Autorretrato
Hacia 1840. Óleo sobre cartón, 73,5 x 56 cmSala 062A
En 1840, José de Madrazo era ya una de las personalidades más relevantes de la vida cultural de la primera mitad del siglo XIX. Ostentaba simultáneamente, a sus cincuenta y nueve años, los cargos de presidente de la Sección de Pintura del Liceo Artístico y Literario de Madrid, director de Pintura de la Academia de San Fernando, director del Real Museo, secretario de la reina gobernadora, académico de mérito de la de Bellas Artes de Salamanca, académico de la de San Lucas de Roma, pintor de cámara, y entre sus numerosos títulos y honores portaba el de caballero de la orden de Carlos III, el de regidor perpetuo de su ciudad natal y el de comendador de Isabel la Católica. Dichos cargos fueron incrementándose progresivamente a lo largo de su vida, generadora por demás de una numerosa prole vinculada también de una forma u otra con los estamentos culturales más influyentes del país. Paralelamente, fue un pintor que gozó de una nutrida clientela sobre todo entre la nobleza de la corte isabelina y aunque tocó géneros históricos, alegóricos y religiosos, fue sin embargo el retrato el que le generó el prestigio profesional, dentro y fuera de nuestras fronteras, y los mayores ingresos económicos, incrementados también por su faceta de comerciante y por su condición de orgulloso poseedor de una de las mejores colecciones de obras de arte, según sus propias palabras. De su lógico ajetreo laboral da puntual información la correspondencia semanal que mantuvo con su hijo Federico, durante los años que éste estuvo fuera del país, en París y Roma -Por la mañana voy a la Academia, de ésta salgo a las once para irme corriendo al Museo, de aquí salgo a la una para tomar un bocado en casa y enseguida deprisa y corriendo me voy a Palacio en donde como ya he dicho permanezco hasta el anochecer en que vuelvo a entrar en la Academia, de donde salgo a las ocho de la noche para ponerme a escribir oficios y otras cosas relativas al Museo, porque hasta ahora no tengo Secretario nombrado y me toca a mí hacer el oficio de éste, el de Contador y ecónomo (carta de 12 de enero de 1839-) y también de los avatares que vivieron todas estas instituciones, especialmente la Academia de Bellas Artes y el Museo del Prado. En esta década de 1840, el Museo vivía uno de los momentos más estimulantes para Madrazo ya que se hallaba inmerso en el proceso de restauración y exposición de los cuadros traídos del Escorial y de las alhajas del Delfín procedentes del Gabinete de Historia Natural. A su intenso perfil profesional, descrito en la biografía adjunta de este catálogo, queda unida la personalidad vehemente y firme de su figura paterna, entregada totalmente a la formación y educación liberal de sus hijos dentro y fuera de nuestras fronteras. A pesar de estas múltiples ocupaciones que le impedían casi por completo la dedicación que hubiera querido para la pintura, no dudó Madrazo en autorretratarse bajo su condición de pintor con la paleta y los pinceles entre sus manos, en un soberbio retrato de ajustada luz y mirada penetrante que evoca su formación clasicista al lado de David, suavizada por un cierto halo de dulzura que caracteriza a sus retratos familiares, más cercanos a las tendencias románticas que ya imperaban en nuestro país hacia 1840. El autorretrato fue adquirido por el Museo de Arte Moderno para formar parte de la iconoteca de artistas que bajo la dirección de Benlliure fue creándose en dicho museo a partir de 1915, con la intención de reunir en sus salas las efigies de los pintores contemporáneos y las de los artistas fallecidos de prestigiosa memoria (Texto extractado de Gutiérrez, A.: El retrato español en el Prado. De Goya a Sorolla. Museo Nacional del Prado, 2007, p. 90).