar a Rodrigo jefe de la
milicia regia, es decir, alférez (véase el comentario al verso anterior y el apartado
correspondiente del estudio preliminar), quiere otorgarle un «honor mejor». Éste podía ser la
mayordomía regia, como muestran los casos de Lope López, alférez de Alfonso VII en 11261127 y luego su mayordomo de 1130 a 1134; de Ponce de Minerva, alférez del emperador
entre 1141 y 1145 y más tarde mayordomo de Fernando II en 1164 (Fernández-Xesta 1991:
119-20, 164-65 y 228, cf. García Luján 1982: I 90-91, y Torres Sevilla 1999: 448); de
Gonzalo Rodríguez, alférez de Sancho III de 1149 a 1155 y luego su mayordomo en 1157, o,
bajo Alfonso IX, de Juan Fernández, Fernando Gutiérrez, Lorenzo Suárez y Fernando
Fernández (Mateu Ibars 1980: 291 y 293). Otra opción en la que podría pensar el autor del
27
Carmen, preferible quizás a la luz de los vv. 43-44, es que el rey le entregase una tenencia o
dominio territorial, con la dignidad condal, como sucedió bajo Alfonso VI con dos de los
alféreces más duraderos de la época: Martín Alfónsez, titular de 1066 a 1071 y conde desde
mayo de ese mismo año (cf. Herrero 1988: doc. 699) hasta su muerte en 1091 ó 1092, y
Gómez González, armígero entre 1093 y 1099 y luego conde de Lara, desde 1102 (cf. Herrero
1988: doc. 1081); bajo Alfonso VII con Manrique Pérez de Lara, alférez de 1134 a 1137 y
conde al menos desde 1142, y con su hermano Nuño, titular desde 1145 a 1155 y conde a
partir de este año; y bajo Alfonso VIII con Gonzalo de Marañón, que desempeñó el cargo de
1171 a 1178 y recibió la dignidad condal en 1174, sin perder por ello el alferazgo (vid. Mateu
Ibars 1980: 298-300; García Luján 1982: I, 90-91; Reilly 1988: 55-56, 275, 306-7, 331, 356;
Torres Sevilla 1999: 447-51). En este caso, el término honos podría contagiarse aquí de la
acepción de «territorio encomendado por el rey a un vasallo» que tenía en esa época en
romance, como se advierte en el Cantar de mio Cid 289: «unos dexan casas e otros onores» o
886-87: «Sobr'esto todo, a vós quito, Minaya; / honores e tierras avellas condonadas», y por
extensión «hacienda, bienes raíces», como en 2495: «que he aver e tierra e oro e onor» y
2565: «que les diemos por arras e por onores» (cf. Menéndez Pidal 1944-1946: 776-79 y
Montaner 1993: 218, 477 y 552).
39: nisi tam cito subiret rex mortem: A la mors inopina de Sancho se alude
expresamente en CN III 16, 44.
40: nulli parcentem: La expresión de lo ineluctable de la muerte es, como no podía ser
menos, absolutamente tópica (cf., por ejemplo, dentro de la literatura latina, Horacio, Carm. II
3, 24: nil miserantis Orci, III 9, 12: si parcent animae fata superstiti, y, en términos similares,
16). El tópico es recurrente, por ejemplo, en la poesía de Ripoll. En los versos dedicados a
Armengol, conde de Vich, incluidos en el De comitibus, puede leerse la expresión hunc fera
mors rapuit, / quae nulli parcere nouit (ed. Nicolau d´Olwer, nº 6, II, v. 35, donde se remite a
Rabano Mauro, Carm. 11, PL CXII 1673: mors fera quem rapuit; cf. Bofarull 1836: I 116,
Amador 333, García Villada 1914: 160, Martínez 1991: 42; puede compararse, asimismo, el
pasaje de Juan Escoto Eriúgena citado en nuestro comentario a propósito del v. 110). Cabe
mencionar por su similitud un verso recogido por Amador (342, nº 3): nisi me cita mors
rapuisset, así como, en alusión al carácter prematuro de la muerte de Guillermo Berenguer, el
poema no ripollense citado por Bofarull (1836: I 246) y por Martínez (1991: 41, v. 4:
inuidiosa tuos sustulit ante dies, pasaje que evoca sin duda la famosa inuida aetas horaciana:
Carm. I 11, 7-8). Varias expresiones comparables se recogen en el Epicedion de Ramón
28
Borrell III (ed. Nicolau d´Olwer, nº 2, v. 8: hunc morte premente, v. 59: ni te seua tuis mors
rapuisset, v. 64: inuidit properans mors remeanti, v. 74: nobis mors rapuit seua misellis; cf.
Martínez 1991: 37-39); en el v. 78 del Carmen canorum (ed. Nicolau d´Olwer, nº 50) se lee:
sic mors neminem ledit. Incluso en el famoso Gaudeamus igitur universitario cabe anotar una
reflexión similar (Vita nostra breuis est, / breui finietur, / uenit mors uelociter, / rapit nos
atrociter, / nemini parcetur). La expresión antinómica nemine resistente puede leerse en la
lín. 8 del diploma valenciano de 1098, y Heu! mors, equa nimis / nec cuiquam parcere docta
se lee en el primer verso del epitafio de doña Gontrodo, de 1186 (cf. Pérez González 1999:
107).
XI
41: post cuius necem: Este giro transicional, propio de la prosa, también se documenta
en HR 64, 4 (post cuius mortem, a propósito de Sancho de Aragón), y en CN II 21, 1 (post
eius obitum); un post eius necem puede leerse en los Gesta comitum Barcinonensium, como
se observa en nuestra lámina (f. 25r, lín. 12). La inclusión del término poético nex (que en
poesía clásica suele significar «crimen» o «ejecución»: cf. Uría 1993) representa una clara
uariatio respecto al mors inmediatamente anterior (39).
dolose: El asesinato del rey Sancho se produjo durante el cerco de Zamora, durante un
descuido del monarca, mientras sus tropas se enfrentaban a las de su hermana Urraca (la
perentoria causa de su desdicha la especifica la Crónica Najerense —como sabemos hoy,
pese a la rasura del manuscrito I, gracias al testimonio de S— en III 16, 31-32: et rex de equo
descendens ad nature sederet neccessaria; varios paralelos reseña Gil 1995: 24, n. 69,
mientras que apunta posibles reminiscencias bíblicas Smith 1985: 51-52). Según dicha
crónica (III 16, 21) su asesino fue el traidor Bellido Ataulfo (Vellido Dolfos en la tradición
hispánica, personaje del que «ni un sólo testimonio documental atestigua la existencia», según
Mínguez 2000: 46, si bien pensamos que podría identificarse, pese a cierta distancia temporal,
con el Vellit Adulfiz de un diploma leonés de 1057, ed. Herrero 1988: doc. 588), quien le dio
muerte, ad regem dolose ueniens. El correspondiente adjetivo tiene su paralelo en HR 34, 14
(cognoscens inimicorum suorum dolosis detractionibus et falsis accusationibus). De la
interpretación de los vv. 41-44 se ha ocupado especialmente Barceló (1968: 128-32). La
referencia concreta a las circunstancias insidiosas en que se produjo la muerte de Sancho —
ausentes de la HR (a consecuencia del origen leonés de su autor, según Smith 1986: 110; cf.
Figueras 26)— es bastante llamativa. Según la apostilla del monje de Silos, escrita en un
ejemplar del Liber commicus, también Alfonso habría sido cómplice de su asesinato, tras
29
haber entrado subrepticiamente en la ciudad (ed. Menéndez Pidal 711, cf. Gil 1995: 23, n.
50).
42: rex Eldefonsus obtinuit terram: Como de costumbre, es un giro bíblico (por ejemplo
Iudith 3, 7: tunc descendit de montibus cum equitibus in uirtute magna et obtinuit omnem
ciuitatem et omnem inhabitantem terram, Iob 22, 8: in fortitudine brachii tui possidebas
terram et potentissimus obtinebas eam) y reaparece, entre otros, en Pedro Coméstor, Hist.
Schol. I 34 [PL CXCVIII 1085] (Proinde dicunt quidam hoc semel factum, cum primo scilicet
terram obtinuerunt).
La terra es el territorio del que era rey Sancho (33) y del que luego se expulsará a
Rodrigo (65). Compárese el verso con lo que el propio Alfonso VI declara en un documento
de 17 de noviembre de 1072: presenti tempori factus extorris a potestate regni mei et postea
restituit me Deus quod amiseram, sine sanguine hostium, sine depredatione regionis, et
subito, quum non extimabatur, accepi terram sine inquietudine, sine alicuius contradictione et
sedi in sede genitoris mei, Dei donante clementia (ed. Ruiz Asencio 1990: doc. 1182, ed.
Gambra 1997-1998: doc. 11). En éste, como en todos los diplomas originales de su reinado, el
nombre del monarca aparece como Adefonsus, sustituido ocasionalmente por Aldefonsus o
Ildefonsus en las copias del siglo XII (Reilly 1988: 83) y lo mismo sucede con Alfonso VII,
mientras que en la documentación original de Alfonso VIII alternan las variantes Adefonsus y
Aldefonsus, si bien continúa prevaleciendo la primera (cf. García Luján 1988: II 330). Así se
advierte, en contraste con la forma aragonesa, en los tratados firmados por Alfonso VIII de
Castilla y Alfonso II de Aragón en 1170 y 1191, cuya intitulación reza: Ego Adefonsus, Dei
gracia rex Castellanorum, et ego Ildefonsus, eadem gracia rex Aragonensis (ed. Sánchez
Casabón 1995: docs. 90 y 92).
Frente a este conservadurismo cancilleresco, la historiografía muestra mayor dispersión
(cf. Reilly 1988: 47-48, nn. 48-49). La Chronica Adefonsi imperatoris, fiel a los usos
oficiales, emplea únicamente Adefonsus, mientras que la Historia Roderici y la Chronica
Naierensis, más tardías, optan por Aldefonsus, que es también la forma que emplea Jiménez
de Rada en De rebus Hispanie, donde reserva Ildefonsus para referirse al santo toledano y el
más vulgar Alfonsus para Alfonso Téllez. Por su parte, la Historia Compostellana, a causa,
seguramente, de su autoría múltiple, emplea de forma aparentemente aleatoria las variantes
(por orden creciente) Aldefonsus, Alfonsus, Ildefonsus y Adefonsus. La penúltima era (según
Schapiro 1964: 70, n. 308) la preferida por los cluniacenses; al menos es la empleada por
Hildeberto, Vita Hugonis II 9 [PL CLIX 866] ( Hildefonsus Hispaniarum rex, qui a Santulo
30
fratre suo captus in uinculis tenebatur [...] Sic Hildefonsus, et sibi pariter et regno restitutus).
Otros historiadores europeos utilizan versiones más cercanas al aragonés, catalán o provenzal
(Vita B. Simonis [PL CLVI 1215]: regis Hispaniarum Anfursi et Roberti principis Apuliae
neglectis nuntiis, Orderico Vital († c. 1142), Hist. eccles., V 14 [PL CLXXXVIII 414]: Porro
Agatha regis filia, quae prius fuerat Heraldo desponsata, postmodum Amfurcio regi
Galliciae per procos petenti, missa est desponsanda; cf. también Roberto de Torigny (†
1186), Chronica, an. 1170 [PL CLX 511]: Alienor filia regis Henrici Anglorum ad Hispaniam
ducta est, et ab Amfurso imperatore [= Alfonso VIII] solemniter desponsata), las cuales
concuerdan con las de algunos diplomas y acuñaciones de Alfonso I el Batallador (vid. Gil
Farrés 1976: 262-64 y Lema 1990: XXVI) y de Alfonso II de Aragón (vid. Sánchez Casabón
1995: 887), si bien Guillermo de Malmesbury († c. 1142), Gesta regum Anglorum 167, 276 y
282 [PL CXLIX 1137, 1253 y 1256] opta por la forma de moda en el siglo XII (Aldefonsus
rex Galliciae).
Como puede verse, la grafía Eldefonsus que adopta el Carmen es bastante rara. Sólo
hemos podido hallarla, aplicada precisamente a Alfonso VI, en un documento catalán de
1157: in curia Eldefonsi regis Castellanorum (ap. Bofarull 1836: II 118), y como nombre de
cierto Eldefonsus Hispaniensis episcopus al que se atribuye una Reuelatio datada en 845 (vid.
J. Mabillon, Monitum in Eldefonsi opusculum [PL CVI 882-83]). A tenor del primer dato,
podríamos estar aquí ante un indicio de la autoría ripollesa del poema, si bien cabría que un
copista de Ripoll hubiese modificado así un Aldefonsus de su modelo. Claro que entonces se
esperaría más bien Ildefonsus, que era la forma habitual en la documentación aragonesa y
catalana del momento (cf. Sánchez Casabón 1995: 887). Aceptando, pues, que sea la lección
original, es probable que el autor haya intentado ofrecer una grafía supuestamente etimológica
(aunque esta sería en realidad Hildefonsus), con lo que su adopción respondería al mismo afán
cultista que mueve al poeta a usar los topónimos clásicos en lugar de los modernos, frente a lo
que se advierte en la Historia Roderici (véase el comentario a los versos 23-24, 83-84, 95 y
98).
43-44: cui quod frater uouerat per totam / dedit Castellam: La expresión puede
compararse a la que aparece en el v. 85: per cunctas Ispanie partes. Guerrieri Crocetti,
Horrent, Casariego y Higashi (frente a Wright, Figueras y Riquer, cuya interpretación
compartimos) entienden que cui se refiere a Alfonso y que el sujeto de dedit es un elíptico
Rodericus, es decir, que habría sido el Cid quien, siguiendo los deseos del difunto Sancho,
entregó toda Castilla a don Alfonso. Esta interpretación parece basarse en la epéctasis de per
31
y en la supuesta existencia de una forma adjetival —inusitada por lo demás, que sepamos—
pertotam (al respecto cf. Wright 243, n. 2, Barceló 1968: 130, Horrent 1973: 181 y Martínez
Diez 1999: 70), grafía que en este caso podría haber inducido el peractam del v. 41 (cf. HR 1
7-8: bella... peracta); Guerrieri Crocetti (502-3) edita per totam y mantiene, sin embargo, tal
interpretación («a questo, per estremo desiderio del fratello, egli —il Campeador— cedette
tutta la Castiglia»). Desde el punto de vista histórico, ésta podría estar sugerida por el
episodio de la jura en Santa Gadea, pero se trata de una leyenda que refleja las tradiciones
anti-alfonsinas ligadas a la muerte de Sancho II en Zamora y bastante más tardía que el
Carmen, seguramente, como demostró el propio Horrent (1973: 157-93, West 1983: 293-94).
Por lo demás, la propuesta parece requerir un cambio de sujeto respecto al verbo anterior,
obtinuit (sc. Eldefonsus), que no parece aconsejable desde el punto de vista sintácticoestilístico. Por el contrario, el complemento directo de dedit ha de ser quod frater uouerat, lo
cual sólo hace viable en principio nuestra interpretación. Conviene recordar, además, que el
privilegio de dare corresponde, lógicamente, al rey. Por otro lado, es más que improbable que
Sancho II desease que alguien hiciera entrega de Castilla a su hermano Alfonso, ni aun
después de muerto (Wright 233). Ya Puymaigre, en 1888, proponía traducir: «Après sa mort
traîtreusement ammenée, le roi Alfonse monta sur le trône et donna au Campeador le rang que
son frère lui destinait en Castille...» (ap. Barceló 1968: 129); podría entenderse que Alfonso
le entregó las mandaciones o tenencias (de fortalezas, por ejemplo) que Sancho quería darle,
haciendo de él una potestas, un magnate con delegación del poder real e incluso un conde,
sobre lo cual véase el comentario al v. 38.
uouerat: Significa aquí, probablemente, «había previsto confiarle u ofrecerle» más que
«le había ofrecido». En cuanto a la expresión, cabe comparar HC III 46, 82 (inmensa munera,
scilicet tres mille marchas argenti, imperatori fraudulenter uouerunt), CAI I 88, 2 (Quod
postquam expleuit, sicut uouerat, reuersus est in terram Legionis et Castelle).
XII
45: nec minus cepit hunc amare: El amor inicial del rey Alfonso hacia Rodrigo también
aparece claramente reflejado en la HR 6, 1-3, como hemos señalado en nuestros apartados
I.1.e y I.2.b.
46: ceteros plusquam uolens exaltare: Como hemos indicado en nuestra «Nota crítica»,
optamos por admitir la interpretación tradicional del pasaje, adoptando para ello, por razones
32
sintácticas, el acusativo ceteros. El orden prosaico de la frase sería uolens (sc. Eldefonsus)
exaltare (sc. eum) plus quam ceteros.
exaltare —verbo de hondas reminiscencias bíblicas y cristianas, a raíz sobre todo del
famoso pasaje de Mat. 23, 12 (Qui autem se exaltauerit, humiliabitur: et qui se humiliauerit,
exaltabitur)— parece adoptar un significado muy específico en nuestros textos, al designar la
preeminencia otorgada al héroe por el rey en el seno de la corte. Se documenta asimismo,
también con carácter excepcional dentro de los Chronica Hispana, en HR 12, 6-7
(Almuctaman [...] exaltauit eum) y en 17, 4 (Almuktaman uero exaltauit et sublimauit
Rodericum).
47-48: donec ceperunt ei inuidere / compares aule: Cabe comparar HR 9, 7-9 (pro
huiusmodi triumpho ac uictoria a Deo sibi collata quamplures tam propinqui quam extranei
causa inuidie de falsis et non ueris rebus illum apud regem accusauerunt); a los curiales
inuidentes se refiere esta misma crónica algo más adelante (11, 3). El concepto de inuidia
vertebra una parte importante del Carmen, como es la etiológica, de una manera además
notablemente elaborada y comprensiva, lo cual parece requerir una datación tardía, es decir,
un tanto post euentum. Para más detalles acerca de este tema, remitimos al apartado I.1.e de
nuestro estudio preliminar, así como a nuestro comentario acerca de los vv. 57-58.
compares: No se trata de un adjetivo frecuente en este tipo de textos: cf. por ejemplo
CN II 2, 2, PA 178 y 294, HC II 3, así como Pedro Coméstor, Hist. Schol. X 3 [PL CXCVIII
1325-26] (pueri Dauid superstites occiderunt compares suos), XX 35 [1556] (Est enim
numerus superabundans, et congregatis omnibus suis partibus comparibus ascendit ad
quinquaginta). Cabe inscribirlo dentro del gusto un tanto «cultista» que caracteriza al poeta.
XIII
49: Dicentes regi: Casi con el significado de «maledicentes», más que en la simple
acepción de «dirigirse a» (cf. HR 34, 2); en el fondo podría subyacer la tópica oposición —
base de la «ironía» clásica— entre lo que los cortesanos de Alfonso «dicen» y lo que
realmente «piensan» y temen (cf. HR 68, 2-4: dicens et fingens se uelle ire in Valentiam, cum
ille in corde suo secreto Murum Vetulum circumdare et debellare disposuisset).
Domine, quid facis?: La pregunta revela un tono desabrido, casi insolente por parte de
los cortesanos de Alfonso, lo cual parece acorde con el retrato poco amable que se hace de la
corte castellana en el poema.
33
50: malum operaris: El adjetivo malus, aquí como neutro sustantivado, al igual que en
el v. 55 (mala cogitabit), se lo aplican los Castellani inuidentes a Rodrigo en HR 34, 2-3 (non
erat ei fidelis bassallus sed traditor et malus; cf. 35, 75: neque malum cogitaui, en boca de Rodrigo).
El verbo operor se documenta también en la HR (66, 22-23: Dei clementia opitulante et
operante).
51: cum Rodericum sublimari sinis: Coincidimos en nuestra interpretación con las de
Wright, Gil (según evidencia su puntuación) y Riquer. Casariego y Higashi, por su parte,
consideran esta proposición como una subordinada del displicet del v. 52 (displicet nobis),
con pausa fuerte tras operaris, en vez de tras sinis («cuanto más enalteces a Rodrigo / más nos
desprecias a nosotros» y «nos desagrada cuando a Rodrigo permites descollar», en ambas
traducciones respectivamente). Sin embargo, no parece un análisis satisfactorio desde el punto
de vista sintáctico, por más que el v. 52 resulte un tanto cortante, rasgo que aquí, mediante
una expresión que casi suena formular, concuerda en principio con la drástica negativa de los
compares aule de Rodrigo —y curiales de Alfonso— a admitir su brillante ascensión en la
corte.
XIV
El carácter amenazador de las advertencias al rey Alfonso (53-56) es propiamente el
que parece determinar el posterior enfado y recelo del monarca, tactus zelo cordis (58), pese a
no hallarse predispuesto a sentir animadversión alguna hacia Rodrigo (45). El giro del v. 53
(sit tibi notum) muestra un tono casi didáctico, como el que ofrece en el famoso verso de
Serlon de Wilton (ap. Raby 1966: 341): nota tibi mundi sit nota: mundus abit.
55: semper contra te mala cogitabit: La expresión es bíblica (cf. Psal. 34, 4, Prov. 12,
20 y 24, 8, I Cor. 13, 5, etc.) y de sus muchas apariciones la más cercana es Psal. 40, 8
(aduersus me cogitabant mala mihi; cf. I Mach. 11, 8: cogitabat in Alexandrum consilia
mala). Además de la Historia Roderici (35, 75: neque malum cogitaui), retoma la expresión,
por ejemplo, Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 79 [PL CXCVIII 1120] (Tumulus iste sit foederis
nostri testis, ne ego transeam illud, pergens contra te, malum tibi cogitans).
XV
57: Quibus auditis susurronum dictis: La expresión es común, propia de la prosa; cf.,
por ejemplo, CN III 15, 4 (quo audito rex Santius [...]).
34
El adjetivo latino susurro (cf., por ejemplo, Rom. I 29) es de claro carácter
onomatopéyico (al igual que murmurator y similares). Empleos del mismo se documentan
igualmente en HC I 107, 1 (porro Galliciani precipue habent pre manibus susurrum et
principum auribus instillare modo uera, modo falsa), II 85, 40 (susurrones et detractores
maliuolentia atque inuidia ducti) y 62 (inuidia stimulante, susurrones et detractores uenenoso
ore insurrexerunt in Compostellanum). Puede destacarse la marcada rima interna presente en
el verso, recurso poco habitual en el poema (cf. vv. 25, 57, 73, 89 y 109, y, en general, III.2).
Los susurrones (cast. ‘cizañeros’, ‘calumniadores’) son los demás magnates de la corte,
a los que se alude en el v. 48 como compares aule, cuyo deseo es el de malquistar al rey con
Rodrigo. Coinciden, efectivamente, con los curiales inuidentes de la Historia Roderici (9, 11
y 45), así como con los «mestureros» del Linage (18: «Pues lo ytó de tierra el rey don Alfonso
a Rodic Díaz a tuerto, así que non lo mereció, que fu mesturado con el rey et yssiós de su
tierra») y del Cantar de mio Cid (267: «por malos mestureros de tierra sodes echado»). La
equivalencia entre el latino susurro y el castellano «mesturero» está bien documentada
(Menéndez Pidal 1944-1946: 757 y Montaner, en prensa, b). A los ejemplos allí aducidos
puede añadirse una noticia de Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, V 17 (Eo tempore rex
Veremudus a susurrone seductus precepit capi Gudesteum episcopum Ouetensem), recogida
por la Suma de las Crónicas de España [Admyte 980], 21r («E acaesçió assí que por
mesturamiento de <al>gunas malas personas prendió a don Gusteo, obispo de Oviedo»). El
término latino es explicado por Alfonso de Palencia en su Universal vocabulario [Admyte
1549], 484v: «Susurron es malediziente a escusañas, de doble lengua, murmurador e
repeloso», y por Rodrigo Fernández de Santaella, Vocabulario eclesiástico [Admyte 2169],
173r: «Susurro, -onis [...]: el murmurador de oreja en oreja secreto, que tanbién se dize
bilingüe e sembrador de discordia entre hermanos» (cf., asimismo, Castro 1936: 296, en
referencia a E 3018 y T 1797, y, dentro del lenguaje popular, el certero dicho —de
permanente actualidad— «más mata una mala lengua / que la mano del verdugo»). En cuanto
a los mestureros, su actuación es descrita del siguiente modo por Sancho IV, Castigos e
documentos, ms. BNM 6559 [Admyte 1737], 84v-85r: «Myo fijo, non te pagues nin quieras en
tu conpañía omne mesturero nin dezidor nin asacador de mal, ca todo aquel que es mesturero
por fuerça ha de ser dezidor e asacador de todo mal. E tal omne commo este nunca se parte de
la oreja del señor con quien anda, deziéndole mal de cada uno e asacando e diziendo todo mal
con sofismos malos que han en sí. E non le abonda [= ‘basta’] de fazer esto con el señor, mas
entre los otros que andan en la su casa anda deziendo mal e fablando e metiendo mal
entr’ellos por tal que ayan desabenençia e malquerençia entre sí». Como en el Carmen, la
35
«mestura» se presenta a menudo a caballo entre la envidia y la animadversión (Ambrosio
Autperto, Oratio contra septem uitia [CC CM 27B], Recensio A, 4, p. 937, líns. 17-20: et
quia ille qui inuidet et odit, consequenter susurrat et detrahit, hoc malum Scriptura sancta
praecauendum denuntiat: «Non eris, inquit, susurro in populis» [Lev. 19, 16], et «Nolite
detrahere alterutrum, fratres» [Iac. 4, 11]; Poridat de las poridades [Admyte 824], 4r : «el
primer grado de seso es nombradía, e si la demandar omne sin so derecho, viene por ella
enbidia, e por la envidia viene la mentira, e la mentira es raíz de las maldades, e por la
mentira viene la mestura, e por la mestura viene la malquerencia, e por la malquerencia viene
el tuerto, e por el tuerto viene el departimiento, e por el departimiento viene odio, e del odio
viene la baraja, e de la baraja viene enemiztad, e de la enemiztad viene lit»). En cuanto al
efecto que provocan las palabras de los mestureros, descrito en nuestro poema en el v. 58, cf.
Prov. 26, 22: Verba susurronis quasi simplicia et ipsa perueniunt ad intima uentris, y, aunque
bastante posterior, Polythecon [CC CM 93], III 216-17: Lingua susurronis nos uergit simplice
uerbo, / sed grauiter nostrum cor uulnere pungit acerbo.
58: rex Eldefonsus tactus zelo cordis: Como sentenciaba S. Jerónimo, apoyándose en el
testimonio de la Biblia, el corazón —y no el cerebro— es la sede de los afectos anímicos
(Epist. 64, 1: quaeritur ubi sit animae principale. Plato in cerebro, Christus monstrat in
corde: beati mundo corde, quoniam ipsi Deum uidebunt [Mt. 5, 8], et: de corde procedunt
cogitationes malae [15, 19], et: quid cogitatis nequam in cordibus uestris [9, 4]?). La
expresión del Carmen tiene abundantes paralelos más o menos próximos: cf. Casiodoro,
Expos. psalm. [CC SL 98], ps. 137, 8, p. 1241, líns. 186-187 (ut omnem nobis contra inimicos
zelum cordis excluderet), Vit. sanct. patrum Emeret. [CC SL 116], V 2, lín. 21 (nemo quolibet
terrore perculsus uel quolibet zelo aut inuidia tactus), Odilo de Soissons (fl. c. 930), Sermo
de Sancto Medardo [PL CXXXII 630] (hic intimo cordis prouocatus zelo), Galberto de
Brujas (c. 1127), Altera uita Caroli Boni III 23 [PL CLXVI 956-57] (si indurato cordis zelo
non conspirassent in tradendo comitem), S. Bernardo de Claraval († 1153), Epist. 248, par. 2,
vol. 8, p. 143, lín. 14 (gratias agimus domino Lexouiensi, qui, zelo domus Domini tactus), S.
Valerio, Ord. quer. [ES, XVI, pp. 399-400; ap. Gil 1973: 211] (Sic induratum est cor eorum
ab ipso inimico zeloque inuidie inflamatum [...]). Es frecuente la expresión con ductus: como,
por ejemplo, en la HC I 1 (Iudei maliuolentia et inuidia ducti), III 10 (inuidia atque
maliuolentia ducti dominum Conpostellanum grauiter accusauerunt). En cuanto a la idea del
corazón afectado (que no hemos visto asociada simultáneamente al zelus), podría depender de
Gen. 6, 6 (poenituit eum quod hominem fecisset in terra. Et tactus dolore cordis
intrinsecus...), y la hallamos de nuevo, entre otros, en CAI I 58 (Paucis diebus tactus dolore
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cordis mortuus est), en Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 31 [PL CXCVIII 1082] (Quod autem
dicitur Deus tactus dolore cordis intrinsecus, forte nihil aliud est) o en Guillermo de Tiro,
que la usa a menudo en su Chronicon [CC CM 63], II 20, V 17, XVIII 33 y XX 19 (Quo
comperto rex, tactus dolore cordis intrinsecus et succensus ira...), bastante similar a nuestro
texto.
En general, el término zelus, al que dedicó S. Cipriano de Cartago (c. 250-257) su breve
tratado De zelo et liuore [CC SL 3A], tiene una acepción positiva (basada, entre otros textos,
en el de Ps. 68, 10: zelus domus tuae comedit me, et opprobria exprobrantium tibi ceciderunt
super me, aplicado al propio Cristo al expulsar a los mercaderes del templo: cf. Ioh. 2, 17).
Cabe mencionar, en fin, pasajes como el de Ambrosio de Milán, Expos. psalmi CXVIII [CSEL
62], 18, 10 (quam salutaris igitur est Dei zelus!) o el de Cristano Campililiense, Versus
differenciales sub ordine alfabeti, 719 (Iusticie zelus corrigit omne scelus). Su otra acepción
es negativa, y S. Cipriano la asocia con la auaritia, la ambitio y la inuidia (cf. 6, 101-103:
Auaritiam zelus inflammat, dum quis suo non potest esse contentus uidens alterum ditiorem.
Ambitionem zelus excitat, dum cernit quis alium in honoribus auctiorem, y 7, 134-137: Zelus
terminum non habet, permanens iugiter malum et sine fine peccatum, quantoque ille cui
inuidetur successu meliore profecerit tanto inuidus in maius incendium liuoris ignibus
inardescit, respectivamente; cf., asimismo, I Macch. 8, 16: et non est inuidia, neque zelus
inter eos, Casiodoro, Expos. psalm. [CC SL 98], ps. 118, p. 1120, líns. 2555-56: Zelus enim et
in malo et in bono ponitur. In malo, ut est illud: zelus et inuidia comedit domum Iacob). En
cuanto ligado a la ambición, el zelus puede ir asociado a la violencia (Is. 9, 7: zelus Domini
exercituum faciet hoc, Sap. 5, 18: accipiet armaturam zelus illius, et armabit creaturam ad
ultionem inimicorum). La mencionada escisión entre el significado positivo y el negativo de
zelus es la que glosaron numerosos autores cristianos en sus exégesis: cf., por ejemplo, Pedro
Abelardo, In epist. Pauli ad Rom. [CC CM 11], IV 10, p. 249, líns. 26-28 (zelus, siue bonus
siue malus, dicitur feruor quilibet atque commotio accensi animi ad aliquid gerendum), S.
Benito de Nursia, Regula, 72, 1, 2 (sicut est zelus amaritudinis malus qui separat a Deo et
ducit ad infernum, ita est zelus bonus qui [...] ducit ad Deum et ad uitam aeternam).
Pasajes como el de HC II 2, 9 (Quidam enim eius inimici inuidie zelo dixerunt, quod
Gallicie regnum prodere regi Anglorum et Normannorum et auferre regi Hispanorum
satageret) parecen apoyar la interpretación de tactus zelo cordis como «presa de celos», lo
cual se correspondería con lo que se expresa en HR 19, 1-5 (a propósito de la fugaz
reconciliación de don Alfonso y Rodrigo: Quo audito, Rodericus, qui erat in Tutela, uenit ad
37
imperatorem. Imperator autem recepit eum honorifice et diligenter precepit ei ut sequeretur
eum ad Castellam. Rodericus autem secutus est eum, sed imperator adhuc tractauit in corde
suo multa inuidia et consilio maligno ut eiceret Rodericum de terra sua) y 45, 8-9 (acerca de
la reunión —posiblemente legendaria— ante Granada: Tunc rex ductus inuidia ait suis:
«Videte et considerate qualem iniuriam et quale dedecus nobis Rodericus infert»), 11-12
(omnes fere sui inuidia tacti uerum dixisse regi pariter responderunt). En cualquier caso,
sobre el significado específico de zelus en nuestro contexto cf. Barceló (1965: 52-58), quien
plantea sustancialmente el dilema entre «celos» y «recelo» («odio», como se sugerirá después
en la Crón. de S. Juan de la Peña, p. 65 de la ed. de Ubieto, 1961, o «malquerencia», dentro
de la órbita —en cualquier caso— del lat. in-uidere; zelus se hace equivaler a «pecado» en el
Glos. de Toledo, lín. 520; cf. Castro 1936: 16). El uso de tactus en este caso sugiere, a nuestro
juicio, más bien lo segundo, es decir, se aludiría mediante esta expresión a la repentina
suspicacia que surge en el rey Alfonso ante el súbito temor a perder el trono (59; «por zelo del
reyno movido» es expresión documentada en el Anónimo de Sahagún, ms. 57 del Archivo
Minist. AAEE, f. 15, ap. Martínez 1986: 16, n. 25).
Parece conveniente, por tanto, verter tactus zelo cordis por «presa del recelo», ya que es
difícil entender aquí que zelus cordis aluda a otro tipo de passio animi, como podría ser la
cólera (cf. HR 11, 7-9: Huiusmodi praua et inuida suggestione rex iniuste commotus et iratus
eiecit eum de regno suo). West (1983: 292) subraya que la HR no alude en modo alguno a la
envidia de Alfonso VI durante el primer destierro del Campeador. En cualquier caso,
misterioso destino el de un rey consciente de sus muchos errores (hasta declararse —haciendo
una concesión al tópico— mole peccatorum depressus [...] disperatione deiectus, set etiam
reatum meorum criminum expauesco; cf. Schapiro 1964: 70, n. 303, Seb. 7, 3, Gil 1985: 121),
receloso de Rodrigo el Campeador, pero unido a él hasta el extremo de tener que acompañar
su cadáver, junto a Bernardo de Cluny, en la retirada de Valencia (Rivera Recio 1962: 59).
59: solium honoris: regale solium se lee en uno de los poemas conservados en honor de
Ramón Berenguer IV (v. 15: penetrasti regale solium, ap. Martínez 1991: 46). Cabría esperar,
más bien, la expresión solii honorem (i. e., honorificum solium).
60: causa timoris: Cabría sobreentender un Eldefonsi, considerado como genitivo
subjetivo dependiente de timoris (frente al Dei sui, o similar, esperado en principio: cf.
Montaner - Escobar 2002: 393). En realidad, este complemento retoma y enfatiza el participio
timens del verso anterior.
38
XVI
61: omnem amorem in iram conuertit: La ira del rey —reacción propia del envidioso,
como en el caso de Caín (iratus, según se refiere en Gen. 4), aunque no necesariamente—
vuelve a expresarse en el v. 73 (nimis iratus). El poeta parece responder con este verso —que
ofrece, en nuestra opinión, una aliteración bastante clara— al amare que se había apuntado en
el v. 45. El voluble rey Alfonso también aparece como víctima de la ira (iratus) en varios
lugares de la Historia Roderici, según hemos observado ya en nuestra introducción (cf., por
ejemplo, 34, 6). El propio Rodrigo incurrió en ella, según HR 10, 8 (nimia motus ira et
tristicia), así como Sancho, según la CN III 15, 5 (nimium inflamatus in iram) y 16, 8
(magnam succensus in iram). La ira o saña del rey tiene, en los textos medievales, una doble
dimensión. Por una parte, personal: la cólera del monarca que se siente ofendido; por otra
jurídica: la pérdida de la gracia real por parte del vasallo, que obliga a éste a «salir de la
tierra», es decir, a exiliarse, como ocurre en nuestro poema (v. 65).
62: occasiones contra eum querit : La expresión es bíblica (IV Reg. 5, 7: uidete quod
occasiones quaerat aduersum me, Prov. 18, 1: occasiones quaerit qui uult recedere ab amico,
Dan. 6, 1-7, esp. 4: Porro rex cogitabat constituere eum super omne regnum; unde principes
et satrapae quaerebant occasionem ut inuenirent Danieli ex latere regis; nullamque causam
et suspicionem reperire potuerunt, eo quod fidelis esset, et omnis culpa et suspicio non
inveniretur in eo) y la retoma la historiografía coetánea, en contextos más parecidos al del
Carmen, en particular HC II 86, 69 («Fratres karissimi, animaduertite, quod rex occasiones
querit aduersum nos, quia nos habemus maliuolos et proditores in eius palatio, quorum
instinctu et consilio uult nobis incomodare et hoc ab honore priuare...») y Pedro Coméstor,
Hist. Schol. XI 8 [PL CXCVIII 1391] (Occasiones quaerit aduersum me), XV 9 [1458]
(quaerebant occasionem accusandi eum [...] «Non inueniemus occasionem aduersus eum; nisi
in lege Dei sui» [...] Fabulantur Hebraei, quia quaerebant occasionem in sermone, tactu,
nutu, uel internuntio ad reginam, uel ad aliquam concubinarum regis, nullamque causam
reperire potuerunt, eo quod fidelis esset).
63: obiciendo: Es término empleado también en la HR (11, 3 y 34, 4; obicientes en
ambos casos).
63-64: per pauca que nouit / plura que nescit: La contraposición tópica entre ambos
adjetivos se observa también en el v. 14, del que nos hemos ocupado en nuestra «Nota
crítica». Un giro similar desde el punto de vista formal hallamos en los Gesta Normannorum
39
ducum, VIII 32 [PL CXLIX 901], de Guillermo de Jumièges, de la segunda mitad del siglo XI
(ut ex paucis gestorum eius quae commemorauimus, plurimorum quae non nescientes
praetermisimus), así como en J. de Salisbury († 1180), Policr. VII 12 [PL CXCIX 662] (et
saepe qui paucissima nouit, proponit plurima), si bien se encuentra también muy próximo
conceptualmente el siguiente pasaje de la HR (9, 8-9): causa inuidie de falsis et non ueris
rebus illum apud regem accusauerunt; cabría comparar asimismo el pasaje ya citado de HC (I
107, 1): porro Galliciani precipue habent pre manibus susurrum et principum auribus
instillare modo uera, modo falsa. En el plano retórico, se contraponen, de manera muy
expresiva, las formas verbales nouit (cf. 53) y nescit.
XVII
65: uirum: Guerrieri Crocetti, Casariego, Wright y Higashi traducen uirum por «héroe»,
lo cual supone probablemente una cierta sobreinterpretación, más o menos anacrónica, si
bien, como ha observado Gil (1973: 204), heros aparece explicado a menudo en los glosarios
como uir fortis, tras el precedente de S. Isidoro (Etym. X 2: Aeros, uir fortis et sapiens). Es el
Campeador, propiamente, quien cumple la orden recibida de desterrarse (lat. exulare).
Aunque no se desarrolla en nuestro poema, el tema —especialmente querido a raíz de su
minucioso tratamiento literario por parte de Ovidio— es frecuente en la poesía medieval,
como ha mostrado últimamente Alvar (1997).
66: Mauros debellare: La Historia Roderici, por su parte (31, 2), también refleja al Cid
en plena actividad guerrera (circumquaque debellando inimicos suos; cf., asimismo, 31, 8:
debellauit eam [sc. montanam de Alpont] fortiter). De ahí que los vv. 78-79, en los que el rey
Alfonso envía al conde García con la misión de debellare a Rodrigo, ofrezcan un contraste
casi paródico con la figura del héroe.
67-68: Yspaniarum patrias uastare, / urbes delere: Du Méril llegó a pensar, al analizar
la dura reacción del rey Alfonso, que pudiera aludirse mediante esta expresión a una venganza
de Rodrigo sobre tierra de cristianos (311, n. 2; cf. Barceló 1965: 50, n. 77), lo cual, aunque
podría referirse a la algara contra La Rioja, no se corresponde con el contexto de esta
afirmación. Ciertamente, Alfonso VI adoptó, desde octubre de 1077, el título de imperator
totius Hispaniae (Reilly 1988: 104, Gambra 1997-1998: I 682 y 694-96; a Hispania tota se
alude asimismo en el Poema de Almería, v. 292), así como el de rex o imperator Hispaniarum
(Gambra 1997-1998: I 685 y 707), uso cancilleresco adoptado también por la historiografía
(cf. HC II 92, 8: ego Adefonsus Dei gratia Hispaniarum imperator, III 7, 2: Adefonsus,
40
Hispaniarum rex). Sin embargo, aquí se hace referencia más bien al territorio que se
encontraba bajo dominio musulmán. El empleo de Hispania por Alandalús o «tierra de
moros» es común (cf. diploma de 1098, lín. 13: innumerabili Moabitarum et tocius Hispanie
barbarorum exercitu superato, HR 33, 21: Iuzef autem rex Sarracenorum et omnes alii reges
Yspanie), y no un uso exclusivo de la antigua Marca, como sostenía Milá y Fontanals (1874:
227; cf. Amador 215-16, n. 1, Menéndez Pidal 880, n. 3, 882, n. 1, Fletcher 1989: 167, Wright
67, Gil 101). Por lo demás, el uso del término patrias —a menudo empleado por Ermoldo el
Negro con el simple significado de 'tierra' (Faral 1932: VI)— no deja de resultar un tanto
inesperado en este verso (cf. Bastardas 1998-1999: 32; «la destrucción de las taifas de
España» traduce aproximativamente Higashi 1994: 5); desde el punto de vista textual cabe
comparar Alb. 17, 1: Maurorum patrias defecante, Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, VI
28, 7 (Sarracenorum patrias peragrauit loca municiora diruens et plana deuastans); una idea
similar de «pluralidad», aplicada al ámbito no cristiano, se observa en el v. 85 (per cunctas
Ispanie partes), donde también se hace referencia probablemente al área musulmana
(expresiones similares se documentan en HC I 7, 70: Hispaniarum angulus iam nullus
ignorat, I 17, 29: Iacobi Apostoli corpus in partes Hispaniarum allatum occidentalis credit et
ueneratur ecclesia, CN II 36, 17-18: quousque peruenit [sc. Almazor] ad maritimas partes
occidentalis Hyspanie, si bien disponen de paralelos antiguos: cf., por ejemplo, S. Ambrosio
de Milán, Explan. psalm. [CSEL 64], ps. 45, cap. 21, par. 2, p. 343, lín. 29: in Hispaniarum
partibus debellauit). El giro dominus patriae se documenta en el poema De comitibus, a
propósito de Mirón II Bonfill (Martínez 1991: 42 y 62, n. 48).
La expresión delere urbem se documenta, por ejemplo, en Cicerón, Pro Sex. Rosc.
Amer. 131, De harusp. resp. 33. La envergadura de tal devastación podría considerarse —por
muy hiperbólica que sea la expresión— como indicio de que el poeta tiene en mente episodios
de mayor alcance que los de Cabra y Almenar, a los que se refiere seguidamente.
XVIII
69: Fama: El término —que designa una personificación mitológica bien conocida— se
emplea aquí en el sentido clásico de ‘rumor’ o —aunque no siempre (Virgilio, Aen. IV 29899)— ‘supuesto infundado’. Cabe recordar cómo el famoso hexámetro virgiliano de Aen. IV
174 (Fama, malum qua non aliud uelocius ullum) resuena por tres veces en la Historia
Compostellana (I 16, 2; 114, 2, en un contexto bélico similar al de nuestro pasaje, y II 8, 2),
según recuerda Falque (1994: 28). La expresión fama peruenit se documenta algunas veces,
pero casi siempre tiene un sentido positivo (cf. S. Jerónimo, Liber tert. adu. libros Ruf. [CC
41
SL 79], 3, lín. 12: et unde, oro te, librorum tuorum ad me fama peruenit?; Beda el Venerable,
In primam part. Sam. [CC SL 119], I 4, lín. 1372: ad ipsas usque principum sacerdotum aures
paenitentis ad exhortationes apostolorum populi fama peruenit; HC II 28, 11: Vestre bonitatis
et prudentie sepe ad nostras aures peruenit), por lo que resulta un paralelo especialmente
estrecho el de Pedro Coméstor, Hist. Schol. X 14 [PL CXCVIII 1335] (Et ascendentes filii
regis mulas suas fugerunt, et peruenit fama ad Dauid dicens: «Percussit Absalon omnes filios
regis, et scidit rex uestimenta sua, et cecidit super terram»). El acento en cuarta hace
considerar que peruenit es forma de perfecto (perue—vnit).
70: Agarice gentis: Esta forma del gentilicio es —hasta donde hemos podido
averiguar— un hápax del Carmen (que no parece poder guardar relación alguna con el
término agaricum, una especie de hongo citada por Escribonio Largo, Compositiones, 106 y
177, y por Plinio XVI 33, XXV 119, XXVI 32-33, etc.; también es mencionada por S.
Isidoro, Etym. XVII 9, 84: Agaricum, radix uitis albae). Se trata de una variante de Agarenus
(derivado de Agar, nombre de la concubina de Abraham —cf. Gen. 16— considerada como la
antepasada epónima de las tribus árabes; cf. Alb. 16, 1: Sarraceni perberse se putant esse ex
Sarra; uerius Agareni ab Agar et Smaelite ab Smael filio Abraam et Agar), con un cambio de
sufijo sugerido quizá por analogía con Iudaicus, Hebraicus, Mosaicus o, en especial,
C(h)aldaicus, a la vista de que la historiografía latina del occidente peninsular suele llamar
Caldei a los andalusíes (cf. Rot. 6, 12; 10, 7 y 10; 25, 11; Seb. 10, 7; 11, 2; 25, 11 y 17; Alb. 6,
2; 15, 13; 16, 43; CN I 14, 3; II 2, 15; II 4, 13-14, etc.) Además, estas mismas fuentes arbitran
también, junto al usual Isma(h)elita, un adjetivo Isma(h)eliticus (Rot. 8, 4: Ismaeliticis
triumfis; Alb. 15, 12, 9; 17, 3a, 7; CN I 211, 31; Chron. Sampiri ex Sil. 1). El empleo de
Agaricus, frente al corriente Agarenus (como en Alb. 16, 1; HC I 83, II 16, 21, 50; CAI I 27,
35, 38, 47, II 1, 2, 21; CN I 23, II 26, 29, 31, etc.), puede inscribirse en el gusto del
versificador del Carmen por la variación respecto a la norma usual en lo referente a nombres
propios (cf. el comentario al v. 42). Los agarenos también aparecen mencionados, para
designar a los árabes, en el «epitafio» de Ramón Borrell III († 1018; cf. Martínez 1991: 6061, n. 28): Marchio Raymundus nulli probitate secundus / quem lapis iste legit, Agarenos
Marte subegit, / ad cuius nutum semper soluere tributum; / huic requies detur, moriturus
quisque precetur; en el diploma valenciano de 1098, lín. 10 se lee la expresión filiorum Agar,
y apud Agarenos en la lín. 14. La gens Agarenorum se documenta asimismo, por ejemplo, en
CAI II 77, en el Poema de Almería (v. 230) y en la Vita Dominici Siliensis (I 5, 342).
42
71: obtima sumens: En el caso de obtima estamos, obviamente, ante una grafía medieval
de optima (cf. González Muñoz 1996: 70-71). En el diploma valenciano de 1098, lín. 31, se
lee la expresión obtimatumque illius.
adhuc: «Ahora», según Wright 238, «todavía» según Cirot 144, n. 2; ambos matices
semánticos son posibles, pues dependen de cuál sea en realidad el tiempo interno de la
narración, desde la vivencia del autor. Acerca de este adverbio puede consultarse, asimismo,
lo indicado a propósito del problemático v. 100.
72: laqueum mortis: La expresión —pese a documentarse en la literatura clásica
(Horacio, Carm. III 24, 8: non mortis laqueis expedies caput)— tiene conocidas
reminiscencias bíblicas y cristianas en general: cf. II Sam. 22, 6 (funes inferni circumdederunt
me: / praeuenerunt me laquei mortis), Psalm. 17 [18], 6, Prov. 21, 6, S. Cipriano de Cartago,
De zelo et liuore, 10, 166-169 (Et idcirco, fratres dilectissimi, huic periculo consulens
Dominus ne quis zelo fratris in laqueum mortis incurreret, cum eum discipuli interrogarent
quis inter illos maior esset, Qui fuerit, inquit, minimus in omnibus uobis, hic erit magnus).
Desde el punto de vista sintáctico (uso con el verbo parare), cf. Beda, Homel. euangelii [CC
SL 122], II, hom. 24, p. 361, lín. 127 (qui sibi laqueos mortis parabant), Petrus Pictor (c.
1100), Carmina de sacramentis, 465 (protinus huic mortis laqueum paret atque ruinam). El
término aparece en la HR (34, 9-10: et liberos in custodia illaqueatos crudeliter retrudi) y en
la CN (II 39, 25: cadens in laqueum quem tetendit); a unos laquei dolosi se alude en la
Historia Silensis (16). La estrofa sugiere, en su conjunto, que Rodrigo ha urdido un complot
contra el rey, lo cual justificaría la ira y la enérgica represalia de Alfonso (76: sit iugulatus; al
respecto cf. Martínez 349, n. 2). En cuanto a los efectos de la ira real cf. HC III 54, 24: quod
uulgus solitus est dicere, quod ira regis nuntia est mortis.
XIX
73: Nimis iratus iungit equitatus: Se trata de un caso de rima interna como los ya
señalados a propósito del v. 57. Equitatus —seguramente por voluntad cultista, como en el
caso de principatus (35)— ha de considerarse como un plural de carácter poético, por eques.
74: Illi parat mortem nisi sit cautus: Como ya observó Du Méril (311, n. 13), se trata
del único verso sin cesura tras la quinta sílaba, y carece de acento en cuarta (salvo que se
acepte, como hemos apuntado en nuestra introducción [III.2], la inverosímil posibilidad de un
perfecto contracto parát). Pese a las esperanzas de Alfonso, el héroe actuará, como el poeta
43
desea expresamente (a través de nisi; cf. 39), de manera prudente (cautus; cf., por ejemplo,
Passio s. Pelagii 4, ed. Gil), contrastando así su prevención con la superbia característica de
los condes García o Berenguer.
75: precipiendo: Cf., por ejemplo, HR 19, 3 (precepit ei ut), 67, 10 (edificari precepit).
76: sit iugulatus: La expresión parece propia del lenguaje documental, con fórmulas
específicas para quien contraviene un mandato real: si [...] aliquis [...] hoc meum decretum
uiolare temptauerit [...], sit anathematizatus et condemnatus, et [...] sit deputatus (doc. 20 de
Leire, promulgado por Sancho el Mayor, 21 de octubre de 1022, ed. Martín Duque).
XX
77-78: Ad quem Garsiam comitem superbum / rex prenotatus misit debellandum:
Entendemos, por muchas razones, que superbum califica a comitem, y no a quem. Se trata de
García Ordóñez, uno de los principales magnates de la corte de Alfonso VI. Documentado
inicialmente entre 1068 y 1071 en la corte de Sancho II, alcanza el rango de armiger regis de
Alfonso VI en 1074 (Herrero 1988: doc. 733). El mismo monarca le llegó a dar en
matrimonio a su prima doña Urraca, hermana del difunto Sancho IV de Navarra, y a
nombrarlo conde de Nájera. Habitualmente se ha supuesto que alcanzó la dignidad condal
cuando Alfonso VI se anexionó La Rioja en 1076, pero entonces consta Íñigo o Jimeno López
como conde de Vizcaya y señor de Nájera. En 1077 aparece efectivamente un Garsias comes
de Nazara (Gambra 1997-1998: doc. 52), pero ese mismo año figura luego como tenente de
dicha plaza Martín Sánchez (ibid., docs. 53-54), en circunstancias que hacen dudoso
considerarlo un subalterno de García Ordóñez, quien, además, desaparece de la comitiva regia
entre 1078 y 1079, lo que sugiere cierto eclipse en el favor real. En principio, esto favorece la
hipótesis de Reilly (1988: 131) de que ese fugaz conde García de Nájera fuese en realidad el
hijo del citado conde don Íñigo y hermano del también conde Lope Jiménez o Íñiguez que
figura en el fuero extenso de Nájera, de 1076 (cf. Gambra 1997-1998: doc. 41). Queda, sin
embargo, la presencia del comes Garssea Ordonniz en la carta de arras de Rodrigo y Jimena
(ed. Garrido 1983: doc. 25, ed. Zabalza 1999: 50-53), que ha de situarse en 1079 (véase la
nota 59 del estudio preliminar), y la total ausencia de otros testimonios sobre la dignidad
condal de García Jiménez, que reaparece unos años después como tenente de Aledo (cf.
Menéndez Pidal 350 y 361, Gambra 1997-1998: I 87 y 554). Lo más probable es, pues, que
don García alcanzase el título condal del Nájera en 1077. En todo caso, lo encontramos de
nuevo con seguridad en 1079, actuando como embajador de Alfonso VI ante el rey de
44
Granada (véase el apartado I.1.f de la introducción), para reaparecer en la corte al año
siguiente, en que figura ya indudablemente como conde de Nájera. Dicho territorio se vio
incrementado con los dominios de Grañón (1089), Calahorra (1090) y Madriz (1092). Al
nacer el infante Sancho (1093) o poco después, Alfonso VI lo nombró su ayo y fue
precisamente defendiendo al joven príncipe castellano como encontró la muerte a manos de
los almorávides en la rota de Uclés (1108); vid. Menéndez Pidal (715-20 et pass. y 19441946: 702-7), Reilly (1988: 36-37, 76-77, 89, 131-33, 283, 349 y 353-55), Montaner (1993:
533-34 y 2007b: 493-96), Torres Sevilla (1999: 103-5 y 2000: 163-164 y 201-202) y Salazar
2000: 58, 200 y 411-414.
García, comes superbus, es enviado con la orden de debellare a Rodrigo, un tanto
paradójicamente (cf. Virgilio, Aen. VI 853: parcere subiectis et debellare superbos). El
concepto de superbia —también repudiado al principio del poema, en clave literaria,
mediante la imagen de un poeta pobre en doctrina y medroso en materia versificatoria (1316)— va íntimamente ligado, en el ámbito cristiano, al de inuidia (vv. 47-48), idea cara a S.
Agustín, que la reitera en numerosos pasajes, algunos tan explícitos como De Gen. ad litt.
[CC CLCLT 266], XI 14 (porro autem inuidia sequitur superbiam, non praecedit; non enim
causa superbiendi est inuidia, sed causa inuidendi superbia) o Serm. 353 [PL XXXIX 1561]
(porro autem superbia continuo parit inuidiam), si bien también se documenta con el
significado más amplio de «arrogancia» o similar: Omnipotentis imploret clementiam ut [...]
paganorum sub pedibus meis conterat superbiam et fidei siue iugo eorum subiciat perfidiam
(de una donación de Alfonso VI al cabildo de Santiago de Compostela, de 16 de enero de
1100; ed. Gambra 1997-1998: doc. 154).
La caracterización negativa que el Carmen ofrece de García Ordóñez responde a la
misma elaboración literaria de la enemistad histórica de don García y el Campeador presente
en la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid. Las relaciones iniciales de ambos personajes
hubieron de ser cordiales, pues García Ordóñez aparece como uno de los fideiussores de la
carta de arras (reformada en 1079) de Rodrigo y Jimena: Nos, autem, Petro, comes, et comes
Garscia, qui fideiussores fuimus et stetimus in anc scripturam firmitatis, legentem audiuimus,
manus nostras roboramus (ed. Garrido 1983: doc. 25, ed. Zabalza 1999: 54; véase la n. 59 del
estudio preliminar). Sin embargo, la derrota infligida a don García en Cabra por el
Campeador en 1079 debió de quebrar tales relaciones, si bien nada permite asegurar que
(como sugiere el Cantar) el conde fuese uno de los «mestureros» (si es que realmente los
hubo) que habrían contribuido a malquistar a Alfonso VI con Rodrigo, favoreciendo su
45
destierro (véase al respecto lo dicho en I.1.f). La Historia Roderici 50 señala también tal
enemistad a propósito de la elección de La Rioja como escenario de la algara de Rodrigo en
represalia por el asedio de Valencia emprendido por Alfonso VI en 1092 (50, 37-39: Propter
comitis inimicitiam et propter eius dedecus prefatam terram Rodericus flamma ignis incendit
eamque fere destruxit atque deuastauit). Esto es posible, pero también ha de pensarse que
desde Zaragoza, donde el expatriado se hallaba a la sazón, ése era el territorio castellano más
cercano para lanzar un ataque. Cabe, pues, la posibilidad de que la Historia excuse en parte
así la dureza de la incursión cidiana, que su mismo biógrafo deplora. En todo caso, aunque el
Carmen no hable de la previa enemiga de ambos personajes, su caracterización negativa del
conde sólo puede deberse a su entronque con las tradiciones cidianas al respecto, pues nada
hay en los hechos históricos que permita corroborarla (cf. Chalon 1976: 62, Torres Sevilla
1999: 105 y 2000: 163-64, Gambra 2000: 192). Antes bien, Jiménez de Rada, De rebus
Hispanie VI 31-32, recuerda elogiosamente su participación en la campaña de 1104-1105
contra los almorávides y, sobre todo, su heroica muerte en defensa del infante don Sancho.
Como señala Gambra (1997: I 599), «Lo menos que cabe señalar de él es que fue un eficaz
servidor de su rey (armiger, miembro asiduo de la curia, procónsul y repoblador de la Rioja,
donde aseguró con éxito el proceso de su incorporación a la Corona de Castilla, agente activo
de las aspiraciones de su rey en dirección al Ebro, repoblador de los páramos de Numancia,
etc.), que murió con dignidad sobrecogedora, protegiendo con su cuerpo el del heredero del
trono en la batalla de Uclés» (sobre este último punto se han planteado matizaciones, a
nuestro parecer no concluyentes, que resume Martínez Diez, 2003: 154 y 218).
El término prenotatus puede considerarse propio de la prosa. No es raro en latín tardío y
medieval (lo usan a menudo S. Agustín y S. Jerónimo), si bien en general conserva el sentido
más clásico de ‘señalado, marcado, previamente anotado’. Más cercano al sentido que le da el
Carmen es el que presenta en HC I 2, 3 (Prenotatis autem episcopis fertur successisse
Theodomirus eadem cathedra diuina disponente gratia sublimatus) y I 71, 2 (Omnes has
hereditates superius prenotatas, que sunt inter Tamarim et Vliam). Parece tratarse, pues, de
una versión cultista de los muy usuales predictus (que aparece 364 veces en los Chronica
Hispana), supradictus (177 veces; cf., por ejemplo, HR 3, 3-4: pugnauit autem cum
supradictis Nauarris in campo et deuicit eos), prefatus (132 veces), etc.
debellandum: Sobre la vacilación entre el significado activo y el pasivo de las formas de
obligación en latín tardío y medieval, cf. Norberg 1943-1945: 53.
46
79: duplicat triumfum: Si bien se documentan formaciones similares por el contexto (cf.
Suetonio, Dom. 6, 1: de Chattis Dacisque post uaria proelia duplicem triumphum egit,
Eutropio 4, 19; 7, 15), la expresión no parece tener sentido técnico y significar tan sólo la
obtención de una doble victoria, consistente en vencer al conde García y en, además, retenerlo
una vez capturado (como sugiere el retinens campum del v. 80, de modo que ambos versos no
hacen sino glosar su equivalente en HR 8, 9-10: Habito itaque triumpho, Rodericus Didaci
tenuit eos captos [om. S] tribus diebus; cabe comparar HR 40, 25: una cum eodem comite
teneri, HR 42, 24-25: Ipsum quidem deuictum ac superatum, uinctum atque captum in mano
tua potencialiter tenuisti). Toda la estrofa XX anuncia el relato contenido en la XXI, como
ocurre en el caso de la estrofa XXIII respecto a la XXIV.
80: retinens campum: Cf. Liber maiolichinus (c. 1117), vv. 734-736, en un sentido más
general (Ad Barchione quecumque relicta fuerunt / se diviserunt per plures agmina terras. /
Pars campum retinet, pars altera venit ad illos [...]). Como señala Wright (243), la expresión
empleada glosa y sanciona el título que recibe el héroe en el poema, que es el de
Campidoctor. Por lo demás, se recalca cómo Rodrigo —al igual que ya lo hiciera su padre
(HR 3, 4)— practica su valentía sobre la llanura (lat. campus), in plano (es decir, a monte
separatus), como recuerda la HR 38, 32 (la misma idea en 39, 34-35 y, un tanto
provocadoramente, en 47: in plano te expecto; cabría comparar PA 92: in paruo... aruo),
manteniendo la conquista realizada (cf. Poema de Almería, v. 240: nec ualuit Christi famulis
ea plus retineri). En cuanto a la expresión, cabe comparar HC I 109, 45 (si non adiuuent eum
ad acquirendum et retinendum idem regnum), CN III 15, 26 (paucis Castellanis campum
obtinentibus), Jiménez de Rada, De rebus Hispanie, IV 19, 15-19 (Horum urbes etsi
aliquando Asturiarum reges optinuerunt, propter impotenciam retinendi ab Arabibus
occupate aut retente aut dirute remanserunt usque ad tempora Aldefonsi qui cepit Toletum).
XXI
83-84: Capream uocant locum ubi castra / simul sunt capta: Según Wright (2005: 489),
Montaner - Escobar (2001: 255) «are probably wrong to suggest that Capra was also the
usual spelling for the town». En realidad, no pretendíamos dar a entender en nuestro
comentario que Capra fuese denominación latina en uso y no una mera retroversión, o que
Caprea fuese la forma culta del correspondiente topónimo, sino más bien un aparente
hipercultismo, y quizá no debido a razones sólo métricas (Wright 2005: 490), como hemos
intentado mostrar con detalle en I.2.b. Según Wright, el autor del Carmen «lanzó como
conjetura un nombre latino descabellado e introdujo la forma irracional de Caprea (CCD:
47
verso 83). Por motivos métricos ese autor buscó una palabra de tres sílabas; de haber sabido
lo que era, le habría satisfecho la forma Aegabro» (2006: 569); pero, por lo ya dicho y a lo
que remitimos, consideramos que la explicación de Caprea es otra, de modo que las razones
métricas o de eufonía sólo pueden considerarse como posibles concausas.
La fórmula qui uocatur —y afines— es bíblica, como bien anotaba Wright (238, n. 7,
con varios ejemplos del evangelista S. Lucas: 2, 4; 7, 11; 19, 29, etc.; cf., asimismo, Act. 27,
8, Martínez 259), y suele servir para introducir topónimos no latinos. Se repite en el v. 98
(quod [...] uocant Almenarum; pero cf. HR 15, 12-13: ut dimicaret contra hostes, qui
obsidebant castra [fort. melius castr<um de>] Almanara). Es un giro muy corriente en la
Historia Roderici, como hemos señalado en nuestra introducción (en general cf. Amador 39295), sobre todo con dicitur; cf., no obstante, HR 21, 17: castrum super Murelam qui uocatur
Al<ca>la. La expresión también se halla, con uocare, en la lín. 21 del diploma valenciano de
1098 (terminum castri quod uocatur Cepolla), en HC I 70, 81, II 61, 62, III 37; CAI I 58, 83,
II 12, 37, 87, CN I 210 (est uocitatum) e Historia Silensis 33 (que nunc Castella uocatur);
también en la Vita Dominici Siliensis (cf. II 20, 1: de uilla que uocatur Iecla, III 23, 1 y 26, 1,
etc.), y se halla igualmente, dentro de la literatura vernácula, en el Cantar de mio Cid, bajo las
formas «o dizen» (435, 2657, 2876) y «que dizen» (649, 2653, 2879; cf. Montaner 1993:
437). El empleo también es frecuente en la documentación notarial; por ejemplo en un texto
muy parecido al diploma valenciano de 1098, como es el acta de dotación de la catedral de
Huesca (ed. Ubieto 1951: doc. 30 y Durán Gudiol 1965: doc. 64: uillam que uocatur Banaries
[...] in molendino quod est in Flumine et uocatur Addarauo) o en otra donación de Pedro I de
Aragón de 1098 (ed. Ubieto 1951: doc. 47 y Durán Gudiol 1965: doc. 68: in obsidione castri
quod uocatur Calasanç). Señalaríamos su presencia, asimismo, en los Gesta comitum
Barcinonensium (15, lín. 11, ed. Barrau - Massó 1925: in loco qui uocatur Pertica).
El conflicto de Cabra ha de situarse en el año 1079 (vid. apartado I.1.f del estudio
preliminar). La toma de castra se producía como acción de refuerzo de la conquista, y al
objeto de acrecentar el botín (cf. HR 40, 29-30: milites autem Roderici depredati sunt omnia
castra atque tentoria Berengarii comitis acceperuntque omnia spolia); la expresión vuelve a
emplearse —en términos similares (castra subuertit)— en el v. 92. El término castra se usa,
de acuerdo con la norma clásica, como un plural colectivo, en referencia al campamento,
frente al singular castrum, aplicado a una plaza militar o fuerte.
XXII
48
85: per cunctas Ispanie partes: Acerca de esta expresión puede consultarse lo ya
indicado a propósito del v. 67 (Yspaniarum patrias).
87-88: pariter timentes / munus soluentes: «que el temen tots per igual i paguen diners»
interpreta Figueras la construcción, en la que, a nuestro juicio, pariter tiene un sentido más
bien comparativo y establece una equiparación entre las dos acciones participiales expresadas.
La expresión munus soluentes ha planteado dudas de interpretación, pues Horrent
(1953: 348, n. 54) y (1973: 115, n. 56) considera que es una discreta alusión al cobro de
parias, mientras que Barceló (1965: 44-45) lo toma como una simple perífrasis para indicar el
enriquecimiento de Rodrigo, que habría comenzado a producirse a partir de su victoria en
1082 sobre Berenguer Ramón II en Almenar. El giro usado por el poema latino tiene paralelos
en HR 9: dedit ei tributa domini regis Aldefonsi et addidit super tributa munera et multa
dona, y 17: Almuktaman [...] ditauitque eum [sc. Rodericum] nimis muneribus
innumerabilibus et donis auri et argenti multis (precisamente en los momentos posteriores a
la batalla de Almenar). Estos pasajes sugieren que los munera se encuentran al margen de los
tributa regios (aquí presentes en el v. 94, pagados por los madianitas al conde de Barcelona) y
parecen dar la razón a Barceló (1965). Sin embargo, tales regalos se hacen ocasionalmente y
por gratitud, mientras que en el Carmen se producen por temor y de modo continuado (de ahí
el uso del participio de presente: timentes... soluentes), lo que sólo puede referirse a que el
Cid cobraba parias a título personal.
Como señala Reilly (1988: 205), «the parias were ordinarily the prerogative of the king
alone and further enhanced his relative superiority over the greatest magnate. What seems
peculiar to the latter career of the Cid [...] is his ability to appropriate the parias of Valencia to
himself. [...] Despite the confused chronology of the sources, it seems clear that Rodrigo Díaz
was, formally or informally, exacting tribute essentially for the support of his own army by
1088». Así lo asegura HR 31: Rex Alcadir regnabat tunc Valentiam, qui statim misit legatos
suos cum maximis muneribus et donis innumerabilibus ad Rodericum et factus est tributarius;
hoc idem fecit et dux de Muro Vetulo, lo que sucedió en 1089 (ibid. 28: In era M.ª C.ª XX.ª
VII.ª), para reiterarse en mayor medida al año siguiente, HR 36, 23-30: Inito itaque cum suis
hominibus consilio, cum maximis et innumerabilibus muneribus peccuniarum ad Rodericum
nuntios ilico direxit, qui munera multa et innumerabilia, que portabant, eidem Roderico
contulerunt et sic regem Valentie cum eo amicabiliter pacificauerunt. Simili modo de omnibus
castellis, que erant rebellia regi Valentie suoque imperio parere dedignantia, multa et
innumerabilia tributa atque dona Rodericus accepit.
49
XXIII
La estrofa (89-92) sirve para marcar la transición al relato siguiente, como ocurre en el
caso de las estrofas XX y XXI. Concluye de manera un tanto convencional (91-92: alios
fugans aliosque cepit, / castra subuertit), anticipando la información que se facilita
seguidamente, casi como un hyvsteron próteron retórico. Smith (1986: 105 y 110)
consideraba que la estrofa contenía en realidad la mención de una tercera batalla, y que la de
Almenar, referida a continuación, sería la cuarta de la serie. El namque explicativo del v. 93
—pese al carácter a menudo redundante o superfluo del término— parece constituir sin
embargo un obstáculo para su hipótesis («efectivament» traduce, por ejemplo, Figueras).
90: quod Deus illi uincere permisit: La expresión —de cierta reminiscencia clásica (cf.,
por ejemplo, Virgilio, Ecl. I 10)— es similar a la que se observa en CN III 15, 22 (et quod
Deus permitteret facturum, en un episodio de ciertos paralelos bíblicos). Dios concede la
victoria al héroe, pese a encontrarse éste por entonces al servicio de un rey moro,
circunstancia que haría necesaria para un auditorio cristiano la «justificación» presente en este
verso, según lo interpreta Figueras (33). En nuestra opinión, ha de contarse no obstante con el
tono convencional de la frase, que no exige necesariamente tal explicación de fondo y que
además concuerda con el absoluto silencio del Carmen respecto de los servicios prestados a
los hudíes de Zaragoza por Rodrigo, quien por el contrario, como ya hemos comentado, sale
al exilio devastando Alandalús. El concurso de la divinidad en el resultado de la batalla —que
siempre se halla in manu Dei (HR 39, 51)— es tema al que se alude varias veces en la
Historia Roderici (38-39), en las cartas que se intercambian Berenguer y Rodrigo. Higashi
(1996: 7) se pregunta si esta observación no permite «suponer que en el desenlace del carmen
se echó mano al recurso milagroso del auxilio divino, a la manera de, por ejemplo, textos
vernáculos como el Fernán González o La Chanson de Roland», lo cual hoy por hoy es
imposible saber. No obstante, es poco probable, dado que en la mentalidad providencialista
medieval la victoria es siempre otorgada por Dios (como muestran las abundantes expresiones
uctoriam Deus dedit / concessit en la historiografía hispano-latina del período, cf. López
Pereira 1993: II 1196), incluso sin intervención directa suya. Especialmente, la lid campal se
considera siempre puesta en manos de Dios: «muchos de los autores interesados en la
formación de los gobernantes y, por extensión, de los líderes militares, subrayaban que, a
pesar de la conveniencia y necesidad de la aplicación del ingenio y de la maestría militar de
los hombres a la batalla campal, siempre quedaba un gran margen de error, de tal modo que el
50
resultado final, en muchas ocasiones, estaba en manos de la fortuna o de Dios» (García Fitz
1998: 313-14, cf. Cantar de mio Cid, 2362-66, y Jaime I, Llibre dels fets 430).
91: alios fugans aliosque cepit: Este verso ofrece un rasgo propio de la lengua medieval
(tanto latina como vernácula), como es el uso de parejas inclusivas con las que, mediante
términos complementarios, se designa la totalidad de algo (vid. Montaner 1993: 71 y 471), en
este caso los vencidos, suma de los fugati y los capti. La expresión posee casi rango formular,
según revelan pasajes como S. Jerónimo, Comm. in Ezech. [CC SL 75], II 7 (fuga et
captiuitate cogente) y III 12 (cum uel fuga uel captiuitate), Beda el Venerable, De temporum
ratione liber [CC CM 123B], 66, 1595 (Nec mora caesis captis fugatis custodibus muri et
ipso interrupto etiam intra illum crudelis praedo grassatur) o Salimbene de Parma († 1287),
Cronica [CC CM 125], p. 633, lín. 5 [= ms. fol. 392c] (et multos cepit et fugauit et destruxit
de terra que dicebatur Sermilion), aunque el pasaje más cercano a nuestro texto es el de HC II
53, 156 (alii interempti, alii capti, alii in fugam uersi sunt). Cf. también HR 5, 12-13 (duos
[...] postrauit omnesque alios robusto[s] animo fugauit).
92: castra subuertit: Cf. por ejemplo S. Julián de Toledo, Hist. Wambae regis [CC SL
115], 9, 211 (multo facillime potuerunt hostium nostrorum castra subuerti), Beato de Liébana
y Eterio de Osma, Adu. Elipand. [CC CM 59], I 89, p. 68, líns. 2597-98 (fortes facti sunt in
bello, castra subuerterunt exterorum; cf. Hbr. 11, 34), S. Pedro Damián, Serm. [CC CM 57],
LXVIII 72 (Madian castra subuertit, quia cunctas infidelium machinas destruit).
XXIV
93: Marchio namque comes Barchinonae: La mención conjunta de los títulos de
marchio («marqués», a partir del bajo lat. marca, en alusión a la Marca Hispánica) y de comes
es habitual en la documentación condal barcelonesa (por ejemplo, en un diploma de 16 de
julio de 1076: Nos pariter scilicet Raimundus Berengarii et Berengarius Raimundi gratia Dei
Barchinonenses comites et marchiones; vid. éste y otros ejemplos en Bofarull 1836: II 108-9)
y se adopta también en los «epitafios» catalanes, como ilustran, por ejemplo, los versos
dedicados a Wifredo el Velloso que inician el De comitibus: Conditur hic primus Guifredus
Marchio celsus, / qui comes atque potens fulsit in orbe manens [...]; el título de marchio se
consigna también en el «epitafio» de Ramón Borrell III († 1018; cf. Martínez 1991: 60-61, n.
28), en el de Ramón Berenguer III († 1131) y en el de Ramón Berenguer IV († 1162)
(Nicolau d´Olwer 1915-1919: núms. 11 y 12, respectivamente; cf., asimismo, Bofarull 1836:
II 142, Amador 333; Guerrieri Crocetti 506-507 ofrece, como frecuente en la Marca, un
51
ejemplo de 1107). Es muy dudoso, no obstante, que la precisa titulación que el verso ofrece
(Milá 1874: 227, n. 3) se conociese únicamente en la cancillería catalana (cf. Menéndez Pidal
880, Horrent 1973: 95, n. 12); también podría haber resultado familiar para un aragonés de la
Ribagorza oscense (Ubieto 1967: 22 y 1981: 76) y seguramente lo sería asimismo en otros
ámbitos de la geografía hispana. En particular, pudo conocerse en Castilla gracias a los
tratados de Sahagún (4 de junio de 1170) y de Zaragoza (julio de 1170) con Alfonso VIII de
Castilla, y gracias al de Huesca (mayo de 1191) con Sancho I de Portugal y Alfonso IX de
León, donde Alfonso II de Aragón se intitula: Ildefonsus, eadem gracia rex Aragonensis,
comes Barchinonensis et marchio Prouincie (ed. Sánchez Casabón 1995: docs. 90, 92 y 533),
aunque aquí el dictado de marqués no se corresponda al viejo uso del siglo XI, sino a la
adquisición de Provenza por Ramón Berenguer III.
Por otra parte, no nos parece que la expresión haya de interpretarse, como sugiere
Wright (239), en clave irónica o ridiculizante, ya que el conde no recibe en el Carmen —o, al
menos, en lo que de él se conserva— caracterización hostil alguna, como observó
acertadamente Smith (1986: 107).
Barchinonae: la grafía es arcaizante (cf., por ejemplo, Ermoldo el Negro, In hon. Hlud.
I 104: quam Barchinonam prisci dixere Latini); aparece con ch también en el epicedion a
Ramón Borrell III, ed. Nicolau d´Olwer, nº 2, vv. 79 y 82, y en el v. 21 del planctus por
Ramón Berenguer IV (ed. Nicolau d´Olwer, nº 13), frente a la grafía que ofrece la HR 12, 1 y
37, 15 (Barcinona); Barchinonia es el topónimo que se documenta en CAI II 8, 6.
94: cui tributa dant Madianite: cf. HR 70, 27-28 (Comes autem Barcinonensis, qui ab
eis inmensum acceperat tributum, en referencia a los moros de Murviedro). Los Madianite no
son, como creyeron Amador (216, n. 1) y Baist (1881: 6), los almorávides, que nunca pagaron
parias y a los que la historiografía coetánea designa como Moabite (cf. Paris 1882: 422,
Horrent 1973: 131), empleando la pareja inclusiva Moabite et Agareni —o Isma(h)elite—
para designar a todos los musulmanes, almorávides y andalusíes ( cf. Gil 1995: 73;
excepcionalmente los almorávides son denominados Caldei, como en la confirmación de un
diploma de Alfonso VI a su regreso de la toma de Aledo en 1088 ó 1089, quando exiui cum
exercitum ad pugnam a Iuceph caldei, qui uenerat ultra maris cum exercitibus suis ad
depopulandam terram christianorum, et illa ora que fui in Alaieth, ille fuga est uersus, ed.
Gambra 1997-1998: doc. 102). Propiamente, los Madianitae (hebr. Midyånîm) eran una tribu
semita citada en diversos pasajes bíblicos (Gen. 25, 2, Ex. 3, 1; 18, 5, Num. 31, Iud. 6-8).
Según las genealogías de Gen. 25, eran descendientes de Madián (hebr. Midyån), hijo de
52
Abraham y Queturá, y se distinguían de los ismaelitas, procedentes a su vez de Ismael (hijo
de Abraham y Agar, véase el comentario al v. 70). Éstos serían los beduinos de Arabia,
mientras que los madianitas habitarían en la península del Sinaí (Ex. 3, 1). Sin embargo, en
algunas ocasiones se tiende a confundir a ambos pueblos (Gen. 37, 28, Iud. 7, 12),
identificación que consuma la patrística (cf. S. Agustín, Quaest. in heptat. [CC SL 33], IV, q.
20, lín. 492: ubi Madianitae habitant, qui nunc Saraceni appellantur, S. Jerónimo, Comm. in
Ezech. [CC SL 75], VIII 25, lín. 64: nullique dubium est Madianitas et totam eremi uastitatem
adiacere terrae Arabiae, qui habent camelorum greges ouiumque et caprarum multitudines et
his opibus uictitant) y en el siglo XII justifica con detalle Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 87
[PL CXCVIII 1126] (Eosdem uocat Madianitas, quos et Ismaelitas. Madiam tamen de
Cethura filius Abrahae, et Ismael de Agar, et filios, de diuersis uxoribus, legitur separasse
Abraham adinuicem. Forte separati prius, postea redierunt in unum, et facti sunt unus
populus, retinentes utriusque parentis nomen. Vel uera est Hebraeorum opinio, qui dicunt
Agar, et Cethuram unam fuisse, et ita forte nunquam separati fuerunt). De ahí que el Carmen
pueda usar Madianite (que sólo se documenta como término en la Historia pseudo isidoriana)
como sinónimo del más usual Sar(r)aceni, en la misma línea en la que emplea el hápax
Agarice por el normal Agarene (como se ha visto en el comentario al v. 70).
95: Alfagib Ilerde: Se trata de Almunflir b. H€d ‘Imåd Addawla, rey entre 1082 y 1090
de la taifa de Lérida (que incluía las de Tortosa y Denia), al que la Historia Roderici designa
como Alfagib o Alfagit, mientras que las crónicas alfonsíes lo denominan (A)venalha(n)ge
(cf. Menéndez Pidal 1955: II, CLXXVI y 778c, aunque se equivoca al atribuir el cambio de
nombre a Jiménez de Rada, que no menciona a este personaje) y lo mismo, seguramente en
dependencia de ellas, Gonzalo de Hinojosa, Cronice ab origine mundi XIII, 247v (cf. ed.
Lomax 1985: 237, con algún error): Post hec comes Barchinonie […] una cum rege
Abenalphange Denie a sarracenorum castrum d’Almenar regis Cesarugustani abstulit
possiderent. Rodericus, qui regnum Cesargustanum ex debito tuebatur, contra prefatos
principes bellum ingerit, uictoriam ex eis obtinuit. […] Deinde rex Petrus Aragonie, ueniens
in adiutorium Abenalphange regis Denie supradicti, et ipse Abenalphange contra dictum
Rodericum aciem direxerunt, sed Rodericus eis obuians, utrumque regem in prelio superauit.
Tal designación corresponde al patronímico árabe Ibn Al™åjj, no documentado entre los
monarcas hudíes. Alfagib no es un nombre propio, como cree Horrent (1973: 97), sino el
cargo de al™åjib, ‘el chambelán’, titulación habitual de los reyes de taifas, con preferencia a
la de malik, ‘rey’, para indicar que representaban la autoridad del —en realidad inexistente—
califa (Sourdel 1999; cf. para los hudíes Gil Farrés 1976: 186-88), sentido que explica bien
53
Jiménez de Rada, Historia Arabum [CC CM 72C] XXXII 8-11 (Mahomat ibne Abenhamir
proprio nomine dicebatur; nunc autem dictus fuit alhagib, quod interpretatur uicerex; postea
autem, quia fere semper in preliis fuit uictor, Almançor fuit appellatus, quod deffensor
interpretatur), mejor informado aquí que en De rebus Hispanie V 14, 19-23 (rex Arabum, qui
Alhagib dicebatur, se Almançor constituit nominari. Alhagib autem interpretatur supercilium,
quia sicut supercilium defensio est siue umbraculum occulorum, sic et ipse dicebatur defensio
populorum). Ni siquiera en las fuentes cristianas fue Alfagib ~ Alhagib designación privativa
de Almunflir de Lérida, como se aprecia en este último pasaje o en el tratado de 5 de
septiembre de 1058 entre Ramón Berenguer I de Barcelona y Armengol de Urgel contra
Alhagib ducem Cesarauguste, es decir Almuqtadir, el padre de Almunflir (ap. Bofarull 1836:
II 79 y Menéndez Pidal 685). No puede, pues, decirse que el autor del Carmen conozca al rey
leridano por su nombre ni, por tanto, que ello apunte hacia un autor «mozárabe del reino de
Lérida» (Horrent 1973: 96). Antes bien, el uso de esta intitulación (y con la misma grafía, con
-f- y no con -h-, que parece convenir más a un texto de procedencia occidental, puesto que la
representación del fonema árabe faringal fricativo sordo /™/ mediante el grafema -f- es
coherente con la aspiración de /f/ en castellano, que no se produce ni en aragonés ni en
catalán, pese a lo cual es equivalencia compartida en los arabismos de todo el ámbito
iberorrománico, cf. Corriente 1999: 37-38) en lugar del verdadero nombre del rey de dicha
taifa, Almunflir b. H€d, o de su sobrenombre honorífico oficial, ‘Imåd Addawla, establece un
vínculo especialmente estrecho entre el poema y la Historia Roderici, reforzado por el hecho
de que ninguna otra fuente se refiera así al señor de Lérida.
Ilerde: Acerca del empleo de topónimos latinos en el poema —en este caso, en lugar del
vulgar Lerida o Lerita— puede consultarse lo ya indicado a propósito de los vv. 23-24. Se
trata de la referencia «toute gratuite» que hizo pensar a Du Méril (313, n. 3) que la canción se
compuso concretamente para el pueblo de Lérida.
96: iunctus cum hoste: La secuencia evoca en cierto modo —incluso lingüísticamente—
el correspondiente pasaje de la Historia Roderici (14, 5: omnes isti uenirent pariter cum
Alfagit). Tanto Casariego como Higashi parecen interpretar cum hoste como referido a la
persona de Alfagib, lo cual parece sumamente improbable desde el punto de vista semántico,
ya que el conde y Alfagib eran aliados; tampoco cabe entender que se aluda a un supuesto
hoste —en su acepción clásica— <Roderici> o <Cesaraugustae>. Wright interpreta «who
had joined him with an army» (243, n. 2), al igual que Riquer («anant amb la host»); de
manera similar lo hace Guerrieri Croccetti, pero éste —siguiendo para ello el criterio y la
54
puntuación del texto que ofrece Du Méril (313)— interpreta Ilerde como complemento de
hoste: «e con lui Alhagib e l'esercito d'Ilerda», lo cual, aunque posible, no parece aconsejable
si se atiende al orden de palabras; por otra parte, no parece lógico que se indique la
procedencia de la tropa de Alfagib en vez de la del propio rey, como parte de su título.
Sobre el significado de hostis y el lugar paralelo en la Historia Roderici, cf. I.2.b. Según
observa Löfstedt, a propósito de Beato de Liébana y Eterio de Osma, Adu. Elipand. [CC CM
59], I, p. 36, lín. 1367 (ista tantum hostis in uno angulo tenetur quoartata), la aquí empleada
es una acepción de hostis («Armee») característica del ámbito hispánico (p. XVIII). Ya en
latín vulgar, hostis tomó el sentido colectivo de 'ejército enemigo' y, después, de 'ejército' en
general, frecuente desde principios del siglo VI y luego común a todos los romances, en los
cuales el vocablo adoptó por lo común el género femenino, como en castellano «la hueste»,
aunque en francés antiguo todavía era a menudo masculino (Corominas - Pascual 1980-1991:
III 421b, Greimas 1987: 460-61).
XXV
97: Cesaraugustae obsidebant castrum: Entendemos Cesaraugustae —nombre de la
taifa de ese nombre— como genitivo dependiente de castrum, término que aquí parece
designar, frente a lo que ocurre con el plural castra ('campamentos'; cf. 83, 92), un 'recinto
fortificado'.
98: quod adhuc Mauri uocant Almenarum: Almenarum es el topónimo que especifica el
mencionado castrum; Almanara es la grafía que ofrece para esta localidad leridana la Historia
Roderici, en 13, 10; 14, 6 (castrum Almanara); 15, 5 (castri Almanare) y 12-13 (castra
Almanara). No ha de confundirse esta población con su casi homónima valenciana, Almenara
en la HR, también mencionada en el diploma valenciano de 1098, lín. 23 (terminum castri
quod uocatur Almanar). El episodio de Almenar se produjo en 1090, cuando Rodrigo se
enfrentó al rey moro de Lérida y a su aliado Berenguer Ramón II el Fratricida, hermano
gemelo de Ramón Berenguer II. El desarrollo de la escaramuza se narra en la HR (13, 10 - 16,
13; cf. Du Méril 313, n. 1). Como ya hemos indicado, esta polémica referencia a los Mauri
sirvió al versificador, probablemente, tan sólo para justificar el empleo de un topónimo de
origen árabe, frente a lo que parece ser su norma en el poema (cf. Smith 1986: 106,
secundando la hipótesis ya avanzada por Coll). La objeción de Cirot (1931a: 144, n. 2) acerca
del significado de adhuc nos parece sólida, y no un pretexto como considera Horrent (1959 y
1973: 117, n. 61). Según este último autor (119), «para que el v. 98, incidental, inútil, tenga
55
una razón de ser, es preciso que Almenar esté en manos de Sancho Ramírez», sólo es
significativo «en el momento en que la ciudad mora, recientemente conquistada, podría
cambiar su nombre por uno cristiano» (algo que no consta se hiciera), y de ahí su traducción
(«castillo que hasta ahora los moros llaman Almenar»; cf. n. 67). No nos parece que la
explicación de Horrent —ya refutada por Menéndez Pidal (1960)— sea la única posible. El
poeta justifica la aparición en su obra de un topónimo de origen no latino, y lo hace sobre
todo en clave literaria, aludiendo —seguramente sin un especial recelo— a la denominación
empleada en el poema, que fue y seguía siendo —en boca de moros, acaso nostálgicamente, y
de cristianos— la árabe. Desde el punto de vista formal —y dadas las implicaciones del
problema— conviene señalar que el episodio no se introduce de una manera «enfática», como
cabría esperar si constituyese en realidad el clímax final del poema, suposición fundada
básicamente en la accidentada transmisión del texto y en el hecho de que esta tercera batalla
—que se desarrollaría en la parte no conservada— aparezca precedida de la morosa descriptio
armorum que se inserta unos versos más adelante (105-128).
99-100: dari locum / mitere uictum: Entendemos locus en el sentido figurado —y
común en latín clásico— de «oportunidad», «ocasión», y no en el de lugar geográfico (como
interpretan Guerrieri Crocetti 507: «li prega di abbandonare quella località», Casariego 47:
«le den aquel lugar», Higashi 6: «le sea dada la población»; cabe comparar HS 17: hosti
locum dare). Este término suele ir acompañado de un genitivo del gerundio (uictum
mit<t>endi se esperaría en este caso) o de completiva con ut; también se documentan sin
embargo, desde la Antigüedad, usos con infinitivo (cf. Plauto, Truc. 877: refacere si uelim
non est locus). De una manera casi intermedia entre las dos acepciones traduce Wright (216:
«asked them to make way for him to send in provisions»).
XXVI
101: nequirent: El verbo nequire se emplea aquí en el sentido de «no estaban
dispuestos».
102: nec transeundi facultatem darent: Cf. HR 33, 8, 17 y 18. La inusual expresión
facultas transeundi —algo redundante y quizá motivada en este lugar por razones métricas, o
por deseo de uariatio respecto al locum anterior— equivale a la que aparece en el v. 99 (dari
locum). Cabe comparar HC I 15, 123 (transferendis sanctis tantam transfretandi facultatem
flumen exhibuisse perhibetur), 20, 38 (locato de doctrina eloquentie magistro et de ea, que
discernendi facultatem plenius amministrat), 71, 7 (et ideo ad diuturnam expeditionem
56
facultates ei sufficientes non erant), II 16, 108 (episcopos ordinandi liberam uobis
concedimus facultatem), CN III 13, 13-14 (transitum eidem liberum concesserunt), Jiménez
de Rada, De rebus Hispanie, VII 14, 4 (quia non erat eis facultas Arabibus resistendi), VIII 9,
46 (grassandi tribuant facultatem). Dentro de los Acta sanctorum, cf. Summarium Virtutum et
Miraculorum Beatae Colettae, cap. IV (susceptis rediens ad conuentum, fluuio cuidam
appropinquasset, et nullam illius transeundi facultatem aut ponte aut nauigio inuenisset).
104: cito, ne tardent: Cf. HR 39, 60 (ueni et noli tardare). Sobre la interpretación
sintáctica de cito, puede consultarse lo ya indicado en nuestra «Nota crítica». La presteza es
virtud militar característica de Rodrigo: cf. HR 53, 11-13 (Nisi uero tam cito uenisset, ille
barbare gentes Yspani<am> totam usque ad Cesaraugustam et Leridam iam preocupassent
atque omnino obtinuissent).
XXVII
Los ecos virgilianos de todo este pasaje (105-120) ya fueron señalados por Curtius
(1938: 168) y por Gwara (1987: 205), quienes remitían a Virgilio, Aen. VIII 401-2 y 618-25.
Según Zaderenko (1998: 173), esta descriptio armorum se inspira en la que ofrece la Ilias
Latina, a propósito de Héctor (vv. 225-232; ed. M. Scaffai 1982): Nec mora: continuo iussu
capit arma parentis / Priamides Hector totamque in proelia pubem / festinare iubet portisque
agit agmen apertis. / Cui fulgens auro cassis iuuenile tegebat / omni parte caput, munibat
pectora thorax / et clipeus laeuam, dextram decorauerat hasta / ornabatque latus mucro;
simul alta nitentes / crura tegunt ocreae, quales decet Hectoris esse. Conviene recordar, en
cualquier caso, que esta obra —que suele datarse en el s. I d. C. y que muestra, por cierto, «un
Paride sensuale e pavido» (Scaffai 1982: 27), en contraste con el que aparece en nuestro
Carmen, vv. 2 y 126— no parece haberse conocido en la España visigótica (ibid. 45) y que su
difusión por Europa comienza a raíz sobre todo del renacimiento carolingio (ibid. 30), sin
dejar huellas muy perceptibles en la literatura peninsular. Cabe además que el autor también
se inspirara en descripciones bíblicas como la que protagoniza David en I Reg. 17, 38-39,
poco antes de su enfrentamiento con el filisteo Goliat (et induit Saul Dauid uestimentis suis,
et imposuit galeam aeream super caput eius, et uestiuit eum lorica. Accinctus ergo Dauid
gladio eius super uestem suam...), lo que se correspondería bien con la visión del héroe
representada en los versos anteriores (véase el comentario al v. 26). Otro pasaje bíblico que
presenta afinidades con ciertos detalles de esta descripción es Is. 40, 19-20 (numquid sculptile
conflauit faber aut aurifex auro figurauit illud et laminis argenteis argentarius forte lignum et
inputribile elegit artifex sapiens). Compárese también el armamento de Joab, según lo
57
presenta Pedro Coméstor, Hist. Schol. X 19 [PL CXCVIII 1341] («Porro Joab uestitus erat
tunica stricta!» Josephus tamen dicit lorica; «et accinctus erat gladio fabrefacto, qui leui
motu egredi poterat»). En todo caso, los posibles ecos clásicos y bíblicos no impiden una
descripción ajustada de lo que era el armamento de los siglos XI y XII, como se verá a
continuación, algo habitual —por lo demás— en la Edad Media, que carecía casi por
completo de sentido arqueológico.
105: indutus lorica: La loriga en los siglos XI y XII podía ser tanto de mallas
entrelazadas como de escamas superpuestas, si bien predominaban las del primer tipo. Ésta
era una especie de túnica de mallas de manga larga y amplios faldones, que solían llegar hasta
la rodilla, y se ceñía con un cinturón. Durante la segunda mitad del siglo XII se va
modificando con la adición del almófar (una capucha de mallas que complementa al casco en
la defensa de la cabeza), de las manoplas para la protección de las manos y de las grebas o
brafoneras, una especie de polainas de malla que defendían la parte inferior de las piernas
(Soler del Campo 1993: 119-27, cf. también Blair 1958: 20-24). El modelo descrito en el
Cantar del mio Cid responde a este tipo, pero sin brafoneras (Montaner 1993: 451-52). En el
caso del Carmen, la ausencia de detalles impide precisar más al respecto.
107: romphea cinctus: El término r(h)omphaea (sobre cuya prosodia medieval —
rómphea— puede consultarse Norberg 1958: 18, 1985: 11) es un helenismo que aparece en la
Vulgata y, como es natural, en sus comentadores: cf., por ejemplo, Ecclesiasticus 21, 4 (quasi
romphaea bis acuta omnis iniquitas, / plagae illius non est sanitas), Apoc. 2, 12 (haec dicit
qui habet romphaeam utraque parte acutam). En cuanto a la expresión empleada en el
Carmen, cf. Corp. Pseudepigr. Latin. Vet. Test., Ps.-Filón, SChr 229, cap. 27, v. 12
(exsurgentes surgite et singuli quique accingimini rompheis uestris), cap. 36, v. 2
(exsurgentes unusquisque uestrum cingat se rompheam suam, quoniam traditi sunt
Madianites in manus nostras). El término adquirió especiales connotaciones por asociarse a la
espada flamígera del ángel que custodia la entrada del Edén (Gen. 3, 24), al preferir a menudo
la patrística latina referirse a la flogivnh rJomfaiva de los Septuaginta que al flammeus
gladius de la Vulgata (ambos traducción ad sensum del hebreo laha† ha™e¸re¸b ‘la llama de
la espada’), como se ve en Tertuliano, De anima [CC SL 2], 55, lín. 32 (romphaea paradisi
ianitrix), S. Ambrosio de Milán, Explan. psalm. XII [CC CLCLT 140], psal. 1, cap. 38, 3
(romphaea est in ingressu paradisi ignea), S. Pedro Crisólogo († c. 450), Coll. serm. [CC SL
24A], 123, lín. 78 (flammea romphaea [...] paradisi uoluebatur in ianuam), Vita III S.
Bonifacii (en los Acta Sanctorum, Junio, I, 5): per impositionem manuum septiformis Spiritus contulit
58
donum. Profectus inde, caelesti romphea spiritualiter armatus..., o el propio S. Jerónimo, Lib.
quaest. Hebraic. in Gen. [CC SL 72], p. 7, lín. 31 (et statuit cherubin et flammeam
romphaeam quae uertitur ad custodiendam uiam ligni uitae), entre otros pasajes. Así lo
emplea también Pedro Coméstor, Hist. Schol. I 24 [PL CXCVIII 1074] (De eiectione
eorumdem de paradiso, et rhomphaea ignea; así como en la versión interpolada de ese
capítulo, Additio 2 [1076]: quia pro opere, quo porrexerunt manus ad pomum uetitum,
apposita est ignea rhomphaea paradiso). Por otra parte, el sentido prístino de rJomfaiva >
rhomphaea, espada larga de doble filo, se adecua bien a la realidad de las espadas del siglo
XII, cuyo modelo dominante «se define por la presencia de pomos esféricos asociados a
arriaces rectos», los cuales «suelen asociarse a fuertes y anchas hojas de doble filo con canal
central, características que responden a su concepción como armas para cortar y golpear, pero
no para estoquear» (Soler del Campo 1993: 13 y en general 11-34, cf. también Montaner
1993: 441-42).
auro fabrefacta: Cf. III Reg. 6 (esp. 18), Eusebio de Cesarea († 339), Vita Constantini
(vers. lat.) III 10 [PL VIII 53] (sella ex auro fabrefacta), 54 [64] (simulacra uero ex auro
fabrefacta), S. Jerónimo, Epist. LII 10 [PL XXII 535] (et caetera ex auro fabrefacta),
Tiofrido de Echternach († 1100), Flores epitaphii sanctorum II 4 [PL CLVII 348] (ex auro
fabrefacta columnarum epistilia), Ruperto de Deutz († c. 1130), Comm. in Matth. XII [PL
CLXVIII 1593] (phylacteria auro fabrefacta), Pedro Coméstor, Hist. Schol. II 65 [PL
CXCVIII 1186] (malagranata aurea, cum spinosis extremitatibus suis fabrefacta), XI 10
[1356] (grandes uuae aureae cum pampinis aureis, adeo fabrefactis); para el caso de nuestra
crónicas, cf. HR 61, 7 (gemas multo auro decoratas). Según Wright (243, n. 2), fabrefactus y
figuratus aluden a un armamento «made of iron and inlaid with gold»; Casariego interpreta a
su vez fabrefactus como una alusión al nielado, «una artesanía para adornar armas» que
«consistía en practicar surcos en las hojas e incrustar en ellos metales preciosos y esmaltes»
(47, n. 8), mientras que Higashi (7) lo traduce por «damasquinada en oro». En definitiva, los
tres autores aluden a un tipo de incrustación áurea en el acero, lo que propiamente sería, como
ha visto Higashi, un damasquinado o ataujía, consistente en embutir hilos de oro o plata en las
ranuras efectuadas en una pieza de hierro, puesto que el nielado se obtiene al rellenar con un
esmalte negro (hecho de plata y plomo fundidos con azufre) los surcos grabados en una
superficie metálica (Quintana Lacaci 1987: 184-86), lo que no se corresponde con la
descripción del Carmen. En cualquier caso, ambos procedimientos podían usarse para decorar
la hoja de la espada, sobre todo mediante inscripciones (como Homo Dei o In nomine Domini)
en la acanaladura central, si bien en esta época solía usarse para ello latón, cobre o bronce,
59
más que oro o plata. Ahora bien, el relieve que el Carmen concede a este aspecto sugiere algo
más visible e importante que ese tipo de decoración, así que probablemente aluda a la
guarnición dorada del arma. En efecto, en esta época los arriaces y el pomo de la espada
podían ser de metales preciosos, engastados a veces de esmaltes y aun de pedrería, y también
el puño (hecho de madera o hueso) iba excepcionalmente recubierto de hilo de oro o plata
(Edge - Paddock 1988: 27-28 y 46-47, Bull 1994: 7). A esta clase pertenecía la valiosa spata
obtima cum factiles deauratos citada en un inventario coetáneo (ap. J. Mª Lacarra 1988: 621),
al igual que Colada y Tizón en el Cantar de mio Cid 3177-78: «Saca las espadas e relumbra
toda la cort, / las maçanas e los arriazes todos d’oro son» (cf. Boix 2001). Adviértase que
tanto en el Carmen como en el Cantar «El uso de elementos áureos en el arnés era una marca
de nivel social, pero también es exponente paraverbal de una elevada categoría guerrera»
(Montaner 2007b: 410).
XXVIII
109: Accipit hastam mirifice factam: Cabe llamar la atención sobre la rima interna,
como ya hemos señalado en III.2. El hasta es aquí sinécdoque de la lanza, que en el siglo XII
medía de tres a cuatro metros. Se componía de un asta de madera de unos 50 mm de diámetro
y de una moharra de hierro forjado, compuesta de una punta u hoja (de forma elíptica y
sección romboidal aplanada) y de un cubo (la parte tubular en que se inserta el asta),
ligeramente más corto que la punta (Edge - Paddock 1988: 29-31 y 46, Soler del Campo
1993: 35-38). En esta época solían incorporar también un pendón triangular bajo la moharra,
como se ve en el Cantar de mio Cid (Montaner 1993: 435 y 463), elemento al que no se alude
en el Carmen.
110: nobilis silue fraxino dolatam: Del pasaje se ha ocupado ampliamente Bastardas
1998-1999. Puede compararse Virgilio, Ecl. VII 65 (fraxinus in siluis pulcherrima), tras el
precedente de Acio, Ann., frag. 4 Courtney, ap. Prisciano, Gramm. Lat. II 254 Keil (fraxinus
fixa ferox infensa infinditur ossis, a propósito de una lanza) y de Enio, Ann., frag. 177 Skutsch
(fraxinus frangitur atque abies consternitur alta). Pese a las alusiones clásicas, la tópica
referencia al fresno no es puramente literaria, sino que responde a la realidad de la época, en
que las astas de las lanzas se hacían preferentemente de su madera (Hewitt 1999: 156-57,
Edge - Paddock 1988: 46). A propósito de dolatam, cf. Cicerón, De orat. II 54 (neque...
perpoliuit illud opus, sed sicut potuit dolauit), Prudencio, Apoth. 519-21 (est illud quod nemo
opifex fabriliter aptans / conposuit, quod nulla abies pinusue dolata / texuit, exciso quod
numquam marmore creuit), Juan Escoto Eriúgena, Expos. in hierarch. caelest. [CC CM 31],
60
cap. 8, p. 128, líns. 379-87, a propósito de Ez. 9, 4-6 (alii autem secures habebant; quibus
imperatum est nulli parcere [...], alii autem secures, id est dolatilia gestabant arma; que plus
edificationem significant quam ruinam, diuine iustitie seueritatem figurantia, que per angelos
[...] uirtutes a uitiis, naturam a culpa segregant, superflua incidunt, naturalia conformant, ex
quibus domum diuine possessioni aptam construunt).
Que la lanza sea de elevado bosque no es sino una manera de aludir a la propia nobilitas
de Rodrigo (cf. por ejemplo Porfirión a Horacio, loc. cit.: <Vtrum siluae nobilis> an tu
nobilis, ajmfiboliva per casus). Cabe recordar, en este contexto, la «ardida lança» del Cantar,
v. 79 (con comentario de Montaner 2007: 335, con alusión a PA 176 [
] y 232 [
], etc.), aplicado a
Martín Antolínez; también cabe recordar el elogio de la lancea de Rodrigo por parte de
Sancho en CN III 15, 13-15.
111-112: quam ferro forti fecerat limatam / cuspide rectam: cf. Virgilio, Aen. V 208
(ferratasque trudes et acuta cuspide contos / expediunt), S. Isidoro, Etym. XVIII 7, 2. La
expresión ferro forti es llamativa. En la literatura clásica, el adjetivo fortis suele reservarse
para la mano (cf. aún Grimaldo, Vita Dominici Siliensis, II 26, líns. 15-28) que dirige el
ferrum (a menudo adjetivado como latum); cf. por ejemplo Ovidio, Metam. VIII 340-342:
sternitur incursu nemus, et propulsa fragorem / silva dat: exclamant iuvenes praetentaque
forti / tela tenent dextra lato vibrantia ferro. Para la construcción fecerat limatam y similares
cf. Norberg 1943-1945. Rectam quizá debería considerarse con valor participial (de rego),
dada la serie en que se inscribe.
XXIX
113: clipeum: Desde finales del siglo XI y hasta principios del siglo XIII, el modelo de
escudo predominante era el amigdaloide, de perfil triangular y lados curvos, levemente
cóncavo, que cubría todo el lado izquierdo del jinete, debido a su gran longitud, si bien a
finales del siglo XII tenderá a hacerse más corto y con los lados más rectos. Por el ejemplar
D-59 de la Armería del Palacio Real (Madrid), se sabe que eran de madera recubierta de
pergamino por ambas caras, en la interior llevaban fijadas unas manijas o abrazaderas de ante
y un tiracol (la correa para llevarlo colgado del cuello) de lo mismo, y la exterior iba pintada
(Soler del Campo 1993: 79-85, Menéndez Pidal de Navascués 1999: 63-64, n. 30, cf. Hewitt
1999 [1860]: 149-51, Blair 1958: 181).
61
brachio sinistro: como es tópico —y natural— en la descripción del guerrero armado
(cf., por ejemplo, Virgilio, Aen. II 671-72: hinc ferro accingor rursus clipeoque sinistram /
insertabam aptans, así como Ilias Lat. 230, en el pasaje citado a propósito del v. 105).
114: qui totus erat figuratus auro: A propósito de este escudo «figurado en oro», cabe
comparar los vv. 88-90 del Poema de Almería: Sunt in uexillis et in armis imperatoris / illius
signa, tutantia cuncta maligna; / auro sternuntur quotiens ad bella feruntur. La expresión
figuratus auro ha sido vertida de forma muy diversa: «figurato d’oro» (Guerriero Crocetti),
«ornado de oro» (Casariego), «inlaid with gold» (Wright), «repujat en or» (Figueres),
«ornamentado en oro» (Higashi), «amb figures d’or» (Riquer). Los escudos en este período se
hacían de madera recubierta de cuero o pergamino pintados (Edge - Paddock 1988: 24, y
véase el comentario al verso anterior), de modo que figuratus no puede tener el sentido
clásico de ‘formado de / con’, sino el de ‘representado con figuras’ (sobre la evolución del
término sigue siendo fundamental el clásico trabajo de Auerbach 1998 [1967]). Ahora bien,
dado que sólo hay una imagen, la del dragón (115), conviene entender que el escudo traía su
figura pintada de oro, abarcando toda la superficie, en lugar de pensar en un escudo dorado
con un dragón de color sin determinar, según hace Manzano (1999: 21 y fig. 28), que ofrece,
no obstante, una plausible reconstrucción gráfica del mismo. Así lo indica también el que se
muestre lucido modo (116, vid. el comentario al mismo, así como Montaner 2001).
115: in quo depictus ferus erat draco: Cf. Plinio XXXV 121 (at illi draconem in
longissima membrana depictum circumdedere luco, eoque terrore aues tunc siluisse narratur
et postea posse compesci) y, en especial, Pedro Coméstor, Hist. schol. IV 86 [PL CXCVIII
1124] (Dicitur etiam ea tempestate Triptolemus in navi, in qua pictus erat draco, in Graecia
venisse, et ampliasse agriculturam). En cuanto al adjetivo (cf. por ejemplo PA 113, 175, 349),
la expresión fera Erinis se aplica en la Historia Compostellana (II 53, 7) a la reina Urraca.
El testimonio del Carmen sobre tal figura (ya avanzada en cualquier caso, en el aspecto
verbal, por Píndaro, Pyth. 8, 45-47, a propósito de la figura de Alcmeón: [...] qaevomai
safev" / dravkonta poikivlon aijqa'" jAlkma'n j ejp j ajspivdo" / nwmw'nta prw'ton ejn
Kavdmou puvlai") carece de parangón. Ninguna otra fuente del siglo XII asocia ésta u otra
representación al escudo o enseña del Campeador, ni siquiera el Cantar de mio Cid, que alude
a menudo a la «seña cabdal» de su héroe (577, 596, 611, etc.), y hay que esperar a finales del
siglo XIII o principios del XIV para encontrar menciones de una «seña verde» asignada al Cid
(Crónica Particular del Cid 15r, Traducción Gallega I 363, Crónica de 1344 III 361) y al
62
siglo XV para hallarle atribuidas las armas primitivas de los Mendoza (que se tenían por
descendientes colaterales suyos), a saber, una banda de gules (más tarde fileteada de oro) en
campo de sinople (vid. Montaner 1993: 439-40, cf. Menéndez Pidal de Navascués 1993: 288).
En principio, cabría suponer —dada la obvia naturaleza retórica de toda esta descriptio
armorum— que se trata de una mera fantasía del poeta. Ahora bien, se advierte que en los
modelos propuestos (Virgilio, Ilias Latina) no sólo falta la referencia al dragón, sino a una
figura cualquiera representada en el escudo. Por otra parte, la tradición cristiana asocia el
dragón al diablo (Apoc. 20, 2: et adprehendit draconem serpentem antiquum qui est diabolus
et Satanas; cf. S. Jerónimo, Comm. in Ezech. [CC SL 75], IV 16: sub figura draconis, loquitur
de diabolo, Salimbene de Parma, Cronica [CC CM 125], p. 637, lín. 38 [= ms. fol. 393d]: per
ultimum Antichristum, qui figuratur in cauda draconis) y también a los árabes (IV Esdr. 15,
29: et exient nationes draconum Arabum in curris multis). Por ello, en las atribuciones
heráldicas «au XIIIe et au XIVe siècles, on en fait l’emblème des hérétiques et des chefs
musulmans» (Pastoureu 1993: 156, cf. Neubecker 1995: 114-15, Brault 1997: 145, 172, 27980). De ahí el emblema descrito en L’estoire de Merlin : «la grant ensegne a la crois vermeille
dont le camp estoit plus blans que noef et li dragons estoit al desous de la crois» (ap. Brault
1997: 172), que parece hacerse eco de Prudencio, Perist. I 34-36 (Caesaris vexilla linquunt,
eligunt signum crucis / proque uentosis draconum, quos gerebant, palliis / praeferunt insigne
lignum, quod draconem subdidit, cf. Psal. 90, 13: super aspidem et basiliscum ambulabis, et
conculcabis leonem et draconem). Nada de esto favorece que el autor haya procedido aquí a
una atribución ficticia, sugerida por modelos literarios previos.
Por contra, existen testimonios del uso real del dragón como emblema preheráldico y,
en menor medida, heráldico, en particular el bien conocido escudo del tapiz de Bayeux, de c.
1080-1100 (Hewitt 1999 [1860]: 92-93, Pastoureu 1993: 29 y 156), que ya Manzano (1999:
21) adujo a propósito del Carmen. El dragón (que luego traerían las armas de Gales) se
conservó durante el siglo XII en las enseñas de los reyes de Inglaterra, incluso tras la
adopción como armas de los tres leopardos de oro en campo de gules. Así lo recoge, al referir
la batalla de Standard contra los escoceses, en 1138, Aelred de Rievaulx († c. 1167), De bello
Standardii [PL CXCV 711] (Tunc hi qui fugerant videntes regale vexillum, quod ad
similitudinem draconis figuratum facile agnoscebatur). Más tarde lo citan Ricardo de
Devizes, al narrar la campaña siciliana de Ricardo Corazón de León, en 1190 ( «El rey de
Inglaterra avanzó en armas; ante él llevaba su estandarte: el terrorífico dragón», ap. BrossardDandré - Besson 1991: 62), y Roger de Hoveden, a propósito de la cruzada en Palestina, en
1191 (Cum Rex Angliae fixisset signum suum in medio, et tradidisset Draconem suum Petro
63
de Pratellis ad portandum..., ap. Du Cange 1883-1887: s. v. draco, cf. Hewitt 1999: 170-71).
En el siglo XIII este estandarte se haría remontar al padre de Arturo, Uterpendragon, el cual
—cuenta Mateo de Westminster en sus Flores historiarum— iussit fabricari duos Dracones
ex auro [...] Ab illo igitur tempore uocatus fuit Britannice Utherpendragon: Anglica uero
lingua Uther drake heued; Latine uero Uther caput draconis. Unde usque hodie mos inoleuit
regibus terrae huius, quod pro uexillo Draconem in bellicis expeditionibus ante se statuerint
deferendum (ap. Du Cange, loc. cit.) Parece, pues, que el Carmen se inspira aquí más bien en
usos coetáneos que en reminiscencias literarias y podría pensarse incluso (como hace
Manzano 1999: 21-23) que el dato es auténtico.
Sin embargo, la documentación hispana de los siglos XI y XII no ofrece nada semejante
y, a cambio, puede aducirse la cita de Pedro Coméstor hecha más arriba sobre la nave de
Triptólemo, in qua pictus erat draco (tan cercana a la literalidad del Carmen), dato que el
poeta podría haber sumado al que ofrece Prudencio sobre los uexilla imperiales con un
dragón, en el pasaje del Perist. ya visto o en Cathem. V 55-56 (signaque bellica / praetendunt
tumidis clara draconibus), y que también describe Amiano Marcelino XVI 10, 7 (purpureis
subtegminibus texti circumdedere dracones, hastarum aureis gemmatisque summitatibus
inligati, hiatu vasto perflabiles, et ideo velut ira perciti sibilantes caudarumque volumina
relinquentes in ventum). No ha de olvidarse que éste era el emblema de la cohorte, cuyo
portaestandarte se denominaba precisamente draconarius (cf. Vegecio, Epit. rei milit. II 13, 1:
Dracones etiam per singulas cohortes a draconariis feruntur ad proelium) y que es un viejo
motivo militar griego: «to strike terror they were depicted on hoplites’ shields or, as an
expression of victory, on commemorative monuments» (OCD, s. v. snakes, p. 1418; cabría
recordar al respecto, asimismo, la tradicional representación de Gorgona / Medusa en los
escudos griegos, cf. ibid., s. v. Gorgo, p. 643). Por otro lado, había también visiones literarias
menos negativas de este animal fabuloso, como se ve en los anónimos Sermones atribuidos a
Hugo de San Víctor (69 [PL CLXXVII 1114]: Dracones itaque eo quod magnitudine
corporum animantia caetera superant, illos qui magno iustitiae merito, uel boni nominis
opinione et auctoritate caeteros transcendunt, significant). Así las cosas, resulta bastante
arriesgado dar por buena esta noticia, posiblemente una invención del poeta en la misma línea
que el yelmo con cerco de electro, con la que añadía otra reminiscencia clásica a las que le
aportaban sus modelos más directos, aunque siempre quede la duda de si pudo llegarle alguna
tradición oral al respecto (no necesariamente cierta), como quizá también sobre el caballo del
Campeador (121, véase el comentario ad loc., así como Montaner 2001).
64
116: lucido modo: Resulta difícil precisar el significado de esta expresión, que parece
ser el de «vívidamente» (considerando además la morfología —casi «adverbial»— del
sintagma); creemos (como Casariego) que alude al brillo del dragón pintado de oro, y de ahí
nuestra versión.
XXX
117: caput muniuit galea fulgenti: Cf., por ejemplo, Ilias Lat. 228-29 (pasaje citado a
propósito del v. 105); en cuanto a la expresión cabe comparar HR 66, 14 (suis armis munitus).
El adjetivo fulgens aplicado a las armas es, por lo demás, de rancia tradición poética latina
(tras el preludio de Enio, Ann., frag. 27 Skutsch: qui caelum uersat stellis fulgentibus aptum)
y tiene su referente último en el propio Homero (Il. V 294-295: teuvcea pamfanovwnta).
Aquí contribuye a realzar la figura resplandenciente del héroe.
Aunque cargada con estas y otras reminiscencias literarias (que comentamos a
continuación), la descripción del yelmo concuerda con el tipo usado desde finales del siglo XI
a principios del XIII, el cual era de hierro, de forma cónica (que se hace semiesférica a finales
del siglo XII) y poseía nasal, una pequeña pieza vertical destinada a proteger la nariz. En esta
época solían ser de una sola pieza, pero incluso entonces el ruedo estaba con frecuencia
guarnecido de un aro metálico del que arrancaba el nasal (Blair 1958: 25-27, Edge - Paddock
1988: 17-18 y 44, Soler del Campo 1993: 97-100). Ese aro es el que aquí se describe (119-20)
como un cerco de electro (una aleación de cuatro partes de oro y una de plata, cuyo color es
parecido al del ámbar), que además podía estar adornado de piedras preciosas, en especial
rubíes (Chanson de Roland 1326: «L’elme li feint u li carbuncle luisent», Cantar de mio Cid
766: «Las carbonclas del yelmo echógelas aparte», cf. Montaner 1993: 470). En cuanto a las
láminas de plata del v. 118, pueden referirse no tanto a un revestimiento, como a tiras que
partiesen del aro para llegar a la cúspide del yelmo, si no es a tachones plateados, como
también está documentado.
118: quam decorauit laminis argenti: Además del pasaje de Isaías citado en el
comentario a la estrofa XXVII, cf. Pedro Coméstor, Hist. Schol. II 61 [PL CXCVIII 1181]
(Erantque in latere australi uiginti columnae, altae quinque cubitis, uestitae laminis
argenteis, capita habentes argentea cum caelaturis), XI 15 [1361] (In latere meridiano erant
quatuor portae duplices ualuas habentes, quae laminis aureis et argenteis miro opere
decoratae erant).
65
119-120: faber et opus aptauit electri / giro circinni: Faber se explica mediante el
término ferrero en los glosarios castellanos (Glos. de Toledo, lín. 197, Glos. de El Escorial,
lín. 1114; cf. Castro 1936: 6, 103), lo cual parece acorde con nuestro texto.
El término opus también se documenta, en un contexto similar, en HC III 44 (un pasaje
con probable influencia de Ovidio, Met. II 5: materiam superabat opus, como observa Falque
1994: 574, n. 226). Marcial (VIII 50 [51], 5-8), a propósito de un plato labrado, ofrece una
imagen comparable a la que leemos en nuestro Carmen: uera minus flauo radiant electra
metallo / et niueum felix pustula uincit ebur. / Materiae non cedit opus: sic alligat orbem, /
plurima cum tota lampade luna nitet; desde el punto de vista formal, cabe citar asimismo
Leuit. 8, 8 (quod astringens cingulo aptauit rationali, in quo erat Doctrina et Veritas).
electri: A un pasaje de Virgilio, como es el referente a las armas realizadas por Vulcano
para Eneas, a petición de Venus (Aen. VIII 401-2 y 624), remiten Curtius (1938: 168) y
Gwara (1987: 205) para documentar esta mención del electro (gr. h[lektron; cf., por ejemplo,
Estacio, Theb. IV 270, Prudencio, Psychom. 338-39 (quam summa rotarum / flexura electri
pallentis continet orbe). De acuerdo con Wright (119), se trata de «an amber-coloured alloy
of gold and silver, or perhaps bronze and tin». El electro designa en la tradición literaria
clásica el «ámbar» y también el «oro blanco» (Heródoto I 50, 2), con proporciones más o
menos grandes de plata (una quinta parte en principio, según se desprende de Plinio XXXIII
80; cf., no obstante, S. Isidoro, Etym. XVI 24, 2: fit de tribus partibus auri et argenti una; en
general cf. Tabarroni 1988: 196).
No se trata, sin embargo, de un término tan inusual en la literatura tardoantigua y
medieval como consideraba Curtius e incluso Bastardas (1998-1999: 16: «terme força rar en
llatí»), dado también, por ejemplo, su frecuente acarreo en los glosarios, a los que aludíamos
en III.3. El electro adquiere en época tardía valores simbólicos muy concretos, a raíz sobre
todo de su aparición en el episodio bíblico de Ezequiel (Ez. 1, 4: ignis inuoluens, et splendor
in circuitu eius; et de medio eius, quasi species electri, id est, de medio ignis; cf. S. Jerónimo,
Epist. 64, 18: et quomodo hic in habitu sacerdotis auri lamina desuper est, ita in Ezechiele
electrum in pectore et in uertice conlocatur). Así, se pregunta por ejemplo Gregorio Magno,
Homil. in Hiezech. proph. [CC SL 142], I, hom. 2, p. 25, líns. 273-275: quid electri species,
nisi Christus Iesus Mediator Dei et hominum designatur? Electrum quippe ex auro et argento
est; desde una misma perspectiva simbólica, cabe comparar también S. Isidoro, Etym. XVI 24,
1: electrum uocatum quod ad radium solis clarius auro argentoque reluceat; sol enim a
66
poetis Elector uocatur; y 24, 3: eiusmodi naturae est ut in conuiuio et ad lumina clarius
cunctis metallis fulgeat, et uenenum prodat (cf. Plinio XXXIII 81). Por lo demás, oro y plata
eran los metales preciosos por excelencia, como recuerda el curioso episodio de los restos de
los mártires Albino y Rufino que el arzobispo de Toledo, Grimoardo (es decir, Bernardo de
Sédirac), quiso ofrecer al Papa según la paródica Garcineida (Rico 1969: 42-43). Desde el
punto de vista lingüístico, la imagen del poema puede compararse a la que ofrece Sigeberto
de Gembloux († 1112), Passio ss. Thebeorum, Mauricii, Exuperii et soc., III, v. 374 (laudares
cantos ex electro solidatos). Cabe sugerir, por tanto, que el conjunto de la ronfea, el oro y el
electro revisten al héroe, para un oído de la época, de un aura «semiangelical» (sobre esta
imagen idealizada de Rodrigo, que preludia la de la leyenda cidiana en su conjunto, cf.,
asimismo, Figueras 33).
giro circinni: En latín clásico circinus —sustantivo que el versificador del Carmen
parece considerar paroxítono— significa básicamente 'compás' o 'trazo de compás', y, por
extensión, 'círculo' (cf. S. Isidoro, Etym. XIX 19, 10: circinus dictus quod uergendo efficiat
circulum [...] punctus autem in medio circini centrum a Graecis dicitur). Entre los posibles
paralelos para nuestro pasaje cabría señalar Ez. 1, 28 (hic erat aspectus splendoris per
gyrum), Prudencio, Psychom. 338-339 (quam summa rotarum / flexura electri pallentis
continet orbe), Contra Symm. I 320-24 (et flammas inmensi sideris ultra / telluris normam
porrecto extendere gyro, / numne etiam caeli minor et contractior orbis, / cuius planitiem
longo transmittere tractu / circinus excurrens meta interiore laborat?), Juan Casiano († 435),
Collat. 24, cap. 6, p. 680, lín. 15 (ut ita dixerim circino caritatis omnium cogitationum uel
aptauerit uel reppulerit qualitatem).
XXXI
121: equum ascendit: El caballo de Rodrigo —de nombre «Babieca», según la tradición
cidiana posterior— también es mencionado, aunque sin reparar en su excelencia, en la HR
(40, 15: de equo suo in terram cecidit, 66, 14: super equum suum equitauit), mientras que en
la Chronica Naierensis (III 16, 38-39) se dice de él: mox mundo insiliens equo, quem forte
tunc ei scutigeri detergebant (cabe comparar Juvenal VII 181: namque hic mundae nitet
ungula mulae, y, para el probable sentido de la expresión, Vegecio, Mulom. IV 9, 2: quodsi
iam in ungues descenderit, cultello leniter inter duos ungues aperies et mundabis deintus).
Como ya apuntó Menéndez Pidal (1944-1946: 500), la procedencia musulmana de
Babieca consta también implícitamente en el Cantar de mio Cid, donde el célebre caballo del
67
héroe aparece por primera vez cuando el Campeador se dispone a recibir a su familia en
Valencia (1570-75):
Mandó mio Cid a los que ha en su casa
que guardassen el alcáçar e las otras torres altas
e todas las puertas e las exidas e las entradas,
e aduxiéssenle a Bavieca (poco avié que·l´ ganara,
aún no sabié mio Cid, el que en buen ora cinxo espada,
si serié corredor o si abrié buena parada).
El verso 1573 ha de referirse al último botín del Cid, el obtenido en su combate más
reciente, el librado contra el rey de Sevilla (vv. 1221-35). Así lo interpreta la Crónica de
Veinte Reyes 235b: «Quando fueron llegados a la villa, dexó el Çid quien guardase el alcáçar,
e cavalgó en un cavallo que dezían Bavieca, que ganara él del rey de Sevilla». En cuanto a
éste, se trata probablemente del gobernador almorávide de la misma, ya que desde 1091 el
último rey de la taifa sevillana, Almu‘tamid, había sido depuesto y enviado preso a Marruecos
(Montaner 1993: 176 y 514), de modo que el caballo no sólo sería árabe, sino de procedencia
norteafricana, al igual que en el Carmen. Frente a esto, una leyenda etiológica recogida en la
Crónica de Castilla y en sus derivados atribuye la adquisición de Babieca a un episodio de la
infancia del héroe: habiéndole su padrino ofrecido un caballo de sus cuadras, Rodrigo eligió
un potro sarnoso, por lo que su padrino le dijo «¡Bavieca [=‘necio’], mal escogistes!», a lo
que el muchacho repuso «Éste será buen cavallo e Bavieca abrá nombre», como así fue
(Crónica Particular del Cid 130v, semejante en la Traduccion Gallega I 309). Otras
tradiciones suponen al caballo natural de tierras de Burgos, de las riberas del río portugués
Mondego (Menéndez Pidal 1944-1946: 500), o de Riaño y La Puerta, villa de las montañas de
León que «cría ganado vacuno y caballar; de este último hubo en lo ant[iguo] parada,
costeada por los reyes de Castilla, teniendo gran fama la raza de los de Valdeburón: de ella
era el que montaba el Cid llamado Babieca» (Madoz 1845-1850: XIII 446a).
68
Además del origen (aunque en circunstancias distintas, compra en el poema latino y
cobro en el cantar castellano), el caballo del Campeador comparte en ambos textos su
caracterización (Montaner 1993: 555 y Zaderenko 1998: 122). Si en el Carmen se celebra que
plus uento currit / plus ceruo sallit (123-24), en el Cantar recibe los epítetos de «el cavallo
que bien anda» (2394) y «el corredor» (3513) y admira por ello a quien lo ve: «Por nombre el
cavallo Bavieca cavalga, / fizo una corrida, ¡ésta fue tan estraña! / Cuando ovo corrido todos
se maravillavan» (1588-90, cf. 2416-17 y 3517-19). Ahora bien, estos rasgos pertenecen a la
descripción tópica del buen caballo (Montaner 1993: 532), de modo que no implican una
vinculación entre las dos obras. Queda pues la duda de si la noticia sobre el origen del caballo
del Cid procede de una tradición oral conocida por ambos autores o si se trata de una
atribución independiente, basada en el prestigio que poseían los caballos árabes (cf. Alb. 7:
Item causas celebres ex Spania: [...] Kaballum de Mauros), como se advierte igualmente en la
épica francesa (cf. Milá y Fontanals 1874: 228 y Riquer 1953), hasta el punto de que en
francés antiguo arabi se hace sinónimo de ‘corcel’ e incluso de ‘rápido’, en referencia, por
ejemplo, a un río (Greimas 1987: 38a). Según observa Zimmermann 1991: 137, se menciona
cierto cauallum suum sarracenum en un testamento catalán del 1145, de acuerdo con el tipo
reconocimiento que recibe el animal, muy especialmente a partir del XII (ibid. 155: «De
même que le chevalier n'est pleinement réalisé qu'au début du XIIe siècle, de même le cheval
n'acquiert son statut propre, n'occupe sa place définitive qu'à la même époque. Il acquiert un
nom»).
trans mare uexit: En los textos medievales, «ultramar» es la costa meridional del
Mediterráneo y, más particularmente, la del Norte de África (Montaner 1993: 204), a la que a
buen seguro se refiere aquí el poeta, como lo hace el del Cantar de mio Cid, vv. 1639
(«Venido m´es delicio de tierras d’allent mar») y 2409 («¡Acá torna, Bucar! Venist d’allent
mar»), y, mucho antes, el autor de la Crónica de Alfonso III (Rot. 27, 7-8: mari transiecto; cf.
2, 6).
122: barbarus quidam: La anterior mención de ultramar sugiere la idea de que barbarus
equivale aquí a «bereber» (< ár. norteafricano b≈rb≈r, cf. Corriente 1999: 261a) o, quizá
mejor y en sentido más amplio, «berberisco» (es decir, procedente de la costa de Berbería,
que abarcaba el litoral mediterráneo norteafricano desde Gibraltar a Trípoli). De todos modos,
el sentido lato de ‘árabe, moro, musulmán’ está bien atestiguado (cf. HR 53, 3 y 12; 54, 7;
Amador: 385, n. 1) e incluso en el documento valenciano del Cid de 1098 sirve para
diferenciar a los andalusíes de los almorávides: innumerabili Moabitarum et tocius Hispanie
69
barbarorum exercitu superato (ed. Martín Martín et al. 1977: doc. 1; cf., en términos
similares, HR 54, 7: barbaris, qui dicebantur Moabite, 62, 5-6: cum infinita multitudine
barbarorum et Moabitarum atque Hysmaelitarum per omnem Yspaniam habitantium, 66, 3-4:
cum Moabitis et Hysmahelitis et cunctis gentibus barbaris, uidelicet maxima et innumerabili
multitudine, 71, 1, CAI II 66, 2; barbari son los mahometanos en la Silense, según destaca Gil
1995: 13). Como señala Amador, el adjetivo barbarus pudo ser aplicado por los cronistas a
los invasores árabes a fin de hacer contrastar su cultura con la romana, de la que los cristianos
se consideraban herederos; en poesía señala este autor al respecto la composición a Ramón
Borrell III, en la que se indica: strauit barbariem, fanaque triuit / culturaeque Dei templa
dicauit. El empleo de este adjetivo también parece descartar —como ocurre en el caso de la
Silense (Gil 1995: 14 y 23, n. 49)— la mozarabía de nuestro autor.
necne comutauit: Necne es forma equivalente a necnon (cf. 2). Según entiende Wright
(243, n. 2) el sujeto de la forma verbal comutauit —de commutare, por el habitual uendere
(cf., por ejemplo, Aen. I 484: exanimumque auro corpus uendebat Achilles)— es ambiguo. La
sintaxis parece favorecer que su sujeto sea el mismo de uexit, es decir, barbarus quidam.
Guerrieri Crocetti traduce: «condotto d'oltre mare da un barbaro, che s'era rifiutato di
venderlo per mille pezzi d'oro», mientras que Riquer interpreta «que li portà de més enllà del
mar un cert bàrbar, que no volgué bescanviar per mil monedes d’or».
comutauit: Respecto a la expresión, cf., por ejemplo, Marcial II 43, 8: non uendes
nummis coccina nostra tribus. En cualquier caso, la expresión le parece oscura a Bastardas
1998-1999: 12, n. 5.
123: aureis mille: El término aureus designa en latín antiguo una moneda de oro,
equivalente en Roma a veinticinco denarios de plata; cabe comparar Petronio, 44, 13
(denarios mille aureos, equivalentes a 100.000 sestercios, cantidad requerida para convertirse
en eques Romanus; cf. Plinio el Joven, Epist. I 19, 2). Este término clásico, inusual para
referirse a la moneda coetánea, aparece también en HC II 63 y 64 (quadringentis scilicet
aureis, en ambos pasajes) y III 49 (de trecentis aureis). Durante los siglos XI y XII los reyes
cristianos no acuñaron moneda de oro (salvo los mancusos de Sancho Ramírez de Aragón
hacia 1085), por lo que el Carmen se referirá posiblemente aquí a dinares andalusíes o
norteafricanos, como sugiere además el contexto. Los primeros fueron acuñados en escasa
medida por los reyes de taifas, mientras que los almorávides introdujeron la prestigiosa
moneda a la que dieron nombre, los morabetinos o maravedíes (Gil Farrés 1976: 179-82 y
196), que es a la que con mayor probabilidad alude el Carmen, toda vez que las incipientes
70
acuñaciones castellanas en oro, iniciadas por Alfonso VIII en 1172, recibieron el mismo
nombre (ibid. 198, 229 y 322-24).
El número mille podría ser aquí simbólico, como lo es sin duda en el caso del v. 10
(libri mille; no menos simbólico es el numeral centum, que Milá [1874: 228, n. 3] adjudica
por error al Carmen en su cita de este pasaje). Se pueden encontrar referencias a esa cantidad
en casos excepcionales, como los pactos de Almuqtadir de Zaragoza con Sancho García de
Navarra en 1069 y 1073, por el que aquél se compromete a entregarle unas parias de mil
mancusos de oro mensuales (Menéndez Pidal 206-207). También entregaron mil piezas de
oro en 1212 los moros de Úbeda para escapar del asalto cristiano, según refiere Jiménez de
Rada, De rebus Hispanie, VIII 12 (optulerunt Sarraceni mille milia aureorum ut ciuitas eis
integra remaneret), quien alude también a un múltiplo suyo al narrar la rebelión de Rodrigo
Díaz de los Cameros contra Fernando III (IX 11: Rex autem pro huiusmodi indignatus abstulit
ei terram, et cum predictus Rodericus Didaci nollet restituere munitiones, tandem restituit eo
pacto, ut rex daret ei XIIII milia aureorum; et cum pecuniam suscepisset, tunc demum
reddidit castra regi). Según un documento de 1056, «un caballo llegaba a valer entonces 500
meticales» (Menéndez Pidal 131), término de origen árabe (< mi‡qål ‘cierta moneda’, vid.
Corriente 1999: 390a) sinónimo de mancuso (Gil Farrés 1976: 175 y 308), pero lo normal es
que costasen mucho menos: Et ad hanc cartam confirmandam accepimus de uos uno cauallo
colore morzello, ualente D solidos de argento (ed. Herrero 1988: doc. 505, de 1047), Et
accepi de te ad confirmanda cartula uno kauallo, per colore baio, ualente CCos solidos (id.,
doc. 723, de 1073). Como se ve, la valoración del Carmen, aunque hiperbólica, se sitúa en la
línea de la prosa historiográfica y cancilleresca del momento, pero no resulta totalmente ajena
a la tradición poética. En la épica francesa se encuentra, ya desde la Chanson de Roland, la
expresión misoldor, misaudor o mussodor, ‘de gran precio, magnífico’ (< lat. mille
solidorum), como epíteto del corcel o caballo de guerra (Milá y Fontanals 1874: 228, Greimas
1987: 415b, Bastardas 1998-1999: 15-16). Más cercano es aún el paralelo que ofrece el
Cantar de mio Cid, donde las dos espadas del héroe, además de celebrarse –como era
canónico– por su historial heroico (vv. 3194-95) o su brillo (vv. 3175-79 y 2649), se exaltan
por su precio (1010: «Yv gañó a Colada, que más vale de mill marcos de plata», 2426: «e
ganó a Tizón, que mill marcos d’oro val»). Esta valoración expresa, aunque tópica por el
número, contrasta marcadamente con lo que se advierte en las gestas francesas (más allá de la
expresión fosilizada misoldor) y parece entroncar con la tendencia a realzar las apreciaciones
dinerarias y cuantitativas en general que se advierte en toda Europa a fines del siglo XII (vid.
Montaner 1993: 490-91 y 513).
71
124: plus ceruo sallit: Al texto de Is. 35, 6 (tunc saliet sicut ceruus claudus) remite
acertadamente Wright (224), habida cuenta de las profundas reminiscencias bíblicas y
cristianas de este animal en la literatura antigua y posterior (como Sto. Tomás, a propósito del
Salmo 21: Item cervus optime salit: sic Christus de fovea mortis ascendit ad gloriam
resurrectionis; cf. http://www.niagara.edu/aquinas/Psalm_21.html). La imagen del ciervo
veloz (cf. Horacio, Carm. II 16, 23: ocior ceruis), en español asumida parcialmente por el
«gamo» o el «corzo», aparece asimismo en el Poema de Almería, v. 49 (a canibus ceruus
uelut in syluis agitatus; cf. Rico 1985: 199, n. 3, y, con los paralelos clásicos, Rico 1969: 69,
n. 122, Martínez 218). En cualquier caso, no deja de ser una caracterización un tanto extraña
para lo que se supone un bellator equus. A un equus saliens hace referencia Bernardo de
Cluny, De contemptu mundi II 407 (Quisque, velut pecus aut saliens equus, in scelus hinnit).
XXXII
125: Talibus armis ornatus: A propósito de la imagen angélica que parecen sugerir los
versos anteriores (casi del ángel exterminador, que blande la ronfea ígnea), no será ocioso
recordar aquí a Pedro Coméstor, Serm., 19 [PL CXCVIII 1775] (Sic ornatur anima per arma
iustitiae a dextris et sinistris [II Cor. 6, 7]). El participio ornatus es nominativo absoluto,
según observa Bastardas 1998-1999: 12, n. 5.
126: Paris uel Hector: Acerca de Paris puede consultarse lo ya apuntado a propósito del
v. 2. A Héctor se alude tanto en la inscripción sepulcral de Sancho el Fuerte (citada en el
comentario del mencionado verso) como en el Poema de Almería, v. 179 (gentis erat rector
sicut fortissimus Hector). Hectoreos actus armis superauit et hictus se lee en el sexto verso
del epitafio asturiano del eremita Gonzalo, de c. 1169 (v. 6; cf. Pérez González 1999: 103).
127: nunquam fuere in Troiano bello: La forma de perfecto aparece abreviada en el
manuscrito (fuer—). Acerca del tema troyano en el poema puede consultarse nuestra nota al
v. 2.
128: sunt neque modo: Podría interpretarse que la expresión (cuyo sunt parece carecer
de sujeto explícito), en términos de polaridad respecto a la época de los antiqui, marca un
cierto distanciamiento cronológico también respecto a la época en la que vivió Rodrigo, como
algo alejada ya del poeta: ni antes ni ahora (esto es, después del Campeador) pudo verse
armadura semejante.
XXXIII
72
129: Tunc deprecatur: «The Cid prays» interpreta Smith (1986: 110), en consonancia
por ejemplo con HR 35; 62, 23-26 y con el perfil del héroe cristiano (62, 29-31; 66, 16-20),
reflejado en el diploma valenciano y en el intercambio epistolar recogido en la Historia
Roderici entre Rodrigo y Berenguer, así como, por ejemplo, en la CN III 15, 15-17 y 38-40
(en general, cf. Horrent 1976). Así lo apoya la consulta de lugares en López Pereira et al.
1993: 264-265 y así lo entendió Bastardas 1998-1999: 12, n. 5: «Sembla que l'estrofa 33
contenia una pregària dirigida a Déu més aviat que una darrera súplica, és a dir un ultimàtum,
al comte de Barcelona».
En este punto del manuscrito inició su rasura quien procediera a la eliminación del
texto. Cabe recordar a este respecto que, cuando Rodrigo —ávido siempre de la uictoria a
Deo collata (9, 7; 62, 35)— se dirige al Creador (HR 35, 23-27, 42-45, 63-66, 81-83), suele
ser para pedir una sanción última. Deprecor suele ir sucedido por el contenido de la súplica,
mediante una proposición introducida por ut (HR 62, 23: Rodericus uero solita cordis
animositate se et suos uiriliter confortabat ac corroborabat et dominum Ihesum Christum, ut
suis diuinum preberet auxilium, incensanter ac prece deuota deprecabatur) o mediante un
dicens seguido de discurso directo. ¿Acaso pedía el héroe ayuda a Dios, como ya Smith intuía
(1986: 104: «in line 129 he is about to pray for victory in the coming battle»), para que el
resultado de su batalla contra el conde le fuera favorable, planteando una especie de ordalía
cuyo desenlace real —la derrota del cristiano menos digno, pese a haber invocado también a
la divinidad (HR 38, 16-17 [rogamus et obsecramus Deum celi ut ille tradat te in manus
nostras et in potestate nostra] y 28-30, con respuesta en 41, 1-3: Comes autem Berengarius
uidens et cognoscens se a Deo uerberatum et confusum et in manu Roderici captum, humilis
misericordiam ei petens...)— se consideró inconveniente en Ripoll?
73
Bibliografía
Distinguimos en nuestra Bibliografía tres apartados. En el primero se incluyen tan sólo las
referencias de las ediciones que ofrecen el texto completo del Carmen Campidoctoris, dado
que sería imposible reunir las muchas citas parciales de la misma que se hallan dispersas en la
abundante literatura sobre el tema. En el segundo apartado se recogen las obras que, por su
frecuencia, se han citado de forma abreviada. En el tercero, el resto de la bibliografía
empleada (citada por el sistema de autor y año, salvo las fuentes literarias e históricas, que se
citan por autor —si es del caso— y título).
Queremos agradecer aquí a la cordial amistad de María de la Cruz García López, George
Greenia, Diego Navarro Bonilla, Marwan Rashed, Jesús Rodríguez Velasco, María José Roy
Marín y Carlos del Valle El Cid su ayuda en la consecución de una bibliografía a menudo
esquiva. Agradecemos, igualmente, la amable y generosa solicitud de Alejandro Higashi,
Gonzalo Pontón, Margarita Torres Sevilla y de los colegas y amigos del SECRIT bonaerense,
que se esfuerzan en mantener vivo el proyecto del llorado Germán Orduna.
A. Ediciones y traducciones
Las obras comprendidas en este apartado se citan en el cuerpo del trabajo únicamente por
el nombre del autor, seguido de la página, sin mencionar el año.
Amador de los Ríos, J., Historia crítica de la literatura española, II, Madrid, José
Rodríguez, 1862 [ed. facsímil, Madrid, Gredos, 1969] (en pp. 343-46).
Bertoni, G., Il Cantare del Cid, Bari, 1912 (en pp. 197-204: «Nota sul così detto Inno del
Cid»).
Bonilla y San Martín, A., «Gestas del Cid Campeador (Crónica latina del siglo XII)»,
BRAH 59, 1911, pp. 161-257 (en pp. 173-78).
Casariego, J. E., Cantar del Campeador. Edición bilingüe, pról. J. Mª Codón, Burgos, Caja
de Ahorros del Círculo Católico; «Monte Carmelo», 1988.
du Méril, E., Poésies populaires latines du Moyen Âge, París, Firmin Didot Frères;
Leipzig, A. Franck, 1847 ( en pp. 308-14).
Figueras i Capdevila, N., «El Carmen Campi Doctoris. Estat de la qüestió a la vista de la
bibliografia recent. Primer assaig de recull bibliogràfic», en Annals 1987-1988, Ripoll, Centre
d'Estudis Comarcals del Ripollès, 1988, pp. 11-41.
Gil, J., «Carmen Campidoctoris», en E. Falque - J. Gil - A. Maya, Chronica Hispana
saeculi XII, Pars I, Turnhout, Brepols, 1990 (Corpus Christianorum, Continuatio Medievalis,
LXXI), pp. 99-108.
Guerrieri Crocetti, C., L'epica spagnola, Milán, Bianchi-Giovini, 1944 (en pp. 497-509).
Higashi, A., «Un poema latino sobre el Cid», Medievalia 18, 1994, pp. 1-8.
1
Martínez, S., El «Poema de Almería» y la épica románica, Madrid, Gredos, 1975 (en pp.
411-15).
Menéndez Pidal, R., La España del Cid, [1ª ed. 1929] 7ª ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1969,
2 vols. (en vol. II, pp. 878-86).
Riquer, M. de (ed.), Antologia de poetes catalans. Un mil·leni de literatura. I: Època
Medieval, Barcelona, Cercle de Lectors; Galaxia Gutenberg, 1997 (en pp. 17-23).
Victorio, J., ed., El Cantar de Mío Cid: Estudio y edición crítica, Madrid, UNED, 2002
(reimp. 2005), pp. 355-365.
Wright, R., «The first poem on the Cid: The Carmen Campi Doctoris», Papers of the
Liverpool Latin Seminar, 2, 1979, pp. 213-48 [= Early Ibero-Romance: Twenty-one studies
on language and texts from the Iberian Peninsula between the Roman Empire and the
Thirteenth Century, Newark, 1994, 221-262; «1994 Postscript» en pp. 262-264].
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Chronica Hispana saeculi XII, Pars I, Turnhout, Brepols, 1990 (Corpus Christianorum,
Continuatio Medievalis, LXXI), pp. 109-248.
CC = Carmen Campidoctoris (se cita por el texto de la presente edición).
CC CLCLT = Corpus Christianorum: Cetedoc Library of Christian Latin Texts (CLCLT2), Turnhout, Brepols, 1994, CD-ROM; version revisada, CLCLT: Library of Latin Texts,
Turnhout,
Brepols,
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version
accessible
en
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en
http://clt.brepolis.net/clt/start.asp?sOwner=menu.
CC CM = Corpus Christianorum, Continuatio Medievalis, Turnhout, Brepols, 1966[incluida en CC CLCLT].
CC SL = Corpus Christianorum, Series Latina, Turnhout, Brepols, 1953- [incluida en CC
CLCLT].
CN = Chronica Naierensis, ed. J. A. Estévez Sola, Chronica Hispana saeculi XII, Pars II,
Turnhout, Brepols, 1995 (Corpus Christianorum, Continuatio Medievalis, LXXI A).
CSEL= Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum, Viena, Hoelder; Pichler;
Tempsky, 1866- (reimp., Viena, Österreichische Akademie der Wissenschaften, 1999- ).
DLRRL: Diccionario latino-romance del Reino de León (s. VIII-1230), dir. M. Pérez
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HC = Historia Compostellana, ed. E. Falque, Turnhout, Brepols, 1990 (Corpus
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2
HR = Historia Roderici, ed. E. Falque, en E. Falque - J. Gil - A. Maya, Chronica Hispana
saeculi XII, Pars I, Turnhout, Brepols, 1990 (Corpus Christianorum, Continuatio
Mediaeualis, LXXI), pp. 1-98; ed. J. M. Ruiz Asencio – I. Ruiz Albi, Historia latina de
Rodrigo de Vivar, ed. facs. y transcr. del Ms. 9/4922 (Olim A-189) de la Biblioteca de la Real
Academia de la Historia, Burgos, Ayuntamiento; Caja de Burgos, 1999.
HS = Historia Silense, ed. F. Santos Coco, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1921;
ed. J. Pérez de Urbel - A. González Ruiz-Zorrilla, Madrid, CSIC - Escuela de Estudios
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MGH: Monumenta Germaniae Historica, Hannover, Hahn, 1872- [= The electronic
Monumenta Germaniae Historica, Turnhout, Brepols, 2007, version accessible en línea en
http://clt.brepolis.net/mgh/start.asp?sOwner=menu]
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ed. 1970] 3ª ed., Oxford; Nueva York, Oxford University Press, 1996
OLD = P. G. W. Glare, Oxford Latin Dictionary, Oxford, Clarendon Press, 1982 (reimp.
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PA = Poema de Almería [Prefatio de Almaria], ed. J. Gil, en E. Falque - J. Gil - A. Maya,
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Index uerborum
Este índice hace referencia al contenido
léxico del Carmen, a cuyos versos remite la
numeración que sigue a cada lema. Los
nombres propios y los etnónimos
(expresados de acuerdo con la grafía que
ofrecen en el texto) se han señalado en
versalita.
accipere: 109
acta (n. pl.): 5
ad: 34, 77
adhuc: 71, 98
adolescens: 26
AGARICA (gens): 70
ALFAGIB: 95
alius: 91
ALMENARUM (castrum): 98
alta (n. pl.): 34
amare: 45, 53
amor: 61
aptare: 119
argentum: 118
arma (n. pl.): 125
armare: 103
ascendere: 121
audire: 18, 57
aula: 48
aurei (sust. m.): 123
aurire: 14
aurum: 107, 114
BARBARUS: 122
BARCHINONA: 93
bellum: 8 (pl.), 25, 127
brachium: 113
calcare: 31
CAMPIDOCTOR: 18, 27, 70, 79
campus: 80
canere: 7, 11
capere: 11, 32, 75, 82, 84, 91
CAPREA: 83
caput: 117
carmen: 18
CASTELLA: 22, 44
castrum: 97; castra: 83, 92
caterue (voc. pl.): 17
causa: 60
cautus: 74
cedere: 101
celebre (nomen): 86
cepere: 10, 45, 47, 66
cernere: 34
certe: 45
ceruus: 124
CESARAUGUSTA: 97
ceteri: 46
cinctus: 107
circinnus: 120
cito: 39, 104
clipeus: 113
coepere: cf. cepere
cogitare: 55
cohors: 36
comes: 30 (pl.), 77, 93
comittere: 89
comutare: 122
compares (aule): 48
conscribere: 4
contra (prep.): 50, 55, 62
conuertere: 61
cor: 58
cum (prep.): 3, 82, 95, 96
cum (conj.): 26, 51, 101
cuncti: 10 (cunt-), 20, 85
curia: 69
curialis: 54
currere: 123
cuspis: 112
dare: 15, 36, 38, 44, 94, 99, 102
de: 13, 21
debellare: 66, 78
decorare: 118
delere: 68
depingere: 115
deprecari: 129
deuincere: 26
DEUS: 90
dicere: 27, 49
dicta (n. pl.): 57
diligere: 33
displicere: 52
doctrina: 13
dolare: 110
dolose (adv.): 41
dominus: 49
donec: 47
draco: 115
dum: 6
1
duplicare: 79
e: 14, 65
ego: 13
eia: 17
ELDEFONSUS: 42, 58
electrum: 119
ENEAS: 2
ensis: 32
equitatus (sust. m.): 73
equus: 121, 125
esse: 19, 22, 25, 53, 54, 74, 81, 127, 128
et: 2, 13, 23, 56, 105, 119, 125
exaltare: 46
exulare: 65
faber: 119
fabrefacta (romphea): 107
facere: 29, 49, 109, 111
facultas (transeundi): 102
fama: 69
ferrum: 111
ferus: 115
figurare: 114
fortis: 111
frater: 43, 54
fraxinus: 110
freti (nom. pl.): 19
fugare: 91
fulgens: 117
galea: 117
GARSIA: 77, 82
gens: 70
genus: 21
gesta (n. pl.): 1
gestare: 113
girus: 120
habere: 87
hasta: 109
haurire: cf. aurire
HECTOR: 126
hic (pron.): 10, 18, 25, 45, 81
hinc: 27, 66
HISPALIS: 23
HOMERUS: cf. OMERUS
homo: 106
honor: 37, 59
hostis: 96
iam: 6, 29
IBERUM (litus): 23
ILERDA: 95
ille: 22, 35, 37, 74, 90, 106, 126
in: 22, 61, 69, 82, 115, 127
indutus: 105
inter: 86
inuidere: 47
ipse: 50, 66, 105
ira: 61
iratus: 73
is: 38, 47, 62, 71, 86, 95
ISPANIA: 85 (cf. YSPANIAE)
iubere: 65
iugulare: 76
iungere: 73, 96 (part.)
iuuare: 5
iuuenis: 34
labor: 12
laetari: 17
lamina: 118 (pl.)
laqueus: 72
laus: 3
libri (nom. pl.): 10
limare: 111
lites (comitum): 30
litus: 23
locus: 83, 99
lorica: 105
lucidus: 116
MADIANITE: 94
magis: 19
magistra (manus): 108
maiores (uiri): 27
maius (genus): 22
malum (adj. sust. n.): 50, 55 (pl.)
mandare: 103
manus: 108
marchio: 93
mare: 121
MAURI: 66, 98
melior: 38, 106, 126
mille: 10, 123
minus: 45
mirifice: 109
mitere: 78, 100
modo (adv.): 7, 128
modus: 116
mors: 39, 72, 74
2
multus: 3 (pl.), 6, 82 (pl.)
munire: 117
munus: 88
nam: 9, 30
namque: 81, 93
nauta: 16
NAUARRUS: 26
ne: 104
nec: 45, 102, 106
necne: 122
necnon: 2
neque: 128
nequire: 101
nescire: 64
nex: 41
nimis: 73
nisi: 39, 74
nobilis: 110
nobilius (genus): 21
nolle: 37
nomen: 86
non: 10, 22
noscere: 23, 53, 63
noua (bella): 7
nullus: 40
nunquam: 53, 127
obiciere: 63
obsidere: 97
obtima (n. pl.): 71
obtinere: 42
occasio: 62
OMERUS: 11
omnis: 61, 86
operor: 50
ops: 19, 31 (pl.)
optima: cf. obtima
opus: 119
ornare: 125
ortus (part.): 21
os: 28
pagani: 5
parare: 71, 74
parcere: 40
PARIS: 2, 126
pariter: 87
partes (Ispanie): 85
parum: 13
patria: 67 (pl.)
pauca (n. pl.): 14, 63
pauidus: 16
per: 43, 63, 85
peracta (nex): 41
perdere: 59
permittere: 90
peruenire: 69
pes: 31
plura: 14, 64
plurima: 3
plus: 123, 124
plusquam: 46
poeta: 3 (pl.)
populus: 17
portendere: 29
posse: 1, 11
post (prep.): 41
precipere: 75
precari: 101
prelium: 89
prenotatus: 78
preparare: 56
primus: 25, 35, 105
princeps: 8
principatus (prime cohortis): 35
pugna: 81
PYRRUS: 2
quaerere: cf. querere
quamquam: 14
-que: 91, 101
querere: 62
qui: 4, 19, 33, 41, 43, 57, 63, 64, 77, 82, 90,
94, 98, 99, 111, 114, 115, 118, 121, 123
quidam: 122
quis (interr.): 5, 24, 29, 49
quod (conj.): 22, 35, 54, 70, 75
quoque: 89
rectus: 112
referre: 1
regiae (opes): 31
retexere: 9
retinere: 80
rex: 33, 39, 42, 49, 58, 69, 78, 87 (pl.)
rithmica (sc. ars): 15
RODERICUS: 7, 24, 51
rogare: 99
romphea: 107
sallire: 124
3
SANCIUS: 33, 37
se: 99, 103
secunda (pugna): 81
sed: 5
semper: 55
si: 9, 75
sic: 33
silua: 110
simul: 84, 95
sinere: 51
singulare (bellum): 25
sinistrum (brachium): 113
solium: 59
soluere: 88
subire: 34, 39
subito: 103
sublimare: 51
subuertere: 92
sumere: 71
sumus (adj.): 12
superare: 30
superbus: 77
susurrones: 57
suus (pron.): 103 (m. pl.)
uenire: 20
uentus: 15, 123
uerum: 13
uetustas: 6
uictor: 9, 99
uictus (-us, sust.): 100
uidere: 106
uillescere: 6
uincere: 90
uir: 28, 65
unde: 85
uocare: 83, 98
uouere: 43
urbes: 68
ut: 103
YSPANIAE: 67 (cf. ISPANIA)
zelus (cordis): 58
tactus (part.): 58
talis: 125
tam: 39
tamen: 15
tantus: 9
tardare: 104
tercium (prelium): 89
terra: 33, 42, 65
timere: 59, 87
timor: 60
totus: 43, 114
trans: 121
transire: 102
tributa (n. pl.): 94
triumfus: 79
TROIANUM (bellum): 127
tu: 50, 53, 55
tunc: 79, 129
tuus (adj.): 54
uastare: 67
ubi: 83
uehere: 121
uel: 126
uela (n. pl.): 15
uelle: 35, 38, 46
4