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Si los chinos lo inventaron “todo”, ¿por qué no tuvieron una “ciencia avanzada”?

¿Por qué China, fuente de inventos cruciales para el avance de la civilización y que llevaba varios siglos de adelanto a Occidente, no se convirtió en la fuerza científica impulsora del mundo?

Si los chinos lo inventaron “todo”, ¿por qué no tuvieron una “ciencia avanzada”? (Miguel Angel Sabadell)

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Un día del verano de 1415 el emperador de China y gran parte de la corte esperaban ansiosos en la puerta Fengtien la llegada de un distinguido viajero extranjero. Venía con una flota China enviada a Malindi, en las costas más orientales del océano Índico. El año anterior había visitado la ciudad imperial un personaje parecido, pero no se había organizado una bienvenida semejante. En aquella ocasión les había pillado desprevenidos pero ahora estaban sobre aviso. No era para menos; los barcos arribaban trayendo a una celebridad de ascendencia divina: el mítico chi-lin o unicornio, descrito por un testigo como «de más de cuatro metros de alto, con el cuerpo de un ciervo, la cola de un buey y un cuerno carnoso, sin hueso, con manchas luminosas como una neblina roja o púrpura. Camina con majestad y [...] su armoniosa voz suena como una campana o un tubo musical». Lo que había llegado a China era una jirafa.

La llegada del primer chi-lin en septiembre de 1414 como tributo de Bengala enriqueció el zoológico de los Ming, la famosa dinastía fundada en 1368 por Zhu Yuanzhang, guardaespaldas y compañero de borrachera de un pendenciero revolucionario en una época de insurrecciones populares. A pesar de su nombre, la Selva Prohibida funcionaba como un parque zoológico moderno, donde los visitantes podían maravillarse admirando leones, leopardos, avestruces, dromedarios, antílopes... provenientes de distantes tierras en una época de expansión y exploración oceánica.

Astronomía china

Cerrados al intercambio de ideas

El arribo de la jirafa a China es un claro ejemplo de su mentalidad. Era más que un buen augurio, era una garantía de la benevolencia divina y mostraba la virtud del emperador. Para nada surgía una fascinación por las extrañas y lejanas tierras de donde vino. Esta autocomplacencia queda bien patente en las palabras que el emperador manchú dirigió al primer embajador británico en 1793 cuando solicitó audiencia para iniciar un intercambio comercial con China: “Nunca le hemos concedido demasiada importancia a los objetos raros o producidos por los nativos de otros lugares, ni tampoco necesitamos ninguno de los productos de vuestro país”. El escaso interés demostrado por el intercambio de ideas y mercancías, una baza fundamental para el desarrollo científico y tecnológico, marcó en gran medida el futuro de la ciencia en China.

Ejemplos de ello es la Gran Muralla. No hay mejor muestra del secular aislamiento chino que esa deslumbrante obra, tanto en escala como en continuidad cronológica -se remonta al siglo III a. C. y adquirió su forma actual con la dinastía Ming-. Su espíritu se enmarca en lo que se ha dado en llamar “la gran retirada”, cuando el emperador prohibió a sus súbditos viajar al extranjero. A los chinos vistos fuera de su país se les consideraba ‘ilegales’ y los viajeros imprudentes eran decapitados.

Una flota para glorificar China

Esta cerrazón culminó con la cancelación de las grandes expediciones navales dirigidas por un eunuco musulmán de origen mongol, Zheng He o Cheng Ho. La primera, que partió en 1405, constaba de 62 juncos, de los cuales cuatro eran de los más grandes jamás construidos en la historia -135 metros de eslora y 55 de bao-, a los que acompañaban 225 buques de apoyo y 27.800 hombres. En su interior transportaban toneladas de regalos y presentes para comerciar con los diferentes reinos que encontrasen en un periplo cuyo destino último era Calicut. Sin embargo, tanto esta como las otras seis “flotas del gran tesoro” que dirigió el Cristóbal Colón chino tenían una filosofía diferente a la europea. Convencidos de su completa superioridad, viajaron desde Mozambique a Australia para demostrar el poder y esplendor de los Ming, esperando convertir a todo el mundo en admiradores voluntarios de los hijos del cielo. ¿Cuándo se ha visto algo así en Europa?

Zheng He o Cheng Ho

Zheng He o Cheng Ho

La flota de Cheng Ho iba provista de los principales descubrimientos y avances chinos. A la brújula, inventada en el siglo XI, y a una excelente cartografía -muy lejos de la occidental- se le unía un diseño de los barcos que sorprendió a los occidentales: mamparos que dividían el calado de la nave en compartimentos para impedir que el agua o el fuego se propagaran por el barco, algo posiblemente inspirado en las membranas transversales del bambú, las septa. La medida del tiempo la hacían quemando barras de incienso -un día era igual a 10 ‘relojes’ de 2,4 horas cada uno- y para mantener la comunicación entre las naves empleaban banderas, linternas, campanas, palomas mensajeras, gongs y estandartes. Por supuesto, determinaban la latitud a partir de la estrella polar -“el Gran Soberano del Cielo”- o de la Cruz del Sur.

Astrónomos-funcionarios

Sin duda alguna, el registro continuo de los fenómenos celestes más notable que haya existido antes del desarrollo de la astronomía moderna se realizó en China. Pero a pesar de ello, a menudo se equivocaban al representar el movimiento planetario y no comprendían los eclipses. El motivo es que no pretendían profundizar en el conocimiento del mundo, sino porque era una parte fundamental del ceremonial político y religioso del soberano. Los astrónomos chinos era burócratas y el astrónomo imperial era un funcionario de alto rango cuyo cargo era hereditario. Quizá esta orden del emperador sobre el secretismo de la astronomía de una idea de lo esencial que se consideraba en los asuntos de palacio: “Si sabemos de cualquier intercambio entre los funcionarios del observatorio o sus subordinados y funcionarios de otros departamentos gubernamentales o gentes del pueblo, este acto será considerado como una violación de las disposiciones de seguridad que deben ser estrictamente observadas”. Un astrónomo que no informase de un fenómeno celeste, como la supernova de julio de 1054, visible a simple vista durante el día, incurría en un delito grave.

El emperador era hijo del cielo, no de un dios. Cometas y ‘estrellas invitadas’ constituían presagios y señales de eventos terrestres. Por eso el oficio de astrónomo era desempeñado por unos pocos muy controlados -un astrónomo disidente podía predecir el momento astrológico mejor para dar un golpe de estado-. Igualmente, la tecnología del reloj en la China imperial era tan controlada como la maquinaria para acuñar moneda en Occidente.

Mapa del cielo Zona Polar

Mapa del cielo (Zona Polar)

Astronomía para tener sexo

El mismo emperador necesitaba de los relojes por razones íntimas. Debía conocer cada noche, en su dormitorio, los movimientos y posición de las constelaciones cada hora. La emperatriz, consortes, esposas, concubinas y concubinas sirvientes se turnaban en sus deberes de modo que las mujeres de mayor rango compartían el lecho los días más cercanos a la luna llena cuando, según creían, el Yin estaba preparado para recibir el Yang del Hijo del Cielo. La función de las jerarquías inferiores era nutrir con su Yin el Yang del emperador. Así, la medida del tiempo no era algo destinado al pueblo, sino un mecanismo celestial privado para el emperador. Y para determinar el calendario que, por supuesto, era un secreto de estado. Cada dinastía tenía el suyo propio y siempre declaraban el anterior como erróneo. Confeccionar uno sin permiso era un delito de lesa majestad.

Tales secretismos llevan de la mano una nula revisión de ideas, esencial para el avance de la ciencia. Solo así se entiende que los tres grandes matemáticos de la época Song (siglos X-XIII) -y ya entonces existía la imprenta- no se conocieran, tuvieran maestros diferentes, emplearan notaciones distintas y que dos siglos después su trabajo fuera olvidado por completo -no se redescubrieron hasta el siglo XIX-.

China fue inventora, no científica

Que China, fuente de inventos cruciales para el avance de la civilización y que llevaba varios siglos de adelanto a Occidente -su “renacimiento” sucedió en torno al año 1000-, no se convirtiera en la fuerza impulsora del mundo es algo que no tiene una explicación sencilla. Desde el periodo de los reinos guerreros, allá por el siglo V a. C., China ha sido el pueblo más adelantado del mundo. En cambio, no alcanzó una ciencia como la occidental por una conjunción de factores, donde el más importante fue el efecto de las dos corrientes filosóficas más importantes, el taoísmo y confucianismo, que no apoyaron la investigación científica. A quien desea conocer el Tao se le recomienda: “No medites, no reflexiones... no sigas ninguna escuela. No sigas ningún camino”. Y al confucianismo le interesa más la conducta humana que la naturaleza, y el cultivo de la personalidad, la estética y la pureza más que la modificación del mundo para beneficio propio. Esto hizo que se dieran paradojas como que inventaran el sismógrafo  en el siglo II, pero que no lo utilizaran para medir los temblores de la tierra, porque para ellos eran producidos por colisiones imprevisibles del Yin y el Yang.

Confucio

Estatua de Confucio

Así tenemos que los astrónomos chinos eran observadores precisos del cielo pero no desarrollaron ninguna teoría planetaria; en matemáticas no hubo un Euclides que introdujera, a través de la geometría, la lógica formal; su cosmología estaba dirigida hacia la sociedad y no a la comprensión de la naturaleza per se.

Otra causa de la pérdida de esa ventaja tecnológica de varios siglos sobre Occidente ha sido apuntada por Jared Diamond en su libro Armas, gérmenes y acero: la contumaz unidad china frente a la desunión europea. Eso, que inicialmente potenció el desarrollo tecnológico, se convirtió a la larga en ancla en lugar de vela.

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